El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva

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Revista de Psicología del Trabajo y de las
Organizaciones
ISSN: 1576-5962
revistas_copm@cop.es
Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
España
OVEJERO BERNAL, ANASTASIO
El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva psicosocial
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, vol. 22, núm. 1, 2006, pp. 101-121
Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
Madrid, España
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Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones - 2006
Volumen 22, n.º 1 - Págs. 101-121- ISSN: 1576-5962
Artículo
El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva
psicosocial
Mobbing: A psychosocial approach
ANASTASIO OVEJERO BERNAL1
Fecha de Recepción: 26-04-2004
Fecha de Aceptación: 10-05-2006
RESUMEN
En este trabajo se pretende analizar el acoso psicológico en el trabajo (“mobbing”) como
un fenómeno que no es individual sino abiertamente grupal y que se inscribe dentro de las
organizaciones laborales, siendo producto de las estructuras, de los valores y de las prácticas sociales de las organizaciones donde se produce. De ahí que aquí se defienda la idea de
que debe ser ante todo una perspectiva netamente psicosocial la que dé cuenta del “mobbing”. Por tanto, frente a un énfasis en la personalidad del acosado o en el perfil del acosador, en este artículo se pone el énfasis en la psicología social del acoso psicológico en el
trabajo.
ABSTRACT
This paper examines the mobbing group phenomenon rather than an individual one.
Mobbing develops in labor settings, being then a phenomenon that is caused by the structures, the values and the social practices of organizations. Consequently, this paper advocates
the thesis that mobbing must be studied from an explicit psychosocial approach rather than
from the point of view of the individual personality or psychopathology.
1
Facultad de Ciencias del Trabajo. Universidad de Valladolid. e-mail: tasio@psi.uva.es
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
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PALABRAS CLAVE
Acoso psicológico en el trabajo, Mobbing, Psicología
social del “mobbing”
KEY WORDS
Mobbing, Social psychology of “mobbing”.
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A. Ovejero Bernal
1. INTRODUCCIÓN
Al progresivo y continuado deterioro
de las condiciones de vida laboral hoy
existente (reducción de los salarios, precariedad en el empleo, etc.), se añade otro
factor negativo que cada día que pasa
parece cobrar más importancia: el mobbing o acoso psicológico en el trabajo. Es
conocido que si hace décadas tal vez el
principal problema de los trabajadores –no
necesariamente el más grave- era la fatiga
física, ahora es el estrés (Peiró, 1993;
Peiró y Salvador, 1993; Peñacoba y cols.,
2000; Amutio, 2004; López Fernández y
Pérez Quintana, 2004; etc.). Pues bien, es
dentro del análisis de este fenómeno del
estrés donde se comenzó a estudiar el
fenómeno del mobbing, como una de las
más importantes fuentes de estrés, pero
pronto se constató el alcance y la gravedad
del asunto, hasta el punto de que algunos
terminaron incluyéndolo en el ámbito del
terrorismo psicológico, llegándole a definir como psicoterror (Leymann, 1996a;
Piñuel, 2002). “En este tipo de conflicto,
la víctima es sometida a un proceso sistemático de estigmatización y privación de
sus derechos civiles. Si tal dinámica se
mantiene durante años, en ciertos extremos puede conducir a la exclusión del
mercado laboral, cuando el individuo
afectado es incapaz de encontrar un nuevo
empleo debido al daño psicológico infligido” (Leymann, 1996b, pág. 165). Actuamente suele incluirse este fenómeno dentro de los riesgos psicosociales en el trabajo. El mobbing, que existe probablemente desde que hay grupos humanos, no
fue estudiado hasta que el profesor alemán
Heinz Leymann lo hizo a primeros de los
años 80 en Suecia, pero actualmente está
alcanzando tal relevancia en el mundo
laboral que la revista European Journal of
Work and Organizational Psychology le
ha dedicado dos números monográficos,
uno en 1996 (Vol. 5, nº 2, págs. 161-320),
editado por Peter Herriot con el título de
Mobbing and victimization at work; y
otro, editado por D. Zapf y S. Einarsen, en
2001 (Vol. 10, nº 4, págs. 369-524), con el
título de Special issues on bullying in the
work place: Recent trends in research and
practice. Tan importante es el asunto que
incluso se afirma que una de las medidas
más eficaces hoy día para mejorar la calidad de vida laboral consiste justamente en
eliminar, o al menos reducir, el impacto de
este fenómeno, y no falta quien ya le considera la plaga laboral del siglo XXI.
Incluso en nuestro país está comenzando a
ser estudiado este problema con cierta sistematicidad (López y Camps, 1999; Sáez
Navarro y García Izquierdo, 2000, 2001;
Barón, Munudate y Blanco, 2003; Fidalgo
y Piñuel, 2004; Buendía, 2003; De Elena,
2005a, 2005b; De Elena y González,
2005; Parés, 2005, etc.), habiéndose publicado recientemente varios libros al respecto (Blanco, 2003; González de Rivera,
2002; Piñuel, 2002, 2003; Rodríguez,
2002; Mediavilla, 2004; etc.).
En línea con mi posición eminentemente antipsicologista, en el sentido de intentar explicar los fenómenos sociales y hasta
el comportamiento humano y la misma
personalidad humana como producidos
por las condiciones y factores sociales,
económicos, históricos y culturales, más
que a través de factores psicológicos, lo
que se pretende mostrar aquí es que son
ante todo las condiciones concretas de la
actual situación laboral, caracterizada por
un darwinismo social exacerbado y una
cruel competición de todos contra todos,
en un contexto de incertidumbre, amenaza
y miedo al futuro, propios del actual
momento neoliberal e incluso del actual
narcisismo postmoderno, lo que hace que
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el mobbing se haya convertido en un fenómeno frecuente y haya facilitado que ciertas personas con problemas psicopatológicos especiales (narcisismo extremo, envidia profunda, inmadurez emocional, fuertes complejos de inferioridad y la consiguiente necesidad de sobresalir sobre los
demás y de demostrar continuamente una
superioridad que no tienen y unos valores
de que carecen, etc.) encuentren el terreno
favorable para poner en práctica una serie
de conductas claramente patológicas de
cara a ocultar sus carencias psicológicas,
afectivas y emocionales. Y aunque para
explicar adecuadamente este fenómeno se
insistirá aquí en los rasgos de personalidad
del acosador, sin embargo desde ahora
quiero manifestar y dejar clara la crucial
importancia que el contexto tiene para que
se produzca y se extienda este fenómeno y
que podríamos resumir diciendo que nuestra actual sociedad presiona muy fuertemente, y de muy diferentes maneras, sobre
los individuos para que se sitúen por encima de los demás. Como escribe Blanco
(2003, pág. 92), “la expansión de las fórmulas de acoso laboral es propia de la globalización”. En esta línea, poco antes, el
psicoanalista francés Christophe Dejours
(1998) atribuía el incremento del mobbing
al hecho de que los trabajadores, a causa
del miedo y del sufrimiento que les produce la contratación precaria y la flexibilidad
en el despido, banalizan la injusticia dirigida a otros en el trabajo y hasta les lleva
a colaborar con ella. Cada vez más, construimos nuestra identidad sobre los despojos de otras personas con las que nos comparamos, de tal forma que a muchos individuos les resulta insoportable sentir que
no están a la altura de tal comparación.
