SÜJÍ. 2M. MADRID, VIERNES 21 Í E EKERO DE. IB' 6 ysiisoiOB » a s o í ü í i a i o i o w MADRID, un mea, e re.; FROVINOIAS. tiimeatre, 1» aaíeíSaJoP directa, s t ^ ; p o r o o r r o s p o n s a l , 3 0 ; rxmi.w3W.o y UIITRAMARJ e o . . : NUESTROS GRABADOS. TIPOS DE LA PROVINCIA DE ALICANTE. CAEEETEKO ALICANTINO. Creemos que ha de agradar á nuestros lectores, y pr.rticularmente á aquellos que conozcan los tipos populares de la provincia da Alicante, el que ofrecemos hoy en nuestro grabado, por la verdad y gracia con que estii caracterizado en este ligero apunte del distinguido artista Sr. Laporta. l A POLÍTICA BE CAPA Y ESPADA. '^> •^ ;'. iisrsTurjooroN.—MOR.A.i-ir>Ar>—nKOREo. ra romper el hilo de la sucesión dinástica. El promovió, con la nobleza, la guerra de Aragón contra Castilla, para ayudar así al partido sublevado. EL engañó al rey aparentando volver á su servicio para perderle mejor con pórfidos consejos. El le sacó de la corte para abandonarlo en mitad de un camino y pasarse declaradamente á los sediciosos. El le pidió con falsas protestas de lealtad, la guarda de importantes fortalezas para alzar en ellas los pendones de la insurrección. El congregó en Avila á los conjurados para la exoneración tumultuaria de Enrique IV, y la proclamación del infante D. Alonso. El anduvo negociando secretamente el matrimonio de Isabel y Fernando, y él los casó contra las leyes humanas, puesto que el sob erano se oponia al matrimonio, y contra las O P i c n r A S »Ki, )'SEloiiico:_Cafios, : princii.al. Madrid. Se Enscribe e tofías ]íi8 librerías y en la Ádniinistríu^iflB. Se ínsfírtaTiatiuncioay f.nmiinícftfic por tener, tuvo hasta dos hijos, á quienes reconoció por suyos, y engrandeció en la tierra, para que así quedarr\n perpetuados el nombre y la memoria de aquel excelente varón anostólico. Desde el reinado de Fernando é Isabel, el clero, salvas escasas escepciones (1), es más sumiso á l.i autoridad, antes que por virtud suya por la fuerza que adquiere el poder central. Pero no por eso deja de ser político, como lo muestra la influencia que entonces alcanzaron el cardenal de España, su sucesor el gran Cisneros, fray Hernando de Talavera y fray Tomás de Torquemada. La casa de Austria da reposo, bien que sea el reposo triste de la decrepitud, á aquella sociedad fatigada por la revoluci«n permanente de los siglos anteriores. Pero aunque forzado, como las XXL El clero no fué menos corrompido y revoltoso que las otras clases sociales en el reinado de Enri que IV. En él vive aquel arzobispo de Sevilla D. Alonso Fonseca, político infatigable, torpe protector de los ilícitos tratos de doñaGuiomar y el rey, y'cortesano fastuoso con tal extremo, que en cierto banquete sirvió á sus convidados, por vía de postre, bandejas con sortijas de riquísima pedrería. (2) En él vive aquel D. Juan Arias, obispo de Segovia, tan mimso de espíritu, que, en venganza do la prisión ejecutada en su hermano, entregó aquo Ha ciudad y su alcázar A, los alzados contra el rey. En él fray Pedro de Silva, obispo de Badajez, que induce á su cuñado López de Ayala á hacer traición á los revolucionarios, vendiendo al pnrti- ; do real la ciudad de Toledo, cuyo alcaide era. En él D. Pedro González de Mendoza, ala saícon obispo de Sigüeiiza, político intrigante, ambicioso hasta el punto de ladearse hAcia el bando rebelde iorque no se le otorgaba el capelo cardenalicio con a brevedad que él quisiera, y prelado de tan poco recato, que pretendió y obtuvo la sede de Sevilla con retención de la da Sigüenza, no obstante la, imposibilidad de .servir ambas dignidades, sin perjuicio do los deberes eclesiásticos y de la cura de almas. En él aquel D. Rodrigo de Luna, por la gracia de su tio D. Alvaro, arzobispo de S.antiago, expulsado de su silla por sus mismos diocesanos, porque, entre otros muy graves, dio el escándalo de robar, en el acto de sus bodas, A una jóveu para violarla. En él aquellos obispos (3), tan bien dispuestos á seguir lavAria corriente de los sucesos políticos que así declaraban la nulidad delpiimer matrimonio del rey por incapaz para la sucesión, como su aptitud para las segundas nupcias, y tar. pronto juraban por princesa á, la infanta Isabel, declarando bastarda k doña Juana, como juraban á doña Juana declarándola legítima (4). En él, finalmente, tantos prelados alborotadores, que el Pontífice romano, por honra de la IpleBÍa,hnbode enviar bulas y legados para hacerlos entrar en 'el carril de sus obligaciones cri.?tianas. Pero