Derecho de asociación y bien común: A propósito del fallo "ALITT" Autor: Casas, Laura J. - Espíndola, Alfredo Martín Publicado en: LA LEY 2007-A, 384 Fallo comentado: Corte Suprema de Justicia de la Nación (CS) ~ 2006/11/21 ~ Asociación Lucha por la Identidad Travesti - Transexual c. Inspección General de Justicia -------------------------------------------------------------------------------SUMARIO: I. Introducción. - II. El derecho de asociación. - III. ¿Cómo entender el concepto de bien común? - IV. El derecho a ser diferente. Modernidad y postmodernidad. - V. Conclusión. I. Introducción La Asociación Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT) promovió recurso de hecho contra la resolución de la sala K de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil que confirmó la decisión de la Inspección General de Justicia (en adelante I.G.J.) que le denegó la personería jurídica. El principal argumento que esgrimió la Cámara para no otorgarle personería jurídica a ALITT fue la inexistencia del objeto de bien común exigido por el art. 33 segunda parte apartado 1° del Cód. Civil. Consideró que sus objetivos sólo representaban una utilidad particular para los integrantes de la asociación y, por extensión, para aquellos que participan de sus ideas. Sostuvo que el bien común se satisface cuando el objeto de la asociación es socialmente útil y entendió que esta expresión significaba la existencia de un bien general público extendido a toda la sociedad. Por su parte, ALITT argumentó que la sentencia de la Cámara de Apelaciones realizó una interpretación inconstitucional del art. 33 del Cód. Civil, contraria a la libertad de asociarse con fines útiles y a la garantía de la igualdad ante la ley, de trato y de oportunidades. Asimismo sostuvo que la argumentación del Tribunal se fundó en afirmaciones dogmáticas y prejuiciosas relacionadas con la identidad sexual de los asociados por lo que el pronunciamiento implicaba una forma de discriminación. Forma de discriminación que resultaba irrazonable habida cuenta de que se les reconoció personería jurídica a determinados grupos (Comunidad Homosexual Argentina) y, en idénticas condiciones, se les denegaba al grupo conformado por travestis y transexuales. La Corte, al resolver el caso, acuerda la personería jurídica a ALITT sobre la base de una interpretación del derecho de asociación y del bien común acorde con los principios democráticos de un estado de derecho pluralista. II. El derecho de asociación En el fallo se observa un pormenorizado análisis del derecho de asociación a la luz de su consagración en los Tratados Internacionales y se definen sus contornos apelando a los arts. 14 y 19 de la Constitución Nacional: la Corte sostiene que asociarse con fines útiles es posible siempre que no se viole ni el orden ni la moral pública, ni se afecten los derechos de terceros. Asimismo, el derecho de asociación se interpreta en forma articulada y armónica con otras garantías existentes en la Carta Fundamental tales como la libertad de reunión, la libertad de palabra, de prensa y la protección de la dignidad ante posibles afectaciones. En este sentido, citando el voto del juez Petracchi en la causa CHA, la Corte considera que: "... en materia de libertad de asociación es patente la interactuación existente, al igual de lo que ocurre con el derecho de reunión, con la libertad de expresión o de prensa, ... El derecho de reunión tiene su origen en la libertad individual, en la libertad de palabra, en la libertad de asociación. No se concibe cómo podrían ejercerse estos derechos, como podrán asegurarse los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino, según los términos consagratorios del Preámbulo, sin la libertad de reunirse o de asociarse, para enseñar o aprender, para propagar sus ideas, peticionar a las autoridades, orientar la opinión pública y tratar otros fines lícitos..." (1). Especialmente, con cita al voto del juez Fayt en la causa CHA, se detiene en la relación que existe entre la facultad de organizarse a los efectos de preservar la dignidad y la importancia de proteger ese derecho legitimando la asociación perseguida. En el examen del derecho de asociación señala las implicancias personales, sociales e institucionales del mismo. Personales, en cuanto permite la tutela más perfecta de la dignidad humana, sociales en la medida en que las asociaciones cumplen una función integradora al establecer vías de apertura a la convivencia grupal y al intercambio de ideas institucionales, dado que el Estado tiene un innegable