ESTADO, CONFESIONES Y LIBERTAD RELIGIOSA Prof. Dr. Silverio NIETO NÚÑEZ Magistrado (exc.) Director Servicio Jurídico Conferencia Episcopal Española Profesor Universidad Pontificia Comillas (Madrid) Catedrático (Extr.) Universidad Católica “San Antonio” (Murcia-España) Catedrático de la Facultad de Teología “Redemptoris Mater” (Callao-Perú) Sumario.- Introducción; I. Consideraciones generales: modelos de relaciones Iglesia-Estado; I.1 Los principios de aconfesionalidad, laicidad y cooperación; I.2 Modelos de colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas; I.3 El principio de igualdad religiosa; II. La libertad religiosa en la Constitución del Perú y en los Tratados internacionales; II.1 El principio constitucional de libertad religiosa; II.2 Contenido del derecho de libertad religiosa y su protección; II.2.1 Las opciones de conciencia; II.2.2 Personalidad jurídica y autonomía de las confesiones religiosas; II.2.3 Las sectas; II.2.4 Financiación de las confesiones religiosas; II.2.5 Educación religiosa escolar; II.2.6 Protección de la libertad religiosa; II.2.7 Límites del derecho de libertad religiosa; III. Legislación acordada o paccionada y legislación unilateral: IV. Hacia una Ley de Libertad Religiosa en Perú; IV.1 Referencia al Derecho comparado; IV.2 Características de una futura Ley de Libertad Religiosa. Introducción Como indica el título de esta intervención: “Estado, confesiones y libertad religiosa”, me propongo reflexionar sobre algunos conceptos generales imprescindibles para comprender la cuestión planteada, deteniéndome especialmente en el principio igualdad y en el de libertad religiosa y su contenido, así como la legislación acordada o paccionada; la normativa unilateral para, finalmente, adentrarnos en algunas consideraciones o características de una futura Ley de Libertad Religiosa en Perú. Más allá del ámbito estrictamente jurídico, la estructura socio-religiosa del Perú, como en otros países, ha cambiado en los últimos años. La religión 1 católica sigue siendo la mayoritaria pero la diversidad religiosa ha ido en aumento. En suma, las últimas décadas han contemplado una mutación de la concepción de la problemática inherente al tratamiento jurídico del hecho religioso. La jurisprudencia nacional e internacional así como la doctrina sobre la libertad religiosa y creencias, en constante desarrollo, han ido perfilando muchos detalles sobre cuáles son las obligaciones contraídas por los Estados en relación con este derecho fundamental, en su dimensión individual y colectiva, y hasta dónde se puede llegar en la limitación a su ejercicio. En fin, el derecho comparado ofrece en estos años la experiencia de una notable variedad de leyes sobre el hecho religioso. Unas merecen, a mi entender, un juicio más positivo que otras, pero todas ellas parten de los estándares internacionales en materia de derechos humanos. Esta exposición pretende contribuir a que todos seamos conscientes de la importancia de este derecho fundamental con una reflexión que, insisto, espero resulte útil en un proceso de reforma legislativa en Perú, ayudando a detectar áreas de posible conflictividad relacionada con el factor religioso, y a encontrar soluciones apropiadas, en especial de carácter preventivo. I.- Consideraciones generales: modelos de relaciones Iglesia-Estado: los principios de aconfesionalidad; laicidad, colaboración e igualdad. Los actuales sistemas de relaciones entre los Estados y las Confesiones religiosas se suelen resumir por la doctrina en el sistema de confesionalidad, el de separación con cooperación, el de separación sin cooperación, y el laicista. En cada uno de ellos caben subdivisiones y matices, pero a los efectos del presente trabajo basta con una enumeración tan genérica como la que acabamos de indicar. En todo caso, no está de más señalar que todos estos sistemas resultan compatibles con la libertad religiosa, salvo el confesionalismo extremo – propio de algunos regímenes islámicos-, y el laicismo extremo – propio de los regímenes totalitarios ateos. Entre ambos extremos, países confesionales como el Reino Unido, separatistas con cooperación como España e Italia, separatistas sin cooperación como los Estados Unidos, y laicos (o mejor laicista) como Francia, garantizan un alto grado de libertad religiosa, fruto de las modernas doctrinas sobre los 2 derechos humanos y en coherencia con las Declaraciones Internacionales de Derechos y Libertades. A la situación actual se ha llegado a través de un difícil caminar, que fue acercando los ordenamientos jurídicos a un lento y progresivo reconocimiento de las libertades de pensamiento y religión. En todos los países, a excepción de los incluidos en el sistema de Derecho inglés, existe una norma fundamental de la convivencia que organiza los poderes del Estado y define los derechos y deberes de los ciudadanos. Es la Constitución política. Sobre ella descansa todo el ordenamiento del respectivo Estado en sus diversas ramas, y por lo tanto también aquella rama relativa al fenómeno religioso como factor social específico. La Constitución de cada país es la que marca los principios que han de inspirar las relaciones jurídicas en torno al fenómeno religioso, ya en exclusividad (confesionalidad), ya en concurrencia de diversas confesiones religiosas (libertad religiosa), y desde otra perspectiva, ya con un amplio reconocimiento de esta libertad o con restricción de sus manifestaciones, incluso con una orientación claramente persecutoria. Alguna doctrina, sin embargo, ha llamado la atención sobre el peligro de dejarse llevar por un excesivo entusiasmo por la Constitución. El dogma de la supremacía de la Constitución- se afirma- debe ser cuestionado, pues la supremacía de la Constitución hay que comprenderla a la luz de principios más amplios que superen los limitados del positivismo. Junto a la legitimidad formal hay una legitimidad material- relativa a su contenidoque no procede de la Constitución como tal, sino que ésta formaliza en una materia social preexistente. La Constitución surge históricamente para posibilitar la protección efectiva de ámbitos personales de autonomía y, en definitiva, se justifica por ser instrumento de justicia al servicio de la persona.1 Brevemente me voy a referir a los principios generales e informadores del derecho en la materia que estamos analizando. Estos principios dimanan principalmente del vértice de cada ordenamiento estatal, es decir, de la norma constitucional, y son en gran parte comunes a todas las ramas del 1 A. Martínez Blanco, Derecho Eclesiástico del Estado, Tecnos, vol. II, págs. 23 y ss. 3 ordenamiento de que se trate, si bien existen otros peculiares, que mencionaremos en apartados sucesivos.2 I.1 El principio de aconfesionalidad, laicidad o neutralidad del Estado. La noción amplia de confesionalidad equivale a Estado que no se proclama “laico”, o sea, separado de la Iglesia, sino que, sin declaración formal expresa o con juicio de valor histórico-sociológico, la reconoce de hecho como “religión de la nación” (de la mayoría de los ciudadanos), inspirando en ellas sus leyes, participando en sus ritos y ceremonias públicas y asegurándose una determinada consideración de favor, sin que con ello se dé una discriminación entre los ciudadanos respecto a la adquisición y ejercicio de los derechos y libertades civiles; supone, por tanto, también, la existencia de un estatuto de libertad religiosa. De lo dicho acerca del concepto amplio y moderno de confesionalidad, se deduce con toda claridad que estos dos términos, confesionalidad y libertad religiosa, son totalmente compatibles entre sí. Aunque la libertad religiosa, individual y colectiva, -en el marco del principio de igualdad jurídica y sin que la religión constituya motivo de discriminación ante la ley- es el punto de partida necesario para toda relación del Estado con las confesiones y, consiguientemente, para toda normativa civil en materia religiosa, lo que realmente caracteriza al sistema peruano vigente es el principio de la aconfesionalidad, aunque la Constitución no emplee este término. Pero entendida esta aconfesionalidad, no en el sentido de “no religiosidad del Estado”, sino en el más obvio de simple “no confesionalidad”, tomando la confesionalidad en su significado clásico que equivale al de “religión oficial”. Por esta razón, el texto constitucional peruano de 1993 dispone en el artículo 2º3 “Toda persona tiene derecho: A la libertad de conciencia y de religión, en forma individual y asociada…. 2 Se han definido como los valores superiores acerca de la dignidad y libertad de todo ciudadano en cuanto persona y acerca del modo libre y digno de poder vivir lo religioso como factor social. Se trata de principios civiles, no religiosos, y sobre una materia civil cual es la convivencia como comunidad política en uno de los temas que afectan al bien común, en este caso al factor religioso. Y son además principios jurídicos, es decir, inspiradores de un sistema de Derecho como cauce para la convivencia. 4 En este sentido de consideración o valoración positiva de la religión, pero sin atribuirle a ninguna de ellas “carácter estatal”, algunos autores se inclinan por la palabra neutralidad, porque le parece la “más adecuada y menos equívoca”.Pero también el término “neutralidad” puede interpretarse en el sentido de indiferencia del Estado, propio del liberalismo decimonónico; lo cual va en contra del sentido propio del texto cuando habla de colaboración. Y otro tanto cabe decir, de los términos laicidad, o separación que algunos emplean, reduciéndolos al significado más sano de “simple reconocimiento de la legítima autonomía de lo temporal”; pero que también pueden llevar a una interpretación indebida, siguiendo huellas – tentadoras para algunas ideologías- de viejas actitudes políticas agnósticas, hostiles y antirreligiosas. La Constitución presupone que la religión y las creencias religiosas son un factor de la sociedad, no del Estado. Las creencias religiosas son el resultado del ejercicio de la libertad religiosa por parte de las personas y de las opciones religiosas que cada uno libremente hace. Esas creencias se manifiestan en la sociedad, tanto individualmente como institucionalmente, a través en este caso de las Confesiones religiosas. Esas creencias religiosas que se manifiestan en la sociedad no quedan relegadas exclusivamente al ámbito de la esfera privada de las personas, sino que se les atribuye relevancia pública. La Constitución peruana ha rechazado un planteamiento de Estado laico que permitiese al Estado la ignorancia o la indiferencia ante el factor religioso de la sociedad: una actitud de ignorancia o de indiferencia por parte de los poderes públicos sería inconstitucional. El propio artículo 50º de la Constitución extrae la consecuencia jurídica de ese reconocimiento positivo del facto religioso cuando dice que presta su colaboración a la Iglesia Católica y puede establecer formas de colaboración con otras confesiones. La Constitución valora positivamente el ejercicio de la libertad religiosa, como valora positivamente el ejercicio de cualquier otra libertad. Pero en el caso específico de la libertad religiosa no lo hace sólo de un modo genérico, sino que dedica una parte de su normativa constitucional acerca de esta libertad a ordenar expresamente una colaboración por parte de los poderes públicos. 