á todos los de este tiempo se aventaja el arzobispo de Toledo D. Alfonso Carrillo. No fué, ciertamente, dechado de pastores cristianos: pero puede servir de espejo á los políticos más maestros. Y aun su afición desordenada al gobierno de las cosas profanas era en él el pecado menor; porque no había mala pasión que le faltara, ni vicio, así político como privado, que ¡no le sobrase. Su ingenio y ambición eran grandes; su doblez y atrevimiento mayores, y cuando ul pri mero no bastaba A sus fines eolia valerse de los últimos atropellando la verdad ó acudiendo á Ins arm.is, en las cuales habia probado su esfuerzo desde el combate de Olmedo, donde lidió en la vanguardia por el partido do Luna. Irascible y vengativo, era tan pronto en hacer agravios .il prógimo como tardo en perdonar los que se le hacían. Ni guardaba lealtad con los hombres, ni le reportábanlos respetos de Dios, ni de la patria, ni del rey. El encendió las primeras llamaradas que, trocándose luego en hoguera inextinguibleatizada siempre por él, llegaron hasta el trono pa, f (1) Véase el núm._ 265 do nuestro diario, correupondicntc al sábado 11 del comente. .(2) Este rroUdo y un sobrino sayo del raiamo nombre, disputfeoiiso Ja mjtra de Sevilla quetenian, uno en propiedad y otro en administración,,no en pacifico litigio, sino aloorotando aquella ciudad y dividiéndola en rencorosas parcialidades. (3) Senteroió 1,1 nulidad del primor matrimonioD. Luis Acufia, administrador de la diócesi de Segovia, con la confirmación del primado de España- Declararon l a a p t i t n d del rey y la leuilimidad de dnfia .Tnana, D. Lope de Eivas, obispo de Cartagena, y D. Jarcia Toledo, de Astorga. (4) La razón de este virio criterio canónico y de estos encontrados juramentos politic: s la explica Hernando del PulKar "por las grandes dádivas é maravedís de juro de hered a d, é promesas de mercedes, de vasallos, é otras rentas, n (CrÓMcade los Reyes Católicos.) 'AFof|7^j/~^ T i p o s <lo l a p i - o v i n c l a d o A l i c a n t e . — C a r r e t e r o alicantino. (Dibujo de D. B. Laporta.) leyes canónicas, puesto que los contrayentes care- otras clases, á obedecer al despotismo, el clero no cían do la necesaria dispensación del parentesco, se aleja de la arena política. Se le cierran las Córte:-<, reducidas ya, fuera do impedimento que el católico prelado allanó fácil-, mente fingiendo que estaban dispensados por el casos muy contados, á ser simple testigo del jura Papa. El, á apesar de haber sacrificado de esa mentó de reyes y príncipes, y se le cierra el camisuerte hasta sa conciencia sacerdotal por el parti- no del motin; mas le queda la puerta falsa de la do de Isabel, la abandonó, cuando era reina, por intrig.-í, y se introduce en palacio, acomodándose á creer mal recompensados sus servicios y por envi- los nuevos rumbos que toma la política. No se ven, ó'se ven raras veces, aquellos arzodia del cardenal Mendoza que entonces privaba. El se unió á Portugal con su mesnada , en defensa Esta jactanciosa frase de Carrillo, muestra bien la de la I5eltraneja, cuya ilegitimidad habia publi- rueca.,, fierer» de su condición y la influencia aue ejerció en las recado anteriormente, y peleó en la batalla de Toro vueltas políticas de aquellos tiempos. contra Castilla. En suma tuvo siempre sus deberes (1) El arzobispo Carrillo y el obispo de Búrgcs, Acufla, reen olvido, tuvo al reino en revolución, y á los re- volvieron el reino por la princesa desheredada: el ttcbegovia. Arias, tuvo parte en los alborotos de aquella ciudad, y yes en jaque (1), tuvo al Papa en menosprecio y, el da Lugo ge resistió á entregar sus castallcs al rey Doa Fer(1) " ifo lie sacado á Isabel de hilar, y y« la volveré i la nando, bispos de pendón y caldera, aquellos mitrados capitanea de facción, aquellos cabildos de á caballo y aquellos frailes de sayo arremangada y espada al cinto, que orden,aban los negocios públicos en las plazas y en los campamentos. Sustitúyenles los confesores de la real Capilla, loa prelados del Consejo de S. M. y del de la Suprema, y es muy frecuente ver á los obispos ejerciendo el mando de las provincias como vireyes, y casi constante encontrar el cargo, meramente politico, de gobernador del Consejo de Castilla unido á la dignidad episcop.al. Sin embargo, el clero tardó algún tiempo en olvidar sus antiguas mañas, y todíivía en el reinado de Carlos I se encuentra un ejemplar precioso del clérigo batallador. El obispo de Zamora, Acuña, es, per lo menos, tan