interés en promover espacios que permitan racionalizar los conflictos que resulten de la convivencia societaria. Por otro lado, el fallo no menosprecia la diferencia que existe entre una asociación del artículo 33 segunda parte apartado 1° del Cód. Civil y las restantes formas asociativas que pueden existir sin autorización estatal. En este sentido el más alto Tribunal considera que "si bien la negativa de autorización emanada de la I.G.J. no impide a la entidad peticionaria reunirse para la defensa y promoción de sus intereses y, eventualmente, ser considerada como una simple asociación civil, en alguna de las dos variantes previstas en el art. 46 del Cód. Civil, lo cierto es que no le permite disfrutar de todos los derechos que ejercen las asociaciones autorizadas, tales, por ejemplo, la capacidad para adquirir bienes por herencia, legado o donación; ... restricciones que no son intrascendentes para una entidad de las características de la apelante. Además, en tanto que los integrantes de una persona jurídica no responden por las deudas de ésta, los miembros de una simple asociación sí lo hacen por dichas deudas de manera subsidiaria y accesoria ... Por otra parte, en el caso específico de las asociaciones denominadas irregulares, es decir las que no cumplen con el requisito de forma prescripto por el citado art. 46 —constitución y designación de autoridades por escritura pública o instrumento privado de autenticidad certificados por escribano público—, todos los miembros fundadores de la asociación y sus administradores asumen responsabilidad solidaria por los actos de ésta ..." (2). El fallo reconoce el ejercicio del derecho de asociarse en sus posibilidades más extendidas y establece que no queda satisfecho el ejercicio de este derecho con la mera posibilidad de asociarse sin el reconocimiento estatal. Al respecto dice la Corte que "... siempre que una entidad peticionaria llene el recaudo al cual la Ley Suprema condiciona el reconocimiento del derecho de asociarse, la denegación de la personería jurídica causa un agravio en tanto le impide obtener el status más elevado contemplado por las normas reglamentarias del derecho de asociación". Refuerza el argumento al decir que: "... el umbral de utilidad exigido por la Ley Suprema es indiscutiblemente satisfecho por toda agrupación voluntaria de personas que, por vías pacíficas y sin incitación a la violencia, convenga en la obtención de cualquiera de los múltiples objetos o pretensiones que, respetando los principios del sistema democrático, no ofendan al orden, la moral pública ni perjudiquen —de modo cierto y concreto— bienes o intereses de un tercero" (3). Es destacable la forma en que la Corte enmarca el derecho de asociación en los principios del pluralismo, la tolerancia y la comprensión, concluyendo que todo derecho de asociarse es útil porque acrecienta el respeto por las ideas ajenas facilitando la integración de personas y grupos, y robustece el respeto de la diversidad. III. ¿Cómo entender el concepto de bien común? Podemos concluir que, para la Corte, todo derecho de asociarse es constitucionalmente útil en la medida en que se respeten las limitaciones establecidas por los arts. 14 y 19 de la Constitución Nacional. Pareciera que la Corte sólo supedita el otorgamiento de la personería jurídica a que la asociación persiga fines útiles y no se afecten derechos de terceros. Sin embargo, como el art. 33 del Cód. Civil —una de las normas basales de la reglamentación del derecho de asociación— establece el requisito del bien común para otorgar el mayor status a las asociaciones, el Máximo Tribunal procede a interpretarlo. Y lo hace de un modo que consideramos saludable y de vital importancia atento a la polisemia de la expresión y a su permanente empleo en el discurso jurídico. El Tribunal desecha interpretaciones que consideran al bien común como opuesto al bien particular por cuanto toda asociación tiende al beneficio de quienes la componen y sólo por excepción al de toda la comunidad; o como una abstracción o espíritu colectivo independiente de las personas que integran la asociación; o como un patrimonio de las mayorías en detrimento de las minorías y atiende a los requerimientos de la sociedad contemporánea caracterizada por demandas plurales y disímiles. En definitiva, logra superar la distinción entre bien particular y bien común sosteniendo que prácticamente toda asociación persigue un bien particular, sin que por ello deba entenderse que no beneficia o concierne a la sociedad en su conjunto. La Corte