La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin

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Doctrina constitucional
doctrina
constitucional
La igualdad de bienestar y de recursos
según Ronald Dworkin
La teoría de igualdad de recursos defendida por Dworkin, señala el autor, parte de incorporar justicia procedimental a los mecanismos de distribución de la
riqueza, y las condiciones de aplicación de esta teoría están dirigidas a que
cada quien diseñe y valore su finalidad en la vida, los medios que empleará
para lograrla, así como los recursos que requerirá para ponerlos en práctica.
Explica, además, que su pretensión igualitaria no aspira a que todos tengan lo
mismo, sino que el potencial y la aplicabilidad de los criterios valorativos sean
los mismos; en tal sentido, se entenderá que la igualdad de recursos no es otra
cosa que el reparto equitativo de los costos de oportunidad.
Introducción
El liberalismo en materia de distribución de
riqueza constituye un tema de importancia y
debate actual, pues a esta doctrina se le acusa de todos los vicios y virtudes de la forma
de vida occidental actual. Se le señala como
la fuente generadora de amplios márgenes de
albedrío, pero a la vez de ser la explicación de
la existencia de toda injusticia social.
El estudio y propuesta de Dworkin pretende legitimar a los instrumentos de mercado como
mecanismos generadores de libertad e igualdad, partiendo de la premisa de que ambos
son conceptos interrelacionados y constitutivos de la doctrina liberal1.
Las propuestas de la igualdad de bienestar y
de recursos, estudiadas por el referido autor,
*
1
han sido expuestas como modélicas para todo
programa político que se autoproclame como
igualitario. A razón de las críticas e inconveniencias prácticas, será la segunda de estas la
que concluya como vía conveniente para el diseño de políticas públicas en la materia. Es el
propósito del presente texto hacer una vista de
tales reflexiones con el fin de identificar si ambas o una de ellas genera propuestas razonables para dar tratamiento al reparto de recursos a las personas con discapacidad.
Propone, en breve, crear un mercado regulado, es decir, introducir mecanismos legales que alteren el libre intercambio entre los
ciudadanos con el propósito de alcanzar una
finalidad política, siempre respetando los límites de la propiedad privada dado que se asume que ello es una premisa para preservar la
Abogado por la Universidad de Lima.
DWORKIN, Ronald. A matter of principles. Harvard University Press, Cambridge 1986. Traducido como Una cuestión de
principios. Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.
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Resumen
José Víctor GARCÍA YZAGUIRRE*
La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
individualidad. Esto implica que la distribución
de la riqueza dworkiniana se alcanza implementando costos de legalidad en las transacciones. Esto revela, a nuestro criterio, una seria problemática. Este autor no pierde de vista que toda política redistributiva opera en un
universo limitado, es decir, donde existe un número finito de bienes que repartir. Bajo tales
condiciones las críticas que realiza a las propuestas igualitarias de estudio no son alejadas a la pauta ética de considerar que en un
mundo de recursos escasos es inmoral cualquier desperdicio2. Por tal razón, debe prestarse atención a que toda transacción es costosa
para quienes la realizan sin importar los propósitos que ella tenga. En efecto, toda operación implica invertir información y tiempo, toda
interrelación posee costos de transacción.
El uso del Derecho como instrumento mediador de las operaciones interpersonales que
se emplea para reducir los costos de información y tiempo que serían insufragables en un
contexto de intercambio puro (ello a través,
por ejemplo, de las disposiciones supletorias
o de los límites establecidos mediante el orden público), debido a que el acto legislativo y
la interpretación, bajo el parámetro de justicia
establecido, guarda una vocación de abaratamiento de costos de transacción a fin de reducir o eliminar cualquier desperdicio3. Dado que
el Derecho es un instrumento que asigna tiempo e información, siempre en su uso existe un
costo de legalidad, es decir, las personas han
de valorar de todo aquello que es necesario
hacer o no hacer para disfrutar de la protección del régimen legal. Ello tiene la implicancia directa que en los supuestos en que imponga costos onerosos generará exclusión o
2
3
4
5
cuando sean incosteables producirá actos informales, es decir, ineficacia de las disposiciones jurídicas.
Hacemos tales anotaciones con el propósito
de resaltar que toda propuesta distributiva de
riqueza que emplee como medio el Derecho
para que sea eficaz y justa no debe generar
altos costos de legalidad ni admitir o avalar supuestos en los que sea probable el desperdicio de recursos. La postura dworkiniana toma
como idea medular que el Derecho es un instrumento capaz para regular el mercado con
el propósito o finalidad política de implementar
una sociedad basada en el individualismo ético. Esta perspectiva filosófica supone que la
fuente de los valores, de los criterios de evaluación moral y de los principios morales es el
propio individuo, es decir, el hombre se hace a
sí mismo al adoptar libremente su moralidad4.
En tal sentido, Lourdes Santos Pérez ha entendido que se han empleado fundamentalmente dos principios de tal filosofía como criterios de licitud de las propuestas igualitarias5:
Principio de igual importancia: la realización de cada plan de vida es intrínsecamente valiosa, es decir, cada una es tan importante como la de otros. Bajo tal criterio
toda existencia desperdiciada o mal vivida
es una situación infame y combatible. De
esta pauta se deriva la exigencia práctica
a impedir toda imposición de proyectos por
parte del Estado de manera que ninguna
intervención pública sea lo suficientemente intensa como para descaracterizarnos.
Principio de responsabilidad especial:
la satisfacción de nuestros planes depende
POSNER, Richard. El análisis económico del Derecho. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1998, p. 62.
Como bien señala Enrique Guersi, “el Derecho procura disminuir los costos de transacción, su función económica principal estriba, entonces, en reducir el tiempo y consolidar la información indispensables para tomar decisiones. Esta información está compuesta, a su vez, por la acumulación de experiencias, valores, juicios y fracasos de los demás. Luego, el derecho permite utilizar más información de la accesible a cada persona individualmente. Supone mucha más inteligencia de la
que es capaz de poseer un hombre por sí solo”. GUERSI, Enrique. “El costo de la legalidad: una aproximación a la falta de
legitimidad del derecho”. En: Themis. Asociación Civil de estudiantes de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del
Perú, N° 19, Lima, 1991, p. 43.
LUKES, Steven. El individualismo. Ediciones Península, Barcelona, 1975, pp. 131-135.
SANTOS PÉREZ, Lourdes. “Una filosofía para erizos”. En: Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho. Universidad de Alicante, N° 26, Alicante, 1996, p. 362 y ss.
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de nuestros actos. Cada
uno es responsable de
los fines que elija y de los
medios que emplee para
conseguirlos, por más
condicionada cultural y materialmente que se encuentre tal elección.
“
El estudio y propuesta
de Dworkin pretende legitimar a los instrumentos de
mercado como mecanismos generadores de libertad e igualdad, partiendo
de la premisa de que ambos son conceptos interrelacionados y constitutivos
de la doctrina liberal.
Ambos principios en términos prácticos implican la exigencia, si se pretende sostener la identidad liberal, de que
el programa político a efectuar
implique la adopción de dispositivos legales
destinados a asegurar que el destino de los
ciudadanos, en la medida de las posibilidades
contextuales, no se vea condicionado de forma determinante por decisiones públicas respecto a quienes son o han decidido ser. Este
espacio de libertad individual se complementa
con el mandato a que el Estado labore o implemente medidas que permitan a la población
vivir de acuerdo a sus elecciones6.
Habiendo partido desde estas premisas filosóficas es entendible que Dworkin emplee la teoría subjetiva del valor para la calificación de
métodos y resultados de cada propuesta redistributiva estudiada. De acuerdo con este
postulado, el valor de los bienes no es intrínseco, es extrínseco. Las personas asignan, atribuyen u otorgan valor a los bienes a partir de
lo que dejan de hacer para tenerlas, es decir,
el costo de cada cosa es el costo de oportunidad que cada persona afronta por tomar dicha
decisión. No existe, por tanto, opciones gratuitas ni objetos con valor propio, todo requiere
un sacrificio que cada persona mide o califica
en función de sus planes de vida.
