Cultura e infancia. - Psicología Cultural

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Cultura e Infancia 1
CULTURA E INFANCIA
María Cristina Tenorio
Anthony Sampson
Universidad del Valle
El concepto de cultura ha sido forjado, en una literatura antropológica ya vasta,
1
como concepto limítrofe entre lo biológico y lo psíquico . Es el gozne que articula un
orden con el otro. Pues como lo han mostrado claramente antropólogos y
neurólogos, nacemos incompletos y la cultura nos completa, dotándonos de los
2
sistemas que adicionalmente hacen falta y que la biología no nos ha dado . La
razón de ser de la cultura es su carácter imprescindible: sin ella el hombre no es una
especie viable, simplemente no podría sobrevivir. Por supuesto que la evolución ha
hecho del hombre el tipo de animal que es: totalmente dependiente de su cultura.
Pero fue también la evolución la que justamente le proporcionó los medios para no
quedar incapacitado por su incompletud biológica. Hay una estrecha
interdependencia entre cultura y biología y una determinación recíproca. La vana y
estéril controversia entre nature y nurture , naturaleza y crianza - durante décadas,
si no siglos - ha impedido tomar claramente en cuenta el impacto de la cultura sobre
los procesos de acabamiento del ser humano y la forma como ella queda
definitivamente escrita en el cuerpo.
Ahora bien, la unidad biológica de la humanidad es incontrovertible. El equipo
neurofisiológico es idéntico, no hay genes especiales y específicos para poblaciones
determinadas. En otros términos, no hay determinantes biológicos que puedan dar
cuenta de la enorme diversidad de las culturas humanas. Estas escapan por
completo, en sus rasgos distintivos y diferenciales, a todo orden extra-cultural. Esto
quiere decir que, aunque la constitución neurofisiológica sea exactamente la misma,
cada cultura selecciona las potencialidades disponibles, y promueve aquellas que
valora significativamente, mientras que otras virtualidades son dejadas de lado o
3
poco desarrolladas . Pues cada cultura aprecia y fomenta ciertas competencias,
mientras que otras posibles, como no son de aparente utilidad o son contrarias a las
tendencias generales valoradas, serán desdeñadas o simplemente ignoradas.
La cultura decide, en otros términos, qué tipo de individuo humano necesita o
desea, y amolda consecuentemente la sustancia humana con vistas a la
reproducción de su organización y estilo característicos. Pues toda cultura tiene
necesariamente que ser conservadora: su obra es acumulativa y siempre se erige
sobre fundamentos ya existentes, heredados. Ninguna generación nueva parte de
cero, sino que recibe de las generaciones anteriores todo lo que requiere para
reproducirse a su vez. Esto implica que toda cultura también debe poseer una
concepción determinada de la generación nueva, la llamada a suceder
inmediatamente a la anterior.
Dicho en otros términos no hay padre humano que no tenga alguna idea, alguna
concepción de niño. Pero, como esa idea es la idea que la cultura dicta, no hay una
1
Cf., Bradd Shore, Culture in Mind, Cognition, Culture and the Problem of Meaning, New
York-Oxford, Oxford University Press, 1996.
2
Cf., Clifford Geertz, La Interpretación de las Culturas, Barcelona, Gedisa, 1995 [1973].
3
"...las estructuras de la mente más que los imperativos de la cultura son sus instrumentos.
Componen un conjunto de posibilidades a la disposición del proyecto cultural humano,
proyecto que, no obstante, gobierno su empleo de acuerdo con su naturaleza, así como
gobierna la atribución de contenido significativo diverso a ellas.[...]será necesario concebir el
equipo mental humano como el instrumento más bien que como el determinante de la
cultura", Marshall Sahlins, Culture and Practical Reason, Chicago, University of Chicago
Press, 1976, p.122-3.
1
Cultura e Infancia 2
concepción del niño universalmente la misma. De hecho, aunque es apenas obvio
que en todas partes y en todas las épocas los seres humanos siempre han previsto
la llegada de los hijos y han dispuesto lo necesario para su supervivencia - cuando
ella era deseada, claro está - no siempre han tenido la misma idea respecto a sus
críos. Pues cada cultura tiene una noción idiosincrásica de la infancia y cómo criarla.
4
Philippe Ariès muestra que incluso la misma idea de niño, tal como se ha llegado a
formular en el mundo occidental moderno, es un desarrollo histórico bastante
singular y que rompe con concepciones y prácticas anteriores en las que al pequeño
del hombre no se le daba un tratamiento especial, sino que era tratado como un
adulto en pequeño; la razón de esto, según Ariès era que los niños no se concebían
como seres en desarrollo, con rasgos específicos a cada edad.
