Álvaro Cuadra El Ahora de Chile Levántate y mira la montaña de donde viene el viento, el sol y el agua, tú que manejas el curso de los ríos tú que sembraste el vuelo de tu alma. Levántate y mírate las manos para crecer estréchala a tu hermano, juntos iremos unidos en la sangre hoy es el tiempo que puede ser mañana. Libranos de aquel que nos domina en la miseria traenos tu reino de justicia e igualdad. Plegaria de un labrador Victor Jara 2 Índice Introducción 1.- Chile: Una Arqueología del Presente 2.- Chile: En la era de la Hiperindustria Cultural 3.- Promesas, Ocasos y Utopías 4.- El Espejismo del Desarrollo 5.- Chile y la Democracia en el siglo XXI 6.- Columnas de Opinión 7.- Epílogo: Santiago, Capital de Chile Álvaro Cuadra Rojas (Santiago, 1956). Pensador, ensayista y académico. Licenciado y Magíster en Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor de la Sorbonne, París, Francia. Catedrático en comunicación social y Director Académico del Programa de Doctorado en Educación y Cultura en América Latina de la Escuela Latinoamericana de Estudios de Postgrado y Políticas Públicas (ELAP) de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS). La obra del doctor Cuadra se abre a la imaginación teórica en busca de miradas inéditas a las transformaciones en América Latina derivadas de los fenómenos de híper industrialización de la cultura y la expansión de sociedades de consumo. Sus aportes se han visto plasmados en tres ensayos: De la Ciudad Letrada a la Ciudad Virtual (2003), Paisajes Virtuales (2005), Hiperindustria Cultural (2008). Asimismo, ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas en diversas latitudes. El profesor Cuadra es reconocido y respetado como una voz autorizada en el dominio en temas de la cultura y las comunicaciones a través de sus columnas de opinión en medios nacionales y latinoamericanos. 3 Introducción El Ahora de Chile, es un ensayo fragmentado, una palabra quebrada, una suerte de collage escritural constituido de retazos. Esta forma se nos impone como la única posibilidad de aproximarnos a una experiencia que ha sido la de millones de chilenos. La historia, nuestra historia, se nos aparece como una discontinuidad que conecta tiempos diversos. El ahora y el otrora se tocan por instantes, del mismo modo que el ahora es el vértice que inaugura un cono temporal de los posibles, el mañana. Nuestra arqueología del presente quiere subrayar, precisamente, aquello que ya descubrió Benjamin, cuando nos advierte que si bien el pasado, el presente se nos ofrecen como una relación temporal, el otrora, el ahora y el porvenir guardan entre sí una relación histórica y figurativa. Nuestra empresa es, pues, reflexionar de manera crítica en torno a nuestro país, pensar Chile. Pensar, en su sentido lato, pareciera una de las más altas cumbres a que puede aspirar todo ser, en cuanto supone y exige un compromiso cabal de lo que somos. En este sentido, pensar no es tan sólo inteligir sino además, evocar, sentir e imaginar, entre muchos otros sutiles matices. Pensar Chile, entonces, es, por lo menos, inteligirlo, evocarlo, sentirlo e imaginarlo, una actividad que carecería de sentido si no tuviese como horizonte último el compartir. Pensar Chile es plasmar en la escritura nuestra experiencia de ser chileno. Es en los signos donde se fragua y cristaliza la secreta alquimia, la intensidad del instante en que somos. El Chile de hoy, se ha convertido en un lugar grotesco donde el bullicio y el travestismo, verdadero carnaval de máscaras, no alcanzan para disimular las felonías y culpas que presiden nuestra vida cotidiana. Hace ya mucho tiempo que nuestra sociedad ha cruzado la delgada línea que separaba lo que se entendía por bueno y malo. En un clima cultural de este jaez, aquella repetida frase de Marx cobra pleno sentido: todo lo sólido se desvanece en el aire. El Ahora de Chile, quiere ser una bitácora de este tiempo y de éste, un país imaginario habitado por hombres imaginarios, en el que, sin embargo, sólo el dolor permanece obstinado. Más allá del coro vocinglero de las grandes ciudades y del ruido mediático que inunda las pantallas digitales que nos muestran Chile, las nuevas generaciones habitan, sin 4 saberlo siquiera, una simulación que todos compartimos, cual si la vergüenza nos sobreviviese. Este libro quiere poner al alcance de un lector no especializado una serie de tópicos para pensar nuestro país. Nos hemos esforzado, hasta donde es posible, por exponer en un lenguaje sencillo y de manera simple, no simplona, una serie de cuestiones que merecen nuestra reflexión. A diferencia de los textos académicos, hemos excluido las referencias y notas al pie, aunque para el lector avezado las huellas resulten claras, muy especialmente aquel lúcido libro de Tomás Moulián: Chile actual. Anatomía de un mito que ilumina muchos de nuestros pasajes. Remitimos al lector a un conjunto de textos consignados como bibliografía de referencia. Así, nuestra línea de pensamiento vuelve sobre citas y comentarios de nuestros propios escritos dispersos a lo largo de estos últimos años, sea para corroborarlos o para introducir algunos matices. Las líneas que componen este libro no reclaman ningún saber canónico, se trata de un ensayo más próximo a la doxa que a cualquier episteme particular. El Ahora de Chile, es un calidoscopio de fragmentos que delatan ciertas figuras que se insinúan a través de sus páginas. Más que dogmáticas verdades, queremos atender a los procesos histórico - culturales en que estamos sumidos. Pensar Chile en el ahora, es escuchar las muchas voces que nos hablan con grandeza desde el otrora, para iluminar en lo fulmíneo del instante los destellos de este siglo que despunta. Quiero agradecer a todos quienes me han instado a escribir este libro, entre ellos, en primer lugar, a Javiera Carmona, quien me acompaña con paciencia en este recorrido. Asimismo no puedo dejar de mencionar a las autoridades de la Escuela Latinoamericana de Estudios de Postgrado y Políticas Públicas (ELAP), de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS), muy en particular a Juan Andrés Lagos y a Pablo Monje, por su apoyo decidido a la publicación del manuscrito. Álvaro Cuadra Santiago, septiembre de 2009 5 1.- Chile: Una Arqueología del Presente 1.1.- Consumismo e individualismo En los últimos decenios, Chile ha sufrido cambios tan profundos que, bien puede hablarse de un país rediseñado. La experiencia traumática de un Golpe Militar lo ha transformado en todos los ámbitos. Bastará citar a modo de incompleto catastro, la irrupción de un diseño antropológico y social llamado sociedad de consumidores, mediatización de la sociedad y de la actividad política, en fin, expansión de una cultura más cosmopolita o global, como afirman algunos. Al mismo tiempo, sin embargo, persisten aquellos males que fueron diagnosticados durante el siglo pasado: una pobreza extrema que bordea el quinto de sus habitantes, una distribución desigual de la riqueza, una sociedad de estratificación cuasi colonial de escasa movilidad, magros resultados en cualquier análisis desapasionado de los sistemas de salud pública, educación o previsión social, todos síntomas inequívocos de aquello que se llamó subdesarrollo. Pensar el Chile de hoy, exige hacernos cargo de estos nuevos fenómenos sociales y culturales para contrastarlos con nuestras viejas carencias. Aclaremos de inmediato que, aún cuando se trata de males de antigua data en nuestro país, éstos deben ser revisados a la luz de los nuevos contextos, y en ese sentido, cada generación debe enfrentar sus problemas de época. En suma, podríamos afirmar que las tensiones políticas, económicas, culturales o sociales pueden ser entendidas como un oxímoron, es decir, como históricamente contemporáneas. La primera década de este siglo y próximos al bicentenario de la República, consignamos dos ejes en torno a los cuales estructurar un pensamiento de lo nuevo, a saber: la consolidación de una sociedad de consumo y la mediatización de la cultura. Nuestras dos palabras clave, verdaderos puntos de partida, serán, pues, consumo y mediatización Pensar lo nuevo no entraña, necesariamente, un nuevo pensamiento. A su vez, un nuevo pensamiento no puede ser ajeno a la historia tout court, ni mucho menos, a la historia del pensamiento. Esto nos lleva al punto paradojal de intentar pensar lo nuevo, desde un nuevo pensamiento profundamente histórico. No se trata de un mero juego de palabras, lo que tratamos de subrayar es que cualquiera sea la realidad inédita que 6 debamos confrontar, debemos hacerlo provistos del acervo de nuestra memoria, la única capaz de cualificar lo nuevo de lo nuevo. Pensar el “ahora” de Chile nos obliga a contrastarlo con el “otrora”, no como puntos disociados de una historia lineal, sino como islas de un archipiélago que se conectan entre sí. Contra lo que pudiera creerse, la implementación en Chile de una sociedad de consumidores no estaba en el horizonte inmediato de la Junta que se hizo con el poder una mañana de septiembre de 1973. Si bien hay una defensa ideológica de la propiedad privada, alegando que “el bien común exige respetar el principio de subsidiariedad”, en la Declaración de Principios del Gobierno de Chile, fechada en marzo de 1974, podemos leer: “Se han configurado así las llamadas ‘sociedades de consumo’, en las cuales pareciera que la dinámica del desarrollo hubiera llegado a dominar al propio ser humano, que se siente interiormente vacío e insatisfecho, anhelando con nostalgia una vida más humana y serena”. La sociedad de consumidores es vista por los golpistas de 1973 como el caldo de cultivo de la rebeldía juvenil y formas cándidas y débiles de democracias permeables al “comunismo internacional”. Es interesante consignar este reclamo de extrema derecha, pues, el consumismo, crea las condiciones de posibilidad reñidas, precisamente, con formas autoritarias de derechas o de izquierdas. El Chile de 1973 se inscribe en la llamada Guerra Fría. El siglo XX bien pudiera ser entendido como el siglo de las revoluciones. Como nunca antes en la historia de la humanidad, muchos pueblos se vieron arrastrados a procesos en que la utopía revolucionaria y la violencia se conjugaron en una gesta épica. Revolución y Contrarrevolución constituyen la sístole y la diástole del latir de la humanidad durante buena parte del siglo pasado, al punto que el planeta vivió escindido y al borde del abismo nuclear durante decenios. La Guerra Fría fue la secuela de la Segunda Guerra Mundial. Una vez derrotado el Tercer Reich y el militarismo nipón, los Estados Unidos y la Unión Soviética fueron los polos que organizaron la escena internacional, determinando el destino de millones de seres humanos en todo el orbe. Nada ni nadie quedó exento de estas fuerzas en pugna que, al igual que el campo magnético, cubrieron el planeta. El Chile de hoy nace de una tragedia cuya mejor expresión es el Palacio de la Moneda envuelto en llamas. Nuestra historia contemporánea sólo es comprensible como las múltiples volutas de humo de aquel fatídico día de septiembre. Las fechas son equívocas, pues ellas condensan, apenas, largos procesos históricos que se han desarrollado por decenios. 7 Para caracterizar lo que puede entenderse como consumismo, insistamos en aquello que escribiéramos hace algunos años en el libro De la ciudad letrada a la ciudad virtual: “El consumismo aparece a primera vista como un comportamiento social masificado, sello distintivo de las llamadas sociedades de consumo. El consumo, en tanto función económica, se ha convertido en nuestro tiempo en una función simbólica. Históricamente, el concepto de consumismo y su correlato social, aparecen como un estadio avanzado del capitalismo en Estados Unidos durante las primeras décadas de este siglo; permitiendo que el capitalismo victoriano afincado en la ética protestante cediera el paso al hedonismo de masas. Esto fue posible en virtud de avances tecnológicos tales como la producción seriada; pero además, gracias al desarrollo de mecanismos financieros y de organización laboral: nos referimos en concreto a la irrupción del crédito y la taylorización del trabajo. En el caso de Chile, más allá de las declaraciones de la Junta Militar, lo cierto es que dicho gobierno nunca fue autónomo respecto de los Estados Unidos. Hoy sabemos que fue la inteligencia de Washington la que orquestó y financió el Coup d’Etat de 1973, sosteniendo al General Pinochet en el poder por casi dos décadas. En estas circunstancias, el diseño de una sociedad de consumidores en Chile responde más bien a estrategias regionales frente a las cuales las elites chilenas se mostraron más que sumisas. En suma:”Si la sociedad del consumo se afianza en Norteamérica como un fenómeno intrínseco a su desarrollo histórico económico en los albores del siglo XX; En América Latina…adviene de un modo traumático con las dictaduras militares que desplazan a los proyectos populistas o desarrollistas de la década de los sesenta. En este sentido, se podría afirmar que en nuestro continente se instalan, bajo la tutela del FMI, sociedades de consumo de tercera generación; esto es, sociedades de consumo nacidas más de estrategias globales de orden mundial que de variables histórico - políticas intrínsecas. En pocas palabras: el neocapitalismo latinoamericano representa el nuevo orden para la región. Aclaremos que más allá del modo histórico tan concreto como espurio en que emerge la sociedad de consumidores entre nosotros, este diseño socio-cultural entraña ciertas reglas constitutivas que estatuyen sus propios fines y legitimidades. En pocas palabras, la sociedad de consumidores supone una ‘mutación antropológica’ destinada a transformar profundamente no sólo las formas de vida sino los modos de ser. En este sentido, el Chile de hoy conjuga la radicalidad de lo nuevo con una difusa tradición histórica: éxtasis y memoria. Los más lúcidos pensadores políticos contemporáneos, advierten que las sociedades actuales ya no son pensables en términos de “clases” 8 sociales. En efecto, habría que consentir con Agamben en que el mundo se ha vuelto un lugar de clases medias, una pequeña burguesía planetaria en que la distinción misma de clase queda abolida en un paisaje culturalmente homogéneo cuyo principio es la ex-nominación:“Pero esto era exactamente lo que tanto el fascismo como el nazismo comprendieron, y haber visto con claridad el final irrevocable de los viejos sujetos sociales constituye también su insuperable patente de modernidad. (Desde un punto de vista estrictamente político, fascismo y nazismo no han sido superados y vivimos aún bajo). Ellos representaban, sin embargo, una pequeña burguesía nacional, todavía apegada a una postiza identidad popular, sobre la cual actuaban sueños de grandeza burguesa. La pequeña burguesía planetaria, por el contrario, se ha emancipado de estos sueños y se ha apropiado de la actitud del proletariado para renunciar a cualquier identidad social reconocible”. Si durante el siglo XX se naturalizó la oposición entre los términos Revolución y Burguesía, pareciera que el siglo XXI restituye la conjunción inicial de tales términos bajo la impronta del individualismo y la reconfiguración del capital. Tal conjunción, no obstante, presenta singularidades que bien merecen nuestra atención. La ex–nominación garantiza que las sociedades burguesas contemporáneas no exhiban, precisamente, su carácter de clase, es decir, tal como sostuvo Barthes, éstas se transforman en “sociedades anónimas”. Por ello, muchos autores hablan de una “desaparición de las clases sociales” en las llamadas sociedades de consumo. Como escribe Zygmunt Bauman: “En una sociedad de consumidores todos tienen que ser, deben ser y necesitan ser ‘consumidores de vocación’, vale decir, considerar y tratar al consumo como una vocación. En esa sociedad, el consumo como vocación es un derecho humano universal que no admite excepciones. En este sentido, la sociedad de consumidores no reconoce diferencias de edad o género ni las tolera (por contrario a los hechos que parezca) ni reconoce distinciones de clase (por descabellado que parezca)” Desde nuestro punto de vista, la indistinción de clases remite a una homogeneización de la subjetividad, todos somos consumidores individualistas. Esto quiere decir que si antaño la “burguesía” quedaba delimitada como un ethos de las elites dominantes en la sociedad, en la actualidad dicho ethos se ha masificado como vocación de consumo. Cuando un determinado ethos de clase se hace patrimonio común de una sociedad, la noción misma de clase pierde todo su valor, tanto en términos teóricos como políticos. Esta indistinción no es tan inédita como parece, recordemos que medio pelo es ya un tópico en el Chile de la segunda mitad del siglo XIX y será la base de la llamada clase media, nacida al 9 calor de la burocracia estatal y el pequeño comercio. Si antaño la indistinción de clase fue tarea de un Estado, en las actuales sociedades de consumo, ésta recae en el Mercado. 1.2.