REVISTA ELECTRÓNICA DE PSIQUIATRÍA Vol. 1, No. 1, Marzo 1997 ISSN 1137-3148 Problemas en torno a la patología obsesiva. J. Vallejo ARTÍCULO ORIGINAL Catedrático de Psiquiatría. Universidad de Barcelona Jefe de Servicio de Psiquiatría. Ciudad Sanitaria y Universitaria de Bellvitge. Barcelona Introducción Sin duda el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es de las patologías psiquiátricas que han experimentado más cambios y reconsideraciones en los últimos años, a todos los niveles (etiopatogénicos, terapéuticos, etc.). Durante prácticamente todo el siglo actual la visión etiopatogénica de este trastorno era de índole psicodinámica, incluso desde la posición de la psiquiatría académica. Es posiblemente en la última década cuando formalmente se estudia esta patología desde perspectivas diferentes, especialmente de índole biológica, que permiten delimitar contextos etiopatogénicos más integrales y verosímiles con la realidad clínica y terapéutica. Lo cierto, sin embargo, es que quedan todavía numerosas lagunas en este campo, cuyo esclarecimiento es importante para poder alcanzar un conocimiento más exacto de este trastorno. En el presente artículo vamos a analizar algunos de estos problemas. Nosología Los TOC han sufrido múltiples vicisitudes nosológicas (1). Desde que Esquirol (1838) el siglo pasado los sitúa en el contexto de las locuras parciales o monomanías, y posteriormente se ubican en el contexto de las locuras por parte de los alienistas franceses ("folie de doute" de Falret; "délire de toucher" de Legrand du Saulle; "folie lucide" de Trélat), estos trastornos han transitado bajo la categorización de neurosis de origen emocional -expresión de una lesión funcional del SN vegetativo (Morel), o de causa psicodinámica (Freud)- hasta la psicastenia de Janet, de base psicofisiológica, y la opinión generalizada durante décadas del siglo XX, respecto a su integración en el campo de las neurosis, presumiendo que la base del trastorno estaba en la conflictiva infantil. Algunos autores (Bleuler, Bumke, etc.), sin embargo, se han inclinado por incluir los TOC entre las psicosis y otros, clásicos y actuales (Luys, Montserrat-Esteve), han considerado que son trastornos independientes. Lo cierto es que en las nuevas clasificaciones los TOC se sitúan entre los trastornos de ansiedad (DSM-IV) o en el seno de los trastornos neuróticos, secundarios a situaciones estresantes y somatomorfos (CIE10). En otra publicación hemos analizado exhaustivamente los problemas de ubicación de los TOC (2), cuya integración en el seno de las neurosis, las psicosis o los trastornos afectivos goza de argumentos a favor y en contra que justifican la defensa que se ha hecho de cada una de estas posibilidades. En el mencionado trabajo ya sostuvimos una cuarta opinión, la posibilidad de que se trate de trastornos independientes. En efecto, varios puntos sustentan esta posición: 1. Importancia de la base genética. 2. Peculiaridades clínicas que las diferencian de otras patologías. 3. Trastorno natural con una idiosincrasia propia, de forma que se inician en la edad infanto-juvenil y siguen un curso crónico, no raramente incapacitante. 4. Los datos neuroanatómicos apuntan hacia una disfunción de los circuitos frontoestriatales, concretamente del descrito por Alexander (zonas órbito-mediales frontales - núcleo caudado - globus pallidus - tálamo - cortex frontal). 5. Tienen una terapéutica específica, ya que responden tan sólo a antidepresivos de acción serotonérgica, a la terapia conductual y a la psicocirugía, mientras que no lo hacen a las BZ, los antipsicóticos, los antidepresivos de acción noradrenérgica y la TEC, que son terapéuticas útiles en la ansiedad, las psicosis o las depresiones respectivamente. La ubicación de esta patología en uno u otro contexto nosológico no es banal, porque tiene derivaciones teóricas y prácticas, estas últimas referidas a programas de tratamiento específico. Sin embargo, en los últimos años, algunos autores, sobre todo del ámbito americano , como Hollander, hablan de un espectro