bravo campeón y diligente político como el famoso Carrillo. Faltábale el entendimiento y la fortuna de aquél, que, á no faltarle, hubiera alcanzado en su tiempo tanto poder y valimiento como Carrillo ep el Fuyo, en vez do alcanzar la cuerda ion que el severo Ronquillo le colgó en la forttltza de Simancas. Verdad es que el reverendo no pudo achacar eu última depgracia á los azares politices. Fué ahorcado, más bien que por comunero, por asesino, pues, con intento de evadirse de su larga prisión, mató alevosamente al r.lcaide que le custodiaba. Ni tampoco iba en znga á su prelado aquel animoso clérigo y excelente tirador, que desde el muro de Tordesülas dio en tierra con once realistas, bien que con profunda devoción y caridad, pues los santiguaba y bendecía con su arcabuz, antes de dispararlo, para que subiesen derechos á la gloria eterna. Y á los clérigos se debió muy principalmente la guerra de las comunidades. Trescientos de ellos militaban, en sagrado batallón, á las órdenes de Acuña, y el que no tomó las armas predicaba el alzamiento como si fuera cruzada contrainfieles. (1) Hubo fraile, como Pablo Villegas, demagogo tau ardiente, que predicaba nada menos que el exterminio de todos los nobles. El mismo fray Antonio de Guevara, más tarde obispo de Mondoñedo, y furibundo imperialista entonces, que con tanto ingenio como pasión escribió de aquellos sucesos, anduvo, bajo capa de me-' diador, de una parte á otra, no para concertíir paces, entre ambos bandos, sino para contratar 1;* traición que al partido comunero hizo su caudillo D. Pedro Girón. No fué el carácter de Felipe 11 á propósito para que á su sombra prosperaran ambiciones de clérigos ni de seglares. Sin embargo, para que en todo tiempo hubiese muestra de cómo el antiguo clero entendía los preceptos evangélicos, vivió por enees un confesor de S. M., fray Diego de Chaves, quien sostenía, con ocasión de la fuga de Antonio PtTcz, la cruel doctrina de que los reyes tienen derecho para asesinar y envenenar cuando no ea posible cumplir de otra manera los fallos de su justicia. Pero comienza el siglo décimo-sétimo y con él el reinado de los confesores de S. M. que alcanzan el primer papel en las intrigas palaciegas. El confesonario es entonces para el clero lo que antes fué el campo de batalla: allí lidia y allí vence, allí crea los ministerios y derriba á los privados. Son sus armas la absolución y la cruz, el cielo y el infierno diestramente manejados: su campo la superstíeiosa conciencia de los reyes austríacos. Entonces se ve á fray Luis de Aliaga, ingr.ito á los favores del duque de Lerma, conspirar contra él con Uceda y Olivares, hasta hacerlo descender del ministerio, y conspirar también con el jesuíta Florencia y el franciscano Santa María contra el marqués de Siete Iglesias hasta hacerle subir al cadalso (2). (1) Uno de los curas que predicaban en pro de la comunidad, el de Medina, de Avila. solia_dirigir, en todas Las misas y fiestas, íí sus feligieses 'a siguiente exhortación': "Encomiéndons, hermanos mios, un Are Mana por la santísima comunidad, porque nunca caiga: encomiéndoos otra Ave María por S. ,M. del lle.v Dou .luán de Padilla, porque Dios le prosiiere: otra jior o. A. Ja rema nuestra señora dona María de Padilla, porque Dios la guarde: que á la verdad estos son Jos reyes verdaderos, que todos los de hasta aquí eran tiranos „ • x ,- -r, ,.,, Pero cono cierto día Padilla y su soldadesca hicieran estancia en el logar, cambiaron tanto las opiniones políticas y el entusiivsmo comunero del párroco, (lue su primera plAtioa fué e-íti: "Ya sabeía, liermauos mioí, como pasó por uqui .luán Padilln con sus gentes de guerra, y como sus soldados no me dejaron gallina y mo comieron un tocino y me bebieron una tinaja, y mellevaron A mi Catalina: di« 'lo porque de p.(iui adelante no rogneis á, Dios por él, sino por el rey Don Garlos, y por la reina dona Juana, que son reyes verdaderos, y dad al diablo esos reyes toledanos.,. Todo lo cual, si acaeció cómo lo refiere.eJ obispo de Mondoflodo, mucatra en una sola piesa Ja disciplina de la comunidad, Ja mnch» ürineín. j.olítioa del clérigo y taniljicn sus bue-, ñas costumbres domésticas. (2) I.a fiera enemign que ül clero tenia contra Lerma, Calderón y otros ministros de aquel tiempo, no le impedía participar alguna r o í del provee no de sus inmoralidades. Los frailes mercenarios de Madrid fueron, si no oó uplicei'. eacnridores de los cohechos del secretario Franqueza. Cuaudo le