Breve historia de las teorías acerca del origen de la vida Héctor A

Anuncio
Breve historia de las teorías acerca del origen de la vida
Héctor A. Palma1 UNSAM, Escuela de Humanidades, Centro de Estudios de Historia
de la Ciencia ‘José Babini’ Martín de Irigoyen 3100 (1650) Campus Miguelete.
San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Abstract
Se analizan algunos de los intentos que se han hecho, a través de la Historia, por
responder al problema del origen de los seres vivos. El objetivo del trabajo, no obstante
no es principalmente historiográfico, sino que juega en la interfase de la historia de la
ciencia con la Filosofía de la Ciencia.
Así, por un lado se divide el problema abordado en tres grandes cuestiones: la
biogénesis, es decir el origen de la vida en sí misma- donde se repasan, la generación
espontánea, el origen extraterrestre y la explicación naturalista de la aparición de la vida
en la Tierra; el origen de las especies- donde se analiza fundamentalmente la irrupción
de la teoría darwiniana de la evolución en oposición al pensamiento fijista/creacionista;
el origen de los individuos, donde se repasan las posiciones preformacionista y
epigenética.
Por otro lado, se muestra cómo la Historia de la Ciencia basada en el catálogo de
respuestas parciales resulta cuando menos insuficiente, porque la clave suele estar en
todo caso en la modificación o inauguración de nuevas preguntas, cuya delimitación y
configuración es un problema epistemológicamente mucho más interesante y
esclarecedor.
Keywords
Historia de las ciencias, epistemología,
creacionismo, preformacionismo, epigenismo.
biogénesis,
evolucionismo,
Este brevísimo trabajo trata acerca de algunos de los intentos que se han hecho, a
través de la Historia, por responder a uno de los problemas más antiguos, inquietantes y
ubicuos de la Humanidad: el origen de los seres vivos. Sin embargo, quiero hacer,
previamente dos señalamientos epistemológicos.
Circula ampliamente una idea según la cual la ciencia, en particular lo que hoy
llamamos Biología consiste en el conjunto acumulado de respuestas históricas acertadas
a una serie estable y permanente (aunque no siempre delimitada) de preguntas. La
ciencia no sería entonces más que un trabajo de descubrimiento en el sentido más literal
de desocultamiento. Concedamos que, efectivamente, y esto es casi una obviedad,
encontrar buenas respuestas a los problemas e interrogantes humanos es una de las
metas de la ciencia. Sin embargo, esta forma de ver las cosas apenas si nos devuelve una
Historia de la Ciencia contada del lado de las respuestas, como un camino acumulativo.
Sin embargo la dinámica histórica suele resultar más compleja e interesante que
simplemente eso, y aunque es muy difícil discernir si las nuevas preguntas comienzan a
ser formuladas recién cuando comienzan a estar disponibles nuevas respuestas; o si, por
el contrario, la secuencia se inicia con la irrupción de nuevas preguntas, siempre queda
claro que en la dinámica de la producción histórica de conocimiento hay un papel
destacado para las nuevas preguntas: ellas conllevan a nuevas configuraciones de la
realidad, nuevas taxonomías y clasificaciones de lo real, nuevas áreas de interés, y sobre
todo, modifican el conjunto de candidatos a respuestas posibles (incluyendo algunas
nuevas y eliminando otras tradicionales) y, obviamente, constituyen los nuevos límites
de la ciencia socio-históricamente situados.
Por decirlo en una apretada fórmula: no sólo no se puede decir, legítimamente,
cualquier cosa en cualquier momento, sino, sobre todo, no se puede, legítimamente,
preguntar cualquier cosa en cualquier momento. Los sueños nunca fueron objeto de
interés científico hasta que S. Freud los consideró parte de su teoría acerca de la psiquis
humana; los errores de los niños no pasaban de ser producto de la incompletitud de los
mismos hasta que J. Piaget encontró que se trataba de errores sistemáticos y construyó
sobre los mismos su teoría del desarrollo de la inteligencia; las diferencias entre los
individuos de una misma especie nunca fueron objeto de consideración significativa
hasta que Darwin basó la evolución de las especies en estas diferencias; la búsqueda
sistemática del agente patógeno biológico que produce una enfermedad fue el resultado
de la instalación del paradigma de las enfermedades infecciosas; etc. Acerca del tema
que nos ocupa, podemos decir que allí donde en un principio había sólo un problema,
hay tres cuestiones relacionadas pero distintas: el origen de la vida en sí misma, el
origen de los seres vivientes individuales y el origen de las especies. Puede decirse,
simplificando algo las cosas, que la historia de una gran parte de la Biología es la
historia de la distinción de estas tres preguntas.
El segundo señalamiento concierne a una cuestión a la que sólo me referiré
tangencialmente pero que siempre está latente a la hora de plantear estos temas.
