biografía

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Gemma Oberto
MADRE ESCOLÁSTICA
RIVATA
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La alegría al servicio de Dios
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Sor M. Joseph Gemma Oberto, pertenece a la Congregación de las
Pías Discípulas del Divino Maestro, fundada el 10 de febrero de 1924
por el Beato Santiago Alberione con la colaboración de la Madre
Escolástica Rivata. Se ocupa en la pesquisa histórica de la
Congregación y en el trabajo de la Postulación.
Las Pías Discípulas del Divino Maestro son partícipes del proyecto
unitario de Familia Paulina: vivir y comunicar a Jesucristo Camino,
Verdad y Vida para la humanidad de hoy con los medios más rápidos
y eficaces que el progreso humano ofrece.
Como María, la Madre de Dios, y como las mujeres del Evangelio,
transformadas por el encuentro con el Resucitado, Belleza que salva
el mundo, son enviadas con los apóstoles, para anunciarlo, celebrarlo
y servirlo.
Su apostolado, orientado a la gloria de Dios y a la paz de la
humanidad, nace del amor a Jesús vivo en la Eucaristía, en el
sacerdocio y en la liturgia.
En el espíritu del apóstol Pablo, que se hizo todo para todos, acogen
con discernimiento los valores y las tradiciones de los diversos
pueblos y se comprometen en el diálogo ecuménico e interreligioso
para el anuncio de la novedad evangélica.
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Texto
Maria Joseph Gemma Oberto, pddm
Traducción
Concepción González, pddm
Fotos
Archivo PDDM, Roma
En la portada:
Iglesia de Jesús Maestro
donde reposan los restos mortales
de la Madre Escolástica Rivata.
Roma. Vía Portuense, 741
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Presentación
Dios aún sonríe en el rostro de Madre Escolástica que ha
seguido a Jesús Maestro como discípula suya.
Mujer humilde y ardiente, nos deja en herencia el testimonio
de lo hermoso que es estar con Dios. He aquí el secreto de la
belleza sonriente de Madre Escolástica conservada durante
largos años, escondiendo dentro de los pliegues del corazón, no
poco sufrimiento. Su alegría nace de la fe como abandono
confiado en las manos de Dios.
Madre Escolástica ha cruzado el desierto de la
transformación. Desde la primera opción que le hizo exclamar:
Señor, ¡Tú solo y basta!, hasta la consumación de su
ofrecimiento, ha conocido la alegría duradera de quien se pone
al servicio gratuitamente.
Incluso en la dificultad más dura, Madre Escolástica optó por
no estar triste, no quejarse, no sentirse víctima dejando que el
dinamismo de la alegría cristiana, se desbordara en su corazón y
se reflejara en el rostro.
El secreto de esta alegría duradera, fruto maduro del Espíritu,
tiene su raíz en el amor que se entrega por la vida de los demás,
en el apostolado.
Es hermosa la vida lograda de esta mujer consagrada a Dios
que no se vacía de sentido porque bebe en la fuente de la luz que
nace de la Eucaristía y se reviste de sencillez y belleza.
Pero a nosotros, hoy, ¿nos interesa esta alegría del
Evangelio?
Sor M. Regina Cesarato
Superiora General Pías Discípulas del Divino Maestro
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Un sí para la vida
Es el 16 de abril de 1896. De la iglesia parroquial S. Martín
de La Morra, que da a la plaza Belvedere dominante el gran
valle de las "Langhe”, sale una joven pareja de esposos: Lucía
Alessandria y Antonio Rivata. No tienen en programa una luna
de miel y después de la frugal, pero festiva comida preparada en
la casa de la esposa, en el barrio S. María, recorren los pocos
kilómetros que, pasando por Alba, les llevarán a su casa en
Guarene, en la calle Luccio 24.
Ha pasado poco más de un año desde la boda y el 12 de julio
de 1897 ve la luz su primogénita que en el Bautismo, celebrado
el día después del nacimiento, recibe el nombre de Úrsula para
recordar a las abuelas paterna y materna.
Úrsula se asoma a la vida en el año en que muere Teresa de
Lisieux (30 de septiembre). Misteriosamente, estas dos vidas se
entrelazan. S. Teresa ejercerá una fuerza de atracción sobre
Úrsula a través de la lectura de la “Historia de un alma” y será
una figura de referencia en los comienzos de la Congregación de
las Pías Discípulas del Divino Maestro. 1897 es también el año
de nacimiento de Giovanni Battista Montini (26 de septiembre),
el futuro Pablo VI, al que Madre Escolástica, en una audiencia
de 1974 le recordará orgullosa el ser coetáneos.
Guarene: un sugestivo rincón del Piamonte
El ambiente de Guarene ofrece a la pequeña Úrsula imágenes
fascinantes: sobre la más alta roca se eleva la imponente y
armónica construcción del Castillo, reclamo a una nobleza que
influye sobre la vida del pueblo desde hace siglos. La capilla del
Castillo dedicada a S. Teresa de Ávila, será meta frecuente de
paseos y ratos de oración de la joven Úrsula. Hay muchos
campanarios que dan testimonio de una religiosidad arraigada en
los años, que no se rindió ni siquiera ante las incursiones de los
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sarracenos. Una vista que se extiende desde el Roero hasta las
“Langhe” y lanza la mirada hasta la cadena de los Alpes; abajo,
se contempla el fértil valle del Tánaro y se divisan las torres de
Alba.
La tierra trabajada con el sudor de la frente, no es avara y
ofrece a la laboriosa gente de Guarene los recursos para vivir
dignamente, si bien en la sobriedad. El Jardín de infancia,
confiado a las Hermanas del Cottolengo y las escuelas hasta la
quinta de primaria (EGB), aseguran atención y alfabetización a
las nuevas generaciones.
Sólo por dos años Úrsula disfruta para sí de las atenciones de
la madre y el padre, después llegan Josefina (1899) y Clotilde
(1903). La familia aumenta y todo parece transcurrir en la sobria
felicidad de toda familia unida y abierta a la vida.
