- Montoneras.En la gesta de nuestro modelo de Nación, a partir de 1819, en el país dos tendencias políticas, dos ideas acerca de cuál debía ser el destino de nuestra Patria estaban en constante tensión: las federales y las unitarias. Los federales, defendían la autonomía de las provincias, y los unitarios, eran partidarios del poder central de Buenos Aires. Según lo que proponían los unitarios, cada provincia se gobernaría por su cuenta, y la principal beneficiada por la situación sería Buenos Aires, la provincia más rica, que retendría para sí las rentas de la Aduana y los negocios del puerto. Estas disputas políticas desembocaron en una larga guerra civil que produjo enfrentamientos 01 armados entre ambas facciones. Muchas fueron las mujeres que se involucraron en política y participaron activamente, codo a codo con los hombres, en estos momentos trascendentales de nuestra historia. Victoria Romero, más conocida como “doña vito” o “la chacha”, nació el 2 de abril de 1804 en Chila, provincia de La Rioja. VICTORIA ROMERO Conoció los valores como el respeto, la libertad, la honestidad, la paz, la solidaridad, la humildad y el altruismo. .............................................. Fue una de las mujeres que construyó su destino junto al hombre que amaba, Chacho Peñaloza. Todo lo que ella tenía, se lo repartía a los más necesitados. Se dice que en una mula, cargaba sus alforjas con mercadería y la llevaba por la llamada “Quebrada del tigre”, a los paisanos refugiados. Sus ideales siempre fueron muy claros: “El Federalismo”, pues con- DOLORES DÍAZ sideraba que cada provincia debía tener sus propios gobernantes, y los bienes obtenidos en cada territorio debían dividirse igualitariamente entre las provincias, así el dinero recaudado en el puerto llegaría a los pueblos más pobres. bre los que atacaban a Peñaloza, con una decisión que habría honrado a cualquier guerrero. Se había convertido en una “mujer de a caballo”, acompañando al Chacho en todas sus campañas, como un soldado más. Fue un soldado más de la causa federal, con su lanza y su sable, peleó y luchó, en forma brillante. En noviembre de 1863, vio morir a su querido compañero despiadadamente lanceado por sus enemigos. En el instante de la muerte de su compañero, los verdugos mandan a aplicar tormentos indescriptibles a doña Vito, hasta dejarla sin sentido. Además fue sometida a trabajos forzados, como barrer la plaza pública arrastrando cadenas de sus pies. Enseñó a la mujer argentina, en hechos inolvidables, a defender con las armas y movidas por el amor, la dignidad del hogar, la pureza amenazada y el honor de la mujer riojana obligada por el vencedor a bochornosas actitudes. Victoria era una de aquellas almas inspiradas sólo en el bien de los demás, tenía un corazón que no conoció jamás el odio, el rencor, la venganza, ni el miedo. Una anécdota rescata el coraje de esta mujer, cuando al tratar de defender a su compañero, reúne unos cuantos soldados y poniéndose a su frente se precipita so- El último dato de su vida es una dolorosa carta enviada a Urquiza, el 12 de agosto de 1864, en que le pide amparo, ya que sus enemigos le habían quitado todo, hasta los bienes que eran suyos por corresponder a su dote matrimonial. Victoria Romero falleció el 21 de noviembre de 1889 a los 85 años de edad. .............................................. Participó activamente en la batalla del Pozo de Vargas, el 9 de abril de 1867. Mientras se desarrollaba el combate salvó de la muerte a Felipe Varela subiéndolo en las ancas de su caballo y alejándolo del peligro. Finalizado el combate fue hecha prisionera. Las autoridades la acusaban de haber participado activamente en los movimientos de desorden y anarquía en La Rioja. Es por esto que ordenan encerrarla, junto con otras mujeres prisioneras, al Bracho, sobre el río Salado en el Chaco santiagueño, donde pasó más de un año, pese a la solicitud del juez federal de La Rioja que reclamó su libertad. Otra montonera federal fue “la Tigra” Dolores Díaz, compañera del caudillo riojano Felipe Varela, a quien acompañó desde el comienzo de sus campañas. Fue una partícipe activa en la lucha, olvidándose de que era hermana, esposa o madre de los combatientes. Preparó revoluciones y atemorizó gobiernos. Su reclusión incluyó la tortura y los vejámenes, que ya no se irían de la memoria de “la Tigra”, que fue puesta en libertad en mayo de 1868. Cuando llegó a La Rioja fue recibida como se merecía por el pueblo, que no la olvidaba. 