Artritis en el arte fasciculo 4

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Raoul Dufy
Raoul Dufy:
Pintura del
Corazón
Las flores expresaban su espíritu alegre y lúdico
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Tal punto de vista lo impulsó a crear una pintura
llena de color, de líneas y de movimiento, pese a
la artritis que, a partir de los sesenta años, lo privó a él mismo del colorido. Sin embargo, Raoul
Dufy tuvo la suerte de encontrar un grupo de médicos que, aprovechando los descubrimientos
científicos de la época, aliviaron sus males para
que el pintor continuara expresando su alegría de
vivir, hasta sus últimos días.
Introducción
R
aoul Dufy dejó una huella importante
en el arte del siglo XX, pues contribuyó a la creación de una sensibilidad y
una percepción visual esencialmente moderna;
una forma de mirar que, después de la Primera
Guerra Mundial, nunca volvería a ser como antes.
Aunque alguna vez manifestó que la naturaleza
era “sólo una hipótesis”, dijo también que “cuando me siento confundido, me aproximo nuevamente a la naturaleza antes de lanzarme una vez
más a los temas cercanos a mi corazón”.
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Búsqueda
permanente
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“ Los trapecistas” se llama
esta obra llena de movimiento.
N
acido en la ciudad de Le Havre el
3 de junio de 1877 en una familia
de músicos con nueve hijos, se
cree que durante su juventud sufrió episodios aislados de poliartritis. Sin embargo,
tales síntomas no le impidieron practicar el
órgano e incursionar en la pintura y el dibujo –para los cuales demostró siempre un
especial talento– desde muy niño.
Fue declarado apto para el servicio militar,
pero no pudo enrolarse en el ejército pues
uno de sus hermanos era ya voluntario –la
ley de la época prohibía que dos hijos de
una misma familia sirvieran simultáneamente a las armas–. Así, se desempeñó como chofer para el servicio postal de los militares, y posteriormente trabajó en una firma importadora de café en su ciudad natal.
Durante la noche asistía a cursos en la escuela de Bellas Artes, y finalmente se trasladó a París para estudiar con el maestro
Leon Bonnat, conocido retratista de temas
históricos.
Sin embargo, se aburría con el estudio de la
Academia, y prefería analizar las obras de
van Gogh, de Gauguin y de otros maestros
impresionistas. Los postulados del movimiento representaban la solución plástica
ideal para la obra que buscaba crear al principio de su carrera. De hecho, su quehacer
está marcado por una búsqueda permanente hacia nuevas maneras de enfrentar la pintura.
Durante aquella época se dio a la bohemia,
frecuentando los bares de Montparnasse. A
tal punto se aficionó a la vida noctura que
adquirió tuberculosis y sífilis, tratada con arsénico y bismuto.
Ello, sin embargo, no lo alejó de sus constantes investigaciones sobre los grandes
maestros. Pero su interés por el “Impresionismo” duró sólo un par de años, hasta que
Dufy cayó bajo la influencia de los pintores
fauves, luego de verse obnubilado por la
pintura lujo, calma y voluptuosisdad, de
Henri Matisse.
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Las fieras del
Color
Durante los primeros años del siglo XX, a menudo se
expusieron en París las obras de Gauguin y Van
Gogh. Para los jóvenes creadores, el acceso a dichos maestros tuvo un efecto tremendamente liberador, que dio paso a numerosos movimientos que
Dufy sólo se adhirió al “Fauvismo” durante un par de años, después de los
cuales buscó influencias más sobrias en
el “Cubismo”. No obstante, éste tampoco lo satisfizo, y finalmente decidió acuñar su propio estilo, de líneas elegantes
y lleno de color.
experimentaban con diversos estilos. Entre dichos
movimientos, el “Fauvismo” fue uno de los primeros.
Se caracterizaba por una suprema y desinhibida utilización del color, al punto que el nombre de los integrantes del grupo significa, literalmente, “fieras”.
De hecho, el advenimiento del modernismo se consigna frecuentemente a partir de la aparición de los
fauvistas en el Salón de Otoño de París en 1905. Fue
en dicha exhibición que un crítico bautizó al movimiento: al observar una de las sobrias esculturas del
Salón rodeada por aquellas pinturas de tan exuberante colorido, exclamó que parecía una obra de Donatello “entre las fieras salvajes”.
Sin embargo, el “Fauvismo” no formó un cuerpo cohesionado. Más aún, a los pocos años de su fundación, muchos de sus integrantes habían emigrado
hacia el “Cubismo”; otros, en tanto –el propio Matisse, por ejemplo– se mantuvieron como figuras solitarias e individualistas, que privilegiaban la libertad creativa por sobre
los postulados de un estilo determinado.
