Cuando la condena era el trabajo - Universidad de Castilla

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CULTURAS Y SOCIEDAD
Lunes 21.02.11
LA RIOJA
Prisioneros trabajan en la
construcción de las gradas
del estadio Metropolitano
de Madrid, en una imagen
tomada a finales de 1939. :: VIDAL
Se calcula que 120.000
presos participaban
en las obras públicas
del régimen en 1940
Cuando la condena era el trabajo
Cientos de miles de españoles pagaron sus penas en minas o carreteras
ANDER AZPIROZ
La Constitución
prohíbe una práctica que
comenzó en el siglo XVI,
cayó en desuso en
el XIX y renació con
el franquismo
MADRID. «Las penas privativas de
libertad y las medidas de seguridad
estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados».
El artículo 25 de la Constitución
Española vino a poner fin a una
práctica que estuvo vigente legalmente en España desde el siglo XVI.
Aunque, en todo caso, la Carta Magna establece que, de forma voluntaria, el condenado «tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los
beneficios correspondientes de la
Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad».
Los condenados a trabajos forzados fueron ya vistos como mano de
obra gratuita por las monarquías ab-
solutas del siglo XVI, entre ellas la
española. Su justificación se basaba
en una simple premisa: el condenado a la pena capital no resulta rentable económicamente después de
muerto, el condenado a trabajos forzados sí. «Los monarcas absolutos
ejercían una Justicia en la que lo que
menos preocupaba era imponer castigos con garantías o justos, sino en
función de los intereses propios»,
explica Pedro Oliver, profesor en el
Departamento de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Con este objetivo, la mayoría de
los condenados por la ‘Justicia’ del
rey eran dirigidos en aquel entonces a funciones militares. Y entre estas, la más temible era la de las galeras, un destino del que muy poco regresaban, hasta el punto de que algunos historiadores han considerado este castigo como peor incluso
que la pena capital. Otro de los destinos funestos era el de las minas de
azufre, donde el índice de mortandad alcanzaba cotas inimaginables.
El uso de los condenados variaría paulatinamente en España a lo
largo de los siglos XVII y XVIII, trasladándose a la construcción de
obras públicas, un proceso al que
poco a poco iría sumándose una
cada vez más incipiente iniciativa
privada. Así, durante la primera mitad del siglo XIX, grupos de presos
trabajaron en carreteras como la
Ávila-Salamanca, Córdoba-Antequera, Granada-Antequera, Valladolid-Olmedo o Soria-Logroño.
Escaso beneficio
Tras varios siglos de funcionamiento el sistema acabaría por colapsarse. El escaso margen de beneficio
–los estudios actuales señalan que
los trabajos forzados nunca llegaron
REGRESO EN EUROPA
Reino Unido. El Gobierno conservador-liberal planteó en octubre los trabajos forzados porque,
según el ministro de Justicia, Ken
Clarke, «si queremos reducir los
crímenes que esta gente cometerá cuando salga, tenemos que
conseguir que el mayor número
posible de ellos esté acostumbrado a trabajar duro».
República Checa. El Gobierno,
sin fondos para llevar a cabo su
ambicioso plan de carreteras, ha
planteado emplear reclusos como
mano de obra barata.
Polonia. El anterior gobierno,
dirigido por el ultraconservador
Jaroslaw Kaczynski, quiso usar
condenados para construir los estadios de la Eurocopa de 2012.
a ser productivos– acabó por convertir en caro un recurso que estaba destinado a la rebaja de costes y que,
además, se vio lastrado por una corrupción endémica. A estos factores
se suma el cambio de mentalidad de
la sociedad civil, que comienza a considerar estas prácticas como crueles.
En respuesta a esta nueva percepción se instaura la obligación de que
las empresas velen por la salud de
los trabajadores.
«En la segunda mitad del siglo XIX
hablamos de una sociedad liberal,
que lucha por la defensa de la libertad y en la que ya se considera como
suficiente el castigo de privar a una
persona de la misma», analiza Oliver. «Son años en los que esas largas
procesiones de hombres encadenados que durante siglos circularon
por España, y que hasta el mismo
Cervantes retrató en el Quijote, pasan a contemplarse con repulsa»,
añade este historiador.
Guerra Civil
Tras años en desuso, el precedente de la utilización de prisioneros por todos los bandos durante
la Primera Guerra Mundial haría
que durante la Guerra Civil los trabajos forzados se convirtieran en
una práctica habitual entre el bando nacional y, en menor medida,
en el sector republicano. Tras su
victoria, el régimen de Franco ‘re-
inventa’ los trabajados forzados,
utilizando a los prisioneros de guerra y presos políticos para llevar a
cabo numerosas obras públicas.
Fernando Mendiola, profesor de
la Universidad Pública de Navarra,
destaca que el objetivo del régimen
era doble: «Por un lado, aducían una
justificación utilitaria: los republicanos eran los culpables de la guerra y ahora debían reconstruir lo que
primero habían destruido. Pero, además, existe una justificación pedagógica, ya que se buscaba que a través del trabajo se convirtieran en
buenos españoles».
Las condiciones en las que vivían estos trabajadores eran dramáticas. «El hambre era generalizado y el frío atenazaba a unos
hombres que en ocasiones contaban con sacos como única vestimenta», destaca Mendiola. Un propio informe de inspección del Gobierno denunciaba estas pésimas
condiciones. A esto hay que sumar
una estricta disciplina. «Se producían fusilamientos y duros castigos, como trabajar con un saco de
arena atado a la espalda; el objetivo era que aprendieran el hábito
de la obediencia», explica Mendiola a través de la web www.esclavitudbajoelfranquismo.org.
Se calcula que en 1940 hasta
120.000 hombres realizaban trabajos forzados. Sería a partir de 1943
cuando este número comenzó a
descender. A medida que la guerra
va quedando atrás, el número de
condenados a trabajos forzados va
decreciendo. A pesar de ello seguirían practicándose hasta finales de
los años 50, principalmente en la
construcción de obras civiles como
el Valle de los Caídos –principal estandarte de la nueva España–, y
también en pantanos, vías férreas,
carreteras de montaña o el Canal
del Bajo Guadalquivir.
Ya en los 60 los trabajos forzados
caerían en desuso aunque se mantendría un trabajo cautivo en los
penales, con los reos trabajando por
salarios mínimos a cambio de reducciones de penas. No sería sin
embargo hasta la promulgación de
la Constitución cuando fueran explícitamente abolidos en España.
En España son cosa del pasado aunque en muchos lugares del mundo
siguen siendo una práctica habitual. Y es que «no hay nada que retrate tan hondamente a una sociedad como la forma en que castiga»,
como afirma el profesor Oliver.
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