LOS TALLERES DE RESTAURACIÓN, el Resurgir de los Oficios Artísticos: Canteros, Carpinteros, Escultores, Rejeros y Vidrieros en la Catedral de León L A RESTAURACIÓN DE LA CATEDRAL DE LEÓN REQUERÍA LA PUESTA A PUNTO de unos instrumentos de trabajo capaces de recuperar y reavivar técnicas artesanales de producción artística con la finalidad de ejecutar materialmente los contenidos de los proyectos de restauración. El principio de la unidad de estilo, por consiguiente, no se limitaba al plano teórico, sino que imponía, como consecuencia más concreta, la recuperación de unos procedimientos de trabajo que, en muchos casos, se habían perdido totalmente: la talla de la piedra, asiento y labrado de sillares, el empleo de morteros y cales, la elaboración de estatuaria —en ocasiones de auténticos programas iconográficos—, la fabricación de vidrieras, los trabajos de rejería, la talla artística en madera o los talleres de carpinterías de armar imprescindibles para ejecutar los complejos sistemas de apeos, entibaciones, acodalados y encimbrados, son una enumeración de la complejidad y variedad de técnicas artísticas que hubieron de ponerse en práctica —en muchos casos de manera pionera o experimental— durante los años que duró la restauración del edificio. Las grandes fábricas catedralicias restauradas engloban una gran variedad de artes y oficios de carácter diverso. Los talleres de restauración a pie de obra se articularon como el procedimiento de trabajo idóneo para ejecutar los contenidos generales planteados en los proyectos de restauración. La fórmula del taller artesanal aparecía como la resurrección de los procedimientos de los maestros medievales, considerados el único método adecuado para restaurar un edificio medieval, incapaz de acomodarse a la producción seriada y mecanizada del mundo industrial; incluso, en algunos ambientes culturales, se efectuó una contundente crítica cultural al "maquinismo" y una proclamación de los valores éticos y morales vinculados con la elaboración manual de los trabajos artísticos. En sus célebres Contrasts (1841), Augustus W. N. Pugin oponía apasionadamente la ciudad medieval a la "corrupta" ciudad industrial; John Ruskin afirmó en The seven lanzps of architecture (1849) que utilización de la máquina en la producción artística era como una falsificación, una falta total de honestidad en el trabajo: "un gran arte —afirmaba Ruskines la expresión de una sociedad moralmente sana y en la época materialista de la máquina fatalmente se apaga el sentido de la belleza y la facultad de crear valores de arte". Las propuestas utópicas de estos ideólogos para crear la comunidad ideal —como la Saint George's Guild de Ruskin—, siguiendo los modelos 259 Izquierda: Taller de restauración de vidrieras en la Catedral de León. [Cortesía de Diario de León]. Juan Bautista Lázaro de Diego. Proyecto de rejas para la Catedral de León (1897 ca). Archivo de la Catedral de León. [Foto: Archivo Edilesa/Norberto]. Sillería de coro de la Catedral de León. Juan de Malinas y Copín de Ver (1460-1490 ca). Representación de los artesanos trabajando en la elaboración de la sillería coral. [Foto: Archivo Edilesa/Norberto]. 260 productivos de las comunas medievales italianas, estuvieron condenadas al fracaso ante el ritmo imparable de la sociedad industrial burguesa. Lo que interesa destacar, puesto que ejercerá un importe estímulo para la recuperación de los talleres artesanales, fue que el valor de los códigos figurativos y productivos medievales se identificó con la relación inmediata que se establecía entre el trabajo artesanal, los materiales empleados y el valor artístico del trabajo; la definición de la fórmula del taller artesanal adquirió un firme sustrato ideológico; el trabajo artístico se ennoblecía y dignificaba en cuanto expresaba la obra del hombre, como afirmaba John Ruskin: "Tallad una columna o dos en un bloque de pórfido; consagrad un segundo mes de trabajo para la escultura de algunos capiteles; proponeos que la construcción del monumento, aun en su más sencillo detalle, sea perfecta y sólida; el testimonio de aquellos que se dan cuenta de esto hablará alto y claro". Esta recuperación del trabajo artesanal abría el camino para nuevas experiencias en el terreno de las artes. La importantísima actividad de William Morris, si bien parte del mismo modelo cultural que Ruskin o Pugin, llevará a articular respuestas de mayor trascendencia: por una parte, tradujo a la práctica sus ideas sobre el diseño, con la fundación en 1862 de la empresa de decoraciones Morris, Marshall, Faulkner and Company que recuperaba y experimentaba técnicas artesanales aplicadas a la producción de vidrieras, tapices, muebles, etcétera. El trabajo de taller, los procedimientos artesanales, serán fundamentales para la aparición del Modernismo en los últimos años del siglo XIX, con su énfasis en el objeto artístico individual, cualificado estéticamente. Pero también esta actividad teórica fue un estímulo crucial para la formación de los talleres de restauración: desligados frecuentemente de los modelos sociales que se asociaban con estos esquemas productivos (debido a su dependencia del Estado) fueron la herramienta de trabajo para la restauración de los monumentos medievales. La labor desarrollada en estos talleres distaba, pues, de ser un fenómeno aislado del resto de los acontecimientos sociales y culturales; la recuperación de los procedimientos y métodos artesanales de trabajo propios de la Edad Media no solamente fue una necesidad planteada por el inicio de los trabajos de restauración, sino que participó activamente en el complejo proceso de recuperación medieval llevado a cabo durante el siglo XIX. de la arquitectura La formulación más completa y acabada de los talleres de restauración en España durante el siglo XIX se produjo en torno a las fábricas de la Catedral de León que, debido a la complejidad de la intervención, dio lugar a la estructuración de unos amplios talleres de restauración que evolucionaron al ritmo que imponían el desarrollo de los proyectos y trabajos de reconstrucción y restauración. Los talleres de restauración de la Catedral de León configuraron el modelo de taller para el resto de procesos de restauración ejecutados en España. La complejidad y amplitud de las operaciones de restauración que se emprendieron en la Catedral de León desde el año 1859 llevaron a organizar talleres con carácter permanente alrededor de la fábrica catedralicia. Estos talleres se adaptaron a los imperativos impuestos por el plan global de