QUINCE RESPUESTAS A LAS TONTERÍAS CREACIONISTAS (15 Answers to Creationist Nonsense) Por: John Rennie Scientific American, junio 17 de 2002 Traducción: Guillermo Guevara Pardo Los opositores de la evolución quieren hacer un lugar para el creacionismo derribando la ciencia real, pero sus argumentos no se sostienen. Cuando Charles Darwin introdujo la teoría de la evolución a través de la selección natural hace 143 años, los científicos de la época discutieron fieramente sobre ella, pero la masiva evidencia desde la paleontología, la genética, la zoología, la biología molecular y otros campos establecieron gradualmente la verdad de la evolución más allá de toda duda razonable. Hoy esa batalla se ha ganado por doquier, excepto en la imaginación del público. Vergonzosamente, en el siglo XXI, en la nación científicamente más avanzada del mundo jamás conocida, los creacionistas aún pueden convencer a políticos, jueces y ciudadanos del común que la evolución es una fantasía defectuosa pobremente apoyada. Ellos hacen lobby por las ideas creacionistas tales como las del “diseño inteligente” como alternativas para ser enseñadas en las clases de ciencias. Cuando este artículo va a la imprenta, la Junta de Educación de Ohio está debatiendo sobre la posibilidad de obligar a tal cambio. Algunos antievolucionistas, tal como Philip E. Johnson, un profesor de leyes en la Universidad de California en Berkeley y autor de Darwin on Trial, admite que ellos intentan que la teoría del diseño inteligente sirva como una “cuña” para reabrir en las clases de ciencias los debates sobre Dios. Maestros acosados, y otros, pueden encontrarse cada vez más en el punto de tener que defender la evolución y refutar el creacionismo. Los argumentos que usan los creacionistas son típicamente engañosos y basados en conceptos equivocados (o directamente sobre mentiras) de la evolución, pero la cantidad y diversidad de las objeciones pueden colocar en desventaja incluso a personas bien informadas. Para ayudar a responderles, la siguiente lista refuta los argumentos “científicos” más comunes planteados contra la evolución. También orienta a los lectores hacia otras fuentes de información y explica por qué la ciencia de la creación no debe estar en los salones de clase. 1. La evolución es únicamente una teoría. No es un hecho o una ley científica. Muchas personas aprendieron en la escuela que una teoría se ubica a la mitad de una jerarquía de certeza –por encima de una mera hipótesis pero por debajo de una ley. Sin embargo, los científicos no utilizan el término en esa forma. De acuerdo con la Academia Nacional de Ciencias (NAS, por sus siglas en inglés) una teoría científica es “una explicación bien fundamentada de algún aspecto del mundo natural que puede incorporar hechos, leyes, inferencias e hipótesis probadas”. Ninguna cantidad de validación cambia una teoría en ley, que es una generalización descriptiva de la naturaleza. Así que cuando los científicos hablan sobre la teoría de la evolución –o de la teoría atómica o de la teoría de la relatividad, por ejemplo− ellos no están expresando dudas sobre su veracidad. Además de la teoría de la evolución, es decir, la idea de descendencia con modificación, también se puede hablar del hecho de la evolución. La NAS define un hecho como “una observación que ha sido repetidamente confirmada y para todos los propósitos prácticos es aceptada como verdad”. El registro fósil y otra abundante evidencia testifican que los organismos han evolucionado a través del tiempo. Aunque nadie observó esas transformaciones, la evidencia indirecta es clara, inequívoca y convincente. Todas las ciencias frecuentemente dependen de la evidencia indirecta. Los físicos, por ejemplo, no pueden ver directamente las partículas subatómicas, ellos verifican su existencia observando las huellas que las partículas dejan en una cámara de niebla. La ausencia de observación directa no hace a las conclusiones de los físicos menos ciertas. 