NUEVA DIMENSIÓN Marcel Légaut ORACIONES DE UN CREYENTE verbo divino MARCEL LEGAUT Oraciones de un creyente EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. Pamplona, 41 ESTELLA (Navarra) 1975 CONTENIDO Tradujo: Joaquín Sagastiberri . Título original: Priéres d'un croyant . © Bernard Grasset - © Editorial Verbo Divino, 1975 . Es propiedad . Printed in Spain . Talleres Gráficos: Editorial Verbo Divino, Avda. Pamplona, 41. Estella (Navarra) . Depósito Legal: NA. 1.155-1975 ISBN 84 7151 183 5 A mi madre la iglesia Oración de un creyente La estrella de los magos Anunciación Visitación La multiplicación de los panes Meditación para un atardecer Las tentaciones en el desierto Abnegación Perder su vida Caminando sobre las olas Los discípulos de Emaús Las angustias de la fe ¿Cómo rezar? El descubrimiento del gran milagro Oración para perseverar En el umbral del ser La madre y el hijo La tarde del bautismo 9 11 16 24 31 42 47 53 66 71 75 85 96 107 118 127 135 142 149 los primeros discípulos La samaritana La muerte de Juan bautista Betania Hacia Jerusalén El vaso quebrado Getsemaní La alegría La única viña Apacienta mis ovejas Frente al mundo El verdadero apostolado La redención de Zacarías Que mis palabras permanezcan en vosotros ... Emaús La alegría de Simeón Bienaventurados 153 157 171 181 190 198 206 215 220 229 238 251 258 270 285 298 305 A MI MADRE LA IGLESIA Ella me dijo el día de mi bautismo: Hijo, ¿crees en el Padre que te creó para que por ti el mundo ame a su Dios libremente? ¿Crees en el Señor Jesús que nació y sufrió, el que vivió entre nosotros, aquel al que los antiguos vieron y oyeron? ¿Crees en el Espíritu Santo que inspiró a los profetas desde hace tantos siglos y que hoy descansa en mí? ¿Crees en la comunión de todos los santos, en aquel que es su vida? En él, hijo, somos ya uno. Y tu cuerpo, que yo bendigo en su debilidad, resucitará un día en la fuerza; ese cuerpo, que conocerá la corrupción, resucitará eternamente glorioso; ¿lo crees? 8 9 Otros respondieron entonces por mí: lo creo. Y la tarde de mi agonía, otros aún, junto a mi último lecho, lo afirmarán de nuevo. Pero después, cuántas veces te lo he dicho, en el secreto de mi oración, por la mañana o por la tarde, y en el sacrificio que por tus manos ofrecemos cada día al Señor. El niño se ha hecho un hombre. Al volver de mis largos viajes, en la etapa que aguarda otras marchas, en el descanso que prepara otras luchas, hoy te vuelvo a decir, en la alegría del reconocimiento y del éxito: madre, tú no me has engañado. ORACIÓN DE UN CREYENTE Bendito sea tu mensaje. Bendito sea aquel que te envió en medio de los hombres, para que le continuaras. Gracias a ti, he creído y he visto. 10 Dios mío, nuestros labios pueden pronunciar perfectamente las palabras que tú nos enseñaste; nuestras fórmulas de oración pueden expresarte perfectamente unos sentimientos que querrías ver en nosotros; ¿cómo las diremos, de verdad, si nuestro corazón está en otra parte? Esas palabras se las enseñaste a tus apóstoles, a aquellos que te siguieron; y nosotros no hemos dejado todavía nada. Esas oraciones se las inspiraste a tus santos, que pusieron en ellas todo el calor de su amor; y nosotros estamos aún llenos de las cosas de la tierra. Buscamos a tu lado la ayuda material que facilita la vida, la consolación que la hace más ligera, la delicada emoción que le da un premio, la satisfacción de un deber cumplido; ellos, junto a ti, sólo te buscaban a ti mismo, a tu espíritu. 11 I )ivorcio fundamental que parte en dos a nuestra oración, que la hace falsa e irreal, dividida internamente por el abismo que separa nuestros verdaderos afanes de los que querrías que tuviéramos. Señor, no sabemos rezarte de verdad, plenamente unidos a tu iglesia y a tus santos, más que si aprendemos a rezarte con ellos en espíritu, Enséñanos a rezar en espíritu. Enséñanos, Señor, a ponernos en tu presencia y a permanecer en la ausencia de toda otra realidad que no seas tú. Sabes qué esfuerzo precisa realizar el hombre fuerte para separarse cierto tiempo de todo aquello que forma la trama material del resto de su vida. Enséñanos a reconocerte a través de todas las especies que te manifiestan, pero enséñanos además la esencial impotencia de todo objeto creado de contener a su creador. Sabes cómo desea el hombre pensarte y verte, para adorarte. Pero sabes cuan rápidamente quiere descansar en lo que ve y piensa, para hacerse con ello un ídolo que te oculta. Y sabes qué pronto todo pensamiento que te enmascara, toda visión que aparta los ojos de ti, pierde hasta la marca de tu divino espíritu. Sabes qué gran paciencia le hace falta al hombre recogido para mantenerse solo junto a ti. Enséñale, Señor, el desprendimiento santo que le haga sobrepasar siempre todas sus impresiones y sus pensamientos. Que éstos no sean más que etapas prudentemente recorridas, pero rápidamente abandonadas cuando le llamen otros caminos que le conducirán hasta ti. Sabes qué vigilancia sobrenatural le es necesaria para no encontrar de repente, en su oración, el rostro absorbente de sus ocupaciones y sus afanes. Pero él está tan hambriento de posesión, que la gran posesión de tu ser eterno le parece un desposeimiento. Enséñale, Señor, el santo aguante para que no se aburra ya a solas contigo. Está tan acostumbrado a nutrirse de los alimentos terrenos, que tiene hambre, a tu lado, de otro pan que tu presencia. Es tan novato aún en el recogimiento, que se enlaza en torno a tu esencia, que no sabe, sencilla, naturalmente, mantenerse en paz junto a ti. 12 Pero es tan novato en su desprendimiento, que únicamente sostiene tu divina fe, que no sabe vivirlo sin un resto de apego que le da sabor de cruz. Sagrado silencio, en que se creó el mundo. Sagrado silencio del tabernáculo que guarda la hostia. Sagrado silencio del alma ante su Dios. 13 Bajo tu velo se prepara, sagrada, la palabra convincente. En tu inmovilidad se crea el celo de los apóstoles. Por tu eficacia recibe el resto del día su divina sustancia. Y la pequeña hostia es el fermento que hará algún día del mundo la gran víctima. Señor, muéstranos el silencio de tus noches de oración... * * * Hijo, no puede el hombre conocer en un día tal secreto. Y el camino que conduce a la cúspide donde Dios solo es amado en sí mismo, es largo. Muy loco sería quien quisiera arrebatarme ese tesoro. Muy ignorante sería el que pensara forzar con un tenaz esfuerzo la puerta que guarda el misterio del íntimo silencio de Dios. Puede intentar parodiar ese silencio, puede llevarse por delante todo lo que acude a llenar el vacío de su corazón. En pura pérdida; ese vacío le agobia más aún y es más duro que todas las distracciones; es carencia de sí mismo. No, es el fruto lentamente madurado de una larga vida cristiana, con todo lo que supone de trabajo y de cuidado: liberar el núcleo del hombre 14 de toda atadura carnal, descubrir a fuerza de sencillez los falsos anhelos de amor y las búsquedas sutiles y complicadas del "yo"; rectificar sin tregua su honda intención; volver a ponerse incesantemente en el pensamiento de Dios, en medio de las deficiencias y los malos comportamientos, de todo lo que distrae y disipa. No, ni los ambiciosos ni los orgullosos conocerán nunca el silencio de Dios. Yo soy el camino que conduce al Padre. ¿Quién, por tanto, puede ser llamado a conocer al Padre si primero no ha vivido como el Hijo? ¿Quién podrá expresar lo que esto supone de desprendimiento y renuncia? Entregarse a una obra hasta perderse en ella; perseverar en la tarea pese a la fatiga y el fracaso, a pesar de la enorme cobardía del mundo y de su mediocridad. Sostenerse hasta el fin. No, ni los cobardes ni los pusilánimes conocerán jamás el silencio pleno de aquel que va hasta el Padre, la gavilla atada. Pero el hombre purificado de toda atadura de sí mismo y entregado totalmente, vivirá lo que ningún ojo vio ni ningún oído escuchó. Adorando en espíritu y en verdad, su oración y su vida serán una sola cosa. Su vida será una oración y su oración será mi vida en él. Surgirá de lo hondo de su ser, para elevarse hasta Dios, agua límpida que brota retornando a su fuente, imagen humana de ese único amor en el cual, salido eternamente del Padre, me remito también eternamente a él. Misterio de unión y de unidad. 15 LA ESTRELLA DE LOS MAGOS Brillaba, muy chica, en un cielo plagado de estrellas. Su luz no la distinguía de las demás, tampoco su tamaño; era como las otras estrellas y sin embargo era la estrella del mesías. Una estrella desconocida que jamás había visto nadie; pero habían visto tantas otras y sabían tanto sobre ellas. Vieron muchos esta nueva estrella en el cielo. Pocos la reconocieron. Solamente tres la siguieron. Para Ja mayoría, aquella estrella siguió siendo una estrella como las otras. Para algunos, fue ocasión de pensar en las promesas que de viejas tradiciones guardaban en los corazones. Sólo para tres fue el total descubrir a aquel que hizo todas las estrellas. Sin embargo, la luz era la misma para todos, pero muchos no comprendieron la relación que existía entre aquella cosa nueva y unas promesas tan viejas; pues ya no creían en ellas. Algunos se sobresaltaron con la extraña aparición de la estrella e instintivamente trataron de encontrar una explicación en aquello en que aún creían. —" ¿No será ésta la estrella del mesías que esperan los judíos desde hace tantos siglos?"—. Pero hay tantas otras estrellas; es tan pequeña la probabilidad de que esta estrella no sea como las otras estrellas, y resultaría tan difícil verificar una hipótesis tan frágil... E inmediatamente se unieron al grueso de la multitud, a aquellos para los que, en realidad, la estrella no brilló. Sólo tres ansiaban el advenimiento del mesías. Sólo tres reconocieron la estrella y le fueron fieles, pese a no ser más que tres los que fueron fieles. Sólo tres se lanzaron hacia rutas desconocidas, acompañados de la sonrisa de unos, de las críticas de otros. Ni una sola palabra de aliento. Dejaron su patria, su familia, afrontaron un viaje largo y lleno de peligros para seguir aquella estrella pequeña, que no encendieron ellos, que podía desaparecer, que posiblemente no era sino una estrella como cualquier otra. Queridos reyes magos, posiblemente ahora os comprendamos mejor: sois los inolvidables modelos de esa fidelidad que asegura a los honbres de buena voluntad, viajeros desde muy lejos, el total descubrimiento de Cristo. En otras épocas, 16 17 la fe era tan fácil. En un mundo cristiano, casi resultaba difícil no ser cristiano. Pero ha cambiado mucho todo. Antes respirábamos la fe con el aire que nos circundaba y la sociedad cristiana, alimentándonos, nos dirigía naturalmente hacia Dios. Ahora nos es preciso una fe más personal y el camino hasta lograrla es más largo, como el de los magos, pero además es solitario y está plagado de asechanzas. Dios mío, tu estrella brilla aún en el mundo, pero, como les ocurrió a los magos, en un firmamento cuajado de estrellas. No es una estrella nueva, aunque prácticamente sea desconocida, y hay tantas estrellas e incluso tantas estrellas nuevas que cada día se encienden en nuestro cielo por el genio y el esfuerzo del hombre. Como los magos, los hombres son juzgados por la estrella misteriosa. Los hombres deseosos de hacerlo te descubren, Señor; los demás te adivinan o te niegan. Se revela el fondo de los corazones: tu estrella es para gloria o condenación de todo el que vive aquí abajo. tenía para ellos un solo sentido practicable, ya que no era un camino como los otros, ni el que habría sido para otros que no fueran ellos. Para ellos el camino era como la estrella, un camino singular. Renegar de la estrella hubiera pesado extrañamente sobre sus conciencias. Los que reconocieron la llamada de Dios y empezaron a responder a ella, no podían volver a ser ya como los demás, como los magos que quedaron atrás. Están marcados para siempre con la señal de la estrella. Y esta señal será para su gloria o su hundimiento: será preciso que suban mucho más alto que sus antiguos compatriotas o que desciendan mucho más bajo. Siguen, sin la estrella, su penoso viaje, largo, por parajes desconocidos, hacia Jerusalén, la ciudad privilegiada guardiana de la tradición, depositaría de las promesas que tanto aman y veneran y que ansian ver realizadas. Y pasó lo que tenía que pasar: la estrella, la nueva estrella se ocultó y los magos, los tres magos continuaron caminando solos, lejos de su patria, lejos de Jerusalén, completamente solos. Qué tranquila está la ciudad. Pobres viajeros de lejanas rutas, pensabais hallar en ella la alegría que reconforta y da seguridad, la meta de vuestro viaje y el final de vuestras dudas. No encontraréis en ella más que una nueva ocasión de manifestar vuestra fe, sólo una etapa que precede a otro viaje. Otros que no fueran ellos hubieran vuelto sobre sus pasos, pero la fe que se había apoderado de su corazón no se lo permitió. Aquel camino La llegada de los magos no pasa desapercibida. Todos los habitantes, en el umbral de su puerta, vieron desfilar aquella caravana y conocieron la * 18 * * 19 singular razón de tan largo peregrinar. La caravana fue una señal dada a los judíos y los judíos, como los otros magos, los que quedaron atrás, vieron en esta caravana una caravana como tantas otras. Sin embargo, en realidad era Dios el que pasaba. Se consultaron libros; eran más completos que los de allá abajo. Se encontraron en ellos nuevas precisiones que aprovecharon a los tres magos que quisieron utilizarlas. Para los otros escribas y doctores, aquellos pasajes de la escritura siguieron siendo, en medio de los restantes pasajes de la escritura, como una luz en medio de muchas luces. Sólo Herodes creyó en ellas y sintió temor en lugar de esperanza, pues sólo amaba el puesto que tenía en su reino. Era de los que nada desean, pues tienen su parte aquí abajo y lo temen todo, pues presienten inconscientemente que su poder es una usurpación. Herodes creyó y tuvo miedo. Aquel día se tomó en el corazón de los hombres la resolución de matar al hijo del hombre. Dios mío, tú que conoces los caminos que llevan a cada alma a tu salvación, enséñame a imitar a esos magos. Posiblemente también a nosotros nos ha dejado la estrella, tras un hermoso comienzo iluminado y movido por tu gracia. Ahora está todo oscuro: es el miedo. Dinos suavemente que no podemos retroceder sin degradarnos; que lo hecho, hecho está; que nuestra fe generosa nos ha marcado ya, como un nuevo bautismo, con una señal 20 indeleble; que hay que seguir o perderse, subir o caer más bajo que de donde arrancamos. Tu estrella, Señor, era tan hermosa, tan brillante, que frecuentemente los que nos la han descrito resultaban muy apagados. Ni todos tus fieles, ni todos tus sacerdotes son santos. En nuestra juventud y nuestra inexperiencia, los hubiéramos querido tallados en un cristal tan claro como tu estrella, con espíritus ardientes como tu luz. Pero no ocurre así. Es tan difícil ser un cristiano digno del ideal que los no cristianos, espíritus que buscan, se hacen de la religión. Enséñanos a compensar mediante nuestra humildad la mediocridad de nuestros hermanos; los magos supieron pedir luces a gentes que valían menos que ellos. Que podamos, imitándolos, amar la verdad por sí misma, cueste lo que cueste. Y volvieron a partir solos. No era ya un viaje el que tenían que emprender, ni tenían que atravesar desiertos: no era más que un sencillo paseo. Si los magos lejanos no hubiesen tenido más que tan poco camino que hacer, hubieran corrido en masa a verificar el mensaje de la estrella. Los judíos se limitaron a dar informaciones sobre el camino a seguir. Sólo Herodes se interesó por el asunto; ya sabemos por qué. Volvieron a irse solos. Jerusalén les dio indicaciones precisas. Pero, Belén, ¿verás tú hoy nacer al rey de los judíos? Qué poco lo esperan sus 21 habitantes... Estas ideas apenas rozan sus espíritus. La duda parece apoderarse de ellos. ¿No se habrán equivocado? Y el recuerdo de todas las etapas recorridas viene a aumentar esta duda con un nuevo peso. Un acontecimiento así, ¿no debió ser primero anunciado a los judíos? Sí, han sido víctimas de su imaginación, han tomado sus deseos por realidades. Se han equivocado... Otros se hubieran dado por vencidos, se hubieran desmoronado, pero la profunda fe que anima su corazón aparta sus miradas de aquella tierra extraña, negra y fría, y les vuelve hacia Dios. "No, no es posible que nos hayas dejado ser víctimas de una ilusión. Señor, ten compasión de tus servidores, pues sólo han querido serte fieles". Horas sombrías, en las que a la aridez interior viene a añadirse la sutil tentación del eterno mentiroso que lo confunde todo; le conoceremos seguramente si, como los magos, perseveramos en el camino del cielo, frente y contra todo, a pesar de los hombres y de los acontecimientos. En recuerdo de tu agonía en el huerto de los olivos, Señor, apresúrate a socorrernos. En medio del cielo, la estrella ha vuelto. No eres la señal que juzga los corazones, sino la luz que los recompensa. No vienes a reafirmar su fe, pues en verdad creyeron siempre, incluso cuando creían dudar; vienes a coronar su amor. madas, eres el esposo que se entrega a los elegidos para que su alegría sea perfecta. Y la estrella, antes inmóvil como la ley que obliga, se mueve flexible y ágil como el amigo que llama. Hela ahí, cerca de un pobre establo que ella ilumina con un halo. Los magos se acercan a adorar. Este mundo no es ya el mundo. Hace poco el campo estaba negro, triste, vacío de Dios. Ahora brota la vida divina; su presencia lo ha transformado todo. Se escuchan mil voces que descienden como una lluvia de alabanzas y, en el establo, unas pobres gentes adoran a un niño en un pesebre. También los magos le adoran: han olvidado todos sus sufrimientos, sus fatigas, sus pruebas. Entregan todo lo que tienen, el oro, el incienso y la mirra. Y en seguida se vuelven, silenciosos, ocultos, sin ser vistos, pues han hallado un tesoro que los grandes de la tierra no desean, sino que lo aborrecen. Podéis, de ahora en adelante, desaparecer. El mundo podrá olvidaros. La iglesia conservará eternamente vuestra memoria, venerando en vosotros el largo peregrinar de la humanidad hacia su Dios. Señor, después de haber sido aquel que juzga a las almas por las respuestas que dan a tus 11a22 23 pensar en esa relación única entre él y yo. Por mi parte, casi no pensaba y he aquí que de repente me enteraba de que él, Dios, había pensado en mí, pensaba en mí, en mí personalmente, y que me distinguía entre todas las mujeres de su pueblo, entre todas las de la tierra. Pobre criatura humana, distinguida y por tanto separada, aislada, especialmente elegida por el amor de Dios, sola frente a él, ¿cómo hubiera podido soportar esto sin turbarme? ANUNCIACIÓN Le dijo el ángel: "Ave María, llena de gracia; el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres". María se turbó al oír estas palabras. Enséñanos, dulce y santa virgen, a penetrar en las razones de tal turbación en ti, la totalmente pura, la totalmente generosa. Aún no se te había pedido nada, ni se te había anunciado nada sobre tu futura misión, y sin embargo te turbaste, tú que más tarde sabrías recibir sin miedo la más alta misión nunca confiada a una hija de los hombres. Hijo miío, es que en tales palabras recibía la revelación del amor de Dios hacia mí. Desde niña sabía que Dios velaba sobre mi pueblo; sabía bien, también, que distingue a los justos entre la multitud de los pecadores, pero nunca hubiera osado 24 Desde la época de mi Hijo, os parece completamente natural que Dios os ame a cada uno de vosotros: os lo repitió tan a menudo. Y lo sabéis tan bien ahora que ya ni pensáis en ello; no consideráis lo que tal amor testimonia en Dios de condescendencia, no os dais cuenta de lo que tiene de inaudito para una criatura saberse amada de Dios... Sí, algo inaudito, terrible si no se tratara justamente del amor: Dios es tan grande. Si hubierais podido oír, como yo, con qué acento de respeto mi Hijo, vuestro Señor, decía: "Padre mío..." No, tras de esta revelación del amor, ninguna revelación hubiera podido turbarme. Saberse amada de Dios, ¿no es algo más grande, más impresionante que saber que va a obrar en vosotros, incluso para hacer en vosotros obras grandes? * * * Virgen santa, verdadero modelo de las almas a las que se descubre su vocación, enséñanos ahora 25 a comprender y luego a imitar tu fe. El ángel te habla y tú accedes a creer en su mensaje. Dichosa tú por haber creído. Lo que te aporta este mensaje del ángel, no es el anuncio de las grandes pruebas que habrás de soportar, no es la revelación de las exigencias totales de Dios, es un mensaje de alegría, de gloria, y el anuncio de las grandes cosas que van a realizarse en ti. En la antigua alianza, Abrahán se convirtió en el padre de los creyentes por haber aceptado y realizado en espíritu el sacrificio de su hijo Isaac. Tú, María, creyendo y aceptando convertirte en la madre de Dios eres constituida en madre de todos nosotros. Mucho más aún que Abrahán, nos das ejemplo de fe; para aceptar creer lo que tú creíste, hace falta más fe que para sacrificarlo todo. Muchas almas, incluso paganas, no se han echado atrás ante la perspectiva de los más duros sacrificios, y el pensamiento de las luchas futuras suponían para ellos un estimulante más. Muchas almas, incluso paganas, se han mantenido enteras en el sufrimiento, y con la intensidad de su esfuerzo se reaseguraban sobre el valor de su tenacidad. Es tan natural sufrir; todos los hombres comprenden eso, todos saben que es ley de vida, ley de crecimiento y de progreso, y ningún espíritu razonable se rebela cuando se le dice que tendrá que realizar esfuerzos, que es preciso aceptar sacrificios: ¿no sabemos todos que los que luchan en la arena se abstienen también de todo? 26 Pero lo que repugna profundamente a la naturaleza humana es creer en promesas y tanto más cuanto más bellas son dichas promesas. Para asegurarse de tu fidelidad, Dios no te presenta ni la espada de dolores ni la cruz: te anuncia que quiere obrar en ti, pues conoce perfectamente en su sabiduría que tienes bastante fe para creer en tales cosas y que ninguna prueba, ningún sufrimiento podrá desconcertarte ni abatirte. Virgen santa, concédenos creer, también nosotros, creer en las promesas que nos hizo tu Hijo. Si nos hubiera hecho pequeñas promesas, promesas a nuestra altura, los hombres no le hubieran aborrecido y condenado como a un seductor; pero lo que dijo desconcierta a nuestra sabiduría y confunde nuestros pensamientos. No habló de desprendimiento, ni de sacrificio, aquel día en que los doce vacilaron y un gran número de sus discípulos le abandonaron para no volver más. "Tus palabras son duras, ¿quién puede escucharlas?" No, habló de resurrección y de vida, prometió al mundo el don del pan de vida. La hora en que se escandalizan los hombres de poca fe, no es aquella en la que Jesús pide, sino, sobre todo, aquella en la que promete. Virgen santa, tú que aceptaste el mensaje del ángel, tú que creíste que te convertirías en madre del Hijo de Dios, concédenos creer también a nosotros. Creer que Dios quiere obrar en nosotros y realizar en nosotros grandes cosas conforme indica la frase: "El que crea en mí, realizará obras 27 aún más grandes que yo". Creer que, en la fe, en la unión de los corazones, todo resulta posible: "Si tenéis fe como un grano de mostaza, nada os será imposible". Y más adelante: "Si dos de vosotros se unen en la tierra, cualquier cosa que pidan la obtendrán de mi Padre que está en los cielos". Creer que somos dioses, conforme al dicho: "Lo dije, sois dioses". Creer que tu Hijo quiere establecer entre nosotros y él una unión tan íntima que no puede ser comparada más que con la que le une a él mismo con su Padre. Tú sabes cómo ante estas promesas el espíritu de tus hijos duda y se alborota, mientras el enemigo murmura a nuestro oído, hablándonos de los peligros de la ilusión y el orgullo. Tú que desbarataste sus engañosas palabras con tu sencillez y tu pureza, concédenos creer en las promesas de Dios. Hijo mío, nunca me dio miedo la ilusión o el orgullo. ¿No son tales promesas el antídoto del orgullo? Uno no se enorgullece más que de lo que está a su altura. Los sabios de este mundo extraen el orgullo de sus pobrecitas virtudes humanas, pues en algún modo son su obra; ¿pero cómo enorgullecerse de ser la madre de Dios? No, cuanto más se adquiere conciencia de la elevación a que uno es llamado, establecido por Dios, más percibe uno su nada; más se siente que uno lo recibe y lo tiene todo de Dios. Si retrocedéis tan a menudo ante esas grandes perspectivas que mi Hijo vino a abriros, no es sólo porque desconciertan vuestro entendimiento, es que hieren mor28 talmente vuestro orgullo, dándoos a conocer que alguien más grande os trabaja dentro. ¿Crees tú que Pedro fue tentado por el orgullo el día que vio llenarse su barca de peces? No, nunca experimentó el pobre más vivamente, hasta bordear el espanto, su nada y su miseria. •k it ie Es muy singular, María, ese mensaje del ángel; tú sabes lo que se obrará en ti, pero Gabriel no te dice lo que es preciso que tú hagas. Parece que no tuvieras más que aceptar, más que consentir; al menos por el momento; el resto llegará a su tiempo. Vendrán horas en las que será preciso sacrificarse, actuar, luchar, penar. Pero para que puedan llegar y se realice mediante ellas el plan divino, es preciso primero que haya precedido a esta aceptación global, total, esa adhesión al misterioso mensaje. Sí, virgen santa, tú no osas decir: "que no sea así o de ese otro modo", pues temes con palabras humanas restringir y limitar una aceptación que deseas total; sino que dices: "hágase en mí según tu palabra". Así te ofreces a Dios para que obre en ti cuanto le plazca, para que realice en ti todas sus voluntades conocidas o desconocidas; así te entregas al amor. Danos el aceptar así las promesas divinas, promesas cuyo profundo sentido se nos escapa todavía y se nos escapará siempre en parte, pero no importa, ya que es Dios quien va a realizarlas en nosotros, sólo con que 29 le permanezcamos siempre fieles, sumisos y atentos, no creyendo nunca que nada es imposible ni demasiado hermoso. * * * Sí, hijo mío, todo está ahí: hay que creer, hay que aceptar; ni lo uno ni lo otro es fácil, lo sabes. Pero la fuerza para creer y para aceptar, Dios te la dará haciéndote comprender cada vez más que él te ama. Bien sabes que Dios es padre; piensa a menudo en ello, intenta comprender qué significa este amor de él tan grande hacia ti, tan pequeño, penetra piadosamente en ese misterio divino adorándolo y dando gracias por él. Ahí encontrarás con qué fortalecer la fe en sus promesas magníficas: si Dios te ama, ¿qué no puedes recibir de él? Ahí encontrarás la fuente de esa confianza total que te llevará a aceptarlo todo: si Dios te ama, ¿no debes abandonarte a todo lo que quiere hacer en ti? Así llegarás a ser en todas las circunstancias el fiel servidor del Señor. VISITACIÓN María escucha en silencio las palabras del ángel. Sólo unas preguntas para asegurarse de que había entendido bien, y luego acepta incondicionalmente: "He aquí la esclava del Señor". María luego no dice nada a nadie que estuviera junto a ella, ni siquiera a José. Se recoge en su gran secreto. El alma, a menudo, descubre en el silencio su vocación, en el silencio exterior y en el silencio interior sobre todo. Cuanto más pura es un alma, más religiosa es la vocación que entrevé, y el pensamiento de tal vocación se hace para ella más acogedor; es fuente de paz. Hay un presentimiento del porvenir que disipa, sobreexcita o deprime; pero hay otro que es fuente de paz y silencio, cuando la esperanza se ha purificado totalmente y, 30 31 sobre todo, cuando se ve en el porvenir la gran etapa en la que se realizará la voluntad de Dios. En esta hora del descubrimiento, de nada sirve hablar, no es útil trazar planes, razonar o prever. El germen secreto que Dios ha depositado en nosotros, la oscura llamada que resuena en nuestra alma son aún poco claros para que podamos, sin riesgo, sacarlos a la luz. Esta llamada incomprensiblemente nueva no podríamos traducirla más que con palabras antiguas; y eso sería para nosotros ocasión para dudar de la renovada orientación que debe dar a nuestra vida. Es el momento de callarse, de recogerse, de dejar trabajar a Dios en nosotros y descubrirnos, poco a poco, nuestro verdadero rostro. Llega un día, sin embargo, en que algo ha cambiado. ¿Por qué se levanta María de pronto, con tal precipitación? ¿Por qué ese súbito deseo de volver a ver a su prima, en ella que se mantuvo tanto tiempo sola y en silencio? Es que las llamadas divinas se desarrollan en un espíritu recogido. El tiempo no las vuelve más ciertas, pues lo son plenamente desde el principio, pero las hace más precisas, más constantes. El alma entera se siente más penetrada y transformada por ellas; antes sólo se las podía oír en la fina punta del alma, en ciertos momentos privilegiados de recogimiento, y eran entonces llamadas a una vida más entregada, más religiosa, la pers32 pectiva aún brumosa de un porvenir en alza, el presentimiento de la gran obra de nuestra vida o incluso una invitación fugaz a tal trabajo preciso. Por otra parte, la vida continuaba como antes, nuestras ideas seguían su curso. Y uno no conoce el lento crecimiento de un germen, ni su acción subterránea, hasta que aparece cierto día bruscamente a la luz. El espíritu toma entonces conciencia, a veces de un solo golpe, del lento trabajo que se ha operado en ella. Ayer estaba aún en la continuación del pasado. Hoy se ve totalmente orientada hacia el porvenir y un porvenir nuevo. Sin que tuviera conciencia de ello, la llamada de Dios le ha ganado y transformado completamente como por un misterioso contagio. Y María, totalmente renovada, se precipita corriendo hacia Isabel. No es al primero con el que se tropieza a quien María confiará su gran secreto. ¿Tiene incluso el designio de manifestarlo completo? ¿Qué sabemos? Pero no quiere seguir sola y va hacia Isabel. Ni la distancia ni las montañas la detienen. Imagen de la idea que buscan las almas en los momentos importantes de la vida, sin saber bien lo que buscan. Lo más a menudo es una presencia. Dichosos si pueden hallar el apoyo externo, la señal que les mantendrá firmes. Es muy prudente por parte de María el no abrirse a cualquiera sobre el secreto de su vocación. Qué pocos habrían sido capaces de compren33 derla y creerla. Sin duda la habrían considerado como una criminal o una loca, a ella que iba a dar a luz a Jesús. No han cambiado después las cosas y siguen lanzándose las mismas acusaciones de temeridad, de locura, contra los que han creído en su vocación y en el amor de Dios hacia ellos. Que no se dejen atemorizar, pero que aprendan a callarse prudentemente. Que no se queden sin embargo solos. El ejemplo de María les mostrará que, para encontrar al amigo fiel, al consejero seguro, a aquel que les comprenderá, es preciso estar pronto a pasar por encima de todos los obstáculos. * * * María se marcha apresuradamente al país de las montañas y en el largo caminar piensa en su prima, se prepara a saludarla, a honrarla. Pero su primera palabra le traicionará. Una sola palabra suya revelará todo su secreto. Isabel la habrá reconocido como madre del salvador, y las dos santas mujeres no podrán sino alternar los versículos de un mismo cántico de acción de gracias. Un espíritu religioso no tiene necesidad de hablar mucho para que le reconozcan. Ocurre, por otra parte, a pesar suyo, y María sin duda no puso en su saludo más que la serenidad y la paz del que 34 todo lo realiza "en Dios". Otra que no fuera Isabel, no se hubiera sobresaltado posiblemente como ella ni, sobre todo, hubiera tomado de pronto clara conciencia de la profundidad vital que se apreciaba en la voz de María. Sin embargo, no es indispensable que sea uno muy religioso para sentir esa especie de choque, ese sobresalto al tropezarse con un alma santa. Esa especie de influencia es la que da autoridad a los santos y la que hace reconocer a los hombres de buena voluntad. Este acento en la voz de María es el acento del que ha permanecido largo tiempo en el silencio. En él ha vivido con Dios. En adelante, para hablar no abandona su silencio y además sus palabras no son ya algo muerto, exterior, sino que están totalmente penetradas de la presencia de Dios. En lugar de disipar a quienes las escuchan, les recogen y, si ya están recogidos, no rompen su silencio interior, sino que lo ahondan, y él mismo no se disipa al hablar, sino que se recoge. Esto sólo se concede a los hombres profundamente religiosos; los otros se disipan hablando y no pueden sino excitar, estimular, cuando lo esencial es recoger. Isabel, iluminada por la gracia, comprendió y penetró de pronto en lo que le sucedía a María. María, a los ojos de todos los demás, no es sino una niña. Y es cierto que, desde muchos puntos de vista, es aún una niña. Nada tiene de extraño, pues así 35 son las realidades que no trascienden al exterior, que incluso no son siempre conocidas claramente por el que las posee. Es una niña por la edad, es una niña por la inexperiencia de la vida y de tantas cosas que más tarde conocerá. Hasta ahora sus palabras han sido las de una niña y sus actos sin duda también; indudablemente, hasta su oración y su vida interior en lo que de ellas podía conocer. (Pues Dios nunca es violento. Sabe conceder los dones más elevados sin aplastar a quien se los da, sin arrojarlo fuera de la humanidad, sin aniquilar ni anular a la humanidad en sí misma, sin destruir la ley común de su desarrollo psicológico, sometido a la ley del tiempo y de la progresiva adquisición. Una luz demasiado intensa, percibida de repente, correría el riesgo de cegar. Y al espíritu al que ha escogido lo moldea con suavidad aún antes de que tenga clara y plena conciencia. de ello. Inserta delicadamente en la frágil trama de la vida sus gracias más elevadas, que la transfiguran poco a poco, sin quebrantarla, por caminos de interioridad). En esta hora en que las gracias originales de que fuiste bañada desde el comienzo; antes totalmente diáfanas por ser invisibles; comienzan a brillar en tu espíritu, se hacen radiantes interiormente y visibles para Isabel; en esta hora en que Cristo está ya en ti; en esta hora en que el futuro se entreabre y se aclara para ti; en esta hora en que, todo tímida y como titubeante, estás frente a tu vieja pariente; habiendo creído, creyendo, pero sin saber aún, ni querer hablar; completamente feliz por haber sido comprendida sin que hubiera necesidad de hablar; completamente dichosa y también totalmente segura, ya que cuando se habla se tiene siempre miedo de hacerse comprender mal. Y es que era tan difícil lo que se tenía que decir. Hasta ese día de la visita, nadie ha conocido las gracias de que fue colmada desde el principio la inmaculada, y ella misma tendrá aún mucho que aprender de su divino Hijo antes de llegar con él a la perfecta comunión del calvario. Lo tiene ya uno dentro de sí mismo, pero lo posee tan poco, lo sabe tan limitadamente. María, virgen santa, madre de aquel que dijo que era preciso hacerse un alma de niño para entrar en el reino, enséñame a venerar el misterio de tu alma de niña. No es que Isabel te haya mostrado tu vocación. ¿Qué puede enseñarse nuevo a aquel a quien Dios ilumina? 36 Y es Isabel, con sus palabras inteligentes, la que te hace poseerlo y recitar el Magníficat. Pero hasta entonces estas cosas no se te ha37 bían dicho más que a través de la voz inmaterial de un ángel, en el silencio de tu soledad. Ahora las dicen unos labios humanos, a plena luz. Así se declaraba que eras la madre del Señor, la todo hermosa. Santa Isabel, dichosa tú por haber comprendido, por haber visto. Bendita seas. Santa Isabel, un día nuestra vida será como la tuya. Cuando uno se hace viejo, cuando la vida parece que se acaba. Y aún se puede ayudar tanto a los jóvenes diciéndoles lo que hay en ellos. Uno lo ve a veces mejor que ellos, antes que ellos. Y uno les da el apoyo externo que precisan para creer con todo su ser y con un total realismo lo que presienten ya en la cima de su espíritu: es tan bueno sentirse adivinado en lo que se tiene de mejor. Y hay todavía tanta alegría para aquellos que han seguido siendo lo suficientemente puros, lo bastante humildes para reconocer a Dios trabajando en las almas y formando en ellas vocaciones más altas. * * * Toda su felicidad para María porque creyó. Dichoso el que ha creído. 38 Es el secreto de la vocación de María y el de toda vocación. Se le pidió que creyera y porque creyó se le hicieron las promesas. No es tanto la debilidad como la falta de fe la que paraliza las almas; no son tanto las faltas actuales en las que cada día caemos, sino el pecado de incredulidad el que nos compromete y nos hace perder el porvenir por no creer que Dios quiera o pueda realizar en nosotros su obra, el pecado por el que rechazamos incluso la perspectiva de una vida totalmente cristiana, absolutamente entregada. Todos nosotros hemos de creer y hacer nuestras las promesas generales hechas a todos los creyentes; creer con realismo que todos estamos llamados a ser santos, de la raza de aquellos cuyas historias leemos, viendo el mundo y la vida como los sencillos, comprendiendo las cosas como ellos las comprendieron, conociendo las pruebas que conocieron, viviendo sus sentimientos, alcanzando su vida interior. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". Y si nos dicen que los santos no se parecen entre sí, esto es cierto, y no podemos saber cuál será nuestro rostro eterno, pero todos ellos han conocido a fondo las mismas pruebas, pruebas de soledad y abandono. Han pasado todos por las mismas purificaciones y éstas aplastaron por cierto tiempo su sensibilidad y su inteligencia. Todos ellos tuvieron el mismo sentido del mundo, la 39 visión de las almas que no se santifican, de la cosecha que se pierde por falta de obreros. Cristo fue para todos ellos el único pensamiento, el todo. Y ninguno de ellos se reservó nada. Todos nosotros tenemos —y desde el comienzo— que creer realmente que ésa es claramente la voluntad de Dios sobre nuestra vida. También existen para cada uno de nosotros las llamadas particulares que se refieren a los medios particulares, gracias a los cuales llegaremos a esa vida plena. Es preciso también creer en tales llamadas. La visitación es una escena bien humilde: el encuentro y la oración común de dos mujeres. Un episodio personal en la vida personal de dos almas. Y sin embargo, figura en cabeza de la historia de la salvación del mundo. No hay nada pequeño en la vida de las almas que están totalmente orientadas hacia Dios. Lo que hace las vidas pequeñas, limitadas, es que las almas se reservan. Que se abran a Dios, que se entreguen a fondo, y su acción se extenderá a escala del mundo. ¿Quién podrá entonces medir la importancia de aquella conversación, de aquel encuentro en la historia del mundo? Acojamos, en la paz, esas solicitaciones interiores; acojámoslas todas con respeto, como posiblemente venidas de Dios, ya que se presentan con la apariencia del bien. Temamos ahogar en nosotros al espíritu; y no nos engañemos con el temor (tan a menudo ilusorio) de que sean simples ilusiones. Estamos en Dios, queremos estar aún más en él, vive en nosotros, es nuestro huésped oculto; lo que es normal es que sea él quien nos hable, y no el demonio. Seguro que algunas ilusiones vendrán a veces a traspasarnos el espíritu; pero de las ilusiones no sale nada y se disipan; no encuentran un aliado en el silencio recogido de un espíritu activamente cristiano; al cabo de cierto tiempo, se las encuentra completamente muertas en un rincón de la memoria, mientras que las llamadas divinas se desarrollan. María, madre nuestra, concédenos creer. 40 41 camina en las tinieblas y no perecerá. No eran todos héroes, pero tuvieron confianza y ésta hizo de ellos héroes. Conforme transcurren los días, más cuenta se dan de que están ahora demasiado lejos para penetrar solos en su país; desfallecerían en el camino; a medida que avanzan por el desierto, van logrando el desprendimiento necesario para comprender que están verdaderamente en manos de Jesús, en cuerpo y alma, y que fuera de él nada puede salvarles. LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Jesús avanza por el desierto y las muchedumbres le siguen; esta multitud somos nosotros que hemos partido en pos de Jesús, generosos y confiados. Cuando fue preciso dejar las regiones tranquilas en que hasta entonces habían vivido para hundirse en lo desconocido siguiendo al maestro, muchos sin duda le abandonaron, pero otros le permanecieron fieles, acordándose de que el que, una vez puesta la mano en el arado, mira hacia atrás, no es digno del reino de Dios. Y los que así le siguen marchan desde hace tiempo por el desierto; a los ojos del mundo no son prudentes; en verdad no saben lo que hacen ni en qué acabará esta aventura, ni siquiera cómo podrán vivir; no importa, siguen adelante, pues está Jesús con ellos. ¿En qué piensan durante su peregrinar? Piensan que Jesús es el maestro, que quien va hacia él no 42 Dichosos los que entienden esto. Es allá, en el desierto, cuando vemos que toda nuestra esperanza está puesta en Jesús, cuando podemos de verdad amarle; de otro modo, Jesús es demasiado a menudo una abstracción; a veces contamos demasiado con nosotros mismos; pero en las situaciones difíciles a que nos empuja el permanecer fieles a Jesús, cuando la situación se endurece, no basta con una adhesión formal, nos refugiamos en él, con todo nuestro ser, en él que es nuestro salvador. Jesús no habla a ese pueblo que le sigue; conocemos bien ese silencio; pero sí piensa en todos esos hombres que han confiado en él y se compadece de ellos. Puesto que su fe ha sido digna de un milagro, lo hará. Pero con cuánta delicadeza y bondad. En tiempo de Moisés, Israel entero siguió a la columna de fuego en el desierto y Dios le alimentó con el maná; en el evangelio va a operarse un misterio aún mayor, el de la cooperación del hombre con Dios. Doscientos denarios de pan 43 no podrán calmar el hambre inmensa de ese pueblo, pero con la bendición de Jesús, las provisiones de un niño fueron ampliamente suficientes para ello. Esto se escribió para nosotros, para los que nos sentimos tan débiles y nos vemos tan impotentes ante las necesidades de los hombres. Cuando se piensa en el estado del mundo, tan alejado de Dios y del ideal cristiano, y el pensamiento se vuelve hacia el pequeño número de los que sinceramente quieren que Dios reine un día sobre todas esas almas, ¿no existe una desproporción que asusta y no parece que contra las fuerzas de la indiferencia o del mal está de antemano perdida la batalla? Frente a esos millones de hombres que yerran confundidos en la noche de la ignorancia bárbara, como ovejas sin pastor, ¿qué somos? Bueno, nuestra vida ya tan corta se consume en necesidades constriñentes. Querríamos hacer lo imposible y en sueños, que tomamos por actos de piedad, pensamos en todo lo que habría que hacer y no podemos hacerlo. Pero, además, lo imposible continúa siendo imposible siempre y no salimos de él ni mejores ni más fuertes. Tal estado de espíritu no es nuevo. También Felipe deseaba lo imposible y le dijo a Cristo: "Nos harían falta doscientos denarios de pan". El pobre pescador de Galilea sabía que jamás se encontraría tamaña suma. Y que si, por otra parte, se hubiera buscado, no habría bastado. Sí, es verdad, somos débiles, impotentes, no tenemos ni riqueza ni tiempo, ni 44 el apoyo de la autoridad, ni la prensa, ni la influencia, pero lo que debe consolarnos es que, aunque tuviéramos en nuestro poder todas esas cosas, e incluso cuantos medios podamos imaginar, todo ello, por sí solo, de nada serviría. Si el Señor mismo no construye la casa, trabajan en vano los albañiles. Y cuando todas las riquezas del mundo se han reputado inútiles, se acerca un niño a Jesús para decirle: "Tengo alguna cosa, te la doy". Que previera las consecuencias de su acto es poco probable. Sin duda ni piensa que si todo el mundo hiciera otro tanto, todo marcharía mejor; da ejemplo a los demás, sin preocuparse de saber si le imitarán y sin pensar en lo que se dirá de él. Se dirige a Jesús, y Jesús nunca ha rehusado nada de aquello que se le ofrece. Lo señala san Juan: Jesús sabía lo que iba a hacer para alimentar a todo aquel pueblo y esperaba la entrega de aquel niño providencial. Si entre toda aquella multitud no se hubiera hallado un hombre que quisiera entregarse, que consintiera en ofrecer su provisión, por pequeña y cicatera que fuese, ¿qué habría pasado?... Recordemos la frase del evangelio: "Y en iaquel lugar no se realizaron milagros a causa de su incredulidad". Jesús parece no querer actuar más que con la cooperación de los hombres. Todos somos personalidades providenciales; en la obra inmensa de Dios sobre la tierra, todos tenemos algo que hacer. Sobre cada uno de nosotros, como sobre ese 45 niño del evangelio, se ha fijado la mirada de Dios, ansioso de recibir una respuesta. ¿Qué nos pide? Poca cosa, ya que no somos ricos, y sin embargo, todo. "He dado todo, lo vuelvo a pedir todo". Y hace falta que no nos disimulemos a nosotros mismos que, si rehusamos entregarle a Dios lo que nos pide, y que podemos darle, hay algo que se pierde irremediablemente, no sólo para nosotros, sino para todos los demás; en cierto modo, hemos hecho fracasar el plan de Dios. Es grande nuestra vida a la luz del evangelio; nada hay pequeño en ella, nada es insignificante, pues todo lo que hacemos puede ser objeto de la bendición divina. Fue un niño el que osó ofrecer sus provisiones, pues un niño no duda de nada y confía. Somos los más pequeños en la iglesia, pero no tenemos nada que envidiar a los apóstoles, a los grandes predicadores, a los que hacen "algo"; nosotros, también nosotros, tenemos algo que ofrecer a Dios y con ese algo él puede, por su gracia, alimentar al mundo. 