Al igual que en otras áreas del conocimiento humano, en lo que hoy llamamos
Ciencias Biológicas, al principio prevaleció el pensamiento mítico-religioso (en
adelante PMR) y, con el correr de los siglos, se fueron agregando e imponiendo más y
mejores explicaciones científicas. Por el lado de la Física, la Astronomía y otras áreas
de las Ciencias Naturales, el PMR, aunque lentamente y muy a regañadientes, tuvo que
ir reconociendo descripciones acerca del mundo natural que al principio le parecían
inaceptables. Sin embargo, por el lado de las Ciencias Biológicas como en ningún
otro caso, el pensamiento religioso, a través de una militancia inclaudicable y
fundamentalista -en ocasiones de gran efectividad-, aún pretende imponer sus
creencias y tener incumbencia, de distintos modos, en los tres grandes problemas,
ya señalados, alrededor de lo viviente. Aunque, como dije, no voy a extenderme aquí
en el PMR, vale la pena dejar en claro dos cuestiones. En primer lugar, el debate
ciencia-PMR se encuentra definitivamente saldado desde hace tiempo, no sólo porque la
explicación del PMR sea falsa, sino también porque es dogmática (no admite ni siquiera
la posibilidad de revisión), poco interesante (no explica nada), estéril (no sirve para
seguir indagando) y sobre todo, totalmente insuficiente para la razón humana (que
siempre se muestra ávida por conocer más y mejor el mundo que la rodea). En segundo
lugar, y casi paradójicamente, aunque no se trate en la actualidad de un debate legítimo,
el PMR tiene una presencia ubicua en los medios masivos y, sobre todo, en la
enseñanza, por lo cual se hace necesario, en este nivel, salirle al cruce todo el tiempo, so
pena de que nuestros estudiantes crean que, efectivamente, se trata de una alternativa
explicativa.
1. EL ORIGEN DE LA VIDA
El PMR busca responder a la misma pregunta sobre el origen de la vida
que la ciencia actual: ¿cómo fue que en algún momento apareció la vida donde antes no
la había? Las múltiples respuestas son conocidas: alguna fuerza sobrenatural o alguna
reunión de ellas decidió en algún momento determinado iniciar una nueva forma de lo
existente. En general estos mitos responden a varias preguntas en forma conjunta: a la
creación del mundo en general, al surgimiento de la vida e incluso al origen de las
distintas especies. También, al igual que la ciencia actual, reconocen la misma
secuencia: primero lo no viviente y luego lo viviente. Dejaremos de lado este costado de
la cuestión.
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX aparecieron algunas concepciones
sobre el origen de la vida llamadas ‘eternalistas’, que se oponían básicamente a las
corrientes vitalistas2 y para afirmar que la vida era una propiedad de la materia, la
consideraban eterna como ésta. En la actualidad, la ciencia está lejos de pensar en estos
términos y el problema a debate es el de la biogénesis.
Otra teoría que desplaza el problema de la biogénesis es la panspermia o teoría
del origen extraterrestre de la vida. Ya en la antigüedad, Anaxágoras había declarado
que la vida se habría originado en un conjunto de gérmenes etéreos y que, de la misma
manera que observamos que la vegetación puede invadir las islas surgidas por
movimientos volcánicos, como producto de la fecundación de las lavas estériles por
esporas transportadas por el viento, se creía ya por entonces también en la posibilidad
de que tal fenómeno afectase al conjunto de la Tierra. El planeta pudo haber sido
sembrado por ciertos gérmenes venidos de otros mundos, concepción bastante extendida
no sólo en la Antigüedad, sino también durante el Renacimiento. Al respecto Giordano
Bruno (1548-1600), por ejemplo, proclamaba que “existen innumerables soles e
innumerables Tierras que giran alrededor del Sol, de la misma manera como nuestros
siete planetas giran alrededor de nuestro Sol. Hay seres vivos habitando estos mundos”.
Dentro de esta concepción se puede distinguir entre la radiopanspermia y la
litopanspermia. La primera fue defendida por científicos como el físico alemán
Hermann von Helmholtz (1821-1894), y el inglés William Thomson –lord Kelvin(1824-1907). Pero fue popularizada por el químico sueco, premio Nobel de 1903,
Svante Arrhenius (1859-1927), quien, en Worlds in the making, (publicado en 1907)
sostiene que estos gérmenes o esporas iniciales son transportados a la Tierra
constantemente y aseguraba que, dado que las esporas bacterianas son muy resistentes
al frío que hay en el espacio y además pueden conservarse durante mucho tiempo sin
perecer, bien podrían vagar por el espacio interestelar durante mucho tiempo,
diseminarse por todos lados, y proliferar cuando caen en lugares propicios como la
Tierra. Las esporas, sin embargo, no son resistentes a la luz ultravioleta ni a otras
radiaciones muy comunes en el Universo y difícilmente se entiende hoy que pueda
ocurrir lo que sostiene Arrhenius. El premio Nobel Francis Crick (1916-2004)3, por su
parte, especuló (en La vida misma, publicada en 1981) con que la vida se habría
originado fuera de la Tierra y habría llegado a ésta bajo la forma de microorganismos
enviados por una civilización extraterrestre en una especie de vehículo.
La otra variante, la litopanspermia, basada en el descubrimiento de la existencia
de diversos compuestos del carbono en los meteoritos, sostiene que los compuestos
orgánicos básicos habrían llegado utilizando este medio de transporte. El matemático
hindú Chandra Wickramasinghe y el astrofísico Fred Hoyle consideran que en la
inmensidad del Universo es posible que en muchísimos lugares se hayan dado
condiciones favorables para originar vida, de modo tal que el espacio podría estar
plagado de esporas que podrían haber llegado a la Tierra a través de meteoritos4. El
descubrimiento de residuos de aminoácidos en material meteorítico en los años ’80 por
parte de Cyril Ponnamperuma y otros investigadores norteamericanos es un dato de
apoyo a esta teoría.
En cualquier caso, las diversas formas de panspermia, al situar el origen de la
vida sobre la tierra en otros mundos, no explican el origen de la vida, sino que explican
el origen de la vida en la Tierra y desplazan el problema hacia un nuevo interrogante:
¿cuál es el origen de la vida en otras partes del Universo? Los intentos de respuesta de
esta cuestión han dado lugar a la exobiología, entendida como ciencia que estudia los
orígenes y evolución de la vida en el universo.
