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JUSTINIANO, FLAVIO ANICIO JULIANO (483-565)
Wenceslao Calvo (23-03-2010)
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Evangélica Pueblo Nuevo
Flavio Anicio Juliano Justiniano nació probablemente el 11 de mayo de 483 en Turesium y murió en
Constantinopla el 13 [14] de noviembre de 565.
Vida
Política religiosa
Política eclesiástica
Relaciones con Roma
Escritos
Vida.
Llegó a Constantinopla durante su juventud y terminó el curso normal de su educación, ocupándose
principalmente con la jurisprudencia y la filosofía. Al ser su madre hermana del grandemente estimado general
Justino, la carrera militar de Justiniano fue de rápido progreso, abriéndose un gran futuro ante él cuando, en 518,
Justino asumió el gobierno. Cónsul en 521 y posteriormente al mando del ejército en el este, fue virtualmente
regente durante largo tiempo antes de que Justino le hiciera emperador asociado el 1 de abril de 527. Cuatro
meses más tarde era el único soberano. Su administración fue de alcance mundial, constituyendo una época en
la historia del Imperio bizantino y la Iglesia oriental. Fue un hombre de capacidad inusual para el trabajo,
temperado, afable y activo, pero también sin escrúpulos y astuto. Fue el último de los emperadores que intentó
restaurar el Imperio romano a su antigua gloria. Para este fin emprendió sus grandes guerras y su colosal
actividad constructora. Partiendo de la premisa de que la existencia de una comunidad descansaba sobre las
armas y las leyes, prestó particular atención a la legislación y produjo un duradero recuerdo de sí mismo al
codificar la ley romana (Codex Justinianus, Novellae Constitutiones).
Política religiosa.
La política religiosa de Justiniano se apoyó en la convicción de que la unidad del imperio, incondicionalmente,
presuponía la unidad de la fe y para él era un asunto zanjado que esta fe sólo podía ser la ortodoxa. Los de
diferente creencia tenían que reconocer que el proceso que había comenzado por la legislación imperial desde
Constancio iba a ser ahora vigorosamente continuado. El Codex contenía los estatutos (Cod.,I, xi. 9 y 10) que
decretaban la total destrucción del helenismo, incluso en la vida civil; las provisiones pertinentes no se
quedarían meramente sobre el papel. Las fuentes (Malalas, Teófanes, Juan de Éfeso) hablan de severas
persecuciones, incluso hacia hombres en altas posiciones. Pero lo que demostró ser de dimensión histórica
universal fue la norma por la que el emperador, en 529, abolió la instrucción filosófica y jurídica en la
universidad de Atenas, poniendo fin a esta escuela de preparación para el helenismo. La propaganda cristiana
iba a la par que la supresión del paganismo. En Asia Menor solo, Juan de Éfeso afirmó haber convertido a
Justiniano I, mosaico del siglo VI en la basílica
70.000 paganos. El cristianismo fue también aceptado por los hérulos (Procopio, Bellum Gothicum, ii. 14;
de San Vitale, Rávena, Italia
Evagrio, Hist. eccl., iv. 20), los hunos que habitaban cerca del Don (Procopio, iv. 4; Evagrio, iv. 23), los abasgi
(Procopio, iv. 3; Evagrio, iv. 22) y los tzani (Procopio, Bellum Persicum, i. 15) en Caucásica. La adoración de
Amón y Augila en el desierto libio (Procopio, De Aedificiis, vi. 2) fue abolida y lo mismo ocurrió con los restos
de adoración de Isis en la isla de Filae, en la primera catarata del Nilo (Procopio, Bellum Persicum, i. 19). El
presbítero
Julián (DCB, iii. 482) y el obispo Longinos (Juan de Éfeso, Hist. eccl., iv. 5 y sgg.) dirigieron una misión entre
los nabateos y Justiniano intentó fortalecer el cristianismo en Yemen enviando un eclesiástico egipcio
(Procopio, Bellum Persicum, i. 20; Malalas, edición de Niebuhr, Bonn, 1831, página 433 y sgg.). Los judíos,
también, tuvieron que sufrir, pues no sólo fueron sus derechos civiles restringidos (Cod., I, v. 12) y sus
privilegios religiosos amenazados (Procopio, Historia Arcana, 28) sino que el emperador interfirió también en
los asuntos internos de la sinagoga (Nov., cxlvi, 8 de febrero de 553) prohibiendo, por ejemplo, el uso de la
lengua hebrea en la adoración divina. Los recalcitrantes fueron amenazados con castigos corporales, exilio y
pérdida de propiedad. Los judíos en Borium, no lejos de la Sirte mayor, que resistieron a Belisario en su
campaña vándala, tuvieron que abrazar el cristianismo y su sinagoga fue cambiada en iglesia (Procopio,
De Aedificiis, vi. 2). El emperador tuvo muchos problemas con los samaritanos, refractarios al cristianismo que
repetidamente se levantaron en insurrección. Los combatió con rigurosos edictos, pero no pudo impedir un
estallido contra los cristianos que tuvo lugar en Samaria hacia el final de su reinado. No fue menos consistente
con su política hacia los maniqueos que, también, fueron perseguidos severamente, tanto con el exilio como con
amenaza de pena capital (Cod., I, v. 12). En Constantinopla, en una ocasión, no pocos maniqueos, tras
investigación estricta, fueron ejecutados ante la presencia del emperador, siendo unos quemados y otros
ahogados (F. Nau, en Revue de l'orient, ii, 1897, p. 481).