Por consiguiente, la mezcla de un narcisismo desmedido, una envidia exorbitada y
un profundo complejo de inferioridad
resulta tan explosiva que les impele a aco104
sar psicológicamente a todos aquellos que,
en este caso en el ámbito laboral, parecen
poner en peligro su falsa superioridad y
descubrir sus evidentes carencias. Si a ello
unimos los serios problemas psicoafectivos y emocionales de los acosadores, su
inseguridad y su envidia, el mobbing
puede ser mejor entendido. Pero siempre
dentro de un contexto organizacional que
permite, facilita y hasta potencia ese tipo
de conductas tan propias del acoso en el
trabajo. Por consiguiente, lo fundamental
son las condiciones culturales de nuestra
sociedad y las de la cultura concreta de
cada empresa; luego están los problemas y
carencias del acosador y, más aún, las
características del grupo que le apoya.
Porque no olvidemos que el mobbing se
incrusta de lleno en las relaciones interpersonales que tienen lugar dentro de una
organización laboral concreta y de unos
valores culturales específicos; sólo después es cosa de un grupo con diferentes
patologías, guiado por un líder con grandes carencias personales, emocionales y
psicoafectivas. Y lo que menos cuenta es
la personalidad (supuestamente débil,
sumisa, enfermiza, etc.) del acosado, que
más que una causa es una consecuencia
del proceso de acoso.
1. EL MOBBING EN CIFRAS
Y COSTOS
A veces al acoso también se le denomina “bullying”, término inglés que se utiliza mucho en el ámbito escolar para hacer
referencia a lo que en castellano llamamos
“matonismo” y se refiere más a violencia
física, y conlleva una serie de conductas
más directas que las del acoso laboral.
Éstas suelen ser más sofisticadas, insidiosas, sutiles y cínicas, utilizando una violencia más psicológica y más indirecta,
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sobre todo porque el acosador sabe bien
que la violencia física entre adultos deja
más huella que la violencia psicológica y
está claramente tipificada en el código
penal. Por ello, en este trabajo se opta por
mantener el término bullying para las
agresiones físicas entre niños y adolescentes en la escuela, y reservar el término
mobbing para las conductas adultas en el
mundo laboral, aunque ciertamente ambos
fenómenos compartan muchos aspectos y
tengan grandes similitudes
En cuanto al mobbing, se calcula que
afecta a un número muy importante de trabajadores. De hecho, Leymann encontró,
en los años ochenta, que este cruel fenómeno afectaba al 3,5% de los trabajadores.
Sin embargo, desde esa primera estimación, las cifras de personas afectadas no
han dejado de crecer. Así, un estudio de la
Universidad de Alcalá de Henares, realizado con trabajadores de nuestro país,
daba una tasa, a mi juicio un tanto exagerada, de más de un 15% de afectados de la
población actual (más de dos millones de
personas), mientras que al menos un 33%
decían ser o haber sido víctimas del acoso
(Piñuel, 2002). Y lo que es más grave,
alrededor de un 20% de los acosados terminan incluso en la exclusión total laboral
y/o social, y a veces hasta en el suicidio.
Por ejemplo, Leymann (1996a) ha calculado que, en Suecia, entre un 10% y un 20%
de los suicidios anuales se deben, al
menos en parte, a procesos de acoso laboral. Es más, son muchos los psicólogos
que sospechan que un alto porcentaje
tanto de intentos de suicidio como de suicidios consumados se deben al acoso psicológico en el trabajo, a pesar de que con
frecuencia los profesionales sanitarios los
atribuyen a otras causas como la depresión, los problemas familiares o el alcoholismo. Pero es que a menudo esa depre-
sión, esos problemas familiares o ese alcoholismo han sido producidos por el mobbing.
En todo caso, resulta extremadamente
difícil cuantificar con exactitud este fenómeno, lo que explica que cada autor y
cada estudio proporcionan cifras diferentes. Y esa dificultad proviene sobre todo
de estas tres fuentes. En primer lugar, el
mobbing no está perfectamente claro ni
definido con precisión (De Elena, 2005b),
por lo que, en segundo lugar, es muy probable que se incluyan como mobbing
casos que no lo son (De Elena, 2005a); y
en tercer lugar, las cifras que suelen esgrimirse han sido elaboradas a partir de cuestionarios de autoinforme, por lo que cabe
la posibilidad de que muchas personas que
dicen sentirse acosadas no lo estén. Aunque el mobbing está relacionado con el
estrés (de hecho, los síntomas fisiológicos
y psicológicos de ambos fenómenos son
similares en muchos aspectos), sin embargo no deben confundirse ambos fenómenos. Por ejemplo, muchos trabajadores
que están estresados, cansados o nerviosos, a veces como consecuencia de un jefe
autoritario, exigente, rígido o con pocas
habilidades sociales, se quejan de acoso
psicológico en el trabajo y así lo expresan
en los cuestionarios, cuando realmente no
se trata de mobbing. Por tanto, el fenómeno no es nuevo ni son casos de mobbing
todos los que “detectan” los investigadores y las encuestas. Sí parece ser cierto, no
obstante, que aunque no estemos en absoluto ante una epidemia laboral, como a
veces se dice, sí se trata de un problema
que numéricamente va a más, a causa
sobre todo del contexto de competitividad
interpersonal, egoísmo e individualismo y
de falta de solidaridad característico del
actual capitalismo neoliberal y ultraconservador, o más bien, a causa del éxito
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que, definitivamente, ha tenido el capitalismo a la hora de interiorizar en todos
nosotros tales rasgos, que fueron siempre
los suyos, a través de poderosos y eficaces
procesos de socialización y a través de la
fuerza psicológica que conlleva nuestra
actual sociedad consumista (véase Ovejero, 2004).
En cuanto a las consecuencias psicosomáticas, psicológicas y psicosociales que
el acoso laboral tiene en los trabajadores
acosados, son similares, aunque generalmente más profundas, de más larga duración y de peor pronóstico, a las del estrés
y a las del síndrome de estar quemados
por el trabajo: insomnio, pesadillas en el
sueño, dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, pérdida del apetito, ansiedad, angustia, depresión e incluso en algunas ocasiones en el caso del acoso laboral,
como ya se ha dicho, suicidio (Gil-Monte,
y Peiró, 1997; Fernández Canti, 2000;
Blanch Plana, Aleja y Biscarri, 2002; GilMonte, 2003; González Gutiérrez y cols.,
2003; etc.).
Finalmente, y aunque menos importante que el sufrimiento humano producido,
también deben tenerse en cuenta los costos económicos de esta terrible “peste”
social, costos que en cualquier país europeo asciende a muchos cientos de millones de euros anuales, en concepto de bajas
laborales, jubilaciones anticipadas, reducción del rendimiento, etc. Al fin y al cabo,
por triste que sea reconocerlo, han sido
estos costos económicos del acoso laboral,
más que el sufrimiento humano que produce, lo que ha llevado a muchas empresas a intentar poner remedio a esta plaga.
