RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA Y CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE UN NUEVO PARADIGMA. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL LUIS GARCÍA VEGA* Y LAURA GARCÍA-VEGA REDONDO UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID Recibido: marzo 10 de 2003 Revisado: abril 10 de 2003 Aceptado: abril 25 de 2003 RESUMEN En 1983 H. Gardner, en un interesante libro, cuestionó seriamente el clásico modelo de la inteligencia racional, medida como “cociente de inteligencia” y expresada en términos de habilidades intelectuales. Este modelo dominó los campos del diagnóstico y la selección de personal durante prácticamente este último siglo de psicología. A este modelo se debe, en gran parte, el desarrollo de la moderna psicología científica, pero tuvo un fallo que en la última década se está tratando de enmendar: el abandono del estudio del impacto de los procesos afectivo/emocionales sobre el comportamiento. Hubo que esperar a la última década del siglo XX para que surgiera un verdadero interés en la psicología científica por la inteligencia emocional. En este sentido, debemos reconocer la tarea realizada por las recientes investigaciones neuropsicológicas apoyadas en las técnicas de imagen cerebral. LeDoux, Damasio y otros muchos han demostrado cómo el “ordenador cerebral” falla en la resolución de complejos problemas de índole personal y social porque nunca tiene los datos, y para poder actuar necesita del factor emocional. Palabras clave: reconstrucción histórica, inteligencia racional, inteligencia emocional, neuropsicología. ABSTRACT In 1983, in an interesting book, H. Gardner seriously questioned the classical model of rational intelligence, measured as “intelligence quotient” (IQ) and expressed in terms of intellectual ability. This model dominated the fields of diagnosis and personnel selection during practically all the past century of psychology. This model was largely responsible for the development of modern scientific psychology, but it had one defect which scientists have been attempting to correct over the last decade: the failure to study the impact of affective/emotional processes on behaviour. It wasn’t until the last decade of the 20th century that scientific interest in emotional intelligence actually emerged. In this respect, credit is due to recent neuropsychological research based on cerebral imaging techniques. LeDoux, Damasio and others have demonstrated how the brain’s “computer” fails to solve complex personal and serial problems because it never has sufficient data and it needs the emotional factor in order to operate. Key words: History reconstruction, rational intelligence, emotional intelligence, neuropsychology. * Correo electrónico: garciavega@psi.ucm.es Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 2 (2): 137-144, julio-diciembre de 2003 ISSN 1657-9267 138 LUIS GARCÍA-VEGA Y LAURA GARCÍA-VEGA REDONDO El origen del modelo de inteligencia racional está en la filosofía racionalista pero, a nivel más operativo, habría que buscarlo en los descubrimientos psicométricos de sir Francis Galton y su escuela —el concepto de percentil y de correlación—. Un colaborador de Galton, Charles Spearman, publicó en 1904 dos interesantes trabajos que sirvieron de modelo a la psicometría y al análisis factorial de la inteligencia. Otros siguieron investigando en este campo, en el que entre otros, se destacaron: sir Cyril Burt en Londres, Godfrey H. Thompson en Edimburgo, y en Chicago, durante la década de los años 30, Louis Leon Thurstone. Éstos fueron maestros de un gran número de psicólogos apasionados por el análisis factorial, que se encargaron de perfeccionar estadísticamente esta técnica, y de inventar nuevas pruebas para medir los factores de inteligencia. Pero ninguna de estas pruebas medía la capacidad emocional de las personas y, sobre todo, como apuntó Gardner en su libro, ninguna medía la “inteligencia interpersonal”, componente clave de la capacidad emocional y factor muy importante para el éxito profesional y para la madurez personal. El modelo de inteligencia emocional es propuesto claramente en 1990 por Peter Salovey, profesor de la Universidad de Yale, y John D. Mayer, profesor de la Universidad de Hampshire. De hecho, quien más contribuyó a popularizar el concepto de inteligencia emocional fue el psicólogo norteamericano Daniel Goleman, con su libro Inteligencia emocional (1996). Goleman define la inteligencia emocional como: La capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último — pero