1.1 La cuestión de la generación espontánea
En principio, el término generación espontánea puede referirse a la intervención
continuada de la obra creadora de Dios, o bien, desde una perspectiva más naturalista, al
fruto de unas propiedades inherentes a determinados elementos inertes que al
combinarse dan como resultado seres vivientes. Por otra parte, la idea de que la vida es
el resultado de la generación espontánea es muy antigua. Ya Demócrito (460-370 aC) la
definió como el fruto de la unión al azar de ciertas partículas indivisibles que constituían
todo lo real, y que llamó átomos. Esta tesis no tuvo mucha aceptación y prevaleció en
cambio la concepción de tipo vitalista y animista, producto probablemente de la
concepción griega de la physis y que se reforzó con la gran influencia de la filosofía
aristotélica. Todavía hasta la segunda mitad del siglo XIX –momento en que Louis
Pasteur (1822-1895) desarrolla una serie de experiencias que dan por tierra con esa
teoría- se seguía creyendo que determinados seres vivos, en determinadas condiciones,
podían surgir espontáneamente de la materia inanimada, especialmente si ésta se hallaba
en estado de descomposición o putrefacción.
En el siglo XVII un conocido médico, Jean Baptiste van Helmont (1579-1644)
sostenía que:
“El agua de fuente más pura, puesta en un recipiente impregnado del olor de un
fermento, se enmohece y engendra gusanos. Los olores que ascienden del fondo
de los pantanos producen ranas, babosas, sanguijuelas, hierbas (...) Haced un
agujero en un ladrillo, meted en él hierba de albahaca molida, aplicad un segundo
ladrillo sobre el primero, de manera que el agujero quede completamente cubierto,
exponed los dos ladrillos al sol, y al cabo de algunos días, el olor de albahaca,
obrando como fermento, cambiará la hierba en verdaderos escorpiones” (...) Si se
comprime una camisa sucia en la boca de un recipiente en que hay trigo, al cabo
de veinte días, aproximadamente, el fermento salido de la camisa es alterado por
el olor de los granos, transmuta el trigo revestido de su corteza en ratones, que son
diferenciados por una diversidad de sexos, que después multiplican su especie,
habitando los unos con los otros (...)
La creencia en la generación espontánea continuó durante bastante tiempo más, a
pesar de los resultados de algunos experimentos en contrario. En uno de los más
notables, el naturalista, médico y poeta italiano Francesco Redi (1626-1694) llevó a
cabo una serie de experimentos para demostrar que las moscas no se originaban por
generación espontánea. Dispuso para ello unos trozos de carne en frascos de boca
ancha, y dejó algunos completamente abiertos y otros cerrados con un “papel
herméticamente atado y sujetado”. A los pocos días, observó que la carne que se
encontraba en los frascos abiertos estaba llena de gusanos, mientras que no había
ninguno en la carne que estaba en los frascos cerrados. Redi realizó luego un
experimento más para descartar que la no aparición de moscas se debiera a la falta de
aireación, sustituyendo el papel por una malla muy fina, y los resultados fueron iguales:
no aparecieron gusanos. Su interpretación fue acertada: ni en los frascos cerrados ni en
los que estaban tapados por la malla fina, podían entrar las moscas a depositar sus
huevos, por lo tanto, las moscas nacen de los huevos puestos por otras moscas. Redi
establece así la idea de la continuidad de lo viviente aunque esta idea, que en apariencia
es la misma que prevalece en la actualidad, supone dos cuestiones: la primera es que
sólo Dios puede crear vida, y la segunda al preformacionismo, que luego veremos en
ocasión de discutir el origen de los seres individuales.
No obstante, hacia principios del siglo XVII, con el comienzo del uso del
microscopio5, la creencia en la generación espontánea fue cobrando más fuerza y era
atribuida ya no tanto a los animales más grandes como ranas, insectos y otros, sino sólo
a esos seres microscópicos nuevos cuya proliferación podía verse con cierta facilidad y
en pocas horas a través del microscopio. El más célebre de los naturalistas que utilizó
sistemáticamente el microscopio fue el holandés Antoon van Leeuwenhoek (16321723), descubriendo el mundo de los infusorios (microorganismos que podían
observarse en los líquidos). La generación espontánea fue defendida por los más
notables naturalistas como George Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) y Jean
Baptiste Pierre Antoine de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), quien en las
primeras décadas del siglo XIX la defendía para el caso de ciertos organismos
primitivos, a partir de los cuales se suponía que se inauguraban distintas líneas
evolutivas.
En 1859, Félix Pouchet (1800-1872) publicaba La Heterogonía o Tratado de la
generación espontánea y Pasteur lo toma como el adversario al cual había que rebatir
para atacar la generación espontánea. En una conferencia celebrada el 7 de abril de 1864
en las “Veladas científicas de la Sorbona” Pasteur describe en una elaborada e
histriónica puesta en escena las experiencias que realizó para terminar con la generación
espontánea, denostando a Pouchet.
