1 Homilía de FERNANDO DÍEZ MARINA, C. M. en la Misa-funeral (Boletín Informativo de la Provincia de Madrid, Noviembre-Diciembre 2009, Nº 287) Q ueridos Tomás, Orencio, Encarna, Feliciana y Basilio, hermanos del Hno. Germán. Queridas Mary Tere, Rosa y Fernando, cuñadas y sobrino del Hno. Germán. Queridos miembros de la Comunidad, de otras Comunidades y de otras Provincias. Hijas de la Caridad, Siervas de María y fieles todos amigos de nuestro Hno. Germán. Con piadoso afecto vamos a dar nuestro último y sentido adiós al Hno. Germán. Él compartió con nosotros la vida y, sobre todo, compartió con nosotros la fe y la esperanza cristianas. ¿Os extraña que esté yo presidiendo esta Eucaristía? Fue él quien me lo pidió en tres ocasiones. Yo respondí con un respetuoso silencio por no atreverme a dar el sí ni el no. Lo acepté cuando me lo presentó por escrito. Él eligió las dos lecturas de esta Eucaristía: la primera de San Pablo, que nadie ni nada nos puede separar del amor de Cristo; y el Evangelio de las nueve Bienaventuranzas de San Mateo. Me encargó encarecidamente que no hablara de su pueblo ni de sus distintos destinos y oficios. Le influyó un artículo de Alfonso Ussía: “No le gustaban las predicaciones de los funerales, porque esperan a que la gente se muera para hablar bien de ella”. Recordaba con agrado la predicación de un sacerdote en un funeral: “Nos hemos reunido aquí, queridos feligreses, para rezar por este pájaro, porque está muy necesitado de la misericordia de Dios”. El Hno. Germán añadió: “No quiero inciensos en mi funeral. Deseo una reflexión profunda, espiritual y evangélica sobre la vida y la muerte desde la fe cristiana”. La tragedia del hombre actual es que, siendo Cristo el camino, no le seguimos. Siendo Cristo la verdad, no le creemos. Y siendo Cristo la vida, no le seguimos. Y así nos luce el pelo. El Evangelio es para siempre, porque tiene una respuesta para cada tiempo. El cristianismo es sencillo. El Evangelio también. Esto no quiere decir que sea fácil. No se trata sólo de entender, sino de vivir... Pidamos perdón de nuestras limitaciones. Así escucharemos mejor lo que Cristo nos quiere comunicar con motivo de la muerte de nuestro Hno. Germán. La vida del Hno. Germán comenzó a alumbrar como luz del Señor el día 17 de agosto de 1921 en Peones de Amaya, a 20 kilómetros de Villadiego (Burgos). Esta luz se apagó en la tierra para siempre a las 15’40 del 17 de noviembre de 2009. Y a esa misma hora se encendió en el cielo una estrella para toda la eternidad. Es la luz que pedimos en esta Eucaristía: “Brille sobre él la luz perpetua”. Fue el segundo de doce hermanos. Él ocupa el quinto fallecimiento. Le precedió su hermano Jesús, sacerdote misionero. De los siete restantes, cinco se encuentran ahora entre nosotros en esta Eucaristía. Nuestro Hno. Germán nació hace 88 años para morir ayer. Y ayer, paradójicamente, moría para vivir eternamente con su Dios y Señor, con sus padres, 2 con sus cuatro hermanos y con todos los seres a los que amó en este mundo. El Señor habrá sido su Juez, pero no un fiscal que sólo ve delitos y malas intenciones. Ha tenido un buen abogado defensor, el mismo que murió por él en la Cruz. La justicia habrá estado teñida de mucha misericordia. No habrá sido condenado, porque Cristo sería el gran fracasado. Ese juicio no sería el triunfo de nadie y la derrota de todos. ¿Nos va a condenar Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios Padre e intercede por nosotros? Nos lo dice San Pablo. El Evangelio no pasa de moda nunca. Es eternamente siempre una lección actual que darnos sobre la vida y sobre la muerte. El que es pobre de bienes terrenos tiene mucho camino recorrido, pero no todo. Se puede ser pobre de dinero, pero rico de deseos. Las quinielas, la lotería o las frases: “si yo tuviera”, “si me tocara la lotería”, “si yo pudiera...”