Pero ¿qué es realmente y en qué consiste
con exactitud este fenómeno tan aparentemente silencioso y que, sin embargo, está
ocasionando tantos estragos?
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3. QUÉ ES EL MOBBING
Y EN QUÉ CONSISTE
El término mobbing está tomado de la
etología, en concreto de Konrad Lorenz
(1966), quien lo utilizó para referirse al
ataque de un grupo de animales gregarios
de menor tamaño acosando a un animal
solitario mayor. Posteriormente, Heineman (1972, pág. 63), físico sueco, recogió
este concepto de Lorenz para aplicarlo a la
conducta destructiva que, en el patio de
recreo, dirigían un grupo de niños contra
otro. Y en los años 80, Leymann (1986,
1990) lo aplicó al ámbito laboral, definiendo el mobbing como el continuado y
deliberado maltrato verbal que recibe un
trabajador por parte de otro u otros, que se
comportan con él cruelmente con la finalidad de lograr su destrucción psicológica y
de conseguir incluso que abandone la
organización. Estamos, pues, ante un proceso destructivo, premeditado, intencional, sistemático y de consecuencias incalculables, a corto y medio plazo, para las
personas acosadas, y a largo plazo para el
propio funcionamiento de las organizaciones laborales e incluso de la misma democracia. Es más, estamos a menudo –y tal
vez en todos los casos- ante una agresión
grupal, pues, a mi juicio, es improbable
que la agresión provenga de un solo individuo, dado el nivel de inseguridad y
cobardía que suelen tener los acosadores.
El acoso suele provenir de un grupo de
“mediocres” contra un trabajador de más
méritos y valía que ellos, grupo que, con
frecuencia, está liderado por un acosador
de más alta jerarquía en la organización
que el acosado, aunque, además de este
acoso “vertical”, sin duda mayoritario, hay
también alrededor de un 30% de casos de
acoso “horizontal” (véase Piñuel, 2003),
acoso entre compañeros, donde no intervienen personas de más alta jerarquía.
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Las secuelas que deja el mobbing son
tan serias que, como escribe el citado
Piñuel (2002, pág. 82), un trabajador que
ha sufrido acoso psicológico en el trabajo
durante un tiempo presenta una serie de
síntomas parecidos a los del denominado
Síndrome de Estrés Postraumático
(SEPT), característico en las víctimas de
asaltos, catástrofes naturales (terremotos,
inundaciones), accidentes aéreos, bombardeos, violaciones, etc. Pero las secuelas
del mobbing son, si cabe, aún peores, pues
se añade el hecho de que, así como las
víctimas de todas esas situaciones sufren
un único suceso traumático aislado que no
suele volver a darse más veces, las víctimas del psicoterror laboral experimentan
repetidos y persistentes ataques, amenazas, burlas, etc., con la sensación de “estar
siempre a tiro” del acosador y de no tener
vía de escape, salvo la de marcharse del
trabajo, cosa que hacen a menudo. La cosa
es tan grave que, como nos recuerda el
propio Piñuel (2002, pág. 36), el mobbing
o acoso psicológico laboral es para
muchos especialistas, “la peor amenaza
individual sobrevenida en la era postindustrial para los trabajadores y puede, en
los próximos años, llegar a diezmar a la
población laboral de los países que no
estén atentos a proteger el derecho básico
de un trabajador y a que el desempeño de
su trabajo no le produzca secuelas físicas
o psicológicas, que pueden llegar incluso a
aniquilarle”. Pero la gravedad de este
fenómeno proviene no sólo de sus consecuencias sino de lo oculto de su actuación:
“Este tipo de violencia tiene la característica diferencial, respecto de otros tipos de
violencia que se presentan en la organización, de no dejar rastro ni señales externas, a no ser las del deterioro progresivo
de la víctima, que es maliciosamente atribuido a otras causas, como problemas de
relación o de personalidad, carácter difícil,
incompetencia profesional, etc. Se trata,
por ello, de un ‘crimen’ limpio del que no
queda huella y en el que la carga de la
prueba suele resultar complicada y costosa. Es un asesinato silencioso y limpio del
que no queda ni rastro. En ocasiones se
produce la agregación posterior al linchamiento moral de otras personas, que pueden ser animadas, motivadas o, sencillamente, coaccionadas para que participen
en el acoso. En este caso suele hablarse de
‘gang’ o ‘banda’ de acosadores” (Piñuel,
2002, pág. 59). En resumidas cuentas, lo
que pretenden los acosadores son básicamente dos cosas: aislar socialmente al
acosado, eliminando sus contactos interpersonales y destrozando sus redes de
apoyo social; y hundir su autoestima, deshaciendo su identidad y su autodefinición.
Los devastadores efectos del mobbing
derivan de que el acosador consiga estas
dos cosas.
Ahora bien, el mobbing se produce porque hay una organización, con una estructura y con unas características muy concretas, que lo hace posible; una organización extremadamente improvisadora y con
unos gerentes impotentes o negligentemente despreocupados. Y es que los grupos, al igual que los individuos, pueden
comportarse eficaz o ineficazmente, y/o
moral o inmoralmente. El acosador no es
un individuo autosuficiente, sino el líder
de un grupo patológico. Claro que también
cuentan las carencias emocionales y psicoafectivas del acosador, así como su personalidad, como luego veremos más detenidamente, pero no de forma directa. En
contra de lo que muchos creen, lo fundamental van a ser ante todo los valores
sociales imperantes, luego el tipo de organización en la que se produce el mobbing
y, finalmente, las características del grupo
en cuyo seno tiene lugar el acoso. Más en
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El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva psicosocial
concreto, para explicar este fenómeno no
podemos acudir a los rasgos personales
del acosado, sobre todo porque, como
puntualiza el propio Leymann (1996a), al
producirse un síndrome de estrés posttraumático, el individuo puede desarrollar
importantes cambios de personalidad
como síntoma de desórdenes mentales
mayores, debido precisamente al proceso
de acoso. De hecho, como señala Fuertes
(en prensa), es más probable que el acoso
psicológico en el trabajo se dé en aquellas
situaciones caracterizadas por estos tres
rasgos: 1) Privacidad o lejanía del control
público o del estado de derecho: cuanto
menor sea la relación de una organización
con el exterior a ella y con otras organizaciones superiores más probable será el
acoso. De ahí que en la Universidad, por
ejemplo, pueda ser particularmente frecuente: cada departamento es relativamente independiente y autónomo, con tal de
que cumpla con las leyes y las normativas
vigentes; 2) Clausura o restricción de las
posibilidades de abandono del escenario:
cuanto más difícil le sea al individuo, por
los motivos que sea, abandonar la organización más son las posibilidades de que
haya acoso y, sobre todo, más probable
será que ese acoso sea más persistente y
tenga consecuencias más perversas. Por
eso, suele darse más a menudo en las
Administraciones Públicas: mientras que
en la empresa privada la consecuencia
última más probable del mobbing es que el
acosado abandone la organización, en la
pública el acosado termina, con más probabilidad, dándose de baja por depresión;
y, 3) Inestabilidad o ambigüedad de la cultura de autocontrol de la conducta social:
cuanto mayor sea la ambigüedad sobre
quién debe controlar la conducta social y
hasta ética en una organización, más probable será la conducta de acoso. Y ésa es
la gran paradoja: cuanto más democrática
108
sea la organización, a nivel meramente
formal (que más que democrática sería de
tipo laissez-faire), más fácilmente habrá
acoso, que precisamente es también lo
más habitual en el ámbito universitario.