Como consecuencia, la noción de niño que tengan los adultos de un grupo cultural,
y el lugar que se le asigne al niño en él, determinan el tipo de crianza y de atención
educativa que se le brindará en sus primeros años. Como ya lo señalamos, al nacer
los bebés, todos - salvo discapacitación congénita - tienen las mismas capacidades
y las mismas habilidades motrices, sensoriales y cognitivas. No obstante, al cabo de
pocos meses, los bebés de diferentes culturas comienzan a diferenciarse
notoriamente.
A nivel motor, en algunas culturas los bebés logran un gran desarrollo de los
movimientos de manos, brazos y piernas, mientras en otras, como los bebés
siempre están sostenidos en brazos maternales o infantiles, o confinados entre
“chumbes” que limitan sus movimientos, a la misma edad la competencia motriz es
bastante menor.
A nivel de la comunicación y vínculo con la madre y demás personajes maternantes,
hay grupos culturales que promueven el desarrollo de habilidades de comunicación
visual, gestual o lingüística, mientras en otras culturas se considera que los bebés
aún no entienden y no se hace, por consiguiente, ningún esfuerzo especial por
establecer una comunicación con ellos.
A nivel afectivo, algunas culturas desarrollan prácticas que vuelven a sus bebés
pacientes y tranquilos, espectadores más bien que actores, mientras otros grupos
culturales vuelven a sus bebés demandantes e imperativos, en busca constante de
atención.
¿A qué se deben estas diferencias? ¿Por qué en tan poco tiempo se producen estas
divergencias tan grandes entre los bebés de distintos grupos culturales?
La explicación que se impone es ésta: si bien los pequeñitos no son una mera tabla
rasa al nacer, carentes de toda predisposición, sí son materia moldeable. La
neurofisiología humana posee una notable plasticidad, pues no está determinada
solamente por los genes sino por las culturas específicas que nos acogen al nacer y
que nos vuelven personas. Es decir, al nacer aún no somos plenamente personas.
Somos crías en vías de humanización, cachorritos de hombre que adquirirán
naturaleza humana plena solamente cuando estas posibilidades genéticas se
desarrollen dentro de unos parámetros culturales específicos. O sea que la llamada
“naturaleza” humana es eminentemente cultural.
Las consecuencias que este planteamiento tiene para la crianza y la educación de
los años infantiles son inmensas. Pues criar y educar ya no serían tan sólo dar las
bases para una escolaridad formal posterior, sino que deben concebirse como el
amoldamiento cultural de los dispositivos neurofisiológicos para la generación de las
4
Philippe Ariès, El Niño y la Vida Familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Taurus, 1987.
2
Cultura e Infancia 3
competencias cognitivas y socio-afectivas que cada grupo humano requiere. Desde
los años 40 los culturalistas - como Abraham Kardiner, Margaret Mead y Ruth
Benedict - lo vieron y empezaron a explicarlo, pero tardamos 50 años en caer en
cuenta de las hondas implicaciones que esto tiene. Posiblemente sus
conceptualizaciones teóricas fueron defectuosas y su intento de construir una
5
tipología psicológica cultural - la personalidad de base - fue quimérico . No
obstante, fue un notable esfuerzo por pensar la diversidad de las mentalidades
culturales y el papel crucial que desempeña la crianza. Quienes trazan las políticas
educativas y de salud, quienes definen los programas para formar a las madres y
organizan instituciones que las suplan en sus funciones maternantes raras veces
han tenido presente los factores culturales que moldean las potencialidades
cognitivas y socio-morales de los niños. La crianza no es simplemente el cuidado de
los niños.
¿En qué se fundan las aseveraciones anteriores? Reposan sobre varios
argumentos: neurológicos, históricos, antropológicos y psicológicos. Pasaremos
revista rápidamente a algunos de ellos para señalar sus consecuencias para el
análisis de las estrategias y prácticas de crianza que los estudios de este libro
hacen posible.
1º Visión histórica del desarrollo
Si bien podríamos remontarnos a los tiempos remotos de Mesopotamia y Egipto, o a
los momentos fundacionales de la cultura occidental en Grecia y Roma, o incluso a
un período más cercano como la Edad Media, para indagar qué se pensaba sobre
los niños y cómo se los trataba en consecuencia, excederíamos de lejos tanto el
espacio como nuestras competencias. Respecto a este rico legado histórico sólo
6
podemos indicar al lector interesado los ya clásicos textos de rigor . Nos
limitaremos, por tanto, a hacer algo mucho más a nuestro alcance - tanto de quien
escribe como de quien presumiblemente lee, es decir miembros de la relativa
minoría que ha recibido una escolarización superior - una remembranza de nuestro
pasado colombiano cercano para hacer constar algo que muchos conocen por
experiencia personal o por relatos familiares.