De la relación existente entre libertad e igualdad bajo la perspectiva individualista defendida, este autor analiza dos posturas de reparto de riqueza divergentes y contrapuestas
entre sí, pero que se autoproclaman igualitaristas. En el presente texto pretendemos realizar un somero repaso al estudio que realiza
6
7
El problema técnico a resolver por estas teorías consiste
en definir cómo se deben distribuir los bienes en una sociedad. Quienes alegan por
una justicia distributiva fundada en una igualdad de bienestar consideran
que todo plan de reparto que pretenda tratar
de forma igualitaria a las personas debe transferir recursos entre estas hasta que ninguna
otra operación pueda conseguir que el bienestar generado sea más equitativo (pueda hacerlos más iguales a uno respecto a los otros
en función del bienestar). En contraposición,
los defensores de aplicar pautas fundadas en
la igualdad de recursos alegan que los repartos de existencias solo tratan como iguales a
las personas cuando la distribución sea tal que
ninguna otra transferencia adicional haga que
la parte de recursos asignada a cada uno sea
más equitativa con los otros (la distribución es
igualitaria cuando ninguna otra transferencia
haga que la parte de recursos dada a uno sea
más equitativa que la del resto)7.
”
Con la finalidad de apreciar las implicancias
prácticas de tesis tan abstractas, Dworkin nos
ofrece un caso interesante de estudio: imaginemos a un hombre que en su vida pudo tener
varios hijos a los cuales les pretende dejar el
total de sus bienes en herencia. Acontece que
uno de ellos es ciego, el otro posee gustos caros, otro dedica su vida a la poesía y el último
es adepto a una causa política muy vanguardista para su tiempo. ¿Cómo debería distribuir
su riqueza de tal forma que obedezca a una
pauta igualitaria? Si es adepto a una tesis de
igualdad de bienestar no repartirá sus bienes
en partes iguales, sino que lo hará de tal forma
DWORKIN, Ronald. Virtud soberana. Editorial Paidós, Barcelona 2003, p. 16.
Ibídem, p. 22.
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de las teorías de igualdad de
bienestar y las de igualdad de
recursos con el propósito de
concluir si ambas o alguna de
estas enfrentan de forma acertada o conveniente la temática
de la discapacidad.
La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
que el monto responda a cierta característica
de los herederos. En cambio si aplica la igualdad de recursos transferirá su riqueza en partes equitativas.
Las respuestas que ofrecen estos modelos
son radicalmente diferentes entre sí, por lo
que es interesante y valioso el explorar las razones que cada una ofrece a fin de determinar cuál es la más conveniente a aplicar tanto
en un programa político a largo plazo como en
nuestras propias decisiones.
I.La igualdad de bienestar
El primer reto que supone esta concepción es
definir el bienestar. Este es un término originado en los estudios económicos para diferenciar todo aquello que es fundamental en
la vida de lo meramente instrumental. Ideado
como herramienta teórica a manera de indicador que permita una mejor valoración subjetiva de los bienes, en otras palabras, hay recursos que son más valiosos que otros por el
bienestar que generan o pueden generar, por
lo que su desperdicio es más injusto que otros.
El bienestar, como parámetro de distribución,
es entendido de las siguientes formas:
1.Teorías del bienestar basadas en el
éxito
Este grupo de posturas consideran que el
bienestar de las personas se mide en función
del éxito que consiguen en el cumplimiento de sus preferencias, metas y ambiciones.
Con base en ello, se considera que la distribución de recursos debe realizarse hasta que
ninguna transferencia adicional pueda reducir
las diferencias que se produzcan en el éxito
de las personas8. En tal sentido, la igualdad
de éxito exige que los traslados de bienes entre las personas se realice de tal forma hasta
que cada persona vea por satisfechas sus preferencias por igual o que se vea compensada
por la insatisfacción padecida.
La satisfacción y su contrario se manifiestan
cuando se cumplen o se frustran las preferencias de cada quien. Así de esta forma habría
8
tantas versiones de éxito como tipos de preferencias hay. El término preferencia guarda a su vez un abanico amplio de concepciones que requiere de estudio y elección por una
de ellas. En un esfuerzo de sistematización,
Dworkin expone que este universo está compuesto por las siguientes interpretaciones:
a. Preferencias políticas: los individuos, unos
con mayor grado de expresividad que otros,
guardan predilección por distintas posturas
políticas respecto a cómo debería gestionarse la sociedad y el reparto de recursos. Esta
es una concepción sumamente problemática, pues el desacuerdo no es inusual en toda
toma de decisiones. El escenario ideal para
aplicar esta preferencia sería el de una sociedad en la que exista un consenso generalizado respecto de los principales rasgos de
una teoría política, dado que la igualdad de
éxito tendría mucho potencial de alcanzarse. Sin embargo, es usual que la individualidad se manifieste en ideologías distintas y
cambiantes en cada persona. Piénsese, por
ejemplo, en la imposibilidad material de dar
satisfacción a quien considera que no deben
explotarse los recursos naturales para generar riqueza y a aquel que estima imperativo privatizar todo lote de tierra existente en
el país.
Para poder dar aplicación práctica a esta
teoría en un escenario de constantes discrepancias, el programa político podría recurrir a un sistema de compensaciones a
la insatisfacción. Pero ello sería dar una
medida poco atractiva en términos sociales, pues siempre existirán iconoclastas en
toda sociedad a quienes por el solo hecho
de discrepar recibirán recursos adicionales
y generarán actos contraintuitivos como el
de dar traslados de bienes adicionales a
quienes están abocados a construir una
sociedad fundada en el racismo o en la
exclusión de determinados grupos sociales. En tal sentido, dar satisfacción a este
tipo de preferencias constituye una concepción materialmente inviable.
Ibídem, p. 26.
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b. Preferencias impersonales: las personas
guardan predilección por metas que escapan a su esfera de acción. Este tipo de preferencia engloba todas aquellas aspiraciones relativas a situaciones o condiciones
ajenas a la voluntad propia. Refiere, por
ejemplo, que el país al que uno pertenece pueda ganar la Copa del Mundo, que se
descubra la cura de una enfermedad, etc.
De acuerdo con esta concepción el grado
de bienestar de una persona aumenta o
disminuye en virtud de que se cumplan estas expectativas.
determinarlo, Dworkin emplea la distinción
teórica entre éxito personal relativo y éxito
personal global9:
•
Éxito personal relativo: las personas determinan la forma en que han
de vivir y para qué han de hacerlo con
base en el tipo de recurso y cantidad
de este que con cierto grado de probabilidad tendrán acceso. Sobre la base
de tales pronósticos es que eligen qué
costos de oportunidad habrán de asumir. Por ejemplo, si alguien tenía el
deseo de desarrollarse personalmente como psicólogo, pero identifica que
sus habilidades guardan un mayor potencial como abogado, bien podría optar por tal carrera para maximizar su
renta y satisfacciones. Estructurado el
plan de vida, el éxito relativo conseguido es medido comparando los logros
obtenidos con las expectativas que se
tenían.
Bajo este parámetro, la satisfacción
es medida de acuerdo a la obtención
o no de metas inmediatas, es decir,
al corto plazo. Todo objetivo personal, por más excéntrico que sea, debemos considerar que hará nuestra
vida meritoria de ser vivida, y constituirá una fuente de bienestar. Sin embargo, si a cada persona se le asignarán recursos de acuerdo a sus metas
personales, la operatividad del término bienestar sería nula o innecesaria.
En efecto, si cada quien recibiera de
acuerdo a lo que señala necesitar y no
con base en cubrir con cierto grado de
prelación los puntos esenciales para el
buen vivir (condiciones mínimas para
una existencia saludable), la distinción entre instrumental y fundamental
a efectos prácticos deviene en infértil.