Pues bien, esa situación facilita, y hasta
favorece, el que ciertas personas, con
auténticos problemas de personalidad y
particularmente con problemas psicoafectivos y emocionales, la aprovechen para
compensar algunas de sus carencias atacando a personas hacia las que sienten
envidia o mera rivalidad. Claro que cualquier análisis de la personalidad del acosado indica importantes deficiencias y rasgos de personalidad que aparentemente le
convierten en “blanco” idóneo de los ataques del acosador, sin olvidar que tal
supuesto “síndrome de personalidad” es
más la consecuencia que la causa del
acoso laboral.
No obstante, resulta útil tener presente
aquí dos advertencias. En primer lugar, no
se debería llamar mobbing a fenómenos
que no lo son, como es el caso de alguien,
egoísta y agresivo contra sus compañeros,
que acaba solo y aislado cuando éstos terminan por darle la espalda o incluso por
enfrentarse abiertamente a él; y en segundo lugar, habría que tener presente que
muchas personas, a veces acosadores o ex
acosadores, aprovechan la “moda” actualmente existente sobre este fenómeno para
denunciar que son acosados, sin serlo en
absoluto, como puede ser el caso de un
acosador que, al fracasar en sus intentos
de acoso, tilda de acoso hacia él la negativa y lógica reacción de sus compañeros.
Es importante, pues, diferenciar unas
situaciones de otras y no confundir lo que
es acoso con lo que no lo es (véase De
Elena, 2005a). El acoso laboral se caracteriza por la intensidad y la repetición sistemática de la agresión y por la ilegitimidad
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ética de sus ataques, dirigidos a la destrucción psicológica de la persona. El fin último del mobbing es acabar con el equilibrio y la resistencia psicológica de la persona acosada, desgastándola emocional y
físicamente. Otro rasgo inconfundible del
acoso es que se produce una escalada creciente en los ataques, hasta llegar a extremos imposibles de soportar por el acosado. Debido a ello, en un 90% de los casos
el acoso suele terminar con la salida de la
persona de la organización, por lo que,
como puntualiza Blanco (2003), el mobbing se ha convertido en una alternativa al
despido, por lo que, concluye esta autora
(pág. 67), “el acoso en el trabajo forma
parte de las políticas de reducción de plantilla con fines de ahorro y de reorganización para cumplir con las nuevas formas
de fragmentación y concentración de
empresas”. En este caso, puede confundirse con el fenómeno conocido como bossing (los problemas de denominación pueden verse en De Elena, 2005b).
En consecuencia, parece que no cabe
duda, como sostiene Rodríguez Fernández
(en prensa, pág. 1), que el mobbing es un
proceso psicosocial complejo y, como tal,
constituido por múltiples niveles y aristas
que difícilmente pueden reducirse a una
relación diádica acosador-acosado, ni tan
siquiera a una relación de grupo, por lo
que para comprenderle cabalmente habría
que analizarlo desde los cuatro componentes que lo constituyen o contextos responsables de su incidencia: el contexto social,
el de la organizaciones, el grupal y el individual. Estos cuatro componentes son partes inseparables de una misma lógica y,
por tanto, fundados en una misma racionalidad, por lo que, añade Rodríguez Fernández, el acoso grupal en el trabajo es un
síntoma más de un sistema social enfermo,
como la siniestralidad laboral o, en térmi-
nos sociales en general, el maltrato infantil, el maltrato de mayores o el maltrato de
pareja. En tal sentido, la responsabilidad
ética y moral de que se produzcan estas
situaciones de acoso es principalmente de
la sociedad que no ha sabido, desde las
múltiples instancias socializadoras (familia, sistema educativo, sistema laboral),
instalar a los individuos en la lógica del
respeto al otro, de la cooperación, de la
solidaridad, de la ayuda mutua; antes al
contrario, los valores en los que se sustenta nuestra sociedad, especialmente en el
actual momento ultraliberal, son el dinero,
el individualismo, el egoísmo, la competitividad, etc., es decir, meros valores instrumentales que, además, siempre exigen
al individuo compararse con los demás y
salir victorioso en tal comparación. De
esta manera, las relaciones interpersonales
en general, y las laborales en particular, se
convierten en auténticas batallas encaminadas a ganar la guerra de ser más que los
otros (tener más dinero, disfrutar de un
mayor prestigio, etc.). Y todo ello está
aumentando a medida que el capitalismo
neoliberal se hace más implacable y a
medida que cada uno de nosotros interiorizamos cada vez más y más profundamente
estos valores de ese capitalismo feroz y
deshumanizador, hasta formar parte de
nuestra apropia identidad: ganar como sea,
ascender aunque sea pisando a los demás
compañeros y hasta a los amigos, competitividad peligrosamente creciente, etc. En
suma, como concluye el citado Rodríguez
Fernández (en prensa, pág. 2), “la lógica
en la que nos instalamos los grupos y las
personas es la que no nos deja salir de esta
tela de araña, porque nuestra propia identidad como personas y como profesionales
se va desarrollando desde esa racionalidad
y desde esa lógica, que es la lógica de la
exclusión, de la competitividad y de la
insolidaridad”. No debería olvidarse, ade-
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más, como señala Buendía (2003, pág.
11), que para que se dé el acoso institucional o el mobbing, “resulta imprescindible
la colaboración o permisividad del resto
del personal de la organización. La persecución psicológica se desarrolla en medio
de un sorprendente silencio e inhibición
de los observadores, que antes de nada
procuran ‘ser de los nuestros’. El factor
catalítico clave en el inicio y desarrollo
del acoso es el resto de la organización”.
Y es que, añade el propio Buendía (pág.
13), “hay que tener en cuenta que el hostigador llega tan lejos como le permita su
empresa, y que hay empresas que reúnen
todas las condiciones para que surja y se
desarrolle el mobbing”, como es el caso de
la Universidad. En efecto, en el ámbito
universitario, el sistema de promoción
competitiva (acreditaciones, habilitaciones, sexenios, etc.) no hace sino contribuir
a la facilitación y fomento del acoso psicológico en el trabajo.
de culpabilidad, que el acosador siente por
no poseer atributos que él estima ideales.
Según Adler, los defectos físicos, intelectuales o emocionales generan un sentimiento de inferioridad que la persona
intenta compensar superando esas carencias mediante el desarrollo de un complejo
de superioridad. El complejo de superioridad hace que el acosador viva en la ficción de la posesión de valores, atributos y
cualidades que en realidad no posee,
negándolos en los demás de manera
defensiva. Cuando surge en su entorno
una persona (la víctima) que sí posee en
verdad tales características, ello supone
para el acosador un verdadero choque con
la realidad. Su reacción ante esa dolorosa
realidad suele consistir en negar, eliminándola, la fuente de la disonancia, desarrollando el psicoterror contra la víctima.
