2 San Lorenzo Diario del AltoAragón - Lunes, 10 de agosto de 2009 Por Raúl GABÁS PALLÁS CATEDRÁTICO EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA P ARECE que en el día de San Lorenzo debería hablarles de lo santo, pero no de la pasión y de lo útil. Sin embargo, ya de entrada me acecha una duda: lo santo ¿amortigua las pasiones, o bien es capaz de encenderlas? Los cristianos emprendieron las Cruzadas y algunos árabes llaman a la Guerra Santa. En cambio, hay pensadores que buscan la felicidad más allá de las luchas y los grandes trajines de la vida, en la serenidad del ánimo, o en la contemplación pura. De hecho, todos tenemos un cierto presentimiento de la serenidad, pues cuando alguien está excitado como un toro con las banderillas clavadas o como un ciudadano que acaba de pagar la declaración de renta, le decimos: “¡Por favor, serénate!”. Y cuando el cielo se serena, el montañero nota cómo llueve la paz en el pozo de su ánimo. 1. ¿QUÉ ES LA PASIÓN? Recordemos por un momento los días de nuestra brillante, aunque oprimida juventud, los días en que antes de proferir una afirmación teníamos que explicar los términos implicados en ella. Piensen mis conciudadanos que, si nuestros legisladores definieran mejor las leyes, no tendríamos una necesidad tan imperiosa de abogados. La sociedad de nuestros días no sólo padece una crisis económica, sino también una crisis de indefinición: no sabe lo que cree ni cuáles son sus metas; si no fuera por las agencias de viaje, no sabría a dónde ir. Se invierte pasión en el fútbol, en el enriquecimiento, en el cultivo de la vanidad, en el enfrentamiento entre grupos, en las luchas políticas, en el ídolo del que nos declaramos “fans”, en las relaciones amorosas, etc. Si alguien padece de insomnio puede dedicar alguna hora de la noche a contar el número de pasiones del género humano. Y tú, amable lector, ¿cuántas pasiones tienes? ¿Te gustaría ser un hombre desapasionado? En el lenguaje cotidiano usamos las expresiones: ciego de pasión, torturado por las pasiones. Esas expresiones indican que lo pasional escapa al control de la razón. De hecho las pasiones caen sobre nosotros sin saber por qué. Y así decimos: verlo y odiarlo fue lo mismo; desde que la vi, no me puedo quitar de encima su atracción; se metió con mi madre y me puse rojo de ira; la envidia no le dejó crecer. Cuando ciertas pasiones son muy intensas, se nos escapa el lenguaje y sólo logramos proferir sonidos desarticulados: “¡A, A, A….!”. “Cabrón” es la primera articulación del lenguaje apasionado. En general: taco y pasión son primos hermanos. Las pasiones en el hombre son como la gasolina en el coche; el carburante arde y el conductor marca la dirección. En el árbol de nuestra vida el tronco es la voluntad, y de ese tronco brotan las pasiones como sus ramas. Las pasiones luchan entre ellas y se destruyen. Algunos se quedan solteros por razones de rentabi- Foto retrospectiva de Cerler Sin pasiones inútiles lidad económica. Otros, como el Hijo Pródigo, se arruinan porque no pueden controlar su afición al sexo. En un mismo pecho arden pasiones opuestas. El politólogo Hobbes hablaba de la “guerra de todos contra todos”. Ese enfrentamiento o guerra universal se desarrolla en la sociedad. Pero ya en el pecho del pastor o del Robinson más solitario puede haber una lucha de “todas las pasiones contra todas”. Mal anda el que quiere implantar paz en la sociedad sin sembrarla en el corazón del individuo. ¿Quién reconcilia las pasiones?. 2. LO ÚTIL Y LO INÚTIL La cultura en el sentido más noble de la palabra es el arte de domar la fiera humana, la fiera en la soledad de su propia cueva, y la fiera en los lugares donde se reúne la manada: la plaza pública, los espectáculos. Es bueno que el perro ladre, pero no que se pase la noche ladrando; es bueno que los ciudadanos griten “¡Viva el Alcalde!”, pero no que profieran ese grito mientras él duerme la siesta. Un mismo grito puede valerte una colocación, o costarte una multa. Se plantean, pues, muchas cuestiones de medida, relación y proporción, que cada sociedad resuelve en formas diferentes. Así surgen pautas sociales y maneras de “educar” o “formar”. Por ejemplo, antes teníamos formación del espíritu nacional, y ahora tenemos formación para la ciudadanía, para la autonomía regional, e incluso para el espíritu comarcal. Los modelos sociales establecen lo que es útil o inútil, lo que es o no es deseable. Yo he conocido una época en la que estaba bien visto que el ciudadano fuera “gordo”; hoy, por el contrario, el ciudadano es anoréxico y el gordinflón del Estado tiene más hambre que el dragón contra el que peleó San Jorge. Estos cambios de criterio se extienden también a las pasiones, de manera que unos pueblos valoran más que otros la pasión inútil. Sartre dijo del hombre que es una pasión inútil y no por esto dejó de tenerlo en alta estima. También lo inútil puede darnos alegría. Muchos jóvenes se llenaban de gozo cuando los declaraban inútiles para el servicio militar. 