Por otra parte, este parámetro genera
su propia imposibilidad material, pues
El financiamiento público de las preferencias impersonales de los ciudadanos derivaría en el colapso económico, pues no
cabría la posibilidad de sostener una multiplicidad de metas tan diversas, tan exigentes o tan inciertas de alcanzar y constituiría
un uso poco eficiente de recursos el compensar la insatisfacción de excentricidades.
c.Preferencias personales: cada individuo guarda preferencias respecto de sus
propias experiencias y su situación, cada
quien guarda un tipo de metas a conseguir.
Dado que las personas desarrollan planes
de vida o expectativas personales a conquistar a lo largo de su existencia, también
poseen los criterios para considerar que
están logrando lo que desean o que se están alejando de ello, es decir, tienen cómo
medir si su vida es, de acuerdo a lo que
quieren para sí mismos, valiosa o no.
Los fines personales se constituyen como
un parámetro de preferencia para los medios que emplee para conseguirlos. Una
vez que las personas tienen un objetivo existencial estas pueden calificar si
este se ha conseguido o no. En tal sentido, la distribución de recursos para generar igualitarismo de bienestar requiere que
esta se lleve de tal manera que el grado
de satisfacción de las preferencias personales sea lo más equitativo posible. Para
9
PEREIRA RODRÍGUEZ, Gustavo Félix. “La propuesta de igualdad de recursos de Ronald Dworkin como articuladora de
criterios distributivos de medios y capacidades”. Tesis Doctoral. Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universitat de Valencia, Valencia, 2002, p. 152 y ss.
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La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
si un sujeto aspira a metas muy austeras habrá de recibir los pocos recursos necesarios para que las cumpla,
en cambio, quien se propone logros
muy ambiciosos, debería recibir más
para que tenga oportunidad de obtenerlos. De esta forma se incentivaría
en la población a la aspiración de lo
extravagante de tal forma que recibiera más para conseguirlo o a manera
de compensación por padecer de tal
insatisfacción. Salvo en un escenario
de sobreabundancia de recursos, tal
modelo es impracticable.
Asimismo, consideramos que esta
propuesta teórica resulta demasiado
optimista. Ello en virtud de que asume que las personas son capaces de
identificar los momentos en los que
han fracasado y en los que han tenido éxito, pero sobre todo, considera
que todos tenemos conciencia de lo
que queremos y de nuestra capacidad
para manifestarlo.
•
Éxito personal global: cada quien ha
de juzgar lo alcanzado en su existencia
de acuerdo a si ha conseguido aquello
que le era valioso conseguir. De acuerdo con esto, podemos definir una dualidad de parámetros: valorar la vida de
acuerdo a los criterios que cada persona define (valoración subjetiva) o realizar un juicio objetivo respecto si cumplió
o no sus metas existenciales, con el propósito de que la política pública de distribución igualitaria de bienestar genere que cada persona ofrezca la misma
evaluación de su éxito global. El criterio subjetivo no es una propuesta alentadora. Dado que cada persona evalúa
de forma distinta su vida, ello deviene en
la imposibilidad de crear un criterio homogéneo para examinar el éxito global
de todos. Si cada quien ha de determinar si su vida ha sido entre muy mala y
muy buena, el contenido de cada indicador va a depender de cada biografía.
El criterio objetivo pretendería que la
apreciación que debe hacer la gente de sus propias vidas sea ajena a
sus propias creencias y centrarse en
los grados de cumplimiento de metas.
El éxito sería calculado en función de
la importancia de lo no realizado, es
decir, con base en el peso de los lamentos que acumulemos en nuestras
vidas (lo que no hicimos y lo que nunca pudimos hacer). Ello con el propósito de generar una política distributiva en la que estos no existan o sean
los menos posibles. En efecto, este
modelo si bien es interesante exigiría
para quienes quieran ponerlo en práctica un estándar categórico respecto
a cómo repartir bienes, es decir, asumir un modelo básico de reparto fundado sobre una presunción (por ejemplo, es deseable que todos gocen por
igual un determinado recurso), pero tal
condición sería contraria a la lógica de
la igualdad, dado que supondría imponer métricas y presunciones a todo
plan de vida colectivo10. Como podemos apreciar, el problema de sostener
la distribución igualitaria fundada en
preferencias personales es la complejidad para poner en práctica un método para evaluar las transferencias de
recursos a realizar.
2.Teorías de bienestar basadas en estados de conciencia
De acuerdo con estas posiciones, la igualdad
de bienestar debe ser considerada de acuerdo a los grados de conciencia de cada persona, es decir, del disfrute que sienten al ver realizadas sus aspiraciones. En tal sentido, todo
programa de distribución de recursos debe aspirar a generar una satisfacción equitativa de
sus preferencias.
10 SANTOS PÉREZ, Lourdes. “Liberalismo e igualdad. Una aproximación a la filosofía política de Ronald Dworkin”. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2005, pp. 139-140.
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Vistas las razones para descartar las preferencias políticas y las impersonales, cabe
definir si esta concepción es
viable respecto de las personales. Al respecto, Dworkin
considera que existen dos problemas que descartan esta opción teórica.
“
En primer lugar, dado que la
valoración es un acto subjetivo, la importancia que cada individuo otorgue a la satisfacción o la forma en que experimente el disfrute
es un hecho particular. Aspirar a conseguir
un igual grado de disfrute entre las personas
en un determinado aspecto, genera la consecuencia de crear desigualdad en otro que genere a su vez que las personas valoren más
que el disfrute. Puede que la satisfacción en
tal aspecto no sea lo que unos valoren como el
hecho más importante de sus vidas.
Crear un parámetro definido en el disfrute puede resultar excluyente para ciertos planes de
vida. Por ejemplo, quien considere que existe
para alcanzar un propósito personal, pero que
el conseguirlo no le generará riqueza material,
fama ni ninguna otra recompensa similar, caso
contrario, conseguirla demandará importantes sacrificios o limitaciones. El rol protagónico
de la satisfacción, en estos supuestos, supondría una propuesta muy escasa para la complejidad implicada en la elaboración de planes
de vida.
3.Teorías de bienestar objetivas
Dados los problemas que implica incorporar
elementos subjetivos a la teoría y a los posibles programas políticos igualitaristas, deviene en importante explorar si este puede ser
descartado e implementar una concepción
objetiva del bienestar.
De acuerdo con tal postura, es posible determinar un parámetro de vida que toda persona debería tener y con base en ello hacerlas
iguales. Hay que establecer lo imprescindible
11 DWORKIN, Ronald. Ob. cit, pp. 54-55.
324
en toda existencia a fin de realizar transferencias para que lo
disfruten aquellos que lo carecen. Evidentemente ello empoderaría a los funcionarios
respecto de sus propias valoraciones sobre la que puede hacer cada persona. La
individualidad se vería disuelta en un Estado totalitario
que dicta no solo qué hacer,
también qué pensar o sentir.
Ello incluso en la determinación de lamentos como indicador de éxito, no
son los arrepentimientos de la persona, sino
los del burócrata que los expande a todos los
administrados.
La postura dworkiniana
toma como idea medular
que el Derecho es un instrumento capaz para regular el mercado con el propósito o finalidad política
de implementar una sociedad basada en el individualismo ético.
”
Dworkin para ejemplificar cómo habrían de
operar, señala que podemos pensar en una
persona que no valora la amistad y que, por
ende, existe en soledad. Los funcionarios podrían considerar que la compañía es un factor
imperdible para toda vida que merezca vivirse;
podrían realizar transferencias para modificar
tal condición, pues el éxito personal global resulta en tal escenario muy bajo, siendo necesario corregirlo11.