46 MEDITACIÓN PARA UN ATARDECER Jesucristo.—Hijo mío, toma conciencia de que todo lo que en tu vida no está plenamente orientado hacia mí, es algo que te desvía de mí y empequeñece tu espíritu. No digo que tales cosas sean en sí malas, que sean pecado. Tampoco digo que sea mi voluntad que renuncies a ellas inmediatamente, ni siquiera que las abandones nunca. Digo que las haces mal y que, dejando un lugar en tu vida a ocupaciones, diversiones, estudios, ambiciones o deseos que no puedes con toda lealtad considerar como queridos por mí, destruyes tu alma. No digo que a veces no sea preciso distenderse; tampoco digo que el espíritu no necesite de vez en cuando un alimento variado, sino que digo que es un gran mal tolerar en la vida de uno cosas de las que no se preocupe si es voluntad mía que existan; es un gran mal mantener en la 47 propia vida lo que sea, por pequeño que sea, por un motivo distinto que la santa obediencia a mi voluntad, pues si no lo haces por obedecerme, no lo haces por mí, y hay una parte de tu vida que se me escapa. Pues yo, que te lo he dado todo, lo vuelvo a pedir todo. Hijo mío, no quiero que tengas escrúpulos, ni deseo esa búsqueda inquieta, esa caza a la que ya te preparas; rápidamente te encontrarás fatigado y descorazonado y no harás nada. Sitúate en la paz, en el recogimiento duradero en mi presencia, en ese religioso silencio en el que la voz del amor propio se amortigua sin resonancias, en el que uno se siente presto a todo. Entonces oirás mi voz. Quiero darte mi vida, la vida. Ya que nada vive más que por mí. Todo lo que, por lo menos implícitamente pero de un modo real, no está referido a mí, es estéril para el que lo realiza. Todo lo que no se hace por deber y con espíritu de sumisión, carece de finalidad, no tiene fruto eterno, es indigno de ti y amargo y decepcionante para tu corazón si fijas en ello tu mirada. Acepta renunciar a ello. En el fondo de tu corazón, en la intimidad de tu oración, allá, cerca de mí, mientras todo duerme en ti, a mi lado, en ese silencio que ha adormecido por algún tiempo tus pasiones y tu egoísmo, junto a mí, sintiendo mi presencia, inexpresable como una viva ausencia, en la perspectiva de esa vida que quiero para mí, dime que sí, acepta dármelo todo. No te pido esto o aquello, 48 te lo pediré a su hora y tú me lo darás y te pediré aún muchas más cosas, en las que aún no piensas. Ahora te lo pido todo, quiero en ti la total adhesión a mi vida. No te inquiete el porvenir, no te preocupen las rebeldías internas y las turbaciones que vendrán. Estoy contigo. Mira cómo en este atardecer la noche está en calma en ti, imagen anticipada, anuncio de ese gran silencio al que quiero arrastrarte, saturado de la nota única y silenciosa de una absoluta sumisión. Acepta. Lo que ahora te pido, puedes dármelo ahora; uno no se convierte en santo en un día, pero no es preciso ser santo para aceptar con realismo la perspectiva de una vida totalmente entregada. Eso quiero ahora de ti. Y el espíritu que no haya aceptado en principio, de un modo global, la perspectiva de una vida que debe ser plenamente mía, queda anclado antes de haber partido. Hijo mío, cómo deseo que puedas recibir ahora mi paz y mi silencio. Creo que comprenderás, pues cuando uno está recogido, lejos de febriles imaginaciones, ¿puede acaso dudar? ¿No has sentido nunca en tu espíritu la esencial amargura de lo que carece de finalidad? Esa tristeza del niño que ha construido un bello castillo de arena y sólo le queda ya contemplarlo o demolerlo. Esa tristeza de los finales de juego en los que, una vez disipado el espejismo, se miran unos a otros con total asombro. Y las tristezas del hombre son de la misma esencia y más tristes aún, 49 porque ya no se es niño y no se trata de juegos, sino de la propia vida. No hay de ese tipo de tristezas en el camino a que te llamo. Está la cruz, hay separaciones desgarradoras, pero, ¿qué es la cruz, qué son las separaciones en esos momentos en que la vida parece detenerse, refluir hacia dentro, aniquilarse? Muchos, lo sé, escapan a esta visión nihilista, parecen dichosos, se creen dichosos, lo son. Pero ¿a qué precio? ¿Han sido realmente hombres los que nunca se han atrevido a reflexionar sobre su acción, criticarla y plantearse sobre los actos de su vida la pregunta esencial: ¿para qué? Créeme, el hombre no desea tanto ser dichoso como para no aspirar en primer término a una vida orientada, que tenga un sentido y un fin. O mejor aún, no puede hallar una dicha estable, humana, más que ahí. Estás embarcado y has de escoger. O yo o la nada. Pues sabes bien que todo lo que no puedas en definitiva basar en mí, te parecerá nada, y de hecho lo será, y reniegas de tu vida y te suicidas espiritualmente si lo aceptas, y si rehusas pensar en ello te hundes más profundamente aún. Sólo el santo es verdaderamente hombre y realmente feliz, porque somete su vida a una finalidad con todo rigor. Hijo mío, haz el silencio en ti. No es un pacto dialéctico lo que te brindo. Se trata de tu vida. Esa vida totalmente orientada, ¿temes que sea constriñente para tu corazón y minimizadora de tu espíritu? ¿Voy yo a dejarte desocupado? Mi 50 obra ¿no es inmensa, no es lo bastante grande como para utilizar todos tus talentos, tu ardor y tu inteligencia? En el fondo, ¿por qué me abandonas? ¿No soy bastante grande para colmar una vida? Y me dejas por unos juguetes. Esta vida que te ofrezco es mi vida. Por el camino al que te llamo he marchado yo. Otros también han marchado y me han ayudado a salvar al mundo. Ven con nosotros. Hijo mío, el porvenir se presenta oscuro ante ti, lo sé. Es duro ordenar tu vida a un fin que de tantos modos se te escapa, pero en verdad es eso lo que te pido. El hombre quiere tocar, ver, pero tú no puedes comprender aún lo que quiero hacer de ti. Para revelártelo poco a poco necesito, justamente, que te entregues a mí totalmente. Sólo los corazones puros y libres ven la luz. Sobre todo, sé franco, no te engañes a ti mismo, porque las palabras mentirosas son incontables. Como no hay acción alguna a la que no se le pueda encontrar alguna utilidad para mi reino, son muchos a su vez los que se sienten justificados. Si han emprendido tal estudio, dicen, es para utilizar mejor los talentos que les he dado. Si se reservan tales distracciones es para, una vez distendidos, servirme mejor. A menudo esto no es verdad. Y como no han buscado en primer término mi voluntad, su acción, aunque posiblemente buena en sí misma, raramente es lo que yo quería de ellos. Estropean su vida y mi obra. Sus palabras irreales envenenan el aire. Oscurecen la verdad. 51 Pero voy a decirte dónde me hallarás. Aquí, ante tu mesa de trabajo, de rodillas en mis templos, me encontrarás. Allá, en el silencio, estoy cerca de ti. Te transmitiré mi luz y mi fuerza entonces, cuando estés cerca de mí; te mostraré la auténtica vida, endulzaré tu porvenir o, mejor aún, te daré esa paz, la gran paz de la sumisión amorosa a la que nada le parece duro. En un instante de recogimiento te mostraré muchas cosas. Para ello es preciso que estés en mí. Y tú estarás en mí. Señor, dame tu silencio para que comprenda, y la fuerza necesaria. LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO La tentación supone, en la esfera del mundo invisible, el prólogo de lo que va a desarrollarse en la tierra a lo largo de la vida pública de Jesús. Lo mismo que la víspera de su pasión cruenta aceptó Jesús, por mucho que le costara, apurar el cáliz, al principio de su ministerio aceptó del mismo modo sus penosas condiciones y fijó su orientación mediante una serie de actos positivos. Ambas escenas, la del desierto y la de Getsemaní, se relacionan en algún modo. Las dos nos dan a conocer las disposiciones interiores que animaron a Jesús en los actos externos que después sucedieron; ambas están impregnadas de todo lo que va a acontecer; en ambas consigue Jesús, primero interiormente y luego de un modo total, la victoria que poco a poco logrará en el mundo vi52 53 sible a través de tantos y tan dispares acontecimientos. Igual que en Getsemaní, en el desierto Jesús está solo y soporta solo todo el peso de la lucha, con plena consciencia y claridad. También Getsemaní fue la hora del "poder de las tinieblas"; y el ángel que vino a confortar a Jesús, tras su total aceptación de] cáliz, recuerda a aquellos que le sirvieron una vez que hubo vencido al tentador. Pero, sin duda, sólo al final de una larga vida puede uno comulgar plenamente con los sufrimientos de Getsemaní y comprenderlos bien, mientras que las tentaciones se presentan en el umbral de la vida. En Getsemaní, al final de una vida a punto de concluir, predomina la aceptación. Aparece la tentación al principio, cuando se trata de escoger, de orientar la propia vida. Antes de vencer al demonio, a lo largo de toda su carrera, le venció primeramente Jesús en la soledad, conociendo así de antemano todo aquello hacia lo que las burdas inclinaciones de los judíos pretenderían que se inclinase su actividad. Discípulos de Cristo, miembros suyos, en la medida en que actuemos en el mundo, para preparar, como lo hizo él, a los hombres para el reino, conoceremos las mismas tentaciones. No nos vendrá mal reflexionar previamente un poco en las condiciones religiosas en que se desarrolla nuestra vida. Contemplar así nuestra vida no es imaginarse de antemano tal o cual concreta realización, ejer54 cicio inútil y decepcionante, ya que las cosas suceden frecuentemente de un modo totalmente distinto del que pensamos, ejercicio funesto además en la medida en que nos pueda apartar, por poco que sea, de nuestra cotidiana docilidad hacia la gracia. Pero existen peligros de corrupción que amenazan toda obra de Dios, cualesquiera que sean las circunstancias en que ésta se desarrolle. Esto es lo que hay que ver y que saber. Debemos situarnos en esta perspectiva auténtica. Entonces la vida no será nuestra perdición, sin que lo sepamos; no nos sorprenderá, pese a sus virajes tan súbitos, pues nos hallará preparados. Aceptada esta orientación, consentida esta aceptación en el silencio de la oración, aunque la hayamos visto conforme al modelo de Cristo, podrá, sin embargo, no dar su fruto inmediatamente, sino muchos años después, pero lo dará. Y el mundo, que admira a Jesús al verle tan superior a los acontecimientos más insólitos, no sabe que los conoció previamente en toda su hondura y que en el desierto resolvió ya todos los problemas que le sobrevendrían. Así, en la oración y en la soledad, se juega a menudo la suerte de una vida. El hombre religioso, en el umbral de su existencia, tiene con frecuencia una maravillosa intuición que le hace ver de antemano los obstáculos que habrá de superar. Es entonces, en la medida en que, totalmente renovado, se ofrece para una entrega total, cuando reviven en él, con un acento directo e inmediato, 55 muchas de las experiencias de Cristo y de los santos. El desierto es el lugar habitual de las tentaciones, ya que en él está el hombre solo con su adversario; los ataques de éste se hacen entonces más claros y los problemas se plantean con toda su crudeza y brutalidad. Y así, muchos no tienen el valor de retirarse al desierto para mirar de frente al enemigo: piensan, satisfechos, que en la vida todo tiene arreglo; de hecho, son vencidos con frecuencia y el enemigo juega en la práctica con ellos sin que se enteren. Sólo los que le han conocido podrán reconocerle. Únicamente triunfarán sobre él en la acción los que le hayan derrotado ya en oración. Al final de la escena del desierto, él se alejó de Jesús. Muchas veces no se atreve uno a recomendar a los hombres que se coloquen tan francamente frente al porvenir y al enemigo. Teme uno que caigan descorazonados en el primer asalto, mientras que, con el tiempo, habrían adquirido tal vez nuevas fuerzas que les permitirían resolver los problemas, conforme éstos se fueran presentando. Es cierto que el desierto es patria de los fuertes y que los otros sucumben en él. Para poder mantenerse en él, hay que haber aceptado la perspectiva de entregarlo todo y de servir hasta el final. Pero sólo a partir de este momento uno corre un gran riesgo de desviarse y es cuando hace falta retirarse al desierto para ver las cosas con autenticidad. Porque antes, ¿qué iba a hacer uno en el 56 desierto? No corren el riesgo de desviarse y no precisan conocer el camino más que los que han aceptado primero caminar. A menudo, tal defección en la vida, tal rotura aparentemente inexplicable, hunden su raíz en un fallo totalmente consumado en el silencio de la oración. El hombre generoso, que orientó su vida en el sentido de la entrega de sí mismo, se encontró, antes de lo que pensaba, obligado a ver y a escoger, y escogió mal o ni siquiera quiso ver que había que escoger. El silencio podrá encubrir largamente este engaño interior, olvidado pronto por el hombre mismo. La vida sigue durante un cierto tiempo como antes. Pero un día llega el fracaso. Un hombre recogido puede soportar muchas cosas y hasta un peso agobiante. En el recogimiento religioso, habitado por Dios, propio de un espíritu que se pierde en Dios, los espejismos del enemigo se desvanecen. El hombre sabe bien que se lo juega el todo por el todo, pero lo hace en la calma, deliberadamente, seriamente, piadosa y humildemente, calculando bien los riesgos y complaciéndose en el sacrificio. Hay momentos de recogimiento en los que, lejos de toda exaltación y de todo romanticismo, se siente uno dispuesto a no importa qué, totalmente entregado a Dios. ¿No es un poco de este recogimiento el que aparece aquí, en esa inalterada calma de Cristo? Fue la misma penitencia a que Jesús se entregó la que dio origen a la primera tentación. Tuvo hambre. 57 Esta hambre podemos considerarla como un símbolo del agobiante fastidio que abruma al hombre cuando intenta recogerse en la ausencia y el ayuno de sus pensamientos habituales. Fastidio instintivo y global, es además de la misma naturaleza que el propio recogimiento. Esta profunda desazón que surge en nosotros y que nos inclina tan fuertemente a distraernos pone de manifiesto todo lo que de impuro hay en nosotros, sin que corrientemente lo sepamos. Impureza fundamental que consiste en que no nos basta Dios. Este fastidio está hecho de todas las resistencias ignorables que aportamos a la realización de la obra de Dios en nosotros, en esa zona profunda de nuestro ser a la que no alcanza la luz de nuestra consciencia. Es ese fondo de impureza en nosotros el que da a menudo a nuestras tentaciones su carácter punzante, vertiginoso. Frecuentemente, la tentación comienza bruscamente sin que nada la haya hecho prever. Aquí transcurrieron cuarenta días en calma antes de que el enemigo apareciera de pronto. Más tarde, Jesús multiplicará los panes para sustentar a la multitud. Aquí rehusa usar este poder para él mismo y no quiere conocer alimento más que en su adhesión al Padre: "Toda palabra que sale de la boca de Dios". Lo mismo pasa con el cristiano auténtico; siembra en torno suyo riquezas, incluso terrenas 58 y apreciadas por todos, riquezas de amor humano, de poesía, ciencia, entusiasmo, entendimiento del mundo, pues sus hermanos precisan de él para elevarse y Dios actúa por medio de él. Pero él soporta la pobreza sin angustia ni quebranto, y en cierto modo aspira a ella, en la medida en que es un aspecto de la pureza que no puede sufrir más que sólo a Dios: "siempre pobre y enriqueciendo a muchos", como decía san Pablo. Era preciso alimentar a la muchedumbre en el desierto, pues sin estos aumentos terrenos, no habrían creído, se sentirían perdidos. Y eran las especies de este alimento temporal las que precisaban para comulgar con el alimento celeste de la fe. Pero cuando el hombre se ha hecho más fuerte, puede comulgar con Dios a través de cualquier cosa y toda palabra de Dios es para él fuente de vida; a través del hombre, como a través del hartazgo corporal, a través de las circunstancias más apagadas, las más grises, materiales e insignificantes como las piedras del desierto, alcanza a Dios, contacto vivificante y deificante. Y es entonces generalmente cuando Dios comienza a purificar el espíritu, privándole sucesivamente o pidiéndole que renuncie a todo lo que antes necesitaba para alcanzarle; es la era de la suma libertad. Pero es también la era del hambre, y la carne se entristece. Nunca el mundo, aquel del que ahora debe apartarse, le pareció tan bello. Ese mundo en el que tantas personas, ya que no han sabido quitarse nunca las zapatillas, no ven más 59 que un desierto bastante gris y bastante banal, áspero e inasimilable, ese mundo que antes no amaba o que posiblemente hasta despreciaba, el hombre ha llegado a descubrirlo y ahora conoce sus maravillosas armonías, sus exquisitos matices. Ese hombre, al que la llamada de Cristo ha hecho salir de su espesa rutina, encuentra en adelante en el mundo un alimento que le enerva. Encantos de la poesía, de la naturaleza, del amor, el cristianismo le ha despertado a todo esto; a menudo ha pensado que para ser cristiano, su humanidad, toda su humanidad había sido desarrollada al máximo, y era verdad. Ha descubierto también su poder; donde el necio se aburre, él goza. Ya nada le es áspero si él lo quiere. De todo saca fruto; un matiz que otros ni siquiera perciben, la visión de una flor, el recuerdo de una sonrisa, un verso lejano que canta en su memoria, ensanchan y dilatan su corazón y le recogen en una especie de contemplación natural. Señor, tú dijiste después: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado". Concédenos decirlo una y otra vez auténticamente. •k -k rk Jesús rechazó la primera tentación por un acto de fidelidad. Surge ahora una tentación que presentará precisamente la apariencia de un acto de confianza. Si eres el hijo de Dios, lánzate allá abajo. Pero, en realidad, el acto que el diablo le propone no tiene sentido alguno para la obra de Dios, es una experiencia para asegurarse de algo. Y ahora debe abandonarlo todo; debe apartarse del múltiple esplendor para no tender más que al único. En adelante tiene algo mejor que hacer que convertir las piedras en pan; ha de dejar que el desierto siga desierto, en torno a él. Como esto se aleja de la santa confianza con la que el hombre se arriesga hasta perder su vida, pero por amor, porque cree que Dios se lo pide para amarle o servirle mejor; teniendo la mirada fija en Dios, no en sí mismo. Ciertamente, hay mucho de verdad en que el hombre que se arriesga por amor puede tener al principio cierto espíritu de aventura, pero si el hombre ama, esto se purifica poco a poco. Dichoso el hombre que, llegada la hora, sabe aceptar quedarse en el desierto. Dichoso aquél que cree en la llamada profunda que le pide que no haga ya uso de su poder, que se vuelva totalmente hacia Dios, que deje la vida que hoy vive por aquélla en la que espera por la fe. Esta segunda tentación se presenta a menudo cuando el hombre se siente abrumado por el peso agobiante y monótono de la vida; cuando el hombre que se ha entregado por entero, renunciando a muchas cosas, sufre, transcurridos unos años, pensando que nada de auténticamente gran- 60 el de, externamente al menos, se ha realizado en su vida. Esta sigue siendo chata, está confundida en medio de la multitud, y este hombre, más entregado que amante, siente como la necesidad de una revancha. Como si el don que hizo de sí mismo le diera derecho sobre Dios. Deseos de escapar de la mediocridad cotidiana, de imponerse, de que se le reconozca; el hombre que no sabe vivir amando, ¿cómo podrá resistir? ¿Quién de nosotros, en ciertos momentos de humillación o de aflicción, no ha sentido ese deseo de una revancha que sería también, podemos pensarlo, la de Dios, pues en medio de todo somos sus obreros? ¿Nos dejará pues siempre humillados, burlados, despreciados? No es al comienzo de la vida, en las primeras andaduras, cuando se arriesga esa tentación, sino en el transcurso de una vida largamente perseverante. Pocos hombres tendrán suficiente fe para arrojarse de lo alto de un templo o incluso para aceptar la idea de hacerlo, pero nada impide que ese deseo de una señal decisiva asedie y envenene el espíritu de muchos. Poner a Dios en el trance de elegir por o contra nosotros, volverle una especie de cautivo para conducirle, y a nosotros con él, frente a una alternativa sobre la que le forzamos a tomar la responsabilidad. A veces hasta se habla de vértigo. En ese vértigo, que arrastra a ciertas personas a hacer cosas, hay frecuentemente menos me62 galomanía y ambición que una desesperación secreta. Y esto ocurre posiblemente porque, casi instintivamente, esos hombres se sienten atraídos por iniciativas cada vez más osadas, en las que corren el riesgo de perderse. En el fondo lo desean: "Arrójate ahí abajo". Desaparecen o triunfan, pero en ambos casos la evasión se realiza, se sitúan fuera de esa vida que les pesa. Y para pecar así no hace falta ser una especie de superhombre. A menudo tentamos a Dios cuando queremos precipitar las cosas, no aceptar su inevitable lentitud, en el apostolado por ejemplo, cuando ansiamos "conversaciones decisivas". Jesús opta por la vida humilde y perseverante en la humildad. * * * Entonces siente Jesús la tercera tentación. Ha venido para ganar el mundo y es justamente el mundo lo que le ofrecen. "Te daré todo eso si me adoras". Satanás ofrece a Jesús todo cuanto puede desear como mesías y sin los riesgos de la lucha ni la fatiga del combate. ¿Hay que aceptar? ¿Se puede ganar el mundo de otro modo que ayudado por Satanás? La tentación no es la de desesperar de uno mismo, sino desesperar del hombre. ¿No debió conocer a veces Jesús la tentación ante aquellos auditorios tan agobiantes que no pensaban sino en hacerle rey? 63 ¿Cómo ganar a esos miserables hombres sino halagándoles más o menos, dándoles lo que deseaban y suavizando la verdad? Esto es reconocer que Satanás es amo del mundo y que lo da a quien quiere. Eterna tentación que acecha al apóstol y le incita a rebajar su mensaje. Lo adapta, no para hacerlo captar mejor en toda su originalidad, sino para hacerlo aceptar. Tentación que, más aún que las otras, se desarrolla casi exclusivamente en lo implícito, pues uno siempre se justifica diciendo que más tarde las almas, cuando se hayan fortalecido, podrán recibir toda la verdad. Pero ¿se desea auténticamente hacerles captar la verdad, sufre uno con las atemperaciones que hay que hacer para presentársela? ¿Saborea uno para sí esta verdad? ¿La saborea en toda su aspereza? O, por el contrario, ¿no llega uno a preferir el éxito a la verdad, a desear sobre todo ver en torno a sí miradas dichosas, resignadas, mediante la presentación de un cristianismo acomodaticio? cristiano muy comprometido en la vía, pero que harán sucumbir, aplastado por la vida que lleva, aquello que no ama suficientemente. Duda de Dios, de él mismo, de los hombres y por eso no sabe apartarse de lo que le ha nutrido hasta hoy y por eso busca una señal y llega a envilecer su mensaje. El amor y una recta concepción de la cruz serán los únicos que puedan guardarle en su camino hasta el fin. Existe un escepticismo ignorado en tal actitud práctica frente a las almas, cuando se les oculta la verdad. Falta de fe en la virtud de la verdad y en la vocación universal de los hombres a Dios. * * * En el fondo, las tres tentaciones del desierto son tentaciones de desesperación. Tentaciones del 64 65 circunstancias nos llevan a él, nos sitúa frecuentemente ante deberes muy duros. Si tu pie es para ti ocasión de caída, córtatelo... Si tu ojo es para ti ocasión de caída, arráncatelo. ABNEGACIÓN «Todo aquel de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Le 14, 33). El cristianismo es el camino que se nos ofrece para permitirnos llegar a la estructuración del hombre perfecto. Nos exige que subordinemos los distintos bienes a la realización de nuestro espíritu en la santificación. Esto justifica sus exigencias. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Es, por consiguiente, a la luz de la preservación y el desarrollo de este bien como debemos juzgar a todos los demás. Y este juicio que tenemos ocasión de realizarlo poco a poco, si las 66 Pero si precisamos ya de mucho valor para enderezar nuestra naturaleza hasta que sea la esclava fiel y amada de nuestro espíritu, cuánto más no nos hará falta cuando nuestro espíritu, rico en dones divinos, como un adolescente en la edad de la gracia, quiera actuar para su Dios y responder plenamente a su llamada. Ya no será cuestión para él entonces de privarse de unos bienes que dañan a su perfeccionamiento tal como lo concibe para sí, sino de tener la abnegación de renunciar a los bienes presentes y futuros que engendrarán su ímpetu hacia Dios y los servicios que le pedirá Cristo para su iglesia. ¿Seremos capaces de renunciar a lo que poseemos? La respuesta está escrita en el porvenir; pero ya, solos en nuestro cuarto, podemos plantearnos esta cuestión y sentir toda la angustia que levanta en lo hondo de nosotros mismos. Nos veremos privados de esas distracciones que tanto nos complacen, de esas conversaciones tan provechosas, de esas amistades tan consoladoras, de esos hábitos largo tiempo mantenidos. Nos encontraremos convertidos en unos pobres. ¿Hemos conocido ya el abismo de crueldad en que se hunde la miseria? Perder toda nuestra situación. 67 Qué confusión, cuando el menor cambio de programa en nuestra vida diaria conturba tan fuertemente nuestra serenidad. ¿Qué hacer? Nosotros que somos tan tímidos y que carecemos de seguridad hasta en las funciones en que nadie discute nuestra autoridad... Perder el renombre. Ser tratados de orgullosos. Hasta cuando eso es verdad, qué penoso nos resulta el que nos lo reprochen en privado. Pero delante de todos; ante todos los verdaderos orgullosos que se servirán además de ello para mejor ocultárselo a sí mismos. Ser tratados de torpes, ser acusados de mezclarnos en cosas que no nos interesan, de haber calculado mal nuestras fuerzas... Y oírse decir esto por aquellos que nunca arriesgan su tranquilidad ni sus fuerzas; y que formarán coro para animarse mutuamente en el camino de sus cobardías. ¿Somos capaces de soportar todo esto, sin que nuestras energías se sientan abatidas por ello, sin que esta profunda fuente que alimenta nuestra ansia de vivir se seque? ¿Y somos capaces de soportar todo ello solos? Solos en nuestro cuarto, presos de las angustias a que nos arrojan nuestro apostolado y los sacrificios que por él hemos hecho, mientras el mundo reposa en la noche callada. Solos y abatidos cuando la naturaleza con su alegría y su paz nos insulta. Solos en definitiva con Dios, encontrando en la visión del Dios crucificado y en su ejemplo, que hemos pretendido seguir auténticamente, el sostén a una voluntad que ninguna satisfacción interior acude a serenar. 68 Sí, es hasta ahí hasta donde Cristo llama a los adultos. Y si no pide a todos que vivan todo esto en esta vida, exige de todos que sean capaces de hacerlo. La muerte de nuestro cuerpo es la señal que recuerda a los hombres esta necesidad de la muerte espiritual. Así vivirá verdaderamente Cristo en nosotros y revivirá su vida terrena recurriendo a la circunstancia humana en que nos hallamos. También él dejó su casa, a los suyos, a su madre... También él se hizo pobre. Los zorros tienen madrigueras, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Y él, el santo de los santos, fue tratado de iluminado, y esto por sus parientes. Se le acusó de demagogia, de ser un político que quería hacerse rey, de ser un blasfemo que no respetaba el sábado y que hablaba contra el santo templo de Jerusalén. También él estuvo solo. Solo para aceptar la muerte, de la que se escandalizaron sus discípulos. Solo para combatir la tentación en el huerto de los olivos, mientras los discípulos que había llevado consigo dormían, despreocupados. Solo, abandonado incluso del mismo Padre sobre el que había fijado sus ojos y fundado su iglesia, mientras le había jurado fidelidad plena. Solo delante de su Padre: "Eli, Eli, lamma sabacthani". 69 Y sus discípulos no fueron mejor tratados. No esperéis ser mejor tratados: si han actuado así con la cabeza, ¿qué no harán con los miembros? Ved a san Pablo, a los apóstoles y los mártires de los primeros siglos. Contemplad a todos los de los siglos sucesivos que perdieron su vida para que la buena nueva nos llegara virgen y limpia de errores. Esto nos espera. Si no queremos llegar hasta ahí, los trabajos que queramos hacer por Cristo serán estériles; pues Cristo, que es el varón de dolores, que es la abnegación, no los vivirá. "Si alguno quiere ser mi discípulo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz de todos los días, y que me siga". Y si somos auténticamente cristianos, no tendremos a la vista de esta necesidad un sentimiento de tristeza, de descorazonamiento o de pesimismo. El tesoro escondido se nos aparecerá, y cuanto podamos dar para poseerlo no será frente a él nada, nada frente a esa mirada de Cristo que nos distingue en medio de la multitud, ya que la eterna dicha es alabarle. Nos volveremos hacia él y sabremos decirle desde el fondo de nuestro corazón: ¡Que se haga tu voluntad en la tierra, como en el cielo!. 70 PERDER SU VIDA «Y comenzó a sentir angustia» (Mt 26, 37). Jesús recuerda la ingratitud de su pueblo; éstos son los lamentos que la iglesia pone en su boca el viernes santo: "Pueblo mío, ¿qué te he hecho o en qué te he contristado? Respóndeme. Porque te saqué de la tierra de Egipto, ¿has levantado una cruz para tu salvador? ¿Qué debí hacer por ti que no haya hecho? Te planté como la más hermosa de mis viñas, y no has tenido conmigo más que amargura". Al mismo tiempo que el pasado, se desenvuelve ante sus ojos el porvenir, en el que tantos hombres prácticamente le ignorarán. Es el verdadero fracaso del amor; no se puede dar mayor prueba de amor que muriendo por sus amigos; él lo hizo y son pocos los que le aman. La 71 mayoría de los hombres desenvuelven su vida fuera de Cristo y esta indiferencia es la que le hace sufrir; quiso ser amado, hizo cuanto pudo, y para nada. Ciertamente, ellos se salvarán, no habrán tenido tanta malicia como para perderse, pero la capacidad de amor que había en ellos no se habrá vuelto hacia Cristo o se habrá atrofiado. Jesús hizo mucho, amó mucho y en esta misma proporción es en la que sufre al ver su acción tan restringida y su amor tan incapaz de conquistar. La cruz se levanta así para todo hombre que se ha entregado plenamente, cuando se apercibe de que en el mundo nada total y definitivo responde al don total y definitivo que ha hecho de sí mismo. Es preciso haber amado plenamente, sin reserva, hasta un punto más allá del cual uno no ve, para poder sufrir este dolor, y hace falta haber actuado y haberse esforzado del mismo modo. Cuanto más amamos, más actuamos, más soñamos con la gran obra y más nos sumergimos en la tarea, y la carga de la obra emprendida se hace cada vez más pesada sobre nuestros hombros. El amor y la acción arrastran y necesitan sacrificio y abnegación; y hundiéndonos en el mundo a salvar, nos purificamos en la misma propor72 ción, para llegar al estado de pureza espiritual; pero esto no es aún la cruz. Pero cuando estamos despojados de todo, nos sentimos limitados y además irremediablemente, ya que experimentamos las limitaciones de nuestra naturaleza. El carácter atomizado de nuestro esfuerzo aflora: hemos dado todo lo que teníamos, pero es tan poco frente a la obra total del mundo. Este sentimiento no significa despecho, pues no lo referimos a nosotros mismos; somos el servidor que ha hecho cuanto ha podido por su amo y que constata su impotencia, tanto más dolorosa cuanto que ha hecho todo lo que ha podido y ya no puede hacer más. Cuando el hombre siente este sufrimiento amoroso que sólo es posible dentro de una absoluta purificación, es entonces cuando ha acabado su obra y está maduro para la muerte. Un hombre que se ha dado enteramente, que ha superado uno tras otro todos los obstáculos que él mismo ponía a la obra de Dios, no puede ya más que consumirse de amor y morir sobre el terreno al verse incapaz de hacer amar más al Padre. Sólo los puros, los que han hecho y amado miucho, se elevan a la cruz. El sacerdote aislado en una parroquia, en la que casi nada puede hacer, se eleva a la cruz. Muchos quieren actuar, y eso está bien; pocos consienten en fracasar, es decir, en elevarse a la cruz. 73 Y se comprende que la cruz no sea más que para el final de nuestra vida. Al menos en tanto en que nuestra vida es una, pues cuando hemos hecho todo lo que hemos podido por una obra —conquista de un hombre, difusión de una idea— y la obra ha fracasado, no dejándonos más que el sufrimiento, entonces y sólo entonces surge la cruz. La cruz es símbolo de pasividad: el crucificado tiene clavados los pies y las manos; no puede actuar ya sobre el mundo y, para sufrir, rezar y amar, uno puede pasarse al otro mundo. Por otra parte, este sufrimiento es sufrimiento de amor. Pero ¿por qué este dolor, este fracaso, por qué es preciso que toda vida llegue a acabar en la cruz? El pecado es la causa: en este mundo, pecador y desorganizado por el pecado, nada grande puede realizarse sin que de uno u otro modo se vierta sangre. Los que quieren marchar deben hacerlo sobre espinas: las grandes rutas frecuentadas por muchos no llevan a Dios. Cada obrero de la obra nueva se siente desgarrado dentro de sí o, desde fuera, por el odio y la incomprensión de los hombres y sobre todo por la formidable inercia colectiva de un mundo pecador desde hace miles de años, inercia contra la cual todos nuestros esfuerzos y afanes personales parecen estrellarse vanamente. Y sin embargo él dijo: "Tened confianza, yo he vencido al mundo". 74 CAMINANDO SOBRE LAS OLAS «En seguida mandó Jesús a los discípulos subir a la barca y adelantársele a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y cuando despidió a la gente, se marchó solo a la montaña, a rezar. Al anochecer, estaba allí solo. La barca, mientras, iba ya muy lejos de tierra, agitada por las olas, porque el viento era contrario. En la cuarta vela de la noche, él se les acercó, andando sobre el agua. Los discípulos, al ver que andaba sobre el agua, se agitaron y dijeron: —Es un fantasma. Y gritaban de miedo. Pero en seguida les habló Jesús: —¡Tranquilizaos! Soy yo. No tengáis miedo. Pedro le contestó: —Señor, si eres tú, mándame que vaya hacia ti sobre el agua. Y él dijo: —Ven. 75 Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua, acercándose a Jesús. Pero al soplar el viento, tuvo miedo y empezó a hundirse; entonces gritó: —¡Señor, sálvame! —En seguida Jesús, tendiéndole la mano, le sujetó y le dijo: —Desconfiado, ¿por qué has dudado? Y en cuanto subieron a la barca, cesó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: —De verdad eres Hijo de Dios». (Mt 14, 22-33). "En seguida mandó Jesús a los discípulos subir a la barca y adelantársele a la otra orilla". Inmediatamente después del gran milagro de la multiplicación de los panes, en el que Cristo se mostró tan solícito por la vida, incluso material, de la multitud y de sus discípulos, les abandona a sus propias fuerzas y desaparece. Y mientras la multitud se aleja, los apóstoles vuelven a encontrar su barca, el lago en que pescaban y hasta los malos tiempos... Sin embargo, sólo hace unas horas que estaban todos situados en pleno milagro. Hoy aún sigue Cristo tratando así al hombre que va en su seguimiento. En algunos momentos se aproxima a su discípulo, le concede la devoción que exalta, el entendimiento que embriaga. Luego se aleja y la oración se hace monótona, la fuente de luz que brotaba del misterio se seca. 76 El hombre se encuentra con los defectos, las dificultades y las mismas dudas que en otro tiempo le abrumaban, antes de que Cristo se convirtiera en el centro de su vida. Señor, nos es fácil descubrirte en la dicha que proporciona tu presencia sensible, pero nuestro corazón y nuestro entendimiento son demasiado carnales y nos cuesta amarte por ti mismo, en esa felicidad. La multitud te seguía en otros tiempos para conseguir el pan que alimenta el cuerpo; nosotros te seguimos para que nos des el gozo de un fervor o de un apasionamiento. También te haces presente en nosotros, a menudo, bajo el signo de la ausencia o de la prueba. Enséñanos a reconocerte en ese despojamiento, a fin de que no ignoremos la más amplia y honda dimensión por la que quieres asir y transformar nuestras vidas. "La barca, mientras, iba ya muy lejos de tierra, agitada por las olas, porque el viento era contrario". Fue por orden de Cristo por lo que los apóstoles navegaron a través del lago. Y sin embargo el viento les era contrario y el oleaje sacudía el barco. Los hombres que buscan en el éxito de su obra, o en el triunfo humano en la vida, la señal de su conformidad a la voluntad divina, corren muy a menudo el riesgo de equivocarse. Pues aquel que hizo la voluntad del Padre totalmente y hasta el fin, tuvo que vivir frecuen77 temente las ásperas horas del fracaso y murió en el oprobio de un condenado por delitos comunes. Los apóstoles estaban entonces en medio del mar, demasiado lejos para retroceder ante la tempestad que crecía. Y la noche añadía su espejismo inhospitalario, lleno de amenazas misteriosas, a los peligros del huracán. Todo esto no habría ocurrido, Señor, si tus apóstoles no te hubieran escuchado. Y sin duda lo presintieron ya en la orilla, al partir, pues eran del oficio. Así, los hombres que quieren seguirte y responder totalmente a tu llamada tienen a menudo, antes de partir, la intuición de todo lo que tendrán que soportar por tu nombre. Y muchos se quedan ya paralizados. Pero los que perseveran y siguen su marcha, los que cierran las puertas por las que podrían escapar, los que hacen imposible cualquier retroceso, conocen la tempestad y la conocen en medio de una ilusión punzante. Es el mundo exterior, en el que viven, pero del que no son, el que los zarandea, pues no reconoce en ellos a sus hijos. Es el mundo interior de las pasiones del corazón, cuando se ven desposeídos y se defienden mediante nuevos desbordamientos contra los ahogos de Cristo, como uno defiende su vida. Pero, por otra parte, ¿por qué es preciso que todo eso ocurra de noche y que sólo el que sufre tales asaltos ignore su verdadera razón, incluso aunque se le haya instruido sobre ella de antemano? Ha de mantenerse en la desnudez de la fe. Y el marino, en la noche engañosa y agresiva, cuando la brújula sacudida no da ya indicación segura, se limita a hacer frente al temporal y espera, encomendando su alma a Dios. "Los discípulos, al ver que andaba sobre el agua, se agitaron y dijeron: —Es un fantasma". Tu marcha sobre las olas es para los apóstoles un espectáculo tan nuevo, tan contrario a lo que acostumbran a ver en ti que, a pesar de su fe, no te reconocen, Señor. Tienen miedo de que seas un fantasma. Así piensan siempre reencontrarte los hombres, tal como viniste a verles la primera vez. Aspiran a revivir las horas claras y piadosas de su infancia en la vida de Dios. Y cuando, en la moche de la larga prueba, tú formas en su corazón la profunda e implacable impresión de la miseria, la silenciosa y dura sumisión al sacrificio, no reconocen en ellas, como antaño en forma más risueña, la señal de tu eficaz presencia. Cuántos tienen miedo de ti y resisten a tus avances y a tu gracia, no viendo en su angustia más que signos de neurastenia o de morbosa desesperación. Señor, para que te descubramos a través de las mil apariencias que constituyen tu rostro, danos una fe fuerte y desnuda. 78 79 Y los apóstoles hablan de un fantasma. Un fantasma se presenta como algo desvaído, incorporado al medio que lo deja aparecer, de tal modo se funde su silueta con el fondo que le rodea. Así te apareciste a tus apóstoles, y la noche, el viento, el oleaje, te servían de abrigo. Del mismo modo, no podemos separarte, Dios mío, de la prueba que nos sacude y es tu mano secreta la que nos constriñe bajo su velo; pues, si eres el alma de todas las riquezas que nos ofrece el mundo, en el fondo de la prueba permaneces también presente, misteriosa presencia que sólo se alcanza por la fe, pero cuya eficacia es singular cuando tu poderosa mano llega a asirnos bien. Soportar la prueba con paciencia y esforzadamente, ¿no es ya exorcizar el fantasma? Bendecir la prueba y desearla es poseer la fe que permitirá un día reconocer en ella tu divino rostro. "Pero en seguida les habló Jesús: —¡Tranquilizaos! Soy yo. No tengáis miedo". Pero estas palabras no tranquilizaron a los apóstoles. Se pronunciaron en el ruido del viento; el estrellarse de las olas contra la barca los cubría con su tumulto; los que conocían por larga experiencia el timbre de voz de Cristo no la reconocían ahora. 80 Probado así el hombre, en medio de su abatimiento, no encuentra ya fuerza ni ayuda en lo que antes le reconfortaba. El libro se hace monótono e igual. El amigo se vuelve charlatán y doblemente sospechoso como los amigos de Job. "Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua, acercándose a Jesús. Pero al soplar el viento, tuvo miedo". Yendo a su encuentro es como Pedro conoció a Cristo. Lo mismo, el hombre que llegue a dominar sus impresiones momentáneas, dudas y temoies, que sepa obedecer y hacerlo todo como si estuviera persuadido sensiblemente de que Cristo está junto a él, llegará algún día a reconocerlo. Admiremos el paso que dio Pedro aquella noche para salir de la barca; es ese paso, esa ardua decisión, tomada y realizada sólo por él, los que constituyen al jefe. Y, pronto, Cristo así se lo va a comunicar. Otra vez más, en casa de Pilato, Pedro dejó £ los apóstoles para seguir a su maestro. Y aquel día, como esta noche, le faltó fe: la cólera de los hombres, como la de las olas, detuvo su impulso hacia Jesús para hundirle en los horrores de un indecible espanto. Así, tras su movimiento de extrema generosidad, Pedro dudó en dos ocasiones ante Cristo: feliz falta que cometen sólo los creyentes y los 81 fuertes. Ocurre esto para salvación de muchos hombres, pues mejor que bajo los rasgos de una perfección infalible, se reconocerán en estos creyentes que saben lo que es haber carecido de fe, en esos fuertes que saben lo que es haberse visto vencidos. "Señor, sálvame". La gran oración que surge del fondo del alma. No es la de un sibarita que teme no poder gozar más. Ni el flojo, ni el sibarita, habrían abandonado la seguridad de la barca por la incertidumbre de las olas. Esta es la oración esencial del hombre: ansia de una fe total y adorante, petición desinteresada, como el Padrenuestro. Lo que explota en efecto en el grito de Pedro es el poder de alcanzar ser del Cristo místico, es esa fuerza profunda que liga la suerte de cada hombre a la del Cristo total, la oración y la salvación de aquellos que son del cuerpo místico total. Señor, en nuestra vida hemos orado ya mucho. Que un día podamos, tras haber luchado y combatido, después de haber dado el paso, decirte en verdad esas palabras. Entonces, nuestro corazón estará dispuesto, bajo la llamada de tu gracia, a convertirse en víctima. "Y en cuanto subieron a la barca, cesó el viento". 