la envidia de los ángeles: develando el amor como categoría política

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ISSN 2007-1957
LA ENVIDIA DE LOS ÁNGELES:
DEVELANDO EL AMOR COMO CATEGORÍA POLÍTICA
Lutz Alexander Keferstein Caballero
Universidad Autónoma de Querétaro
lutzakefer@gmail.com
Abstract
This essay has the goal to state that there is the need to modify the
approach that is given to the notion of love. This has been determining in the
imaginary construct of the human world. Love, ambiguous word, brings within
its conceptual content a subjective desire. The search or refusal to search for
the content of the word love performed by any man or woman is directed by
the teachings offered by their anthropological context. Thus, some desire it in
the midst of a storm of sighs, whilst there are some who run away from it as if
it were the fallen angel. These fetishized approaches, for love is adored or
despised in a radical manner, are products of mechanisms of conceptual
imposition related to ideological, economic and domination interests. The
never-ending repetition of messages that invite to understand love as a vulgar
subjective psychological and sentimental experience will be offset in this text
that promotes the judgment that finds love as a part of the objective political
emotional world.
Key words: Love, politics, fetishes, community, sentimentality, emotionality
1
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ISSN 2007-1957
Para Fernanda Otegui,
a quien nadie le escribirá
lo que yo le escribo,
pues nadie la amará
como yo la amo.
Introducción
“I’ve heard that pride
always comes before a fall
there's a rumor goin’ round the town
that you don't want me around.”
Brian Connolly
Love is like Oxygen
término de esa caída libre en la que siempre
me acompaña desde las alturas a las que él
suavemente me llevó, al estrellarme
inevitablemente con todo su peso encima
contra el suelo –¡Dios maldiga la manzana de
Newton! –, justo ese suelo hecho de la tierra
donde murmura el mundo que los pies se
ponen, él amortigua su propia caída con mi
cuerpo y espíritu… y me fractura. Y es
inacabable, sí, inacabable, porque amar ha
sido siempre mi decisión.
Primera Parte.
Ensoñación y mentiras
I. Envidia y engaño
Nuevamente, como tradicionalmente, es el
amor lo que me lleva a escribir. Ese viejo
niño
incesante,
insolente,
indolente,
inacabable amor que halla una y mil formas
de disfrazarse con tal de clavar sus venenosas
flechas en lugares que el manual de Carreño
no se atreve a mencionar. Es viejo, pues ha
existido, aunque con muy poca evolución,
desde antes que existiesen los humanos. Es
niño, pues, debido a mi falta de
entendimiento de su naturaleza, su carácter en
extremo jovial me ha llevado a acciones
infantiles en mi afán de ser su amigo,
esperando que se quede conmigo. Es
incesante, pues cuando creo que se ha ido, he
caído irremediablemente en la cuenta de que
el muy necio se tomaba un respiro, o, mejor
dicho, me dejaba tomar un respiro que más
que llenarme de oxígeno, me dejaba vacío por
su ausencia aparente. Es insolente, pues ese
joven rebelde no respeta mis nacientes, pero
cada vez más abundantes canas… prematuras
(¿?). Es indolente, pues no comprende que al
“The angels, not half so happy in heaven,
Went envying her and meYes!- that was the reason (as all men know,
In this kingdom by the sea)
That the wind came out of the cloud by night,
Chilling and killing my Annabel Lee.”
Edgar Allan Poe.
Anabel Lee.
Cuenta Giovanni Papini, citando a
Pablo de Tarso en su carta a los Efesios, que
la traición que Luzbel llevó a cabo contra ese
Dios original, no habría provenido de la
soberbia como comúnmente se cree, sino de
la impaciencia y los celos. El Diablo, ese
angelical ser-dominante, se dejó él mismo
dominar por la impaciencia cuando vio que el
Señor había sometido a todos los seres
creados a la potestad del hombre y no a la
2
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suya1, “si [el diablo] hubiese soportado eso no
habría sentido dolor y si no hubiese sentido
dolor no habría experimentado celos del
hombre”2. El resultado del dolor que
provocan los celos lo conocemos bien: trajo
como consecuencia uno de los conflictos
bélicos más espectaculares de toda tradición
humana. Seres celestiales combatieron seres
celestiales en una batalla de duración por
nadie conocida, pues los segundos de Dios
son los eones del humano. ¿Pero, qué hay
detrás de esta parábola cultural? Si
hubiésemos de atender nuevamente a las
palabras de Papini, existe una relación
tripartita entre amor, celos y dolor3, pues el
amor “como comunión perfecta entre el
amado y el amante” 4 provoca que “toda pena
y desventura del amado entenebrezca y
envenene el alma del amante” al tiempo que
explícitamente, el dolor proviene de los celos.