4.La aplicación de las teorías del bienestar y las discapacidades
El empleo de las categorías de éxito personal relativo y global, en apariencia, podrían ser
buenos instrumentos teóricos para justificar el
traslado de recursos para personas con discapacidad, en especial para aquellos supuestos en los que se requiera de asignaciones especiales de bienes adicionales al resto de la
colectividad.
Respecto a esta arista, Dworkin nos advierte
que el efecto práctico de los postulados teóricos de estas propuestas, podría ser no muy
alentador. En primer lugar, puede pretender
que se alcancen resultados contraintuitivos
respecto a cómo distribuir los bienes. Propone
para ejemplificar el supuesto de una persona
que se encuentra completamente paralizada,
La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
pero consciente y cuyo bienestar en cualquiera de sus concepciones es mucho menor al de
cualquier otra de la comunidad en la que habita. En este caso, el poner a su disposición
recursos en cantidades en aumento conforme
pasa el tiempo generaría un incremento constante, pero reducido de bienestar. Si tuviera a
su disposición todos los recursos que se necesitan para, simplemente, mantener vivos a
los demás, aún tendría muchísimo menos bienestar que ellos. La coherencia teórica exigiría que tal transferencia radical de bienes se
realice12.
No toda colectividad estaría dispuesta a acatar tal tipo de transferencias, pues entraría en
conflicto con otros principios que además de la
igualdad, que la han aceptado como bien, podría ser el de la utilidad (el cual lo declararía
inaceptable por implicar la pérdida del total de
recursos de la comunidad).
Además del supuesto señalado, nos propone el escenario en el que una persona parapléjica puede ser auxiliada mediante una máquina muy costosa para llevar una vida similar
a la de un individuo sin tal condición. La comunidad acepta realizar tal traslado de recursos, pero acontece que el sujeto es un excelente violinista y prefiere que se le entregue un
Stradivarius cuyo costo es igual al del instrumento médico. Desde la perspectiva de la
igualdad de bienestar en cualquiera de sus
concepciones tal pedido no podría ser refutado (no dejado de complacer), pues su satisfacción aumentaría (daría cumplimiento a
sus preferencias personales e incluso generaría un mayor éxito relativo y general en la vida
tanto en términos subjetivos como objetivos).
En el caso descrito bien podría otra persona que no vive con tal discapacidad, considerar su vida como no afortunada, pues no hay
objeto que codicie más que un Stradivarius.
Tal sujeto podría presentar queja con base
en que el beneficiado emplea la oportunidad
para aumentar su bienestar y no para superar
o mitigar sus limitaciones motoras. Ello, frente
a quien también es amante del violín y carece
de oportunidad de tener uno con tales características. De prosperar y la comunidad negar
el uso de fondos para satisfacer tal preferencia y solo emplearlos para la compra de la máquina, devendría en tiránica. Como evidencia
este autor, las teorías igualitarias de bienestar
no son ideales para enfrentar esta problemática, pues por sí mismas no constituyen un mecanismo ideal para un reparto eficiente de recursos ni estas impiden que la discapacidad
pierda el protagonismo al momento de elegir
qué tipo de elecciones realizar ante la asignación de recursos adicionales, justificada en la
mitigación de las limitaciones con la que vive.
Por otra parte, el bienestar fundado en preferencias implica de forma necesaria cierto grado de autonomía, conciencia y de capacidad de
expresión. En efecto, las implicancias de sostener una teoría sobre tales premisas conllevan
la exclusión o sometimiento de quienes las carecen. Quien carece de formas para construir o
manifestar metas personales y de los medios
que estime pertinente para alcanzarlos se ve
relegado a qué sea otro quien decida qué prefiere o cómo debiera vivir, es decir, hace del bienestar un concepto objetivo solo para él.
Dada la imposibilidad de generar valoraciones subjetivas por parte de este colectivo de
personas y de la presunción de preferencias
asignada por otros, ello puede derivar en supuestos fácticos de intromisión en esferas en
extremo personales como de integridad física.
Para ejemplificar los alcances a los que puede
derivar que sea un tercero quien elija nuestras
preferencias, consideramos que lo resuelto en
la sentencia del Tribunal Constitucional español N° 215/1994 resulta sumamente ilustrativo. En dicho caso se discutió la constitucionalidad de una disposición del Código Penal que
permite la esterilización de personas declaradas incapaces siempre que medie la voluntad de sus tutores y la autorización del juez13,
declarándose que dichos actos ablativos son
12 Ibídem, p. 70.
13 Artículo 428, último inciso, párrafo segundo del Código Penal que reza de la siguiente forma: “no será punible la esterilización de persona incapaz
de grave deficiencia psíquica cuando aquella haya sido autorizada por el Juez a petición del representante legal del incapaz, oído el dictamen de dos especialistas, el Ministerio Fiscal y previa exploración del incapaz”.
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amparables. Ello en virtud a que liberaría a estas personas de la vigilia constante que podría generar efectos negativos en su integridad moral y por permitirles un pleno goce de
su sexualidad sin que tengan que acarrear con
efectos que no comprendan.
Si bien la temática guarda una problemática
interna que excede los propósitos del presente
texto, ella ilustra la dinámica que genera que
unos realicen las valoraciones de otros y que
decidan sus preferencias personales. Los alcances del éxito personal general escapan de
las potencialidades personales y pasa a ser
un dibujo diseñado por quien es legalmente
responsable. Dichos supuestos –las teorías
igualitarias de bienestar– no han sido considerados como relevantes, pues se encuentran
dirigidas de forma exclusiva para quienes poseen conciencia y capacidad de expresión.
II.La Igualdad de Recursos
Dworkin apuesta por este grupo de teorías
fundadas bajo la premisa que es el mercado
el mejor instrumento para un programa político
igualitario. La igualdad de recursos considera
que las personas son iguales entre sí, siempre
que la distribución de existencias en la sociedad se realice de tal forma que ninguna otra
transferencia sea necesaria para que el conjunto de bienes que una persona posee iguale
a las de otras. Es decir, que a todos y todas se
les reparta en igualdad de recursos.
Es meritorio resaltar que las perspectivas liberales tienen una importante repercusión en
este diseño de modelo distributivo. Partiendo
de las premisas indicadas en la introducción
se entiende que los programas políticos fundados en el liberalismo deben ser sensibles a
las decisiones e insensibles a las circunstancias. Ello debido a que la responsabilidad de
las elecciones es exclusiva de quien las toma,
pero el contexto en el que son gestadas y
efectuadas no, salvo que estas sean situaciones dadas a razón de consecuencias que hemos generado. Somos autores, por ejemplo,
de lo que elegimos estudiar, pero no de la familia en la que nos formamos ni de la realidad
socioeconómica a la que pertenecemos.
A partir de esta distinción deriva la idea que
cada quien ha de asumir las consecuencias
de las decisiones que toma (asume sus costos
de oportunidad), pero no debe sufrir el castigo
de las carestías de las condiciones desventajosas de las que parte, por lo que se permite
sean compensadas. De aquí parte el tratamiento de la discapacidad según la igualdad
de recursos: esta constituye una circunstancia, no una decisión14. Abordaremos esta arista al término de la exposición de las características de este modelo teórico.
La igualdad de recursos para poder ser aplicada requiere de una métrica que pueda definir en que casos estamos ante tal resultado
y en cuales no. Para ello propone que se emplee una prueba de la envidia15, la cual exige que luego del reparto de bienes nadie tiene motivos para envidiar lo que otros poseen.
