JOSÉ ANTONIO PAGOLA LA CELEBRACIÓN DE LOS SACRAMENTOS EN LA ENFERMEDAD No se puede situar la celebración de los sacramentos de la enfermedad dentro de un marco teológico-pastoral apropiado sin remitirse a la sacramentalidad de lo corporal y, por consiguiente, de la propia enfermedad. Partiendo de ahí y sobre la base teológica de Cristo sacramento primordial y de la Iglesia sacramento de Cristo, José Antonio Pagola traza las líneas fundamentales de una pastoral de los enfermos más humana, más sana y más evangelizadora, sobre todo habida cuenta de que hoy ha de llevarse a cabo generalmente en el contexto secular de un centro hospitalario. En línea con esa sacramentalidad de lo corporal, Normand Bonneau parte en su artículo del nuevo ritual de la unción de los enfermos, para reflexionar sobre el SIDA. La pregunta que se formula es la siguiente: si la enfermedad es lugar de la revelación de Dios ¿qué dimensiones del misterio de Dios nos revela el SIDA? Para el autor, el nuevo ritual nos ayuda a descubrirlas. La celebración de los sacramentos en la enfermedad. Marco teológico-pastoral, Labor hospitalaria 5 (1993) 238-243 I. ESTRUCTURA SACRAMENTAL DEL SER HUMANO El hombre, ser sacramental El hombre es una realidad íntima, misteriosa, que se manifiesta a través del cuerpo. El cuerpo es medio de expresión del hombre: le permite hacerse presente a los demás. La mirada, el gesto, la sonrisa, el beso, las manos, el rostro, el cuerpo entero es signo de la persona. Gracias al cuerpo podemos estar ahí, ante los demás. El cuerpo es también medio de acción del hombre. El hombre se va haciendo a través del cuerpo. Esa interioridad invisible del ser humano que llamamos espíritu se realiza eficazmente y se desarrolla por medio del cuerpo. Pensemos en el trabajo, la lucha, el amor, el juego, la oración, etc. El cuerpo es finalmente medio de comunión y encuentro del hombre con los demás. La amistad, el matrimonio, el diálogo, la solidaridad, la convivencia social sólo son posibles a través del cuerpo. Podemos, pues, decir que el hombre es un ser sacramental: una interioridad invisible que se expresa y se realiza eficazmente en una corporalidad visible; un ser que vive y se encuentra con los demás de manera sacramental, a través de gestos y signos. En esta naturaleza sacramental del ser humano se enraiza la vivencia cristiana de los sacramentos. JOSÉ ANTONIO PAGOLA La necesidad de sacramentalizar Hay, pues, en el ser humano una necesidad de sacramentalizar la vida. Y cuanto más profundamente vive él su vida y su relación con el entorno más hondamente siente esa necesidad de sacramentalizar su existencia. ¿Qué significa sacramentalizar la vida? Según la antropología, el hombre puede estar presente en el mundo de tres maneras. En un primer nivel, el hombre se asoma al mundo y se siente extraño: se asombra, teme, adora, contempla. Es la actitud del hombre primitivo, del niño y de cualquier hombre que se enfrenta a algo desconocido que lo desborda. En un segundo nivel el hombre va dominando las cosas y los fenómenos. Los analiza, domestica y organiza. Es el homo faber, que desarrolla la tecno-ciencia y, con su trabajo, va dominando el mundo, poniéndolo a su servicio. Junto a la primera actitud contemplativa y a esta postura utilitaria, existe un tercer nivel, pues el hombre tiende a darles a las cosas y a los hechos un valor simbólico. De objetos para ser contemplados o utilizados, las cosas se convierten en símbolos portadores de un mensaje o una vivencia. El hombre puede sacramentalizar algunas cosas: no todas las cocinas evocan lo que aquella cocina chiquita, pero entrañable, de la casa en que uno nació; y lo mismo la silla en que se sentaba la abuela o el bastón que conserva todavía las huellas del abuelo. El hombre sacramentaliza también algunos hechos: no todas las copas son como la que se bebe para celebrar el reencuentro con el amigo. El hombre sacramentaliza algunas fechas: no es un día cualquiera el aniversario de la boda o el cumpleaños. Y el hombre sacramentaliza también a las personas: la madre, el esposo o la esposa, el amigo o la amiga del alma. El hombre va cargando así de valor simbólico el mundo en que vive. Todas esas cosas, hechos, fechas y personas vienen a ser sacramentos que expresan la vida del ser humano. Y si se le despoja de ese mundo simbólico, el hombre queda radicalmente empobrecido. Dimensión