No se puede perder de vista, sin embargo, que
todo conflicto es un arma de doble filo: La
derrota del Diablo, para un ser que es omniamoroso, como se asevera que Dios es, la
pena que embargó al celoso ángel no pudo
sino significar, también para Dios, un dolor
sentido. Tras su expulsión del reino de los
cielos, quien en algún momento fue el más
bello de los arcángeles, segundo ser en el
universo judeo-cristiano, enajenado con su
propio padecimiento, no estuvo en la
capacidad de percibir el dolor de ese quien lo
amaba. Luzbel, en pleno proceso de
satanización, no encontró otra manera de
resarcir su vapuleado orgullo sino
pervirtiendo otros seres que también gozarían
y padecerían el castigador amor de Dios per
secula seculorum. Adán y Eva, la humanidad
1
Cfr. PAPINI, Giovanni, El Diablo, Editorial
Latinoamericana, S. A., México, D.F., 1980, p. 44.
2
Idem.
3
“El amor debe ser necesariamente también
dolor”. Ídem, p. 65.
4
Ídem.
por antonomasia, tal vez precisamente por su
original inocencia, resultaron el vehículo de
la venganza del ángel caído y sus seguidores.
La infelicidad de la humanidad fue, a criterio
del impaciente celoso, la derrota última de
quien en un momento lo amó. ¡Sabrás, sabrás,
Eva, y le harás saber a tu hombre, lo que es el
amor! ¡Sabrán, sabrán, Eva y Adán, que el
amo(r), así lo estipuló Dios… es dolor!
II. Máscaras y hartazgo
“¡Cuidado!: quizás haya alguien
que se los lleve como presa suya
mediante la filosofía
y el vano engaño según
la tradición de los hombres,
según las cosas elementales del mundo (…).”
Pablo de Tarso
Carta a los colonenses, 2:8.
Aunque la celestial y necesaria relación que
encuentra Papini entre dolor, celos y amor es
vox populi (vox Dei, termina la frase
curiosamente),
Arthur
Schopenhauer
denuncia este triángulo amoroso en causas
puramente naturales y
no divinas.
Contundentemente, Schopenhauer nos hace
saber que “El amor tiene por fundamento un
instinto dirigido a la reproducción de la
especie”5. El amor es el embozo del sexo,
medio a través del cual la Voluntad de Vida,
representada por las especies y nunca por los
individuos, se realiza. Ésta se materializa
literalmente. De donde hay amor, surge carne
por medio de la carne. Sin embargo, no se
satisface la Voluntad de Vida a través de la
selección y posterior generación de cualquier
carne. “Nada hay tan extraño como la
seriedad profunda e inconsciente con que se
observan uno a otro dos jóvenes de diferente
5
SCHOPENHAUER, Arthur, El amor, las
mujeres y la muerte, Edaf, editores, 1993, Madrid,
p. 57.
3
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sexo que se ven por vez primera, la mirada
inquiridora y penetrante que uno a otros se
dirigen, la minuciosa inspección que todas las
facciones y todas las partes de sus respectivas
personas tienen que afrontar”6. Buscando
incansablemente, sin alcanzar, la perfección
biológica, psicológica y estética, los
sacrificables individuos de todo género
buscamos en el Otro las características que
neutralicen nuestros defectos genéticos, de
temperamento y fenotípicos, antes de
considerar/sentir que es digno de ser nuestro
cómplice en la pequeña muerte. “Lo que
dirige a todos esos bichos es evidentemente
una ilusión que pone al servicio de la especie
el antifaz de un interés egoísta”7. El deseo de
posesión que proviene de esta ilusión
amorosa, es la fuente de la desenfrenada
angustia que se siente al no poder obtener los
encantos de la persona amada. “En los grados
supremos de la pasión es tan brillante esta
quimera que, si no puede conseguirse, la
misma vida pierde todos sus encantos, parece
entonces tan sosa y tan insípida, que el
disgusto que por ella se siente, supera el
espanto de la muerte”8. En el otro extremo,
en ese donde se encuentran los amantes
sudorosos y olorosos tras la conjunción de la
carne, encontramos entre sus cuerpos
separados, el vacío del hartazgo. La
naturaleza se despoja de su velo sólo unos
momentos después de que los amorosos, ya
callados por sus propios jadeos, se hubiesen
despojado de sus ropas, penetrados y
penetrantes, dejándolos con la incómoda
sensación de descubrirse engañados y
utilizados. Incapaces de reconocer al natural
autor intelectual del acto de ilusión, los
amantes se señalan mutuamente como los
culpables de la decepción egoísta. “El amor
satisfecho conduce más (…) a la desdicha que
a la felicidad. (…) El amor no sólo está en
contradicción con las relaciones sociales,
sino, a menudo, también con la naturaleza
íntima del individuo (…) ¡Tanto es lo que le
deslumbra esa ilusión que se desvanece en
cuanto queda satisfecha la voluntad de la
especie y que deja tras de sí para toda la vida
una compañía a quien se detesta”9.