obsesivo en relación a las conexiones que los TOC tienen con otras patologías (3). De esta forma y según este criterio el TOC se solapa con trastornos: somatomorfos (dismorfofobia, hipocondriasis), disociativos (despersonalización), de la alimentación (anorexia nerviosa), del control de impulsos (tricotilomanía, ludopatía, cleptomanía, compradores compulsivos, etc.) y neurológicos (Síndrome de Tourette, corea de Sydenham, epilepsia, parkinson, etc.). Si bien es cierto que los síntomas obsesivos pueden emerger en un amplio contexto de categorías, es todavía prematuro identificar tales trastornos como integrantes de un mismo módulo etiopatogénico, puesto que la irrupción de síntomas obsesivoides, definidos generalmente por la repetición y la incapacidad de control por parte del sujeto, no garantizan una identificación etiopatogénica, que debe quedar definida por factores diversos (base genética, implicación de factores bio-psico-sociales, clínica, curso, pronóstico y respuesta terapéutica). Lo cierto es que en esta sobredimensión de todas las patologías que hace la psiquiatría americana, y en concreto del espectro obsesivo, se olvida de que frecuentemente existen diferentes niveles de aproximación a una patología concreta y que para la obsesiva han sido adecuadamente señalados por Berrios (4): 1. Primer nivel, que define la conducta obsesiva en términos de elementos generales y todavía superficiales, como la repetición o la rigidez. Aunque fidedigno, este nivel tiene escasa solidez y es insuficiente para fines clínicos y, sobre todo, de investigación. En nuestra opinión, la excesiva sobredimensión de las categorías que se desprende de la psiquiatría americana procede de confundir y borrar los límites de las patologías, de forma que este primer nivel se constituye erróneamente en pilar nosológico. No puede entenderse de otra forma que la comorbilidad de los trastornos psíquicos haya crecido de manera tan sospechosa en los últimos años (5), hasta el punto que no es raro que cada paciente aglutine tres o cuatro diagnósticos distintos. Se están olvidando los principios jerárquicos de la psicopatología, que defienden adecuadamente el hecho de que existen muchos síntomas de segundo nivel que quedan subsumidos por otros de primer rango, de manera que estos últimos configuran la base primaria del trastorno y los otros son secundarios a ellos, sin constituir otra categoría nosológica independiente. De hecho en psiquiatría existen pocos síntomas patognomónicos, cuya presencia permite identificar con cierto grado de exactitud enfermedades concretas (tristeza vital, trastornos cronobiológicos, manía, inhibición, delirios crónicos, alucinaciones, ideas obsesivas, crisis de angustia), y aún así hay que descartar frecuentemente la existencia de una patología orgánica subyacente. El resto de síntomas (ansiedad, tristeza, hipovitalidad, retraimiento social, somatizaciones, despersonalización, hipocondría, temor, inquietud, etc.) son inespecíficos y su presencia no categoriza enfermedades específicas, por lo que la emergencia de un fenómeno de los considerados patogneumónicos tipifica, según el principio de jerarquización, al síntoma inespecífico como secundario a la patología primaria, de forma que es erróneo diagnosticar al paciente de dos o tres enfermedades distintas como está ocurriendo en la actualidad cada vez con más frecuencia. Este hecho explica el desproporcionado incremento de la comorbilidad que se está produciendo en la psiquiatría actual. 2. El segundo nivel descriptivo incluye elementos subjetivos de calificación, como la resistencia, la interferencia, la lentitud o la indecisión. Obviamente permiten configurar una categoría más definida que el primer nivel, pero todavía es factible incorporar algunos fenómenos no propiamente obsesivos, como los pensamientos forzados de la epilepsia o los comportamientos repetitivos de algunos lesionados cerebrales (4). 