- De la convicción a la seducción La secularización del “ethos burgués” ha significado la transformación de una función económica en una función simbólica, de este modo, la figura del “burgués” deviene “consumidor”. Esta mutación debilita, desde luego, la noción política de sujeto inmanente a las Revoluciones Burguesas: “le citoyen”. La vocación de consumo o “consumismo” ha desplazado la vocación de ciudadanía y con ello la idea tradicional de democracia. Así, entonces, las sociedades de consumo constituyen un diseño sociocultural en que las sociedades burguesas administran el deseo, ya no de una clase, sino de todos sus miembros sin distinción alguna. Las sociedades burguesas han logrado instilar en las masas una fantasía imaginal que ha abolido la noción de clase, sustituyendo la conciencia histórica por la autoconciencia, el individualismo hedonista que expurga la idea misma de la confrontación de intereses entre quienes concentran la riqueza y el poder y aquellos que nada tienen. Esta transformación de la subjetividad nos trae a la memoria aquella sentencia de Benjamin, en cuanto a que los poderosos quieren mantener su posición, ya sea por la sangre es decir por la represión militar o policíaca, por la seducción de la publicidad y los medios y por el espectáculo, el fasto del poder. Las formas que está tomando el “nuevo ethos burgués”, masificado como vocación de consumo, se relacionan con un discurso “filosófico moral”. Las coordenadas del nuevo ethos delimitan nuevos fundamentos éticos que toman la forma de una “ética aplicada” en diversos ámbitos de la sociedad, desplazando así toda pretensión holística propia de las viejas ideologías. Llama la atención la relevancia e impacto que han tenido en nuestra cultura algunos discursos que van desde la “bioética” a la “cuestión moral” del calentamiento global como sostiene Al Gore. En las sociedades democráticas desarrolladas se acumulan temas de tinte ético que hablan de una renovación radical de la “consciencia burguesa”, entre los cuales, algunos poseen el aura de ser tópicos de avanzada e, incluso, de izquierdas, tales como: la cuestión de género, los reclamos del mundo homosexual, la objeción de consciencia frente al reclutamiento, la muerte asistida o la clonación. En el “Tercer Mundo”, se hace inevitable el tinte político de estas demandas a las que se suman asuntos como el 10 respeto de los Derechos Humanos, lucha contra el turismo sexual y la pedofilia; y en una zona muy borrosa, lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, entre otras cuestiones. En apariencia, distintos, todos estos temas dinamizan la cultura contemporánea y están reconfigurando la clásica filosofía moral burguesa. Un buen ejemplo de esta transformación lo constituye la exitosa campaña del actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. La candidatura de Barack Obama se mostró eficiente en dos ejes comunicacionales que la articularon. En primer lugar, el uso inteligente de las nuevas tecnologías de información y comunicación, en particular, televisión e Internet. Youtube muestra el grado de eficiencia que se puede alcanzar catalizando por esta vía una campaña “Podcast” que se opone al modelo verticalista anclado en partidos institucionales de estilo “Broadcast”. En segundo lugar, la instalación de una agenda temática cuyo vector no es otro que “la ética” de la cuestión pública. Al revisar los discursos del candidato senador Obama, observamos que éstos hablan desde una cierta “filosofía moral”, lo que está en cuestión son las actuaciones de los diversos agentes de la “res publica”. No nos estamos refiriendo, por cierto, a algunos “pintorescos escandalillos” de farándula que espantan a los más puritanos, se trata más bien de las conductas políticas en Washington respecto de los graves problemas que aquejan a millones de norteamericanos. Esto puede ser entendido desde la legitimación gubernamental de formas de tortura en los interrogatorios a prisioneros extranjeros o la violación de la privacidad de los ciudadanos hasta la oposición a los tratados sobre preservación medioambiental. No podemos dejar de advertir que en una sociedad colonizada por el “cinismo performativo”, la filosofía moral restituye un marco de referencia a los reclamos reformistas y, en este estricto sentido, resulta ser un arma política formidable. Si el uso intenso de las nuevas tecnologías cataliza movimientos sociales y culturales a través de todo el país, los fundamentos de una filosofía moral le otorgan un sentido trascendente a la acción. 1.3.- Una cultura narcisista En una crítica abierta al libro de Christopher Lasch “The Culture of Narcissim”, Jameson sostiene:"...creo que pueden decirse de nuestro sistema social cosas más incisivas que las que permite el mero uso de unas cuantas categorías psicológicas" Frente a esta observación, habría que introducir algunas precisiones. La riqueza de las tesis en torno a una 11 “cultura del narcisismo” desarrollada por Heinz Kohut a finales de los sesenta y que ha encontrado variados exponentes en la actualidad, radica, precisamente, en que un conjunto de categorías tenidas por “psicogenéticas” se desplazan teóricamente al ámbito “sociogenético”. Esta cuestión se hace evidente cuando Sennett se pregunta “¿Qué sucede si descartamos la noción de psique procreativa por completo y nos fijamos en la producción de neurosis como un asunto social, habida cuenta de que las neurosis cambian con el tiempo, tal como lo hace la sociedad?” Las sociedades de consumo constituyen un diseño socio cultural capaz de administrar el deseo, en este sentido son la forma contemporánea de un “capitalismo libidinal”. He ahí el gran aporte de los “Narcisistas de Chicago” y su profunda originalidad, postular la irrupción de una “cultura psicomórfica” capaz de reconfigurar el perfil sociogenético de nuestra época, esto es: una nueva “forma de vida” y un nuevo “modo de ser” El “narcisismo” contemporáneo no es un diagnóstico que atañe tan sólo a los individuos, sino, y principalmente, la constatación del decurso de la cultura burguesa en la sociedades de consumo desarrolladas. Como muy bien nos aclara Lipovetsky: “El narcisismo sólo encuentra su verdadero sentido a escala histórica: en lo esencial coincide con el proceso tendencial que conduce a los individuos a reducir la carga emocional invertida en el espacio público o en las esferas trascendentales y correlativamente a aumentar las prioridades de la esfera privada. El narcisismo es indisociable de esa tendencia histórica a la transferencia emocional: igualación-declinación de las jerarquías supremas, hipertrofia del ego, todo eso por descontado puede ser más o menos pronunciado según las circunstancias pero, a la larga, el movimiento parece del todo irreversible porque corona el objetivo secular de las sociedades democráticas” La exaltación cultural del individuo, es paralela a la exaltación del consumidor. Individuo y consumidor se funden en una autoconciencia capaz de abolir toda referencia histórica o de clase. Por ello, constatamos una “psicologización” de lo político y lo social. La nueva subjetividad a la que aludimos atraviesa transversalmente toda la sociedad y, en la medida que se expande este particular diseño socio cultural, corresponde al ethos cultural del siglo XXI. Los cánones de la nueva cultura psicomórfica se han sedimentado, gracias a las estrategias globales de “marketing” y publicidad transmitidas por las redes mediáticas y digitales, en una “Cultura Internacional Popular”; hoy, paisaje naturalizado en todas las latitudes del orbe. Podríamos resumir el actual estado de cosa repitiendo con Lyon: “Si la postmodernidad significa algo, esto es, la sociedad de consumidores”. Aclaremos que en una sociedad de consumidores no todos consumen, sin embargo, todos se ven 12 concernidos, pues se trata de un modo de vida y de ser. El consumismo, deviene así: “...en el centro cognitivo y moral de la vida, el vínculo integrador de la sociedad y en el centro de gestión del sistema” La nueva subjetividad del consumidor se mueve en el universo de la “seducción”, devaluando el universo de la “convicción”. Los consumidores son convocados por el gusto y el deseo más que por grandes valores. Esto que es válido para el mercado, lo es también para el ámbito político. Las democracias liberales de la actualidad están abandonando el estilo centralizado y dirigista de medios institucionalizados para seducir a las masas al estilo “broadcast”, derivando a formas horizontales de tipo “podcast”. La nueva consciencia burguesa está en la masa y es ella la que la alimenta y la promueve. Lo que antaño fue una confrontación de clases, toma hoy la forma cultural de un enfrentamiento entre “tradición”, o cualquier convicción del tipo que sea y la “moda”, una manera de nombrar la seducción. Las sociedades burguesas contemporáneas se precipitan a un aceleramiento en que las soluciones políticas siguen el mismo patrón que las mercancías: son efímeras, seductoras y ofrecen una diferenciación marginal. La nueva subjetividad burguesa torna a las sociedades de consumo a nivel planetario en una sociedad y una cultura fluida e inestable, en el límite, acelerada y vulnerable. 1.4.- Un nuevo contrato social Las Revoluciones Burguesas estatuyeron tres sujetos inéditos en la historia. El “burgués” como sujeto tecnoeconómico. El “ciudadano” como sujeto político. El “yo” (individuo) como sujeto del ámbito cultural. Los “procesos de personalización” propios de las sociedades de consumidores no hacen sino extender el principio de igualdad por la vía del consumo. El “homo aequalis” encuentra su protagonismo en una sociedad de consumo, travestido, precisamente, en “consumidor”. El “consumidor” constituye una figura propia de las sociedades de consumo que bien merece un examen más detenido. Tal como hemos señalado, una función económica se ha desplazado al ámbito cultural o simbólico. Este desplazamiento lo observamos en la figura misma del “consumidor”. En cuanto individuo (“yo”) habita el imaginario de la “libertad” y de la “libre opción”, sin embargo, en cuanto “consumidor” es una “componente funcional” del mercado. La figura del “consumidor” es de suyo ambivalente, pues la “libre opción” no es sino la regla constitutiva de su particular inserción en el mercado. Dicho de otro modo, en una sociedad de consumidores no hay una exterioridad a ella, todos habitan el mundo de la mercancía y la libre opción. 13 Una de las paradojas creadas por la sociedad de consumidores es que la hegemonía cultural cristalizada en la “moda” es administrada por las élites como una democratización y masificación del gusto. Los comportamientos discrecionales emergen, precisamente, en los sectores sociales no constreñidos económicamente. Es en este segmento donde la subjetividad se expresa con mayor fuerza, produciendo las singularidades culturales y un ethos de la permisividad. Estos comportamientos diferenciados se asocian al prestigio de los “trenders”, esto es, aquellos íconos mediáticos capaces de marcar las tendencias del gusto. Sólo una vez que se ha consolidado una “tendencia”, sea que se trate de un corte de cabello, una prenda de vestir, algún accesorio, una marca o un comportamiento sexual, alimentario o de otra índole, ésta se masifica por la vía del marketing. Al igual que los “status symbols”, las tendencias que delimitan los usos y costumbres en las sociedades hipermodernas han generado un clima de aparente libertad cultural administrada por la Hiperindustria de la Cultura a nivel planetario. Las sociedades de consumo, forma contemporánea de decir sociedades burguesas globalizadas, acentúan la pirámide económica en la distribución desigual de la riqueza, concentrando el capital en pocas manos. Sin embargo, al mismo tiempo que aumenta la desigualdad, se acrecienta en la fantasía imaginal de las masas la apariencia de una “igualdad cultural”, mediante la inversión de la pirámide simbólica. La pirámide cultural invertida opera mediante la masificación-diseminación de “ofertas” simbólicas. El aumento explosivo de “ofertas” simbólicas es traducido en la subjetividad de masas como una ampliación deL espectro de sus “opciones” culturales y en sinónimo de “libertad individual”. De esta manera, las actuales sociedades de consumo han resuelto la clásica ecuación de tres términos planteada por las revoluciones burguesas del siglo XVIII: Libertad, Igualdad y Fraternidad. La “libertad individual” frente a las opciones de la cultura supone desplazar erl problema desde el ámbito político (Estado) al ámbito tecnoeconómico (Mercado), exaltando el Yo (individuo). Así, el reclamo marxista por una redistribución de la riqueza es resignificado en términos simbólicos: ya no se trata de una reorganización económica socialista sino, más bien, de una reorganización simbólica en que cada cual encuentre satisfacción de su Yo, a través de la libre opción material y simbólica dispuesta por un mercado que reconoce a todos los consumidores en condiciones de igualdad. La sociedad de consumidores exalta el “homo aequalis”, ya no como categoría política, es decir, no como ciudadano, sino como consumidor de bienes y servicios. 14 Tomemos nota de que, el capitalismo se ha erigido sobre una triple mitología constituida por la mercantilización, la reificación y el progreso como lógica inmanente. Esto generó la crítica clásica al capital en términos de alienación, explotación y dominación. Pues bien, se puede aventurar que en una sociedad sin clases, el objeto de esa alienación pierde su centralidad, ya no el “trabajo” sino el “consumo” es el que podría ser “alienado”, y en este sentido, los términos de la crítica desaparecen del imaginario: ni alienación, ni explotación ni dominación, irrumpiendo un nuevo tipo de acuerdo social, el “consumismo”. Como señala Bauman: “Se puede decir que el ‘consumismo’ es un tipo de acuerdo social que resulta de la reconversión de los deseos, ganas o anhelos humanos (si se quiere ‘neutrales’ respecto del sistema) en la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad, una fuerza que coordina la reproducción sistémica, la integración social, la estratificación social y la formación del individuo humano, así como también desempeña un papel preponderante en los procesos individuales y grupales de autoidentificación, y en la selección y consecución de políticas de vida individuales. El ‘consumismo’ llega cuando el consumo desplaza al trabajo de ese rol axial que cumple en la sociedad de productores.” Otra paradoja del siglo presente es el papel que juega cierta izquierda como “punta de lanza” en la reconfiguración de la consciencia burguesa. Para decirlo con claridad, la sensibilidad del “progresismo” se ha convertido en un vector de renovación ético político y en un agente cultural de cambio al interior de las actuales sociedades burguesas desarrolladas. Las izquierdas del mundo “progresista” contemporáneo se inscriben en una dialéctica intrínseca de las sociedades burguesas a las que quieren contestar. De esa tensión y negación surge la posibilidad del “cambio” que, por estos días, toma la forma de mutaciones culturales y antropológicas. De hecho, su reclamo por las reivindicaciones de las minorías no hace sino acentuar el reclamo individualista y “democratizador” de las burguesías avanzadas. La izquierda, en sus versiones más “progresistas”, acelera el vector hacia una suerte de “hipermodernidad”, una sociedad que quiere modernizar la modernidad, alcanzando de este modo una cierta modernidad líquida o de flujos. En los albores del sigo XXI, asistimos a una reestructuración capitalista a nivel planetario. Las nuevas tecnologías han hecho posible una economía “postfordista” en que el viejo concepto de “subdesarrollo” ha devenido en una “dependencia en red” de muchas naciones respecto de los mercados mundializados. En América Latina, Chile, como país modélico es el mejor ejemplo de este fenómeno. La cuestión es si acaso están dadas las condiciones de posibilidad para encontrar un correlato político al actual estado de cosas. Los indicadores 15 a nivel mundial están señalando un punto de inflexión y no retorno que requiere soluciones políticas revolucionarias. El capitalismo, en su forma tradicional, ha llegado a un límite en que se impone un salto cualitativo. En un mundo que ha asistido a la extinción de la noción de “clase”, y al mismo tiempo, ha sido capaz de integrar las opciones culturales más radicales de izquierdas con todo su potencial revolucionario como lógica de “cambio”, surge la cuestión en torno a un socialismo del siglo XXI. En oposición a la noción de “progreso”, y por ende, a la idea de la historia como una secuencia lineal de acontecimientos, nos adscribimos a aquella imagen de la historia como archipiélago de islas que se conectan entre sí. Diversos tiempos alternos se actualizan en épocas diversas de manera inesperada. De este modo, la posibilidad de presenciar el advenimiento de nuevas formas socialistas, como “constelación histórica”, no hace sino traer al presente el espíritu insurreccional del siglo XIX, ya no cómo elitista consciencia de clase sino como un ethos masificado/ mediatizado por doquier en este nuevo diseño socio-cultural: las sociedades de consumo. La nueva subjetividad da cuenta de una extensión y masificación de cierta consciencia burguesa, al punto de borrar las clases sociales de la fantasía imaginal de las masas. De tal modo que, cuando no se reconoce un exterior a este ethos secularizado, las democracias liberales y el capitalismo de consumo se convierten en el punto de partida de cualquier consideración verosímil sobre el porvenir y sus posibilidades de cambio. Esto no significa anular las posibilidades de cambio, incluso de “cambios revolucionarios”. Por el contrario, significa que cualquier cambio posible sólo es pensable desde el nuevo substrato histórico cultural, mundializado, mediatizado y postindustrial; sociedades burguesas en que el deseo es administrado como vocación de consumo, otro modo de nombrar las sociedades de consumidores. 16 II.- Chile: En la era de la Hiperindustria Cultural 2.1.- Hiperindustria Cultural Para analizar los medios de comunicación debemos tener presente dos cuestiones: primero, se trata de una configuración mediática que opera de modo interrelacionado y, segundo, toda configuración mediática conforma un “régimen” que sostiene un imaginario. En este sentido, examinar los medios es examinar un régimen de significación que es, al mismo tiempo, un régimen de politicidad. En el Chile actual, cada uno de los medios, desde el más prestigioso periódico capitalino a la más modesta y alejada radio local, es una componente funcional de un régimen simbólico que administra cotidianamente el imaginario nacional. Por ello, no debe llamar la atención la tremenda homogeneidad de lo diverso que se advierte en los mass media en nuestro país. El régimen mediático reconoce, por cierto, una dimensión económica cultural que se expresa en la manera de producir, distribuir y consumir bienes simbólicos. En palabras sencillas, los medios están sujetos a los límites que impone el mercado, con todo lo que ello implica. Así, tal como se ha denunciado hasta la saciedad, la propiedad de los medios de comunicación en Chile se concentra en muy pocos grupos económicos, tanto en lo relativo a la prensa periódica, verdadero duopolio, como a las estaciones radiales y televisivas. Estos grupos de poder mediático a escala nacional no son sino “nodos” de una red planetaria de lo que podemos llamar la Hiperindustria Cultural. Es claro que la economía cultural está estrechamente ligada a determinadas condiciones políticas y económicas imperantes en Chile desde hace décadas. Una descripción mínima debiera dar cuenta de una democracia formal postautoritaria de escaso espesor y de una modernización económica de índole ultraliberal. Con una crítica tal, sin embargo, sólo atendemos a un aspecto, muy importante desde luego, pero muy parcial del asunto que nos ocupa. Pretender explicar la construcción de determinados vectores de sentido en el imaginario social y político a partir de la concentración en la propiedad de los medios resulta ser no sólo ingenuo sino poco refinado. En efecto, un régimen mediático entraña una economía cultural en estrecha relación con los contextos históricos y políticos, no obstante, posee además una 17 arista que se relaciona con los modos de significación. Entendemos por modos de significación aquella dimensión perceptual y cognitiva que alimenta el imaginario social, imágenes e ideas sedimentadas como sentido común en la vida cotidiana de millones de habitantes. Si la economía cultural en el Chile contemporáneo está signada por el neoliberalismo, los modos de significación responden al ethos propio de una sociedad de consumo. La sociedad de consumo es la configuración antropológica, cotidiana, inmediata y experiencial de un modelo tecnoeconómico como el liberalismo extremo. Podríamos resumir la cuestión en los siguientes términos: La marcada concentración en la propiedad de medios en Chile ha sido posible en virtud del orden tecnoeconómico imperante, pero la construcción de determinados vectores de sentido atiende más bien a la cristalización de un determinado tipo de sociedad de consumidores. El actual paisaje mediático en Chile se nos presenta como una paradoja en que