sacramental de la enfermedad La enfermedad dota al hombre de una mayor sensibilidad, si cabe, para lo simbólico. Ese cuerpo maltrecho sigue siendo para el enfermo el gran medio de expresión y de encuentro con los demás. A través de su mirada, su rostro marcado por el dolor, su respiración entrecortada o su sonrisa, el enfermo se comunica con los que le rodean. Justamente por hallarse en una "situación- límite", los gestos de la persona enferma pueden adquirir una fuerza expresiva particular. Está viviendo experiencias acaso únicas en su vida (desamparo, miedo, inseguridad, proximidad del fin...). Y su cuerpo está debilitado. Por esto los gestos más insignificantes, las miradas o los movimientos más imperceptibles pueden adquirir una densidad sacramental y una fuerza expresiva todavía mayores. También el enfermo vive su propio mundo simbólico-sacramental de cosas, hechos y personas: el ramo de flores de la persona amiga, la foto de los seres queridos, la sonrisa de la enfermera, la mano fuerte del médico, la sombra de la esposa o del esposo velando durante la noche junto al lecho. Más aún, la experiencia dolorosa de la enfermedad, la necesidad de pasar largas horas en silencio y en la inactividad, puede hacer crecer en el JOSÉ ANTONIO PAGOLA enfermo/a su capacidad de ir cargando de significado profundo las acciones y gestos de las personas que lo rodean. Todo puede ser signo de amistad y apoyo, pero también de indiferencia y rechazo. En este mundo simbólico-sacramental deberá integrarse la celebración cristiana de los sacramentos. II. JESUCRISTO, SACRAMENTO DEL ENCUENTRO CON DIOS Cuando Dios ha querido descubrir a los hombres su amor y entablar con ellos lazos de amistad definitiva, ha hecho un gran gesto: se ha encarnado en Jesús. Él es para nosotros el sacramento del encuentro con Dios. Cristo, sacramento de la acción salvadora de Dios con los hombres Jesús con su vida, sus gestos salvadores, su entrega hasta la muerte y su resurrección es el sacramento primordial, en el que se nos hace presente de manera visible la salvación que Dios ofrece a los hombres. (Véase Tt 3,4). El cuerpo de Jesús es el gran medio de expresión de Dios. Los gestos de Jesús, sus palabras, su acercamiento sanador a los enfermos, su entrega hasta la muerte, toda su existencia corporal hace presente de manera eficaz el misterio de Dios salvador que sale al encuentro de los hombres. El cuerpo de Jesús es también el medio de acción de Dios. Es Dios mismo el que actúa, trabaja, perdona, sana, ama y reconstruye a las personas a través de la corporalidad. El cuerpo de Jesús es además el medio de comunión con los hombres. Gracias a la corporalidad de Jesús, Dios está ahí, haciéndole presente en la vida, los problemas, trabajos y penalidades del ser humano. En Cristo se hace, pues, presente y se manifiesta de manera visib le, históricamente captable, la gracia salvadora de Dios. Encontrarse con Jesús es encontrarse con Dios de manera sacramental. Toda la actuación de Jesús y todos sus gestos están orientados a promover vida y salud integral. La salvación de Dios que Jesús ofrece es siempre acción sanadora, recuperación de vida, crecimiento de la persona, victoria sobre las fuerzas del mal, fortalecimiento de la esperanza. Este rango sanante es lo que mejor caracteriza toda la actuación de Jesús (véase Mt 11,2). Jesús es el sacramento sanante, que trae la salvación de Dios en forma de salud y que revela a Dios como signo de la vida y sanador del ser humano. Cristo, sacramento de la respuesta del hombre a Dios En Jesús se sacramentaliza, pues, el amor de Dios a los hombres (mo vimiento descendente). Pero Jesús es también sacramentalización definitiva del amor del hombre a Dios (movimiento ascendente). Es la sacramentalización de la gracia salvadora de Dios, pero también la realización suprema de la respuesta del hombre a Dios. JOSÉ ANTONIO PAGOLA Podemos, pues, decir que en Cristo se realiza de una manera sacramental el encuentro entre Dios y el hombre, pues en él se sacramentaliza la gracia que Dios ofrece al hombre y la respuesta del hombre que acoge a Dios. Cristo es el sacramento de la gracia sanadora de Dios. Pero, al "asumir nuestras flaquezas y cargar con nuestras enfermedades" (Mt 8,17) representa también la respuesta fiel del hombre crucificado a Dios. III. LA IGLESIA, SACRAMENTO DE JESUCRISTO Por la resurrección, Jesucristo