esclarece el concepto de bien común cuando establece: "Que el bien común ... es el bien de todas las personas, las que suelen agruparse según intereses dispares, contando con que toda sociedad contemporánea es necesariamente plural, esto es, compuesta por personas con diferentes preferencias, visiones del mundo, intereses, proyectos, ideas, etc., sea que se conciba a la sociedad como sistema o como equilibrio conflictivo; lo cierto es que en tanto las agrupaciones operen lícitamente, facilitan la normalización de las demandas (desde perspectiva sistémica) o de reglas para zanjar los conflictos (desde visión conflictivista). Desde cualquiera de las interpretaciones —la normalización para unos o la estabilización para otros— produce un beneficio para la totalidad de las personas, o sea, para el "bien común" (4). El concepto de bien común delineado hasta ahora por nuestros tribunales se inclinaba a emparentar lo "común" con lo mayoritario, negando la diversidad de demandas existentes en las complejas sociedades contemporáneas; y olvidando lo fecundo del disenso, de la multiplicidad de voces y de la diversidad para una comunidad democrática. La igualdad democrática y liberal plasmada por el constituyente de 1853 para la Corte se vio fortalecida, y a nuestro juicio modificada, por la Reforma Constitucional del año 1994 al incorporarse el "derecho a ser diferente". Este derecho no es un mero lirismo acordado declamativamente por el constituyente, sino que obliga a su real aplicación a todos los órganos del Estado. La Corte descalifica la sentencia de la Cámara de Apelaciones por entender que la orientación sexual de los integrantes de la asociación motivó el rechazo de la personería jurídica y porque la opinión personal de los jueces primó en la resolución del caso. La Corte tiene el mérito con este fallo de apartarse de la apelación a la moral media como criterio legitimante de decisiones que obturan la posibilidad de alcanzar un reconocimiento extendido del derecho a ser diferente, criterio al que parece resultar funcional la resolución del Inspector General de Justicia y la sentencia de la Cámara de Apelaciones aun cuando no haya sido explicitado en la misma (5). Es innegable que para colectivos sociales cuyos derechos han sido vulnerados históricamente, tal es el caso de las minorías sexuales, resulta fundamental que el Estado los mire y los reconozca en el mundo jurídico. Lo contrario significa seguir manteniéndolos en el terreno de una juridicidad imprecisa y menguada. El Estado debe proporcionar las herramientas para el ejercicio de una ciudadanía activa y esto implica no sólo garantizar la posibilidad de que las personas que tienen intereses comunes se asocien, sino también el plus de reconocimiento de esta situación por parte del Estado. Sería contradictorio que la Carta Fundamental por un lado admitiera ciudadanos activos y por otro negara las herramientas necesarias para el ejercicio de una ciudadanía activa. IV. El derecho a ser diferente. Modernidad y postmodernidad Si se contrapone con Scavino (6) el par de conceptos modernidad / postmodernidad, en el eje acuñado por Lyotard, puede afirmarse que la modernidad con la Ilustración concibió un sujeto transhistórico y transcultural, el Hombre, que semejante a Dios era un sujeto absoluto en los dos sentidos de la palabra: no relativo, universal; pero también ab-suelto, es decir, des-ligado de toda determinación histórica o cultural. Este sujeto era absolutamente libre en la medida en que resultaba autónomo por darse sus propias normas, por autolegislarse. La postmodernidad en cambio, no piensa en un sujeto universal y libre sino, por el contrario, en una multiplicidad de sujetos relativos y ligados a contextos históricos y culturales, al tiempo que pone de manifiesto que el sujeto de la Ilustración no fue sino un espejismo, una mera ilusión etnocéntrica. Es en el contexto de la postmodernidad que comienza a cobrar una significación decisiva la noción de diferencia. Si el sujeto abstracto de la modernidad para garantizar su autonomía requería de la igualdad, el sujeto situado de la postmodernidad para hacerlo necesita de la diferencia. Diferencia que no se construye en una relación de oposición con la igualdad (cuyo opuesto es la desigualdad) sino de complementariedad, en la medida en que se manifiesta como un sentido profundizado de la misma: la igualdad entre los diferentes conduce a la desigualdad, sólo la diferencia permite que los diferentes alcancen la igualdad. La diferencia, que se instala en la postmodernidad