LA CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA Y LA BASE DE DATOS TAXONÓMICOS Jorge Soberón Mainero* La Biología de la Conservación que es la disciplina que se encarga de proveer de los fundamentos biológicos a las actividades de conservación, utilización racional y restauración de los recursos naturales, en tanto que ciencia aplicada, está basada en una premisa: Por una gran variedad de razones, comprendidas en tres clases principales, diferentes grupos sociales, con diferentes grados de unanimidad, quieren o consideran como un valor, que se mantengan, por ejemplo, zonas en las que: - Hayan muchas especies. - Sean especies “raras”. - Sean especies “únicas”. - Sean especies “útiles”. - Se mantengan los procesos evolutivos. - Se mantengan los procesos ecológicos como acumulación de suelos, regulación hidrológica, producción de oxígeno, frescor. - Sean “hermosas”, “espectaculares”. Las razones para pretender mantener zonas silvestres, con especies de ciertas características, como veremos luego, van desde las francamente utilitarias hasta las religiosas o místicas. Todas, sin embargo, dependen de aceptar la existencia de una conciencia que otorga el valor (para una discusión a este respecto ver Norton, 1990). Que esto sea necesariamente así se desprende inmediatamente de la observación trivial que a ninguna especie, con excepción de la nuestra, le importa o hace nada en relación con la extinción de otras. Es el ser humano (un grupo o grupos dentro de una sociedad) el que decide, por razones comerciales, económicas, utilitarias, estéticas, éticas, filosóficas o religiosas, que a la mariposa monarca, por ejemplo, hay que conservarla. * Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad. Por lo tanto, el objeto de estudio y los enfoques de la Biología de la Conservación son, necesariamente conformados por aquello que las diferentes sociedades o sectores sociales consideren importante conservar. Los conceptos y los métodos necesarios para contestar la pregunta ¿cómo mantengo una producción óptima de guacamaya roja para el mercado de aves ornamentales?, son muy diferentes de los necesarios para contestar ¿cómo mantenemos la capacidad de regulación hidrológica de la Selva Lacandona?, y no se diga de las preguntas más fundamentalistas de la ecología profunda. Por lo tanto no sobra mencionar brevemente los principales grupos de razones por las que la humanidad decide que hay que preservar la naturaleza. En primer lugar, el conjunto de los seres vivos del planeta realiza funciones ambientales indispensables para el ser humano. Por ejemplo, el balance del oxígeno y el bióxido de carbono en el aire, los climas a escala regionales y locales, la acumulación y preservación del suelo fértil, la regularización de los ciclos hidrológicos y la recarga de los acuíferos, par ano mencionar sino algunos de los servicios ambientales más conocidos, son realizados por el conjunto de las especies vivas, principalmente las plantas verdes. Hay que recordar que las plantas no podrían existir sin otras especies que a su vez las ayudan o las mantienen en equilibrio, por lo que se puede afirmar que los beneficios ambientales mencionados dependen no de una o pacas especies, sino de todas en su conjunto. Un segundo grupo de razones que subyacen es el deseo de conservar a los seres vivos y la variedad de productos que obtenemos de las especies silvestres. Esto abarca desde gran número de especies marinas alimenticias, pasando por maderas preciosas y especies ornamentales cuyo valor de mercado es de cientos o miles de millones de dólares anuales, hasta substancias medicinales, controles biológicos para plagas de nuestros cultivos y, recientemente, genes capaces de resistir enfermedades, fijar el nitrógeno directamente del aire , producir substancias de importancia, etcétera. El hombre, incluyendo las sociedades campesinas o indígenas tradicionales, solamente ha usado una pequeña fracción de las especies vivas en el planeta, pero esta pequeña fracción ha mostrado ser una inmensa riqueza. El potencial del resto es simplemente inimaginable. Por último, el hombre depende de las otras especies para su bienestar y equilibrio psicológico y moral. La humanidad se desarrolló hasta hace muy pocos años en estrecho contacto con la naturaleza. La lengua, leyendas, música, vestido y herramientas de muchas sociedades son inseparables de su entorno vivo. La fuerza e incluso violencia de muchos movimientos ambientalistas recientes muestran que incluso en la aséptica y artificiosa cultura de los países industrializados de