III. Condena
“If for honesty
You want apologies
I don't sympathize.
If for kindness
You substitute blindness
Please open your eyes.
Condemnation.
Why?
Because my duty
Was always to beauty.
That was my crime.”
David Gaham
Condemnation.
El célebre discurso que Aristófanes dio a los
más populares pensadores de su ciudad,
Atenas en medio de una celebración
orgiástica, comparte también la fatídica
sentencia de que el amor es el resultado de
una sentencia punitiva contra el insolente. En
su momento original, los humanos eran seres
plenos unidos simbióticamente a su,
literalmente, otra mitad. “Todos los humanos
tenían formas redondas, la espalda y los
costados colocados en círculo, cuatro brazos,
cuatro piernas, dos fisionomías, unidas a un
cuello circular y perfectamente semejantes,
una sola cabeza, que reunía estos dos
semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos
órganos de la generación y todo lo demás en
6
Ídem, p. 67.
Ídem, p. 70.
8
Ídem, 74.
7
9
Ídem, p. 75.
4
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esta misma proporción.”10. Ya andróginos,
hijos de la luna, masculinos, hijos del sol, o
femeninos, hijas de la tierra. La plenitud
existencial de todo humano lo hacía
constituirse como un ser “robusto, vigoroso y
de corazón animoso”11. Tan jubilosos eran
los humanos, que sus ideas no encontraban
obstáculos que quebraran su voluntad. Tan
fuertes se encontraban, que se supusieron
dignos de desafiar y combatir a los habitantes
del Monte Olimpo, quienes, frente al
conflicto que les significaba acabar de una
vez y por todas con el insolente humano y
con ello quedarse sin ser que, sometido, les
adorase, se decidieron por apoyar la iniciativa
del viejo barbado Zeus: los implacables
dioses acabarían con la plenitud humana,
escindiéndolos, con un cabello de Zeus, por la
justa mitad como se “parten huevos para
salarlos”12. Sangrantes y en agonía tras la
separación, Apolo, el dios que cura, bajó a
sanar las heridas de cada uno de los
incompletos, frente al jolgorio de los dioses
quienes, no sólo daban una muestra de su
divina superioridad a los humanos, sino que
al mismo tiempo, con cada operación
quirúrgica, aumentaba el número de
adoradores, hasta que el último corte significó
la exacta duplicación de sus impares. El
mensaje que subyace a la olímpica condena
no era sólo la derrota última del humano,
pues, la cólera de los dioses, ahora lo
sabemos, lo sentimos en nuestro adentro y
nuestro afuera, es polifacética e implacable.
El horror de verse incompletos, los condenó
además, y ese es el verdadero castigo, a que
cada andrógino, cada hombre, cada mujer se
convirtiera en un errabundo ser que en cada
uno de sus angustiados pasos es acompañado,
10
PLATÓN, Diálogos, Simposio (Banquete) o de
la erótica, Edit. Porrúa, México, 1998, p. 362.
11
Ídem, p. 363.
12
Ídem.
en la búsqueda de su mitad, únicamente por
su soledad. Es esta fatal búsqueda de la
“unidad primitiva”, precisamente, a lo que se
ha dado el nombre de amor. Hasta el día de
hoy, nosotros, los descendientes del humano
pleno, escindidos de manera natural, llevamos
con nosotros la marca de la condena y la
condena misma. Si miramos hacia abajo, en
nuestros vientres, allí donde se hace tangible
la angustia y la soledad, la cicatriz en forma
de hueco nos incita a buscar a aquel Otro con
quien suponemos pudimos haber estado en
algún día más feliz del pasado.
