1 Congreso de Promoción del Libro y la Lectura "Leer o no leer, ésa es la cuestión" Feria Internacional del Libro, Buenos Aires, 5 de Mayo de 2016. Mempo Giardinelli "La lectura en emergencia, aquí y ahora" Ante todo quiero agradecer a Fernanda Vela y a Teresita Valdettaro, que siempre confían en mí y nuevamente me conceden el honor de inaugurar este Congreso. Y agradezco no solamente las atenciones sino también esa especie de hermanamiento de ideales y objetivos que nos vincula, pues este congreso es primo hermano del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura que desde hace 20 años organiza y patrocina la Fundación que yo presido en mi provincia. Siempre he pensado que en materia cultural, y en particular en la promoción de la lectura, los buenos propósitos se multiplican como los panes bíblicos. Quizás ahora más que nunca necesitaremos de esas multiplicaciones, porque la lectura, que es siempre generosa y nutricia, aquí y ahora mismo atraviesa un presente inquietante y de cara a un futuro incierto. De ahí el título que escogí para esta conferencia. Porque una vez más, como hace años, los promotores de lectura de esta república, así como los creadores y los hacedores de cultura en general, y los intelectuales en el más amplio sentido del vocablo, estamos un poco a la defensiva, expectantes y en algunos casos alarmados por ciertas decisiones que afectan –y me ratifico en que afectar es el verbo apropiado– a la nación desesperada que somos. 2 Pensaba yo esta mañana en aquel poema de Ezra Pound en el que dice que es imposible describir un paraíso cuando todas las indicaciones superficiales sugieren que se debe describir un infierno. Y es claro que todavía no vivimos tal en estas tierras, pero lo que es seguro es que distamos cada vez más del paraíso. Y con la lectura puede estar sucediendo algo similar. De ahí que nosotros, los que leemos y damos de leer, como nos enseñaba la inolvidable Graciela Cabal, debemos en todo momento ser conscientes del punto del universo en el que estamos leyendo, y pensando, y leyendo... Sobre todo porque la lectura, en todos los tiempos, está visto que es peligrosa. Frase repetida tantas veces, desde por lo menos el Renacimiento, y no por casualidad sino como consecuencia del invento genial que fue la máquina de Johannes Gutenberg puesta a funcionar en el año 1440 en Mainz, e invención que significó y produjo el más grande cambio cultural de la Humanidad en muchos siglos. Y me atrevo a decir que antecesor directo del también gigantesco cambio tecnológico que es la revolución cibernética digital que estamos viviendo desde hace unos 30 años. Hay una idea de Miguel de Unamuno que a este respecto me tiene impresionado e inquieto desde hace días, cuando empecé a redactar estas palabras: "Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee". Lo repito, para que no nos sintamos cómodos en una noción superficial: "Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee". Lo que me impresiona, y lo subrayo aunque creo que es obvio, es que la lectura, en este tiempo nuestro, parecería volver a ser peligrosa. Porque 3 si comparamos el presente argentino de este 2016 con las últimas décadas (por ejemplo, desde la recuperación de la Democracia, hace 32 años) la paradojal idea unamuniana ofrece muchos sentidos para interpretarla. Primero porque obliga a interrogarnos acerca de quiénes son los que leen o leerán menos, y por qué y para qué. Y segundo, y a la par, porque nos obliga a conjeturar el tamaño y la calidad del daño que supuestamente causarían las lecturas, y cuáles y a quiénes. Para dilucidar la paradoja tenemos que mirar las cosas, como todo en la Argentina diría yo, desde perspectivas que incluyen no sólo los anhelos sociales de todos y todas, sino también las que reconocen los intereses de clase, y me refiero a las diferentes clases sociales, que son intereses naturales y necesariamente opuestos tratándose de un conglomerado tan complejo y dispar como es el pueblo argentino. Leer poco y cada vez menos, entonces, ya sabemos que produce los daños inherentes a la ignorancia. La iliteracía es inevitable e indisimuladamente embrutecedora. Dicho más sencillo: los que no leen padecen un daño perverso porque además lo ignoran. Pero Unamuno va más allá de esta verdad incontestable. Unamuno sugiere, me parece, que el daño es doble y totalizador para una sociedad. Porque aquella no-lectura, cuyo estado más grave es la iliteracía entendida como la carencia de lecturas literarias formativas y estimulantes, se combina con el abismo (ése sería el "daño", me parece) que se produce y profundiza entre aquellos que