restauración y su trabajo era regulado por las pautas marcadas en los proyectos de restauración que se fueron elevando sucesivamente a la superioridad administrativa; de este modo el taller era controlado directamente por el arquitecto director de las obras de restauración o, en ocasiones, el trabajo de los operarios y su adiestramiento se delegaba en el ayudante de dirección. Las competencias profesionales de los auxiliares de obra quedaban claramente vinculadas a la supervisión de los talleres, como se concretó con el nombramiento de Velázquez Bosco por Real Orden de 7 de abril de 1863 "con la obligación de ocuparse seis horas al día en la delineación, asistiendo además a los replanteos, plantillajes e inspección de los trabajos mecánicos de los operarios, hasta el completo de diez horas diarias"; de hecho el auxiliar se ocupó directamente de la supervisión del trazado de la labra de la sillería y del montaje de las carpinterías de armar. El taller de restauración era una herramienta sometida al dictado del arquitecto director que trazaba la planificación general del trabajo; en consecuencia, se puede afirmar que el taller no fue una estructura inalterable, Taller de restauración de la Catedral de León, con los arquitectos .1 uan Bautista Lázaro y Juan Crisóstomo Torbado, y el jefe de taller Clemente Bolinaga (en el centro) y los operarios de los distintos oficios artísticos. [Cortesía de Ignacio González-Varas]. 261 Juan Bautista Lázaro de Diego. Proyecto de rejas para la capilla Mayor y del Salvador de... sino que sus operarios y funciones se adaptaron al desarrollo general de los trabajos de restauración. A la vista de esta lógica supeditación de la organización de los talleres a la planificación general de los trabajos, cabe distinguir dos grandes etapas en la vida de los talleres formados en León: en primer lugar, los talleres de cantería, escultura y carpintería sirvieron de brazo ejecutor de los grandes proyectos de desmontes y reconstrucciones que afectaban, según expresión de Demetrio de los Ríos, a la "estructura de cantería esencial para el equilibrio del templo"; por otro lado, restablecido el equilibrio, los talleres se dedicaron a las obras de complemento, ornamento o embellecimiento de la catedral. Esta división es suficientemente clara como para escindir la labor desempeñada por los talleres de restauración de la Catedral de León en estas dos grandes etapas. La etapa de formación de los talleres de restauración de la Catedral de León tuvo lugar con Matías Laviña Blasco (1859-1868) que formó operarios capacitados para ejecutar desmontes de elementos constructivos y conjuntos estructurales sumamente complejos desde el punto de vista de la ejecución material. Cuando sobrevino la muerte del anciano Laviña en enero de 1868, los 2 62 _la Catedral de León (1898 ca). Archivo de la Catedral de León, [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. talleres de restauración de la Catedral de León estaban plenamente formados: el taller de carpintería realizaba las armaduras, apeos y acodalados para los desmontes y contención de los empujes, mientras que las labores de escultura dieron comienzo a partir de 1864, cuando, una vez ultimados los desmontes, comenzaron las obras de reconstrucción, del mismo modo que se inició la labra masiva de sillares para reconstruir el brazo meridional. Las labores escultóricas fueron de especial importancia durante todo el período de la restauración: multitud de capiteles, gárgolas, pináculos, balaustradas, rosetas ornaron de nuevo la Catedral de León por toda su extensión, poblando el templo de monstruos, animales, heráldica, seres híbridos y fantásticos, tanto como consecuencia de la reconstrucción total de los hastiales meridional y occidental, como por la sustitución de elementos decorativos barrocos por otros neogóticos a lo largo de todo el perímetro del templo y con la refección de las tracerías de las ventanas y rosetones. Para realizar estas inmensas labores escultóricas fue precisa la participación de numerosos escultores que dotaron de renombre nacional al taller de escultura de la Catedral de León. Los trabajos de escultura que- 263 Proceso de elaboración de la réplica de una escultura por el método de "puntos". {Cortesía de Ignacio González-Varas]. daron englobados en los proyectos de restauración arquitectónica, por lo que es difícil conocer con precisión su desarrollo. Demetrio de los Ríos recogió en su monografía sobre la Catedral de León la relación de los "Artistas de todas las especies que han concurrido al esplendor de la Catedral de León", que comprendía a todos aquellos que trabajaron en la restauración de la Catedral de León desde su inicio en 1859 hasta los que estuvieron bajo la dirección del propio Ríos (La Catedral de León, 1895, t. II, pp. 161-241): el primero de los escultores que trabajaron en la Catedral de León fue Antonio Peña, que desde 1864 y hasta su traslado a Sevilla, trabajó en el pórtico sur, capiteles y repisas de las portadas y fajas ornamentales de las archivoltas, todo ello en piedra de Boñar y barro cocido; a Peña le sustituyó Inocencio Redondo que trabajó con Matías Laviña, Juan de Madrazo y tres años bajo la dirección de Demetrio de los Ríos: a él se le debe la estatua de San Froilán que corona el hastial sur de la catedral. Inocencio Redondo fue profesor de dibujo en el Instituto Provincial de León y miembro de la Comisión Provincial de Monumentos de León, como Correspondiente de la Academia de la Historia; su apartamiento de las obras de restauración le llevó a decantarse en contra de Demetrio de los Ríos cuando tuvo lugar la polémica en torno a la demolición de la torre del Tesoro. Otro escultor largamente vinculado con la restauración fue Baltasar Toledo, que comenzó su actividad con Matías Laviña y permaneció durante varias décadas en los talleres de la catedral, participando activamente en las labores escultóricas del hastial occidental. Fue profesor de modelado de adorno y principios de figura en la Sociedad de Amigos del País y sus hijos, Santiago y Gumersindo de Toledo, también trabajaron en tareas escultóricas. Parte destacada del taller de escultura fue Miguel Ángel Trilles, procedente de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado, que se dedicó en la catedral al modelado y vaciado de multitud de bichas para las enjutas de las capillas absidiales y de cabezas para ménsulas en el exterior de estas capillas. Trilles, después de su estancia en León, obtuvo una pensión para estudiar en Roma y su trabajo fue