CRÍTICA Y CUESTIONAMIENTO DE LA CRÍTICA AL SUJETO CARTESIANO Romina Analía Gauna ¿Por qué la reflexión sobre el sujeto puede contribuir al estudio de la Antropología Filosófica?, los numerosos argumentos que se plantean en la modernidad respecto de este tema nos obliga a tomar uno de ellos y realizar un análisis del mismo a partir de las diferentes lecturas que se realizan en la Filosofía Contemporánea. Cosideramos importante interrogarnos acerca del sujeto, más que del hombre mismo con el objeto de realizar una indagación antropológica “La hermenéutica del sí se encuentra a igual distancia de la apología del cogito que de su abandono” (Ricoeur, P.: 1996), dice Ricoeur en el Prólogo del Sí mismo como Otro. Tomo esta reflexión inicial para introducirme en las críticas a la tesis cartesiana según la cual el Yo se conoce a sí mismo por un acto de intuición inmediata pasando a los argumentos en relación a la crítica de Nietzsche al Cogito convirtiéndolo en una ilusión arraigada en el lenguaje por sí mismo mentiroso. De este modo se arribaré a la propuesta de la hermenéutica del sí, (a la consideración del término sí y abandono del término yo), prestando puntual atención a las razones por las cuales en necesario dejar de lado la noción de certeza, aceptando en su lugar el concepto de atestación. 1. Descartes ensalza al sujeto, Ricoeur lo cuestiona: Para Ricoeur el Cogito no tiene ninguna significación filosófica fuerte si no lleva implícita la ambición de un fundamento último, por ello considera que la duda de Descartes no es desesperanzada, esta hace de sí misma un horizonte. De aquí que, luego de la introducción de la hipótesis del Genio Maligno Descartes convierte a la duda en algo de tal magnitud que él mismo “la llama ‘metafísica’ para señalar en ella la desproporción respecto a cualquier duda interna 95 en un espacio particular de certeza” (Ricoeur, P: 1996 p. XVI), la primera certeza a la que arriba es a la existencia implicada en el acto mismo de pensar. Dice Ricoeur que “si el Cogito puede proceder de esta condición extrema de duda, es que alguien conduce la duda” (Op. cit). Ahora bien, se puede preguntar quién ese Yo que conduce la duda. Este Yo, despojado de espacio y tiempo, desligado de cualquier tipo de referencia física, que se hace reflexivo en el Cogito no tiene anclaje y es tan metafísico e hiperbólico como la duda, en realidad, no es nadie. Sin embargo este yo sin anclaje, muestra una voluntad de certeza y de verdad que da a la duda una direccionalidad, en realidad es la voluntad de encontrar lo que la motiva y lo que se pretende encontrar es la verdad de la cosa misma. Lo que a Descartes le brinda la certeza (inmediata) es la existencia que queda implicada en el acto de pensar. El Cogito ergo sum, está implícito en la proposición yo soy, yo existo, que supone que para dudar (pensar), es preciso ser. Ahora bien, una vez que Descartes tiene la certeza de saber que es, se pregunta entonces qué es, procediendo en su respuesta a la cosificación del yo: “Pero, ¿qué soy, pues?. Una cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere o que no quiere, que también imagina o siente. (Descartes, R: 1977. Descartes, no pregunta ¿Quién es?, sino ¿qué es? y siguiendo a Ricoeur, por la pregunta ¿qué? estamos obligados a una búsqueda predicativa, que se refiere a este conocimiento que tengo de mi mismo. De este modo, al asumir esta caracterización que Descartes hace del Yo lo convierte en una identidad puntual y ahistórica reduciéndolo a la diversidad de sus operaciones. Esta identidad “… es la de un mismo que escapa a la alternativa de la permanencia y del cambio en el tiempo” (Ricoeur, P: 1996 p. XVIII). El Cogito es instantáneo, acto de pensar sin un objeto determinado y curiosamente suficiente para vencer la duda, porque la duda lo contiene ya, el pensamiento se plantea, planteando la duda. El Cogito cartesiano es vacío, formal. En términos de Ricoeur es mismidad (sustancial), no ipseidad; y en términos cartesianos: es sustancia, sustancia pensante (res cogitans). 