Ahora bien, y a propósito de las preguntas, ¿cuál es el alcance del trabajo de
Pasteur?, lo que se abandonó a partir del impacto de la difusión pública de los resultados
de Pasteur es la teoría de la generación espontánea que podríamos llamar continua, es
decir, la referida a la producción continuada a través del tiempo y que se circunscribe a
unos pocos seres vivos, pero que nacen siempre y constantemente según el mismo
mecanismo. Pasteur sentó las bases para señalar inequívocamente que lo viviente nace
de lo viviente, vale decir que expulsó definitivamente la idea de la generación
espontánea del ámbito de la reproducción, pero aún quedaba sin explicar el origen de lo
viviente, y parece no haber otra forma de entenderlo que la generación espontánea ‘allá
lejos y hace tiempo’, es decir en un solo caso o en unos pocos. Es interesante hacer
notar que una de las consecuencias de los trabajos de Pasteur, que en principio
“expulsa” del ámbito de la ciencia una serie de creencias infundadas, fue el crecimiento
de las concepciones de corte vitalista, teleológico y animista. Por ello Ernst Haeckel
(1834-1919) declaró que negar la generación espontánea significaba aceptar el milagro
de la creación divina de la vida señalando que, o bien la vida aparece espontáneamente
sobre la base de ciertas leyes naturales referidas a las propiedades fisicoquímicas de la
materia, o bien ha sido producida por fuerzas sobrenaturales. Ante esta alternativa se
formuló la llamada hipótesis del azar creador, consistente en suponer la formación de un
ser vivo a partir de materiales inanimados en determinadas condiciones. Aunque esta
tesis convierte la vida en un fenómeno altamente improbable por la necesidad de que se
conjuguen una serie de fenómenos diversos en un momento y lugar determinado, instaló
la posibilidad de considerar desde una nueva óptica el origen de la vida a partir de la
materia sin pensar más en la generación espontánea y sin requerir elementos
suplementarios como los vitalistas. Nótese entonces que el científico no tiene otra
solución que abordar el problema del origen de la vida a través de la hipótesis de la
generación espontánea. Lo único que la controversia resumida anteriormente demostró
como insostenible fue la creencia de que los organismos vivos surgen espontáneamente
en las condiciones actuales. Ahora nos tenemos que enfrentar con una pregunta algo
diferente: ¿cómo pueden en un principio haber aparecido espontáneamente los
organismos en condiciones diferentes a las actuales, ya que no pueden hacerlo más? O
incluso: ¿por qué hay que pensar que el único oscuro y privilegiado rincón del Universo
en el cual se habrían dado esas condiciones habría sido el planeta Tierra? Wald sostiene
al respecto:
“Solemos referir esta historia a los alumnos que empiezan a estudiar
biología como si ello representara el triunfo de la razón sobre el misticismo.
De hecho, es casi todo lo contrario. Lo razonable era creer en la generación
espontánea, y la única alternativa creer en un acto único y primero de
creación sobrenatural. No hay otra tercera postura. Por esta razón, muchos
científicos decidieron hace un siglo (este trabajo es de 1954) considerar la
creencia en la generación espontánea como una ‘necesidad filosófica’. Es un
síntoma de la pobreza filosófica de nuestro tiempo el que no se valore ya
más esta necesidad. La mayoría de los biólogos modernos, después de
seguir con satisfacción la caída de la hipótesis de la generación espontánea,
pero reacios a aceptar la creencia alternativa en una creación especial, se
han quedado sin nada.
Yo creo que el científico no tiene otra solución que abordar el problema del
origen de la vida a través de la hipótesis de la generación espontánea. Lo
único que la controversia resumida anteriormente demostró que era
insostenible fue la creencia de que los organismos vivos surgen
espontáneamente en las condiciones actuales. Ahora nos tenemos que
enfrentar con un problema algo diferente: cómo pueden en un principio
haber aparecido espontáneamente los organismos en condiciones diferentes,
supuesto que ya no pueden hacerlo más”. (Wald, 1971, p. 415)
1.2 El panorama actual
En la actualidad se trata, básicamente del problema de la biogénesis, vale decir
del surgimiento de lo viviente a partir de lo no viviente, considerando, contra las
corrientes vitalistas -aunque también contra el mecanicismo clásico-, que los seres vivos
se basan en los mismos procesos físicos y químicos que la materia inanimada. Nótese
que aparece otra cuestión clave e irresuelta- por lo menos en términos unívocos-: ¿qué
es la vida?, o mejor ¿hay algo que distinga claramente lo vivo de lo no vivo?
Ya a principios del siglo XX se dieron los pasos fundamentales para la
elaboración de hipótesis científicas acerca del origen de la vida. Así, en 1924 el ruso
Alexei Oparin (1894-1980) y, en 1928, el investigador inglés John B.S. Haldane (18921964) crearon las bases teóricas para que, otros como M. Calvin (1952), y S. L. Miller
(1953), pudieran proseguir aportando en la misma línea. Ya en los años 1960, pudo
lograrse la síntesis de aminoácidos y otras moléculas complejas dentro de una evolución
abiótica. El químico suizo Albert Eschenmoser y su equipo investigaron la posibilidad
de una estructura intermedia entre el ARN (molécula duplicativa, pero extremadamente
frágil) y las proteínas (no duplicativas) que sería, según ellos, el tipo de macromolécula
primordial. Para el químico británico Cairns-Smith, el origen de la vida terrestre estaría
en sistemas de vida cristalina y basada en materiales inorgánicos que, posteriormente,
desembocarían en la vida orgánica, mientras que el químico alemán Günther
Wächterhäuser sostiene que los primeros sistemas capaces de autoreplicarse estaban
constituidos por granos de pirita envueltos en materia orgánica, con lo que se acerca a la
tesis de Cairns-Smith, pero se basa en los tipos de vida descubiertos en profundas fosas
marinas alrededor de fuentes cálidas surgidas en chimeneas volcánicas submarinas,
pobladas de bacterias que viven de quimiosíntesis de materiales sulfurados6.