completado por el escultor italiano Luis de Vincenti. Otros escultores fueron Agustín Mustides, colaborador de Redondo en 1882, Ramón Méndez, que entre 1884 y 1885 talló numerosos crochets, capiteles y ménsulas y Jesús Corona, durante los años 1887 y 1889. La finalización de los trabajos de cantería en los primeros años de la última década del siglo llevó a que las obras de escultura se desplazaran a los trabajos de restauración del mobiliario litúrgico interior de madera, bajo la dirección de Juan Bautista Lázaro. La llegada a la dirección de las obras de restauración de la Catedral de León de Juan de Madrazo en 1869 supuso un trascendental cambio en el sistema de restauración del templo. Desde 1869 hasta 1876 los trabajos siguieron un ritmo muy lento, prácticamente paralizados y la actividad de los talleres fue escasa, si bien durante estos años Madrazo elaboró su admirable Proyecto de encimbrado para las bóvedas altas de la Catedral de León: la complejidad de construcción de las cimbras y entibaciones, sus numerosas piezas y complicados ensamblajes, precisó las transformación profunda en el método de trabajo del taller de carpintería ya que la disposición de los encimbrados a veintidós metros de altura requirió la habilidad de los operarios del taller de carpintería. La complejidad propia de las cimbras, la multiplicidad de elementos de madera, herrajes y ensamblajes y las dificultades para armar los encimbrados colgados en el triforio, muestran el nivel de perfección alcanzado por el taller de carpintería de la Catedral de León. El número de operarios trabajando en el taller fue diverso, con una plantilla que superaba en los momentos de máxima actividad —años 1878 y 1879— los treinta carpinteros, entre maestros carpinteros, oficiales, peones y aprendices: los maestros carpinteros en el período de construcción del encimbrado fueron los hermanos Baldomero y Zacarías Blanco y como oficiales intervinieron, Eleuterio Vozmediano, Francisco Álvarez, Cipriano Ordóñez y otros. Juan de Madrazo organizó la distribución de los trabajos de carpintería en el taller, con la división de los mismos en dos tipos: de "carpintería de armar", consistente en "apeos, castillejos y andamiajes" y en "carpintería de taller", es decir, elaboración de "plantillas, escantillones y maderos". La formación de estos talleres dedicados a la carpintería auxiliar en torno a la Catedral de León tuvieron una gran importancia en toda España. Cuando se logró la consolidación y restauración de las estructuras de la catedral y se reconstuyeron las grandes estructuras de las fachadas, el edificio estaba dispuesto para recibir toda una serie de elementos ornamentales que motivaron la apertura de una nueva etapa de los talleres de restauración de la Catedral de León. El 10 de enero de1889 Demetrio de los Ríos presentó su Proyecto de reparación del pavimento, coro, verjas, sepulcros y demás necesario al inmediato uso del Templo; la redacción de este proyecto suponía la apertura de tra- bajos de acondicionamiento interior de la catedral, al mismo tiempo que denotaba un nuevo criterio en la restauración que ahora se restringía, como indicaba el propio Ríos al presentar el proyecto, a "recibir y aceptar lo presente, sin otras rectificaciones que las de reparar daños de la obra o del tiempo". El proyecto de reparación de Ríos proponía la reparación de "desperfectos accidentales" en las zonas consignadas en el título del proyecto que no afectaban a la estructura estática del edificio, sino a elementos decorativos. Para la renovación total del pavimento de la Iglesia los canteros se dedicaron a la labra de las losas, mientras que los trabajos de reparación en la sillería de coro requirieron la intervención de artesanos ebanistas por vez primera en la catedral, del mismo modo que la reparación de las verjas que, según se planteaba en la memoria del proyecto, debían ser "recorridas y reparadas" en su totalidad por maestros rejeros, oficio artístico en el que igualmente se alcanzó un especial virtuosismo en los talleres de restauración de la Catedral de León. Con la muerte de Demetrio de los Ríos en enero de 1892, estos trabajos de restauración artesanal fueron ampliados, organizados y ejecutados bajo la dirección de Juan Bautista Lázaro de Diego que ocupó la dirección de la restauración de la Catedral de León a partir de junio de 1892. La figura de Juan Bautista Lázaro quedará vinculada con la restauración del inmenso conjunto de vidrieras de la Catedral de León que, al comenzar la última década del siglo XIX, aún permanecían desmontadas y almacenadas en la torre norte de la catedral a la espera de ser devueltas a los vanos del edificio. La reposición, reparación y restauración de las vidrieras fue una actividad de suma envergadura que despertó admiración y elogios merecidos. Los talleres de ejecución y reparación de vidrios organizados por Juan Bautista Lázaro suponían la culminación en España de la fórmula del taller artesanal de restauración, consumado ejemplo de elaboración manual y detenida que en pocos años consiguió rehabilitar, restaurar y completar el mayor conjunto monumental de vidrios que se conserva en España. Matías Laviña, desde los inicios mismos del expediente de restauración, ya inició las primeras gestiones para restaurar las vidrieras. El problema no sólo estribaba en la reposición y reparación de los vidrios antiguos, sino que las dificultades aumentaban ante la considerable cantidad de vidrieras que debían trazarse para aquellos ventanales que, o bien nunca habían sido provistos de vidrios, o bien éstos se habían perdido irremediablemente. Debido a los graves problemas de estabilidad arrastrados por la catedral leonesa, todas las ventanas de la galería del triforio, numerosas de las ventanas bajas y algunos huecos de los ventanales superiores habían sido tapiados con adobe: con la restauración integral del templo estos huecos volvieron a abrirse en espera de poder cerrarse con vidrios de nueva factura. 265 Taller de escultura para la reconstrucción de la catedral de Soissons en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial (1920 ca). [Cortesía de Ignacio González-Varas]. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de una rosa del siglo X111 de las ventanas bajas (1899 ca). [Foro: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de una rosa del siglo XIII de las ventanas bajas (1899 ca). [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. Héctor, héroe de la guerra de Troya. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de una rosa de las ventanas bajas. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. Matías Laviña, en un oficio de 15 febrero de 1863, propuso dos soluciones posibles: el primer recurso consistía en encargar los vidrios a casas especializadas de París o Bruselas, mientras que también apuntaba "otro medio de mayor compromiso" que consistía en fabricar estos vidrios directamente en España. La escasez de artistas dedicados a esta especialidad quedaba patente ante las dificultades para hallar un maestro vidriero en España e incluso en el extranjero: en nuestro país solamente se pudo localizar a un artista retirado en Chamberí que había expuesto algunos trabajos de vidriería en la Exposición del año 1858, pero que no se encontraba con fuerzas suficientes para hacerse cargo de una empresa de la magnitud que se presentaba en León. En Barcelona existía un taller de un maestro suizo y, por último, Matías Laviña localizó a un vidriero llamado José Guinea que había estudiado en París. A este último se le encargó una prueba consistente en la realización de un panel que se sometió a examen de dos especialistas que, sin embargo, no aprobaron este trabajo, sobre todo en lo que se refería a la pintura. Ante estos impedimentos para realizar estos trabajos en España, Matías Laviña contactó a través del jesuita leonés padre Vinader con el vidriero de la Sainte-Chapelle de París M.S. Lusson. Se enviaron algunos prospectos y catálogos que evidenciaban lo elevado del presupuesto que resultaría de encargar los vidrios en Francia y, al tropezar con estos numerosos escollos, las propuestas de vidriería se dejaron a un lado. Además, el expuesto estado de la catedral exigía concentrar toda la atención en la consolidación estructural del edificio, ante la amenaza de una eventual ruina; de este modo, la necesidad de acometer los trabajos de las vidrieras no volvió a surgir hasta que las obras de restauraciones parciales de cantería estuvieron prácticamente ultimadas. Demetrio de los Ríos elevó al ministerio la primera propuesta o anteproyecto para la reposición y restauración de las vidrieras el año de 1887; las ventanas de la catedral con su tracería habían sido prácticamente reparadas en su totalidad por estas fechas y el cerramiento de los huecos con los vidrios era un trabajo imprescindible para volver a abrir el templo al culto. El anteproyecto de vidrieras pintadas formado por Demetrio de los Ríos era una primera aproximación, clara y concisa, al problema de las vidrieras ante el avance de las obras de cantería: se añadían tres hojas de planos con todos los tipos de rosetones y huecos del triforio que requerían nuevos vidrios. Esta primera estimación global de Demetrio de los Ríos ofrece detallada cuenta de la magnitud de la empresa: la inmensa superficie de vidrieras de la Catedral de León contiene un total de 1763 metros cuadrados de vidrio, sin contar los 524 paneles correspondientes a las vidrieras del claustro. Toda esta superficie encierra un amplio muestrario del arte de la vidriería desde el siglo XIII hasta el siglo XVII y, después de la restauración, también es testimonio de la resurrección de este arte en España durante este último decenio del siglo XIX. La acción destructora del tiempo y las transformaciones y reparaciones sucesivas —y no del todo acertadas— realizadas a lo largo de los siglos habían mermado considerablemente este rico patrimonio vítreo; como ya apuntamos más arriba, las vidrieras que filtraban la luz en la galería del triforio habían desaparecido en época remota, así como la totalidad de los vidrios del rosetón del hastial meridional: en términos globales era necesaria la restauración de 1.101 metros cuadrados y la construcción ex novo de 664 metros superficiales. Demetrio de los Ríos marcó las líneas generales que debían presidir la restauración de las vidrieras: los vidrios existentes debían respetarse en sus lugares respectivos, bien pertenecieran a los que se denominaba "los siglos fundamentales", es decir, los siglos XIII y XIV, bien procedieran de restauraciones posteriores, "pues esta variedad dentro de la unidad del conjunto hace resaltar su riqueza arqueológica". En cuanto al caso especial de las vidrieras de las capillas absidiales, compuestas con medallones de pequeñas figuras de la Edad Media, restauradas en el siglo XVI con paneles de 268 grandes figuras puestos a continuación, la Academia decidió que "se haga desaparecer semejante heterogeneidad, haciendo extensivo este criterio a los casos que pueden presentarse de complicación de dos o tres estilos o épocas en el conjunto de la misma vidriera". Un tercer caso era cuando en una misma vidriera aparecían junto al estilo primitivo otro de su continuación y un tercero de una restauración posterior y luego paneles deshechos en una revuelta mezcla de vidrios: aquí la Academia decidió "reemplazar los modernos retazos con otros en que sobresalga la forma y carácter de la masa más antigua predominante en la misma vidriera para que armonice con la inmediata". Fijados estos criterios generales, se estableció el proceso global de los trabajos: en primer lugar debían reconocerse, clasificarse y catalogarse detenidamente los vidrios antiguos almacenados, tareas que debían ser dirigidas por el arquitecto director auxiliado de un canónigo y un vocal de la Junta de obras perteneciente a la Comisión de Monumentos; para los temas que debían representar los vidrios nuevos se decidió la intervención directa del Obispo, Cabildo en pleno, o la delegación en una comisión nombrada para este propósito. La reparación de las vidrieras conservadas se desligó del problema de la construcción de las nuevas: para las primeras Demetrio de los Ríos recomendaba que no salieran de León durante la reparación, para evitar pérdidas irremplazables; por ello, en cuanto a esta tarea de construcción de vidrios para aplicarse a las vidrieras deterioradas y su reparación, se estableció que se encargara a la "industria nacional". En lo referido a la construcción de las vidrieras nuevas, una vez fijados los asuntos que debían representarse en ellas, se decidió que se convocara un concurso internacional para este difícil cometido. La Junta de obras de la Catedral de León remitió al director general de Instrucción Pública una memoria con la descripción de las vidrieras existentes y su organización en los huecos; esta memoria fue a su vez dirigida a la Academia que emitió su informe el 4 de marzo de 1889. La memoria era un detallado y organizado informe sobre el estado de las vidrieras existentes, su