1 Ciudad, memoria y olvido en la poesía de José Manuel Arango

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XXVII Congreso Nacional y I Internacional de Lingüística,
Literatura y Semiótica
Homenaje a
Carlos Patiño Roselli, Rafael Humberto Moreno Durán
y Jairo Aníbal Niño
Ciudad, memoria y olvido en la poesía de José Manuel Arango
Viviana Montealegre Lozano
Escuela de Administración y Mercadotecnia del Quindío
“Estoy rodeado de ciudad
Me falta aire
me falta cuerpo
me faltan
la piedra que es almohada y losa
la yerba que es nube y agua”
-Octavio Paz
Introducción
En la investigación “La ciudad como metáfora del olvido en la poesía de José Manuel Arango”,
se realizó una aproximación a la escritura del poeta colombiano a través del rastreo de la ciudad
como metáfora del olvido. Para llevar cabo el acercamiento primero se realizó un recorrido
histórico por las teorías de la metáfora, con el fin de encontrar un presupuesto teórico que nos
permitiera abordar la metáfora de manera específica. En este periplo nos encontramos con que
las teorías de la retórica y de la preceptiva resultan insuficientes para realizar la investigación.
Por esta razón fue necesario ampliar la perspectiva hacia la propuesta realizada por Paul
Ricoeur, donde la metáfora es ubicada en el nivel del discurso y asumida como una “Metáfora
viva”.
Con Paul Ricoeur nos ubicamos en los caminos trazados por la “hermenéutica fenomenológica”,
esta disciplina nos permitió una aproximación textual de carácter abierta. Ricoeur nos dice que:
“interpretar es desplegar, abrir un texto dejándole desarrollar sus potencialidades” (Ricoeur
1991: 372)1. En esta misma dirección asumimos la propuesta metodológica planteada por Mario
J. Valdés en el libro: Interpretación abierta: Introducción a la hermenéutica literaria
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contemporánea. El autor nos dice que: “El significado de un texto se derivará de una indagación
acerca de la composición de éste, que es la forma, la historia, la experiencia de lectura y la autoreflexión del intérprete” (Valdés, 1995: 64)2.
Primero nos centramos en “la forma”, aquí se realizó un análisis estructural compuesto por una
exploración desde el punto de vista sintáctico y otro desde la semántica. En segundo lugar nos
enfocamos en “la historia”, ubicamos el poeta en el contexto y se exploraron algunas
particularidades de la construcción de las ciudades hispanoamericanas, específicamente de
Medellín, también nos referimos a la presencia de la ciudad en la poesía colombiana. Por último
para desarrollar la fase de interpretación aludimos a la construcción de ciudad que nos ofrece el
autor en su obra poética y desarrollamos la relación, ciudad- memoria y olvido. En la presente
ponencia nos centraremos en este último nivel de análisis.
La ciudad que aparece en los versos de José Manuel Arango está mezclada de pasado y presente,
un pasado que son sus recuerdos y un presente que intenta borrarlos. El concepto de olvido
convoca de manera ineludible el concepto de memoria, veremos que la memoria y acaso la
nostalgia, devienen metáforas del tiempo y del espacio en la ciudad.
La memoria y el olvido
El concepto de memoria ha sido abordado por distintas disciplinas como la filosofía y la
psicología, quienes de manera general la definen como la persistencia del pasado. El Diccionario
de Filosofía de Julia Didier nos dice que los cinco elementos del pasado son: “La fijación de los
recuerdos, su conservación, su evocación, el reconocimiento y la localización”. (Didier,
1983:199)3. En Las confesiones de San Agustín encontramos la siguiente reflexión:
¿Y qué es lo que pasa cuando nombro el olvido? pues reconozco perfectamente bien lo
que nombro y no lo podría nombrar si no lo recordara. Lo que digo no es un simple
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sonido, si no la cosa que este significa; y tal reconocimiento sería imposible si no pudiera
recordar el sonido. Entonces; cuando me acuerdo de la memoria misma es ella la que está
presente; pero cuando me acuerdo de un olvido tengo simultáneamente presentes el
olvido y la memoria. (244)4
San Agustín nos plantea que todo lo experimentado en el pasado puede ser revivido en el
presente, lo cual posibilita una apreciación del futuro. La memoria es un órgano de
representación donde pasado, presente y futuro son capaces de confluir. Aparece aquí ya algo de
la dimensión trascendental de la memoria. Por eso, "Grande es pues, Señor, la potencia de la
memoria” (245)5.