96 Llegados a este punto del análisis, arribamos al problema de saber cuál es la pretensión de objetividad de la certeza del Cogito; puesto que Descartes solo nos brinda una versión subjetiva de la misma. Este filósofo, encuentra a Dios como fundamento y garante de esa certeza. En la demostración de la existencia de Dios que lleva a cabo en la Tercera meditación, invierte el orden del descubrimiento; de hecho si el cogito fuese una verdad primera en todos los sentidos, también lo sería respecto de Dios, pero Descartes invierte el orden convirtiendo a Dios en una idea innata, al mismo tiempo que fundamento de su certeza, puesto que Dios no nos puede engañar. Parece claro, dice Ricoeur que “la Tercera Meditación, trastoca el orden al colocar la certeza del cogito en posición subordinada, con respecto a la veracidad divina (…)” (Ricoeur, P. 1996, p. XX). En tal sentido, el cogito pasa a segundo plano otorgando de este modo el primer rango ontológico a Dios, el mismo Descartes, lo dice así: “De alguna manera tengo en mí antes la noción del infinito, que del finito; es decir, de Dios antes que de mí mismo” (Descartes, R: 1977). Ahora bien, dice Ricoeur, si el Yo que se conoce a sí mismo en la Segunda Meditación es existente y pensante y que a la luz de la Tercera Meditación es además, imperfecto y limitado, podemos considerar que si este Yo es imperfecto, el Cogito también lo es, por lo tanto la certeza que aspiraba en un principio a ser considerada fundamento último, se convierte en precaria; de aquí que Dios garantice la verdad de esa certeza, al mismo tiempo que vence al Genio Maligno y ocupa su lugar. Ricoeur ve en este planteo una alternativa: o bien el Cogito tiene el valor de fundamento, pero es una verdad estéril a la que no se puede dar continuidad sin romper el orden de las razones; o bien es la idea de lo perfecto la que lo fundamenta en su condición de ser finito, perdiendo de este modo el estatus de primer fundamento. La posteridad, hará del Cogito una única lectura coherente, a saber, que la certeza alegada de la existencia de Dios está teñida del mismo rasgo de subjetividad que la certeza de la existencia planteada por Descartes, por lo tanto la garantía de la garantía divina no anexa nada a la primera certeza, en consecuencia el Cogito, entendido en 97 estos términos no es una verdad primera de la que se siguen otras sino un fundamento que se funda a sí mismo. Ahora bien, el análisis crítico que Ricoeur realiza tiene un horizonte: El Yo no es inmediato, ni puede colocarse como fundamento último. No es inmediato porque para llegar al conocimiento de mi mismo debo hacer un rodeo, una reflexión por algo otro, por aquello que no soy para encontrarme. A diferencia de Descartes que tomaba como punto de partida al sujeto, el sujeto será para Ricoeur el punto de llegada. De este modo Ricoeur critica a las filosofías del sujeto, su intención no es derribarlas, sino cuestionar y recuperar ese sujeto que Nietszche quebrará, humillará y deconstruirá. 2. Nietszche humilla al sujeto, Ricoeur lo recupera: La crítica más dura contra las filosofías del sujeto es la que realiza Friedrich Nietzsche, él encuentra al lenguaje como el punto débil de la filosofía que pretende autofundamentarse. Para Nietzsche, Descartes ha hecho abstracción de la mediación lingüística a través de la cual pudo decir yo soy, yo existo, este olvido se cimienta en nombre de la inmediatez de la reflexión. En la Segunda Meditación, Descartes decía: “De manera que, después de pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y dar como cosa cierta que esta proposición, Yo soy, Yo existo, es necesariamente verdadera cada vez que la pronuncio o la concibo en mi espíritu” (Descartes, R. 1977)1. He aquí el punto neurálgico del cual Nietzsche se sirve para argumentar críticamente. Es en Verdad y Mentira en sentido extramoral, que este filósofo lleva hasta las últimas consecuencias su sospecha radical del lenguaje; considerando que el lenguaje es completamente figurativo y por ello mismo, mentiroso. 