El primer grande dolor
La alegría por el nacimiento de Santiago pronto se ve
oscurecida, por lo que Úrsula lo recordará siempre, hasta la edad
avanzada, como “el primer dolor grande de la vida”. El 3 de
julio de 1903 la madre Lucía muere y a Úrsula, que no tendrá ya
su beso para el sexto cumpleaños, le tocará vivir como hija y
como hermana mayor. Los juegos, los cantos y los trinos de
alegría que llenaban la casa se apagan y el padre Antonio tiene
que afrontar la dura prueba. Tiene la ayuda de las familias de los
parientes, pero la responsabilidad de los cuatro niños que Lucía
le dejó es completamente suya.
«Todavía estaba en la infancia – escribirá Madre Escolástica
en 1941 – y la vida me parecía que tenía sólo rosas y flores.
Amada por mis buenos padres, y circundada por las atenciones
más solícitas, los días transcurrían en la felicidad. Con mi voz
argentina, llenaba la casa de trinos de fiesta y era una especie
de tormento para mi madre con mis mil preguntas. ¡Oh, Mamá
querida! Demasiado hermosos eran aquellos días, era necesario
que la prueba llegara a visitar a este pequeño ser
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despreocupado. ¡Y vino el primer gran dolor!... ¡Después de
una corta enfermedad la querida mamá muere! ¡Qué pena!
¿Quién puede comprenderla? Sólo quien lo ha experimentado,
comprende cuán intenso dolor, qué mala suerte sea el perder
este ser tan querido. Ésta es una herida que nunca cicatriza, a
pesar de las situaciones que puedan presentarse en la vida, con
el paso de los años. Y al Señor le agradó, en su infinita bondad
y sabiduría, que yo fuera muy pronto visitada por la dura
prueba del dolor...»
Úrsula que en octubre tiene que comenzar la escuela
primaria, vuelve pronto a casa con el papá, consolidando en este
tiempo una relación particular con él. El hermanito Santiago está
con la nodriza y las hermanitas están en casa de la abuela
materna. Chiquilla viva e inteligente, a Úrsula le gusta aprender
a leer y escribir y esto mitiga su dolor y la prepara para mirar
serena hacia el futuro. Como le había enseñado la mamá, recurre
confiada a la Virgen que en la iglesia parroquial tiene su
hermoso altar y que también en casa le sonríe desde un gran
cuadro.
En 1904 papá Antonio decide llevar a casa una nueva madre
para sus niños. En el mes de abril se casa con Josefina
Bertolotto, mujer fuerte, con principios cristianos sólidos,
aunque muy distinta, por aspecto y carácter de mamá Lucía. El
pequeño Santiago, con sólo 10 meses, muere y, no habiendo
hijos de las segundas nupcias, en casa quedan las tres
hermanitas.
A Úrsula le cuesta aceptar a “la mamá Gepa” que toma el
lugar de su madre, pero se compromete en seguir su ejemplo,
admirar su entrega para hacerlas crecer a ella y a las hermanitas,
cuidándolas no sólo físicamente, sino también en el espíritu.
Angelito y con mucho salero
En la escuela las coetáneas la recuerdan como una de las
mejores, siempre bien preparada, y a con frecuencia recibía el
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premio de llevar la medalla con la efigie del Rey y la cinta
tricolor sobre el delantal durante siete días consecutivos.
La graciosa niña que “parecía un angelito”, al ir creciendo,
ante los ojos de los coetáneos aparece también como “una chica
muy salerosa, muy viva, habitualmente alegre, activa, que sabía
estar bien en compañía, que modulaba en el canto su bonita voz,
una chica sincera, franca, con una sinceridad que no admitía
descuentos”.
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Parroquia y camino espiritual
El encuentro con Jesús Eucarístico en la primera Comunión,
en mayo de 1904, da como un golpe de ala en la vida de
Úrsula. El sacramento de la
Confirmación que recibe en 1909 de
manos de Mons. Giuseppe Re,
obispo de Alba, la fortalece en el
compromiso cristiano.
La parroquia de los Santos
Pedro y Bartolomé es muy
activa y los sacerdotes que, en
el floreciente Seminario de
Alba, han asimilado un gran
amor a la Eucaristía, lo
transmiten promoviendo la
Comunión frecuente y la
catequesis
y
atención
pastoral para todas las
edades y categorías. Se organizan con esmero las fiestas
patronales con predicación confiada a sacerdotes del Seminario
de Alba, entre los cuales se encuentra también el Padre Santiago
Alberione. Úrsula está presente y activa en la Schola cantorum
que ayuda a gustar la belleza de las celebraciones.
También el edificio de la iglesia está bien cuidado, sobre todo en
su interior. El párroco, don Giovanni Agnello, emprende una
atenta restauración y hace pintar en la bóveda, de Lorenzo y
Costantino Mossello de Montà, a los Ángeles adorantes de la
Sma. Eucaristía, a los Santos Pedro y Bartolomé y a S. Lorenzo.
Naturalmente, también Úrsula con la nariz para arriba habrá
seguido la creación de las imágenes que después alimentaron su
oración. A menudo habrá fijado su mirada en la pequeña puerta
del sagrario que representa a Jesús que dice a los discípulos:
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“Venite ad me omnes” / “Vengan todos a mí”, sintiéndose
atraída por esta invitación del Maestro Divino.
Trabajo y amistades
Úrsula crece y en este clima, en la armoniosa tesitura entre
naturaleza y gracia, se plasma su personalidad. Guarene es un
pueblo pequeño, pero abierto a la experiencia y vivacidad
espiritual y también cultural de la cercana villa de Alba.
A pesar de la sed de saber y
conocer, a Úrsula, después de la
escuela primaria, no se le
ofrecen posibilidades de estudio,
pero ella se ingenia con la
lectura para una autoformación
constante y no sólo en campo
religioso. El tiempo disponible
para leer es casi sólo en las horas
nocturnas y ella aprovecha a la
luz de una lámpara de aceite,
recibiendo a veces también el
reproche de la madrastra. “¡Lees
toda la noche, hasta tu nariz
queda ahumada!”
En la adolescencia y juventud
experimenta diversos campos de trabajo, que, además de los
domésticos, la ponen en contacto con varias realidades sociales
y contribuyen a su maduración.
El trabajo en los campos, el contacto con los ciclos y la
belleza de la naturaleza imprimen en ella un marcado timbre
“ecológico”, alimentado hasta los últimos años de la vida.