Agustín también reflexiona sobre el hecho de que en su memoria hay cosas de las cuales no tiene
conciencia de haberlas percibido, él se pregunta: “¿De dónde pues vinieron esas ideas y cómo
penetraron en mi memoria?” (238)6. La memoria se convierte en el lugar de encuentro con Dios
y en posibilidad de apertura y trascendencia. Es necesario decir que a lo largo de su obra San
Agustín continúa lanzando grandes interrogantes fundamentales que finalmente lo llevan a
plantear una nueva teoría de la conciencia.
Para Sigmund Freud, “los recuerdos o los acontecimientos olvidados son aquellos que se
reprimen en el inconsciente” (Didier, 1983:199)7. Freud nos advierte la complejidad del recuerdo
y sobretodo del olvido:
Si alguien se inclinara a sobrestimar el estado de nuestro actual conocimiento sobre la
vida anímica, bastaría, para volverlo a la modestia, recordarle la función de la memoria.
Ninguna teoría psicológica ha podido dar hasta ahora razón coherente sobre el fenómeno
fundamental del recordar y olvidar; más aún: ni siquiera se ha abordado la disección
completa de los hechos que se pueden observar. Acaso hoy, cuando el estudio del sueño y
de sucesos patológicos nos ha enseñado que también puede reaflorar de pronto en la
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conciencia lo que estimábamos olvidado desde hacía mucho tiempo, el olvidar se nos
haya vuelto más enigmático que el recordar. (Freud 2002: 41)8
En este punto es necesario decir que los planteamientos de San Agustín encontrarán en la teoría
de los arquetipos de Carl Gustav Jung una analogía y continuidad. Uno de los presupuestos más
evidentes de la teoría sobre la memoria de Agustín es la idea de que todas las vivencias,
experiencias vitales e informaciones recibidas desde el mundo exterior son archivadas por medio
de imágenes en la memoria del hombre. La existencia de las imágenes es la condición previa
para poder hablar de las cosas. En analogía a Agustín parte también C. G. Jung, y con él la
escuela de la sicología profunda, de la tesis de que existe una estrecha relación entre la psique
humana y el mundo exterior.
Aunque Jung no habla tanto de imágenes sino más de arquetipos, pero la idea es muy similar:
Para Jung existen tantos arquetipos como hay situaciones típicas en la vida. Mientras que
Agustín relaciona la existencia de la imagen en la memoria más directamente con el acto
(personal) de la percepción en el mundo exterior, para Jung los arquetipos ya son imágenes más
integrados en la psique humana colectiva, de la manera que pueden hasta heredarse.
Asimismo San Agustín intuye la estrecha relación existente entre el mundo exterior y la memoria
o la psique humana. Con esto adelanta lo que la reciente investigación sobre el mito ha
expresado con gran claridad. Antes de que el hombre ha sido capaz de definir (y de emplear
religiosamente) lo que es el sol, el monte, el animal, el árbol, etc. todos estos objetos han entrado
en su psique y han creado un cosmos interior que luego le sirve al hombre para orientarse en el
mundo.
La psicología moderna plantea la misma complejidad de la memoria. En el libro Humana mente,
el psicólogo Juan Ignacio Pozo trae a colación esta cita de Arthur Glenberg: “Los investigadores
de la memoria no han progresado mucho en la comprensión de la naturaleza de la memoria,
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sabemos sobre muchos fenómenos, pero hay poco acuerdo sobre la interpretación de esos
fenómenos, sobre cómo encajan unos en otros, o sobre qué importancia tiene un fenómeno en
particular” (Pozo: 15)9. El autor también nos dice que la concepción de la memoria ha cambiado
y que ahora “tiene una naturaleza más fragmentaria, difusa y situacional de lo que se suponía. La
memoria unificada y lógica de los primeros modelos, aquella memoria de una pieza, ha dado
paso a la memoria fragmentada, distribuida y contextualizada”10 (86).