82 Así germina, en medio de la turbación, y de la prueba soportada por Dios, la paz que el mundo no puede dar ni quitar. Y el conocimiento de su miseria se hace alegría, pese a nacer previamente en la dura amargura. Y la sumisión al sacrificio se hace amor, tras engendrarse en la revuelta. Nadie que no haya tenido antes el valor y la fe de soportar el turbador peso de la cruz, conocerá la gozosa paz de la resurrección. "Los de la barca se postraron ante él, diciendo: —De verdad eres hijo de Dios". Sólo Pedro bajó de la barca: pero a cuanios estaban con él aprovechó su valor. Su fe se nutrió de la de Pedro. Así ocurre a menudo entre los hombres. No todos son capaces de la esforzada generosidad, plena de iniciativa, de Pedro. Es un auténtico triunfo el del temperamento espiritual que permite tales acciones heroicas. Generaciones enteras contribuyen a formarlo, oraciones continuas lo crean y protegen. Pero todos los hombres son capaces de montar juntos en la barca, de ser valientes juntos, de ser heroicos juntos. Cómo lo sabía Cristo, el día de la cena, cuando les pidió a su discípulos que fueran uno. Y los hombres hallarán en el ejemplo de los santos que nacerán en medio de ellos, 83 ante su presencia, la fuerza y la fe que les permitirán sobrepasarse a sí mismos. Pero quién hubiera dicho aquella tarde, junto a la orilla, al ver remar a Pedro con los demás, que luego haría lo que hizo. Muchos nunca harán lo que hizo Pedro, pues ya desde el principio no quieren hacer más que lo que hacen o harán los demás. Pues los obreros son pocos. LOS DISCÍPULOS DE EMAUS Los discípulos de Emaús son hombres que creyeron y que, porque creyeron, caminaban tristes, secretamente inconsolables y solos. El mundo no podría comprender su tristeza, ya que nunca ha esperado nada, ni ha vibrado con ningún ideal, feliz en su mediocridad, en la que se complace, sin deseos. Pasan aislados, solitarios, incomprendidos y bajan la cabeza bajo la carga de una inmensa decepción. Y el mundo que les ridiculiza vale menos que ellos. Porque ellos al menos esperaron, desearon algo y creyeron. ¿Qué creyeron exactamente? Que el reino de Dios iba a restablecerse, y por eso ahora están tristes, ante el desplome de su esperanza. Pero sobre todo creyeron en Jesús; es esta fe en Jesús, plenamente viva y vivificante, la que dio un espíritu a sus esperanzas, demasiado humanas, 85 84 pero que sin esa fe hubieran quedado adormecidas en el fondo de su corazón, como en el de tantos otros. Y porque su fe en Jesús sobrepasaba estas perspectivas de restauración material, porque iba por delante en el orden de sus creencias, siguen aún esperando secretamente, de una forma misteriosa, inexpresable, incluso después del fracaso definitivo y tras la ruina de todas las humanas ilusiones de que revistieron su fe. Pues, secretamente, siguen esperando. De otro modo, ¿hablarían aún de ese pasado que les ha defraudado, de aquel bello sueño que terminó en una cruz? Aquellos a quienes el espíritu maligno, con la desesperación en el alma, ha arrastrado a renegar de su pasado, ya no hablan, pues este recuerdo les quema o, si hablan de ello, es con rencor, con odio, odio contra el ideal a que sirvieron y amaron, odio contra sí mismos que se dejaron atrapar, un odio cuya especial amargura tiene ya cierto sabor de condenación. En los discípulos de Emaús no hay amargura: ciertamente su alma duda, no se identifica con el catastrófico encadenamiento de lo ocurrido, pero su espíritu permanece fiel. Ese Jesús al que siguieron, y que fue tan cruelmente desmentido por su muerte, de cara a la idea que se habían forjado sobre su misión, sigue siendo objeto de veneración para ellos, pues aunque ya no confiaban en él, porque de él esperaban la restauración de Israel, la esperaban porque confiaban en él. Si la idea que se hicieron 86 sobre la misión de Cristo era falsa, el apego que sentían hacia él era conforme a lo auténtico y trascendente de sus ideas; por eso aún les queda algo, por eso siguen viendo en Jesús un profeta poderoso en palabras y en hechos y no un impostor o un loco. Por eso, la prueba purificará su fe en vez de arruinarla o debilitarla. Este camino de Jerusalén a Emaús, de sesenta estadios de longitud, se parece mucho, Señor, al largo camino de nuestra vida. Como hace veinte siglos, tus discípulos entienden poco las cosas divinas. Tan a menudo siguen deformando en sus corazones tu enseñanza y la de tu iglesia. Tan a menudo continúan aún acariciando esperanzas quiméricas. En otros tiempos, aguardaban la restauración del reino de Israel y creían que les prometías esto; hoy dan por descontada una especie de paz, de reposo carnal o una exaltación demasiado humana, y por eso se decepcionan y van a menudo con la cabeza gacha y la mirada triste por el largo camino de la vida. Señor, todos nosotros somos torpes y estamos sucios, ¿cómo podríamos entender plenamente tu enseñanza en toda su hondura? Por mucho tiempo todavía, y pese a todas las advertencias, continuamos indudablemente prestándote nuestras ideas terrenas y bajas, y mucho tiempo aún seguiremos esperando de ti que realices nuestros humanos deseos... Haz al menos, Señor, que hasta en este período de incomprensión, posiblemente inevitable, 87 sea claramente a ti, y sólo a ti, & quien se aferré nuestra alma y no al bien que creemos, tal vez equivocadamente, que nos prometes y que te amemos por ti mismo y no por la supuesta conformidad de tu promesa con algunos de nuestros sueños. A fin de que en el día que llegue la cruz, inesperadamente, bajo una u otra forma, destrozando nuestras mezquinas concepciones, ofuscando por algún tiempo nuestro entendimiento, para que ese día te permanezcamos profundamente apegados, a pesar del aplastamiento de las humanas esperanzas y que posiblemente habíamos añadido o dispuesto en torno a nuestra fe en ti. A fin de que la cruz, si se ofusca nuestro entendimiento, si no alcanzamos a reconocernos en ella, no sea para lo profundo de nuestro espíritu ocasión de rebelión, de reniego o de odio contra ti. Y si el mundo se complace en ridiculizar nuestra tristeza y nuestras desilusiones, haznos comprender que nuestras esperanzas, incluso aquellas que son un poco demasiado humanas, valen más para ti que toda su incrédula prudencia, pues ellas al menos extraen su fuerza, si no su origen, de nuestro amor y nuestra confianza en ti; a fin de que el día en que nuestras ilusiones se disipen, no nos juzguemos con demasiada severidad ni demasiado agriamente. Pobres criaturas pecadoras y poco inteligentes, ¿podemos acceder a la verdad de algún otro modo que con todo un cortejo de ilusiones intelectuales y sentimenta88 les? Pero, qué importa todo eso, si es a ti claramente a quien amamos hondamente. Tú sabrás con las pruebas necesarias purificar progresivamente nuestro amor y nuestra esperanza. Pero las pruebas sólo pueden purificar a quienes en lo hondo de su alma sólo están apegados a ti. Es precisa esta disposición interior para que la prueba no sea principio de muerte. * * * "Insensatos, ¿no tenéis las escrituras?" Pues sí, las tienen y las leen todos los días, un poco como leemos nosotros el evangelio y escuchamos la enseñanza de la iglesia, es decir, sin prestarles demasiada atención, sin entender bien y creyendo comprenderlo todo; reencontraban en la escritura sus propios deseos y sus ideas; hacían de ella, sin saberlo ni quererlo seguramente, un íibro a su medida y la canonización de su limitado ideal. Todo era simple, no existía misterio; y si eventualmente algún texto tomado en su sentido literal parecía insinuar diferentes perspectivas, pronto una sutil alegoría, una glosa oportuna, y el escándalo quedaba atenuado o escamoteado, todo volvía al orden, es decir, a su orden, y todo se arreglaba, con la mejor fe del mundo. Leían sin parpadear, sin plantearse cuestión alguna, las extraordinarias profecías de Isaías sobre el sufrimiento del mesías y ni ellos, ni nadie en torno a ellos, comprendía. ¿Qué sería en efecto un texto por sí solo, 89 para nuestro espíritu sutil y limitado, sino un entretejido de incertidumbres y oscuridades, tanto más impenetrables cuanto que ni siquiera las sospechamos y creemos estar viendo claro? Hay ojos que no pueden ver; hay también oídos que no pueden oír; tú mismo tuviste experiencia de ello, Señor. Mándanos, Señor, una prueba; pues si uno puede acomodar a su manera una enseñanza y un relato, si puede leerse el evangelio sin detenerse en la cruz, es menos fácil cambiar el orden del mundo y esta cruz, de la que no hemos sabido reconocer el anuncio en los libros y en la enseñanza de la iglesia, se nos impone cierto día como un hecho. Por las pruebas, por los hechos, por la vida, nos harás comprender muchas cosas, Señor. Revelación en primer término negativa, por la que descubrimos que hasta hoy no hemos debido comprenderlo todo: y he aquí desvanecidas nuestras ilusiones; crujen las mezquinas concepciones, tan humanas, a cuya medida plegamos el mensaje cristiano, todos los estrechos marcos de nuestra forma de pensar, esos marcos en los que estábamos más cautivos de lo que podíamos pensar y dentro de los cuales encerrábamos, contemplábamos y reducíamos todo. Es el comienzo de la verdadera comprensión, pero esta labor no se realiza sin sufrimientos ni angustias. Los discípulos los conocieron en el camino que lleva al gran poblado de Emaús. Pero no toman partido sobre ellos; intentan reconocerse 90 en ellos, repasan sus recuerdos y ya que los he chos les han planteado una cuestión, sobre la que no saben qué pensar, van a hallarse en unas disposiciones de humildad y de ansia de la verdad que les harán capaces de recibir la enseñanza del mismo Dios. Enseñanza que no es nueva, que no aportará a su entendimiento ningún conocimento nuevo, pero que les hará ver todas las cosas, las mismas cosas, desde un punto de vista diferente. El desconocido que se íes unió en el camino no les habla más que de las escrituras, les cita sólo las escrituras, las que ellos conocen tan bien; pero ahora ven en ellas algo distinto. Y lo primero que vendrá a confirmar su fe es que ahora conocerán que su prueba estaba predicha. Esta vez, este fracaso no es ya el acontecimiento inesperado, inexplicable, que había de llegar mediante un desmentido clamoroso a descubrir el error y la falsedad de la misma palabra de Dios; todo ello estaba anunciado. La brutalidad de los hechos había disipado las ilusiones inconscientemente apuntadas en torno a las palabras proféticas y les había preparado a comprender su verdadero sentido; es ahora la escritura la que, mejor comprendida, va a dotar de sentido a la prueba, en principio desconcertante: "Era preciso que el hijo del hombre sufriera estas cosas para, después, entrar en su gloria". Señor, bendito seas por no habernos ahorrado las pruebas. Sin ellas, ¿no seguiríamos a me91 nudo prisioneros de nuestras pequeñas ilusiones, tan cerradas? Pero bendito seas también por habernos predicho también todas esas cosas. Si los hombres pudieran entenderte y escuchar a tu iglesia, si no colaboraran a menudo, por una pusilanimidad totalmente humana, a ocultarse el hecho de la cruz, no estarían tan desamparados cuando les llegara la prueba; recordarían que sus dificultades, sus turbaciones, sus dudas, todo ello estaba predicho y, recordándolo, darían gracias. * * * Y los discípulos escuchan, subyugados por este desconocido al que poco antes acogieron duramente. Y, como en lo hondo de su alma permanecieron siempre fieles, sus palabras despiertan en ellos ecos misteriosos. Se afianza su fe y la cruz deja de ser un escándalo. "¿No era preciso que Cristo sufriera estas cosas para luego entrar en su gloria?" Pero esta adhesión a las verdades superiores que se les descubren entonces en la escritura no constituye la última etapa de su ascensión espiritual. Sin duda creen ya que, más allá de la muerte, Cristo sigue vivo; Dios quiere darles una evidencia más completa, una evidencia de hecho, y el Señor, al que ahora están preparados a reconocer, se les manifiesta como resucitado. Por breve y fugaz que fuera, esta manifestación da a su fe, iluminada ya por el entendimiento de la escritura, una especie de posesión más real, más 92 inmediata, de las verdades que ya conocían, el apoyo de un hecho. Le da también un gran poder de irradiación. Se levantan sobre la marcha y, a través de la noche oscura, corren a aportar la buena noticia a sus hermanos. Y después, muchos otros cristianos, de todas las épocas del mundo, han tenido la misma misión. Así, Señor, confirmas a menudo la fe de los tuyos. No siempre con grandes manifestaciones, sino sirviéndote de la buena voluntad de algunos de tus servidores, nuevos discípulos de Emaús. En todos los tiempos se encuentran hombres así. Posiblemente no sean mejores que los otros, posiblemente incluso en su juventud mezclaron a una fe sincera ciertas ilusiones humanas, pero se mantuvieron firmes en la prueba; su fe y su esperanza sobrevivieron a la ruina de sus ilusiones, mostrando así que esa fe y esa esperanza extraían su vigor de ti mismo, Señor. Tú socorriste su angustia muda, descubriéndoles la escritura; al fin comprendieron el hondo sentido de su prueba y el misterio de tu gloria. Y esta dócil comprensión, esta sumisión a tu enseñanza les condujo cierto día a recibir una de esas gracias de luz que transforman toda una vida. A veces brota como un relámpago. Otras veces se hace tan discreta que sólo sus potentes efectos revelan su existencia. Nunca se da más que a los hombres bien preparados, pues sólo ellos pueden aprovecharla; gracia que en cierto sentido no 93 es más que la coronación de un trabajo anterior, gracia de certeza pacificadora, de visión recta, de inmediata captación del objeto de la fe, conocido desde hace tiempo y entonces auténticamente vivido. Parece a veces que estos hombres son los únicos capaces de comprender bien la escritura y las enseñanzas de tu iglesia; y no es que su conocimiento intelectual sea más rico o más hondo, ni que su fe sea de distinta naturaleza o más total, sino porque todas las palabras sagradas adquieren en su boca un acento de un realismo singular. La realidad cristiana a la que entregan su fe todos los creyentes parece, en ellos y sólo para ellos, tener una realidad concreta. Parecen moverse en el mundo sobrenatural como en un universo conocido. Pueden volverse entonces hacia sus hermanos esos hombres, verdaderos místicos, y decirles con un acento que sólo puede dar la experiencia: "Sí, es verdad". Esa es la misión de los santos, pequeños y grandes, oscuros o célebres. Sus privilegiadas experiencias son en cierta medida los testigos de la vida contenida en la doctrina, aunque sea la doctrina la que hace posibles sus experiencias. Son ellos los que elevan en cada época el potencial espiritual de la iglesia, testigos y a la vez manifestaciones de la continua actividad del espíritu, pues pueden repetir con toda verdad, con san Juan: "Lo que fue desde el principio, lo que nosotros oímos, lo que vimos con nuestros ojos 94 y lo que tocaron nuestras manos del verbo de vida —pues la vida se manifestó y la vimos y rendimos testimonio de ella y os anunciamos la vida eterna que estaba en el seno del Padre y que se nos manifestó— lo que vimos y oímos, os lo anunciamos, a fin de que vosotros también estéis en comunión con nosotros y para que lo estemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os decimos estas cosas para que vuestra alegría sea total". Señor, es claramente voluntad tuya que seamos de esas almas ocultas y luminosas que el mundo ignora y que tus fieles buscan. Haznos aceptar y desear esa misión, a pesar de todo lo que su preparación supone de renuncias crucificantes. Esta oración nos atrevemos a hacértela, pese a nuestra pobreza y nuestra flojedad, pues tú eres nuestra única esperanza. Dígnate hacernos comulgar con la terrible soledad de tu cruz, plantada bajo un cielo oscurecido, para que un día nos manifiestes la gloria de tu resurrección y para que algún día, desde aquí abajo, te conozcamos tal como eres, sin que nuestros nervios, nuestro corazón, nuestra imaginación o nuestros pensamientos te cubran con su sombra, como con un nuevo sepulcro. 95 Terminará un día, cuando el árbol ya mayor sobrepase la moviente cima del bosque, cuando el hombre, habiendo vivido y vivido mucho, domine la sociedad circundante y conozca, en la aspereza de la lucha, solitaria, qué es la fe, enfrentado al mundo y sus seducciones, como la cruz levantada sobre el Gólgota. * LAS ANGUSTIAS DE LA FE Nace el niño y su madre, al darle la vida, le lega también su fe. En sus primeros años va a crecer totalmente impregnado de la fe familiar. Y su primera comunión brilla en su recuerdo humano como un vértice de pura y dulce fe virginal. Nunca aún ha venido la duda a empañar el candor de su alma. ¿Sabe bien lo que es creer, si aún no sabe de qué se puede dudar? Felices años, numerosos a menudo, en los que la pequeña planta se hace arbusto al abrigo del viento y de la tempestad. Felices años, bien llenos de luchas sin embargo, en los que el arbusto adquiere fuerza y vida, en los que el alma, plenamente ocupada en otros crecimientos, no sabe lo que es crecer en la fe. 96 * * No es a pleno día y con bandera desplegada como viene el tentador a minar nuestra fe. Pone más miramientos y jamás dice su nombre. No es en plena lucha como quiere apoderarse de la plaza, como ocurre en otras situaciones. Su táctica es la del minero que excava en la capa traidora, la del enemigo que se infiltra ocultándose. Cuando se desvela, es ya con la insolencia del vencedor. Y el hombre ya no sabe cuándo empezó a dudar, como no sabe cuándo empezó a creer. Primero son algunas ideas flotantes que pasan pronto, como una nube que es signo precursor de la tempestad. Los pájaros se callan y se ocultan. Los hombres se sobresaltan y se inquietan. Ha comenzado la lucha, aunque ellos lo ignoren. El aventador aventa ya su trigo y la paja vuela a pleno viento. Muchos se asustan ya y huyen. Muchos no se atreven a mirar de frente estas dificultades que les turban. Y para no ver precisarse sus dudas, ni se atreven ya a levantar 97 sus ojos hacia lo que creen. En seguida vienen a pensar sobre su fe con un respeto formal que tiene más de miedo temeroso que de amor. Pronto la rodean de un irrealismo que es el fruto oculto de un escepticismo que aún se ignora. Satanás es ya vencedor, antes incluso de entrar en liza. ¿Para que iba a impulsar más a fondo su asalto? Esos hombres no merecen la pena. Están más muertos que vivos. Que reposen en paz, de ahora en adelante, si pueden. Cristo, cuando pase junto a ellos, pasará como una sombra. Si les llama, su voz carecerá de resonancia, como en los sueños. Y la paja vuela al viento y se refugia en lugares retirados, a los que no alcanza su soplo. Pero el grano permanece en el fondo del aventador y sólo Dios sabe cómo es sacudido. Primero se da un gesto de negación. Uno no quiere ser tentado en su fe; todo un pasado de abnegación y de generosidad protesta contra esta profanación. Rehusa uno creer en ello y querría olvidar. Esfuerzo inútil. Nunca, amigo mío, tendrás ya la fe de tu infancia, pues ya no volverás a ser un niño como antes. Te corresponde una fe viril y en primer lugar el combate que te la dará. Puedes ahuyentar tu duda de la memoria, volverá más insolente aún. Puedes limpiar el interior de la casa, él volverá con siete demonios más emprendedores aún que él. Ese día, cuando el hombre ha adquirido conciencia del grano que ha sido arrojado en su te98 rreno, comprende como por instinto que va a ser impulsado en adelante por una fuerza, hacia otros destinos. ¿Cuáles, Señor? * * * Y la duda se desarrolla. No se la ve crecer todos los días, sino sólo por momentos, y prolongados períodos de calma espacian aquéllos en los que se manifiesta ásperamente. Una red se establece en el alma, larga y sutil como las raíces de la grama. Es un árbol frondoso, cuyas hojas tendrán algún día todo el espíritu bajo su sombra. Y el hombre ve crecer el mal en él, como el siniestrado ve subir el agua en su casa y devastarlo todo, lenta y metódicamente. Quiere luchar contra esta gangrena y las armas que maneja, una tras otra, se quiebran en sus manos. Se hace humilde, humilde como un estúpido que no pudiera pensar y su humildad forzada le parece una quimera y, algo peor aún, una hipocresía que rechaza fuertemente. Su pasado le ha mostrado el horror de las falsas escapatorias. Entonces se lanza contra el enemigo, estudia, ahonda su fe, va a buscar nuevas luces en los libros, la explicación de sus dificultades y la solución de sus dudas. Triunfa a veces, pero sólo por algún tiempo, como si el enemigo realizara un retroceso estratégico para a continuación avanzar mejor. Se rompe la ola de nuevo, envolvien99 do a los libros y a sus autores, a las conversaciones y a los amigos en el mismo descrédito, como si sólo fueran un espejismo. Amigo mío, tú que en otros tiempos odiabas las fórmulas hueras, piensa ahora que todo es puro verbalismo. Entonces, el hombre se lanza a la acción; piensa encontrar en ella, al menos, un refugio contra los pensamientos que le perseguían. Ser bueno con los demás, cómo apacigua en tales tempestades. Cuidar la miseria de los otros es el mejor remedio para olvidar la propia. De acuerdo, pero, Señor, tú me formaste antaño un espíritu pleno de lógica; me mostraste la íntima cohesión que hay que establecer, y reforzar incesantemente, entre lo que se piensa, lo que se cree y lo que se hace. En nombre de esta lógica, la actitud que produce los santos que no pueden entregarse a una obra más que con todas las dudas y turbaciones que les minan, resulta completamente ilógica. Y, se quiera o no, el ardor decae rápidamente como todo lo que es ficticio y no tarda el veneno en invadir el recinto secreto de donde brota el entusiasmo y el ímpetu. Se reseca como un árbol maldito y su vivacidad se pierde como en un ánfora invertida. Y la duda se desarrolla. Fue primero una simple objeción; ahora se cuestiona todo. Antes era un detalle dogmático, una pequeña cuestión histórica; ahora eres tú, Señor, es hacia ti al que mi espíritu, movido por una fuerza implacable, se vuelve, para escrutarte. 100 Quién me hubiera dicho esto, en otros tiempos, que llegaría a dudar de ti. De ti, por quien entregué mi vida sin regateos. Primero fue un simple pensamiento que carecía verdaderamente de consecuencias, casi como una duda puramente especulativa. Ahora siento atrapado mi corazón y mi devoción desciende. Siento aversión por todo lo que se refiere a ti, Jesús, yo que en otro tiempo te amé tanto. ¿Y mañana? * * * Y yerra el hombre en torno a su pasado, como Magdalena, en la construcción vacía. Ya no se reconoce. No puede sacar partido de su transformación. Conoce tan poco el nombre del que ahora le constriñe. Es tan flexible y huidizo. Ha interpuesto tan bien sus huellas sobre los pasos del hombre; y éste se da cuenta de lo que era antes y que ya no es, sin poder explicar cómo ha ocurrido todo aquello. Se da como una discontinuidad entre su pasado y su presente, una ruptura, un agujero negro. Su pasado no está ya allí para alimentar su presente, que se mantiene en el aire, estúpidamente. Se siente él mismo un estúpido al lado de aquéllos cuyo presente dormita sobre un pasado dormido. Estúpido junto a las vidas paganas a las que la llamada de Cristo no llegó a turbar, a las que la tierra, maternalmente, alimenta y hace dichosas. Estúpido frente a todos. 101 Y la gran soledad que un día rodeó en su amplio y negro manto a Cristo y a Judas, al inocente y al pecador, le constriñe a él también. Antes no se daba cuenta de que durante toda SÜ infancia vivió en la sociedad visible de la iglesia y en la invisible de todos los santos que, desde el origen del cristianismo, han sido de Cristo. Nunca supo lo que era estar solo, sin apoyo, sin hermanos que comulgan en un mismo ideal y una misma vida. El niño no aprecia la ternura de su madre más que cuando ésta no está ya junto a él. Pero ahora eres un extraño, en medio de todos aquellos que antes eran como tú. Eres un extraño, cuando antes fuiste un amigo. Ve ahora, como Caín, de un país a otro. Busca la paz de que careces, un corazón que te escuche, un amigo que te comprenda. Sólo encontrarás cómplices que querrán explotarte y un odio compartido no crea nunca el amor. Los demás tendrán más miedo de ti que compasión por tu miserable estado. Te huirán como del perro, al que es preciso ahuyentar por miedo de que muerda. Intenta ahora distraerte de esta pesadilla. Intenta rehacer una vida nueva. La propia naturaleza huirá de ti. Contempla su gigantesca impasibilidad; mira su alegría descaradamente feliz, que te muestra implacable y que ahoga los gritos de los débiles a los que mata. Intenta, pues, 102 encontrar en ella una armonía para tu corazón, una nueva razón para seguir viviendo, una nueva fe que te anime. Será en vano. Eso está bien para los paganos. Y Judas, la tarde siguiente a aquella en que vio a Cristo en la cruz, se colgó. Y el tentador prosigue su juego, opresor, implacable. Levanta ante el hombre espejismos que fascinan. Le rodea por todas partes. Le domina como un aliado invisible. ¿Cómo luchar? Utiliza los mismos pensamientos del hombre, corrompiéndolos. De sus propios deseos hace cálices de amargura. Está dentro de su espíritu. Habla por su boca. ¿Cómo reconocerse en todo esto? La víspera de la pascua, aquel que desde hace tres años entregó al mundo su tiempo y su esfuerzo, que le enseñó a llamar a Dios su Padre, entre blasfemias de los que le rodeaban, gritó en su patíbulo: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" * * * Y la noche cubrió la tierra por tercera vez. Ya no eran las coléricas tinieblas que la sepultaron desde la hora sexta a la novena como si fuera el fin del mundo y su condenación. Tampoco era la extraña y vacía noche que se volvió a cerrar al siguiente día tras de unos pocos discípulos después de que le sepultaron. 103 Era una noche calmada, plena, como la primera noche que dio a luz al mundo y de la que brotó la luz. Una noche maternal que velaba por los hombres, como lo haría junto a una cuna. Y Magdalena, ya en camino, inconsolable en su dolor, recibió su bendición. Ya no prorrumpía en sollozos que en sí mismos encuentran su exasperación. Tampoco se trataba de la paz que sigue a los grandes sacudimientos, esa reacción del organismo que quiere seguir viviendo y para ello olvida. Era una pena honda, pero dulce, un sufrimiento mudo, extrañamente mudo. Ayer aún no podía dejar de pensar; los recuerdos de antaño le oprimían sin cesar, como vanas esperanzas o locas imaginaciones. Todo ello daba vueltas en su espíritu. Primero, era una cadencia lenta, como una orquesta que empieza a sonar y cada objeción se levantaba cuando le llegaba el momento. Luego, el ritmo se aceleró, las ideas se encabalgaban unas sobre otras, las dudas se masificaban: todas clamaban juntas; un inmenso clamor, un hierro al rojo que traspasa el alma y un pérfido puñal no habrían logrado causar este dolor vivo, crispante, indescriptible como una contracción y una convulsión de todos los nervios del cuerpo. Luego el hombre quedaba aniquilado, conocía entonces la oscura paz de Satanás, aquella calma en la que Judas se ahorcó. Ahora María va al sepulcro, vacío el espíritu de todo aquel ruido. Aunque quisiera, no podría evocar de nuevo la danza infernal de la víspera 104 y las ideas que la perseguían se quedan convertidas en sombra sin vida, en formas inertes que se van disipando. No es que María las haya rechazado con una fuerte lucha, mediante la razón vigorosa y potente. Son ellas las que se han desecado como si algo se hubiera retirado de ellas. En esta hora, María aún las reconoce y sopesa el riesgo que ha corrido su fe. Pero el fascinante espejismo se ha desvanecido y la hora de la angustia ha pasado. Si María llora aún, ya no desespera. Y el espíritu de María se encuentra en las tinieblas silenciosas y refrescantes como la noche que oculta todavía el camino. Dulce y tiernamente, se alza el alba por el oriente y vuelve a hacer revivir todo lo que toca. Se despierta rejuvenecida la tierra, mejor aún resucitada. Oh dulzura de la mañana de resurrección, aún penetras el corazón del cristiano. María llora amorosamente junto al sepulcro vacío. Lágrimas de amor, y no ya sollozos amargos e indignados que nacen de la fe muerta y de la esperanza desarraigada. Lágrimas de amor y en seguida una sola palabra dicha tras de ti, sin que tú le toques, hará estallar de júbilo tu alma: "¡María! —¡Mi Señor!". Tú no empiezas a creer de nuevo, María, pues siempre has creído. Y en el peor momento de la zarabanda que pisoteaba tu espíritu demoníacamente, era por tu fe y tu amor por lo que se producían aquellos excesos. Tu fe y tu amor eran la razón de aquellos gritos; y la herida que 105 traspasaba tu alma, las convulsiones que la contraían eran la última resistencia de una esperanza que no se rinde. Cuántos, después que tú, tendrán que pasar por esta puerta estrecha. María, tú eres la protectora de los hombres generosos que conocen las tinieblas de las angustias de la fe y sus desgarramientos. Recuérdalo. Y después de las tinieblas del sepulcro, conocerán el amanecer dulce y el día ardoroso: "Hija mía, ve a mis hermanos y diles: Yo me voy hacia mi Padre y vuestro Padre, hacia mi Dios y vuestro Dios". ¿COMO REZAR? Dos hombres subieron al templo a rezar (Le 18, 10). Ambos suben a rezar, fariseo y publicano, pero sólo uno de ellos bajará purificado. ¿Para qué sube el fariseo? Orgullo, ostentación, pero no sólo eso. En todo caso, no lo sabe y no puede saberlo. Se rebelaría de buena fe, no podría entender al que viniera a decirle: "La oración que tú meditas no va a ser agradable a Dios". ¿Por qué, acaso no va a darle gracias? ¿No ha tenido, para ir a rezar, que arrancarse meritoriamente de la tranquilidad de su casa? Dios mío, ¿somos en verdad tan desdichados que podemos engañarnos y extraviarnos hasta en nuestra oración? 106 107 Si se le hubieran explicado bien las cosas al fariseo, en su temprana juventud, ¿se hallaría ahora donde se halla, bloqueado en su vida interior, fijado en una actitud estéril y ridicula, pecando o, en todo caso, amontonando entre Dios y él obstáculos, en el mismo momento en que cree y quiere honrarle? Señor, cuando veo la esterilidad de mi vida, la ineficacia de mis oraciones, no puedo dejar de pensar que muchas cosas me paralizan y fallan en mí y que rezo mal, yo también, fariseo y tal vez sin saberlo. Buenos deseos hechos vanos, sacrificios, esfuerzos inútiles, oraciones caídas en el vacío, como las del miserable fariseo. Innumerables oraciones del fariseo que sube al templo todos los días, que ayuna y paga el diezmo, pero al que Dios no mira porque reza mal. Resulta excesivamente simplista ver un bribón, un hipócrita y sólo eso en este hombre. Sin duda es uno de los más honrados de su tiempo, fiel guardián de las divinas tradiciones, y su pecado es interior, apenas consciente- sin duda y posiblemente apenas personal; reza como ha visto rezar en torno a él, en su medio. Y también yo rezo mal; la esterilidad de mi vida lo atestigua. He nacido en un mundo pecador y mentiroso, y en él respiro embustes e 108 ilusiones colectivas, sin saberlo. Yo mismo soy mentiroso. Pero, hasta qué punto, lo ignoro. ¿Y cuál es la mentira y la ilusión que me paralizan? ¿Dónde brotan sus ramas? ¿En mi oración, en la que me ofrezco sin reserva, pero en la que, secreta e inconscientemente, soy reticente? ¿En la desvirtuada concepción que me hago, incluso sin culpa, de tus deseos sobre mí? ¿En el arranque de mi generosidad, en la que me busco a mí mismo creyendo buscarte a ti? ¿En mi ansia de despojamiento hacia la que me siento atraído, sin saberlo, por un deseo de seguridad? ¿En mi mismo amor, Señor? El enemigo ha tomado tu figura. Se pasa sembrando de fantasmas mi vida y, cuando al fin éstos se desvanecen, me dejan tan fatigado, tan envejecido. Pronto moriré. Todo me resulta asechanza y escándalo. ¿Cómo guiarme si siempre hay al menos dos actitudes contrarias a mantener, si se trata de ser dulce sin ser flojo, fuerte sin ser brutal, desapegado sin ser indiferente, apasionado sin dejarse llevar del amor propio, olvidado de sí sin olvidar que Dios nos ama y que necesita de nosotros, amando a Dios como a una persona, pero sin hacer inconscientemente de él un hombre como nosotros? 109 Me he ocupado mucho, como los demás, en hacer unas distinciones, en señalar un pasillo entre los escollos; y esto no era totalmente vano. Si no me equivocaba, era siempre una primera aproximación que me ayudaba a vivir mejor. Pero en la experiencia concreta no hay nada simple, las cosas mejores y más verdaderas despiertan impuras resonancias. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y en lo que me esteriliza, no llego ya a distinguir —aunque sea verdaderamente distinto— lo que proviene de mis faltas actuales, lo que proviene de mis faltas pasadas o de las de aquellos que me precedieron. ¿Quién me sacará de este mundo y del pecado universal? * * * He intentado mi liberación buscándola en el silencio interior, pero no la he encontrado en él. Para no mentir más y no equivocarme, pensé en callarme, en rechazar en mi oración todo pensamiento expreso, en oír tu voz. Para no desear ya nada impuro, incluso a mi pesar, he intentado detener a mi corazón; pero nada he podido y el medio silencio que he logrado ha permanecido estéril, vacío de ti. Y no he ahogado al enemigo incansable, pues para que dejara de existir no bastaba con rechazar el pensar en él. Estaba demasiado metido en mi vida, respiraba en mi más pequeño aliento, 110 vivía en cada latido de mi corazón y he llegado a saber que no podré matarle, sin matarme a mí mismo. Esperaba tanto de las ayudas humanas. ¿Quién podrá descubrir en mí lo que me falta o lo que va mal y después hacérmelo comprender? ¿Quién podría hacerlo lo bastante a tiempo para que no me endurezca antes hasta volverme incapaz de cambiar de actitud? ¿Quién me enseñará a rezar? Las ayudas humanas no son irrisorias y me han ayudado de verdad. No en vano desde hace diecinueve siglos acumula sus experiencias la humanidad cristiana. Pero esta experiencia es aún tierna; aún está en curso de elaboración y constitución. Tal como es, hace falta tiempo para conocerla, más aún para comprenderla y mi vida pasa tan rápidamente... En esa experiencia, como en la mía propia, hastayentre los mejores, la paja, y a veces la cizaña, está frecuentemente mezclada con el buen grano. Entonces he pensado que nuestra vida es en verdad una vida trágica, esta vida que acaba tan pronto, que es tan corta y en la que nunca llega uno a purificarse de la ilusión ridicula. Es para mí un pensamiento muy amargo, pero he pensado que tú, que consuelas de tantas cosas, me consolarás de ésta. No es la tristeza de este mal 111 más que la misma que tú sentiste en Getsemaní, el mal que procede del pecado del hombre como consecuencia del mal uso de su libertad, ese mal que tienes que tolerar y respetar, hasta en sus excesos, ya que al hacernos hombres libres aceptaste de antemano tal posibilidad; el mal, el fallo de los hombres por el que tantas verdades útiles para la vida y la oración están aún sin descubrir, sin abrirse paso, desconocidas o poco conocidas; y el mundo pesa con sus mentiras y sus prejuicios, y siendo inexorable tu justicia en su sumisión al hecho, tu justicia ante la que ninguno de mis fallos caen en el olvido, todo ello espesa, más de lo que nunca pude pensar, la venda que tengo sobre mis ojos. Señor, no he querido dejarme paralizar por tales pensamientos: también he pensado que sería preciso recomenzar a menudo estas trágicas experiencias, trágicas porque consumen mi vida poco a poco, ya que por ellas alcanzo a arrancarme un poco del mal y de la ilusión y yo recomenzaría. ¿No es lo mejor que podía hacer? Y por ello, tras de mí, habría un poco más de verdad espiritual en el mundo. Pero qué vida para mí. He recordado también —y he creído por un momento volver a encontrar en ello la esperanza— las maravillosas promesas de tu evangelio: la posibilidad, mediante una fe viva, mediante un amor recto, de superar todos los obstáculos, el pecado del mundo, los míos propios, mis de112 bilidades y deficiencias; la posibilidad de apropiarme personalmente del don gratuito que hiciste a la humanidad de la salvación. Por ello, pensé, mediante el puro impulso de mi amor, escapar a todo, a todas las contingencias y abrirme a la acción divina como el enfermo se expone al sol. Conocemos nuestra debilidad, me digo, creemos en ella incluso cuando no la conocemos por experiencia o de un modo preciso, renovamos dentro de esta fe una humildad, un sentido del pecado que alimentará nuestra oración y esta vez de acuerdo con la verdad. Sabemos de nuestro mal, lo que el fariseo no sabía. Pues si el cuerpo y nuestros hábitos siguen siendo esclavos del pecado y están paralizados por él, al menos en la cima del alma el amor es libre, puro y nuestra fe alcanza a Dios. Refugiémonos en esta fe, en el esfuerzo del amor, y de esta tensión brotará la chispa divina que nos purificará completamente. * * * Bueno, aún no me conocía lo miserable que soy. Una buena voluntad heroica, pensaba, un amor intenso y una humildad absoluta me elevarían por encima de mí mismo y tú me darías ocasión y posibilidades de curarme ...Pero no soy un héroe y amo poco. Y lo que es más terrible es que he reconocido que aunque fuera un héroe esto no serviría de nada, pues hasta en la humildad, hasta en 113 ese impulso de fe que haría mío y que pretendería que estuviera puro de toda otra cosa que no fuera él, hasta en el esfuerzo de mi corazón se desliza aún el enemigo y no puedo huir de él. Nada mío puede alcanzarte. Por fin, esta vez he elevado hacia ti una oración nueva. Señor, ese don gratuito que me ofreces, si no hicieras más que ofrecérmelo, me sería imposible apropiármelo por mí mismo. Posiblemente, no lo sé, un solo acto de amor auténticamente puro me permitiría entrar en contacto contigo, y entonces sin duda tu poderosa venida me purificaría totalmente. Pero en mí, nacido de un mundo pecador, nada hay perfectamente puro, nada ciertamente digno de ti; por mí mismo no puedo acceder a la pureza que me purificaría. A menudo, mis torpes esfuerzos han estrechado más aún en torno a mí los lazos, como le sucede a un animal cogido en la trampa, y si intentaba callarme, todo mi ser se desvanecía. Ahora espero sólo en tu gracia. Antes, sin saberlo, pensé que por mí mismo podría apoderarme de tu sobrenatural don, presentado gratuitamente, como un enfermo que, por propio impulso, abre totalmente sus ventanas al sol; pero ahora veo que esta iniciativa no puede ser eficaz más que si tú estás ya en ella. Es pre114 ciso que haya en mí algo que esté en mí sin ser mío, ni de este mundo a que pertenezco, y que además esté en mí sin ser para mí. Nada hay en mí ciertamente que no lo haya recibido de ti, pero hay dones que dejan pronto de serlo, convertidos en propiedad de aquel que un día los recibió, que se sirve de ellos a su antojo y han sido ya desprendidos de su autor, pues, en cierto modo, existen fuera de él y de la intención con que los concedió; se han hecho tan totalmente míos que los uso como un regalo, sin preocuparme de su autor y puedo incluso volverlos contra éste y corromperlos; en mis manos se han convertido en cosas; y como la lluvia caída sobre la tierra se ensucia en contacto con el polvo y pronto se estanca ennegrecida y enlodada, ella, que fue en su origen totalmente pura, así he corrompido yo tus dones. De ese modo, ya sólo tu gracia puede salvarme. Nacida límpida, la fuente de agua viva corre límpida y purifica. Está en mí, fuente brotante de agua viva y siempre pura, agua pura que llama al Padre. Es el agua viva y por tanto incorruptible. No es un tesoro puesto a mi disposición y que lo exploto más o menos felizmente y solo. Es en mí, iniciativa viva, un compañero al que puedo reducir a la impotencia, pero que él sólo obtiene para mí todos tus demás dones y del que la acción extrae justamente su eficacia, por no estar enraizado en mí. 115 Es el don por esencia, pues sólo existe como don, inseparable de quien lo entrega, siempre entregado, jamás alienado por quien lo da, nunca poseído por quien lo recibe, aunque este don le beatifique: lo mismo que una persona que se da. Ese don eres tú, es tu vida en mí. Señor, por miserable que yo sea, totalmente impuro, tú habitas en mí. Es tu oración en mí, es tu iniciativa viva y personal la que constituirá mi seguridad. Eres en mí mi oración. En otros tiempos, pensando un poco sin saberlo y de un modo muy sumario que mi santificación era toda obra mía, qué solo me he sentido frente a todo. Y ante las maravillosas perspectivas que se me han descubierto, en la meditación de las inmensas posibilidades de santificación y de acción que me presentabas, yo era como un niño que sabe de países maravillosos, pero que ignora cómo llegar a ellos. "Jesús ha hecho su parte generosamente, me decía a mí mismo, mira lo que te ha preparado, contempla los beneficios que su redención adquirió para ti y escucha los consejos que te dio. Y ahora, de tu lado, realiza tu parte, generosamente también tú. De ti sólo depende ahora acceder al reino que te ha preparado". No, no estoy solo frente a todo con mi pobre y vacilante habilidad. No estoy ya solo frente a ti con mi amor balbuciente y que equivoca su dirección, tú no sólo penetras hasta lo más íntimo de mi alma, estás; tú mismo formas mi amor de tu vida siempre viva. Extraña proximidad y colaboración, tan apropiada para la floración del amor, ya que está incomparablemente próxima, yendo, pero sin llegar a él hasta el punto en que, dejando de ser yo mismo en ti una persona, dejaría de poder amarte. De ti sólo..., qué triste y angustiosa es esta palabra. Y me gustaba pensar en el amor siempre actual, por el que quieres esos beneficios para nosotros. ¿Por qué me sentía yo tan solo? Y ya no podía rezar como antes. 116 117 "María Magdalena fue al sepulcro". Todavía es de noche, demasiado pronto por tanto para poder embalsamar a Jesús, pero María no puede quedarse en su casa. ¿Qué va a hacer en ella completamente sola? Por lo menos puede ir a llorar junto a él. EL DESCUBRIMIENTO DEL GRAN MILAGRO En el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra del sepulcro. Corrió entonces a ver a Simón Pedro y al otro discípulo, el que tanto quería Jesús, y les dijo: —Han quitado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron entonces Pedro y el otro discípulo y fueron al sepulcro. Corrían los dos a la vez: y el otro discípulo corrió más de prisa que Pedro, llegó primero al sepulcro y, asomándose, vio las vendas caídas, aunque no entró. Llegó luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vio las vendas caídas, y el sudario que tenía alrededor de la cabeza; no junto con las vendas, sino aparte, plegado en otro sitio. Entonces entró también el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro, y vio y creyó (Jn 20, 1-8). 118 María es el modelo de esos hombres que han mostrado claramente que Jesús lo era todo para ellos. No pueden hallar ya reposo ni vida posible fuera de él, lejos de él. Y nunca podrán entonces volver a quedarse en casa. Toma así nuestra vida, Señor, y nunca te perderemos. Hay días en que el hombre no te encuentra ni en su oración, ni en su acción, ni siquiera en su corazón. Concédenos comprender que si te perdemos, está todo perdido. Para que nuestro corazón, afrontando lo imposible, no admita tregua hasta encontrarte y no se vuelva descuidado y extraño a todo. Si Jesús ha muerto, ¿qué va a hacer ella en la tierra? ¿Volver a la vida de antes? Ridículo. Señor, no dejes esta angustia sin respuesta. Toma tú solo nuestros corazones, ya que sólo tú tienes derecho a ellos, tú el resucitado, vivo ya para siempre. María creía en verdad que Jesús estaba muerto y que todo había terminado para siempre. Ante lo irreparable, no quiere resignarse y por eso parte en plena noche. Bendito seas, Señor. 