1 Las negritas son mías. La intención es marcar cómo algo que ya Descartes había dicho y que había caído en el olvido, le sirve a Nietzsche como argumento fuerte para la crítica que realiza desde su concepción del lenguaje. 98 Ahora bien, la paradoja inicial es la de una “ilusión” que sirve de recurso para la “conservación” de la vida. Según Nietzsche, el intelecto humano pertenece a la naturaleza, y como tal no hay misión que vaya más allá de la vida humana. Esa ilusión que sirve para la conservación de la vida es indescifrable, porque la naturaleza le ha quitado al hombre ese poder y ha tirado la llave que Nietzsche cree poseer. Esta llave es el funcionamiento de la ilusión como verstellung, esto es, como desfiguración o disimulo. El modelo sería el del mentiroso que utiliza mal el lenguaje, mediante sustituciones voluntarias o inversiones de nombres, solo que no tiene un lenguaje verdadero, no engañoso como punto de referencia para encontrar e identificar el error, porque el lenguaje como tal es fruto de esas inversiones y sustituciones. De aquí que la verdad en términos nietzscheanos es “una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos (…) las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y que no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal” (Nietzsche, F. 1998, p.25). Ahora bien, a través del carácter metafórico del lenguaje, Nietzsche denuncia la dosis de autoengaño que conlleva todo discurso humano y Descartes con su proposición Yo soy, Yo existo; no escapa a esta consideración. De hecho al ser la verdad considerada como una ficción gregaria, vuelve insostenible la pretensión de certeza inmediata con la que Descartes planteaba el Cogito. Con Nietzsche se va más allá de la duda cartesiana, Descartes trataba de encontrar un parámetro que distinga el sueño de la vigilia; ahora se trata de distinguir entre verdad y mentira. Dice Ricoeur: “así como la duda de Descartes procedía de la supuesta indistinción entre el sueño y la vigilia, la de Nietzsche procede de la indistinción más hiperbólica entre mentira y verdad” (Ricoeur, P. 1996, p.XXV) De este modo, Nietzsche se convierte en el genio maligno más engañador e incisivo que el genio de Descartes. En uno de sus Fragmentos Póstumos dice: “Mantengo el carácter puramente fenoménico igualmente del mundo interior: todo lo que se nos hace consciente 99 es, de un extremo a otro, arreglado, simplificado, esquematizado, interpretado (…)” (Ricoeur, P. 1996, p. XXVII). Entonces, por un lado, tenemos la consideración del carácter fenoménico del mundo interior que es alinear este a un mundo exterior, cuyo carácter fenoménico, no significa objetividad, sino interpretación. Es la crítica al positivismo que enuncia que solo hay hechos, Nietzsche, por el contrario considera que no existen los hechos (del mundo exterior), sino solo interpretaciones. De este modo, el Yo que se salvaba en el Cogito cartesiano, dice Ricoeur, naufraga en el mar de las interpretaciones. El Yo no es inherente al Cogito, sino una interpretación de tipo causal que relaciona un supuesto sujeto con una acción a la que se ha llamado pensamiento, que no es más que un orden aparente. Dice Ricoeur: “esta ficción llamada ‘pensar’, es todavía plantear una unidad completamente arbitraria (…), es imaginar un ‘sustrato de sujeto’ en el que tendrían su origen los actos del pensamiento” (Ricoeur, P.: 1996, p. XXVIII). Cuando Ricoeur toma como relevante la crítica de Nietzsche a Descartes, tiene un propósito en mente: mostrar en el anti Cogito de Nietzsche, no lo contrario del Cogito cartesiano, sino una prolongación de él; como dice hacia al final del apartado El cogito quebrado, Nietzsche es más cartesiano que Descartes, porque duda hasta del sujeto que duda. El Cogito, también es dudoso. Donde Descartes hallaba un alto a su duda en nombre de la certeza, Nietzsche encuentra una continuidad que lo ubica en la tradición de las filosofías del Cogito que cree deconstruir. 