no por ello menos importante— la capacidad de empatizar y confiar en los demás (Goleman, 1996, p. 65). En todas y cada una de estas afirmaciones, desde la primera, “motivarnos”, hasta la última, “empatizar y confiar en los demás”, está presente el factor afectivo como modulador de la conducta. Antonio R. Damasio, director del Departamento de Neurología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Iowa, publicó en el mismo año (1994) un interesante libro, El error de Descartes, que fundamenta sólidamente el proceso de la inteligencia emocional sobre las bases neuropsicológicas. Las características fundamentales de la inteligencia emocional son: 1. Desarrollo, maduración y expresión de la vida emocional. La pobreza o riqueza afectivo/emocional depende de muchos factores. Sin duda intervienen los componentes neuroquímicos del cerebro y la genética. Pero a nivel psicológico se puede favorecer y desarrollar la capacidad emocional de las personas. Desde un enfoque puramente conductista, Watson y Rayner (1920) demostraron cómo el desarrollo de las respuestas emocionales de miedo, amor e ira depende de la historia de condicionamiento de cada persona. Un adulto “es miedoso” —esto es, responde frecuentemente con conductas de miedo— porque en su vida se han asociado o condicionado muchos estímulos neutros a los estímulos específicos elicitadores de las respuestas de miedo, es decir, a un ruido fuerte o a la pérdida de la base de sustentación. Watson y su colaboradora, Rosalie Rayner, demostraron en 1916 —en la Clínica Phillips de Baltimore— con un sencillo experimento, cómo el niño Albert aprendió las respuestas de miedo mediante la técnica del condicionamiento clásico, descubierto a comienzos de este siglo por Béjterev y Pávlov. Por el mismo procedimiento explica Watson la frecuencia de respuestas de amor en un adulto, debido a que otros estímulos se han asociado a las caricias, palabras cariñosas y otras atenciones. Un adulto tiende a reaccionar con rabia o ira porque muchos estímulos neutros se han asociado en la historia de su vida a situaciones o estímulos que han bloqueado o impedido su conducta. El modelo conductista se refiere exclusivamente al ámbito de la actividad periférica de los organismos, “a lo que el organismo hace o dice”, es decir, a la conducta, no a lo que uno siente interiormente; variable ésta de dudosa validez científica, según ellos, por no poder ser observada empíricamente. Pero este enfoque enseña un camino y una explicación psicológica de ciertos aspectos del desarrollo de la vida emocional, sacándola del estrecho cinturón de los modelos biologicistas. Sin duda alguna, el psicoanálisis es la escuela más fecunda de la vida afectiva. Pero, si pretendiéramos aquí comentar los avances de esta escuela en el terreno afectivo/ emocional, este trabajo rebasaría con creces los límites de extensión permitidos. Recordemos la teoría freudiana del desarrollo de la libido, la hipótesis de las fantasías del bebé con el pecho materno de Melanie Klein en su interesante obra El psicoanálisis de niños (1932) o, también, los interesantes trabajos de René A. Spitz sobre los efectos de la privación de la madre y la situación de hospitalismo en la vida afectiva del niño. Spitz resume con pocas palabras este problema en su libro Primer año de la vida del niño. “La depresión anaclítica y el hospitalismo nos demuestran que la ausencia de relaciones objetales causada por la carencia afectiva detiene el desarrollo en todos los sectores de la personalidad” (p. 112) y, por supuesto, en el que más afecta es en el sector afectivo/emocional. El gran psicólogo suizo Jean Piaget, a pesar de su preferencia por el desarrollo epistemológico y cognitivo del niño, reconoce el importante papel de la vida sen- Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 2 (2): 137-144, julio-diciembre de 2003 RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA Y CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE UN NUEVO PARADIGMA timental en la actividad intelectual. En todo caso, para él ambas facetas son indisolubles. De estas relaciones trató en uno de los cursos en la Sorbona en 1954: “Relations entre l’intelligence et l’affectivité dans le développement de L’enfant”. A finales de la década de los 60, J. Bowlby propone la “teoría del apego”, cuyo fundamento está en la historia de la vinculación afectiva entre la madre o cuidador principal —“figura de apego”— y el niño. Este estilo tiende a perdurar a lo largo de la vida de la persona, influyendo en su comportamiento. El estilo de apego va a