época, descripción y su emplazamiento en los vanos de la catedral; la Academia no se pronunció sobre los temas que habían establecido las autoridades religiosas para los nuevos vitrales "siendo de exclusiva competencia del Excmo. Cabildo de la Santa Iglesia catedral, de acuerdo con su Prelado, el fijar los asuntos que deben representar las vidrieras que faltan". Respecto a las vidrieras nuevas, una vez establecidos los temas, la Academia fijó en su informe las bases del concurso que debía convocarse: se establecían interesantes puntos referentes a la técnica de fabricación de las vidrieras que debían formarse con "vidrios llamados metálicos" sobre los que se aplicarían los colores con óxidos metálicos para que, con el fundente y el recocido en la mufla, resultasen vitrificados. Otras observaciones hacían referencia a la necesidad de elaborar dibujos previos que debían remitirse a la Academia y la posterior ejecución de cartones de tamaño natural sometidos de nuevo al juicio de la Academia; finalmente se establecían las orientaciones para elaborar condiciones facultativas y presupuestarias. Los religiosos completaron esta documentación con una Relación de las vidrieras que faltan con fecha 9 de junio de 1890 y una memoria redactada por Demetrio de los Ríos y fechada en septiembre de 1890 trataba de completar los requisitos necesarios para dar comienzo de modo efectivo a la reparación y reposición de vidrieras. Para la construcción de las vidrieras nuevas establecía Demetrio de los Ríos que "el mejor modelo son las vidrieras mismas", especialmente para las que debían restaurase, donde debía aspirarse a lograr una identidad completa, mientras que para las nuevas era necesario al menos conseguir una excelente imitación. Las dificultades de encargar este trabajo a una casa extranjera eran manifiestas: a esta necesidad de tener presente siempre las vidrieras antiguas como modelo para las nuevas, con vista a la unidad del conjunto, se sumaban otras consideraciones como la obligatoriedad de realizar el plantillaje hueco 2 69 Asunción de la Virgen. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de un paño en las ventanas de la capilla de la Virgen de la Esperanza. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. por hueco debido a las diferencias metrológicas entre los vanos y sus huecos respectivos, igual que ocurría con las cotas de las alturas para los hierros que enlazan los maineles. Estos problemas imponían que los estudios necesarios para fabricar los vidrios nuevos, como por supuesto para reparar los antiguos, debían realizarse en León, debido a la particularidad de cada caso concreto. Faltaba en el último proyecto de Demetrio de los Ríos un documento esencial para poder sacar a concurso la fabricación y reparación de las vidrieras de la Catedral de León, como era el pliego de condiciones facultativas y así lo declaró la Academia; a la redacción de este documento debió dedicarse Demetrio de los Ríos los últimos meses del año de 1891; sin embargo, el informe de la Academia, con fecha de mayo de ese año, llegó a Demetrio de los Ríos pocos meses antes de su fallecimiento cuando ya sentía considerablemente debilitadas sus fuerzas. El fallecimiento de Demetrio de los Ríos el 27 de enero de 1892 supuso la detención de los trabajos de vidriería cuando éstos estaban superando los preparativos y trámites precisos para poder dar comienzo al certamen internacional; aún quedaba en suspenso esta convocatoria del concurso internacional para la reconstrucción de los vidrios necesarios para cerrar los ventanales. Demetrio de los Ríos había planteado pocos meses antes de su defunción, el día 23 de mayo de 1891, la creación de un taller de restauración de vidrieras localizado en la llamada Casa-Lonja dependiente de la Catedral de León, para lo que proponía la rehabilitación del edificio. Derecha: Huida a Egipto. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de un paño en las ventanas de la Presacrisaa. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. Ésta era la situación en que se encontró los proyectos de vidriería Juan Bautista Lázaro al ocupar la dirección facultativa de las obras de restauración en junio de 1892. Todo apuntaba hacia la creación de un concurso internacional para la factura de las nuevas vidrieras, como de hecho se había realizado en 1881 para realizar los vitrales nuevos de la catedral de Burgos: en esa ocasión concursaron las más prestigiosas casas europeas dedicadas a este arte, como eran los talleres de Zetller de Munich, los de Mayer de Londres, la parisinas casas de Anglade y de Lorin, ésta última con talleres también en Chartres —vinculados a Viollet-le-Duc—, la de Schmit de Aachen y, dentro de España, la barcelonesa firma de Amigó; entre todas ellas parecían gozar de mayor prestigio los talleres muniqueses de Zetller, que también contaban con sucursales en Londres. La necesidad de plantear un pliego de condiciones facultativas como requisito previo a la convocatoria del concurso y la complejidad misma de realizar un certamen internacional, ocasionaron dilaciones que hacían peligrar el éxito de la empresa. Estos graves escollos no pasaron desapercibidos a Juan Bautista Lázaro que empleó sus dos primeros años al frente de la catedral en profundizar en el estudio del arte y la técnica de la vidriería; para ello comenzó efectuando algunos ensayos a pequeña escala para poder juzgar la calidad, coloración y fortaleza de los distintos tipos de vidrios que podía proporcionar la industria nacional y extranjera. Estas tentativas de fabricar las vidrieras directamente en León se aplicaron a algunos paneles o témpanos enteramente nuevos, primero a partir de dibujos o copias de vidrieras para comparar los resultados con los originales: el resultado fue poco satisfactorio debido a que los dibujos no daban idea exacta de los matices de las vidrieras antiguas. Después se procedió a realizar una copia con un témpano antiguo a la vista del que se hizo una copia con vidrios nuevos y se repusieron en el viejo los que faltaban, dando un resultado sumamente satisfactorio, hasta el punto que no se podían distinguir los vidrios nuevos de los antiguos sino después de un detenido examen: quedaba demostrado que era sumamente difícil encargar a una casa extranjera la fabricación de los vidrios necesarios para completar y reparar las vidrieras antiguas, puesto que los resultados sólo podían ser satisfactorios si la vidriera se reparaba con el modelo antiguo a la vista. Del mismo modo, Juan Bautista Lázaro para completar los ensayos comprobó el resultado visual de estos primeros vidrios fabricados en León en su emplazamiento propio puesto que 270 El Niño Jesús entre los doctores y Expulsión de los mercaderes. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de un paño y la ojiva en las ventanas de la Presacristía. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. la elevación, el efecto de la luz natural y otras muchas circunstancias podían variar considerablemente el efecto final. Para realizar esta prueba final Lázaro reparó por completo el rosetón occidental que, de una superficie total de 30 metros cuadrados, conservaba unos 23 metros de vidrieras originales, aunque todos los paneles necesitaban reparaciones de mayor o menor importancia. Este rosetón planteaba, pues, la totalidad de trabajos que podían concurrir en la restauración del resto de las vidrieras de la catedral, puesto que aunaba todos los casos posibles, es decir, emplomados nuevos, reposición de plomos y vidrios antiguos, refección de paneles deteriorados mediante su reparación parcial con vidrios nuevos junto a los antiguos y, por último, el completamiento final del rosetón con vidrios de nueva factura. Primero se utilizó vidrio inglés, que no ofreció resultados satisfactorios debido a su excesiva limpidez que ofrecía una transparencia muy distinta de la original. La experimentación prolongada llevó a Lázaro a la aplicación de arena gruesa en el recocido y a la exclusión de la mulla con lo que consiguió una impre- 272 Bautismo de Cristo y Degüello de los inocentes. Dibujo de Torbado para la reconstrucción de un palio y la ojiva en las ventanas de la Presacristía. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández}. sionante semejanza con la textura rugosa del vidrio antiguo. Después de estas largas, laboriosas y complejas operaciones de experimentación y estudio, Juan Bautista Lázaro consiguió restaurar por completo el rosetón occidental de la Catedral de León con un éxito sin precedente en España, como modestamente dejaba escrito el arquitecto en 1894: "al presente este grande y hermoso rosetón se halla terminado por completo, ocupando su lugar propio y en condiciones de poderse juzgar de todos los pormenores de su reparación y decidir si la obra ejecutada y los artífices en ella empleados permiten esperar que la reposición de las demás vidrieras antiguas pueden llevarse a cabo con éxito satisfactorio como fundadamente cree el que suscribe". A partir de este rosetón ejecutado enteramente en el incipiente taller que estaba surgiendo en León se puede decir que comenzó la formidable empresa de la restauración y reconstrucción de la totalidad de las vidrieras de la Catedral de León, uno de los tesoros más pregonados del templo catedralicio leonés. Juan Bautista Lázaro no sólo afirmaba los fundamentos de un 273 Figura de santo. Dibujo de Torbado para el trono del obispo. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. taller local, con operarios, técnicas, materiales e instrumental ideado y dirigido por él mismo, sino que también estaba resucitando un arte como el de la vidriería prácticamente desconocido y olvidado en España durante el siglo XIX. El propósito de estos ensayos llevados a tan feliz término por Lázaro era formar un proyecto de reparación de las vidrieras existentes que pudiera ser realizado en su totalidad en el taller de León. Las ventajas de formar un taller en León eran incuestionables: al considerable ahorro presupuestario, se sumaban las garantías de llevar a cabo la reparación con la mayor escrupulosidad y respeto arqueológico de los vidrios existentes al repararse directamente en los talleres de la catedral, bajo la directa supervisión de un arquitecto como Lázaro, cuyos rigurosos criterios de restauración ya fueron comentados más arriba. Juan Bautista Lázaro desligó los trabajos de vidriería en dos categorías, una de reparación de los vidrios existentes y otra de fabricación de los nuevos vidrios necesarios. El arquitecto leonés, tras estos ensayos previos, comenzó presentando al Gobierno un Proyecto de reposición de las vidrieras antiguas en la zona de la nave alta (28 de agosto de 1894) huecos éstos que conservaban buena parte de sus antiguos vidrios, por lo que se podía iniciar la restauración de las vidrieras por estos paneles. Además estos huecos eran los que requerían más urgentemente su cerramiento, puesto que por estos amplios ventanales penetraban el agua y las nieves "en términos que ha habido días que todo el personal de la obra ha tenido que dedicarse a extraer el agua que convertía sus naves en una auténtica laguna", como expresivamente informaba el obispo de León al director general de Instrucción Pública al remitir el proyecto de Lázaro. El progresivo conocimiento de los métodos y procedimientos de la fabricación de vidrieras le permitió formar operarios sumamente diestros en este arte. Ello suponía iniciar una empresa "no acometida hasta ahora en España", como reconocía el propio arquitecto. La administración de la obra dispuso de horno para la fundición, además de las máquinas y herramientas mayores precisas para estos trabajos, mientras que los diamantes de cortar, soldadores y hornillos se comprendieron en los jornales de los operarios. La adquisición de materiales planteaba algunos problemas: el plomo se adquirió en lingotes fabricados en España, exigiéndose que fuera dúctil, compacto, exento de burbujas y puro y el estaño en barras. Las mayores dificultades se planteaban en la elección del vidrio, que debía ser de la mejor clase: los colores primarios estaban comprendidos en el vidrio en toda su masa a excepción de los rojos y de las gamas compuestas de oro. Se admitieron vidrios con burbujas, espesores diversos, tonos desvaidos y demás variedades que alteraban la monotonía de los colores unidos, pero se puso cuidado en no aceptarse vidrios cuya manipulación de espesores y diafaneidad acusara el empleo de medios mecánicos en su ejecución, distintos de los estrictamente artesanales. La selección de los vidrios se realizaba en varias fases, primero en comparación con relación a los viejos, después contemplando su diafaneidad y transparencia a la luz del sol y por último comprobando su comportamiento en el horno, desechándose los que reaccionaban en falso, saltaban y se resquebrajaban. Los procesos y técnicas de restauración del taller de vidrieras fueron prolija y detalladamente descritos por Juan Bautista Lázaro en el pliego de condiciones facultativas del proyecto. Básicamente y de modo esquemático comprendía los