“Vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo” (Joel 2,13) Homilía del miércoles de ceniza Catedral de Mar del Plata, 18 de febrero de 2015 Comenzamos la cuaresma como un tiempo de conversión, como un tiempo favorable de gracia, como un tiempo de compromiso en el ejercicio de la misericordia. I. Conversión “Vuelvan a mí de todo corazón” (Joel 2,12). Este es el pedido de Dios a su pueblo que encontramos en el profeta Joel. Y en nombre de Dios el profeta insiste: “…vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo” (2,13). Volver a Dios, convertirse a Él, retornar a Él, implica tomar conciencia de un camino equivocado y girar sobre nuestros pasos; es entender que en Él está el verdadero remedio que necesitamos; es dejarnos iluminar por su palabra que enciende nuestra fe, y a esa luz reconocer nuestros pecados y pedir perdón con humildad. Volver a Dios es encontrar nuestro origen y tender hacia nuestro destino, rectificando siempre el rumbo; es encontrarnos con nuestra pequeñez, con nuestras miserias y mezquindades, pero más profundamente es hallar a Alguien que nos ama y no puede dejar de amarnos. Dios nos pide que volvamos a Él “de todo corazón”. Esto supone sin resistencias, con voluntad decidida de no negarle nada, poniendo de nuestra parte signos de una voluntad que desea entregarle nuestra persona en todas sus dimensiones: cuerpo y alma, memoria, sentimientos e impulsos, inteligencia y libertad; nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Esta conversión plena que deseamos, no es obra sólo nuestra, ni es principalmente resultado de nuestro solo querer. Es ante todo gracia de Dios, que reclama una correspondencia de nuestra parte. Por eso en el salmo 50 oíamos clamar al autor sagrado: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu” (Sal 50,12). Una actitud espiritual semejante encontramos en el pueblo de Israel, cuando experimenta el fruto de su pecado, el resultado de su alejamiento de Dios: “¡Conviértenos hacia ti, Señor, y nos convertiremos” (Lam 5,21). Esto es reconocer que por nuestras solas fuerzas poco y nada podemos. II. Tiempo favorable “Éste es el tiempo favorable” (2Cor 6,2), nos dice el apóstol. Tiempo de gracia en que Cristo, el misterioso Servidor anunciado por el profeta Isaías, trae la reconciliación del pueblo con Dios. Tiempo que debemos aprovechar y no dejar pasar en vano, según la invitación de San Pablo: “Les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios” (2Cor 5,20). La posibilidad de la paz con Dios, bien supremo al que aspira el hombre, lo sepa o no, nos la ha obtenido Cristo, el inocente, por su increíble solidaridad con nosotros, según dice el apóstol: “A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él” (2Cor 5,21). Se hizo solidario con nuestros pecados cargando con sus consecuencias y ofreciéndose por nosotros al Padre, y así también se volvió solidario con nosotros haciéndonos participar de su obediencia y comunicándonos su santidad. ¡Cómo no llenarnos de confianza! En este tiempo favorable, sepamos aprovechar la gracia del sacramento de la reconciliación que purifica la conciencia y nos predispone mejor al combate cristiano. Asumamos la triple consigna que escuchamos en el Evangelio: oración, ayuno, limosna. Oración. ¡Cuánto mejor nos iría si dedicáramos más tiempo a orar y si aprendiéramos a orar en todo momento y lugar, con el hábito de la presencia continua de Dios! Nuestra fe crecería, y con ella nuestro poder de mover la montaña de los obstáculos. Cuando Dios es lo primero y más importante, nuestra vida cambia. Ayuno. Es una práctica religiosa casi olvidada en la actualidad. Sin embargo, a los mayores de 18 años y hasta cumplir los sesenta, la Iglesia lo pide a sus hijos dos días al año. Hoy es uno de ellos; el otro, el viernes santo. No se trata de dañar la salud, sino de crecer en el hambre de Dios. Excepto a los enfermos, a nadie dañará la salud comer menos y practicar la abstinencia de carne desde los catorce años. Pero esta palabra “ayuno” es también un símbolo de una actitud espiritual que todos debemos tener en este tiempo: la privación libre de gustos legítimos para fortalecer nuestra voluntad y aprender a ser dueños de nosotros mismos y no esclavos de nuestras pasiones. Limosna. El desprendimiento voluntario de nuestros bienes, buscando sólo socorrer al prójimo, y por él a Cristo espiritualmente presente en los pobres, es uno de 2 los rasgos salientes de la cuaresma. Si con la oración revitalizamos nuestra relación con Dios, y con el ayuno crecemos en libertad interior y hambre de Dios; con la limosna nos educamos en la relación con el prójimo, necesaria para medir la calidad de nuestra vida cristiana. III. Iglesia misericordiosa El tiempo de cuaresma debe caracterizarse no sólo por los ejercicios personales de piedad, sino por el testimonio comunitario que la Iglesia universal y cada una de nuestras parroquias y comunidades hacemos de los mismos. En estas semanas que nos preparan al triduo pascual, la Iglesia mira más detenidamente el rostro del Señor y por eso, como cuerpo eclesial, sentimos la necesidad de dar un testimonio visible y comprometido de nuestra conversión. Como enseña el Santo Padre, debemos ser “un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos” (Mensaje Cuaresma 2015). No podemos refugiarnos “en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada (…). Toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres” (ibi). Debemos acoger, por tanto, una triple tarea que el Papa nos deja para éste tiempo. “En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración”. “En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad”. “Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos” (ibidem). * * * Queridos hermanos dentro de instantes recibiremos sobre nuestras cabezas el signo de las cenizas. Habla por sí mismo y nos hace pensar. Yo quisiera que ustedes se 3 llevaran esta pregunta, buscando una respuesta: ¿qué significa para mí este gesto? ¿estoy dispuesto a ser coherente con él? Que la Virgen Santísima, que tan unida estuvo a su Hijo en el misterio pascual de nuestra salvación, nos ayude, a ustedes y a mí a vivir estas semanas como un tiempo de gracia. ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 4