Lujo, calma y voluptuosidad
fue la obra que acercó a Dufy
a los Fauves.
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Pese a la brillante luminosidad de sus
obras, el público no mostró gran receptividad. Así, Dufy tornó su interés hacia el
grabado y el arte aplicado. En 1925, participó en la Exposición Internacional de
Artes Decorativas de París con piezas de
cerámica. Luego preparó una escenografía de ballet e ilustró numerosos libros
para varias editoriales. Además, fundó
un taller de estampados textiles, aceptando encargos de diseño por parte del
famoso modisto Paul Poiret.
Corset
Se retira el
La moda creada por Paul Poiret a comienzos del siglo XX
devolvió el color y la vitalidad a las mujeres, cuya indumentaria se había tornado grave y austera durante la Primera Guerra Mundial. Las despojó del molesto corset, elevó la línea de la cintura, recreando el estilo imperio –más libre y fluido– e introdujo ecos de la vestimenta árabe y japonesa en la moda francesa. Una de sus aficiones más importantes fue siempre el teatro, que tuvo gran influencia en sus
creaciones. De hecho, una de sus principales clientes fue la
gran actriz Sarah Bernhardt.
Paul Poiret era el modisto predilecto de las aristócratas francesas, quienes también favorecieron a Dufy con sus preferencias. Este se convirtió en el pintor mimado por la alta sociedad;
con sus lápices y su croquera, era el retratista oficial de
conciertos, recepciones, regatas y carreras de caballos. En dichos esbozos aplicaba una de sus máximas,
según la cual “el ojo percibe más deprisa el color de
un objeto que su contorno, y por ello el pintor debe encerrar uno en los límites del otro”.
Uno de sus diseños
textiles, llenos de color.
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Primeros síntomas
D
espués de trabajar con Poiret, Dufy
aceptó la oferta de la gran compañía
textil Bianchini-Ferrier de Lyon. Además de sus trabajos como diseñador, continuaba con su propia actividad artística, que, a la
manera de Monet, desarrolló en abundantes series temáticas entre las cuales destacan temas
como la hípica, la navegación, el interior azul de
su estudio, los desnudos, los músicos y la playa.
En 1937, en la cúspide de su éxito como artista
reconocido en toda Europa, le fue encomendado pintar el gran mural del Pabellón de la Electricidad de la Exposición Internacional de París
–donde Pablo Picasso expuso también su
“Guernica”–. Se trataba de “La fée electricité”,
una de sus obras más renombradas, pintada sobre un enorme panel de 60 metros de largo por
10 de ancho. Fue entonces cuando comenzó a
experimentar molestias en las manos y en las
muñecas, codos, pies y rodillas.
Entraba ya en la sesentana, y los síntomas de
la artritis se presentaron en forma intermitente
durante dos o tres años. Sin embargo, en
1940 éstos se intensificaron súbitamente, a
pesar de las intensas curas a las que se sometió. Cuando arreciaba la Segunda Guerra
Mundial, Dufy dejó París y se refugió en el sur
de Francia. El clima era allí más benigno, además de lo cual se encontraba en la región la
clínica del doctor Pierre Nicolau, quien se
convirtió en su amigo y protector, granjeándole una habitación y un estudio en el mismo recinto. Luego de un prolongado tratamiento de
fisioterapia, el artista fue capaz de retomar su
trabajo y de desplazarse por los alrededores.
En 1943 volvió a París, pero los síntomas regresaron con gran potencia. Agobiado por la
depresión, destruyó muchas de las obras realizadas durante aquel período, con el argumento de que no merecían ser vistas. Retornó
Mural del Pabellón de la Electricidad de la Exposición Internacional de París.
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entonces al sur de Francia para someterse a los baños termales de Aspet,
en la región de Rousillon.
Fue en aquella etapa cuando se obsesionó con la idea de retratar músicos
y orquestas filarmónicas. Al respecto, algunos expertos especulan que
ello podía haberse debido a la necesidad inconsciente de representar su propia enfermedad.
En 1948 decidió trasladarse al
spa de Caldas de Montbuy, en
España. Durante el viaje sufrió intensos dolores, que lo obligaron a
caminar con muletas e incluso a emplear una
silla de ruedas. Aun así, aprovechó de visitar
Madrid y el Museo del Prado, Toledo –donde
presenció una corrida de toros– y Avila, con
cuyas enormes murallas se vio muy impresionado. A su regreso a París sufrió otra crisis.