También le hace experimentar la fatiga y la constancia que
requiere la tierra para producir sus frutos y, no por último, el
abandono en la providencia del Señor cuando por calamidades
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naturales, como las granizadas que, en pocos minutos, hacen que
se pierda toda la cosecha.
El empleo temporáneo en la fábrica de seda De Fernex en
Alba, la pone en contacto con los problemas de relación entre
dador de trabajo y obreros, en una estructura en la que los
fermentos sociales de principios del siglo XX tenían un acento
muy fuerte, como está documentado en las crónicas albeses de
aquel tiempo.
Durante el tiempo del trabajo en la fábrica, que
temporalmente asumía jóvenes procedentes de los pueblos
vecinos, ofreciendo comida y alojamiento de lunes a sábado,
encuentra a Eufrosina Binello. Una chica que la precederá en el
ingreso entre las filas del Padre Alberione y, siguiendo las
huellas de los primeros discípulos de Jesús, hará resonar para
ella la invitación: “Ven y verás”.
El servicio en una familia de la burguesía de Alba la hace
vivir la condición de asistente doméstica, ocupación bastante
común entonces para muchas jóvenes, y que la hace sentir
cercana a tantas mujeres como hoy en día.
Elección de vida
Papá Antonio está orgullos de sus tres hijas guapas, que
crecen y empiezan a ser notadas por los jóvenes del pueblo.
Después del empeño económico para la nueva casa en la calle
Luccio 22, empieza a reunir ahorros para preparar su dote.
Deseo suyo es que encuentren una buena colocación y que sean
felices. Observa sobre quién pone los ojos en ellas y un día
llama a Ursulina, la hija mayor que, según la costumbre, se tenía
que casar primero, y le dice que un cierto Andrés ha pedido su
mano. “Es un buen joven – afirma el padre – y tiene también
posesiones; con él podrás tener una vida feliz”. Como buen
patriarca, la invita a reflexionar, propone, pero no impone,
quiere lo mejor para las hijas y con particular sensibilidad mira a
Ursulina que en el aspecto externo le recuerda tanto a Lucía.
Las tres hermanas Rivata Desde la izquierda: Giuseppina, Clotilde, Úrsula
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La propuesta de papá Antonio es como un relámpago que
rasga las nubes y provoca una primera decisión en Úrsula. En
efecto, después de la misa dominical, saliendo de la Iglesia mira
a Andrés, que no le era desconocido, pero que ahora tiene que
escrutar como a la persona con la que podría vincular su vida. Es
de veras un chico guapo y también bueno. Pero de improviso se
siente profundamente turbada y echa a correr cuesta abajo por la
pendiente que la lleva a la calle Luccio 22.
Es elocuente el recuerdo de aquel momento, escrito más de
cuarenta años después:
“... después de la Misa viniendo a casa me asaltó como una
especie de miedo y, entrando en casa, fui directamente a mi
habitación donde estaba una hermosa imagen del Sagrado
Corazón... Me puse ante Él y le dije:
Señor , ¡Tú solo y basta!
Bajé la escalera y fui adonde papá y le dije: «no, no acepto
su mano».
Señor, ¡Tú solo y basta! Dice su sí a Aquél que por primero
la eligió y que desde aquel momento le pedirá ser “el Solo, el
Único” de su vida, “en la alegría y en el dolor, en la salud y en la
enfermedad, en la patria y en el exilio...”
El horizonte aparece ya desde entonces claro y su estilo de
vida asume nuevas connotaciones:
“Desde aquel momento cambié mucho en mi obrar y no me
cansaba de mortificarme, rezar constantemente, la misa cada
mañana, confesión semanal y comunión. Descubrí en un hueco
bajo la escalera el libro: Práctica del amor a Jesucristo y me
ayudó mucho a orientar bien mi vida en la piedad. Leí también
la Historia de un alma y me hizo mucho bien, especialmente me
infundió el deseo fuerte de hacerme religiosa”.
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Siente que su vida tendrá que ser entregada totalmente al
Señor, aunque no sepa todavía cómo ni dónde. Ya es mayor de
edad, pero su decisión produce cierto contraste en la familia,
acogido por ella como una prueba que la refuerza aún más en la
decisión y en el ejercicio del cuarto mandamiento.
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El encuentro con el padre Alberione
Se sigue formando leyendo
mucho y la pasión por la lectura, en
la búsqueda de “buenos libros”, la
lleva a encontrarse con un gran
apóstol de los tiempos modernos:
el Padre Santiago Alberione, que,
sin rodeos, mientras busca el libro
pedido, después de un breve
diálogo, le dice: “¿Cuándo vienes a
S. Pablo?”
Además, en aquel sábado, entre
los puestos del mercado de Alba,
encuentra de nuevo a Eufrosina, la amiga del tiempo de la
fábrica, que ya forma parte del grupo femenino de la fundación
del Padre Alberione y es invitada por ella con un entusiasmo
contagioso, para que vaya a ver dónde se encuentra.
Otra luz se enciende en el
camino de Úrsula. Ya con sus
veinticuatro años, se siente
empujada a romper la tardanza y la
oposición de la familia, que, sin
embargo, parece intensificarse
cuando manifiesta querer entrar en
San Pablo, por el hecho de que la
obra del Padre Alberione está en
los comienzos y no se ven todavía
horizontes claros ni garantías para
el futuro.
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Seguir al Maestro
Úrsula había fijado un tiempo: el final del trabajo de verano
en el campo. Y, allanadas finalmente las dificultades, el 29 de
julio de 1922, acompañada por su padre, entra en la aventura
que la llevará por las sendas imprevisibles del Señor.
En Alba, en la primera casa propia, después de los varios
traslados de los primeros años, el Padre Alberione, que en 1914
había dado inicio a la Pía Sociedad San Pablo con dos chavales,
tiene ya ahora un buen número de Apóstoles de la Buena prensa.
Desde 1915 existe también un grupo de jóvenes mujeres que
precisamente una semana antes, el 22 de julio, con los votos
privados y el nombramiento de Tecla Merlo como Superiora
general, son oficialmente constituidas con el nombre de Hijas de
San Pablo.