El objetivo es hacer desaparecer a la víctima del horizonte psicológico del acosador,
porque sus capacidades suponen para éste
una desestabilización psicológica”.
4. PERFIL PSICOLÓGICO
DEL ACOSADOR
Por otra parte, ese complejo de inferioridad, e incluso ese resentimiento contra el
mundo, que caracteriza a tantos acosadores, les lleva a una continua carrera competitiva contra todos y a una necesidad
absoluta de demostrar que él está por encima de los demás (“dime de qué presumes
y te diré de qué careces”): necesita imperiosamente enemigos a los que vencer.
Ello, unido a su profundo narcisismo y a
su fuerte carácter paranoide, le lleva a una
permanente vivencia de sentirse traicionado profesional o personalmente por cuantos le rodean. No olvidemos que ya Leymann (1996a) insistía en que el comportamiento del acosador obedecía casi siempre
a un intento de esconder o disimular sus
propias carencias. El comportamiento del
acosador suele basarse en la necesidad de
controlar a los demás, a través de la seduc-
A pesar de que en este trabajo se ha
dicho que el mobbing no es causado por
síndrome de personalidad ninguno, sin
embargo sí resulta útil analizar los rasgos
de personalidad y las carencias psicoafectivas y emocionales del acosador que aunque, insisto en ello, no son la causa del
acoso, sí le dan un tinte especial, de forma
que su examen podrá permitirnos, por una
parte, entender mejor el fenómeno, y, por
otra, poderle detectar más fácilmente, pues
suele ser habitual encontrarse acosadores
con un síndrome de personalidad homogéneamente similar en todas las situaciones
de acoso. Por decirlo con palabras del
citado Piñuel (2002, págs. 121-122): “El
sentimiento de inferioridad opera en forma
110
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
A. Ovejero Bernal
ción cuando puede, o a través de la manipulación cuando no funciona la seducción,
y, finalmente, mediante la compra de las
voluntades por los más diversos medios.
Cuando nada de ello funciona, acude al
acoso psicológico, para lo que de mil
maneras buscará aliados y cómplices, que
constituirán el grupo acosador. “Un hecho
abundantemente descrito por muchos
especialistas es la capacidad de seducción
que presentan los acosadores y que emplean
en buena parte de sus estrategias y maquinaciones. El encanto que producen en
muchas personas contrasta con la crueldad
con que maltratan a sus víctimas. Además,
la seducción, que suele acompañarse de la
compra de las personas mediante prebendas, puestos o favores, sirve al propósito
de manipular a los demás mediante la
simulación o la gratificación. Al tener a
muchas personas atrapadas bajo el manto
de la seducción, la probabilidad de respuesta de la víctima es menor. ¿Quién
puede creer que una persona tan adorable
y encantadora sea un acosador en serie”
(Piñuel, 2002, pág. 150). Porque no olvidemos que es tal la necesidad que los acosadores tienen de destruir a sus víctimas,
que si se escarba un poco se comprueba
fácilmente que en el pasado han destrozado ya a otras. Podríamos decir que se trata
de “asesinos psicológicos en serie”, lo que
se ve facilitado por el hecho de que una de
sus más definitorias características estriba
en su incapacidad para sentir remordimientos, arrepentimiento, culpabilidad o,
sencillamente, de sentirse responsables del
daño que están causando o causaron en el
pasado a otros. Estamos ante unos individuos absolutamente amorales, solos y sin
amigos: solamente tienen o enemigos o
súbditos o aliados. Ahora bien, no olvidemos que el acosador no es un producto de
sus rasgos de personalidad ni de una
infancia problemática, sino más bien lo es
de la cultura social y empresarial predominante hoy día en nuestra sociedad. Por
ello, al menos a mi juicio, no resulta aquí
aconsejable un enfoque psicopatológico
del acosador, sino, más bien, una psicología social del mobbing, pues para que se
dé el proceso de acoso psicológico en el
trabajo ha de haber una complicidad activa o pasiva por parte del grupo en el que
se ha gestado así como, tal vez más aún,
por parte de la organización laboral en su
conjunto.
5. PSICOLOGÍA SOCIAL
DEL MOBBING
Una vez explicado el mobbing y lo que
significa, lo más importante es examinar
cómo pueden prevenirse las consecuencias
tan dramáticas que tiene (estrés, ansiedad,
insomnio, enfermedades psicosomáticas,
depresión y, en ocasiones, incluso suicidio). Pero para entender cabalmente esto,
nos puede ser de gran ayuda analizar lo
que podríamos llamar psicología social
del “mobbing” pues, como hemos dicho,
es la estructura de la organización la que
facilita este fenómeno y es el grupo el que
lo lleva a cabo, a menudo al servicio de
los intereses patológicos del acosador. Sin
esas características del grupo, el acosador
no sería sino uno de tantos seres frustrados
y acomplejados, cobardes, envidiosos,
resentidos, narcisistas y paranoicos, que o
bien vivirían aislados y amargados o bien
intentarían imponer sus carencias psicológicas y emocionales por otras vías, generalmente violentas y antidemocráticas,
pero a veces incluso constructivas y, en
ocasiones, hasta creativas. Sin embargo el
mobbing desaparecería. Y en todo ello el
acosado se volatizaría, pues el llamado
“síndrome del acosado” y sus rasgos
supuestamente patológicos no son sino la
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
111
El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva psicosocial
natural consecuencia del propio proceso
de acoso. Ante tal proceso, probablemente
cualquiera de nosotros desarrollaría esos
mismos “rasgos de personalidad”, que no
son sino meras reacciones a la situación
ambiental concreta de acoso.
De lo que acabamos de decir se deduce
que aunque la intervención en este campo
debe ser multidisciplinar y tanto la medicina como la psicología clínica deben
intervenir en la curación de los síntomas,
es la psicología social la que más puede
hacer para prevenir esta plaga laboral, ya
que son muchas las teorías y muchos los
datos existentes en esta disciplina que nos
ayudan, por una parte, a entender este
fenómeno y, por otra, a intentar ponerle
remedio y prevenirlo. Así, conocido es
que ante todo somos seres sociales que
necesitamos continuamente para todo el
apoyo de los demás. Sin ese apoyo, con
frecuencia sentimos que no somos nada,
que se nos hunde la tierra bajo nuestros
pies. Por eso, la principal estrategia del
acosador, secundado con frecuencia por
un grupo activo de personas que por unas
u otras razones (mera imitación, holgazanería social, intentos de agradar al jefe o
hacer méritos ante él, no parecer diferente,
quedarse con el puesto de la víctima, etc.)
acompaña al acosador en sus ataques a la
víctima, y por un grupo silencioso y
aquiescente que, a veces por ignorancia y
casi siempre por comodidad y por no ser
el primero en actuar, dejan hacer y permiten que se linche cruel e impunemente a
alguien que no sólo no les ha hecho nada a
ellos, sino que su único delito ha sido
ponerse en el camino de las ambiciones
del acosador o, más frecuentemente aún,
provocar en él reacciones claramente patológicas. En este sentido, pueden sernos de
gran utilidad los experimentos de los psicólogos sociales Darley y Latané (1968),
112
en los que estos autores muestran cuáles
son los factores psicosociales que llevan a
un elevado número de personas a no
actuar en absoluto cuando contemplan una
situación de emergencia como puede ser
una persona ahogándose en una piscina o
una mujer siendo violada y hasta asesinada, factores entre los que podríamos destacar la difusión de la responsabilidad y la
conducta de imitación.