3.- Hacia una Hermenéutica del Sí: De lo analizado hasta aquí, podemos decir que parece que cuando se trata del sujeto, debemos aproximarnos a él eligiendo entre ensalzarlo o humillarlo, cediendo lugar a la afirmación de Ricoeur “el yo de las filosofías del sujeto es atopos, sin lugar asegurado en el discurso” (Ricoeur, P.:1996). En el Sí mismo como Otro, el filósofo nos dirá que se llega al Yo tras el rodeo por las expresiones del sujeto que habla, narra, actúa y es responsable. Introduce a través de la pregunta ¿quién?, todas las 100 aserciones relativas a la problemática del sí (¿quién habla?, ¿quién actúa?, ¿quién se narra?, ¿quién es el sujeto moral de imputación?). El sí de esta hermenéutica, indica la distancia que la separa de las filosofías de Cogito, precisamente porque decir sí, no es lo mismo que decir Yo, porque “el yo se pone o es depuesto. El sí está implicado de modo reflexivo en operaciones cuyo análisis precede al retorno hacia sí mismo” (Op. Cit.: p.XXXI). Además, Ricoeur presenta dos rasgos que se oponen a la inmediatez del Yo Soy y a la ambición de colocarlo en la posición de fundamento último. - El primero de ellos, tiene que ver con el rechazo a la tesis de la simplicidad indescomponible del cogito que se añade a la consideración de su inmediatez; este rechazo tiene que ver con la estructura analítico reflexiva que obliga a realizar una serie de rodeos. - El segundo rasgo, ahonda en la separación de la hermenéutica del sí y las filosofías del Cogito y tiene que ver con el tipo de certeza a que la hermenéutica puede aspirar y que la diferenciará de modo decisivo de la pretensión de autofundamento de las filosofías del segundo tipo. A esta certeza Ricoeur se refiere con el nombre de atestación. En una carta del 1 de Septiembre de 1988, dirigida a Marie- France Begué, dice: “Por atestación entiendo una suerte de seguridad, de confianza que cada uno tiene, de existir en el modo de la ipseidad. Al decir seguridad, no digo certeza; al decir confianza, no digo verificación. Retomo: la seguridad, si se quiere, es una creencia; pero una creencia no dóxica (…) la que corresponde a la expresión ‘creo que’ (…). Me gustaría decir crédito en oposición a creencia- opinión”2 Ahora bien, la atestación parece exigir menos que la certeza cartesiana, pero más que la ausencia de certeza nietzscheana. La 2 Fragmento de un artículo de Paul Ricoeur titulado “L’attestation: entre phenoménologie et narrativité”, en Paul Ricoeur. Les métamophose de la raison herméneutiques. París, Cerf, 1991, pp. 381- 403. 101 atestación se opone a la noción de episteme en tanto ciencia como saber último y autofundamentador, es en este sentido en que parece exigir menos que la certeza ligada al fundamento último. Entonces, la atestación es débil en relación a toda aspiración de convertirse en fundamento último, esta debilidad se convierte en la vulnerabilidad de un discurso consciente de su falta de fundamento y que además se expresa en una permanente amenaza de la sospecha (siendo esta última el polo opuesto de la atestación). Dice Ricoeur: “el parentesco entre atestación y testimonio se comprueba aquí: no hay verdadero testigo, sin falso testigo. Pero no queda más recurso contra el falso testimonio que otro testimonio más creíble; y no hay más recurso contra la sospecha que una atestación más fiable” (Op. Cit, p.XXXVI). Por último, la atestación que también se enfrenta al cogito humillado; es una especie de confianza, es fianza, la atestación es fundamentalmente atestación de sí. Esta confianza se fundamenta en la confianza del poder decir, en el poder hacer, en el poder reconocerse personaje de la narración. Es un tipo de confianza que solicita la confianza del otro. Es como en el acto de la promesa por ejemplo: “te prometo que llegaré a tal hora” exige que el otro confíe en mi palabra, pero al mismo tiempo mi promesa es también la promesa que el otro me hace “yo te estaré esperando”. Entonces, el crédito sin garantía, por un lado y la confianza frente a toda sospecha, es lo que permite que la hermenéutica del sí pueda aspirar a mantenerse a igual distancia del Cogito ensalzado de Descartes que del Cogito despojado de Nietzsche. 