Paul Ricoeur en el libro La memoria, la historia, el olvido, nos plantea que la “fenomenología de
la memoria” es conducida por dos interrogantes principales se trata del ¿Qué? y del ¿Quién? del
recordar. Ricoeur realiza un contraste entre imaginación y memoria partiendo de la concepción
platónica de la imagen (eikon). “La representación presente de una cosa ausente” y de la
afirmación de Aristóteles: “La memoria es del pasado”. El autor concluye que la distancia
temporal es un elemento esencial del fenómeno mnemónico y que el referente último de la
memoria es el pasado.
Para Eliade la memoria se encuentra estrechamente relacionada con el mito, el autor plantea dos
formas de recuperar el pasado desde lo mítico. La primera se trata de la reintegración rápida y
directa a la situación primera, y la segunda está relacionada con el retorno progresivo al origen
desde el presente. Aquí aparece la anamnesis. Eliade nos dice. “Gracias a la memoria primordial
que puede recuperar el poeta inspirado por la musas, accede a realidades originarias. Estas
realidades se manifestaron en los tiempo míticos del comienzo y constituyen el fundamento de
este mundo” 11 (Eliade, 2006: 119). Bachelard nos dice que: “La memoria es un campo de ruinas
psicológicas, un revoltijo de recuerdos” (Bachelard, 1998: 151)12.
Tal vez, la poesía sea el escenario privilegiado de la mente colectiva, en la cual se encuentran
proyectados los temores y los deseos, las preguntas más esenciales y primigenias y los dramas
surgidos de la relación originaria de los seres humanos con la naturaleza. A este respecto, el
filósofo alemán Martín Heidegger nos dice: “Cuando el poeta queda consigo mismo en la
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suprema soledad de su destino, entonces elabora la verdad como representante verdadero de su
pueblo” (Heidegger, 1978: 147)13. Los poemas no tratan de un yo pero tampoco de nadie, son la
emergencia de lo humano y de la naturaleza en su mutua y simultánea pertenencia. Su tiempo no
es la eternidad inmóvil sino la permanencia en el cambio, transformación, transmutación.
La ciudad en la poesía de José Manuel Arango
En la escritura de José Manuel Arango, lo cotidiano aparece testimoniando la ciudad que quedó
en los recuerdos que lentamente se van borrando como huellas de un pasado, que era el camino
firme hacia la identidad de sus moradores. El poeta nos habla de una ciudad que se está
derruyendo como los recuerdos que se desprenden del alma encogida por el miedo, de una tierra
que se ha ido colando hacia las arcas de caudales de hombres anónimos y obscuros que habitan
esa ciudad, como fantasmas que nadie ha podido ver. El crítico colombiano David Jiménez nos
dice:
La ciudad tiene siempre algo de irreal. Es un espacio no del todo exterior, nunca descrito
con rasgos de objetividad pura sino más bien salpicado de referencias a una verdad
subjetiva, una ciudad del pasado o una dimensión de mera posibilidad imaginaria. Más
que calles de la ciudad real, aquí se trata de “laberintos de la memoria”. (Jiménez,
1998:49).14
En la ciudad que nos presenta José Manuel Arango podemos observar varios lugares: la plaza, el
parque, la calle, el baldío, desde los cuales él accede a lo recordable; sin embargo, estos mismos
lo privan de la memoria, le derruyen sus recuerdos. La memoria traiciona al poeta, testigo de los
cambios, sólo la geografía es una constante en el devenir de la ciudad. Sus sitios geográficos
permanecerán como únicos testigos de la ciudad en el tiempo. Chantal Maillard nos dice:
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Solo cuando el olvido ha durado lo bastante y se ha hecho lo bastante profundo puede
actuar la memoria involuntaria y sacar a la luz sin control de la razón y la voluntad, desde
ese abismo del olvido, cosas insospechadas, que depuradas de toda contingencia por la
larga duración del olvido, son esencialmente humanas y radicalmente poéticas (Maillard,
1999:253)15
Estamos ante una ciudad de edificios mudos cuyas paredes están a punto de ser demolidas o ellas
mismas parecen demolerse y sin embargo, alguna pareja embriagada de sexo gime galopando
contra ellas, negándose a su desaparición y recordándonos lo esencial de los hombres, su
comunicación, su encuentro, su reconocimiento. Octavio Paz nos dice que “Si el poema es fiesta
lo es a deshoras y en sitios poco frecuentados, festín en el subsuelo. La actividad poética
redescubre toda su antigua eficacia por su mismo carácter secreto, impregnado de erotismo y rito
oculto” (Paz, 1990: 33)16 .