depender de la cantidad y calidad de cuidados, caricias y comunicación verbal que recibe el niño. De ello dependerán la vida afectiva y la seguridad emocional del adulto. Ainsworth et al. (1978), diferenciaron tres estilos desapego según el comportamiento infantil ante la separación y reencuentro con la madre. Según estos autores, cada niño reaccionará según su historia de vinculación afectiva. Hay niños que cuando se van sus madres no pierden sensiblemente su actividad exploratoria, son niños de apego seguro. Estos niños recibieron el cariño y los cuidados básicos necesarios y, por tanto, han desarrollado adecuadamente su vida afectiva. De adultos reconocen sus emociones y, por eso, son más capaces de captar e interpretar los estados afectivo-emocionales de las demás personas. Otros niños han desarrollado otro tipo de apego llamado “ansioso ambivalente”. En este caso, el vínculo afectivo dependía de una “figura de apego” que actuaba sobre el bebé según su estado de ánimo y según las circunstancias; en tal situación, el desarrollo afectivo estaba marcado por las reacciones de ansiedad —miedo, preocupación anticipada— ante sus propios sentimientos. Estas personas necesitan afecto y con ansiedad lo buscan y necesitan expresar sus emociones, pero temen a la intimidad y a entregarse, por miedo a ser rechazados. Hay niños que demuestran un “apego evitativo” o desapego, porque en su infancia temprana apenas disfrutaron de vínculos afectivos. La ausencia de caricias no desarrolló su sensibilidad táctil. Como dirían algunos, su “yo-piel” no se ha despertado y desarrollado. De adultos, estas personas son muy pobres emocionalmente y, debido a esta pobreza de su yo referente, no pueden captar ni entender los sentimientos y las emociones de los demás. Las graves consecuencias de esta privación afectiva pueden dar lugar a sujetos fríos, antisociales y, en su extremo, a los sociópatas o psicópatas. Como consecuencia de su desarrollo, el niño aprende palabras para identificar y designar sus emociones y estados de ánimo. En 1972, el doctor Peter Sifneos observó cómo ciertos pacientes eran incapaces de expresar sus emociones con palabras y, a la vez, tenían una gran pobreza afectiva. Le puso un nombre a esta dolencia: 139 “alexitimia” (del griego a: sin, lexis: palabra y thimos: emoción). Él pensó que este problema era consecuencia de algún defecto de comunicación entre el sistema límbico y los centros verbales del neocórtex. Cuando no hay palabras para determinar un sentimiento, el sujeto se halla sumido en la incertidumbre y la falta de control sobre lo que siente. Percibe que le pasa algo en lo más profundo de su interior, pero no sabe qué. El diálogo interior o autorreflexión es un buen ejercicio para el conocimiento de las emociones propias. 2. Comprensión de la psicogénesis de las emociones. Aunque el temperamento emocional propio de cada sujeto depende de factores neuroquímicos y de su historia emocional, el nacimiento y desarrollo de las emociones/sentimientos concretos depende, en parte, de los acontecimientos en los que vive el sujeto y, en mayor cuantía, de cómo el sujeto interpreta los acontecimientos, es decir, del contenido y la frecuencia del pensamiento. Cuando se piensa en algo bueno o malo que afecta al sujeto se están teniendo sentimientos o emociones respectivamente buenas o malas. Cuando se cambia de pensamientos se deja de tener tales sentimientos. La psicogénesis de las emociones/sentimientos está en los pensamientos. Cada uno es, se siente y vive según el tipo de pensamientos que tiene. Albert Ellis (1980) afirmaba que los hombres son según lo que se dicen a sí mismos. Esto es, según su propio pensamiento autoevaluativo que se dirige a uno mismo en forma de autoverbalizaciones. Las sensaciones/sentimientos de bienestar o malestar dependen de esas verbalizaciones interiores. Una postura parecida mantiene Aaron T. Beck respecto a las relaciones del pensamiento en general con los sentimientos/emociones (1976). Beck demuestra cómo los pensamientos distorsionados y automáticos negativos mantienen los sentimientos/emociones negativas. La intervención en el pensamiento, bien sea para simplemente cambiarlo o para racionalizar sus distorsiones y fallos lógicos, es la base de su programa terapéutico. 