Modelos de Iglesia y Mons. Enrique Angelelli José Guillermo Mariani (Pbro.) Párroco de Nuestra Señora del Valle "La Cripta" Córdoba, Argentina Enrique, como todos los de nuestra generación, se enfrentó al desafío de dar un salto entre dos modelos de Iglesia claramente contrapuestos. El elaborado por el Concilio de Trento (s.XVI) y el reelaborado por el Concilio Vaticano II (s.XX). Si bien no hay que atribuir exclusivamente a los documentos Conciliares de esas dos grandes Asambleas eclesiales, las características que fue adoptando la institución eclesial, ciertamente ellos son la fuente principal. Voy a referirme a estos modelos de Iglesia y a la trayectoria de Mons. Angelelli que resulta paradigmática para la transición de uno a otro modelo. Verticalismo vs.comunidad El Tridentino alumbró una Iglesia “disciplinada”, para lo cual remarcó la constitución jerárquica que, en un proceso de crecimiento verticalista, culminó con la proclamación del dogma de la infalibilidad pontificia en el Concilio Vaticano I (s.XIX). El Vaticano II, identificó a la Iglesia como el pueblo de Dios y a sus jerarquías como servidoras del pueblo, inclinando hacia una disminución del autoritarismo y una recuperación de la importancia de la comunidad y, consecuentemente, del papel del laicado. Como Obispo Auxiliar de Córdoba Mons. Angelelli convivió con el Arzobispo Castellano cuya visión era absolutamente tridentina. Su autoritarismo llegó a resultar tan molesto, que una gran parte del clero diocesano (170 sacerdotes) de los 250 que había entonces aproximadamente, firmó una nota a la Nunciatura pidiendo que interviniera para cambiar ese modo de conducción. Angelelli entendió nuestros reclamos y, al mismo tiempo que los hacía conocer al Arzobispo, nos confidenciaba su coincidencia con nuestros argumentos y criterios. Fue un proceso largo y doloroso. Se tocaba un punto crucial de un modelo enquistado. Finalmente se logró la renuncia de Mons. Castellano. Detrás de él, su entorno, no eligió al Obispo Auxiliar durante la “sede vacante”. Un modo de resistencia y sorda desaprobación. Cuando, desplazado a La Rioja, ya como Auxiliar del Nuevo Arzobispo Mons. Primatesta, despues de los acontecimientos de la huelga estudiantil en Cristo Obrero, Angelelli recibió a sacerdotes de distintas diócesis que buscaban un clima eclesial más evangélico, constituyó el primer Consejo presbiteral realmente participativo. Comenzaba la Iglesia comunitaria del Concilio con una de sus estructuras más importantes que, sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, no funciona actualmente en muchas diócesis. Aislamiento vs. Apertura Del Tridentino nació una Iglesia concentrada en sí misma, en actitud de defensa, preocupada por robustecer la cohesión interna en torno a reglas muy fijas y ajenas a todo lo que significaba mezclarse con el mundo y sus problemas, considerados elementos de corrupción. Había razones para ello. Muchas personas de altas jerarquías se habían visto envueltas en situaciones muy poco evangélicas, absorbidas por los ambientes de la nobleza y los poderosos. Esta actitud de cerrazón sostenía una condenación permanente de las ciencias positivas y sus conclusiones. Juan XXIII y el Concilio por él convocado, abrieron las ventanas al mundo. Quisieron que la Iglesia se enriqueciera con sus conquistas y su experiencia y adaptara el mensaje del Evangelio a las necesidades y anhelos de la sociedad real. Y de allí nació una Iglesia comprometida realmente con la sociedad. Con actitud positiva hacia los conocimientos científicos. Valorativa de las costumbres y las culturas. Siendo rector del Seminario de Loreto, Angelelli se atrevió a que los seminaristas mayores completaran su formación en parroquias especialmente escogidas, sacándolos del aislamiento total que se vivía en el Seminario. Tenía conciencia de que la misión de la Iglesia era ser sal y levadura, no al lado, sino adentro de los alimentos y la masa. Poder vs. Servicio Provocando una organización piramidal de sujeción en todos los órdenes, el Tridentino fomentó las alianzas con el poder y una vuelta al período clasificado como “cristiandad” que puede describirse como una organización monolítica de toda la sociedad en torno a la Iglesia. Estas alianzas tuvieron diversas formas y permitieron un proselitismo abundante aunque, por cierto, no a favor de la vigencia de los principios evangélicos sino de los intereses eclesiásticos. El Vaticano