Es importante resaltar que opera bajo un criterio diacrónico y no contextual, es decir, la evaluación es a lo largo del tiempo y no de un espacio-tiempo en específico. La propiedad de
un recurso, entonces, es evaluada por este tamiz considerando todas las decisiones de vida
tomadas para conseguirlo. Si alguien siente
envidia por cierto bien, pero no por la manera elegida para obtenerlo, esta distribución de
14 Una interesante aplicación de estas ideas en relación al multiculturalismo, en cuanto a considerar las decisiones culturales
como parte de una circunstancia y no de una decisión de vida costosa, la encontramos en LOEWE, Daniel. “Teorías de justicia igualitaria y derechos culturales diferenciados”. En: Isegoría, N° 36, enero-junio, 2007, p. 287 y ss. Este autor señala
lo siguiente: “muchos defensores del multiculturalismo creen haber encontrado en esta teoría de recursos una base apropiada para justificar sus demandas. De acuerdo a esta interpretación, las preferencias de satisfacción costosa que se dejan retrotraer a una pertenencia cultural no deben ser tratadas como preferencias caras, con cuyos costos cada cual debe cargar. Sino
que corresponderían a circunstancias no elegidas, y por lo tanto no atribuibles a la responsabilidad”.
15 Esta es una propuesta conceptual económica ideada originalmente por Duncan Foley y HalVarian. En relación a la temática,
es recurrido el texto de este último autor “Dworkin on Equality of Resources” publicado en la revista Economics and Philosophy, N° 1.
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La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
recursos supera la exigencia, pues no puede
alegarse que exista un supuesto de deseo por
lo ajeno.
Este instrumento teórico es conveniente y
virtuoso por ser valorativo de las decisiones,
dado que corresponderá a cada quien asignar el valor a cada bien. De igual forma por
posibilitar y facilitar que las personas persigan sus ambiciones, deseos e intereses
sin imponer límites a la cantidad de recursos existentes, dado que unos han de tener
más que otros sin que ello implique que son
desiguales16. Sobre este último punto volveremos para dar comentario. Para ilustrar la
propuesta recurre a una historia ficticia sobre
la que irá insertando variables para asemejarla poco a poco a la realidad social actual.
El autor nos pide imaginar una isla desierta a
la que llega un grupo humano a razón de un
naufragio. Este espacio terrestre se encontraba deshabitado y es abundante en recursos, por lo que surge el problema de cómo
repartirlos. Previo a cualquier operación, se
ha llegado al acuerdo pleno de que ningún
sujeto posee un derecho natural o a priori de
recurso alguno, sino que todo se repartiráde forma equitativa bajo el juzgamiento de la
prueba de la envidia.
Quien es asignado a realizar el reparto de bienes, de inmediato se enfrentará a severas dificultades: en primer lugar, al momento de crear
diversos lotes o paquetes de recursos dará
cuenta que existe imposibilidad de que sean
todos idénticos por la existencia de bienes indivisibles (las cabezas de ganado, por ejemplo) y la diferencia cualitativa en la división de
ciertos tipos de elementos (es el caso de la repartición de la tierra, unas parcelas serán más
aptas para el cultivo que otras).
Por otra parte, es posible que la división arroje un resultado insatisfactorio por razones que
no percibe la prueba de la envidia. Supongamos que quien reparte decida comerciar todos los recursos de la isla por bienes caros
(imaginemos caviar o cava catalana) y ello encanta a todos salvo a uno porque los encuentra odiosos. Este sujeto supera la métrica de
justicia, pues no envidia a nadie, pero prefiere lo que hubiera recibido del universo previo
al cambio. Otro tipo de injusticia puede surgir
en los casos en los que quien reparte haga lotes de recursos combinados (un poco de cada
elemento). Quien reparte de forma inevitable
cumplirá con unos gustos más que con otros.
Luego de múltiples combinaciones puede lograr que todos los lotes superen el test de la
envidia, pero puede suceder que alguien que
no envidia un paquete ajeno hubiera preferido un conjunto distinto. El comercio posterior
puede paliar la situación, pero ello no es tan
óptimo si la persona por propia voluntad hubiera elegido el contenido de su propio lote.
Estos tres casos revelan que cuando otro elige los recursos que vas a tener, obtenemos
resultados poco felices. Ello implica que toda
elección de recursos será eficiente y justa
siempre que sea adopta por los propios beneficiarios de la distribución. Que cada quien reciba lo que más valora. Para ello, este autor
recurre a la idea de la subasta17. Este sería
el mecanismo que generaría una situación de
mercado instrumentalizado para alcanzar las
metas igualitarias. Es meritorio resaltar que no
es una subasta cualquiera sino una subasta
walrasiana18, es decir, un modelo cuyas premisas básicas son que los consumidores son
capaces de decidir sus transacciones a partir
de un procedimiento de maximización que refleja sus preferencias, que existe competencia
perfecta (ni los ofertantes ni los demandantes
pueden alterar los precios por si solos) y que
las fuerzas en el mercado que tienden a igualar ofertas y demandas19.
16 PEREIRA RODRÍGUEZ, Gustavo Félix. Ob. cit., p. 176.
17 “La subasta propone lo que el test de la envidia de hecho asume: que la verdadera medida de los recursos sociales dedicados
a la vida de una persona se fije preguntando cuán importantes son de hecho para los otros. Insiste en que el coste, medido
de ese modo, figure en el sentido que cada persona tiene lo que con derecho es suyo y en el juicio de cada persona sobre la
vida que debe llevar, dado ese mandato de justicia”. DWORKIN, Ronald. Ob. cit., p. 80.
18 WALRAS, León. Elementos de economía política. Alianza Editorial, Madrid, 1987.
19 PEREIRA RODRÍGUEZ, Gustavo Félix. Ob. cit., p. 181.
GACETA CONSTITUCIONAL N° 61
327
D octrina
Este mecanismo, se plantea de la siguiente
manera: cada naufrago habría de recibir una
dotación de conchas equitativa que fungirían
de moneda local. Acto posterior, quien es asignado para realizar la distribución realizaría un
inventario de todos los recursos disponibles en
la isla reunidos en lotes habrán de ser subastados. Cada uno de estos paquetes de recursos podrían ser puestos a mercado por fracciones a pedido de cada persona, por ejemplo,
solo una porción de tierra o solo un par de frutos. Cada nueva fracción se constituiría en un
nuevo lote a ser pujado.
Identificados todos los productos el subastador
propondría una serie de precios para cada lote
con el propósito de venderlos todos. Los precios irían variando hasta que cada lote tenga
comprador. El resultado de la subasta es contingente, pues son demasiados condicionantes
los que participan como las cualidades de los
recursos, el número de participantes, los gustos, etc.). No existe (ni se pretende ofrecer) una
garantía plena de que exista una satisfacción
plena, ello estará en función a los costos de
oportunidad que cada persona desee afrontar y
a su suerte. Sin embargo, ninguno de los náufragos podrá acusar al método de reparto como
desigual, pues cada quien tuvo un oportunidad
para adquirir cada recurso a voluntad. En virtud a ello, es deducible que todo resultado, si
bien puede ser problemático, es satisfactor de
la prueba de la envidia, porque si no obtuvo un
bien fue porque no le era tan valioso ni ha de
poder denunciar arbitrariedad en la adjudicación, pues pudo seleccionar que se ofertaría20.
En estos términos, la operación de subasta
requiere de manera imprescindible para arribar a resultados tan convenientes, que todos partamos de una situación inicial equitativa. Si existiese quien tenga acumuladas más
conchas que otros, alteraría la asignación de
precios y estaría en posición de imponer sus
valoraciones sobre las de otros de forma determinante, dado que sus costos de oportunidad serían en materia dineraria, en relación a
los demás cuantitativamente menor.
Como es apreciable, la construcción del proceso de distribución a partir de una subasta
constituye una idealización de un tipo de mercado coherente con el individualismo ético:
cada quien puede saber que se oferta, adaptar sus planes a tales recursos, y que cada
quien tenga igual oportunidad de satisfacer
sus proyectos.