3. Incorporación de la energía emocional a la propia vida. Esto supone, en primer lugar, aceptar la propia vida afectiva como una energía positiva para los propios actos. En este caso la conducta experimenta un cambio espectacular, lo que antes se hacía sin ganas, torpemente y con errores, ahora se hace con interés, atención y cuidado. El pesimista —por tener una considerable autoimagen de fracasado—, por muy alto que tenga su coeficiente de inteligencia, va a hacer muy poco, y si hace algo, no lo hace bien. Martin Seligman, profesor de la Universidad de Pensylvania, y Daniel Goleman, admiten que, a pesar de que por naturaleza hay personas con tendencias pesimistas, siempre y con esfuerzo, pueden “pensar en positivo”. El pensamiento tradicional siempre puso en entredicho la vida afectiva. Al hombre le correspondía contro- Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 2 (2): 137-144, julio-diciembre de 2003 140 LUIS GARCÍA-VEGA Y LAURA GARCÍA-VEGA REDONDO lar y hasta incluso ahogar los sentimientos para que la razón pudiera ver sin trabas la verdad y la bondad, y ofrecérsela así a la voluntad para actuar libremente. Las emociones eran pasiones y vicios del alma. La lógica debía ser racional, las razones del corazón apenas contaban, eran peligrosas. Pero no todos los pensadores modernos están de acuerdo con esta postura. En 1905 Ribot publica un libro en el que defiende, junto con la lógica racional, la “lógica de los sentimientos”. Sigmund Freud acepta el “principio del placer” siempre que sea regulado por el “principio de realidad” (Freud, 1996). Ribot (1905) define el “razonamiento emocional” como: “un proceso cuya transmisión entera es afectiva, es decir, consiste en un estado de sentimiento que, permaneciendo idéntico o transformándose, determina la elección y el encadenamiento de los estados intelectuales; éstos no son más que un revestimiento, un medio necesario para dar cuerpo a esta forma de lógica” (p. 9). En este tipo de razonamiento la conclusión está dada de antemano, es el deseo que puso en marcha todo el proceso argumental. Las pruebas son labor secundaria y sólo son valiosas en cuanto son útiles para el deseo. Este razonamiento se apoya más en indicios que en pruebas, en impresiones más que en juicios, en posturas incuestionables más que en discusiones. Por el contrario, en la lógica de la razón la conclusión no se conoce de antemano, es el resultado final de la argumentación. La argumentación respeta los principios de semejanza, analogía, del paso de la parte al todo o viceversa, de la inclusión o exclusión y el principio de contradicción. Según este último principio, si algo es A no puede no ser B a la vez. Este principio puede pasarse por alto en el razonamiento emocional, acomodándose a una forma anárquica, pudiendo darse el caso de coexistencia entre dos deseos o creencias contradictorios. Ribot (1905) reconoce que la naturaleza humana no sólo se mueve por la razón, sino también por la vía de los sentimientos, y una sin la otra no tendrían sentido. Con estas elocuentes palabras termina Ribot su libro en defensa de ambas lógicas: Juzgada por los lógicos puros, la lógica de los sentimientos es condenada sin vacilar y sin apelación. Juzgada por los psicólogos, tiene derecho a la existencia por razones individuales y generales. Hay espíritus que reclaman la verdad ante todo, pero que la quieren bien establecida, demostrada, que tienen la obsesión de la exactitud y de los procedimientos rigurosos. Hay otros, fugitivos, faltos de precisión, que se complacen en lo vago por exceso de sentimiento o de imaginación, por pereza intelectual, por incapacidad de reflexión, por falta de paciencia en la investigación. Para ellos, la lógica afectiva es suficiente y preferible; la inventarían si no existiera hace siglos. Una razón más profunda que asegura su perpetuidad, es el ser obra espontánea de nuestra naturaleza no intelectual. El hombre siente surgir en él necesidades, deseos, problemas, a los que la razón pura no aporta satisfacción, ni respuesta, ni remedio; el sentimiento y la imaginación ocupan su puesto. La actitud escéptica que limita el conocimiento y se resigna a ignorar mucho; la actitud estoica que desdeña las esperanzas ilusorias y los consuelos vanos no son del gusto de todos. La mayor parte prefieren respuestas aparentes a nada. El papel de la psicología es estudiar esta manifestación de la naturaleza humana, como hecho, sin condenarla ni absolverla (pp. 230-231). Amos Tversky y Daniel Kahneman (1973) demostraron el fallo de efectividad del razonamiento objetivo puro. Stuart Sutherland (1992) demostró que la racionalidad necesita para su efectividad de otros mecanismos. En 1994 Antonio R. Damasio (1996) propuso como complemento de la racionalidad el mecanismo neuropsicológico del “marcador somático”. El “marcador somático” son las señales