Fundamentos de una ética existencialista.

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Revista Educación en Valores
Jean Paul Sartre: Fundamentos de una ëtica Existencialista * Gerardo Barbera * PP 77-84
JEAN PAUL SARTRE:
FUNDAMENTO DE UNA ÉTICA
EXISTENCIALISTA
Autor: Prof. Gerardo Barbera*
barberag@uc.edu.ve
FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
UNIVERSIDAD DE CARABOBO
VALENCIA-EDO. CARABOBO, VENEZUELA
* Licenciado en Educación, mención Filosofía UCAB. Especialista en Docencia en Educación Superior UC. Profesor
adscrito al Departamento de Filosofía de la Facultad de Ciencias de la Educación, Jefe de la Cátedra “Ética del Docente”.
Autor de: “Ética, Locura y Muerte” (2001) y “Ética, Locura y Muerte (Segunda Parte)” (2003); entre otros.
INTRODUCCIÓN
En este artículo presento un esquema del
pensamiento existencialista propuesto por Sartre
(1905 1980), tal cual como yo lo interpreto, es
decir, desde mi subjetividad, por lo tanto, no es mi
intención ser objetivo, no pretendo presentar
textualmente lo dicho por Sartre, me conformo
con poner bajo el juicio de cada lector mi
interpretación del pensamiento sartreano, el cual
considero esencial para comprender cierta línea
de pensamiento que surgió durante la segunda
mitad del siglo XX, y que giró en torno a la
libertad de conciencia de cada persona, colocando
en el centro de la reflexión filosófica la libertad
absoluta del individuo, como fundamento
antropológico y social. Por otra parte, quiero
aclarar que este trabajo no es una “investigación”
sobre el pensamiento de Sartre, más bien es una
simple conversación ...
Año 1 / Vol. 2 / Nº 2. Valencia, Julio - Diciembre 2004
FUNDAMENTOS DE UNA ÉTICA
EXISTENCIALISTA.
La filosofía existencialista coloca en el punto
de partida de sus propuestas filosóficas, la
pregunta por el ser de las cosas; parte de una
opción ontológica. Se cuestiona la realidad
externa a la conciencia y se cuestiona la
naturaleza ontológica del sujeto y se presenta una
ética propia del existencialismo del siglo XX.
De hecho, el existencialismo propuesto por
Sartre es un análisis del ser en todas sus
dimensiones. En efecto, siguiendo la tesis
existencialista, resulta que en todas las cosas que
nos rodean: la silla, la mesa, el árbol, el hombre, el
mar... existe un elemento común. Esto que tienen
en común y en igual medida todas las cosas que
nos rodean es el “ser”: la silla es, la mesa es, el
árbol es, el hombre es, el mar es. Sin embargo,
aunque el ser es común a todas las cosas que nos
rodean, no es captado de una forma “clara y
distinta” en la experiencia cognitiva. Si tratamos
de buscar lo específico de ese ser en las cosas
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concretas, nos defraudamos. Así pues, por más
que busque captar el ser en el agua del mar, sólo
podrá encontrarse agua salada; el ser del mar se
me escapa, no se puede distinguir el ser como
existiendo aparte del agua salada. Lo mismo pasa
con todas las cosas que nos rodean; tienen el ser,
pero no lo muestran.
El existencialismo sostiene que las cosas
“son”; pero el ser de las cosas no puede conocerse
directamente a través de la experiencia sensible.
La experiencia sensible me relaciona con las
cosas, pero no con el ser de las cosas. El ser en sí
mismo no es captado a través de los sentidos.
Por otra parte, cuando me coloco,
supongamos, frente a una lámpara, y digo: “la
lámpara es...”, hago una afirmación que supone,
que yo sé y estoy consciente de que la lámpara
“es”. En el acto de tomar conciencia de que la
lámpara “es”, se establece una relación de
conocimiento entre el sujeto y la lámpara. Esta
experiencia implica la existencia del ser propio
del sujeto que conoce y el ser de la lámpara que es
conocida. Cuando veo un árbol, establezco una
relación de conocimiento, en donde me descubro
como sujeto que conoce, y como un ser distinto al
árbol. Descubro que entre el árbol y yo existe una
distancia, que permite diferenciar entre el sujeto
y el objeto, como fundamento de la posibilidad de
una relación de conocimiento. El sujeto y el
objeto se presentan como dos polos distintos, que
no pueden ser reducidos a una sola realidad: El
sujeto es sujeto, y el objeto permanecerá siempre
como objeto. La distinción es la única posibilidad
del conocimiento.