Como quiera que sea, el problema del origen de la vida está lejos de ser
resuelto, aunque hay un programa de investigación en marcha –que incluye
múltiples teorías y desde el cual ya no se puede volver atrás- y cuya pregunta
básica es ¿cómo lo viviente surgió de la reorganización de lo no viviente en
determinadas condiciones ambientales?
2. EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
La teoría de la evolución por selección natural, por lo menos en su versión
original darwiniana, no soluciona el problema del origen de la vida (aunque pueda de
hecho proporcionar indicios y nuevas líneas de abordaje) sino que, antes bien, elude la
cuestión desdoblando las preguntas en: ¿cuál es el origen de la vida? y ¿cuál es el origen
de las especies? La teoría de la evolución funciona a partir de la existencia de lo
viviente, pudiendo resumirse: “dado un conjunto de seres vivientes con las
características de los conocidos en el planeta Tierra, surgirán especies diversas a través
de mecanismos naturales y universales, siendo el principal la selección natural”.
En este sentido Charles Darwin (1809-1882) escribe en el último párrafo de El
Origen de las Especies:
“Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diversas
facultades, fue originalmente alentada por el Creador (destacado mío, esta
expresión aparece a partir de la segunda edición) en unas pocas formas o en
una sola; y que mientras este planeta ha ido girando según la ley constante
de la gravitación, a partir de un comienzo tan sencillo se desarrollaron y
están evolucionando infinitas formas, cada vez más bellas y maravillosas”.
Ch. Darwin, El Origen de las Especies, Capítulo 15
En primer lugar, Darwin contempla la posibilidad de que la vida en su origen haya
sido obra de un Creador, pero luego todo habría funcionado según leyes tan eternas,
universales y naturales como la de la gravitación. Atentos a la férrea oposición que suscitó
la teoría de la evolución en los sectores religiosos, algunos han sostenido que la afirmación
de Darwin es una suerte de concesión a las presiones de su época (algunos sostienen que
también es una concesión a su esposa, una mujer muy creyente). Sea cual fuere la
motivación última de esta frase, el aspecto epistemológicamente más interesante es otro: la
teoría darwiniana no explica el origen de lo viviente y la diferenciación de problemas se
sigue de exigencias metodológicas internas.
En efecto, una explicación que se base en la creación divina de las especies por
separado encontrará allí solución a ambos problemas. Por su parte, una explicación
evolucionista mecanicista podrá dejar de lado el problema del origen de la vida, en la
medida en que excede sus posibilidades.
El origen de la vida no es, por lo menos en principio, un problema para el
evolucionismo darwiniano aunque sí lo era para los interlocutores contra los cuales
disputaba Darwin. En efecto, otras versiones sobre el origen de las especies, como las
que defendían los científicos fijistas-creacionistas anteriores y contemporáneos de
Darwin, compatibles con el cristianismo dominante, y para las cuales Dios habría
originado mediante un único acto de creación especial a cada especie tal cual es en la
actualidad, respondían simultáneamente a las dos preguntas señaladas. Incluso el
evolucionismo de Lamarck respondía a ambas preguntas, estableciendo cuatro leyes o
principios7 de la evolución que comenzaban a funcionar a partir de la generación
espontánea de ciertos seres simples y ganando en complejidad a lo largo de las
generaciones.
3. EL ORIGEN DE LOS INDIVIDUOS
Finalmente, la tercera pregunta que se plantea es: ¿cuál es el origen de los seres
vivos individuales? Se trata de una pregunta sobre el presente inscripta en el ámbito en
el cual la Humanidad ha tenido desde siempre la experiencia cotidiana de embarazos y
nacimientos, así como también del surgimiento de nuevas generaciones de plantas. Se
trata, también, del ámbito en el cual la religión acepta sin mayores problemas las
descripciones científicas y probablemente el ámbito, dentro de los temas que nos
ocupan, menos sujeto a controversias de fondo, por lo menos en lo relacionado con los
procesos biológicos y fisicoquímicos de la reproducción de los seres vivientes. Sin
embargo, es probablemente el ámbito en que la religión tiene más presencia práctica y
política, tratando de interferir en las tecnologías sociales, biológicas y médicas
utilizadas, así como también en los debates éticos, jurídicos y políticos sobre los temas
relacionados con la reproducción, básicamente humana: decisiones acerca del tipo y
alcance de la educación sexual, la controversia sobre la despenalización del aborto, y
últimamente sobre la clonación humana y las posibilidades de la ingeniería genética.
Tomaré en consideración dos pares de conceptos opuestos que resultan a su vez
cambios en las preguntas que se le hace a la naturaleza: en primer lugar sobre el par
generación/ reproducción
preformacionistas.
y,
en
segundo
lugar
sobre
el
par
epigenistas/
3.1 Generación y reproducción
La concepción, hoy corriente, sobre el origen de los individuos implica el
reconocimiento de que es el resultado de un proceso de reproducción, es decir que,
básicamente, lo semejante produce lo semejante y que lo vivo nace de lo vivo. Esta idea,
conocida desde el fondo de los tiempos por la experiencia cotidiana de ver que los seres
humanos tienen hijos humanos, los perros descendencia de perros y así, sólo se
transforma en ley inviolable hacia el siglo XVIII, en ocasión de introducir el concepto
de reproducción. Hasta ese momento los seres individuales “no se reproducían” como
señala Francois Jacob (1970) sino que eran engendrados y entre reproducción y
generación hay grandes diferencias.