119 ¿Qué va a hacer junto a la ha terminado? Esta noche nada ya pesa para siempre, sobre el otro tiempo, una losa que nadie tumba si todo puede hacer y bienamado de moverá. ¿Para qué va junto a la tumba? ¿No sabe que todo ha terminado? ¿Necesita, para convencerse, ver la enorme piedra y todo aquel conjunto silencioso e inmóvil? ¿Para qué reavivar su dolor en un contacto tangible con lo que ya no existe? ¿No será mejor olvidar? Pero el amor desconoce el olvido y prefiere el sufrimiento del recuerdo. "Vio que la piedra había sido quitada". Luego, ya ni siquiera podrá llorar en paz junto a él el pasado. Sólo le quedará un recuerdo profano. Sin duda, los hombres que lo mataron, lo deshonran lejos de ella. A aquel al que amó y por el que lo dejó todo. No sabe lo que han hecho con él, pero duda: ellos han llegado a ser omnipotentes frente a él y lo odian tanto... Señor, el hombre que cree haberte perdido, cuando le oprime la duda, sí, hasta él más amante, adivina claramente lo que los hombres hacen de ti. En adelante, pase lo que pase, la única imagen que puede evocar de ti es la de un Jesús burlado, empequeñecido. Señor, ¿cuándo vendrás a ahuyentar todos 120 los fantasmas por la irradiación de tu cuerpo glorificado? "Corrió entonces a ver a Simón Pedro". Dichosa tú, María, porque pensaste, en aquel momento, en que tenías hermanos. Nunca hay que quedarse solo. Sin embargo, si ellos de verdad se lo han llevado, ni Simón Pedro ni Juan podrán hacer nada. Lo hecho, hecho está, y de un modo cada vez más irremediable. Y, además, Pedro y Juan están en su casa. ¿Qué va a decirles, si parece que no dudan de nada y que no se preocupan por nada? ¿No le tomarán por una chiflada? El dolor inconsolable y la inquietud parecen, a quienes no los sienten, un reproche tan fastidioso. No es un regalo apropiado un dolor inconsolable: haciéndolo compartir, aumenta. Dichosa tú, María, sin embargo, por haber acudido a tus hermanos. Y esta primera andadura que te arranca del sepulcro, en adelante vacío, para ir hacia ellos, es ya, sin que tú lo sepas, el principio de la esperanza. Porque la desesperación aisla. Vas hacia ellos en plena noche, sin temor a importunarles o molestarles a aquella hora, pues sabes que su vida estaba plenamente entregada a Jesús; ¿no lo habían dejado acaso todo por seguirle? La fraternidad santa, familiar y libre de los hombres poseídos totalmente de un mismo amor: sólo ellos la conocen. Señor, danos herma121 nos así, haznos capaces de tenerlos: uno no puede apoyarse seguramente más que en un hombre con quien lo comparte todo. "Salieron entonces Pedro y el otro discípulo". Otros hubieran tomado las palabras de Magdalena por un cuento tonto, por el producto de una imaginación enferma, bueno, todo lo más para asustar o dar pena. Pero Pedro y Juan no son de éstos. Pedro es el jefe y, por serlo, quiere ver las cosas por sí mismo, no dejará angustiarse el espíritu de sus hermanos sin ir allá él mismo y sin investigar a fondo. Pedro, otro día como éste fuiste el jefe, recuérdalo. Ante la aparición surgida en medio de la tormenta, los compañeros gritaban de terror en la barca: era Jesús, pero nadie lo sabía, hasta que tú te decidiste a ir hacia él, en medio de las olas. Hoy, esta mañana clara, tu papel continúa siendo el mismo. Señor, si tu voluntad ha hecho de nosotros jefes, responsables de ciertos hombres —¿y quién de nosotros no lo es un poco?—, concédenos no retroceder nunca por temor ante ciertas cosas que les asustan, concédenos no cerrar los ojos ante las dificultades que encuentran por el terror de verlas nosotros mismos. Concédenos no dejarlos nunca solos frente a sus temores y sus dudas, con el sentimiento de que no se les comprende. Juan, también él, salió con Pedro. Discípulo bienamado, ¿por qué no te has adelantado, como María, al alba, para ir a la tumba? ¿Podías dor122 mir y quedarte en casa sabiendo que tu Señor ha muerto? Porque no estabas allí, han raptado su cuerpo. ¿Para hacer qué? "Corrían los dos a la vez". Sin decirse ni palabra. Pero Pedro ve a Juan delante de él y acelera su carrera. Juan sabe que Pedro está detrás de él; así, esta vez al menos, el amor no se queda solo. Señor mío, tenemos aún toda nuestra vida para descubrirte vivo. ¿Quién dirá lo que hace falta de leal valentía y de amor? No dejes que ignoremos qué ayuda supone buscarte entre varios. "Juan llegó primero, pero no entró". Sin embargo, no corrió más que para ver. ¿Por qué en lugar de esclarecer el misterio, vacila? Poco después, tras de Pedro, entrará, y esto será para él un rayo de luz, la fe. ¿Por qué ahora se ha quedado sobrecogido? La disposición interior que retiene a Juan a la entrada del sepulcro es posiblemente la misma que poco antes hacía huir a Magdalena, más sensible todavía, lejos del sepulcro, sin mirar nada. Los hombres que aman, porque a menudo son también ellos muy sensibles, en esa misma medida se sienten paralizados. Muy raros son los que unen la sangre fría al amor activo. Pero si este equilibrio se realiza difícilmente en un solo hombre, la colaboración fraterna nos lo asegura. Y la 123 fe de Juan se afirmará gracias a la sangre fría de Pedro. Y, además, Juan estaba frente a un momento crucial. El descubrimiento, ante cuyo umbral se halla, el secreto de este sepulcro no le importaba sólo a él. Lo que iba a constatar cuando entrara allí, orientará la vida de muchos. Y Juan, que posiblemente presiente un gran milagro, tiembla al pensar que va, puede ser, a tropezarse con sus signos o que éstos, por el contrario, indicarán que no hay nada que esperar. El hombre, en el momento en que adquiere conciencia de que aquello que va a descubrir vale también para muchos, jamás corre solo su aventura. Señor, ya que nosotros te buscamos del mismo modo, conoceremos, esperémoslo, tales momentos. Nuestro papel es ir por delante, y Juan, que se sabe animado y aprobado en silencio por Pedro, no duda en correr con todo el ardor de su juventud. Muchos hombres en la iglesia han corrido así, con todas sus fuerzas, para descubrir a Cristo; no siempre fueron jefes responsables, sino seglares, como san Benito, san Francisco de Asís, o simples monjes, como san Juan de la Cruz, y posiblemente por eso corrían tan rápidos y ligeros. Al principio, posiblemente, creían correr solos su aventura, creían que iban a resolver el problema de su vocación o su vida interior. Llega un momento en que descubren que su problema es el de toda una época, de toda una familia de hombres. ¿Cómo no señalar en ese momento una pau124 sa antes de dar los últimos pasos? Hasta entonces habían ido por delante, sin volverse mucho a mirar hacía atrás. De ahora en adelante, la actitud de Pedro será para ellos esencial; será lo que en ese momento les juzgue. El hombre se inclina sobre el porvenir que presiente, pero por sí mismo no penetrará en él. "Llegó luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro". Pedro había corrido menos rápido, primero porque era más viejo y también por ser el jefe. Juan va delante sin pensar mucho más que en el único fin a alcanzar, y ése es su papel, pero Pedro, que le sigue, reflexiona sobre la gravedad de las circunstancias y las decisiones a tomar, y no se corre tan rápido cuando se reflexiona al correr y cuando uno se siente responsable. Pero, sin embargo, una vez llegado al sepulcro, no dudará; es preciso entrar. Todos los pensamientos que giraban en su espíritu han retrasado bastante su marcha, pero le permitirán también tomar una decisión definitiva y superar los últimos escrúpulos de Juan: es preciso entrar. "Entonces, entró el otro discípulo. Y vio y creyó . Juan vio y creyó, y lo que creyó en aquel momento, guiado por la intuición de su amor, será muy pronto la fe oficial de toda la iglesia. Pedro y Juan, dos grandes apóstoles, pilares 125 de toda la iglesia, en la que uno representa a la jerarquía, supremo juez y moderador, el otro el amor, tanto más libre y ardiente en sus andaduras cuanto que sabe en el momento decisivo ser más respetuoso y sumiso; y fue la inquieta angustia de una pobre mujer la que os dio ocasión de constatar con vuestros propios ojos los signos del gran milagro. A menudo, de ese modo, los hombres que buscan, se inquietan y se desconsuelan, pueden originar grandes cosas para la iglesia. Cuando Magdalena corre a golpear en la puerta de los apóstoles dormidos, es para anunciarles que Jesús ha sido raptado; y cree llevarles una noticia desoladora. De hecho —pero, ¿quién lo hubiera sospechado entonces?—, es el primer signo de su resurrección. Admiremos en esta situación la colaboración de estos tres espíritus: gracias a ellos recibió el mundo los comienzos de la fe. ORACIÓN PARA PERSEVERAR Dios mío, haz que te ame y enséñame a rezar. Mi vida está ante mí, esa vida que quiero dedicártela entera, pero no sé a dónde ni cómo quieres conducirme. Haz que no sestee en parte alguna; dame un deseo infatigable y perseverante de progresar en tu amor. Haz que nunca te decepcione. Temo que, habiendo comenzado amándote activamente, no termine igual, sino que, por un sistema u otro, en la inacción o en un servicio rutinario, acabe todo por hundirse. Sé seguro que seré siempre de los tuyos; espero confiadamente en morir asistido por la iglesia, pero tú esperas otra cosa de mí, y delante de mí se abre toda una vida posiblemente larga, larga y enteramente ligada, sin jalones. Precisamos de toda nuestra fe para estar seguros de que siempre podemos superarnos. ¿No 126 127 estamos externamente ya fijados en nuestro modo de vida y en el servicio que hemos de continuar hasta la muerte? Todo nos habla de inmovilidad. No vemos en torno nuestro a muchos hombres superarse, en apariencia, hasta un cierto punto y luego detenerse, como si hubieran alcanzado un misterioso límite infranqueable, unos más alto y otros más bajo, pero todos quietos definitivamente? Como si hubieran agotado todos los recursos interiores y se quedaran vacíos; como si patalearan en el mismo sitio: el pájaro que se agota al querer volar más alto que el cielo, no puede ya transportarlo; ya no le queda otra cosa que esperar el fin en el mismo lugar. La triste mediocridad de unos hombres, bien dotados sin embargo, que nunca han querido recobrarse y cuyo interior es ahora tan semejante al de tantos otros que nunca fueron generosos. Ya no progresan en tu amor; y no progresan porque no lo desean, e incluso ni piensan ya en ello. Sin embargo, te sirven. Dios mío, no he querido sólo servirte; no quiero únicamente ser tu servidor, sino tu amigo, y no te serviré plenamente más que como amigo. Eso es lo que pretendes de mí. Haz que nunca te decepcione. Es a ti a quien quiero. Ninguna realización externa, incluso hecha por ti, puede ser el fin de mi alma. La quieres para ti. Señor, quiero ante todo crecer internamente en el amor. Conocerte cada vez más, amarte aún 128 más, ese es el fin y la razón de ser de mi vida. Por el amor podemos superarnos sin cesar, no por el servicio, siempre limitado, acotado por unos límites que sólo el amor sabe y puede apartar. Guárdame de esa suficiencia que a veces adormece a los mejores y que, a pesar de la humildad que se atribuyen y desean para sí mismos, les hace conformarse y descansar en lo que ya son. Antes estaba acorralado por mis defectos. Gritaba hacia ti desde el fondo del abismo. Ahora hace falta que sea acorralado por el amor. El amor es activo, está siempre en movimiento. No conoce punto de reposo. Dame, siempre viva, una santa inquietud; el amor es inquieto por naturaleza antes de que pueda descansar plenamente en la posesión. Nada hay más sencillo que rezar y amar. Sin embargo, Señor, repetiré la frase de tus discípulos: "enséñame a rezar". Nuestra oración de hoy no puede bastar a nuestras necesidades de mañana y hay que innovarla a diario. Guárdanos de convertirnos algún día en unos instalados, en nuestra vida interior o en cualquier otra parte. Lo sé, Dios mío, nada exterior hay que refleje hacia fuera la íntima unión del hombre contigo, n: fuera ni dentro de sí mismo, y no necesito sentir esta unión. Pero sé bien que aún no es perfecta 129 en mí y, que si lo fuera, mi vida sería totalmente distinta; y ¿cómo no voy a aspirar a ella con todas mis fuerzas? Eso pretendes que yo sea: un amante perfecto. No sólo aquel que quiere entregarse a ti cuando piensa en ello, sino un hombre para el cual tú seas toda su vida, una vida que te irradia porque está totalmente penetrada de ti, un hombre que te llegará a tener por un huésped tan familiar que, sin necesidad de pensar, sin pensar conscientemente, recaerá sin cesar en ti. Unido a ti, anclado en ti, espontáneamente orientado hacia ti. Amar, es decir olvidarse de uno llegar a conformarse con el que uno en uno mismo los sentimientos de emigrar fuera de sí mismo hacia él, la fuente de su alma. totalmente, ama, sentir su corazón, tener en él ¿Cómo podré expresar lo que será esto, si no lo sé? Pero tú, tú sí lo sabes, tú que quieres serme totalmente. Creo, Señor, que te doy lo que sé que me pides y que no te rehuso nada de aquello que sé que me exiges, pero sufro al ser tan grosero, tan estúpido, de modo que no comprendo tus deseos. Tienes sobre mí deseos que desconozco. Y sufres al no poder realizar en mí toda tu obra, a fin de que te ame mejor. Sé que es posible progresar en tu amor. Los santos te han amado más que yo, y yo mismo espe130 ro amarte más que ahora. Quita lo que es en mí obstáculo para tu amor. Te abro, en lo que puedo, las puertas de mi ser, pero sé bien que no soy dueño de mi morada, que no conozco mi propia casa; purifícala, tómala para ti, ocúpala, Dios mío. No es siempre culpa mía, sino efecto de mi descorazonamiento, si soy lo que soy. Pues me acepto, más que me hago a mí mismo. Pero la razón de mi vida es recogerme para darme a ti. Señor, mi alma está llena de cosas que no conozco, unas buenas y otras malas, y todo lo espero de ti. Guárdame de todo el mal que hay en mí y no conozco. Todo lo que hace que no me santifique pese a mi buena voluntad, todo lo que esencialmente no está de acuerdo contigo. No podrás librarme de todo ello en un día. Harán falta, por mi parte, muchas horas de silencio para que toda mi impureza salga a la superficie y también muchos días de acción y servicio perseverante. Mis ideas, mis sistemas, cómo los temo. Pues si me alejaran de ti... No me siento plenamente seguro más que en ese impulso por el que te deseo, vacío de todo lo demás. Sin embargo, necesito también de todas esas cosas para ir hacia ti y tú lo sabes. Guárdalo, ha^131 lo crecer bajo tu luz, el bien que hay en mí y que desconozco, el trigo puro. Humildad del amor, presto a adquirir todas las formas, a escuchar todos los consejos, todo aquello que pueda decirle algo de su amado. Se siente solo el que ama. El amado no dice nada. En el mundo hay tan pocos que busquen el amor y que lo deseen. Sin embargo, Dios mío, sin decirme nada, me ves, me amas y sigues mis esfuerzos titubeantes e inspiras deseos que poí mí mismo no podría abarcar. Me amas como soy, y esto basta para darme paz y alegría, pero esto no le basta a mi amor: quiero darte más. ¿Cuándo podré darte más amor? El amor no vive sólo de la entrega de sí mismo; vive y crece con el ansia de un don más total. Inquietudes del amor. ¿Cuándo podré entregarme al bienamado, como se me entrega él, el ser total? Sé bien que no he agotado ni realizado de un solo golpe todas mis capacidades de amor, con haberme decidido un día a entregártelo todo. Entre ese don, sincero sin embargo, y el que te hace el santo al fin de su vida, ¡qué diferencia en cuanto a amor! Sin embargo, es el mismo gesto de ofrenda, pero yo no he podido entregarme totalmente a ti más que en esperanza, ya que incluso ni me pertenezco a mí mismo. En la época de la juventud y de la primera 132 partida, el hombre se desposa contigo en la alegría y en el don, pero esto no es más que el comienzo y tú quieres otra cosa, un amor fuerte y creciente con la unión; y que nada, en realidad y no sólo en intención como ahora, permanezca en el alma que sea extraño al amor; y que lo sustancial del espíritu sea realizado en su amor, transmutado en él. Señor, al ofrecerte cada día mi ofrenda, rogaré para que cada vez sea más plena, ya que sé que esto es posible. En el día final, la buena voluntad que pondré en ello no será más pura y sincera que la que tengo hoy, pero deseo que se haya hecho más comprensiva y más total y que haya asido y templado todo mi ser. No hay nada más bello que un niño que se duerme rezando sus oraciones y entregando su corazón a Jesús, pues la llama que vacila en él y que flota en la cima de su incierto espíritu, la torna entera hacia Jesús. Más tarde, ¿ocurrirá lo mismo? ¿Arderá siempre entera por ti? Pero, sin embargo, es un espectáculo menos bello y amoroso que la entrega del santo a su Dios, llama viva en la que todo se ha sublimado y que eleva toda su luz hacia lo alto, como esas llamas del hogar que, habiendo consumido todo, se liberan y emprenden el vuelo. No existe mayor alegría para mí que procurar, por neófito que sea, amarte con un amor cuya esencia no pasará. Pero esta llama que se ha vuel133 to enteramente hacia ti, que ciertamente siempre te permanezca fiel, pero también que crezca y que me penetre y transforme cada vez más, Dios mío y mi amor. "Hijo mío, mantente en ese deseo y haz el silencio de todo lo demás en ti. En ese silencio yo estoy en ti y actúo en ti y mi espíritu murmura en ti los balbuceos del amor. Elévate, sin conocerla, a esa unión que sobrepasa a toda razón. No te ligues en ella a nada preciso ni distinto, y que se convierta en el momento de la jornada en que, tras haberme servido el día entero en mi obra, descanses en mí. Que tu oración sea como la esperanza. Que no aspire a más y que no espere nada que pueda precisar o explicar de antemano. Todo se hará así más espiritual y más bello. Y yo estaré en ti". EN EL UMBRAL DEL SER Nos das incluso a nosotros mismos (P. de Bérulle). Señor, tú me has dado el ser sin yo saberlo, y he empleado largo tiempo en descubrirlo. Mis días han pasado como un sueño, sin apercibirme de que soñaba. Tras de mis actividades y pensamientos fluía misteriosa mi vida y no lo sabía. Antes sólo era un reflejo del mundo. Pensaba como él. Amaba lo que él amaba. Mi existencia estaba hecha de todas las existencias que, como la mía, vivían de él. Y esa sociedad era para mí una seguridad renovada que estabilizaba mi pasividad y una fuente de sincronismo perfecto que, tirando de mí hacia ella, me hacía extraño a mí mismo. Yo ya no era yo mismo. 134 135 Así habré vivido, sin duda, y posiblemente así habría muerto, como muchos otros. Pero tú no lo has querido, Dios mío. Un día, el ejemplo de tu Cristo, de aquel que rechazó dejarse arrastrar por la corriente del mundo, afirmándose frente a él, despertó en mí, germen primero de una revuelta semejante, primer anuncio del doloroso cisma que debía hacerme a mí mismo, separando de aquello que no soy yo, al deseo de ser. Tras este día, mi inquietud esencial gira en torno a lo que se puede y se quiere ser. ¿Qué podrá satisfacerla? No es que el mundo no haya intentado adormecerla en el entretejimiento de sus goces. No es que mi flojedad no se haya, a menudo, lamentado por sentirla como una imperiosa exigencia, tan dura, en el propio núcleo de mi vida. Señor, ¿quién expresará el crecimiento del nuevo deseo de mi corazón, sus victorias y derrotas, sus abortadas tentativas y aquellas otras que, en ciertos momentos, me han hecho llorar? Señor, ¿quién describirá los titubeos de este ciego de nacimiento que quiere ver, de este medio viviente que ansia vivir? * "k * Cómo he deseado asirte, ser mío, tan deslizante entre mis manos, tan ligero en escaparte siempre; yo, tan distraído por el espejismo que 136 te oculta, tan extrañamente fuera de aquello que soy. A menudo, en el atardecer de muchos trabajos, esparcido entre muchos deseos y quereres, me he sentido tan vacío de ti. Y ante tu irreversible y continuo fluir, tu inimitable e irremplazable fluir —te deslizabas como el torrente sobre la peña a la que rebasa—, he temido a menudo no poder poseerte nunca. Pero no podía aceptar reconocerme tan extraño a ti, y tras la fatiga de un nuevo fracaso, me ponía otra vez a esperar. Pero, ¿cómo asirte para poder llegar por fin a ser yo mismo? Ser mío, al que ningún lazo retiene, al que ninguna forma reviste, ¿qué no habré hecho yo para alcanzarte? He querido alcanzarte a través de mi acción, pero me he encontrado perdido en su laberinto y en cada revuelta me sentía sin fuerzas para abandonarla. He querido alcanzarte persiguiendo la belleza, pero el recuerdo de tu atractivo terreno no me abandonaba ya cuando, habiéndola sobrepasado, quería alcanzarte, ser mío. He querido forzarte a aparecer en la negación de todo lo que yo entonces sabía que no eras tú, 137 pero como si precisaras de algún soporte, en la habitación vacía, el vacío no te contenía. He querido violentarte, obligarte a aparecer; he tensado mis nervios hasta el extremo, he aumentado mi deseo de ti hasta convertirlo en el grito de un náufrago. He creído alcanzarte en mi exaltación y mí fatiga me ha hecho comprender después que, crispándome así hacia ti, hacía aún más sólida mi prisión, como el prisionero que agota sus fuerzas en una fuga imposible. He querido entonces alcanzarte en mi desesperación, y por un momento he creído que, en el fondo de todo dolor esencial para el ser, éste se afianzaba, pero luego he comprendido que es en el esfuerzo homicida de su negación, lo mismo que el suicida conoce en el último momento la euforia de la vida, donde he comprobado que la nada, asiéndome, me daba el sabor del ser, disociándome. Entonces, Señor, me he acordado de que aquel que hizo germinar en mí este grano, sabría hacerlo crecer; y que quien me puso en el corazón la inquietud esencial, el deseo de ser, podría colmarlo. Me he vuelto hacia ti, Señor, muy extrañado de no haberlo pensado antes, de no haber pensado en ti, a quien creía conocer desde hace tanto tiempo. Ese día he comprendido lo que puede un pecador comprender sobre ti, y si no he hecho lo que un pecador es incapaz de hacer sin ti, he en138 trevisto el camino y ese recuerdo, más que una estrella, ha sido para mí un signo eficaz y era casi ya mi ser el que estrechaba. * * * He visto el camino y tú me has hecho adentrarme en él. Un día, tu vida terrena, Señor, se me hizo más presente que la mía propia; y por la multiplicidad de formas que hube de emplear para asirla, me volvía incesantemente hacia ti; era como si yo fuera tú y mi hacer, como el tuyo, era totalmente consistente. Me agradó tu violencia. Volví a hallar en ti el ardor que me crispaba en mi propia persecución; pero tu violencia es amor. La mía, antes, no era sino deseo brutal, exasperado. En la tuya descubrí no el espasmo sino la fuerza; y tu fuerza inmanente, estable y segura, me descubrió la inmanente seguridad de la vida que fluye en mí y me bañé en ella de un baño misterioso. Otra vez tu pasión, Señor, me hizo reencontrar el camino descendente en el que había asido mi ser, negándolo; y, comulgando de tus manos, no reconocí en la destrucción de tu muerte la amarga rebelión que sucede al suicida frustrado, sino la paz sustancial de una vida que se repone y se encuentra a sí misma. Y en el silencio de tu sepulcro, con la separación de todo aquello que no eras tú, no he 139 vuelto a hallar el vacío de antaño, sino tu presencia, que hizo surgir a la mía. Entonces, tras de todo esto, de tus gestos, tus palabras y tu corazón, comprendí que había en ti algo más que una vida como la mía y que el contacto con la misma, bajo las especies de tu acción humana, me permitía captar mi ser; más que una similitud cuyo parecido externo desemboca en una gran comprensión interior, me recordaba la semejanza del estado interior y de su riqueza; pero, misterio de misterios, comprendí que eras tú la fuente de mi ser, el ser mismo. Ese día, Señor, no fuiste sólo el maestro que enseña o el guía que conduce, sino aquel que me hace. Y fue en el temor y en el vértigo de todo mi ser, en el que escuché tus palabras, que antes comprendía de distinto modo: del ser participado que soy, me impulsa hacia el abismo de tu subsistente existencia, con el insensato deseo de asirla como a otro yo mismo. Te amo, Dios mío, pero por haberte conocido como la fuente de mi ser, mi amor por ti ha cambiado también; ya no te amo sólo como al Jesús que vivió hace veinte siglos en Galilea. Nace en mí un amor informe que sobrepasa tu humanidad; si nació de ella, hoy se dirige a tu divinidad. Nada sostiene el extremo de este deseo: un arco tendido sobre el abismo que sólo tiene una orilla; pero a veces me parece también que se tiende sobre el vacío, sin necesidad de apoyo alguno; que se sostiene por sí mismo. ¿Qué más diré? Me parece que amarte así, es ser. "Yo soy el camino, la verdad y la vida". * * * Señor, desde ese día me parece que una nueva andadura me solicita, pero ignoro cuál. Y guiándome por tu humanidad en la raíz de mi ser, me has conducido menos al final que al sitio en el que la perspectiva se amplía hasta alcanzar misteriosamente tu divinidad. Y mi esencial necesidad de ser, que tu vida humana despertó cierto día en mí, que tu gracia cultivó muchos años y la hizo crecer, tras de un primer asimiento 140 141 to y sus temores. Era tan apacible la vida de Nazaret, tan oculta y humilde, tan dulce y tan llena. Esto duró doce años, pero cierto día cesó. •fe LA MADRE Y EL HIJO María tuvo al niño hace doce años y siempre había sido un niño, como un hijo lo es para su madre. Le educó como se educa a los niños pequeños y Jesús era a los ojos de todos, por todos sus actos, el hijo de María, el hijo que pertenece totalmente a su madre, como la madre pertenece al hijo totalmente. Y todo ocurría para María como si Jesús fuera su hijo, como los demás son hijos de sus madres. Ciertamente, ella sabía muchas cosas que las otras madres ignoran sobre su hijo. Sabía que su hijo era el mesías, el hijo de Dios; sabía bien lo que le aguardaba a su hijo, y las frases de Simeón seguían grabadas en su corazón. Pero, hasta el momento él estaba allí y era muy de ella, de su madre; era tan únicamente su hijo. Y el presente recubría el pasado y el porvenir de un velo mudo y misterioso, con su secre142 -k * Volvían de Jerusalén, después de la fiesta de pascua, José y María, juntos, felices de vivir como se está cuando el cielo y la tierra se unen en la alegría; alegría de pascuas, alegría de los campos. El niño tenía doce años y crecía en estatura, en gracia y sabiduría. Gozo de sus padres. Alegría del éxito humano y divino. Lo que todo hombre sueña aquí abajo. Y sin embargo, no estaba lejos el día en que ya no sería así, nunca. Cuántos padres han rehecho después el mismo camino. Cuántas madres, después de María, han conocido la misma alegría. Dulzura de la familia cristiana, totalmente hecha de posesión amorosa y de confianza, de satisfacción y de seguridad, tú desvías los ojos de los hombres de la otra realidad, la que hiere y mata, la que se impone a todos y cada uno; la dura realidad del pecado y del mal que roe los cuerpos y los corazones, los mata y profana. Y nace el niño, y es el gozo para los suyos, hasta el día en que se hace un hombre. Desde hace tres días le buscan entre los amigos, por las calles de Jerusalén, por todas partes. Desde hace tres días, Jesús no es ya el hijo de María, su niño. Madre de todos los hijos de los hombres, este 143 día perdiste a tu hijo, e incluso cuando lo volviste a encontrar, ya no sería tu niño como lo fue hasta entonces. En adelante, esto acabó: su Padre te lo toma y el mundo te lo arranca y no te lo devolverá; madre dolorosa, más aún que cuando él lo haya exprimido y secado en la cruz. Podrá volver bajo tu techo, recuperar su sitio en el hogar familiar. Podrá de nuevo someterse en todo. Ya nunca será el niño de antes, que era todo tuyo. Nunca revivirás aquellas horas maternales. Podrá vivir todavía dieciocho años contigo; pero ya se te escapa. Juan abandonará a su madre antes que él, Juan partirá al desierto para ser la presa de las multitudes. El, sin dejarte, sin dejar de ser a los ojos de todos el hijo de José, vive ya más junto a ti que contigo. Te huye. Tú lo ves claramente, ya no puede ser más tuyo, sino que te toca a ti darte a él, santa María. La reina de los apóstoles es también la madre de las que los dan a luz. Estas van, ellas también, a conocer las angustias que María conoció aquellos días, pues su hijo se les escapa como hizo Jesús, y el círculo familiar se encuentra ya roto para siempre. No lo está para los que miran desde fuera. Incluso tampoco lo está para los que no saben mirar desde dentro. Pero la madre sabe cosas que los demás no saben, y esto para sufrimiento suyo; nuevo alumbramiento que arranca al hijo de su corazón de madre, para entregárselo al mundo. 144 Este desgarramiento se realiza imperceptiblemente al principio. Se adivina más que se ve. Ocurre en medio de la ignorancia general, pero un día se traiciona y la madre lo descubre al fin, antes incluso de que el hijo adquiera conciencia de ello. Es para no creerlo. Largo tiempo aún intenta explicarse estas nuevas tendencias, estas frecuentes brusquedades y esos despegos, esos nuevos intereses, esos apasionamientos. Todo en vano, pues un nuevo huésped ha entrado en la escena y detrás del Padre todo debe desaparecer, hasta la madre. Dichosa aquella que lo sabe. Dichosa la que sin saber acepta y confía, pues su nueva maternidad espiritual abrazará al mundo al que entrega a su hijo. Y no conocerá el inconsolable dolor de Raquel, que ya no tiene hijo. * * * Jesús vivió solo en Jerusalén. Vivió unos días extrañamente nuevos para él, extrañamente llenos. El niño de Nazaret, cuidado por su familia, vivirá entonces la vida de los que ya no tienen familia. Escuchaba apasionadamente a los doctores y los escribas, les interrogaba y ellos se pasmaban de su inteligencia y de sus respuestas. Hace tres días era el hijo de María y José. Ahora, y de ahora en adelante, actúa como el hijo del Padre, en medio de esa multitud que pasa a su lado y le apretuja. Ha comenzado ya su vida pública. Apunta ya su destino. Ahora puede retornar otra vez con su 145 familia. Esta no es sino la imagen de la gran familia que le reclama, el pueblo judío y la humanidad entera. María y José pueden aparecer ya; pero ya es demasiado tarde. El mundo tiene ya en él su víctima segura. Pronto o tarde. Todavía dieciocho años de espera, y luego, en tres años, todo acaba. Adoremos el momento único y solemne en el que Jesús decidió abandonar a sus padres. En él se entroncan todos los demás momentos de su vida redentora, todas las demás etapas que poco a poco le condujeron del desierto a la multitud, de ésta a la cena y de la cena al calvario. Momento que preparó el nuevo tiempo de su resurrección. Los discípulos siguen el ejemplo del maestro. En la vida de cada uno de ellos suena el instante decisivo, el del primer paso para seguir al que les llama. Primera respuesta asegurada a una llamada que resuena ya desde hace tiempo en el pasado. Ultimo acto de una conquista que dura meses y años. ¿Quién descubrirá las etapas que la prepararon, todos los pequeños acontecimientos que la han nutrido con su savia secreta, todas las fidelidades delicadas y desconocidas que le dieron la fuerza para dar un sí voluntario? Sólo Dios lo sabe. La maduración de esa decisión está tan mezclada a la vida de cada día, que la respuesta forma cuerpo con el alma y estalla un día con una fuerza que nadie hubiera supuesto. Entonces su hijo se convierte en el hijo de otro, de aquel que desde hace años le alumbra en secreto. 146 Momento gozoso en que el hijo toma al fin conciencia de lo que brota en él, de lo que le invade, de lo que se le impone ya so pena de renegar. Momento también duro, después, cuando el hijo sabe lo que le espera, lo que le separa de los demás, lo que le arranca de los suyos. Primero, el transporte de su descubrimiento le exalta. Luego, viene la sorda lucha de las pasiones que protestan, de la carne que se defiende instintivamente como toda vida que no quiere morir. Señor Jesús, en la tarde de la primera jornada, ¿qué pensaste, solo y sin amparo, en Jerusalén? La muchedumbre dispersa, los doctores ausentes, el templo cerrado, las calles desiertas. Auténticamente solo, como lo estabas ya en medio de todo el pueblo. Ten piedad de los que conocen después de ti, por seguirte, la dura revelación conjugada y honda del mundo que se alza ante tu llamada y del que te huye, como Caín. Conociste otras noches en las que lloraste por la multitud grosera que acapara para repartirse los beneficios, noches en que pensaste en los doctores y los escribas que se reúnen para hacerte morir. ¿Qué noche fue ésta? ¿Dónde la pasaste? Nadie lo sabrá nunca aquí abajo; pero hay otra que nosotros conocemos bien, la del huerto, la víspera de tu muerte. Ninguna se pareció más a esta primera noche que esa última noche. Noche de comienzo y de acabamiento, hechas una misma cosa como el grito y el eco, y los días que las 147 enlazan no son otra cosa que la chispa que brota de ambos polos. Dichosa una vida como la tuya, Señor, que comienza y acaba en un holocausto. * * * "Hijo mío, ¿por qué has obrado así con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos totalmente afligidos". Grito de la madre que vuelve a encontrar a su pequeño. Cuántas madres, después que tú, lo han dicho y repetido. "¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo atender las cosas de mi Padre?". Duras frases para el oído de ana madre, después de tres días de angustia. Duras palabras en boca de un niño de doce años. No, Jesús ya no es el hijo de María. Tras los momentos de ternura, vienen los de la fuerza: "¿Por qué me buscabais?" Jesús, que estuviste perdido en medio de la multitud desde hace tres días, ¿piensas en esto? Y después, y siempre, bajo una u otra forma, la misma dura respuesta por parte del hijo a su madre afligida. Y siempre el mismo drama interior para uno y otra. Dios mío, haz que para uno y otra sea origen de destinos semejantes. 148 LA TARDE DEL BAUTISMO Aquel día fue el bautismo de Jesús. Se inauguró con él su vida pública. Sin embargo, ningún discípulo dejó a Juan para unírsele. Jesús, al salir del Jordán, permaneció solo, perdido entre la multitud. Juan siguió bautizando. La tarde del bautismo se hubiera podido creer que allí nada había cambiado. Jesús no se apresura a buscar discípulos. Juan tampoco tiene prisa en enviarle los suyos. Todo ello ocurrirá más tarde; y se hará porque, a decir verdad, hoy se ha hecho ya todo. Pero era preciso que este día del bautismo estuviera todo él vuelto hacia Dios, y el misterio que inauguró fue, aquel día, invisible para los hombres. Señor, concédenos participar en el misterio y el silencio de esta jornada inaugural, jornada cuya eficiencia será detallada y desarrollada a lo largo de tres años, los más activos y fecundos que jamás 149 hayan existido, día totalmente secreto, un día corriente, oculto para los hombres. En un silencio semejante, Dios mío, a menudo se entrega el hombre a ti y tú te das a él, para hacer en él grandes cosas. Y frecuentemente, el misterio que se realiza en ese silencio no resulta menos oculto para él que para quienes le rodean. No se siente forzosamente más válido, no tiene necesariamente más claras ideas sobre lo que debe hacer, no se siente en el umbral de una nueva vida y no osaría decir que alguna cosa haya cambiado en él. Sin embargo, mañana y los días que sigan, todo comenzará y ¿quién podrá ver ninguna relación con el silencio de esta oración en el que nada parecía haber ocurrido? Tal relación es más secreta, más honda que la vulgar causalidad que encadena los fenómenos de un mismo orden y se asemeja a la misteriosa dependencia que une al conjunto movible e innumerable de las causas segundas a la única causa primera que las sostiene y las hace ser. Danos, Señor, tales oraciones. Que no estén orientadas hacia la preparación de nuestra acción inmediata, ya dispersadas y amoldadas a la talla de lo que podemos comprender de nuestra vida, sino que sean horas plenas en las que nos abandonemos a ti, oraciones silenciosas como el día de tu bautismo. Y el día del bautismo, Jesús permaneció solo. Mañana llegarán Andrés y Juan y hablarán larga150 mente con él. Pero esta tarde está solo con su Padre. Mañana, la inmensa obra, pero esta tarde Jesús no intenta ver sus peripecias, ni siquiera posiblemente la última, sangrienta. Tiene delante su vida y la acepta. Padre, tú quisiste a alguien. Entonces dije: "Aquí estoy". Ni optimismo ni pesimismo en esta aceptación una y global; ningún término humano puede expresar el pleno silencio de una paz activa que, en el umbral de la vida, llena al hombre cristiano. Silencio que es una espera, pero una espera no febril, aunque extrañamente móvil y vigilante, una espera sin apremios. Todo está interiormente consumado. En ese silencio, reflejo del reposo esencial de Dios, las diversas agitaciones se amortiguan: la alegría ya no es ardiente y el sufrimiento ha perdido su emponzoñado aguijón. La misma visión del mal universal no podrá romper ese silencio. Misterio. Y de él nace la paz, inexpresable y secreta. También Juan, tras bautizar todo el día, se quedó solo. En adelante, su tarea tocaba a su fin, y él lo sabía. Ya, ante Jesús, mayor que él, ha dimitido interiormente. Mañana le enviará sus discípulos. Esta tarde se ofrece para la obra que va a iniciar. Sólo tendrá que seguir hasta el fin lo que le queda por hacer; lo esencial ya está hecho. Pronto, sin duda, vendrá la muerte a recoger al servidor y a terminar su servicio. Y Juan vuelve a ver su vida de penitencia y predicación; qué rápido ha pasado todo, más rápido de lo que hubiera creído, ahora que está tan próximo el final. Cuán151 tos consejos ha dado, cuántas palabras, cuántos esfuerzos cerca de los hombres rebeldes. La vida es poca cosa y pasa rápida, pero es suficiente cuando lleva a Dios y la misión ha concluido. Señor, en el umbral de nuestra vida, al final de la misma, pon en nuestra alma silencio. LOS PRIMEROS DISCÍPULOS Jesús, volviéndose, vio a dos discípulos que le seguían y les dijo: «¿Qué buscáis?». "¿Qué buscáis?" La primera frase de tu apostolado, Señor. Ya vienen los hombres a ti, y éstos son los dos primeros. Ayer todavía pasabas en medio de la multitud y nadie te conocía más que como el hijo del carpintero. Hoy, que nada has dicho aún, se te reconoce ya como aquel que tiene palabras de vida. Opresión del corazón de Jesús cuando ve a estos dos primeros discípulos seguirle. Es claramente esto: la obra comienza, la obra prevista y aceptada, la obra esperada: ya no le abandonará. Horas de comienzo, primeras horas en las que el hom152 153 bre realiza y capta toda su vida. Horas de comienzo en las que el fin aparece tan próximo porque el trabajo que se comienza con ellas se sabe que continuará así hasta el fin. Señor, la conversación que iniciaste hoy con los hombres la terminarás con el buen ladrón en la cruz. Señor, tú que sabes que el mesías debe reinar en el mundo, ves sin inquietud este humilde comienzo, a estos discípulos titubeantes, ese principio tan desproporcionado con la inmensidad de la obra a realizar. Señor, iniciaste tu carrera y los hombres acuden a ti para saber dónde está la vida y qué es ésta. Y tú te vuelves más ardorosamente hacia el Padre para pedirle que se realice su obra. Imprime en nosotros esas disposiciones tuyas. Y fue con una frase muy humana con la que comenzaste tu apostolado, unas palabras plenamente sencillas para entrar en conversación, lo mismo que con la samaritana. Tú que llamarás a tantos hombres, Señor, ese día no llamaste a nadie. Tus dos primeros discípulos te los envió un hombre. Como si hubiera hecho falta darte ánimo. No había llegado aún la hora en que, encontrando a Felipe en el camino, le pararías y le dirías: "Sigúeme". A éstos los tuviste a tu lado cierto día. No podrán continuar mucho estos largos diálogos, Señor. En seguida te absorberá enteramen154 te la acción y será más por tu actitud y por tu ejemplo, que por tus entrevistas, como formarás a tus discípulos. Más parecerán tus colaboradores que tus amigos. Sólo cuando todo hay¿ acabado volverás a encontrar algunas horas para ti, para hablar largamente con ellos y expresarles cuánto les amaste. Misterio de estas primeras conversaciones del apostolado de Jesús con Andrés y Juan, Natanael y Nicodemo, prolongadas a menudo durante la noche. Jesús les dedica un tiempo que, más tarde, será devorado por las multitudes. Estas horas no se volverán a dar. Y los apóstoles que llegarán después, no tendrán entre sus recuerdos estos cuidados y esta intimidad que concediste a los primeros de todos. A estos dos que vienen hacia ti no los conoces. ¿Te escucharán? ¿Serán capaces de soportar la comunicación de tu vida? Tú les acoges y les das, sin tener en cuenta lo que eres. Prodigalidad de los primeros momentos. ¿Cuáles fueron tus sentimientos ante estos hombres, los primeros que tu Padre te confió? Querías decírselo todo, hacérselo comprender todo. Tus ambiciones de cara a ellos, siempre tus esperanzas de hacer de ellos los que trabajan contigo hasta el final. Y estos dos primeros se hallaron, de hecho, siendo dos de los mejores y los dos murieron por 155 ti. Así, a una obra que comienza, envía a menudo Dios a sus mejores obreros y no se puede entender qué les ha reunido así, viniendo desde todos los puntos del horizonte, los mejores entre los mejores. Andrés y Juan no piensan aún en todo esto y en que aquel que está ante ellos les tomará plenamente, hasta exigir su vida. No ven el large camino que tienen que recorrer y, si creen que ya lo han hecho todo por haber encontrado al maestro, cómo se equivocan. Todo no ha hecho más que empezar. Así, el hombre que te ha encontrado, Señor, se entrega a ti y cree hacerlo todo en el afán de su buena voluntad, que quiere que sea total. No es sino después, y poco a poco, cuando descubre h extensión de las exigencias de tu amor y su profundidad. Pero ya nunca perderá el recuerdo de estas primeras horas de encuentro contigo. Y Juan, ya muy viejo, se acordará aún de este día en el que, habiendo encontrado a Jesús hacia la hora décima, permanecerá con él hasta muy avanzada la noche. LA SAMARITANA Aquel día estabas fatigado, Señor, como lo estuviste tantos otros que el evangelio no narra. Fatiga física de largas marchas, de noches en vela, y fatiga moral también sin duda, pues fue en un corazón humano en el que llevaste tu divina misión. Pero en tu alma tan pura, tan santa, no veo ese inmenso deseo de evasión y de olvido que nos invade en nuestras jornadas de cansancio. Sentado al borde del pozo, fatigado, tomaste la iniciativa de un diálogo, en el que te entregarías todo entero. Enséñanos, Señor, a admirarte totalmente en esta situación y, primero, a sobrellevar santamente nuestra fatiga. Al marchar sobre tus huellas, es imposible que no nos sintamos alguna vez fatigados. No es sólo la fatiga física, muda y estú- 156 157 pida, que sólo aspira al reposo, sino que es una fatiga llena de espejismos. El deseo de huir, de abandonar, aunque no sea más que por un momento, nuestra tarea, nuestro trabajo, nuestro personaje. ¿Cómo no íbamos entonces a desear olvidarlo todo para descansar? ¿Es ésta, Señor, una reacción cristiana en aquel que no debe aspirar al descanso más que para mejor servirte? ¿No es más bien la violenta manifestación y el estallido de un profundo egoísmo? La fatiga sólo le ha servido de ocasión y de pretexto; revela lo que se hallaba oculto, pero aún lo disimula honorablemente a los ojos del hombre. Señor, como estabas fatigado, te sentaste. Y veo en ello, lejos de cualquier romanticismo, de cualquier exaltación ficticia, la aceptación de tu fatiga, de tu condición humana, como un hecho, como un acontecimiento normal, sin darle un valor casi metafísico, sin hacer de ello un punto de partida de razonamientos y especulaciones sobre nuestra vida. No es cuando uno está fatigado, cuando puede razonar sobre su fatiga y extraer las lecciones que ésta comporta. No, vale más sentarse con toda sencillez. Señor, si, a pesar de tu fatiga, tú seguiste en la brecha, atento, presto a decir a esta mujer las palabras que la ganaron, esto no ocurrió por uno de esos sobresaltos de energía que movilizan por algún tiempo nuestras fuerzas disponibles, todas aquellas que la fatiga no ha arruinado todavía. No, tú estabas fatigado, demasiado fatigado para 158 ello, pero fue sin duda justamente porque fuiste hasta el fondo de tu fatiga por lo que tu entrevista fue así como fue. Nunca habías hablado de ti mismo tan abiertamente, ni con un acento tan directo, tan apasionado y tan recogido. "Si supieras...", y en cierto modo forzaste la puerta de aquella alma, sin embargo tan rebelde. Que pase lo mismo en nuestro caso. Y es que en un hombre muy religioso la fatiga no es sólo negativa, sino que purifica. Nos lastima y nos produce dolor en nuestras potencias superficiales; pero en la misma medida puede también liberar el fondo, ese fondo que está más allá de las potencias humanas y del que brota toda acción: en un hombre que ama, es como un peso que le arrastra hacia el don de sí mismo. El que está muy fatigado, santamente fatigado, es como el que se retira del combate; tiene el acento directo, inolvidable, de los que no esperan ya nada, pero dan testimonio por lo que son. En otros momentos posiblemente Jesús hubiera hablado en parábolas, para presentar dulce y suavemente la verdad, para acomodarla a los hombres; pero no es momento ahora. En este inicio de la entrevista, se deja llevar Jesús delante de esta mujer, siguiendo el curso de sus propios pensamientos, de sentimientos de amor más que de deseos de instruirla, y con ello logra algo directo que la conmueve. * * * 159 Era una mujer de Samaría, una desconocida. Nunca la había visto antes Jesús. Pero ya la ve como un alma que salvar. No es corriente pensar habitualmente en que aquellos que nos rodean tienen un alma. Ellos mismos lo olvidan y nosotros hacemos como ellos. ¿Pensaba ella, la mujer de Samaría, que tenía un alma? Tú, Señor, pensaste en ello. No es corriente, incluso en un diálogo cristiano, ni siquiera en el apostolado, tener presente que aquel al que hablamos tiene un alma y que no tiene sentido el diálogo más que si le ayudamos a crecer en caridad. Para llegar hasta ahí, qué puro, despegado y amante hay que ser. Jesús comienza por pedirle de beber, pues tiene sed. Sencilla petición de un viajero sediento. Pero las disposiciones interiores del viajero dan a su frase una hondura simbólica y plena de misterio: "Dame de beber". ¿Qué frase resultaría banal y podría quedar sin resonancias espirituales, cuando es Jesús quien la pronuncia? Así ocurre aún hoy, cuando un alma es penetrada de vida. Siempre evoca y sugiere algo más elevado. Jesús pide de beber porque tiene sed y precisa de la ayuda de esta mujer. Dichosos somos por el hecho de las necesidades materiales de la vida: nos mezclan con todos nuestros hermanos, como la levadura en la masa. Bendigamos esta gran solidaridad e interdependencia humana; sin duda por ellas los hom160 bres no se adoptan unos a otros ni se pertenecen más que por lo que tienen de exterior. Cristo, al borde del pozo, no aparecía primero más que como un viajero sediento, pero inmediatamente después de haberle pedido el agua le presentará el don de Dios. No puede hacerlo reconocer al primer golpe. Sin embargo, su corazón está totalmente lleno de Dios. Pero Dios o el amor no son en seguida perceptibles por cualquiera; y la mujer le responde como hubiera contestado a cualquier judío: " ¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber?" Pobre mujer, qué lamentable nos resultas con esta respuesta, la de cualquier samaritana a cualquier judío: viejos rencores colectivos, que tomas a tu cargo sin haberlos nunca comprendido ni querido. El Señor, por el contrario, frente a ti, con su agudo sentido de lo individual; en ti, ciertamente, ve no a una samaritana, sino a la mujer que eres tú, tú misma, como a una persona con tus responsabilidades propias y tu vocación, con tu destino, y va a llevarte a descubrir lo que él es y lo que puede aportarte. Intentará arrancarte del marco de lo convencional, del todo está hecho, de ese todo está hecho que impide a los hombres pensar que cada uno de ellos tiene que realizar su propia vida. Cuántas personas, como tú, se han refugiado en las oposiciones formales para dispensarse de pensar; amigos de lo definitivo, de lo perfecta161 mente alineado, clasificado y etiquetado. Resulta tan cómodo. ¿No hay en esta falta de personalidad algo de más triste y penoso que en el propio pecado? Tantas personas para las que el cristianismo es un asunto clasificado y una cuestión que ya no se plantea. Esto les vuelve impermeables. Se comprende entonces la honda tristeza de Cristo ante esta frase, tan llena de suficiencia y tan vacía. Pobre mujer, no se trata de esas viejas querellas cuyo sentido ni siquiera conoces. Se trata del don de Dios y de ti... Si tú supieras... Si tú supieras... Pero las gentes no saben y porque no saben no preguntan y no reciben al agua viva. Es la gran miseria del mundo. Por esto es miserable, desdichado y sufre, aunque no lo sepa: hondo fastidio que surge en los hombres, secreta molestia o confusión cuando algún acontecimiento brutal viene por un momento a destruir su irrealismo y les enfrenta con los problemas; malestar perpetuamente subyacente y que uno se oculta a sí mismo lo mejor que puede, miseria del hombre sin Dios. Y esto también lo sufre Dios. Sufre viendo sufrir a los que ama. Así soporta el peso de su miseria: lo mismo que ellos sufren por el hecho del pecado, lo sufre él por amor. No dejará de conocer, también él, este sufrimiento, el apóstol que se había entregado a la 162 obra y que había adquirido por la pureza y el amor la visión recta de las almas. Sufrimiento que es una participación en el que Jesús sufrió aquí abajo. ¿Por qué no quieren nada de Dios, por qué quieren y no quieren? ¿Por qué no saben? ¿Por qué? Poco conocen verdaderamente de la miseria humana, poco saben de superar las apariencias para descubrir, en torno a ellas, en las almas, la angustia secreta, inexpresable. Captar en el giro de una frase, en el rictus de una sonrisa, la reticencia que no engaña y que revela la angustia. Reconocer en el vacío de una banalidad el horror secreto a detenerse un instante en los problemas fundamentales. Actúan. Pasan. Siempre iguales. En el fondo, no son dichosos. Esa tristeza de estar sin Dios al que no se atreven a ver, por la que se ocultan preservando así su corazón, tú la has soportado plenamente viva, a la luz del día y dijiste, Señor: «Si supieras..." ¿Cómo no se reconocen en ella? ¿Por qué no te piden el agua viva que les dará vida eterna? Señor, pon en mi corazón esta tristeza, a fin de que pueda descubrírsela a ellos. Pobres hombres que sufren por no ser bastante amados y porque no aman bastante. Si solamente pudieran saber... 