3. En el tercer nivel se incluyen elementos dirigidos a aumentar el grado de diferenciación y categorización del fenómeno obsesivo y, por tanto, la validez del diagnóstico, como la presencia de compulsiones, las representaciones obsesivas y el contenido de los pensamientos o la presencia de algunos síntomas genuinamente obsesivos (como las dudas, la lentitud o las comprobaciones) o de rasgos de personalidad específicos (ordenancismo, meticulosidad, obstinación, coleccionismo mórbido, etc). Así pues, en los próximos años habrá que ahondar en la situación nosológica de los TOC y en los aspectos colindantes y diferenciales de esta patología en relación a otras. Etiopatogenia Como ocurre en el resto de patología psiquiátrica, sobre los TOC han elaborado hipótesis todas las escuelas psiquiátricas. En otra publicación (6) hemos analizado pormenorizadamente las teorías psicoanalíticas, conductistas, cognitivistas, cibernéticas y biológicas. Todas ellas aportan elementos en la comprensión de este trastorno. El psicoanálisis, que centra el origen del TOC en un fallo de la etapa edípica, con regresión al estadío sádico-anal y consiguiente predominio de las relaciones de actividadpasividad, ha enfatizado, con razón, el componente agresivo que subyace en estos pacientes y ha definido las bases del carácter sádico-anal, caracterizado por la tríada: ordenancismo, parsimonia y obstinación (Freud, 1908). El conductismo, por su parte, aporta el modelo bifactorial, descrito por Mowrer en 1939 y aplicado a la conducta obsesiva por Dollard y Miller en 1950, que permite entender ésta bajo la presencia de dos estadios: el primero, basado en el condicionamiento clásico, según el cual estímulos neutros se condicionan al asociarse temporalmente con otros estímulos que de forma innata producen ansiedad o inquietud; y un segundo estadio, basado en el paradigma del refuerzo negativo, según el cual una vez instaurado el condicionamiento se producen nuevas respuestas (conductas de evitación) que el sujeto aprende porque disminuyen la ansiedad que provocan los estímulos condicionados. Por otra parte, el cognitivismo ha señalado que estos pacientes evitan la ambigüedad y la incertidumbre, por intolerancia a las mismas y necesidad de establecer un control que difumine cualquier incertidumbre. Finalmente, los modelos biológicos están basados en evidencias consistentes, tales como: a) Genética. b) Asociación de síntomas obsesivos con patologías a su vez de probable causa biológica, como la esquizofrenia, la melancolía o ciertas enfermedades neurológicas. c) Abundantes hallazgos biológicos. d) Respuesta escasa a la psicoterapia y buena a antidepresivos serotonérgicos y psicocirugía. Las hipótesis biológicas han demostrado determinados factores etiopatogénicos, como las alteraciones en el proceso de la información, la disfunción de circuitos fronto-basales y la implicación de la serotonina. Así pues, las diferentes escuelas arrojan luz sobre la etiopatogenia pero ninguna logra explicar completamente esta compleja enfermedad. El psicoanálisis se mueve en un terreno especulativo y escasamente científico; el conductismo y el cognitismo aclaran el estilo de pensamiento básico y la perpetuación de los rituales obsesivos, pero no logran explicar la emergencia del fenómeno primario de esta patología, que son las obsesiones, y los modelos biológicos, cada vez más centrados en los mecanismos bioquímicos y neuroanatómicos fundamentales, son todavía simplistas como para dar respuesta a toda la complejidad que envuelve a los TOC. Tal como hemos sugerido con anterioridad (6, 7), en la patología obsesiva se imbrican factores de diversa índole. Posiblemente la genética condiciona una estructuración especial del SNC, caracterizada por disfunciones de los circuitos frontobasales, que originan dificultades en la captación de la información externa y en el procesamiento de tal información, así como trastornos de la conmutación, típicos de estos pacientes, que impiden desplazar contenidos mentales, afectos o actos fuera de la conciencia, por lo que al paciente le es difícil iniciar una nueva actividad psíquica y frenar la precedente. Es, asimismo, probable que factores psicosociales jueguen