occidente, los individuos, no quieren tolerar la creciente destrucción de la naturaleza. La razón última y profunda de estos movimientos tal vez se encuentre en la percepción intuitiva de que el planeta sucio y desprovisto de naturaleza silvestre que estamos engendrado será intolerable para la humanidad, no sólo porque lo estamos dejando inadecuado para el funcionamiento de la economía y el desarrollo social, sino por la abismal soledad espiritual que sobrevendrá a una humanidad acompañada sólo por moscas, cucarachas y ratas y ay carente de los otros millones de acompañantes, todos singulares, todos maravillosos, todos ello nuestros únicos vecinos en la inmensidad del universo. La Biología de la Conservación De los puntos anteriores, se sigue que la conservación es un asunto que abarca procesos en una gran variedad de escalas temporales y espaciales, y que responde al interés de muy diversos grupos, por ejemplo: 1) El ordenamiento territorial de un país, que involucra millones de kilómetros cuadrados y en el que participan gobiernos nacionales, agencias internacionales y multigubernamentales, etcétera. 2) La creación de parques y reservas que pueden abarcar desde miles de kilómetros cuadrados, hasta miles o cientos de hectáreas y que involucran a los gobiernos nacionales o locales, los productores locales, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG´s), etcétera. 3) El manejo y restauración de áreas (control de fuegos, plagas, exclusión de especies, reintroducción de otras, manejo de paisaje, etcétera) que se dan en decenas, cientos o miles de hectáreas y que involucra a gobiernos estatales o municipales, ONG´s, productores, etcétera. 4) La planeación y evaluación del impacto ambiental (escoger sitios, prohibir acciones, regularlas, etcétera) y que puede abarcar decenas, cientos o miles de hectáreas y la participación de gobiernos nacionales y locales, productores, prestadores de servicios, ONG´s y otros. 5) El manejo de poblaciones (conservación, aumento, disminución, utilización, etc.) cientos, miles o incluso cientos de miles de hectáreas, y que incluye tratados multinacionales, gobiernos nacionales y locales, productores locales, ONG´s, etcétera. Para poder atacar los problemas anteriores, las sociedades han recurrido tradicionalmente a una variedad de métodos y enfoques, que van desde la construcción de complicados sistemas culturales de tabúes, y mitos relativos al uso de la tierra y la naturaleza, en las culturas campesinas y primitivas, hasta las prohibiciones legales sobre parques y reservas en los países industrializados. El conocimiento requerido para el manejo adecuado de los recursos abarca desde los sistemas empíricos de los grupos campesinos hasta la época científica en la que se hace uso de las herramientas, métodos y conceptos de la ecología, geografía, genética, biogeografía, taxonomía, antropología, sociología, economía, en una disciplina de síntesis llamada a la Biología de la Conservación. Para poder atacar estos problemas, los científicos deben responder a ciertas preguntas que los subyacen, tanto en la teoría como en las aplicaciones prácticas. Por ejemplo: Preguntas teóricas Las relacionadas con la biogeografía, ecología, genética, evolución, etcétera, particularmente en lo que se refiere a jerarquías, escalas múltiples, erosión genética, extinción, etcétera. Las relacionadas con la etnología y la antropología, en lo que se refiere a las formas de relación de las culturas con su entorno su conocimiento empírico, sus mitos, etcétera. Las relacionadas con la economía de recursos naturales, tales como el problema de las cuentas nacionales, el manejo sustentable de recursos bióticos, el concepto de desarrollo sustentable de un país, etcétera. Preguntas prácticas • ¿Cuáles son los patrones de riqueza específica, a varias escalas, desde regionales (millones de kilómetros cuadrados, diversidad gama) hasta locales (hectáreas, diversidad alfa)? • ¿Cuáles son los patrones de recambio de especies (diversidad beta)? • ¿Cuáles son los patrones de recambio de especies (diversidad beta)? • ¿Cuáles son los patrones de endemismo, donde están las regiones con muchas especies endémicas? O en otras palabras, regiones con muchas especies con áreas de distribución restringida (Endemic Bird Areas, Bibby et al, 1992). • Localización de especies con características generales de “amenazadas”, o ya declaradas como tales por alguna autoridad. • Localización de especies y grupos de especies “útiles”, “restringidas”, etcétera. • Localización de especies con características