¿Es Tocqueville contemporáneo nuestro? Serge Audier Traducción de Ofelia Arruti (CPTI) Revisión de Arturo Vázquez Barrón (CPTI) El bicentenario del nacimiento de Alexis de Tocqueville (1805-1858) es motivo para redescub la profundidad de una de las obras más complejas de su época, y también para preguntarse acerc de lo que esta obra puede aportar a la comprensión de las democracias contemporáneas. ¿ Tocqueville verdaderamente nuestro contemporáneo? ¿Sus escritos abren otras perspectivas q puedan explorarse? Si bien Tocqueville es hoy un “clásico”, no siempre ocupó ese lugar: su redescubrimien en la segunda mitad del siglo XX puso fin a un periodo de eclipse parcial. Sin embarg Tocqueville ha sido uno de los “publicistas” franceses más reconocidos. El inmediato éxi público del primer volumen de La democracia en América, publicado en 1835, se explica por ambición de revelar a un público poco informado la sociedad y las instituciones estadounidense pero también por su intención política. En efecto, antes de Tocqueville, los “doctrinarios” com Guizot, que apoyaron la monarquía de julio, definían la democracia como un estado social jurídico pero no político. Por el contrario, Tocqueville presentó la democracia como una socieda dominada por la igualdad de condiciones pero también por la soberanía popular. Al afirmar que Estados Unidos anticipaba el futuro de Europa, Tocqueville exhortaba a l más conservadores de sus contemporáneos a no temer al estado democrático, porque l estadounidenses también habían encontrado las respuestas adecuadas a los peligros de este nuev estado político y social: lejos de contentarse con un cuadro eufórico, Tocqueville subrayó des 1835 —y todavía más en 1840, en el segundo volumen— los nuevos peligros de esta socied democrática tan obsesionada con una pasión por la igualdad y el “bienestar” que corría el ries de destruir la libertad política. En particular, señalaba el peligro de un fenómeno inédito, individualismo —es decir, la tendencia de los individuos a replegarse dentro de su esfera privad —, aunque también exponía los contrapesos a esos males, en particular, el “espíritu legista”, compromiso cívico en el ámbito local y asociativo y, por último, la religión, el único medio apartar al hombre de su búsqueda del bienestar. La democracia estadounidense según Tocqueville: un regreso crítico necesario Después de ese éxito inicial, el pensamiento de Tocqueville cayó poco a poco en un olvi relativo, antes de regresar al seno de la vida intelectual francesa en los años 1950, a partir problemas específicos que no eran ni los de 1835 ni los de los inicios del siglo XXI. En es exhumación, Raymond Aron desempeñó un papel importante al entronizar a Tocqueville entre lo “padres fundadores” de la sociología y, sobre todo, entre los pensadores más pertinentes pa comprender las posturas del presente. Durante el periodo de prosperidad económica llamada l “Gloriosos Treinta”, parecía refutada la profecía marxista de la autodestrucción inevitable d capitalismo. Por el contrario, los análisis de La democracia en América, centrados en los proces igualitarios, parecían dar mejor cuenta de esas evoluciones que la “lucha de clases”. Sin embarg lejos de subestimar la permanencia de numerosas desigualdades, Aron llegó incluso a entrever posibilidad de que Marx volviera a ser el pensador clave de finales del siglo XX, con la hipótesi de que aparecerían nuevas y profundas desigualdades. Por último, y sobre todo, releer Tocqueville permitía, según Aron, designar la gran alternativa entre los dos regímenes polític antagonistas que eran la “democracia” y el “totalitarismo”. Pensador de la “primacía de político”, Tocqueville señalaba, en efecto, que si todas las sociedades modernas tendían hacia estado social “igualitario”, podrían volverse o bien “libres”, o bien “despóticas”: ¿no era aca esta opción precisamente la que se ofrecía otra vez a los individuos del siglo XX? Casi medio siglo después de estos análisis, cuando la caída del Muro de Berlín marcó hundimiento del comunismo y a los “Gloriosos Treinta” les siguió un nuevo tipo de capitalism en un marco internacional radicalmente nuevo, ¿qué queda de esta lectura que quería erigir Tocqueville como contemporáneo ejemplar? La dinámica igualitaria, cuyo carácter ineluctab parecía señalar La democracia en América, dejó de funcionar, dando paso a formas de pobrez precariedad y desempleo inconcebibles durante mucho tiempo. El hecho de que hayan apareci nuevas desigualdades, cuya amplitud quizá no había siquiera sospechado Tocqueville, ni Ar después de él —aunque como observador lúcido del “pauperismo” no ignoraba las consecuencia tan terriblemente poco igualitarias del capitalismo—, no es quizá un