provenientes de la ejecución subliminal y de la representación de los estados corporales (emociones) contingentes a las experiencias pasadas. Damasio comenta varios casos de pacientes cerebrales con daños en la región prefrontal y comprueba los fallos del razonamiento puro en ausencia de la capacidad emocional. De uno de estos casos ya se ha hecho historia, es el caso de Phineas Gage, a consecuencia de un desgraciado accidente en 1848. Otro caso fue el de un paciente suyo que nombra con el pseudónimo de “Elliot”, cuyo daño tuvo su origen en un tumor cerebral. Tanto Gage como “Elliot” eran muy inteligentes, y después de su accidente o enfermedad conservaron intactos todos los instrumentos necesarios para el comportamiento racional — conocimiento perceptivo, atención, memoria, habilidad, lingüística, etc.—, pero eran incapaces de tomar decisiones, de cumplir programas y planes de trabajo. Carecían de algo que completa a la mente racional, el sentimiento que acompaña a la representación de la ejecución de un acto. Otros casos clínicos corroboraron lo mismo. Gage era un competente capataz de 25 años que trabajaba en la construcción del ferrocarril de Vermont (USA). De él dependía un gran número de trabajadores y tenía que tomar decisiones muy difíciles. Debido a un fallo humano, una barra de hierro penetró por su mejilla izquierda y atravesó las cortezas prefrontales del cerebro, saliendo por la parte superior de la cabeza. Esto sucedió en el verano de 1848. A partir del accidente “Gage ya no era Gage”, una nueva personalidad surgió en él. El Gage de antes, amable, capaz y educado se convirtió en grosero, blasfemo e incapaz de tomar decisión alguna. Su razonamiento y su capacidad lingüística eran los mismos que antes, buenos. Después del accidente “sabía pero no sentía”, era plano emocionalmente, se hizo un espectador para los sentimientos propios y ajenos. Era incapaz de tomar decisiones aunque Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 2 (2): 137-144, julio-diciembre de 2003 RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA Y CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE UN NUEVO PARADIGMA razonaba acertadamente; le faltaba el motivo final. Funcionaba de modo parecido a un ordenador que tiene muchos datos acerca de un problema pero que no llega a la solución porque le falta alguno. Lo más grave es que dejó de aprender de sus errores como si no le funcionara la ley del efecto. Se le había roto la comunicación entre el centro de las emociones y el de la actividad racional. A ésta le faltaba el dato emocional. El caso de “Elliot” tiene consecuencias parecidas al de Gage. “Elliot” era un abogado competente hasta que fue operado de un tumor en el área de los lóbulos prefrontales. Sus facultades puramente racionales no fueron afectadas, pero “Elliot” dejó de tener emociones ante acontecimientos trágicos. La operación le había afectado parcialmente las conexiones nerviosas entre los centros inferiores del cerebro emocional —la amígdala y regiones adyacentes— y las regiones pensantes del neocórtex. Damasio comenta también el caso de un paciente suyo con lesión prefrontal ventromedial que, teniendo que acudir a la consulta un frío día de invierno con las carreteras en estado muy peligroso por el hielo, pudo conducir sin sentir la emoción negativa de pánico que había hecho a otras personas tener un accidente. Se daba cuenta del peligro, pero no lo sentía, por eso pudo llegar bien. La razón fría, sin emoción/sentimiento puede ser útil en estas circunstancias, aunque en otras, la razón sin la emoción se queda bloqueada, sin vía de salida. Esto le sucedió a este mismo paciente y en el mismo día, cuando se mostró incapaz de decidirse entre dos días para la cita siguiente, después de más de media hora de pensar sobre la conveniencia de acudir uno u otro día, comprobando su agenda. Fue Damasio quien le sugirió que viniera uno de los dos días; él tranquilamente respondió: “me parece bien”. Esta falta de capacidad de decisión ante algo tan nimio como puede ser una cita, según Damasio “es un buen ejemplo de los límites de la razón pura”, el “error de Descartes”. De acuerdo con Damasio (1996), para tomar adecuadamente cualquier decisión intervienen varias estructuras cerebrales. En primer lugar, algunas zonas de la corteza prefrontal (sobre todo la ventromedial), algunas estructuras del sistema límbico (la amígdala y la corteza cingulada) y las áreas somatosensoriales de la corteza (encargadas de cartografiar e integrar las señales procedentes del estado somático visceral y musculoesquelético). El punto de encuentro o lugar donde se reciben “las señales de toda la plana mayor de la Agencia de Normas y Medidas” (p. 172) es el sector ventromediano de la corteza prefrontal. Ya en la década de los 30 Alexander R. Luria (1966), creador de la neuropsicología, supuso que la clave del autocontrol estaba en el córtex prefrontal, al observar el típico comportamiento impulsivo y falto de control de pacientes con daño cerebral en estas zonas. 