De hecho, la conciencia es autónoma en su
propio ser, y el ser del objeto es en sí, sin
necesidad de la conciencia. Así, el
existencialismo concibe la naturaleza de la
conciencia como distinta en esencia a la
naturaleza del objeto, y esta diferencia ontológica
entre la conciencia se postula como fundamento
de la libertad de la conciencia personal frente a lo
dado, y de esta manera, la conciencia, definida
como libertad respecto a lo dado, se coloca como
centro de la ética de la libertad absoluta y esencial
del ser humano.
De allí, pues, que el conocimiento sólo es
posible si existe “distancia” entre la conciencia y
el objeto. El ser de la conciencia es distinto al ser
del objeto. ¿Qué significa todo esto? Para
conocer, el sujeto se coloca a distancia del objeto,
fuera del objeto, distinto al objeto, con una forma
de ser no idéntica a la forma de ser del objeto. Por
lo tanto, al ser del objeto, sólo se le puede conocer
desde el no-ser .
Evidentemente, cuando afirmo que la silla
“es”, afirmo que yo no soy silla. Así, pues, se hace
referencia al ser de la silla y al no-ser de la silla. Al
ser del objeto se le conoce siempre desde su noser. Hasta aquí nos hemos encontrado con tres
elementos distintos presentes en el acto cognitivo:
las cosas, el sujeto y el no-ser.
Por consiguiente, las cosas son externas a la
conciencia. El ser de las cosas no es captado de
manera directa por la conciencia a través de
los sentidos. ¿Cuál es, entonces, el objeto del
conocimiento aprehendido de forma inmediata
por la conciencia a través de los sentidos? : “Lo
que aparece ante ella”, es decir, “El fenómeno”. El
ser de las cosas que aparecen como objeto del
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conocimiento inmediato para la conciencia es el
fenómeno, un ser para la conciencia. Lo que
Sartre llama “el para-sí”.
De esta manera, cuando el sujeto se coloca
frente a un objeto y afirma su ser, “el lápiz es”, se
entiende por fenómeno la forma en que el lápiz
aparece ante el sujeto. El fenómeno es el objeto
del conocimiento tal cual como aparece para la
conciencia. El fenómeno, en cuanto es lo que
aparece, hace referencia necesariamente a una
conciencia que lo capta. El ser del fenómeno se
fundamenta en el ser de la conciencia.
En efecto, el ser del fenómeno es un ser para la
conciencia, y a la inversa, la conciencia
intencionada hace referencia al fenómeno, y no al
ser en sí de la cosa, que siempre es externo a ella.
El fenómeno se presenta como el objeto del
conocimiento empírico y racional. El ser en sí de
la cosa permanece fuera de la conciencia y no es
percibido por la experiencia empírica, ni por la
racionalidad. Ahora, los elementos presentes en el
proceso cognitivo son cuatro: el ser en sí de la
cosa, el no-ser, la conciencia, y el fenómeno. De
estos cuatro elementos, tres hacen referencia a la
conciencia: el no-ser, el fenómeno y la
conciencia. ¿Pero, y el ser en sí de las cosas?
Sartre llama al ser de la cosa, “el ser en sí”, lo
material. La silla que tengo frente a mí posee el ser
en sí en cuanto es materia, cuyo ser lo es sin
relación a la conciencia, y su ser en sí no puede
ser reducido a un estado de conciencia. Cuando
digo que la silla es, lo que conozco en realidad es
el fenómeno, y no el ser en sí de la silla, el cual
permanece indiferente a la actividad cognitiva
del sujeto.
