Revista Alternativa Nº 5. Primer semestre de 2016 EL EXTRACTIVISMO SOJERO Y SUS CONSECUENCIAS HUMANAS. MODELOS DE DESARROLLO EN DISPUTA EN EL CHACO ARGENTINO Julieta Krapovickas Instituto Superior de Estudios Sociales. CONICET – Universidad Nacional de Tucumán. Doctoranda en Estudios Sociales Agrarios. CEA / FCA. Universidad Nacional de Córdoba. Correo electrónico: krapovickasjulieta@gmail.com Resumen Desde 1970, asistimos a un proceso de avance de la frontera agraria sin precedentes en la región chaqueña argentina, que amenaza los modos de vida vernáculos de las poblaciones campesinas e indígenas. En efecto, se ha demostrado que la incorporación de tecnologías cada vez más avanzadas ha provocado una drástica reducción del número de trabajadores, causando entornos de poblaciones pobres y dependientes, afectadas por la contaminación y supeditada a nuevas formas de dependencia y discriminación. En este contexto, las actuales luchas socio-ambientales actualizan un conjunto de debates nodales respecto de la concepción del desarrollo y de la visión de la naturaleza. En este trabajo, se analiza la percepción de diferentes actores claves sobre la situación social y ecológica del departamento de Anta (provincia de Salta). Palabras clave: Chaco; desarrollo; extractivismo; soja, ruralidad. 114 THE EXTRACTIVE SOY INDUSTRY AND ITS HUMAN CONSEQUENCES. CONTRASTING DEVELOPMENT MODELS IN THE ARGENTINE CHACO Abstract Since 1970, we have witnessed a process of advancement of the agricultural frontier unprecedented in Argentina's Chaco region, which threatens vernacular modes of life of rural and indigenous populations. Indeed, it has been shown that the incorporation of increasingly advanced technologies has led to a drastic reduction in the number of workers, causing poor environments and dependent populations affected by pollution and subject to new forms of dependency and discrimination. In this context, the current socio-environmental struggles update a set of nodal debates about the concept of development and vision of nature. In this work, the perception of different stakeholders on the social and ecological situation of the Anta department (province of Salta) is analyzed. Key words: Chaco; development, extractivism; rurality; soybean. 1. Introducción Durante las últimas décadas, el Gran Chaco Americano (argentino-paraguayoboliviano) experimentó intensos procesos de deforestación que implicaron la pérdida de millones de hectáreas de bosques nativos, superando incluso a las registradas en la Amazonía brasileña (Hansen et al., 2013). El motor principal del cambio territorial está sin duda asociado al avance del monocultivo de soja (Gasparri et al, 2013); proceso que significó la incorporación de la agricultura como negocio capitalista a escala global y que colocó a la oleaginosa en un lugar central en las economías nacionales. En efecto, en la porción argentina del Chaco, desde 1970 el avance del monocultivo desplaza a actividades agrícolas preexistentes, pero sobre todo, avanza sobre el bosque nativo, a fuerza de deforestación y desalojos de poblaciones campesinas e indígenas. En las últimas dos décadas, solo en la porción norte del Chaco argentino se calcula que se perdieron más dos millones de hectáreas de bosque, de las cuales un millón y medio se deforestaron a partir del año 2002 (Paolasso y krapovickas, 2013). Este bosque no es nada menos que el territorio (entendido menos como espacio físico y más como construcción simbólica) donde cientos de comunidades campesinas e indígenas producen y reproducen sus condiciones materiales de existencia, basadas en gran medida en el uso de una multiplicidad de bienes y servicios que el bosque provee y de los cuales se nutre su sistema cultural y simbólico. Es por ello que las organizaciones campesinas están reclamando legislación que contribuya a evitar más desalojos y les permita mantener sus territorios y formas de vida1. De esta manera, los actuales procesos de expansión de la frontera agraria amenazan la supervivencia de ciertos modos de vida vernáculos, (al decir de Ivan Illich 2) de las poblaciones locales. El bosque (“monte” para los locales), cumple un rol esencial en la vida cotidiana de las poblaciones, brindando gratuitamente toda una serie de servicios que les permiten satisfacer una amplia gama de necesidades y con ello subsistir (y no necesariamente “a penas” como suele entenderse al usar esa palabra) dignamente (Krapovickas et al, 2016). Así pues, el avance de los campos sembrados con soja obliga a las comunidades a emigrar hacia los poblados, donde pasan a engrosar las periferias urbanas con instalaciones muy precarias y en condiciones de alta vulnerabilidad. Las familias que resisten en sus territorios ancestrales se ven progresivamente acorraladas, ya que el acceso al bosque se va limitando debido a la deforestación, la instalación de alambrados (muchos de ellos ilegales o incluso cerrando caminos de uso comunitario) y el aumento del control estatal sobre el uso y extracción de madera. Las presiones y la violencia que sobre las familias se desata en pos de que abandonen sus puestos ganaderos y sus modos de vida ya se cobró la vida de siete campesinos y no parecen haber políticas destinadas a que la situación cambie de rumbo. En este contexto, se presenta el supuesto dilema entre adherir al progreso y aceptar sus efectos colaterales, esperando que los mismos sean pocos y subsanables, o dejar la situación tal como está, negando la miseria en la que sobreviven algunos sectores campesinos –aborígenes. Sin embargo, este falso dilema no hace más que argumentar a favor del “progreso”, del avance de la soja y la agricultura moderna. La solución, a los actuales y reales problemas que sufren los campesinos no se 1 Hace más de seis años está congelado en el Congreso Nacional el tratamiento de la ley que las comunidades llaman “Cristian Ferreyra”, en honor a uno de los campesinos asesinados en 2011. La misma declara la emergencia territorial por el término de cinco años en materia de posesión y propiedad sobre las tierras rurales que ocupan los pequeños productores agropecuarios, las familias campesinas o los agricultores familiares y que exige la suspensión de los desalojos por cinco años, así como la ejecución de sentencias y actos administrativos que persigan ese fin. 2 Iván Illich utiliza el término vernáculo para designar las actividades de la gente cuando no actúa movida por las ideas del intercambio; es decir, para designar todas aquellas "acciones autónomas, fuera del mercado, a través de las cuales la gente