141 4. Valoración positiva de la autoimagen. La imagen que uno tiene de sí mismo es un factor determinante para la madurez emocional. De esta autoimagen depende la capacidad de resistencia al desencanto ante un fracaso, el grado de sentimiento de culpabilidad y otras muchas emociones negativas. Sin duda es Alfred Adler (1978) el pionero y gran maestro de la teoría de la autoimagen. Según él, cada hombre es la historia de sus “sentimientos de inferioridad”. En realidad, para Adler el “sentimiento” es término ambiguo que representa al pensamiento y su cara afectiva. Al pensar que uno es inferior se siente inferior. La génesis del carácter neurótico (agresivo) estaría en la autoimagen de aquellas personas que piensan y se sienten en una posición de inferioridad respecto a los demás. La autoimagen va a ser una categoría fundamental para la terapia humanista. La terapia rogeriana parte de la idea de que cada hombre es un tesoro de riqueza incalculable, y si está mal es porque no se conoce a sí mismo, porque tiene una autoimagen falseada, lo que provoca “fracasos de la comunicación” entre la noción que tiene del “yo” y su propia “experiencia” básica, es decir, lo que realmente es: La tarea de la psicoterapia consiste precisamente en manejar los fracasos de la comunicación. La persona con alteraciones emocionales -“el neurótico”- experimenta dificultades, en primer lugar, porque se ha interrumpido la comunicación en su interior [falsa autoimagen], y segundo, porque a consecuencia de ello se ha alterado su comunicación con los demás (Rogers, 1972, p. 287). Según Albert Ellis (1980) la autoimagen negativa depende de “las tonterías que uno se dice a sí mismo una y otra vez”, por eso él defiende que “la terapia racional emotiva se esfuerza particularmente en revelar, analizar y tratar de resolver las frases concretas interiorizadas que el paciente se dice a sí mismo para perpetuar su trastorno”(p. 281). 5. Capacidad de autocontrol de las emociones. Los sentimientos y las emociones, además de ser necesarios, pueden llevarnos a la ruina personal. Esto era lo que preocupaba a los filósofos tradicionales como Santo Tomás o a Descartes en su famoso tratado de Las pasiones del alma (1649), escrito con intenciones moralizantes. La templanza (en griego, sosfrosyne, y en latín, temperantia) es una de las cuatro virtudes cardinales y consiste en el gobierno (moderación, sobriedad, continencia) de los apetitos (emociones), sujetándolos a la razón. El autocontrol presupone el autoconocimiento de la vida sentimental, y la evaluación de la intensidad de los sentimientos y emociones propios. Esto es como “saber de qué pie cojea cada uno” y lo grande que es su cojera. W. James (1989) pone el control de los instintos y las emociones en el acto voluntario. El acto voluntario se Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 2 (2): 137-144, julio-diciembre de 2003 142 LUIS GARCÍA-VEGA Y LAURA GARCÍA-VEGA REDONDO apoya en el esfuerzo de atención de la mente al acto incompatible con la emoción indeseada: “En resumen, el logro esencial de la voluntad, cuando es más ‘voluntaria’, es prestar atención a un objeto difícil y mantenerlo con firmeza ante la mente” (p. 1002). El control del pensamiento es la base del acto voluntario según James. Basándose en la “teoría de la huella motora”, James (1963) diría que esto tiene su explicación porque al pensar se está ejecutando —conducta fisiológica— subliminalmente el acto pensado: “Todos los estados mentales... determinan una actividad corporal. Ocasionan cambios invisibles en la respiración, la circulación, la tensión muscular general, la actividad glandular o visceral, aun cuando no produzcan movimientos visibles en los músculos de la vida voluntaria” (pp. 5-6). Tal ejecución subliminal prepara la conducta en la línea del pensamiento. James pone los ejemplos de cómo dominar la pereza o la ingestión de alcohol. Al levantarse de la cama en una gélida mañana de invierno y en una habitación sin calefacción, lo que paraliza la actividad de levantarse es la aguda conciencia de frío comparándola con la de calor que se tiene