no leen y los que sí 4 leen. Es decir, esa fractura social que toda nación lectora va superando y que, en cambio, se profundiza en las naciones menos lectoras. Así es como interpreto el segundo postulado unamuniano: "más daño hace lo que se lee". Preguntando ¿a quién, a quiénes? Pues a los que leen y a los que no leen, porque la brecha, que hoy en la Argentina se llama "grieta", lo que hace es contradecir el sentido más profundo de la lectura, que es democratizar, igualar el acceso al saber y el conocimiento, alentar una literacía horizontal capaz de abrir caminos para el mejoramiento de la vida colectiva, sembrar ideas y valores capaces de homogeneizar a una nación. Todo eso que en estas tierras americanas soñaron Mariano Moreno, Domingo Faustino Sarmiento, Andrés Bello, José Vasconcelos y decenas, centenares de precursores de la educación de nuestros pueblos. Es claro que ha de haber otras interpretaciones posibles, pero yo me quedo con la esbozada porque pone de relieve la idea del parto doloroso pero necesario del conocimiento que trae la lectura. A una persona y a los pueblos. La lectura es un imperativo cultural y educacional que toca todas las fibras de la persona que lee, y por extensión de la sociedad entendida como colectivo de personas. La moral, la historia, la familia, las tradiciones y leyendas, las relaciones interpersonales, laborales, vecinales, el conocimiento profundo y certero, la duda metódica y la interrogación personal y social... Por eso en sociedades en emergencia, como yo creo que es hoy la nuestra, de un lado están los que "mejor si no leen" y así están 5 "protegidos" desde paternalismos políticos que perfectamente podemos calificar de cretinos y perversos. Y del otro lado están los supuestamente "dañados", es decir los que nos "enfermamos" leyendo, los que por eso mismo cuestionamos el estado de las cosas y advertimos cómo afectan esas cosas a las clases sociales más desprovistas de lecturas, las cuales, por eso mismo y como decía Sarmiento, "creen, pero no piensan". Como ustedes ya habrán advertido, estas divagaciones se enmarcan en el lema de este Congreso: "Leer o no leer, ésa es la cuestión". Duda que parafrasea a William Shakespeare, obviamente, quien fue, por cierto, y además de enorme poeta y dramaturgo, un extraordinario observador de las conductas y costumbres populares de su época. Y a su modo, desde las tablas de los teatros, un gran promotor de la lectura en su tiempo y su sociedad. Como fuere, si la cuestión es leer o no leer la cosa es sencilla. Nadie se atrevería a propagandizar la ignorancia. Sobre todo la ajena, porque la propia siempre está bien resguardada en la intimidad de cada uno y cada una. De manera que podemos ver cómo asoma a la superficia una cuestión algo más compleja. Por ejemplo y aplicado a nuestro presente: ¿Estamos en camino de volver a ser un país en retroceso en materia educativa, o sea un país que acaso sin darse cuenta puede estar retornando a la condición de "no lector" que nos caracterizaba hace unos veinte años...? Yo no lo afirmo, no quiero afirmarlo, pero confieso que el temor me invade. Por supuesto, tampoco quiero ni tiene sentido exagerar, pero déjenme compartir con ustedes una singular experiencia que viví el pasado fin de 6 semana, mientras conjeturaba estas palabras. Puesto a borronear apuntes, recordé que años atrás ya había reflexionado la idea de emergencia de la lectura o lectura en emergencia, Y como ahora mismo estoy terminando dos libros –uno se titula "LA LECTURA ARGENTINA" y el otro "DISCURSOS SOBRE LA LECTURA"– releí los discursos de apertura de los Foros por el Fomento del Libro y la Lectura que pronuncié en 2001 y 2002, esos años durísimos en los que padecimos la más feroz crisis socioeconómica y política de la historia argentina. Y crisis que todos y todas deberíamos no sé si recordar siempre, pero al menos no olvidar jamás. Aquel fue un proceso degenerativo que además del desastre económico arrasó con ilusiones y valores, con principios morales y conductas, y nos llevó al borde mismo de la disolución nacional. Y sin embargo –otra paradoja y ésta maravillosa– esa crisis encontró, en múltiples, variadas y originalísimas expresiones culturales, su mejor salvavidas. Y en la lectura, que a partir de entonces renació, como ya lo he puntualizado en mi libro "VOLVER A LEER. Propuestas para ser una nación de lectores". En agosto de 2001 el tema de mi discurso fue, sorprendentemente, casi el mismo de ahora: "La emergencia de la lectura". Y en el Foro de 2002, nueva sorpresa, exactamente el mismo de hoy: "La lectura en emergencia". El inconsciente existe, diría mi analista, con toda razón... Como tema de reflexión, en 2001, elegí hablar del hablar, de cómo hablamos y cómo pensamos, partiendo de una idea de Griselda Gambaro, para quien nuestro idioma (cito) “perdidas tantas palabras, tomadas tantas otras del inglés, sin sonoridad ni pasado, parece empobrecido. Con menos palabras, decimos menos. Pensamos menos. 