La hojarasca revuelta y contaminante

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El Clarí-n de Chile
La hojarasca revuelta y contaminante
autor Hugo Mery
2006-12-07 01:38:17
Más allá de la encumbrada posición de estadista en la que Lagos quiere colocarse, desechando “lo pequeño― y acaso
también los daños colaterales, el remolino envuelve inevitablemente a la Concertación. Esta debe asumir toda la
responsabilidad por las malas prácticas y sus consecuencias.
Los constantes emplazamientos opositores a que Ricardo Lagos dé la cara por las irregularidades cometidas durante su
gobierno parecen inflamarse más cuando sus partidarios o aliados saltan a darle consejos: que se quede callado o que
asuma, de una vez por todas, sus responsabilidades polÃ-ticas. Algunos (Bitar, Boeninger) han agregado, en momentos
distintos, una recomendación gratis: que no se presente a las elecciones presidenciales de 2009. Con esto último
rescatan el sentido verdadero que tiene el revuelo en torno al ex Mandatario: su mejor posicionamiento -tal como se
baraja el naipe hasta ahora- para asegurar la permanencia en el poder de la atribulada Concertación.
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El enjambre de periodistas que asedia a Lagos en cada una de sus apariciones públicas no consiguió la declaración
que motu proprio emitió al terminar de presentar un libro: “El éxito de lo que hemos venido haciendo en estos años es lo
permanente y está por sobre la hojarasca de estos dÃ-as―.
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Bastó esta frase –que, por lo demás, contiene la reiteración de un término que usó, con similar intención, durante su
gobierno- para que el ex Presidente quedase en el centro del debate polÃ-tico. La atención se situó en el alcance de la
palabra “hojarasca―, la que, según la Real Academia Española, tiene tres acepciones. La primera de ellas se refiere al
“conjunto de las hojas que han caÃ-do de los árboles―.
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Aunque ésta no fuese precisamente la acepción a la que Lagos quiso referirse, habrá que concederle el mérito por el
uso del término, porque, de todas maneras, sirve para describir la situación. Con la hojarasca caÃ-da en los últimos 45
dÃ-as en el paÃ-s, a raÃ-z del escándalo Chiledeportes, se ha podido ver todo el deshecho de los árboles y no sólo los
frutos victoriosamente pregonados por el oficialismo. Que las modernas carreteras partieron tapizadas de sobresueldos
y triangulaciones de fondos ya se sabÃ-a. Ahora se sabe también que, pese al acuerdo de enero de 2003 entre La
Moneda y la derecha, el Estado no se modernizó, la probidad no se expandió y la transparencia no se dio en toda la
magnitud que se prometió entonces. Al contrario, como que ese acuerdo de la clase polÃ-tica alentó a los más
avispados a continuar con las tropelÃ-as, pensando que iban a pasar colados.
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El segundo significado del término -“demasiada e inútil frondosidad de algunos árboles o plantas―- está a la vista: a la
sombra de las sucesivas victorias presidenciales de la Concertación se fue formando un cada vez más espeso follaje
de operadores polÃ-ticos, que se implantaron en el tercer y cuarto nivel de los terrenos fiscales, para asomarse por los
troncos y extender sus brazos hacia los clientes que miran el paisaje.
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Pero es probablemente la tercera acepción la que Ricardo Lagos tuvo en mente al evocar la palabra “hojarasca―: “Co
inútil y de poca sustancia, especialmente en las palabras y promesas―. AquÃ- habrÃ-a que separar. Desde luego, el punto
central de lo denunciado desató un escándalo que no es gratuito, como que ninguno de los protagonistas de la polÃ-tica
ha podido sustraerse a él. Camilo Escalona, el jefe del PS, propuso el término “estiércol― como alternativa al más lit
del ex Mandatario, el que fue acogido por el ministro Lagos Weber, hoy en la incómoda doble posición de hacer la
vocerÃ-a del gobierno de Bachelet y de referirse al de su padre, aunque para esto último acude al expediente de citar
también a los de sus dos antecesores.
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Lo que claramente irrita a Lagos Escobar es la majaderÃ-a y el sesgo. Más allá de la encumbrada posición de estadista
en que quiere colocarse, desechando lo pequeño y acaso también los daños colaterales, lo cierto es que las visiones
unilaterales y apocalÃ-pticas no sólo violentan la razón. Pueden también saturar el ambiente y tener un efecto
contraproducente para la eficacia de una campaña anticorrupción que empieza con fuerza y termina fatigada.
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¿Cómo parar todo esto? AquÃ- entran a tallar las promesas y las 30 medidas de Bachelet que todos dicen acoger, al
tiempo que las tratan de insuficientes y perfectibles, lo que augura una caÃ-da en la espiral del lento trámite legislativo y
la engorrosa implementación.
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Promesas ya hubo hace tres años, al término de la cumbre Lagos-Longueira. Aquello pudo ser también “hojarasca―.
vez más que las acepciones al uso de la Real Academia y la ventilación de sólo una de ellas por el ex Presidente
(acogida por su colega Aylwin), sirva la poéticamente maloliente descripción que hiciera Gabriel GarcÃ-a Márquez en su
novela de ese tÃ-tulo de 1955: “Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por desperdicios humanos y materiales.
La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de
recóndita muerte―.
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Es un remolino, entonces. El mismo que la sola invocación del término causó cuando Lagos habló brevemente. La
hojarasca envuelve incluso a quienes ven la corrupción como regalo para sacar a la Concertación del gobierno. De
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modo que es ésta la que debe asumir toda su responsabilidad por las malas prácticas y precaverse de las
consecuencias.Â
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