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El ser en sí de la cosa no le es dado a la
conciencia de forma inmediata, entonces, ¿cómo
es posible afirmar su realidad, si lo único que se
percibe es el fenómeno?, ¿es el fenómeno una
mentira, una ilusión, una creación, un invento? Lo
que ocurre es que el fenómeno es el ser del objeto
en cuanto captado por una conciencia; y el ser en
sí es el ser tal cual como es en sí, sin necesidad de
ser captado por una conciencia. Al ser en sí nos
acercamos en la medida en que se establece su
diferencia con el fenómeno.
El fenómeno, en cuanto es captado por una
conciencia, se hace dependiente, en su propio ser,
del ser de la conciencia que lo percibe. Se
encuentra bajo los límites del sujeto que lo
percibe, conformando la naturaleza intencionada
de la conciencia. Cuando veo la mesa que está
frente a mí, lo que capto en la conciencia es el
fenómeno de la mesa, pero la forma de aparecer
del fenómeno está condicionada por las
vicisitudes de la misma conciencia del sujeto:
enfermedades, nivel cultural, edad, pueblo,
sociedad, vivencias, motivaciones, intereses, etc.
El fenómeno en cuanto es percibido por una
conciencia, se hace relativo a las condiciones
concretas del sujeto. El ser en cuanto fenómeno
siempre es relativo a la conciencia.
Pero el ser en sí, en cuanto externo e
independiente de la conciencia, es absoluto. No
depende de ninguna conciencia, ya sea inmanente
o trascendente, finita o infinita, para ser lo que es.
Se basta a sí mismo; eso es precisamente lo que
significa ser en sí. Foulquie, (1948) en su libro
“El existencialismo” expresa esta naturaleza
particular del ser en sí: “A primera vista lo en sí
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constituye la plenitud del ser. Lo en sí es macizo,
sin vacío alguno, es desprovisto de conciencia.
En-sí, significa idéntico a sí mismo” (p.97)
El ser en sí, al no depender de la conciencia, no
está rodeado de ese no-ser, o esa nada que permite
el conocimiento. El ser en sí resulta ser
compacto, macizo como una bola de billar, sin
vacío, lleno de sí mismo e impenetrable. Sartre
(1960), en su libro, “El ser y la nada” define al ser
en sí: “El ser en sí está pleno de sí mismo, y no
cabe imaginar plenitud más total, adecuación más
perfecta del contenido al conteniente: no hay el
menor vacío en el ser, la menor fisura por la que
pudiese deslizarse la nada” (p. 124)
El ser en sí no es objeto del conocimiento
racional sujeto al imperio de las leyes de la lógica.
Como el ser en sí lo es sin necesidad de la
conciencia, lo es sin necesidad lógica, el ser en sí
carece de razón de ser. Verneaux (1968) en su
texto de “Historia de la filosofía contemporánea”,
haciendo referencia al existencialismo de Sartre,
describe la naturaleza del ser en sí: “ El ser es,
pues, un puro hecho, sin causa y sin razón. Por lo
tanto, en términos lógicos diremos que es
contingente, y en lenguaje literario que está de
sobra” (p. 235)
La consecuencia de la ontología del
existencialismo de Sartre, consiste en declarar
que el mundo exterior, las cosas en cuanto son en
sí, están de más y carecen de cualquier orden de
existencia, y su valor se reduce a la valoración de
una conciencia. El en-sí es caos absoluto e
impenetrable, carece de valor. “El mundo está de
sobra”, parece ser la frase valorativa de la realidad
propuesta por este existencialismo sin lógica.
Ahora bien, frente a un mundo externo a la
conciencia que está de sobra, que no necesita de la
conciencia para ser lo que es en sí, ¿cuál es el
papel del sujeto?, ¿cuál es la tarea del hombre
histórico?, ¿qué es la ciencia? Aunque el ser en sí
es compacto e impenetrable, resulta claro que
podemos por lo menos afirmar su realidad, ¿
cómo es posible?: a través del análisis de la
conciencia.
Cuando se dice, “la mesa es”, se implican dos
cosas, primero, saber que la mesa es. Segundo,
saber que se sabe que la mesa es. Este segundo
saber, indica que todo conocimiento implica saber
que se conoce. Siempre que conozco estoy
consciente del hecho del acto cognitivo como
actividad personal. No sólo se es consciente del
contenido del objeto del conocimiento, sino
también del acto mismo de conocer. Conocer
implica estar consciente del acto cognitivo.