Úrsula tiene delante el programa dado por el Fundador a toda
la obra: “Gloria a Dios, paz a los hombres”, llevar el Evangelio
con los medios modernos, que en aquel entonces consistían
sobre todo en la prensa. Está segura de que “en la Casa”
cualquier ocupación, también lavar la verdura, preparar la
comida, lavar y planchar la ropa, está encaminada a este
objetivo. El ser cuerpo único en Cristo lleva a todos a conseguir
el mismo fin.
Una nueva familia.
Quizás desde el encuentro en la librería con Úrsula, el Padre
Alberione había sentido, bajo la moción del Espíritu Santo, que
había llegado el momento de ampliar la familia.
Cuando esta joven, en la madurez de sus 25 años, entra en
san Pablo, él le pone entre las manos el libro “Las mujeres del
Evangelio”, como instrumento para sintonizar con la futura
misión. El Padre Alberione quiere difundir el Evangelio con la
prensa y con los medios que después vendrán, pero está
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erlo
convencido de que se necesitan personas que, con la vida, sean
anuncio y contagio de la Buena noticia, como las mujeres que
seguían a Jesús en su peregrinación y que estaban presentes la
mañana de la resurrección, mujeres que con la riqueza de su
feminidad y entrega, sostengan y acompañen a los apóstoles de
hoy. Resuenan también las palabras de su director espiritual, el
Canónigo Chiesa: “Antes de hacer obras asegúrate un grupo
proporcionado de almas que recen y, si es necesario, que se
inmolen por las obras mismas; si quieres que sean vitales”.
Ursulina y Matilde.
El 21 de noviembre de 1923, con un gesto que reviste cierta
solemnidad y que recuerda el de la comunidad de Antioquía para
Pablo y Bernabé (cf. Hch 13,2), aunque en Alba los medios y el
lugar parecen muy pobres (nos encontramos, en efecto, en la
cocina y la peana del anuncio es una rudimental caja de madera),
el Padre Alberione dice:
“Apártenme a Úrsula y Matilde para una misión que les
confiaré”. Aún no está claro el proyecto, pero sabe que tiene
que dar el “sí” a la obra del Espíritu. A la lógica pregunta de
Matilde: “¿Qué haremos?” responde el Fundador con un triple
imperativo: “Harán silencio, silencio, silencio”, casi queriendo
decir: tendrán que escuchar, escuchar, escuchar lo que el Señor
nos quiere comunicar y la Presencia que nos habla no está en el
terremoto, ni en el fuego, sino en el murmullo de una brisa
suave, en el silencio (cf. 1Re 19,11-12).
Úrsula se siente tomada junto con Matilde del grupo de las
jóvenes presentes en la única casa de Alba, para una obra nueva,
en la que hay que abandonarse al proyecto de Dios que se
manifestará a través del Fundador. Es elegida como responsable
y, en enero de 1924, el Padre Alberione la encarga de
individualizar entre las jóvenes aspirantes, en comunión con la
Maestra Tecla Merlo, algunas compañeras, las “más inclinadas a
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la piedad especialmente eucarística”, marcando
característica fundamental del nuevo grupo.
así
la
Una vela viviente
Mientras se forma el grupo de las primeras ocho, el Padre
Alberione inicia la “pastoral vocacional” en favor de las futuras
Pías Discípulas y, con fecha 24 de enero de 1924, envía una
carta a todos los Párrocos de Italia en estos términos:
“Me permito adjuntarle un esbozo de reglamento para una
institución de hijas para la Adoración continua al SS.
Sacramento. ¡Espero de V.R. una adoradora!, es decir, una
vocación de su Parroquia. Será como una vela viviente que
arderá y se consumirá ante el Pastor Bueno por V.R. y por su
Parroquia. Muchos Deo gratias. Humildes obsequios. Dev.mo
in Domino Sac. Alberione Santiago”.
Y muchos párrocos se dirigen hacia Alba para acompañar a su
“vela viviente”.
Un nombre nuevo, una misión nueva
El 10 de febrero de 1924, día de S. Escolástica, es el día
elegido por el Padre Alberione para encaminar la nueva
fundación con el primer núcleo de ocho, que el 25 de marzo
siguiente, día de la Anunciación, tendrá su manifestación oficial
con la toma del hábito religioso y la profesión de los votos. Las
ocho reciben también un nombre nuevo y Úrsula se convierte en
Sor Escolástica de la Divina Providencia.
Inicia el mismo día lo que será “su trabajo principal”: la
Adoración eucarística con turnos de dos horas, que, algún mes
más tarde, y precisamente el día de la Asunción, con las nuevas
llegadas, cubrirá también las horas de la noche.
Deben “cuidar del Divino Maestro y de sus Ministros”: el
amor a Jesús Maestro empuja a Sor Escolástica a vivir como
hermana y madre junto a los Sacerdotes y Discípulos de la
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Sociedad S. Pablo en una donación sin reservas que luego
extiende al sacerdocio de la Iglesia entera.
Sor Escolástica tiene 28 años; el entusiasmo y la luz que
cotidianamente recibe en la escuela del Maestro Eucarístico la
acompaña en el rol que requerirá cada vez más prudencia e
iniciativa. Es responsable de la nueva familia que nace junto a la
ya consolidada de las Hijas de S. Pablo, guiadas por la
Venerable Tecla Merlo que constantemente le será cercana para
acoger, interpretar y realizar el proyecto del Fundador, y para
conducir por un camino nada fácil a las Pías Discípulas del
Divino Maestro, hasta la aprobación en la Iglesia.
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La primera Madre.
Desde este momento se puede leer la historia de Escolástica
sólo siguiendo paso a paso el camino de las Pías Discípulas. Si a
toda persona hay que situarla en el ambiente en que vive, para
aquélla que es elegida para dar comienzo a la nueva
Congregación, junto a la extraordinaria figura carismática del
Beato Santiago Alberione, es necesaria una lectura casi en
continua disolución, que no anula la identidad de la persona,
sino que la hace encarnación y comunicación de esa particular
forma de vida.
