Temas Públicos Nº 1.043 9 de diciembre de 2011 www.lyd.org ISSN 0717-1528 1990-2010: Análisis de las Políticas Públicas Culturales en Chile La participación del sector público en cultura no es un fenómeno moderno. Es posible encontrar antecedentes de dicha intervención desde finales del siglo XVII, donde las monarquías ilustradas europeas jugaron un rol central para que esta acción empezara a tomar verdadera forma. Se ha ido entendiendo cada vez con mayor amplitud en el país que si bien las políticas culturales son materias de acción del Estado en lo simbólico, éste no es el único actor llamado a satisfacer las demandas culturales de la población. Se debe incluir en sus La preocupación del Estado por los asuntos culturales de la nación ha estado centrada en asegurar la protección a las artes y las letras, la creación de bibliotecas y museos, academias, archivos y teatros nacionales. De esta manera, uno de los principales hechos que marcó el desarrollo del sector cultural, fue la aparición de una burocracia cultural en el siglo XVIII que estimuló el mecenazgo público y el surgimiento de un incipiente mercado de académicos e intelectuales profesionales. fases de diseño, implementación y evaluación, una multiplicidad de actores provenientes de la sociedad institucionalmente organizada, las empresas y las personas individuales. La idea de ortodoxia cultural, ligada a los intereses del Estado y el centralismo cultural, fueron las características medulares de la intervención pública en cultura durante el siglo XIX, así como en buena parte del siglo XX. Un hito en este sentido fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que en su Artículo 27 sostiene que toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten y que los Estados deben tomar las medidas necesarias para alcanzar esos objetivos. 9 Temas Públicos www.lyd.org Nº 1.043 9 de diciembre de 2011 Experiencia chilena La experiencia chilena en esta materia no ha estado muy alejada de las tendencias mundiales, pero a diferencia de ellas, carecemos de visiones de conjunto sobre la evolución de las políticas culturales en el país. A pesar de esta situación, sabemos que el Estado ha manifestado una actitud activa en materias de política cultural, asumiendo aún inorgánicamente, el deber de velar por el desarrollo cultural del país. Al igual que lo que ha sido la práctica histórica de las políticas culturales en las sociedades occidentales, los sucesivos gobiernos chilenos, a contar de 1990, han intentado desarrollar una serie de tareas, centrándose en una función de conservación, una función de protección y mecenazgo y una función garantizadora del reparto igualitario en los bienes culturales. El rol estatal en materia cultural ha ido adquiriendo mayor relevancia en la arena política nacional. Esto se ha traducido en la existencia de un sentimiento generalizado de legitimación de la participación del aparato público en cultura. Este sentir puede ser explicado mayormente como una consecuencia del largo periodo administrado por los gobiernos de centro izquierda en el país, los cuales han compartido una visión bastante hegemónica en cuanto a lo que debe ser la participación del Estado en los asuntos públicos. Pero también cabe señalar a este respecto, que la misma visión ha sido ratificada en diversas normativas, fondos y programas negociados políticamente con diversos sectores del espectro político nacional, no siendo posible apreciar mayores disensos sobre este tema en la actualidad. La experiencia acumulada en estas últimas décadas bien podría interpretarse como un proceso de transición entre “políticas culturales” a “políticas públicas en cultura”. Las primeras, aparecen más bien perfiladas como aquellas decisiones que el Estado y, eventualmente otros actores relevantes socialmente, asumen en el plano legislativo, institucional y financiero y que se refieren a aspectos generales del desarrollo de la actividad cultural y artística, generalmente vinculadas con la instrucción y educación de la comunidad. Debido a que ellas no suelen presentar un mayor nivel de especificidad en su vinculación con la cultura y las artes, las políticas culturales no presentan comúnmente en su diseño e implementación, criterios estrictos sobre su evaluación más allá de la debida cuenta de la ejecución presupuestaria, nutriéndose del presupuesto general de la nación. Por su parte, las políticas públicas en cultura cuentan con un carácter más específico, a veces aplicado a sectores del desarrollo cultural bien individualizados, siendo materia de organismos públicos dotados de cuadros profesionales altamente especializados, requiriendo del concurso de fondos sectoriales y debiendo mostrar cierta capacidad de 10 Temas Públicos www.lyd.org Nº 1.043 9 de diciembre de 2011 evaluar el impacto de su acción sobre el ámbito específico sobre el cual quieren incidir. Sin embargo, salvo casos muy puntuales, no ha existido en el país una auténtica discusión sobre el papel y límites del Estado en la formulación de las políticas públicas en cultura. Sumado a ello, tampoco se ha apreciado una preocupación hacia una búsqueda del incremento de la participación de la sociedad en su definición, en donde a su vez el papel de la comunidad universitaria en las acciones relativas a su evaluación, sigue siendo muy reducido tanto a nivel nacional como regional. Probablemente como consecuencia de lo incipiente de este proceso, carecemos de visiones de conjunto sobre la evolución de las políticas culturales chilenas. No se observa tampoco, mirado el conjunto de iniciativas, leyes y fondos dispuestos, una preocupación más contemporánea en la concepción de los “asuntos culturales” como un factor decisivo tanto para la cohesión social en las comunidades locales y como con una función de índole económica