un papel en la etiopatogenia al imbricarse con las mencionadas anomalías biológicas. En efecto, la hipertrofia de los patrones creenciales, que se generan en la infancia y han sido señalados por algunos autores (8), son fundamentales, ya que ponen en evidencia la importancia de la educación, que se supone rígida y generadora de una personalidad inflexible, dominada por creencias y valores (religiosos, políticos, morales, de limpieza, etc.) extremadamente anquilosados e impermeables al cambio, lo que incita al paciente a mantener un control permanente y férreo de la situación para conseguir el equilibrio. En este sentido es de destacar que así como en el ámbito biológico la investigación ha avanzado extraordinariamente en los últimos años, los aspectos psicosociales apenas han gozado de una atención especial. Creemos que el futuro de la investigación en los TOC debería centrarse no tan sólo en la biología sino también en el papel de la educación, la familia y el sistema de valores de estos pacientes, para posteriormente poder elaborar modelos integrales y más verosímiles de esta patología. Clínica La clínica del TOC es suficientemente conocida y los aspectos fundamentales que giran en torno a las obsesiones y las compulsiones están estudiados adecuadamente (9). Sin embargo, existen a nuestro entender dos cuestiones importantes que deben centrar la investigación futura. Por una parte, la clasificación de los TOC, cada vez más depurada, contempla diferentes subgrupos (pacientes con obsesiones de limpieza y rituales de lavados; obsesivos dubitativos con conductas de comprobación; pacientes con pensamientos obsesivos pero sin rituales (rumiadores) y obsesivos con enlentecimiento primario) (10). Cada uno de estos grupos tiene un determinado grado de resistencia, aspecto básico en el diagnóstico de TOC primario, de forma que en los dubitativo-comprobadores es elevada, moderada en los pacientes con rituales de la limpieza y baja en los enlentecidos (10). Asimismo, el tratamiento varía en cada grupo, de tal manera que los enfermos con rituales de limpieza responden a antidepresivos serotonérgicos (clomipramina e ISRS) y a la exposición con prevención de respuesta, los dubitativos a los antidepresivos serotonérgicos y a programas conductuales de inundación en imaginación con prevención de respuesta, los rumiadores a antidepresivos y escasamente a las terapias cognitivo-conductuales (paro del pensamiento, exposición mediante reproducción magnetofónica de la ideación obsesiva) y los enlentecidos son mas sensibles al tratamiento antidepresivo y un enfoque cognitivo-conductual dirigido a la fragmentación de la tarea y el modelamiento conductual. Es posible que cada uno de estos subgrupos tenga una etiopatogenia matizadamente distinta y algunos datos ya existen al respecto, ya que se ha puesto en evidencia que los obsesivos lentificados tienen un deterioro motor y cognitivo coherente con disfunciones fronto-basales, que se expresan a través de acúmulo de signos neurológicos menores y disfunciones registradas en la PET (11). En el futuro habrá que establecer una clasificación que valide estos subgrupos y arroje luz sobre la estructuración etiopatogénica de cada uno, con su correspondiente estrategia terapéutica. Otro aspecto clínicamente importante a estudiar en el futuro es la diferenciación entre compulsión e impulsión. Mientras que las impulsiones representan una necesidad imperiosa y muchas veces irresistible, que empuja al sujeto a actos irracionales, sin resistencia al impulso, lo que supone una descarga pulsional directa, rápida y en cortocircuito, las compulsiones, propias del obsesivo, entrañan un compromiso entre la pulsión y la defensa a la misma, de forma que la resistencia (lucha interna contra la ejecución del acto) tiene un valor fundamental en el fenómeno. Se producen frecuentes errores en la investigación actual, precisamente por la confusión constante entre impulsión y compulsión, ya que se tiende a considerar compulsiones fenómenos que son estrictamente impulsivos (12). El tema tiene