No por casualidad a alguna joven que, en los primeros años,
cuando todavía no había una regla escrita, le preguntaba al Padre
Alberione cómo ser Pía Discípula, él respondía: “miren a Sor
Escolástica”. Las Pías Discípulas se desarrollan y, guiadas por
Madre Escolástica, consiguen superar no pocas dificultades y
mantener viva la identidad también en el período en el que
jurídicamente, después de 1929 y hasta 1947, aún recibiendo
continuamente una formación específica para ellas, viven bajo la
única aprobación de las Hijas de S. Pablo. Son años en los que el
diálogo entre carisma e institución escribe páginas que hacen
tocar con mano la acción del Espíritu que guía y corrige
decisiones buenas en sí, pero sugeridas a veces por la sabiduría
humana.
Se vive la práctica de las reglas canónicas, pero Madre
Escolástica, en docilidad creativa a las directrices del Fundador,
sigue haciendo crecer a las Pías Discípulas, conforme a la
específica vocación y misión centrada en la Eucaristía, en el
Sacerdocio y en la Liturgia, en espera de su plena manifestación
también externa.
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Misión en África
Las pruebas, cuando se viven en la luz de Dios, conducen
siempre a un ensanchamiento de los horizontes. Humanamente
parece inexplicable la decisión del Padre Alberione de pedir, en
1936, a Madre Escolática que deje la dirección de las Pías
Discípulas y se traslade antes a Roma como vice maestra de las
novicias y que luego salga por mar hacia África.
Era el mes de noviembre de 1936 y con Sor Elia Ferrero parte
para Alejandría de Egipto con la perspectiva de explorar
también posibles asentamientos en el África oriental y en la
Tierra Santa. En Egipto se encuentra en condición de minoría
étnica en medio de una población musulmana con la cual busca,
en el cotidiano, codo con codo, caminos de diálogo. Su forma de
hacer, acompañada siempre por la sonrisa, resulta agradable y en
el barrio en que viven, es llamada por todos “la buena señora”.
Para la difusión del Evangelio, no duda en un cierto período de
vestir como seglar para obtener el permiso de acceder a los
barcos de paso y llevar a los pasajeros la “buena prensa”.
Regreso de Egipto
El grupo ya consistente de las Pías Discípulas del Divino
Maestro, sin la guía de la Madre sufre, pero con determinación
da también prueba de que la semilla del propio carisma ha
crecido, se ha robustecido y no se confunde con el también
hermoso y grande de las Hijas de S. Pablo. El Fundador,
transcurridos menos de dos años, vuelve a llamar de Egipto a
Madre Escolástica para que retome su ministerio de guía y de
presencia materna también para los hermanos de la Sociedad
San Pablo, y para que prepare el terreno, con miras a obtener la
aprobación del Instituto en la Iglesia.
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Para el Padre Alberione es todavía tiempo de creatividad
fundacional. Desde 1936 se abren horizontes para la pastoral
parroquial y él da vida a las Hermanas de Jesús buen Pastor,
llamadas Pastorcitas. Al mismo tiempo, se da cuenta que las
Pías Discípulas y las Pastorcitas, instituciones en rápido
desarrollo de personas y obras, requieren una codificación
jurídica apropiada. Una vez más, por lo menos para la parte
femenina, no quiere renunciar a la idea de “una familia” con
aprobación única para las tres ramas, comprometidas en diversas
expresiones apostólicas. Pero no resulta fácil armonizar el sentir
de un fundador con las reglas canónicas.
En este caso además, emerge también la vigorosa fuerza de
los carismas que no consiguen fusionarse en uno. Las
dificultades del camino, pues, ayudan a apresurar la
manifestación del proyecto de Dios.
En los años de la segunda guerra mundial la Familia Paulina
recibe dos importantes sellos de la Iglesia con la aprobación
pontificia de la Sociedad S. Pablo (1941) y de las Hijas de S.
Pablo (1943), mientras que no puede llegar a buen puerto el
proyecto de las tres Congregaciones femeninas con una única
aprobación.
Mirada lanzada hacia adelante.
Madre Escolástica, desde el día de su regreso de Egipto, con
mirada de discernimiento, se preocupa ante todo por dar una
sólida formación a las nuevas generaciones, detectando en Sor
M. Lucía Ricci, que tiene sólo 25 años, la persona idónea para
guiar el noviciado. También la formación cultural tiene su
importancia y con la colaboración del Beato Timoteo Giaccardo,
primer sacerdote de la Sociedad S. Pablo, que ha recibido del
Fundador el encargo de seguir de cerca los caminos de las Pías
Discípulas, organiza cursos de estudio a distintos niveles.
Desde 1938 inicia una obra particular que forma parte de la
misión y que tiene que asegurar el económico sustento
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necesario, es decir el conjunto de actividades para la liturgia,
denominado “Domus Dei”. Madre Escolástica promueve con
entusiasmo el trabajo de estatuas, pintura, arte sacro, bordado,
confección de vestiduras litúrgicas, encaminando también a
hermanas a la formación artística y técnica en los diversos
sectores.
Las obras externas son útiles y necesarias, pero Escolástica es
consciente de que lo que da estabilidad es una vida entregada. Es
en este tiempo cuando Jesús Maestro comienza a guiarla por el
camino de una oferta que la marcará profundamente ya para toda
su vida. En la fiesta de la Transfiguración de 1941, día en que se
contempla a Jesús que camina hacia su Hora, escribe:
“Hoy, 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración de Jesús, hice
la ofrenda de mi vida por la Congregación de las Pías
Discípulas. Aceptaré del Señor todo lo que le agradará
enviarme con este fin y para reparar en esta vida todas mis
faltas y obtener la gracia de morir en un acto perfecto de amor
de Dios. Todo esto con la ayuda de Jesús y de María.”
21
Ser en la Iglesia
Hay otras hermanas más preparadas culturalmente, pero en
1945, cuando se trata de escribir las Constituciones y, en
particular, el texto de las directrices prácticas para las Pías
Discípulas, el Padre Alberione llama cerca de sí a Madre
Escolástica que, antes de sentarse a escribir, visita todas las
comunidades y se pone a la escucha de cada hermana para hacer
luego una relación pormenorizada.