5 La Constitución tiene especial cuidado en dejar claro que la laicidad del Estado no puede tener nunca una significación negativa ante el hecho religioso, ni tampoco puede justificar una conducta pasiva por parte de los poderes públicos, sino que éstos han de adoptar una actitud activa y positiva ante las creencias religiosas, que lleva consigo una cooperación con las Confesiones.3 De esta manera, con el presupuesto de la libertad religiosa reconocida y tutelada y la atención a la religión de los peruanos con la necesaria cooperación, la aconfesionalidad representa un término medio óptimo en la actitud del Estado para con la religión. La Constitución Política del Perú en virtud del peso sociológico y de la religión que profesan la inmensa mayoría de los peruanos, al hablar de colaboración, nombra a la Iglesia católica, sin que ello implique necesariamente violar el principio de igualdad jurídica, sino más bien una justa aplicación del mismo, en reconocimiento de la realidad social; pues no puede olvidarse que la religión católica –aun prescindiendo de razones puramente cuantitativas- representa un elemento esencial en la historia, cultura, arte, moral, derecho y costumbres de los peruanos. Como consecuencia del principio de laicidad respecto de la libertad religiosa, el Estado debe ser sólo Estado, ni más ni tampoco menos. Se excedería si, bajo pretexto de regulación del factor religioso, adoptase una actitud confesional, agnóstica o atea. Excluye, por descontado, una beligerancia o una hostilidad antirreligiosa, porque rompería con ello con esa neutralidad y no serviría el ejercicio de la libertad religiosa en todas sus dimensiones. Por otro lado, supondría una dejación de funciones el que, con la excusa de la laicidad, se refugiase en una falsa pasividad o indiferentismo respecto del factor religioso. En el Estado de libertad religiosa, es a la persona a quien corresponde decidir libremente en materia religiosa, mientras que el Estado está constitucionalmente obligado a garantizar la plena manifestación y realización de este factor social específico. Para una correcta comprensión de lo antedicho, no estará de más dejar clara la distinción entre laicidad y laicismo. El Estado laico (o mejor, laicista) considera la religión – como ha indicado la doctrina – un asunto privado, y 3 E. Molano, La laicidad del Estado en la Constitución española, Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado, págs. 239 y ss. 6 el tratamiento que da a las Confesiones es el de asociaciones sometidas a las reglas del Derecho general sobre libertades públicas. El Estado laico “ignora o pretende ignorar a las iglesias y a las creencias como un fenómeno ajeno – ni bueno ni malo – a los intereses o finalidades propios de la sociedad política”; en cambio, el principio de laicidad y no de laicismo, que es el que da lugar no a un Estado laico sino a un modelo separatista de cooperación, es hoy el propio de aquellos países en los que ha tenido lugar una evolución a partir de una situación de confesionalidad católica (España, Italia, Perú) o de dos grandes Iglesias reconocidas de importancia equivalente (Alemania); tales países han asumido los principios de libertad e igualdad sin ignorar por ello el fenómeno religioso, al que reconocen o conceden una valoración en el conjunto de las fuerzas sociales que permite y aún aconseja la colaboración entre las Confesiones y los Estados, sin que éstos asuman a ninguna de ellas con carácter estatal ni asuman tampoco ninguna fe religiosa como inspiradora de la política estatal. En cuanto a la neutralidad, del análisis de la Carta Magna del Perú y de la doctrina científica, no se puede deducir que constitucionalmente sea un Estado neutral ante el fenómeno religioso, sino que, como hemos señalado con anterioridad, es un Estado aconfesional y en sistema de cooperación, en el sentido de reconocer, garantizar y promover en la sociedad peruana las condiciones jurídicas que permitan a los ciudadanos y a las Iglesias y Confesiones seguir y conseguir finalidades de índole religiosa, sin encontrar prohibición, impedimento o daño por parte de otros ciudadanos o de los Poderes públicos. El texto constitucional, en cuyo Preámbulo se invoca a Dios, no reconoce ninguna religión como oficial, sin embargo, se propone mantener relaciones de colabración con la Iglesia Católica y las demás Confesiones. Dicho en otros términos, el Estado no se confundirá con una o unas confesiones religiosas, ni tampoco perseguirá al fenómeno religioso, sino que abre la puerta a la cooperación y al mutuo entendimiento con las aspectos que son de su incumbencia y competencia, el bien de los individuos y de los grupos en los que se congregan. En definitiva, la norma constitucional peruana reconoce el principio de laicidad o no confesionalidad del Estado en su versión positiva, por dos razones: 1/ porque la Constitución, al reconocer la labor religiosa de la 7 Iglesia Católica como un “elemento importante” en la historia, cultura y moral de los peruanos, considera a la religión como un valor positivo que históricamente ha coadyuvado al Estado en la realización de sus fines (art. 1º Constitución); y, 2/ porque al establecer la colaboración del Estado con las confesiones religiosas, reitera nuevamente la importancia de la religión en la sociedad, otorgándoles a las Iglesias una función activa y participativa. I.2 Modelos de colaboración entre el Estado y las Confesiones religiosas. La efectividad del principio de colaboración presupone que todas las confesiones deben gozar de libertad religiosa y poseer el mismo trato constitucional a la hora de mantener sus relaciones con el Estado, esto es, todas y cada una de las Confesiones existentes tienen derecho a establecer relaciones de colaboración con los órganos estatales, que se basen en una igualdad, en la de libertad religiosa de estas comunidades. Supone un deber estatal, pero no demanda, como contrapartida, un derecho fundamental del que sean titulares las Confesiones religiosas. No obstante, no debe confundirse la igualdad con la uniformidad, pues cada Confesión precisa, dadas sus a menudo muy dispares características orgánico-funcionales y diversa implantación social, un tratamiento individualizado y peculiar, razón por la que la Constitución alude, por un lado, a la Iglesia Católica a la que, por imperativo constitucional le presta su colaboración (el Estado) y, por otro, puede establecer formas de colaboración (con otras Confesiones), sugiriendo así que las mismas deben ser proporcionales y acordes con las muy concretas necesidades y pretensiones que manifiestan cada uno de los grupos religiosos existentes. De ahí que el establecimiento de un sistema de cooperación uniforme, para todas las confesiones, no sea ni aconsejable ni adecuado. Por tanto, una vez sentados los mínimos comunes y obligatorios sobre los que en todo caso debe recaer la cooperación, y se garantice tanto la interdicción de cualquier forma de discriminación por motivos religiosos como el respeto al principio de aconfesionalidad, los poderes públicos habrán de estar, si quieren que su actuación sea verdaderamente eficaz, a las circunstancias y demandas específicas que le formulen los diferentes destinatarios de la misma. 8 En principio, cabe distinguir la existencia de ámbitos en los que dicha colaboración resulta obligatoria, porque así se deduce de la Constitución; de aquellos otros en los que, aun no dándose este presupuesto, la misma se revela posible, al quedar al libre criterio de los poderes públicos, que no cuentan con impedimento de relieve alguno comprometiendo su actuación. Finalmente, hay que considerar cuándo dicha cooperación es, por el contrario, indebida, estando por tanto desaconsejada, al contravenir principios o mandatos expresamente contemplados en la propia Norma Fundamental. a) En primer lugar, entendemos que la colaboración del Estado con las Confesiones es obligatoria, y, en consecuencia, perfectamente legítima en los casos en que la misma se muestra necesaria, a fin de posibilitar que la igual libertad religiosa de individuos y Comunidades deje de ser una mera expectativa. Estamos, pues, en presencia de supuestos referibles a lo que se ha convenido en llamar cooperación asistencial, que requiere prescriptivamente de la acción positiva de los poderes públicos. Puede así afirmarse que el Estado desarrolla una cooperación necesaria con las Confesiones cuando les facilita el ejercicio de labores de asistencia religiosa en centros públicos, de carácter militar, hospitalario y penitenciario situados bajo su dependencia, evitando, eso sí, toda forma de integración orgánica. También constituye una manifestación característica de esta suerte de cooperación, el reconocimiento que aquél lleva a cabo, en favor de las Confesiones y demás entidades a ellas adscritas, tanto de la personalidad jurídica que le reclaman, como de una amplia autonomía orgánica y funcional, a fin de que, respectivamente, adquieran una plena capacidad de obrar y puedan desenvolverse, desarrollando sus cometidos o fines institucionales, sin trabas obstaculizadoras. b) En segundo lugar, la colaboración del Estado con las Confesiones, aun no viniendo exigida, de acuerdo con lo que cabe deducir de la Constitución, aparece, sin embargo, como posible, en los supuestos en que los poderes públicos valoran positivamente su conveniencia u oportunidad, siempre y cuando la misma respete los límites de orden público, igualdad y laicidad, además de los principios propios de un Estado de Derecho.4 Otros ejemplos de cooperación posible, aunque 4 Supuesto en el que se manifiesta la voluntad favorable del Estado a la cooperación, se observa en su decisión de atribuirle eficacia jurídica civil a ciertas normas contenidas en los ordenamientos internos de las confesiones, a las que decide así incorporar a su propio ordenamiento, modificando, de esa forma, su naturaleza, por medio de una remisión material a las mismas. A su vez, se observa igualmente una actitud de cooperación estatal con las confesiones, en los casos en que el Estado le asigna relevancia jurídica civil a actos y negocios jurídicos realizados por aquéllas, al amparo de sus ordenamientos, recurriendo a la 9 no obligatoria, son aquellos que implican el otorgamiento a las confesiones y entidades adscritas, de un régimen fiscal más favorable, etc. También constituyen demostraciones sobresalientes de esta voluntad promocional las que resultan de que el Estado decida regular, en el ámbito de las Administraciones Públicas, situaciones especiales referidas al descanso semanal, la realización de exámenes o el deber de asistencia escolar en los centros docentes públicos. Igualmente, se observa tal modalidad de