Austen Ivereigh - Conferencia Inaugural

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Facultad de Teología
El Papa Francisco y el
‘resurgimiento católico latinoamericano’
Austen Ivereigh
PREÁMBULO
Doy gracias por este kairos que está viviendo Colombia, en el que es tan evidente el
efecto del jubileo de la misericordia.
Es un momento delicado, tenso, un sábado santo: entre el acuerdo de paz en la
Habana, la firma del acuerdo en Cartagena el 26 de septiembre cerca de los restos de San
Pedro Claver, y el plebiscito el 2 de octubre.
Pero desde que llegué hace una semana, ha sido palpable la conversión: los
guerrilleros pidiendo perdón, las historias de la reconciliación, el protagonismo de las
víctimas como resultado de los esfuerzos de la Iglesia. Aquí la prédica del Evangelio tiene
efectos visibles. Almorcé el otro día con una mujer que me contó que iba a votar ‘no’ en el
plebiscito, porque le parecía que los guerrilleros no habían demostrado suficiente
reconocimiento de los males que habían cometido; pero que en la Misa había escuchado
una homilía sobre el hijo pródigo en la que aprendió que el pródigo decidió volver a casa
no porque estaba arrepentido sino porque tenía hambre. Mi amiga se dio cuenta en ese
momento que Colombia tiene que seguir el modelo del Padre Bueno al crear un espacio en
el que conversión y el arrepentimiento sean posibles; y ahora votará por el “sí”.
Quién sabe cuántas otras historias hay. Como dijo Francisco en su video mensaje al
encuentro reciente en Bogotá de obispos de las Américas para celebrar el jubileo de la
misericordia: “Comprender y aceptar lo que Dios hace por nosotros ‒ un Dios que no
piensa, ama ni actúa movido por el miedo sino porque confía y espera nuestra
transformación ‒ quizás deba ser nuestro criterio hermenéutico, nuestro modo de operar:
«Ve tú y actúa de la misma manera» (Lc 10,39). Nuestro modo de actuar con los demás
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nunca será, entonces, una acción basada en el miedo sino en la esperanza que él tiene en
nuestra transformación.”
También quiero felicitar a los organizadores por su sentido de humor al invitar a un
inglés, que no es teólogo, a hablar en un congreso de teólogos en Bogotá sobre el primer
papa latinoamericano. Si al final Uds deciden que el chiste no ha tenido gracia, creo que los
culpables serán fáciles de identificar — pero ¡trátenlos con misericordia!
Mi única defensa es lo que escribe el autor y presidente argentino del siglo
diecinueve, Bartolomé Mitre, en su libro sobre el otro libertador, La vida del General San
Martín. “Es curioso observar – escribe – que en su larga carrera nunca le faltó a San Martín
un inglés observador por testigo, para comprobar el dicho de que allí donde sucede algo
notable en el mundo, allí está presente un inglés.”
Hace 25 años tesis…
Ha sido mi misión privilegiada observar e interpretar, sobre todo para un público
anglo-sajón, al gran argentino de nuestra época, sobre todo en la biografía mencionada, en
artículos periodísticos, y en un próximo libro que estoy preparando.
El nuevo libro buscará entender al pontificado de Francisco como la consecuencia
de un cambio de época en el catolicismo global, en la que la Iglesia latinoamericana pasa a
ser una Iglesia fuente en vez de una Iglesia reflejo -- de receptora a protagonista.
Es la idea que quiero explorar con Uds esta noche — el significado de la llegada de
la Iglesia latinoamericana al centro del catolicismo global, y la importancia de esa idea en
el pensamiento del Papa Francisco.
Fue Benedicto XVI que abrió la puerta. En el nuevo libro-entrevista de Peter
Sewald con el papa emérito, Ultimas Conversaciones, que acaba de salir en italiano y
alemán, pero no todavía en inglés y castellano, Benedicto dice que la elección de Francisco
fue para él una sorpresa, pero comenta que era de esperar que el continente católico más
grande, tan rico en dinamismo y teniendo grandes obispos, asumiera un papel mayor en la
Iglesia universal. “En este sentido,” dice Benedicto, “la hora de América Latina había
llegado.”