2. La selección natural se basa en un razonamiento circular: los mejor adaptados son aquellos quienes sobreviven, y los que sobreviven se consideran los mejor adaptados. “Supervivencia del mejor adaptado” es una forma conversacional para describir la selección natural, pero una descripción más técnica habla de ratas diferenciales de supervivencia y reproducción. Es decir, en lugar de etiquetar especies como más o menos adaptadas, uno puede describir cuántas crías probablemente ellas dejen bajo determinadas circunstancias. Abandone una pareja de pinzones de crianza rápida, con picos pequeños y una de crianza mucho más lenta con picos grandes en una isla llena de semillas como alimento. En unas pocas generaciones los criadores rápidos podrán controlar más recursos alimentarios. Pero si los picos grandes rompen más fácilmente las semillas, la ventaja puede volcarse hacia los criadores lentos. En un estudio pionero de los pinzones en las islas Galápagos, Peter R. Grant de la Universidad de Princeton observó en estado silvestre esas formas de cambio poblacional [ver su artículo “Natural Selection and Darwin’s Finches”; Scientific American, October 1991]. La clave es que la capacidad adaptativa puede ser definida sin referencia a la supervivencia: picos grandes están mejor adaptados para triturar semillas, con independencia de si esa característica tiene un valor de supervivencia bajo las circunstancias. 3. La evolución no es científica porque no es comprobable o falsable. Hace afirmaciones sobre eventos que no fueron observados y que nunca pueden ser recreados. Este rechazo total de la evolución ignora importantes distinciones que divide el campo en al menos dos grandes áreas: microevolución y macroevolución. La microevolución analiza cambios de las especies en el tiempo –cambios que pueden ser preludios de la especiación, el origen de nuevas especies. La macroevolución estudia cómo cambian los grupos taxonómicos por encima del nivel de la especie. Su evidencia se basa frecuentemente en registro fósil y en las comparaciones del ADN para reconstruir cómo varios organismos pueden estar relacionados. En estos días, incluso muchos de los creacionistas reconocen que la microevolución ha sido confirmada por pruebas en el laboratorio (como en estudios de células, plantas y moscas de la fruta) y en el campo (como en los estudios de Grant de la evolución de las formas de los picos entre los pinzones de las Galápagos). La selección natural y otros mecanismos –tales como cambios cromosómicos, la simbiosis y la hibridación− pueden impulsar cambios profundos en las poblaciones a través del tiempo. La naturaleza histórica de los estudios macroevolucionarios involucra inferencias desde los fósiles y el ADN en lugar de la observación directa. Sin embargo, en las ciencias históricas (que incluye la astronomía, la geología y la arqueología, también como la biología evolutiva), las hipótesis se pueden probar comprobando si ellas están de acuerdo con la evidencia física y si conducen a predicciones verificables sobre futuros descubrimientos. Por ejemplo, la evolución implica que entre los más tempranos ancestros conocidos de los humanos (aproximadamente de cinco millones de antigüedad) y la aparición de humanos anatómicamente modernos (de hace unos 100.000 años), se puede encontrar una sucesión de criaturas homínidas con características progresivamente menos semejantes a las de los monos y más modernas, que es ciertamente lo que muestra el registro fósil. Pero no se podría –y no es así− encontrar fósiles de humanos modernos incrustados en los estratos del periodo Jurásico (hace 144 millones de años). La biología evolutiva hace rutinariamente predicciones más refinadas y precisas que esto, y los investigadores las prueban constantemente. La evolución también podría ser refutada de otras formas. Si pudiéramos documentar la generación espontánea de una forma de vida compleja a partir de materia inanimada, entonces al menos unas pocas criaturas vistas en el registro fósil podrían haberse originado de esta manera. Si extraterrestres supremamente inteligentes aparecieran y reclamaran el crédito por la creación de vida en la Tierra (o incluso de especies en particular) la explicación puramente evolutiva podría ser puesta en duda. Pero nadie aún ha producido tal evidencia. Cabe señalar que la idea de falsabilidad como característica definitoria de la ciencia se originó con el filósofo de la ciencia Karl Popper en los años 1930. Elaboraciones más recientes de su pensamiento han ampliado la interpretación más estrecha de su principio porque podría eliminar muchas ramas de empeño claramente científico. 