El concepto de generación aplicado a lo viviente, en suma, implica que:
• todo ser viviente es el resultado de una creación que, en una u otra etapa, exige la
intervención directa de las leyes divinas,
• aunque el concepto de generación campea en el contexto de la gran influencia de la
filosofía aristotélica (de continuidad y jerarquía de la Naturaleza), implica la
consideración de cada ser vivo como un acontecimiento único y aislado,
independiente de cualquier otra creación; que no tiene raíces en el pasado,
• el concepto de generación permite concebir que si bien es una constatación empírica
que lo semejante surge de lo semejante, esto no hace más que reflejar la costumbre
que lo semejante tiene de aparearse con lo semejante pero permite también
considerar como posibles distintos tipos de mezcla entre seres heterogéneos. Los
relatos de viajeros acerca de criaturas extrañas existentes, solo en lugares remotos e
inaccesibles para la mayoría de los hombres, más allá de su carácter fantasioso o
mítico encuentran cierto margen de credibilidad en este contexto.
Hacia finales del siglo XVIII se impone el concepto de reproducción para
señalar la aparición de nuevos seres individuales: lo semejante nace de lo semejante y
no hay otra posibilidad. Las preguntas sobre cómo es posible que aparezcan monstruos
como los descriptos por los viajeros deja de tener sentido porque ya no es legítimo
pensar en ellos como posibles. Algunas décadas después, como vimos más arriba,
Pasteur agregará: “lo vivo nace de lo vivo”.
3.2 Epigenéticos y preformacionistas
Históricamente se han dado sólo dos líneas de respuesta al problema del origen
de los nuevos individuos: la epigénesis por un lado y la preformación por otro. La
formulación más general que puede hacerse es que a la pregunta ¿cómo surgen los
individuos similares a sus padres? Unos (los preformacionistas) responden que los
nuevos seres ya se encuentran preformados en algún lugar del organismo de los padres
pero en miniatura, mientras que los otros (los epigenéticos) responderán que los nuevos
seres se constituyen gradualmente por formación sucesiva de partes nuevas, incluso con
el agregado de sustancias que provienen del exterior. Las teorías de la epigénesis y de la
preformación reproducían un antiguo debate. Aristóteles (384-322 a. C.) en De
generatione (II, 734a) ataca la teoría de la preformación implícita en las ideas de
Demócrito, mientras que la teoría de las razones seminales de San Agustín (354-430)
defendía una forma de preformacionismo. Ya Hipócrates (460-377 a.C.) había señalado
que el embrión se forma por la mezcla de dos simientes respectivamente producidas por
ambos padres y la tradición de raigambre aristotélica reprodujo durante siglos una
versión hilemórfica de la epigénesis. Entre finales del siglo XVII y durante el siglo
XVIII prosiguió el debate incluso entre filósofos partidarios del preformacionismo,
como Gottfried Leibniz (1646-1716) y partidarios de la epigénesis, como Immanuel
Kant (1724-1804).
El preformacionismo resultaba la forma más razonable y sencilla de concebir la
formación de un nuevo ser orgánico. Daba por supuesto que el nuevo ser no se forma
sino que ya está previamente formado, aunque de un tamaño muy pequeño como
corpúsculo o germen. En algún sentido, puede decirse que la generación propiamente
dicha no existiría para los preformacionistas, y se trataba sólo de un aumento de tamaño
de los gérmenes.
El preformacionismo albergó dos vertientes principales: la de los homunculistas
o animalistas y las de los ovistas (el futuro ser estaría preformado en los óvulos).
Marcello Malpighi (1628-1694), desarrolló una de las primeras formulaciones
preformacionistas ovistas modernas. Aunque no se conocía aún el huevo de los
mamíferos (cosa que ocurriría recién en 1827), los ovistas comenzaron a suponer que
todos los animales se engendraban a través de huevos. Los gérmenes entonces, se
encontraban en el progenitor hembra, mientras que el semen sólo tendría un papel
secundario: estimular el crecimiento del animalito preformado. También el holandés
Hans Swammerdam (1637-1680) defendía la tesis ovista. Sin embargo, el
descubrimiento de los animálculos del semen a partir de la utilización del microscopio,
provocó la escisión entre los preformacionistas. En efecto, algunos como Leeuwenhoek,
no vacilaron en considerar esos animálculos como verdaderos gérmenes de los
animales. Concebir que el animal en miniatura preformado estaba en el semen, además,
eliminaba la ‘desagradable’ situación de pensar que principalmente en la hembra se
encontraba la producción de nuevos seres. El huevo, provisto por la madre, sólo
operaría como receptáculo y alimento para el nuevo ser.
Sea como fuere, aún quedaba sin explicar de dónde provenían los gérmenes
preformados y para esto también había dos respuestas (que por supuesto ya se alejaban
mucho de la observación de los huevos de gallina y experimentos con embriones, de
herencia aristotélica, que se realizaban para la época): la diseminacion y el encaje.
Según la teoría de la diseminación, todos los gérmenes se encontrarían desde siempre
(desde la creación) esparcidos por todo el planeta, pero sólo se desarrollarían cuando se
ubicaban en matrices o cuerpos de una misma especie, que fueran capaces de hacerlos
crecer. Los animales obtendrían sus gérmenes del ambiente exterior, ya sea por
alimentación o por respiración, aunque sólo podían desarrollar los que les pertenecían
como especie. Según la teoría del encaje, cada individuo poseería gérmenes de su propia
descendencia, y a su vez, dentro de estos gérmenes se encontrarían los gérmenes de las
generaciones futuras, como en una suerte de muñeca rusa. Pero tanto la teoría de la
diseminación como la del encaje eran consistentes con las tesis ovistas y animalculistas,
con lo cual se generaron cuatro líneas distintas: ovistas con encaje, ovistas con
diseminación, animalculismo con encaje y animalculismo con diseminación.