cooperación cuando el Estado ordena tener en cuenta, a efectos laborales, en los centros a su cargo, las exigencias religiosas de las confesiones, a fin de determinar los permisos para la oración, el régimen de las comidas o de su preparación, tal y como podrían contemplar futuros los Acuerdos específicos con las confesiones minoritarias. c) En tercer lugar, la colaboración resulta, sin embargo, indebida y desaconsejable, de acuerdo con la Constitución, cuando se atenta contra la moral y el orden público (art. 3 CPerú), entre otros supuestos. En definitiva, el Estado, apelando al mandato constitucional que le insta a ello, asiste a las confesiones para propiciar las circunstancias que hagan posible la real y efectiva satisfacción del derecho a la libertad religiosa, que beneficia tanto a las mismas como, a menudo, a través de ellas, a sus miembros. De este modo, viene a atribuirle una relevancia jurídico-pública al fenómeno religioso que, sin su mediación, éste difícilmente adquiriría. I.3 El principio de igualdad religiosa Dejando al margen las distintas opiniones científicas,5 en tensión dialéctica con la libertad,6 la igualdad significa como principio que el Estado y los poderes públicos se comprometen a un tratamiento igual ante la ley, tanto en su función legislativa de elaboración de la ley o la norma administrativa, como en su función judicial de aplicación de aquéllas. Lleva consigo una correlativa prohibición de discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión, etc. Es evidente que la igualdad religiosa no significa que todos los peruanos, para no mermar la igualdad de su común condición de ciudadanos técnica del presupuesto. De este modo ocurre respecto, tanto de las resoluciones dictadas por los tribunales eclesiásticos sobre nulidad de matrimonio canónico (SSTC 1/1981, 66/1982 y 265/1988); como en relación con los matrimonios celebrados según la forma religiosa (art. 60 CC) (STC 46/2001, FJ 7º), entre otras referencias dignas de ser destacadas. 5 J. Calvo-Álvarez, Los principios informadores del Derecho Eclesiástico del Estado, en “Anuario de Derecho Eclesiástico del Estado·, vol. XIV (1998), págs. 187 ss. 6 A. De la Hera, Pluralismo y libertad religiosa, Sevilla 1971. 10 paritarios, deben tener la misma fe religiosa. La igualdad religiosa ante la ley no tiene nada que ver con la uniformidad. Aplicando el principio de igualdad a la religión, significa que todos los ciudadanos tienen el mismo derecho fundamental de libertad religiosa, que todos tienen derecho al mismo trato fundamental por razón de sus creencias por parte del Estado, los grupos sociales o los demás ciudadanos. Y en consecuencia queda prohibida toda discriminación por motivos religiosos (art. 2 Constitución del Perú). Por tanto, sólo puede aducirse la quiebra del principio de igualdad jurídica cuando, dándose los requisitos previos de una igualdad de situaciones de hecho entre los sujetos afectados por la norma, se produzca un tratamiento diferenciado de los mismos en razón de una conducta arbitraria o no justificada basada en razones de creencias o convicciones ideológicas o religiosas, siempre que ello suponga un menoscabo en el ejercicio del derecho de libertad religiosa o del resto de los derechos fundamentales. La tradición histórica y el arraigo de la religión católica en Perú explica la especificidad del trato dado a la misma por el ordenamiento peruano, lo que no supone ataque alguno al principio de igualdad. Es decir, los poderes públicos deberán tener en cuenta, de un lado, su arraigo, importancia, tradición, extensión; de otro lado, las peculiaridades o características específicas de la Iglesia católica.7 Cuando el artículo 2º.2 de la Constitución del Perú dispone que nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica o de cualquier otra índole, está prohibiendo que las personas individuales puedan ser objeto de trato discriminatorio por razón de su pertenencia a ciertas minorías religiosas, incluso cuando sus creencias y su conducta contrastan fuertemente con los hábitos sociales comúnmente aceptados.8 No obstante, debe encontrarse un equilibrio adecuado que permita un tratamiento justo a las minorías y, al mismo tiempo, evitar cualquier abuso de una posición dominante. En definitiva, el 7 La Conferencia Episcopal del Perú (Prot. Nº 0167/2/2008, de 1º de abril de 2008), sobre el particular, afirma que “en el ordenamiento jurídico actual no existe discriminación alguna por parte del Estado con ninguna Confesión Religiosa, sino que la forma en la cual ésta se relaciona con ellas, depende de la naturaleza jurídica y de las múltiples formas de organización que las confesiones religiosas tienen. Así pues, las relaciones entre el Estado Peruano y la Iglesia Católica, se rigen en virtud del Acuerdo suscrito entre la Santa Sede y la República del Perú, entendida la Santa Sede como gobierno central de la Iglesia católica, sujeto de derecho internacional reconocido como tal por la Comunidad internacional”. 8 Tribunal Europeo de Derechos Humanos: Tsavachidis c. Grecia, 21 enero 1999; Hoffmann c. Austria, 23 junio 1993. 11 deber del Estado consiste en asegurar la convivencia entre las distintas creencias y asegurar la mutua tolerancia entre los diferentes grupos. La prohibición contenida en el art. 2º.2 resulta aplicable no sólo a la discriminación contra las personas individuales, sino también al trato discriminatorio de los grupos religiosos como tales. Toda confesión religiosa tiene derecho, desde luego, a que se reconozca su existencia de facto, pero también a obtener personalidad jurídica en condiciones aceptables y equiparables a las otras confesiones, cumpliendo los requisitos establecidos por la legislación civil correspondiente. II.- La libertad religiosa en la Constitución Política del Perú y en los tratados internacionales. El artículo 3º de la Constitución señala que la enumeración de los derechos establecidos en este capítulo (capítulo I: derechos fundamentales de la persona) no excluye los demás que la Constitución garantiza, ni otros de naturaleza análoga o que se fundan en la dignidad del hombre, o en los principios de soberanía del pueblo, del Estado democrático y de la forma republicana de gobierno. De aquí se puede deducir que los textos internacionales ratificados por Perú son instrumentos valiosos para configurar el sentido y alcance de los derechos que recoge la Constitución y, de alguna forma, obliga a interpretar los correspondientes preceptos de ésta de acuerdo con el contenido de dichos Tratados o Convenios9. Este sentido tiene la afirmación del art.55º cuando dispone que los tratados celebrados por el Estado y en vigor forman parte del derecho nacional y cuando el constituyente estableció en el art. 205º que agotada la jurisdicción interna, quien se considere lesionado en los derechos que la Constitución reconoce puede recurrir a los tribunales u organismos internacionales constituidos según tratados o convenios de los que Perú es parte. El respeto inexcusable hacia la dignidad humana implica la defensa y la promoción de los derechos del hombre, y exige el reconocimiento de la dimensión religiosa del mismo. La libertad religiosa10, como derecho primario e inalienable de la persona, es el sustento de las demás libertades, su razón de ser. La libertad religiosa traspasa el horizonte que trata de 9 Entendemos que esta interpretación no es contradictoria con el art. 51º de la Constitución cuando afirma que “la Constitución prevalece sobre toda norma legal”, puesto que los Tratados , Convenios o Acuerdos internacionales han de interpretarse a la luz de la propia Constitución peruana. 10 Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, art. 18. 12 limitarla a una parcela íntima, a una mera libertad de culto o a una educación inspirada en valores cristianos, para solicitar al ámbito civil y social, libertad para que las confesiones religiosas puedan ejercer su misión. Asimismo resulta básico comprender la libertad religiosa como la condición primera e indispensable para la paz. Son piedras angulares del edificio de los derechos humanos, elementos básicos del bien común y de la solidaridad. La paz hunde sus raíces en la libertad y en la apertura a la verdad. El Estado democrático no es neutral respeto de la libertad religiosa misma, sino que, al igual que respeto de las demás libertades públicas, ha de reconocerla y crear las condiciones para su efectivo y pleno ejercicio por parte de todos los ciudadanos. Y justamente, en virtud de este respeto y apuesta positiva por la libertad religiosa, ha de ser, en cambio, absolutamente neutral respeto de todas las diversas particulares opciones que ante lo religioso los ciudadanos adopten en uso de esa libertad. Querer imponer, como pretende el laicismo, una fe o una religiosidad estrictamente privada es buscar una caricatura de lo que es el hecho religioso. Y es, por supuesto, una injerencia en los derechos de las personas a vivir sus convicciones religiosas como deseen o como éstas se lo demanden. Benedicto XVI, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 18 de abril de 2008, resaltó que “los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, entendido como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la del creyente”. Por lo demás, continuó el Santo Padre, “no se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social”. En este sentido, “la Iglesia, sin pretender convertirse en un sujeto político, aspira, con la independencia de su autoridad moral, a cooperar leal y abiertamente con todos los responsables del orden temporal en el noble diseño de lograr una civilización de la justicia, la paz, la reconciliación, la solidaridad, y de aquellas otras pautas que nunca se podrán derogar ni dejar a merced de consensos partidistas, pues están 13 grabadas en el corazón humano y responden a la verdad.”11 Por ello, siguió explicando el Papa, “la presencia de Dios tanto en la conciencia de cada hombre como en el ámbito público es un apoyo firme para el respeto de los derechos fundamentales de la persona y la edificación de una sociedad cimentada en ellos”. Recordada el Secretario de Estado de la Santa Sede, Cardenal Tarsicio Bertone que “Todo hombre vive de un entramado de sueños y realidades. Todos aspiran hoy a una vida donde reine la paz y la justicia. Cuando defienden un derecho no mendigan un favor, reclaman lo que le es debido por el solo hecho de ser hombre. Por eso se llaman derechos naturales, innatos, inviolables e inalienables, valores inscritos en el ser humano. Por esta significación profunda y por su radicación en el ser humano los derechos humanos son anteriores y superiores a todos los derechos positivos. De aquí que el poder público quede sometido a su vez al orden moral, en el cual se insertan los derechos del hombre”.12 II.1 El principio de libertad religiosa. No cabe duda de que el fenómeno más positivo de la moderna ciencia jurídica y de las legislaciones democráticas ha sido el desarrollo doctrinal y normativa sobre los derechos humanos fundamentales, lo que ha contribuido decididamente a poner en el centro de la realidad jurídica a su verdadero protagonista: la persona humana, su dignidad y la libertad que a esa dignidad corresponde. Sin embargo, paralelamente al desarrollo de la centralidad de la persona en el derecho, se ha producido otro fenómeno que está preocupando seriamente a políticos, juristas, sociólogos y filósofos del Derecho e incluso al simple ciudadano. Me refiero al progresivo empobrecimiento ético de las leyes civiles o de proyectos políticos que se quisieran convertir en leyes13. En estos casos se puede decir que se asiste a una especie de retroceso de civilización, donde se ponen al mismo nivel la verdad y el error, la libertad y el egoísmo, el deseo y el derecho, el interés privado y el 11 Discurso al nuevo Embajador de Argentina ante la Santa Sede, 5.12.2008. Cardenal Tarsicio Bertone, Discurso en la Conferencia Episcopal Española, acto conmemorativo del 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, febrero 2009. 