satisface sus necesidades cotidianas; acciones que, por su naturaleza misma, escapan del control burocrático”… “Lo vernáculo es una forma de vivir, es la manera particular de preparar la comida, de adquirir la lengua, la forma de diversión, de parir, de vestir; es lo característico de una comunidad específica” (2008). solucionará con medidas económicas liberalizadoras, pero tampoco se solucionarán si no se toma medida alguna. Sin duda, para analizar en profundidad las condiciones sociales, territoriales y productivas que explican por qué desde hace décadas el campo se vacía, de qué realidades escapan los jóvenes hijos de campesinos, debemos considerar también las carencias e injusticias existentes en la región, previas a la expansión agraria. En primer lugar, entonces, debe resaltarse que si bien es cierto que la violencia ejercida sobre las comunidades campesinas e indígenas en la región es histórica y los procesos de despoblamiento del campo y migración rural-urbana no son totalmente novedosos, desde que el precio internacional de la soja aseguró rentabilidad en la producción, incluso sobre tierras de productividad marginal, y el agronegocio se forjó como una interesante alternativa para el rápido y seguro enriquecimiento, los conflictos por el control del territorio no han dejado de crecer3. Sin embargo, como anticipaba, es necesario ir más allá y analizar también cuáles son las condiciones de vida locales, el papel de las políticas y gestiones de los gobiernos, las condiciones en que se desarrollan las actividades económicas que verdaderamente generan el empleo local, las infraestructuras y servicios en los ámbitos rurales, entre otras cosas, para comprender acabadamente la situación social que lleva a que muchos campesinos elijan el desarraigo. Responder a estas preguntas requiere tener en cuenta dos aspectos: por un lado, los procesos comentados arriba, es decir, el avance del agronegocio en un territorio campesino-indígena, con su secuela de despojo y violencia. Pero por otro lado, no debe dejar de considerarse que la región se ha comportado históricamente como emisora de población. Es decir, desde tiempos anteriores al desembarco de la soja y el capitalismo agrario en su máxima expresión, la región presentaba ya tasas emigratorias bastante altas, incluso más altas que las actuales (Paolasso y Krapovickas, 2013; Barbarán y Arias, 2001). En este trabajo, se analiza particularmente el caso del departamento de Anta (provincia de Salta), donde se realizó trabajo de campo entre marzo de 2012 y noviembre de 2014. Aplicando una metodología cualitativa y mediante diversas técnicas de recolección de datos (principalmente la observación participante, entrevistas semi-dirigidas, en profundidad y grupales), se analizó la percepción de 3 En un informe de REDAF (Red Agro Forestal del Chaco Argentino) se analizan 164 conflictos de tierra y ambiente en la región y se observa que “el 89 % de los casos relevados se iniciaron a partir del año 2000, coincidiendo con el impulso del modelo agroexportador y la expansión de la frontera agropecuaria en el país” (2010:28). diferentes actores claves sobre la situación social y ecológica del territorio donde residen u operan y sobre los modelos de desarrollo vigentes y los deseables. 2. El extractivismo sojero del Chaco Argentino Desde 1970, asistimos a un proceso de avance de la frontera agraria sin precedentes en la región chaqueña argentina. El mismo se enmarca en las nuevas tendencias de carácter global inauguradas por aquel entonces, tales como la revolución tecnológica y científica, la reestructuración de los Estados, la privatización de actividades productivas y de servicios y la globalización de la economía mundial. Después de la segunda guerra mundial, el crecimiento de las ramas agroalimentarias y agroindustriales modificó sustancialmente las estructuras productivas y sociales agrarias de la mayoría de los países (Giarracca y Teubal, 2006). A partir de entonces, las grandes transnacionales agroalimentarias dedicadas al procesamiento de productos de origen agropecuario, así como las procesadoras de insumos agropecuarios, ven la necesidad de articularse a los complejos productivos. Es entonces cuando en América Latina y en Argentina especialmente comienza a transformarse la organización de la agricultura. La internacionalización del sector agropecuario y del sistema agroindustrial aparece entonces como una de las manifestaciones más importantes del proceso de globalización en la región (Teubal et al, 2005). En Argentina, el llamado “proceso de modernización” de la agricultura comienza a hacerse más evidente en 1996, con la aparición en el mercado argentino de las semillas de soja transgénicas y la producción basada en la utilización de semillas mejoradas, agroquímicos y maquinaria de alta capacidad operativa (Rofman, 1999). Paralelamente, el crecimiento de los precios internacionales agrícolas permitió el ingreso al mercado de áreas de producción que antes, por problemas de costos de transporte, productividad poco conocida y costos de puesta en funcionamiento ligados a la necesidad de desmonte, no estaban incluidas (Reboratti, 1989). Solo así la soja resultó un producto rentable en el Norte del país. De esta manera, el avance de la frontera agrícola responde a estímulos del mercado totalmente externos a la región. Esta expansión de la soja está motorizada por los buenos precios internacionales4, el apoyo de los gobiernos y el sector agroindustrial y 4 Si bien los precios reales siguen siendo inferiores a los niveles pico alcanzados a mediados de la década de los 70, sí han llegado a su punto más alto desde entonces. En 2008, el índice de precios de los la demanda de las naciones importadoras, especialmente China, convertida hoy en el mayor importador de la soja y sus derivados. Además, desde 2001, tras la gran crisis política-económica en Argentina, se produce la caída de la convertibilidad peso-dólar, que significó la devaluación del peso argentino y el alza en la cotización del dólar, lo que derivó en un incremento de las ganancias provenientes de la exportación y, por ende, en un crecimiento extraordinario en la producción y exportación de soja. De esta manera, el avance de la agricultura y ganadería intensiva en el Chaco Argentino en las últimas décadas responde a las demandas de los mercados globales, regidos en ámbitos de creciente especulación, y afectados por una serie de factores que van desde crisis climáticas, políticas proteccionistas y energéticas y también (quizás sobre todo), una población creciente y