Las nociones que respecto del amor
promulgaban Papini adjudicándosela a
Luzbel, hoy en día ya convertido en Lucifer,
Schopenhauer
y
Aristófanes,
todos
embriagados de frenesí, son llevados
irremediablemente a la desesperanza, la
derrota y el aislamiento por sus propias
definiciones de amor. Siendo una emoción,
pues es un algo que nos pone en actividad, los
tres promueven entre la humanidad la idea de
que el amor es un sentimiento llanamente
corporal o una actividad psicológica
autorreferente en los seres. Esta falaz
aproximación al amor es promovida y, sin
duda creída, por otros tantos seres cuyo
espíritu está lleno de vacío de amor. Vacío
angustiante que, con tal de llenarlo, quien lo
padece no duda un segundo en volver objetos
a los seres a su derredor, utilizándolos al
tiempo que entendiéndose así mismo como
fin único del mundo. Amor egoísta, infantil,
autoreferente y por lo tanto círculo vicioso,
pues entre más se exalta la propia persona y
más se cosifica al otro, menos amor profundo
se encuentra en al andar de la vida.
Segunda Parte
Desvelo y develación
I. Lo humano y la humanidad.
5
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We’ll know for the first time,
if we’re evil or divine,
we’re the last in line
Ronnie James Dio
(The last in line)
Desde y debido nuestra heredada condena,
he sentido la pesada carga de pertenecer a esa
especie tan igual y tan distinta a las demás
especies de animales que habitan esta
pequeña masa de tierra y agua en la que
fuimos colocados por todos los dioses de la
humanidad. Ese objeto que deambula en el
espacio, girando sí, alrededor de su propio
eje, pero también de algo mucho mayor que
él… mucho mayor que él. Objeto al que
nosotros mismos, seres de comunicación y
lenguaje, hemos llamado a través de las
épocas Geos, Humus, Erde, Pachamama,
Tierra.
Lo que llamé la pesada carga de la condena
divina no es otra cosa que la responsabilidad
que conlleva, formalmente, la consciencia de
ser, como todos ustedes, como todos los
humanos, sublime y terrible. Dentro de
nosotros habitan dioses y bestias que se
suceden en la dirección de nuestra propia vida
y por ende, por encontrarse nuestra existencia
personal en medio de ese estado de conflicto
y colaboración al que llamamos sociedad, en
la transformación de la existencia de lo y los
demás. Esto último, la co-actuación de mí con
ustedes en el mundo en la construcción del
nosotros, es la fuente, ahora material, de
nuestra pesada carga. Resulta entonces que
mi conflicto ontológico no es de mi
exclusiva. Todos somos dioses y bestias.
Ellos se alimentan y fortalecen de las
propiedades que nos constituyen humanos:
somos racionales, sensibles y emotivos;
inteligentes e instintivos; voluptuosos y finos;
inmediatos y reflexivos; burdos y estéticos.
Somos dioses y bestias en la lucha por la vida
que la vida nos representa. Nuestros dioses
son amantes del mundo; nuestras bestias,
amantes de sí mismas. Somos, pues, todos
nosotros, a veces morales, a veces egoístas.
Llenos de curiosidad y angustia, los humanos
miramos con frecuencia hacia el pasado y el
futuro en busca de un por qué y un para qué
de nuestra ambivalencia. Reconstruimos los
hechos idos ya, encontrando para el presente
causas por todas partes, al tiempo que nos
complacemos especulando para encontrar un
sentido por venir al sin-sentido que
adjudicamos al aquí y el ahora. Así, pues, es
que encontramos o inventamos también fines
en el mundo.
En la mirada de la bestia, la historia es
producto del principio operacional de la vida,
el de la llamada supervivencia, y lo acepta
justificando el derecho de conquista al cual
han apelado, en nombre de su propia
conservación, pueblos e individuos a lo largo
de su vinculación con otros pueblos e
individuos. La bestia es aquella parte de
nosotros que busca prevalecer a costa de lo
que sea. El resultado ha sido atroz. Ya desde
tiempos tan antiguos como los del sabio indio
Kautilya y su Arthasastra, el Estado de peces,
donde el grande se come al chico, era
presentado como un evento dado y su
aceptación como el primer principio
pragmático de todo orden gubernamental,
productivo, estético y hasta amatorio.