coexiste lo diverso y lo uniforme. La uniformidad de los medios dice relación con un ethos común cuyas aristas lindan con las leyes del mercado y una despolitización de la vida cotidiana. La atmósfera cultural que impera en nuestro país no es en absoluto casual y encuentra su fundamento en el diseño antropológico fraguado durante los años de la dictadura militar. A partir de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo pasado comienza a cristalizar en Chile una sociedad burguesa anclada en el consumo, reproduciendo los diseños que ya se habían desplegado en los Estados Unidos primero y luego en Europa y el resto del mundo. Este nuevo diseño no sólo implica una mutación económica sino, y principalmente, entraña una transformación radical del carácter social: De hecho, las nuevas generaciones de chilenos han sido socializadas bajo la impronta del narcisismo como nuevo estadio del individualismo. Esta mutación antropológica puede ser descrita a través de una serie de desplazamientos: de la noción de ciudadano a la noción de consumidor, de la noción de comunidad al concepto de individuo en su sentido fuerte; de la noción de conciencia de clase o conciencia histórica a la noción de autoconciencia, entre muchos otros. Desde el punto de vista de un régimen mediático, la pregunta que habría que formular es, justamente, acerca del lugar que ocupan los medios de comunicación en este nuevo diseño socio cultural. Esto nos pone a resguardo de plantear fútiles reclamos ahistóricos, como pretender la restitución de una función cívica y didascálica para los medios, según el ideario republicano ilustrado. Los medios de comunicación en este siglo XXI constituyen nodos de una red cuya capilaridad cubre todo el mundo: 18 se trata de una Hiperindustria Cultural de escala global que produce y gestiona los flujos simbólicos. Ya no es una metáfora afirmar que el capital se ha hecho lenguaje. Los grandes consorcios construyen y administran, en efecto, todo el lenguaje icónico y auditivo: Internet, televisión, cine, radio, discografía, fotografía, prensa periódica, y editoriales. El maridaje entre el capital y los mass media no es algo nuevo, ya muchos pensadores del siglo XX denunciaron esta situación sea como cultura de masas o como industria cultural. Lo nuevo es la radicalización de esta tendencia a nivel mundial que ha sido denunciada para algunos como una forma de biopoder o, para otros, como psicopoder. Lo cierto es que la cultura contemporánea, tanto como la historia presente, está siendo construida por los flujos mediáticos que reconfiguran nuestra calendariedad y nuestra cardinalidad, al punto de fabricar el presente de la humanidad. La realidad mediática se ha convertido en una performance tecnodigitalizada. en tiempo real o, si se quiere, en un simulacro. Chile, con todas sus singularidades, no escapa al diseño matriz de una sociedad de consumidores mediatizada. Desde hace ya casi dos décadas se ha erigido en nuestro país una imagen país cuyos vértices son la amnesia, la despolitización, el consenso social, el consumo, el éxito y el individualismo. Todo ello, agreguemos, en una atmósfera de pietismo ultraconservador que reviste de un simulacro de pretendida espiritualidad a un mundo en que todas las prácticas sociales han devenido mercantiles, desde el ocio a la educación. Como en la mayoría de las sociedades burguesas, en la sociedad chilena la gestión del poder se reconoce en la represión policíaca frente a cualquier protesta o barricada, en la seducción de la publicidad y el consumo suntuario, pero también en el espectáculo a través del fasto mediático. Los medios de comunicación en Chile materializan la seducción y el espectáculo de una sociedad burguesa cuyo imaginario se ha diseminado en todos los sectores, al punto de disolver el concepto mismo de clase por el de consumidor. Es en el espacio del mercado donde se instaura el homo aequalis y no es el espacio político que supone la noción de ciudadanía. Todos los agentes políticos lo saben y han acuñado el término gente, para referirse a aquella masa indiferenciada que hace mucho abandonó el universo de la convicción, domesticada en el universo de la seducción y el espectáculo de medios. El mejor barómetro del estado actual del imaginario social en nuestro país nos lo ofrece la publicidad y los noticieros. Es en este espacio donde se construye el sentido común de la vida cotidiana, una percepción del mundo que incluye, notemos, lo político. Los medios en general, y la televisión en particular, mantienen una relación incestuosa con la 19 publicidad. Esta simbiosis entre los medios y el capital es decisiva a la hora de examinar el régimen mediático entre nosotros. Esta complicidad reconoce diversas tensiones que se resuelven en una parrilla programática cada día más ecléctica y variopinta en que coexiste sin problemas un comentario religioso sobre San Expedito yuxtapuesto a un programa de pornografía softcore. Lo mismo puede decirse de los noticieros locales que más allá de escasas diferencias escenográficas nos ofrecen una agenda muy similar de lo que se ha dado en llamar infoentertainment, una mezcla de noticias y entretención. El Chile de hoy se ha construido sobre determinados olvidos que se cuidan con sigilo en los medios. Hay puertas que no deben ser abiertas. Este Chile-tabú no es otro que aquel país sumido en el dolor y el luto, el país de los vencidos. Se trata de un sector social marginado del sueño colectivo, instilado por los medios. Así, frente al país triunfador y exitista, individualista, consumista y chauvinista hasta la xenofobia, país plebeyo por definición, se erige otro no menos cierto, el Chile que atesora retazos de una memoria histórica y de un dolor profundo. Los medios de comunicación son, finalmente, los custodios del olvido, los encargados de que ciertas puertas permanezcan cerradas para siempre en el imaginario social de los chilenos. 2.2.- La Política Podcast Las Nuevas Tecnologías de la Comunicación y la información no hacen sino exteriorizar la convergencia tecnocientífica de los aspectos logísticos, telecomunicacionales y de lenguaje que se advierten hoy. El desplazamiento hacia la videósfera, el aumento en la capacidad de memoria y la expansión del ancho de banda en las transmisiones marcan un momento histórico que pone en jaque treinta siglos de comunicación alfabética, constituyendo la mayor mutación civilizacional de la actualidad, cuyo alcance político apenas comenzamos a barruntar. Las elecciones presidenciales tradicionales constituyen una ocasión excepcional para analizar el “estado de ánimo” o ethos de un país. De algún modo, cada candidato y su respectiva convocatoria exhiben el resultado de un proceso complejo, a ratos confuso, en que se dan cita una serie de factores que deben ser tenidos en cuenta. Una campaña tradicional ha sido concebida como un modo comunicacional Broadcast, esto es, vertical y jerarquizada, cuyo epicentro es el Comité del Partido o el Equipo a cargo de la campaña. Entre los muchos factores a considerar, el primero es el diseño socio-cultural de una sociedad de consumidores. La irrupción de una sociedad de consumo trae consigo tensiones 20 inevitables que ya se hacen sentir entre nosotros. Es claro que el consumo elevado a categoría cultural (función simbólica), sitúa la noción de mercado en un plano, si no de equivalencia, al menos de isomorfismo respecto del llamado espacio público. Dicho en términos muy simples, cuando el mercado se convierte en el centro de gestión de la sociedad, en marco normativo y en fundamento de las relaciones sociales, podemos afirmar que el espacio público y el mercado se funden en una misma experiencia, aboliendo los límites entre el concepto de ciudadanía y el de consumidor. Los agentes de esta nueva realidad ya no son los pro hombres de la República, sino más bien una nueva burguesía cuyo carácter de clase es ex–nominado en el continuo de una sociedad de consumo que no reconoce “clases” en sentido estricto, sino “nichos” o “públicos” en los que se despliega el consumo bajo el imperativo del gusto. Como se ha dicho, toda conciencia histórica o de clase es desplazada por un nuevo vector cultural en que lo que orienta las conductas es, precisamente, la pulsión estética (el gusto) en las coordenadas del mercado (la seducción): esto es lo que se ha dado en llamar narcisismo sociogenético. Afirmar que el mercado es el nuevo marco de referencia que orienta las conductas exige una aclaración. El mercado es, en primer lugar, un espacio económico en que se verifican relaciones económicas. Sin embargo, tal como hemos señalado, el mercado ocupa hoy el lugar del espacio público, extendiendo su pertinencia al ámbito de las relaciones sociales, los marcos normativos (valores) y la referencialidad política. Esto es posible porque el capital se ha tornado en lenguaje, es decir, porque el mercado seduce a través de sus múltiples lenguajes. Así, la publicidad televisiva y multimedial de escala global, y al mismo tiempo personalizada, en un proceso que ha sido nominado como “mediatización”, habla todas las lenguas seduciendo a todos y a cada uno en sus preferencias particulares. El famoso aforismo de Eco, según el cual, si los signos no sirven para mentir, tampoco sirven para afirmar verdad alguna, es especialmente pertinente en el ámbito del llamado “marketing político”. La comunicación política en tiempos de la mediatización no podría ser sino una estrategia de la mentira. En una sociedad mediatizada, los candidatos-producto se exhiben ante los electores-consumidores portando cada cual su figura y su marca-partido. Las nuevas reglas constitutivas del espacio público excluyen como puro anacronismo el lenguaje deliberativo argumental, con toda su pátina retórica, proponiendo en cambio un discurso preformativo, construido en lo fundamental desde códigos audiovisuales. Si en la modernidad el vínculo político entre lo político y la ciudadanía 21 estaba definido desde la convicción, en la actualidad asistimos a la seducción como nexo privilegiado entre lo político y el ciudadanoconsumidor. La convicción supone una creencia, esto es, una verdad que se sostiene en cierta narrativa ideológica. La convicción emana del proceso mitopoyético inmanente a la modernidad, sea en su versión socialista o liberal. La convicción reclama una “conciencia histórica” o “conciencia de clase” y se expresa en lo que los pragmáticos formales llamarían actos de habla declarativos propios de los discursos morales, jurídicos, religiosos e ideológicos. Este tipo de discurso reclama, dicho sea de paso, una autoridad extralingüística, es decir: quien profiere el discurso debe estar legitimado e investido por las instituciones y además por el carisma del líder. La seducción, por el contrario, sólo es posible allí donde toda conciencia objetivante ha sido abolida pues opera más bien a nivel de la autoconciencia y está ligada a un nuevo carácter social que ha sido llamado neonarcisismo. Los discursos inherentes a la seducción se relacionan más con la comunicación estratégica que con las declaraciones. El discurso seductor prototípico lo hallamos en la publicidad. Aclaremos que tanto los discursos declarativos como los discursos de la seducción se encuentran más allá de cualquier valor veritativo, aunque se distinguen en cuanto el discurso declarativo remite a una verdad absoluta que debe acatarse, mientras que el discurso de la seducción no reclama verdad alguna pues su criterio de validez es la eficacia. La comunicación política busca, desde luego, seducir y en cuanto estrategia no podría sino validarse en el éxito alcanzado, es decir, en la eficacia. Ahora bien, este tipo de comunicación se basa en dos juegos de lenguaje muy singulares: por una parte, en los llamados actos de habla directivos y por otra en los llamados actos de habla compromisorios. En ambos actos de lenguaje, se solicita o insta a alguien a hacer algo, en los directivos se interpela a un “otro”, en los actos de habla compromisorios es el propio hablante el que se compromete a algo. Pues bien, sea que interpelemos a otro a hacer algo o que nos comprometamos a hacer algo, lo cierto es que la realización de aquello que se promete queda diferida en el tiempo. El lenguaje político es un lenguaje de interpelaciones y promesas “a futuro”. En este sentido, el discurso de la seducción opera como una promesa que sólo se puede contrastar con un incierto mañana. Esta oposición entre un presente lamentable y un futuro luminoso suscita el entusiasmo de quienes se sienten convocados en su cotidianeidad. Como se puede advertir, el discurso político no puede sino fundamentarse en una estrategia de la 22 mentira, en una promesa que invierte las miserias del presente y afirma un promisorio amanecer. Debemos considerar que para que una mentira sea verosímil se deben cumplir algunas condiciones mínimas que ya han sido exploradas y estudiadas desde la experiencia nacionalsocialista hasta nuestros días. Entre muchas otras, podríamos distinguir a lo menos una, de la que se deducen una serie de consideraciones: si bien el discurso político seductor no es, en rigor, “verdadero”, si debe poseer una buena performance. Este saber elemental de cualquier predicador se aplica como una ley al discurso político. Una buena “performance” puede ser entendida como una “puesta en escena” o “simulación” muy profesional y convincente que incluye, por cierto, un producto- candidato carismático, un discurso coherente que conjugue lo racional y lo emotivo en las dosis justas y, por último, una tematización de la contingencia que convoque a diversos públicos. La tarea del “marketing político” tradicional es, precisamente, construir un “lugar” en el cual instalar la imagen del producto –candidato, potenciado al máximo sus virtudes reales o ficticias, intentando alcanzar la máxima performatividad de su discurso, eliminando todo “ruido” que pudiera ser un lastre. El producto candidato se instala, de este modo, en el imaginario social, en el universo simbólico de la población, como imagen audiovisual, como discurso político, como figura o personaje. Esta figura es, ciertamente, un constructo, que protagonizará una pugna en el espacio público mediatizado, tratando de ganar audiencias y, eventualmente, preferencias que se traducirán en votos. La pugna política en las democracias contemporáneas no sólo se escenifica en los medios y redes sino que es inconcebible fuera de éstos. Esto es particularmente cierto en los Estados Unidos con un 71% de penetración de Internet versus el 22% promedio para América Latina. La asimilación de las diversas prácticas sociales al universo mediático constituye lo que se ha llamado sociedad mediatizada. Lo político no escapa, por cierto a esta realidad presente, tampoco entre nosotros latinoamericanos. Junto a la reestructuración del capitalismo, asistimos a la emergencia de sociedades burguesas post-revolucionarias, esto es: sociedades burguesas que han aprendido muy bien las lecciones de la Guerra Fría y que tras la caída del muro han redefinido el espacio público desde el mercado y los medios, desplazando el control social coercitivo y verticalista por una modalidad individualista y “autogestionaria”, en que la 23 posibilidad de cambio es mínima. Esto no significa, empero, que se destierre la violencia y las tensiones sociales, significa que las democracias mediatizadas asimilan simbólicamente dichas tensiones y las administran como lenguaje, como diferencia cultural. Es necesario tener presente que tanto la Campaña Broadcast como la Campaña Podcast representan dos modalidades cuyo propósito último es el mismo: seducir a las mayorías tras un determinado discurso político del cual el candidato es el vocero. No obstante, esta similitud de propósitos difiere profundamente en el modo de articular las voluntades que serán el apoyo social a una postulación. La Campaña Podcast, en este sentido, no consiste en desplazar la comunicación al ámbito de la CMC (Comunicación Mediada por Computador) gracias a tal o cual dispositivo informático. Una Campaña de modalidad Podcast consiste en la creación de “redes sociales” que actúen como soporte, utilizando como catalizador las herramientas digitales. Las redes computacionales actúan como “catalizadores” de procesos sociales y nunca como “agentes” en sí mismos. No olvidemos que en la reciente Campaña Obama, lo importante fue la creación de una “red ciudadana” de costa a costa en toda la Unión Americana, gracias a las redes digitales. La Campaña Podcast es aquella modalidad de la comunicación política capaz de crear “redes ciudadanas” capaces de difundir un discurso con el propósito de generar una mayoría. En un análisis sucinto de tipo “etnográfico virtual” se pueden establecer claras diferencias entre ambas modalidades de concebir una Campaña Política. Lo primero que salta a la vista es la obvia distancia que va del espacio virtual al espacio “real” en que se implementan y verifican los dos tipos de campaña. Observemos que el “ciberespacio”, en cuanto espacio atópico no sólo sirve para clips e información a favor de un candidato sino también para degradarlo. De hecho, junto a los videos de Barack Obama en Youtube que sumaron varios millones de visitas en cuestión de semanas, se generó en forma paralela toda una producción espuria que se mofaba del candidato afroamericano. Este tipo de conductas hubiese dado lugar a demandas y juicios en el espacio IRL (In Real Life), sin embargo fueron posibles en la red. El “ciberespacio” no sólo funciona como espacio comunicacional sino como “memoria social e histórica”, es decir, como un permanente reservorio de imágenes y sonidos. Este espacio “desterritorializado”, convierte de facto a cualquier candidato en un personaje mundial. Barack Obama alcanzó fama mundial en un muy breve lapso, no sólo por su origen étnico sino gracias a las imágenes vehiculadas por la Hiperindustria Cultural. 