siguientes pasos: primero se limpiaba cada panel de la envoltura de papel que lo recubría y acto seguido se calcaba todo su despiezo sobre un cristal y se clasificaban sus cristales cuidadosamente; después se desarmaban todos sus elementos y se separaban por el arquitecto y el maestro vidriero los vidrios que precisaban repararse, cambiarse de lugar o reponerse, para pasar el panel al oficial cartonista que trazaba el cartón con arreglo al calco rectificado y lo dejaba en disposición de montarse. Las confrontaciones de los despiezos y dibujos y la constante supervisión del arquitecto aseguraban la escrupulosi- 2 74 dad del proceso: incluso para privilegiar siempre la conservación de los vidrios antiguos en aquellos casos en que los vidrios se habían desgastado, Lázaro decidió que se aumentaran los plomos para sostenerlos. Sobre el trazado del cartón se colocaron los elementos del panel que pasaba a manos del montador que, hecho el recorte, distribución y ajuste del nuevo emplomado, comenzaba a efectuar la montura, soldado, colocación de alambre de cobre y barnizado, para finalizar con el etiquetado y almacenaje del panel. Un aspecto interesante era la coloración de los vidrios: la mayoría eran monócromos, tal como los facilitaba la industria, pero si este tono no era aún plenamente satisfactorio, los vidrios se pasaban por el horno para dotarlos del color exacto. Algunos otros, por su propia naturaleza, debían pintarse y sufrir varias cocciones, trabajos éstos ejecutados por el maestro vidriero. La colocación de los paneles en sus huecos respectivos se aseguraba mediante alambres de cobre a las barras de hierro reforzadas con chavetas, recibiendo los bordes de los paneles por el interior estuco de cemento hidráulico. Estas operaciones, expuestas con brevedad, en realidad requirieron un esfuerzo considerable, sobre todo en cuanto a la clasificación y recomposición de los innumerables fragmentos de vidrieras desmontados que pudieron volver a recuperar su primitivo emplazamiento gracias a la laboriosidad y tenacidad de Juan Bautista Lázaro. El proyecto de reposición y restauración de vidrieras antiguas abarcó la totalidad de los ventanales altos. De las 31 ventanas que componen esta nave central del templo, existían almacenados vidrios de todas las ojivas, con una superficie de 753 metros cuadrados, excepto en la ventana del eje del ábside, que faltaban por completo; de las rosas altas de los ventanales faltaban todos los vidrios, mientras que había 48 ojivas aisladas que no tenían vidrios por haber sido tapiadas con adobe hacía varios siglos y que comprendían una superficie total de 153 metros cuadrados de vidrios que debían fabricarse de nuevo. De los tres grandes rosetones, el occidental, como dijimos, ya había sido restaurado por Lázaro, mientras que del rosetón del norte existían la mayor parte de los vidrios, pues de una superficie total de 31 metros cuadrados se conservaban 28; del rosetón sur faltaban todos los vidrios, como era de suponer, debido a los seculares desplomes y reparaciones que había sufrido este lienzo meridional. A pesar de existir buena parte de los vidrios en esta parte superior del templo, no obstante casi todos ellos necesitaban reparaciones de mayor o menor importancia, como testimonia la clasificación de cada panel en tres categorías de conservación que oscilaban entre "regular, mediano y malo". En líneas generales, la mitad de las ventanas podían reponerse con escasas reparaciones, mientras que la otra mitad requería además la reposición de vidrios rotos y el arreglo de aquellos sustancialmente alterados. Con los informes favorables de la Junta de Construcciones Civiles y de la Academia de San Fernando, Juan Bautista Lázaro emprendió la aventurada y considerable empresa de restauración de las vidrieras de la Catedral de León auxiliado por el también arquitecto Juan C. Torbado; los maestros vidrieros que intervinieron decisivamente en la composición y reparación de las vidrieras fueron Alonso Bolinaga, Santa María y González y el ajustador Moncada, que habían sido introducidos y perfeccionados en el arte de la vidriería por el catalán Rigalt. El modesto pero eficacísimo taller leonés consiguió restaurar todos los grandes ventanales de la nave alta y los grandes rosetones occidental y septentrional con sus respectivos triforios el año de 1897. Con estos excelentes resultados, Juan Bautista Lázaro acudió a la Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1897, presentando los estudios realizados para la restauración de las vidrieras, con el envío de los planos, cartones y dibujos coloreados de las mismas, con paneles bien restaurados o bien ejecutados de nuevo que abrazaban todos los estilos, épocas y clases de vidrieras desde el siglo XIII al XV. La resonancia pública y nacional que alcanzaron estos trabajos de vidrie- 275 Figura de santo. Dibujo de Torbado para el trono del obispo. [Foto: Archivo Edilesa/Fernando Fernández]. ría realizados en León bajo la dirección de Juan Bautista Lázaro fue de gran alcance. La prensa y la crítica nacional repitieron abundantemente los elogios por esta verdadera resurrección de un arte olvidado en España: Juan Bautista Lázaro recibió la medalla de primera clase otorgada por el Jurado de la Exposición y la Real Academia de la Historia premió con un accésit la monografía acerca de la pintura sobre vidrio presentada por Lázaro al concurso público convocado por la Academia. Con este reconocido éxito, Juan Bautista Lázaro presentó el 27 abril de 1898 un proyecto para la ejecución de las vidrieras totalmente nuevas que aún eran necesarias para completar el cerramiento de los ventanales de la catedral. Las vidrieras que faltaban eran las correspondientes al rosetón meridional, a la totalidad de la galería del triforio, excepto en los hastiales norte y oeste, y las ventanas bajas de la nave; en cuanto a las ventanas correspondientes a las capillas absidiales éstas se encontraban prácticamente conservadas en su totalidad, por lo que se procedió a su reparación. Los problemas eran ahora mucho más complejos, pues a la parte técnica y material se sumaba la artística debido a la necesidad de ejecutar cartones totalmente nuevos, j unto con los problemas iconográficos de asignar los temas convenientes a cada zona de ventanales; el estudio de los escasos restos conservados de estas vidrieras demostraba a Lázaro la existencia de un programa simbólico en la distribución de los temas de las vidrieras de la catedral, regido por el orden general dominado por el ascenso desde