Casi 4 mil años después de la época en que
vivió el ministro indio, el fondo del discurso
no ha cambiado tanto. El entendimiento del
paradigma científico-popular actual respecto
del origen de las especies y la evolución de la
vida, comúnmente aceptado, es utilizado por
el discurso egoísta en aras de racionalizarse
en tanto que promueve la creencia de que la
conservación de la vida se logra por medio de
la imposición de los individuos. El espécimen
más bestial, esto es, el individuo más apto,
quedaría expiado al actuar egoístamente, pues
no hace sino obedecer a la naturaleza. Sin
embargo, un discurso así sólo es una
6
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explicación con pretensiones de positivismo
del hecho de que, tras millones de años de
evolución pero tan sólo 5000 de Estado de
peces, los humanos hemos logrado llevar
nuestros hábitats natural y social al borde del
colapso. La bestia, pues, sobrevive lo que
dura su vida natural, pero acallando las voces
de los dioses no genera supervivencia para
quienes vienen detrás y al lado de ella.
Contrastando hasta cierto punto, la ingenua
mirada de quien desea, sin lograrlo, ser
guiado por su dios, regresa a su bestialidad
cuando cree ver un esperanzado para qué
detrás de cuya apariencia se escucha una voz
que advierte que la comodidad es el refugio
donde se esconden la apatía y el conformismo
una vez que han asesinado la sana ambición y
la necesaria productividad proveniente del
espíritu emprendedor. Creyendo que el ocio
es el origen del vicio, se convence de que hay
que emprender por el propio bien. Quien así
entiende la vida justifica el estado de cosas en
un para qué siempre referido al futuro como
si éste fuera algo cierto y su contenido por
todos deseado. Habla, sin entender sus
palabras profundamente, de un progreso
mecánico y tecnificado en el que la
producción sin más se convierte en el becerro
de oro, ídolo a adorar, tras el discurso de tinte
moral de la supervivencia de todos mediante
la posibilidad de la satisfacción de
necesidades
corporales
y
sicológicas
inmediatas, aunque se dejen de lado las
sensibles y emocionales.
Si en verdad fuera esa la voz de los dioses y
el progreso estuviera basado exclusivamente
en la producción, no podríamos sino aceptar
haber sido defraudados por ellos. Pues, la
productividad imparable de condiciones de
posibilidad de bienestar que ha traído consigo
la modernidad industrial capitalista, no ha ido
de la mano del pensamiento moral, del
sentimiento comunitario ni de la sensibilidad
estética. El progreso como se presenta hoy en
día es pragmática disfrazada de ética,
egoísmo disfrazado de deseabilidad universal.
Estos anhelos de frágiles racionalizaciones
dejan más una sensación de justificación
fallida, que de derrota del egoísmo de la
bestia. Pero los dioses que somos no
claudican e insisten en incomodar. El
conflicto que provocan no abandona por ser
más explicado que comprendido.
¿Qué hablan entonces las voces de nuestros
dioses humanos? Para poder escucharlas con
atención y no sólo como un murmullo
incómodo, se ha de incrustar en la conciencia
que la plenitud existencial no se integra con
objetos provenientes del mundo exterior
deseables sólo en tanto que medios para
satisfacer el ego y las inclinaciones. Las
voces de los Dioses nos dicen, nos gritan a
nuestros sordos oídos: ¡Responsabilidad!
La responsabilidad es integración en la
autonomía y la libertad, y no dominación ni
abnegación. La integración humana se logra
cuando se deja de intentar alcanzarla por
medio de la integración del otro a mí, pues
esto es una acción siempre dominante, y se le
recibe mediante el abrirse a la existencia del
Otro que ya no será más un llano objeto
externo de la consciencia, sino el motor de
nuestro accionar en aras de ser digno de estar,
ser y crecer con él. Es en ese terreno fértil
donde se siembra la semilla de la identidad
comunitaria; esto es, la cultura. El ser
comunitario, cultural, opera y con ello
transforma el mundo sin que por ello sea su
voluntad entregar su personalidad. Por ser
toda obra reflejo de su obrero, el ser creativo
cultural, no puede evitar mostrar su propia
esencia que no es la de un individuo que se
entiende separado, sino la de una persona
creativa que le agradece y devuelve a su
entorno transformándose y transformándole
dentro de los límites del respeto que nos
inspira la sensibilidad de lo bello.
La creatividad, la moral y la estética rompen
entonces la relación que, resulta evidente, se
7
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nos ha enseñado necesaria, entre la vida y
dominación. Al revelarse arbitrarios los
tiempos del egoísmo, Comunidad, bondad y
placer sensible se dicen al unísono.
Reconocer el rostro de los Otros y su labor en
la estructura de quienes somos se opone al
egocentrismo, negándole el derecho de uso de
nuestras capacidades y facultades humanas.
