28 CULTURAS Y SOCIEDAD Lunes 21.02.11 LA RIOJA Prisioneros trabajan en la construcción de las gradas del estadio Metropolitano de Madrid, en una imagen tomada a finales de 1939. :: VIDAL Se calcula que 120.000 presos participaban en las obras públicas del régimen en 1940 Cuando la condena era el trabajo Cientos de miles de españoles pagaron sus penas en minas o carreteras ANDER AZPIROZ La Constitución prohíbe una práctica que comenzó en el siglo XVI, cayó en desuso en el XIX y renació con el franquismo MADRID. «Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados». El artículo 25 de la Constitución Española vino a poner fin a una práctica que estuvo vigente legalmente en España desde el siglo XVI. Aunque, en todo caso, la Carta Magna establece que, de forma voluntaria, el condenado «tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad». Los condenados a trabajos forzados fueron ya vistos como mano de obra gratuita por las monarquías ab- solutas del siglo XVI, entre ellas la española. Su justificación se basaba en una simple premisa: el condenado a la pena capital no resulta rentable económicamente después de muerto, el condenado a trabajos forzados sí. «Los monarcas absolutos ejercían una Justicia en la que lo que menos preocupaba era imponer castigos con garantías o justos, sino en función de los intereses propios», explica Pedro Oliver, profesor en el Departamento de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha. Con este objetivo, la mayoría de los condenados por la ‘Justicia’ del rey eran dirigidos en aquel entonces a funciones militares. Y entre estas, la más temible era la de las galeras, un destino del que muy poco regresaban, hasta el punto de que algunos historiadores han considerado este castigo como peor incluso que la pena capital. Otro de los destinos funestos era el de las minas de azufre, donde el índice de mortandad alcanzaba cotas inimaginables. El uso de los condenados variaría paulatinamente en España a lo largo de los siglos XVII y XVIII, trasladándose a la construcción de obras públicas, un proceso al que poco a poco iría sumándose una cada vez más incipiente iniciativa privada. Así, durante la primera mitad del siglo XIX, grupos de presos trabajaron en carreteras como la Ávila-Salamanca, Córdoba-Antequera, Granada-Antequera, Valladolid-Olmedo o Soria-Logroño. Escaso beneficio Tras varios siglos de funcionamiento el sistema acabaría por colapsarse. El escaso margen de beneficio –los estudios actuales señalan que los trabajos forzados nunca llegaron REGRESO EN EUROPA Reino Unido. El Gobierno conservador-liberal planteó en octubre los trabajos forzados porque, según el ministro de Justicia, Ken Clarke, «si queremos reducir los crímenes que esta gente cometerá cuando salga, tenemos que conseguir que el mayor número posible de ellos esté acostumbrado a trabajar duro». República Checa. El Gobierno, sin fondos para llevar a cabo su ambicioso plan de carreteras, ha planteado emplear reclusos como mano de obra barata. Polonia. El anterior gobierno, dirigido por el ultraconservador Jaroslaw Kaczynski, quiso usar condenados para construir los estadios de la Eurocopa de 2012. a ser productivos– acabó por convertir en caro un recurso que estaba destinado a la rebaja de costes y que, además, se vio lastrado por una corrupción endémica. A estos factores se suma el cambio de mentalidad de la sociedad civil, que comienza a considerar estas prácticas como crueles. En respuesta a esta nueva percepción se instaura la obligación de que las empresas velen por la salud de los trabajadores. «En la segunda mitad del siglo XIX hablamos de una sociedad liberal, que lucha por la defensa de la libertad y en la que ya se considera como suficiente el castigo de privar a una persona de la misma», analiza Oliver. «Son años en los que esas largas procesiones de hombres encadenados que durante siglos circularon por España, y que hasta el mismo Cervantes retrató en el Quijote, pasan a contemplarse con repulsa», añade este historiador. Guerra Civil Tras años en desuso, el precedente de la utilización de prisioneros por todos los bandos durante la Primera Guerra Mundial haría que durante la Guerra Civil los trabajos forzados se convirtieran en una práctica habitual entre el bando nacional y, en menor medida, en el sector republicano. Tras su victoria, el régimen de Franco ‘re- inventa’ los trabajados forzados, utilizando a los prisioneros de guerra y presos políticos para llevar a cabo numerosas obras públicas. Fernando Mendiola, profesor de la Universidad Pública de Navarra, destaca que el objetivo del régimen era doble: «Por un lado, aducían una justificación utilitaria: los republicanos eran los culpables de la guerra y ahora debían reconstruir lo que primero habían destruido. Pero, además, existe una justificación pedagógica, ya que se buscaba que a través del trabajo se convirtieran en buenos españoles». Las condiciones en las que vivían estos trabajadores eran dramáticas. «El hambre era generalizado y el frío atenazaba a unos hombres que en ocasiones contaban con sacos como única vestimenta», destaca Mendiola. Un propio informe de inspección del Gobierno denunciaba estas pésimas condiciones. A esto hay que sumar una estricta disciplina. «Se producían fusilamientos y duros castigos, como trabajar con un saco de arena atado a la espalda; el objetivo era que aprendieran el hábito de la obediencia», explica Mendiola a través de la web www.esclavitudbajoelfranquismo.org. Se calcula que en 1940 hasta 120.000 hombres realizaban trabajos forzados. Sería a partir de 1943 cuando este número comenzó a descender. A medida que la guerra va quedando atrás, el número de condenados a trabajos forzados va decreciendo. A pesar de ello seguirían practicándose hasta finales de los años 50, principalmente en la construcción de obras civiles como el Valle de los Caídos –principal estandarte de la nueva España–, y también en pantanos, vías férreas, carreteras de montaña o el Canal del Bajo Guadalquivir. Ya en los 60 los trabajos forzados caerían en desuso aunque se mantendría un trabajo cautivo en los penales, con los reos trabajando por salarios mínimos a cambio de reducciones de penas. No sería sin embargo hasta la promulgación de la Constitución cuando fueran explícitamente abolidos en España. En España son cosa del pasado aunque en muchos lugares del mundo siguen siendo una práctica habitual. Y es que «no hay nada que retrate tan hondamente a una sociedad como la forma en que castiga», como afirma el profesor Oliver.