12 de noviembre de 1863 Muerte de "Chacho" Peñaloza

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12 de noviembre de 1863
Muerte de "Chacho" Peñaloza
Civilización
y
barbarie.
Por
José
Pablo
Feinmann
Corre el año 1935. En la Universidad de Friburgo, en Alemania, en una Alemania ya absolutamente
sometida al poder de Hitler y el nacionalsocialismo, el filósofo Martin Heidegger dicta, en verano, un curso
de Introducción a la metafísica. En uno de sus más notables pasajes –sus pasajes notables son muchos, ya
que se trata de un texto fundamental– se consagra
a describir la situación presente de Europa. Europa,
dice, se encuentra en "atroz ceguera", se encuentra
"a punto de apuñalarse a sí misma". La descripción
que hace Heidegger de esa Europa de mediados de
la década del treinta se aplica en gran medida a lo
que se entiende hoy por posmodernidad histórica.
Me permitiré citar un texto excepcional. Es el que
sigue: "Cuando el más apartado rincón del globo
haya
sido
técnicamente
conquistado
y
económicamente explotado; cuando un suceso
cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar
cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se
puedan
'experimentar',
simultáneamente,
el
atentado a un rey en Francia, y un concierto
sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea
rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras
que lo temporal, entendido como acontecer
histórico, haya desaparecido de la existencia de
todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el
gran hombre de una nación; cuando en número de
millones triunfen las masas reunidas en asambleas
populares,
entonces,
justamente,
entonces,
volverán a atravesar todo este aquelarre, como
fantasmas, las preguntas: ¿para qué? - ¿hacia
dónde? - ¿y después qué? (Introducción a la
Metafísica, Cap. I). Así, Heidegger, en 1935, vaticina la recorrida de un nuevo fantasma por Europa: el
fantasma de las preguntas fundamentales. Es notable su descripción –siempre cara a los alemanes– de esta
decadencia
de
Occidente.
Su idea acerca del tiempo transformado en rapidez es una de las más perfectas conceptualizaciones de
nuestro presente histórico. Es cierto que nada tiene que ver con nuestra actualidad esa visión de "las masas
reunidas en asambleas populares". Asoma, aquí, el anticomunismo de Heidegger, su desdén por la masa.
Pero hay otras cosas que asoman en el texto. Preguntemos: ¿qué papel tiene Alemania en ese mundo
entregado a la "decadencia espiritual"? Dice Heidegger: "Todo esto trae aparejado el hecho de que esta
nación, en tanto histórica, se ponga a sí misma, y, al mismo tiempo, ubique al acontecer histórico de
Occidente a partir del centro de su acontecer futuro, es decir, en el dominio originario de las potencias del
ser". Sí, el lenguaje es abstruso, desmesurado. Pero Heidegger sabe exactamente qué está diciendo: dice
que Alemania debe ubicarse en el centro, y a partir de ahí desarrollar lo que más adelante denomina misión
histórica. Lo escribe así: "La misión histórica de nuestro pueblo, que se halla en el centro de Occidente".
Detrás de estas líneas late el genocidio. Cuando un pueblo se adjudica una misión histórica, cuando esa
misión consiste en rescatar a los otros pueblos de su decadencia espiritual y remitirlos a un centro
originario y puro que él, ese pueblo, representa, aquí, exactamente aquí, se abre el horizonte conceptual
del genocidio.
Civilización y barbarie no fueron conceptos que Heidegger utilizara. Sin embargo, es transparente que en su
filosofar Alemania representa la potencia espiritual (que es, siempre, la civilización) y los restantes pueblos
la decadencia espiritual, es decir, la barbarie. Lo que me importa, sustancialmente, destacar es lo que
sigue: una filosofía se transforma en ideología cuando niega toda posibilidad de verdad en el diferente. Los
nazis creían encarnar las hondas potencias espirituales de Occidente y creían luchar contra la masificación
soviética y contra el uso mercantilista de la técnica encarnado por el capitalismo judío. Eran el centro, eran
la posibilidad de la redención. De este modo, tenían derecho a todo. Y muy especialmente: a disponer de
las
vidas
de
los
otros.
En toda violencia late el esquema civilización-barbarie. A veces se mata en nombre de la barbarie. Se mata
lo establecido, lo racional, lo instaurado. La civilización entendida como sacralización del Poder. Aquí, la
barbarie se asume como lo distinto, lo nuevo, lo –por usar una palabra que hoy se usa– transgresor. Lo que
transgrede el orden monolítico del ser. Lo que es –se dice– siempre es reaccionario, precisamente porque
es, porque está consolidado, porque ha devenido una cosa y ha perdido su vigor, su insolencia histórica.
Toda cosificación es reaccionaria, y la civilización es eso: es la cosificación de un Poder constituido al que
hay que destruir. Esto permite entender el nihilismo de ciertas violencias y –sobre todo– permitiría
comprender (y ya llegaremos a este tema) el terrorismo de fin de milenio: cuando ya no se puede
transformar el mundo lo único que resta es destruirlo. Así, el nihilismo de fin de milenio (la explosión en la
AMIA, la bomba en el avión de la TWA) expresa una violencia que se asume desde la barbarie: la civilización
–dice– es una cosificación intransformable; la civilización es este mundo del capitalismo mediático que no
ofrece intersticios; que no ofrece penetrabilidad alguna para su transformación desde adentro. Sólo resta,
entonces, en nombre de valores absolutamente opuestos que jamás este sistema podría incorporar,
destruirlo desde afuera. Se destruye lo que es en nombre de lo que no es; de lo que, incluso, no sabe qué
es
salvo
que
es
la
destrucción,
la
negación
absoluta.
La
barbarie.
La civilización ejerce la violencia en nombre de valores que se proponen como constructivos. La violencia de
la civilización no se piensa a sí misma como nihilista. Siempre está por construir un mundo. Y la
construcción
de
ese
mundo
implica
el
aniquilamiento
de
los
diferentes.
Nadie utilizó la violencia civilizadora con más pasión y lucidez que Sarmiento. Porque Sarmiento no sólo hizo
matar a Angel Vicente Peñaloza, el Chacho, sino que, asimismo, ofreció la más compleja, prolija y, por
decirlo así, obstinada defensa de ese asesinato. Lo hizo en un libro que llamó El Chacho y que, en uno de
sus pasajes, dice: "Las 'guerrillas' desde que obran fuera de la protección de gobiernos y ejércitos están
fuera de la ley y pueden ser ejecutadas por los jefes en campaña. Los salteadores notorios están fuera de la
ley de las naciones y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías". No hay que
dudarlo: si uno quiere saber cómo y por qué se mata en nombre de la civilización... hay que leerlo a
Sarmiento.
Esa
tarea
nos
espera.
Fuente: Página|12
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