163 Sin embargo, tu yugo es suave y tu carga ligera. ¿Entonces? Pero no, ellos no conocen el don de Dios. Se diría que no pueden conocerlo. ¿Por qué? ¿Por qué? •k * * Y la mujer no comprende a Jesús, que le habla del don de Dios y del agua viva. Pero ella no se burla. A su misterioso interlocutor le da el título de Señor; ni por un momento, pese a sus extrañas palabras, tiene la impresión de hallarse ante un loco: una influencia divina le ha penetrado, a pesar suyo. Nada hay más impresionante sin duda para un hombre que sentirse verdaderamente contemplado, compadecido, mirado con interés y con amor por alguien: "Si tuvieras el don de Dios..." Estas palabras, pronunciadas en lo profundo del corazón, actúan como un encantamiento; es la revelación de un amor, de una vida. El mundo no puede darla: es un buen camarada y no puede ser un íntimo; deja solos a los hombres. Y, posiblemente por primera vez en su vida, la samaritana conoció un amor. ¿Pero hace falta verdaderamente creer en ello? ¿Es preciso dejarse turbar y penetrar así por las palabras de aquel desconocido? Veamos, el pozo es profundo y él que habla de un agua viva, no tiene ni siquiera un cubo para extraerla. Esfuerzo 164 de la samaritana por reponerse, por arrancarse a la fascinación, a esa incontenible emoción que la invade. Pobres razonamientos de los hombres dubitativos, esfuerzo por establecer una autonomía que se cree amenazada insidiosamente y con demasiada rapidez. No quiere rendirse tan pronto. Si en lugar de yuxtaponer viejos argumentos sobre lo posible y lo imposible, en lugar de recordar en lo hondo de tu memoria la vieja frase hecha sobre Jacob y sus rebaños, si en lugar de lanzarte por todo ello hacia fuera, quisieras tomar buena conciencia de lo que acabas de sentir vibrar dentro de ti... Pues también éste es un hecho. "Pero no, ves tú, no es posible eso que me dices. En vano me prometes grandes cosas. No eres más que un pobre viajero, como yo no soy sino una pobre mujer. Tú ni siquieras tienes el pozal y la cuerda que tengo yo para extraer el agua real. El pozo es profundo y todo no es tan simple como tú pareces creer. ¿Por qué desprecias el agua que hay en mi pozo? A ésta, al menos se la ve, se la bebe. El agua de que tú me hablas, nadie la ha visto e incluso ni sé si yo misma la deseo. Jacob cavó este pozo y era un gigante, un héroe del pasado y un amigo de Dios. Preparó este pozo que nos impide morir de sed. ¿Trabajó acaso en vano? El bebió de esta agua, él y su rebaños. ¿Por qué lo que a él le bastó, no había de bastarme a mí? ¿Eres tú acaso más grande, para aportarnos otra cosa? Créeme, si 165 desde el tiempo de Jacob no se ha encontrado nada mejor que este pozo parsimonioso, triste, lejano bajo el sol de mediodía, es que no hay nada más que encontrar. Y, después de todo, desde aquel tiempo, hemos vivido". Jesús adivina todo eso en la respuesta de la mujer y el pesimismo fundamental que refuerza todas sus dudas. Se opone a su mensaje, a su misterio. La formidable inverosimilitud de un mensaje que pretende ser nuevo en un mundo ya tan viejo, que ha trabajado y ha ensayado tanto. La formidable inverosimilitud de un mensaje aportado por pobres gentes tan miserables, tan corrientes mejor, que la irradiación que desprende, ya que uno ni puede darse cuenta de ella, le hace a uno preguntarse si es real. Sobre Jesús y sobre la samaritana, sobre el pozo, brilla el sol como todos los días, desde los días de Jacob: no es la primera vez que se anuda una conversación alrededor del pozo. Y sin embargo... * * * "Mujer, créeme, llega la hora..." Admiramos aquí el fervor de Jesús por el mensaje que aporta. Antes estaba totalmente absorbido por el pensamiento de aquella alma única que no conocía el don de Dios, meditación llena de un amor directo y personal. Ahora, la visión de los nuevos tiempos que comienzan para el mun166 do, totalmente próximos ya, visión que se ensancha hasta la dimensión del mundo: adorar al Padre, Dios es espíritu. Señor, es verdad lo que anuncias ahí, y nunca le será dado a ningún hombre sentirse ante un giro de la historia del mundo como ante el que supiste tú que estabas. Antes que tú, varios habían conocido que Dios es espíritu, pero ellos, muy a menudo, casi siempre, habían dejado de adorarle y de saberle como una persona, como el padre. Todos los progresos que hicieron en el entendimiento de su naturaleza espiritual parecían haberle alejado de los hombres y haber arruinado la religión. Antes que tú, varios hombres habían honrado y amado a Dios; pero, para sentirlo cerca de ellos, le habían localizado, materializado; olvidaron que era espíritu. El Dios que tú nos hiciste conocer es el Dios invisible, inaccesible, impensable y sin embargo él nos ama y está junto a nosotros. No es que nuestra razón vea claramente la unión de ambos aspectos. Tampoco que nuestra vida interior llegue a vivirlos a ambos, de repente. Entre la superstición a que nuestro corazón carnal nos arrastra sin cesar, hacia un Dios creado a imagen nuestra y la filosofía panteísta en la 167 que únicamente nuestro espíritu cree poder encontrarse satisfecho, ¿quién nos señalará el verdadero camino? piritual de Dios, su esencia sin medida común con el hombre, ¿hubiera osado seguir llamándole padre? Ya la vida interior que carezca de uno de estos dos aspectos quedará pronto paralizada y se desviará, pues todas las desviaciones en la vida cristiana proceden de una falsa concepción de Dios. Jesús como enviado de Dios nos afirma que Dios es espíritu. Qué seguridad nos da escuchar esta frase de tus labios. Sobre otros labios que los tuyos, esta expresión ha helado tan frecuentemente nuestro corazón y hecho secar nuestra oración. Dios es espíritu, y nuestra imaginación ve enseguida una inmensidad informe, un abismo en el que uno se pierde. Sin ti, el hombre religioso hubiera desechado estas perspectivas, llamándolas filosóficas, y se habría refugiado en un Dios concebido a su imagen. Gracias a ti, sabemos que podemos aceptar la visión de este abismo y que es preciso hacerlo para que nuestra religión sea perfecta: "Son esos adoradores los que el Padre pide". Es papel de la iglesia recordarnos sin cesar la necesidad de unir estos dos aspectos y de mostrarnos, de época en época, grandes santos que hayan, si no explicado, al menos vivido la unión de estos dos aspectos. Parece que sólo en el cristianismo se encuentran hombres que se han hecho de la grandeza y espiritualidad de Dios una idea, de la que los filósofos nada pueden extraer, y que al mismo tiempo le hayan amado como a un amigo. Tiempos nuevos que tú instituíste. Los judíos y los samaritanos esperaban a un hombre que les enseñaría el culto que hay que rendir a Dios. Jesús nos lo ha enseñado, ya que nos ha hecho conocer a Dios, a la vez como padre y como espíritu. Jesús como enviado de Dios nos revela y nos asegura su paternidad. Sin duda, las profundas aspiraciones del corazón habrían siempre movido al hombre hacia la idea de la paternidad de Dios. Pero, llegado a un cierto punto de desarrollo intelectual, comprendiendo mejor la inmensidad es168 Señor, tú no eres para nosotros únicamente e! revelador; tú nos manifiestas de un modo más inmediato la naturaleza de Dios. En tu persona humana y divina a la vez, entrevemos lo que puede ser la persona del Dios inaccesible y en ella entrevemos que su inmensidad espiritual y divina no es incompatible con una personalidad un poco semejante a la nuestra, puesto que nos ama y nos conoce. Es un hecho que los que han ignorado que Jesús nos manifestó como Hombre-Dios un reflejo de Dios, han cesado muy pronto de creer que Dios fuese padre. 169 Y lo que es más, nos parece a veces que en tu humanidad, Señor, no aparece sólo que nos es más comprensible acerca de Dios, lo más cercano, su amor y su bondad para con nosotros; también, en ciertos momentos, aparece el reflejo del más inconcebible y aplastante misterio en ti. Los que hayan meditado bien sobre la cena y sobre Getsemaní sabrán que Dios no es sólo, en consideración nuestra, una persona captable con la imaginación, a lo que tiende sin cesar nuestro corazón, sino que mantiene con nosotros una relación sobrehumana, inconcebiblemente cercana e interior, la relación del creador con la criatura, del ser con el ser participado. Cuando Jesús terminó de hablar, la samaritana se fue, y dejando allí el pozal que había traído con ella para sacar agua del pozo, se volvió a Samaría para anunciar a los suyos al Señor. Es un poco el símbolo de nuestra vida. Un día posiblemente encontramos a Cristo. No fue para encontrarlo para lo que salimos de nuestra casa y no le reconocimos totalmente al principio. Este encuentro nos pareció un episodio, un entremés en nuestra vida. Se convirtió sin embargo en lo esencial y olvidamos el resto. Que sea así en nosotros y cada vez más, Señor. Así, los discípulos que caminaban hacia Emaús volvieron de noche a Jerusalén, abandonando el fin inicial de su viaje, puesto que te encontraron. 170 LA MUERTE DE JUAN BAUTISTA Juan trabajaba ya para el reino de Dios cuando Jesús todavía era un simple carpintero que se ocupaba en ganarse la vida. Tenían sin embargo la misma edad. Pero Jesús se había quedado con la familia, y Juan había partido lejos de los suyos, al desierto. Allí se había convertido en el profeta de Dios, mientras Jesús seguía siendo el hijo de María. Las muchedumbres corrían a acercarse a Juan. ¿Quién conocía entonces a Jesús? Y, sin embargo, Juan estaba hecho para Jesús. Juan tenía muchos discípulos. Todos los hombres religiosos de Israel acudían a escucharle, impacientes por la llegada del mesías. Entre ellos, sin duda, los futuros discípulos del Hombre-Dios, de los que haría sus apóstoles. Allí aprendieron a amar ya al maestro de mañana. Bajo la mirada 171 de Juan se hicieron rectos, puros. ¿Hubieran seguido a Cristo con tanta generosidad si no les hubiera preparado Juan para ello? También Cristo, cierto día, vino a Juan para bautizarse. Solemne momento. Jesús, antes, no era sino un sencillo carpintero; en adelante, se manifestó como el Hijo bienamado en el que Dios había puesto todas sus complacencias. Juan sin embargo no siguió él mismo a Cristo, aunque le envió sus discípulos. Indudablemente hubiera podido hacerlo. No fue el orgullo lo que se lo impidió; ¿no fue él mismo quien dijo: "Es preciso ahora que él crezca y que yo disminuya?" Hubiera podido escucharle y aprender de su boca el nuevo evangelio. Muchas cosas ignoraba, que Cristo se las hubiera enseñado; pero, si no las sabía, las vivía. Si no hubiera podido enseñar lo que Cristo propiamente venía a revelar al mundo, sabía vivirlo. Y antes de que Cristo anunciara a los apóstoles su próxima muerte en la cruz, Juan moría, como lo harán luego miles de mártires cristianos; moría como Cristo, él también detenido como un malhechor, él también muerto a causa de lo que enseñaba. En su muerte, Juan mostró toda su ciencia de Dios, una ciencia que no le venía de la carne ni de la sangre. Por haberlo aprendido de labios de Cristo, el misterio cristiano que él vivía lo era de una forma tan total, tanto que la palabra humana no alcanza a semejante profun172 didad, ni podría tener tanta eficacia, como lo demostraron claramente los apóstoles la tarde de Getsemaní; habían escuchado a menudo a Cristo anunciar su muerte, pero su corazón permanecía en la ignorancia y fueron casi unos pobres hombres aquellos futuros testigos de Cristo. En suma, más valía así. Ciertamente, haciéndose discípulo de Jesús, Juan hubiera aprendido cosas que no sabía. Pero ¿es que su alma podía llegar a ser verdaderamente una fiel imagen de Jesús? ¿Habría podido entender siempre bien al maestro? Y además, si sus profundas vidas se juntaron y unieron en el mismo amor humano al Padre, en igual sumisión a su voluntad, ¿estaban hechos ambos para las mismas tareas y las mismas enseñanzas? Jesús era la cara vuelta hacia el porvenir y Juan la que mira al pasado. Jesús y Juan eran inseparables como dos caras de una misma verdad, pero eran tan distintos como la caridad que corona y la justicia que prepara. Siguiendo a Jesús, Juan no hubiera sido ya Juan, pero mediante su muerte le concedió Dios ser hasta el fin el precursor. Señor, todo cristiano es también un precursor, el de los que le seguirán, le prolongarán y le sobrepasarán. Enséñanos a permanecer fieles a nuestra gracia, cuando otros más jóvenes vengan a reemplazarnos en la mies del Padre. Qué espectáculo dan quienes fuerzan sus talentos, queriendo no ser ya de su generación, 173 como las viejas que se acicalan y llevan trajes claros. ¿Para qué ese ridículo? ¿No tienen nada mejor que hacer? ¿No poseen en lo hondo de sí mismos, como fruto de toda una vida despegada y entregada, las más preciosas realidades, que constituyen el espíritu de toda verdad, las que ayer encontraron y las que mañana descubrirán? Verdades que son de todas las épocas, pues son eternas. ¿Por qué adaptarse mal a lo que no se le da a la generación que llega más que para hacerla capaz de vivir algún día lo que ellos ahora viven? Su papel no ha concluido. De ahora en adelante, deben ser los testigos vivientes y mudos de esas fundamentales realidades del misterio cristiano. En las cimas están esas realidades, entrevistas ya desde la falda de la montaña, y he aquí que ahora, después de toda una vida de esfuerzos y renuncias, casi las abarcan. No podrían tener papel más hermoso que vivirlas. Al hecho de una vida así, que ha alcanzado tales cotas, está ligada una enseñanza que ninguna palabra humana puede dar. Los demás no enseñan más que ideas, y ellos manifiestan un hecho, lo testimonian; los otros actúan por sus hechos, y ellos por su ser. ¿Por qué intentar traducir en un lenguaje que pretende ser actual la plenitud de lo que ellos viven, unas realidades que en sí mismas son inefables? Sus palabras no harán más que oscurecer la silenciosa irradiación que emana de su persona; sólo en el silencio y por el silencio ta174 les realidades, vividas por un hombre, pueden comunicarse a otros. Que se contenten pues con vivirlas, hostias vivas, testigos de Dios, plenamente vueltos hacia la adoración. He aquí, claramente, su silencioso papel, precioso y único. Su muerte será la coronación del mismo. Y Juan murió. Al recibir la noticia, Jesús partió para un lugar solitario. Dos años más tarde, le tocará a él. Ya lo sabe, indudablemente, pero hoy la muerte acaba de pasar a su lado, tan próxima. Y dentro de unos días, él va a hablarles de su muerte a los apóstoles. Sí, Juan fue hasta en la muerte precursor de Cristo. Inauguró su misión legándole sus discípulos. Y le mostró el calvario, legándole su muerte. * * * Hace ya casi un año que se habían separado Jesús y Juan, y sin duda para no volverse a ver. Cada uno siguió su camino, solo. Pero al enterarse de la muerte de Juan, Jesús se emociona y se retira al desierto. Recogimiento del maestro antes de las siguientes misiones. Etapa solemne que prepara el crucificado del Gólgota. También nosotros, Señor, hemos tenido cada uno, y en un sentido distinto que el tuyo, nuestro precursor, el hombre religioso y fiel que marchó delante de nosotros. Estábamos prefigurados en éi y por eso le hemos reconocido claramente y 175 le hemos escuchado y seguido. Se sentía continuado en nosotros y por eso nos amó como un padre y se entregó a nosotros por completo. Reinó entre nosotros una dulce amistad, hermosos diálogos, íntimas entrevistas y el dichoso y apacible descubrimiento de la vida. Dulzura que protege al niño, pero que no realiza al hombre. Por eso tú nos tratarás como a adultos. Sólo tú, Señor, puedes hacer de tus discípulos maestros, sin que dejen de ser plenamente tuyos. Aquí abajo, para que la vida se propague, es preciso que 2I fruto se desgaje del árbol que le ha llevado. Hace falta que deje el hijo a su padre, para que él mismo llegue a ser padre. No se puede ser maestro cuando aún se es discípulo. A veces es la muerte la que da al hombre que crece la plena autonomía de la que precisa para llegar a ser él mismo y sobrepasar a aquel que contuvo su infancia. Esta es frecuentemente la constatación un poco angustiosa de los humanos límites de aquel en el que hasta ahora no había visto más que plenitud. O el descubrimiento de la dura y fuerte verdad de que los hombres no están hechos los unos para los otros, sino para Dios, y que irán a él, cada cual por su camino, solos. Aparece entonces la dolorosa y turbadora previsión del fin de una intimidad a la que no se conocían límites. Exteriormente, sin duda, nada ha cambiado. Bajo la mirada del profano, todo sigue igual. Y, sin embargo, en adelante, esos hombres se comunicarán por un lenguaje dife176 rente. El silencio será el principal instrumento de sus conversaciones, el único que no traiciona demasiado lo que tienen hoy que comunicarse. Las entrevistas íntimas se espaciarán, posiblemente también las reuniones. La amistad se convertirá en fidelidad. El mutuo amor llegará a ser el puro amor común al mismo maestro, simplificado, aligerado de todo lo que corazones de carne podían haber puesto en él, inconscientemente, de íntimas complacencias, de egoístas solicitudes. Habrá llegado a ser tan de lo eterno, que podrá uno morir y su recuerdo le reemplazará vivo junto al otro, viviendo como se vive el uno para el otro en el más allá. Ahora, el niño puede hacerse hombre. Ha sonado para él la hora de descubrir todo lo que aún está enterrado en su corazón, de escribir con su mano la blanca página que comienza. Hasta el presente, recitaba una lección aprendida, como un colegial. Ahora tiene que encontrarla en sí mismo, tiene que inventarla. Hasta ahora conocía desde fuera, como se escucha la palabra que suena. Ahora es preciso que lo aprenda desde dentro. Es el oscuro trabajo del minero que excava solo. Nadie puede conducirnos por nuestro único camino más que tú, Señor. Callémonos con el fin de oírte: que las pasiones de nuestro corazón y las condiciones de nuestro espíritu no nos impidan escuchar tu llamada única y segregadora. Pero en esta soledad, a la vez condición y consecuencia de su desarrollo espiritual, el cris177 tiano se sentirá en comunión con todos aquellos que se han entregado como él y especialmente con los que, habiéndole precedido, le señalan el camino, ahora no ya con palabras, sino con la irradiación que se desprende de su ejemplo. Comunión infinitamente más honda que la que pudo anteriormente conocer con los pocos que le señalaron el camino. Aquella no era más que comunión de ideas y sentimientos; ahora es una inseparable comunión de vida. Comunión infinitamente más amplia también, puesto que no se limita ya a los que se sentían próximos por la analogía de su vocación exterior, sino que une a todos los que viven a fondo de la misma vida. Comunión que le deja a cada uno la carga santificados de su soledad, que no le tienta a dejar su camino para aproximarse a sus hermanos, pues no se sitúa en el plano de lo sensible ni de lo intelectual. Comunión en fin que encuentra en el espectáculo de la muerte que pasa y vuelve a pasar una nueva evidencia que penetra todo el ser y que sitúa al entendimiento en una visión más auténtica del mundo. Entonces, más allá de la irreductible divergencia de las vocaciones exteriores, de unos esfuerzos que se tensan y se quiebran y de la muerte que viene a abatir a i a vida con su cínica ironía, captan la unicidad de la vocación interior al don total de sí mismo; presiente cómo por todos lados el mismo pecado del mundo se opone a toda vida que crece y cómo al fin la desgasta y la destruye. Todos los hombres le dan la misma lección, única y sencilla, y 178 le manifiestan la misma realidad fundamental; en la muerte de cada uno de ellos reconoce el anuncio de la suya, reconoce un episodio de esa lucha que prosigue en el mundo contra las fuerzas del mal y en la que sólo se triunfa muriendo. Entonces se le aparece la vida en toda su verdad; posiblemente ha podido creer que lo esencial de su tarea sería la feliz realización de tal o cual empresa; posiblemente ha podido creerse destinado a aportar al mundo lo que éste esperaba. Ahora reconoce que lo esencial será ofrecerse a sí mismo, humilde cuenta de un rosario que rápidamente desgrana la mano, y que no vuelve a tomar. Pero, tras las sombras que cambian y vuelven a cambiar, adivina siempre un objeto inmutable: tú, Dios mío, y el plan divino que te hizo crear el mundo; tú, Señor, y tu divino cuerpo por quien todo lo que es llega a ser. Ahora los acontecimientos pueden quebrar su vida, la enfermedad y la edad pueden enclaustrarle en tu sola contemplación y la muerte puede arrancarle los últimos signos externos de su actividad. Puedes venir, Señor, tu siervo aguarda. Y Cristo sintió su muerte muy cercana. * * * Aún serán precisos dos años. Y antes el calvario, la cena. La muchedumbre acude de todas partes, y he aquí a Cristo en medio de ella. Enfermos, achacosos, todo el pueblo de las villas 179 vecinas y de más lejos todavía. Vienen a ti, Señor, para que les cures y les alimentes. No buscan más que la salud corporal y su hambre es completamente terrena. Si pretendes darles el pan de vida, darte a ti mismo, te abandonarán; y si quieres escucharles, te acapararán y harán de ti un rey, su esclavo. Son hombres sin embargo. Luego, siempre lo mismo. Tu pueblo te busca a través de tus discípulos, porque sufre corporalmente. Les escucha cuando ellos le cuidan y luego les vuelve la espalda. Y cuántos, entre tus discípulos, hacen lo mismo sin decirlo. Señor, aquel día, el siguiente a la muerte de Juan, en medio de aquella multitud delirante, reconociste el inexpresable daño que Satanás ha hecho a la viña del Padre. Estraga a tu pueblo y, a su modo, le embauca. El error invencible y el feroz engaño le conducen a su pérdida y lejos de ti, a tu pueblo. Y sin embargo viniste para él. Por él dejaste a tu madre, todo. Después de tantos y tantos otros, ¿fracasarás? Esa tarde, despedida ya la multitud, tus discípulos en su barca, solo, en el monte, te ofreciste al Padre por él. En seguida, en la cena, aceptarás el sacrificio total, único divinamente eficaz, y morirás con tu pueblo, para que éste resucite contigo. Tus discípulos continúan tu gesto redentor. Todos los días se ofrecen contigo al Padre. Y cuando la muerte venga a alcanzarlos, no encontrará una vida que se resiste, que se debate, sino un corazón que se hace hostia. 180 BETANIA Una mujer llamada Marta le recibió en su casa (Le 10, 38). Jesús venía sin duda de hacer un largo recorrido con sus discípulos, posiblemente de predicar, y estaba fatigado como el día en que encontró a la samaritana. Bajó para descansar en una casa amiga. Pero su reposo seguía siendo hablar del reino de Dios. Marta nada sabía sobre ello. ¿Podría comprenderlo? Y es que sus vidas no habían conocido los mismos senderos ni las mismas preparaciones. Jesús ya no era el hijo de Nazaret. Marta no era aún más que la hija de Betania. El había roto con la mentalidad y el género de vida de sus conciudadanos. ¿Desde hace cuánto tiempo no tenía más que un pensamiento, su misión? ¿Desde hace cuánto tiempo no tenía ya 181 casa? Había algo en él que los demás no tenían. Es preciso un odre nuevo para un vino nuevo. Bajo el áspero y fuerte sol de su única pasión, bajo la exigencia celosa de su único amor, lo que Nazaret le enseñó se había simplificado y unificado. Y porque el mismo amor que él profesaba al Padre había animado ya, a su medida, a Moisés y los profetas, las prescripciones de éstos, que la letra había petrificado, volvían a encontrar en él la viva espontaneidad de los primeros días. Transformó la escala de valores con que en torno a él se medían las diversas circunstancias de la vida. Todo había llegado a ser función de la obra que el porvenir alumbraría y no ya de lo que un pasado había establecido en la multiplicidad de sus sucesivas adquisiciones, registradas con la escrupulosidad de una máquina exacta y respetuosamente conservadas. Las muchas tradiciones y gustos humanos judíos formaban ya en Jesús un solo bloque cristalino del que irradiaba, sin opacidad ni dispersión, su divina misión. Del mismo modo, qué camino recorre un hombre al que alcanza la llamada de Dios. Parte del medio en que nació, con todo el bagaje de sus opiniones recibido de una vez, el de sus lugares comunes, sus apasionamientos y sus repulsas. Pero poco a poco ha de separarse de ellos, como el niño deja su pueblo. Cuando vuelva al país natal, comprenderá que se ha convertido en otro. Desgarramiento facilitado por la juventud del espíritu. 182 Intuiciones cuyo brillo llega por algún tiempo a cegar su espíritu crítico. Descubrimientos que el espíritu lógico intenta, torpe y audazmente, impulsar hasta sus últimas consecuencias. Estabilidad fundamental que impide al hombre dar un paso de más en sus exploraciones y le evita el atollarse en la duda del que aún no se domina a sí mismo y en la indiscreta presunción que se aferra espontánea y fervorosamente a las novedades. Pasa el tiempo. Los años transcurren y se globalizan en el ser experiencias originales, intuiciones personales que lo hacen único y de calidad irreemplazable. Sus amigos cotidianos le ven ya cambiar y formarse fuera de sus corrientes de pensamiento. Los que vuelven a verlo años después, comprenden que otro ha pasado por él. Señor, bendito seas por guiarnos así por dentro en el dédalo de los nuevos caminos, en los que hallaremos la dicha de ser criaturas contigo. La continuidad de tu presencia activa en nosotros, tu acción perseverante y flexible hacen que logremos la estabilidad de nuestra unión contigo. Enfervorizan nuestro amor filial y, al verte vivir aquí abajo como vivimos nosotros ahora, te sentimos más hermano nuestro. El recuerdo de las etapas hechas contigo, tras de ti, se convierte en una asociación interior, 183 en la soledad en que nos ha situado la originalidad de lo que hemos llegado a ser. Y en nuestros momentos de cansancio, la carga de no ser ya como los demás resulta así menos pesada. Bendito seas por haber venido aquí abajo a mostrarnos el camino, pues tenemos tanta necesidad de ser confirmados en él. Bendito seas por habernos hecho entrar en tu vida, pues de otro modo ¿habríamos podido comprender nada de tu vida terrena? * * * Marta se había convertido en la perfecta ama de casa, conforme al ideal que le había legado su medio. Ciertamente, le hizo falta luchar para llegar a serlo: desprenderse de sí misma, renunciar a sí misma, lograr una dedicación y un olvido de sí que, desde el exterior, parecería suficiente para lanzar a un apóstol tras de la estrella, conocer la paciencia en los desgarramientos interiores, todavía más dolorosos que las decisiones brutales que separan al hijo de la madre. No, ella no era un espíritu mediocre. Jesús amaba a esta familia en la que Marta era la clavija trabajadora. No se sabe si él amó a muchas más, pero esta vida no era más perfecta que cualquier otra. No era una vida diferente de las que le rodeaban. Fruto precioso de una tradición familiar y religiosa que tenía el sabor de los demás frutos. Llevaba su nombre y no era más que lo que hubiera querido ser. 184 Cuántos hombres se le parecen. ¿Qué se les puede reprochar, si son irreprochables? Pero les faltan las alas que hacen al poeta, el genio que hace al inventor, el amor que hace al santo. Cosas todas ellas que la sociedad no puede dar ni enseñar, pues carece de aquello que hace falta para poseerlas sin matarlas. Entre su manos, el poeta se convierte en literato y el santo en un hombre honrado. ¿No han escuchado la llamada? Sí, pero no la han reconocido; pues carecía de la seguridad que da una tradición umversalmente establecida. Carecía de la claridad de los preceptos que enseña la prudencia humana. Era demasiado una llamada y demasiado poco una orden. El juicio de Dios debe ahondar mucho para descubrir en el brillante arnés del deber cumplido el secreto defecto que le ha impedido al hombre ser persona, y ha hecho de él sólo un espejo. Este fallo fundamental no se manifiesta en el ejercicio cotidiano de la vida: la sabiduría social es tan sabia rigiendo los actos humanos y encerrándolos en reglas adecuadas. Pero en una persona que hace el largo viaje de una evasión de la sociedad, en persecución de una vida que el mundo establecido no conoce, hay disonancias íntimas que estallan; hay explosiones que son como el sentimiento trágico de una vida que hubiera podido ser. "Señor, ¿por qué te apenas?" 185 El deber no es el amor; sus partidarios no salen de sí mismos. Cuenta más la seguridad del que observa aquél y su consagración a ello. No es más que otra manera de dirigir y utilizar lo que hay ya en el hombre. Y éste encuentra en él solamente un guía más seguro y más hábil que su capricho. El deber no inventa nada; organiza lo que se le da. Sólo el amor crea. Sólo el amor da al hombre la valerosa flexibilidad que le impide enredarse en el medio que le formó, pero que, en el mismo movimiento, pretende ahogarle. Marta era del mundo que existe, de aquel que hereda del pasado lo que éste adquirió y no la energía espiritual que le permitió hacerse. Cristo pertenece al mundo que va a ser. No hablaba más que del reino que iba a llegar. Entre tanto, Marta estaba totalmente absorbida por los múltiples detalles que imponen las conveniencias de la hospitalidad. Jesús hablaba de aguas vivas que brotaban y Marta, en lo profundo de su corazón, ignoraba qué podía ser aquello, como la pecadora samaritana. * * * María vivió largos años bajo el mismo techo que Marta, y sin embargo no era igual que ella. Recibió la misma educación y le oprimieron con su peso externo las mismas circunstancias. Y sin embargo María tenía en ella un poder, desconocido de ella misma, que la aproximaba a Jesús. Quién conoce las secretas revueltas de la fuente antes de que aflore al suelo; en qué profundidades se calienta o en qué capas se purifica. Si unas circunstancias distintas y favorables se le hubieran presentado a María, esta fuerza habría estallado ya hacia fuera. Hubiera podido ser el precursor como Juan, o el apóstol como Pedro, pero su hora aún no había llegado y, cuando sonara, María sería todo lo que tenía que ser, lo que ningún otro puede ser. Señor, tú pusiste en ella todo lo que hacía falta para que, llegado el día, no falle en el momento en que debe elevarse. Porque sabe escuchar. Lo que apruebas en ella no es la inactividad en que se encuentra en aquel momento, a tus pies. Lo que te disgusta en Marta no es que quiera servirte. No, pero te gusta de María que sepa escuchar. Hay horas para actuar y horas para escuchar. En otro momento le hubieras dicho a María que fuera a reunirse con su hermana y que le ayudara a servir a un pobre, como hizo el samaritano con el herido que encontró en su camino. Pero hoy no es como ayer o como mañana. Hay horas en que hay que escuchar. 186 187 Dichosos los que las reconocen y saben arrancarse entonces a la acción, aunque ésta sea la mejor del mundo. Porque estas horas no responden a ninguna orden. No llevan consigo unos signos universales que las hagan reconocibles para todos. Se presentan, pasan y se van. Y sólo los espíritus como María las reconocen, pues tienen en sí una fuerza de amor que ha puesto Dios en ellos y que no han sepultado bajo una errónea noción del deber o la prudencia. Hay quienes escuchan cuando no hay nada que oír y que salen de su recogimiento con menor celo para servir. Qué pereza se oculta bajo esta actitud recogida. Qué fuga de lo real. Pero María, si se hubiera escuchado en lugar de querer escucharte a ti, hubiera escogido el papel de Marta. Y las palabras de Jesús le darán sin embargo un día cercano la fuerza de ánimo poco común de romper, frente a la mentalidad de su medio, el vaso lleno de perfume. Otro día te será dado escuchar otra cosa que un eco y la muerte de Jesús traspasará tu alma como ninguna otra. María, quien te mira desde fuera, cree que buscas la paz quedándote algunos instantes cerca del Señor. No, sólo esperas una palabra suya, y si sólo esperas esto, no recibirás nada. Pero tú la has recibido ya y con ella una fuerza de alegría y de sufrimiento que hará tu alma totalmente viva y capaz del brote espiritual que Jesús te dio a conocer. Señor, no son espíritus como el de Marta los que convertirán al mundo. Posiblemente llegarán a hacerte odiar a las Marías que en ellas se ignoran. Danos hombres que sepan amar y actuar, que sepan escucharte para, a continuación, renovar la influencia espiritual de tu divina personalidad. Sí, sólo una cosa es necesaria, pues sólo ella vuelve útil al resto. Y el resto se vuelve precioso para recibir lo único necesario. María, ¿te habría estimado Jesús si no hubieras sabido también trabajar con Marta en los trabajos de casa? Vuelve, retorna ahora al cuidado de la casa. Es hora de hacerlo, levántate. Si hubieras querido continuar escuchando, ya no oirías nada y, sólo en la acción, el recuerdo eficaz de las palabras del Señor te volverá como un eco. 188 189 acción, sino sólo a hacerles acceder a sus propios sentimientos y a la pasión que ya comienza en su corazón. HACIA JERUSALEN Mirad que subimos a Jerusalén... (Le 18, 31). No era la primera vez que Jesús anunciaba su muerte a sus discípulos. Hoy este anuncio es especialmente urgente, ya que el fin está próximo. Jesús no estén prueba y tro había habla de ese modo a los suyos para que demasiado desamparados el día de la para que puedan recordar que el maesprevisto aquello. Jesús les habla así a los doce que escogió para que estuvieran junto a él porque les ama. Es una tentativa de su parte para hacerles participar en sus disposiciones. Este anuncio que les hace no es para imponerles un determinado servicio, no está destinado a moverles a ninguna humana 190 Jesús desea así ponernos en comunión con su corazón, cuando nos descubre su sufrimiento y su angustia por los hombres que no se santifican. El sufrimiento que de ese modo despierta en nosotros parece a algunos estéril, pero el corazón que ama conoce su precio, pues lo valora como una participación en el sufrimiento de Jesús y en su redención. Jesús anuncia a los suyos esos terribles acontecimientos en los que no pueden creer. Qué dolor tener que insistir para revelarles tales cosas. Es duro tener que destruir en los que uno ama prejuicios que les hacen felices. Ante la despreocupación de tus discípulos conociste, Señor, esos humanos sufrimientos. Y su misma despreocupación, su optimismo lleno de seguridad, que posiblemente creen que es confianza en ti, te hacen prever, Señor, un nuevo sufrimiento, el abandono de esos mismos discípulos, los más queridos, tus doce, en Getsemaní. Habrían necesitado, sin embargo, tanto creer en lo que les dices, Señor. ¿Te siguen creyendo aún un mesías al estilo judío: triunfador temporal y conquistador? Será preciso nada menos que e' sangriento fracaso del calvario para hacerles comprender que los caminos de la redención son otros. No nos dejes, Señor, olvidar esta lección. 191 jesús revela a sus discíplos a dónde les ha arrastrado y a dónde les arrastra: a seguirle, es decir, a seguir a un hombre que acabará excomulgado e ignominiosamente condenado. De ese modo les ha perdido, les pierde, pero así es como les salva y les hace capaces de salvar a muchos. Serán precisos nada menos que la visión de pascuas y el soplo del espíritu para hacerles realizar y aceptar esta extraña paradoja. Danos, Señor, el espíritu de fuerza y de fe. "El hijo del hombre va a ser entregado". Esta es la realidad más terrible; todo el resto no es sino el cortejo, muy impresionante para los sentidos, pero menos posiblemente para la inteligencia, que ese simple hecho que anuncias en otro momento: "Entregado a los hombres". dispersan como los amigos de todos los condenados; tu obra humana se desmorona como toda obra humana que concluye en fracaso. ¿Dónde está la imaginería de los falsos profetas, con sus intervenciones que califican de providenciales? Tú te entregaste a los acontecimientos, Señor, como si en ti no hubiera nada que los sobrepasara. Enséñanos, Señor, a superar el permanente escándalo que para todo hombre creyente supone la visión del mal en el mundo, al que están sometidos tu obra y tus operarios. Enséñanos a superar la visión de ese determinismo que parece ignoraros, a ti y a tu obra, y reinar como dueño único. Pero que ello se deba a una fe viva y lúcida, y no a cerrar los ojos sobre lo que existe. Eso significa, Señor, que a los ojos de los hombres será como si tú no fueras ya el Hijo de Dios, ni el mesías, ni siquiera el encargado de una divina misión. El mundo ignorará lo que eres y nada de eso aparecerá en el trato que te den. ¿Qué hay más ridículo que la megalomanía? ¡Cuántos locos en todas las épocas se han sentido enviados de Dios, a veces hijos de Dios! Herodes no fue tan insensato al vestir a Jesús de loco. La rabia de los hombres y un torrente de acontecimientos se desencadenarán sobre ti, te harán rodar y te destruirán, tan fácilmente como si fueras otro cualquiera. A los ojos de los que te azotan y te crucifican, no eres más que un hombre, un cuerpo de hombre como los otros. Tienes sed como los demás hombres; la muerte viene a tomarte como a los demás y tus discípulos se Sería un grave error inmaginarse que las obras de Dios, cuando fracasan, desaparecen con lamentaciones y condolencias de las gentes honradas. Lejos de ello, nunca hay sarcasmos suficientes para aquel que fracasa. Se le reprochan su orgullo y su ambición: "Se le dieron buenos consejos que no siguió; se había previsto todo lo que ahora le pasa; nunca ha sabido llevar sus asun- 192 "Será escarnecido". 