La voz de mis dioses, de nuestros dioses, nos
gritan por tanto el imperativo de reconocer al
Otro, condición de posibilidad de todo
cultura, recibiendo y no exigiendo, aceptando
nuestra co-responsabilidad.
Si en el discurso de nuestras bestias, las
relaciones
humanas,
fuente
de
responsabilidad, se entienden siempre
enemigas de la creatividad y supervivencia
individuales, el discurso ético, el de nuestros
dioses, nos revela justo lo opuesto: al acudir
al llamado de la responsabilidad se dan los
primeros pasos a la instauración de un mundo
de libertad y de justicia, esto es de desarrollo
y realización de la identidad. La
responsabilidad vacía a las bestias de su
imperialismo al vaciarlas de su egoísmo.
Moral, cohesión social y estética, son los
nombres de los dioses que somos.
de poder delegado (gobierno). A esta última
situación le llamaré política stricto sensu.
Cuando hablo de una relación irreducible
entre la política lato sensu y ética, no debe
malentenderse esta afirmación, de un modo
por demás infantil, en ninguno de los
siguientes sentidos: 1) que se esté afirmando
que la ética esté dada en cualquier acto
político lato sensu 2) que la política stricto
sensu esté exenta de ética; debe entenderse,
sin embargo, que todo acto ético implica uno
político, pero que no todo acto político
implica uno ético. Cuando se refieren al
mundo de la vida (Lebenswelt), donde los
efectos son prácticos, emocionales y
sensibles, el orden de la presentación de los
términos, aun en las explicaciones abstractas,
sí afecta el sentido de la afirmación.
Explicado con ayuda de la lógica simbólica se
pueden presentar la siguiente figura (fig. 1):
P. L. S.
P. S. S.
II. El lugar de la política
The long and winding road
that leads to your door
will never disappear
I've seen that road before
Ética
Paul McCartney
Parto ahora de la irreducible relación
que tienen los términos fundamentales ética y
política cuando de política lato sensu se trata,
esto es cuando se tiene en mente cualquier
tipo de relación intersubjetiva entre personas
sin que se encuentren presentes de manera
directa mecanismos reguladores de dicha
relación (leyes) que emanen de instituciones
De esto debe entenderse:
a) La relación entre ética y política
lato sensu es necesaria cuando las causas
motora y final son la ética.
b) la relación entre ética y política
lato sensu es contingente cuando la causas
motora y final es lo segundo.
8
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c) la relación entre la ética y la
política stricto sensu es siempre contingente
sin importar qué haya sido la causa del acto.
Al hacer esta distinción se busca vacunar a la
ética frente a posturas, filosóficas o no, que
invitan a pensar y concluir:
Primero. Que la ética es propiedad exclusiva
de los individuos y que su campo de vida es
el de la subjetividad. Tiene que ser entendido,
sin espacio alguno para la excepción, que
tanto la política lato sensu como la ética
tienen el mismo campo de existencia y ese es
el mundo en el que el humano vive. Son
mundos idénticos en el más ontológico y
epistemológico de los sentidos pues no hay
actos reales cuyos efectos única y
exclusivamente sean reflexivos. Pensar lo
contrario implica un filtro mental.
Segundo. Que ya que los actos políticos lato
sensu no pueden ser sino efectuados por
miembros del pueblo (en su calidad de
personas pertenecientes a una comunidad) o
por el pueblo mismo como un conjunto
(como una noción que ayuda a la
construcción del entendimiento de la vida
social), quien es presentado a su vez como
representante máximo y origen del contenido
que da vida material a la moral a la ética,
cualquier acto en nombre de éste es una de las
traducciones por antonomasia en el mundo de
lo que la ética es. Quien así piense comete,
además de filtro mental, las falacias
denominadas vox populi, vox dei y ad
Lazarum. Entiendo por acciones del pueblo
aquellas realizadas cuando sus miembros
operan conforme a un principio de identidad
comunitaria. V. g. Las marchas en defensa
del reconocimiento de los derechos de grupos
excluidos del análisis legislativo de los, así
llamados, representantes populares. Otros
ejemplos son las celebraciones patronales de
los pueblos, y hasta los linchamientos. En el
primer caso el acto popular opera conforme a
un principio moral (dentro del campo
legítimo de y en conformidad con un
principio moral). En el segundo conforme a
un principio amoral (fuera del campo de la
legislación moral, ni a favor ni en contra de
ningún principio moral per se). En el tercero
conforme a uno inmoral (dentro del campo
legítimo de pero en contravención con
cualquier principio moral per se).