Una pareja que en el tramo oscuro
junto al baldío
se añudaba gimiendo
Por sobre sus cabezas
un letrero cuelga del muro
que se vence
Peligro:
Demoliciones (Pc: 159).17
Aquí vemos quizá algún instinto atávico, incrustado en la más antigua de las memorias que
construye un nuevo espacio, un nuevo paradigma sobre el espacio antiguo. La naturaleza
resuena: “me detengo junto al baldío / donde el verde fértil de la maleza / afirma, en el corazón
mismo de la ciudad / una pervivencia salvaje”. (Eln: 48) ,18 pero es sólo una resonancia de sus
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recuerdos, pues la ciudad le pone de presente una fortaleza en la que se desvanecen. La ciudad se
repliega sobre sí misma y se convierte en “la ciudad ensimismada, dura” (Pc: 210)19, en la ciudad
indiferente que se vuelve cada vez más compacta e impenetrable, más vacía e insondable.
Debido al progreso vertiginoso de las ciudades, el ser humano se va alejando del vínculo vital
con la naturaleza sobre el cual descansa el principio fundamental de habitar un espacio que es su
primer cobijo natural. Los espacios parecen no estar ya dentro de la naturaleza pues los artificios
creados fingen hacerla desaparecer. En el poema “Ciudad” José Manuel Arango nos dice:
rincones insidiosos, pasajes
ocultos, normas
arteras
y en mí
un mapa de la oscuridad. (Pc: 28).20
Esta ciudad se va volviendo un lugar hostil, donde se encuentran abismos inescrutables frente a
los cuales parece no haber representación posible. Tal vez esta ciudad ha caído en las garras del
olvido. Paul Ricoeur nos dice que: “el presente momento histórico es el del olvido de lo
simbólico: olvido de hierofanías; olvido de los signos de lo sagrado; pérdida del hombre mismo
como perteneciente a lo sagrado” (Ricoeur, 1991:155)21.
Y el remedo obsceno, de la caricia:
“me agarraban los senos y los torcían
Y jalaban como si quisieran arrancármelos”.
(Obdulia Prada de Torres,
con cédula de ciudadanía numero 20.299.097, de Bogotá)
Y el remedo siniestro de la cópula
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“otra vez me obligaron a punta de golpes con
un fusil a abrir las piernas a tal grado que sentí
descuartizarme”
Es como si se aborreciera la vida (Arango, 1984: 94)22
En el poema anterior vemos un acto de violación, pero si nos acercamos un poco descubrimos
algo más complejo en este acto disfrazado de violencia sexual. La violación es una acción que
pretende destruir al otro y proveerlo de identidad de víctima, produce una escisión entre el
aspecto animal e instintivo de la psique y el alma, “el remedo siniestro de la cópula”, esta
escisión determinará no solo la relación con el cuerpo sino también con el mundo en general; ella
constituye una invasión que cercena toda posibilidad de decidir, de revelar el ser mediante la
palabra y la determinación del deseo.
La posesión de la mujer se realiza por medio de la fuerza: ella no es el prójimo, no es una
persona con que se alcance la comunión: es objeto de codicia y satisfacción sexual que, por otra
parte, se concentra en las partes ideológicamente calificadas de eróticas y no en la totalidad
psico-física. La violación implica la tortura mediante la cual se deforma, se desfigura la cópula y
se degrada la vida, se arranca la memoria. La tortura rebaja a la víctima al nivel de bestia
humana, le destituye para siempre de su ser, lo aniquila. Le devora sus recuerdos y acentúa
sentimientos de debilidad, humillación e impotencia, perdida de referencia cotidiana y de
autonomía.