13 El Cardenal Julián Herranz, a la sazón Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, en el Acto conmemorativo del 40º Aniversario de la Declaración Dignitatis Humanae, celebrado en la sede de la Conferencia Episcopal Española, el 31 de enero de 2006, citado el “desprecio de la indisolubilidad del vínculo matrimonial y aún del mismo concepto natural de matrimonio; liberalización del aborto, de la eutanasia, de la droga; insuficiente tutela de la institución familiar y –por lo que se refiere a la libertad religiosa- reducción relativista de ese concepto y de las modalidades de reconocimiento de ese derecho. 12 14 bien público, hasta querer instaurar de hecho esa dictadura del relativismo, de la que ha hablado Benedicto XVI. ¿Cuál es el concepto de libertad religiosa? ¿Qué se entiende por libertad religiosa en una sociedad pluralista y cuál es el fundamento del derecho de libertad religiosa? Como veremos posteriormente con más detenimiento, la libertad religiosa es la inmunidad de coacción sobre la persona en materia religiosa, tanto por parte de las personas particulares como por parte de grupos sociales o de cualquier poder. En otras palabras, el derecho a la libertad religiosa significa que ninguna persona puede ser forzada a actuar contra su conciencia, ni debe ser impedida de profesar su religión en privado y en público. Este derecho tiene una doble vertiente: positiva, que consiste en la posibilidad de actuar libremente en la materia, con la consiguiente necesidad de que se quiten todos los obstáculos que a ello se oponga; la vertiente negativa consiste en que no puede el sujeto ser obligado a adoptar una postura determinada ante la fe. Se entiende que la libertad religiosa es anterior a todo derecho positivo porque se funda en la naturaleza humana, por lo que debe reconocerse para todos los hombres como válido sin discriminación alguna por el motivo que fuere. El art. 2º3 de la Constitución afirma que toda persona tiene derechos “a la libertad de conciencia y religión, en forma individual o asociada…el ejercicio público de todas las confesiones es libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público.” En cuanto derecho subjetivo, la libertad religiosa garantiza la existencia de un claustro íntimo de creencias y, por tanto, un espacio de autodeterminación intelectual ante el fenómeno religioso, vinculado a la propia personalidad y dignidad individual, y asimismo, junto a esta dimensión interna, esta libertad incluye también una dimensión externa que faculta a los ciudadanos para actuar con arreglo a sus propias convicciones y mantenerlas frente a terceros. Este reconocimiento de un ámbito de libertad externa lo es con plena inmunidad de coacción del Estado o de cualesquiera grupos sociales, y se complementa, en su dimensión negativa, por la prescripción del art. 2º.18 que regula el derecho de toda persona “a mantener reserva sobre sus convicciones políticas, filosóficas, religiosas o de cualquier otra índole...” La dimensión externa de la libertad religiosa se traduce, además, en la posibilidad de ejercicio, inmune a toda coacción de los poderes públicos, de aquellas actividades que constituyen manifestaciones o expresiones del 15 fenómeno religioso, tales como las relativas, entre otros particulares, a los actos de culto, enseñanza religiosa, reunión o manifestación pública con fines religiosos, y asociación para el desarrollo comunitario de este tipo de actividades. El derecho que asiste al creyente de creer y conducirse personalmente conforme a sus convicciones no está sometido a más límites que los que le imponen el respeto a los derechos fundamentales ajenos y otros bienes jurídicos protegidos constitucionalmente, como son la salvaguardia de la seguridad, la salud y la moral pública, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática. Es esta limitación la que, regulada en el art. 2º.3 de la Constitución, resulta, además, de los textos correspondientes a tratados y acuerdos internacionales ratificados por Perú que, como se expuso con anterioridad, se deben considerar cuando se trata de precisar el sentido y alcance de los derechos fundamentales.14 Libertad religiosa, decíamos, garantizada en el marco del principio de igualdad ante la ley, sin discriminación (art- 2º.2 CPerú). Es ésta una puntualización obligada en el moderno Estado democrático de Derecho: libertad e igualdad en los términos de la justicia; las tres unidas, es decir, que en toda determinación y ejercicio de derechos ha de tenerse en cuenta el principio de igualdad jurídica, que exige igualdad de derechos en igualdad de situación legal; pero sin que se entienda por condición legal distinta las creencias o motivos religiosos. El texto constitucional peruano viene a reproducir el espíritu de lo preceptuado en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 19 de diciembre de 1966: “Todas las personas son iguales ante la ley y tienen derecho sin discriminación a igual protección de la ley. A este respecto, la ley prohibirá toda discriminación y garantizará a todas las personas protección igual y efectiva contra cualquier discriminación por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social” (art. 26). 14 Así, el art. 9.2 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, de 4 de noviembre de 1950, prescribe que “la libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la Ley, constituyen medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección de los derechos o las libertades de los demás” Por su parte, el art. 18.3 del Pacto Internacional de derecho Civiles y Políticos, de 19 de diciembre de 1966, dispone que “la libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la Ley que sean necesarias para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los derechos y libertades fundamentales de los demás”. 16 Lo que no impide, sin embargo, que, en la tarea de distribución de funciones o derechos que realiza la ley sin discriminación, deba tener en cuenta las exigencias del principio de igualdad jurídica, que se ha desarrollado con anterioridad, que no dice “a todos lo mismo”, sino “a cada uno lo suyo en igualdad de condiciones.” Y así, por ejemplo, la propia Constitución en el art. 50º, dispone que el Estado “presta su colaboración” a la Iglesia Católica y, en el apartado 2º se limita a afirmar que “puede establecer formas de colaboración con ellas”(con las otras Confesiones). II.2 Contenido del derecho de libertad religiosa. El ámbito de protección del derecho de libertad religiosa está constituido por las creencias religiosas, con lo que quedan excluidas las creencias ajenas a los fines religiosos: actividades, finalidades y entidades relacionadas con el estudio y experimentación de los fenómenos psíquicos o parapsicológicos, o la difusión de valores humanísticos o espiritualistas y otros fines análogos ajenos a los religiosos. Para el Tribunal Constitucional del Perú, la libertad religiosa contiene cuatro atributos jurídicos, a saber: 1º/ Reconocimiento de la facultad de profesión de la creencias religiosa que libremente elija una persona; 2º/ Reconocimiento de la facultad de abstención de profesión de toda creencia y culto religioso; 3º/ Reconocimiento de la facultad de poder cambiar de creencia religiosa; y, 4º/ Reconocimiento de la facultad de declarar públicamente la vinculación a una creencia religiosa o de abstenerse de manifestar la pertenencia a alguna. Es decir, supone el atributo de informar, o no informar, sobre tal creencia a terceros”.15 En cuanto al contenido, que formaría parte de una futura Ley de Libertad Religiosa, nos limitaremos a una enumeración no exhaustiva y a una somera descripción de las principales manifestaciones. 1. libertad de conciencia. Comprende el derecho de toda persona a profesar las creencias religiosas que libremente elija o no profesar ninguna; cambiar de confesión o abandonar la que tenía; manifestar libremente las propias creencias religiosas o la ausencia de las mismas. 2. libertad de cultos. Se refiere al derecho de toda persona a practicar los actos de culto de su propia confesión, entre las que enumera conmemorar festividades, celebrar ritos matrimoniales, recibir sepultura digna sin distinción por motivos religiosos, el derecho a 15 STC nº 256-2003-HC/TC 17 3. 4. 5. 6. recibir asistencia religiosa de su propia confesión, y no ser obligado a practicar actos de culto o a recibir enseñanza religiosa contraria a sus convicciones. libertad de enseñanza y de formación religiosa y de proselitismo. Supone el ejercicio de la libertad religiosa en sus manifestaciones de difusión, enseñanza y formación, y comprende: a/ derecho de difusión de la fe. Es el derecho individual y colectivo de las confesiones religiosas a divulgar su propio credo; b/ derecho de enseñanza y educación religiosa y moral. Aquí se comprende la enseñanza religiosa, oral y escrita, o por cualquier otro procedimiento, y el derecho a recibir la formación religiosa de acuerdo con las propias creencias, para sí y para los menores no emancipados bajo su dependencia, dentro y fuera del ámbito escolar; c/ derecho de las Iglesias, confesiones y comunidades religiosas a formar a sus ministros. derechos de reunión, manifestación y asociación. Derecho de fundación. Suponen estos derechos la vertiente colectiva del derecho de libertad religiosa. Se reconoce a todas la personas el derecho a reunirse o manifestarse públicamente con fines religiosos, y a asociarse para desarrollar comunitariamente sus actividades religiosas. El derecho de fundación no es sino la vertiente de la base patrimonial del derecho a la creación de personas jurídicas. Cuando éstas tienen una base personal, nos encontramos con la asociación. Cuando tienen una base patrimonial, con la fundación. derecho de autoorganización y de relación con las confesiones religiosas. otras manifestaciones: objeción de conciencia y asistencia religiosa. Analizaremos a continuación algunos de los contenidos citados. II.2.1 Las opciones de conciencia. La instauración de una sociedad democrática es