4.- Conclusiones generales: Hasta aquí, Ricoeur nos mostró que el Yo no es inmediato, ni puede colocarse como fundamento último y que no hace falta deconstruirlo, sino recuperarlo, intentando de este modo, arbitrar entre dos filosofías. Como ya habíamos adelantado, Ricoeur es fiel a la tradición reflexiva puesto que no ve en el Cogito un punto de partida para encontrar algo firme y cierto, sino todo lo contrario; al cogito 102 arribamos después de haber hecho el gran rodeo por los signos de la humanidad. Para acceder al Yo se debe salir de él, convertirse en algo otro para luego emprender el camino de retorno al Yo. Por eso se puede decir que Ricoeur invierte y convierte el Cogito ergo Sum, en Sum ergo Cogito; esto quiere decir que para pensar es preciso ser, por eso el Yo del sujeto que recupera Ricoeur es el destino final y no el punto de partida. Entonces, queda claro que ya no se pretende conservar un Cogito enaltecido y ensalzado, vacío de contenido y de historia; incapaz de responder a la pregunta por el sentido del ser, incapaz de responderse a sí mismo: ¿quién soy yo?, impedido de ir más allá de ser una cosa que piensa. Para que ese cogito pueda responderse las preguntas que se plantea es necesario que se desentienda de la inherencia entre ser y pensar, es necesario que tome distancia y emprenda un camino para hallar su sentido, necesita de mediaciones y rodeos para comprenderse, comprendiendo. Pero tampoco es necesario seguir considerando un Cogito humillado y ultrajado; reducido a un mentiroso lenguaje que no tiene punto de referencia que permita dirimir entre verdad y mentira. Ni la absoluta certeza cartesiana que se presenta como fundamento firme y último sobre el que edificar la ciencia, ni la ausencia total de la misma. Ahora se hablará de crédito sin garantía, por un lado y de confianza frente a toda sospecha, por otro, que constituyen los rasgos propios de la atestación. Ya no se habla de Yo, sino de Si. Ya no se habla solamente de mismidad (sustancial), sino también de ipseidad (temporal) construida narrativamente. El olvido cartesiano en honor a la inmediatez reflexiva y a la formalización del Yo que a Nietszche le sirvió de fundamento para desarmar al Cogito, a Ricoeur le es útil para recuperarlo. Ahora frente a la pregunta ¿quién soy?, puedo brindar una respuesta recurriendo a mi historia, que tiene que ver con mi temporalidad, mediatizada por el lenguaje, a través del cual narro, me narro. Mi identidad es ahora narrativa. Ricoeur que cuestionaba a Descartes porque su Cogito perdía la relación con la persona de la que se hablaba, (con el 103 yo- tú de la interlocución), propia del Discurso del Método, recupera en el lugar que le da al sujeto de narrarse a sí mismo, el lugar del Otro, como formando parte de la construcción de esa narración. El sujeto del que nos habla Ricoeur, que piensa y se pregunta ya no está solo. Bibliografía: DESCARTES, R. Meditaciones Metafísicas, Alfaguara, 1977. NIETZSCHE, F. Sobre verdad y mentira en sentido extra- moral. Tecnos, 1998. RICOEUR, P. La fonction herméneutique de la distanciation, en Du texte á l’action. Essais d’herméneutique, II. Seuil, 1986. Traducción castellana en Del Texto a la Acción, F.C.E., Bs. As. 2000. RICOEUR, P. Soi- même comme un autre, Seuil, 1990. Si Mismo como Otro, Prólogo, Siglo XXI editores, 1996. Pág. Web: www.filosofíayliteratura.org 104