II retomó la línea del servicio desde la humildad como único medio de recuperar la libertad para predicar y vivir los principios evangélicos. Angelelli no admitió ninguna alianza con el poder, denunció los abusos de autoridad y desconoció las disposiciones que contrariaban los intereses y necesidades de los más postergados. Su lucha por las Cooperativas para la posesión del agua y la tierra que eran injustamente explotadas junto con los hombres y familias que las trabajaban, le valió agresivos rechazos de los terra y aqua tenientes. Culto vs. Compromiso humano Del Concilio tridentino nacieron disposiciones muy concretas para el restablecimiento del culto y, promoviendo un alejamiento de la Biblia que no podía leerse por el peligro de las interpretaciones individualistas o el “libre examen” propugnado por los “protestantes”, fomentó el alejamiento de un cristianismo injertado en la realidad y fomentó la multiplicación de devociones sin fin con las que el pueblo paulatinamente fue perdiendo el sentido de la centralidad de Cristo y su mensaje. De allí nace el concepto de que “cristiano práctico” es el que va a Misa todos los Domingos. El Concilio Vaticano II retornó a la noción del sacerdocio bautismal, de toda la Liturgia como culminación y fuente de la vida real, de la relativización de todo el culto de las imágenes, de la purificación de prácticas mágicas y supersticiosas, proponiendo para todo esto reformas y decisiones para llevar a cabo un cambio profundo. Angelelli, respetuoso de una tradición popular entroncada con la cultura aborigen, que había sido fomentada sin ningún límite y sólo cambiando personajes, pero con el mismo sentido de superstición y sobre todo de alienación, mantuvo las prácticas tradicionales. Pero se esforzó paciente y constantemente en enriquecerlas con un sentido liberador, como logró por ejemplo con las ceremonias del “tinkunaku” , encuentro de San Nicolás con el Niño Alcalde, o la convocatoria del “Cristo de la Peña”... Concilió la sencillez y profundidad de la religiosidad popular con la actitud de compromiso con los derechos y la dignidad de cada ser humano. Limosna vs. Promoción y justicia En la perspectiva del Concilio Tridentino tienen cabida, las obras de caridad, pero la concentración exclusiva en lo interno de la Iglesia, mantiene prácticamente al margen toda importancia que pueda concederse a los pobres y deshererados, como no sea la pobreza implicada en las Congregaciones religiosas por los votos de pobreza, castidad y obediencia, que abarcan ciertamente un ámbito muy particular, distinto del de la pobreza real. En el Concilio Vaticano II la preocupación por la Justicia muy destacada en la Constitución Gaudium et Spes y, sobre todo, la Encíclica Populorum Progressio con el Documento de los 18 Obispos del Tercer Mundo y las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, importaron una nueva actitud ante los pobres, pasando del concepto de caridad y limosna al de promoción humana, reivindicación de sus derechos y dignidad hasta llegar a la concepción de las Bienaventuranzas, que presentan a los pobres como dueños del Reino y desde quienes tiene que comenzar y crecer la construcción de una nueva sociedad. Angelelli, como Obispo, usó todo el peso de su figura para compartir y defender a los pobres. Impulsó a sus sacerdotes a comprometerse en esta misma tarea y los cuidó defendiéndolos de todos modos y denunciando con firmeza las persecuciones de que eran objeto. Le dolió en el alma la prisión y el asesinato de algunos y adivinó que ése sería también su destino final. Pero no retrocedió. Llegó hasta esa instancia rehusándose a dar un paso atrás en la defensa de la Justicia, de los derechos humanos y de la dignidad de los pobres. Su asesinato es, por eso, “martirio” con todas las letras. Mártir del amor y por eso mártir, testigo fiel y completo, de la fe cristiana. Desde luego que estas reflexiones, acotadas por el límite que hay que ponerse en un escrito destinado a comunicar lo esencial, puede ser completado con otros aspectos, atinentes al modelo de Iglesia y de pastor que encarnó el “Pelao”, como le decíamos familiarmente. Queda sin embargo claro que él es vanguardia de la Iglesia del Vaticano II, y que ha regado con el elemento más fecundo, su sangre, las semillas de evangelio que se sembraron desde esa magna Asamblea de la comunidad cristiana, convocada por Juan XXIII, la irrupción del Espíritu en la Iglesia.