24 La Campaña Podcast se fundamenta en las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías en red. Así, todos los dispositivos dirigistas de los Equipos de Campaña deben coexistir con los adherentes que se organizan horizontalmente de manera cuasi – espontánea. Conviene destacar en este punto que los Equipos de Campaña deben considerar, tal y como lo hizo el Jefe de Campaña de Obama, un Equipo Podcast capaz de entregar insumos a la red (imágenes actualizadas, clips de los últimos discursos, logotipos e isotipos, mailing, newsletters). La Campaña Podcast nace de la interacción de un Equipo Podcast altamente profesional con su entorno de colaboradores, cuanto más fluida y amistosa sea esa relación, mayor será la presencia en la red y la eficacia y eficiencia de la estrategia electoral. No olvidemos que los “usuarios” son componentes funcionales de la red, y en este sentido su papel es decisivo a la hora de multiplicar el efecto y la presencia en la red de redes. Notemos que mucho del presupuesto destinado a imprimir la papelería será reorientado a asegurar una presencia estética y políticamente eficiente en la red. Dicha presencia desplaza el lenguaje desde la grafósfera a la videósfera. Esto llega al punto de que el candidato ajusta sus tiempos y su discurso a las “cuñas” audiovisuales. Notemos, además, cómo los discursos de Obama eran convertidos en seductores videoclips, diseñados en la estética blanco-negro para realzar su carácter documental. El carácter telegénico del candidato emana de este ajuste entre su propia imagen y discurso con las posibilidades tecnológicas de difusión. Un discurso escasamente deliberativo, más rico en frases altisonantes y rotundas de carácter preformativo, en que el público local actúa como decorado emocional. La construcción socio-comunicacional de Barack Obama resulta emblemática de cómo se hace una Campaña Podcast, una lección que los políticos del siglo XXI deberán aprender. El carácter telegénico de un personaje no es casual y responde a dos niveles de análisis etnográfico virtual. El primero se relaciona con la índole de su discurso. En el caso del primer presidente afroamericano podemos advertir un claro énfasis en una enunciación de Filosofía Moral. Como ya se sabe, este tipo de discurso está muy arraigado en la cultura estadounidense y mezcla el polo racional con las emociones más profundas de su pueblo. Cuestiones como la “libertad”, la “esperanza”, responden al credo norteamericano desde sus orígenes. Cuando Obama plantea su discurso en estas grandes cuestiones, logra superar la contingencia, siempre teñida de miserias, e instalar un horizonte de sentido capaz de redimir el presente. Para ello, alude con frecuencia otros momentos históricos que se hacen presente en su persona. Las figuras de John F. Kennedy y Martin Luther King estuvieron siempre presentes junto a él, con él. Esta conjunción histórica del imaginario en que un “otrora” es 25 traído al “ahora”, conectando un presente con un “presente diferido” se materializa en una serie de videoclips en que las imágenes referidas se hacen explícitas. Así, las imágenes de MLK y JFK coexisten en un mismo plano temporal con aquella del candidato Barack Obama, instalando en el imaginario de sus adherentes y simpatizantes la idea de una “herencia histórica”.De este modo, el carácter telegénico de Obama se ha construido a partir de operaciones tanto político-discursivas como de montaje audiovisual. La Campaña Podcast, en cuanto se exterioriza en el videoclip que circula en la red se acerca a la estética del collage. Esta estética de las vanguardias se basa en el tiempo discontinuo, en que la historia puede conectarse en sus diversos momentos de manera inesperada. Una Campaña Podcast lleva al límite las capacidades de la seducción como destino último, en cuanto se instala en el imaginario social desde el verosímil audiovisual que reclama su autenticidad histórica y de sentido. No se trata de una larga perorata filosófico-argumentativa sino más bien de un “flechazo” que al igual que el enamoramiento acontece de manera súbita y fulminante. Es allí, en la dialéctica del instante en el que acontece la secreta alquimia emocional y racional al mismo tiempo de aquello que llamamos el carácter telegénico de un candidato. Hay un antes y un después de Barack Obama en el ámbito de la Comunicación Política. La llamada “Obamanía” desatada en el mundo desde hace algunos meses debe hacernos reexaminar algunos de los supuestos fundamentales de nuestra disciplina. El triunfo histórico del primer presidente afroamericano en los Estados Unidos viene de la mano con un cambio mayor en el dominio de las campañas políticas. Como ya hemos aprendido de la historia, las herramientas comunicacionales pueden servir a muy diversos propósitos. No olvidemos que los grandes avances de la imagen documental y de los medios de propaganda modernos se dieron, precisamente, en la Alemania nacionalsocialista; cuyos métodos se replican todavía en muchas partes del mundo por regímenes corruptos y autocráticos, cuando no totalitarios. La Campaña Podcast muestra las posibilidades de articular dos realidades en apariencia disociadas, la de las redes digitales y aquella de las “redes ciudadanas”. En este sentido, las nuevas tecnologías pueden catalizar, como hemos señalado, nuevas prácticas sociales tendentes a una mayor participación y a una mayor responsabilidad de los ciudadanos en la res publica. Finalmente, la Campaña Podcast nos demuestra que más allá de todos los virtuosismos tecnológicos, la política la hacen los seres humanos dotados de razón, pero también de una conciencia ética y de 26 emociones: el mañana se fragua ineluctablemente en el corazón de este animal político que somos todos. 2.3.- El ocaso de la intelligentsia A fines del siglo XIX, la cultura en el ámbito latinoamericano sufrió una gran conmoción que tuvo consecuencias estéticas y políticas. Ángel Rama ha dado buena cuenta de ello a propósito de Rubén Darío En efecto, la irrupción del mercado transformó el régimen de significación prevaleciente hasta 1900. Como escribe Ángel Rama, en su libro “Rubén Darío y el modernismo”:”La repetida condena del burgués materialista en que unánimemente coinciden los escritores del modernismo, desde los esteticistas que acaudilla Darío —como se puede ver en su cuento “El rey burgués”—, hasta sus objetores, poseídos de la preocupación moral o social, tanto en la línea apostólica de Martí como en la didáctica de Rodó, responde a la más flagrante evidencia de la nueva economía de la época finisecular: la instauración del mercado” Es interesante destacar que la crisis finisecular que conmueve al modernismo se traduce en el ocaso de los “poetas” como figuras protagónicas del quehacer cultural de la época. Explica Rama: “Producida la división del trabajo y la instauración del mercado, el poeta hispanoamericano se vio condenado a desaparecer. La alarma fue general. Se acumularon centenares de testimonios denunciando esta situación y señalando el peligro que para la vida espiritual profunda de las sociedades hispanoamericanas comportaba la que se veía como inminente desaparición del arte y la literatura. A los ojos de los poetas, el mundo circundante había sido dominado por un materialismo hostil al espíritu, en lo que no se equivocaban mucho, y si algunos confundieron la fatal quiebra de los valores retóricos del pasado con la extinción misma de la cultura, los más comprendieron agudamente lo que estaba ocurriendo” Hagamos notar que paralelo a este ocaso del poeta, emergía en Francia una figura inédita, el “intelectual”. Recordemos que en 1898, Èmile Zola escribe su famosa carta “J’Accuse” en el diario “L’Aurore”, dirigida nada menos que al Presidente de la República, lo que le valió un proceso por difamación y un breve exilio en Londres. Mientras la figura histórica del poeta era degradada a la condición de excrecencia que ya no encuentra sitio en una sociedad burguesa mercantilizada, el intelectual ligado a los medios de comunicación comienza su camino para convertirse en la “conciencia moral” de su sociedad. El nuevo régimen de significación ya no podía otorgarle al poeta dignidad alguna, quizás fue Baudelaire uno de los primeros en advertir este fenómeno cuarenta años antes en París. Ante el advenimiento de una nueva configuración económico –cultural que se convertirá en pocas 27 décadas en la naciente “industria cultural”, es decir ante un nuevo modo de producir, distribuir y consumir los bienes simbólicos, la única posibilidad para los poetas fue la de convertirse en intelectuales. En tanto la analogía del poeta y el anarquista lo volvía un personaje peligroso e indeseable, muy difícil de vindicar; el intelectual ligado a los libros de ideas como dispositivos de una gran industria editorial de gran tiraje, emergía como un “líder de opinión” y, en el límite, como “ideólogo” en una sociedad de masas convulsionada por revoluciones de distinto sello. El lugar del intelectual era discutido entre fascistas, marxistas y liberales, pero pocos se atrevían a negarle su espacio y dignidad. En la actualidad, hay muchos que anuncian el fin de los intelectuales De hecho, podemos constatar a diario que el nuevo “sentido común” ya no viene de ilustrados “líderes de opinión” sino de los medios de comunicación y sus “estrellas”. Este nuevo estado de cosas remite, por cierto, a una reconfiguración cultural que en toda su radicalidad implica un nuevo régimen de significación: la hiperindustrialización de la cultura. Antes de caracterizar la encrucijada en que se encuentra la figura del intelectual, se hace indispensable introducir algunas distinciones teóricas a la escena comunicacional contemporánea. Entre las muchas acepciones que puede tener la noción de “cultura”, está ciertamente, aquella de índole comunicacional. En efecto, la cultura puede ser entendida en cuanto una cierta configuración o régimen de significación que estatuye límites y posibilidades en dos sentidos: en primer lugar, toda cultura genera un modo de producir, distribuir y consumir bienes simbólicos, es decir, toda cultura posee una dimensión “económico – cultural”. En segundo lugar, y no menos importante, los límites y posibilidades de un cierto régimen de significación trazan el horizonte de “lo concebible”, esto es, las posibilidades del imaginario social, tanto desde una dimensión perceptual como cognitiva. Así, entonces, la cultura en tanto régimen de significación no sólo atañe a la dimensión objetiva del fenómeno sino también a la dimensión subjetiva. Entre los primeros en advertir las mutaciones que traía consigo la industrialización de las comunicaciones se destaca la figura de Adorno, quien acuñó el concepto de “industria cultural”, para hacer evidente la producción seriada de bienes simbólicos. Por su parte Walter Benjamin mostró con nitidez las implicancias del nuevo modo de significación, en cuanto una abolición del modo de existencia aureático de las obras y la subsecuente transformación del “sensorium” bajo la experiencia del “shock”. 28 El diagnóstico de los frankfurtianos bien merece ser revisado a más de cinco décadas, pues hoy resulta claro que a la reproducción mecánica advertida por Benjamin se suma la hiperreproducción digital, devenida una practica social de bajo coste y sin pérdida de señal. Este panorama crea en los hechos las condiciones de posibilidad para una hiperindustrialización de la cultura, esto es, la expansión de una red capilar, abierta y horizontal, que permite una comunicación no centralizada al modo “Broadcast” sino el acceso de todos a todos: “Podcast”. La Hiperindustria Cultural, dirigida a públicos hipermasivos, es capaz de crear una sincronización plena entre los flujos temporales de conciencia y los flujos massmediáticos audiovisuales, transformando con ello la cardinalidad y temporalidad del imaginario social contemporáneo. El plañidero reclamo ilustrado ante la actual cultura de masas inmersa en las coordenadas de las sociedades de consumo, pretende instituir el momento de la reflexión y la convicción frente a un mundo de flujos orientado hacia la seducción, convirtiéndose en mera nostalgia ante un capitalismo libidinal cuyo epicentro no es sino el deseo. La figura del intelectual nacido en una época en que el “sensorium” estuvo marcado por un régimen cuya configuración básica fue la “grafósfera” como matriz mental, se encuentra ahora en una encrucijada compleja ante el nuevo mundo de la videósfera, nuevo modo de percibir, conocer y pensar. No olvidemos que el intelectual es la exaltación del individuo privilegiado, aquel sujeto de las sociedades burguesas que por sus virtudes y conocimientos era capaz de iluminar a las masas. El intelectual es el autor, la “auctoritas”, el propietario y origen de un discurso. Tal figura es impensable en un mundo plebeyo mas igualitario. El “homo aequalis” instituido como “usuario” o “consumidor” no es compatible con la noción de intelectual. Así, tanto la nueva división del trabajo, como una cultura igualitaria y consumista ligada genéticamente al espectáculo, no admite ni necesita intelectuales. Si hace un siglo, la figura de Caín se encarnó en el poeta que no encontró su lugar en las sociedades burguesas finiseculares, hoy en día el “expulsado del Paraíso” es el intelectual. Nuestra hipótesis apunta a un doble movimiento, por una parte, una transformación del régimen de significación en los albores del siglo XXI, esto es, una mutación simultanea de la dimensión económica cultural como de los modos de significación que excluye la figura histórica del intelectual. Pero, al mismo tiempo, el fenómeno posee un alcance político no menor: la extinción del 29 pensamiento crítico. Así, entonces, el mentado “silencio de los intelectuales” remite tanto a una “revolución cultural” derivada de la convergencia tecnocientífica logística, y de telecomunicaciones que ha transformado los “códigos de equivalencia” de una cultura planetarizada, como a una hegemonía política de los flujos de capital devenido significantes digitalizados. Asistimos a la paradoja en la cual pareciera que los intelectuales han enmudecido, precisamente, en el momento histórico en que se multiplican las “buenas causas” que bien merecen una reflexión seria: degradación de la biosfera, empobrecimiento de los medios de comunicación social, extensión global de la violencia y pauperización acelerada de gran parte de la humanidad. Como afirma Subirats en su libro “Violencia y civilización”: “Definir este cambio histórico es una tarea compleja… Pero podemos formularlo provisionalmente a partir de tres constituyentes que definen la crisis civilizatoria de nuestro tiempo: primero, la destrucción de la biosfera; segundo, la eliminación de las memorias culturales; por último, el nihilismo, el principio ético y epistemológico autodestructivo que alimenta nuestro presente histórico” Si el presente representa ya un descalabro planetario nunca antes visto, las previsiones para el futuro inmediato resultan apocalípticas: “La perspectiva sobre el futuro que arrojan estos cuadros sociales es simplemente aterradora. Presupone que una fracción creciente de la humanidad tiene que ser excluida del derecho a la supervivencia, ya sea en términos monetarios, sometiéndoles a políticas corruptas y economías de expolio, o bien bajo las restricciones, cada día más extremadas, al acceso social de los recursos naturales más elementales, como agua, tierra y aire no contaminados. El principio de esta exclusión ya ha sido formulado por las políticas y las elites de las grandes corporaciones y organizaciones militares mundiales a lo largo del 2003. Y se ha hecho precisamente en los foros y las cumbres de las Naciones Unidas.” Frente a esta verdadera distopía convertida por la Hiperindustria Cultural en imágenes cotidianas, la figura del intelectual se encuentra sintomáticamente ausente. Tal parece que su ausencia es condición de posibilidad para que la pesadilla siga adelante, esto es lo que piensa nuestro autor cuando señala: “Este proceso de regresión cultural no podría tener lugar sin una condición preliminar: el silencio de los intelectuales bajo cualquiera de sus manifestaciones, ya sean artísticas o académicas, periodísticas o literarias” Este silencio de los intelectuales no obedece, desde luego, a la “voluntad” del estamento académico o artístico. Se trata más bien de una mutación del régimen de significación que acompaña un proceso todavía mayor 30 cual es la nueva configuración del capital a escala global. Como denuncia Subirats:” Lo que quiero denunciar es más bien que este artista o intelectual ha sido aislado y trasformado, y en última instancia eliminado a través de las normas de la industria cultural y de la reconfiguración de la vida académica bajo las categoría corporativas de departamentalización y profesionalidad.” La conclusión de Subirats es apasionada y rotunda: “Bajo la primacía absoluta de la ficcionalización de lo real y de la reducción de la cultura a entertainment se han eliminado las voces y las tradiciones intelectuales más lúcidas del siglo XX como si no fueran otra cosa que un deliro superfluo” Se advierte en nuestro pensador un cierto talante “ilustrado” que al igual que Adorno, desconfía de los medios masivos y del entertainment, reponiendo en cierto modo un debate de los años sesenta. Nos interesa destacar, sin embargo, la primera afirmación en torno a una “ficcionalización de lo real”. Efectivamente, la hiperindustrialización de la cultura logra una sincronización plena entre los flujos temporales de conciencia y los flujos massmediáticos, produciendo una “ficcionalización de lo real”, modo oblicuo de afirmar que los medios de comunicación han alcanzado la capacidad para fabricar el presente histórico. Esta capacidad ya no se afinca en la escritura como sistema retencional sino en la digitalización audiovisual. Cualquiera sea la envergadura de la pesadilla en que estemos inmersos, es innegable que ésta se nos ofrecerá como una virtualidad HD (High Definition). Nada de este virtuosismo tecnológico, empero, le resta urgencia y legitimidad al reclamo del filósofo: “La alegre banalización y la subsiguiente abdicación de las tradiciones críticas en las culturas de cuatro continentes, la insolidaridad con las resistencias y protestas sociales en nombre de la superación de los sujetos históricos, y la celebración de la cultura como espectáculo han enmudecido a esa intelligentsia tachada frente a lo que hoy se exhibe obscenamente como sus últimas consecuencias: la trivialidad de la guerra como videojuego, la deconstrucción estadística de la democracia como performance, y una devastación de ecosistemas, comunidades humanas y culturas de magnitudes incontrolables bajo el espectáculo global de paraísos comodificados y una arcaica impasibilidad social” El ocaso de la figura del intelectual es un proceso histórico y cultural en curso, derivado de una acelerada hiperindustrialización de la cultura. No obstante, el reclamo de Eduardo Subirats encuentra su asidero en algo todavía más profundo: no se trata del fin del “pensamiento” sino más bien 31 del ocaso de un cierto “pensamiento crítico”. Así, un proceso histórico y cultural es, al mismo tiempo, un proceso político. La situación es inquietante, pues a fines del siglo XIX, la figura del poeta se desplazó hacia la del intelectual, lo que le garantizó cierta dignidad en las nuevas coordenadas económico culturales. Recordemos que, finalmente, los poetas de fines del siglo XIX lograron instalarse en las nuevas coordenadas culturales, transformándose en intelectuales. Como escribe Rama: ”Pero había un modo oblicuo por el cual los poetas habrían de entrar al mercado, hasta devenir parte indispensable de su funcionamiento, sin tener que negarse a sí mismos por entero. Si no ingresan en cuanto poetas, lo harán en cuanto intelectual. La ley de la oferta y la demanda, que es el instrumento de manejo del mercado, se aplicará también a ellos haciendo que en su mayoría devengan periodistas. En efecto, la generación modernista fue también la brillante generación de los periodistas, a veces llamados a la francesa “chroniqueurs”, encargados de una gama intermedia entre la mera información y el artículo doctrinario o editorial, a saber: notas amenas, comentario de las actualidades, crónicas sociales, crítica de espectáculos teatrales y circenses, eventualmente comentario de libros, perfiles de