el reino vegetal y animal, es decir, la tierra, hacia las esferas celestiales. Las ventanas bajas representaban motivos vegetales de profusa decoración, la zona intermedia del triforio pertenece al mundo, donde aparecen los símbolos heráldicos del poder terrenal, mientras que las ventanas altas, presididas por figuras de santidad, remiten al mundo celestial; sin embargo, este orden general mostraba particularidades dentro de cada una de las zonas que debían reconstruirse. ■ Ventanas bajas de las naves: diez ventanas tenían tapiados sus vanos desde hacía varios siglos y sus huecos se cerraron a principios del siglo XIX con unas pinturas sobre tabla con figuras de reyes, de escasa calidad, ejecutadas por el pintor Neira (1.5). Se conservaban sin embargo la totalidad de las tres rosas superiores de estas ventanas y, por el contrario, los escasos restos de vidrieras de las ojivas ofrecían exiguos datos, pero suficientes para plantear su reconstrucción con suficiente garantía de fiabilidad: los temas representados eran, como apuntamos más arriba, representaciones de la flora con algunas notas de fauna, trasunto del reino terrenal, que fue adoptado para toda la extensión de los vidrios de estas naves bajas del templo. • Capillas absidiales: de las quince ventanas de las capillas absidiales se con- servaban casi todas las vidrieras, si bien su estado de conservación era sumamente lamentable. Juan Bautista Lázaro explicaba este deterioro por ser algunos de estos vidrios los más antiguos del templo y también por pertenecer el resto a la época en que se había abandonado el uso de los vidrios pequeños y gruesos que fueron sustituidos por otros mayores y más delicados. En esta zona del edificio existían vidrios más que suficientes para proceder a la reparación de las vidrieras, debido a que, con la apertura de los accesos a la capilla de Santiago y a la sacristía en el siglo XVI, parte de los vidrios se habían almacenado desde estas fechas, de modo que había sobrados vidrios que se emplearon para reparar estas vidrieras. ■ Galería del triforio: de esta galería que circunda el templo catedralicio por todo su perímetro no habían llegado a estos años finales del sglo XIX más que las vidrieras correspondientes a los hastiales norte y oeste que ya habían sido restauradas y repuestas; del resto sólo se conservaban insignificantes restos cuya composición era de simples grisallas con escudos heráldicos. Estas vidrieras presentaban dos peculiaridades que tuvo en cuanta Lázaro 276 al proponer su reconstrucción: en primer lugar la luz que recibían era más escasa que el resto de los ventanales debido al escamado que corona la galería, por lo que Lázaro empleó para estos vidrios menos coloración que para el resto para no absorber tanta luz; por otra parte, la temática heráldica venía impuesta tanto por los restos conservados, por el programa simbólico general, como también por una ley que se cumplía en el arte de la vidriería del mismo modo que en la escultura monumental, como era la supeditación a la arquitectura: los huecos no permitían representación figurada puesto que resultaría sumamente perjudicadaspor las gigantescas figuras de santos de las ventanas altas; para ello se emplearon los escudos, salvo en el triforio del ábside, que, por recorrer una parte tan destacada del edificio como por presentar huecos de mayores dimensiones, recibió figuras semejantes a las de las ventanas altas. ■ Rosetón meridional: la tracería de este rosetón reconstruido por Juan de Madrazo era idéntica a la del rosetón septentrional. Esta semejanza llevó a Lázaro a ratificar la decisión temática planteada por las autoridades religiosas que se inclinaron por reproducir motivos semejantes al vecino rosetón del norte. La iconografía del óculo de la rosa septentrional —Jesús en actitud de enseñar— tenía su temática en el pórtico sur, lo que indujo a extraer el motivo principal del rosetón meridional —la Coronación de la Virgen— del tímpano de la puerta izquierda del pórtico occidental, que sirvió de guía para el óculo central del rosetón; del mismo modo, la serie de personajes bíblicos que ocupan los dieciseis óculos secundarios de la rosa del norte eran reproducciones exactas de los que decoran las archivoltas de la puerta sur, concomitancia que llevó a Lázaro a copiar los modelos que ofrecían las archivoltas del pórtico occidental, es decir, las figuras femeninas dotadas de los símbolos de las virtudes que acompañan a la Coronación de la Virgen. Esta temática ornamental venía además justificada por algunos vidrios que aparecían engarzados en otras vidrieras como reparaciones antiguas, cuya procedencia se desconocía, y que Lázaro suponía procedentes de los antiguos vidrios del rosetón meridional. Este proyecto del año 1898 se ejecutó durante los tres años siguientes hasta cerrarse en su totalidad los ventanales de la Catedral de León. Los trabajos de vidriería fueron parte importante de ese interés constante de Juan Bautista Lázaro por las artes decorativas en esta etapa final de su trayectoria arquitectónica. La restauración de las vidrieras fue la más imponente recuperación de los talleres de restauración; pero Lázaro organizó también importantes talleres de rejería donde se completaron las rejas de la catedral, tanto en su forja y lima como en sus repujados y cincelados, así como también otro taller de talla artística en madera para la construcción y reparación de puertas, la restauración de la sillería de coro y la reposición de los altares. En este último sentido, otra interesante labor ejecutada por Lázaro y Torbado fue la recomposición del retablo mayor de la catedral, después de que el enorme retablo barroco de los Tomé fuera desmontado por Demetrio de los Ríos. El retablo actual de la catedral fue armado a partir de tablas de los siglos XV y XVI que pertenecían a antiguos retablos de la catedral y otras que se agruparon procedentes de varias iglesias de la diócesis leonesa por donde se fueron recopilando: para componer este retablo y restaurar los restantes del templo, se habilitó igualmente un taller de dorado, estofado y pintura. Esta habilidad que demostró Juan Bautista Lázaro para organizar todos estos trabajos de carácter artesanal indispensables para reabrir el templo demuestran el interés por las artes decorativas que a tan alto nivel situó el arquitecto leonés. La restauración de las vidrieras y la rehabilitación del mobiliario litúrgico interior posibilitaron la reapertura de la Catedral de León después de casi medio siglo de constantes trabajos. 277