Más grave aún, y más favorecedor del
acoso en el trabajo, es el comportamiento
de los miembros del primer grupo mencionado, más o menos conscientes de su
complicidad, que no sólo no hacen nada
por impedir el linchamiento de una persona inocente, sino que contribuyen activamente al linchamiento, tirando ellos mismos las peores piedras (burlas, extender
calumnias e infundios, hacerles el vacío
social, etc.). Los procesos propios de la
expansión del rumor hacen el resto (véase
Ovejero, 1997, Cap. 11). Es más, en
muchos miembros de este grupo funcionan perfectamente los factores de obediencia a la autoridad estudiados por Milgram
(1981) en los que dos tercios de sus sujetos, personas perfectamente normales y
sin ninguna patología psicológica especial,
eran capaces de administrar descargas
eléctricas de hasta 450 voltios a una persona inocente que nada les había hecho
(véase Ovejero, 1998, Cap. 10). Ese porcentaje del 65% subía a más del 90%
cuando el castigo que tenían que administrar a sus víctimas no era físico sino psicológico (Meeus y Raaijmakers, 1986),
como, por otra parte, suele ocurrir en los
casos de acoso laboral, donde, por definición, los ataques no son físicos. Y es que
ésa es otra variable que facilita el
mobbing: el que el sufrimiento de la víctima no sea físico sino psicológico y, por
tanto, más sutil. Dado el rechazo generali-
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
A. Ovejero Bernal
zado en nuestra actual sociedad hacia la
violencia física, el acosador, que es cobarde, cínico y amoral, realiza contra el acosado aquellas acciones violentas que
menos rechazo social provocan, que sean
menos perceptibles y, en todo caso, con
las que pueda rehuir la responsabilidad
penal. Por otra parte, es también el
maquiavelismo, la cobardía y el cinismo
del acosador lo que le lleva a utilizar el
grupo para sus ataques al acosado, y a
escudarse en él para que así, en caso de
ser descubierto, su responsabilidad quede
difuminada. No olvidemos que son numerosos los estudios de psicología social que
muestran claramente que es la difusión de
la responsabilidad una de las más importantes variables que ayudan a explicar
ciertas conductas humanas, en principio
inexplicables (Milgram, 1981; Zimbardo y
cols., 1986; etc.).
Para entender plenamente el fenómeno
del acoso psicológico en el trabajo, tampoco deberíamos olvidar, dentro de esta
importancia crucial del grupo, la llamada
ideología de la sumisión (Beauvois y
Joule, 1981, 1996): acudiendo a un clásico
principio marxista, según el cual no es
nuestra ideología la que nos lleva a comportarnos de una u otra manera, sino, más
bien, es nuestra conducta la que hace que
nos formemos una u otra ideología, estos
autores concluyen que en la vida cotidiana, sobre todo en el campo laboral, nos
vemos obligados a realizar frecuentemente
conductas de sumisión, que, por consiguiente, van construyendo en nosotros una
ideología según la cual es necesario someterse a la autoridad o a los jefes del grupo.
El acosador, a menudo, se vale también de
esto.
Por último, podríamos aplicar aquí
otras muchas teorías de la psicología
social (pensamiento de grupo, estereotipos y prejuicios, polarización grupal, teoría del etiquetado, etc.), entre las que
habría que destacar la teoría de la atribución (véase Ovejero, 1998, Cap. 2), dado
que las atribuciones causales son un elemento fundamental en este campo. Y lo
son al menos en estas dos direcciones.
Por una parte, del tipo de atribuciones
causales que haga el acosado de su situación y de sus sentimientos, dependerá en
gran medida tanto su capacidad de resistencia a los ataques de acoso como la
mayor o menor gravedad de las consecuencias de esos ataques. Así, no es lo
mismo que la víctima interprete la situación de una forma realista como siendo
causada por una persona injusta y envidiosa, a que la interprete culpabilizándose a sí misma de lo que le pasa, cosa
harto frecuente en los casos de mobbing,
lo que lleva a menudo a los acosados a
una situación de indefensión aprendida
(Seligman, 1975; Seligman y Maier,
1967). Por otra parte, también suele ser
frecuente que en las situaciones de mobbing la mayoría de los compañeros del
acosado atribuyan la situación en que
éste se encuentra así como sus reacciones
a la misma a variables internas o de personalidad (“es que fulanito es un paranoico”, “es que está deprimido”, “es que
tiene problemas con su pareja”, etc.).
Como vemos, estas explicación de lo que
sucede, que se conoce como “error fundamental de atribución” (Ross, 1977;
Ross y Nisbett, 1991), ayuda mucho al
acosador en la consecución de sus fines,
pues con la psicologización de la situación, las agresiones del acosador y del
grupo que le secunda quedan totalmente
ocultas. Por consiguiente, lo mejor que
debería hacer la víctima del acoso es
identificar lo antes posible lo que realmente le sucede, es decir, percibirlo
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
113
El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva psicosocial
cuanto antes como lo que es, una consecuencia de un caso de mobbing y, por
consiguiente, hacer las atribuciones causales correctas derivadas de ello.
6. ALGUNAS PROPUESTAS
DE PREVENCIÓN DEL MOBBING
Y DE AMINORACIÓN DE SUS
CONSECUENCIAS
Llegados a este punto, no debería extrañarnos el hecho de que el mobbing no
dañe sólo a la persona acosada, sino que
“las consecuencias del acoso psicológico
en el trabajo afectan en primer lugar al
acosado o a la víctima, porque es quien
sufre más directamente ese calvario de
humillaciones y ataques a su dignidad de
forma sistemática y reiterativa, lo cual le
lleva a cuestionarse su propia estima personal y profesional, así como a estados
psicosomáticos graves que, de forma progresiva, pueden conducirle a estados crónicos depresivos e, incluso, al suicidio.
Pero, en segundo lugar, también afecta al
entorno familiar, que se verá profundamente alterado al no comprender nada de
lo que ocurre pero sí constatar la progresiva transformación de ese miembro de la
familia a quien difícilmente se le puede
ayudar porque ni él mismo sabe comunicar de forma clara lo que le está sucediendo. Esta situación en la medida que se prolonga en el tiempo se hace más difícil de
soportar por los restantes miembros de la
familia. También, en tercer lugar, afecta a
la propia empresa, que se verá afectada
por el bajo grado de desempeño de esa
persona, por su absentismo justificado
mediante bajas por enfermedad, por el mal
clima laboral que se crea, por su propia
imagen que, obviamente, se verá deteriorada. Y, finalmente, afectará a la sociedad
en su conjunto, tanto desde el punto de
vista humano como económico, en cuyo
caso deberá asumir todos los gastos generados por esa persona desde el punto de
vista médico, hospitalario, subsidio de
paro, pensión, etc.” (Rodríguez Fernández, en prensa, págs. 4-5).