una condición necesaria para la consecución de los derechos humanos y, en concreto, de la libertad religiosa. La expresión sociedad democrática es un concepto equivalente al de Estado de Derecho. En los últimos tiempos en numerosos países se están dictando leyes que podríamos calificar como “neutrales” que, sin embargo, entran en conflicto con las obligaciones morales de algunas personas, las cuales ven cómo su derecho a la libre práctica de la religión o creencia resulta indirectamente pero inevitablemente restringido. Éste es el caso de los diferentes tipos de objeción de conciencia. La consecuencia inmediata es que se echa una 18 importante carga moral sobre los hombros de esas personas, que se ven abocadas a elegir entre desobedecer a la ley o desobedecer su conciencia: lo primero recibe un castigo material; lo segundo implica una sanción espiritual. La concepción de la libertad religiosa y de conciencia como meras libertades formales que garantizan una esfera de autonomía frente al Estado se muestra insuficiente ante la presión de una legislación con intensas implicaciones morales que entran en colisión con los dictados de las conciencias individuales, a veces en la realización de valores religiosos, en otros casos, de convicciones personales no religiosas pero con exigencias éticas contrarias a los deberes legales impuestos por la norma. Estos derechos fundamentales pueden no ser reales y efectivos en función de situaciones que hacen imposible su disfrute al calor de criterios y políticas públicas en modo alguno neutrales. Es evidente que no son aceptables los privilegios confesionales de antaño, pero tampoco lo es un laicismo combativo que acosa a las conciencias religiosas y limita la libertad moral de las personas. Entre las tareas del Estado se inserta la garantía de la libertad de conciencia y el deber de remover los obstáculos para que esa libertad sea efectiva. La regulación legal de las opciones de conciencia sería una vía idónea para reforzar la garantía de ejercicio de esos derechos fundamentales.16 El Tribunal Constitucional del Perú ha reconocido el carácter constitucional del derecho a la objeción de conciencia,17 ya que, afirma, “no permitirle al individuo actuar conforme a los imperativos de su conciencia, implicaría que el derecho a la formación de esta careciera de toda vocación de trascendencia, pues sucumbiría en la paradoja perversa de permitir el desarrollo de convicciones para luego tener que traicionarlas o reprimirlas con la consecuente afectación en la psiquis del individuo y, por ende, en su dignidad de ser humano. De allí que el Tribunal Constitucional considere, sin necesidad de acudir a la cláusula 3º de la Constitución, que el derecho a la libertad de conciencia alberga, a su vez, el derecho a la objeción de conciencia”. II.2.2 Personalidad jurídica y autonomía de las Confesiones religiosas. Analizar la personalidad jurídica civil de las Entidades religiosas, que también, en su caso, debe ser tratada en una futura Ley de Libertad Religiosa, supone averiguar si éstas son reconocidas por el Estado como 16 B. González Moreno, La regulación legal de las opciones de conciencia y la Ley Orgánica de Libertad Religiosa, en “La libertad religiosa y su regulación legal”, Iustel, Madrid 2009, pp.209 ss. 17 STC nº 0895-2001-AA/TC. 19 asociaciones, sometidas, por tanto, al derecho común; o por su especificidad religiosa, con normas propias y peculiares. En este trabajo, por razones de tiempo, nos limitaremos a una breve reflexión sobre el particular. La formulación constitucional del derecho de libertad religiosa (art. 2º3) permite afirmar que las comunidades con finalidad religiosa, en su estricta consideración constitucional, no se identifican necesariamente con las asociaciones, a las que se refiere el mismo artículo en su apartado 13. Una comunidad de creyentes, Iglesia o confesión no precisa formalizar su existencia como asociación para que se le reconozca la titularidad de su derecho fundamental a profesar un determinado credo, pues ha de tenerse en cuenta que la Constitución garantiza la libertad religiosa sin más limitaciones que las que derivan de la moral y el orden público. Si la Constitución del Perú formula y distingue dos derechos fundamentales, el de libertad religiosa y el de asociación, estimamos que las Entidades religiosas no deben considerarse meramente asociaciones puesto que tienen un tratamiento específico en la Constitución. En este sentido, deben existir dos Registros, por una parte, el de Entidades Religiosas y por otra el de Asociaciones. El primero, con su especificidad propia y peculiar, cual es la religiosa, de naturaleza constitutiva para la adquisición de personalidad jurídica civil; el segundo, meramente declarativo. Así, se tutela al individuo y a las Entidades como sujetos del derecho de libertad religiosa, se respetan el pluralismo existente en nuestra sociedad y la igualdad, entendida en términos de justicia. Todo ello comporta la protección de la dignidad humana de toda persona, cualesquiera que sean sus creencias, contribuyendo así al pleno desarrollo de su personalidad. En cuanto al concepto legal de confesión religiosa lo primero que se ha de decir es que la Constitución del Perú en modo alguno define qué sea confesión religiosa. Podemos considerar que la denominación de confesión religiosa “es la más adecuada para expresar con la mayor amplitud y comprensión las diversas agrupaciones organizadas con fin religioso que gozan de estabilidad y arraigo suficiente para que el Estado pueda reconocerles relevancia civil.”18 Se estima que la expresión confesión religiosa es un recurso jurídico que se utiliza con la finalidad de agrupar, bajo una única denominación, un conjunto diverso de instituciones, 18 M. López Alarcón, Dimensión orgánica de las confesiones religiosas en el Derecho español”, en Ius Canonicum, vol. XX, nº 40, julio-diciembre 1980, p. 46. 20 organizaciones, grupos o colectividades, cuyo elemento común es que tienen un fin o un carácter religioso. Finalmente, recordar que la autonomía y libertad de las confesiones religiosas es indispensable para el pluralismo en una sociedad democrática. Presenta un interés directo no solamente para la organización de la comunidad como tal sino para el goce efectivo para el conjunto de sus miembros activos del derecho a la libertad de religión. Si la organización de la vida de la comunidad no estuviera protegida por la ley, todos los demás aspectos de la libertad de religión del individuo estarían debilitados. Parece fuera de toda duda que la libertad religiosa reclama que se reconozca a las confesiones religiosas la autonomía para decidir sus propios asuntos, al menos mientras las decisiones adoptadas por las confesiones religiosas en el ejercicio de su autonomía permanecen en la esfera de lo estrictamente religioso y no afecten al ámbito de competencias del poder estatal. El Estado no está legitimado para interferir en una cuestión meramente religiosa que ha sido decidida por una confesión o comunidad religiosa. II.2.3 Otra cuestión que se plantea en relación con el ámbito de las confesiones religiosas, es la específica problemática que plantean las sectas o nuevos movimientos religiosos. La postura a adoptar por el Estado ante las sectas está en relación con la cuestión de la defensa de los derechos de los miembros de las confesiones religiosas frente a las mismas. La cuestión fundamental que las sectas plantean en el campo jurídico es la de cual deba ser la postura del Estado plural y democrático de nuestros días ante las mismas, pues está en juego, por un lado el derecho real y efectivo de libertad religiosa, y por otro la debida defensa de la sociedad y de los individuos frente a las actuaciones distorsionadoras de la personalidad o fraudulenta de las sectas destructoras. El punto de partida es el principio y el derecho de libertad religiosa individual y comunitaria, el pluralismo religioso, el derecho de igualdad y el principio de laicidad del Estado, que exigen del Estado una ausencia de pronunciamiento ante lo religioso y respeto para todas las manifestaciones filosófico-religiosas que espontáneamente se den en su seno. La existencia de una nueva realidad social que es consecuencia de fenómenos generales como la globalización o el multiculturalismo, ha dado entrada a grupos religiosos ajenos a los tradicionales. Al Estado le 21 interesa no tanto su dimensión de fe, que le es totalmente ajena, cuanto su aspecto formal: cómo se presentan en cuanto grupos organizados ante la sociedad, ya que es un hecho demostrado que el fraude de ley en este campo no es infrecuente. Algunos grupos utilizan el calificativo de religioso como forma de encubrir actividades que poco tienen que ver con la religión. En otros casos, únicamente pretenden aprovecharse de las facilidades fiscales que se acostumbra a otorgar a las confesiones reconocidas legalmente. Por ello, una futura Ley de Libertad Religiosa debería concretar una serie de requisitos objetivos, para que, además de acreditar su carácter religiosoque es condición previa absoluta-, la entidad que pretende ser reconocida como confesión posea un cierto substrato personal, o dicho de otro modo, que cuente con un número mínimo de fieles; que esté dotada de una organización propia y autónoma con respecto a otras entidades religiosas; y que ofrezca garantías de estabilidad y permanencia. La cuestión surge cuando en este mundo ordenado y tradicional de las confesiones religiosas irrumpen las sectas de carácter destructivo, por los métodos ilegítimos que utilizan, por las conductas delictivas de sus miembros y por el clima social que realmente crean en la sociedad. Las posturas a adoptar pueden ser muy variadas y no es este el momento de exponerlas. Por algún sector de la doctrina se pide una legislación específica protectora de los ciudadanos afectados por la captación fraudulenta y manipuladora de las sectas. Sin poner en peligro la libertad religiosa, el Código penal debería configurar claramente el tipo delictivo de utilización de la manipulación psicológica para captar adeptos. Por otro lado, sería exigible a la Administración Pública un control de legalidad y la vigilancia de la aplicación fraudulenta de los Estatutos de las entidades que soliciten su inscripción en los registros públicos. II.2.4 Financiación de las confesiones religiosas. Con el fin de que los derechos fundamentales se puedan ejercer y cumplir en su totalidad es necesario el reconocimiento y garantía del valor del pluralismo, ya que no hay libertad si no existe posibilidad de elección y para ello es necesario que la persona pueda tener ante sí y elegir diferentes opciones, creencias, convicciones y/o cosmovisiones ideológicas o religiosas. La presencia del pluralismo ideológico y religioso se convierte y transforma, por tanto, en el único marco adecuado para la plena realización, desarrollo y formación de la persona en libertad, de tal manera 22 que sólo la pluralidad de opciones nos hace plena y verdaderamente libres, y es garantía de