generales de “claves” (nodrizas, nitrificantes, que floreen o fructifiquen en secas, perennes, etcétera). • Localización de áreas similares faunísticas o florísticamente, mapeo de similaridades, de patrones anidados, etcétera. • Grupos humanos que utilizan la riqueza natural, forma de uso, especies utilizadas, para qué, documentación de sus propiedades, etcétera. • “Erosión genética”, tamaños efectivos, flujos genéticos, adecuación y estructura genética, etcétera. Muchas de las preguntas anteriores implican contar con el conocimiento de “qué hay y en dónde”. Esto es, se requiere información sobre la localización geográfica de las especies. En efecto, con excepción de las acciones orientadas a conservar los grandes procesos ecosistémicos, o, en el otro extremo, la variabilidad genética, es la “especie” o las “especies” aquello en lo que nos basamos cuando definimos ecosistemas o hábitats interesantes, o las entidades sujeto del CITES, de la Ley del Equilibrio Ecológico, o de la pasión de los grupos ecologistas. Asimismo, es en las “especies” en donde se localizan las propiedades farmacéuticas, genéticas, etcétera, que les dan valor desde un punto de vista biotecnológico. Por lo tanto el “qué y dónde” es una pregunta central para hacer conservación, porque responderla es el primer paso para resolver muchos problemas de conservación. Obviamente, el “qué y dónde” en ninguna forma agota la información necesaria y útil para responder ciertas preguntas. Idealmente nos gustaría tener información completa sobre las fluctuaciones poblacionales, estructura genética, relaciones ecológicas principales, etcétera, de todas las poblaciones de todas las especies. Esto, hoy por hoy es imposible, y tal vez lo sea en principio (Soberón, 1990). En la actualidad, lo factible (caro y difícil, pero factible) es contar, en un extremo, con información histórica de presencias, para muchos miles de especies, o bien, en otro extremo con la información autoecologíca y genética detallada para unas pocas decenas de especies. Es dentro de este rango que debemos decidir qué información está disponible, o es generable y cómo conviene utilizarla para atacar un problema de conservación particular. Las bases de datos de presencias y ausencias La información, derivada principalmente de la labor de los taxónomos, sobre la presencia o ausencia de los diferentes taxa en las localidades muestreadas es, tradicionalmente, la materia prima para los análisis de todas las escuelas biogeográficas y en la actualidad es una de las informaciones básicas que subyacen las decisiones sobre prioridades de localización de reservas, restauración ecológica, y cada vez más, uso biotecnológico. Muchos millones de especies (al menos 1.5 millones, probablemente al menos 10 millones y posiblemente 40 ó 50 millones) habitan la Tierra (Groombridge, 19993; May, 1990, 1992). Estas especies están distribuidas muy heterogéneamente, lo cual significa que conforme uno se mueve sobre la superficie de la tierra, o en el mar, la distribución de especies cambia. En casos extremos, como el de México, el llamado componente beta de la diversidad (la tasa de recambio de especies) es muy alto y dominante, por lo que unos cuantos kilómetros de diferencia significan cambios importantes en la composición de la biota (Benítez, Villalón y Navarro, en prensa). La primera aproximación a la información sobre qué hay (o qué hubo) y dónde, la dan los millones de registros de especimenes depositados en los museos. Es principalmente mediante la información taxonómica y biogeográfica que se pueden responder a preguntas como: • ¿Cuáles son las zonas con lata concentración de especies únicas (endémicas) o raras, o de lata importancia económica, o simplemente con muy alta riqueza de especies? • ¿Cuáles son las zonas con alta concentración de especies únicas (endémicas) o raras, o de lata importancia económica, o simplemente con muy alta riqueza de especies? • ¿Cuál es la importancia relativa de las zonas amenazadas o susceptibles de ser conservadas? En otras palabras, ¿Cómo priorizamos las acciones de conservación? • ¿Dónde se encuentran las especies susceptibles de aprovechamiento (ornamental, medicinal, biotecnológico, etcétera)? O bien, ¡dónde se encuentran las especies que por afinidad taxonómica podemos sospechar que compartan las propiedades de alguna especie de interés? • ¿Qué especies se deben usar en los esfuerzos de restauración ecológica? Y otras preguntas de similar relevancia. El problema con el que nos enfrentamos de inmediato es que la información básica sobre