cada vez más volcada al consumo de alimentos procesados, como por ejemplo la población china. Una ventana privilegiada para entender esta problemática es la noción de extractivismo. Una de las autoras que más ha aportado al debate sobre la geopolítica extractivista es Maristella Svampa (2012). Ella define al extractivismo como una categoría muy potente que no solo tiene un fuerte poder movilizador y denunciativo, sino también una potencia descriptiva y explicativa, permitiendo leer los grandes problemas actuales en sus complejidades y contingencias. Para Raúl Prada (2012a), el extractivismo debe ser comprendido como aquel patrón de acumulación basado en la sobre-explotación de recursos naturales, en gran parte no renovables, así como en la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como “improductivos”. Por ende, no contempla solamente actividades típicamente extractivas (minería y petróleo), sino también otras actividades (como los agronegocios o los biocombustibles) que abonan una lógica extractivista a través de la consolidación de un modelo mono-productor. En ese sentido, es un concepto de corte fuertemente político pues nos “habla” elocuentemente acerca de las disputas en juego y remite, más allá de las asimetrías realmente existentes, a un conjunto de responsabilidades compartidas entre el norte y el sur, entre los centros y las periferias (Prada Alcoreza, 2012a). Norma Giarracca y Miguel Teubal, por su parte, (2010) sostienen que no cualquier actividad industrial o agraria es extractiva, sino que en genera éstas se caracterizan por: 1) un alto consumo de recursos que no son reproducibles (como por ejemplo el agua); 2) escalas de producción enormes, desplazando actividades preexistentes; 3) alimentos, estimado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación presentó un incremento de casi el 40 % (FAO, 2011). utilización de tecnología “de punta”; 4) estar localizadas en lugares con recursos naturales estratégicos; 5) generar mucho valor de cambio, grandes rentabilidades para algunos agentes económicos, pero muy poco valor de uso para la comunidad; 6) ser impulsadas por grandes corporaciones; 7) desplazar masivamente tanto a trabajadores rurales, al campesinado, a la agroindustria, como a las poblaciones circundantes; 8) orientarse a la exportación, es decir, no contribuyen a resolver necesidades internas y no son esenciales para la vida de las comunidades; 9) ser altamente conflictivas respecto de las tradicionales actividades existentes en la zona; 10) estár relacionadas con la generación y apropiación de rentas de los recursos naturales. Otro aspecto a tener en cuenta en relación al modelo extractivista es el rol de los Estados progresistas latinoamericanos. Eduardo Gudynas (2012) advierte sobre el activo papel de los Estados, quienes mantienen, alientan y hasta subvencionan una estrategia extractivista, mientras que al mismo tiempo, deben tomar medidas para protegerse y legitimarse frente a los daños que esto origina (2012:124). Los gobiernos defienden así al modelo extractivista como condición esencial para financiar el fortalecimiento del estado y luchar contra la pobreza a través de los excedentes. La apelación a las exportaciones y la globalización pasa entonces a estar revestida por las invocaciones del bienestar social y la atención a los más pobres, con lo cual el modelo logra una gran legitimidad política y social en amplios sectores tanto de las “derechas” productivistas como de las “izquierdas” oficialistas (Giarracca, 2012:199). Bajo estas condiciones deja de discutirse la esencia del estilo del desarrollo y su adaptación a un cierto tipo de inserción global y el debate parece derivar hacia el monto de las transferencias que se deben distribuir o el nivel de tributación a cobrar a los exportadores mineros, petroleros o sojeros (Gudynas, 2012:122). Sin embargo, lo que ha quedado demostrado es que la incorporación de tecnologías cada vez más avanzadas han provocado una drástica reducción del número de trabajadores, causando entornos de poblaciones pobres y dependientes, afectadas por la contaminación y supeditada a formas desmesuradas de dependencia y discriminación (Prada, 2012b: 180). Es por ello que las actuales luchas socio-ambientales actualizan un conjunto de debates nodales respecto de la concepción del desarrollo, de la visión de la naturaleza, del lugar de lo indígena en la construcción nacional y continental con una beligerancia y talante radical como quizás nunca antes se había dado (Svampa, 2012: 25). 3. El área de estudio En este trabajo se analiza el caso del departamento de Anta, situado en la zona central del Chaco Salteño. La superficie del departamento abarca 21.945 km², representando el tercer departamento más extenso de la provincia, y uno de los más grandes de la región. En las últimas décadas, las buenas condiciones ambientales (y sobre todo comerciales), la disponibilidad de tierras y la posibilidad de concentrar la producción y de expandir la agricultura cada vez más hacia el este, han convertido al departamento en el principal productor de soja de la provincia de Salta y en uno de los más importantes del país. En efecto, la mitad de la soja cultivada en Salta5 proviene de Anta, magnitud productiva que coloca al departamento entre los 15 con mayor superficie bajo producción sojera de Argentina (Domingo Yagüez et al, 2011). Desde hace dos décadas, la expansión de la frontera agraria con soja generó profundos cambios en las estructuras productivas de esos territorios y con ello de las vidas de las poblaciones que los habitaban. En pocos años, la región sufrió una “pampeanización productiva” (Reboratti et al, 1996), activándose un mercado de tierras hasta entonces marginal. El resultado social del proceso, lejos del progreso prometido, ha sido una aceleración en el proceso de descampesinización6, mientras la pobreza continúa siendo uno de los mayores problemas sociales en la región (Krapovickas y Longhi, 2013). Por otro lado se encuentra el problema ambiental. El avance del monocultivo desplaza a actividades agrícolas preexistentes, pero sobre todo, avanza sobre el bosque nativo. En las últimas dos décadas se calcula que se perdieron medio millón de hectáreas de bosque, de las cuales el 73% se deforestaron en el período comprendido entre 2002 y 2011 (Paolasso y Krapovickas, 2013). El hambre de tierras para agricultura ha provocado y provoca aún conflictos a lo largo y ancho del departamento (REDAF, 2010; Venencia et al, 2014). Considerando la combinación de relieve y precipitación, Bianchi identifica