El conocimiento es cuestión de conciencia. Al
decir, “conozco al gato”, puede ser transformado
por la afirmación, “tengo conciencia de que
conozco al gato”. El objeto “gato” aparece en la
conciencia. El gato existe para mí, solamente en la
medida en que aparece en mi conciencia, aparece
como fenómeno. Pero al mismo tiempo, mi
conciencia existe en la medida en que es
conciencia de algo, la forma de existencia de la
conciencia es siendo intencionada, en el sentido
de no ser idéntica a su objeto de conocimiento.
Tener conciencia del acto cognitivo, implica la
separación radical de la conciencia con el objeto.
Coplestón (1959), en su texto de “Filosofía
Contemporánea”, haciendo referencia al
existencialismo de Sartre, expone la naturaleza de
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la conciencia: “Como hemos visto, la conciencia
es siempre conciencia de algo. Implica, por tanto,
distancia de algo, o negación de algo. La
conciencia es separación-de “(p. 9). Ser
consciente, implica de hecho, que no hay
identidad posible entre la conciencia y ese “algo”.
La conciencia se coloca fuera, a distancia; lo hace
objeto. Cuando digo “el gato es”, soy consciente
del ser del gato, lo tengo frente a mí, como algo
distinto a mi subjetividad, es lo que aprehendo, lo
extraño; lo otro.
La conciencia siempre lo es de algo; es decir,
la conciencia siempre es conciencia del ser, y ser
conciencia del ser es colocarse a distancia del ser,
diferenciarse del ser, hacerse distinto al ser,
colocarse fuera del ser. Surge la pregunta: ¿qué
separa a la conciencia del ser?: La Nada.
La conciencia, al ser conciencia del ser,
aunque sea del ser en cuanto fenómeno, se hace
distinta al ser. Ser consciente es tener conciencia
de la posibilidad de no identificarse con el ser,
saberse diferente del ser. Aunque siempre la
conciencia implica relación con el ser, siempre se
es consciente de algo; es decir, del ser, y nunca se
es consciente de la conciencia en sí misma. La
conciencia siempre está intencionada por el ser,
que es lo otro, lo distinto, lo no idéntico. La
conciencia nunca se descubre a sí misma, nunca
está intencionada por sí misma. La conciencia se
presenta como un vacío en donde se refleja el ser.
Mientras que el ser-en-sí es compacto e idéntico a
sí mismo; la conciencia es vacía y nunca idéntica a
sí misma.
La conciencia se presenta como no idéntica a
sí misma, como lo que ella no es, trata de
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encontrar su propia identidad, se busca
constantemente a sí misma, aunque esta búsqueda
sea eternamente frustrada. Esta búsqueda de sí
misma, coloca a la conciencia en una actitud
interpretativa de la realidad, como identificando a
cada objeto, como la que da sentido a todo lo que
le rodea. En este mismo acto, al descubrirse
siempre intencionada por un objeto distinto a ella
misma, al que identifica y da sentido; también
descubre en ese objeto, su propio no-ser; su propia
nada, como condición de su ser. La conciencia se
descubre como dadora de sentido y como
creadora de su propia nada, se puede decir que la
libertad de la conciencia significa perseguirse a sí
misma en una carrera de antemano frustrada y
absurda, así es la libertad fundada en la ontología
nihilista de la conciencia.
Por otra parte, ¿Cómo puede una conciencia
nihilizadora, vacía en sí misma, sin posibilidad de
identidad, llegar a percibir el ser-en-sí? La
percepción de la realidad externa es un hecho,
pero, ¿cómo ocurre el contacto entre la conciencia
y el mundo exterior?; y desde el punto de vista
epistemológico, ¿cuál es valor del conocimiento
adquirido a través de esta percepción?