un sistema democrático y efectivo. El régimen económico de las confesiones de modo especial tiene que ver, más que con la libertad religiosa individual, con la libertad religiosa de las confesiones como organizaciones que operan dentro del territorio de los Estados. A diferencia de los individuos, necesitan de una cierta independencia y autonomía económica para llevar a cabo sus actividades religiosas. El fomento de las artes, la ciencia, la investigación, el deporte, la enseñanza, la beneficencia, la participación política y sindical, etc., depende en la actualidad casi exclusivamente del Estado. Y lo lleva a cabo a través de subvenciones, bonificaciones, exenciones fiscales, etc. En un país democrático este tipo de subvenciones no conlleva que el Estado pueda imponer un arte oficial o una enseñanza de adoctrinamiento, por ejemplo. Aplicar este mismo esquema a las confesiones no constituye una confesionalidad larvada ni va en contra del principio de aconfesionalidad o laicidad del Estado. Por eso, en la práctica, son muy frecuentes en las legislaciones estatales las exenciones fiscales en relación con las confesiones: no tanto por el carácter religioso de sus actividades como por su carácter no lucrativo, que favorece el interés general. Estas subvenciones o formas de colaboración, a que alude el art. 50º de la Constitución del Perú, pueden revestir diversas modalidades: consignación en los presupuestos generales del Estado de una cantidad destinadas a las confesiones; asignación de una cantidad efectuada no por el Estado, sino por el contribuyente al pagar sus impuestos; declarar exentas de impuestos, hasta un cierto límite, las cantidades que se donen a entidades sin fin de lucro, entre las que se encuentran las religiosas, etc. Finalmente, hay que tener en cuenta las ayudas llamadas indirectas, entendiendo por tales aquellas que de hecho benefician a las confesiones; aunque no se concedan a éstas en cuanto tales, sino en la medida en que desarrollan actividades asistenciales, benéfico-docentes, etc. II.2.5 Educación religiosa escolar. Por el hecho de la paternidad, los padres tienen un deber natural-y un derecho- de velar por sus hijos, cuidar de ellos y procurarles todo lo necesario para el pleno desarrollo de su personalidad y para que puedan 23 tener una vida digna. Por otro lado, los menores son titulares plenos de los derechos fundamentales, y por tanto, también del derecho a la libertad ideológica y religiosa que garantiza la Constitución peruana, así como el derecho a la dignidad de la persona humana y al libre desarrollo de la personalidad y al derecho a la integridad física y moral (art.2º.1 y 3), aunque corresponde a los padres velar por el ejercicio de éste y de otros derechos, hasta que hayan alcanzado la mayoría de edad. En el ámbito internacional, la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, de 20 de noviembre de 1989, establece que los Estados Partes respetarán el derecho del niño a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, sin perjuicio de “los derechos y deberes de los padres y, en su caso, de los representantes legales, de guiar al niño en el ejercicio de su derecho de modo conforme a la evolución de sus facultades” (art. 14.2). En sentido análogo se pronuncia la Convención Iberoamericana de Derechos de los Jóvenes, firmada en Badajoz (España), el 11 de octubre de 2005 (art.17). Puesto que el art.13º de la Constitución del Perú reconoce que “la educación tiene como finalidad el desarrollo integral de la persona humana” y que “los padres de familia tienen el deber de educar a sus hijos y el derecho de escoger los centros de educación y de participar en el proceso educativo” y, por otro lado, que “la educación religiosa se imparte con respeto a la libertad de las conciencias” (art. 14º, párr., tercero) y, en su consecuencia, el derecho a elegir la educación religiosa es un derecho fundamental, su interpretación debe hacerse de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre la materia ratificados por la República del Perú.19 La libertad de los padres para elegir el tipo de educación de sus hijos, está amparada en los preceptos constitucionales e internacionales citados que, aseguran el derecho a recibir la concreta formación religiosa y moral que los padres quieran para sus hijos. Ello implica que el Estado no puede incluir en el sistema educativo, con carácter obligatorio, una materia cuyos principios inspiradores, objetivos pedagógicos, contenidos y criterios de evaluación vayan dirigidos a la formación moral de los alumnos, que tenga carácter indoctrinador, para poder preservar a los alumnos de una formación religiosa o moral contraria a las convicciones de los alumnos y/o 19 Declaración Universal de Derechos Humanos (art.26); Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 18; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (art. 13.3; Convención de 15 de diciembre de 1960, promovida por la UNESCO, contra la discriminación en la esfera de la enseñanza (art. 5.1.b); Declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o convicciones, de 25 de noviembre de 1981 (art. 5.1 y 2), etc. 24 de sus padres. En esta misma línea está el derecho a la elección de centro docente, como manifestación del derecho a elegir el tipo de educación que sea conforme a las propias convicciones. II.2.6 Protección de la libertad religiosa La protección de la libertad religiosa tiene un doble fundamento: el respeto por parte de los poderes públicos de la libertad religiosa de individuos y grupos, por una parte, y la promoción de los valores religiosos por razón de su utilidad social, aunque esto no de un modo directo, sino propiciando las circunstancias y ayudas para que las confesiones proporcionen esos bienes religiosos. En realidad se trata de la doble vertiente negativa y positiva de este derecho. La dimensión interna de la libertad religiosa es absoluta y no puede ser limitada, mientras que la libertad de actuar es relativa por su propia naturaleza y puede ser sometida a restricciones en los casos establecidos por la ley. La libertad religiosa, como derecho fundamental, merece una protección por parte de los poderes públicos. Por estar fuertemente ligado a la conciencia y a los sentimientos, se trata de un derecho muy vulnerable que requiere una atención especial por parte del Derecho. Las vías de protección son doctrinalmente diversas y, se concretarían en garantías institucionales (que vincula a todos los poderes públicos) y jurisdiccionales (Juzgados y Tribunales), que, por razones de espacio y tiempo, no señalaremos. II.2.7 Límites del derecho de libertad religiosa. El hombre, por su libertad, tiene siempre posibilidad de errar y de violar los derechos de las otras personas, de conculcar el bien común, de prevalerse sobre y contra los demás. Abusos de libertad que pueden desembocar tanto contra las demás personas y asociaciones por ellos formadas como contra la misma comunidad política justamente constituida. Defender a los demás y a sí mismo contra tales abusos cometidos bajo capa de libertad religiosa es tarea insoslayable del Estado.20 ¿Qué límites es justo poner hoy al ejercicio del derecho a la libertad religiosa, teniendo en cuenta también la actual proliferación de sectas, cultos y otras organizaciones semejantes que se presentan como “religiones” pero es dudoso que lo sean? Conviene recordar que el ejercicio de ninguna libertad fundamental del hombre es de por sí absolutamente ilimitado. Ha de armonizarse con el igual derecho de todos 20 C. CORRAL SALVADOR, La relación entre la Iglesia y la Comunidad política, BAC, Madrid, 2003, pág. 114. 25 los demás miembros de la sociedad y del Estado. Por otro lado, junto con la libertad religiosa, coexisten las demás libertades. Nunca el ejercicio de una puede anular o menoscabar las otras. El art. 2º.3de la Constitución no señala a la libertad religiosa otras limitaciones que la ofensa a la moral o la alteración del orden público, que podemos describir como la salvaguarda de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública. A estos límites consideramos debe añadirse la protección de los derechos de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales. En otros términos, la inmunidad de coacción cesa y entra en vigor la propia coacción cuando lo reclamen las justas exigencias del orden público o se viole el “orden público justo”. En definitiva, los límites son los derechos de los demás y el orden público, noción, esta última, de difícil configuración.21 Ahora bien, podría ser definido como ámbito del legítimo ejercicio de las libertades, que exige armonizar la libertad de cada uno con la libertad y seguridad jurídica de todos, ya que el orden público incluye también tanto el bien de la persona como el de la colectividad. Para el Tribunal Supremo español, el orden público está integrado por aquellos “principios jurídicos, públicos y privados, políticos, morales y económicos que son absolutamente obligatorios para la conservación del orden social en un pueblo y en una época determinada”.22 Los límites de la libertad religiosa habían sido formulados por los pactos internacionales, desde la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, en torno a los derechos y libertades de los demás, las justas exigencias de la moral, el orden público y el bienestar general. El art. 9.2 del Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (Roma, 4.11.1950), señala que “la libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la Ley, constituyan medidas necesarias, en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o libertades de los demás”. En términos análogos se pronuncia el artículo 18 del Pacto internacional sobre Derechos Civiles y Políticos. 21 Si el ámbito del orden público se extiende ilimitadamente, deja de existir la libertad. Se trata de un orden público dentro de una democracia social y de derecho que tiene como presupuesto fundamental el respeto a los derechos humanos y a su recto ejercicio. 22 STS 5.4.1966. 