Hasta los años 50, era frecuente oir decir que los pequeñitos no se daban cuenta de
nada, que los bebés eran insensibles a lo que ocurría a su alrededor, que estaban
sumidos en sí mismos: en términos de la jerga psicológica dominante, les dominaba
un narcisismo primario, eran egocéntricos, tenían un pensamiento autista. Tanto era
así que incluso hasta muy recientemente se operaba a los recién nacidos sin
anestesia, pues los médicos decían que no podían sentir el dolor. Se los
“chumbaba” fuertemente para que estuvieran calmados y durmieran el mayor tiempo
posible. Se dejaban en un cuarto oscuro porque se decía que la luz fuerte y el
exceso de ruido los fastidiaba y se les dejaba en sus cunas dormir hasta que el
hambre les despertaba. No se les hablaba porque era considerado innecesario, ya
que no entendían. Se les alimentaba a la demanda, o de acuerdo con la
disponibilidad - sujeta por supuesto a variaciones - de la madre. No se los podía
cargar mucho porque "se malcriaban", y era sano dejarlos llorar para que no se
volvieran "resabiados". No había juguetes especialmente diseñados para bebés, con
excepción del sonajero tradicional. Tampoco había alimentos ya preparados para
bebés; las compotas eran caseras y sólo los “ricos” podían ofrecérselas. No había
ropa especial, fuera de pañales de tela y camisetas o camisitas cosidas y bordadas 5
Para una crítica ponderada de los culturalistas, véase Edward Sapir, The Psychology of
Culture, Berlín-New York, Mouton de Gruyter, 1994.
6
Cf., el texto de Philippe Ariès ya citado y el compendio en dos volúmenes bajo la dirección
de André Burguière, Historia de la Familia, Madrid, Alianza, 1988.
3
Cultura e Infancia 4
eventualmente - por la mamá o alguna familiar, al igual que los pañolones y sacos
tejidos, mitones y escarpines de lana. Era frecuente que se los iniciara en el control
de esfínteres muy tempranamente, incluso desde los 8 meses, y se lograba
condicionarlos para que expulsaran las heces incluso antes de tener autonomía
motriz.
A partir de esa tierna edad, debían aprender el respeto y la disciplina. Los niños no
debían dirigir la palabra a los adultos, sino cuando éstos les hablaran, ni podían
entrometerse en la conversación de los mayores. No existía la TV - ésta se inició en
Colombia en los años 50 - y los niños pequeños que podían tener la oportunidad de
jugar se entretenían al aire libre, en los solares y campos o con pocos juguetes
generalmente fabricados artesanalmente, o por ellos mismos: carros, pelotas y
muñecas. Los únicos juguetes con movimiento eran los de cuerda o los que los
niños podían arrastrar o impulsar.
No se hablaba comúnmente, claro está, de traumas ni de complejos. Estas nociones
de la jerga especializada no eran conocidas por nuestros abuelos y bisabuelos. Se
creía, en cambio, que "árbol que crece torcido nunca su rama endereza" y por eso
las correcciones eran drásticas y no provocaban sentimientos de culpa en quien las
aplicaba. Los padres y madres sabían que su deber era corregir y castigar a sus
hijos cuando fuera necesario, y a ninguno le temblaba la mano ni se le encogía el
corazón en el momento de castigar.
Ir al colegio era importante, pero la educación formal jamás empezaba antes de los
7 años. Hasta esa edad los niños permanecían en la casa con su mamá y tías.
Nadie se dedicaba en especial a realizar actividades con ellos, sino
fundamentalmente a "volverlos educados", es decir a enseñarles el respeto a las
normas y la obediencia. Se les contaban cuentos, se les enseñaban rondas y
canciones, pero a nadie se le ocurría que niños menores de 7 años debieran recibir
una instrucción, ni mucho menos que debieran ir a instituciones educativas o estar a
cargo de personas distintas a la familia. Se los consideraba divertidos pero no
sabidos, pues la edad de la razón sólo empezaba a los 7 años, momento en el cual
hacían la Primera Comunión y entraban al colegio. A partir de allí sí podían empezar
a aprender.
2º Visión psico-cultural
Qué desarrollos se propician en el niño pequeño depende de qué visión de niño se
tiene y de qué habilidades requerirá para subsistir y para desarrollarse según la
cultura y el medio ecológico. Los estudios antropológicos y psico-culturales han
encontrado sorprendentes contrastes entre las formas de criar a los pequeñitos en
culturas tanto lejanas como cercanas a nosotros. Retomemos rápidamente algunos
ejemplos.