desaparece del horizonte visible de nuestra vida actual. No podemos encontrarnos directamente con el cuerpo de Jesús, sacramento del encuentro con Dios. Pero no por eso se pierde la dimensión sacramental de ese encuentro. Estructura sacramental de la Iglesia Respetando la estructura sacramental del hombre, continúa Dios también ahora ofreciendo su salvación de manera sacramental. El Espíritu del Resucitado suscita la Iglesia como prolongación histórica de Jesús. La Iglesia es ahora la comunidad que le da cuerpo a Cristo resucitado, la que hoy visibiliza y sacramentaliza la acción de Dios. La Iglesia es una comunidad-signo, comunidad sacramental, encarnación visible, histórica, de la acción salvadora del Resucitado. La Iglesia es sacramento de Cristo en la medida en que encarna y hace presente la acción salvadora de Cristo. Desde esta perspectiva todo puede tener en la Iglesia una dimensión sacramental: las personas con sus distintos carismas; los gestos, las palabras, el anuncio del Evangelio, el amor a los pobres, el acompañamiento a los enfermos; las cosas, los objetos sagrados, la asamblea, las fiestas, los encuentros, todos los signos que evocan y hacen presente a Cristo en medio de nosotros. Una Iglesia que quiera ser sacramento de Cristo no puede, naturalmente, olvidar el acercamiento sanador de Jesús al mundo enfermo y desvalido. Una Iglesia que olvide su misión sanadora, que no se sienta enviada a los enfermos ni ejerza con ellos su acción evangelizadora no será sacramento de Cristo, sino de manera deficiente y parcial. La Iglesia, sacramento del encuentro con Dios en Jesucristo Si la Iglesia es sacramento de Cristo, de ella hemos de decir lo que decíamos de Cristo. En ella se hace presente de manera visible, el perdón, el ofrecimiento de salvación, la gracia, el amor de Cristo a la humanidad. Pero al mismo tiempo la Iglesia es manifestación visible de la respuesta de Cristo al Padre y, por tanto, comunidad de acción de gracias y entrega al Padre y de servicio a los hombres. JOSÉ ANTONIO PAGOLA IV. LOS SACRAMENTOS Si todo en la Iglesia puede tener un carácter sacramental, en determinadas acciones ese carácter sacramental adquiere una densidad particular. Hasta el siglo XII la palabra sacramento se aplica a muchos gestos y acciones eclesiales. A partir de entonces se produce una inflexión que acaba por delimitar en siete el número de los sacramentos. Esta concentración sacramental, no es algo arbitrario, sino que se articula en torno a los ejes fundamentales de la vida o los momentos-clave de la existencia cristiana. ¿Qué es un sacramento? Los siete sacramentos se basan en ese sacramento fundamental que es la Iglesia, sacramento de Cristo, quien, a su vez, es el sacramento definitivo del encuentro con Dios. Los sacramentos son actualizaciones de ese sacramento que es la Iglesia. Cada sacramento es un gesto humano expresivo (una comida comunitaria, la entrega amorosa de unos novios, etc.) realizado por la comunidad eclesial como una acción concreta, en la que se visibiliza y ofrece la salvación de Jesucristo. Celebrar un sacramento es hacer presente la acción salvadora invisible de Cristo resucitado en un gesto expresivo concreto. Como hemos dicho de Jesucristo y de la Iglesia, también el sacramento expresa visiblemente la acción salvadora de Dios. Pero juntamente, si el sacramento es encuentro real entre Dios y el hombre ha de expresar también de manera eficaz la actitud de ese hombre concreto que acoge la salvación de Dios. El sacramento fructuoso En este marco hay que entender la fórmula tridentina, según la cual la gracia se da en el sacramento ex opere operato (por la acción que se realiza) y que se presta a interpretaciones ambiguas o parciales. En su aspecto negativo esa expresión significa que la gracia que se ofrece en el sacramento no depende de los méritos del que administra o del que recibe el sacramento. La acción salvadora de Dios es soberanamente libre y gratuita y está por encima de cualquier mérito humano. Positivamente la expresión significa que el sacramento es opus Christi, una actuación salvadora del mismo Cristo. La efic acia salvadora del sacramento proviene de Cristo. Dicho esto, no hay que olvidar que, si se realiza de manera fructuosa, el sacramento ha de ser encuentro efectivo entre Dios y el hombre. Por esto el sacramento ha de actualizar no sólo el