De aceptarse las posturas presentadas y
criticadas en los puntos anteriores se corre el
peligro de entender la ética subordinada a la
subjetividad y a la política lato y stricto
sensu, haciéndola un sistema de ideas
contextual y por lo tanto contingente en las
relaciones humanas. Por el contrario, son
precisamente la subjetividad y la política
quienes se juzgan subordinados a la ética en
cualquier ser humano cuyo entendimiento del
mundo opere conforme a principios morales.
III. Guerra y desvinculación
The sport is war
Total war
Whe victory is really survival
The final swing is not a thrill
It’s how many people
I can kill.
Tom Araya.
La ética y la política tienen una indefectible
relación con el y lo otro. Esta relación,
dependiendo de condiciones externas e
internas como la conciencia del sujeto y sus
intenciones, puede transformarse en un
rencuentro o un extrañamiento. En el caso de
la política en ambos sentidos, lato y estricto,
ese rencuentro o extrañamiento en que
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devenga la relación entre sujetos, se
encuentra directamente relacionado con la
libertad u opresión del ser de cada uno de
ellos. La libertad en la sociedad actual,
empresarial, competitiva, de mercado voraz
se ha entendido de tal forma auto-referente
que los miembros de la comunidad se
entienden siendo libres cuando, tras
desvincularse de su entorno comunitario,
ejercen su poder, esto es su capacidad de
transformar la realidad de acuerdo a sus
anhelos individuales y auto-referentes aún en
contra de la voluntad de quien originalmente
fuera o pudiera ser su prójimo. Un
pensamiento tal lleva a la negación de la
alteridad, neutralizándola, absorbiéndola o
aniquilándola
de
ser necesario. El
extrañamiento
termina
siendo
indefectiblemente
una
especie
de
imperialismo ontológico”, en donde el
actuante se reafirma en el mundo a costa del
otrora
prójimo
ahora
ajeno.
Así,
paradójicamente, en la mente del sujeto
desvinculado, egoísta, la libertad y la
obediencia se concilian bajo la supremacía de
quien habiéndose entendido como una
entidad separada en un mundo de ajenos
mantiene una relación de llana mediación de
lo externo. En su defecto, el único otro modo
de relación con el ajeno resulta el
antagonismo. Esto implica un proceso de
extrañamiento circular en tanto que la pérdida
de la conciencia comunitaria lleva al olvido
de uno mismo. Por ser originariamente
miembro de ella, al negarla primero y
someterla después, el sujeto desvinculado se
debilita y degrada por medio de la
destrucción de sus raíces pues como con todo
ser humano, es la comunidad quien da
contenido a su identidad. El ajeno, encarnado
ahora en todo ser externo, se torna en la
mente del sujeto desvinculado en un potencial
peligro a la consecución de sus fines. Sólo
hay entonces dos salidas posibles: Primero:
transformarlo en medio expropiándolo de su
calidad de humano, esto es cosificándolo. Al
entender al entorno humano como un
conjunto de cosas, el sujeto-desvinculado
legitima en su torcida fantasía su utilización.
Con ello, concluye, no sólo logra neutralizar
la potencial oposición que a los fines del
sujeto-desvinculado pudiera tener su entorno
social, sino que además, y mejor aún, se le
vuelve un insumo, un mero recurso. Segundo:
de encontrar resistencia a su cosificación en
el prójimo vuelto ajeno, éste se trasforma
nuevamente en la
fantasía del sujetodesvinculado en enemigo, lo que desemboca
en confrontación. Llegado este punto, las
salidas a las que se enfrentan los sujetos
actuantes son sólo indeseables.
La
competencia que ejerce el sujeto egoísta con
el entorno ha terminado histórica e
invariablemente transformándose en guerra
en el más estricto de los sentidos. La guerra
no lleva a nada, pero tampoco lo hace la
abnegación. Si la guerra es la muerte, la
abnegación es el suicidio. En el menos crucial
de los casos, la renuncia a la defensa es
sufrimiento, pues significa la sumisión de la
dignidad a la voluntad del egoísta.
Finalmente,
la
propia
voluntad
es
desintegrada por el dolor o el miedo al dolor.