reclamando ser tutelada, visibiliza las demandas que se articulan en las sociedades plurales y complejas de las democracias actuales que constituyen el sustrato desde el cual emerge la postmodernidad misma como fenómeno. Si se piensa el proceso apuntado desde el mundo del derecho es que puede considerarse que del mismo modo que la igualdad fue el valor jurídico de la modernidad, la diferencia lo es el de la postmodernidad (7). Y la diferencia como valor jurídico que resignifica a la igualdad se hace presente en el derecho argentino con indudable potencia con la Reforma Constitucional de 1994 que, según la expresión de Gelli (8), institucionaliza la diversidad en muchas de sus múltiples manifestaciones en la Carta Fundamental, especialmente, del art. 75 inc. 22, que otorga jerarquía constitucional a los tratados sobre derechos humanos. Sin embargo, el reconocimiento de la diferencia como valor jurídico para evitar constituirse en mera declaración de principios políticamente correctos, a la medida de las democracias contemporáneas actuales, debería ir más allá del texto constitucional e instalarse en las prácticas de los operadores jurídicos. Ahora bien, ni la Inspección General de Personas Jurídicas (I.P.G.) ni la sala K de la Cámara de Apelaciones la receptaron en ocasión de pronunciarse sobre la solicitud de ALITT para funcionar en el marco del artículo 33, segunda parte, ap. 1° del Cód. Civil. Sí lo hizo, en cambio, la Corte que con su decisión parece haber incorporado la idea de que los sentidos del discurso jurídico no están fijados de una vez y para siempre sino que, por el contrario, siempre están sujetos a variadas formas de articulación y de redefinición que abren el espacio para la construcción de nuevas hegemonías mediante la deconstrucción de categorías cristalizadas, la resignificación de los conceptos con los que el derecho opera en el imaginario de la sociedad (9). Decisión que, a su vez, también parece haber receptado a la diferencia como valor jurídico que, dando cuenta de un sentido profundizado de la igualdad, invita a pensar en una sociedad complejamente igualitaria cuya complejidad reside en la conjunción de un conjunto inestable de diferencias relevantes que generan distinciones, muchas veces imprevisibles, que conducen tan sólo a un orden siempre inestable (10). La gran tarea de los jueces consiste en renunciar a las repetidas formulaciones abstractas de los derechos, y a la comodidad de creerse neutrales, más allá de los dramas de quienes están sometidos a su jurisdicción, y a atreverse a ser otros y a reconocer la diversidad de los demás (11). V. Conclusión Este fallo abre camino para reflexionar sobre el contenido que se le asignan a muchas expresiones utilizadas en el discurso jurídico y que requieren una lectura acorde con el techo ideológico de nuestra Constitución Nacional, sobre todo a partir del año 1994. En este sentido la Corte interpreta el bien común a la luz del derecho de asociación consagrado en la Carta Magna y en los Tratados de Derechos Humanos, precisando sus contornos en un mundo heterogéneo que alberga a la diferencia como un elemento de la convivencia societaria. La cuestión de la diferencia encuentra frente a las minorías por orientación sexual una de sus aristas más sensibles y, a su vez, dentro de este universo, las personas trans constituyen quizás uno de los desafíos más profundos a un edificio jurídico vaciado en la modernidad, por cuanto pone en cuestión a la sexualidad binaria, es decir, a uno de los baluartes de la organización de la sociedad moderna. (*) Docentes de Derecho Constitucional y de Teoría del Estado de la Universidad Nacional de Tucumán. (1) Ver considerando 7° (LA LEY, 1991-E, 679). (2) Ver Considerando 5. (3) Ver Considerando 10. (4) Ver Considerando 15. (5) Sobre el concepto de moral media, ver el fallo "Busacca, Ricardo O. c. Ciudad de Buenos Aires", LA LEY, 2004-D, 37. (6) SCAVINO, Dardo, "La filosofía actual —pensar sin certezas—", Paidós, Buenos Aires, 1999, ps. 137-140. (7) FARIÑAS DULCE, María José, "Ciudadanía universal vs. ciudadanía fragmentada", en Cuadernos Electrónicos de Filosofía del Derecho, N° 2-1999. Dirección URL: http://www.uv.es/~afd/CEFD/2/Farinas.html#3 (8) GELLI, María Angélica, "Los nuevos derechos en el paradigma constitucional de 1994", LA LEY, 1995-C, 1149-1150 (9) RUIZ, Alicia E. C., "Idas y vueltas. Por una teoría crítica del derecho", Del Puerto, Buenos Aires, 2001, p. 34. (10) RUIZ, Alicia E. C., "Idas ...", op. cit., p. 35. (11) RUIZ, Alicia E. C., "Idas ...", op. cit., p. 35.