193 tos; estaba claro que toda su obra era quimérica; por otra parte, su fracaso prueba claramente que Dios no estaba con él". Pobres fantoches, si el asunto hubiera triunfado, hubieran reivindicado una parte de su éxito y con idéntico candor. Hacen más áspero aún el sufrimiento de los desdichados. Esos días, Señor, cúbrenos con la sombra dulce y fuerte de tu cruz. Pero tus discípulos no comprendían nada de todo aquello. Anteriormente, se escandalizaron con el anuncio de tu pasión. Más tarde, tuvieron miedo y no se atrevieron a preguntarte nada sobre ello. Otro día, dijo Tomás: "Vamos nosotros a morir con él". Hoy, no son capaces ya de esas reacciones y hay sólo en ellos un oscuro embrutecimiento. Puede ser, después de todo, que esto suponga un progreso, pues tú les dijiste, Señor: "Subimos a Jerusalén". Es decir, que ellos iban allá contigo. Pronto tu propio fracaso será el de ellos. Cuando las cosas se ven de lejos, es posible comprenderlas abstractamente, comprender sin hacerlas realidad. Uno entonces se escandaliza y se inflama su imaginación siguiendo la concepción intelectual que uno se ha hecho de la vida. Este es el momento en que los unos niegan el mal y el sufrimiento en nombre de determinada filosofía, o por lo menos escamotean diestramente 194 sus aspectos irreductiblemente negativos; es también el momento en que espíritus novelescos se exaltan ante la idea de los sufrimientos que llegan. Luego viene la prueba; en ese momento, los pseudofilósofos pierden su ciencia y su seguridad; los otros pierden su inflamada elocuencia. Entonces existen sólo dos posibles actitudes positivas: aceptar con Cristo o cerrar los ojos, no pensar más y sufrir como un animal. Es entonces cuando Jesús, al acercarse a Jerícó, encontró a un ciego que le pidió que le devolviera la vista, y él le curó. Este milagro, situado ahí, tiene una gran significación. En esta marcha ascendente hacia Jerusalén, hay altos en el camino. Jesús, totalmente ocupado en la pasión que llega, escucha sin embargo todas las voces que se alzan hacia él. Supremo despego y libertad en la que, a pesar de la prueba, de las preocupaciones interiores, sigue uno siendo todo para todos. Jesús toma el caso del ciego en serio. No despacha el asunto corriendo, como querrían hacerlo los demás. Se para. Y la súplica del ciego conmueve su corazón. Ve en este hombre el símbolo de las almas que justamente buscan lo que él, Jesús, ha venido a aportar y de lo que tan poco parecen preocuparse en torno suyo: la luz, la curación total; pues el ciego espera algo grande, único y que sólo Jesús puede darle. 195 No, Señor, tu sacrificio no será inútil y es totalmente necesario, ya que en el mundo hay tales miserias y unas aspiraciones tan desatinadas, unas invocaciones tan angustiosas y unas esperanzas así. ¿Quién dará la luz a esas almas, sino tú? ¿Y cómo podrá ocurrir eso si no es con tu muerte? El mundo no comprenderá esta muerte; quería hacer de ti un rey. Con ello habrías satisfecho sin duda mejor sus necesidades, sus carnales deseos y sus ambiciones limitadas, pero la presencia de este ciego te justifica: él y todos los que se le parecen o desean sólo llenar sus bolsillos y ocupar un buen puesto. ¿Qué iban a hacer con un rey, por generoso y fuerte que fuera, los que conocen en el sufrimiento su incurable miseria de pecadores nacidos en el pecado? Tienen necesidad de un redentor, le aguardan. Tú morirás por ellos. Nos será dado posiblemente el encontrar uno de esos hombres a los que el mundo no sabe más que maltratar y pisotear, a los que todo lo más entrega una desdeñosa limosna, pensando que con esto debe quedar plenamente satisfecho. Que por los esfuerzos de tu pasión, hundiendo nuestros espíritus en tu pasión, podamos devolverle la luz. Señor, si seguimos un poco tu camino, posiblemente seremos reconfortados de ese modo. En esos días en los que nuestro ideal y nuestra vocación nos parecerán vanos y quiméricos, en la medida en que nos aparten del mundo, y nos orienten hacia la gran separación. En esos días en los que crecerá la incomprensión en torno nuestro porque no habremos buscado la eficacia de nuestra vida en los medios de esta tierra. 196 197 medio de la cena, cuando ya todos han ocupado sus puestos? Y, sobre todo, ¿quién te ha dicho que aportaras tu tesoro y lo perdieras por él; más aún, que lo echaras a perder? EL VASO QUEBRADO No ganó en un día aquel precioso vaso de alabastro, lleno de un perfume de nardo de un gran valor. No se ganaba mucho en aquel tiempo, pasaba un poco como hoy. Cuántos días de trabajo representaba. Cuántas privaciones y qué economías. Pero, al fin, ella consiguió comprarlo. Era todo su tesoro, el fruto de toda una vida. Era también la garantía de una tranquila vejez después del duro trabajo, una seguridad para el final de sus días, la certeza de no morir como una indigente. Y, sin embargo, una noche en que Jesús cenó con sus apóstoles en casa de Simón el leproso, esta mujer entró y, quebrando aquel vaso, extendió el perfume, todo él, sobre la cabeza del Señor. ¿Quién te ha dicho, mujer, que vinieras a esta casa, que lo hicieras sin estar invitada, en 198 Es que tienes en ti lo que los otros no tienen, le que no tiene Lázaro resucitado, ni Marta su hermana, sin embargo, tan consagrada, lo que no poseen los apóstoles, los amigos del Señor, ni Simón, su huésped. Ellos aman a Cristo ciertamente, pero no sólo le aman a él: amistad, amistad grande, pero no amor. Pues el amor es exclusivo y celoso, no tolera a su lado ningún otro afecto, implica el olvido total de todo lo que no es el amado, es único. Tú tienes amor a Cristo. Es el amor el que te ha llevado a casa de Simón y el que te ha hecho romper el precioso vaso de alabastro, lleno de un perfume de nardo puro, de un gran valor. Muchos hombres son como tú en tus días de trabajo: sufren y trabajan para ganar un tesoro, un tesoro de ciencia, un tesoro del corazón, tesoro de amistad o de salud. Pocos te siguen hasta la casa del leproso, pues muchos aman a Cristo, pero pocos le aman sólo a él. Sin embargo todos, cierto día, verán perder su tesoro, el fruto de toda su vida; la muerte está hecha para todos. Pero lo que ellos hacen forzados y obligados a ello, tú, mujer desconocida, sola en medio de tantos otros, tú lo has hecho por 199 amor y por eso, al ser predicado el evangelio en todo el mundo, se relatará también esto que tú hiciste. bien todo el dinero que haría falta para alimentarles. No, verdaderamente no hubiéramos hecho eso". Y el hermoso vaso de alabastro se esparce por el suelo en mil pedazos y el carísimo perfume se extiende por toda la sala y lo perfuma todo. En seguida se agitan más. No es la primera vez que ven un gesto absurdo, pero jamás han estado tan descontentos. Se enfadan. Con amargos reproches, estallan contra la pobre mujer indefensa, retirada en una esquina mirando su vaso roto, su perfume perdido, su acción reprochada, toda su locura. Posiblemente en tu impulso amoroso, pobre mujer, ¿no has pensado en lo que sería para ti este vaso roto, este perfume disipado? Tú eras rica y te has vuelto pobre. Habrá que empezar de nuevo a trabajar. Adiós la vejez tranquila, morirás agobiada. Además, ¿no es insensato tu gesto? ¿Qué extraña exaltación ha podido hacerte creer que tal dispendio iba a complacer a Jesús, cuando tantos pobres pasan hambre? ¿Para qué romper ese vaso? ¿Tenía ello alguna utilidad? ¿Y por qué una libra de aroma? Hubieran bastado unas gotas. Escucha lo que te dicen todos. Sólo él calla y te deja hacer. Se calla para no tener que censurar. "Ciertamente, nosotros los apóstoles no hubiéramos hecho eso. Conocemos el valor de las cosas. Da la casualidad de que somos pescadores, pobres gentes que se ganan el pan día a día. Además, conocemos a los pobres desde que estamos con el maestro. Antes pasábamos delante de ellos como si nada hubiera entre ellos y nosotros, como si no fuera asunto nuestro socorrerles. Ahora sabemos que son nuestros acreedores; sabemos tam200 Verdaderamente, su celo por los pobres no les sofocaría hasta ese punto. No, lo que les duele, sin que lo sepan seguramente, lo que les hace rebelarse es que presienten en esta mujer algo que ellos no tienen todavía, el amor. Ella, aquella pobre que acabará en la miseria, es rica en un tesoro que no puede quitarle nadie, que ni ella misma puede dar o perder. Y este tesoro, los apóstoles que están hechos para tenerlo, lo desean celosamente. Esta mujer silenciosa les ha hecho sentir la fundamental indigencia de su corazón. Constituye para ellos un vivo reproche. Desde hace veinte siglos, cada generación ha conocido hombres así. Tampoco han sido comprendidos. No sólo tienen que soportar y vencer las íntimas reacciones de un yo desposeído que se resiste a morir. Deben aguantar el reproche de sus prójimos, el reproche amargo como una condenación, amargo y violento como una revancha o una venganza. 201 Los hombres respetan la virtud; la alaban, les gusta, le dan culto; es un bien que desean y que les enriquecería. Pero no aman el sacrificio, la cruz, el don de sí mismos, pues como tienen poca fe y poco amor, no ven en ello más que ruina y destrucción. Sin embargo, su hondo sentido de cristianos llamados a la santidad habla más fuerte que sus razonamientos; presienten, sin confesárselo, la superioridad insigne de un don total; pero esto les escandaliza, a ellos, razonadores con el corazón pequeño y estrangulan aquella llamada divina, calificándola de demencia. Todas estas frases son duras para ti, la que ama, pues el reproche a un gesto de amor hiere al corazón como una puñalada. Todas esas frases son útiles para ti, la que se olvida de sí misma, pues te preparan a escuchar en el mismo espíritu de amor, limpio de toda exigencia de devolución, lo que Jesús no dijo ni a sus apóstoles a los que había llamado, ni a Lázaro al que resucitó, ni a ningún otro. Se ha callado hasta ahora para prepararte a esta gracia. Ahora, con una palabra, te aprueba a los ojos del mundo entero y durante siglos y siglos quedará su historia ligada a la suya, sujeta a la suerte del evangelio. "Dejad a esta mujer, ya que vuestro corazón es demasiado estrecho para comprenderla. Al menos, no le causéis pena. Ved en qué angustia la sumen vuestras palabras, a ella que podría dila202 tar vuestros corazones y enseñaros a amar con sólo que la admirarais y aunque no la comprendierais. A mi juicio, es una buena acción la que ha hecho. Sin saberlo, ha embalsamado de antemano mi cuerpo para la sepultura. A menudo os he predicho mi próxima muerte; apenas creéis en ella porque os escandaliza. Esta mujer la ignoraba. Y, sin embargo, lo que vosotros no habéis sabido hacer, lo ha hecho ella, porque ama. Lo ha hecho sin saber bien de qué se trataba, pues el amor es ciego en sí mismo. Pero ella lo ha hecho a tiempo. Más tarde, se querrá embalsamar mi cuerpo cuando sea razonable hacerlo y ya no se podrá, pues será demasiado tarde. La razón es lenta, sólo el amor es vivo como la vida. Siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. No les pido a los hombres todos los días que se entreguen totalmente. Ayer hubiera sido demasiado pronto; mañana será demasiado tarde. Era preciso que hoy viniera esta mujer y que me entregara su tesoro. Y para cada uno de vosotros será lo mismo, vosotros, mis apóstoles, a quienes os veo subir hacia el martirio. Y para cada uno de vosotros, mis innumerables discípulos, será lo mismo. Estoy siempre en los cruces de los caminos, esperándoos como un ladrón. Dichosos los que puedan, en el amor y por el amor, perderse en mí en el momento propicio, 203 en la época en que la espiga rinde el ciento por uno. Dichosos los que puedan, en el amor y por el amor, perderse en mí como les pido para que, pudriéndose, germine el grano en una planta eterna. El que pierde su vida, la gana; el que la pierde cuando yo lo quiero y como yo lo quiero. Y no es sólo para la sepultura de mi cuerpo para lo que ella ha extendido este perfume, sino para dar al mundo una viva imagen de mi acción universal. Hoy estoy aún en medio de vosotros, os hablo y os escucho. Pero cuando estoy aquí, no estoy igualmente en todas las demás casas en las que me acogerían dichosos; y cuando os hablo y os escucho, no hablo a todos los demás hombres del mundo, ni escucho a los que ahora viven en él, ni a todos los demás que aún el mundo ha de traer. Estoy limitado como el perfume en su vaso. ¿Y qué quiero sino que se rompa? He aquí que llega el día en que, consagrando mi cuerpo y mi sangre a los hombres, depositaré mi vida a los pies de Dios. taran impregnados de mí. Seré su amor o su odio, yo cuya presencia universal realiza el cielo y el infierno. «Tu acto de amor es el símbolo anunciado de mi próximo sacrificio. Los hombres que en los siglos venideros se parecerán a ti y actuarán como tú, serán un memorial de mi sacrificio pasado. En ti, como en ellos, mi pasión se actualiza. En ti, como en ellos, mi poder se manifiesta universal e ilimitado. De ahora en adelante, llevarás al mundo en tu corazón más que lo que te llevará él a ti, pobre criatura, pues tienes en ti al dueño del mundo, sin que ninguna frontera de tu parte venga a limitar su acción a realizar por ti ¿No me lo has dado todo? ¿No te he aceptado yo todo? En adelante, en unión conmigo, tú y todos los hombres de tu raza actuaréis sobre todos". Y Judas, el avaro, el espíritu mezquino de corazón pequeño, que es de esta tierra y quiere permanecer en ella, no puede ya respirar este perfume, más insoportable para él que un aire emponzoñado. Se levanta y va a entregar a Jesús. Entonces se romperá toda limitación. Cada cual me recibirá, cada cual me oirá, cada cual me hablará, pues estaré presente en todos. Llenaré el mundo con mi omnipresencia, como llena este perfume esta habitación, con la misma prodigalidad y la misma intensidad. Todos me respirarán. Lo mismo si me acogen que si me rechazan, es204 205 para recogerte, pero también —pues uno sufre mejor en familia si es comprendido—, porque no te comprendían tus discípulos. Getsemaní hizo pesar sobre ti, unidos en la misma miseria y crueldad, el odio del judío, la flojedad de los tuyos y, tras ellos, en la perspectiva universal de tu divinidad, la eterna rebelión de lo que no es tuyo y el astuto y lamentable pecado de quienes se llaman tus discípulos. GETSEMANI Señor, sabemos cuánto te hicieron sufrir los judíos, primero oponiéndose a ti, antes de crucificarte; pero existe un dolor oculto, infinitamente más penetrante, que sólo podemos adivinarlo: la amarga desilusión que invadió tu corazón ante la mediocridad de los tuyos, de los que quisiste formar a tu imagen. No pienso en Judas. Viste venir de lejos su traición. Antes incluso de que él pensase en ella, sabías que no era de los tuyos; su espíritu era demasiado opuesto al tuyo. Son los otros. Y en el evangelio, si tan a menudo te vemos irte solo, como esa noche, para rezar, si vemos a tus apóstoles huir en los grandes momentos de tu vida como aquel en que se supo la muerte de Juan Bautista, era ciertamente 206 Señor, esa horas las viviremos algún día también nosotros, a nuestra talla, si no somos esos falsos profetas que el mundo bendice porque los reconoce como suyos. Al término de nuestra vida activa, tras haber sido rechazados. Podemos ya captarlos, a la luz de tus enseñanzas, pero lo sabes tú por experiencia, ellas sorprenden siempre, como el huracán que uno ve venir, por su pérfida violencia. Momento de la suprema tentación. En este último combate de tus servidores, acuérdate, Señor, de que también tú lo conociste. No es en la acción donde uno conoce los arrebatos de la desesperación. Se está demasiado cogido por ella, demasiado absorbido por la continua tensión que exige y que galvaniza al hombre, exteriorizándole. Es después. Tras haber dejado atrás a la mayoría de sus apóstoles, al desahogarse en la intimidad de aquellos a los que más amaba, sintió que se apoderaba de él la tris207 teza. El fulminante de aquella angustia estaba ya en su corazón, hace tiempo. Cuántas veces había anunciado a los apóstoles lo que le aguardaba. Cuántas veces les había predicho lo que a su vez les esperaba a ellos, sus discípulos, más tarde. Pero bajo la imperiosa inminencia del acontecimiento, bajo la impresión penetrante y misteriosamente eficaz de la cena, la angustia redentora estalló. Derribó ésta todas las barreras que la vida opone instintivamente a lo que la amenaza. Rompió, insondable misterio, todos los diques providenciales que mantenían enterrada en Jesús a la divina pasión, como se ocultaba la divinidad de su persona bajo la humillación de la carne. Dolorosa transfiguración en la que tu divinidad, Señor, biilló como en otro momento, más allá de la deseada presencia de tus discípulos más queridos. Señor, quién expresará lo que entonces pasó en ti, extraño drama que sólo la unión perfecta y sin confusión de tus dos naturalezas hizo posible; drama único en el que un corazón humano vio abatirse sobre él el dolor de un Dios. Y Jesús, que había llevado consigo a sus discípulos más amados, se separó de ellos. Les dejó, alejándose de ellos. La esencial soledad de su alma, desolada por la divina angustia que se apoderaba de él, reclamaba la soledad exterior, le empujaba a ella. Le separó de ellos, pues ya era 208 realmente más el Dios inconcebible que el maestro que enseña. Señor, no nos es posible ir a ti, a través de tu agonía. Tu dolor nos derribaría lo mismo que el esplendor de tu radiante divinidad en el Tabor. Nos hace falta permanecer alejados de ese misterio. Y sin embargo ese misterio es totalmente nuestro, pues en esa hora solemne tú eres tanto nosotros mismos como el Hijo bienamado del Padre. Si nos has abandonado y dejado lejos de ti, nos has reencontrado, y cuánto más íntimamente, en la angustia creadora y reparadora de Verbo de Dios, hasta el punto de que estás sumergido en nosotros por el movimiento divino que nos hace ser; y estás inmerso en nosotros, no sólo desde fuera como el que ama se une al amado, sino desde dentro, de una forma única e inefable que sólo pertenece al creador. Así encontró el mundo en ti un espíritu para pensar y un corazón para sentir. Y el mundo se puso a pensar en ti como una nueva persona. Su rebelión contra Dios creció en ti. En ti también su deseo de vivir. El mundo pensó en ti su rebelión, y tú pensabas en la sumisión que empapó todas las horas de tu vida y en ti pensaba Dios su amor y su perdón. 209 El mundo te atribuyó su deseo de gozar, de vivir de sí mismo y sobre sí mismo, y tú pensabas en el desapego que fue el espíritu interior de tu vida y en ti ponía Dios el amor celoso y sagrado por lo que es de él. Misteriosa confrontación, en la conciencia de un hombre, de la rebelión del mundo y del misericordioso amor de Dios; del divino constreñimiento que uno rechaza. Misteriosa sujeción a la conciencia de un hombre del perdón de Dios y de la oposición del hombre. Ambas debían ser consumadas eternamente en ti. Santidad de Jesús, presa entre el odio del mundo que te posee mediante el éxtasis de tu humanidad en él y el amor del Padre que te engendra. Jesús, Hombre-Dios y, como Dios situado en esta posición extrema, mundo en tanto que la creación puede ser hecha una con el creador; mediador entre Dios y el mundo en tu humanidad, toda tu vida aquí abajo estaba orientada hacía ese acabamiento, y el camino que te condujo a él tenía la rectitud y la seguridad de tu pureza y de tu fuerza. Tú no decepcionaste al Padre. En aquella hora tus discípulos dormían. No era la fatiga lo que les hacía dormir, sino la tristeza. 210 No era la tristeza del hombre que teme por si. vida. Se habían mostrado valientes hasta ahora y hasta presuntuosos. ¿No habían llegado incluso a prever con toda sangre fría su propia muerte? Tampoco era la tristeza que sentían los demás apóstoles, aquellos que quedaron lejos de ti y juntos. ¿Qué pensaban entonces éstos, aguardando tu vuelta? Era una tristeza desconocida. Quienes no trabajan en la obra de Dios, no la conocen. Incluso muchos de los que trabajan por Dios tampoco la conocen, pues se agitan sin ver el misterioso drama de las almas. Su tristeza les asalta desde fuera y el fracaso de sus empresas viene del exterior, a plena luz, a oprimirles y hacerles sufrir. Pero esta otra tristeza surge de dentro y su venida está tan oculta a los ojos de los hombres que la sufren sin saber por qué. Irradiaciones lejanas pero eficaces de la pasión de Jesús, de aquella que le echó a tierra. No es la mirada la que la soporta. Era de noche. Tampoco era la inteligencia; estaban los apóstoles tan ignorantes del drama que ocurría junto a ellos. Es la relación única, creadora, que une al hombre con Jesús, el Verbo de Dios, la nueva unión redentora que junta por dos veces al hombre con Cristo. Sufrimientos del alumbramiento del mundo que se han concentrado en el corazón de Jesús 211 como en el foco de la lente y cuya intensidad se hace sentir más cuanto más cerca se está de él. Sufrimientos que no son sólo los del propio crecimiento espiritual del hombre, sino también la resonancia de los del mundo entero, en la medida en que tomamos conciencia de él, no sólo por entendimiento humano, sino sobre todo por comunicación divina, pues la humanidad es un ser nuevo que crece y que crece en Dios. Sufrimientos que no son sólo el reflejo y la resonancia de los de los otros, por una simpatía c un -amor que une por fuera, sino sufrimiento físico, que hace que cuando una célula de un cuerpo sufre, las demás sufren y que cuanto más evolucionada está la célula, más sufre ésta. No existe sufrimiento más continuamente amenazante o presente. Los demás cesan con sus causas. La causa de éste no tiene fin aquí abajo. Y el hombre que lo ha conocido, cierto día siente la gran tentación de huir de él y de penetrar en ese mundo del inconsciente de donde se había escapado con gozo. El sueño, no el que repara las fuerzas, sino el que hace olvidar que se es, está muy próximo a él. Y es el único aniquilamiento que puede concederse el hombre, él que no se dio a sí mismo el ser. Qué dura lucha para sostenerse contra este sufrimiento. Qué despilfarro de energía. Qué conversión espiritual es preciso rehacer sin cesar. Pues sin cesar nuestra naturaleza huye como el caballo frente al obstáculo. Nos amenaza incesantemente la duda fundamental, no la que esgrime razones, sino la otra, aquella cuya fuerza está hecha de nuestros apetitos decepcionados en esta lucha sin cuartel. Durante ese tiempo, el hombre que no sea reflejo pasivo del medio, que impulsa más allá su obra creadora, sufre. Y si a veces conoce la iluminación del Tabor, es para recaer en seguida en las largas y angustiosas tinieblas de Getsemaní. Sí, el espíritu está pronto y el hombre ve con alegría su feliz evasión de las esferas interiores en que vive sobre sí mismo, como la planta o el animal. El hombre escucha la llamada a un misterioso sobrepasamiento que le pondría en los confines de lo que es y lo que quiere ser, del ser y de la nada. Escucha la llamada creadora por la que el hombre debe desarrollar, en el espacio y en el tiempo, la obra única del Verbo. Le escucha con alegría, como si eso, esta obra, fuera más él incluso que él mismo. Se siente poseído por aquello mismo que quiere dar a luz. Entrega a ello su vida. Pero la carne es débil, y el ardor del hombre penetra en su torpeza, como la pelota se amortigua en la arena. En él, junto al impulso que eleva está la corriente que hace descender; está el ser que degenera, la vida que llega a hacerse mecánica, y la espontaneidad que se hace costum- 212 213 bre. Está esa gran llamada fría e inmóvil del espacio estabilizado y estéril, cuya inmensa paz es la de una inmensa tumba. Señor, siguiéndote, los apóstoles, y tras de ellos nosotros mismos, conocieron estos dos polos del mundo. Vuelta a vuelta, tu voz nos llama y el silencio de los astros muertos nos solicita. No dejes que se apague en nosotros el espíritu. Pero los apóstoles no supieron velar y orar aquella noche única. Y cuando Jesús fue prendido por los judíos, se mostraron más pusilánimes que antes de que llegara la noche. LA ALEGRÍA Los setenta y dos discípulos regresaron alegres (Le 10, 17). Alegría, fruto de la rectitud y de la gracia, que hace todo fácil y que da a la vida la continua espontaneidad de un nuevo nacimiento y la estabilidad de lo que ya no tiene duración, cuánto te desean los hombres. Cuando tu espíritu sopla sobre nuestra alma, ya no existen sufrimientos duraderos y el alma salta sobre ellos como la barca franquea la ola; tan ligera se siente. No hay acciones costosas; no hay fracasos que tu soberana ingeniosidad no los vuelva en tu favor. Todo está sometido a tus desarrollos. Es como si el paraíso que buscamos tan lejos, delante o detrás de nosotros, estuviera ya allí. 214 215 Tú eres la alegría del ser, alegría de ser, alegría esencial y no ya de un ser en sí mismo separado, sino de un ser armónicamente situado en el mundo, capaz de esposar di ritmo soberano de éste, de insertarse eficientemente en su llegar a ser para inflexionarlo y hacerlo desde dentro, estando hundido y como mezclado en la fuente de la que perpetuamente, y siempre nuevo, brota. Pues el genio del hombre puede dominar la naturaleza, pero frente al genio ella seguirá siendo siempre el rebelde domado, el esclavo al que es preciso vigilar incesantemente, pues siempre está dispuesto a rebelarse. No se entregará libremente más que a aquel que sepa decirle de dónde viene y oprimirlo de acuerdo con ello. Pues el hombre puede dominar la naturaleza mediante la fuerza de su saber; el santo la domina por la caridad plena de libertad que irradia de él. ¿Cuándo será el hombre lo bastante sabio para que la ciencia no le distraiga de Dios? Entonces le será dada una fuerza brillante y nueva y todo resultará nuevo. Los discípulos te conocen, alegría del ser, en su actividad realizadora de milagros. Han descubierto un poder sobre el mundo que ignoraban. Cómo comprendemos su alegría, en ellos que no conocieron otra cosa que la satisfacción del deber cumplido. Alegría reglada como una cuenta. El que no conoce aún la pródiga alegría del ser, no puede imaginar el paraíso más que como un retiro eterno. En cambio, el otro llega a ver en 216 * el desarrollo gratuito y prodigiosamente derrochador de las fuerzas de la naturaleza, en las búsquedas y las inútiles espontaneidades del amor humano, una pobre imagen de la eterna prodigalidad de Dios, cuya vida esencial consiste en ser la fuente gratuita, libre y magnífica del ser. Señor, concédenos ser, a imagen tuya, fuente brotante en la alegría y serlo de tal modo que nos transformemos en ella misma. Entonces, pensamos, seremos más tuyos, ya que tú eres la alegría del amor. Y tu alegría creadora nos dará su fuerza. Tú diste gracias, Señor, por la alegría de tus discípulos. Y mientras ellos retornaban alegres, tú veías el reino del mal al fin aplastado, el enemigo mismo vencido: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo". Señor, adoro este instante de tu vida, esta cima desde la que el porvenir humano se te mostraba bajo la claridad eternamente dichosa y triunfante que un día conocerá. Adoro tu optimismo vencedor y la alegría en la que lo hallaste, que no es otra que la del Padre al crear este mundo. Mañana conocerás los abismos que es preciso descender para alcanzar las cimas de la obra realizada. Mañana tus discípulos recorrerán llanuras y desiertos, monótonos y fastidiosos, pero la alegría de los comienzos, alegría divisada desde las alturas, aquella que con ellos compartiste, ya no les abandonará, incluso aunque quede más disimulada a sus ojos. Es la capa subterránea que 217 fecunda el oasis, escondida en la arena y brotará donde la sed la espera. Alegrías del espíritu consolador, raras como cosa preciosa, frágiles en su parsimonia como otra vasija, venid a visitar a quienes han creído en vosotras. Pero hay quienes no os conocerán; los que miran atrás para lamentarse del presente, temiendo que el porvenir no sea como el pasado. Cuando viniste aquí abajo, Señor, te opusieron a Abrahán. Después, hábiles en descubrir la paja en la vida que brota, se complacen en la viga que cegó a las generaciones pasadas. No es a Satanás al que ven caer del cielo como un rayo. Creen más en el reino del anticristo que en el tuyo. Optimismo de Jesús que la cruz hizo brotar en una resurrección. Optimismo cristiano que vencerá al mundo, pues es tenaz como el tiempo. Ven a visitar a aquellos de tus fieles a quienes la fatiga absorbe dolorosamente dentro de la complejidad muda de la realidad presente, sin dejarles percibir las fuerzas de unidad que harán de ellos algún día la obra deseada de Dios. Pero es preciso ser muy puro para que tu alegría, Señor, no se irise con algún gozo que no te tenga por fin. Y hay que ser muy flexiblemente optimista 218 para que tu alegría no se confunda con la serenidad de que corrientemente se disfraza la virtud. Unos, tan pronto como les visitas, olvidan tu persona por sus milagros. Los otros te reprochan que no ayunes como sus padres. Espontaneidad que no eá vagabundeo, sino libertad. Pureza que no nace de la mirada sospechosa del pesimista, sino de uno mismo. ¿Quién nos dotará de estas virtudes que el niño parece recibir en la cuna para perderlas después rápidamente? Y así, esta alegría sólo nos visita a ráfagas. Nos fatigamos con los impulsos que produce en nosotros, como un volante que, por estar mal centrado, vibra. Y a veces nos ocurre que tememos tus manifestaciones como si el estado natural del hombre fuera la fría monotonía, como si toda alegría debiera pagarse con un sufrimiento inmediato. Señor, enséñanos a regocijarnos con ver nuestro nombre asociado al tuyo y nuestra eternidad presente en la tuya. Para esto nos hace falta amarte mucho. Pues tu alegría, como mensajera tuya, se adelanta a tu venida, pero es a ti a quien debemos desear y amar, y no a ella, para que permaneciendo tú con nosotros esté también ella cerca de nosotros. Enséñanos a amarte a ti, y tu alegría, por añadidura, morará en nosotros. 219 A este título, cómo te amamos obra humana. Cuan apasionadamente nos interesa tu crecimiento y tus logros. Cada vez que abatimos una lámina de lo desconocido que nos rodea y alimentamos con ella nuestro entendimiento, nuestro entusiasmo y nuestra fuerza, te adoramos, Dios mío, cuya grandeza aún se hace mayor a nuestros ojos abiertos. LA ÚNICA VIÑA Soy Ja verdadera viña y mi Padre es el viñador (Juan, 15, 1). No, no es por el mundo, con sus maravillosas potencias, por el que la humanidad se asegura una realeza cada vez más eficaz, que es el fin de la obra creadora y sustentadora de Dios. No hay más que un medio que pueda resultar idealmente hermoso y fecundo respecto de un fin aún más inefable: la constitución del cuerpo místico de Cristo. Pues no hay más que una viña. Unión de Jesús y del mundo. Esta realidad fundamenta la dicha y la unidad de mi vida. Tú eres, Señor, la verdadera viña; y como el campo es todo entero para la vida, es todo para ti. Concédenos ver todas las cosas transfiguradas por la relación que tienen contigo. El mundo entero es para ti. 220 No comprendemos el pesimismo del vencido que teme amar lo que creaste por amor, porque tal creación, de violenta extensión y brutales crecimientos, no le obedece aún totalmente y se rebela a menudo. Bendito seas, Señor, por haber puesto en mi corazón esas inmensas ambiciones que a más de uno parecen desatinadas, viniendo tú mismo, Dios mío, a poner tu parte en esta tarea. Pues viniste en medio de nosotros, en ú curso de nuestra historia, a trabajar entre nosotros, como uno más, en el progreso espiritual del mundo, obrero, servidor, manifestando a todos tangiblemente que la obra que hay que realizar es obra esencialmente divina. * * * Y ocurre que quitas de la viña a los que no dan fruto. No son ellos los que te dejan. Eres tú quien les ha apartado porque no dan fruto. Durante 221 mucho tiempo, posiblemente, han quedado como leña muerta junto a la cepa y el invierno; un profano no los habría distinguido de las ramas vivificadas por la savia. Misteriosa impotencia de las almas de alimentarse de Jesús. Cuan pocos en verdad alcanzan a hacerlo plenamente. Toda práctica devota se vacía de ti, Dios mío, y no nos queda sino la corteza de nuestros actos. Todo ímpetu recae y somos como esos pájaros que tienen alas, menos para volar que para evitar las caídas demasiado violentas. Signos del apartamiento divino, ¿por qué no damos fruto? ¿Es porque nuestras pasiones son en nosotros tan violentas que nos dominan y nos impiden ser totalmente tuyos? ¿Es porque el mundo nos aparta de ti con sus encantamientos? La mayoría conoce más la somnolencia de su corazón que sus imperiosas exaltaciones. Qué raros son aquellos a los que una insaciable curiosidad dispersa o a los que una pasión durable absorbe. Los demás continúan en el olvido de las cosas, con los ojos cerrados. Dime, confiesa que tienes más el temperamento de un linfático espiritual que una fogosa juventud. 222 Has nacido viejo en religión y has recibido la sabiduría de los años antes de conocer el entusiasmo de los comienzos, aquel que intenta esforzarse hacia la grandeza, arriesgando incluso su vida. Prestas más atención a lo que no debes hacer que a lo que sería preciso intentar, y tu perspicacia se ejerció más sobre los peligros que presenta la obra a emprender que sobre los de la amenazante rutina. Podrías describirme lo que hace malo un fruto e ignoras el sabor del buen fruto, y jamás has sabido darlo. Señor, ahora comprendo qué es lo que me falta, pues de ahora en adelante sé que nunca la tijera de podar podrá reemplazar a la savia que alimenta y que consiste en querer verdaderamente la obra para la que doy frutos. Enséñame a alimentarme de la tensión espiritual que exige el descubrimiento y de la divina alegría que procura, a fin de desear cada vez más la tensión espiritual de tu amor creador y la alegría que da su plenitud. Dame el fervor que tuviste en tu corazón los tres años de tu vida pública, que tan rápidamente consumaste y tan divinamente, que, más tarde, veinte siglos no han sido capaces de olvidar su maravillosa historia. 223 Si, en Emaús, el corazón de tus discípulos ardía, no era sólo porque tú les hablabas, sino porque les explicabas con sabiduría divina la esperanza de los profetas y su realización, que ellos aguardaban. Que podamos nosotros creer, como ellos, en esta divina esperanza que los siglos pueden velar y los hombres falsear, pero que permanece intacta y virginal, invencible, en el corazón religioso al que la gracia visita. Accede, Señor, a venir a explicárnoslo y el fervor alimentará nuestros actos y madurará nuestros frutos. * * * Entonces podrás venir a podarnos, pues cuanto más abundante sube la savia, más se cubren sus ramas de hojas y de yemas y tanto más ve el hombre abrirse en él nuevas posibilidades. Pero la flecha no tiene más que una punta y el hombre no debe tener más que una gran pasión, so pena de recaer rápidamente como la rama que se arroja. Unificación de mi ser, operación tanto más necesaria y penosa cuanto más rica, no te corresponde a ti hacerla, alma mía, pues desconoces el oficio de la poda e ignoras el plan del viñador; pero puedes hacerla posible siendo un sarmiento vigoroso. A ti te toca hacerla eficaz, no intentando, mediante ciertos chalaneos, volverte a dar las ramas que te han sido cortadas. Unificación de mi ser, obra divina que escoge entre todas las posibilidades aquella que será la real y que lo hace como un compositor escoge, para cada instrumento, la nota que sostendrá; adoro en ti la sabiduría de Dios y la finalidad del mundo en él. Así, todas las plumas de la flecha, severamente recortadas y podadas, están hechas para su punta, y todo lo que yo soy tú me lo has dado y unificado, Dios mío, para guiar y nutrir la única ráfaga de mi alma, su nota eterna. Tu acción unificadora, Señor, informa todas las circunstancias que vienen a atravesar mi vida, todos los acontecimientos que chocan con ella y las inspiraciones que la visitan. Tu providencia puede cubrirse de las violencias del viento y de la tempestad, que podan el sarmiento con la brutalidad de su sacudida. Tu mano misericordiosa puede también desecar por dentro las ramas, lo mismo que no deja de hacer brotar, en lo íntimo del ser, las flores y madurar los frutos. Nos castigas con un corazón de Padre, haciendo soplar sobre nosotros el huracán, sepultándonos en nuestra nada, dejándonos desvanecer por cierto tiempo en la inconsistencia de nuestro ser y nuestros vanos pensamientos. Qué maravilloso además tu toque maternal. Extrae su magia soberana del contacto creador que hace que, en Dios, todo lo que es, se sostiene. Bajo la acción de tu continua y vigilante presión, el corazón se lía y se deslía, tal deseo se 224 225 deseca y tal otro se acrecienta, tal amistad se anuda y tal otra muere. Bajo tu eficiencia, la inteligencia se abre o se cierra y la pasión de conocer, como deja el nómada su viejos pastos, encuentra a aquellos en los que, de la verdad, nace el amor. Mano divina que poda mi ser, te adoro y me entrego a ti como a aquella que me hace. * * * Señor, frente a estas perspectivas de vida, enséñanos a permanecer puros. En esa pureza que proviene de ti y que tú exponías a tus apóstoles: "Ahora sois puros, a causa de la palabra que os he dicho". Pues bien, sé que no basta con querer la vida. Los judíos nacionalistas, también ellos, la querían y su odio mezquino y la exaltación de su orgullo de raza no eran otra cosa que un fervor de vida mal orientado. En nuestra época, tan fecunda pero tan enervada y vertiginosa que, en menos de cien años, ha visto cambiar la faz de la tierra y posiblemente el corazón humano más que en decenas de siglos en el pasado, no faltan hombres que conocen la alegría de vivir y el fervor de unas inmensas esperanzas. Pero en ti, pureza esencial, sólo en ti, en tu amor, en tu palabra, Señor, esa fuerza de conquista desafía todo lo que pretende torcerla hasta 226 desviarla. Sólo en ti puede conocer la rectitud que le permite permanecer siempre siendo ella misma y apoyarse sobre todo lo que ha sido, para ser cuanto debe llegar a ser. No me dejes que me pierda en los complicados dédalos de la acción y de sus empresas; no me dejes ser absorbido por el ilusorio espejismo que hace de un hombre el siervo de sus pasiones dominantes, el esclavo del personaje social de que se revistió, el paje de un público y de una clientela, el eco sonoro de las codicias del hombre y de la masa, de una clase social o de una nación. Haz de mí un hombre recto o íntegro, incorruptible por su misma fuerza de alma, pero también, para ser fiel, haz de mí un amigo tuyo. Enséñame a ser manso y humilde de corazón, pero dame también esa pasión por tu casa, que devora. Une en mí la pureza y el ardor. Junta en mí el espíritu de las bienaventuranzas al entusiasmo de los profetas. * * * En ti conoceré esa unión. Permanece en mí y concédeme el morar en ti. Sumisión que me hace ser tuyo, Señor, pues tú eres el medio en que mi pureza aumenta como el cristal en el agua. Mora tú en mí, Dios mío, tú eres el fuego interior que forja mi fervor. 227 Misterio inefable de la unión del hombre con su Dios. Movimiento humano en el que el hombre asegura su rectitud. Movimiento divino en el que Dios hace del hombre el creador de la creación continuada. APACIENTA MIS OVEJAS Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?». «Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?», y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sigúeme» (Jn 21, 15-19). 228 229 Por las palabras recogidas en este texto, Jesús confirmó a Pedro en sus poderes de jefe de la iglesia. Cada cristiano puede meditar y en cierto sentido aplicarse estas palabras, ya que también una vocación especial se le señala a cada cristiano, en la iglesia, de hacerse cargo de sus hermanos. "¿Me amas más que éstos?" A menudo, Dios mío, planteándonos una pregunta así, hemos tenido el primer presentimiento de una vida que podría ser, que sería entera para ti. "Más que éstos", es decir, más que todos los que nos rodean, que llevan la misma vida que nosotros, en el mismo marco cotidiano. Pregunta en la que entra a menudo más sencillez y generosidad espontánea que orgullo. Sí, Señor, queremos amarte más que lo que lo hacen los demás. "Más que los demás", porque éste es el deseo del pequeño que ama y que quiere complacer. Y si hacemos "más que los demás", Dios mío, porque lo hayamos querido o, aunque no pensáramos en ello, pronto llegará un día en que tomaremos conciencia de que no somos ya de hecho totalmente "como los demás". ¿Por qué ocultárnoslo, ya que será verdad? Será preciso pensar entonces en lo que pretendes hacer de nosotros y nos plantearás la segunda pregunta: "¿Me amas?" Hace falta haber vivido mucho para que esta pregunta se nos plantee con sentido real. Amar, para quien no ha luchado o sufrido aún, ¿qué sabe lo que es eso? "Más que los demás", porque al menos es un punto de partida concreto, una fórmula que preserva del irrealismo y de los buenos deseos vaporosos. Debo plantearme esta cuestión olvidándome de toda otra cosa que de ti y de mí. ¿De qué me servirá ahora pensar en los demás para compararme con ellos? Pues ahora he descubierto un poco lo que es el amor. Dichosos los hombres que piensan en los demás para amar a Jesús más que ellos lo hacen; hay tantos que no piensan en los demás más que para reafirmarse en su mediocridad. Desde hacía ya tres años, Pedro te seguía y tú le preguntas si te ama. Porque a pesar de todo se plantea la cuestión. "Más que los demás", Dios mío, querríamos servirte mejor que ellos; seremos el que se brinda a todas las tareas, el que avanza siempre. 230 Cuan grande es este amor que esperas de nosotros. Tres años de fiel servicio no serían frente a él más que un testimonio muy imperfecto, y tú quieres, Dios mío, la promesa del hombre, del 231 hombre que ha vivido, que sabe lo que dice y que compromete el porvenir, el porvenir desconocido con una sincera promesa: "Sí, Señor, te amo". "¿Me amas?" Hay algo de angustioso en esta insistencia, pero el objeto bien vale la pena. Y es así como nos interroga Jesús a todos. Vas a irte, Señor; ¿te dejarás a tu lado a las personas que te aman? Todo el quid está ahí, pues ya no mantendrás a los hombres más que con el lazo de un amor espiritual. Tu obra depende de ello, aquella por la que diste tu vida. Y si no te aman aquellos a los que formaste y mantuviste a tu lado, ¿quién podrá amarte? "Señor, tú sabes que te quiero". Pedro recurre a la ciencia de Jesús; hace un acto de humildad; pero hace también un acto de confianza y de fe en su amor: no dice "Tú lo sabes todo; tú sabes si yo te amo", sino "que yo te amo". Sin embargo, Pedro había caído, había renegado de Cristo; pero no renunció sin embargo a amarle. Enséñanos, Dios mío, a no embarazarnos con el pasado; el pasado, pasado está, y el porvenir se abre ante nosotros y en él podemos amarte. Líbranos de toda búsqueda vana y paralizante. Da232 nos la santa confianza: primero, confianza en ti, sobre todo, pero también un poco de confianza en nosotros mismos, confianza en nuestro amor por ti en el que creeremos con los ojos cerrados como creemos, porque creemos en tu amor por nosotros, que tú confías en nosotros. "Apacienta mis corderos". Señor, te he seguido tres años; me enviaste y prediqué la palabra a los hombres. Pero ahora tú te vas y me dejas solo. Solo, es decir, con la carga personal de toda esta obra, en la que ciertamente he trabajado ya, pero sin sentir su peso, ya que tú estabas allí y la habías tomado enteramente sobre ti. Solo, frente a las iniciativas a emprender. Solo, sin nadie que me apoye, sino debiendo por el contrario servir de apoyo a muchos. Yo seré el que aconseje, el que dirija, el que reafirme. Pobres corderos, si pudieran conocer el corazón de su pastor... Hijo mío, ¿tú me amas? Todo está ahí. No te he pedido otra cosa. Y es que basta con eso. No es que el amor supla a todo, de inmediato. No, no suple ni a la inteligencia, ni a la vivacidad del espíritu, ni a la seguridad del juicio, ni al don de la iniciativa. Más valdría que poseyeras todas esas cualidades que no tienes; pero estoy 233 forzado a aceptar a las personas como son; ¿no es verdad? Y el amor permite adquirir con el tiempo todas esas cosas, pues establece entre el hombre y yo una maravillosa comunicación y mi poder se transfunde en él para hacerle florecer y hacerle fructificar. ¿Qué no podré hacer yo del hombre sí me ama y me permite trabajar en él? Y si no me ama, ¿qué podré hacer? Y en verdad no hay muchos que me amen como yo deseo. "Apacienta mis corderos". Señor, ¿qué quieres decir? Y Pedro, que recibe así su misión, no sabe aún en qué consistirá ésta. Posiblemente concibe alguna expedición apostólica como las anteriores o una especie de vigilancia sobre los amigos que Jesús va a dejar. Pero ¿puede ver ya desde ahora a san Pablo en camino, a esa Roma que le espera a lo lejos, a todos los pontífices que en él reciben su suprema investidura? ¿Piensa que los corderos de Cristo son todos los hombres de la tierra? Los corderos son alegres, despreocupados; retozan en torno al pastor. Y el pastor que ha vivido mucho sabe muchas cosas que no saben los corderos, sustenta muchos afanes que ellos desconocen. Pero es feliz con su alegría; sabe que precisan de él; y esto no le molesta. Danos, Señor, un alma suficientemente desprendida, lo bastante pura para que la vida y sus pruebas no nos vuelvan a encerrar en nosotros mismos ni nos enfríen, a fin de que seamos siempre capaces de irradiar la alegría, incluso cuando el dolor y la tristeza estén dentro de nosotros. "Apacienta mis ovejas". Se encuentra mucha gente que sabe apacentar corderos. Qué pocos pueden apacentar ovejas. Es relativamente sencillo lanzar a los jóvenes por el camino de las primeras generosidades; lo es mucho menos ayudarles a perseverar en él cuando se plantean las primeras dificultades y cuando es preciso, para mantenerse, una mística que no hace caso de palabras y en la que la cruz tiene su lugar. Y sin embargo son las ovejas las que constituyen la fuerza y el valor del rebaño. Así nos confías, Señor, tus tareas. El tiempo nos revela qué quieres de nosotros. "Cuando eras joven, ibas donde querías". Pero tus palabras no son limitativas. ¿Quién puede fijar un límite a las ambiciones, a los grandes deseos que tienes sobre nosotros? Pedro no utilizó tan mal esta libertad primera, ya que se puso totalmente al servicio de Cristo. Sin embargo, esto no era sino el principio. 