Es importante resaltar que la propuesta de
este autor no está pensada para constituirse
como un nuevo orden social a imponer. Poner
en práctica una subasta generalizada sería imposible y no recomendable. Su método y criterio de justicia tienen aspiraciones programáticas, pretenden ser inspiradoras de formas de
ejercer la política. Como bien señala “el mecanismo de la subasta podría proporcionar un
criterio para juzgar hasta qué punto una distribución real, con independencia de cómo se
haya logrado, se aproxima a la igualdad de recursos en un momento dado”21.
1.Igualdad de recursos y la discapacidad: el impacto de la suerte
Terminada la subasta, la igualdad de recursos estará satisfecha de momento, pero los
posteriores intercambios bien podrían hacer
que la prueba de la envidia falle estrepitosamente. Ello, por ejemplo, en los casos en los
que unos trabajen más que otros y acumulen más recursos deseables, la renta percibida por unos sea en comparación a los demás
muy alta o que unos laboren en actividades
con poca demanda. Esta es la problemática
del rol de la suerte en el escenario posterior
a la subasta.
La suerte de cada quien se puede manifestar
de dos formas:
20 En un sentido contrario, Silvina Ribotta considera que la subasta no está en condiciones de satisfacer la prueba de la envidia, pues en el caso de los bienes escasos o indivisibles la propiedad de los mismos puede que no caiga en las manos de un
individuo y este habrá de codiciarlo respecto a quienes lo poseen. En: RIBOTTA, Silvina. Las desigualdades económicas
en las teorías de la justicia. CEPC, Madrid, 2010, p. 170.
21 DWORKIN, Ronald. Ob. cit., p. 82.
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La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
• Suerte opcional: relativa a todo lo que se
gana o se pierde al aceptar un riesgo anticipado y que tuvo elección en asumir como
puede ser el embarcase en una empresa.
• Suerte bruta: relativa a todos los hechos
que nos acontecen a partir de riesgos que
no son originados de elecciones o de procesos deliberados. El que me caiga un meteorito, por ejemplo.
A este escenario cabría definir si la igualdad de
recursos tiene cabida o si esta ya agotó sus alcances. Para empezar, toda generación de renta, en condiciones regulares, tiene su origen en
nuestra suerte opcional, de los riesgos que decidamos asumir, por lo que la diferencia de renta deviene en estos términos como inevitable.
En tal situación, se nos presenta el siguiente
escenario: la desigualdad en la riqueza de los
que viven con opciones seguras (no arriesgan)
y de los que asumen un peligro y ganan. Hay
amantes del riesgo y adversos al riesgo (quienes la vida no les es suficiente y los que tienen
miedo de vivir). Dado que cada persona es libre
de elegir sus fines, así como los medios para
conseguirlos, cada quien ha de pagar y disfrutar de la vida que ha elegido. Quienes eligen
una vida sin riesgo asumen el costo de no gozar de las ganancias de quienes se embarcaron
en peligros. El otro escenario es la desigualdad
en la riqueza de los que apuestan y ganan frente a los que también se arriesgaron y perdieron.
Perder era una posibilidad que asumieron. El
que los perdedores se vean compensados con
los ingresos de los ganadores, harían de la vida
que opta por riesgos una indeseable, pues el
éxito estaría recortado o no sería completo. No
caben muchas razones a favor de la sociabilización de la mala suerte opcional.
Es importante resaltar la diferencia entre este
grupo de teorías frente a las tesis igualitarias de
bienestar: la inexistencia de la compensación.
Quien toma un riesgo asume los resultados de
la operación. El éxito o fracaso de nuestros actos, bajo estas teorías, depende de los medios
que elegimos para cumplir con nuestros fines.
La satisfacción es un hecho que depende exclusivamente de cada uno. En el bienestarismo es de interés público que cada quien posea o goce de determinado éxito, por lo que su
inexistencia es socializable.
El caso que nos interesa es el de la suerte
bruta para aquellos casos en los que por circunstancias no elegidas una persona adquiere una discapacidad, como el quedar ciego por
ejemplo. En estos escenarios la diferencia de
renta percibida no va ser producto de acciones deliberativas, todo lo contrario, su plan de
vida debe condicionarse a nuevas realidad y
valoraciones.
Para introducir una medida efectiva para esta situación, Dworkin incorpora una nueva variable a
la subasta inicial: la posibilidad de comprar un
seguro. Un mercado de seguro sopesaría como
conexión entre la suerte bruta y la suerte opcional, pues quien compra uno decide prevenir un
riesgo a través de una apuesta calculada. Si dos
personas tienen conocimiento que existe el riesgo en la vida de quedar ciegos (es algo contingente), uno de ellos decide contratarlo y la otra
no. Quien contrata se entiende que valora más
ese sentido que la otra o dicho de otra forma,
considera para su plan de vida que es mejor tener la compensación por ceguera que no tenerla, y por tanto, asume el costo de oportunidad de
asignar recursos a tal opción. Entre la persona que quedó ciega a razón de
un accidente, pero que cuenta con un seguro y otra que ha sufrido lo mismo y decidió no
contratarlo existe la misma mala suerte bruta,
pero diferente suerte opcional, por lo que a la
segunda le serían aplicables las consecuencias de asumir un riesgo22. Entonces, para el
22 Es meritorio resaltar en este punto que la igualdad de recursos exige que cada quien pague por la vida que ha decidido llevar.
No es posible que sea otro quien tome nuestras decisiones o asuma los costos de la misma, así ello sea intuitivamente más justo.
Habría quien piense, con cierto de grado de razón, que el paternalismo en esta teoría es una política indeseable y proscrita. La
intervención pública en la vida de cada uno en el dictado de cómo vivir es incompatible con esta concepción, salvo que emplee
mecanismos en los que nuestra capacidad de elección prime. En tal sentido, estas posturas distributivas de la riqueza y el paternalismo bien podrían encontrar coincidencias en las ideas de Cass Sunstein y Richard Thaler quienes abogan por preferir todo
margen de libertad en la toma decisiones, pero que se pueda ejercer cierto control de las decisiones tomadas por default. Más al
respecto en: SUNSTEIN, Cass y THALER, Richard. Un pequeño empujón (Nudge). Taurus, Madrid, 2009.
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329
D octrina
caso de las discapacidades adquiridas el reto
teórico es superable siempre que las personas
tengan conocimiento de las posibles tragedias
que podrían ocurrirle (o por lo menos el tipo
de discapacidades a las que se encuentra expuesto) y tenga múltiples oportunidades para
contratar un seguro para aliviar los efectos de
la limitación que padezca.
La propuesta del mercado hipotético de seguros, como bien hemos indicado, parte de la
premisa que todas las personas van a correr el
mismo riesgo de ser discapacitados y que tenemos conocimiento pleno del universo posible de limitaciones físicas y mentales a las que
estamos expuestos. En este escenario, se podría calcular cual sería la cobertura del seguro
promedio que las personas contratarían contra
estos riesgos. En dicho contexto y bajo la condición de que la suerte bruta no varíe las circunstancias, se hace posible afirmar que el individuo promedio habría adquirido un seguro,
y entonces estaría justificada la compensación
a aquellos que realmente sufrieran la discapacidad. Esta idea en la realidad se manifestaría
en mecanismos impositivos (u análogos) destinados a recaudar los fondos que serían obtenidos por las primas de seguros en una situación de equivalencia absoluta, de tal forma
que quienes adquieran o nazcan con una discapacidad cuenten con recursos adicionales
calculados en base a una situación de mercado en la que todos corrimos un mismo riesgo y
formulamos decisiones de compra al respecto,
es decir, calculado con base en un libre intercambio hipotético23.
Este sistema imita la dinámica real de las aseguradoras al considerar que la mala suerte se
manifiesta en la población al azar, pero despojaría sus políticas de pago de primas más altas para aquellos grupos humanos que consideren que guardan una mayor probabilidad
de sufrirla24.
El presupuesto de este sistema es que en
una situación ideal en la que todos corremos
el mismo riesgo de ser discapacitados hemos
de contratar un seguro, por lo que distinción
entre asegurados y no quedaría descartada.