Buffon describe las posiciones de los partidarios del encaje. Primero para los
ovistas:
“El ovario de la primera mujer contenía huevos que no sólo guardaban en
pequeño todos los hijos que había hecho o que podía hacer; sino también a
toda la raza humana, a toda sus posteridad, hasta la extinción de la especie.
Si no podemos concebir este desarrollo infinito y esta pequeñez extrema de
los individuos contenidos los unos en los otros hasta el infinito, la culpa es
de nuestro ingenio, cuya endeblez apreciamos cada día; en todo caso, no
deja de ser cierto que todos los animales que han sido, son y serán, fueron
creados a la vez, y todos fueron encerrados en las primeras hembras (...)
(citado en Rostand, 1994, p. 54)
Luego para los animalculistas:
“(...) no era ya la primera hembra la que contenía todas las razas pasadas,
presentes y futuras, sino el primer hombre quien contenía, efectivamente,
toda su posteridad. Los gérmenes preexistentes no son más que embriones
sin vida, encerrados como estatuillas en los huevos contenidos al infinito
unos en otros; son pequeños animales, pequeños homúnculos y organizados
y actualmente vivos, encerrados todos unos en otros (citado en Rostand,
1994, p. 56)
Seguramente la utilización del microscopio -que mostró un nuevo mundo
maravilloso y minúsculo, con infinidad de nuevos seres más pequeños que un grano de
arena-, fue un elemento importante para la instalación de estas ideas. Efectivamente, si
se había comprobado la existencia de estos animales diminutos desconocidos hasta
entonces, ¿por qué habría que pensar que éstos eran los más pequeños que existen y que
unos microscopios más poderosos y perfeccionados no nos revelarían otro mundo aún
más pequeño dentro de éste? Sin embargo, la preformación fue generando desconfianza
en muchos naturalistas. El mismo Buffon (un epigenista) señala que alcanza para
dilucidar la cuestión con un simple cálculo, y así, estima que un germen es más de mil
millones de veces más pequeño que un hombre. Es decir que en la segunda generación,
el tamaño de los gérmenes es de 1/1.000.000.000 (un número de diez cifras), mientras
que en la tercera generación será con un denominador de diecinueve cifras y en la sexta
por un número cincuenta y cinco cifras. Buffon hace una comparación con el universo
conocido mismo y concluye que es absurdo suponer que el germen de la sexta
generación debería ser más pequeño que el más pequeño de los átomos posibles.
En la historia de la ciencia, el preformacionismo- cuando menos en estas
versiones mecanicistas- cayó casi definitivamente en desgracia cuando los embriólogos,
desde Kaspar Wolff (1733-1794) en 1759 hasta Karl E. von Bayer (1792-1876) en
1827, mostraron que ni las células sexuales ni los embriones en sus primeras fases se
parecen a adultos en miniatura. Por ello, fue cobrando más peso la idea de la epigénesis,
defendida ya en el siglo XVII, por William Harvey (1578-1657), según la cual ni la
morfogénesis general de los organismos ni, en general, su desarrollo están preformados
en el organismo de sus antecesores, sino que cada organismo adquiere su forma
definitiva gradualmente mediante la acción de sustancias inductoras. Las polémicas
entre preformacionistas y epigenéticos se trasladaron al estudio de la morfogénesis y se
vieron, nuevamente, avivadas con la proclamación de la ley biogenética8 formulada por
Haeckel.
Pero cabe preguntarse en qué estado se encuentra la biología hoy con
relación a las matrices preformacionistas y epigenéticas. La respuesta es: a mitad
de camino. Perfectamente puede considerarse el conocimiento actual sobre la
reproducción como una síntesis más elaborada de las teorías de la preformación y la
epigénesis. En efecto, por un lado tenemos que la concepción de lo viviente se
encuentra atravesada hoy por la teoría de sistemas, que explica de qué modo los
sistemas vivientes se originarían y desarrollarían en una relación interactiva con el
medio y por la teoría de la información que explica de qué modo el código genético
lleva preestablecidas una cantidad y calidad variable de condiciones y características de
los futuros seres. Pero la matriz epigenética convive con la matriz preformista. En
efecto, si bien ya no se habla de “homúnculos escondidos en el esperma”, mediante la
metáfora del programa genético que se va desarrollando según condiciones
preestablecidas en lo fundamental. también podemos decir que la Biología moderna
resolvió salomónicamente la discusiones entre ovistas y animalculistas.
En todo caso, algo que emula de algún modo la disputa entre preformacionistas
y epigenéticos se da hoy en otros campos de debate. Por ejemplo entre los que creen
que, en los humanos, hay un determinismo genético muy fuerte y los que por el
contrario, aseguran que lo más importante es el medio social.