4. Cada vez más los científicos dudan de la verdad de la evolución. Ninguna evidencia sugiere que la evolución esté perdiendo adherentes. Tome cualquier número de una revista de biología revisada por pares y encontrará artículos que apoyan y amplían los estudios sobre evolución o que abrazan la evolución como un concepto fundamental. Por el contrario, publicaciones científicas serias que nieguen la evolución son casi inexistentes. A mediados de los años 1990 George W. Gilchrist de la Universidad de Washington investigó miles de revistas en la literatura primaria, buscando artículos sobre el diseño inteligente o la ciencia de la creación. Entre esos cientos de miles de reportes científicos, no encontró ninguno. En los dos años pasados, investigaciones hechas independientemente por Bárbara Forrest de Southeastern Louisiana University y Lawrence M. Krauss de Case Western Reserve University han sido similarmente infructuosas. Los creacionistas replican que una comunidad científica de mente cerrada rechaza sus evidencias. Sin embargo, de acuerdo con los editores de Nature, Science y otras revistas líderes, pocos manuscritos antievolucionistas son presentados. Algunos autores antievolucionistas han publicado artículos en revistas serias. Esos artículos, sin embargo, raramente atacan directamente a la evolución o avanzan argumentos creacionistas; a lo sumo, identifican ciertos problemas evolutivos como irresolutos y difíciles (lo cual nadie discute). En resumen, los creacionistas no le están dando al mundo científico buenas razones para tomarlos en serio. 5. Los desacuerdos, aún entre los biólogos evolucionistas, muestran lo poco que la ciencia sólida apoya la evolución. Los biólogos evolutivos debaten apasionadamente diversos tópicos: cómo sucede la especiación, los ritmos del cambio evolutivo, las relaciones ancestrales de aves y dinosaurios, si los Neandertales fueron una especie aparte de los humanos modernos, y mucho más. Esas disputas son semejantes a aquellas encontradas en todas las otras ramas de la ciencia. Aceptar la evolución como un hecho fáctico y un principio rector es, no obstante, universal en la biología. Por desgracia, los creacionistas deshonestos han mostrado una inclinación a colocar los comentarios de los científicos fuera de contexto para exagerar y distorsionar los desacuerdos. Cualquiera que esté familiarizado con los trabajos de Stephen Jay Gould de la Universidad de Harvard sabe que, además de coautor del modelo de equilibrio puntuado, Gould fue uno de los más elocuentes defensores y articuladores de la evolución. (El equilibrio puntuado explica los patrones en el registro fósil sugiriendo que muchos cambios evolutivos suceden en intervalos geológicos breves –no obstante los cuales pueden ascender a cientos de generaciones). Sin embargo, los creacionistas se deleitan en la disección de frases de la voluminosa prosa de Gould para hacerlo sonar como si él hubiera dudado de la evolución y presentan el equilibrio puntuado como si este permitiera que las nuevas especies se materializaran de la noche a la mañana, o que los pájaros nacieran de los huevos de los reptiles. Cuando se enfrentan con una cita de alguna autoridad científica que parece cuestionar la evolución, insisten en ver la frase en contexto. Casi invariablemente, el ataque a la evolución resultará ilusorio. 6. ¿Si los humanos descienden de los monos, por qué ellos son aún monos? Este argumento sorprendentemente común refleja diversos niveles de ignorancia sobre la evolución. El primer error es que la evolución no enseña que los humanos descienden de los monos; ella manifiesta que ambos tienen un ancestro común. El error más profundo de esta objeción es que es equivalente a preguntar, “si los niños descienden de los adultos, ¿por qué hay todavía adultos?” Las nuevas especies evolucionan por separación de las ya establecidas, cuando poblaciones de organismos se aíslan de la rama principal de su familia y adquieren diferencias suficientes para permanecer distintas por siempre. A partir de ahí la especie parental puede sobrevivir indefinidamente o extinguirse. 