Como hemos dicho, lo que pretende el
acosador es aislar física, psicológica y
socialmente a su víctima, de tal forma que
el estrés del acosado aumenta más cuanto
más carezca de apoyos sociales (compañeros, familia, etc.). De hecho, es bien conocido que los efectos del estrés, en cualquier situación en que se dé éste, se mitigan si se cuenta con suficiente apoyo
social (véase Ovejero, 1990; Peiró y Salvador, 1993; Gil Monte y Peiró, 1997). De
ahí que el mero hecho de acercarnos a la
víctima y manifestarle nuestro apoyo suele
suponer una enorme mejora en sus síntomas de estrés, pues “detrás de una actitud
aparentemente resuelta y decidida, prepotente y fanfarrona, se oculta en realidad
una personalidad miedosa, acobardada y
acomplejada, llena de sentimientos de
inadecuación y víctima de los complejos
de inferioridad. Por ello, la confrontación
con el acosador, especialmente si es confrontado por varios (de ahí la importancia
de la solidaridad con la víctima), le hace
habitualmente retroceder. Un sindicato
británico de enfermeras ha establecido
entre sus prácticas anti-mobbing la
siguiente recomendación, cuyos efectos
han resultado casi milagrosos: cuando una
enfermera es objeto de maltrato (mote,
insulto, ridiculización, etc.) por parte de
algún facultativo, el resto de las enfermeras presentes rodean inmediatamente de
manera física al agresor y le comunican
que su comportamiento es inaceptable en
el seno de las relaciones de colaboración
que se requieren en el medio hospitalario.
Le exigen una disculpa explícita a la víctima y la advierten que, de no disculparse y
asegurar que no volverá a producirse un
114
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
A. Ovejero Bernal
comportamiento semejante, ninguna
enfermera de esa sección ni de otras secciones aceptará trabajar con él en ningún
caso. La adopción de esta sencilla medida
ha hecho desaparecer casi por completo el
acoso laboral dentro de los hospitales en
que se practica. En todos los casos, el acosador se retracta y tiene buen cuidado de
no volver a intentarlo” (Piñuel (2002, pág.
149).
Y en cuanto al acosado, sus reacciones
más frecuentes ante los ataques del acosador suelen ser o bien reaccionar agresiva y
violentamrente contra el acosador, o bien,
lo que suele ser más frecuente, interiorizar
y aceptar las acusaciones de que es objeto,
desplegando una especie de síndrome de
Estocolmo, que es justamente lo peor que
puede hacer el acosado, pues “achicarse”
ante el acosador y desplegar una serie de
conductas (inseguridad, nerviosismo, timidez, miedo, etc.) ayudan al agresor, puesto
que, dada su cobardía, se ensañará más
con su víctima al verla indefensa, desprotegida y con pocas probabilidades de que
le plante cara, además de que ello aumenta
la estigmatización y el aislamiento por
parte de sus compañeros. Cuando se llega
a ese punto es que el acosador ya ha conseguido su objetivo, al menos parcialmente. En todo caso, las dos reacciones sólo
benefician al acosador, pues ambas le llevan a éste a afirmar que él tenía razón, en
el segundo caso porque la misma víctima
lo reconoce y en el primero porque el acosador aprovechará esa reacción agresiva
como un elemento más de su campaña de
difamación del acosado y de destrucción
de la imagen pública de éste. Lo mejor
que puede hacer el acosado es ser consciente de que es víctima de un proceso de
acoso injusto e injustificado, e identificar
abierta y explícitamente al agresor como
acosador, lo que, además, facilitará el que
se enfrente al proceso de acoso psicológico en sí. Y es que “la categorización y la
terminología apropiada ofrecen una nueva
visión del mobbing. Las afirmaciones procedentes de un entorno hostil, que pretendían presentar el resultado como una
causa, ya no resisten ningún análisis. Esta
es, quizá, la ayuda más importante que
nuestras investigaciones han aportado a
las víctimas” (Leymann, 1996b, pág. 18).
Por tanto, detectar a tiempo que está siendo víctima de un caso de mobbing supone
la más temprana victoria que la víctima.
Por último, quisiera añadir algunas
medidas útiles para hacer frente, a nivel
individual, a los intentos de acoso en el
trabajo, bien entendido, no obstante, que
la prevención debe ser ante todo grupal y
organizacional: si queremos ser eficaces
en este terreno, es el contexto el que debe
ser modificado y no los individuos. Así,
las medidas personales que propone Leymann (1996b) para prevenir el acoso
podemos resumirlas en tres: 1) Medidas
de orden físico: alimentarse bien y con
una dieta equilibrada, descansar y dormir
al menos lo suficiente y de forma reparadora, y mantenerse en una buena forma
física, ya que el ejercicio físico ayuda en
gran medida a combatir el estrés; 2) Medidas de mantenimiento de una alta y positiva autoestima y una suficiente y adecuada
confianza en uno mismo; y c) Medidas de
orden psicosocial, dirigidas principalmente a la defensa de una positiva y suficiente
red de apoyo social. No olvidemos que lo
que pretende al acosador –y lo que siempre consigue el psicoterror cuando es eficaz- es especialmente destruir la integridad psicofísica del acosado y terminar con
su red de apoyo social, aislándole totalmente de su entorno: cuando consigue
esto, ya le tiene a su merced. Por tanto, tal
vez la mejor forma de prevenir el mobbing
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
115
El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva psicosocial
es la posesión de una buena red de apoyo
social dentro de la familia y dentro del
grupo de amigos y compañeros (véase
Putnam, 2002, 2003). Pero sin olvidar que
-quiero insistir en ello- la mejor forma de
prevenir el acoso psicológico en el trabajo
y terminar con esta terrible plaga para el
actual mundo laboral, consiste justamente
en instalar dentro de las empresas modos
de convivencia auténticamente democráticos y participativos. Mientras eso no ocurra y mientras sigamos dejando la defensa
de los acosados a ellos mismos, el mobbing seguirá arrasando y sus efectos continuarán siendo realmente devastadores.
Por consiguiente, las medidas concretas
de tipo individual encaminadas a combatir
esta auténtica plaga no hará sino “poner
paños calientes” que sin duda aliviarán el
mal pero que no podrán terminar con él.