7
describió
Margaret Mead, en Educación y Cultura en Nueva Guinea ,
magistralmente qué habilidades se estimulan entre los Manus, un pueblo lacustre de
pescadores de las Islas del Almirantazgo. Los bebés, colgados del cuello de sus
madres, aprenden a nadar antes de caminar, pues es fácil caer al agua desde la
choza lacustre o desde la canoa, y nadar prontamente significa garantizar la
supervivencia. La autora también muestra cómo desde pequeños los niños
aprenden a conducir pequeñas canoas, a remar y a pescar. No hay una gran
separación entre las actividades de los mayores y las de los niños, sino que, por el
contrario, se busca desarrollar en los niños habilidades que permiten sobrevivir en
este medio.
7
Margaret Mead, Educación y Cultura en Nueva Guinea, Barcelona, Paidós, 1984 [1930].
4
Cultura e Infancia 5
Más cerca de nosotros, a comienzos de la década, en un caserío del Bajo San Juan,
dos grupos de estudiantes de psicología hicieron bajo nuestra dirección su trabajo
de grado estudiando las relaciones padres- hijos y las prácticas de crianza. El
estudio estuvo motivado por la extrañeza que nos causaba encontrar rasgos de
personalidad muy singulares entre los niños de la Costa en comparación con los del
interior, acompañados de una diferente pauta de comportamiento maternal. En uno
de los servicios del Hospital Departamental, los niños originarios de la Costa se
mostraban estoicos ante el dolor, autónomos en el cuidado de sí mismos, para nada
exigentes con sus madres cuando los visitaban, ni demandantes; los del interior, por
el contrario, eran niños que reaccionaban de acuerdo con nuestras expectativas
culturales: se resistían a las curaciones dolorosas, exigían compañía y cuidados
permanentes de sus madres, demandaban ayuda para su cuidado personal. A su
vez, el comportamiento de las madres durante la visita era totalmente diferente: las
madres afro de la Costa conversaban entre sí y no dedicaban cuidados ni atención
especial al niño/a, al contrario de las del interior quienes “no se despegaban” del
niño/a, alimentándolo, e incluso sobreprotegiéndolo. Los dos estudios, así como otro
que realizamos posteriormente en Buenaventura, con el auspicio de la Secretaría de
Educación Departmental, nos permitieron empezar a entender la explicación de
estas diferencias tan notorias.
Los niños de grupos afrocolombianos de la Costa Pacífica pertenecen a familias
muy numerosas en las que la madre debe ocuparse fundamentalmente del bebé,
pero apenas éste camina pasa al cuidado de sus hermanitos mayores y muy
rápidamente debe cuidar de sí. No hay lugar a contemplaciones. La madre debe
cuidar de los oficios de la casa y del “colino” (una huerta lejana). El bebé dispone del
pecho materno cuantas veces quiera, hasta el momento del destete abrupto generalmente por un nuevo embarazo de la madre. No se acostumbra establecer
una relación de comunicación verbal ni visual con el bebé. Este debe aprender a
hablar sin que nadie se preocupe de enseñarle; tampoco hay en los adultos una
reflexión sobre cómo el bebé aprende a hablar, a fin de propiciar que lo haga mejor.
Se piensa que ésto es algo natural, que se da solo, y que si acaso se ayuda es con
agüitas de propiedades mágicas, como el "agua de gotera". En cambio, hay una
gran preocupación por lograr que camine pronto y la madre hace esfuerzos para
fortalecerle las piernas para que pueda deambular solo. A partir de ese momento
él/ella dejará de depender directamente de la madre y nadie anticipará sus caídas ni
le sobará cuando se golpée; al contrario, se burlarán de su torpeza y tendrá que
aprender a ser hábil y útil. Esta habilidad le es fundamental para desplazarse por el
poblado sin caer al río, y para acompañar a su madre en el “potro” (canoa) cuando
ésta se desplaza con él/ella por el río hasta el “colino” a recoger los productos para
comer.
8
En All the Mothers Are One, de Stanley Kurtz , se describe la crianza temprana en
la India y se explican en detalle las diferencias entre el modelo occidental y el hindú.
Uno de los aspectos más destacados es el que se refiere al destete. Entre nosotros
éste se hace literalmente exigiendo al niño/a que abandone abruptamente la
relación privilegiada y exclusiva con la madre como la figura fundamental de
gratificación. En cambio, entre los hindúes se continúa brindando largo tiempo
satisfacción alimenticia al niño/a, pero se trata de una satisfacción parcial y de una
relación cada vez menos placentera que lleva al mismo niño/a a renunciar a ella.
Susan Seymour, en su disertación doctoral, hizo una detallada descripción de este
proceso (citado porKurtz, p. 66).