Se sometió a curas con sales de oro, pero
sentía cada vez más diezmado su estado general de salud.
Los Nuevos
fármacos
S
in embargo, el padecimiento no
cedía y cada vez más desesperado
por la imposibilidad de trabajar, el
pintor aceptó una invitación que, en
1950, le envió el doctor D. F. Homburger.
En aquel entonces, Homburger era jefe de
departamento del Jewish Memorial Hospital de Boston, y experimentaba con la hormona pituitaria adrenocorticotrópica
(ACTH) y la cortisona, de aplicación reciente en pacientes con artritis reumatoide.
Raoul Dufy cuando ya experimentaba síntomas de la enfermedad.
Homburger era aficionado a la pintura, y decidió convocar a Dufy luego de leer en la revista
Life un artículo que mostraba fotografías de las
manos del pintor. Homburger reparó en que,
tal como Renoir anteriormente, la enfermedad
impedía la creación del gran artista.
La invitación fue producto de un impulso y de
un suministro extra de las nuevas sustancias, y
no representaría gasto alguno para el paciente.
Dufy la aceptó de inmediato, pues su médico
personal, el doctor Louis Perlès, tenía información acerca de los primeros ensayos clínicos
con cortisona sobre pacientes con artritis reumatoide en la Clínica Mayo. “Siento una alegría
enorme y un gran agradecimiento por el hecho
de que Raoul Dufy, mi paciente y amigo, pueda beneficiarse del tratamiento con cortisona
gracias a su generosa iniciativa”, escribió el
médico a su colega en Norteamérica
Dufy arribó a Nueva York el 20 de abril de 1950
a bordo del transatlántico de Grasse, y luego
de algunos días en la ciudad, ingresó al Jewish
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articulaciones y de la habilidad del paciente
para realizar trabajos cotidianos, luego de lo
cual comenzó el tratamiento.
Inyecciones y
fisioterapia
Memorial Hospital en el área de Roxbury, en
Boston. El equipo del doctor Homburger operaba allí un servicio de investigación para
el Centro de Investigación del Cáncer de la
Universidad de Tufts. Por aquel entonces, el
grupo de expertos había ya llevado a cabo estudios con ACTH en enfermos crónicos, pero
de los pacientes con artritis reumatoide que
habían recibido las hormonas en aquel centro, Raoul Dufy fue nada más que el tercero.
Antes de comenzar las pruebas, se le trató
una gingivitis y una hiperplasia prostática
benigna. Se le diagnosticó también una hipertensión y una arteroesclerosis leves (su
presión sanguínea era de 150/90 mm Hg), y
una osteoporosis.
Se le tomó radiografías de todas las articulaciones, y los fisioterapeutas practicaron una
completa evaluación de las funciones de las
S
e le inyectaron 100 mg de ACTH diarios, en dosis intramusculares de 40 mg
a las 9 y a las 13 horas, y de 20 mg a las
17 horas. Dicho régimen continuó desde
el 29 de abril hasta el 12 de mayo –fecha a partir de la cual la dosis comenzó a reducirse gradualmente en un lapso de cinco días–. Para
evitar efectos psicológicos de sugestión, el paciente continuó, no obstante, recibiendo la
misma cantidad de inyecciones, algunas de las
cuales contenían sólo suero fisiológico.
Ya en junio comenzó a recibir 100 mg de acetato de cortisona en dos dosis intramusculares
diarias, que se mantuvieron durante los próximos 21 días. Todos los sábados y domingos se
omitía la cortisona y se le inyectaban 50 mg de
ACTH. Luego se realizaron intentos para reducir la dosis, y finalmente se comprobó que era
posible administrar 100 mg de la sustancia sólo dos veces a la semana. Durante su estadía
No dejó de trabajar durante su
permanencia en el hospital.
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en el hospital, los fármacos eran inyectados;
posteriormente los ingirió en forma oral.
Junto con los medicamentos, el hospital implementó un programa intensivo de fisioterapia que se inició tan pronto como el dolor se
redujo a niveles que hicieran tolerable la actividad física. Los terapeutas de la institución
fueron asesorados por un especialista de la
Fundación de la Artritis, quien acompañaba
al paciente a los menos por una hora diaria
durante seis días de la semana.