ofrecimiento de Dios, sino también la respuesta del hombre. Esto significa que la expresión ex opere operato no debe entenderse como si los sacramentos produjeran su efecto mágicamente, de manera automática, independientemente de la acogida de la persona. Para que se dé una recepción fructuosa de la gracia salvadora es indispensable la fe del creyente, que se ha de abrir personalmente a la gracia sacramental haciéndola suya. Si esa actitud interior no existe, no se produce el encuentro salvador entre el hombre y Dios. JOSÉ ANTONIO PAGOLA El sacramento en situación de inconsciencia del enfermo Es claro que el sujeto normal del sacramento ha de ser el creyente adulto actuando de manera libre y consciente. ¿Qué decir, entonces, de la recepción del sacramento en estado de inconciencia? La inconciencia no es, sin más, un obstáculo a la gracia, ya que no es una resistencia activa a la acción salvadora de Dios. Es simplemente un estado en el que, por el momento, la persona no puede ejercer su libertad de manera adecuada. Previamente al estado de inconc iencia, existía en aquella persona un proceso interior, había un posicionamiento de su libertad, que, de alguna forma permanece. Antes de caer en la inconciencia, el enfermo podía tener un deseo global de salvación, una necesidad difusa de sentirse perdonado. Es en este estado en el que la gracia salvadora de Dios sale al encuentro de la persona. En este supuesto, si se considera oportuno el gesto sacramental, la condición de inconciencia del enfermo exige una atención más consciente del ministro y de todos los demás creyentes que van a celebrar aquel sacramento como un gesto salvador de la Iglesia hacia un enfermo incapaz ya de abrirse conscientemente a la salvación. V. CONCLUSIONES EN ORDEN A LA ACCIÓN PASTORAL Lo expuesto nos permite sacar algunas conclusiones prácticas en orden a la mejor celebración de los sacramentos en la enfermedad. El sentido de la celebración eclesial pide que el gesto que se realiza sea humanamente expresivo; que sea un gesto creyente; que sea una acción eclesial; que sea una celebración cristológica y sanadora. Un gesto humanamente expresivo En la base de todos los sacramentos hay un gesto humano que encierra un significado: una comida una acogida en la comunidad, una imposición de manos, etc. Al estar ritualizados, estos gestos corren el riesgo de perder no sólo espontaneidad, sino también fuerza expresiva. De ahí la importancia de que todos los que participan en la celebración capten perfectamente el sentido del rito y sepan actualizarlo con toda su expresividad. Las circunstanc ias que rodean la celebración de los sacramentos en la enfermedad son a menudo delicadas y difíciles: precario estado físico del enfermo, estado psíquico complejo ante la posibilidad de un fin inmediato y el aislamiento del entorno habitual, unos familiares acongojados y unos profesionales atentos a su quehacer técnico. En estas circunstancias, la celebración sacramental ha de enmarcarse en un gesto humano de acompañamiento al enfermo en su situación límite. De ahí la importancia de que todos los presentes traten de expresar con su actitud, sus palabras y su silencio lo que significa acompañar al enfermo en su sufrimiento y en su esperanza, apelando en todo lo posible a su propio mundo simbólico. Por esto es importante la presencia de familiares, amigos íntimos y compañeros en el camino de la fe y la esperanza cristianas. JOSÉ ANTONIO PAGOLA Un gesto cristiano Los sacramentos suponen la fe. Sin fe, el sacramento se convierte en ceremonia vacía. Recordemos que los sacramentos son gestos que se realizan no sólo para actualizar la acción salvadora de Dios, sino también para que el hombre pueda actualizar su búsqueda y su acogida de esa salvación. En este sentido, hay que decir que los sacramentos no deben ser acciones sueltas, que se realizan de pronto, al margen de la vida cristiana de aquella persona, sino gestos privilegiados en los que esta persona puede expresar su fe de manera más viva. Esto exige que, en lo posible, antes de la celebración del sacramento, haya una preparación, el inicio de una búsqueda, un deseo de salvación. Esto no es siempre fácil. No se conoce bien la actitud interior del enfermo; no toma él mismo la decisión de pedir el sacramento, pues su atención está centrada en el diagnóstico, en su dolor. De ahí la importancia del contacto