motivo suficiente pa declarar caduca su obra. Por lo demás, muchos autores señalaron muy pronto las insuficiencias de La democrac en América, sin negarle por ello un interés excepcional. Desde los años 1880, la obra maestra de británico James Bryce (1838-1922), The American Commonwalth (1888), que fue durante much tiempo uno de los estudios más consultados sobre Estados Unidos (inclusive por Max Weber), reprochaba a Tocqueville una descripción demasiado abstracta, que ocultaba las desigualdades el peso de los partidos políticos. El propio Aron, ya lo vimos, no había omitido subrayar “realismo” insuficiente de las previsiones tocquevillianas en materia de desigualdades jerarquías. A principios del siglo XXI, la distancia entre aquello en lo que se convirtió Estad Unidos y la descripción de Tocqueville parece más profunda que nunca, aun cuando l estructuras institucionales y políticas hayan perdurado mediante transformaciones significativa En la actualidad, Tocqueville corre el riesgo de ser un guía tanto más engañoso cuanto que función que tiene su nombre es la de mantener una imagen idealizada de la naci estadounidense, y que los intelectuales “neoconservadores” favorables al presidente Bush c frecuencia hacen referencia a él. Con la distancia del tiempo, los Estados Unidos de Tocquevi parecen a veces un continente desperdiciado: mostraban los rasgos de una sociedad extensamen agraria, más igualitaria, al parecer, que ninguna otra y donde la industrialización masiva todav no había ejercido sus efectos de desigualdad. Quizás, el propio Tocqueville cedía ya a ciertas formas de idealización que, por ejemp ocultaban el peso del poder del dinero en la vida política y sobreestimaban la movilidad social d entonces. Hoy día, la “sociedad civil” que describía con entusiasmo Tocqueville, vivificada p una densa red asociativa y por la “virtud” de ciudadanos solidarios, se ve debilitada, y el princip que él había observado de la soberanía popular no parece haber mantenido sus promesas respect de la enorme abstención electoral y de la débil participación política directa de los ciudadano sin hablar de la influencia decisiva de los grupos de presión en la vía pública. Además, según gran sociólogo Ralf Dahrendorf, “…El mundo de Tocqueville, el mundo de los autores d Federalista parece a punto de derrumbarse”, porque “el nuevo tema es el de la desunión Estados Unidos, junto con el del miedo, la violencia y las distintas formas de fundamentalismo Apoyado en los análisis pesimistas de Arthur Schelesinger, subraya que “las virtud tocquevillianas”, indispensables para la participación en las comunidades locales y religiosa están en vías de desaparición, ya que “la sociedad civil se cae a pedazos, se deshace en grup cada vez más inciviles”. En definitiva, la cohesión de la “sociedad civil” pertenecería al pasad el “pegamento ya no pega” y “los estadounidenses ya no son estadounidenses, si italoestadounidenses, afroestadounidenses, hispanoestadounidenses”. La descripción de Franc elaborada por Tocqueville en El Antiguo Régimen y la revolución, deja igualmente escépticos los investigadores contemporáneos. Así, según el último libro de Pierre Rosanvallon sobre modelo republicano francés, Tocqueville proporcionó una descripción demasiado esquemática d “jacobinismo”: hoy día, la “caricatura tocquevilliana” corre el riesgo de prolongar los estereotip de un “centralismo” que ha cambiado mucho desde hace más de siglo y medio. Todos estos análisis incitan, pues, a desconfiar de los usos demasiado ideológicos Tocqueville y a resistirse a la ilusión de que su obra contendría por adelantado las respuestas todas nuestras preguntas. Sin embargo, la mirada que arroja sobre Estados Unidos y su tentati de definir los rasgos característicos de las sociedades democráticas siguen siendo una fuen invaluable de reflexión, e incluso de inspiración, para las ciencias sociales y la filosofía política Tocqueville y el individualismo democrático Uno de los temas que siguen nutriendo mucho los trabajos de sociología es el del individualismo que Tocqueville distingue del egoísmo: mientras que el primero es una característica de l sociedades democráticas, el segundo designa una tendencia psicológica universal. S “individualista” es replegarse en su vida privada con su familia y sus allegados, dejando de lado la “gran sociedad”, aquella donde el hombre cumple con sus obligaciones de ciudadano. Pa Tocqueville, el gran peligro reside en ese repliegue generalizado a la esfera privada, el abando de la participación asociativa y política que abre un vacío en el cual amenaza precipitarse poder estatal “tutelar”. Este tema, interpretado libremente, sigue siendo de una gran fecundid para explorar hoy