SEGUNDA PARTE LAS LINEAS DEL FUTURO ^Está condenado el mundo rural a tener que cargar con las nostalgias de la sociedad francesa? En las dificultades e incertidumbres en que la sociedad francesa se debate hoy día, los valores del pasado se convierten en un recurso más al que asirse. La opinión pública se vuelve hacia el mundo rural como si éste fuera una especie de tabernáculo de símbolos. Acude a esta reserva de la memoria colectiva francesa para alimentar sus sueños de estabilidad y conservación de sus raíces. Y entonces la operación se invierte: el mundo agrícola se hace cargo de estas demandas de identidad, unas demandas que lo encierran en una imagen de sí mismo de la que, durante las últimas décadas, ha estado haciendo todo lo posible por liberarse. Los mismos agricultores que, hace sólo unos años, reivindicaban ser reconocidos como profesionales de la agricultura y participaban plenamente en el universo moderno de la competencia técnica y la gestión del cambio, se dejan ahora seducir por los cantos de sirena ideológicos de la "empaysannisa-tion"1. "Se" nos pide jugar a ser paysans (campesinos) y, faltaría más, todos reivindicamos esa paysannité y el paradójico reconocimiento de que ella nos da seguridad en un mundo lleno de problemas... Tal malentendido no puede servir de base para el establecimiento de un nuevo contrato entre la sociedad francesa y sus agricultores; invocar una identidad campesina dos veces desaparecida no es ciertamente ir por el buen camino para construir un discurso nuevo. Para escapar a este malentendido, se necesitaría modificar el punto de vista del que partimos: es inventando el presente e ima- 1 N. del T. Hemos querido mantener aquí el término francés, sin traducir, de empaysannisation, por la fuerza expresiva que encierra de vuelta a la raíces campesinas, a los fundamentos tradicionales del agrarismo. 113 ginando el futuro, como el mundo agrícola puede asumir su pasado. Si hay que insistir sobre el tema de las rupturas acaecidas en la última década, no es por el gusto de recrearse en las fracturas actuales, sino para dejar claro que no es posible pensar el futuro continuando en la línea de actuación del presente, ni tampoco con los mismos instrumentos de intervención política y económica. Un nuevo proyecto para la agricultura es posible, pero a condición de que cambiemos nuestros esquemas y planteamientos. Y para hacer esto no basta con tener en cuenta las reivindicaciones de los agricultores. Hay que basarse en los cambios que se están produciendo; no solamente en los cambios que afectan a las formas de ejercer la profesión agrícola, sino, mucho más aún, en aquellos otros cambios que están poniendo en cuestión al conjunto de nuestra economía y nuestra cultura. Hay que reconocer que el actual problema agrícola es un problema de la sociedad en su conjunto, es decir, un problema de civilización. Hay que aceptar la integración de este problema en los grandes debates que se desarrollan en las sociedades más avanzadas al final del siglo XX. Tres temas deben ser estudiados: el de la calidad de los productos agrarios, el del territorio y el de la profesión, temas que nos permitirán comprender mejor cómo renovar nuestros puntos de vista sobre el mundo agrícola. 114