personal previo. En el interior de muchas personas, más o menos indiferentes, hay probablemente dudas, miedos, impotencia, necesidad de reconciliación. La necesidad de Dios se expresa de múltiples maneras. En todo caso, es tarea importante del sacerdote y de los creyentes que rodean al enfermo el ayudarle a despertar su fe y el deseo de un Dios salvador. Una celebración comunitaria El sacramento no es un gesto individual, privado, ni siquiera de un grupo. Cada sacramento es una toma de contacto, una inserción en la Iglesia, sacramento de Cristo. Por esto hay que atender a la dimensión eclesial y comunitaria de cada sacramento. La dimensión comunitaria queda desvalorizada cuando el sacramento queda reducido a algo muy privado, rápido, entre el sacerdote que llega y el enfermo que está allí. En otros tiempos la comunidad cristiana tomaba parte muy activa, asociándose y orando por el enfermo. El reto actual es recuperar la dimensión comunitaria en el contexto hospitalario: el sacerdote ha de sentirse representante de la Iglesia; hay que recobrar el sentido de viático o envío de la comunión desde la comunidad cristiana, vincular la unción de los enfermos con la eucaristía en el centro hospitalario, etc. Una celebración cristológica tendido y vivido como una actuación de Cristo. El ministro y la comunidad no hacen sino dar visibilidad a la acción salvadora de Cristo. También en la celebración de los sacramentos en la enfermedad hay que cuidar la dimensión cristológica. El sacramento es una acción que rememora (anámnesis) la actuación salvadora del Jesús histórico, que compartía su pan con los pecadores, que sanaba a los enfermos y que murió para ofrecernos la salvación. En el sacramento de la reconciliación, en la comunión eucarística y en la unción se hace presente sacramentalmente ese Jesús amigo de pecadores y enfermos. JOSÉ ANTONIO PAGOLA El sacramento es también acción salvadora de Cristo resucitado, el que hoy sigue ofreciendo vida y salvación a los hombres en su enfermedad y en su muerte. Y finalmente el sacramento es la acción salvadora de Cristo que vendrá como Señor y Salvador al final de los tiempos ese mismo Señor a cuyo encuentro va ese enfermo con temor y esperanza. Todo esto no debe quedar en pura teoría. Cuanto más problemático sea el marco en el que se celebra el sacramento, tanto más deberán tratar todos de hacer presente al mismo Jesucristo por medio de las lecturas, palabras, modo de tratar al enfermo, fe al realizar los gestos, etc. Lo importante es ayudar al enfermo a percibir que es Cristo el que se le acerca para llenarle de paz y de esperanza. Una celebración sanadora Es en los sacramentos de enfermos donde la Iglesia ha de recalcar la dimensión sanadora de la gracia de Cristo. Ese Cristo que ofrecía la salvación sanando a los enfermos es el que ahora se hace presente como salvador y sanador mediante los gestos sacramentales. Hay que hacer, pues, hincapié en toda la fuerza salvadora y sanante que encierran los sacramentos de enfermos. La eucaristía celebrada por la comunidad del enfermo, que le recuerda, que se preocupa por su salud, que le envía el viático, es el signo más expresivo que la comunidad puede ofrecerle de la gracia que sana y salva. Hay que recuperar toda la fuerza salvifica y terapéutica del sacramento de la reconciliación. El sacerdote ha de recordar que, al perdonarles los pecados, Jesús reconciliaba a los enfermos con Dios y consigo mismos, y los sanaba. Al actuar en nombre de Cristo y de la comunidad cristiana, el sacerdote no lo hace como juez, sino como terapeuta. El sacramento ha de ser fuente de reconciliación y paz interior y juntamente celebración gozosa y agradecida del perdón y de la bondad de Dios. La unción de los enfermos es el sacramento que culmina la acción sacramental y el acompañamiento comunitario. Este sacramento es el gesto de gracia más expresivo de la comunidad cristiana, que -desde la debilidad y, al mismo tiempo, desde la fortaleza de la fe- desea y pide para el enfermo salud y salvación. La renovación de la celebración de los sacramentos en la enfermedad no es cosa de un día. Es necesaria una visión teológica más correcta de los sacramentos, la correspondiente catequesis de la comunidad cristiana, el testimonio de enfermos que los celebren con fe y, sobre todo, un planteamiento y una acción pastoral adecuada. Condensó: TOMÁS CAPMANY