El ser reconocidas en la Iglesia es el sueño que nunca olvidó
Madre Escolástica. Es consciente de que, con la extensión
geográfica y numérica, se hace siempre más difícil armonizar la
vida en los dos planos: jurídicamente, ser llamadas Hijas de S.
Pablo y, de hecho, en la vida de cada día y en las obras, ser Pías
Discípulas. La claridad de pertenencia, la identidad, tiene que
tener también rostro jurídico. La situación “de derecho” y la “de
hecho”, que no constituían problema para las primeras
generaciones, se hace cada día más insostenible y ella, como
Madre, escuchando la palabra del Fundador, sostenida siempre
por la sabiduría maternal de Maestra Tecla Merlo, siente el
deber de comprometerse para dar estabilidad a la senda trazada.
Para mantener la unidad y favorecer el desarrollo ahora que las
Pías Discípulas son más de trescientas y las casas están
presentes en varias regiones de Italia y continentes, se necesita
una propia Regla de vida también escrita y aprobada y no sólo
transmitida oralmente en la vida.
El 9 de julio de 1945, es, pues, presentada al S. Padre la
petición para la aprobación de las Pías Discípulas, adjuntando a
ésta las Constituciones, preparadas por el Padre Alberione, con
la inspiración concreta de Madre Escolástica.
Todo parece proceder regularmente, conforme a los ritmos
que requieren estas prácticas, y el Padre Alberione, a finales de
diciembre de 1945 con Maestra Tecla Merlo, parte para un largo
viaje de visita a las Casas del norte y sur de América.
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En Roma están el Padre Timoteo Giaccardo y el Padre
Federico Muzzarelli que velan sobre las relaciones con la S.
Sede, pero en particular, está Madre Escolástica que tiene el
corazón y el ojo atento a este esperado nacimiento jurídico, para
recibir el sello de la Iglesia sobre cuanto había delineado el
Fundador desde los inicios y que, como una semilla, había
depositado en ella para que la acompañase en su germinación y
crecimiento.
Esperanza de vida y tormenta.
Estamos en la primavera de 1946 y el que examina la práctica
está perplejo también porque no se pide, como normalmente, la
aprobación de un nuevo Instituto, sino que se considere el grupo
de las Pías Discípulas, en la condición jurídica actual de las
Hijas de S. Pablo, es decir, con aprobación pontificia. El
derecho no contempla esta solución para una situación “de
hecho” que es leída como una tentativa de escisión. Se tiende a
archivar la petición.
Madre Escolástica percibe esto y, en ausencia del Fundador,
sintiéndose responsable en primera persona, después de haber
orado y ayunado, de haber pedido consejo y oración a las
hermanas, decide subir a la colina vaticana para recomendar la
causa de las Pías Discípulas del Divino Mestro.
Piensa que, a lo mejor, en los papeles depositados no esté
bien explicado el caso, y por consiguiente ¿quién puede aclarar
las dudas y manifestar mejor que ella, que desde los inicios
acogió la semilla de la vida de las Pías Discípulas y la hizo
crecer, custodiada incluso en medio de graves dificultades? Es
consciente de su pequeñez, de que no posee la ciencia de las
leyes canónicas, que no tiene el lenguaje de la diplomacia, pero
confía en que, exponiendo las razones del corazón y de la vida,
los expertos sabrán luego traducirlas en norma.
Ciertamente no es fácil comunicar... y su cálida y apasionada
súplica de que no se paralice la petición de aprobación de las
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Pías Discípulas no da buena impresión a las autoridades de la S.
Sede. Su lenguaje suena como el de una persona que fomenta
una división, que se rebela, que casi pretende afirmar que lo que
expone es ciertamente voluntad de Dios y que sólo el Padre
Alberione, en este caso es el hombre de Dios que puede
pronunciar la palabra decisiva.
Para Madre Escolástica es el principio de una particular
configuración con Cristo en su misterio pascual, precisamente
en el tiempo en el que la liturgia vive la Pasión del Señor. Ella y
las Pías Discípulas tendrán que esperar un año, antes de ver la
luz de la resurrección.
Madre Escolástica tiene 49 años y, en su camino de
configuración con Cristo, está ya como la espiga de trigo
maduro: para que la vida continúe, es necesario que la semilla
caiga en tierra y que muera.
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Exilio
El 15 de abril de 1946 es lunes de la Semana santa. Es el día
en que la liturgia contempla a María de Betania que unge, con su
perfumado nardo, a Jesús de Nazaret. Es también el día en el que
Madre Escolástica quiebra su frasquito de alabastro dicien-do sí
a una orden que desgarra su ser. En efecto, por disposición de la
Congrega-ción de Religiosos, es alejada del gobierno de las Pías
Discípulas. Leemos en sus recuerdos:
“... cuando quedé sola, en mi soliloquio con el Señor, en el tumulto
de los pensamientos y con una angustia que me partía el corazón, le
ofrecí todo al Señor por amor. Era amor verdaderamente puro, que
brotaba de un corazón sangrante y casi agonizante, como el de Jesús
en el huerto del Getsemaní pero acompañado también de una paz y
serenidad y de una esperanza que aceptaba todo y ofrecía en acción
de gracias a Dios, cuanto le hubiese agradado, para la perseverancia
de las Pías Discípulas en su vocación.”
Al principio, en 1923, había sido “puesta aparte” para ser la
raíz de la Congregación, ahora es “dejada de lado” para seguir
siendo el fundamento del edificio ya crecido, para vivir, como el
Divino Maestro, el amor hasta la expresión suprema de la
entrega de la vida. Una conmovedora palabra del Fundador le
llega en esta circunstancia:
“Tienes que ser como el material que se usa en los cimientos de la
Casa: no se ve pero el valor de la construcción depende de la solidez
de los cimientos. Otras harán buena figura como las paredes bien
encaladas y pintadas y parecerá que el mérito sea de ellas, pero en
cambio ante Dios contará mucho más quien, escondida en los
cimientos, sostendrá todo el edificio y lo hará sólido con sus virtudes
y humildad.”