7. La evolución no puede explicar cómo apareció la vida en la Tierra. El origen de la vida sigue siendo en gran medida un misterio, pero los bioquímicos han aprendido acerca de cómo los primitivos ácidos nucleicos, aminoácidos y otros bloques constituyentes de la vida pudieron haber formado y organizado unidades autorreplicantes y autosuficientes, sentando los fundamentos de la bioquímica celular. Los análisis astroquímicos indican que cantidades de esos compuestos pueden haberse originado en el espacio y caer a la Tierra en cometas, un escenario que puede resolver el problema de cómo esos constituyentes surgieron bajo las condiciones que prevalecían cuando nuestro planeta era joven. Los creacionistas a veces tratan de invalidar toda la evolución señalando la incapacidad actual de la ciencia para explicar el origen de la vida. Pero inclusive si la vida en la Tierra resultara tener un origen no evolutivo (por ejemplo, si los extraterrestres introdujeron las primeras células hace miles de millones de años), la evolución desde entonces podría ser confirmada con firmeza por innumerables estudios microevolutivos y macroevolutivos. 8. Matemáticamente es inconcebible que algo tan complejo como una proteína, y mucho menos una célula viva o un ser humano, pudiera surgir por casualidad. El azar juega su papel en la evolución (por ejemplo, en las mutaciones aleatorias que pueden dar origen a nuevas características) pero la evolución no depende de la probabilidad de crear organismos, proteínas u otras entidades. Todo lo contrario: la selección natural, el principal mecanismo conocido de la evolución, aprovecha el cambio no aleatorio para preservar características “deseables” (adaptativas) y eliminar las “no deseables” (no adaptativas). Mientras las fuerzas de la selección permanezcan constantes, la selección natural puede empujar la evolución en una dirección y dar origen a estructuras sofisticadas en tiempos sorprendentemente cortos. Como una analogía, considere la secuencia de trece letras “TOBEORNOTTOBE”. Los hipotéticos millones de monos, cada uno tecleando una frase por segundo, podrían tardar unos 78.800 años para hallarla entre las 2613 secuencias de esa longitud. Pero en la década de los años 1980 Richard Hardison escribió un programa informático que generaba frases aleatoriamente, mientras preservaba las posiciones de letras individuales que pasaban a ser colocadas correctamente (en efecto, seleccionando la frase más parecida a la de Hamlet). En promedio, el programa recreó la frase en solo 336 iteraciones, empleando menos de 90 segundos. Aún más sorprendente, se podía reconstruir toda la obra de Shakespeare en solo cuatro días y medio. 9. La segunda ley de la termodinámica dice que los sistemas deben hacerse más desordenados con el paso del tiempo. Por lo tanto, las células vivas no pudieron haber evolucionado a partir de sustancias químicas inanimadas y la vida pluricelular no pudo haber evolucionado de los protozoos. Este argumento deriva de una interpretación equivocada de la segunda ley. Si eso fuera válido, cristales minerales y copos de nieve también serían imposibles, porque ellos, también, son estructuras complejas que se forman espontáneamente a partir de componentes desordenados. Lo que realmente sostiene la segunda ley es que la entropía total de un sistema cerrado (uno que no permite la entrada de materia ni de energía) no puede disminuir. La entropía es un concepto físico a menudo descrito casualmente como desorden, pero él difiere significativamente del uso coloquial de la palabra. Más importante, sin embargo, es que la segunda ley permite que partes de un sistema disminuyan la entropía siempre y cuando otras partes experimenten un aumento en compensación. Así, nuestro planeta como un todo puede aumentar la complejidad porque el Sol vierte sobre él calor y luz, y entre más grande sea la entropía asociada con la fusión nuclear en el Sol la balanza se reequilibra más. Organismos simples pueden impulsar su aumento en complejidad consumiendo otras formas de vida y materiales no vivos. 