para Anta tres grandes regiones productivas, a las que Van Dam (2002) agrega una más, al incorporar la consideración de los tipos de productores existentes. Considerando estas regiones, podemos identificar cuatro focos de conflicto en el departamento: 5 La soja es el principal cultivo de la provincia de Salta, ocupando unas 600 mil hectáreas, de las cuales más de la mitad se encuentran en el departamento de Anta. 6 Evidenciado por un lado en la disminución de la población rural dispersa (ver más abajo) y también en la reducción (en términos absolutos y porcentuales) de explotaciones agropecuarias pequeñas y en el incremento de las grandes (Krapovickas et al, en prensa). a. El núcleo sojero de agricultura moderna. Corresponde a la "región de explotación extensiva" de Bianchi, en la cual la agricultura desarrollada es extensiva y sin riego. Se trata del área agrícola por excelencia, que fue creciendo en torno al pueblo de Lajitas, y se expandió hacia el norte y sur, pero fundamentalmente hacia el este, ocupando progresivamente la región silvoganadera de la llanura chaqueña descripta por Bianchi. b. El núcleo de la pequeña y mediana agricultura bajo riego. Localizada en el sur del departamento, en torno a Joaquín V. González y del río Juramento. Se trata de una zona de menor precipitación y donde la presencia del río incentivó la ocupación temprana por colonos españoles. En el sur del departamento, sin embargo, también se localizan importantes emprendimientos ganaderos (Agropecuaria Río Juramento) y una gran empresa agrícola que desarrolla soja bajo riego (LIAG). c. El núcleo de horticultura intensiva. Se localiza en torno a Apolinario Saravia, al norte del núcleo sojero, área marcada por la presencia de un número importante de pequeños productores hortícolas, la mayoría de origen boliviano. d. El núcleo de ganadería extensiva. Se localiza hacia el este del departamento. Se trata de una zona muy seca donde se desarrolla ganadería extensiva y explotación forestal y se encuentra poblada por pequeños puesteros criollos, así como hacheros que producen carbón en forma artesanal. Progresivamente esta zona ha sido ocupada por grandes empresas agrícolas- ganaderas y también está jugando un papel clave la creciente especulación por la tierra, con la instalación de grandes empresas que se instalan con fines especulativos para realizar negocios inmobiliarios (el caso emblemático es la empresa CRESUD). En estos cuatro sectores descriptos podemos encontrar importantes conflictos por la tierra. Son para destacar los conflictos desarrollados en la zona de Pizarro (en lo que sería el núcleo de horticultura intensiva), los conflictos en la zona de Salta Forestal (en el núcleo sojero), los desplazamientos semi-forzados en las zonas del este (en el núcleo de ganadería extensiva), y las ocupaciones violentas y cerramientos de campos recientemente sucedidos en el sur del departamento (en el área de pequeña y mediana agricultura bajo riego)7. 7 Ver: Delgado (2007), González Arzac (2009), Silva et al (2010), Murgida (2013) y El tribuno (2014). Así pues, los actuales procesos de avance de la agricultura moderna generan un incremento en la desigualdad socio-territorial en el departamento, limitando el acceso a los recursos a las familias campesinas y a las comunidades indígenas, y presionándolas para que cambien su hábitat rural por el urbano. El desigual acceso a los recursos y a la tierra se complementa con la desigualdad en el nivel de ingresos que evidencia el departamento, donde los campos sojeros, que se dicen motor de la economía, dejan poco y nada en impuestos y salarios a la población local, mientras facturan millones de dólares al año8. La evolución de la población rural entre 1970 y 2010 evidencia ese cambio en la distribución de la población que comentamos. Según el Censo de Población, Hogares y Viviendas 2010, la población de Anta ascendía a 57.411 personas, de las cuales cerca del 70% residía en áreas urbanas. La población rural dispersa, otrora mayoritaria, actualmente representa el 43% de la población rural total (Tabla 1). Es decir, en términos absolutos en el departamento hay hoy menos población rural que en 1970. Las tasas migratorias, por su parte, evidencian una tendencia muy variable, pero marcada por el constante flujo emigratorio desde la década de 1980. Precisamente en el período entre 1980 y 1991 se constata la mayor tasa de emigración del departamento, revertida casi completamente en la década de 1990, pero que crece nuevamente en la última década (2001-2010) (figura 1). Tabla 1: Distribución de la población en Anta (1 970-2010) Año Pobl. Pobl. total rural 1970 25.844 21.493 1980 34.774 1991 % Pobl. rural % (sobre dispersa pobl. rural) 83 - - 21.725 62 - - 39.213 19.198 49 - - 2001 49.841 18.236 42 9706 53,2 2010 57.411 17.929 31 7772 43,3 Fuente: INDEC. Censos Nacionales de Población 1980, 1991, 2001, 2010. 8 La oleaginosa es uno de los principales productos exportados por la provincia (junto con el complejo de naftas y combustibles), significando un ingreso de 165 millones de dólares en ventas (Cámara Argentina de Comercio 2012), pero de los cuales retornan a la provincia a través de la ley de Coparticipación Federal y el Fondo Federal Solidario sólo una pequeña parte (Barbarán y Arias, 2013). Por otro lado, si bien los productores de Salta aportan al fisco nacional principalmente en concepto de retenciones, los municipios locales, donde efectivamente se produce la riqueza, se ven impedidos de cobrar impuestos por las leyes de promoción que rigen desde 1980. Por esta razón, la totalidad de los municipios del departamento tienen sus arcas vacías, presentando importantes déficits fiscales y manteniendo altos niveles de dependencia de la coparticipación provincial (Balderrama, 2009). Figura 1. Crecimiento migratorio de Anta y del Chaco Salteño 1970/1980 1980/ 1991 1991/2001 2001/2010 5,000 ,000 -5,000 Anta Chaco Salteño -10,000 -15,000 -20,000 Fuente: Censos Nacionales de Población 1970, 1980,1991, 2001, 2010 y Estadísticas Vitales (1970-2010). Los departamentos considerados dentro del Chaco Salteño son: Anta, Gral. J. de San Martín, Metán, Orán, Rivadavia y Rosario de la Frontera. 