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Comienzo con un esbozo del nacionalismo católico continental de Jorge Mario
Bergoglio, la conciencia histórica que tiene el papa de este momento que estamos viviendo,
deducidas tanto de mis lecturas del pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, que tuvo
mucha influencia sobre Francisco, como también de los escritos del mismo Cardenal
Bergoglio. Luego resumo esta conciencia utilizando el título de un artículo importante de
Methol Ferré de 1980, ‘El resurgimiento católico latinoamericano’.
En la tercera parte, voy a proponer, muy brevemente, 5 maneras en que el
pontificado de Francisco está reflejando o buscando acelerar ese resurgimiento, lo que se ve
muy claramente en sus visitas a América Latina.
I - LA VISIÓN NACIONALISTA DEL PAPA FRANCISCO
En entrevistas que he hecho a raíz del Gran Reformador, muchos me preguntan:
cuál es la cosa que más le ha sorprendido en la vida del Papa? Suelo identificar dos cosas:
una, su valentía — que es realmente extraordinaria, no tiene miedo; — y segunda, su
nacionalismo, y en particular su pasión por el ideal histórico de la unidad continental
latinoamericana.
Cuando descubrí esta clave de su pensamiento en muchos escritos de él, fue una
gran sorpresa, porque hasta ese momento — quiero decir, en 2013 y 2014 — el papa no
había hecho casi ninguna referencia al destino continental de América Latina; y supuse que,
como pastor ahora de la Iglesia universal, ese aspecto de su pensamiento ya no sería más
visible.
Pero el año pasado y este año lo ha vuelto a utilizar, notablemente en su visita a
Ecuador, Bolivia y Paraguay, y a Cuba; y este año a México. Su lenguaje apasionado, casi
místico, en referencia a la Madre Patria y a la patria grande sorprendió a muchos
comentaristas.
Era claro en estas visitas que el Papa Francisco tiene unas prioridades
latinoamericanas más allá de sus prioridades como pastor universal. Del mismo modo en
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que San Juan Pablo II vio su pontificado como una manera providencial de facilitar la
liberación de Europa del este del yugo soviético, Francisco entiende su elección como una
oportunidad de impulsar lo que considera como el proyecto frustrado de emancipación de
las trabas que impiden su pleno desarrollo.
Busca abrir nuevos espacios, derribando muros y construyendo puentes, tanto en el
sentido cultural y social como geopolítico. Es decir, el Estrecho de Florida separando a los
EEUU de Cuba, y la larga frontera mexicana, son para este pontificado lo que era el muro
de Berlín para el de Juan Pablo II. El papa polaco abrió Europa del Este a un futuro postcomunista coherente con sus tradiciones cristianas e humanistas. Del mismo modo
Francisco se cree en una posición providencial de ayudar a desenganchar a América Latina
de su apego a dicotomías añejas y polarizaciones falsas prestadas de ideologías importadas
que no reflejan su verdadera identidad, y de facilitar que el continente abrace un futuro
arraigado en su cultura e historia únicas.
Hace poco, en el pasado mes de julio, Francisco envió una carta a los obispos
argentinos conmemorando el bicentenario del Congreso de las entonces llamadas
Provincias Unidas de Sud América.
“Deseo que esta celebración nos haga más fuertes en el camino emprendido por
nuestros mayores hace ya doscientos años,” les escribió, y más adelante, en la carta, define
qué significa ese camino: “Celebramos doscientos años de camino de una Patria que, en sus
deseos y ansias de hermandad, se proyecta más allá de los límites del país: hacia la Patria
Grande, la que soñaron San Martín y Bolívar. Esta realidad nos une en una familia de
horizontes amplios y lealtad de hermanos. Por esa Patria Grande también rezamos hoy en
nuestra celebración: que el Señor la cuide, la haga fuerte, más hermana y la defienda de
todo tipo de colonizaciones.”