en la cama. En el momento en que el pensamiento de levantarse invade más y más la conciencia, sus efectos motores (subliminales) favorecen el traspaso del umbral de ejecución del acto de levantarse. James (1962) también habla del borracho que es incapaz de dejar de beber porque atiende a ideas inadecuadas. Según la ocasión, unas veces se dice a sí mismo, “es el último vaso”; otras, “es descortés no aceptar una invitación” o “es Nochebuena”. Lo único que debía mantener en la mente es la idea de que es un borracho porque bebe (pp. 512-513). Según Freud, el control de las emociones puede ir por dos caminos: el de la demora o el de la supresión. En ambos casos el “principio de realidad” controla al “principio de placer”. Freud ya tiene en cuenta el principio de realidad en las primeras elaboraciones metafísicas de su teoría, pero lo enuncia explícitamente por vez primera en 1911 en su escrito Los dos principios del funcionamiento mental. Según Freud (1971), todas las instancias del aparato psíquico obedecen al principio de placer, pero cada una a su modo. El ello lo hace ciegamente sin considerar para nada la seguridad personal y sin tener en cuenta las limitaciones críticas de la lógica racional. El ello refleja la única tendencia de las pulsiones orgánicas, la de alcanzar su satisfacción. El yo, basándose en su “función constructiva”, decide, en virtud del “principio de realidad”, “si la tentativa de satisfacción debe ser realizada o diferida, o bien si la exigencia del impulso habrá de ser reprimida de antemano, por peligrosa” (p. 92 y ss). Mientras al yo le preocupa el placer sin problemas o peligros procedentes del mundo exterior, el ello tan sólo persigue el beneficio placentero. Tanto los estímulos desorbitantes del mundo exterior, como la fuerza excesiva de los impulsos interiores, amenazan la organiza- ción dinámica que el yo posee, volviendo a convertirlo en una parte del ello. Téngase en cuenta que el yo originalmente no es otra cosa que una parte del ello que, bajo el influjo del mundo exterior, ha experimentado una peculiar transformación, constituyendo una “capa cortical” dotada de órganos receptores de estímulos y que hace de mediadora entre el ello y el mundo exterior (p. 12). La psicología reciente ha operativizado el control de la emoción elaborando un programa para poner en práctica y conseguir el dominio de uno mismo. Ante una situación emociógena se pide: 1) evitar la respuesta espontánea e inmediata; 2) autoobservación de la emoción generada; 3) búsqueda de respuestas posibles; 4) consideración previa de las consecuencias de cada una de estas alternativas; 5) elección de una alternativa adecuada. Todo esto se traduce en una etapa, previa a la acción, de diálogo de uno consigo mismo, de reflexión madura. Walter Mischel, profesor de la Universidad de Standford, ideó una prueba para predecir el control emocional. A una clase de niños de 4 años se les da, a cada uno, una golosina y se les dice: “Voy a salir un rato, vuelvo en 20 minutos. Si lo deseas, toma la golosina, si esperas a que vuelva sin comértela, te daré dos”. Aquellos niños que resistieron al impulso inmediato de comer la golosina demostraron, años más tarde, al cumplir los 16 años, ser más controlados en las distintas facetas de la vida que aquellos otros que se habían comido la golosina. Estos últimos demostraron ser más impulsivos, caprichosos y menos resistentes a la frustración. John D. Mayer, profesor de la Universidad de New Hampshire, distingue tres tipos de personas según su madurez emocional: las personas conscientes de sí mismas, las atrapadas por sus emociones y las que aceptan resignadamente de buen o mal humor sus emociones, pero hacen muy poco por cambiarlas, en caso de ser conveniente. 6. Inteligencia interpersonal o social. De Howard Gardner (1983) es la expresión “inteligencia social”. Ésta supone un manejo adecuado de las propias emociones en la relación con los demás, el control de las propias emociones negativas interpersonales tales como el odio, la ira, etc., y la capacidad para conocer y respetar las emociones ajenas. Hay una palabra que resume esta última aptitud, la “empatía”. Este concepto fue clave para los psicólogos humanistas que se centran en la comprensión de estado emocional del “cliente”, en palabras de Rogers (1972). La empatía es la capacidad para percibir la experiencia íntima de los demás y darle la importancia que para cada uno de ellos tiene, independientemente de la propia valoración personal; percatarse de que los demás piensan y sienten de forma diferente, que