día los problemas de la participación cívica. Esta es la propuesta del lib clásico de Richard Sennet publicado en 1974, The Fall of Public Man, que inicia con una cita Tocqueville sobre el individualismo que separa a los hombres de sus semejantes hasta el punto d hacerlos olvidar su pertenencia común a la sociedad. Al actualizar estas preocupaciones, Senn deplora el debilitamiento del civismo, cuyo principal síntoma sería el “fin de la cultura públic bajo la presión creciente de una cultura centrada en la intimidad del individuo. ¿No subrayaba y Tocqueville que los hombres democráticos aprecian poco, en general, las “formas” y l ceremonias? Al explorar de manera original esta intuición, Sennet lamenta la decadencia de l reglas de “civilidad”, es decir, de ciertos “códigos” que mantenían entre los individuos u “distancia” indispensable para la vida social. Las sociedades democráticas estarían en lo sucesiv invadidas por la “incivilidad”, es decir, “el hecho de ejercer sobre los demás todo el peso de personalidad”. Esta evolución tendría graves consecuencias para la política, como atestiguaría evolución de las técnicas de comunicación de los líderes de los partidos, siempre m preocupados por su “imagen”, con la consecuencia de que los ciudadanos suelen juzgar más “personalidad” que su acción real. Según Sennet, este sesgo implica el riesgo de manten intactas “las estructuras de la dominación” y debilitar el sentido del bien común que requie cualquier comunidad política viva. Porque lo que teme Sennet, al igual que Tocqueville, es “ caída de la res publica”. El interés de estos análisis para esclarecer las transformaciones de las sociedad democráticas contemporáneas es notable: el sesgo que observa Sennet se ha hecho paten también en Europa, donde la invasión de la vida pública por parte de la vida privada pare progresar ineluctablemente. En Francia, las evoluciones recientes de la comunicación polític donde lo que compete al people ya no es una categoría reservada a los actores o a los cantante confirman la pertinencia de estas reflexiones, cuanto más si están sostenidas por una adhesión los valores de la vida pública según una inspiración tocquevilliana. Porque la riqueza d pensamiento de Tocqueville proviene del hecho de que no se contenta con revelar las patologí de la modernidad: su propósito también es exponer los remedios a estos sesgos, sobre todo participación local y asociativa, tema que sigue inspirando las investigaciones contemporáne sobre el papel de la “sociedad civil” en las democracias contemporáneas. La sociedad civil y las asociaciones: el legado de Tocqueville En Estados Unidos, el “neotocquevillismo” designa a una sociología política que describe importancia de los vínculos asociativos para nutrir un vivir-juntos fundado en la confianza mutu Esta es la ambición de las investigaciones de Robert D. Putnam. El propósito de su libro Making Democracy Work (1993) es mostrar que el éxito global de las diferentes regiones de Italia es relacionado con la densidad de los vínculos cívicos formados gracias a la vida municipal y a l asociaciones libres. Ya ahí Putnam presenta el pensamiento de Tocqueville como la matriz de investigación. En efecto, La democracia en América habría mostrado el vínculo entre l “costumbres” de una sociedad y el ejercicio de la política: las asociaciones cívicas refuerzan l “hábitos del corazón”, indispensables para la vida de la democracia. Al restablecer republicanismo del Renacimiento, Tocqueville mostraría de manera convincente que sólo participación activa en el seno de las asociaciones libres garantiza el despliegue de una autenti ciudadanía sostenida por un sentido de cooperación, solidaridad y corresponsabilidad social. Pero es sobre todo en sus estudios sobre Estados Unidos donde Putnam se refiere Tocqueville y lo presenta como el “santo patrono” de los sociólogos del “capital social”. Putna llama “capital social” al conjunto de redes formales e informales que vinculan a los hombr entre sí en relaciones de cooperación basadas en la confianza recíproca. Así, Tocqueville habr percibido el rasgo decisivo de la cultura cívica estadounidense: el asociacionismo, que hace q los individuos se encuentren en el seno de las comunidades más variadas en función de objetivo diversos que van desde la ayuda mutua escolar hasta la práctica musical. Además, Tocquevi habría captado el papel de las comunidades religiosas en el aprendizaje concreto del civismo. “genio” sería también el de haber comprendido, con su teoría del “interés bien entendido”, lo qu Putnam llama la “norma de reciprocidad generalizada”: los individuos de la socied estadounidense se consagran con tanto más gusto a las causas colectivas cuanto que