especial interés, sobre todo por parte de la psiquiatría americana (13), que se plantea si compulsividad e impulsividad forman parte de un mismo espectro, en el que ambos fenómenos constituyen los polos opuestos de un continuum de control, de forma que las conductas impulsivas se caracterizan por déficits de control y desinhibición, con búsqueda elevada del riesgo, y la compulsiones por excesivo control e inhibición conductual, que cristaliza en conductas estereotipadas dirigidas a evitar peligros. Desde la perspectiva biológica se asocia la disminución de 5-HT con la conducta agresiva y la reducción de 5-HIAA en LCR con la impulsividad, más que con agresión premeditada (14), así como la hiperfrontalidad se vincula a TOC-compulsión y la hipofrontalidad a impulsividad (15). Las evidencias fenomenológicas y biológicas de la distinción entre compulsión e impulsión servirán en un futuro para situar adecuadamente la patología obsesiva primaria y diferenciarla de aquellos cuadros que presentan fenómenos similares pero de naturaleza diferente a los TOC, desde el primer nivel de organización jerárquica antes mencionado. Es probable que los TOC requieran un tratamiento diferente a este cluster de patologías impulsivas (personalidades bordeline, narcisistas o histriónicas, tricotilomanía, cleptomanía, ludopatía, Gilles de la Tourette, postencefalitis, epilepsia, etc.), ya que clínica y biológicamente son también distintos. Terapéutica Desde el ámbito del tratamiento existen todavía numerosas lagunas sobre las que investigar en el futuro. Algunos temas ya están más o menos centrados, como la indicación específica de la clomipramina y los diferentes ISRS, en función de la acción específica que tienen sobre el sistema serotonérgico (16). Sin embargo, se desconoce el margen de eficacia de estos nuevos ISRS con respecto a la clásica clomipramina, si bien no parecen alcanzar el mismo nivel de efectividad (17, 18). Tampoco se conoce la verdadera acción de otros tratamientos farmacológicos alternativos o potenciadores (litio, triptófano, carbamacepina, buspirona, IMAOS o antiandrógenos), ni los índices predictores de respuesta farmacológica. Entre las incertidumbres terapéuticas queda por establecer la situación de la terapia de conducta. Los psicofármacos, clomipramina concretamente, tienen una eficacia de alrededor del 60%, en tanto que la terapia de conducta se sitúa al mismo nivel (50-60%), si se tiene en cuenta que un 12% de pacientes no inician el tratamiento, 12% no lo finalizan y de los que lo hacen responden el 75% (19). Se desconoce si la población que responde a la psicofarmacología es la misma que lo hace a la terapia de conducta o, por el contrario, son pacientes diferentes. Por otra parte, hay evidencia de que la modificación de conducta provoca normalización de zonas cerebrales afectadas en situación basal pretratamiento (20), al igual que ocurre con las disfunciones que se normalizan tras el tratamiento farmacológico (7). Es interesante, asimismo, que un abordaje psicológico, como las terapéuticas conductistas, provoque cambios a nivel biológico, lo cual refuerza la continua interacción soma-psique que se produce en la integridad psicofísica del hombre, sano o enfermo. En un futuro es importante profundizar en este tema, ya que las cuestiones teóricas y prácticas que se derivan de la terapia de conducta en los TOC son importantes. La eficacia de estas técnicas psicológicas en este trastorno plantea tres posibilidades: a) En la etiología participan factores de índole psicológico, concretamente anomalías en el aprendizaje, susceptibles de modificarse con las técnicas de modificación de conducta. b) Las anomalías del aprendizaje, intervienen no exactamente en la etiología sino en la etiopatogenia, de manera que si bien no son factores causales contribuyen formalmente en la consolidación del trastorno, de tal manera que la modificación de estos mecanismos ayuda a reestructurar favorablemente el equilibrio psíquico. c) Sólo algunos cuadros obsesivos son generados por anomalías en el aprendizaje, y