Recordemos que el ser-en-sí existe sin
necesidad de una conciencia. El ser-en-sí es
materia pura, algo macizo, sin forma, sin sentido,
sin razón de ser, que está de sobra... Una silla, un
lápiz, el árbol; todas las cosas siempre aparecen
encerradas en un nombre; se presentan como
objetos con formas y características determinadas
por una conciencia. Sin la conciencia, las cosas
pierden su nombre y su sentido; y serían materia
oscura e impenetrable. La conciencia ilumina al
ser. Las cosas sin la conciencia no tienen orden. El
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ser-en-sí es caótico. La conciencia, desde el noser, desde la nada, recorta al ser en objetos con
nombres y les otorga sentido racional.
Paradójicamente, nuestro mundo surge de la nada.
Cuando la conciencia percibe un objeto,
ocurre un doble movimiento, en primer lugar,
aparta el objeto del ser-en-sí general y único y lo
convierte en una cosa con forma propia; y en
segundo lugar, le da un nombre y un sentido. Es un
movimiento positivo, en donde la conciencia aísla
a un objeto del resto de las cosas. Segundo, la
conciencia ignora al resto del ser, lo envía a la
nada, lo nihiliza para poder conocer al objeto. La
percepción solamente puede realizarse gracias a
la capacidad nihilizante de la conciencia, que le
permite aislar a un objeto del resto del ser-en-sí.
La otra condición de la percepción es la
existencia en-sí del objeto. La conciencia ilumina
al ser, le da un sentido. La nada es la luz y el seren-sí es la oscuridad. Pero la realidad del ser no se
reduce al pensamiento. La conciencia no es el
fundamento de la existencia del ser-en-sí. El
hombre no crea al ser, se encuentra con la
realidad.
Por lo tanto, lo que ocurre es que la conciencia
no llega al ser-en-sí en la misma forma en que
llega al fenómeno. El fenómeno aparece como un
ser para la conciencia, el fenómeno es racional,
como envuelto de una cierta racionalidad que lo
hace comprensible. El fenómeno tiene
explicación, razón de ser, tiene causa y efecto;
encaja perfectamente dentro de los parámetros de
la conciencia. Pero el ser-en-sí, es tal cual en
cuanto que no es para una conciencia, lo que lo
hace inaccesible para la misma, por lo menos, en
cuanto a una conciencia racional.
Pero, es bueno aclarar un punto central en el
problema del conocimiento planteado por Sartre:
la conciencia no se reduce a la actividad racional;
es decir, razón y conciencia no se identifican
plenamente. Además, en el conocimiento del
fenómeno se dan dos hechos: La intuición y la
racionalidad. La conciencia no construye el
fenómeno, sino que va hasta el objeto, y éste se
hace presencia directa, es decir, el objeto es
intuido por la conciencia, o como afirma Sartre
en su obra, “El ser y la Nada”: “La intuición es la
presencia en la conciencia de la cosa” (p.235)
Ahora bien, durante la intuición, la conciencia
“siente” la presencia del objeto, de esta manera se
abre una puerta hacia el ser-en-sí, por lo menos se
puede sentir su presencia. ¿Cómo es posible la
percepción del ser-en-sí a través de la intuición?
La única manera es “borrando” del fenómeno
todos los elementos de racionalidad, desnudarlo,
quitarle la pintura, despojarlo hasta del nombre.
Nuño. J. (1971), en su libro “Sartre”, plantea el
despojo que en la intuición se le hace al ser del
fenómeno hasta desnudarlo completamente:
Si se persigue la experiencia metafísica que,
a la larga, conduce a la náusea, lo primero
que pasa es que las cosas se liberan de sus
nombres. Y, por lo tanto, el hombre,
conferido de sentido por medio de las
palabras con que se tapa la inerte existencia,
queda rodeado de cosas en estado de puras
cosas. (p. 21)
El hombre solamente puede captar el ser en sí
desde una experiencia extraña que Sartre llama:
“Náusea”. Este sentimiento es la forma intuitiva
de captar el ser sin el sentido racional que le
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proporciona la conciencia. Y desde la náusea, el
hombre se encuentra inmerso en un mundo o en
una realidad carente de sentido, de seres
monstruosos, deformes, “que están de sobra”. En
esta experiencia de encontrarse en un mundo sin
forma y sin sentido, capaz de producirle náuseas,
el hombre siente una angustia profunda, que se
convierte en la mayor sensación de soledad que
alguien pueda imaginar, el hombre se convierte en
un niño que llora en la soledad de un cuarto oscuro
e infinito.