Es bajo tal condición que se justifica la universalización de este sistema mediante mecanismos impositivos que imponen cargas a todos
los ciudadanos en aras de garantizar recursos extras para quienes nacieron o adquirieron una limitación en las capacidades físicas
y/o mentales.
A posterior, cabría determinar, para condiciones reales, qué montos y tipos de seguros habrían de implementarse en este tipo
de programas políticos. Evidentemente para
esta problemática la premisa de la equidad
de riesgo y el conocimiento pleno de posibles discapacidades no brinda mayores luces, pues son postulados únicamente teóricos. De igual forma, cada quien en su plan
de vida habría de tratar de forma diferenciada los riesgos a discapacidades (en función,
por ejemplo, a sus características genéticas),
siendo probable que este dispuesto a correr
con mayores costos de oportunidad para una
determinada temática, siendo esta arista aun
más complicada para quienes nacieron con
una limitación en sus capacidades. Frente a
estas variables, Dworkin propone que este
mercado hipotético de seguros debería estar
estructurado mediante tipos de riesgos que
la mayoría de personas tomaría previsiones,
ello a fin de crear una media respecto a que
se aseguraría y por cuanto. De esta forma la
universalización del seguro remediaría el problema de la información de cada plan de vida
al establecer una cobertura estándar para todos y todas. Cualquier protección adicional o
contra riesgos que la mayoría no correría dependerían de cada quien a manera de suerte
de opción.
23 Es meritorio resaltar la aversión de Dworkin a que sea un burócrata o un tecnócrata quien determine los fondos a asignar a
quien adquiera una discapacidad, deja tal estimación a condiciones de libre mercado perfecto.
24 En el escenario del naufragio, el nuevo contexto estaría dibujado de la siguiente forma: “como complemento a la subasta,
establecen ahora un mercado hipotético de seguros que llevan a cabo mediante un seguro obligatorio de prima fija para todo
el mundo, basándose para ello en especulaciones sobre lo que el inmigrante medio habría comprado por medio de un seguro si el riesgo previo de tener diversas discapacidades fuera equitativo”. DWORKIN, Ronald. Ob. cit., p. 91.
330
La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
En este esquema, los montos a pagar por este
sistema impositivo no serían permanentes.
Debería crearse un régimen de revisión periódica en función a cubrir nuevos supuestos
asegurables derivados de nuevos contextos o
descubrimientos científicos (para evitar riesgos de ciertas catástrofes no cubiertas con anterioridad o contra nuevas discapacidades) o
por el surgimiento de nuevas tecnologías cuyo
costo exija que la población deba aportar más
para poder cubrir su uso.
Es importante precisar que la igualdad de recursos no pretende generar que la capacidad
física y mental de todas las personas se equipare su punto de aproximación a la temática
de las discapacidades se concentra en analizar los efectos en la propiedad de recursos
materiales por las limitaciones a las capacidades, entendiendo que estos son presupuestos
para el disfrute de su libertad. Es por ello que
este mecanismo, para las personas que nacen con discapacidades, parte de la idea de
que están y estarán en este mundo con menos recursos que los demás (por no contar con
la misma fuerza física y/o mental), sin posibilidad alguna de corregirla, solo de compensarla
para sobrellevar la carencia25.
La discapacidad, como mencionábamos al inicio de este apartado, constituye desde esta
perspectiva una circunstancia, no una decisión, que se manifiesta a manera de desventaja (el individuo cuenta con menos recursos).
Es un producto de una mala suerte bruta originaria u adquirida que escapa a la causalidad
de nuestros actos. Por tal situación se habilita
y justifica la compensación.
2.La discapacidad y los gustos caros
Dentro de la concepción descrita, Dworkin propone una provocativa y aclaradora pregunta:
¿Es equiparable una persona con discapacidad a otra con gustos caros a razón de que
esta también posee menos recursos para satisfacer sus planes de vida?
A primera vista, los gustos caros pueden ser
satisfechos en la subasta inicial asumiendo
cada quien el costo de oportunidad de tenerlos. Si no los adquirió, debe asumir tal planificación de vida sin derecho a recibir recursos
adicionales, constituye una decisión y no una
circunstancia. Sin embargo, puede acontecer
que ciertos gustos guarden una relación cualitativa con la forma en que llevamos nuestra
vida. Existen supuestos en los que es difícil
distinguir de una preferencia (fruto de una decisión, elemento no compensable) de una desventaja (una circunstancia negativa, elemento
compensable). Pereira Rodríguez para ilustrarlo propone un ilustrativo ejemplo26: el acto
de fumar puede ser entendido por unos como
un acto indeseable porque lo considera inconveniente para su vida (pensemos en un deportista), pero para otro individuo es una actividad
diaria que le genera angustia cuando su omisión se prolonga. La clasificación del consumo de tabaco como decisión o circunstancia
dependería, entonces, de la propia persona.
Para quien fuma dicha actividad es constitutiva de la persona, en cambio, para quien
no, ello devendría como una afectación a sus
circunstancias.
Una preferencia, en este contexto, es todo
aquello que la persona considera que debería
tener para lograr éxito en su vida. Una desventaja, por otra parte, son todas aquellas cualidades del cuerpo, mente o de la proporcionalidad
que le restringen conseguir sus metas existenciales (son las circunstancias negativas)27.
Dworkin para este supuesto nos propone imaginar a una persona con un generoso apetito
25 Señala que “quien nazca con una grave discapacidad afrontará su vida, solo por eso, con menos recursos que otros. En un
plan dedicado a la igualdad de recursos esa circunstancia justifica la compensación, y aunque el mercado hipotético de
seguros no corrija el equilibrio –nada puede corregirlo– tratará de remediar un aspecto de la injusticia resultante”. Ibídem,
pp. 91-92.
26 PEREIRA RODRÍGUEZ, Gustavo. Ob. cit., p. 204.
27 “La distinción que exige la igualdad de recursos es la distinción entre aquellas creencias y actitudes que definen lo que debería ser el éxito en la vida –creencias y actitudes que el ideal de la igualdad de recursos asigna a la persona– y aquellos rasgos del cuerpo, o de la mente, de la personalidad que proporcionan medios, o ponen impedimentos, a ese éxito. Rasgos que
el ideal asigna a la circunstancia de la persona”. DWORKIN, Ronald. Ob. cit., p. 93.
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331
D octrina
sexual. Si la persona considera indeseable tal
gusto, pero que le resulta natural tenerlo, ello
devendría en una circunstancia desventajosa,
en virtud a que le resulta un elemento intrínseco que le entorpece.
La problemática de esta arista radica en que
la calificación entre preferencia y desventaja
recae en el propio sujeto. Si dicho gusto estima que opera como una condición natural
entorpecedora de su vida la clasificará como
una desventaja. En cambio, otras bien podrían
considerarla como un medio, es decir, como
una preferencia. Si esta es definida bajo el primer parámetro, toda aquella persona con tal
afición debe ser tratada como un discapacitado, pues parte con una circunstancia negativa
que requiere ser compensada. Caso contrario,
si es estimada como una decisión, no está legitimado a recibir recursos adicional. Esta dificultad derivada del aliento al subjetivismo no
podría ser resuelta recurriendo a que sea un
tercero quien califique , pues tal juzgador carecería de elementos objetivos que le sirvan de
indicadores ni sería conveniente habilitarle a
imponer sus propias clasificaciones.
El instrumento ideal para realizar tal distinción
entre preferencia y desventaja, considera el
autor, sería dejar la condición en manos del
mercado hipotético de seguros. Quienes estimen que su gusto caro constituye un problema
de circunstancia negativa tendrían por opción
de asegurar contra aquello que estimen les resulta un impedimento para su desarrollo, a fin
de verse compensados. Sería la voluntad de
cada uno manifestada en un sistema de libre
intercambio y de autodeterminación (expresada en el costo de oportunidad) la que definiría
si esta conducta debe o no tratarse de forma
similar a una discapacidad28.