10. Las mutaciones son esenciales para la teoría de la evolución, pero las mutaciones únicamente pueden eliminar caracteres. Ellas no pueden producir nuevos rasgos. Por el contrario, la biología ha catalogado muchas características producidas por mutaciones puntuales (cambios en posiciones precisas en el ADN de un organismo) −por ejemplo, la resistencia bacteriana a los antibióticos. Las mutaciones que surgen en el homeobox (Hox), la familia de genes reguladores del desarrollo en los animales, también pueden tener efectos complejos. Los genes Hox ordenan dónde deben crecer patas, alas, antenas y segmentos corporales. En las moscas de la fruta, por ejemplo, la mutación llamada Antennapedia causa que broten patas donde deberían crecer antenas. Esas extremidades anormales no son funcionales, pero su existencia demuestra que errores genéticos pueden producir estructuras complejas, que entonces la selección natural podrá probar para posibles usos. Además, la biología molecular ha descubierto mecanismos para el cambio genético que van más allá de las mutaciones puntuales y ellos amplían las formas en las cuales podrán aparecer nuevas características. Genes enteros pueden ser accidentalmente duplicados en el ADN de un organismo y los duplicados son libres de mutar en genes para nuevas características complejas. Comparaciones del ADN de una amplia variedad de organismos indican que esta es la forma como la familia de las globinas, proteínas de la sangre, evolucionaron durante millones de años. 11. La selección natural podría explicar la microevolución, pero no puede explicar el origen de nuevas especies y de órdenes superiores de vida. Los biólogos evolutivos han escrito extensamente sobre cómo la selección natural produce nuevas especies. Por ejemplo, en el modelo llamado alopátrico, desarrollado por Ernst Mayr de la Universidad de Harvard, si una población de organismos quedó aislada del resto de su especie por fronteras geográficas, podría ser sometida a diferentes presiones selectivas. Los cambios se acumularían en la población aislada. Si esos cambios se hacen tan significativos que el grupo separado no puede o rutinariamente no podría aparearse con la población original, entonces el grupo disidente se aísla reproductivamente y de esta manera se convierte en una nueva especie. La selección natural es el mejor estudiado de los mecanismos evolutivos, pero los biólogos también están abiertos a otras posibilidades. Ellos están constantemente valorando el potencial de mecanismos genéticos inusuales para causar especiación o producir en los organismos características complejas. Lynn Margulis de la Universidad de Massachusetts en Amherst, y otros, han argumentado persuasivamente que algunos organelos celulares, tales como las mitocondrias generadoras de energía, evolucionaron a través de la unión simbiótica de organismos antiguos. Así, la ciencia da la bienvenida a la posibilidad de la evolución resultante de fuerzas más allá de la selección natural. Sin embargo, esas fuerzas deben ser naturales; ellas no pueden ser atribuidas a las acciones de misteriosas inteligencias creativas cuya existencia, en términos científicos, no está probada. 12. Nadie ha visto nunca una nueva especie evolucionar. La especiación es probablemente bastante rara y en muchos casos puede tardar siglos. Por otra parte, el reconocimiento de una nueva especie durante la etapa de formación puede ser difícil, porque a veces los biólogos no se ponen de acuerdo sobre la mejor manera de definir una especie. La definición más ampliamente usada, el concepto biológico de especie de Mayr, identifica una especie como una comunidad distinta de poblaciones aisladas reproductivamente −grupos de organismos que normalmente no pueden procrear fuera de su comunidad. En la práctica, esta norma puede