02 MARTINA CHAPANAY .............................................. jinete, baquiana y rastreadora habilísima. Adquirió gran capacidad en el arte del cuchillo, del lazo y de las boleadoras. Sus cualidades de destreza, audacia y valentía no fueron obstáculo para que se transformara en una mujer atractiva que “reinaba en los corazones”. La vida le arrebató a su madre a los 13 años y pasó a vivir como criada de doña Clara Sánchez en San Juan capital. Pero como no la trataban como se merecía, se escapó y volvió a vivir con los huarpes. En 1822, ya con veintidós años, conoció a quién sería su compañero, Agustín Palacios, un hombre cercano a Facundo Quiroga. Nació en 1800, en el valle de Zonda, en San Juan. Hija de Ambrioso Chapanay, uno de los últimos caciques huarpes de ese lugar, y de Mercedes González, una cautiva blanca robada a fines del siglo XVIII. Desde niña sintió atracción por las tareas propias de los hombres: fue 03 Martina se incorporó como una combatiente más en el ejército de Quiroga, interviniendo posteriormente en todos los combates de la campaña del riojano. Peleó a favor de los caudillos que en las provincias encarnaron los anhelos populares. Su compañero pierde la vida en una violenta batalla contra el enemigo, pero Martina sigue luchando hasta 1835, cuando es asesinado Quiroga. Entonces decidió regresar a su hogar paterno en San Juan, pero lo encuentra abandonado: los miembros de la pacífica y laboriosa tribu habían sido muertos y robados por el blanco, otros murieron reclutados en los ejércitos y los restantes se refugiaron en las sierras. El constante clima de guerra y el cierre de establecimientos, habían separado del trabajo a los hombres. Es por este motivo que se originan bandas dedicadas al robo. Martina, asilada en los montes, y acorralada por la miseria, se convirtió en jefe indiscutida de una de ellas, repartiendo el producto de sus robos entre los pobladores más humildes. Cada robo, cada atraco que realiza- ba, ella lo repartía: la mitad para las hijas y viudas de la guerra y la otra mitad para sus cómplices. Esta actitud que le valió ser perseguida por las autoridades. Más tarde, se enroló en las huestes del gobernador y caudillo sanjuanino, general Nazario Benavidez. Su participación en las fuerzas federales, en defensa de la provincia de San Juan, junto al gobernador, demostró un deseo de exponer la vida en apoyo del sentir popular. Asesinado Benavidez, en 1858, Martina volvió a asumir la dirección de una cuadrilla de bandoleros. Poco tiempo después, abandonó esa vida, acompañando al caudillo Peñaloza en su última y desgraciada lucha en defensa del pueblo riojano. Pasó sus últimos años arriesgando su vida en salvaguardia y beneficio de su “patria chica”. Tal era el espíritu libertario de Mar- tina que una ocasión le dijo a su madre: “No nací para embellecerme ni para ser adorno de nadie, ni creo que vaya a pertenecerle a nadie. No tengo hígados para estar atada.” La tradición cuenta que fueron más los que rezaron por ella, que los que la maldijeron. Hasta el último de sus días vivió fiel a sus sueños y dueña de su destino. No había paraje, rancherío o persona que padeciendo la miseria absoluta no haya recibido ayuda de su parte, o prófugo que no haya encontrado en su hogar un refugio donde pasar la noche. Esa era Martina Chapanay, la samaritana, la montonera, la bandolera, la ladrona, en ella convivieron una y mil mujeres, todas con un solo gran sueño de libertad. Murió en 1887. Su tumba en Mogna, departamento de Jáchal, sigue siendo un lugar de culto. ¡REFLEXIONEMOS! Dolores Díaz, “la Tigra”, como Victoria Romero, “la Chacha” y Martina Chapanay fueron valientes mujeres que lucharon políticamente codo a codo con sus hombres, en momentos decisivos de la historia de nuestro país. Fueron mujeres audaces y solidarias, que con amor, grandeza y sabiduría pelaron por obtener lo que más apreciaban: la libertad para toda su gente. Fueron esposas, madres, compañeras y amigas. Cada una de ellas, se convirtió una guía espiritual para los hombres y mujeres de su época, y son un ejemplo de federalismo cuyas enseñanzas llegan hasta nuestros días. Todas las hazañas caben en sus cuerpos. Ellas se transforman en símbolos del coraje argentino y latinoamericano. 04