Lo que realmente necesitamos es una
solución integral. Más en concreto,
“hemos de introducir elementos de razón
en el sistema organizativo, desde el cual
se posibilite el cambio y se potencie una
nueva cultura basada en la cooperación, en
la solidaridad y en la emancipación, que
nos permita recuperar al ser humano en su
esencia e individualidad y esto debe traducirse en incrementar sus conocimientos,
posibilitar su promoción, contribuir a su
integración y propiciar la seguridad en el
empleo; en otros términos, invertir en el
trabajador de un modo integral. Eso fortalece el futuro de la organización, su credibilidad, al tiempo que pone de manifiesto
su capacidad de asumir que las personas
son su principal soporte” (Rodríguez Fernández, en prensa, pág. 7). Ahora bien,
estas palabras de Rodríguez Fernández,
que comparto plenamente, quedarían en
un mero discurso idealista si no llevamos
a cabo, colectivamente, las prácticas
sociales que hagan posible lo que ese dis116
curso dice, unas prácticas sociales que por
fuerza tendrán que ver con la resistencia
activa a la implementación del actual capitalismo ultraliberal y de sus principales y
dañinos valores en nuestras sociedades y
en nuestras vidas (véase Ovejero, 2004;
Castells, 2000, 2001a, 2001b).
7. CONCLUSIÓN
Si el fenómeno del mobbing es algo
realmente tan serio y tan preocupante, y
sus consecuencias tan graves y tan dramáticas como aquí se ha dicho, entonces
todos deberíamos contribuir, tanto a nivel
personal como a nivel grupal y a nivel institucional, a que el rechazo cultural sea tan
general como el que ya existe hacia el
maltrato a los niños o hacia la esclavitud.
Como hemos podido constatar en las páginas anteriores, y como subraya el profesor
Leymann (1996a), “en los países occidentales altamente industrializados, el lugar
de trabajo es el último reducto de los
‘campos de batalla’ donde la gente puede
‘aniquilarse’ mutuamente sin correr riesgo
de penalización”. Y si en las organizaciones no se ataca suficientemente este problema es sencillamente porque no se quiere hacerlo. Por el contrario, a veces existen intereses en la propia empresa para
legitimarlo, bien de un modo activo o bien
de una forma pasiva, por parte de la jerarquía de la organización, lo que nos lleva a
plantearnos el papel que desempeña ésta
como escenario fundamental donde se origina y se desarrolla este fenómeno. Es una
cuestión de poder y de control, que, a la
postre, es el principal problema de las
organizaciones humanas (partidos políticos, organizaciones religiosas, empresas,
universidades, etc.). Por consiguiente, a
partir de lo argumentado en páginas anteriores, parece evidente poder concluir que
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
A. Ovejero Bernal
el acoso psicológico en el trabajo debe ser
considerado, analizado y comprendido
dentro del tipo de interacciones humanas
instaladas en un sistema social reforzador
y legitimador de ese tipo de relación. Por
ello, y en línea con la tesis fundamental
defendida en este artículo (que el acoso
laboral es más cosa de la organización
que de las personas implicadas), aunque
los efectos del mobbing son observados en
las personas, especialmente en las acosadas, difícilmente podría llevarse a cabo
una prevención eficaz si reducimos nuestro análisis a meras relaciones de conflicto
entre acosador y acosado, puesto que sus
efectos y su visibilidad van a ser tan variadas y heterogéneas como sean las personas afectadas y las circunstancias del contexto en el que se desarrollen esas acciones.
Por otra parte, y en línea con la segunda tesis que aquí se ha defendido (que la
actual sociedad está facilitando y potenciando el acoso laboral más que en épocas anteriores), habría que subrayar que,
aunque el mobbing no es en absoluto algo
nuevo, sí es verdad que en nuestra época
está alcanzando unas cotas y una gravedad
antes nunca conocidas. Algunos rasgos de
nuestra sociedad actual lo facilitan y hasta
lo promueven:
1) En la actual sociedad postmoderna
existe una generalizada repugnancia por la
violencia física así como una gran oposición hacia ella por parte de la opinión
pública. En consecuencia, las personas
que sufren ciertas patologías, como es el
caso de los acosadores, utilizan dentro de
las organizaciones violencia psicológica,
pues, como mostraron en la Universidad
de Utrecht los psicólogos Meeus y Raaijmakers (1986), hay menos resistencia
hacia ella.
2) En las democracias occidentales
están muy bien tipificados los delitos por
violencia física y el matonismo físico es
severamente castigado, lo que hace que el
acosador se convierta en un feroz matón
psicológico, puesto que la tipificación
penal de la violencia psicológica es aún
muy endeble y, por tanto, más difícil de
demostrar el acoso psicológico.
3) A medida que las personas –y, en
este caso, los trabajadores de cualquier
organización- poseen mayor nivel profesional y cultural, más se sofistican, siendo
menos probable que acudan a la violencia
física y más a la psicológica.
4) Y, sobre todo, la actual sociedad se
caracteriza por un fuerte darwinismo
social, un profundo hedonismo y por un
feroz individualismo, lo que, como ya se
ha dicho, facilita la estrategia del acosador.
En suma, como se ha pretendido argumentar aquí, el acoso psicológico en el trabajo no es cosa de personalidades patológicas, sino, más bien, de cultura y estructura
organizacionales así como de psicología de
grupo, de tal forma que la mejor profilaxis
para evitar esta auténtica y perniciosa
plaga estriba en que en las organizaciones
laborales, y en los grupos psicosociales
dentro de ella, entren plenamente unos
usos realmente democráticos. Es más, difícilmente puede hablarse de países democráticos si aún no ha penetrado la democracia en sus organizaciones, especialmente
en aquéllas en que se socializan los ciudadanos: la familia, la escuela y la empresa.
Porque la democracia debe ser mucho más
que elegir a los gobernantes cada cuatro
años. Por ello no es raro que, a medida que
el neoliberalismo está reduciendo los derechos laborales, sembrando el miedo y el
Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones, 2006, vol. 22 n.º 1
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El mobbing o acoso psicológico en el trabajo: Una perspectiva psicosocial
sufrimiento cotidiano (Boltanski y Chiparello, 2002; Emmanuel, 2002) y en definitiva, socavando la democracia en las
empresas, estén incrementándose considerablemente las tasas de acoso laboral, es
decir, “que el acoso moral se ramifica a lo
largo y ancho del mundo como hijo de una
superestructura cultural emanada del
nuevo capitalismo, que no atiende a los
orígenes e historia propios de cada país.
Una nueva cultura que se propaga como
caldo de cultivo de la dictadura de los mercados con los ingredientes del miedo, la
exclusión, el sufrimiento, la resignación y
la banalización de la injusticia social y del
mal” (Blanco, 2003, pág. 74).
Por último, antes de terminar sería de
cierta utilidad hacer dos últimas puntualizaciones. En primer lugar, que de este trabajo puede deducirse fácilmente que el
mobbing es, antes que nada, un fenómeno
psicosocial, por lo que más que “acoso
moral” o “acoso psicológico”, a este fenómeno habría que denominarle acoso psicosocial en el trabajo. Y en segundo
lugar, sería conveniente dejar constancia
de la relevancia e incidencia que el acoso
psicosocial en el trabajo tiene en un gran
número de campos en el ámbito laboral
como son el clima organizacional, que
empeora sustancialmente; el desarrollo de
carrera, que a muchos les queda repentinamente cercenada; el desempleo al que
llegan algunos por culpa del mobbing; o la
satisfacción laboral, que se ve muy reducida, y no sólo la de los trabajadores acosados, sino también la de otros muchos
que comienzan a sentirse amenazados.
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