tienen sus propios puntos de vista y sus propias emociones, y que son tan valiosas como las propias, aunque sean diferen- Univ. Psychol. Bogotá (Colombia) 2 (2): 137-144, julio-diciembre de 2003 RECONSTRUCCIÓN HISTÓRICA Y CATEGORÍAS FUNDAMENTALES DE UN NUEVO PARADIGMA tes u opuestas. Gordon Allport, Carl Rogers y Abraham Maslow, representantes de la psicología humanista, son los auténticos maestros y promotores de la actividad empática. Empatía es facilidad para captar señales y mensajes, tanto verbales como no verbales, de los estados de ánimo e intenciones de los demás. Un alto porcentaje de los mensajes emocionales son no verbales. La “disemia” (dys: dificultad, semes: señal) es un término que significa incapacidad o dificultad para captar los mensajes verbales y no verbales de los demás. Se han descubierto casos de disemia en pacientes con daños cerebrales en la región derecha del lóbulo frontal. Estos pacientes, aunque entienden el significado de las palabras, no captan la intención emocional del emisor. Por ejemplo, no son capaces de diferenciar entre el significado de un “gracias” sincero de otro que es sarcástico. Empatizar es meterse en la lógica subjetiva de las personas con las que uno se relaciona, o con las que constituyen su entorno social para, aun siendo él mismo, estar y ser también con los demás, ya que de lo contrario sería un ser solitario que vive en su mundo de pensamientos, de fantasías y de sentimientos, ajeno a los demás. Esto sería estar en su mundo sin compartirlo con los demás, cuando el mundo es de todos. Para lograr compartir el mundo hay que aprender a leer los indicadores sociales, las intenciones de los demás, sus inquietudes y temores, sus mensajes. Esto es, socializarse, tarea que cada persona ha desarrollado más o menos y cuyo aprendizaje comienza desde el inicio de la vida. Algunos de los componentes de la inteligencia social son: sociabilidad, amistad, participación, cooperación, solidaridad, atractivo social, actitud democrática, destreza en la comunicación y en la resolución de conflictos interpersonales, respuesta eficaz o asertiva a la crítica, capacidad de escucha y de liderazgo, entre otros, respecto a las normas de convivencia, etc. Opuesto a la empatía es la conducta del sociópata y del psicópata. Éstos ni captan ni consideran los sentimientos de los demás; son insensibles al sufrimiento o a la alegría ajena. 7. “Estado de flujo”. Es una expresión de Antonio Damasio (1996). En su opinión, la capacidad de entrar en “estado de flujo” es un buen ejemplo de inteligencia emocional y del grado superior de control de emociones al servicio del rendimiento y aprendizaje. En este estado, las emociones fluyen libre y positivamente. Para describir mejor este efecto, Damasio cita las confesiones de un artista acerca de lo que sería estar en “estado de flujo”: “Mis manos parecen vacías de mí y yo no tengo nada que ver con lo que ocurre, sino simplemente contemplo maravillado y respetuoso todo lo que sucede. Y esto es algo que fluye por sí mismo”. Efecto parecido al del estado de flujo es el de un proceso de desarrollo personal que logra un 143 cierto nivel de autorrealización, principio de la psicología humanista. El flujo es un estado de olvido de uno mismo, es espontaneidad, sosiego, lo opuesto a preocupación —estado de ansiedad—, control de “ruidos” emocionales e incompatible con el secuestro emocional en el que los impulsos límbicos capturan al sujeto. Carl Jung no estaría plenamente de acuerdo con la teoría del “estado de flujo” de Damasio. Según Jung, la raíz de la creatividad está en los complejos del inconsciente personal que se expresan, a nivel de conducta, como manía —la manía del artista por la belleza—. Precisamente el complejo actúa como manía a modo de un impulso irreprimible, y si bien produce la obra de arte, en muchos casos provoca en el sujeto un estado de enorme crisis emocional. Por citar un ejemplo, éste sería el caso de Vincent van Gogh. Referencias Adler, A. (1978). El carácter neurótico. Buenos Aires: Paidós (orig., 1912). Ainsworth, M. D. S. et al. (1978). Patterns of attachment. Hillsdale, New York: Earlbaum. Beck, A. (1976). Cognitive therapy and the emotional disorders. New York: International Universities Press. Binet, A. & Simon, Th. (1905). Méthodes nouvelles pour le diagnostic du niveau intelectuel des anormaux. L’Année Psychologique, XI, 191-244. Bowlby, J. (1986). Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Morata. Damasio, A. R. (1996). El error de Descartes. 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