únicamente este subgrupo responde a las terapéuticas conductistas. Si bien es cierto que no disponemos de datos y argumentos como para responder con exactitud sobre cuál es la opción correcta, nos inclinamos por la segunda posibilidad, ya que la primera posibilidad (anomalías en el aprendizaje como factor etiológico) no explica las ideas obsesivas ni queda avalada por una eficacia clara de las terapéuticas conductistas en la reducción de los pensamientos obsesivos. Por el contrario, y tal como hemos mantenido anteriormente, los rituales obsesivos, frecuentemente secundarios a las ideas, se justifican por el principio bifactorial de Mowrer y se entiende que queden consolidados a través de aprendizajes anómalos. La capacidad resolutiva del conductismo se ejerce precisamente en los rituales y no sobre el pensamiento, pero a partir de la modificación de aquellos se modula éste, de lo cual se desprende que en las conductas obsesivas participan activamente condicionamientos anómalos que juegan un papel importante en la etiopatogenia. Finalmente, no hay ninguna evidencia de que exista un subgrupo diferenciado de obsesivos cuyo origen se justifique sólo por aprendizajes conductuales anómalos, aunque es un punto que en un futuro debe precisarse a través de una investigación depurada. Investigación Para finalizar este recorrido de los puntos problemáticos del TOC, vamos a puntualizar lo que a nuestro criterio deberían constituir los aspectos claves de la investigación futura en este campo. 1. Clínica Centrada en los siguientes puntos: a) Subgrupos de obsesivos, que queden diferenciados por su distinta estructuración etiopatogénica, a nivel clínico y con una organización biológica específica que permita abordajes terapéuticos diferenciados. b) Lentificación en los TOC, que dará luz posiblemente sobre aspectos básicos de esta patología, tanto a nivel etiopatogénico como terapéutico. c) Obsesivo versus obsesivoide, que permitirá entender la patología obsesiva primaria, diferenciada de la que aparece en otros trastornos, con la finalidad de ahondar en el conocimiento etiopatogénico y con repercusiones terapéuticas evidentes. d) Compulsión versus impulsión, aspecto básico para distinguir lo auténtico obsesivo de fenómenos afines y dilucidar si, como antes hemos apuntado, ambos fenómenos pueden comprenderse desde la perspectiva del trastorno de control de impulsos, con diferencias fenomenológicas, biológicas y terapéuticas claras. 2. Nosología En este ámbito creemos básico investigar en dos líneas: a) Ubicación nosológica de los TOC, básico para situar estos trastornos en un marco nosológico definido y delimitar una etiopatogenia y terapéutica específica. b) Comorbilidad, aspecto importante que está sobredimensionado en los últimos años, con la consiguiente implicación en cuestiones teóricas, etiopatogénicas y prácticas (tratamiento), cuyo epicentro se sitúa en la dimensión más o menos restringida que tiene el llamado espectro obsesivo, defendido sobre todo por la psiquiatría americana (3). 3. Etiopatogenia Punto todavía comprometido que requiere ser estudiado desde los siguientes ámbitos: a) Genética b) Inicio de la sintomatología obsesiva infantil, para situar adecuadamente el origen del TOC y poder seguir el curso, de forma que se pueda valorar la atenuación /extinción o incremento de los síntomas, así como estudiar los factores que contribuyen en uno u otro sentido. c) Personalidad, para aclarar el problema de la continuidad/discontinuidad de la personalidad y la clínica obsesiva, y valorar los tipos de personalidad que concurren, ya que los trabajos clásicos constataban un elevado número de personalidades obsesivas (alrededor del 60-70%) y los más recientes, efectuados con criterios diagnósticos aparentemente más objetivos, pero también más falaces, encuentran una proporción mucho menor y mayor acúmulo de personalidades esquizoides, histriónicas, dependientes, etc (21). d) Tipo de educación y sistema de valores, ya que si bien existe un cierto consenso en considerar que los pacientes obsesivos han