Así, aunque la alimentación a la demanda es el procedimiento general con los
niños/as y pequeñitos/as, las madres no necesariamente responden rápida o
8
Stanley N. Kurz, All the Mothers Are One, New York, Columbia University Press, 1992.
5
Cultura e Infancia 6
inmediatamente cuando el niño/a llora o se queja. Alguien eventualmente acude,
pero no necesariamente la madre viene de primera. Ante la insistencia del quejido,
la madre, entonces, sin mayor premura viene, pone el niño/a al pecho con una
actitud un tanto distraída, le deja chupar unos minutos y luego, de manera abrupta,
desprende el pecho. Si el niño/a vuelve a insistir, después de hacerse rogar un rato,
la madre de nuevo ofrece el pecho, para de nuevo retirarlo abruptamente. Esta
secuencia se puede repetir varias veces, tanto incitando al niño/a a buscar
activamente al pecho, como induciendo paulatinamente un desprendimiento del
mismo.
Según el relato de Seymour, la alimentación a la demanda parece menos el
mantenimiento de una gratificación perpetua, o de una mutua consolación
especular, que una frustración parcial constantemente reiterada. La combinación
dosificada de indulgencia y desencanto impide que el niño/a permanezca fijado a la
madre y lo impulsa a buscar otras formas de relación más satisfactorias. En últimas,
es él/ella mismo/a quien se desteta. Se impide con este dilatado procedimiento la
fijación a una figura exclusiva; en lugar de "madre sólo hay una", los hindúes dirían,
como reza el título del libro de Kurtz, "todas las madres son una".
Algo similar ocurre con respecto a la enseñanza del control de esfínteres. La madre
no tiene tiempo ni interés en estar tras el niño/a enseñándole a controlar sus
evacuaciones; pero tampoco le hace exigencias al respecto. Por tanto, no hay
demanda de amor involucrada; no se trata, como en nuestra cultura de clase media,
de un pedido de control y limpieza "por amor a la madre". El incentivo para el control
de limpieza es otro. Hacia los cuatro años, el niño/a intenta ingresar al grupo de los
niños/as más grandes, pero se convierte en objeto de burla si no sabe controlar los
esfínteres. Por esta razón, el niño/a se esforzará en controlarlos: es la condición
necesaria para ser aceptado por el grupo. Prima así el anhelo de ser incluído en el
colectivo, lo que le confiere al niño/a una identidad no individualista, y así renuncia a
las satisfacciones más inmediatas y primarias para volverse parte del grupo, y no
por amor a la madre.
Por otra parte, Renaldo Maduro, también citado por Stanley Kurtz, describe la
frecuente conducta de las madres consistente en fingir regalar al niño/a a
desconocidos en la plaza pública o a amigos, arguyendo que le cuesta mucho y que
no tiene con qué alimentarlo. Claro está, el niño/a aterrado se aferra a las faldas de
la madre, y los adultos ríen a caracajadas. Es una práctica tan frecuente que casi
merece llamarse un ritual.
Así se podría decir que la madre aleja al niño/a de sí; también lo hace empujándolo
más o menos discretamente hacia el grupo de los niños/as. El grupo a su vez ejerce
una poderosa atracción sobre el pequeño/a, pues está investido de prestigio y el
niño/a anhela pertenecer a él por el estatuto de superioridad que le confiere a los
ojos de los pequeños/as que aún están excluídos y por los vínculos de solidaridad y
de mutuo aprecio que lo acogen al ingresar en él. Pierde el niño/a los mimos y
atenciones corporales maternales, pero gana al subir un peldaño en la escala de los
valores sociales.
Por lo demás, la cultura en su totalidad puede considerarse como colectivista. Así,
no existe una concepción del niño/a como una individualidad cuyo desarrollo
intelectual y emocional hay que vigilar y propiciar. Es el grupo el que
“espontáneamente” se encarga de promover este desarrollo mediante los lazos
sociales que se tejen junto con las responsabilidades y compromisos concomitantes.
Estos pocos ejemplos nos permiten apreciar la variedad de los patrones iniciales de
crianza que cada cultura emplea para forjar la personalidad no sólo individual sino
6
Cultura e Infancia 7
cultural. El lugar del niño/a en el grupo depende de las concepciones que los adultos
se hacen acerca de su desarrollo, de las potencialidades que se le atribuyen y de
cómo suponen que se lo debe tratar para formarlo de acuerdo con las expectativas y
requerimientos culturales.
3º Visión psicológica
Consideremos ahora la concepción moderna de la infancia y las recomendaciones y
prácticas a que ha dado lugar la noción del niño como “sujeto psicológico".