O sea, para el papa la emancipación tuvo el objetivo de unificar el continente, y el
bicentenario es una oportunidad de revivificar la búsqueda de ese meta.
Este lenguaje es muy común en sus escritos como cardenal, donde es evidente el
crecimiento en él de la convicción de que llegaba el momento en que la Iglesia del
continente tenía que compartir con la Iglesia universal los dones que el Espíritu Santo había
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derramado sobre ella. Esta convicción crecía en él notablemente después de la V
Conferencia General del CELAM en Aparecida, Brasil, en 2007.
Pero para entender las raíces de esta convicción hay que remontarse a los años
1970-80 al involucramiento de Bergoglio - entonces un jesuita de 40 y tantos años – en un
grupo de pensadores, a veces llamado La Escuela de la Plata, que forman la corriente de la
teología latinoamericana post-Medellín que se ha denominado la teología del pueblo, para
distinguirla de la otra corriente llamada teología de la liberación.
Entre ellos estaba Alberto Methol Ferré, historiador y pensador uruguayo que por
muchos años trabajó en el CELAM aquí en Bogotá. Otros en el grupo incluían los teólogos
argentinos Lucio Gera y Juan Carlos Scannone, y un discípulo de Methol que es ahora
secretario de la Comisión por América Latina en Roma, Guzmán Carriquiry. Gera era, sin
duda, el teólogo argentino más importante de su época, y un norte y guía para Bergoglio en
la teología pastoral, como lo era Methol en el campo de la historia.
Ellos integraban el grupo teológico-pastoral del CELAM, y están asociados sobre
todo con las ideas detrás del documento de Puebla, fruto de la Conferencia General del
CELAM en 1979 (Gera y Methol fueron delegados del Vaticano a la asamblea). El
vehículo principal del pensamiento de esta Escuela fue la revista Nexo, fundada y dirigida
por Methol para promover las ideas de Puebla, que Bergoglio leía con gran atención.
Ahora, es posible exagerar las diferencias entre las teologías de la liberación y del
pueblo, y a principios de los 70 hay mucha confluencia; tanto G. Gutiérrez como Gera
escribían en la revista anterior dirigida por Methol, Víspera. Pero bastante pronto vino la
división de aguas. Los teólogos del pueblo [TP] valoraban el pueblo como sujeto histórico,
y la cultura y la religiosidad populares como portadores de las semillas del Evangelio — la
gran idea de Evangelii Nuntiandi de 1975. Los teólogos de la liberación [TL], en cambio,
eran más influenciados por las ciencias sociales, la sociología en particular. Los
desacuerdos se profundizaron cuando muchos católicos empezaban a optar por el camino
revolucionario. En los años preparativos de Puebla, muchos liberacionistas acusarían a los
TP de abandonar el compromiso teológico de Medellín.
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La cuestión de las diferencias entre TP y TL en los 1970 es bastante interesante y
digna de estudiar en detalle, pero aquí sólo observo que la TL se hizo famosa mientras que
la TP era poco conocida fuera del Río de la Plata. Esto tiene que ver, sencillamente, con
que los TL tenían buenas conexiones universitarias internacionales, sobre todo en los
EEUU, mientras que los TP estaban bastante aislados intelectualmente, como era la
Argentina en esa época, lo que está reflejada también en la aislación de la provincia
argentina de la Compañía de Jesús bajo su entonces figura dominante, Jorge Mario
Bergoglio.
Sólo años más tarde, con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la narrativa
liberacionista, se empezó a ver que había otra teología contemporánea latinoamericana,
nacionalista en vez de marxista, que se hizo dominante en Aparecida, y ahora, a través de
Papa Francisco y Evangelii Gaudium, se convirtió en la teología de la Iglesia universal.
Quiero pasar directamente al famoso artículo de Methol Ferré de 1980, ‘El
resurgimiento católico’, porque es el resumen más completo de la visión histórica y
teológica de la Escuela de la Plata.