En ella no se viene abajo la seguridad de que las Pías
Discípulas existirán en la Iglesia y que el Espíritu iluminará los
corazones de los hombres de Iglesia. En un primer momento,
parece que “la pequeña grey” de las Pías Discípulas, dejada sin
la guía, se desbande, se disperse, se desoriente, pero es cuestión
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de poco... Madre Escolástica, transmitiendo cuanto el Fundador
le inculcaba, había hecho crecer personas en las que estaba
impresa una identidad fuerte, y la “pequeña grey”, más fuerte
que nunca, vuelve a hacerse compacta. Frente al Padre Angélico
de Alejandría, el capuchino enviado como Visitador Apostólico
para quitar toda veleidad de autonomía al grupo de las Pías
Discípulas, las hermanas se muestran tan decididas y
determinadas, que el hábil diplomático tiene que cambiar rumbo.
Su decidido “he venido para sepultar a las Pías Discípulas”,
pronunciado a mitad de octubre de 1946, en diciembre tiene que
traducirse en itinerario de resurrección, que emprende con la
ayuda del Beato Timoteo Giaccardo y del experto canonista
Padre Federico Muzzarelli.
Madre Escolástica no se repliega sobre sí misma, perdona y
pide por quien “le ha causado este castigo”, vive en la esperanza
y en el abandono y se pone a la escucha atenta y continua de la
voz de su Maestro y Esposo. Tiembla por sus hijas que sufren y
sigue ofreciendo su apoyo a través de los escritos y de la palabra
cuando tiene la posibilidad. Ella necesitaría consuelo, pero es
ella misma la que brinda consolación. Vive un particular
silencio que sabe encontrar los caminos de la comunicación, sin
transgredir cuanto se le ha impuesto.
Siguiendo las huellas de María, la Madre de Jesús, la
discípula Escolástica comparte el destino de su Maestro en la
Hora de la prueba y repite: “Señor, ¡tú solo y basta!”
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Luz de vida
El lunes de la Semana santa de 1946, Madre Escolática había
acogido el exilio como perfume que había de derramar a los pies
del Maestro, y es de nuevo el lunes santo, un año después,
cuando, casi en una danza de alegría, deja Niza, para llegar, no
sin una pizca de aventura, a la casa de Bordighera y luego, desde
allí, proseguir hacia Alba, donde están brillando las primeras
luces de la resurrección para las Pías Discípulas.
El 3 de abril de 1947, Jueves Santo, las Pías Discípulas del
Divino Maestro son aprobadas por la Iglesia con el decreto
firmado por el obispo de Alba, Mons. Luigi M. Grassi.
Madre Escolástica es reconocida como primera ex superiora
general y el Fundador pide que hacia ella, se tenga filial gratitud,
respeto, devoción, amor y que se tenga muy en cuenta su
enseñanza, su consejo, sus directrices, su oración.
En la Iglesia de S. Pablo en Alba, será la primera entre las
hermanas, que llegará casi corriendo y con un rostro
luminosísimo, como testimonian las presentes, al lugar donde,
ante el delegado del Obispo y de Madre M. Lucía Ricci,
nombrada Superiora general, pronunciará la fórmula de
profesión: “según las Constituciones de las Pías Discípulas del
Divino Maestro”. ¡Finalmente! Madre Escolástica vive la
alegría de la mujer que olvida el sufrimiento porque la vida
nueva ha brotado (cf Jn 16, 21.
¿Qué pasa por su corazón en este día? Confía algún
fragmento en un escrito al Fundador:
“...ahora no tengo más que un deseo, vivir humillada1 en la Casa
del Señor todos los días de mi vida, realizando en el silencio y en el
escondimiento mi deber cotidiano, y ¡esperando con ansia la llegada
1
El término italiano correspondiente al original es: ‘abyecta’ con un significado en español de:
bajo, despreciable, innoble, mezquino, rastrero, ruin; aplicado a personas y a sus acciones y
cualidades, se dice del que comete acciones en que hay falsedad o traición o cobardía o bajeza
(cf. Diccionario español de María Moliner, 2008)
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del Esposo y de las bodas eternas...! Me parece que ya le he dado
todo a Jesús... Cada día con la ayuda de su gracia, quiero darLe
generosamente y con amor perfecto todo lo que Él querrá de su muy
miserable criatura...”
El año 1948 marca para las Pías Discípulas otro paso
importante: sólo nueve meses después de la aprobación
diocesana, el 12 de enero, llega la aprobación pontificia, acogida
por Madre Escolástica con júbilo particular:
“... nos han comunicado la buena noticia de la aprobación.
¡Piensa en la explosión de alegría que surgía del corazón de
cada una! Nos parecía soñar. Hoy todavía ofrecía la adoración
para conseguir esta gracia.
¡Qué gracia! No nos parece verdad. Esta tarde hemos cantado
el Te Deum con todo el corazón y con toda la voz que tenía
nuestra garganta. El Señor nos ha demostrado verdaderamente
su predilección...”
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La segunda patria
Ahora ya la Congregación tiene todo los papeles en regla
para caminar de manera expeditiva, y es el momento en el que la
Madre deja la tierra de sus orígenes para plantar las tiendas en
América Latina y precisamente en Argentina, donde llega el 2
de octubre de 1948.
Dejar la patria, el papá anciano que ya no volverá a ver, las
hermanas, la cercanía del Fundador le ha costado mucho, pero el
Padre Alberione decía que cambiar casa o nación, es como
cambiar de habitación y en este espíritu Madre Escolástica
acepta la nueva obediencia. En una situación socio-política en
absoluto fácil, se pone enseguida manos a la obra cuidando ante
todo las vocaciones, las jóvenes para las que se preocupa
también de preparar moradas acogedoras. Provee con gran celo
al desarrollo de las obras apostólicas, valorando también los
recursos locales.
Argentina se convierte pronto en su segunda patria. Contagia
a todas y todos con su fervor el amor a la Congregación, el amor
hacia las muchas almas que hay que salvar.
Sin sobresalir
Después de 15 años de estancia en Argentina, en 1963 recibe
la invitación de volver a Italia. La Congregación está en el
umbral del 40º de fundación y, para responder a las nuevas
generaciones que desean entrar en contacto con las riquezas de
los orígenes, la Superiora general, Madre M. Lucía Ricci, le pide
a Madre Escolástica que escriba las “memorias”.