esperan q tarde o temprano estas les resulten provechosas. Así, lejos de enviar a Tocqueville a una época idealizada del siglo XIX, Putnam pien que su visión quedó corroborada en el siglo XX, al menos hasta la década de 1960, cuando l estadounidenses dedicaron mucho tiempo a la vida asociativa. Sin embargo, Estados Unidos habría alejado de la “descripción tocquevilliana” a partir de la década de 1970, que se caracteriz por una disminución del número de participantes en asociaciones. Las razones serían compleja cambios de trabajo, transportación demasiado larga, crisis familiares, peso creciente de l medios, etcétera. No obstante, asumiendo una posición “tocquevilliana”, Putnam cierra su anális no con una lamentación, sino con un llamado a todos los responsables para preparar l condiciones de una revitalización de la vida asociativa, lo que implicaría una renovación de educación cívica activa, condiciones de transporte y horarios de trabajo que dejen más tiemp para los compromisos asociativos, un “gran despertar religioso” (cuyos peligros sin embar señala Putnam: deberá, entonces, ser “pluralista” y “tolerante”), nuevas formas de comunicaci electrónica (mejor Internet que la televisión solitaria), un incremento de las fiestas colectivas por último, un mayor involucramiento de cada quien en la vida política en el sentido tradicion (elecciones, etcétera). El interés actual de Tocqueville se debería, pues, a su cuadro de efectos positivos de “sociedad civil” estadounidense. Para evitar cualquier confusión, todavía haría falta definir bi ese concepto. Esa es la postura de los trabajos del filósofo Benjamín Barber —que durante algún tiempo fue consejero de Hillary Clinton— en su alegato a favor de una “democracia fuerte publicado en 1984, donde reivindica a Tocqueville. Barber advierte contra los usos abusivos de idea de “sociedad civil”, lamentando que se haya convertido en un “eslogan chic”. De ahí q resulte indispensable una tipología de las diferentes acepciones de este concepto. La primera, de los “liberales”, y sobre todo la de los “neoliberales”, a menudo reduce a la “sociedad civil” a idea de mercado. La segunda es la de los “comunitarios”: la “sociedad civil” se convier entonces en “sinónimo de comunidad”, con las ambigüedades que resultan cuando lleva legitimar todo tipo de comunidades cerradas, incluso formas de “corporativismo”. Por consiguiente, hay que adoptar una última perspectiva, esta vez “fuertemen democrática”: la “sociedad civil” como “clave para rehabilitar el republicanismo”. El alegato Barber a favor de una “democracia fuerte”, es decir, nutrida por la participación activa y continu de ciudadanos en el seno de la “sociedad civil”, evoca también a Tocqueville para subrayar q una comunidad política libre depende de una “sociedad civil no estancada”: “Alexis Tocqueville elogia el carácter local de la libertad estadounidense y considera que la democrac sólo puede estar sostenida por una vigorosa actividad cívica municipal, inspirada en el mode que fue el ejemplo típico del presidente Jackson. Difícilmente reconocería Jackson los Estad Unidos de hoy día, donde nuestras alternativas se reducen o bien al gigantismo y a la avidez d mercado (según el modelo liberal), o bien a la mentalidad cerrada de la identidad (según modelo comunitario).” Alejado de cualquier democracia de “regateo” basada en la puesta competencia de elites políticas selectas, Tocqueville se revelaba como el gran pensador de “educación cívica” concretada por la participación activa de todos los ciudadanos en el ámbi municipal y asociativo. Reformulación de las proposiciones de Tocqueville: la “democracia deliberativa” La dificultad de sus actualizaciones reside en su realismo insuficiente: ¿cómo hacer renacer, efecto, el civismo exaltado por Tocqueville, teniendo en cuenta los cambios económicos, sociale y tecnológicos contemporáneos que hacen imposible un renacimiento sencillo de la ciudadan asociativa de 1830? Estas son las preguntas planteadas por los teóricos actuales de la “democrac deliberativa”, como James S. Fishkin y Bruce Ackerman, que reivindican a Tocqueville. P “democracia deliberativa” hay que entender un concepto que no reduce la democracia a un simp modelo electivo donde las elites políticas se presentan al sufragio de los electores. L “democracia deliberativa” implica una discusión argumentada entre los propios ciudadanos, q deben confrontar sus puntos de vista: al término de este diálogo, pueden llegar a renunciar a s preferencias iniciales, asimilando los argumentos de sus interlocutores. Ahora bien, este modelo basado en el diálogo, que se requiere fiel a la descripci tocquevilliana de las asambleas municipales, está amenazado por el peso creciente