II - EL RESURGIMIENTO CATÓLICO
Treinta años más tarde, Bergoglio rindió homenaje a su amigo uruguayo, que había
muerto en 2009, elogiándolo por haber rescatado la historia de las deformaciones de la
hermenéutica dominante liberal-marxista de los 1950-60. Es un buen resumen del objetivo
del artículo famoso de Methol.
Para la narrativa dominante liberal y luego marxista, el período colonial era
atrasado, pre-moderno, y los problemas latinoamericanos se debían al legado pesado de ese
pasado oscuro. Para Methol, en cambio, los tres siglos que siguieron la conquista y la
evangelización es cuando se formó la cultura particular latinoamericana, fruto del
encuentro, sobre todo, de las tres razas, y la protesta evangélica y misionera contra el abuso
y la explotación de los pobres. Se produce una cultura simbiótica, humanista cristiana,
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mestiza y barroca, cuyo gran ícono es la Virgen de Guadalupe, rostro indígena de la
misericordia divina.
El crisol de esta cultura distintiva fueron las grandes misiones sobre todo del reino
de Felipe II, después del Concilio de Trento, cuando los misioneros buscaban proteger y
valorar las culturas originarias, separándolas de los centros urbanos. Uno piensa en Vasco
de Quiroga in Michoacán, Toribio de Mogrovejo en Lima, Junípero de la Serra en lo que es
ahora el sud-oeste de los EEUU, y los asentamientos jesuitas — las reducciones
paraguayas, o las haciendas aquí de los llanos de Casanare y del Meta siguiendo el curso
del Orinoco.
Esta experiencia de la evangelización, vivida en la periferia, produjo un catolicismo
popular normativo, vivido sobre todo por los pobres, pero también interconectado a través
de la red de colegios en una cadena de ciudades que hoy forman la columna vertebral de
América Latina. Estos colegios, sobre todo de los jesuitas, desarrollaban y preservaban esa
cultura distintiva humanista, que une a todo el continente a pesar de las enormes distancias.
Luego viene el período nacional, en el que se desmonta este andamiaje,
comenzando con la expulsión de los jesuitas y la supresión de las reducciones bajo Carlos
III, y la eliminación de una serie de autonomías que permitían florecer esta cultura
distintiva. La emancipación produce, como sabemos, la balcanización política y la aislación
cultural.
A medida que se iban recuperando en la segunda mitad del siglo 19, las naciones
latinoamericanas, aisladas unas de otras, fueron conformadas más por las economías y
poderes externos que por países vecinos; y en algunos casos entraron en guerra: las guerras
de la Triple Alianza y del Pacífico en el siglo 19, por ejemplo, o del Chaco en el 20. Los
estados liberales continúan las políticas borbonas de supresión de las propiedades y fueros
de la Iglesia, creando nuevas élites mercantiles y terratenientes que dominan la política. En
la lectura de Methol, los siglos 18 y 19 conducen a una ruptura entre elite y pueblo que ha
durado hasta nuestros días.
No es tanto la Iglesia institucional — que hasta principios del siglo 20 es muy débil
- que conserva la cultura distintiva latinoamericana, sino el pueblo sencillo, el que
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Bergoglio como jesuita llamaba ‘el santo pueblo fiel de Dios’. De ahí la importancia que
atribuyen Methol, Bergoglio y Gera a las tradiciones culturales y religiosas del pueblo, con
sus tradiciones, devociones, y su resistencia a las ideologías ajenas, como portadoras de la
semilla del evangelio. En los escritos de Bergoglio aparece constantemente esta idea de que
el pueblo tiene una hermenéutica, un modo de ver y de interpretar, es decir, un “alma” que
hay que respetar y entender.
Luego viene el tercer período identificado por Methol, que comienza con la
recepción del Concilio Vaticano II en la Conferencia General de Medellín de 1968. Al
liberarla de la respuesta integrista a la modernidad, el Concilio potencialmente permite que
la Iglesia latinoamericana vuelva a ser una intérprete de la realidad y un agente de la
cultura, resumiendo su papel colonial como misionera y pastora de su pueblo,
reconectándose con ella a través de la religiosidad popular — las devociones marianas, las
peregrinaciones, los santuarios.
