¿Qué futuro político para nuestro modelo constitucional? Jose María Román Director general de la Fundación Ciudadanía y Valores (FUNCIVA) Hoy las Comunidades Autónomas son una realidad incómoda. Se las ve como la causa de los grandes males que está padeciendo nuestro país y se comienzan a escuchar desde hace unos años, discursos que dejan caer una visión muy negativa -¡17 mini-estados!- que están reclamando un replanteamiento de principio de la cuestión. ¿Podrá tener éxito un cambio del modelo autonómico? Cuando, después de cuarenta años del modelo Una, Grande y Libre, los españoles acometimos la tarea de redactar una Constitución para darnos un futuro mejor, todos, en aquel momento, éramos conscientes de que el modelo territorial que se adoptase sería decisivo para que ese futuro fuese de convivencia pacífica. Y era decisivo porque el modelo territorial no significaba simplemente una organización con fines de eficacia administrativa. Si no porque tenía que dar salida y plasmar las tensiones políticas que conformaban una realidad que tenía un sustrato claramente plural. Había que dar un adecuado encaje, es frase repetida una y otra vez, a los nacionalismos y a otras realidades que aspiraban a una plasmación política. Mucho se ha escrito sobre ese proceso. Sobre sus aciertos y sus errores. No voy ahora a entrar en ese análisis muy –nunca del todo- trillado. Lo que sí es claro es que los comienzos eran inciertos y la Constitución era meramente posibilista. Abría la puerta pero no tenía claro a dónde llevaría ese camino. Sí se conocían algunas etapas de la ruta: encajar a Cataluña y al País Vasco, y de paso a Galicia. Pero el resto del camino era algo abierto sin más. Así, el artículo 2 de la Constitución reconocía esa realidad plural: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas. Y admitía la posibilidad, no la necesidad, de que se constituyesen Comunidades autónomas en virtud de esa realidad reconocida en el artículo. Del mismo modo, el artículo 137 dice que El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses. Más claro todavía el art. 1 Fundación Ciudadanía y Valores C/Serrano, 27. 6º izq. 28001 Madrid www.funciva.org 143: “En el ejercicio del derecho a la autonomía reconocido en el artículo 2 de la Constitución, las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica podrán acceder a su autogobierno y constituirse en Comunidades Autónomas(…)” A partir de ese punto de salida la carrera es conocida. Toda España se ve convertida en un país que se autoorganiza en Comunidades Autónomas. La dinámica de la relación Estado-CCAA va a vertebrar desde entonces el funcionamiento del Estado. Pero esa dinámica no es uniforme, es creciente y desigual y en el arranque del actual siglo es tal el impulso que cobra que ha generado grandes desequilibrios e insatisfacciones. Y llegó una nueva etapa que pretendía corregir esa situación: nos encontramos con la segunda generación de Estatutos. Esta vez el impulso partía de los nacionalismos, especialmente el catalán, que seguía propulsando, desde la política, el desencaje del cuadro. La novedad, esta vez, es que este nuevo panorama autonómico no nacía del afán de organizar el conjunto. Sino desde un estímulo interno de las autonomías, de cada una de ellas, para “ser más”. Esta euforia se ve bruscamente frenada en mayo de 2011 cuando aflora con toda su crudeza la realidad de la crisis económica. Y desde entonces uno de los grandes retos es encauzar y controlar el gasto de las Comunidades Autónomas. Con los recortes y autorecortes comienza el desmantelamiento de instituciones que, hasta ese momento de alegría, se consideraban básicas en la manifestación de la identidad, autonomía y autogobierno. Llega el momento de preguntarse: ¿esta crisis actual llevará consigo una crisis política? La economía va a determinar otra vez un replanteamiento político. Vemos como en Europa está ocurriendo algo así con el proyecto europeo y estamos hablando de una refundación de Europa, de la firma del nuevo mini-Tratado y de la posibilidad de exclusión de algunos de los países de la UE en la nueva singladura. ¿Qué consecuencias puede tener en España esta crisis económica? Deseo sinceramente que no cambie nada en cuanto al modelo constitucional. Que no avancen las tentaciones de intervenir, suprimir Comunidades, la tentación de devolución de competencias para arreglar problemas concretos. Me parece, al contrario, que la consecuencia de este período de sufrimiento será que las comunidades autónomas van a ser más conscientes de su responsabilidad. Que los gobiernos autonómicos van a asumir sus compromisos de gobierno con mayor responsabilidad. Que el Gobierno español va a ejercer sus responsabilidades con mayor rigor y exigencia. Todo esto será positivo para nuestro país. Por lo tanto pienso que a la larga vendrá una mejora de la política. Pero no un cambio de la política. Después de estos 35 años, las Comunidades Autónomas se han convertido en exitosas, logrando armonizar en buena parte la convivencia, logrando generar adhesión de pertenecía de sus ciudadanos, con el orgullo e implicación que eso supone. No es pensable una realidad diferente para el futuro de nuestra sociedad. Todo ello al margen de que en algunos territorios, fuerzas independentistas sigan jugando su papel político. Pero lo jugarían exactamente igual –o peor- con o sin modelo autonómico. Pienso que claramente peor. No es la tendencia nacionalista algo que nazca del sistema autonómico. Y aunque alguien piense que 2 Fundación Ciudadanía y Valores C/Serrano, 27. 6º izq. 28001 Madrid www.funciva.org lo favorece y le da alas, a la vez, también permite integrarlo y encauzarlo en buena parte. Y en el resto de los territorios permite la tranquilidad de ver cierta igualdad y superar los agravios históricos de sentirse preteridos. Por lo tanto, ante un sistema que hoy se siente amenazado y culpado, me parece que la solución es reforzarlo, asegurarlo y conseguir que mejore la calidad y responsabilidad política en su gestión, más que en pensar cambiar de modelo. La coyuntura económica que, lo vemos estos días, lleva a redactar unos presupuestos digamos que, poco considerados con las Autonomías, no será una palabra definitiva sobre nuestro modelo político. El mapa autonómico debe, por supuesto, racionalizarse –ya planteamos muchas propuestas desde Funciva hace meses- y ejercerse con otra visión. Pero la realidad política de la convivencia de nuestro país y la trayectoria de la Constitución de 1978 reclaman más responsabilidad en el ejercicio del poder autonómico y, quizás, más solidaridad, pero sería un error cualquier intento de modificar este modelo y esta estructura que tantas cosas buenas ha traído a rincones antes olvidados de España, y, sobre todo, que ha sido una herramienta fundamental, una de las claves del éxito de nuestra transición pacífica y de nuestro desarrollo. Apostar por un comedido, equilibrado y continuo desarrollo de las Autonomías seguirá siendo una apuesta positiva para España. 3 Fundación Ciudadanía y Valores C/Serrano, 27. 6º izq. 28001 Madrid www.funciva.org