3. CERLER ERA UNA PRADERA DE PASIONES ÚTILES Hablo de Cerler porque conozco mejor a sus habitantes; al resto del Valle de Benasque iba de visita y en plan de visita siempre se te escapa algo. No obstante, tengo oído que las cosas no eran muy diferentes, es decir, se puede hablar de la manera de ser del Valle en general. ¿En qué invertían los benasqueses esas fuerzas humanas que hemos llamado “pasiones”? La historia del Valle no es pródiga en relatos de grandes gestas, ni de afectos desbordados. No consta ningún intento de conquistar por las armas el Valle de Arán o Bagneres de Luchon. En el reino de Venus (diosa del amor) hubo algún caso aislado en que el marido renunció a la dote de la mujer por sentirse suficientemente recompensado con su belleza. Y las casas grandes aumentaban su rango cuando la dueña era guapa. Pero los benasqueses no organizaron ningún rapto de “Sabinas” o de “Helenas”. En Chía oí el dicho: “¡Amor, amor, echa un pedazo de amor al cazuelo!”. Lo que se diga en Chía es importante, porque allí está el puerto por donde se entra en el Valle. Hay enfrente otro puerto por donde se sale: el de Basibé. Alguna vez te contaban en tono de admiración por el desinterés: se casó con una criada. Pe- ro lo cierto es que también había criadas con sus buenos ahorros y excelentes conocimientos de cocina. En general, los hombres ponían sus ojos en mujer de casa buena o por lo menos de casa con cierta abundancia (de casa farta). Cuando se juntaban dos paredes de fincas, el mozo y la joven de las casas respectivas tenían motivo sobrado para quererse. Se necesitaba tierra para dar de comer a los hijos. La pasión era utilitaria. Los benasqueses compartían el refrán español que el filósofo alemán Schopenhauer cita en versión castellana: “El que se casa con amores, vivirá con dolores”. La buena fama era enemiga de la pasión inútil. Ir con una chica sin casarse con ella perjudicaba a las dos partes, especialmente a la femenina, y de rebote a la casa, a la familia entera. Cuidado con que al mencionar una casa dijera alguien: “Los de esta casa no tienen muy buen nombre”. En consecuencia nuestros padres nos martirizaban con un eterno: “¿Qué dirá la gente?”. La frase “Ande yo caliente y ríase la gente”, no se inventó en el valle de Benasque, donde se dice que las paredes hablan. ¿Hay algún lugar donde las paredes callen? Más allá de la sierra de Chía, en el Somontano, en Zaragoza, en Barcelona. Tampoco allí estaba nadie al abrigo de un ojo indiscreto. Pero como la otra parte era desconocida, el morbo era menos morboso y los rumores se apagaban pronto. Otras formas de pasión inútil son la lectura, el canto, el deporte y la literatura. No todos veían la utilidad de aprender a leer, cosa que era incluso temible, pues te decían en tono de amenaza: “Te voy a leer la lección”, o “te voy a leer la cartilla”. El coche de línea traía cuatro o cinco ejemplares de periódico, aunque eran más co- diciados para envolver las chuletas de jamón que para instruirse. Y las novelas apenas entraron en el Valle hasta que unas cuantas niñas bien empezaron a veranear en el Hotel de Castejón o en el de Benasque. Cuando intentábamos cantar, como no habíamos tomado lecciones de música, nos amenazaban con que iba a llover. ¿Y qué deporte íbamos a practicar después de la paliza de recoger hierba durante todo el día? Apenas había afición a subir a los picos altos. Los caminos terminaban donde desaparecían los pastos. Si el montañés no sembró en sus campos la pasión inútil, ¿a qué destinaba sus fuerzas? Caminar y trabajar consumían el ochenta por cien de sus energías. Y ahora he de reconocer que un resto de pasión inútil iba mezclado con nuestro caminar utilitario. Mientras el pie se movía, la cabeza imaginaba, recordaba e incluso soñaba. Si alguien nos acompañaba, por ejemplo, cuando íbamos a dar sal a las vacas, la conversación se alargaba tanto como el camino y nacía tímidamente un asomo de amistad. Más tarde evocábamos: “¿Te acuerdas de lo que te dije por el camino del Tormo?”. ¿A dónde iba a parar el restante veinte por cien de las fuerzas? A reparar aperos, a contar lo sucedido en las ferias, el precio que cada uno obtuvo por su mula, a repasar las familias de la zona para ver quién medrada o dónde había un partido, a pensar la manera de ampliar el patrimonio. ¿Éramos felices en la pradera de la pasión utilitaria? He de reconocer que una pesadumbre del ánimo nos hacía caminar con la cabeza inclinada y las manos cruzadas en la espalda. Sin embargo, a veces hacíamos un alto en el camino y contemplábamos picos blancos sosteniendo un techo azul. Y de pronto la mirada caía hacia el Valle y veíamos cómo el Ésera se llevaba las aguas a otras tierras. Con un deje de tristeza le preguntábamos: “¡Ésera!, ¿por qué te vas? ¿Buscas otra vida que nosotros desconocemos?”.