7 Incluso mal. Con palabras ajenas declaramos nuestra impotencia, simulamos ser señores cuando sólo somos siervos”. Sostuve entonces que el hablar, como expresión del pensar, deviene en su mejor valoración del leer. Idea que por aquellos días consideraba gravitacional porque, así lo declaré: "nos están embruteciendo la República, y debemos resistir. Ya nos han robado casi todo el patrimonio colectivo y sabemos que vienen por más: les falta robarnos el Banco Nación, el cobro de impuestos, las jubilaciones y lo que queda de la salud pública. Debemos resistir para que no se lo lleven todo" (porque) "Sabemos que está triunfando el bestiario cuando en las calles y en las esquinas los chicos y chicas se suicidan lentamente con cerveza y porros y cocaína, y eso no es, para nosotros, 'un asunto de ellos'. Esos son asuntos completamente nuestros". Y cae de suyo que la lectura, el libro, son los mejores instrumentos para ayudarlos a sobrevivir en la emergencia, primero, y para que tengamos, algún día maravilloso, la capacidad de contradecir la implacable idea de Unamuno. Aclaro en este punto que no estoy diciendo que ahora suceda todo eso mismo. Pero sí que temo mucho que estemos en esa desdichada dirección. Todas las indicaciones superficiales de este país y este tiempo, para decirlo una vez más con Ezra Pound, de ninguna manera autorizan a imaginar un paraíso. Me disculparán ustedes estas divagaciones, pero hemos hablado ya tanto de la promoción de la lectura, tanto de las políticas públicas que eran y siguen siendo necesarias y que fueron forjadoras de las nuevas generaciones de argentinos que hoy sí son más y mejores lectores que sus padres, y tanto hablamos también, al menos nosotros en el Chaco, de la Pedagogía de la Lectura, que hoy he preferido meditar en voz alta, 8 espero que con vuestra indulgencia, acerca de todo esto que me atrevo a llamar, propositivamente, la Filosofía de la Lectura. Y es que sólo desde una perspectiva filosófica, creo yo, es posible aproximarnos a políticas y conductas oficiales hoy vigentes, que, al menos en mi opinión, nos pueden estar llevando nuevamente a abismos de los que muchos/as creíamos habernos alejado. En tiempos de crisis severas, como fue aquel Agosto de 2002, es evidente que una de las causas de todo desastre social es la inexistencia o el deterioro de las políticas públicas de Lectura. En 2002 veníamos de años, décadas, de aniquilamiento de la educación pública a la par de la contumacia del cada vez más poderoso y omnipresente sistema comunicacional. Lo que inexorablemente condujo al abandono de la lectura, la iliteracía absoluta e incluso el analfabetismo. Todo proceso de embrutecimiento de una sociedad hace a su pueblo cada vez más ignorante y por ende más manipulable y sumiso, obviamente menos rebelde. Lo que alguna vez llamé vicio maldito de la no lectura es lo que echó y sigue echando a perder todas las posibilidades de verdadera modernidad de la Argentina. La no lectura dificulta los avances sociales y fortalece la improvisación. Por eso fue que muchos trabajamos tesoneramente en la promoción y fortalecimiento de la lectura en nuestro país. Si en los años ‘50 los argentinos leían 2.8 libros por habitante/año (primeros en la lengua castellana, junto con Uruguay), y a mediados de los años ‘90 habíamos bajado a sólo 1.2 libros por habitante/año, hoy seguramente estamos muy por encima de aquellos dos guarismos. Lamentablemente la 9 Encuesta Nacional de Lectura que realizó el Ministerio de Educación de la Nación hace unos años no resultó creible, y de hecho nadie la cita ni se pusieron en marcha nuevas encuestas, que deberían ser anuales o bianuales como en algunos países del llamado Primer Mundo. Pero nosotros en nuestra Fundación tenemos desde hace unos años un Observatorio de Lectura que periódicamente hace encuestas y evaluaciones, y así a finales de 2013, y con la asistencia técnica de la empresa Ibarómetro, realizamos una encuesta nacional privada que nos permitió algunas constataciones interesantes: que en la Argentina 7 de cada 10 ciudadanos/as se consideran lectores de libros, de los que el 26% se consideran "lectores intensivos", el 42% "ocasionales" y el 31% "no lectores". Asimismo, el 27% de los argentinos encuestados vincula a la lectura con la idea de "formación" y otro 27% con la idea de "necesidad". El 33% declaró que Internet lo estimulaba a leer más, mientras el 31% dijo que Internet interfería negativamente. Y también establecimos que tiene un alto consenso social la idea de que la estimulación lectora durante la niñez impacta fuertemente sobre la práctica lectora futura. Es evidente, y definitivo, que la cuestión leer o no leer se define en positivo. Durante muchos años, sobre todo en la década de los '90, insistí machaconamente para instalar una fórmula que finalmente prendió: "Hacer Cultura es resistir. Hacer Leer es resistir". 