Conclusiones
Por la descripción hecha y las críticas planteadas a la igualdad de recursos y a la igualdad
de bienestar, consideramos que Dworkin es
acertado en preferir la primera y en alentar su
aplicación. Ello en virtud a que el “bienestarismo” es una tesis impositiva del concepto de lo
que es fundamental en la vida de cada uno.
En el caso planeado para ejemplificarlo, sería
el padre quien determine qué tipo de preferencia ha de ser el dínamo de la trasferencias. En
cambio, las teorías contrapuestas confían en
que el albedrío de cada individuo como elemento suficiente para que estos tengan oportunidad de alcanzar sus metas.
Estimamos que la debilidad teórica de la igualdad de bienestar parte de fundamentar el parámetro de reparto empleando un término con
un grado de indeterminación semántica demasiado alto. Cada grupo social puede optar por
una concepción de bienestar que más se adecúe a sus conveniencias, abriendo de tal forma un campo de discusión con miras a generar únicamente desacuerdos. Esta polémica
académica bien deriva en una imposibilidad
práctica o por lo menos una muy controversial
con pocas probabilidades de paz social.
La conveniencia de la igualdad de recursos
defendida por Dworkin parte de incorporar justicia procedimental a los mecanismos de distribución de riqueza. Existe un criterio de lo que
es justo sobre el que se diseña el procedimiento de toma de decisiones que pueda asegurar tales resultados. Es, o por lo menos pretende ser, una modalidad de justicia procesal
perfecta29 en términos de Rawls, aplicado a la
problemática del reparto de bienes. Las condiciones de aplicación de estas teorías están dirigidas a que sea cada quien diseñe y valore
su finalidad en la vida, los medios que empleará para lograrla y los recursos que requerirá
para ponerlos en práctica. Su pretensión igualitaria no aspira a que todos tengan lo mismo,
sino que el potencial y aplicabilidad de los criterios valorativos sean iguales. En tal sentido,
entendemos que la igualdad de recursos no es
28 “La idea de una subasta imaginaria de seguros proporciona a la vez un mecanismo para identificar tentaciones y distinguirlas de rasgos positivos de la personalidad y también para introducir esos deseos en el régimen general diseñado para las discapacidades”. Ibídem, p. 93.
29 MORESO, Juan José. Derechos y justicia procesal imperfecta [en línea]. Universitat de Girona, Working Paper N° 19, Barcelona, 1998, Disponible en web: <http://www.recercat.net/bitstream/handle/2072/1327/ICPS139.pdf?sequence=1>.
332
La igualdad de bienestar y de recursos según Ronald Dworkin
otra cosa que el reparto equitativo de los costos de oportunidad. Que nadie esté dispuesto
a perder más que los otros. La justificación de
todo este sistema teórico devendría en motivar
la idea de que el Derecho debe corregir las situaciones generadas por el libre mercado a fin
de aproximar los resultados de igualdad de recursos que habrían gozado de no haber sido
porque cada persona parte en la realidad desde una postura diferente, en que algunos parten con cierta ventaja sobre otros. Para ello,
el liberalismo parte de considerar que la libertad y la igualdad son generadas mediante la
asignación de recursos privados y no mediante la colectivización. Ello es sumamente interesante, pues implica que no es el uso y disfrute
de un bien sino la capacidad de dominio sobre este lo que nos da autonomía y capacidad
de negociación. Es a partir de esta idea que
Dworkin realiza un aporte de gran interés al
reivindicar al mercado como medio para generar igualdad, es decir, considerar y demostrar
(en términos teóricos fundados en condiciones
ideales) que los instrumentos de libre intercambio no se encuentran en absoluta contradicción con el término igualdad. Se puede ser
partidario del mercado y de la igualdad.
El riesgo de implementar este tipo de concepciones en la realidad es, como señalamos en
la introducción, la de crear un diseño práctico
genere demasiados costos de legalidad como
para que sea efectivo. A nivel teórico, por otra
parte, la igualdad de recursos presenta problemas de asignación de información. El primero
gira en torno a la exigencia de los náufragos
de asistir a la subasta con cierta proyección
personal, es decir, con ciertas decisiones tomadas respecto a que es lo que quisiera tener a futuro y a que dedicarse. Se demanda
que calculen costos de oportunidad respecto a
ciertos elementos que es incierto que los vaya
tener.
Por otra parte en el escenario de la subasta al poner a licitación cada bien, existe una
expectativa de valor instrumental, es decir, los
beneficios que me podría generar si lo consigo. La figura del naufragio reduce la información disponible que tendrían quienes entran a
la subasta, pues salvo por la escasez, carecen
de indicadores para reconocer que es apreciado y que es inútil. Por ejemplo, si quiero ser
albañil y vivir bien, pero a posterioridad se ha
optado por habitar en cavernas, pues mi oferta
al mercado no es tan valiosa y a lo mejor habría elegido otro medio laboral para alcanzar
su buen vivir. Si bien es cierto que la incertidumbre es un problema constante en todo tipo
de economía y de proceso de toma de decisiones, su impacto es esclarecedor: la diferencia entre el escenario hipotético de Dworkin y
la realidad es la capacidad de generar pronósticos y proyecciones de rentabilidad, manejamos un universo de condicionantes mucho
más amplio y complejo, nuestros costos de
oportunidad si bien son constantemente adoptados son de reevaluación constante30. Por lo
tanto, la propuesta de la igualdad de recursos
goza de capacidad operativa y posee la virtud
de darle supremacía a la voluntad personal, liberándola y protegiéndola de la imposición por
parte de terceros y por aspirar a una cobertura
de protección social universal.
A partir de todas estas características, podemos definir que la perspectiva filosófica aplicada para el diseño y calificación de la igualdad
de recursos se funda en considerar virtuosa
y necesaria la autonomía, por lo que todo supuesto de falta parcial o total de ella es un elemento que obstruye los resultados deseados
o esperables, es decir, constituye un supuesto
poco pensado. Quienes padezcan de problemas para manifestarla que conlleven a la imposibilidad de externalizar los costos de oportunidad implicará que sea otro quien los tome,
es decir, el escenario visto en la igualdad de
bienestar se reproduce en este contexto.
La aplicación de la teoría de la igualdad de recursos es más ventajosa que la de bienestar
30 Ello se puede evidenciar, por ejemplo, a través de la figura de la lesión de los contratos para aquellos casos en los que el
valor del bien era tan alto que su obtención era meritorio soportar un alto costo de oportunidad, pero a posterior ello se manifiesta como un acto usurero.
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D octrina
en los temas de discapacidad dadas las características del mercado hipotéticos de seguros,
pero padece de la gran debilidad de sustentar su aplicación en la capacidad de expresar de forma indubitable el albedrío. Si existe
quien no la posea o no tenga como manifestarla, la postura no le da cabida o por lo menos,
lo deja de considerar como un protagonista de
la sociedad.
La propuesta liberal ve con horror que sean
terceros quienes tomen decisiones por nosotros, pues ello implica la imposición de valoraciones. Sin embargo, tal escenario no es
tan funesto cuando el individuo resulta ser
un discapacitado con problemas de manifestación de la voluntad, pues en tales casos se
334
habilitan y avalan medios para la subrogación
de la voluntad. Este remedio, consideramos,
se deriva de haber partido de la premisa que
todos somos agentes capaces y quien no lo
es, su condición debe ser mejorada para que
se asemeje.
Esta postura es, por los rasgos descritos,
una propuesta compensativa y no reivindicativa de la individualidad, pues trata a un
universo de personas como sujetos con debilidades naturales y no con características
particulares. Los principios sobre los que se
basa esta teoría, de igual importancia y responsabilidad especial, no han sido explayados de tal forma que incluya a quienes poseen discapacidades.
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