ser difícil de aplicar para organismos aislados por la distancia o la geografía o para las plantas (y, por supuesto, para los fósiles, que no se reproducen). Por lo tanto, los biólogos usualmente utilizan las características físicas y del comportamiento como indicios sobre su pertenencia a una especie. A pesar de ello, la literatura científica contiene reportes de eventos de aparente especiación en plantas, insectos y gusanos. En muchos de esos experimentos los investigadores sometieron organismos a varios tipos de selección –para diferencias anatómicas, conductas de apareamiento, preferencias de hábitat y otras características– y encontraron que habían creado poblaciones de organismos que no se apareaban con extraños. Por ejemplo, William R. Rice de la Universidad de Nuevo México y George W. Salt de la Universidad de California en Davis demostraron que si organizaban un grupo de moscas de la fruta por su preferencia por ciertos ambientes y separadamente cruzaban esas moscas durante 35 generaciones, las moscas resultantes se negarían a aparearse con aquellas de un ambiente muy diferente. 13. Los evolucionistas no pueden señalar a ningún fósil transicional –por ejemplo, criaturas que son mitad reptil y mitad pájaro. En realidad los paleontólogos conocen muchos ejemplos detallados de formas fósiles intermediarias entre varios grupos taxonómicos. Uno de los fósiles más famosos de todos los tiempos es Archaeopteryx, en el cual se combinan las plumas y las estructuras esqueléticas propias de las aves, con características de los dinosaurios. También ha sido encontrada una valiosa multitud de otras especies fósiles emplumadas, unas más aviares otras algo menos. Una secuencia de fósiles abarca la evolución de los modernos caballos desde el diminuto Eohippus. Las ballenas tuvieron ancestros de cuatro patas que caminaron en la tierra y criaturas conocidas como Ambulocetus y Rodhocetus ayudaron a realizar la transición [ver "The Mammals That Conquered the Seas," by Kate Wong; Scientific American, May]. Las conchas fósiles trazan la evolución de diversos moluscos a través de millones de años. Tal vez veinte o más homínidos (no todos ellos nuestros antepasados) llenan la brecha entre el australopiteco Lucy y los humanos modernos. Los creacionistas, sin embargo, descartan estos estudios fósiles. Ellos argumentan que Archaeopteryx no es un eslabón perdido entre reptiles y aves –es solamente un ave extinta con características reptilianas. Ellos quieren que los evolucionistas muestren un extraño monstruo quimérico que no pueda ser clasificado como perteneciente a cualquier grupo conocido. Incluso, si un creacionista acepta un fósil como transicional entre dos especies, puede entonces insistir en ver otros fósiles intermedios entre este y los dos primeros. Estas frustrantes peticiones pueden continuar ad infinitum y ponen una carga irrazonable sobre el siempre incompleto registro fósil. Aún así, los evolucionistas pueden invocar más evidencia de apoyo desde la biología molecular. Todos los organismos comparten la mayoría de los mismos genes, pero como predice la evolución, las estructuras de estos genes y sus productos divergen entre especies, de acuerdo con sus relaciones evolutivas. Los genetistas hablan del “reloj molecular” que registra el paso del tiempo. Estos datos moleculares también muestran cómo varios organismos son transicionales en la evolución. 14. Los seres vivos tienen características increíblemente intricadas –a niveles anatómico, celular y molecular− que no podrían funcionar si fueran menos complejas o sofisticadas. La única conclusión prudente es que ellas son el producto de un diseño inteligente, no de la evolución. Este “argumento del diseño” es la columna vertebral de la mayoría de los recientes ataques a la evolución, pero también es uno de los más viejos. En 1802 el teólogo William Paley escribió que si uno encuentra en el campo un reloj de bolsillo, la conclusión más razonable es que a alguien se le cayó, no que fuerzas naturales lo crearon allí. Por analogía, Paley argumentó, estructuras complejas como las de los seres vivos deben ser la obra