presencias de especies está concentrada en las colecciones de los museos y permanece esencialmente inasequible, salvo para los taxónomos profesionales especializados en cada grupo. Por otra parte, muy frecuentemente dicha información está referida geográficamente en términos muy vagos (“tierras bajas del golfo de México”, o “Los Chimalapas”). Esto ocasiona serios problemas prácticos. Por ejemplo, si en un lapso corto se requiere información sobre riqueza de especies, endemismo y presencia de especies importantes económicamente, para evaluar la conveniencia de construir una presa (o carretera, o complejo turístico, etcétera), en la actualidad el procedimiento implica: realizar búsquedas bibliográficas, esperando que la georreferenciación incluya el sitio en cuestión: localizar expertos que conozcan la zona (si los hay); extrapolar del conocimiento que uno o dos expertos tienen sobre orquídeas o aves, por ejemplo, a todos los grupos para los que no existe un experto o bibliografía disponible; y, en el mejor de los casos, realizar una visita más o menos corta, pero casi siempre insuficiente para realizar una prospección adecuada. La esencia del problema es que el gigantesco cúmulo de información que se ha acumulado por la labor de los taxónomos está inconexo y desorganizado desde un punto de vista biogeográfico e inaccesible a la mayoría de la sociedad. Resulta evidente entonces que sería de gran interés contar con un acceso eficiente a la información básica de presencia de especies que exista sobre la taxa estudiados en un país o región. Hay tres puntos de gran importancia a este respecto: 1) La información debe estar basada en especimenes geoposicionados puntualmente ( o sea, con coordenadas geográficas). Esta es la única forma de garantizar, por un lado, la posibilidad de realizar análisis a varias escasas por ejemplo desde escalas de miles de kilómetros cuadrados, para planeación y ordenamiento estatal, hasta unos pocos cientos de hectáreas, para protección de pequeños parques, y, por otro, la posibilidad de referir la autoridad de la información a un elemento objetivo, que es el espécimen. 2) La información sobre especies es muy dinámica. No sólo se estudian nuevas regiones continuamente o se revisitan otras ya estudiadas, pero alteradas en sus circunstancias naturales, por lo que las listas cambian, sino que la nomenclatura o la posición taxonómica se transforma con el avance del conocimiento. Por lo tanto la información debe mantenerse actualizada (Chapman, 1991). Los únicos capaces de realizar esta continua y difícil tarea de actualización son los taxónomos (profesionales, o en ciertos casos los amateurs serios), y los depositarios naturales de la información son los museos, herbarios y colecciones científicas. Por lo tanto, un “acceso eficiente a la información”implica tener entrada a una red de información cambiante y distribuida por lo que las bases de datos nacionales sobre biodiversidad, por fuerza, deberán ser redes de bases de datos, con sus nodos en las colecciones herbarios (Green, en prensa). 3) El interés por acceder a dichas redes de información sobre la biodiversidad no residirá solamente en los académicos (aunque es obvio el interés científico de tales redes), sino en una gran variedad de actores sociales, que incluye a agencias gubernamentales, a los grupos ambientalistas, al sector productivo y a los consultores. Por lo tanto la mayoría de la información deberá de ser pública. El reto entonces es construir una base de datos distribuida, de acceso público, y que contenga la información geoposicionada (Green, en prensa). En el mundo existen pocas bases de datos con estas característica. Hay arias grandes bases de datos o sistemas basados en información de especies (y no de especimenes) o de “entidades” a conservar (Groombridge, 1993; Jenkins, 1988), pero posiblemente sólo la red australiana del Environmental Resources Information Network (ERIN) cumple con todas las características delineadas arriba. México está en posibilidades de desarrollar una red de esas características, ya que tanto la infraestructura humana e institucional como la capacidad informática del país lo permite. Lo que ha faltado hasta el momento es la capacidad organizativa y promotora. La reciente creación de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) representa una oportunidad para que los taxónomos mexicanos se aboquen a la tarea de construir una red de información de las características mencionadas. No es ninguna exageración afirmar que un sistema de información biogeográfica que