234 235 Símbolo de las primeras andaduras, en las que el hombre aún libre se entrega a Cristo, va hacia Cristo como iría hacia cualquier otro maestro. Y sin estos pasos primeros nada tendría su acabamiento. En una muerte que no es el aniquilamiento, sino el testimonio y la fidelidad supremos, la consumación de todos los sacrificios precedentemente aceptados, la renuncia a las últimas posesiones y la vuelta a ti, tras del más puro servicio. "Otro te llevará adonde tú no quieras". Concédenos, Señor, conocer algún día una muerte así. Pero, ya al final, Dios ha asido al hombre que se ofreció a él. Y, en cierto sentido, éste ya no es libre. Siempre puede retirarse, decir no, rehusar servir, pero tal cosa no ocurriría sin un impulso que le trastornaría y le hundiría en lo más hondo de sí mismo. Ahora es Dios quien se encarga de su perseverancia y sus progresos. Por caminos por los que él no osaría avanzar solo, le conducirá y conocerá allí sus últimos desprendimientos. Le conducirá desde fuera y las circunstancias del mundo se convierten en las servidoras y los dóciles guías del hombre plenamente resignado a la voluntad de Dios y que está en su sitio. El conducirá por dentro, pues en el gran silencio que una vida de desprendimiento habrá establecido dentro de él, la voz de Dios podrá hacerse escuchar sin cesar y sin discusión. "La clase cié muerte con que iba a glorificar a Dios". Ahí acaba toda vocación. 236 237 y vivieran sus antepasados, parecerá sin embargo al mundo extrañamente nueva, y como tal, la rechazarían muchos sin haberla reconocido. Nosotros también, Señor, cuando nos tomaste, no supimos a dónde nos llevabas. Pero tú lo sabías por nosotros y es tu corazón el que querría yo conocer aquí. Tu amor, tu ternura hacia los que así parten por ti. FRENTE AL MUNDO Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10, 16). Eres tú, Señor, quien les dice eso; ellos mismos, con su generosidad y su entusiasmo de conquistadores, ¿habrían dudado de ello? Tú sabes mejor que ellos la extraordinaria aventura a que acabas de lanzarlos. En torno a ellos, todo les sonríe aún y posiblemente se creen buenos y honrados judíos como los demás, un, poco más devotos solamente... Pero la palabra que has depositado en ellos como un fermento tiene otras exigencias: un día lo verán, sabrán que los has aislado, separado, constituido en predicadores y apóstoles de una nueva doctrina que, siendo la viva continuación de la que practicaran 238 Tu mirada que les sigue a lo largo de las diversas rutas, lejos de ti, expuestos ellos mismos a tantos peligros, desdichados en ciertos momentos sin saber por qué, como niños, a veces tentados de pararse, bloqueados por el estúpido accidente que no supieron prevenir; en otros momentos, sentados al borde del camino para reflexionar en su vida extraordinaria, repasando en su espíritu lo que dijeron, meditando sobre lo que se les respondió, meditando sobre la apatía o la inexplicable hostilidad de los hombres, descubriendo dolorosamente la paradoja, aparentemente invivible, sobre la que su vida se edifica: un amor oculto y dubitativo. Y entre sus manos inhábiles y desdichadas, el mensaje divino que tú les entregaste, su desmañado esfuerzo para expresarlo, su extrañeza y su escándalo siempre renaciente ante él, cuando lo miran para sí y no para los demás. A pesar de ello, la fuerza secreta que tira de ellos. Y su vuelta hacia tí. Tú ves también, Señor mío, las súplicas de tus apóstoles hacia el 239 maestro que les ha enviado y les sigue con su amor oculto. Todo esto en tu corazón, Señor, todas esas vidas de hombres que en él se reflejan y que en él llevas, todo eso lo tienes en tu corazón cuando les dices a tus apóstoles: "Mirad, yo os envío". Os envío, frase muy austera, ya que implica la separación, la ausencia, la marcha de esos pequeños, de tus hijitos, como antes les llamaste, tan poco formados. Pero la obra así lo exige y, si se mantienen, se formarán: yo no os dejaré huérfanos. El amor que brilla en las inminentes separaciones está en tu corazón en este momento, Señor, y porque lo tomas de testigo señalas la hora: "Mirad, yo os envío". Exprésanos, Jesús, ese amor con que nos sigues... Pero el amor no se expresa ni se explica, se sabe, se le concede confianza. Señor, haz que crea. Señor, ¿cómo meditaría hoy en otra cosa que en ti? ¿No eres toda mi vida, mi todo? ¿Cuándo sabré verlo todo en ti? Por tanto, ¿cuándo todo me referirá a tu persona, a tu amor? Quiero contemplar en tu corazón esos consejos que dabas a tus apóstoles y que, a través de ellos, me alcanzan a mí. ¿Cuándo veré pues este mundo con tus ojos, tu corazón, tu experiencia, para conocer los estremecimientos de tu amor oculto? 240 Junto a una persona amada, ante un gran paisaje, lo que sobre todo me interesa es ella y lo que a ella le agrada en él, y el paisaje no me distrae de ella, ni ella de mí, sino que nos une a ambos. Así querría yo estar cerca de ti ante ese mundo que amas, pero que todavía está tan lejos de ti y al que envías a tus discípulos, tan débiles; lo miraré, Señor, apretándome contra ti y nos juntaremos a mirarlo. Y viste a tus hijos, en ese mundo, como ovejas en medio de lobos. Señor, es ésta una terrible frase y, si no la hubieras pronunciado tú mismo, no habría osado yo decirla nunca. Yo que deseo tanto considerar con confianza a todo el mundo en torno mío, lo que es mucho más dulce para el corazón y más reconfortante. Sin embargo, en ciertos momentos, habiéndome lanzado a la acción por ti —¿no fuiste tú el que me enviaste?— he conocido la verdad de esta frase, de tal modo me he sentido ante los hombres solo y como vencido, desterrado y hasta extranjero. Cuando les he visto en medio de sus riscos mobiliarios, totalmente ocupados en alcanzar un lujo confortable, laboriosa y pacientemente acumulado, he sentido en sus ojos la altanera seguridad que tales posesiones dan al hombre y, por no tener yo esas riquezas, me he sentido al lado de ellos muy pequeño. Me despreciaban e incluso 241 me imponían su desprecio. Viven, pensaba yo, indudablemente felices, en cualquier caso orgullosos; la sola cosa que ocupa mi corazón, ellos la desdeñan y la desprecian. ¿Qué soy yo en ese mundo? Otros me deslumhraron por su genio práctico. No hablaban más que de dinero, de progreso, de combinaciones ingeniosas, y porque estaba yo en todo eso menos fuerte que ellos, me seguían despreciando y me superaban. Pero mi propia riqueza, ¿cómo expresarla? O, es que, en verdad, ¿no vale para nadie?; ¿acaso sueño, como un niño, con tesoros imaginarios? Otros —sin embargo de éstos había pensado hacerme comprender— me consideraron compasivamente desde que empecé a hablarles de vida interior y de ti. Y ante el tinglado minuciosamente ajustado de sus organizaciones, ante la extensión de su obra, ante los resultados que daban por descontados y que obtenían, me vi solo y desnudo, iluso, estéril, casi ridículo a pesar de mi buena fe. Me arrojaban tu nombre y mis palabras para condenarme sin decírmelo y relegarme. Su compasión me hizo más daño que el desprecio de los otros. Esta impresión de vivir en otro mundo, en desarmonía, de no estar en planos distintos, ciertamente, pero semejantes, aunque fueran antagonistas, sino de estar en planos radicalmente irreductibles uno al otro, de tal modo que no pudie242 ran sino ignorarse. Se mantiene ciertamente algún contacto, se charla agradablemente, se pone cara de no ver nada extraño, pero cuan profundamente dividido se está. Un amor diferente hay en mi vida. Qué daño me hacen. ¿Estás tú en su corazón? Entre el lobo y la oveja no hay otra conversación posible, a no ser que el lobo se coma a la oveja. Tras algunas de estas experiencias, he aprendido bien que estamos en el mundo como ovejas en medio de lobos; por eso dudan los hombres y tus servidores perseverantes son tan raros. Señor, después de haber visto a estas personas, he vuelto junto a ti, oveja al lado del pastor entre las otras ovejas. Allí he reconocido claramente que estaba en la verdad, me lo has dicho tú y me lo has hecho comprender todo. Si somos ovejas, débiles y hoy vencidos, no es como el mundo se imagina y quisiera persuadirnos de ello, no es porque en esencia seamos unos inadaptados, unos soñadores o hasta unos dimisionarios resignados, decepcionados por la vida, buscando su consuelo en la esperanza de alguna felicidad retributiva y alejada. En esta tierra, en el porvenir de esta tierra, sobre esta tierra, creemos nosotros más que ellos. Tú creíste en ella, Señor, y fue para prepararla para lo que nos enviaste como ovejas en medio de lobos y no queremos convertirnos en lobos. 243 Si hoy somos débiles y despreciados, es justamente porque somos del porvenir, porque hemos edificado nuestra vida sobre los valores del porvenir, sobre aquellos que no se cotizan al cambio actual, porque somos esperantes dentro de un mundo de instalados. El porvenir, tímido como un joven, frente a estos posesores bien establecidos que lo desprecian y lo odian con un secreto temor inconfesado, el porvenir candido e indefenso, sin organización ni medios porque justamente es el porvenir, ese porvenir que ellos indudablemente querrían impedir que naciera, pero que sin embargo será y que, un día, les salvará si no quieren perecer. No, lo que espero yo es de otro orden y si las olas innumerables han arrojado su brillante polvareda sobre la arena que por un momento parecen conquistar, ineluctablemente se retiran todas y sin embargo la marea sube y un día lo cubrirá todo, segura e inevitablemente. Qué vida tan dura la que nos es preciso vivir, en este mundo en camino de subida hacia la luz, pero que se aferra y quiere establecerse en cada una de las etapas que cubre, que odia a todos los que le llaman más lejos, que reniega una y otra vez del impulso espiritual que le ha llevado allá donde está, y al que le debe todo, su confort, su seguridad, sus ideas, su moral. Los fariseos de hoy levantan túmulos a los profetas que mataron sus padres y lapidan ellos mismos a los descendientes de aquellos profetas. Señor, tú viniste entre nosotros en una época en que, para vivir, el hombre posiblemente no conocía todavía, por experiencia, cuánto precisaba de ti. Su vida era aún plenamente individual. Seguía su destino propio con su familia, en su pueblo. Sólo dependía del medio que le circundaba y sobre el que tenía la impresión de poder actuar. Y su existencia tenía la estabilidad de lo que siempre ha existido, apuntalado sólidamente por una tradición que le dictaba sus comportamientos y sus decisiones en todas las circunstancias de su vida. Gracias a esta tradición, era religioso; merced a ese tesoro de religión acumulado progresivamente en su corazón por siglos de disciplina y fidelidad, era natural y espontáneamente religioso. Ocurría claramente así. Gracias a ese aplazamiento, tuvo tu religión tiempo de madurar, de recopilar tu maravilloso mensaje, el tesoro de tu vida. El porvenir, palabra maravillosa en la que se mecen todos los que esperan, encanto que endulza la opresión de hoy, ¿no es un espejismo?, ¿vendrá algún día? He visto tanto de ello en la historia de esas renovaciones cristianas a las que ha seguido una nueva caída... Pero los tiempos han cambiado; el hombre se ha hecho cada vez más solidario de la multitud de los demás destinos humanos; su existencia depende de la organización del mundo tanto como de la de su familia y de la de su pueblo. Depende de la armonía de un conjunto sobre el que le 244 245 es difícil imaginar siquiera que pueda ejercer la menor acción. Y la religión natural de sus padres ha desaparecido, no dejando tras de sí más que algunas caricaturas de cristiandad, algunas migajas de moralidad y algunos vestigios, a menudo falsos, del ideal cristiano. Frente al hombre se alza ya el angustiado temor de un determinismo fatal que le aplastará finalmente. En él se ahonda ya trágicamente a veces la desesperación de la nada. Sin embargo, no ha sonado aún la hora en que la generalidad de los hombres será presa del vértigo liberador, frente a las angustias individuales y colectivas. El mundo aún cree poder vivir y durar sin ti, Dios mío, pero no ocurrirá siempre así. Esto podría durar aún algún tiempo, sin ir hasta extremos impensables. ¿Y cómo no desesperar si no eres tú la salvación de este mundo, objeto de tu obra? Yo lo creo, Señor, porque tú eres un Dios verdadero y real. Y lo mismo que no es posible que nada pueda desarrollarse armoniosamente y hasta el fin, fuera de lo real, lo mismo resulta imposible que nada real sea condenado a encallarse lamentablemente en el desorden, ya que tú existes. Y aguardo ese día en que estarás otra vez presente en la organización de este mundo, Dios mío. Y no sólo porque tu ley sea mejor conocida y respetada, ni sólo por el exacto conocimiento que tendremos de tu papel en medio de nosotros; tú que no sólo estás en el comienzo de todo lo que es, sino que debes aún sostenerlo 246 continuamente en el ser. Entonces, nos habrás enseñado y la humanidad habrá comprendido que sólo el lazo de la caridad, más allá de todos los soportes administrativos, de todas las habilidades de los técnicos, puede sostener a ese gran cuerpo tendiendo hacia ti, con su dedo tanteante que te llama. Se ahondará entonces en ella, quedamente, torturante como el hambre, la necesidad de amar. Necesidad no contingente como un capricho que se apacigua con el tiempo o se satisface con otra cosa, sino necesidad metafísicamente fundada, tan ligada al corazón del hombre como éste se halla ligado al resto de lo real. Necesidad que es en él un reflejo de la inalterable realidad, de la que se impondrá definitivamente a todo hombre y cuya universal presencia hace el cielo y el infierno. Sí, cuanto más será presa dad cada vez más entera, de más hombre se haga el hombre, de la necesidad, y de una necesimás explícita, más dominante y amar. Entonces ¿quién le explicará esta necesidad de siempre, pero sólo entonces conocida así?; ¿quién podrá decirle que desde todo tiempo fue conocida por los mejores y que una larga tradición, muchas veces milenaria, vivió del ejercicio de este amor y no fue por él decepcionada?; ¿qué voz contemporánea se elevará para esta humanidad —que no busca ya su salvación en los 247 libros— para decirle que el absoluto personal al que aspira, está vivo?; ¿quién le revelará el Dios oculto que es el amor?; ¿quién le dirá que tú, Señor —qué lejana estará ya tu historia terrena —no has sido un muerto como los demás, sino que eres la vida? Nosotros, gentes de hoy, perseguidos y despreciados por nuestro tiempo por lo que ellos llaman nuestras quimeras, ovejas en medio de lobos, muertos desde hace tanto tiempo —pero nuestro mensaje seguirá vivo—, habremos sido los guardianes, los portadores y los transmisores de este amor que llama a la humanidad, sus testigos y el instrumento de su salvación. Señor, reforzado con esta esperanza —era la tuya—, me he convertido en mi vida cotidiana en un despreciado, en un combatido, oveja entre lobos y, en la serenidad de mi optimismo vencedor, no he encontrado lugar para el odio, refugio de los débiles y los descorazonados. "Era preciso que Cristo sufriera todas esas cosas, que sufriera y muriera", les dijiste a tus discípulos en el camino de Emaús. Y yo he comprendido que, en esa lucha larga y al fin victoriosa, muchos han de morir y ser aplastados. Así cae herido el soldado en el asalto del que saldrá la victoria. Mañana un pueblo entero rezará sobre su tumba. Mañana, ellos sabrán que el porvenir de la tierra estaba ligado a nuestro mensaje, que nues248 tros esfuerzos y nuestra perseverancia han conservado para ellos el tesoro esencial. Y como a los otros profetas, nos levantarán tumbas... Señor, ¿por qué estoy triste? Es que mañana estaré muerto y no habré visto la victoria. Por mi vida, ¿por qué habré nacido hoy? Esos desprecios, esas incomprensiones, esas mezquindades, esas persecuciones... Mañana, tú vencerás; pero hoy, impiden que el bien se realice y a las almas, que se eleven; destrozan mi propia vida, puesto que mañana estaré muerto. He recordado entonces que esta tristeza ante el mal inevitable, tú mismo la soportarte y conociste en el fracaso de tu vida, tú el supremo fuerte, en Getsemaní, y si esto no suprimió mi sufrimiento, al menos al sufrirlo —y se volvió menos amargo— me he sentido en tus brazos y sobre tu corazón, Señor mío. Señor, te amo desde ahora, a ti el triunfador del porvenir; eres desde ahora mi amado, mi vida. Cuando veo a los que me persiguen, me desprecian y me atan, sé que tú vencerás mañana y que hoy estás conmigo. ¿Con qué ritmo, Señor, me envías a ese mundo, oveja entre lobos, para preparr en él tu reino y me vuelves a llamar al seno d¿ tu amor? Pero ése no es un ritmo, un vaivén en el que por algún tiempo te perderé. Como frente a un 249 gran paisaje, como en una obra en colaboración, nuestras almas están unidas. Vivir hoy como se vivirá en el porvenir, inaugurar sobre esta tierra, en medio de los sufrimientos, una nueva humanidad y ello porque hemos sabido, más que los otros, ser dóciles al atractivo del amor, a tu atractivo. EL VERDADERO APOSTOLADO El apostolado no es una empresa humana en la que la entrega, el tacto y la inteligencia basten. Concédeme, Dios mío, comprender que es ante todo un esforzado abandono a tu voluntad que te permite actuar a ti mismo, a través mío. * * * Hijo mío, has dado tu tiempo, tu esfuerzo, tu dinero, para lo que llamabas mi obra. Has intentando ganar y mantener amigos. Has sido un propagandista celoso y generoso. Al principio actuabas por amor. Ahora te ocurre que me olvidas al realizar esa obra. Lo que has hecho hasta ahora no te basta, ni me basta a mí. Has expresado ideas, refutado argumentos, confesado entusiásticamente la paz, la pureza y la alegría que te he dado. A tus hermanos incré250 251 dulos les has invitado: "Venid con nosotros, veréis qué felices sois". Muchos no han querido esa alegría que adivinan tan diferente de la alegría del mundo. Otros, posiblemente los mejores, han rehusado entrar en una agrupación, a pesar de las ventajas que con ello hubieran podido obtener. Quieren otra cosa. Lo que piden no son tus ideas ni tus sentimientos. Lo que buscan oscuramente es la verdadadera vida. Yo soy la vida. Es preciso que me encuentren en ti. Los hombres verdaderamente vivos no quieren ni ideas, ni consuelo, ni ventajas de ningún género, quieren la vida divina. He aquí la inmensa, la única necesidad de los hombres. Cuando comprendas esto, te asustarás. Hasta ahora sólo has dado lo que poseías. Ahora no puedes contar ya con tus propias fuerzas. Cuando intentes dar mi vida a los hombres, soportarás la angustia de no tener nada que decir, nada que dar. Sentirás dolorosamente tu vacío. Entonces tus palabras sonarán a falsas en tus oídos. Sintiéndote incapaz de dar a los hombres lo que esperan, intentarás atraértelos o retenerlos tomando cara a ellos un aire comprometedor y lisonjero. Y sufrirás mucho con esta actitud forzada y falsa. Tranquilízate. Hay que comenzar por esos sufrimientos. Supone mucho intentar hablar de mí y querer hacerme conocer. Si no me amases ya, te irías a lo más fácil y estarías tranquilo. Tu deseo de servirme, de verdad, más allá de tus propias fuerzas, es lo que deseo de ti. 252 Cuando te sientas aplastado por tu impotencia, es cuando podré comenzar a actuar a través de ti sobre los hombres. Tu espíritu se abrirá a la verdadera vida. Habrá en ti como una nueva claridad, hasta entonces apenas insinuada. En una misma visión comprenderás que no eres nada y que lo puedes todo. Algo, en lo más hondo de ti mismo, te dirá que yo puedo y quiero actuar por ti. Confía en mi palabra. Tus ojos carnales te muestran los obstáculos, la inmensidad de las necesidades y tu impotencia. Pero, frente a las necesidades del mundo, presientes claramente, si sabes escucharme en lo profundo de tu espíritu, que cuento contigo, que te necesito, que depende de ti que mi voluntad se haga, que los verdaderos obstáculos provienen de ti mismo y que si haces el gesto total de abandonarte, a pesar de todo lo que pueda retenerte, por ti les será dado a los que tienen hambre. No resistas más. Consiste en hacer no sólo lo que puedes tú, sino lo que yo puedo. Yo por ti. Entonces conocerás un grado de desprendimiento que aún no sospechas. Me entregarás tus actos incluso. * * * A cambio, yo te comunicaré el amor verdadero a los hombres. Te enseñaré a descubrirlos, a verlos como los veo yo. Entonces sabrás man tetenerte junto a ellos, atento a su petición incluso poco claramente formulada. Aprenderás a callarte 253 cuando tengas ganas de hablar y de brillar. No intentarás evitar a cualquier precio el silencio, insoportable para tu alma si no está llena de mi presencia. Hablarás para responder y para dar, incluso aunque no querrías hacerlo. Cuando sorprendas en tu hermano un rehusamiento, un fallo o algo de malquerencia hacia ti, aceptarás con amor el sacrificio que te supondrá. Cuando estés establecido así en mí, no recurrirás ya sólo a la razón o a la memoria para aconsejar, ni echarás mano de unos preceptos válidos para todos en todos los casos. No dirás ya sólo lo que no hay que hacer, sino lo que hay que hacer. Cuántos, a pesar de evitar faltas graves, construyen su vida fuera de mí. La elección de un puesto, un matrimonio, una enfermedad, deciden sobre el valor religioso de una vida. En cada una de estas encrucijadas podrás mantenerte junto al hermano, lleno de tacto y de amor, para mostrarle la solución cristiana de los problemas que encuentra y hacerle conocer interiormente mi voluntad. Cuando hagas eso, amarás verdaderamente a cada hombre por sí mismo, pues de ese modo le ayudarás a descubrir el valor de su vida. Cuando conozcas el inestimable precio de un hombre, podrás ayudar a aquellos que parecen estar más alejados de mí, darles el consuelo, los cuidados y el servicio que piden. Así actué contigo al principio. Te he dado amigos, he nutrido tu inteligencia. La menor de las humanas necesidades es para mí una llamada. Te enseñaré a oír 254 esa llamada. En el enfermo que quiere la salud hay más que un cuerpo enfermo, está la angustia, la esperanza, la necesidad de vivir, la necesidad de amar del alma que habita ese cuerpo. La intención amorosa del que da, la confianza despertada en el que recibe, tienen más valor que el objeto dado y recibido. Si careces de fe, no sabrás ver el espíritu del que pide y darás el bien por debilidad, tal vez por tranquilizar tu conciencia, y de lo que así des, separado de mí, quien lo recibe hará sin duda un uso egoísta. Como tú, hará descansar su mirada sobre el objeto que entregas. Se instalará perezosamente en el bienestar material o moral que le procuras. Lo que se da fuera de mí, se recibe fuera de mí. Es "en mi nombre" en el que es preciso ayudar a los hermanos. Sin mí nada puedes hacer. * •& * Cuando estés pronto a sacrificarlo todo para que mi voluntad se haga, cuando de verdad intentes darme almas, te hablaré, no como a un siervo, sino como a un amigo. Te hablaré en lo íntimo de tu corazón. Esa voz inefable que te guía y te fortalece cuando actúas únicamente por deber, acabará siéndote familiar. Te revelará el precio incomparable de la acción que te pido. Dichoso el que oye esta voz, cuando trabaja, escribe o habla. Ve, bajo una luz totalmente interior, que mi voluntad es clara255 mente que pronuncie tal palabra, que haga aquel esfuerzo. Siente, con una intuición totalmente viva, que yo informo su actividad. Sus actos adquieren una plenitud especial. Son verdaderamente los frutos por los que pasa toda la fuerza del árbol, que se desprenden de éste llegados a la madurez y que alimentan a quien los toma. Dichoso el que lleva consigo tales frutos. Sus ideas, sus sentimientos, sus actos, están acabados y consagrados y tienen en sí mismos su autoridad. Dichosos los hombres de quienes puedo sacar un sonido tan puro porque los deseos, los temores y las satisfacciones egoístas se han acallado en ellos. Dichoso aquel que ya no es atenazado por el sentimiento muy secreto y muy seguro de dispensar su vida en una agitación vana. Ya no te hablaré como a un servidor que, aceptando la obligación de servir, limita su vida. Has tenido a veces miedo del apostolado, como de algo que estrecharía o desecaría tu vida. Creías que servirme era adoptar cierta manera de hablar, ocuparse de obras, ir con cierta gente. Deja ese temor. Cuidaré de ti como de un amigo. En el servicio que te pido, en el interior de tu alma, encontrarás tu acabamiento. Hijo mío, medita el misterio de tu vocación. Te llamo a hacer todo aquello que, en lo más hondo de ti mismo, te pareció inmensamente deseable, todo lo que soñaste desde tu infancia en tus mejores momentos. Se establecerá una correspondencia única entre tus profundas aspiraciones, tus aptitudes reales, las condiciones en que te hallas y tu obra de cada día. Y, día a día, descubrirás mejor lo que debe ser la obra de tu vida. En verdad, tu vida igualará en plenitud a la del sabio y la del artista. Soñaste una gran vida. Tu error sería quererla grande para ti. Será grande si la entregas. Aún no puedes saber cuál será la obra de tu vida. A medida que tu personalidad se forma, conocerás por la fe la misión que te he confiado en mi plan de salvación del mundo. Entonces, sentirás la alegría única del que descubre el puesto que eternamente ocupará en el cielo. Dichoso el que conozca esta alegría final. * * * Dios mío, concédeme descubrir poco a poco el sentido hondo y elemental de tu acción en el mundo. Guárdame del rehusamiento que esteriliza toda vida. Concédeme descubrir mi vocación única, la que me has reservado desde toda la eternidad. 256 257 del templo mudo y sordo, abatido el corazón más todavía que el cuerpo. LA REDENCIÓN DE ZACARÍAS Señor, ¿qué dirá la historia de tus santos? Gustosamente se los imagina uno tan valerosos, tan llenos de tu amor que se les ve penetrar derechos en el sol de tu gracia. Fácilmente se habla de sus éxitos, de sus milagros de fuerza y de pureza. Pero lo que se ignora, lo que no se quiere conocer es el combate en el incierto arranque, en los audaces riesgos que constituyen su vida entera; el fracaso les tuvo, a veces largo tiempo, bajo la amenaza de una derrota total. El espíritu humano está hecho así. Le gusta lo armonioso y es un escándalo para su fe ver surgir la santidad de un parto doloroso que hubiera podido ser un aborto. Y Zacarías, el hombre recto, justo delante de Dios, cumplidor de todos los mandamientos y órdenes del Señor de un modo irreprochable, salió Dime, padre del precursor, que en tu vida triunfaste más allá de lo que habrías deseado, a pesar de esta caída, más profunda que ninguna que hubieras podido imaginar; dinos, segundo hijo pródigo, el secreto de tu redención, pues después de que los siglos han consagrado tu obra y la obra de tu obra, muchos han iniciado como tú su vida en la justicia de Dios y en su caridad ardiente y generosa. Muchos también han conocido como tú, más tarde, tras un buen comienzo, la dolorosa extrañeza de una inesperada caída o el descubrimiento en sí mismo, sepulcral, de un alma cuya vida desfalleciente se retirara poco a poco, abandonándole, fría o inerte. Tu hijo no conoció eso; la muerte le alcanzó tan joven. Fue de aquellos cuyo fruto madura rápidamente y es muy pronto recogido. No conoció la fatiga espiritual que entorpece y la traidora tibieza que vacía. Su vida fue de un solo impulso hasta la muerte. El hijo pródigo no conoció eso; su vida empezó demasiado tarde para ser muy larga. Es como esos campos de simiente retardada que verdecen en medio de trigos ya maduros y que se cosechan cuando se puede. No, Zacarías, tú eres el patrón de aquellos a los que en la infancia atenta llama Dios, de los que no han sido engañados en la adolescen- 258 259 cia y a los que la vida no dominó con sus atractivos y distracciones; de aquellos de quienes se tiene una buena opinión y que, sin embargo, decepcionan a Dios en su corazón, sin que lo sepa nadie. Acuérdate de nosotros en esos momentos escondidos y recuerda el día de tu falta. * * * ¿Quién hubiera pensado, Zacarías, que un día te faltaría la fe?; ¿no habías amasado tus días con ella? Recuerda los momentos decisivos que orientaron tu vida. Acuérdate de todos aquellos que te confirmaron en el largo camino del sacerdocio. Acuérdate de lo que proclamabas a tu alrededor y de lo que pensabas. Qué contradicción. Aunque aquello hubiera sido algo tan nuevo en tu vida, tan alejado de tus profundas aspiraciones, tan extraño a tu oración, algo que jamás hubieras pensado o deseado, algo que no tuviera relación con tu vida, sería comprensible y uno se lo explicaría. Pero, en definitiva, ¿no te dijo el ángel: "Tu oración ha sido acogida"? No vino a sorprenderte con una extraña revelación, Zacarías, sino que te anunció la coronación de tu vida, lo que pedías desde siempre. Y Zacarías, el hombre recto, el justo delante de Dios, que cumplía todos los mandamientos y órdenes del Señor de un modo irreprochable, no tuvo fe aquel día del ángel, pues, en verdad, 260 su fe desgastada en la larga espera, fatigada por una vida que descansa en sí misma, dormitaba en medio de un sueño que podía ser el último. Y él no lo sabía, pues jamás quiso saberlo. ¿Quién hubiera podido pues dudar de ella? Misterio de nuestra pobre vida. ¿Qué contradicción ocultas en nuestro corazón?; ¿por qué sobrevivimos a nuestros más caros deseos?; ¿"por qué las más fuertes aspiraciones de nuestra alma, aquellas que pesaron sobre nuestra vida y la impulsaron hacia adelante, se desecan en nuestro corazón? Y llegamos a no desearlas ya, a no servirlas más que porque antes fueron nuestras. Ayer no ocurría así. De ellas surgían gracias de fuerza que nos elevaban, sacándonos de nosotros mismos. Ahora somos nosotros los que nos aferramos a ellas, como al viejo hábito, reliquia de una juventud que ya no es, como migajas del recuerdo de una grandeza pasada. Al fin llega un día en que la vanidad de toda esta actitud estalla en lo hondo del corazón de los más ciegos. Y ése es el fracaso. Muchos apresuran el maldito vencimiento. Tiran por la borda el recuerdo, en adelante desagradable, del ideal de las primeras horas, para entregarse a lo que ahora les solicita en lo profundo de una carne que de joven se ignoró. Pero todo el mundo se apercibe de ello, lo conoce y lo disculpa. ¿No es esto la debilidad humana? Muchos carecen de una voluntad lo bastante estable para aferrarse, cueste lo que cueste, a 261 estos recuerdos pasados de una vida transcurrida y protegerse con ellos. Poco a poco, la cosa trasluce y se revela. Y en la semipenumbra de las cotidianas intuiciones, uno no se extraña de las nuevas caídas, cada día más significativas. Uno puede verlas para conocerlas, pero resultan aún demasiado desdibujadas para tener la idea de juzgarlas. Pero hay otros hombres, los más fuertes, los más potentes, que jamás, si no se les fuerza a ello de rodillas, abandonarán su papel. Nunca sacarán tampoco partido de su decrepitud. Jamás querrán dejarla traslucir hacia fuera. Incluso jamás querrán reconocerla. En unos es orgullo. Tierras ingratas, ¿qué lluvia podrá de ahora en adelante fecundarlas? En otros, es el secreto sufrimiento de una fe desilusionada que no fue lo bastante fuerte para mantener su confianza en Dios hasta en la visión de la irremediable miseria humana. ¿Quién burlará tal vigilancia, fuerte como el pudor? Señor, tú que conoces el corazón humano, tú lo sabes todo, hasta esas cosas que él se oculta a sí mismo. Sabes además aprovechar este fallo esencial para coger a manos llenas al que hasta entonces, porque no sabía hacer otra cosa, no había hecho más que prestarse. No, no te escuchamos y seguimos en otro tiempo en vano, pero es preciso aún pasar por la densidad del sufrimiento, por el punzante descu262 brimiento de nuestra pobre nada, mucho más punzante que lo que habíamos creído. * * * Y Zacarías, desde hace ya tiempo, estaba mudo y sordo y su corazón estaba aún más hundido que su cuerpo. "Señor, ¿sigue teniendo sentido mi vida ahora que he roto el hilo que la guiaba desde el principio? ¿Qué me queda por hacer aquí abajo, ya que no he podido realizar la única obra de mi vida? Inacabable tormento del hombre que ha pasado tan cerca de su destino y que nunca ya lo volverá a encontrar. Y qué destino pudo haber sido el mío, Señor; me escogiste entre tantos otros, me guiaste y me amaste. Recuerdo de una felicidad en adelante perdida; fuente de una pena, en adelante eterna. Sufrimiento que ninguna esperanza puede llegar a disminuir, pues siempre, Señor, seré aquel que hubiera podido ser. Sin embargo, tú sabes cuánto amé tus atrios; sabes cómo seguí a tu pueblo. Conoces la larga centinela que ejercí ante tus altares. ¿Por qué fallé en la hora solemne? 263 ¿Dónde está la escondida falta que pesó sobre mí en esa hora única? ¿Dónde está, pues, la flojedad y la mentira que excavaron en mí el abismo en que caí el día para el que estaba hecha toda mi vida?" Así se lamentaba aquel hombre solitario al que ninguna voz humana podía consolar, al que ninguna confianza podía aliviar. Soledad, no se te conoce cuando no se ha pasado por eso. Hay una soledad que se inserta en el tiempo para nacer y morir en él. El corazón la sufre, pero espera, y su espera es su remedio. Pero esta es una soledad que ya no espera jamás nada. No empezó nunca, pues su sombra se extiende sobre todo el pasado y ninguna alegría, ningún recuerdo feliz atraviesa su oscura opacidad. Y nunca tendrá fin, pues sabe el hombre que en su tiniebla está la eternidad. Y, sin embargo, eso no es la eternidad para ti, Zacarías. Tu soledad de ahora no puede hacer que tú no hayas vivido bien en otra época. Está ahí tu vida pasada, que te sigue. ¿Lo sabes? Está ahí detrás, silenciosa pero activa. Déjate hacer. No cultives tu desesperación, ni atices tu sufrimento. Deja que suba en ti el olor de tu vida, como el de una buena tierra; la tormenta lo hace aún más penetrante. Déjate convertirte en el niño que eras antes, ¿te acuerdas? Cuando no pensa264 bas sino que amabas. Cuando no comprendías sino que confiabas. Siempre existe una razón de vivir mientras hay vida. Siempre hay una obra que hacer aquí abajo mientras uno vive. Pequeña o grande, humilde o gloriosa, es para Dios, Zacarías. Eso te bastará en el momento en el que, en el silencio que sigue a la tormenta, tu alma se encuentre con tu verdadero rostro. "Hay siempre una razón de vivir. Sí, Señor, lo sé y aceptaré mi vida, cualquiera que sea ésta. No es para estar caído para lo que es preciso renunciar a ser. Señor, si no puede ser lo que tú quisiste que fuera, acepto ahora ser lo que quieres que sea, en este momento. Pequé, torcí tu obra, pero esto sería, en mí, revuelta y desesperación si no aceptara volver a marchar. Volveré a caminar. Concédeme la humildad y el desprendimiento y me sumergiré en su profundidad para volver a asir el hilo de mi vida. Querré a ese niño que va a nacer y le llamaré Juan. ¿Será cierto, Dios mío, lo que tu ángel me anunció? Después de mi falta, no me atrevo a esperarlo ya; pero amaré a este niño, sea lo que vaya a ser y lo formaré para ti. 265 Le llamaré Juan, el nombre con que el ángel le llamó antes de mi falta. Y esto será para mí el eterno recuerdo de que este niño, sea lo que sea después, debe ser para ti, para ti". El alma de Zacarías se abre a las luces de un nuevo día, pues en él no hay orgullo. Puede pasar por esta puerta baja y aceptar ser tan poco después de haber podido ser tan grande, aceptar el no ser. Y encuentra en esta aceptación la dulzura de vivir donde otros hubieran respirado la amargura del suicidio. Ahora puede ya venir el niño, y se llamará Juan. Recuerdo de una falta aceptada y superada. Homenaje a una fe contrita y resucitada. Prenda de una aurora de renovación. Zacarías sigue estando mudo y sordo, pero ya no está solo. Incluso ¿está triste?; ¿por qué milagro, Señor, tu alegría viene a deslizarse en nuestro corazón, en el momento en que toda alegría humana parece desenraizada en él para siempre? Di, Zacarías, has aprendido más en estos días que en toda la vida pasada. Dime, ¿hubieras conocido tantas cosas en la prosperidad y el contentamiento interior? Ahora ya nada te apena. Y sin embargo... tu hijo hubiera podido ser. ¿Pero por qué este pensamiento antes tan cruel ha perdido en adelante su fuerza sobre tu corazón? Pasa y tú apenas lo ves. 266 Y, sin embargo, estorbaste la obra de Dios e hiciste posiblemente algo irremediable... Pero en el recogido silencio de su corazón este sufrimiento pierde incluso para Zacarías su más cruel aguijón. ¿Por qué? * * * El niño ha nacido, se llama Juan y será el precursor. Zacarías expresa su alegría, él que no podía expresar su sufrimiento: "Señor, bendito seas por no ser solo un Dios justo, sino un Dios bueno, misericordioso y fiel. Bendito seas por no tener en cuenta lo que hemos hecho y por querer sacar de nosotros todo el bien posible de aquello que somos. * Pues he aquí que este niño, a pesar de mi falta, va a ser sin embargo lo que antes de mi caída yo hubiera querido que fuera. Misterio de gracia. Gracia gratuita. Aurora de unos tiempos nuevos en los que tu bondad, Señor, vendrá a acorralar a los hombres como un mar. Milagros de la gracia. Era de la redención que comienza donde la fe, unida al arrepentimiento y a la humildad, absorberá todo el pecado. Y nada quedará de él más que una laguna pasajera, 267 como esta parálisis dentro de mi vida. Pues, más allá del pecado, tu obra se continúa. de generaciones ha amasado y vuelto a amasar con sus faltas y sus empobrecimientos. Tiempos nuevos, días de gracia en los que, más allá de la justicia y del implacable encadenamiento de las causas, se instituye un orden nuevo. Ya no es como el antiguo con su terrible carga del pasado sobre el presente que ahogaba el porvenir; se trata de un orden nuevo en el que, insertándose en la voluntad del hombre, tu virtud, Señor, puede descender a cada instante. Virtud que se hace renovadora, que hace nuevas todas las cosas como en el día de la creación. Pero dichoso aquel a quien la dolorosa falta pone sobre el yunque en el que martillean el remordimiento y la desesperación. Si hay en él una buena fibra, ésta brota. Y el espíritu humilde y humillado es como la tierra desecada que reclama un riego divino. Ya está concebido el salvador que nos aportará todas esas cosas. Y de su plenitud recibimos todo, y gracia sobre gracia". Abre ante nosotros las puertas del porvenir. No nos dejes desesperar lejos de ti. Zacarías murmura en su corazón este profético canto. Cuántos, tras él, proseguirán su acción de gracias. Pues, después, el mismo milagro de gracia viene a renovar el espíritu de aquellos a quienes la humana debilidad aleja insensiblemente de ti y a los que una falta más grave, situándoles al borde de la desesperación, despierta. Señor, tú sabes de qué barro estamos formados. En estos días de nuestro aniquilamiento, ten piedad de nosotros. A fin de que, emprendiendo una tarea en la obra del padre de familia, volvamos a tener nuestro puesto en su mesa. Para entonar en él el cántico de un nuevo amor. No en vano somos los hijos de este mundo. Este no suelta a los suyos. Podemos zafarnos de él por cierto tiempo, escapar de su rebaño, pero rápidamente nos vuelve a coger. No en vano somos de una pasta que un millar 268 269 esas palabras muertas que un libro puede eternizar en su actitud petrificada, esclava servil del espíritu que las pliega a su capricho-, sino esas palabras que una persona anima, que vivifica el espíritu; palabras eficaces, actuantes, que informan la mentalidad del hombre, asimilan sus potencias, se encarnan en su propia carne y hacen del discípulo un Cristo continuado. QUE MIS PALABRAS PERMANEZCAN EN VOSOTROS Es más fácil comenzar a seguir a Cristo que perseverar de verdad en su seguimiento. Esto uno no lo sabe al principio, aunque es claramente así, pero hay que aprenderlo luego, so pena de errar sin saberlo y de destruir los frutos que había prometido la primavera. Al comienzo de su predicación, Cristo llamó a sus apóstoles y el sermón de la montaña es la descripción entusiástica del nuevo ideal. Pero luego, cerca ya de su muerte y de las inminentes separaciones, frente a los sutiles y repetidos asaltos que la mentalidad humana lanzará contra su doctrina, Jesús se muestra más como vida, que da a su enseñanza solidez y perennidad, que como maestro que todavía busca discípulos: "Que mis palabras permanezcan en vosotros". No ya 270 Tus apóstoles, Señor, sólo más tarde descubrieron el sentido misterioso de esta frase que se repite sin cesar en tus ultimas entrevistas con ellos. No hablaban de esto a las muchedumbres cuando se dirigían a su vez a ellas. Todo ello le fue dado comprender a aquel que vio morir a todos los antiguos testigos de Cristo, que vio a las iglesias caminar tras de ellos siguiendo a Jesús, que les vio luchando contra todas las reacciones y complicaciones del corazón y del espíritu humano. Por eso el evangelio de san Juan es el de la perseverancia. Tampoco nosotros, Señor, somos jóvenes en la fe. Años han pasado y todavía más años. Ya, en torno a nosotros, unos compañeros han caído y otros lo han abandonado todo. Y, en torno a nosotros, la fatiga mina los cuerpos y los espíritus y no sé qué pasión viene a desreglar los corazones. No dejes torcerse a los hombres que te siguen. No nos dejes ahogar tu espíritu. Tritura mejor nuestros corazones; purifícanos con la espada, pero que permanezcan en nosotros tus palabras. 