Llamados a una Actitud y Vida Nueva F. Javier Orozco (7º Domingo de Tiempo Ordinario, 2012) Para muchos de nosotros, a veces es mejor y más conveniente permanecer en el pasado. Con el trascurro del tiempo y debido a un gran número de experiencias vividas, nuestros corazones se acostumbran a ciertos sentimientos y se endurecen hasta el punto de cerrarse a las novedades cotidianas. Como dice el dicho popular: “¡Más vale lo viejo por conocido, que lo nuevo por conocer!” Sin tener que juzgar de manera negativa todas nuestras experiencias pasadas, tenemos que admitir que el aferrarse de manera fija al pasado no siempre es saludable. El pasado tiene mucho que enseñarnos—sin duda alguna—pero tenemos que permanecer abiertos al presente y futuro. El profeta Isaías nos recuerda hoy en día de la importancia de mantener nuestros corazones abiertos. En su mensaje, el profeta nos enseña visiblemente que cosas buenas pueden llegar a nuestras vidas. De forma directa, sus palabras nos revelan como Dios mismo nos da el ejemplo a seguir: Dios no mantiene su corazón fijo en nuestras deudas y faltas; todo lo contrario es verdad aquí, Dios nos lleva al camino que nos brinda la posibilidad de una vida nueva. En esta vida nueva en Dios, entonces, encontramos senderos claros y tierras repletas de ríos: “Sí, trazaré una ruta en las soledades y pondré praderas en el desierto…y los ríos correrán en las tierras áridas para dar a beber a mi pueblo elegido” (Isaías 43: 19-20). De igual manera, en las palabras de Pablo a los Corintios vemos como el pueblo elegido ya ha recibido la vida nueva en Cristo. En otras palabras, nuestras vidas ya no son las de un pasado lleno de discordia y desunión, sino vidas llenas de esperanza y confianza en el “Sí” que Cristo ha dado por y con nosotros. Y en este don divino de Dios, encontramos todo lo que necesitaremos para llevar a cabo nuestra misión y vocación cristiana: “Dios es el que nos da fuerza...él nos ha marcado con su propio sello al depositar en nosotros los primeros dones del Espíritu” (2 Corintios 1: 2122). La prueba y verdad de estos dones que hemos recibido de Dios en Cristo se manifiestan en la enseñanza del Evangelio de hoy. En esta narración del hombre paralitico vemos como los dones del Espíritu nos llevan a una vida repleta de sanación y reconciliación (Marco 2: 11). De manera dramática, las palabras de Jesús cumplen la promesa de Dios y renuevan nuestras vidas. No es solo el paralitico quien es sanado, sino todo aquel que cree en Cristo Jesús. Claro, el reto para nosotros sigue siendo el mismo. Al igual que los maestros de la ley, a veces llevamos en nuestros corazones actitudes y pensamientos que nos impiden ver con claridad la gracia de Dios. Fijando nuestra mirada en un pasado triste y negativo, nos segamos al presente que nos brinda salvación. Como ya lo mencionamos, en lugar de abrir nuestros corazones, nos aferramos a un pasado inerte y sin luz. Hoy en día, las palabras del Evangelio nos invitan a un cambio de actitud y de acción: tenemos que levantarnos, tomar nuestras camillas e irnos a nuestros hogares, trabajo y mudo para proclamar todo lo bueno que Dios ha hecho en nosotros. Hoy decimos “Sí” a Cristo. Hoy no tememos al presente y el mañana