directa de la invención divina. Darwin escribió el Origen de las especies como una respuesta a Paley: él explicó cómo las fuerzas de la selección natural, actuando sobre caracteres heredados, podían gradualmente dar forma a la evolución de estructuras orgánicas complejas. Generaciones de creacionistas han tratado de contradecir a Darwin citando el ejemplo del ojo como una estructura que no podría haber evolucionado. Esos críticos dicen que la habilidad del ojo para proporcionar la visión depende de la perfecta disposición de sus partes. La selección natural, por lo tanto, nunca podría favorecer las formas transicionales necesarias durante la evolución del ojo −¿de qué sirve medio ojo? Anticipando esta crítica, Darwin sugirió que aún ojos “incompletos” podrían conferir beneficios (tales como ayudar a las criaturas a orientarse hacia la luz) y sobrevivir para más refinamientos evolutivos. Los biólogos han reivindicado a Darwin: los investigadores han identificado ojos primitivos y en todo el reino animal órganos sensibles a la luz, e incluso han rastreado la historia evolutiva de los ojos a través de la genética comparada. (Parece que en varias familias de organismos, los ojos han evolucionado independientemente). Hoy en día los defensores del diseño inteligente son más sofisticados que sus predecesores, pero sus argumentos y objetivos no son fundamentalmente diferentes. Critican la evolución tratando de demostrar que ella no podría explicar la vida tal como la conocemos e insisten en que la única alternativa sostenible es que la vida fue diseñada por una inteligencia no identificada. 15. Descubrimientos recientes prueban que incluso a nivel microscópico, la vida tiene un atributo de complejidad que no podría haber surgido a través de la evolución. “Complejidad irreducible” es el grito de batalla de Michael J. Behe de la Universidad de Lehigh, autor de “La caja negra de Darwin: el reto de la bioquímica a la evolución”. Como ejemplo conocido de complejidad irreducible, Behe elige la trampa para ratones –una máquina que no podría funcionar si alguna de sus piezas estuviera ausente, las cuales no tienen valor excepto como partes de un todo. Lo que es verdad de la trampa para ratones, dice, es aún más verdadero para el flagelo bacteriano, un organelo celular en forma de látigo usado para la propulsión que funciona como un motor fuera de borda. Las proteínas que constituyen un flagelo están asombrosamente organizados en componentes de un motor, en estructuras articulares universales y otras estructuras parecidas a las que un ingeniero humano podría especificar. La posibilidad de que esta intricada organización pudiera haber surgido a través de modificaciones evolutivas, es virtualmente nula, sostiene Behe, y eso indica diseño inteligente. Él sostiene opiniones similares sobre los mecanismos de la coagulación de la sangre y otros sistemas moleculares. Sin embargo, los biólogos evolucionistas tienen respuestas a estas objeciones. Primero, existen flagelos con formas más simples que el que Behe cita, por lo que no es necesario que todos los componentes estén presentes para que un flagelo funcione. Los sofisticados componentes de este flagelo tienen todos precedentes en otros lugares de la naturaleza, como lo describió Kenneth R. Miller de la Universidad de Brown, y otros. De hecho, todo el ensamblaje del flagelo entero es extremadamente similar a un organelo que Yersinia pestis, la bacteria de la peste bubónica, utiliza para inyectar toxinas en las células. La clave es que las estructuras de los componentes del flagelo, las cuales Behe sugiere no tienen ningún valor aparte de su papel en la propulsión, pueden servir para múltiples funciones que han ayudado a favor de su evolución. La evolución definitiva del flagelo podría entonces haber involucrado únicamente la innovadora recombinación de partes sofisticadas que inicialmente evolucionaron para otros propósitos. Del mismo modo, el sistema de coagulación de la sangre parece implicar la modificación y elaboración de proteínas que se utilizaron originalmente en la digestión, de acuerdo con los estudios realizados