. Estas expresiones pueden ser, en el mejor de los casos, signos de una necesidad, y en otros muchos casos, signos de una gran avaricia. Lo más opuesto a la pobreza de espíritu. Buen modelo la lección evangélica de la pobre que da de lo que necesita. Mayor modelo el que da o está dispuesto a dar su vida por el otro. Cristo lo hizo el Viernes Santo. El Hno. Germán lo hizo en más de una ocasión. Los sufridos son los que todo lo aguantan. Los que ponen las espaldas al peso de los acontecimientos de la vida sin rechistar. Los que hacen los trabajos callados, pero eficaces. La enfermedad es una gracia de Dios. Nos paramos en la vida. Reflexionamos que es un lujo en la sociedad de las prisas. Nos damos cuenta de lo poco que valemos, porque el mundo y la Comunidad marchan igual y mejor que con nosotros. Estamos perdidos si nos desesperamos en la enfermedad, porque la hacemos mucho más grande. El granito de arena se convierte en una gran montaña. Y la curación se aleja más de nuestra existencia. La vida del hombre está enmarcada entre dos lágrimas: la del niño que nace y la del hombre que muere. Nosotros no lloramos como los que no tienen esperanza. Nosotros tenemos la promesa de Jesús: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Y hallaréis el reposo (el consuelo) para vuestras almas”. Nuestras lágrimas, si se funden con las de Cristo, nuestro dolor se hace redentor en su cruz. San Pablo nos recordaba: “Pongo en mí lo que falta a la pasión de Cristo”. Dejar la justicia para la otra vida, cuando aquí vemos tantas injusticias, es muy cómodo y poco cristiano. Estamos obligados a construir la ciudad terrestre, si no queremos quedarnos sin la ciudad celeste. La gran ley cristiana es la ley del amor, y su mensajera ante los hombres es la misericordia. El amor es el fuego. La misericordia es el humo. Si hay fuego, no se puede esconder el humo. Si lo quisiéramos encerrar, saldría por mil rendijas invisibles para nosotros. Cuando llevamos algo en el corazón, lo manifestamos de mil maneras espontáneas. ¿Quiénes son los limpios de corazón? Los rectos, los sinceros, los santos. Cristo cuando habla de la bondad o maldad del hombre, habla del corazón. La paz es dulce para todos, no codicia el bien del prójimo, ni disputa el suyo. Ignora el orgullo y no 3 conoce la terquedad. Resume todo el Evangelio, y es un don celestial. Por eso a los difuntos les deseamos lo mejor al decirles: “Descansen en paz”. Los santos, los justos no nacen, sino que se hacen, o mejor dicho, los van haciendo. Son como las piedras aristadas que tiran a la corriente del río, y el agua, a través de los años, las alisa. En el río de la vida, consciente e inconscientemente, con nuestra manera de ser, vamos nosotros limando a los demás y otros nos liman a nosotros, para que ellos y nosotros seamos santos. El santo es el hombre que tiene el valor de denunciar las injusticias, sin pensar en las consecuencias. San Juan Bautista dijo la verdad a Herodes y por esto fue puesto en la cárcel. Muchos mereceríamos estar en la cárcel por no decir la verdad. Cierto que cuesta decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad, cuando esa verdad compromete mucho. Ojalá no nos importen las consecuencias. Ojalá que en nuestra hora suprema estemos contentos de haber dicho la verdad, de haber cumplido con nuestro deber, aunque nos hayan perseguido por ello. El santo tiene que sufrir, y sufrir mucho como el Maestro. Por eso decía Santa Teresa: “A tus amigos, Señor, les regalas el sufrimiento, por eso tienes tan pocos amigos”. Hno. Germán, descansa en paz. Y desde el cielo ruega por nosotros: por los tuyos, por los miembros de esta Comunidad que ha sido tu vida, por todos los aquí presentes. Aboga desde el cielo y arranca del Señor esas vocaciones que tanto anhelamos y tanto necesitamos para revitalizar toda la Provincia de Madrid y toda la Congregación. Ruega por nosotros desde ese lugar privilegiado del cielo, como nosotros rogamos hoy, y siempre, por ti desde la tierra. Amén.