de l sondeos, que se contentan con “fotografiar” las distintas opiniones sin que estas pued confrontarse efectivamente, lo que implica un riesgo de crisis para el político, los gobiernos y lo ciudadanos, que actúan bajo la influencia de una supuesta “opinión pública”, revelada por l sondeos, que se reduce de hecho a la suma de preferencias inmediatas, heterogéneas manipulables. Según Fishkin, la participación activa en las asambleas locales y en las asociacion descrita por Tocqueville sigue siendo un excelente modelo de deliberación colectiva, pero sólo e el ámbito local. Los cambios en los medios implican, en efecto, reconsiderar las modalidad concretas del civismo en un ámbito más extenso. Lo que La democracia en América dice de l periódicos es revelador a este respecto: se presentan como vinculados a los partidos o a l asociaciones específicas con el propósito de acompañar a la participación cívica. No obstan hace notar Fishkin, estos periódicos pronto fueron suplantados por los noticiarios de los medi de comunicación de masas, que son más “informativos” y dejan de lado la función cívica t admirada por Tocqueville. En este marco renovado es donde deben presentarse los sondeos q pretenden reflejar la opinión del pueblo, aunque la “fotografía” de una opinión no reemplaza nunca a su elaboración mediante un diálogo efectivo. De ahí la proposición, fiel a la mentalid tocquevilliana, de instituir sondeos deliberativos: se elegiría un “panel” representativo representantes de opiniones diversas, el cual tendría que reunirse y dialogar efectivamen durante uno o dos días con el apoyo de especialistas y de una documentación imparcial sobre problema que se debate. Según las experiencias de Fishkin, estos “sondeos deliberativos” llevan mucha gente a cambiar de opinión al final de la discusión: esta vez, el sondeo registra el resultad de una deliberación efectiva. Para Fishkin y Ackerman, esta invención restablece la idea d asociacionismo de Tocqueville actualizándola a la era de los medios de comunicación de masa Al declararse “neotocquevilliano”, Fishkin subraya en efecto que, aunque Tocqueville interesaba en “las instituciones capaces de favorecer la confrontación dialogística entre l personas”, hoy día ya no es posible centrarse tanto en las asociaciones. De igual maner Ackerman, aceptándose también como “neotocquevilliano”, reconoce que su visión es “men idílica” que la de Tocqueville: “Ya no podemos pensar que la sociedad civil se desarrolla sola pues es necesario ayudar a su desarrollo, en particular mediante el “sondeo deliberativo”, a fin d llegar a un vasto público a escala nacional. Si bien el proyecto de “sondeo deliberativo”, a pesar de su carácter seductor, evidentemen puede dejarnos escépticos —ya sea que lo consideremos irreal o que creamos que no resuel todos los problemas vinculados a la influencia misma de los sondeos—, testimonia la vitalid del legado de Tocqueville en el pensamiento contemporáneo. Asimismo, los interrogantes sobre democratización de Europa pueden encontrar en Tocqueville fuentes para repensar el ideal “democracia deliberativa”, gracias a un debate público continuo en la sociedad civil, en el que la asociaciones tengan un papel que cumplir sin ser necesariamente los interlocutores privilegiad del poder. Como quiera que sea, la “democracia deliberativa” restituye, más por el espíritu q por la letra, dos grandes temas, preciados para Tocqueville, que siguen siendo de actualidad: advertencia contra los peligros del individualismo y la búsqueda de medios que permitan volv activos a los ciudadanos en la búsqueda colectiva de soluciones a los problemas de su comunida política. En este sentido, aun cuando las sociedades democráticas hayan cambiado profundamen desde la aparición de La democracia en América, el pensamiento de Tocqueville sigue abrien vías prometedoras para la reflexión política. Serge Audier Maestro de conferencias en Filosofía Moral y Política Universidad París VI - Sorbona Revue des revues, sélection de juillet 2006 Serge AUDIER : «Tocqueville, notre contemporain? » article publié initialement dans la revue Études, avril 2006. Traducteurs: Anglais: Deborah Levy Arabe: Béchir Sébai Chinois: Yan Suwei Espagnol: Ofelia Arruti Russe: Alla Beliak Droits: ©La revue Études pour la version française ©Deborah Levy/Bureau du livre de New York pour la version anglaise ©Béchir Sébai /Centre Français de Culture et de Coopération du Caire – Département de Traduction et d’Interprétation pour la version arabe ©Yan Suwei/Centre Culturel Français de Pékin pour la version chinoise ©Ofelia Arruti/Institut Français d’Amérique Latine pour la version espagnole ©Alla Beliak/Centre Culturel Français de Moscou pour la version russe