Es como si toda la vida anterior hubiese sido
un sueño. De pronto, las cosas pierden sus
nombres y sus relaciones, ya no existen clavos y
maderas para formar una silla. Todo se reduce a un
simple estar de cosas deformes. Este estar sin más,
sin ser algo determinado, se llama “existencia”;
mientras que las cosas determinadas y aisladas,
con un nombre que le dé sentido, se llama
“esencia”. Sartre reduce, de esta manera, la
existencia al mero hecho de “ser ahí”. En cambio,
que la esencia se refiere al sentido que la
conciencia otorga a la cosa, el “ser así”. En este
sentido, la existencia precede a la esencia.
Primero es el “ser ahí”, que el “ser así”. De ahí,
que la esencia “hombre” se da en la existencia
concreta y cotidiana de cada persona, cada cual
construye su esencia nunca acabada, “el hombre
es una pasión inútil”.
En la intuición descubrimos que las cosas no
poseen, en cuanto ser-en-sí, esencia alguna,
solamente están arrojadas sin poseer ninguna
determinación. La náusea proviene del acecho de
la existencia, y la angustia proviene al descubrir
que la realidad no tiene sentido, en cuanto es ser-
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en-sí, en saber que el sentido de la realidad es
cuestión de la conciencia que enfrenta a las cosas,
sin contar con ningún criterio exterior a ella
misma, que le sirva como postulado para darle
sentido a la realidad.
Ahora bien, resulta imposible vivir en una
eterna náusea, esta experiencia, que es la única
que nos permite intuir al ser-en-sí, no es
espontánea, se llega a ella solamente a través de la
opción existencialista epistemológica. Las cosas
que nos rodean tienen un nombre que las
identifica, poseen una esencia determinada que
les da un sentido aparente, y esto se da, porque es
propio de la conciencia humana escapar del
absurdo. La conciencia tiene por necesidad que
darle un nombre y un sentido a todos los objetos.
Lo cual indica que el hombre está obligado a
elegir constantemente el sentido de la realidad,
esta es la función de la razón, para esto surgen las
esencias. Esta elección, la realiza el hombre sin
tener ningún parámetro exterior a él mismo, la
ética es opción personal. La conciencia está
condenada a la elección eterna del sentido.
¿Y la esencia de la conciencia? La conciencia
se percibe como lo distinto al ser-en-sí, nunca
llega a identificarse con el ser-en-sí, lo que indica
que el ser-en-sí no constituye la “esencia de la
conciencia”. Por otra parte, la conciencia
tampoco puede ser quien origina su propia
esencia, resultaría absurdo que se conciba a sí
misma antes de existir. La conciencia en cuanto
tal, no posee una esencia determinada, se
descubre como un vacío, como una nada. Esta
nada del hombre se manifiesta en su sentimiento
de angustia y soledad. El libro es un libro; pero, el
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hombre ¿qué es? El hombre se ve arrojado a
elegirse constantemente a sí mismo sin ningún
destino, y sin ninguna posibilidad de éxito. El
hombre está condenado a ser libre. En el fondo la
ética carece de sentido, ya que no tiene finalidad.
El mismo hombre es un proyecto condenado al
absurdo, ¿qué razón fundamenta una opción
moral cualquiera?. Por otra parte, el otro, al
conocerme, me convierte en objeto, en un ser en
sí, sin sentido y sin razón, “el otro es el infierno”.
BIBLIOGRAFÍA
Folquie. G. (1948). El Existencialismo. México:
Grijalbo.
Sartre. J. (1960). El Ser y la Nada. México:
Grijalbo.
Verneaux. R (1968). Historia de la Filosofía
Contemporánea. Barcelona. España: Herder.
Coplestón. H. (1959) Filosofía Contemporánea.
Barcelona. España: Herder
Núñoz. J. (1971). Sartre. Caracas: Universidad
Central de Venezuela.
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