4. El Desarrollo y las visiones en disputa El avance del agronegocio en Argentina y específicamente en la región Chaqueña argentina estimuló la elaboración de una serie de cuestionamientos, tanto al modelo sojero en particular, como a la perspectiva de “desarrollo” subyacente. De esta manera, variopintos debates ponen en juego argumentos que muestran al modelo del agronegocio sea como el mayor creador de empleos de la economía argentina de los últimos 15 años, responsable de una benéfica profesionalización del sector, generador de una nueva era modernizadora y fuente de desarrollo del interior, o como el causante del empobrecimiento de las capas medias rurales y del campesinado, del despoblamiento de los campos y la migración hacia las ciudades, del deterioro de la salud pública en las zonas rurales, de la pérdida de la soberanía alimentaria del país y de los crecientes e inusitados niveles de violencia sobre las poblaciones campesinas e indígenas que se enfrentan al despojo de las tierras que ocupan (Gras y Hernández, 2013). En el fondo, como se adelantó, lo que subyace son visiones en disputa sobre el mundo, sobre las alternativas al desarrollo. Los unos, defensores del modelo, argumentan que la única manera para “desarrollar el medio rural” es producir más para el mercado para, así, “tener más dinero para comprar y consumir más bienes manufacturados”. La manera de lograr esto es a través de cambios en la producción que mejoren o reemplacen los productos existentes por otros que sean más aceptables para los consumidores, y a través de la producción de mayores cantidades (para tener un “excedente” para la venta, en vez de limitarse a cubrir la “subsistencia”). Así pues, para alcanzar el tan ansiado desarrollo rural es necesario, por ejemplo, introducir “paquetes” con nuevas tecnologías, variedades mejoradas de cultivos y agroquímicos. Junto con esto se pueden instalar (o ampliar) sistemas de riego y/o introducir tractores u otras maquinarias allí donde sea factible. Finalmente, debe facilitarse el acceso a los mercados a través de carreteras para el trasporte motorizado. De lo demás, se supone, se ocupará el mercado (Spedding, 2004:34). En contraposición, los otros, los que resisten al modelo, alientan alternativas al desarrollo. En primer lugar, estas posiciones deben instalar la mera idea de que la alternativa “es posible”, ya que la sociedad liberal industrial se constituyó no solo en un orden social deseable, sino en el único posible. Este modelo civilizatorio único, globalizado, universal, haría innecesaria la política, en la medida en que ya no habría alternativas posibles a ese modo de vida (Lander, 1993). A esto se refería Margaret Thatcher cuando repetía en la década del 80 la frase “no hay alternativa”: no hay alternativa al capitalismo, al mercado, a la globalización, a la desregulación financiera, a los salarios en niveles controlados, a la deslocalización industrial, a la disminución de las protecciones sociales. En el libro Espacios de esperanza (2003), Harvey analiza esta supuesta “muerte de las utopías” (en referencia a la muerte de las alternativas posibles y deseables al capitalismo) y señala cómo la realidad proyectada desde la propuesta del libre mercado, y su realización en la globalización, no es ni un proceso natural, ni irreversible, ni la única manera posible de configurar el orbe y que es nuestra responsabilidad, también, modelar los espacios en los cuales deseamos vivir. Volviendo al caso del Chaco argentino, las visiones en disputa se visualizan en los discursos de los actores (campesinos, indígenas, intendentes municipales, productores agropecuarios, profesionales y maestros de escuela, entre otros). Allí, la trama de relaciones sociales está marcada por solidaridades, conflictos y convergencias entre las diferentes categorías de actores y modos de hacer/estar/pensar el territorio. El trabajo de campo realizado en el departamento de Anta permitió observar los discursos tanto de los defensores del modelo (que se extiende por mucho a los productores agropecuarios), como de los detractores, encontrando que las comunidades indígenas eran las principales denunciantes del modelo extractivista sojero, depredador de la naturaleza. En las entrevistas con los miembros de la comunidad indígena Wayak de Pizarro, por ejemplo, así como con integrantes de otras comunidades indígenas de Salta y Formosa, se destacaba su sentimiento de pena al observar el avance de la deforestación, sentimiento que en general no es compartida por otros actores. Esta comunidad ha sido protagonista de un proceso de lucha por el territorio que se difundió ampliamente a nivel nacional y estimuló el debate sobre las consecuencias ambientales y sociales de la deforestación en el Chaco. La comunidad residía en un área protegida (reserva natural provincial) que el gobierno provincial desafectó sin previo aviso a los habitantes criollos e indígenas y realizó un loteo para vender y poner bajo producción las tierras. Después de meses de lucha y con gran apoyo mediático, la comunidad consiguió impedir esa desafectación, y que una porción de las tierras quedaran escrituradas para la comunidad, mientras el resto se declaraba parque nacional (Silva et al, 2010). En cambio, entre los criollos9 encontramos una amplia variedad posiciones. Algunos de los campesinos entrevistados se mostraron despreocupados ante los procesos de avance de la agricultura capitalista. La mayor parte de los criollos entrevistados no catalogaron al avance de la deforestación y de los proyectos extractivos como una amenaza, como sí lo hicieron las comunidades indígenas. Sin embargo, es importante reiterar que en el departamento de Anta podemos encontrar también numerosos casos de conflictos por la tierra entre campesinos y empresarios. Un ejemplo concreto del proceso de avance de la soja sobre territorios campesinos en la región fue la concesión de tierras del emprendimiento productivo Salta Forestal. La empresa del Estado de la provincia de Salta, denominada “Salta Forestal S.A.”, ubicada en dos lotes fiscales, desarrollaba actividades silvo-pastoriles (principalmente producción de carbón, postes y ganado). En la zona residían una gran cantidad de puesteros (nombre local dado a los campesinos criadores de ganado en el Chaco), quienes pagaban un derecho a pastaje a la empresa. Sin embargo, en 1999 se concesionaron parte de las tierras a la empresa Eco-desarrollo Salta S.A., cuyo propietario era el diputado nacional Alfredo Olmedo. Su nombre sería conocido años más tarde junto con el apodo de “el verdadero rey de la soja”, desplazando al productor pampeano Grobocopatel (diario FortunaWeb, 2010). El efecto demográfico de la concesión de las tierras fue inmediato. La población que vivía en la zona, algunos desde épocas anteriores a la creación de la empresa Salta Forestal (en 1974), sufrió el desalojo hacia zonas marginales al abandonarse la producción de carbón y postes