derivada de la pujante naturaleza de las industrias creativas y del turismo cultural. Parece oportuno precisar, en consecuencia, que a la luz del desarrollo disciplinar se ha ido entendiendo cada vez con mayor amplitud que si bien las políticas culturales son materias de acción del Estado en lo simbólico, éste no es el único actor llamado a satisfacer las demandas culturales de la población. Para una sociedad de oportunidades, las políticas culturales deben ser entonces mucho más que sólo aquello que lo que los estados estén dispuestos a reconocer como tales, debiendo incluir en sus fases de diseño, implementación y evaluación, una multiplicidad de actores provenientes de la sociedad institucionalmente organizada, las empresas y las personas individuales. Estos factores han puesto de manifiesto la necesidad de fortalecer el poder local en materia de cultura, así como de impulsar la aplicación del principio de subsidiariedad en este campo, y la necesidad de desarrollar políticas a cargo de las administraciones territoriales municipales, regionales y nacionales. Hay pocos rasgos en las decisiones adoptadas en estos últimos veinte años que sean consistentes con lograr una mayor integración entre las decisiones que se adoptan en estas materias en el nivel central (incluyendo la dimensión regional) con lo que ocurre en el plano municipal y local. Pese a las deficiencias existentes, es innegable la existencia de un número importante de medidas tomadas para el desarrollo de la acción cultural del país en los últimos años. En general, los Gobiernos de la Concertación han tendido a impulsar políticas con un mayor acento en la creación, es decir, en apoyar, estimular y proteger obras artísticas suceptibles de ser 11 Temas Públicos www.lyd.org Nº 1.043 9 de diciembre de 2011 potencialmente objeto de consumo por parte de receptores interesados en ellas. Análisis por períodos presidenciales (1990-2010) Más allá de esta significativa semejanza entre los cuatro gobiernos de centro izquierda, es posible distinguir matices y diferencias que caracterizaron cada uno de estos períodos. En primer lugar, durante el Gobierno de Patricio Aylwin, existió una destacable preocupación en cuanto a la formación (apoyo y fomento hacia la educación e instrucción para la apreciación y la ejecución cultural, las artes y las manifestaciones simbólicas), con normativas y programas que han perdurado, con un gran éxito hasta la actualidad. Dentro de ésos, se destacan Escuelas Rock, Corporación Cultural Balmaceda Arte Joven y la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil. Junto con ello, y por ser el primer Gobierno tras la recuperación de la democracia, existe un marcado énfasis en la búsqueda de una reglamentación de la nueva legislación cultural, destacándose relevantes normas tales como la que dio origen a la Ley de Donaciones con Fines Culturales o Ley Valdés. A su vez, se destaca en este período el trabajo realizado en lo referente a nomativa indígena que incluye dentro de sus artículos, importantes temas en cuanto a arte y cultura. De esta manera, se aprobó la principal ley sobre temas e institucionalidad indígena que existe hasta la fecha: la ley Nº 19.253. En cuanto al Gobierno de Eduardo Frei, si bien en una primera aproximación al trabajo llevado a cabo durante su mandato es posible apreciar que no fue tan fructífero en cuanto al número de normativas como los otros tres gobiernos de la Concertación, durante su período se aprobó importante legislación en cuanto a materia cultural, destacándose principalmente dos Programas: el de Educación Artística Especializada (EDUART) y Bibliometro. Por su parte, el Gobierno de Ricardo Lagos trabajó consistentemente, igual que el de Patricio Aylwin, sobre la reglamentación de normativas culturales. Además, es el único de los cuatro gobiernos que centró su accionar en el ámbito de la producción (en cuanto a las decisiones orientadas a facilitar y promover la concreción de las obras artísticas y culturales a través de la asignación de recursos económicos, intelectuales y técnicos) , aprobándose dos normativas que pueden ser consideradas como parte de las principales directrices reglamentarias que existen en el país: la Ley que crea el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (19.891) y aquella que crea el Consejo Audiovisual (19.981). 12 Temas Públicos www.lyd.org Nº 1.043 9 de diciembre de 2011 Finalmente, se distingue en el Gobierno de Michelle Bachelet, un marcado acento sobre la normativa –leyes, decretos y programas– que apunta directamente a la conservación (disposiciones destinadas al cuidado, mantención y preservación de bienes y productos culturales, materiales y simbólicos, de modo que se asegure su práctica y acceso por parte de las generaciones presentes y futuras). De esta manera, se impulsaron proyectos tales como el de Reconocimiento de tesoros humanos vivos y se creó el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Conclusiones Si hay algo que ha quedado suficientemente remarcado de la labor de la Concertación en el diseño e implementación de políticas públicas para la cultura, es su disposición reguladora del campo. No obstante, por haber estado orientada esencialmente a la creación y a la conservación, han quedado espacios amplios por atender en al ámbito de la producción, la distribución y el estímulo al consumo. En general, se ha ido entendiendo cada vez con mayor amplitud en el país que si bien las políticas culturales son materias de acción del Estado en lo simbólico, éste no es el único actor llamado a satisfacer las demandas culturales de la población. Se debe incluir en sus fases de diseño, implementación y evaluación, una multiplicidad de actores provenientes de la sociedad institucionalmente organizada, las empresas y las personas individuales. 13