personajes célebres o artistas, muchas descripciones de viaje de conformidad con la recién descubierta pasión por el vasto mundo. Cronistas específicamente fueron Gómez Carrillo y Vargas Vila, pero también lo fueron Gutiérrez Nájera y Julián del Casal, y, sobre todo, los dos mayores: Martí y Darío”. La situación en la actualidad es muy otra: el intelectual no encuentra un locus al cual pudiera desplazarse. Las categorías de “experto” o “consultor”, así como la de “académico” requieren no sólo de una alta especialización sino que exigen las más de las veces una mirada pretendidamente “científica y objetiva”, esto es, “despolitizada”. Por lo demás, el campo laboral de los “expertos” y “consultores” está constituido por gobiernos, corporaciones u organismos multinacionales cuyos intereses están predeterminados. Por otra parte, el espacio universitario no sólo se ha profesionalizado sino que además se ha privatizado, al punto de convertir los centros de estudios superiores en verdaderos “Think Tanks” de gobiernos y empresas transnacionales. En las actuales circunstancias, cualquier reivindicación de la tradición crítica supone la exclusión de los circuitos legitimados. Así como el poeta fue degradado hacia fines del siglo XIX a la condición de anarquista y peligroso; hoy, el pensamiento crítico y con ello la figura del intelectual es degradado a la condición de lo marginal y lo excéntrico, cuando no, a cómplice de la violencia y el terrorismo. El intelectual de tradición crítica carga con la marca de Caín y es, en el mejor de los casos, un molesto diletante muy lejano de aquella “conciencia moral” de otrora. La nueva “conciencia 32 moral” está ahora instalada en los medios hipermasivos que transmiten en tiempo real la historia pasada, presente y futura de la humanidad. La figura del intelectual ha quedado atrapada en un doble movimiento, que como una telaraña se expande por el mundo entero. Primero: El mismo desarrollo de la industria cultural que catapultó a los intelectuales hasta los años setenta, hoy los sepulta al desplazar su “lenguaje de equivalencia” desde la escritura al audiovisual digitalizado en red. La hiperindustrialización de la cultura, forma contemporánea de los flujos simbólicos hipermasivos, hipermediales y anclados a la estética del “shock”, deja fuera el pensamiento deliberativo – reflexivo - critico inherente al ejercicio escritural y toda forma de actividad intelectual. Segundo: La caída del muro como exteriorización de una crisis mayúscula de los metarrealatos de la modernidad y de sus excesos, ha creado las condiciones de posibilidad para un nuevo “ethos”, sea que le llamemos postmodernidad, hipermodernidad o postcomunismo. El nuevo “ethos” entraña, que duda cabe, serios riesgos políticos, pues tal como ha señalado Eagleton en “Las ilusiones del postmodernismo”: “El pensamiento postmoderno del fin – de - la - historia no nos augura un futuro muy diferente del presente, una imagen a la que ve, extrañamente, como motivo de celebración. Pero hay en realidad un futuro posible entre otros, y su nombre es fascismo. La gran prueba del postmodernismo o, por lo que importa, de toda otra doctrina política, es cómo zafar de esto. Pero su relativismo cultural y su convencionalismo moral, su escepticismo, pragmatismo y localismo, su disgusto por las ideas de solidaridad y organización disciplinada, su falta de una teoría adecuada de la participación política: todo eso pesa fuertemente contra él”. Bastará tener en mente la llamada “Global War”, o Guerra Global contra el terrorismo, que supone un estado de guerra permanente, difusa y que compromete al planeta en su totalidad. Una guerra, por cierto, que supera el “complejo militar industrial” de mediados del siglo XX e inaugura el “complejo militar mediático”. Lo mediático y lo militar son dos componentes fundamentales que nos traen a la mente el concepto de “fascismo”. Como escribe Subirats: “Bajo esta doble constelación el nuevo poder mediático y militar global ha creado aquella misma condición objetiva elemental bajo la que Walter Benjamin o Pier Paolo Pasolini definieron el fascismo moderno: el estado general de impotencia de una humanidad disminuida a la función de espectador y consumidor de su propia destrucción” Desde otra perspectiva, este nuevo “ethos” cultural excluye la figura del intelectual como artífice de nuevas ideas. El nuevo estatuto del saber y la imaginación teórica se ha tornado “perfomativo” e interdisciplinario. Hoy son los equipos de “expertos” los que generan “nuevas jugadas” en la 33 pragmática del saber. Aclaremos que cuando afirmamos el ocaso de la figura histórica del intelectual, nos referimos a aquello que Walzer denomina “crítico social” cuando escribe: “Sin duda las sociedades no se critican a sí mismas: los críticos sociales son individuos, pero también son la mayor parte del tiempo, miembros que hablan en público a otros miembros que se incorporan al habla y cuyo discurso constituye una reflexión colectiva sobre las condiciones de la vida colectiva” La extinción de los intelectuales ha generado un vacío que es llenado a diario por los medios de comunicación. Son ellos los encargados no sólo de regular el registro y el tono de los grandes temas sino de proponer a su público hipermasivo el repertorio de tópicos que merece nuestra atención. El lugar de la convicción que alguna vez ocupó el docto intelectual ha sido barrido del imaginario contemporáneo por el lugar de la seducción propio del comentarista u “opinólogo”. El opinólogo, inédita figura del siglo XXI, se distingue del intelectual en cuanto se trata de un animal televisivo y telegénico, espacio en que se legitima al emitir opinión. El opinólogo es el cúlmen del “homo aequalis”, no hay distancia respecto de su público hipermasivo. Esta nueva figura no apela a episteme alguno, su saber se instala en el “sentido común” que no reconoce límites. Su discurso plebeyo contornea el imaginario de las masas, desde lo sentimental y melodramático a la opinión política promedio. Lejos de cualquier relación asimétrica, el opinólogo encarna y expresa la “Vox Populi”, la dimensión cotidiana y obvia de la existencia. En las antípodas del intelectual, el opinólogo habita el mundo audiovisual, pariente lejano del comediante, el orador y el “clown”. Con todo, cuando algún intelectual entra al mundo mediático, lo hace al precio de travestirse en una figura televisiva, sea como comentarista u opinólogo. Es más, la figura del intelectual es caricaturizada por los clichés de la farándula: un personaje excéntrico, gris, opaco y denso que habla un lenguaje incomprensible. El pensamiento y el saber sólo son valorados en cuanto productivos y utilitarios, basta revisar las expectativas educacionales de los padres para sus retoños. Al comenzar este siglo XXI vemos periclitar la figura centenaria del intelectual como exteriorización de una mutación mucho más profunda. Asistimos al ocaso de aquella “ciudad letrada” descrita por Ángel Rama en su obra homónima y al advenimiento de la “ciudad virtual”. Los áulicos espacios de nuestras bibliotecas van cediendo poco a poco a las bases de datos que se multiplican en la red. Es ya un lugar común denunciar cómo las seductoras pantallas digitales y sus derivados van desplazando a los libros y a la lectura. El siglo XXI es el siglo del bullicio, vivimos la saturación de imágenes y sonidos, nuestras metrópolis están inundadas de mercancías, ruido, luces 34 y pancartas digitales. Pero, paradojalmente, éste es el tiempo en que las ideas radicalmente nuevas y creativas se han tornado más escasas que nunca. En ese sentido, este es también un tiempo de censuras y silencios. 35 3.- Promesas, Ocasos y Utopías 3.1.- El sueño chileno Eugenio Tironi aborda diversas aristas de lo que él llama "el sueño chileno", en su libro homónimo publicado en 2005. Su diagnóstico apunta a un cierto proceso revolucionario que habría vivido nuestro país, en cuanto a que nuestro modelo de organización social habría transitado desde un modelo de tipo europeo hacia uno de tipo norteamericano. Así, el Chile actual está tensionado por un excesivo individualismo y un marcado espíritu de competencia, ambas, fuerzas centrífugas respecto de toda instancia integradora de lo social. Este paso de lo europeo a lo norteamericano se habría verificado en dos momentos revolucionarios claros, primero como una radical transformación tecnoeconómica durante la década de los ochenta y una restauración de un modelo político democrático durante los años noventa. Esto trae como consecuencia un debilitamiento de la identidad – país. Chile adolece de un déficit comunitario, las experiencias traumáticas de las décadas precedentes explicarían esta carencia, de suerte que la gran tarea de hoy es reinventar la nación, la familia y la educación como instancias de cohesión comunitaria. En palabras de Tironi: "Para avanzar en la dirección de reinventar la identidad chilena es necesario revitalizar sin complejos los mitos fundacionales de la nación... producir un "sueño chileno" capaz de aglutinar, dotar de sentido y proyectar a esta "comunidad imaginada" llamada nación" Aunque el mismo autor reconoce los límites en que se inscribe su visión al señalar que "...no han sido superados los recelos y temores provocados por una época traumática de la historia reciente...”, entiende por época traumática la violación del derecho de propiedad de empresarios y terratenientes y la violación de los derechos humanos de los trabajadores. Es interesante hacer notar cómo el autor hace equivalentes dos momentos históricos, aunque parece olvidar que lo que él llama violación del derecho de propiedad correspondió a una demanda por justicia social de amplios sectores de la población planteada por un gobierno democrático, en un estado democrático y que, se vio frustrada, precisamente, por un cruento golpe de estado que hizo de la violación de los derechos humanos una forma de gobierno. No parece haber términos de equivalencia – ni éticos ni políticos - entre ambas realidades. 36 Tampoco se hace tan evidente que a las transformaciones de orden tecnoeconómico se siga una verdadera consolidación democrática. Admitamos, por de pronto, que a partir del año noventa cambia en nuestro país el vector que orienta la actividad política, ello indica más bien el inicio de un proceso y no la cristalización de un modelo. Tanto es así que, todavía hoy, siguen pendientes temas cruciales para un estado democrático, cuestiones que van desde las reformas constitucionales (ley de elecciones, legislación laboral, legislación tributaria, entre otras) hasta asuntos más contingentes y puntuales. Como sea, es claro que nuestro país dista mucho aún de lo que pudiera llamarse la consolidación de un modelo democrático. Creer que los gobiernos concertacionistas han resuelto la cuestión política en Chile no sólo es ingenuo sino de una inquietante miopía histórica. No obstante todas los reparos que merece la argumentación a la que ya nos tiene acostumbrados este autor, subsiste una pregunta no exenta de interés y que podríamos formular en los siguientes términos: ¿es concebible la nación (cualquiera sea la acepción que tomemos del concepto) en una sociedad como la chilena de hoy? ¿Es posible sostener la idea misma de nación en un mundo en creciente mediatización – globalización? En el caso de nuestro país, el mentado "sueño chileno" encuentra dos claros límites que lo acotan. En primer lugar, existe una evidente limitación histórica y social; en segundo lugar, existe un límite de época y que remite a la cultura contemporánea. Pensar un "sueño chileno" en una sociedad en que la inequidad es uno de sus sellos distintivos a nivel mundial parece, por lo menos, fuera de lugar. Durante los años ochenta, Chile era mirado en la comunidad internacional como un lamentable país del tercer mundo que mostraba las llagas de una dictadura atroz que expulsaba y torturaba a sus ciudadanos; sus emblemas a nivel internacional eran la población La Victoria, donde se asesinaba sacerdotes, el Estadio Nacional, convertido en los setenta en un campo de concentración, en fin, el mismo palacio de La Moneda donde se inmoló el Presidente Salvador Allende en medio de dantescas llamaradas fue la triste postal de esta república sudamericana. Si bien durante los noventa se intentó un "blanqueo" de la imagen – país y se comenzó a hacer creer al mundo que aquí se verificaba el "milagro chileno", tal como se habló del "milagro brasileño" tras el golpe de 1964 o del "milagro venezolano" gracias al alza petrolera de 1973, no debemos perder la perspectiva. Los países no pasan de una dictadura tercermundista al desarrollo en una década, eso no ocurre ni ha ocurrido nunca. Más allá del delirio capitalista de algunos, lo cierto es que las cifras concretas del Chile real hablan de un país que, es cierto, ha crecido 37 económicamente, pero mantiene grandes carencias de orden social, cultural y político. Bastará observar lo que acontece con los magros índices en calidad educacional, el hecho brutal de un quinto de nuestra población en los límites de la pobreza, el escaso impacto tecnológico en el crecimiento del PIB o formas arcaicas y poco democráticas en nuestro poder legislativo, por no mencionar algunos signos de la consabida y "típica" corrupción latinoamericana que se ha instalado en nuestra sociedad. Un diagnóstico moderado debiera mostrar el perfil de una democracia post autoritaria marcada por la impunidad y por la desigualdad, un país que apenas sale de una pobreza que arrastró por decenios y que tímidamente se asoma al mundo. En suma, el "sueño chileno" está asediado por una serie de pesadillas y fantasmas, que dista mucho del Mundo Feliz imaginado por Tironi. Un segundo aspecto que debiera ser considerado a la hora del pensar el "sueño chileno" dice relación con el contexto de época en que se plantea el asunto. No se puede negar que junto a los procesos de globalización, crece con renovada fuerza el énfasis en lo local, esto no significa, empero, que los grandes temas contemporáneos sean pensables en los límites de los estados nacionales. Esta lección la ha aprendido muy bien Europa que le muestra al mundo un "sentido comunitario" más amplio, rico y generoso que aquel enmarcado en la idea de nación. El sueño chileno reclama, a esta altura, sensatez. Esto quiere decir que Chile debiera reinsertarse en la comunidad latinoamericana, privilegiando en sus relaciones no sólo la hegemonía económica mercantil sino y, muy especialmente, un "sentido comunitario" regional en que nuestra cultura, nuestros valores democráticos y nuestro reclamo de dignidad fuese nuestra bandera. Las naciones se constituyen, a nuestro entender, como un reclamo de dignidad. Ello implica construir una sociedad justa, pacífica y generosa que sirva de ejemplo a otras naciones. Si hemos de tener una presencia en el mundo globalizado, ésta será una presencia compartida con aquellos pueblos que han compartido en gran medida nuestra historia, nuestra lengua y nuestro dolor. 3.2.- La polución de Santiago de Chile Por estos días, las autoridades españolas han resuelto eliminar de Madrid la última estatua que celebraba al dictador Francisco Franco. De algún modo, la sociedad española va depurándose de toda la simbología que permanecía como una mancha de su propio pasado histórico. Es obvio que la historia no se puede rescribir, nadie puede borrar ni las muertes ni el dolor de aquellos años. Se puede, no obstante, evitar que se glorifique y se celebre en el espacio público hechos y personajes que más bien reclaman luto y recogimiento. 38 En nuestro país, tras el fin de la dictadura de Pinochet, aún persisten símbolos que aluden a aquellos años funestos. Por de pronto, existe una avenida que como una insolente daga clavada en la ciudad rememora la triste fecha de un golpe de estado. A esto habría que agregar toda una retahíla de "estatuas vivientes" que, con uniformes y sin ellos, desfilan impunes por la vida pública y ocupan altos cargos en el poder legislativo o en gobiernos locales. El repertorio simbólico de una ciudad no es una cuestión menor y, querámoslo o no, éste nos habla del estado en que se encuentran las cosas en nuestro país. El hecho lamentable de que pervivan entre nosotros los signos de la dictadura, nos hace evidente que estamos muy lejos de haber dejado atrás dicha experiencia. Todavía hoy el manto oscuro y silencioso del régimen militar tiñe nuestro imaginario y cubre nuestras calles. Quizás, lo más preocupante sea, precisamente, que no hablemos de ello. Pareciera que la sociedad chilena hubiese naturalizado esta presencia como un aire de cementerio que se cuela por los meandros de esta urbe que, al mismo tiempo erige imponentes torres de cristal. Así, cada vez que las retroexcavadoras hunden sus dientes para construir un nuevo rascacielos, aparecen osamentas que, como una pesadilla, vuelven una y otra vez. Nuestra ciudad capital lleva en sí, a más de treinta años, las cicatrices que marcaron su historia reciente. Tal vez es ya hora de ir restañando estas heridas urbanas, borrando los nombres de avenidas que ofenden y humillan a las nuevas generaciones con su vetusto griterío golpista de antaño. Tal vez ha llegado ya el tiempo de que el viejo coro cómplice del dictador comience a retirarse a sus cuarteles de invierno. La ciudad, nuestra ciudad, como un hogar común, será un lugar grato y habitable siempre y cuando aprendamos a limpiar su rostro de lágrimas y heridas. Si queremos una ciudad más amable para todos, es el momento de descontaminarla de aquellos infaustos signos. A lo mejor así logramos que nuestros muertos descansen al fin en paz. A lo mejor así logramos que vuelva a florecer la vida, siempre la vida, entre nosotros. 3.3.