e iniciarse el cultivo de soja. Muchos puesteros y carboneros se trasladaron entonces a las ciudades cercanas, como Joaquín V. González, Las Lajitas y Rivadavia. Por desconocimiento o por arreglos entre las partes (la empresa les daba a los puesteros una casa en el pueblo para tentarlos a emigrar), 9 Nos referimos particularmente a puesteros ganaderos que residen en la zona rural del departamento. los campesinos raramente interpusieron recursos legales a la hora de ser desalojados. Actualmente son pocos los puesteros que resisten en sus territorios, aunque se encuentran constantemente presionados para abandonar sus tierras, y se hallan acorralados por mares de soja, que les impide desarrollar su actividad y vivir en un ambiente saludable como antes (González Arzac, 2009). Por su parte, observamos que los vecinos de Las Lajitas, y otros pueblos de Anta, en general no cuestionan el avance sojero, ya que, tal como dijo una profesora de Mollinedo: “aquí nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro”. A pesar de que la comunidad local no recibe beneficios económicos por alojar a la actividad, muchos de los profesionales, ingenieros agrónomos, técnicos agropecuarios y empleados de las empresas residen en la zona (o mantienen una doble residencia, entre Salta y Las Lajitas, por ejemplo) y otorgan legitimidad a las prácticas de las empresas agrarias. El discurso de la importancia para la economía nacional y local del éxito del campo, y la imagen de la generación de valor a partir de la “nada” (que en este caso sería el monte), están muy arraigados en la sociedad local, y es común que vecinos de a pie del pueblo (que no trabajan en el campo) comenten con entusiasmo cómo algunos empresarios están teniendo tanto éxito en la zona, renegando incluso de la política del gobierno nacional de cobrar retenciones a las exportaciones. En este sentido, es también muy común en la zona encontrar en los discursos de diferentes actores un posicionamiento político “a favor del campo” (en alusión al conflicto por la implementación de la ley 125, que aumentaba las retenciones a las exportaciones): “El gobierno le saca muy mucho a los productores. De dos camiones que ellos producen, un camión se lo queda el gobierno” (Delegado municipal de Coronel Mollinedo). “La parte que le tenemos que entregar al lobby del gobierno en concepto de retenciones, aparte está a nuestro cargo llevarla desde acá hasta allá ¡encima! (…) digamos, lo que nos quitan, nos lo quitan allá, después que lo llevamos, que lo pagamos y eso es un costo que hay… que transferirlo (Ingeniero agrónomo y asesor de productores de Las Lajitas). De esta manera, en los pueblos de la zona es poco común encontrar detractores de la producción de soja. La actividad agropecuaria está legitimada y es (al decir de ellos) “la que da vida a los pueblos”: “Acá hay mucha siembra, mucha cosecha, mucho... o sea, el maíz, soja, todo... la vida de acá es a base del campo. (…) Acá hay muchas empresas, muchísimas empresas que vienen de otros lados, (…) empresas de campo, relacionadas a todo el campo, venta de maquinaria, de agroquímico, (…) esas empresas son las que hacen que el pueblo crezca. (Trabajadora de un centro privado de Salud de Las Lajitas, 26 años). Sin embargo, en una entrevista realizada durante el año 2013, el intendente de Las Lajitas (próspero pueblo sojero, a los ojos de los vecinos) comenzó la entrevista diciendo: “Aquí nadie vive de la soja (…). Aquí la mayoría de los productores son «productores turistas» (…) vienen por un par de días y luego se van. No saben ni donde están parados, no invierten localmente, ni generan empleo” (Antonio Fermani, Intendente de Las Lajitas). Es decir, al contrario de otros actores en el territorio, el intendente desmiente la influencia económica de la actividad sojera en el pueblo. Con respecto a la perspectiva de la población local sobre la situación ambiental, durante las entrevistas se pudo ver que había cierta conciencia sobre “los cambios climáticos” que se observaban local y regionalmente. Numerosos entrevistados citaron, por ejemplo, que el calor era más intenso, que había más viento y más polvo, que las sequías eran más severas y las lluvias (cuando vienen) más intensas, que había menos pájaros en el pueblo y menos animales en los montes que todavía están en pie. ¿A qué se deben estos cambios? A partir de las primeras entrevistas, la impresión es que la población local no tendría una percepción en sobre los potenciales efectos nocivos de la deforestación y las fumigaciones con químicos. Muchos entrevistados no relacionaron estos cambios ambientales con las transformaciones territoriales que experimenta la región. Algunos se hacían cargo de sus propias prácticas no ecológicas que contribuían al cambio climático global y relacionaban el problema con la quema doméstica de basura y la contaminación, de un modo muy general. Sin embargo, en ocasión de preguntar sobre un conflicto socio-ambiental que está en marcha en el vecino departamento de Metán, por la potencial instalación de una planta industrial para la fabricación de explosivos para la mega-minería, afloraba otra visión sobre la situación ambiental de Anta. Así, por ejemplo, un empleado de la planta residente de El Galpón, minimizaba los potenciales efectos contaminantes de la fabricación de explosivos que los grupos ambientalistas denuncian: “¡Los ambientalistas quieren defender el monte, ¿qué monte quieren defender?! ¡Si ya no queda nada de monte! (…) Igualmente ya está todo perdido (…) pasan las fumigaciones por nuestras cabezas” (vecino de El Galpón, departamento Metán). Evidentemente, al menos algunos vecinos sí tienen una percepción muy mala de la situación ambiental regional, la cual la relacionan directamente con la actividad sojera. Finalmente, respecto a los efectos que estos cambios pudieran tener sobre la salud de la población, en general los entrevistados en Las Lajitas y Mollinedo relacionaban el aumento de las alergias, en los chicos sobre todo, con el aumento del viento y el polvo, y también con el polvillo que despide el silo cuando está siendo cargado o descargado. Sólo algunos relacionaban las alergias con los químicos de las fumigaciones y señalaban que cuando fumigaban la soja los niños sufrían mareos y vómitos, y que algunos animales de granja y domésticos morían a causa de las fumigaciones. También muchos entrevistados señalaron sufrir problemas de la vista a raíz del polvo y los químicos. Algunos profesores y maestros de las escuelas de estos pueblos comentaron también el incremento de enfermedades degenerativas, cánceres y leucemias, e incremento de nacimientos de niños con malformaciones10. 