Los ejercicios incluían movimientos pasivos y
activos de todas las articulaciones, levantamiento progresivo de pesas para brazos y
piernas, y caminata con muletas y bastones
entre otros. A su edad, dicha actividad le resultaba ardua y fatigosa, sobre todo por el
hecho de que, durante años, su único ejercicio había consistido en la manipulación de
brochas, pinceles, cigarros y copas de licor;
ello sin mencionar su actividad sexual que,
según su pareja de aquel entonces, era bastante regular y aun abundante por la
testosterona que le administraban para
evitar la osteoporosis. Pese a que
aborrecía la obligada práctica de
gimnasia, se sometía dócilmente a las indicaciones de los terapeutas, y realizaba obediente
los ejercicios.
En estas dos obras se advierten los estragos de la enfermedad. La primera, llena
de movimiento, la segunda más ensoñada.
Arte
recobrado
C
uando su estado general se mostró
algo mejor, Dufy insitió en presenciar
un partido de baseball de los Dodgers, una obra teatral y un show de Broadway
en la antigua Boston Opera House. Quiso también pasear por los bellos paisajes rurales de
Nueva Inglaterra. La mayor parte del tiempo,
sin embargo, la pasaba dibujando y pintando.
Retrató algunas escenas de hospital y a los
amigos que llegaban a visitarlo. El estilo de su
obra se volvió más libre, sin la línea elaborada
que lo había caracterizado previamente.
Se sentía activo y alerta, y comenzó a disfrutar de la vida como no había podido hacerlo
durante mucho tiempo. El equipo tratante
atribuyó su hiperactividad a la euforia causada por los esteroides, pero su mujer aseguró
a los médicos que el pintor estaba solamente
recuperando su natural temperamento.
Sin embargo, y tal como se esperaba, los medicamentos produjeron ciertas complicacio-
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nes. Al comienzo, Dufy sufrió trastornos gastrointestinales que incluían diarreas y acidez.
Usualmente se debían a los fármacos, y los
síntomas se aliviaban al cambiar el tratamiento. También se le produjo retención de líquido,
para lo cual se le inyectó mercuhidrina.
Además, se le agravó la osteoporosis preexistente –condición que pudo haber empeorado por su arraigado tabaquismo y por su afición hacia el alcohol–. Para tratar la enfermedad, se consultó a un especialista de la Escuela de Medicina de la Universidad de Cornell,
con cuya ayuda disminuyeron los síntomas.
Seis meses después de ser dado de alta, Dufy
presentó un abceso con complicaciones –laxitud, falta de apetito y pérdida de peso–. Después de varios intentos con diversos antibióticos, se le descubrió un estafilococo dorado ya
resistente a la penicilina. Se le administró entonces cloranfenicol y tetraciclina, y finalmente
el abceso fue extraído mediante una cirugía en
el New England Medical Center, luego de lo
cual el pintor se recuperó rápidamente.
cotidianas –como ponerse calcetines o tomar
un baño– le eran difíciles de todos modos, o
imposibles sin más, un gran número de tareas
para las cuales se había mostrado inhabilitado en el momento de su admisión –beber líquido de un vaso o tomar el auricular del teléfono–, le resultaban perfectamente posibles
a las pocas semanas de haber comenzado el
tratamiento.
Por otra parte, la movilidad de casi todas las
articulaciones aumentó notoriamente; así, por
ejemplo, el ángulo de flexión del hombro derecho se incrementó de 26 a 70 grados, y el de
los codos de 137 a 169 grados. La flexibilidad
de los dedos también creció, así como su capacidad para levantar pesos.
Definitivamente recuperado del abceso, Dufy
se trasladó a Arizona, atraído por el clima cálido y seco de la región. Allí pintó una serie de
orquestas de negros, retomando un tema que
le había sido familiar desde su juventud, cuando estudió violín durante algún
tiempo. Se puso al cuida-
Resultados
en breve
E
spectaculares fueron los resultados
de la permanencia de Raoul Dufy en
el Jewish Memorial Hospital de Boston: en pocos días, un hombre enfermo, envejecido y completamente inmovilizado podía volver a desplazarse; por primera vez en
años, fue capaz de extraer pigmento de los
tubos de óleo sin ayuda de terceros; los registros del Departamento de Kinesiterapia
muestran que si bien algunas actividades
12
La música
era otro de sus
grandes amores.
do del doctor Donald Hill, con quien continuó
su mejoría, aunque el tratamiento le había
provocado ya depósitos grasos submentonianos, facies cushingoide y una mayor atrofia muscular.
“Pero cada vez me siento mejor. Tomo 50 mg
de cortisona al día, como muy poca sal y camino durante una hora unas cinco veces al día.