Hay gentes que llegan pisando duro
que gritan y ordenan
que se sienten en el mundo como en su casa
Gentes que todo lo consideran suyo
que quiebran y arrancan
que ni siquiera agradecen el aire.
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Yo no sé francamente cómo hacen
cómo no entienden (Pr: 237).23
Las deformaciones de la vida en la ciudad no sólo aíslan y enajenan al hombre de los otros
hombres, impidiendo sus posibilidades de comunicación sino que también lo aíslan de la tierra,
es decir, de su origen, fundamento y referencia natural, a la extrañeza original de la relación
histórica del hombre con la naturaleza se superpone ahora el espesor de las formas alienadas de
vida. Walter Benjamín en el libro Angelus Novas trae a colación una carta enviada por Federico
Engels a Karl Marx, aquí le describe a Londres:
Una ciudad como Londres, donde se puede caminar horas enteras sin llegar al comienzo
de un fin, tiene algo de desconcertante. Esta concentración colosal de dos millones y
medio de hombres…Se empieza a ver que estos londinenses han debido sacrificar la
mejor parte de su humanidad para realizar los milagros de civilización de los cuales está
llena su ciudad, que cien fuerzas latentes en ellos han permanecido inactivas y han sido
sofocadas…Ya el hervidero de las calles tiene algo de desagradable, algo contra lo cual la
naturaleza humana se rebela….Y sin embargo se adelantan unos a otros apuradamente,
como si no tuvieran nada en común, nada que hacer entre ellos; sin embargo, la única
conversación que los une, tácita, es la de que cada cual mantenga la derecha al marchar
por la calle, a fin de que las dos corrientes de multitud que marchan en direcciones
opuestas, no se choquen entre sí. (Benjamín, 1971: 40-41).24
Si guardamos las proporciones tal vez José Manuel Arango, se enfrenta a una situación similar.
El poeta encuentra en esta cultura desenfrenada una ausencia de símbolos una degradación, la
tortura, la muerte ofrece sus garras como su sentir más profundo. Mircea Eliade nos dice que
“en la medida en que el pasado –histórico o primordial- se “olvida”, se le equipara a la muerte”.
(Eliade, 1973: 138).25 La indolencia de los hombres borra el pasado al que se aferra este poeta,
quien deja escapar en esas primeras horas de la mañana su queja visionaria.
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salgo a primera hora y echo a callejear los ojos
las plazas todavía no están atestadas
todavía no es la vida a codazos
las trampas aun no se han armado
la muerte aún no se deja ver por las calles
la muerte descansa a esta hora
anoche tuvo mucho trabajo
matar debe ser fatigoso (Pc: 182).26
Aquí vemos una actitud de apatía ante el acto de matar, la muerte acecha en cada rincón, y
parece ser que los habitantes de la ciudad construyeron una máscara de burla e indiferencia para
esconder su temor natural a morir, han desarrollado una capacidad de distanciarse de la
catástrofe y han legitimado su indiferencia.