4. Final epistemológico
El objetivo de este trabajo no era por cierto realizar un examen completo
y exhaustivo de las teorías sobre el origen de la vida, sino más bien atender a algunos
aspectos epistemológicos generales del problema, tomando como casos testigo algunos
hitos en las disputas sobre el origen de la vida. Se intentó mostrar cómo la historia de la
ciencia basada en el catálogo de respuestas parciales resulta cuando menos insuficiente,
porque la clave suele estar en todo caso en la modificación o inauguración de nuevas
preguntas, cuya delimitación y configuración es un problema epistemológicamente
mucho más interesante y esclarecedor. Así, ha llevado muchos siglos concebir que hay
cuando menos tres preguntas donde en un principio parecía haber sólo una:
1. Pregunta por el origen: ¿cuál es el origen de la vida en sí misma?, es decir
¿cuales son las causas por las cuales en algún momento determinado ha
aparecido la vida por primera vez donde antes no la había? Reclama una
respuesta, cuando menos inicialmente, por el pasado remoto.
2. Pregunta por la diversidad: ¿cuál es el origen de las distintas especies? Se trata
de indagar cómo fue posible que surgieran formas de vida nueva. En las
versiones fijistas-creacionistas refiere al pasado remoto, pero en la versión
evolucionista actual, se trata más bien de un pasado constante, remoto y
presente, por un mecanismo en suma.
3. Pregunta por la reproducción: ¿cuál es el origen de los seres vivos individuales?
Se trata del problema de la generación y/o reproducción de lo viviente.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Jacob, F., (1970). La logique du vivant. Une histoire de l’heredité, París, Editions
Gallimard. Versión en español: La lógica de lo viviente, Barcelona, Laia, 1977.
Jacob, F., (1981). Le jeu des possibles, París, Librairie Artheme Fayard. Versión en
español: El juego de lo posible, Barcelona, Grijalbo, 1982.
Maynard Smith, J. y Szathmary, E. (1999). The Origins of Life. From the Birth of Life
to the Origin of Language. Versión en español: Ocho hitos de la evolución, Barcelona,
Tusquets, 2001.
Rostand, J., (1994). Introducción a la historia de la biología, Madrid, Planeta –
Agostini.
Wald, G., (1971). "El origen de la vida", en: La base molecular de la vida. Selecciones
de Scientific American. Madrid. H. Blume Editorial. p. 412–422.
1
Doctor en Filosofía, Magister en Ciencia, Tecnología y Sociedad y profesor en Filosofía.
Actualmente es profesor regular del área de Epistemología e investigador en temas de filosofía
e historia de la biología en la Universidad Nacional de San Martín (Centro de Estudios de
Historia de la Ciencia José Babini).
2
'Vitalismo' no es un término unívoco. Aquí me refiero exclusivamente a la corriente de
pensamiento filosófico-biológica desarrollada entre mediados del siglo XIX y comienzos del XX
y que se opone a toda forma de materialismo y reduccionismo de la vida a fenómeno físicoquímico o mecánico, defendiendo la existencia de un principio vital específico. Entre sus
principales defensores los biólogos: J. Uexküll, y H. Driesch. J. B. S. Haldane y L. V. Bertalanffy
han defendido formas menos estrictas de vitalismo. Entre los filósofos vitalistas, el más
importante fue H. Bergson.
3
Codescubridor, en 1953, junto con James Watson (n. 1928) de la estructura molecular del
ADN.
4
En realidad ambos apuntan a denostar la teoría de la evolución mediante la nueva versión del
creacionismo denominada diseño inteligente.
5
Por esos años, el uso de lentes –únicos o combinados- que podían aumentar el tamaño de
los objetos observados comenzó a ser bastante corriente. Mientras algunos dedicaban su
esfuerzo a observar lo infinitamente pequeño, como los naturalistas de nuestra historia, otros
como Galileo Galilei se dedicaron a observar los objetos del espacio cercano como la Luna y
algunos planetas.
6
Sobre el surgimiento y evolución de lo viviente puede consultarse Maynard Smith y
Szathmary, 1999. Sobre las últimas investigaciones acerca del origen de la vida y las formas
más elementales de lo viviente se puede consultar Mundo Científico N° 219.
7
Primera ley: la vida, por sus propias fuerzas, tiende continuamente a aumentar el volumen de
todos los cuerpos y a extender las dimensiones de sus partes hasta un límite que le es propio y
aumentando la complejidad de la organización y el perfeccionamiento. Segunda ley: la producción
de un órgano nuevo, resulta de una necesidad nueva que surge y se mantiene. Esta ley confiere a
la teoría lamarckiana un sesgo teleológico, es decir que los seres vivos tendrían una suerte de
impulso a adaptarse. Tercera ley: la aparición y desarrollo de los órganos está en relación directa
con el uso y desuso de esos órganos. Cuarta ley: los caracteres así adquiridos son hereditarios.
8
La ley biogenética de Haeckel, formulada en 1866 (conocida también como ley de Müller
y Haeckel), sostiene que “la ontogenia es una recapitulación de la filogenia”; es decir que
las fases sucesivas del desarrollo de un organismo en su estado embrionario son como un
resumen acelerado de los sucesivos estados que han sido alcanzados por el grupo
biológico al que pertenece a través del curso de su evolución. Por ello, el embrión de un
animal se parece más a un animal adulto de una especie inferior que a un adulto de su
propia especie, y su desarrollo individual es un resumen del desarrollo evolutivo de la
especie. Esta ley, surgida de las observaciones embriológicas, permitía explicar la
existencia de órganos transitorios en los embriones, tales como la existencia de hendiduras
branquiales en los embriones humanos -como si se tratase de peces-, o de esbozos de
dientes en los embriones de las ballenas que, sin alcanzar su desarrollo y sin tener función
alguna, desaparecen y parecen recordar la existencia de dientes en los precursores
evolutivos de estos cetáceos.
Descargar