26 Para el Tribunal Constitucional del Perú, tampoco el ejercicio del derecho fundamental de libertad religiosa, “en cuyo ámbito se encuentra comprendido el de la libertad de culto, es absoluto. Está sujeto a límites. Uno de ellos es el respeto al derecho de los demás. Este límite forma parte del contenido del derecho en su dimensión negativa que prohíbe la injerencia de terceros en la propia formación de las creencias y en sus manifestaciones. También constituye un límite la necesidad de que su ejercicio se realice en armonía con el orden público; particularmente con la libertad de culto. Así mismo se encuetra limitado por la moral y la salud públicas. Tales restricciones deben ser evaluadas en relación con el caso concreto e interpretadas estricta y restrictivamente”.23 III. Legislación acordada o paccionada y legislación unilateral En el marco de las relaciones Estado-Iglesia, existe un llamativo florecimiento de la legislación concordada en todo el mundo, paralelo al incremento de legislaciones negociadas por los Estados en otros ámbitos sociales. Así, por referirnos únicamente a los países Hispanoamericanos: Acuerdo con Argentina de 1966; Concordato con Brasil del 13-XI-2008; Concordato con Colombia de 1973 y Acuerdo de 1992; Modus vivendi y Convención Adicional con Ecuador de 1937; Concordato con Haití de 1860; concordato con la República Dominicana de 1954; Convenio con la República de Venezuela de 1964, sin olvidar, obviamente, el de la República del Perú de 19 de julio de 1980, por no mencionar los Acuerdos o Concordatos con la práctica totalidad de los países de la llamada Europa del Este, una vez producida la caída del Muro de Berlín (Polonia, Hungría, Croacia, etc). Respeto de las normas acordadas, hay que reconocer que, con relativa frecuencia, se produce una cierta prevención en algunos sectores doctrinales, porque, aparentemente, podrían colisionar con las exigencias de la igualdad. Pienso, por el contrario, que estas normas pacticias constituyen el instrumento más acto para regular adecuadamente el factor religioso en su proyección social en el ámbito civil, atendiendo a la especificidad de cada confesión o entidad, sin merma alguna del principio de igualdad. Se afirma, en ocasiones, que las fórmulas convencionales en no pocas veces pueden afectar a las exigencias de igualdad o se utilizan para introducir innovaciones normativas que sólo a unos benefician en 23 STC nº 256-2003-HC/TC 27 detrimentos de otros. Esta aseveración no me parece acertada. Por el contrario, si por un acuerdo queda beneficiada una Confesión o Iglesia determinada, eso no quiere decir que las otras Confesiones queden perjudicadas. Si otras confesiones no obtuvieron un tratamiento parejo o similar pudo ser, por multitud de razones, entre otras, porque los poderes públicos les negaron unos beneficios, sin suficiente razón, jurídica y prudencial (si es que fue así), en cuyo caso sí se habría dado un trato discriminatorio, en ese momento histórico y en ese caso concreto. Y es que, en ocasiones, parece producirse una cierta confusión entre el principio de igualdad (art.2º.2) y la posibilidad de establecer acuerdos de colaboración, concretados en el art. 50º. Por el contrario, debe distinguirse entre igualdad y la diversidad que puede surgir y, de hecho, surge y existe en la realidad. Y esto sin perjuicio del derecho genérico de cada Confesión a tener a su alcance la posibilidad (igualdad básica) de recibir colaboración del Estado a través, en su caso, de los diversos Acuerdos que, si deben tener una base de reconocimiento de los mismos derechos, se llegará a ellos de modo convencional y, por tanto, atribuyendo a esas entidades confesionales no favores, sino precisamente prestaciones, según las necesidades, peso específico que tengan en el país, arraigo histórico y, en fin, diversidad y peculiaridad de objetivos que puedan cumplir a lo largo y ancho del tejido social. Por lo demás, pienso que el art. 50º en relación con el art. 2º.2 de la Constitución del Perú, acoge una garantía básica, igual, que, en materia religiosa, tienen todas las Confesiones, sin perjuicio de que en los Acuerdos de Colaboración se determine lo peculiar y específico que se puede y debe proporcionar- y como contrapartida exigir- a cada Confesión. Naturalmente, lo así pactado no tiene por qué ser igual para todas las Confesiones. En definitiva, en opinión de un servidor, habría que enfocar la cuestión sobre la libertad religiosa, sobre todo desde la perspectiva de las relaciones de colaboración, teniendo como base la normativa constitucional y una ley marco sobre libertad religiosa. Estas relaciones institucionales, al fin y al cabo, desembocarán en una consideración de la diversidad de necesidades, de la importancia del grupo religioso, hoy y ahora, en el país, y otras cuestiones de esta naturaleza, que se mueven en el ámbito de la igualdad proporcional.24 24 J. Fornés, Estudio y valoración de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa: perspectivas de futuro, en Proyección nacional e internacional de la libertad religiosa, Ministerio de Justicia, Madrid 2001, pp.219 y ss. 28 En este punto, me permito recordar la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ha admitido implícitamente que puede existir una cooperación entre el Estado y las confesiones religiosas, incluso cuando esa cooperación no se lleva a cabo de acuerdo con criterios estrictamente igualitarios. El principio de igualdad (art. 14 del Convenio Europeo) debe aplicarse rigurosamente a la libertad, pero no necesariamente a la cooperación.25 Lo importante-desde el punto de vista de la Corte- es que las relaciones de colaboración privilegiadas no produzcan, como efecto secundario, ninguna restricción injustificada a la libertad de actuar de que deben gozar el resto de los grupos o individuos en cuestiones religiosas e ideológicas. El telón de fondo de este planteamiento es la convicción de que la actitud del Estado hacia la religión es una cuestión primordialmente política, y es el resultado, en gran medida, de la tradición histórica y de las circunstancias sociales de cada país.26 Entiendo que, puestos a elegir, no es hacer violencia a la realidad preferir en cuanto sea posible un sistema en que los interlocutores pacten sus diferencias o sus reticencias a la luz pública, más que relegarlos a esas leyes “unilaterales” dictadas por el Estado que, tantas veces, ocultan, como dice un distinguido especialista en esta materia, “concordatos subterráneos”, rodeados de intrigas y presiones de los lobbies. 27 Por ello, en nuestra opinión, el sistema de acuerdos o concordatos, tanto para la Iglesia católica como para las otras Confesiones es, simplemente, incorporar al notable censo de centros generadores de derecho de la sociedad contemporánea – unos por encima del Estado (Organizaciones internacionales, incluida la Unión Europea), otros por debajo (sindicatos, empresas, etc)- también a las Confesiones. 25 Ni siquiera las situaciones de colaboración privilegiada entre Estado y una determinada Iglesia, en forma de una velada confesionalidad del Estado (como en Grecia), o en forma de Iglesias de Estado (como Inglaterra o en algunos países escandinavos), se han considerado contrarias al Convenio Europeo. 26 Se consideran compatible con el Convenio Europeo, diversas expresiones de cooperación estatal con confesiones religiosas que no responden al principio de igualdad. Por ejemplo: conceder ayuda económica a algunas Iglesias, mediante exenciones fiscales, o asignando algunos de los impuestos recolectados por el Estado al sostenimiento de la Iglesia oficial; colaborar con la enseñanza de la doctrina cristiana que la Iglesia oficial lleva a cabo en los colegios públicos, siempre que esta enseñanza sea efectuada de manera objetiva y pluralista, y que la colaboración del Estado no pueda ser calificada como adoctrinamiento (Dec. Adm 17522/90; Rep Com. 11581/85, caso Darby c. Suecia; Dec. Adm. 10616/83, Decisions and Reports 40, pp. 284 ss.; Dec. Ad,. 9781/82, Decisións and Reports 37, pp. 42 ss; Dec.Adm. 4733/71, Yearbook of the European Convention 14, pp. 664 ss, etc). 27 R. Navarro-Valls, Potenciar fórmulas de consenso, Diario El País, 4 de marzo de 2007. 29 IV. Hacia una Ley de Libertad Religiosa en Perú: referencia al Derecho comparado IV.1 Referencia al Derecho comparado En cualquier estudio de derecho comparado sobre libertad religiosa debe partirse de la premisa de que en gran parte de los ordenamientos jurídicos internacionales y nacionales, se encuentra una normativa específica, más o menos extensa, dirigida a regular de una manera particular el factor religioso. Ahora bien, la existencia de esta normativa no ha dado lugar en todos los países a un estatuto autónomo de la misma. En Hispanoamérica asistimos a un reciente y brillante desarrollo de todo lo relacionado con esta disciplina, que sigue las huellas marcadas, sobre todo, por la doctrina española e italiana. En el ámbito Hispanoamericano se podrían destacar las similitudesaconfesionalidad, reconocimiento de la libertad religiosa individual y colectiva, otorgamiento de la personalidad jurídica civil a las entidades eclesiásticas- y las diferencias- distinta posición jurídica de las confesiones, existencia o no de acuerdos entre éstas y el Estado, sistemas de financiación estatal y regulación del factor religioso en algunos ordenamientos mediantes leyes específicas de libertad religiosas, etc.28 Once son los países concordatarios de Latinoamérica. El último, hasta la fecha, ha sido el Acuerdo entre la Santa Sede y la República Federal de Brasil de 13 de noviembre de 2008. Con este último concordato son 47 los Estados que se sirven de este instrumento para regular sus relaciones con la Iglesia Católica. La mayoría de las naciones latinoamericanas carecen de acuerdos con confesiones distintas de la católica. La ley colombiana de 23 de mayo de 1994, que desarrolla el derecho de libertad religiosa y de cultos reconocido en el art. 19 de la Constitución Política, sí que establece la posibilidad de la firma de acuerdos (art. 15). De este modo, existe un Convenio firmado por el Estado colombiano y algunas iglesias cristianas no católicas.29 En el art. 50º del texto constitucional peruano, como ya vimos, se reconoce la posibilidad de que el Estado establezca formas de colaboración con las confesiones religiosas y, en el proyecto de Ley de Libertad Religiosa de Argentina se prevé este tipo de acuerdos. 28 M.González Sánchez y A. Sánchez-Bayón, El Derecho Eclesiástico de las Américas. Fundamentos socio-jurídicos y notas comparadas, Delta Publicaciones, Madrid 2009. 29 Convenio nº 1 de 1997, suscrito por el Presidente de la República, en nombre del Estado colombiano y los representantes legales de ciertas entidades religiosas. 30 En Europa, Alemania, España, Portugal e Italia son los cuatro países que han establecido un sistema legal en el que es posible la consecución de acuerdos entre el Estado y las diferentes confesiones. Es indudable que el peso de la Iglesia Católica a lo largo de la historia ha llevado, a cada uno de estos países a establecer un sistema de relaciones con ésta basada en la firma de concordatos. Pero ello no supone una falta de regulación de la posición jurídica del resto de confesiones religiosas presente en cada uno de estos países. Como hemos señalado, todos los países de nuestro entorno reconocen la libertad religiosa como derecho fundamental pero pocos poseen una ley específica sobre la materia y es el derecho común de asociaciones al que se reconduce el fenómeno de las confesiones religiosas.30 De los Estados que sí legislan sobre la materia, además de Colombia, se encuentra Chile que lo hace mediante la Ley nº 19638, de 22 de septiembre de 1999, que establece normas sobre la constitución de las iglesias y organizaciones religiosas.31 Otras normas sobre el particular son la Ley Mexicana de Asociaciones Religiosas y Culto Público de 15 de julio de 1992; y la ley de Cultos del Ecuador de 21 de julio de 1937 y su Reglamento del año 2000. El reconocimiento estatal del derecho de libertad religiosa al individuo y su desarrollo legislativo es una pretensión contra la que no cabe excusa posible, pero crear un marco jurídico dentro del cual puedan todas las confesiones ejercer su derecho de libertad religiosa y desarrollar sus actividades del mismo modo y en un plano de igualdad, resulta ser una tarea nada fácil. Requiere una amplia discusión doctrinal, consulta a las principales confesiones religiosas, cautela y reflexión por el legislador, dada la trascendencia, relevancia e importancia de este derecho fundamental. Cada país es deudor de su historia y de su tradición. Promulgar una legislación, en la que se establezca un régimen jurídico igualitario para todas las confesiones, al margen de la realidad socio-religiosa nacional, se ha demostrado en el derecho comparado que no es posible.32 30 Entre los países que tienen proyectos sobre leyes de libertad religiosa hay que citar a Bolivia, con un “Proyecto de Ley de Cultos de 2001”, Venezuela, anteproyecto de Ley de Religión y Culto de 2003” y Argentina, donde se está trabajando, desde 1990, en una ley de libertad religiosa. 