los que tienen por oficio lavar las calles
(madrugan Dios les ayuda)
encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de
sangre
y la lavan también
es su oficio
Aprisa
no sea que los primeros transeúntes la pisoteen (Pc: 183)27
El acto de “pisotear” la sangre es una señal de indiferencia, tal vez la saturación de imágenes
constituyen un velo a través del cual se observa la realidad, quizá este velo transmita la sensación
de que lo peor está a punto de suceder. Los transeúntes no ven a las personas muertas sino la
imagen de la sangre. Los “Transeúntes pisotean” lo sagrado, la vida. A pesar de toda esta
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situación, parece ser que el poeta no se da por vencido y vemos que a través del “Sueño
rencoroso” logra subvertir las reforzadas murallas de la ciudad, los custodiados muros se
debilitan y de pronto la naturaleza las rodea, les hace frente:
Es la ciudad tragada por la jungla
Uno puede oír el sordo rumor de raíces que crecen
cuarteando los muros
Frondas voraces echaron abajo los techos
Las aves de la selva ponen sus huevos en la torres
Por el templo vacío piruetean los monos
como dioses extravagantes. (Pc: 173).28
En conjunción con la naturaleza surge el mito, no en su construcción formal sino en su
estructuración, en cuanto proyección del inconsciente de la humanidad que irrumpe
imaginariamente en el inconsciente de las personas. Eliade nos dice que en la actualidad perdura
el comportamiento mítico: “La rememoración y la reactualización del acontecimiento primordial
ayuda al hombre primitivo a distinguir y a retener lo real. Gracias a la continua repetición de un
gesto paradigmático algo se revela como fijo y duradero en el flujo universal”(Eliade, 136). 29
Eliade establece una diferencia entre la memoria primordial y la histórica y personal. El autor
nos dice que “Lethe” el “olvido” se opone a las dos: “Pero Lethe es impotente para algunos
privilegiados aquellos que inspirados por las musas, o gracias a un profetismo a la inversa logran
recordar la memoria de los acontecimientos primordiales” (121) 30 . El poeta descubre que en el
centro del inconsciente en el “corazón mismo de la ciudad”, se agitan dioses y por medio de la
imaginación tiende un puente hacia ese centro donde se hallan encapsulados. El poeta logra una
conexión con aquellos elementos simbólicos que gravitan cual satélites en constante colisión en
la ciudad.
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es la lluvia en el dorso
de la mano; el aroma
acre de tierra negra y muerte
que despierta en el polvo
es la memoria transparente
de la lluvia, cercándote. (P: 244)31
El mito es atemporal, pero el poeta logra que sea temporal mediante la irrupción simbólica y
relacional en la vida, de esta manera el mito posibilita el advenimiento del sentido a partir del
cual el ser humano y la naturaleza acontecen como simultáneos. David Jiménez nos dice: “La
visión poética como vislumbre de otra lengua más antigua, más armoniosa que la del hombre
moderno, en la que sea posible hablar con la naturaleza, es uno de los temas insistentes en la obra
de Arango se trata de una larga tradición que porfía en este sueño mítico” (Jiménez, 2005: 67)32
en el mercado, entre sus jaulas
el vendedor de pájaros
vocea la lengua de los vencedores
pero tras su habla sibilante
y las cópulas sorpresivas
de palabras
se recata la antigua lengua armoniosa
más clara, más
cercana de las tortugas y el fuego (Eln: 44).33
En este poema se presenta el lenguaje de los vencedores en oposición a la persistencia de la
naturaleza y del mito. En el ensayo: “Mito y vigencia de la ciudad en la poesía de José Manuel
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Arango”, Jaime Eduardo Jaramillo nos dice que: “En la poesía de José Manuel Arango, una
percepción, un sentimiento e imágenes míticas nutren perennemente su obra, no importa si esa
mirada se halla dirigida muy frecuentemente a su realidad presente y a un entorno y una
atmosfera urbanos” (Jaramillo, 1991: 109).34
Que la cierta alegría
te llegue
delgada, delicada
como la flor –el copo de pelusa bermejael carbonero ( P: 90)35
Por esta razón no nos referimos al mito en sus contenidos formales sino en su estructuración, en
cuanto proyección del inconsciente de la humanidad que irrumpe en el inconsciente. El poeta se
aferra al mito y allí encuentra una pieza clave de la relación esencial entre la humanidad y la
naturaleza. El poeta comprende la ciudad como un escenario donde la multiplicidad de dioses, se
agitan, emergen y proveen la diversidad misma de las vivencias.
El olvido y la memoria, metáforas del espacio y del tiempo en la ciudad
De esta manera el olvido y acaso la memoria devienen metáforas del espacio y del tiempo en la
ciudad. Tal vez los espacios de la ciudad: la calle, el parque, la plaza, el baldío sean extensiones
del olvido y la naturaleza una prolongación de la memoria. Cuando hablamos del tiempo y del
espacio nos referimos a confluencias temporales, a evocaciones y sueños. Gastón Bachelard nos
dice que: “Dar su espacio poético a un objeto es darle más espacio que el que tiene
objetivamente, o para decir mejor, es seguir la expansión de su espacio íntimo” (Bachelard,
1991: 240).36 Tal vez este mismo planteamiento se le pueda aplicar a la concepción del tiempo
como un universo construido por la imaginación, un tiempo inmemorial y mitológico donde la
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memoria y la imaginación constituyen una comunidad del recuerdo y de la imagen.