Tengo un feroz apetito, duermo bien y pinto
durante dos o tres horas, entre las cuales tomo
pequeños descansos. Mi trabajo va muy bien,
quizás es la cortisona o las ‘hormonas sexuales’, no lo sé, pero estoy dedicado a pintar temas que estudié cuando era joven y que ya no
me satisfacían”, escribía. “A los objetos que
construyo al modo cezanneano agrego colores
puros e imaginados que busqué sin encontrarlos durante treinta años. ¿Es este un renacimiento o sólo el canto del cisne, es “Fauvismo”
o un error de mis sentidos, de los cuales tanto he abusado?”.
El
imperio
del negro
D
ufy regresó a París en
1951, con el endocrinólogo René Fauvert
a cargo de su tratamiento. Volvió a su antiguo estudio en la Impasse Guelma
–cerca del bohemio barrio
de Place Pigalle– donde
había trabajado durante
toda su vida. Allí lo visitaban
incontables personalidades de la cultura
francesa que incluían músicos, pintores y escritores. También lo visitó la Primera Dama,
El interior de su estudio, que
retrató profusamente.
quien a los pocos días creó un programa de
pasantías para médicos franceses en el centro médico de Tufts.
Sin embargo, y siguiendo la norma general
de los pacientes que mejoran muy rápidamente y que luego no progresan –empeorando incluso–, Dufy atravesó una breve fase depresiva. Algunos especialistas han observado
también la manera en que la enfermedad se
retrataba en sus pinturas –específicamente,
en la forma de retratar las manos de sus personajes–. Si antes de la artritis dichas extremidades se veían flexibles y fáciles de mover
–como “Cavaliers”–, otras pinturas, realizadas en años posteriores, las muestran borrosas y deformadas.
Otros trabajos que caracterizan aquel período son aquéllos donde predomina una gran
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mancha negra que contrasta en luminosidad
con el resto de la tela. Entre sus marinas, por
ejemplo, aquéllas que mostraban barcos cargueros eran casi irreales. Son escenas penetradas de una llamarada oscura de color en la
zona de luz cenital, cegada por el cabrilleo del
agua bajo el sol. El procedimiento es enormemente sugestivo y se concreta en ilusiones lejanas, casi ideogramas, en los que la fantasía
percibe y relaciona las huellas de la imagen
que vibran en la atmósfera, suspendidas en el
vacío y lejanas de la realidad.
De dichas obras, una de las más conocidas es
“Le cargo noir”, cuya figura principal es un trapecio oscuro de apariencia fantasmal que, según algunos expertos, constituye una premonición de su muerte. “El sol, en su zenit, es negro. Ciega y no se ve nada, de manera que
puedo comenzar por el negro y a partir de él,
alcanzar la luminosidad de la composición mediante un juego de contrastes”.
Finalmente, Raoul Dufy abandonó París y se
instaló en la localidad meditarránea de Forcalquier –siguiendo el consejo del Instituo Nacional de Meteorología, al cual consultó para saber
qué lugar del país era el más seco y soleado–.
Allí se reconcilió con su esposa, a quien había
dejado varios años antes. Todo parecía andar
mejor, tanto desde el punto de vista médico
como del artístico. Su éxito como pintor estaba ya consolidado, y sus telas se vendían a
precios bastante altos. Ello lo alegraba mucho,
y estaba enormemente agradecido de los médicos norteamericanos, que le habían hecho
posible continuar su trabajo. Su agradecimiento lo impulsó incluso a donar un conjunto de
trabajos a la American Rheumatism Foundation para que, con su venta en una exposición
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que se llevó a cabo en Nueva York, se obtuvieran fondos para la investigación en dicho
campo. Sentía que, de contar con otros diez
años de vida, podía dejar una obra completa
y “redondeada”.
No alcanzó, sin embargo, a realizar dicha obra:
el 23 de marzo de 1953 murió producto de
una complicación neumónica. Pese a ello, sus
creaciones constituyen un valioso testimonio
Su pintura es una invitación
a disfrutar de la vida.
Las marinas
fueron un tema
recurrente en su
obra.
Editora: Verónica Waissbluth
Diseño: Rodrigo Barrera
de su época, y han influido profundamente
en el trabajo de artistas posteriores. “¡Dufy
es un placer!”, exclamaba la escritora norteamericana Gertrude Stein, quien fue quizás la que mejor sintetizó su valor. Y es que
su espontánea armonía de colores y la gracia mozartiana de sus ritmos, convierte a su
pintura en una invitación a disfrutar genuinamente de la vida.
Dirección de Arte: Carlos Vidal
Documentación Gráfica: EUROPA PRESS
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