Las disciplinas que se ocupan expresamente del niño/a - puericultura, pediatría,
pedagogía de la primera infancia - son muy recientes. Igual de recientes son las
teorías psicológicas que intentan explicar el desarrollo del niño/a. Desde fines del
siglo XIX, pero particularmente en el XX, se ha producido un viraje considerable: la
infancia y la niñez dejaron de ser un período anodino sin enigmas, en el que claros
procesos de una absoluta uniformidad natural se producen inexorablemente, y
pasaron a convertirse en objeto de apasionado interés de muchas disciplinas y de
todo tipo de especialistas. El niño pequeño ha resultado infinitamente más complejo
y misterioso de lo que una visión ingenua suponía. Pero este enriquecimiento
innegable del saber ha tenido ciertos efectos prácticos imprevistos y discutibles - por
decir lo menos.
Pues antes los padres criaban a sus hijos/as como la tradición y la costumbre
mandaban. Los procedimientos estaban fijados por los usos transmitidos de
generación en generación. Ahora, en cambio, los crían intentando poner en práctica
los consejos y explicaciones de los especialistas derivados de las investigaciones y
teorizaciones contemporáneas. La modernidad ha producido una transformación
muy marcada: antes la meta era lograr la reproducción de lo mismo, criar a los
hijos/as tal como se había sido criado. Esto garantizaba la continuidad cultural, la
perpetuación de una misma línea de conducta. Ahora la meta es la de innovar, no
quedarse atrás frente a los nuevos conocimientos, y ciertamente no repetir los
modelos tradicionales que, según las teorías, impiden el desarrollo pleno de
nuestras potencialidades, la libre expresión y creación de la personalidad propia.
Sin duda, el psicoanálisis con sus explicaciones sobre la represión, la inhibición, el
trauma psíquico y los sentimientos de inferioridad - sobre todo en su versión
vulgarizada - ha llevado a muchos a pensar que nuestros padres hicieron de
nosotros seres inhibidos y reprimidos, cuyas potencialidades no pudieron florecer y
producir los frutos que hubieran podido dar. Supuestamente padecemos los efectos
del sentimiento de culpa y de las coacciones superyoicas debido a la
implementación de modelos de crianza tradicionales y profundamente dañinos.
Claro está, la obra freudiana no autoriza semejante condena resentida. Pero una
consecuencia desafortunada de la vulgarización de la teoría psicoanalítica ha sido la
de que muchos culpen a sus padres por no haberlos hecho geniales y felices. Así, la
teoría explicativa de los padecimientos mentales, y una técnica clínica, en su versión
popularizada, se convirtió en un discurso perito de inculpación y, por ello mismo, en
un arma de intimidación: “si no educas a tus hijos de acuerdo con los nuevos
cánones, harás de ellos unos grandes neuróticos”. Sin que resulte claro cómo, esta
severa advertencia respecto a los daños irreparables que sobrevendrían se aplicó
también a la corrección: "todo castigo es dañino" se convirtió en el nuevo dogma, y
la psicología comenzó a considerar a toda tradición de crianza como enfermiza y
9
fundada sólo en supersticiones y prejuicios .
9
Consideramos pertinente una aclaración sobre la relación entre castigo físico y agresividad
posterior que muchos educadores, psicólogos y medios masivos postulan. En primer lugar,
7
Cultura e Infancia 8
La psicología del desarrollo, por su lado, ha dado lugar a todo tipo de denuncias
respecto a las fallas en la estimulación temprana. Los niños no son tan inteligentes
como podrían - y deberían - serlo, porque sus padres no despertaron ni fomentaron
oportunamente sus potencialidades. Se creó un modelo mítico de un niño
cognitivamente precoz, un sujeto epistémico puro, capaz de resolver las tareas más
sofisticadas elaboradas en los laboratorios psicológicos e incluso ya bien avanzado
en las etapas primeras de la ciencia. Su recorrido epistémico se calculó
meticulosamente, etapa tras etapa, y se fijaron las edades en que éstas debían
atravesarse - si el niño era "normal". La meta postulada por los psicólogos del
desarrollo fue, a partir de entonces, lograr que todos los niños, en todos los rincones
del mundo, se volvieran lo más parecidos posible a este sujeto del puro saber. Pues,
la modernidad y - para los países en vías de "desarrollo" - la modernización lo
requerían para poder fabricar ciudadanos del tipo adecuado para la competición en
el mercado globalizado. Ya no había lugar para desarrollos acordes con las
necesidades de cada medio y cada cultura, sino que se había encontrado el modelo
de niño universal al que todos los niños/as del mundo debían conformarse - si
querían ser exitosos.