por Russell F. Doolittle de la Universidad de California en San Diego. Así que parte de la complejidad que Behe llama prueba del diseño inteligente, no es irreductible en absoluto. Un tipo diferente de complejidad –“la complejidad especificada”− es la piedra angular de los argumentos del diseño inteligente de William A. Dembski de la Universidad de Baylor en sus libros The Design Inference y No Free Lunch. En esencia, su argumento es que los seres vivos son complejos de una manera que, los procesos aleatorios, no dirigidos, nunca podrían producir. La única conclusión lógica, afirma Dembski, en un eco de Paley de hace 200 años, es que alguna inteligencia sobrehumana creó y dio forma a la vida. El argumento de Dembski contiene varias grietas. Es erróneo insinuar que el campo de las explicaciones consiste únicamente de procesos aleatorios o de inteligencias diseñadoras. Investigadores en sistemas no lineales y robótica celular en el Instituto Santa Fe y de otras partes han demostrado que procesos sencillos, no dirigidos, pueden producir patrones extraordinariamente complejos. Algo de la complejidad que se ve en los organismos puede, por lo tanto, emerger a través de fenómenos naturales que hasta ahora apenas entendemos. Pero eso es muy diferente a decir que la complejidad no podría haber surgido de forma natural. “Ciencia de la creación” es una contradicción de términos. Un principio central de la ciencia moderna es el naturalismo metodológico –él trata de explicar el universo estrictamente en términos de mecanismos naturales observados o comprobados. Por consiguiente, la física describe el núcleo atómico con conceptos específicos que gobiernan la materia y la energía y prueban esas descripciones experimentalmente. Los físicos introducen partículas nuevas, tales como los quarks, para dar cuerpo a sus teorías únicamente cuando los datos muestran que las descripciones anteriores no pueden explicar adecuadamente los fenómenos observados. Las nuevas partículas, por otra parte, no tienen propiedades arbitrarias –sus descripciones están fuertemente limitadas debido a que ellas deben encajar en el marco de la física actual. Por el contrario, los teóricos del diseño inteligente invocan entidades borrosas que convenientemente tienen cualesquiera habilidades sin restricción que necesitan para resolver el misterio que nos ocupa. En lugar de ampliar la investigación científica, tales respuestas la cierran. (¿Cómo se puede refutar la existencia de inteligencias omnipotentes?). El diseño inteligente ofrece pocas respuestas. Por ejemplo, ¿cuándo y cómo una inteligencia diseñadora intervino en la historia de la vida? ¿Creando el primer ADN? ¿La primera célula? ¿El primer ser humano? ¿Fueron diseñadas todas las especies o solamente unas pocas al principio? Los defensores de la teoría del diseño inteligente se niegan con frecuencia a comprometerse con estos puntos. Ellos ni siquiera hacen intentos reales para conciliar sus ideas dispares sobre el diseño inteligente. Por el contrario, buscan argumentos por exclusión –es decir, minimizan las explicaciones evolutivas como descabelladas o incompletas y luego insinúan que únicamente permanecen las alternativas basadas en el diseño. Lógicamente, esto es engañoso: incluso si una explicación naturalista es defectuosa, eso no significa que todas lo sean. Por otra parte, esto no hace que la teoría del diseño inteligente sea más razonable que cualquiera otra. Quienes escuchan dejaron fundamentalmente de llenar los espacios en blanco por sí mismos y algunos, indudablemente, lo harán sustituyendo sus creencias religiosas por ideas científicas. Una y otra vez, la ciencia ha demostrado que el naturalismo metodológico puede hacer retroceder la ignorancia, la búsqueda de respuestas cada vez más detalladas e informativas a los misterios que alguna vez parecían impenetrables: la naturaleza de la luz, las causas de la enfermedad, cómo funciona el cerebro. La evolución está haciendo lo mismo con el enigma de cómo tomó forma el mundo de los seres vivos. El creacionismo, por cualquier nombre, no añade nada de valor intelectual al esfuerzo.