Coadjutor JOSÉ CONTI RICHELMI Nació en Italia el 15 Marzo 1904; profesó en Italia el 21 Septiembre 1931; llegó a Venezuela el 25 Diciembre 1931; murió en Caracas el 25 Noviembre 1938, a 34 años de edad y 37 de profesión. Carta Mortuoria La Vega, Caracas. 25 de Noviembre de 1938 Queridos Hermanos: Cumplo con el triste deber de comunicaros que el Ángel de la Muerte ha visitado esta Casa, llevándose al Paraíso al óptimo Hermano nuestro, Coadjutor JOSÉ CONTI, de 34 años de edad. Había nacido en Pagazzano (Bérgamo) Italia, el 15 de Marzo de 1904, hijo de Amadio Conti y María Úrsula Richelmi de Conti, óptimos cristianos. Su familia, más bien pobre, por desgracias ocurridas, se había ido a vivir en Origgio, Milán. El párroco del pueblo, cuando José pidió para entrar como salesiano, escribió así de él: "Hace cuatro años que conozco a José Conti. Siempre mantuvo buena conducta, edificando a los del pueblo por su frecuencia semanal a la Santa Confesión y a la Comunión diaria, por su presencia en las funciones religiosas en la parroquia y por su bondad". Fue recibido como alumno en la Casa de Cumiana en 1929. Al año siguiente pidió entrar en el Noviciado y fue admitido en la Casa de La Moglia. Terminado el Noviciado hizo la primera profesión. Pidió luego venir a América y fue destinado a Venezuela, donde llegó el 25 de Diciembre de 1931. Fue enviado a nuestra incipiente Escuela Agrícola de Naguanagua, Valencia, pero por su débil salud vino casi enseguida a esta Casa, donde permaneció casi siempre hasta su muerte. Se ocupó por algún tiempo de la cocina, manifestando ardiente amor al trabajo, practicando ejemplar economía y esforzándose por satisfacer a los hermanos y a los aspirantes. En Octubre de 1936 lo sorprendió un ataque de parálisis parcial que lo puso al borde del sepulcro. Los médicos declararon el caso sin esperanza. Pero si los médicos así lo creían, no nos desanimamos y recurrimos a las medicinas celestiales. El 24 de Octubre, día consagrado a la Conmemoración de María Auxiliadora y último día de la novena que hicimos a Don Bosco para obtener la curación, se consiguió el milagro. Pudo mover el lado izquierdo paralizado. Contra el parecer de los médicos el buen José recuperó la salud. Así fue, durante otros dos años, una verdadera bendición para la Casa. No podía dedicarse a trabajos pesados, pero su gran deseo de hacerse útil, lo hacía encontrar ocupación por doquier. Ya en la huerta, ya en la cocina, ya en la ropería, ya en la zapatería. Y cuando por orden del médico se le prohibió trabajar, pasaba largo tiempo en la Capilla, rezando por las necesidades de la Casa y de la Congregación. El Señor Conti era un hijo ejemplar de Don Bosco, un verdadero religioso. Gozaba de la estimación y de la admiración tanto de los Superiores como de los Hermanos y de los muchachos. Era de buen ejemplo para todos. Sabía dar sapientísimos consejos a los clérigos y a los aspirantes, causando hilaridad su modo de hablar ítalo-español. De carácter siempre igual, nunca se le vio disgustado. Siempre tenía la obediencia a flor de labios, aún en medio de sus dolores físicos. Era ejemplar su obediencia, viendo siempre en el Superior a Dios. Nunca se le oyó criticar, ni permitía que otros criticaran en su presencia. Su frase preferida era (cuando quería alejar cualquier dificultad o duda): "Los Superiores dijeron así…". Su completa conformidad con la voluntad de los Superiores lo demostró especialmente en su última enfermedad cuando al preguntársele si deseaba sanar o irse al Paraíso, respondió así: "Lo que quieran los Superiores!". Igualmente edificante era su pobreza. Trataba y las hacía tratar bien las cosas de la casa. Nunca pedía nada para su uso propio, a menos que el Director no lo obligara a pedir lo necesario, sirviéndose de buena gana de vestidos usados por otros. En cuanto a su pureza había comprendido muy bien que esta debía ser la característica de los hijos de Don Bosco. Sin duda fue un lirio perfumado en el jardín salesiano. Todas estas hermosas disposiciones se basaban en el sólido fundamento de una profunda y sentida piedad. Además de las prácticas comunes, a las que no faltaba nunca, se le veía continuamente en dulces conversaciones con Jesús Sacramentado. Reflejaba su piedad en todas sus acciones. Había alcanzado una continua unión con Dios. Sabía que su vida estaba suspendida por un hilo bastante débil y por eso mismo vivía en una continua preparación próxima para el gran paso. Todos los Hermanos de esta Casa teníamos la persuasión de tener un santico entre nosotros. Atribuíamos a él la buena marcha de la casa. Lo considerábamos como un precioso tesoro, deseosos de poderlo conservar aún por mucho tiempo. Pero para el buen Señor Conti ya había llegado su última hora. Había ya terminado su misión en esta tierra. A principios de noviembre pasado, una ola de gripe corría por la casa y lo pescó también a él. El día 10 no pudo levantarse. El médico no ocultó la suma gravedad del caso. El domingo 20 de Noviembre se agravó repentinamente tanto que se creyó oportuno administrarle la Extrema Unción. Todos los Salesianos y los Aspirantes de la Casa nos reunimos alrededor de su cama para recitar las oraciones de la Buena Muerte y recomendar su alma a Dios. Visible alegría le causó la visita del Padre Inspector. Era una escena conmovedora. Pasó toda la noche en agonía. A la mañana siguiente se recuperó un poco y con plena lucidez pudo recibir la Santa Comunión. Durante el día no respondía nada a las preguntas y a las conversaciones indiferentes, pero apenas se le hablaba de Dios, de María Auxiliadora, de Don Bosco, sonreía como un niño, y a las jaculatorias respondía con clara e inteligible voz. Llegamos así al cuarto martes del mes, dedicado a Don Bosco. Aquel día recibió la Comunión por última vez. Es imposible describir con qué fervor la recibió él, que ardía en deseos de ver cara a cara a Jesús, que había sido siempre el objeto de su amor y ahora venía a llevárselo al cielo. Pasó el día acompañado de los Hermanos, que se turnaban a su lado, le sugerían jaculatorias, que él repetía con alegría. A las 6 pm. rezó con el suscrito el Santo Rosario. A las 10 pm. expiró serenamente. Muerte envidiable. Se cumplió el dicho: "Qualis vita, finis ita" ("Como es la vida, así es la muerte! "). La noticia del deceso del virtuoso hermano se divulgó rápidamente y su cadáver, expuesto en la capilla, fue objeto de continuas visitas y oraciones. A los funerales asistieron varias representaciones de Comunidades Religiosas de la ciudad, del clero secular y gran cantidad de fieles. Queridos hermanos: he aquí un retrato del coadjutor salesiano. Un ejemplo que merece ser colocado en plena luz por una biografía que nos haga ver de lleno sus virtudes no comunes, para estímulo y edificación de todos. Los que tuvimos la suerte de tratarlo y de convivir con él estamos íntimamente persuadidos de haber adquirido un protector en el Cielo. Pero la caridad nos obliga a ser generosos para con él en sufragios y oraciones. Vuestro afectísimo en Don Bosco Santo, Sac. Juan Wolbers Director