Lo que queremos dejar claramente sentado es que ninguna teoría psicológica puede
abstraerse del contexto en el que es formulada, ni de aquel en que es aplicada. Las
teorías reposan sobre hipótesis que permiten atisbos sobre lo real y eventualmente
su utilización. Pero en lo que concierne a las ciencias humanas éstas sólo tienen un
débil poder predictivo. Es esto lo que motiva el escepticismo y la impaciencia de los
financiadores de proyectos de investigación y los sarcasmos de los que sólo creen
en procesos físico-químicos. En cambio, lo que sí es seguro es que cuando las
construcciones hipotéticas se toman como dogma y se vulgarizan bajo la forma de
imperativos que dictan la acción, tienen un insidioso e impredecible efecto sobre los
dispositivos culturales ya existentes. El primer riesgo es que se desechen, sin una
adecuada evaluación, saberes tradicionales valiosos. Y desafortunadamente estos
sólo son reemplazados por discursos que se podrían llamar "prestados": es decir
que no son el producto de una genuina evolución propia, ni de una generación de
nuevos estilos de relación fundados en las reales condiciones de vida, sino que son
una monserga que se repite luego de oirla en cursillos, en programas de televisión o
de radio. Así, no hemos creado las posibilidades materiales para nuevas relaciones
sociales, pero al mismo tiempo hemos echado por la borda las prácticas
tradicionales, acordes con los contextos culturales específicos donde se
implementaban. Pautas culturales claras - aunque pre-modernas, porque
correspondían a contextos pre-modernos - han sido reemplazadas por consejos
los investigadores en este tema (Elizabeth Kandel Englander presenta una revisión extensa
de la literatura existente en su libro Understanding Violence, New Jersey, Lawrence Erlbaum
Associates, 1997) han encontrado que en todas partes del mundo las nalgadas, pellizcos y
cachetadas a los niños/as menores de 7 años son el castigo usual y necesario en el 90% de
las familias. Pero que a partir de los 7 años, el uso del castigo físico sí aparece como algo
más inusual y “según los países puede aparecer como anómalo” (Englander, p. 133). Se
encuentra que en estos niños, un poco mayores, el castigo físico sí puede estar ligado a la
violencia posterior, pero no en una relación causal directa sino más bien en una correlación;
quizá porque son niños que ya son agresivos y que provocan más frecuentemente el
castigo; o porque sus padres tienen pobres habilidades para el manejo de sus hijos, lo que
incrementa al tiempo la agresión en el niño y el recurso al castigo físico para controlarlos.
Así mismo, se ha encontrado que algunos niños a los que nunca se les dieron castigos
físicos estarían entre los más agresivos. Por otra parte, de 9 estudios reseñados, “seis
encontraron que el moderado uso de corrección física producía los niños menos agresivos..”
(Ibid. p.137). De manera complementaria, se halló que la falta de calidez de los padres - en
la expresión de afectos y en la palabra - es el factor que más se relaciona con la posterior
agresividad de los hijos, y no el castigo físico como tal.
8
Cultura e Infancia 9
inespecíficos de expertos provenientes de culturas modernas. Y se pretende
hacerlos seguir por los habitantes de mundos culturales híbridos que no logran
materialmente dar el salto a la modernidad y a quienes los métodos tradicionales
son el único recurso en un mundo que ya no es - afortunada o desafortunadamente
- el tradicional.
Por lo demás, ¿quién puede seguir el consejo de alguien a quien nunca se le ha
visto ponerlo él mismo en práctica? Es decir, toda transmisión efectiva reposa sobre
una identificación, que no es un asunto de mímesis ni de mera imitación. Nuestros
abuelos, para educar como ellos lo hacían, primero lo tuvieron que ver hacer - ¡y
posiblemente padecer! - por nuestros bisabuelos. Pues debería ser obvio que para
criar chiquitos no basta con leer un manual. Es necesario "ver hacer": identificarse
con los gestos, con las actitudes, con las emociones, con todo el sentir profundo que
no está en los discursos, que los manuales no logran transmitir y que es lo que
denominamos "la tradición".
4º Consecuencias para la crianza y la educación temprana de un
planteamiento culturalista y pluralista
La diversidad cultural se nos está perdiendo. Este no es un vaticinio, es una simple
comprobación, tan incontrovertible como lamentable - al menos para los que
valoramos la variedad y la singularidad de las invenciones culturales humanas.
Como consecuencia, los juegos tradicionales desaparecen, las rondas no se cantan
ni las leyendas se narran. El televisor arrulla a los niños tanto en la casa como en el
hogar comunitario. Los niños del Bajo San Juan juegan encerrados en el hogar
comunitario con plastilina, palitos y tapas de gaseosas o ven televisión, en lugar de
jugar al aire libre y nadar y bogar en su río. Los niños de las veredas y
corregimientos ya no juegan en los solares; ahora hacen planas de palitos y bolitas
y "ejercicios de socialización".