sido educados en medios excesivamente normáticos, que condicionan su personalidad rígida con creencias inflexibles, también es cierto que pocos estudios existen para demostrar fehacientemente esta opinión. e) Neuropsicología, que en esencia debería centrar la investigación en delimitar las siguientes anomalías o disfunciones: asimetrías cerebrales, alteraciones en el procesamiento de la información, alteraciones frontales y disfunciones del sistema frontostriatal. f) Neuroquímica, en la línea de profundizar en la afectación de los distintos neurotransmisores y en la dinámica que existe entre ellos, especialmente en referencia a subgrupos clínicos de TOC. g) Neuroanatomia, a través de los estudios de imagen cerebral (PET, SPECT, RNM), para concretar las zonas afectadas, sobre todo en relación a la neuropsicología, y poder establecer la dinámica basal y las modificaciones que se producen tras el tratamiento. h) Otros aspectos (neurofisiología, neuroendocrinología), que permitan no sólo analizar las disfunciones biológicas de los TOC sino las similitudes y diferencias que tienen con otras patologías. 4. Terapéutica Todavía existen muchas cuestiones por aclarar respecto al tratamiento de los TOC: a) Eficacia contrastada de los antidepresivos. Aunque hoy conocemos la acción antiobsesiva de algunos fármacos (clomipramina, ISRS, fenelzina) y la ineficacia de otros (ADT noradrenérgicos, BZ, antipsicóticos), faltan todavía estudios controlados en los que se contrasten diversos antidepresivos y se valore la eficacia de otros fármacos (litio. carbamazepina, metilfenidato, antiandrógenos, etc.) o de las asociaciones, especialmente en relación a subgrupos concretos o a casos resistentes. b) Terapia de conducta versus psicofarmacología. Tal como hemos apuntado, si bien es cierto que la terapia de conducta es eficaz en los TOC, especialmente en los pacientes ritualistas, no sabemos si el grupo de respondientes a las técnicas conductistas se solapa con los respondientes a fármacos o constituyen dos poblaciones diferentes. Faltan, por tanto, estudios controlados que confronten ambos abordajes, tanto en el tratamiento agudo como en el de mantenimiento. c) Mecanismo de acción. Se desconoce el mecanismo exacto por el que los psicofármacos y la terapia de conducta ejercen su efecto antiobsesivo. Respecto a la clomipramina y los ISRS se ha sugerido que actúan a través de la inhibición que provocan sobre la hipersensibilidad serotonérgica que se observa en estos pacientes (22), lo cual plantea problemas teóricos, como la incongruencia de los datos bioquímicos, la contradicción con el supuesto déficit de serotonina, dudas sobre la naturaleza primaria o secundaria del trastorno biológico y la localización exacta de las disfunciones neuroanatómicas (22). Lo cierto es que las disfunciones observadas en el PET se normalizan tras la administración prolongada de ciertos antidepresivos (7), de la misma forma que parece producirse una normalización tras la aplicación de terapia de conducta. Este último punto es extremadamente importante y debe verificarse en posteriores estudios, pues de confirmarse quedaría demostrado que por una vía psicológica se pueden modificar disfunciones biológicas que, a su vez, pueden ser primarias o secundarias. d) Índices predictores de respuesta. Existen pocos datos sobre los predictores de respuesta farmacológica en los TOC, y en general los resultados indican una no relación (16). Respecto a la terapia de conducta se han señalado algunos elementos de mal pronóstico (personalidad esquizoide, escasa motivación, depresión subyacente, ingesta de tóxicos, bajo nivel intelectual, etc.), pero en cualquier caso el tema de los índices predictores de respuesta está todavía pendiente de una investigación exahaustiva. e) Psicocirugía. Los resultados positivos de la cirugía esterotáctica en TOC resistentes están confirmados con un margen de eficacia del 40-60%. Sin embargo, pueden todavía mejorarse las posiciones técnicas y perfilarse las indicaciones. 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