Pero según Methol, en la década después de Medellín la Iglesia no asumió este rol
porque sus intelectuales se quedaban atrapados en los marcos sociológicos norteamericanos
de la modernización, con sus dualismos falsos — modernidad versus tradición, secular
versus sagrado, industrial versus agrario, etc. Esta ceguera intelectual, según Methol,
prevenía que la Iglesia volviera a reconectar pastoralmente con el pueblo, y hacía que los
teólogos liberacionistas vieran a los pobres como objetos pasivos, buscando conformar a la
realidad según sus ideologías ajenas. De ahí la crítica de Methol y los otros TP a los
liberacionistas, para quienes los pobres son una abstracción, un concepto divorciado de la
historia y de la cultura; síntoma de esta distancia de los TL fue su desprecio a la
religiosidad popular.
Para los TP, el nuevo capítulo de la Iglesia en la historia latinoamericano comienza
con la exhortación de Pablo VI en 1975, Evangelii Nuntiandi, el documento eclesial
favorito del Papa. En El Gran Reformador muestro de paso cómo EN es, a su vez, el fruto
de la influencia de la TP, al introducir el concepto de la evangelización de la cultura. En
Puebla, la Iglesia aplica EN al contexto latinoamericano, identificando su cultura distintiva,
permitiendo que la Iglesia se reconectara con la religiosidad popular.
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Según esta lectura, desde luego, Puebla, más que Medellín, es el momento en que
AL recibe el Concilio, tal como el III Concilio Limense (1582-3) había recibido al Concilio
de Trento. El fin de la era iconoclasta del post-Concilio, como la describe Guzmán
Carriquiry, permite finalmente un rebrote del catolicismo nacional-popular, y, a través de la
agencia de una Iglesia nuevamente insertada en la historia, el continente puede volver a
emprender el camino hacia la integración continental. Todo esto lo resume Methol en la
expresión ‘El resurgimiento católico’.
O sea, que en el concepto del resurgimiento católico de Methol — absorbido por el
futuro papa — la hora latinoamericana consiste en un despertar, tanto de la sociedad como
de la Iglesia, a su vocación y destino, como un reconectarse con sí mismo. Y cuáles son los
obstáculos a ese resurgimiento? Para Bergoglio — y esto es muy evidente en sus escritos
como cardenal — lo que pone trabas al continente es la persistencia de ideologías ajenas a
lo que él llama el ser fundante de la patria latinoamericana y lo concreto católico. Por eso,
en 1998, año de la visita de Juan Pablo II a Cuba, escribió que tanto el marxismo como el
neoliberalismo son ajenos al ‘alma cubana’.
En varios escritos en los años 2000, Cardenal Bergoglio identifica muchos ‘nuevos
rebrotes del colonialismo’. Uno es el gnosticismo teísta — la idea de Dios sin Iglesia,
Iglesia sin Cristo, Cristo sin pueblo. Otro es el progresivismo adolescente del chavismo y
del kitchnerismo, con su discurso anticlerical que busca dividir Iglesia del pueblo. Otro es
lo que en su encíclica verde Laudato Si’ llama la globalización del paradigma
tecnoeconómico — una mentalidad que busca explotar y manipular la creación, tanto seres
humanos como el medio ambiente, y que crea la ideología gnóstica del género.
Para Francisco, el reto para América Latina es cómo nutrir y fortalecer su alma, su
ser fundante, ante las amenazas de los nuevos colonialismos, una tarea que corresponde a la
Iglesia, consciente de su misión continental. De ahí la necesidad de su reforma: un
catolicismo estático, burocrático, ritualista, formalístico, clerical, distante del pueblo es
incapaz de regenerar la cultura. Por donde sigue lo que uno puede llamar el programa de
reforma de Aparecida que se expresa en el concepto de la conversión pastoral y misionera.
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Es de notar que los protagonistas intelectuales de Aparecida son los hijos de los
arquitectos del documento de Puebla: Guzmán Carriquiry, el discípulo de Methol, y el P.