Vemos entonces que el espacio de la ciudad se está derruyendo, tal y como se desvanecen sus
recuerdos: Piedras, / Helechos / Y un retazo de muro derruido /Donde el sol reverbera (Pr: 201)37
y el tiempo, es el tiempo de la naturaleza, el del mito, una irrupción, una epifanía de lo
atemporal, de su sentido, de su apertura. Borges refiriéndose a un poema de Keats nos dice:
“¿Cómo podía entender aquellos versos que consideraban a los pájaros- a los animales- como
algo eterno, atemporal, porque vivían en el presente? Somos mortales porque vivimos en el
pasado y el futuro: porque recordamos un tiempo en el que no existíamos y prevemos un tiempo
en el que estaremos muertos” (Borges, 2001: 121)38. Tal vez la propuesta poética de José Manuel
Arango nos suscite una percepción similar. Despacio: / muro arriba/ el caracol durante la
mañana/ avanzó un jeme (Pr: 138)39
Aquí vemos que el poeta no busca en el mito, en la naturaleza algo remoto, perdido o superado,
sino que inquiere un tiempo nuevo. Se trata de una vía simultánea siempre presente y actuante.
En la naturaleza encontramos la verdad del panteísta. El mito se actualiza en la ciudad como una
maravillosa red en la que todos los individuos se hallan ligados a la humanidad y ligados entre sí.
tal vez en el origen
los liga un parentesco
sagrado
y no hay sólo
deseo
en el temblor de sus manos
cuando la tocan
tal vez
un miedo reverente
lo agita
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quiebra su voz
porque en el laberinto de la sangre
el es su hermano y ella
su hermana (Pc: 173).40
Esta prolongación de la memoria y del olvido se hace posible dentro de una ciudad “rizomática”.
Gilles Deleuze nos dice que el rizoma “no se deja reducir ni a lo Uno ni a lo Múltiple. Está hecho
de dimensiones, o más bien de direcciones cambiantes. No tiene ni principio ni fin sino un medio
por el que crece y desborda. Constituye multiplicidades lineales de dimensiones” (Deleuze,
1997:11).41 La comprensión de la ciudad como una totalidad rizomática, implica una
multiplicidad prefigurativa de aquello que tiende a expresarse en imágenes. Esto significa que su
estructura se explica y se despliega en el mundo imaginaria y simbólicamente. La ciudad así
pensada es fundamentalmente un devenir, responde a agrupaciones, correspondencias,
coincidencias, es un lugar de confluencias y de giro sobre sí misma.
cerca de la ventana iluminada
un aleteo roza el muro
de piedra
la mujer sueña
sueños tranquilos
y en el silencio, extraño como un libro
también la ciudad es un texto. (Pr: 105)42
Esta ciudad rizomática entendida como una estructura de crecimiento laberíntico, le da al poeta
la posibilidad de actualizar imágenes del pasado que fluyen en el presente. San Agustín nos dice:
“Mi infancia pongo el ejemplo, lejana como está pertenece a un pretérito que ya se fue; pero
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cuando la rememoro y la relato la veo en el presente, pues presente la tengo en mi memoria”
(San Agustín: 293).43 En la poesía de José Manuel Arango vemos el “peso” de una naturaleza
fuertemente vinculada a la infancia: “infancia vuelta a encontrar, al morder una fruta en su sabor
olvidado” (Eln: 60).44“En el corazón dura el canto de los querqueses / esta ciudad donde no
hemos vivido nuestra infancia” (Eln: 36)45. Bachelard nos dice:
Nos parece que es en los recuerdos de esta soledad cósmica donde encontraremos el
núcleo de la infancia que permanece en el centro de la psiquis humana. Allí es donde más
cerradamente se anudan la imaginación y la memoria. Es allí donde el ser de la infancia
anuda lo real y lo imaginario, viviendo con toda su imaginación las imágenes de la
realidad. (Bachelard, 1998: 164)46
Tal vez el núcleo de la infancia, como imagen primordial, es enlace, tránsito, puente, clavija
entre las imágenes del medio y las vivencias interiores. Es pues conexión entre lo exterior y lo