- El discreto encanto de la corrupción Nuestro continente ha sido terreno propicio a toda suerte de irregularidades de todo tipo. Se podría argumentar en el sentido que la anormalidad, lo irregular, constituye uno de nuestros rasgos característicos. Es por esto que nuestros grandes pensadores latinoamericanos han propuesto la "disglosia" como impronta cultural de 39 nuestra América. Dos lenguajes coexisten entre nosotros, la lengua, la escritura plasmada en una Constitución republicana que como una marmórea estatua habla de nuestras grandezas y dignidades, cada Carta Fundamental parece arrancada de un libro de historia y debe ser leída con la voz del tribuno. El otro lenguaje lo constituye la realidad cotidiana, la vox populi, la práctica soterrada de nuestra cotidianeidad. Esta dualidad de voces se traduce en que una cosa es la realidad escrita de nuestras leyes y otra muy distinta es cómo funcionan en la realidad aquellas normas ideales. Esto se constata en todas la repúblicas latinoamericanas, pues más allá de los discursos altisonantes de nuestros próceres, vivimos sumidos en la medianía de prácticas irregulares y anómalas, formas eufemísticas de nombrar la corrupción. Cuando pensamos en la corrupción, se nos viene, casi automáticamente, a la cabeza la idea de algún "Banana Country", alguna república de cartón piedra emplazada en zonas tropicales o caribeñas, así, mentalmente vamos de Guatemala a Panamá. Con algún esfuerzo reconocemos que hay corrupción mayúscula en Colombia, Paraguay o Bolivia, pero nos cuesta admitir que las mismas prácticas se encuentran en grandes países como México, Brasil o Argentina. Y nos resulta casi imposible imaginar tales prácticas en casa. Me excuso de citar bochornosos ejemplos, más por economía que por pudor. Lo cierto, empero, es que la corrupción, como las pulgas de un can, está presente en todas y cada una de nuestras repúblicas. Diríase que es un rasgo estructural de nuestras precarias formas políticas. Chile, ciertamente, comparte esta lacra con las naciones de la región. Su tortuosa historia reciente, con su secuela de cadáveres y dolor, no logra ser opacada todavía por los brillos de una presunta modernidad. Por el contrario, el regreso de la "democracia" hizo mucho más sutil aquella "disglosia" en que nos movemos, al extremo de caer en un ethos indiferenciado en que todos coinciden en celebrar el ahora para silenciar el otrora. Chile es uno de los países más corruptos de nuestro continente, en cuanto ha naturalizado, en sus prácticas sociales y políticas, un estado de corrupción permanente. Hemos perdido la costumbre de decir las cosas de manera clara y directa, todo se torna evanescente y equívoco: la disglosia trae consigo la amnesia. La política misma se ha transformado en una extensión del discurso publicitario y la farándula. De este modo, el político se convierte en un buhonero y saltimbanqui que entretiene a su público con sus payasadas. El verdugo de ayer se ha travestido en figura pública u hombre de negocios. 40 Hoy nuestro país vive con fuerza la disglosia y la amnesia. La disglosia asegura que el lenguaje edulcorado de una Constitución "democrática" no guarde relación con la realidad cotidiana del país que asiste a la impunidad de civiles y uniformados y a la consagración de la única libertad posible en el Chile de hoy: la libertad de comercio. La amnesia borra del imaginario todo signo que recuerde la felonía, los años oscuros de persecución y muerte. Este doble lenguaje hace que la distancia entre lo correcto y lo incorrecto quede abolida. Abolir la diferencia entre lo legal y lo ilegal, la diferencia entre el negocio lícito y el dolo, en fin, la diferencia entre un sano patriotismo y el crimen liso y llano, representa la forma más sutil, profunda y refinada de corrupción. 3.4.-Políticamente Incorrecto Ahora que Chile se aproxima a un proceso eleccionario, es bueno poner en el tapete los "grandes temas", aquellos, precisamente, que no van a estar en la agenda de los candidatos, aquellos de los que hablar no es políticamente correcto. Han transcurrido ya más de quince años desde el "retorno a la democracia" y la verdad sea dicha, vivimos la sensación de estar en una democracia puramente electoral que nos ha escamoteado muchos, casi todos, los anhelos de una generación. Para quienes votamos por el NO y luego apoyamos a los representantes de la primera Concertación soñábamos con un país en se hiciera justicia, llevando a los tribunales a civiles y uniformados involucrados en las felonías de la dictadura. Soñábamos con un país más justo para todos en que los débiles, los pobres, encontraran un lugar de dignidad en nuestra sociedad. Soñábamos, en fin, con gobiernos que podrían meter las patas, pero jamás las manos... La Concertación, digámoslo con ruda franqueza, no ha estado a la altura de aquella promesa: se tiene la sensación de haber cambiado a una patota de criminales por una patota de sinvergüenzas. Uno a uno se han ido derrumbando nuestros sueños y a cambio se nos propone un discurso presuntamente neutro y tecnocrático que posterga infinitamente los sueños, anhelos y utopías de aquellos años. Se ha privilegiado a los sectores empresariales como motores del "desarrollo", se mantiene la impunidad de los protagonistas de crímenes horrendos y los mismos personeros concertacionistas no están exentos de oportunismo, codicia y malas prácticas políticas. No se necesita ideología ni militancia alguna, sólo un poco de decencia para advertir que al margen han quedado los ancianos y jubilados, los trabajadores asalariados de la salud, de la educación, los estudiantes universitarios pobres, es decir, la mayoría de los chilenos. 41 Hoy las cúpulas de partidos quieren maquillar tanto desatino detrás del rostro mediático de tal o cual candidato, hoy se nos pretende hacer creer que ahora sí, que la próxima vez todo será distinto y mejor. Las plantillas de políticos profesionales de cada partido de derechas, de centro y de "izquierdas" vuelven sobre el maloliente caldo de cuarto enjuague a vender más de lo mismo. Se nos promete esta vez un país globalizado cuando habitamos una republica con minúscula, muy escasa en igualdad para sus ciudadanos y de una imagen más que ambigua en el concierto internacional. Una vez que pase el ruido mediático y farandulero de las próximas elecciones, pane et circus, una vez que cada cual vuelva a su rutina, ya no se volverá a hablar de los grandes temas, ya nadie recordará que el 20% más rico concentra el 60% del PIB, nadie va a recordar que alguna vez hubo chilenos que soñaron algo distinto de aquello que hoy están construyendo los dueños de Chile. 3.5.- La política como Reality Una de los rasgos que más llama la atención de nuestros actuales candidatos o precandidatos presidenciales es su discreta estatura política. Es evidente que ninguno de ellos posee la calidad de "figura", en el sentido fuerte del término. Pareciera que no son ya los tiempos en que por el contexto épico y la naturaleza apasionada del debate emergían aquellos "monstruos" . Al examinar el perfil de nuestros últimos presidentes, es claro que todos, de algún modo, remitían a un espesor histórico, a un pasado político en el que tuvieron un determinado protagonismo. Quizás, el caso más atípico lo constituyó el gobierno y la persona del presidente Eduardo Frei (hijo), en que su imagen se construyó exactamente desde aquel paréntesis, reclamando para sí una "marca registrada". Los debates son una puesta en escena, con libretos estrictos y pobre en confrontación de ideas, con respuestas ambiguas y sin una clara diferenciación entre los argumentos políticos de una y otra, el mentado debate es más un Reality Show, una performance pseudo democrática en que se ventilan ideas difusas cargadas de emotividad y no exentas de cuestiones personales. Ni siquiera el formato y la escenografía logran darle el tono de solemnidad cívica y democrática que se busca. En la actualidad, ninguno de los candidatos concertacionistas o de la derecha, y ni siquiera los dispersos liderazgos de la izquierda, logran suscitar en la población aquella seducción apasionada de los políticos de antaño. Estamos ante unos presidenciables que se juegan más bien en el 42 "minimalismo político", aunque sus respectivas maquinarias de marketing intenten convertir en rugidos los tímidos maullidos de cada uno de ellos. No es fácil responder a la pregunta por las causas que estarían determinando este fenómeno. Constatamos, no obstante, que en todo el espectro político se apuesta a establecer una presunta diferencia del aspirante a presidente como una mera cuestión de imagen mediática. Esto es así porque, a decir verdad, las ideas de las distintas opciones resultan difusas, de escasa originalidad y bochornosamente parecidas. Lo que resta es el "glamour" que puede exhibir cada personaje, el que debe esforzarse en besar bebés, visitar mercados populares y realizar otras actividades de proselitismo. Las próximas elecciones presidenciales exhiben no sólo el desgaste y el cansancio de ciertos discursos sino, especialmente, las nuevas coordenadas culturales en que se inscribe la política contemporánea: mediática y minimalista. Más que al grado cero de la política, asistiríamos al ocaso de una generación que encarnó un tiempo histórico que va quedando atrás y al surgimiento de un nuevo modo en que se instala lo político en sociedades de consumo mediatizadas, con toda su carga de individualismo, frivolidad e imágenes. En los inicios del siglo XXI, Chile asistiría al nacimiento – ni más ni menos - de la política como consumo suntuario. Los próximos eventos políticos electorales, incluidos, por cierto, los debates entre candidatos o precandidatos, no prometen mucho más de lo que ya hemos visto todos los chilenos: la escenificación de un Reality, algo monótono y ayuno de ideas novedosas e interesantes. Un juego insulso en que las preguntas y las respuestas resultan previsibles. Finalmente, la música clásica y el tono protocolar del evento, alcanzan apenas para una suerte de sainete de escaso vuelo, acaso para un simulacro, esperar otra cosa, a esta altura, pareciera mera ingenuidad. 3.6.- Globalización del "sueño chileno" José Miguel Insulza, Secretario General electo de la OEA, logró alcanzar dicho cargo tras una serie de negociaciones con los promotores de la candidatura mexicana y, ciertamente, con altos funcionarios de la Casa Blanca, pues, parodiando aquella sentencia de Pinochet, no se mueve una hoja en Latinoamérica sin que lo sepa Washington. En este sentido, la elección del ex ministro chileno no tiene nada de inocente y se inscribe, sin lugar a dudas, en una suerte de estrategia alternativa del Imperio. Nada nuevo bajo el sol: la OEA ha sido y es una especie de Ministerio de Colonias del gobierno estadounidense. Su papel en la historia 43 latinoamericana ha sido y es más que bochornosa, avalando invariablemente las políticas norteamericanas en la región. No seamos ingenuos, el papel de "Bobito", como Fidel Castro ha bautizado a Insulza, no podría ser muy diferente a lo obrado hasta aquí. De hecho, cabe preguntarse sobre las condiciones exigidas por la administración estadounidense de entonces para apoyar la candidatura chilena, apenas horas antes de la elección con la visita de la señora Rice a Santiago, entre las cuales los temas de Cuba y Venezuela no pudieron estar ausentes. El papel de Chile como país modelo en el orden económico se extiende, con la elección de Insulza, a modelo político para la región. Frente a la emergencia de gobiernos con tintes de izquierda, como en Brasil o Venezuela, cuyos gobiernos comienzan a enarbolar las banderas de la soberanía frente al Imperio, el modelo político chileno aparece como un "progresismo conservador". Se trata de promover una política que exhiba toda la retórica democrática sin poner en riesgo las inversiones de las trasnacionales; una democracia formal que lejos de enfrentar al capitalismo multinacional se convierta en su mejor aliado. Así, el gobierno de Santiago se propone como líder regional del nuevo orden regional, el neocapitalismo latinoamericano: el "sueño chileno" como alternativa al "sueño bolivariano". Lo que aparece como un "triunfo diplomático" de la Concertación a nivel continental pone en evidencia la nueva estrategia de la Casa Blanca hacia América Latina. Superada la confrontación en el contexto de la llamada Guerra Fría, cuyo epicentro estuvo marcado por la Revolución Cubana y que generó confrontaciones militares locales como fueron las guerras civiles en Centro América y los cruentos golpes de estado en el Cono Sur. En la actualidad se busca, más bien, administrar Latinoamérica apelando a democracias de baja intensidad. De este modo, se logra morigerar la conflictividad social y domesticar a la población desde estrategias mediáticas y de consumo. El complejo militar industrial cede así su espacio al complejo militar mediático. El "sueño chileno" se proyecta así a todos los países de la región, un diseño sociocultural caracterizado por una sociedad de consumo de estilo norteamericano, en que el mercado y los medios administran las demandas sociales, reconfigurando todos los fundamentos identitario y, en el límite, rearticulando la memoria histórica de América Latina. 3.7.- Salvador Allende en televisión A más de tres décadas de aquel septiembre de 1973 la sociedad chilena comienza a mirar en retrospectiva su historia reciente, tal es la frase periodística que inaugura cualquier declaración de buena crianza. La 44 sociedad chilena se ve interpelada desde los medios de comunicación a exorcizar los fantasmas que todavía la habitan. Así, los actores de otrora vuelven a escena reclamando para sí protagonismos y culpas no resueltas, militares y víctimas de un drama en que las cortinas del último acto aún no acaban de caer. Las actitudes, por cierto, frente a esta fecha son muchas y diversas. Para algunos, el Golpe de Estado de 1973 marca uno de los momentos más amargos en que el crimen y la tortura se enseñorean entre nosotros por 17 años; para otros, se trató de un mal necesario para salvar al país de una inminente dictadura comunista; para la gran mayoría, empero, es la más profunda apatía. Las nuevas generaciones parecen ajenas al drama que, como cada septiembre, Chile vuelve a rememorar. Es interesante hacer notar este distanciamiento generacional que se ha producido, de algún modo hemos transitado desde una sociedad en que prevalecía el relato épico a una sociedad cool, donde reina la indiferencia. Este descrédito en que han caído ciertas narrativas emancipatorias corre paralelo con la instalación de nuevas dramaturgias mass mediáticas. En efecto, los medios de comunicación se han convertido en el eje en torno al cual se articula la cultura contemporánea, son ellos los nuevos vectores por donde transitan los signos, convertidos en imágenes, sonido o palabra. En suma, la cultura está siendo sometida a un vasto y acelerado proceso de hiperindustrialización que resulta ser el perfil económico cultural de la sociedad globalizada actual. Este maridaje entre los medios de comunicación y los grandes grupos económicos no es, en sí, nada nuevo. Se podría argumentar que la industria cultural nace signada por la tutela del gran capital, constituyendo en los hechos un mercado de ofertas simbólicas sometido a los rigores de una economía capitalista. Más allá de un diagnóstico frente a los modos de producción, circulación y recepción de los mensajes en una sociedad capitalista, se ha venido gestando otro fenómeno que corre paralelo al anterior y no menos vasto, acelerado e intenso, nos referimos a cambios inéditos en los modos de relacionarnos con los mensajes, esto es: modalidades inéditas impuestas por el desarrollo de tecnologías. Así, junto a la expansión económica cultural, asistimos a la expansión de nuevos modos de significación. Podríamos afirmar que la industria mediática marcha en todo el mundo desde la llamada Galaxia Gutenberg hacia la Galaxia Digital. El cambio que supone el ocaso de la ciudad letrada y la irrupción de una ciudad virtual, entraña mutaciones de fondo en distintos niveles y ámbitos. Por de pronto, se está debilitando un orden social fundamentado en la escritura que va desde la educación tradicional a las prácticas periodísticas, desde el modo de hacer política a los modos de participación de las masas. Sin embargo, hay mutaciones más sutiles que se relacionan con un nuevo sensorium con todas las implicancias en los modos de percibir y procesar 45 la información tanto como en los perfiles psicosociales asociados al nuevo estado de cosas. Desde esta perspectiva, resulta interesante y sintomático lo que ha ocurrido con los acontecimientos del 11 de septiembre en Chile. Por estos días se multiplican los especiales sobre dicho acontecimiento; de algún modo, los medios recogen en imágenes y sonidos una cierta memoria traumática de la sociedad chilena. Los filmes que marcaron la actualidad de la época se han tornado documentos históricos, de este modo la imagen ve desplazada su estatuto, ha sido desprovista de su valor informativo referencial e incluso ha sido expurgada de su carga connotativa ideológica para devenir superficie y remembranza. La mediatización no sólo es capaz de construir el presente sino también reconfigurar la historia. Las imágenes masterizadas en blanco y negro han cristalizado un instante, al igual que aquellos óleos sobre tela, esta poshistoria es, de algún modo naturaleza muerta. Las cintas de aquella época expanden un presente que ha quedado registrado en el imaginario colectivo, entre volutas de humo negro las llamas salen de La Moneda lamiendo nuestra mirada desde el pandemónium, capital del infierno. El holocausto, empero, ya no nos impele a acción alguna ni reclama nuestra adhesión, la imagen ya no es ni épica ni militante sino pura mediación, las llamas ya no nos queman. La sociedad chilena ritualiza de este modo aquel instante en que sí se chamuscó, experiencia exorcizada cada vez que escuchamos la voz del Presidente Allende, prometiéndonos la edénica Alameda de las Delicias. La pantalla suspende el dolor y la pasión propia de víctimas y victimarios, las imágenes, en tanto documentos autentificados, exigen cierta asepsia. Es interesante notar que la dimensión documental se consolida tanto más cuanto la imagen se propone como no contaminada: es claro que detrás de esta pretensión se esconde el supuesto periodístico de la objetividad. La operación televisual consiste entonces en proponer la imagen como exenta de pasión y contaminación ideológica, de suerte que los documentos expuestos, sin las anteojeras de aquella circunstancia, logran poner en perspectiva los acontecimientos: verosímil periodístico que permite construir un verosímil mediático. La virtualización de la historia sólo es concebible desde este doble movimiento, por una parte un conjunto de supuestos epistemológicos que autentifiquen la imagen como documento y, por otra parte la puesta en relato de una serie de acontecimientos. Al conjugar la pretensión mimética de las imágenes con una cierta organización temporal, surge ineluctable un constructo que llamamos verosímil o transcontexto. La paradoja de la 46 trascontextualidad massmediática estriba en que al poner en relato imágenes de documento construye, precisamente, un tiempo ahistórico, sine data, el espacio de la mitología y la poshistoria que se resuelve en un presente perpetuo. 3.8.