Carlos Galli, el teólogo argentino que más se identifica con la herencia de Gera. Es fácil ver
la influencia de la Escuela de la Plata en el documento de Aparecida; fueron los argentinos,
coordinados por Bergolio, que eran responsables de su redacción. La intensidad del enfoque
del equipo de Bergoglio en la religiosidad popular sorprendió a muchos.
Es evidente, tanto en los escritos de ellos como de Bergoglio, que después de 2005,
y notablemente como resultado de la Asamblea de Aparecida, la conciencia cada
vez mayor de que la Iglesia latinoamericana estaba pasando a ocupar el lugar de la Iglesia
de Alejandría y de Siria en los primeros concilios, o la Iglesia de España e Italia en la época
del Concilio de Trento, o Francia y Bélgica en la época del Concilio Vaticano Segundo —
es decir, a ser el centro dinámico y creativo del catolicismo global.
Bergoglio lo vio también — parte de su discernimiento al aceptar el voto de los
cardenales en 2013. Estaba convencido de que Dios quería que él abriera las puertas de la
Iglesia universal al nuevo viento que soplaba desde el Sur.
Tanto Galli como Carriquiry han visto su elección en términos de la providencia
histórica, abriendo un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia, en el que la Iglesia
latinoamericana traslada su misión continental en una misión universal, tal como Evangelii
Gaudium traslada los preceptos de Aparecida. En esta lectura, Francisco no es sólo un papa
singular, un líder excepcional, sino que, en su cercanía pastoral, su alegría, su sencillez, su
enfoque en las necesidades de los más pobres, es un ícono de la tradición pastoral y
misionera latinoamericana.
Bueno, creo que hasta ahora he podido aclarar que el pontificado de Francisco tiene
una tela de fondo muy amplia. Es fruto de una lectura de la historia, una narrativa potente.
En la tercera parte, voy a identificar, muy esquemáticamente, cinco rasgos de su
pontificado que me parece necesitan ser comprendidos a la luz de esta narrativa, tomando
unos ejemplos de sus viajes apostólicos a las Américas.
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III CONSTRUYENDO LA PATRIA GRANDE
1. Evangelización de la cultura
En términos ignacianos, la afirmación de las ‘semillas del evangelio’ se parece al
descubrimiento de la presencia de Dios en el pasado del ejercitante, en momentos de
desolación y consolación.
En sus viajes apostólicos a América Latina, Francisco siempre apunta a los signos
de la cercanía de Dios en la historia de los países que visita a través de sus grandes santos y
milagros.
Hablando con periodistas en el avión papal regresando desde Ciudad Juárez a
Roma, por ejemplo, dijo: “No se puede explicar simplemente un pueblo porque la palabra
«pueblo» no es una categoría lógica, es una categoría mística. El pueblo mexicano no se
puede explicar… Un pueblo que aún tiene esta vitalidad solamente se explica por
Guadalupe, y yo les invito a estudiar seriamente el hecho de Guadalupe. La Virgen está
ahí.”
En Brasil, ligó la idiosincrasia de la cultura al milagro de la virgen negra en Brasil
colonial; en Paraguay hace notar cómo la Virgen siempre formaba parte de la historia del
país, convirtiéndolo en nación; en Santiago de Cuba dice que la patria cubana “nació y
creció al calor de la devoción a la Virgen de la Caridad …. En este Santuario, que guarda la
memoria del santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, María es venerada como
Madre de la Caridad. Desde aquí Ella custodia nuestras raíces, nuestra identidad, para que
no nos perdamos en caminos de desesperanza.”
Muchos de sus mensajes tienen el objetivo de persuadir al pueblo de preservar y
custodiar esta herencia, enfatizando la importancia de la memoria.
“No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes las raíces
antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y
espiritual que se forjó aquí,” dijo en febrero a los obispos mexicanos.
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Y, en septiembre del año pasado, dijo a los inmigrantes hispanos en Filadelfia: “La
memoria salva el alma de un pueblo de aquello o de aquellos que quieren dominarlo o
quieren utilizarlo para sus propios intereses”.