Por esto mismo, en una brutal aporía, la
guerra refleja, como ninguna otra situación, la
negación del sujeto tanto personal como
colectivo. Oprimido, el humano se vuelve un
extraño a sí mismo en un mundo al que ahora
le fuerzan a entender como siendo habitado
de suyo por extraños. Como escondido tras
un mal embozo cuya máscara evidencia a
quien observa fijamente los listones que la
sostienen al verdadero rostro, en la opresión
el sacrificio del sujeto comunitario se hace en
nombre de una pretendida particularidad que
disfrazada ha logrado presentarse a los ojos
del espectador como lo único.
IV. Fraternidad: el amor político y el
frente a frente
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ISSN 2007-1957
El sabio no tiene corazón propio.
Su corazón es el corazón de la gente.
Es bueno con los buenos
bueno también con los que no lo son
Porque la Vida es bondad.
Lao Tse
Tao te king, libro XLIX
A pesar del terrible cuadro descrito arriba,
tristemente tomado de la cotidianidad
humana, sólo se ha descrito una de las
posibilidades de relación inter-subjetiva en su
campo de existencia, la política. Al comienzo
de la sección anterior se advirtió que la
relación política puede ser un rencuentro. Así,
si se han de cortar las ligas del máscara del
sujeto desvinculado que disfraza su
particularidad de totalidad, o mejor aún, para
prevenir el extrañamiento, se ha de incrustar
en la conciencia del sujeto que a la libertad no
se le debe de concebir como una facultad
instrumental sino una que requiere del amor
que se experimenta frente a otro sujeto al que
se le reconoce como parte constituyente de la
vida a la que se pertenece, esto es la
fraternidad. Este modo de amor se convierte
entonces en el motor del accionar del sujeto
que lo experimenta con lo que renuncia o tal
vez ni siquiera conciba como deseable el
despliegue de su facultad dominadora del
otro. Dejando de lado su posesión, el sujeto
se abre al prójimo en aras de su recibimiento.
La fraternidad sólo se puede alcanzar a través
de la crítica llevada a cabo sobre aquel
impulso
que
seduce
al
egoísmo,
reconociéndolo como un fatal malentendido;
como una errónea concepción de sí mismo
frecuente en el humano que termina
imponiendo su modelo de mundo como
modelo total. La fraternidad invita al
reconocimiento del Yo como causa de
alienación del prójimo.
Una política fraterna se entiende entonces
como aquella que genera las condiciones para
el prójimo pueda realizar su identidad
subjetiva
personal
y
comunitaria
armónicamente. Esas mismas condiciones
que el sujeto egoísta, esto es, Yo, le ha
negado. Así, si se ha de ser libre, sólo se lo
será transformando el mundo en un lugar
donde el prójimo pueda también serlo.
El modo de realizar la Fraternidad se
encuentra en el dictamen fundamental de todo
ser racional cuando su razón le prescribe al
comportarse sólo de tal manera que trate a la
humanidad, representada en cada persona,
como un fin en sí mismo en cada caso y no
únicamente como medio13.
La fraternidad, esto es el amor referido a toda
persona como representante de la humanidad,
más allá de ser un sentimiento amoroso, es
una categoría política y ética, pues a
diferencia de los llanos sentimientos siempre
internos y subjetivos, la fraternidad se traduce
en acciones sólo realizables en el mundo
externo al sujeto, por definición, el campo de
la política. La fraternidad se distingue
reconoce cuando se ve a un sujeto ir de la
mano con el prójimo, sujeto amado, hacia un
estado de conciencia en la vida que les haga
entender que la dignidad de la vida yace en la
co-laboración, en el todos trabajando por
todos, en el todos defendiendo la identidad
del Otro y su realización. Cuando amamos,
somos amables, eso es, dignos de ser amados.
Así, contrariamente a lo que su conciencia
desvinculada le sugería, la consciencia
fraternal nos hace saber que el sujeto más
fuerte es aquel que vence sus pasiones
volviéndose
él
mismo
emotividad.
Emotividad que logra resistir el caudal de
violencia, pues la prevé y, operando con
paciencia y fortaleza, la previene mano a
mano, frente a frente.
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KANT, Immanuel, Crítica de la Razón Práctica;
Ed. Sígueme, Salamanca España; § 7, p. 49.
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Bibliografía
KANT, Immanuel, Crítica de la Razón
Práctica; Ed. Sígueme, Salamanca España
PAPINI, Giovanni, El Diablo, Editorial
Latinoamericana, S. A., México, D.F.,
1980.
PLATÓN,
Diálogos,
Simposio
(Banquete) o de la erótica, Edit. Porrúa,
México, 1998,
SCHOPENHAUER, Arthur, El amor, las
mujeres y la muerte, Edaf, editores, 1993,
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