5. El destino migratorio de los jóvenes de Coronel Mollinedo Durante los trabajos de campo en la localidad de Coronel Mollinedo se abordó el problema de las migraciones. En entrevistas grupales con estudiantes secundarios se observó que, aun cuando quisieran quedarse, los jóvenes perciben un futuro bastante incierto en el pueblo, razón por la cual la gran mayoría tiene pensado migrar cuando acabe la secundaria hacia la capital de la provincia, a trabajar o a estudiar. Por otro lado, los relatos de los padres y abuelos que aún residen en el pueblo dan cuenta de la historia de cientos de jóvenes que migraron. La falta de trabajo y las pocas oportunidades para realizar estudios superiores, la poca oferta de servicios de salud, el machismo y las violencias incrustadas en la sociedad (la prostitución infantil y las violaciones aparecen reiteradamente en los relatos de los pobladores de muchos pueblos del Chaco), la expansión de las redes de narcotráfico, el consumo de drogas y 10 Al momento de realizar el trabajo de campo, en el hospital de Las Lajitas estaba internada una bebé que había nacido sin cerebro. La pediatra del hospital, sin embargo, aseguraba que el hecho se trataba de un único caso, y que no había un incremento de casos de cáncer en el pueblo. En cuanto a las alergias, si coincidía con la percepción de los vecinos. Los datos que manejaba en el consultorio le permitían asegurar que las mismas si habían aumentado considerablemente en los últimos años, pero no sabía a qué atribuirlo, si al cambio en las dietas, al polvo, a la presencia del silo en el pueblo, a la deriva de las fumigaciones o a la conjunción de todos estos factores. las altas tasas de suicidios son realidades presentes, de las cuales los jóvenes escapan si tienen la oportunidad de hacerlo. Hace por lo menos cuatro décadas el departamento presenta tasas migratorias negativas, a la vez que manifiesta un crecimiento de la población en las ciudades y pueblos, señal que, sin importar el ciclo económico que domine la escena, campesinos e indígenas deciden cambiar su lugar de residencia, saliendo del departamento hacia las grandes ciudades (Salta, Tucumán, Rosario y Buenos Aires, principalmente). Eso no significa necesariamente que los campesinos hayan adoptado la ideología del progresismo capitalista. Sino que preservar el territorio del avance sojero no basta para vivir bien. En sintonía con lo que expresa Armando Bartra para México (2013), es evidente que lo que se precisa son mejores servicios rurales y, en definitiva, un pacto nuevo y más justo entre la ciudad y el campo. De acuerdo a los datos censales disponibles y a las estimaciones de un cronista local, se observa que la población de Mollinedo apenas ha crecido desde el momento en que se instalara la estación ferroviaria en 1937 (Luna, 2013). Francisco Luna señala, en una crónica de la historia del municipio de Apolinario Saravia, que en 1940, en la finca Rosario del Dorado (ubicada donde actualmente se encuentra Mollinedo) residían unas 800 personas (2013:19). Más de setenta años después, la población local apenas supera las mil personas (Tabla 2). Tabla 2. Población de Mollinedo (1940-2010) Año Población 1940* 800 1991 825 2001 981 2010 1061 Fuente: Censos Nacionales 1991, 2001, 2010. (*)El dato de 1940 corresponde a una estimación de Luna (2013) para la finca Rosario del Dorado. ¿De qué manera se pueden interpretar, entonces, los vínculos entre las transformaciones territoriales, el enriquecimiento de unos pocos actores asociados al proceso y la anemia demográfica local? Como ya se dijera, una ventana privilegiada para la interpretación de estos procesos es la noción de extractivismo. Este concepto echa luz sobre las consecuencias sociales y ambientales que la implantación de las actividades extractivas genera. Sin embargo, la fuerza del discurso del “progreso” y la alta legitimidad que tiene la actividad al generar “riqueza” para el Estado (la cual es devuelta a la sociedad en forma de planes sociales), y también la legitimidad que se genera al interior de las sociedades locales al evaluar positivamente el “éxito empresarial”, no dan lugar a la discusión de otros modos posibles de desarrollo. Son las comunidades indígenas, marginadas y aisladas en muchos casos, las que mayormente manifiestan la necesidad de imaginar otros mundos. En los medios de prensa locales, en la escuela y en la calle, poco se discute el modelo. Los movimientos sociales organizados son escasos en el departamento y los que existen no consiguen repercusión mediática fuera del ámbito local11. Sin embargo, el escenario por venir no es tan desesperanzador. Los jóvenes se cuestionan la situación de sus pueblos y discuten en radios escolares sobre la situación ambiental, social y económica de su entorno. Así por ejemplo, en Mollinedo, los jóvenes del Centro de Actividades Juveniles (CAJ) pintan murales en el pueblo con un claro discurso interpelador al modelo imperante. Uno de los murales muestra la situación social y ambiental de Mollinedo (fig. 2). Por un lado, hacia la izquierda, se ve un campo cultivado (curiosamente pintado con colores oscuros y no con verde, como suelen usar las agro- empresas en sus páginas web) que está siendo fumigado por un ave que lanza fuego por su boca. El campo limita (alambrado mediante) con algunas casas, rodeadas de un intenso verde donde unos niños juegan a la pelota. En el centro de la imagen se halla una gran fuente; ¿fuente de riquezas? ¿De desdicha? No sabemos cuál es la metáfora de la fuente, pero parece ser la de “fuente de riquezas del territorio”. Al lado, un gran árbol infectado por una horrible araña, pierde sus hojas, imagen que simboliza la pérdida de valores en la sociedad (paz, justicia, amistad, respeto, amor, verdad, unión y paciencia). Hacia la derecha del mural los jóvenes pintaron su demanda: un salón cultural (demanda que fue respondida dos años después), y también, muy en el extremo, pintaron uno de los lugares donde los lugareños van a pasear: el río y la surgente de agua natural que forma una hermosa fuente. En el centro de la imagen, en primer plano, una reina de belleza saluda al espectador, mientras desfila en su carroza (en la zona, existe la costumbre de cada año en septiembre elegir una reina en la escuela, quien desfila en carruajes que realizan los alumnos para tal fin). Dos jóvenes que están sentados en un banco en la derecha de la imagen, toman vino en caja y lucen muy despreocupados. El telón de fondo son los cerros y el cielo celeste y limpio. 