2. La misericordia como herramienta de la conversión pastoral y misionera
Gran parte de sus mensajes a América Latina han consistido en reforzar la
invitación de Aparecida a que la conversión misionera y pastoral sea paradigmática en todo
lo que la Iglesia hace y dice, mientras identifica las tentaciones que desvían a la Iglesia de
ese fin.
Las tentaciones son un poco diferentes en cada país: en Nueva York, el culto del
éxito y la eficiencia, en México el clericalismo y el triunfalismo. La conversión pastoral
consiste sobre todo en redescubrir el vientre materno de la misericordia, dijo a los obispos
brasileños, un mensaje que repite en Mexico, mostrando que la misericordia es el plan de la
evangelización: “Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de
conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae,
aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los
instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la
fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.”
Abundan los ejemplos, y no me detengo más en este punto, que está en el corazón
de sus enseñanzas, sobre todo en el año de la misercordia, sino para recordar que para
Francisco la capacidad transformadora de la Iglesia depende de su capacidad de canalizar la
misericordia de Dios. Y estoy seguro que, cuando viene a Colombia el próximo año, este
país y su Iglesia, y el proceso de paz a la que tanto ha contribuido, serán un ejemplo
magnífico y visible de lo que el Papa está buscando enseñar.
3. Cultura del encuentro como base de un auténtico pluralismo
Otra enseñanza clave, que se puede entender mejor a la luz de la visión histórica de
la Escuela de la Plata. Las civilizaciones humanistas cristianas como las Reducciones de
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Paraguay integraban elementos dispares o desiguales, despertando la sociedad al
reconocimiento de una humanidad compartida.
En sus viajes apostólicos a América Latina, y notablemente en sus discursos a los
jóvenes y a los líderes cívicos, Francisco ha enfatizado constantemente la importancia de la
solidaridad, encuentro, diálogo, e inclusión. Y pide la integración: de las periferias sociales,
los ancianos, los indígenas, los presos etc. Continuamente dice y demuestra que por no
integrar sus voces la sociedad está empobrecida.
Al mismo tiempo, rechaza los obstáculos a la cultura del encuentro: las ideologías
que polarizan, la exclusión de sectores de la población, y un intento de imponer a la fuerza
la uniformidad.
De ahí también su crítica a la colonización ideológica implícita en una versión de la
globalización que busca reducir y instrumentalizar a las personas. En las Vísperas en la
catedral de La Habana, advirtió: “Es frecuente confundir unidad con uniformidad; con un
hacer, sentir y decir todos lo mismo. Eso no es unidad, eso es homogeneidad. Eso es matar
la vida del Espíritu, es matar los carismas que Él ha distribuido para el bien de su Pueblo.
La unidad se ve amenazada cada vez que queremos hacer a los demás a nuestra imagen y
semejanza. Por eso la unidad es un don, no es algo que se pueda imponer a la fuerza o por
decreto.”
En Filadelfia, entró en más detalle:
“La globalización no es mala, al contrario, la tendencia a globalizarnos es buena,
nos une. Lo que puede ser malo es el modo de hacerlo. Si una globalización pretende
igualar a todos como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la
particularidad de cada persona y de cada pueblo.
Si una globalización busca unir a todos pero respetando a cada persona, a su
persona, a su riqueza, a su peculiaridad, respetando a cada persona, a cada pueblo, a cada
riqueza, a esa peculiaridad, esa globalización es buena: nos hace crecer a todos y lleva a la
paz. Me gusta usar la geometría aquí. Si la globalización es una esfera, donde cada punto es
igual equidistante del centro, anula, no es buena. Si la globalización une como un poliedro
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donde están todos unidos pero cada uno conserva cada uno conserva su propia identidad,
hace crecer a un pueblo, da dignidad a todos los hombres y le otorga derecho.”