271 Y el hombre ha partido detrás de Cristo sin saber quién es ni de dónde le viene ese primer impulso que le lleva hacia Jesús, cuando tantos otros a su lado permanecen inmóviles: ¿Quién conoce las fuentes profundas de su generosidad e incluso de su rectitud? Durante toda la vida se desarrolla el misterioso bagaje, la dote entregada a cada uno por las pasadas generaciones bajo el velo de la educación recibida. Desdicíhado aquel que no sabe, en su primer despertar, construir su casa sobre la roca sólida, ni reparar a tiempo la fisura que prepara la zanja. Es de aquellos que dicen: "Señor, Señor", pero a los que no reconocerá Jesús. En el día de las grandes lluvias, será arrastrado. ¿Quién sabe si se apercibirá de ello? * * * Aún viven la sencillez y la gozosa confianza, ciertamente. Sin embargo, ¿qué no se canoniza bajo estas palabras? Y las almas superficiales encuentran en ellas con qué asegurarse y justificarse. Pasa Jesús; su mensaje es el de las bienaventuranzas y les pide a sus discípulos que se hagan como niños. Qué sencilla y qué bella parece la vida en la luminosa atmósfera que emana de las palabras del maestro. Qué dulce es su llamada para un corazón al que la austeridad de los maestros humanos rechaza y que ha presentido ya su debilidad. Uno comienza. En el impulso del prin272 cipio, uno avanza y es verdaderamente a Jesús al que uno sigue. El novicio no sabe aún que esta gozosa sencillez es el otro lado de la cruz, ni que los santos a los que admira han comenzado primero por luchar en la noche; y gustosamente se lo ocultan por temor a asustarle. Por otra parte, un conjunto de textos evangélicos instintivamente escogidos, releídos y meditados sin cesar, toda una serie de ejemplos extraídos de las vidas de los santos, vienen a anclarle más profundamente en la seguridad de que todo lo que arriesgara turbar su alegría y complicar su vida sería un mal; aceptarlo sería pecar, pecar contra el mensaje esencial de Jesús, que es una llamada a la confianza filial, pecar por amor propio, por secreto orgullo, por falta de fe. Sin embargo, ¿no es verdad a veces que lo real complica nuestra vida antes de unificarla? Jesús, el príncipe de la paz, ¿no dijo también que él vino a traer la espada? Frecuentemente, es en el sufrimiento en el que se da a luz al hombre nuevo. Y ¿qué va a llegar a ser el hombre que no ha sabido, a tiempo, que a veces es preciso renunciar a la paz del hombre para entrar en la de Dios? Señor, si la vida que quieres darnos es una hermosa vida que su feliz posesor no querría cambiar por ningún tesoro, también es una vida dura, pues lo real penetra en ella plenamente y nada debe resistírsele, Pero también con qué ardor intentamos huir de sus revelaciones y de sus 273 exigencias; con qué prestigiosa flexibilidad tratamos instintivamente de engañarnos sobre lo que somos y lo que nos pides. Y las-mentiras a medias recubren nuestra alma de un velo con el que ésta se protege, pero que también le ahoga. Señor, tú lo sabes todo. No nos dejes volver tus palabras contra ti. repetir que Dios no necesita de nuestros esfuerzos y que todos somos siervos inútiles. Constatar su ignorancia es duro para el hombre, pero tú sabes cuántos de nosotros la adornamos con el título de sencillez. Es preciso tener la fe de un niño, decimos, y nos escapamos. Sería duro ver a Dios tan poco amado, tan mal servido; pero esto no quiere uno pensarlo. "Sus caminos son impenetrables", se dice uno o habla de "su omnipotente providencia". Y nosotros te olvidamos, Señor, agonizante bajo el peso del pecado en Getsemaní. Sesteamos junto a tu sufrimiento, por temor a conocerlo, también nosotros. Señor, apiádate de nosotros, pues somos más carne que espíritu. Plegarse a la fuerte disciplina de unos estudios y de la meditación, orientar su vida entera hacia un fin apasionadamente deseado y metódicamente buscado, es duro, pero tú sabes qué fácil nos es decir humildemente: "No estoy preparado para eso"; además, cuántos perseveran en esta vía ascendente de la que eres tú el término. Otros encuentran en la picardía un poco violenta de la juventud una distracción de unos escrúpulos nacientes. Y se ahogan tus llamadas bajo ese desorden que se bautiza de espontaneidad. Los hombres frivolos alardean de san Francisco y de su alegría, y se creen franciscanos. Se intenta ver una señal de virtudes como el abandono o la sencillez en lo que no es a menudo más que apatía, pereza y falta de amor. Señor, apiádate de nuestra pobre sutileza. Es duro conocer la propia deficiencia y el retraso que aporta a la obra de Dios, pero resulta fácil, para nosotros hombres candidos y dobles, 274 Es duro constatar que, pese a todo, no hacemos gran cosa por Dios. ¿Quién no ha logrado consolarse pensando que nunca se ve el bien que uno hace? Al comienzo, la vida estaría en seguida allí para llamarle al orden. A veces, es el fracaso brutal, la prueba o el sufrimiento, un mal que hace falta reconocer como un hecho; el corazón se irrita con él, quisiera librarse de él, encontrar otros caminos. Se preparan crisis interiores que a veces estallan en privado. Esto podría ser la salvación. A menudo es ya demasiado tarde. Demasiado tarde. Uno cierra los ojos confiadamente. ¿No nos guía ya Jesús?; ¿no basta nuestra buena intención? Dios hará el resto. ¿No es todopoderoso y padre nuestro? Sigue uno proclamándolo, sobre todo delante de los otros. Por otra parte, poco a poco esta actitud se vuelve natural. Sin saberlo, ha cambiado uno el 275 camino estrecho por el que marcha Jesús con los ojos fijos en la cruz, por el ancho y llano de los que usan sabiamente de su vida y tienen ojos para no ver nada más. Cómo se siente uno entonces inclinado a ridiculizar o a dolerse de aquellos que luchan, que sufren, que se angustian ante el mal del mundo y ante los hombres que no se santifican. Uno piensa: "Se complican la existencia, son pobres enfermos. Se torturan a sí mismos. Sin embargo, es todo tan sencillo. ¿No les basta con cumplir su humilde deber de estado?; ¿nos pide Dios otra cosa?" Esto es lo que uno piensa. Es tan fácil criticar a los que están muy agobiados, pero justamente porque han querido mucho y emprendido mucho por amor. Pero, de hecho, ¿qué sabe uno de sus dificultades y de sus sufrimientos? Uno ya no avanza por el mismo camino que ellos. Sin saberlo, se ha retirado uno a un mundo irreal, del que todo lo que hiere ha sido expurgado. Se siente uno bien en él, ciertamente, pero no es ése el mundo real; el de Cristo crucificado y el de la verdad. Uno ha frustrado su vida. Y ano sigue proclamándolo. La cigarra no sería ya cigarra si no cantara siempre. Pero qué vida encubre esta mímica. Sin embargo, muy pocos se aperciben de ello. Al mundo le gusta ver vivir alegremente. No, Señor, sin un tenaz esfuerzo, no te aportaremos con nuestros cinco talentos otros cinco. Ni sin un perseverante deseo. Tu alegría, Dios 276 mío, no florece más que en el sacrificio. Tu sencillez es el fruto de una santa ambición. De tal fruto, tal árbol. La alegría que no lleva ya a sufrir con el sufrimiento de Cristo, no es más que una imitación de la carne. Y la sencillez que inclina a quedarse donde uno está, en lugar de ascender hacia Jesús, no es más que una burda simulación. Que no podamos equivocarnos nunca así. Pero es tan tentador cerrar los ojos a la realidad de este mundo, gritando su alegría. Resulta tan tranquilizador cubrir con nuestra humildad nuestro hondo temor a trabajar o a ver qué nos falta. Y si tú no nos ayudas, Señor, un día u otro volveremos tus palabras contra ti. Hay espíritus a los que les encanta el movimiento. Les gusta todo lo que tiene sabor de marcha. Les gusta «obre todo dispersarse. De la acción hacen su dios. Nacidos para ella, les absorbe, pues estos valerosos, estos valientes siempre temen que se acabe. Se aburren quietos. Pasa Jesús. Su llamada al apostolado les entusiasma y les revela a sí mismos. Helos aquí partiendo en su seguimiento, metidos en ana acción que promete nuevas odiseas. De hecho, todo comienza bien. A uno le gusta su fuego, su seguridad y hasta su suficiencia. Triunfan los desdichados, pero Cristo está ya lejos, aunque ellos crean oírle aún, cuando hablan entre ellos. 277 Si estos hombres pudieran un día, de verdad, ver claro en ellos, se aterrarían de su duplicidad. Sus obras, incluso aquellas que exigen una gran entrega, no son otra cosa que pretextos para actuar y evadirse en la acción. Pero todo ello está tan hábilmente cubierto de grandes palabras y saben hablar tan bien de caridad y del don de sí mismos, que ellos son los primeros engañados. Sin embargo, está su oración tan lejos de sus palabras, tan disipada, y su voluntad tan floja, si la acción exterior no viene a galvanizarla, que parecen niños; pues son de los que se hacen apóstoles de la sencillez para ellos mismos, de la cordial armonía con su espíritu, pues el examen de conciencia les desalienta y odian el recogimiento que desvela las ilusiones. En una conversación un poco íntima, lejos de la fiebre de la acción, uno los vería pobres, vacíos, inconsistentes. Recorrerían los mares y las tierras para hacer un prosélito, pero, a continuación, ¿qué harían de él? Ya no les interesa la vida cristiana. Todo lo ven desde "el ángulo del rendimiento práctico", como ellos dicen. A menudo, eso significa que no tienen ya afán por la verdad. Y ya no saben adorar. Ante los demás, aún se mantienen por algún tiempo. La acción renueva en ellos un nuevo fervor, pero, en definitiva, a la larga, todo lo que es secreto se hace público. Tras su piadoso lenguaje, los menos experimentados oyen resonar el 278 vacío. Viejos dorados de una fortuna disipada. Inconscientes fariseos, casi a su pesar. Los jóvenes espectadores les juzgarían hipócritas, aunque injustamente. Señor, en cada uno de nosotros está plantado este germen mortal. Con cada uno de nuestros fallos el tentador avanza un paso. Nos aprieta con el fastidio en los días de inacción. Nos llena de ideas negras en los días de fatiga. Nos acosa y nos impulsa a la "distracción" por medio del disgusto por todo lo que no sea una acción vacía de pensamiento. Señor, no dejes a la zarza ahogar al trigo candeal. Enséñanos a descubrirla en nuestras obras cotidianas. Ayúdanos a extirparla, aunque sangre con ello todo nuestro espíritu. * * * Señor, tú dijiste: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados por la carga, y yo os aliviaré". Vienen y con ellos la cohorte de aquellos a quienes ha decepcionado el mundo porque no ha sabido satisfacer sus aspiraciones, sin embargo bien limitadas. Sentimentales que persiguen un afecto de posesión siempre huidizo; hombres descorazonados que buscan en la religión un nuevo consuelo; pusilánimes a remolque de una sociedad que les cobija; débiles de espíritu e ignorantes que encuentran ahí una seguridad que por toda otra parte se les niega. Vienen 279 de todos los puntos del horizonte, Señor, estos enfermos ávidos de una salvación que no es la que quieres darles tú. Son aquellos que te llevaron en triunfo el día de ramos y que a continuación te crucificaron, pues su desilusión, cuando se les acorrala a ella, resulta cruel. Bajan tus palabras hasta ellos y las trituran para nutrirse con ellas. Cada cual encuentra en ellas su parte y descubre la condenación de aquellos de los que está celoso en secreto. Todo lo que parece despreciar aquello que ellos no han podido ser les entusiasma. Es la exaltación de todo lo pobre, pequeño, mezquino y mediocre. Y su corazón herido rebaja la devoción a su estatura y hace de los santos sus dóciles confidentes y de Jesús una cosa suya. Cualquier otra forma de concebir la piedad es para ellos demasiado sutil. "Estoy por la religión de los sencillos", dicen, condenando al resto como quimeras. Los que huyen de la vida y de sus viriles vigores descubren en la multiplicidad de oficios, en la regularidad de sus hábitos piadosos, un nuevo mundo, más acogedor que el otro, en el que están más considerados y donde pueden considerarse a sí mismos mejor. ¿Qué no dirán de los poderosos de este mundo?; ¿de aquellos de los que ellos no forman parte? En cuanto a los que no han podido cultivarse intelectualmente o que han temido hacerlo, o cuya ciencia no ha recompensado sus esfuerzos, cómo les gusta confundir la inteligencia con el 280 orgullo de espíritu. Y cómo les agrada hacerse apóstoles de la humildad que recibe sin discutir ni buscar. "No hay que hacerse los malignos", dicen, y si tienen un temperamento violento, su intransigencia doctrinal suena como una revancha. Todos ellos confunden convencidos al débil con el flojo, al mediocre con el humilde, al manso con el miedoso. Y la letra del evangelio les resulta tanto más sagrada cuanto más parezca chocar frontalmente con las aspiraciones más legítimamente humanas de un mundo que vive prescindiendo de ellos. Y, sin embargo, al principio te siguieron, fervientes como los demás, dóciles y generosos. No se les distinguía de los mejores, de aquellos a los que conservaron tus palabras, fecundándolos en la verdad. Incluso posiblemente les sobrepasaron en celo y algunos les deben tal vez su primer encuentro contigo, Señor. Misteriosa manifestación de tu justicia, que sondea los corazones y pone de manifiesto los más ocultos pensamientos enterrados en nuestra carne. Ante este desbordamiento de la humana miseria, que tus santos vieron en torno a ellos más que los demás, comprendo que vivieran, a pesar de estar llenos de esperanza, en el santo temor de ser presa ellos mismos, algún día, de tan degradantes beaterías. Señor, ¿quién de nosotros puede considerarse al abrigo de esta amenaza?; ¿quién, en el fondo de su corazón, los días en que su pobreza se hizo más evidente, no la sintió sobre sí? Y si uno 281 pudiera sondar el profundo por qué de algunas de nuestras esperanzas, ¿no descubriría en ellas una flojedad que quiere ser consolada o una acritud que niega a los otros la amplia alegría de la que él se ve privado? Y, a lo largo de los años, ¿qué llegaremos a ser con esas miserias íntimas, qué llegará a ser en nosotros tu palabra, si tú mismo, Señor, no acudes a purificarnos? * * * Tú sabías todo esto al dejar a tus apóstoles. Les conocías mejor que ellos mismos. Adivinabas bajo estas preguntas, y sobre todo bajo sus silencios, lo que harían de tus enseñanzas, si no acudías tú mismo a instruirles de otra manera. Además, en el estado en que se hallaban, ¿podían aprender aún mucho de ti? Y su seguridad, creciendo en intimidad contigo, ¿no iba a hacerles menos dóciles? "Os conviene que yo me vaya", les dijiste, y esto era doblemente cierto. Era tiempo de enfrentarles, también a ellos, con la lucha y la prueba, pues el maestro es siempre un abrigo para el discípulo; descansa siempre sobre él. Era hora ya de que recibieran, en ti y por ti, una definitiva lección, coronación de todas las demás y su viva aplicación, tu muerte y tu ausencia. Entonces tus palabras permanecerían en ellos. 282 Señor, haz con nosotros como hiciste con ellos. No nos dejes enclaustrarnos en nuestro yo, no nos dejes desenvolver tranquilamente la implacable lógica de nuestras miserias; no nos dejes hacerlo, a la sombra de tu amor, en la seguridad que ofrece tu presencia sensible, en la tranquilidad que da la aprobación de los demás. También es bueno para nosotros que te vayas, que nos sintamos solos y que el mundo, con su determinismo ciego y su odio crónico, pese sobre nosotros como en otro tiempo pesó sobre ellos. Sí, es bueno sentir pesar sobre uno la mano férrea de los acontecimientos definitivos. Que ella nos arranque de lo que en sí no tiene eternidad. Que nos impida abandonar en esta vida aquella para la que en realidad estamos hechos. Que nos libere le la ganga en que nosotros mismos nos hundimos. Es bueno sentir pesar sobre uno la humillación de no ser más que lo que uno es dentro de la tempestad de los malos instintos, frente a las incertidumbres de las orientaciones a tomar, a veces en la constatación de que uno empezó mal, en el santo temor de errar. Que podamos, como Pedro, llorar nuestra miseria. Es bueno que conozcamos las luchas, tanto más dolorosas cuanto más encubiertas, tanto más desgarradoras de uno mismo cuanto más penosas o tentadoras, que sienten los hombres que se entregan. 283 Es bueno que conozcamos, con tu ausencia, esa nada interior que anteriormente colmabas tú, Señor, sin que lo supiéramos. Qué ferviente será entonces nuestra oración: Que permanezcan tus palabras en nosotros. Pero, Señor, apiádate de nuestra debilidad y danos hermanos, pues sólo el santo puede vivir solo y morir solo. EMAUS En torno a ellos retornó la calma. La hora del Gólgota y de la multitud pasó ya para siempre. Jerusalén queda atrás, lejos, y sobre la larga ruta de Emaús, ios discípulos vuelven a descubrir el sentido de su vida. Todo les invita a renacer de los escombros de la historia concluida. La esperanza que surge siempre en el corazón del hombre y sin la cual moriría, es la que les impulsa a hablar y su pensamiento no tiene ya la honda tristeza que aún ayer les aplastaba. La naturaleza, cuya estabilidad gigante y dulce a la vez desafía a la humana anarquía, impregna su corazón de una paz profunda que el Señor transformará en sabiduría. 284 28.5 Dios mío, cómo les entiendo en esos momentos que vivieron sobre la silenciosa ruta. A menudo, cuando te he creído lejos de mí, te he descubierto por el contrario en seguida a mi lado. Y las angustias de nuestro crecimiento espiritual son las señales precursoras de mayores intimidades, todavía desconocidas. No todos los días te veo vivir en mí. De ordinario, mi vida transcurre en la noche y las cosas que me asaltan me entierran; el océano cubre la playa. Pero hay también otros momentos, divinos momentos, en los que las cosas parecen dejarme, en los que parezco morir al mundo, y mientras duran, lleno primero de total angustia, es cuando adquiriré conciencia más intensa de mi vida; en esos momentos, el Señor me enviará la gracia que dé sentido a mis ojos a todo lo que me ha conmovido, del mismo modo que no se conocen las riquezas que deposita el mar en la playa más que cuando se retira de ella. Eran dos. ¿Eran de aquellos setenta y dos discípulos que el Señor envió de dos en dos por los caminos de Judea? En verdad, caminaban como ellos. Su conversación no era, ciertamente, la charla banal del que quiere pasar el tiempo. Departiendo, se decían cosas mientras hablaban. Sus palabras no eran sólo la expresión de su esperanza engañada, sino el esfuerzo mental que intenta hallar nuevas razones de vivir. Estaban impreg- nadas de la tristeza, virilmente soportada, de lo que no se había podido evitar, totalmente llena de la energía que tendrá el valor de reconstruir sobre las ruinas. Esta marcha codo a codo, sin fastidio, como fuera del tiempo, a través de una campiña que ni se mira; en la que el silencio está tan lleno de sentido como la palabra; en la que no se tiene miedo a callarse un largo rato porque el momento no es apropiado para conversar; en la que en definitiva se comprende uno al comprender al otro, pues no brota de ambos más que una misma impresión de dulzura omnipotente que engendra la vida. No importa a quien no puede conocerla. Y es que hay que merecerla. Los flojos y los egoístas no la conocerán, pues en esta bendita hora se concentra la eficacia de dos vidas entregadas, generosa y fuertemente, al servicio del Señor. Un babieca no hubiera hecho más que charlar haciendo enmudecer al alma profunda; un flojo no hubiera hecho más que llorar y desesperar al espíritu fiel. ¿Qué lazo debía existir ya entre aquellos dos espíritus, qué núcleo secreto les atrae para que en ese momento sepan hablarse y callar, comprenderse y ayudarse? Un lazo que una vida ya larga, posiblemente recorrida con fortaleza, ha entretejido, que una misma obra emprendida o unas pruebas comunes ha creado. Señor, un verdadero amor por ti, desde hace ya largo tiempo eficaz. 286 287 Dame la gracia, Dios mío, de no avanzar solitario por el camino que lleva a ti. Lo sé, el sendero es demasiado estrecho para que se pueda ir por él, en fila de dos, pero uno puede flanquearse con el otro y ayudarse con la palabra y el ejemplo; pero uno puede animarse e instruirse junto a aquel cuyo sendero bordea el nuestro. Por otra parte, ¿será muy útil esta amistad espiritual para aquel que marcha con la multitud por el camino ancho?; ¿se apercibiría de que es de otro orden que la camaradería que se hace y deshace al capricho de las circunstancias como las nubes al capricho del viento? Pero esa amistad me es indispensable, Dios mío, para alcanzarte. Todo espíritu viviente precisa de un testigo en su vida que pueda hacerle descubrirse al escucharle. Todo espíritu entregado al camino ascendente tiene necesidad de un entrenador que le revele su fuerza y despierte su ardor. Y la esperanza no se encarna en mi carne más que por la palabra dicha a un amigo que sabe vivirla. Amistad impulsiva como la gracia, que hoy conduce al silencio y mañana a la palabra, que sabe nutrirse de la ausencia para dar a otra presencia una nueva eficacia, pues si es preciso merecerte para conocerte, hace falta más aún merecerte para conservarte. Estás en el equilibrio de nuestro corazón y en la armonía de nuestras pasiones. Estás en el filo del viento de nuestra marcha hacia 288 Cristo y ésta llega a retrasarse y nuestro corazón llega a trompicarse cuando desapareces del horizonte y nos dejas transidos, dudando de un pasado justamente reconocido como imposible; y en tu lugar no queda más que algo carnal o vacío. Qué unión debe existir entre esos dos espíritus para que, sin que ellos lo presientan, les ate tanto uno a otro. Qué núcleo secreto les atrae para que puedan continuar hablándose y callando, a pesar de la miseria humana, hecha de inconstancia y de inestabilidad, de pecado y de necedad. Y es que son uno, como tú y tu Padre sois uno. Aún hablaban de aquel que no era más que aquel que estuvo junto a ellos. Y los espíritus fieles no conocen el don que se les hace cuando, en la sinceridad de su corazón y de su deseo de crecer, ponen en común su luz y su fuerza. Cristo está en medio de ellos y lo ignoran. Presencia que no conoce el individualista, que los otros no osan creer, como sin embargo lo ordena con fuerza la palabra segura que el evangelio nos reitera: "Yo estaré en medio de ellos". Presencia que se establece en nosotros como una aurora y nace el día no se sabe en qué momento ni cómo. Entonces los corazones ahondan más y los pensamientos se hacen más dulces, más serenos, menos endurecidos y obstinados por prejuicios que oprimen y aversiones que desvían. 289 En primer lugar, son aún unos pobres hombres los que hablan. En ellos vibra todavía el despecho y la tristeza amarga, la rebeldía o el abatimiento. Todo viene como a anudarse en torno a puntos enfermos de sus almas, y he aquí que, incluso al hablarse, han actuado como resonadores que amplificaran las punzadas de su decepcionada sensibilidad y las repitieran como ecos sin fin. Pero ha llegado el Señor que no deja sin auxilio al hombre generoso. Y está aquí al tiempo que entra en esos espíritus para exorcizar su angustia. Lo que les resultaba tan presente y tan vivo se convierte para ellos en pasado y adquiere la impersonal estructura de aquello que no es más que porque ha sido. Y el hombre, todavía aplastado por lo que creyó ser más él mismo que su propio yo, se libera, resucita de aquella tumba que pensaba que era la suya y se descubre distinto de lo que le rodea y le oprime. Igual que el pájaro que rompe el lazo y se echa a volar. Pues el Señor está allí, aquel en el que todo se sostiene y se consuma, y he aquí que la materia misma de sus desgracias y sus pruebas, en lugar de aparecer inerte y carente de sentido, se le aparece al espíritu visitado como un inmenso mar que alimenta en su seno, en la sombra, la perla que un día descubrirá la marea. Y aquí está, a los ojos de los discípulos de Emaús, la larga historia humana de la salvación, 290 con las pesadas falanges de hombres terrenos, y los profetas que ellos mataron, pero que habían profetizado, y los justos a los que persiguieron, pero que vivieron en medio de ellos más que ninguno de ellos, y aquella extraordinaria lucha del fermento y de la masa, del fermento siempre absorbido, siempre a punto de ser ahogado, y de esa masa, siempre pesada pero siempre abierta, siempre casi triunfante y siempre un poco vencida. Y he aquí, a los ojos de los discípulos de Cristo, la larga historia humana de la redención continuada, con las pesadas falanges de hombres terrenos, y la iglesia que ellos han maltratado desde fuera y desde dentro, pero que permanece viva, y los santos a los que persiguieron, pero que vivieron en medio de ellos más que ninguno de ellos, y esa extraordinaria lucha de la multitud que reclama el abismo de lo más bajo y del hombre que reclama el abismo del cielo, de la corriente que va hacia la disociación en lo múltiple y de la que va hacia la unificación con Dios, del bien siempre tragado por el mal, siempre a punto de ser ahogado como el trigo en la cizaña, pero al menos madurando y las espinas siempre vivaces y siempre contenidas, siempre casi triunfantes y siempre un poco vencidas. Y apunta el día. Cristo no les dice nada nuevo que ellos, discípulos suyos, no sepan y sin embargo todo les parece nuevo. Envía, Señor, tu espíritu y renovarás la faz de la tierra. Conocían 291 todos esos acontecimientos que Jesús les recuerda, pero ahora los conocen de otro modo. Los hombres a los que iluminas, Dios mío, no son por ello más sabios, sino más prudentes. Dichosos ellos por haber sido tan sabios como para poder ser hechos prudentes. Dichosos estos discípulos por haber conocido la biblia y por haber vivido horas de angustia y de duelo; ¿hubieran podido apuntar y desear, de otro modo, aquella conversación que el Señor consagrará con su presencia por su luz? Y aparece el día. Lo que les parecía inverosímil, se hace posible; las hablillas de las mujeres que por la mañana estuvieron en el sepulcro y su creencia en la resurrección; pronto todo eso les parecerá cierto. Cómo precisamos también nosotros de luz, de tu luz, Dios mío, para creer en los mensajes que aportan otras vidas. Instintivamente todo lo que no está a nuestra altura es rechazado; todo lo que turba nuestras perspectivas es puesto en duda. Nos es tan fácil, para huir del apremio de la verdad naciente, no ver en ésta más que ilusión o mentira, debilidad de espíritu o ambicioso persamiento... Pero ahora les ha llegado el sentido del misterio unido al sentido de su vida. Las apariencias de las cosas les parecen tan neciamente móviles sobre la trama invisible y contenida del sentido que ellas revisten y expresan a pesar de todo. ¿Dónde está tu fascinación que oculta al hombre a sí mismo, y la victoria de Dios en el justo?; ¿dónde está la turbadora armonía de tus entre292 tejidos que parece dar razón al pesimista y al flojo que quieren huir? Señor, serás hallado verdadero en todo y tus promesas no son vanas, pero aumenta nuestra fe para que resulten fecundas en nosotros. Se proseguía la ruta; las horas transcurrían; los discípulos caminaban con el Señor sin reconocerle. Le escuchaban y sus preguntas exigían siempre nuevas respuestas; primero, aquellas cuestiones que les extrañaban y hasta les desconcertaban; luego, aquellas que deseaban más y más, y finalmente, aquellas con las que disfrutaban al escucharlas explicadas por él. Cristo continuaba hablándoles. Aún no le habían reconocido; pero hubieran repetido en adelante todo lo que él ahora les afirmaba; tan evidente y cierto les parecía todo ello. Ya no era una enseñanza lo que con sus palabras recibían; ni siquiera una prueba suplementaria de aquello que ya creían. Cristo les hablaba, y ya, bajo las especies de su voz, sus almas comulgaban, aunque aún no lo supieran, con la divina realidad de un Dios más presente aún en los hombres que en las cosas. Y sé de fines de jornada en los que Mónica y su hijo conocieron la luz que consume los corazones en una sobrehumana unión. Y sé de atardeceres silenciosos que no calibraron en nuestros corazones la gracia de una secreta adoración común. 293 Momentos benditos entre todos. Qué bueno es estar entre hermanos, cuando la palabra no es deseada ya por lo que dice, sino por ser la acción discreta que une a los corazones en Dios. Silencio que orquesta aún, como para mejor prepararla, a la voz humana que pronto callará. Tú eres el gran silencio que se hace cuando todo está dicho, cuando todo se ha consumado. El silencio después de la cena y después del calvario. El silencio que conocieron Pedro, Juan y Santiago cuando descendían de la montaña en que se transfiguró Jesús. El silencio que rodeaba a los discípulos de Emaús, con la bruma de la tarde, cuando el día bajaba y se estaba ya haciendo tarde. pregnante no es ya ese silencio que el espíritu amado busca. Es la hora en que naturalmente el alma contempla. Y Jesús tomó entre sus manos esas almas preparadas, esos frutos de una vida densa que el día había madurado. Les había dicho todo y no todo aún. Les dijo todo lo que había sido hecho. No les dijo aquello por lo que todo lo hecho tendría que acabarse aquí abajo, mientras un corazón humano latiera. Tomó pan, pronunció una bendición, después lo partió y se lo dio. Silencio que aún no es más que una espera, pero que está más próximo que toda palabra a aquello que se espera. Eucaristía que los discípulos iniciaron por el camino, que Cristo continuó con ellos y que consumó en la habitación de abajo de un albergue, coronándola con una transfiguración. Muchos otros la han repetido, pero ésta es el modelo de todas, pues ésta fue posiblemente la primera vez que la cena se renovó. La palabra se había callado. La marcha había concluido. Las horas se habían cumplido. Jerusalén, tú que matas a los profetas, qué lejos estás. ¿Reconoces a mis hermanos?; ¿existe aún el pasado? Sí, pero como el medio que, en su transparencia, sostiene una luz jubilosa. El recuerdo dormía en esos cuerpos a los que la etapa descansa, postrándolos primero. Las mismas palabras de Jesús no estaban ya en ellos más que por la eficacia que habían tenido. La naturaleza, ella también, estaba relegada de esta sala de mesón que tenía la puerta cerrada. Su silencio im- ¿Hubieran conocido, solitarios, esta visita? Lo que hizo Jesús por María Magdalena, ¿no lo habría vuelto a hacer por uno de ellos, sobre el camino que se alejaba? Su unión reemplazó lo que su amor tenía aún de débil y de ignorante. Sus vidas no habían tenido dos crecimientos paralelos; no habían conocido la inhumana cohesión de los cuerpos a los que sólo las circunstancias reúnen o de las almas a las que una simple filosofía de la vida aproxima. Eran dos ecos de una misma llamada, dos respuestas a la misma pregunta y una misma afirmación. Eran un mismo crecimiento 294 295 de una misma realidad en dos hombres, de aquel que instruyéndoles se prolongaba en ellos, de aquel que dándose a ellos los consumaba en él. en que uno jadea un poco como tú lo hiciste en la casa de María, ¿recuerdas? Además, caminaban juntos, impulsados por una vida común que habían entregado juntos, llamados por una misma vocación que juntos iban a descubrir. Concédenos conocer también, cuando la bruma que aletarga toda vida se alza, el silencio lleno de tu presencia que a nosotros, pobres viejos gastados juntos en tu servicio, nos alimentará conjuntamente de amor. Dichosos aquellos que, como ellos, conocen la ferviente amistad de la que es fermento Cristo. Dichosos ellos, pues no en vano viven por los caminos, sedientos de un amor cada vez más grande. Un día, como los discípulos, conocerán la gracia que, inconscientes como niños, desconocían que fuera la suya. ¿No es verdad que nuestro corazón estaba ardiendo totalmente dentro de nosotros, cuando viendo a lo lejos levantarse las vastas y felices perspectivas de una vida entregada y lograda, sentíamos que éramos trabajadores de la tierra que el maestro había contratado? ¿No es verdad que nuestro corazón estaba completamente ardiendo en amor cuando, rogando uno al lado del otro, él nos hablaba caminando por el rudo sendero de nuestras vidas? Concédenos conocer también, cuando transcurra el día de nuestras existencias, el reposo en el albergue de la tarde contigo, y primero la etapa 296 Pero es preciso merecerlo, hace falta conocer los momentos en que Cristo está aún crucificado en aquellos que le han servido bien; es preciso vivir las horas en que la fe desafía a cualquier evidencia en su insensata afirmación de una esperanza que lo destruye todo. Concédenos vivir juntos, pues de otro modo, ¿podríamos sobrellevar lo que a ti mismo te hizo temblar? De otro modo, esquivaríamos rápidamente las cargas demasiado pesadas y seríamos como aquellos que pasan y que no han comprendido nada de las llamadas que tú les hacías. Van y vienen. Te llaman cuando estás lejos, cargado con un peso que ellos no desean. Y, en definitiva, la tarde les sorprenderá, como a las vírgenes necias, en los bosques, sin esa luz que sólo da una vida que ha sabido luchar y sufrir contigo. Dios mío, concédenos ser los discípulos de un nuevo Emaús. 297 Pero ¿por qué ha adelantado hoy la hora de su oración? El mismo se extraña de aquella paz, silenciosa y llena, que le penetra. Se siente cerca de la alegría, sin que ésta le alcance, sin poder asirla. ¿Qué precisa la noche para dar a luz al alba? * LA ALEGRÍA DE SIMEÓN * * "Señor, está mi vida ante ti. Eres tú quien me la diste. Acuérdate. Muy joven me llamaste, en la edad de divertirme. Y Simeón rezaba en solitario. Lo mismo que María algunos meses antes. Perseverantemente me protegiste cuando la vida se revela con sus apasionamientos. ¿Quién conocía entonces el templo mejor que él? Todos los días subía a él después del trabajo. Era su descanso. Pero hoy había deseado especialmente ese momento, como si fuera una cita misteriosa. Me instruíste amorosamente en el tiempo en que los hombres revelan a los jóvenes la forma inútil de vivir dichoso para uno mismo. Allí conoció el gozo de una devoción ferviente y el angustioso grito que pide socorro. Todo eso no era para él más que un recuerdo. "Yo era piadoso antes", se decía. Soportaba ahora un extraño vacío en su alma. "He vivido demasiado, pensaba pesaroso, mi alma está tan vieja como mi cuerpo". Y pesaba sobre él una paciencia inerte, como la que da la prolongada espera de algo que no llega. 298 Me embriagaste con tus entusiasmos. Me saciaste con tus enseñanzas. Y durante ese tiempo, poco a poco y sin que yo lo supiera, todo me abandonó. Tomé a pecho tus órdenes y tus consejos, y creí que hacían todos lo mismo. Actué; tus palabras gravitaron sobre mi vida y la moldearon; y yo ignoraba cuan inerte puede ser bajo tu divina mano la arcilla humana. 299 Me hiciste cambiar el camino por el sendero y a la multitud por el desierto, sin decírmelo. Mis compañeros me abandonaron sin darse cuenta de ello, y sin que yo lo viera. Singularizaste y aislaste mi vida, sin ningún temor por mi parte. Hasta el día en que la barca, a fuerza de bogar, se apercibió con angustia de que ya no veía la tierra y de que estaba sola. Tu valiosa presencia me había ocultado todo eso. Y es que aún permanecía. Luego la luz se volvió gris. Se cubrió el cielo. El horizonte quedó vacío. No conocía ya tu intimidad. Ya no tengo amigos. Mi alma me pesa. Mi entusiasmo está muerto. Estoy viejo. Soy menos valiente que antes, en la época en que ignoraba lo que era el valor. A veces me parece que la gran torpeza que tumba en tierra a este mundo, me ase a mi vez. ¿Voy a adormecerme como ellos? ¿Habré pues vivido en vano? Estás demasiado lejos de nosotros, Señor. ¿Quién podrá alcanzarte? Y tus mayores profetas han muerto en el dolor. ¿Cuándo vendrás pues a visitarnos?" 300 Así se lamentaba aquel espíritu. Intenta el anciano sentir el dolor de su abandono. En vano, pues su corazón permanece en una profunda paz que él todavía se reprocha como si fuera indiferencia. Allá abajo, se acerca la madre con el niño. •k & -k Hay alegrías del comienzo. Existe una alegría del fin. Las primeras atraen como un cebo, emborrachan como una música, exaltan y empujan al alma hacia adelante, como hincha el viento la vela. Suben desde el horizonte y se las ve venir. Alcanzan al alma con sus flechas y el cuerpo, todo entero, penetra en sus transportes. Son precarias como las mañanas demasiado claras y las nubes acuden ya cuando aún se gusta el frescor primero del día, demasiado pronto resucitado. Pero existe otra que sólo el hombre que ha vivido mucho y bien conoce. Ya no es una llamada, es una recompensa. No es algo que empuja a actuar, sino un impulso que fija en un estado. No viene de fuera. ¿Quién la hace surgir de dentro? Y el alma se abre a la alegría esencial como a un medio que le alimenta. Nadie puede darla. Nadie puede quitarla. El que no la conozca por sí mismo, no podrá aprenderla en los libros. Es siempre una sorpresa que no choca, pues el alma que un día la siente, la conocía ya antes de dudar de ella. 301 Es la aurora que ilumina los ojos hechos para verla. Hija de la divina tiniebla. * * * Simeón toma al niño en sus brazos y esta alegría divina se derrama fuera de su corazón. Lo bendice y la bendición del Padre viene a posarse sobre el viejo servidor al que encontró velando. No, no han vivido en vano tus santos ni lanzado en vano sus gritos de alerta o de victoria tus profetas. El mundo puede abrumarte con su indiferencia. Puede hacerte servir a sus maleficios y perjurar de tu santo nombre. Tu obra prosigue invencible. Tú no la abandonas; y cada generación toma el relevo de aquellos a los que la muerte o el pecado destruye. Bien podemos nosotros, pobres seres efímeros, ignorarlo. El humo de las batallas puede ocultárnoslo bien. Y claramente nuestra fe carnal puede no alcanzar la fuerte realidad que se esconde, secreta, bajo las especies de todo aquello que el mundo lleva consigo; pero tú no nos dejas huérfanos. Estás en medio de nosotros. Y el día de tu visita enjugas toda lágrima, y todo se renueva. No, no me llamaste en vano en los días de mi infancia. 302 Su vida entera, ayer aún inerte masa de un pasado que se extingue, adquiere un sentido valioso. Flamea a sus ojos. La aventura única, dichosamente concluida. Triunfo maravilloso. "Acuérdate, hijo mío, de los días en que te llamé, de las tardes en que te visité, de las tentaciones y emboscadas de que te protegí. Recuérdalo. La aurora de tu vida no te engañó. Tu vida es hermosa, porque es mía. ¿No me la entregaste? Recuérdalo". Sus luchas, sus pruebas, los días de desgarramiento que fue preciso vivir para conquistarse, los días de despojo que fue preciso conocer para entregarse, hasta sus caídas deploradas y sus pecados llorados, todo ello viene ahora del pasado, en batallones cerrados. Ayer, algunas oleadas de amargura de estos olvidados relentes te hubieran ahogado. Hoy es un río de fuego cuya luz es alegría. Ayer, hubiera tenido miedo de mirar de frente la lucha implacable, solapada y perseverante que el mundo libraba dentro de él y en torno a él, para impedirle ser lo que hoy es. ¿Quién osa mirar al enemigo al que teme?; ¿quién se atreve a nombrarlo? No, más vale callar y cerrar los ojos. Ahora, la alegría le da un invencible valor. En él encuentra su consumación. "Mira, Simeón, mira. Antes te oculté el pecado de ese mundo, como te oculté su deserción por miedo de que tu corazón desfalleciera. No 303 conociste el nombre de aquel que pesaba sobre tu vida, que secaba tu oración, que desolaba y desalentaba tu corazón, que te aislaba en medio de los tuyos, que creaba en torno a ti el vacío, que atizaba contra ti la oculta ira de los malvados. Ahora lo sabes. Ves la extraña prevaricación de un pueblo que quise hacer mío. Ves su odio instintivo por todo lo que le sobrepasa. Ves su celo por apremiar a los nombres para hacerles semejantes a ellos. Ves la malicia de sus artificios para destruir a los que se les escapan. Tu vida ha sido totalmente martirizada por ello. No es vencido el mal por un justo sin revancha... BIENAVENTURADOS ¿Qué pasará pues con el justo...? Si han tratado así al criado, ¿qué no harán con el hijo de la casa?" "Dichosos los que saben que son pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Su corazón es atenazado por un sufrimiento nuevo y por una inmensa compasión. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". ¿Cuántos hombres vendrán a chocar con tu luz, hijo mío? Señor, al final de mis jornadas de trabajo, de afanes o de alegrías, qué vacío sentí de ti, porque estaba lleno de todas las cosas en que tú no estabas. * * * Misterioso sufrimiento que solamente nace en esta alegría. Extraña alegría que crece incluso en este sufrimiento. ¿-Quién describirá jamás tus abrazos? ¿-Quién puede conocer aún a aquel que te conoce? "Ahora, Señor, deja a tu siervo ir en paz, según tu palabra". 304 Los alimentos terrestres, sustento de mi vida humana, no son todavía para mí más que un desparramamiento de bienes carnales; no conozco aún la misteriosa consagración que los cargará de tu unificadora presencia, de tal modo que al tomarlos será a ti a quien me entregaré. Enséñame el hondo sentido del ayuno, que no es tanto un ayuno alimenticio como una vo305 luntaria separación de todo otro alimento que no seas tú. Enséñame a no desearlo todo más que por ti, a no rehusar nada más que por ti, a no usarlo todo más que por ti. Entonces, Señor, todo será, por la divina eficacia de la fe, como si fueras tú. Mi alma no conocerá más la fatiga de lo divino, el fastidio al estar solo contigo, el deseo enervado de escaparse, de actuar para distraerse. Estará pronta para la soledad habitada del reino de los cielos, para su reposo activo; y te verá. es vida en él y aumenta incesantemente. Es fuerza que se domina y amor que se da. Muchos entusiasmos se inflamarán al calor apremiante de su fuego. Su presencia en un hombre conquista a los jóvenes. Sola, la caridad se propaga como un incendio. La violencia no es más que un accidente. La caridad de los buenos exige de ellos fe y paciencia. A menudo, sus triunfos son frutos escondidos en los corazones; no maduran sino después de la muerte de los sembradores, ya perdidos en la noche. "Dichosos los bondadosos, porque ellos serán dueños de la tierra. "Dichosos los que lloran, porque ellos recibirán consuelo. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados. La bondad, no la que procede de la flojedad, sino la que nace de la caridad. Al espíritu que se encuentra unido a Dios por lo más hondo, en la renuncia a su violencia propia, la de esa paciencia a la que jamás podrá vencer el corazón malvado. Dichosos los compasivos, porque ellos serán compadecidos". La ruindad del hombre no dura más que su vida. Ella vive ya en su corazón, y muy pronto, a pesar de las apariencias y las convenciones, va a traicionarse. El malo no hará ya más discípulos, tan miserable parece. Pronto morirá, ya no se comprenderá su odio y a él se le olvidará. La caridad del hombre es dulce y eterna, pues 306 Estas tres bienaventuranzas van unidas. Muestran cómo florece sobre la renuncia a todo la posesión del que ha renunciado a sí mismo. Y el que llora cristianamente, no por desesperación o rebeldía, ni por sensiblería, sino en la visión viva y una del inmenso mal que estraga al mundo y sobre el cual el mismo Jesús lloró frente a Jerusalén, sentirá brotar en él, unido con el corazón de Cristo, una paz que le dará consuelo divino sin quitarle la humana tristeza. 307 Existe un hambre de justicia que se sacia con amenazas y rebeldía. Pero hay otra a la que ningún triunfo ni revancha alguna puede satisfacer, pues agota su ardor en el mismo amor que Dios dispensa al mundo en su voluntad redentora. Esta es la que Jesús conoció. Es la que le hizo actuar y le crucificó. Danos, Señor, ese hambre. De otro modo, ¿cómo podríamos comprender el misterio de nuestra vida?; ¿cómo podríamos penetrar en la hondura de tu plenitud divina? Y el que sabe perdonar, el que sabe olvidar hasta el punto de perdonar siempre, el que sabe renunciar a sí mismo en el esfuerzo de la misericordia, conocerá a su vez el perdón divino, su dulzura paternal, su inexpresable lazo, su testaruda y ardiente tenacidad, aquella que, de nuestras faltas y de su huella en nosotros, enciende un brasero de silencioso amor, para fundir en su ardor el arrepentimiento y el olvido. espíritu juzgarle sólo con su actitud. El violento desprecia al bondadoso y los que desean "vivir su vida" sienten una profunda aversión por quienes se apartan de sus ídolos. Y Jesús fue crucificado. Señor, el día que esto nos ocurra, ten piedad de nosotros. Ese día en el que todo lo que hay de humano y de social en nosotros será herido en lo vivo. En el que nuestra razón, entregada a sus solas luces, nos echará en cara nuestra derrota, una derrota de la que hemos sido el artesano voluntario. En el que nuestro corazón, cansado de tantas luchas, no conocerá, él tan ávido de amor, más que sarcasmos o una odiosa indiferencia. En el que, hasta físicamente, CHIaremos cansados de la vida. "Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Acuérdate de las angustias de m vida languideciente y vencida. Dichosos seréis, cuando os insulten, y os persigan y cuando mientan diciendo todo lo malo contra vosotros por mi causa". Envíanos el ángel de la últinuí renuncia, al que libra al alma de su carga, al <¡t ir* In llena del vacío silencioso de tu presencia, al t|iir le reafirma en una noche en la que hace su morada, totalmente pronta a recibir la luz de Ion pifados. Ultima bienaventuranza ésta que corona a las demás, que se da a menudo, por añadidura, a los hombres que viven las demás. Pues no sin amargura ve el rico al pobre en 308 309