interior, entre la realidad y la subjetividad. Aquí aparece la ciudad no como unidad sino como
unificación en la que los opuestos suscitan la producción simbólica. El poeta logra que la ciudad
no sucumba al dualismo, de esta manera crea un sistema de interconexiones que enlazan
elementos que en el mundo de la causalidad y la dualidad aparecen bajo las formas de la
separación, la determinación y el dominio. Así la ciudad unificando y relacionando sigue
creando símbolos en su inagotable metamorfosis: en la mansa / familiaridad de las calles / la
sombra de un árbol cuelga / Inmóvil sobre el muro blanco (Eln: 35)47
Conclusión
La ciudad le devasta sus recuerdos pero paradójicamente en estos mismos fragmentos de la
ciudad: en la plaza, en la calle, en el baldío, en el parque, aparece la naturaleza erigiéndose como
símbolo del recuerdo pasado, personal y colectivo, por tanto como vencedora del olvido. Surge
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la posibilidad de habitar la ciudad en otro tiempo distinto al de los relojes. El poeta nos muestra
que aún queda el recuerdo para intentar crear una presencia.
La adormidera invadió el barranco.
Sus raíces
se hincan en las grietas.
Hasta en las rajas de la roca
parece que se aferran.
La adormidera, la zarza
que sólo la cabra come. (P: 201)48
En el acercamiento a la poesía de José Manuel Arango, Raúl Botero nos dice: “Es la ciudad
como el escenario de las pasiones más sublimes y de los apetitos más mezquinos o de la
urdimbre hecha de los signos diversos que las relaciones entre los hombres va tejiendo”.
(Botero, 1997: 23). 49 En este sentido el filósofo Carl Gustav Jung cada vida humana constituye
de esta manera, la emergencia y la manifestación de una profunda y misteriosa conjugación entre
energía y representación, a partir de la cual surgen los individuos como escisiones imaginarias,
constelaciones simbólicas del plano general del inconsciente colectivo, de los dramas y sentires
que la humanidad ha diseñado en su tránsito vital. /y a una hora prescrita de la noche / entre dos
gritos, se repite/ el sueño arcaico/ que a la mañana no recuerdas (Pr: 106).50
En este sentido Jung nos habla del “rizoma” y de los seres humanos “como inflorescencia y
fructificación estacional que nace del perenne rizoma subterráneo” (Jung, 1982: 17).51 Jung nos
permite realizar una lectura desde la búsqueda de un mito propio, nos invita a reconocer “qué
mito inconsciente y preconsciente me (nos) había configurado, es decir, de qué rizoma provenía
yo (nosotros)” (17)52.
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Quizá el poeta intenta rescatar la memoria de la humanidad, el pasado que surge en sus poemas
no es no es sólo el de la historia individual sino también el pasado remoto. Aquí la imaginación
opera como una fuerza de atracción que pone juntos al ser humano y al inconsciente colectivo.
Sus poemas constituyen una mediación entre los opuestos una vía intermedia entre naturaleza y
artificio, entre lo individual y lo colectivo, entre lo exterior y lo interior.
un rostro absorto
detrás de los cristales
mira caer la lluvia
un rostro absorto oye
la vieja voz que habla
con el alfabeto de la gota en la piedra. (Pr: 107).53
Entonces por una parte la ciudad lo amenaza, le derruye sus recuerdos, sobreviene como una
metáfora del olvido. Pero por otra le posibilita la memoria. San Agustín se pregunta “¿Cómo
podría el olvido imprimir en la memoria una imagen suya cuando lo que tiene de propio es borrar
de ellas lo que tenía?” (245).54 En la poesía de José Manuel Arango vemos que la lucha contra el
olvido nos sugiere que el olvido no es la contrapartida ni el efecto del recuerdo, ni siquiera su
antítesis, sino que el olvido funda la memoria. La escena primitiva funda en su retrospección, la
contemporaneidad. De esta manera el trabajo de la memoria no es la recuperación del pasado
sino más bien recordar el olvido.
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