31 El Decreto nº 303 del Ministerio de Justicia, de 21 de marzo de 2000, ha aprobado el Reglamento para el registro de Entidades religiosas de derecho público. 32 Cosa distinta es el problema que plantea el individuo como sujeto titular del derecho de libertad religiosa. Si el Estado potencia las garantías y la tutela del ejercicio de este derecho en su dimensión individual, está contribuyendo a que se haga realidad el ejercicio colectivo del mismo (cfr. J. Rossell, La legislación paccionada y la legislación unilateral como fórmula de relación Estado-Iglesia en Europa, en 31 IV.2 Características de una futura Ley de Libertad Religiosa A lo largo de lo expuesto hasta el momento, he procurado resaltar, sin ánimo exhaustivo, algunos de los aspectos fundamentales más significativos, que forman parte del contenido de la libertad religiosa, recogidos en la Constitución Política del Perú, que, por resta razón, podría hacer innecesaria la promulgación de una Ley de Libertad Religiosa. No obstante lo anterior, si se plantea la posibilidad de una Ley de Libertad Religiosa, en desarrollo del art. 2º.3 de la Constitución, merece la pena acudir al derecho comparado, al que ya nos hemos referido, que ofrece en estos años la experiencia de una notable variedad de leyes sobre el hecho religioso. La opción que, en su caso, decida el Gobierno y el Congreso de la República, deberá ser respetuosa con el propio texto constitucional, con la trayectoria histórica de esta Nación, con la realidad socioreligiosa del Perú y con los estándares internacionales en materia de derechos humanos. Me permito hacer algunas consideraciones y sugerencias, a la luz de lo expuesto con anterioridad, sobre algunas de las características y contenidos que, en opinión de un servidor, debería contener la futura Ley a la que nos estamos refiriendo. 1º. Se trataría de una Ley-Marco, abierta, técnicamente bien elaborada, que recogiera con generosidad y nitidez las manifestaciones propias del fenómeno religioso; en otras palabras, que ampara y tutela adecuadamente las manifestaciones del derecho de libertad religiosa, de acuerdo con su contenido esencial y su singular especificidad. Y esto sin merma de la necesaria seguridad jurídica y sin menoscabo de la laicidad del Estado, la igualdad de las confesiones y de los ciudadanos y la necesaria colaboración entre el Estado y las confesiones. En otras palabras, me parece mejor una ley de esta naturaleza que no tratar de regular pormenorizadamente todas las posibles manifestaciones o expresiones del ejercicio del derecho de libertad religiosa y, por tanto, intervencionistas y generadoras de un angosto espacio para el desarrollo de la libertad. AA.VV. Congreso Latinoamericano sobre Libertad Religiosa, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial 2001, pp. 353 ss.) 32 2º. Necesidad de potenciar al máximo todo lo relativo a la vía del acuerdo, de la legislación pacticia o convencional, o, sencillamente, de la utilización de fórmulas convencionales que solucionen los posibles conflictos o las cuestiones que surjan entre los órganos de la Administración pública y las confesiones religiosas. Esto, aparte de que las normas convencionales- las derivadas de la colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas, a que se refiere el art. 50º de la Constitución- son las más adecuadas para el aspecto promocional del derecho de libertad religiosa, teniendo en cuenta la especificidad de cada confesión. De ahí que cuanto más amplia, abierta y holgada sea la ley de libertad religiosa, mayor libertad existirá en el ejercicio de este derecho fundamental.33 3º.Respetando el Acuerdo internacional en vigor entre la Santa Sede y la República del Perú, definir los términos y los destinatarios de la colaboración estatal, es decir, la determinación de quiénes y bajo qué concretos requisitos, se hacen acreedores a la obtención de un instrumento bilateral de colaboración. Me refiero, en particular, a la colaboración económica, educación religiosa en la escuela pública, estatuto jurídico de los ministros y lugares de culto, asistencia religiosa, descanso sabático o prescripciones alimenticias, etc. 4º. El legislador no debería perder de vista en una futura ley de libertad religiosa, la cuestión referente a los derechos de la conciencia individual, especialmente en los supuestos de conflicto entre la ley y la conciencia. Su reconocimiento legal tendría el efecto positivo de contribuir a minimizar las consecuencias de la mentalidad legalista, según la cual el derecho a comportarse en conciencia sólo es tutelable cuando una norma legislativa así lo dispone, como si no fuera suficiente que la propia Constitución y los documentos internacionales en materia de derechos humanos, sancionen ese derecho. 5º. Clarificar el principio de igualdad que comporta que, en efecto, todos los ciudadanos y grupos son iguales ante la ley por lo que se refiere al ejercicio del derecho de libertad de religión o de creencia. Pero la igualdad también reclama, como ya se ha expuesto, que, al regular la posición jurídica de las confesiones religiosas, y al establecer los consiguientes mecanismos de colaboración estatal con el hecho religioso, sólo se consideren legítimas aquellas diferencias que sean calificables no como discriminatorias, sino como trato jurídico específico adaptado a las 33 J. Fornés, Consideraciones sobre la LOLR de 1980, con sus perspectivas de futuro, en AA.VV. La libertad religiosa y su regulación legal”, Iustel, Madrid 2009, pp. 69 ss. 33 distintas circunstancias de cada confesión. En otras palabras,34 respondan a una justificación objetiva y razonable, se dirijan a un fin legítimo, y mantengan una adecuada relación de proporcionalidad entre el fin perseguido y los medios empleados. 6º. Concepto jurídico de religión o de confesión religiosa. Ese concepto no sólo es importante para una genética delimitación de la cobertura otorgada por la futura ley, sino que constituye un elemento cardinal en relación al Registro de Entidades Religiosas, cualquiera que sea su denominación. Para el acceso al Registro, considero esencial que la confesión que pretenda ser reconocida como tal cuente con un mínimo substrato personal, arraigo en el país y que, en la determinación de la religiosidad de la misma se tengan en cuenta no sólo los fines sino también las actividades y sus bases de fe. Se debe garantizar la plena autonomía de las comunidades religiosas, así como cláusula de salvaguarda de su identidad religiosa y carácter propio, una vez hayan sido inscritas. La posible creación de un órgano consultivo –Comisión Asesora de Libertad Religiosa-, con la función de hacer de puente de comunicación entre el poder político y los principales actores sociales de carácter religioso, debería ser objeto de reflexión por el Poder legislativo. Este órgano debería tener suficiente autoridad que le permitiera imponer soluciones jurídicas no fundadas en la discrecionalidad política. 7º. Reconocimiento del derecho de acceso de las confesiones religiosas a los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público que deberán respetar, en todo caso, el pluralismo religioso, es decir, la libertad religiosa y los sentimientos religiosos. En definitiva, ningún sistema jurídico es perfecto. Se trata de encontrar la exacta medida para que la fuerza expansiva de los derechos fundamentales pueda descubrir todas sus virtualidades, sin límites innecesarios, pero con la garantía de una normativa básica clara y atenta a la realidad social. V. Conclusiones Además de los puntos que acaban de exponerse, ya hemos señalado que la Constitución Política del Perú de 1993 recoge ampliamente una serie de derechos fundamentales y libertades públicas así como garantías 34 Según la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y del Tribunal Constitucional Español (cfr. J. Martínez-Torrón, La protección internacional de la libertad religiosa, en Tratado de Derecho Eclesiástico del Estado, Pamplona 1994, pp.229-237. 34 jurisdiccionales que permiten el ejercicio, con todas sus consecuencias, de la libertad religiosa, entendida en el sentido que, esquemáticamente, se ha expuesto en esta intervención. El texto constitucional prevé también la utilización de fórmulas convencionales que solucionen las posibles reclamaciones, conflictos o cuestiones que surjan entre los órganos de la Administración pública y las confesiones religiosas. La Iglesia Católica, asumiendo plenamente la renovación de la doctrina sobre las relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil, que fue tomando cuerpo durante el Concilio Vaticano II y se materializó especialmente en la Declaración Dignitatis humanae, es la primera en defender y promover una auténtica libertad religiosa, que se caracterice por el empeño en llegar a un consenso en los temas esenciales, al tiempo que, desde los planteamientos no católicos, sea respetada la mayoritaria opción religiosa del pueblo peruano, y desde los católicos, se preste pleno apoyo a una apertura hacia la libertad religiosa y el respeto de la minorías, todo ello de conformidad con el mandato constitucional, la formación histórica, cultural y moral del Perú y el cumplimiento de los acuerdos internacionales. Termino con unas palabras de Benedicto XVI: “La Iglesia no reivindica el puesto del Estado. No quiere sustituirle. La Iglesia es una sociedad basada en convicciones, que se sabe responsable de todos y no puede limitarse a sí misma. Habla con libertad y dialoga con la misma libertad con el deseo de alcanzar la libertad común. Gracias a una sana colaboración entre la comunidad política y la Iglesia, realizada con la conciencia y el respeto de la independencia y de la autonomía de cada una en su propio campo, se lleva a cabo un servicio al ser humano con miras a su pleno desarrollo personal y social.”35 Muchas gracias por su atención. Lima, octubre 2009. 35 Discurso a la Conferencia Episcopal Francesa, 14.9.2008. 35 36