4. La renovación de la política, reconectándola con el pueblo y su fe
En cada visita ha tenido el propósito claro de renovar la vida pública, buscando una
política que realmente sirva a las necesidades concretas del pueblo, a diferencia de las
ideologías abstractas. Su homilía en la Plaza de la Revolución en la Habana, en presencia
de Raúl Castro, es una gran lección en la idea de la política como servicio, contrastándolo
con servirse de los demás o de servir a un grupo excluyendo a otro. El servicio, dijo,
“siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos
casos la «padece» y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es
ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas.”
En sus discursos a las autoridades civiles subraya la importancia de abrir el estado y
la vida pública a la religión, no sólo por los beneficios de un diálogo entre razón y fe, sino
porque una política que realmente sirviese al pueblo común es respetuosa de sus valores y
creencias. (El secularismo como ideología siempre ha sido, en América Latina, una
indulgencia de élites). Y aquí quisiera añadir que una prioridad para la Iglesia
latinoamericana, según Francisco, es la formación de líderes católicos en la doctrina social
católica.
De ahí, también su preocupación por defender América Latina de la colonización
ideológica, renovando y reforzando la familia — una prioridad de este pontificado.
“La familia nos salva de dos fenómenos actuales, dos cosas que suceden hoy día,”
dijo en Santiago de Cuba. “La fragmentación, es decir, la división y la masificación. En
ambos casos, las personas se transforman en individuos aislados fáciles de manipular, de
gobernar.”
5. La colegialidad latinoamericana y la Patria Grande
Termino pues donde comencé: con la idea de la Patria Grande, una idea que al Papa
apasiona. En Santa Cruz, Bolivia, hizo notar cómo hace dos siglos, “los pueblos de
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Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política y cómo, desde entonces,
llevan casi dos siglos de una historia dramática y llena de contradicciones intentando
conquistar una independencia plena. En estos últimos años, después de tantos
desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus
pueblos. Los gobiernos de la Región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la
de cada país, la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antaño,
llaman la Patria Grande.”
Francisco ve este proceso de integración primero no como una cuestión política —
acuerdos sobre aranceles, movimiento de personas, etc., — sino como un crecimiento en
fraternidad. Y ve en el CELAM la herramienta para ese fin. Durante más de 60 años, el
CELAM ha promovido la colegialidad episcopal junto con la integración latinoamericana,
impulsando la patria grande al fortalecer los lazos de hermandad entre las Iglesias de los
varios países. Francisco quiere que CELAM haga y sea más al respecto.
Pero lo que no quiere es una patria grande latinoamericana como la Unión Europea
en su forma actual. El Papa, por supuesto, es partidario de la Unión Europa, que nació de
una visión de católicos después de la 2a guerra mundial. En nuestro referendo en el Reino
Unido, hubiera votado por el ‘Remain’ y no el ‘Leave’.
Pero está convencido de que la Unión Europea en su forma actual ha traicionado su
visión original, como dijo en su discurso aceptando el premio Carlomagno en mayo. Aquel
discurso, como el de Estrasburgo en 2014, fue muy duro en su crítica a las tendencias
centralistas de la Unión Europea, a sus colonizaciones ideológicas, a sus muros internos, y
a la distancia de las instituciones de los valores y prioridades del pueblo sencillo. Y después
de que mi país optó por Brexit a finales de junio, Francisco hizo unas observaciones muy
agudas sobre la necesidad de dar más independencia y libertad a los países de la Unión.
O sea - y aquí concluyo - la Patria Grande latinoamericana, para Francisco, no es
una nueva entidad política que absorbe las naciones en una federación central, sino la
convergencia fraterna de los países del continente, a su vez fruto del diálogo, de la
integración y la inclusión.
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
Facultad de Teología
La Patria Grande es el don de la cultura del encuentro, de la renovación política, y
de la colegialidad episcopal, los cuales, a su vez, son fruto de una conversión pastoral y
misionera recuperada en el resurgimiento católico post-Puebla.
Ese resurgimiento ha permitido, está permitiendo, que el continente recupere su
alma, su cultura distintiva y su destino histórico, impulsado por un papa argentino más
consciente que nadie, que ha llegado la hora latinoamericana.
Muchas gracias.
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