En Italia vive como hermana entre hermanas sin sobresalir,
dejándose a veces también humillar, continuando así a alimentar
la raíz. Confecciona vestiduras y ornamentos litúrgicos,
perfumándolos con una oración continua mientras trabaja. Su
sonrisa, su amabilidad se hacen penetrantes y comunicativas,
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como el sol que alcanza a todos sin esperar un gracias, feliz de
dar luz y calor.
Vive la estación del Concilio Ecuménico Vaticano II con
alegría y participación, percibiéndolo, junto al Fundador, como
un sello del Espíritu Santo sobre la Congregación.
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Mirada y corazón para el mundo
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Es muy viva en ella la participación en los acontecimientos
de la sociedad para
llevarlos al Maestro
Divino en la Adoración
eucarística. En un apunte
escribe:
las almas, de la
“Leer periódicos, escuchar
radio y televisión para
conocer las
necesidades
de las
almas y
rezar por
todas las
necesidades
del país, de la Iglesia, de
humanidad entera.”
El teólogo Bruno Forte, hablando de la contemplación
cristiana que se vive a los pies de la Eucaristía y de la Palabra,
es decir, de mediaciones históricas densas, fuertes, bien precisas
y, subrayando que precisamente el que es más contemplativo
por vocación tiene que estar más arraigado en la historia,
evocaba como “icono denso y hermoso Madre Escolástica que
va a la Adoración eucarística con el periódico bajo el brazo...,
llevando así la historia a la gloria...”
En la oración, en circunstancias particulares, madura también
intervenciones señaladas. Por ejemplo, en el tiempo de las leyes
del aborto y del divorcio, en 1976 escribirá al diputado Fortuna
y en 1978 al presidente de la República Leone.
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Invertir en los jóvenes
En los años entre 1973 y 1981, vividos en Roma en el centro
de la Congregación, mientras en la sociedad arrecian protestas a
diversos niveles, Madre Escolástica teje una particular relación y
diálogo con las jóvenes en formación.
Se hace pequeña con los pequeños, para poder difundir una
palabra buena, poner en guardia de los peligros. Comunica y
exhorta a vivir cosas no aprendidas en los libros, sino fruto de la
experiencia de vida con Jesús, el Libro de la Vida. Siempre más
resuena que “Él solo es el ‘Todo’”, que “el único sueño es amar
a Jesús, único Amor, único todo.”
Cada vez se muestra más vivo el deseo del encuentro con el
Esposo amado y del que se siente amada y aquel martillante
“hacerse méritos... hacerse santas” no es otra cosa que la manera
de traducir en la práctica cotidiana la invitación de Jesús a
“acumular tesoros para el reino de los cielos”, a no tener otro
tesoro sino Él (cf Mt 6, 21; Lc 12,34).
Nostalgia del Paraíso
Madre Escolástica ya ha visto partir para el último viaje a
muchas de las hermanas con las que había iniciado el camino,
pero el 26 de noviembre de 1971 la muerte del Fundador marca
su vida de manera particular. El Padre, el guía, el hombre de
Dios que la había acogido y acompañado por más de 50 años en
los caminos inescrutables del Maestro Divino, cierra su
peregrinación terrena y en ella se acentúa la nostalgia del
Paraíso.
A partir del año 1981 la parábola de su vida de encamina
hacia la conclusión terrena.
Participa en el III Capítulo general y el 8 de abril de 1981 se
encuentra con Juan Pablo II, recibiendo de él el “beso de los
pequeños”. Luego, con el progresivo declino de las fuerzas, la
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trasladan a la casa de Sanfrè (Cuneo), donde transcurrirá los
últimos seis años de su vida.
Silencio y cumplimiento
Aunque el físico de Madre Escolástica se deteriora, la llama
interior está siempre viva, es más, parece que arde cada vez más.
Desde 1984 es privada también de la palabra pero esta
ausencia de sonido, se revela como una vivísima comunicación
no verbal con el destello de la mirada y el movimiento de la
mano. Son años en los que su pequeña habitación se convierte
en lugar de encuentro, lugar donde la primera Pía Discípula del
Divino Maestro mete en el corazón de numerosas hijas de los
cinco continentes que se detienen junto a ella, la herencia
preciosa, la que ella ha comentado en el arco de su existencia:
“Señor, ¡Tú solo y basta!”
Había sido la primera sobre la que el beato Santiago
Alberione había puesto los ojos para dar vida a la nueva
fundación, y es la última del primer núcleo de las ocho que
cierra, podemos decir, el arco fundacional.
El 24 de marzo de 1924 las ocho elegidas vivían la
emocionante vigilia de la toma de Hábito que les esperaba el
siguiente día de la Anunciación. El 24 de marzo de 1987,
mientras se cantan las primeras Vísperas contemplando el sí de
María, la Discípula Escolástica dice su último sí terreno,
“preparada y ataviada para celebrar con el Divino Maestro las
bodas eternas.”
El don continúa...
El 13 de marzo de 1993, en Alba, comienza el proceso
diocesano para la beatificación y canonización de la Sierva de
Dios Madre Escolástica Rivata, que ahora está prosiguiendo su
recorrido en la Congregación de las Causas de los Santos.
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Desde el 3 de abril de 2008, después del traslado del
cementerio de Alba, los restos mortales de Madre M. Escolástica
reposan en la Iglesia de Jesús Maestro en Roma, via Portuense
741.
Oración
Oh Jesús,
nuestro único Maestro
Camino, Verdad y Vida,
te alabamos y damos gracias
por tu Discípula
Sor María Escolástica Rivata.
Sostenida por el Espíritu Santo
y con la fuerza de la Eucaristía,
en las alegrías y en los sufrimientos
de la vida cotidiana,
ha dicho SÍ a la voluntad del Padre.
Siguiendo las huellas de María,
Madre tuya y nuestra,
se entregó con gozo en el servicio
de Dios y del prójimo.
Que su ejemplo nos ayude
a elegir el camino del Evangelio
en toda circunstancia de la vida
y, por su intercesión,
concédenos la gracia que te pedimos...
Amén.
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Casa General
Pías Discípulas del Divino Maestro
Via G. Rossetti 17
00152 ROMA
Tel. 06 5839321
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e-mail: madrescolastica@pddm.org
Postulación General
de la Familia Paulina
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