10 No lo invoco ahora, como dicen en México, "nomás por nomás". Sino para advertirnos acerca de varios indicadores del presente que yo estimo preocupantes. Por supuesto que ahora nada es exactamente igual, pero todos y todas sabemos que los procesos sociales y culturales, como el que padecimos en la crisis de 2001 o el que protagonizamos en lo que va de este siglo y milenio, jamás se repiten calcados. Eppur si muove, diría el bueno de Galileo Galilei... Por eso puedo celebrar que esté aquí, con nosotros, el Profesor Leandro de Sagastizábal, que es un querido amigo y sabio editor, incluso de algunos de mis libros (lo que podría poner en duda tal sabiduría, claro está...) y quien en mi opinión representa una de las mejores decisiones culturales del actual gobierno, con el que cualquiera sabe que yo no simpatizo. Creo que la Conabip sigue en buenas manos, y eso es esencial para la república: un fondo bibliotecológico nacional de fuerte penetración popular, como lo soñó Sarmiento y como en los últimos años lo plasmaron Mame Bianchi y Ángela Signes. Por eso también, y a la vez, lamento que no podamos decir lo mismo de otros planes y programas que fueron fundamentales en la última década y que ahora se están desguasando o desvirtuando, como el PNL, Conectar Igualdad, el Plan Progresar, el Plan Fines, el Programa Nuestra Escuela, de formación docente, la plataforma Educ.ar, hoy poco menos que agonizantes. Claro que los docentes y bibliotecarios pueden seguir aplicando lo que aprendieron estos años, y no dudo que así será. Yo les diría, incluso, que en la intimidad del aula, lean a y con sus chicos. Léanles en voz alta. Lean con ellos y para ellos. No para las pruebas PISA. No para la 11 comprensión lectora. Lean por leer, nomás. Como fue el título de la primera colección de 5 libros que hicimos en 2004: "Leer X leer". Que en definitiva las políticas de lectura las hacen los docentes y bibliotecarios que son lectores, leyendo. Desde siempre, los paisajes sociales describen el estado de la lectura en todas las naciones. Y el nuestro, que era desesperante hace 30 años, y hace 20 años, y al que recuperamos de manera extraordinaria en lo que va de este siglo, hoy muestra síntomas preocupantes. Y confieso que lamento decir estas cosas, porque no quiero sonar excesivamente grave, pero tampoco es tiempo de levedades inconducentes. Los planes y programas que se cierran son un hecho y además de los mencionados, que para mí son muestras de irracionalidad y necedad política, no quiero dejar de lamentar el cambio de paradigma que han forzado en la Biblioteca Nacional, donde centenares de despidos y el cierre de departamentos que funcionaban a pleno y con altísima participación de lectores e investigadores durante la extraordinaria gestión de Horacio González, sugieren que desde ahora la BN ya no va a cumplir la función social que debe cumplir una Biblioteca, función natural que cumplen las grandes bibliotecas del mundo y que aquí planeó Sarmiento y luego ejecutó el extraordinario Paul Groussac, aquel intelectual francés que se aquerenció en esta ciudad y escribió una de las mejores historias de las Islas Malvinas, y trazó y fortaleció el vínculo y la respetabilidad de la BN con la sociedad de su tiempo. Ante estos hechos, como escritor e intelectual que soy, y con la pequeña autoridad que me conceden más de 30 años de generar acciones de literacía aplicada en nuestro país, y además porque no soy persona de eludir responsabilidades, declaro que hoy tenemos solamente dos 12 caminos, que trascienden la cuestión leer o no leer: el camino del silencio viscoso, la aceptación resignada y el necio mirar para otro lado; o el de la resistencia cultural ante cualquier política oscurantista, negacionista y economicista como las que parecen perfilarse ahora en el horizonte de la lectura. Siempre estuve de este lado, el lado de la resistencia cultural. Ésa fue y seguirá siendo, al menos en mi caso, una conducta de vida con ve corta y debida con be larga. Muchísimas gracias. *