Sus padres preocupados repiten que sus hijos tienen que ir al colegio para que se
socialicen, pues eso se los ha explicado la madre comunitaria. ¿Acaso ellos, cuando
eran niños, no se socializaron porque no fueron al hogar comunitario? De todas
maneras una cosa sí es clara: Los padres y madres de familia han sido desplazados
de la educación de la primera infancia. En gran medida, porque ellos mismos
sencillamente no disponen del tiempo ni están en condiciones de asumir más
dedicadamente los cuidados de los pequeños. Pues a menudo ambos padres
trabajan, o el padre ya no está en el hogar, y la madre sola no tiene quién le ayude
con los pequeños. Pero además los padres y madres sienten que ellos no saben
emplear los instrumentos pedagógicos que utilizan las madres comunitarias y que
mejor es mandar los hijos al hogar o al jardín para que luego no tengan problemas
en el colegio.
Se ha consumado así una ruptura entre educación y familia, que genera tensiones y
desconfianzas mutuas entre ambas partes. Los padres se están convenciendo de
que la educación de los pequeñitos no es asunto de la familia. Ahora son los
especialistas quienes deben criar al niño pequeño - y mientras más temprano
mejor. Pero los especialistas en la crianza no sólo señalan permanentemente a los
padres sus deficiencias como educadores, sino que efectivamente sienten que los
padres han descargado sobre sus hombros todo el peso de esta labor, en todas sus
dimensiones: cognitivas, sociales y morales.
¿Qué puede
lugar, no nos
Ante todo, lo
estriba en la
decir la psicología cultural sobre este estado de cosas? En primer
erigimos como los nuevos expertos que sí saben cuál es la solución.
que se impone es el reconocimiento de la dificultad. Esta dificultad
mutación forzosa que conduce inexorablemente a la pérdida de la
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Cultura e Infancia 10
cultura tradicional. No es cuestión de entregarse a la añoranza de los tiempos de
ayer. Irreversiblemente los días están contados para muchas culturas que no
poseen la pujanza para sobrevivir. Pero tampoco es cuestión de ciegamente abolir
todo lo que proviene de nuestros antepasados. Muchas diferencias culturales aún
subsisten y nada obliga a que tengan que ser, por sanas razones psicológicas o de
crianza, desterradas. Pues nada, salvo una perniciosa ideología universalista, puede
diagnosticarlas como patológicas, porque no se trata de preservar costumbres
sanguinarias, el sacrificio humano o la esclavitud. En estos tiempos de transición, en
los que la identidad de los pueblos - y de los individuos - está siendo fuertemente
alterada, no es fútil hacer un esfuerzo por inventoriar las especificidades culturales.
Y en segundo lugar, intentar conservar prácticas tradicionales de crianza que
poseen indudables efectos cognitivos, afectivos y sociales. Los juegos verbales y
corporales, rondas y danzas han servido desde tiempos inmemoriales para lo que
se llama hoy en día el adiestramiento psico-pedagógico. La psicología cultural se
funda precisamente en la certeza de que la variedad cultural responde a las
creaciones que las colectividades humanas, especialmente los niños, generan para
intentar hacer frente a las perplejidades y angustias inherentes a la condición
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humana .
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Una experiencia en curso puede servir de ilustración de lo que podría hacerse para
conservar prácticas tradicionales en comunidades en las que la modernidad aún tarda en
llegar pero que no han perdido totalmente la memoria de las costumbres de antaño. Un
equipo de psicólogos, asesorado por docentes e investigadores de la Universidad del Valle
(Mariela Orozco Hormaza y Anthony Sampson), y financiado por el Ayuntamiento de
Barcelona y la Fundación Restrepo Barco, viene adelantando un programa de recuperación
de prácticas tradicionales en el Distrito de Aguablanca en Cali. Los habitantes de los
sectores donde se realiza el programa son preponderantemente inmigrantes que provienen
del litoral pacífico. Se ha hecho una labor, mediante la buena voluntad de un grupo
considerable de personas de edad avanzada, de recopilación de cuentos, relatos, leyendas,
arrullos, rimas, juegos y danzas. Este acervo cultural está siendo transmitido a las madres
comunitarias quienes, después de su adiestramiento, lo emplean en actividades con los
niños a su cargo. Así se sustituyen los estériles ejercicios de pre-escolar - planas y similares
- por juegos tradicionales de gran valor didáctico y demostrado valor cognitivo y social.
Investigaciones realizadas por psicólogas del equipo demuestran que tras la aparente
simplicidad de los movimientos corporales, gestos y verbalizaciones de estos juegos
tradicionales del Pacífico, se desarrollan importantes habilidades cognitivas y sociales.
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