- El consumo como consumación Las sociedades de consumo exteriorizan el estadio último de las sociedades tardocapitalistas en cuanto en ellas una función económica como el consumo deviene función simbólica o consumismo, es decir, habla social o cultura. En este sentido, la cultura del consumo no es otra cosa que la consumación de la mitología burguesa en tanto se ha abolido toda relación que no remita a la mercantilización de la vida. Al afirmar que el consumo se ha hecho cultura queremos enfatizar que la mercantilización en el seno de las sociedades burguesas se ha instalado como sentido común, y por lo mismo desaparece del imaginario. La sociedad burguesa ha llegado al punto de hacerse sociedad anónima mediante un proceso que algunos han llamado ex - nominación, esto es, mediante la extinción de toda impronta hegemónica, de todo indicio que delate la característica estructural fundamental del capitalismo, la inequidad en la distribución de la plusvalía. El nuevo diseño socio - cultural que representan las sociedades de consumo es un complejo que reconoce, desde luego, como uno de sus vértices centrales lo que podríamos llamar el polo histórico objetivo. En efecto, la mercantilización de la vida es un tramado relacional que opera en la cotidianeidad de los actores, tanto a nivel individual, familiar o comunitario. En pocas palabras, las sociedades de consumo trazan nuevos perfiles psicosociales o como dirían los clásicos, un nuevo carácter social. A riesgo de enunciar un truismo, digamos que la cultura de consumo crea consumidores. Esto significa que la figura del consumidor emerge allí donde otrora habitó el ciudadano. La silueta del consumidor no es aquella imagen idílica del sujeto a su libre albedrío frente a una diversidad de ofertas que le seducen, por el contrario, el consumidor representa el estado actual de control social en sociedades de consumo. Lo que ha variado es, insistamos, el tramado relacional. Las sociedades de consumo, entonces, se afirman en un segundo vértice que no es otro que el polo subjetivo. Uno de los diagnósticos más cautivantes a este respecto se refiere al llamado narcisismo socio - genético. En este marco de análisis, expuesto muy sucintamente, resulta pertinente preguntarse por las ofertas televisivas cuyo contenido remite a los sucesos de septiembre de 1973. En una primera mirada, llama la atención que la programación televisiva ha visto multiplicarse los especiales sobre el Golpe Militar, en vísperas, precisamente del 30º aniversario de aquel 47 evento. Los medios de comunicación actualizan súbitamente un hecho que ha estado latente durante años; pareciera que, de pronto, la figura de Allende y “los mil días de la Unidad Popular” se han tornado tremendamente telegénicos. Una primera observación, notemos que se ha generado una suerte de competencia entre los diversos canales de la televisión abierta por ocuparse del tema: entrevistas, testimonios, imágenes inéditas. Una segunda observación, esta presencia televisiva de los años 70 extiende un fenómeno más amplio, cual es que muchos objetos y discursos revolucionarios de la época han sido reciclados por el mercado, convirtiendo los símbolos revolucionarios en souvenirs y fetiches. La operación televisual consiste en ofrecer un producto aséptico en cuanto pasado cuasi - mítico, el formato pasatista convierte las imágenes del Golpe Militar en algo descontaminado y soft, al igual que los gags publicitarios, éstos deben estar desprovistos de toda connotación hiriente o dolorosa, de suerte que el mensaje encuentre la más amplia aceptación posible. Ahora los contenidos propuestos como hechos de nuestra historia ya no apelan a grandes valores, no se trata de reeditar un llamado a la convicción, se trata de un llamado desde la seducción. Las imágenes del Golpe Militar han sido mediatizadas, esto quiere decir que se han inscrito en coordenadas del mercado de ofertas icónico-discursivas y, en cuanto ofertas apelan a la pulsión de los consumidores, seduciendo a las masas desde una retórica cool. Así como los carteles que cumplieron una función comunicativa estratégica se reciclan en tanto objetos estéticos, las imágenes de los 70 se reinstalan en el circuito de la televisión como moda rétro en que se anula todo presunto referente histórico y todo significado político concreto, sólo resta la imagen como superficie, como significante. Si aceptamos que las imágenes registradas en los archivos televisivos no son sino significantes, cabe preguntarse por el lugar que ocupan hoy. Tal como hemos afirmado, las imágenes en cuestión han sido desprovistas de algún significado ideológico o político en el cual fueron concebidas en su momento, sin embargo no se puede colegir, de buenas a primeras, que tales imágenes no cumplan hoy una función política. En efecto, la transcontextualización se verifica en un tiempo ahístórico, tiempo poshistórico. La cristalización temporal permite que lo audiovisual se espacialice en su propia virtualidad. La historia deviene así una serie infinita de espacios - ocurrencia, avatares. Al igual que en el Game Cube de Nintendo podemos recorrer los casos o juegos como universos cerrados en que cada espacio virtual estatuye su propia legislación. Esta fragmentación de todo discurrir histórico transforma las coordenadas espacio temporales, invitándonos a los vértigos de lo que se ha dado en llamar el espacio de flujos. 48 El hecho de que bajo la rúbrica Golpe de Estado se nos proponga un cosmos que curva su propio espacio impide actualizar políticamente los eventos puestos en relato. Si los hechos que se nos relatan generan su propio espacio virtual, resulta muy difícil establecer una conexión entre tales eventos y nuestra vida actual, tanto a nivel macroestructural como cotidiano. La transcontextualización no hace posible establecer relaciones entre un juego y otro. El universo cerrado se articula desde la lógica del relato, por lo tanto no excluye la figura del antagonista, por ello los programas relativos al Golpe no se cansan de demonizar a Pinochet, operando una verdadera catarsis que, lejos de politizar el ambiente lo despolitiza aún más. La tensión que se propone entre víctimas y victimarios se administra desde la narratividad, en tanto la apoliticidad está garantizada por la transcontextualización. Las imágenes del Golpe de Estado circulan hoy sin mayores trabas, diríase que hay una saturación de imágenes televisivas que en su exceso se tornan inanes. Nuestra historia reciente entra así en la lógica mediática en que la circulación de productos se apega a los principios de la seducción, lo efímero y la diferenciación marginal. La industria televisiva, en particular, ha convertido los años de la UP en un tópico digno de ocupar un estelar periodístico en Prime Time. El relato nos ofrece el suspense, el backstage, hablan los protagonistas, víctimas y victimarios en un plano de equivalencia nos refieren las vivencias y pormenores de aquellos días. Esta apertura de la pantalla a temáticas que han sido un tabú durante muchos años no es, como pudiera pensarse, un paso más hacia la democracia plena sino, al revés, una clausura. Las llamas de La Moneda hacen visible la manida metáfora de un país incendiado por las pasiones políticas. Los íconos culturales de los setenta reeditan su drama: las cenizas de pasiones y sueños. Ese momento otro sólo encuentra su lugar en la televisión, en imágenes de archivo, en la memoria virtualizada. Como no es posible encontrar vasos comunicantes entre aquel tiempo otro y el hoy, surge inevitable la extemporaneidad. La mediatización de las imágenes del Golpe Militar cierra la historicidad inmanente al suceso e inaugura su mitificación. La apoliticidad poshistórica cumple así una función política a favor del statu quo. El poder y el orden están asegurados en cuanto su reciente y traumático nacimiento ha sido desplazado a la serie mediática como una efeméride más de nuestra historia. Esta ex - nominación oculta todo origen, de este modo el actual orden de cosas se naturaliza en el imaginario social. El consumo se hace consumación, las imágenes puestas en los circuitos del mercado simbólico de masas - mediatización - consuman absolutamente la mitología poshistórica. No sólo han desaparecido las víctimas sino también los victimarios, hoy desparecen, incluso, las huellas históricas de 49 aquel acontecimiento. El crimen perfecto es aquel que carece tanto de un cuerpo del delito como de culpables y huellas en la memoria. En esta estrategia de la desaparición lo único que queda es la oquedad donde una vez se escenificó el drama histórico, el vocinglero vacío de extensos reportajes salpicado de testimonios, imágenes, siluetas y rostros de antaño. 50 4.- El Espejismo del Desarrollo 4.1.- Cartografía de la miseria Hace ya más de cinco siglos que el mundo americano irrumpe en la historia como un híbrido que ha sido descrito como Indo-Afro-Ibero americano. Lo cierto es que en la actualidad este subcontinente se debate en una creciente miseria en los márgenes de la llamada sociedad global. América Latina se define hoy más por sus carencias y frustraciones que por su presencia en el mundo. En una mirada de conjunto, emerge una zona en donde la pobreza es la norma, aún en los países más exitosos de la región, como Chile, más del 20% de la población vive con menos de dos dólares diarios, porcentaje que sube a más del 50% en países como Guatemala o Ecuador. Próximos al bicentenario en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas, sus pueblos se debaten en la cesantía y la miseria. Tras la experiencia traumática de guerras civiles, como en América Central, o de dictaduras militares como en el Cono Sur, estamos sumidos, como suele decirse eufemísticamente, en democracias de baja intensidad, cuyos límites son la injusticia social, la impunidad, la corrupción pública y privada y un malestar generalizado. El diagnóstico no puede ser sino muy pesimista. Desde una perspectiva de derechas, democracia y desarrollo parecieran términos excluyentes; desde una perspectiva de izquierdas ocurre otro tanto con la ideas de capitalismo de mercado y justicia social. El modelo neoliberal proclamado por el Fondo Monetario Internacional, al cual adhieren la mayoría de los gobiernos de la región ha acrecentado la desigualdad social, de hecho Chile ocupa un protagónico lugar en este triste ranking del Banco Mundial. Desde una perspectiva tecnoeconómica es claro que nuestro precario salto al desarrollo carece de un fundamento tecnológico sólido, esto limita y compromete nuestras posibilidades de inserción en los mercados mundiales. Desde una perspectiva política, las democracias de baja intensidad enmascaran un orden arcaico cuya legitimidad se sostiene, en la mayoría de los casos, en febles consensos al interior de cúpulas políticas disociadas de los procesos sociales, cuando no, como en el caso chileno, en pactos tácitos con las élites castrenses y empresariales. Por 51 último, desde una perspectiva cultural, vivimos la consolidación plena de lo que se ha llamado una cultura tecno-urbana-masivo-consumista que ha desestabilizado las claves identitarias de nuestros pueblos poniéndolos a merced de consorcios mediáticos transnacionales, arrastrando a vastos grupos en nuestras urbes a una economía informal que limita con la delincuencia, el narcotráfico y la violencia. Si a todo lo anterior se suma un contexto económico internacional complejo y, por momentos, adverso, y un déficit grave en la calidad de la educación, no se puede sino colegir que cualquier opción de desarrollo es una ilusión. Los países latinoamericanos no sólo han dejado de ser potenciales NIC’s como Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong o Singapur sino que se aproximan peligrosamente a aquello que se ha dado en llamar ENI’s (Economías Nacionales Inviables). En medio de la más grave crisis económica del capitalismo global, la cuestión presente en la mayoría de nuestros países ya no es el desarrollo o el crecimiento, sino más bien la desesperación por no caer en el abismo. Los casos de Colombia y Argentina muestran, dolorosamente, los extremos de este espectro. Ante un panorama tan desolador en lo económico y político, surgen aquí y allá de lo más profundo de las sociedades latinoamericanas nuevas formas de organización solidaria que van desde el trueque a comunidades de cesantes y pobladores de las villas miseria, desde ollas comunes a experiencias de reciclaje o pequeñas publicaciones para los marginados: estamos ante brotes de una cultura solidaria, sustentable y a escala humana. En medio de la oscuridad de la hora presente para cientos de miles de latinoamericanos pobres, surgen vigorosos gestos que nos permiten, todavía, mirar el porvenir con moderada esperanza. En la actual sociedad globalizada que apuesta a la alta tecnología y al modo informacional de desarrollo, América Latina ha quedado rezagada junto a extensas zonas del África subsahariana y Asia, en los extramuros de las sociedades ricas; aunque la demagogia de nuestros gobiernos se esfuerza por demostrar lo contrario. Cada cierto tiempo los organismos internacionales y la prensa especializada nos proponen milagros económicos en nuestra región, tan efímeros como insustanciales. Así, hemos conocido el milagro brasileño en los sesenta, el milagro venezolano en los setenta y durante los noventa se pretendió convencer al mundo de que el Chile heredado de Pinochet era, finalmente, otro milagro. La realidad ha mostrado, sin embargo que nuestra América pobre no es tierra propicia para el nacimiento de tigres, ni siquiera en cautiverio. El desarrollo ha sido un habla desde la que se ha proferido como promesa. Esta habla (parole) ha reclamado su lengua (langue) tanto a las narrativas políticas como a las narrativas tecnoeconómicas. Está demás 52 decir que tal promesa no ha sido plasmada en las sociedades históricas sino como mito y utopía. El desarrollo encuentra su positividad en un espacio discursivo que se instala en el no tiempo, sólo en ese plano lo impensable se torna pensable. Esta sospecha ha sido ya señalada por algunos teóricos, entre ellos, el peruano De Rivero: “Los teóricos que elucubran sobre la riqueza de las naciones y los tecnócratas que se especializan en elaborar proyectos para elevar la producción y los niveles de vida pueden caer en el error diseñando modelos de desarrollo, pero jamás dudan sobre la posibilidad misma del desarrollo. Para ellos, pensar sobre la imposibilidad del desarrollo es pensar lo impensable”. Ciertamente, nuestro lenguaje cotidiano delata la certeza en la promesa, ya no se habla de países en la miseria o subdesarrollados sino en vías de desarrollo, expresión que más allá del eufemismo evidente muestra una mirada evolutiva de raigambre darwiniana según la cual los Estados – naciones poseen de suyo el potencial para llegar a ser un día sociedades plenamente desarrolladas: he ahí el elemento central del mito, la necesariedad de su advenimiento. En una suerte de optimismo y fe en la felicidad humana han coincidido teóricos liberales y marxistas. Entre los más contemporáneos voceros de esta mitología se cuentan, entre muchos, Walter Rostow, del MIT y desde luego Francis Fukuyama. La situación actual, entonces, es que nos encontramos inmersos en una cultura fervorosa del progreso y del desarrollo, al extremo que éste ha sido declarado por la ONU como un derecho, en la resolución 41/128 de la Asamblea General en 1976. Conviene tener presente las advertencias de De Rivero: “Sin embargo, el mito del desarrollo, por tener connotaciones casi religiosas de esperanza y salvación de la pobreza, es invulnerable a la experiencia de los últimos 40 años, que nos dice que la mayoría de los países no se han desarrollado. La naturaleza mítica del desarrollo hace que los políticos en las sociedades pobres continúen insistiendo en “cerrar la brecha” que las separa de las sociedades industrializadas capitalistas tratando de replicar sociedades de consumo nacionales infinanciables e insustentables” Una de las críticas más sólidas a los portavoces del desarrollo es su clara tendencia cuantofrénica que suspende todo análisis cualitativo histórico cultural: esto es, el progreso social no lineal, factores éticos y ecológicos, sólo por mencionar algunos “olvidos”. Un enfoque que nos parece más que pertinente es revisar la noción de desarrollo como promesa y relato, es decir como una suerte de codificación cultural inmanente a la historia contemporánea, sea como dispositivo del discurso político, sea como reclamo de legitimidad para estrategias tecnoeconómicas. Desde nuestro punto de vista, es posible aproximarse a la noción de desarrollo desde una perspectiva cultural, es decir, se puede ver el 53 problema del desarrollo como lenguaje. Siguiendo a J.F. Lyotard, tomamos como punto de partida la idea según la cual lo postmoderno se define como una desconfianza respecto a los metarrelatos. Esta disolución de los functores narrativos nos obliga a pensar la contemporaneidad desde las meras valencias pragmáticas. Pensar pues el desarrollo desde la mitología al uso es restituir un holos narrativo que entraña una promesa que contiene, a lo menos, una pretensión de legitimación en la eficacia, desde una lógica sistémica input/output. “Esta lógica del más eficaz es, sin duda, inconsistente a muchas consideraciones, especialmente a la contradicción en el campo socio – económico: quiere a la vez menos trabajo (para abaratar los costes de producción), y más trabajo (para aliviar la carga social de la población inactiva). Pero la incredulidad es tal, que no se espera de esas inconsistencias una salida salvadora, como hacía Marx” La contradicción socio económica fue señalada en su momento, casi proféticamente, por uno de los padres de la cibernética y ha sido explorada a partir de un caso prototípico como es el de la población afroamericana en los Estados Unidos por J. Rifkin en su libro “El fin del trabajo”: “Hace más de cuarenta años, en los albores de la edad de los ordenadores, el padre de la cibernética, Norbert Weiner, advirtió de las posibles consecuencias adversas de la aplicación de las nuevas tecnologías de la automatización. “Recordemos”, decía, “que la máquina automática...es justo el equivalente económico del trabajo con esclavos. Cualquier forma de trabajo que compita con él deberá aceptar las consecuencias económicas del trabajo de esclavos.” No es, pues, sorprendente que la primera comunidad en quedar devastada por la revolución de la cibernética fuese, precisamente, la comunidad de color de América. Con la introducción de las máquinas automáticas se hizo posible sustituir millones de trabajadores afroamericanos por formas inanimadas de trabajo de menor coste, de manera que afectaba de nuevo a una comunidad que ha estado siempre en la parte inferior de la pirámide económica, primero como esclavos en las plantaciones, después como aparceros y finalmente como mano de obra no cualificada en las fábricas y fundiciones del norte del país”. Es claro que la simple operatividad no nos lleva a distinguir los planos de lo justo ni, mucho menos, de lo verdadero. Sumidos en la dimensión pragmática del lenguaje, sólo prevalece la heterogeneidad de los juegos de lenguaje. De este modo, queda instalada la pregunta: ¿Dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos? De acuerdo a ciertos teóricos como Manuel Castells, en el momento actual se estaría instaurando un nuevo modo de desarrollo, entendido en el sentido que le da este autor a este concepto: “Así, los modelos de desarrollo son las fórmulas tecnológicas mediante las cuales el trabajo 54 actúa sobre la materia para generar el producto, determinando en último término el nivel de excedente. Cada modo de desarrollo queda definido por el elemento que es fundamental para determinar la productividad del proceso de producción. En el modo de desarrollo agrario, los incrementos en el excedente son resultado de un incremento cuantitativo del trabajo y de los medios de producción, incluida la tierra. En el modo de desarrollo industrial, el origen del incremento del excedente se basa en la introducción de nuevas fuentes de energía, así como en la calidad del uso de dicha energía. En el modo de desarrollo informacional, sobre cuyo surgimiento vamos a hipotetizar, la fuente de la productividad se basa: en la calidad del