permita acceder la información puntual de presencias de millones de especimenes de miles de especies, dentro del contexto geográfico provisto por la cartografía digitalizada constituye una herramienta de un poder sin precedente en la historia de la biogeografía y la ecogeografía. Un sistema así abre las posibilidades de generar rápidamente mapas de distribuciones observadas, distribuciones potenciales, grados de endemicidad, diversidades alfa, beta y gama, etc. con todas las implicaciones que esto tiene tanto para la teoría biológica como para la conservación y aprovechamiento de la riqueza natural (Bojórquez, Azuara, Escurra y Flores, envidiado). Sin embargo, no debe pensarse que no existen problemas para construir este tipo de bases de datos. A continuación mencionaré algunos de los más importantes: Entre los problemas técnicos se cuenta la carencia de información de coordenadas geográficas para la mayoría de los especimenes de museo, en cualquier parte del mundo. No existen tampoco en general, los diccionarios de autoridades que garanticen que la nomenclatura, los autores, fechas, referencias bibliográficas, etc. de las gigantescas bases de datos aquí planteadas sean correctas. Otro problema es que la tecnología requerida para manejar los Gigabytes de información biogeográfica es aún cara e ineficiente, y que las herramientas teóricas y metodológicas para el análisis de este cúmulo de información no se han desarrollado sistemáticamente. Pese a que este tipo de problemas son reales y significativos, hay otro tipo de problemas no técnicos y mucho más serios: los relacionados con actitudes o políticas contrarias a la filosofía de poner los datos al alcance del público. En efecto, existen museos (nacionales y extranjeros), así como investigadores y aficionados que consideran que los datos de los especimenes no deberían poder ser utilizados, sino por los académicos del gremio en cuestión. En algunos casos la razón de tras de esta reticencia es que hay una percepción de que los datos “pertenecen” al investigador o institución que ha invertido dinero y esfuerzo en su obtención. Como generalmente estas instituciones o investigadores son pagados con fondos públicos, y sus colecciones son el producto de décadas de esfuerzo y la participación de decenas de personas, resulta difícil sostener con seriedad la afirmación de que los datos “pertenecen” a alguna persona específica. Por otra parte hay que mencionar que esta actitud no es en ninguna forma mayoritaria. La mayor parte de las grandes colecciones en México y en otros países, están dispuestos a aportar sus esfuerzos a la creación y mantenimiento de estos grandes bancos de datos que apenas se empiezan a crear y cuyo potencial para la investigación básica así como para la aplicada es casi inimaginable. La CONABIO ha iniciado ya la creación de este sistema de información biogeográfica, con el apoyo de los principales museos y herbarios mexicanos, y de algunas de las asociaciones de aficionados más consolidadas y serias del país. Referencias Benítez, H., R. Villalón y A. G. Navarro, “Avifauna de las montañas de Michoacán: comentarios biogeográficos sobre las aves del Eje Neovolcánico” (enviado a los Anales del Instituto de Biología, UNAM). Bojórquez-Tapia, L. A., I. Azuara, E. Escurra y O. Flores-Villela, “Identifiyng Conservation Priorities in México through Geographical Information Systems and Modeling” (enviado a Enviromental Modeling). Chapman, A., 1991, The Role of Specimen-backed Information in Enviroment a Decisión Making the Autralian Botanical Gardens, Canberra). Green, D. G., “Databasing Diversity. A Distributed, Public-do-main Approach” (enviado a Taxon). Groombridge, B., 1992, Global Biodiversity, Status of the Eart´s Living Resources, Chapman & Hall, 585 p. Jenkins, R. E., 1988, “Information Management for the Conservation of Biodiversity”, en E. O. Wilson (ed.), Biodiversity, National Academy Press, cap. 27, pp. 231-239. May, R., 1990, “How Many Species?”, en Hassell M. P. y R. M. May (eds.), Population, Regulation and Dynamics, London Royal Society, pp. 293-304. May, R., 1992, “Hoy Many Species Inhabit the Earth?”, Scientific American, 267: 18-25. Norton, B. G., 1987, Why Preserve Natural Variety?, Princeton University Press, Princeton, New Jersey. Soberón, J., 1990, “Ecotecnología, predicción y ciencia”, Ciencias, revista de la Facultad de Ciencias, UNAM, núm. Especial, 4:65-74. Toledo, V. M., J. Carabias, C. Toledo y C. González-Pacheco, 1989, La producción rural en México: alternativas ecológicas, Fundación Universo Veintiuno.