11 Es el caso por ejemplo del "Tranquerazo a Austin, que lleva adelante una lucha contra la empresa Austin con un acampe en la tranquera del campo donde se está instalando la planta industrial que planea fabricar explosivos. El acampe lleva ya tres años continuos. Si bien, la planta planea instalarse cerca de El Galpón, departamento de Metán, la zona de influencia de la planta llegaría hasta Joaquín V. González (Anta), por lo cual, algunos miembros de este movimiento residen en Anta. Fig. 2. Murales que hablan. Mural pintado por los jóvenes que acuden al Centro de Actividades Juveniles (CAJ) de Coronel Mollinedo, Salta. Fotografía de la autora, año 2013. Sin duda el mural “habla”, expresa la imagen que los jóvenes tienen de su territorio, de los valores que se pierden y de los que se exaltan en su sociedad. Habla sobre los problemas ambientales y sociales, y sobre las deudas que el gobierno local tiene para con ellos. Aquello que no se ve en la imagen, sin embargo, es también revelador de la situación del pueblo. El mural está pintado en las paredes de la empresa agropecuaria más importante de la zona. “Anta del Dorado”, la empresa en cuestión, fusiona el poder territorial, económico y hasta a veces el poder político en el pueblo. La empresa se asentó en la zona en 1976 y debido a que las familias que residían en las inmediaciones de la estación ferroviaria (construida en 1937) no tenían la propiedad de sus terrenos decidió diseñar un pueblo y lotear los terrenos: Yo en realidad soy (…) de Buenos Aires. Compramos con mi familia este campo. Y... acá no había nada, nada de nada. (…) El pueblo es un loteo nuestro. (…) Nosotros hicimos el loteo y después gestiones (…). En ese momento el gobierno lo vio muy bien, lo hizo rápido. (Javier Elizalde, presidente de Anta del Dorado, 2013). La empresa fue la diseñadora del pueblo. Diseñó dónde se localizaría la plaza y situó a las oficinas de la empresa y a sus galpones en frente de la misma. Gestionó frente al municipio la llegada de los servicios (luz, agua, electricidad), y se convenció a los pobladores rurales para que residan en el nuevo pueblo: “Había gente viviendo al otro lado del río. Entonces nosotros le dimos terreno acá y se vinieron chochos. La convivencia de vivir solo en el medio del monte a vivir con vecinos... al principio fue duro… pero después cuando la gente vio lo que era vivir en un pueblo, con agua, electricidad, colegio, almacén… Pero había gente que tuvimos que convencerlos porque no quería dejar el campo... no eran propietarios”. (Javier Elizalde, presidente de Anta del Dorado, 2013). Además se adjudicó la potestad de planificar el crecimiento urbano a futuro: “Nosotros hicimos (…) una planificación de lo que es el crecimiento del pueblo. Es decir, para que el pueblo crezca con orden, nosotros ya previmos como iban a ser todos los crecimientos”. (Javier Elizalde, presidente de Anta del Dorado, 2013). Actualmente, uno de los dos barrios planificados estatales que tiene el pueblo lleva el nombre de “Cap. de Navío Rodolfo Elizalde”, padre de Javier (donante de los terrenos para el barrio) y primer presidente de la agro-empresa. La relación entre empresa y pueblo entonces es muy estrecha y podría calificarse como una relación paternalista. La empresa pareciera ser la “dueña del pueblo”, ejerciendo un rol patriarcal sobre él. Así, por ejemplo, ayuda particularmente a los vecinos cuando algo les falta, regalando chapas o financiando los materiales de construcción de las casas a cambio de trabajo. De esta manera se gana el beneplácito de los vecinos y pocos se animan a “morder la mano que les da de comer” (en estos términos se refería una vecina), ni a criticar las fumigaciones que se desarrollan a no más de 30 metros del patio de la escuela. Cuándo, dónde y cuánto puede y debe crecer, qué infraestructura necesita y merece, qué normativas se respetan y cuáles no, quienes trabajarán y tendrán derecho a residir en el pueblo y quienes deberán irse: todo queda bajo la decisión de un empresario. 6. Conclusiones: cuando la generación de riquezas para pocos genera miseria para todos El Chaco pareciera encarnar aquella historia narrada en un libro de Jean Robert llamado Quand la misère chasse la pauvrete, de un territorio donde la pobreza era para el “común de los mortales”, un modo de vida simple y convivial que había permitido a la vez vivir en una dignidad relativa y combatir la miseria. A fuerza de denigrar y combatir este modo de vida y de quererlo reemplazar por otro, basado en necesidades socialmente creadas, la economía moderna acabó por condenar a la inmensa mayoría de los hombres a una miseria sin precedentes (Robert y Rahnema, 2008:15). El avance del extractivismo agrario en el Chaco argentino, ha sido motorizado por la expansión del cultivo más dinámico de la Argentina: la soja. Este producto, y los derivados que de él se obtienen, representan más del 50% de las exportaciones argentinas (OPEX -INDEC). Sin embargo, el dinamismo de la producción no ha significado una mejora en las condiciones de la economía regional, ni en las condiciones de vida de la población, ni tampoco ha contribuido a retener a la población en un área que se caracterizó históricamente por sus altas tasas emigratorias. En efecto, durante la primera década de este siglo, a pesar de atravesar este rápido proceso de transformación territorial asociado a una de las actividades económicas más redituables existentes en el país, el Chaco salteño tiene una de las tasas de crecimiento demográfico más bajas de su historia. La situación particular de Mollinedo analizada en este trabajo expresa la complejidad del escenario de actores y procesos que se tejen en cada uno de los territorios y que forman complicadas tramas. Las visiones sobre el desarrollo están actualmente en disputa y los nuevos discursos interpeladores al modelo se extienden y propagan, alcanzando diferentes ámbitos. Desde la escuela a los murales en el pueblo, los jóvenes llevan esta interpelación invitando a la sociedad local a repensar en qué clase de pueblo quieren vivir. Muchos, casi todos, de estos jóvenes migran, pero los murales quedan, señalando el deseo de un desarrollo genuino, no basado en una actividad extractivista y contaminadora. 7. Bibliografía BALDERRAMA, J. (2009). “¿Anta somos todos?” ISEPCI. Instituto de investigación social, económica y política ciudadana. http://isepcisalta.blogspot.com.ar/2009/08/antasomos-todos.html. BARBARÁN, F. y ARIAS, H. 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