Política eclesiástica.
Semejante despotismo lo mostró el emperador también en la política eclesiástica. Lo reguló todo, tanto en
religión como en derecho. Desde el mismo principio de su reinado estimó apropiado promulgar por ley su
creencia en la Trinidad y la encarnación, amenazando a todos los herejes con los castigos pertinentes (Cod., I, i.
5), a la vez que se propuso privar a todos los perturbadores de la ortodoxia de la oportunidades de tal ofensa
mediante el debido procedimiento de ley (MPG, lxxxvi. 1, p. 993). Hizo del credo niceno-constantinopolitano el
único símbolo de la Iglesia (Cod., I, i. 7) y dio fuerza legal a los cánones de los cuatro concilios ecuménicos (
Novellae, cxxxi). Los obispos que asistieron al sínodo de Constantinopla en 536 reconocieron que nada podía
ser hecho en la Iglesia contrario a la voluntad y mandato del emperador (Mansi, Concilia, viii. D70B); mientras
que, por su parte, el emperador, en el caso del patriarca Antimo, reforzó la prohibición de la Iglesia con
proscripciones temporales (Novellae, xlii). Gran cantidad de obispos tuvieron que escapar de la ira del tirano. Es
verdad, por otro lado, que no desaprovechó ninguna oportunidad para asegurar los derechos de la Iglesia y el
clero, protegiendo y extendiendo el monasticismo. De hecho, de no haber sido por el carácter despótico de sus
medidas, se estaría tentado a llamarlo Padre de la Iglesia. Tanto el Codex como la Novellae contienen muchas
promulgaciones sobre donaciones, fundaciones y administración de la propiedad eclesiástica, elección y
derechos de obispos, sacerdotes y abades; vida monástica, obligaciones residenciales del clero, dirección del
servicio divino, jurisdicción episcopal, etc.
Relaciones con Roma.
Desde mediados del siglo quinto en adelante arduas tareas confrontaron a los emperadores del Este en el terreno
de la política eclesiástica. Los radicales de toda índole se sentían constantemente repelidos por el credo que
había sido adoptado por el concilio de Calcedonia con la intención de mediar entre las facciones dogmáticas. La
carta de León Magno a Flaviano de Constantinopla fue considerada en el este un documento de Satanás; siendo
este el caso, a nadie le importaba lo que tuviera que ver con la Iglesia de Roma. Sin embargo, los emperadores
tenían que luchar con un doble problema. En primer lugar, la unidad entre el este y el oeste, entre Bizancio y
Roma, tenía que ser preservada y esto era sólo posible si no se apartaban bruscamente de la línea definida en
Calcedonia. En segundo lugar, las facciones en el este que habían sido perturbadas y estaban insatisfechas por
Calcedonia debían ser aplacadas y pacificadas. Este problema era el más difícil porque los grupos disidentes en
el este excedían a la facción de Calcedonia en el este, tanto en fuerza numérica como en capacidad intelectual;
por lo tanto el curso de los acontecimientos demostró que los dos objetivos eran incompatibles: cualquiera que
escogiera a Roma y el oeste debía renunciar al este y viceversa. Justiniano entró en la arena de los asuntos
eclesiásticos poco después de la ascensión de su tío en 518, poniendo fin al cisma que había prevalecido entre
Roma y Bizancio desde 483. El reconocimiento de la sede romana como la autoridad eclesiástica más elevada
(cf. Novellae, cxxxi) permaneció siendo la piedra angular de su política en relación al oeste, aunque al hacerlo
ofendió gravemente a los del este, si bien él se sintió enteramente libre para mostrar un frente despótico hacia el
papa (con su conducta hacia Silverio y Vigilio). Pero las controversias en el este fueron suficientes para
mantener al emperador ocupado durante todo su reinado, prestando más atención a ellas y a los asuntos
externos. No obstante su política contiene marcas de grandeza, luchando con gran entendimiento para satisfacer
los instintos religiosos de los devotos en el este, siendo una señal de prueba su actitud en la controversia
teopasquita. Al principio era de la opinión que la cuestión se había convertido en un asunto de palabras. Sin
embargo, gradualmente se dio cuenta de que la fórmula no era sólo ortodoxa, sino que podía también ser usada
como una medida conciliadora hacia los monofisitas, haciendo un vano intento de llevarlo a cabo en la
conferencia religiosa con los severinos en 533. De nuevo revivió esto mismo con aprobación en el edicto
religioso del 15 de marzo de 533 (Cod., 1., i. 6), congratulándose de que el papa Juan II admitiera la ortodoxia
de la confesión imperial (Cod., I, i. 8). El serio error que cometió al principio por instigar tras la ascensión de
Justino una severa persecución contra los obispos y monjes monofisitas y por lo tanto en contra de la población
de muchas regiones y provincias, lo remedió eventualmente. Su objetivo constante ahora fue sostener a los
monofisitas, aunque sin someter la fe de Calcedonia. Para muchos en la corte él no fue lo suficientemente lejos;
la emperatriz Teodora especialmente habría estado contenta de que los monofisitas fueran favorecidos sin
reservas. Sin embargo, Justiniano se vio restringido en esa política por las complicaciones que le habría
supuesto con el oeste. Tampoco podía escapar de esas cuestiones; por ejemplo en la controversia de los
Tres Capítulos. En la condenación de los Tres Capítulos, Justiniano intentó satisfacer al este y al oeste, pero lo
que sucedió es que no satisfizo a ninguno. Aunque el papa asintió a la condenación, el oeste creyó que el
emperador estaba actuando contrariamente a los decretos de Calcedonia y aunque se hallaron muchos delegados
en el este al servicio de Justiniano, había muchos, especialmente monofisitas, que estaban insatisfechos. Por lo
tanto los esfuerzos del emperador se emplearon en un objetivo imposible, tanto más cuanto en sus últimos años
puso gran interés en los asuntos teológicos.
Escritos.
No se puede poner en duda que Justiniano también tomó parte personal en los manifiestos teológicos que
impulsó como emperador, aunque en vista de la exaltada posición del autor es difícil comprobar si los
documentos bajo su nombre son producto directo de su pluma. Aparte de las cartas a los papas Hormisdas, Juan
II, Agapito I y Vigilio y otras diversas composiciones, (recogidas en MPL, lxiii, xvi y xix), se pueden citar los
siguientes documentos (todos se encuentran en MPG, xxxvi. 1, páginas 945-1152): (1) El edicto sobre la
heterodoxia de Orígenes, en 543 o 544; (2) exhortaciones a los obispos reunidos en Constantinopla con ocasión
del concilio de 553, con referencia a sus sesiones sobre los errores en circulación entre los seguidores
monásticos de Orígenes en Jerusalén; (3) un edicto sobre los Tres Capítulos, probablemente elaborado en 551;
(4) una alocución al concilio de 553, sobre la teología antioquena; (5) un documento problablemente anterior a
550, dirigido a algunos defensores anónimos (tal vez de Scite) de los Tres Capítulos; (6) mandatos judiciales de
excomunión contra Antimo, Severo y sus compañeros; (7) una alocución a algunos monjes egipcios, con una
refutación de los errores monofisitas; (8) un fragmento de un documento, mencionado en (7) al patriarca Zoilo
de Alejandría. La teología mantenida en esos escritos concordaba, en general, con la de Leoncio de Bizancio;
esto es, procura que la solución final del problema venga mediante la interpretación del símbolo de Calcedonia
en términos de la teología de Cirilo de Alejandría. Dos puntos son dignos de mención en este aspecto. Primero,
la inteligente forma en la que el emperador, o su representante, procura defender la reputación y la teología de
Cirilo; segundo, su antagonismo hacia Orígenes, un claro signo de la desafección característica de esa época por
el pensamiento independiente, al menos entre las personas de peso e influencia. Sobre la cuestión del
aftardocetismo, una doctrina profesada por el emperador hacia finales de su vida, Evagrio informa (Hist. eccl.,
iv. 39), y otras fuentes confirman el punto, que Justiniano promulgó un edicto en el que declaró al cuerpo de
Cristo incorruptible y no susceptible de sufrimiento natural, mandando a los obispos en todas partes que
aceptaran esa doctrina. La caída del patriarca Eutiquio se asocia con esta fase final de la política imperial. Las
fuentes vieron un lamentable declive de la fe correcta en la conducta postrera de Justiniano. La línea de
pensamiento del aftardocetismo, sin embargo, no es necesariamente heterodoxa, porque no necesita ser opuesta
a la aceptación de la identidad esencial de naturaleza de Cristo con la naturaleza humana. De ahí que no es
necesario contemplar las ideas teológicas finales de Justiniano como las de un hombre viejo, que deben ser
despreciadas al investigar los objetivos de su actividad en conjunto.
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