conocimiento, el otro elemento intermediario en la relación entre fuerza de trabajo y medios de producción” En efecto, en los últimos decenios, hemos asistido a una verdadera revolución cuyo epicentro no es otro que la calidad del conocimiento o el llamado knowledge value. Así, por ejemplo, Taichi Sakaiya, como muchos otros, anuncia lo que se ha dado en llamar “la sociedad del conocimiento” Las tesis de Sakaiya se inscriben entre las de aquellos autores que vienen anunciando desde hace años una mutación antropológica, esto es: un cambio radical en la cultura humana. Según Sakaiya, uno de los puntos centrales de este nuevo estadio de la civilización lo constituye la acumulación y el procesamiento de una cantidad enorme de información y saber: Puede que apelar al conocimiento como fuente explicativa central de los modos de desarrollo aparezca como un truismo, pues, en rigor, esto ha sucedido desde los albores de la historia humana. Castells, empero, nos advierte: “Se debe comprender que el conocimiento interviene en todos los modelos de desarrollo, ya que el proceso de producción está basado siempre en algún nivel de conocimiento. De hecho, ésa es la función de la tecnología, ya que la tecnología es “el uso del conocimiento científico para especificar maneras de hacer las cosas de un modo reproducible”. Sin embargo, lo que es específico del modo de desarrollo informacional es que en este caso el conocimiento actúa sobre el conocimiento en sí mismo con el fin de generar una mayor productividad” Lo inédito estriba, entonces, en que es el conocimiento el que genera nuevo conocimiento como fuente de productividad en cuanto impacta los otros factores del proceso de producción. En el modo informacional de desarrollo (MID), el centro lo ocupa el desarrollo tecnológico. Conviene detenerse en este aspecto y evaluar la posición de los países más pobres en este nuevo escenario mundial. En su célebre Informe sobre el saber, Lyotard constata que: “Se sabe que el saber se ha convertido en los últimos decenios en la principal fuerza de producción, lo que ya ha modificado notablemente la composición de las poblaciones activas de los países más desarrollados, y que es lo que constituye el principal embudo para los países en vías de desarrollo. En la edad postindustrial y postmoderna, la ciencia conservará y, sin duda reforzará más aún su importancia en la batería de las 55 capacidades productivas de los Estados – naciones. Esta situación es una de las razones que lleva a pensar que la separación con respecto a los países en vías de desarrollo no dejará de aumentar en el porvenir” La miseria científico – tecnológica se hace patente si pensamos, con De Rivero, que el 75% de la población mundial habita los países pobres (4.800 millones, aproximadamente), pues bien, en estos países se concentra apenas el 7% de científicos con una inversión próxima al 2% en R&D (Research and Development), produciendo un exiguo 3% del software. Pensar el desarrollo como MID, en que el procesamiento de información transforma los procesos productivos y reestructura el capitalismo a nivel mundial repone, en alguna medida, el supuesto holístico de un solo camino viable e inevitable hacia el desarrollo. De alguna manera, se advierte en la hipótesis de Castells una tendencia hacia un discurso unificador, una suerte de monolingüismo que excluye la heterogeneidad de los juegos de lenguaje, las hablas de lo diverso. Este punto nos parece crucial a la hora de reflexionar sobre la “brecha digital” en América Latina, pues nos encontramos ante una paradoja según la cual nuestro acceso a las nuevas tecnologías es el precio de nuestra contemporaneidad, pero al mismo tiempo ello lleva implícita las condiciones de nuestra dependencia, es decir de nuestra no – contemporaneidad. América Latina ha transitado desde un habla que privilegiaba la componente político – ideológica a un habla que se funda en lo tecnoeconómico, en ambos momentos, empero, se mantiene inalterada la promesa utópica, el énfasis cuantitativo (infraestructural), con un claro descuido de cuestiones tan centrales como los usos, la nueva pragmática que supone la articulación de una nueva lengua. Como bien escribe Martín Barbero: “La innovación en el ámbito tecnológico no es acompañada ni de lejos por la innovación en la programación, los usos sociales de las potencialidades nuevas no parecen interesar en absoluto a los productores y programadores” Al igual que los primeros habitantes de América, nos encontramos ante el advenimiento de una nueva lengua que debemos confrontar con nuestro universo cultural: estatuir nuestros juegos de lenguaje en la pragmática del saber contemporáneo. En este sentido, el papel de la investigación socio – cultural entre nosotros consiste más bien en plantear las preguntas sobre la realidad objeto de estudio. Cuando Inmmanuel Wallerstein revisa los escritos de Gunnar Myrdal a propósito de los dos grandes dilemas morales y políticos de nuestro tiempo, el subdesarrollo y el racismo, llega a una conclusión más que desalentadora: “…los dilemas a los que Myrdal dedicó su vida intelectual son más inquisitivos e intrincados de lo que él pensaba. Myrdal parecía 56 creer, a la manera de un psicoanalista, que una vez que revelara los mecanismos implícitos y las racionalizaciones ocultas de las contradicciones existentes entre los valores sociales y las realidades sociales, la sociedad como paciente reajustaría su manera de funcionar. Sin embargo, los dilemas del racismo y el subdesarrollo no son tan maleables, pues constituyen el tejido mismo de nuestro sistema histórico actual; no son males curables, sino características definitorias. Sus manifestaciones pueden cambiar, pero su realidad es constante” Si la existencia del subdesarrollo es consustancial al actual sistema mundo en cuanto a una distribución no equitativa de la plusvalía, y por tanto no se trata de un “mal curable” sino de una característica esencial, entonces, la brecha digital puede ser entendida como la más reciente manifestación de esta constante. A partir de lo anterior, el discurso terapéutico, la promesa utópica, según el cual la educación nos hará iguales y sólo se trata de que las naciones pobres asimilen las habilidades, los valores y el saber de las naciones desarrolladas, se desdibuja. La brecha tecnológica no es sino una manifestación última de una constante política: legitima las desigualdades, en tanto las supone transitorias y, al mismo tiempo, instala su superación en un tiempo mítico que nunca ha de llegar. Puestos ante este impasse histórico lo nuevo no radica en la llamada brecha tecnológica que separa a las sociedades desarrolladas de nosotros, lo nuevo son las interrogantes que se abren frente a nosotros. Quizás allí radique nuestra oportunidad, la posibilidad de replantear las preguntas ante un mundo que ha variado su régimen de significación. ¿Cómo pensar, pues, nuestra condición de marginalidad en un mundo digitalmente globalizado? , o como diría Wallerstein ¿Cuál es la demanda tras la demanda de desarrollo? ¿Qué juegos de lenguaje podemos balbucir en la heterogeneidad – mundo? En definitiva, ¿es el desarrollo una posibilidad histórica o una mera ilusión? Admitiendo el supuesto de Wallerstein en cuanto a que la exclusión no es, en rigor, un conjunto de “males curables”, ello no significa abandonarnos a la desesperanza y la inacción. Lo sensato, a nuestro entender es matizar dicha constatación, pues advertimos que las naciones no se ordenan en blanco y negro sino en un espectro que reconoce grados diversos de desarrollo. Si bien no hay razones para un optimismo excesivo, no es menos cierto que hay buenas razones para pensar que la introducción de las nuevas tecnologías puede llegar a ser una herramienta interesante para alcanzar más y mejores estándares de vida para vastos sectores del otrora llamado Tercer Mundo. Las TIC’s poseen, indiscutiblemente, un potencial nada desdeñable en áreas tan sensibles como los procesos productivos y muy especialmente en la educación. Así, entonces, asumiendo la hipótesis de que, en efecto, 57 el capitalismo entraña una lógica de la inequidad y la violencia, asumamos también la responsabilidad en torno a aquellos “males curables”, único modo de ensayar respuestas posibles a preguntas de suyo inciertas. A este respecto el caso de Chile es paradigmático, un pequeño país que ha duplicado su PIB, y que no obstante su inserción relativamente exitosa, no ha sido capaz de modificar en lo fundamental la distribución desigual de los ingresos y, mucho menos, dar un salto cualitativo en áreas clave como son la educación, la investigación y la incorporación de tecnologías en los procesos productivos. Esto que en una primera lectura es un diagnóstico pesimista, señala al mismo tiempo un espacio de maniobra de aquellos “males curables” cuya solución depende más de nuestros esfuerzos que de coordenadas mundiales. ¿Cómo explicar la lamentable legislación laboral?. ¿Cómo explicarse el estado de precariedad en que se debate nuestra educación ¿ ¿Cómo justificar la desigualdad insultante entre los chilenos? ¿Cómo asumir pasivamente las arcaicas estructuras políticas que nos rigen? En pocas palabras, ¿cómo excusar la negligencia de las élites locales para distribuir los beneficios de la inserción en una economía global? Cualquier concepto de desarrollo se inscribe en el contexto de los llamados proyectos modernizadores, es decir, esfuerzos por incorporar a nuestros países a una cierta modernidad. Es claro que esto ha provocado transformaciones profundas en la conformación de nuestras claves identitarias así como los imaginarios colectivos y los procesos económicoculturales de producción, distribución y recepción simbólicas. En términos generales se distinguen tres grandes proyectos modernizadores que han redefinido cada vez la noción de desarrollo, a saber: el proyecto liberaloligárquico, el proyecto desarrollista industrializador y el más reciente, el proyecto neoliberal globalizador. Cada proyecto modernizador puede ser entendido como un lenguaje que pretende responder a un contexto histórico dado. Nos concentraremos, precisamente, en estas dos últimas etapas para detectar en ellas no sólo las rupturas sino, además, no pocas continuidades. En efecto, en el caso chileno, la transición entre ambas concepciones ha sido traumática y, en este sentido, se podría afirmar que el neoliberalismo se ha erigido contra el modelo anterior, acentuando los contrastes. Desde nuestra perspectiva, nos interesa poner de relieve el papel central de las tecnologías, en particular de las llamadas TIC’s, en el imaginario del desarrollo y la sospecha de un cierto décalage entre éstas y su uso, esto es, una no contemporaneidad. Como sostiene Martin-Barbero: “Se trata de la no contemporaneidad entre los productos culturales que se consumen y el ‘lugar’, el espacio social y cultural, desde el que esos productos son consumidos, mirados o leídos por las mayorías en América Latina”. En toda su radicalidad, la tesis de Martin-Barbero adquiere el 58 carácter de una verdadera esquizofrenia: “…en América Latina la imposición acelerada de esas tecnologías ahonda el proceso de esquizofrenia entre la máscara de modernización, que la presión de las transnacionales realiza, y las posibilidades reales de apropiación e identificación cultural”. Examinemos de cerca esta hipótesis de trabajo. Podemos advertir que la afirmación misma apunta a dos órdenes de cuestiones que se nos presentan ligadas, por una parte la “imposición de tecnologías” y, por otra, las “posibilidades reales de apropiación”. Desde nuestro punto de vista, la primera se inscribe en una configuración económico-cultural en que las nuevas tecnologías son el fruto de la expansión de la oferta a nuevos mercados, así nos convertimos en terminales de consumo de una serie de productos creados en los laboratorios de grandes corporaciones, productos, por cierto, que no son sólo materiales (hardwares) sino muy especialmente inmateriales (softwares). La segunda afirmación contenida en la hipótesis dice relación con los modos de apropiación de dichas tecnologías, es decir, remite a modos de significación. Podríamos reformular la hipótesis de MartinBarbero en los siguientes términos: América Latina vive una clara asimetría en su régimen de significación, por cuanto su economía cultural está fuertemente disociada de los modos de significación. Esta asimetría se profundiza en la medida que se incorporan a nuestras sociedades nuevos dispositivos tecnológicos sin un correlato de desarrollo social y cultural. Ahora bien, afirmar que esta asimetría no es sino una máscara de modernidad supone que la modernidad en nuestras sociedades constituye una falsa conciencia cuando no una impostura, sin reconocer que, por el contrario, la modernidad es el vector cultural central que condiciona el concepto de desarrollo tanto durante el desarrollismo industrialista como en la actualidad. Junto a la imagen de la máscara subyace el supuesto de que una vez que la quitemos emergerá el rostro genuino y verdadero de nuestros pueblos. Nos parece que la máscara es nuestra modernidad y que no existe ese espacio histórico antropológico que reclama nuestro autor, no hay un detrás de la máscara. La pregunta que se instala aquí es hasta qué punto los actuales lenguajes del desarrollo responden a los desafíos sociales, ecológicos y culturales del siglo XXI. 4.2.- Exclusión y Brecha Digital Uno de los prejuicios más corrientes a la hora de plantear la llamada brecha digital, es no delimitar con nitidez el nivel en que ésta se realiza. Numerosos autores proponen una crítica de Internet y de las TIC’s en términos tales que lejos de aportar visiones nuevas, sólo reeditan consabidas visiones ideológicas. Así, por ejemplo, Armand Mattelart sólo 59 advierte la reproducción de un antiguo mito en la promesas de la nueva tecnología: “La reproducción cíclica del discurso sobre las virtudes taumatúrgicas de la comunicación encubre en realidad otro bien distinto, el de la Realpolitik de la lucha por el control de los dispositivos comunicacionales y por la hegemonía sobre las normas y los sistemas... En un mundo huérfano de grandes utopías políticas, la utopía técnica sirve como moneda de cambio a los ideólogos del mercado global en tiempo real”. No podríamos negar que, en efecto, el fenómeno de las nuevas tecnologías entraña una dimensión económica cultural, cuya expresión última es una lucha en y por los mercados globales. Sin embargo, el problema es todavía más profundo, pues sabemos que lo que se está instaurando es un nuevo régimen de significación que si bien se reconoce en las coordenadas de un mercado globalizado, lo excede en cuanto vector de transformación de los modos de significación. En este sentido, una crítica que no se haga cargo de la verdadera revolución semiósica en curso, con todas las singularidades de la cibercultura, queda confinada en los discursos conservadores. A este respecto, nos parecen particularmente lúcidas las palabras de Lévy cuando apunta: “Pero muchos discursos que se presentan como críticos no son sino simplemente ciegos y conservadores. Porque desconocen las transformaciones en curso, no producen conceptos originales, adaptados a la especificidad de la cibercultura. Se critica la ‘ideología (o la utopía) de la comunicación’ sin distinguir entre la televisión e Internet... La ausencia de visión de futuro, el abandono de las funciones de imaginación y de anticipación del pensamiento tienen por efecto de desalentar la intervención de los ciudadanos y, finalmente, dejan el campo libre a las propagandas comerciales. Es urgente, incluso para la misma crítica, emprender la crítica de un ‘género crítico’ desestabilizado por la nueva ecología de la comunicación”. Para encontrar nuevos derroteros para el pensamiento en torno a la cibercultura, concluye este autor: “Hace falta cuestionar hábitos y reflejos mentales cada vez menos adecuados con respecto a los desafíos contemporáneos”. Pensar la brecha digital en términos solamente económico culturales, nos deja atrapados en la lógica de los soportes y su distribución social y geográfica. De algún modo, estamos pensando las redes como infraestructuras a las cuales podemos o no conectarnos, así la comparación con las redes ferroviarias como patrón de expansión de la modernidad surge fácil como una similitud obvia. Sea que lo pensemos como estructura isomorfa o como mitología de raigambre saint-simoniana, lo cierto es que seguimos atrapados en un espacio engañoso. Tal como hemos venido sosteniendo, las redes digitales sólo son pensables desde los no – lugares del espacio tiempo comprimido, es allí donde debemos rastrear las asimetrías de una divisoria digital, ya no en términos 60 tradicionales de distribución en el espacio geográfico, geoeconómico o geopolítico. No somos ciegos a la llamada exclusión social de los que tienen o no tienen acceso a las redes, más bien estamos cuestionando el criterio ingenuo que pretende delimitar tout court una correlación entre zonas histórico geográficas y las asimetrías detectadas. Por de pronto, pareciera que el problema que nos ocupa es de mucha mayor complejidad de lo que aparenta, tal como nos advierte Castells: “La disparidad entre los que tienen y los que no tienen Internet amplía aún más la brecha de la desigualdad y la exclusión social, en una compleja interacción que parece incrementar la distancia entre la promesa de la era de la información y la cruda realidad en la que está inmersa una gran parte de la población del mundo. No obstante, esta cuestión, tan sencilla en apariencia, se complica si decidimos analizarla de cerca. ¿Es realmente cierto que las personas y los países quedan excluidos por estar desconectados de las redes basadas en Internet? ¿O es más bien debido a su conexión que se vuelven dependientes de economías y culturas en las que tienen muy pocas posibilidades de encontrar su camino hacia el bienestar material y la identidad cultural? ¿En qué condiciones y con qué objeto se traduce la inclusión/exclusión de las redes basadas en Internet en mejores oportunidades o en una mayor desigualdad? ¿Cuáles son los factores que subyacen a los distintos ritmos de acceso a Internet y a la diversidad de sus usos?” En una primera aproximación, la noción de brecha digital nos resulta extrañamente familiar, esto es así porque ya las teorías sociales de la década del sesenta nos acostumbró a este vocablo, íntimamente ligado a la distancia entre centro y periferia: las brechas eran, pues, inmanentes al llamado Tercer Mundo. Este aire de familia hace de la divisoria digital una suerte de eslogan rejuvenecido de muchos gobiernos y ONG’s en el que, difusamente, resuenan los ecos de emancipación y reivindicación de la psicodelia. Existiría, empero, una razón que a nuestro entender sería central: la brecha digital instaura una dimensión nueva y, sintetiza, además, una serie de brechas preexistentes. A riesgo de parecer demasiado esquemáticos, intentaremos rotular los diversos aspectos que se dan cita en esta brecha digital, vieja y nueva a la vez. Un punto de partida lo constituye la distinción, por una parte, entre dispositivos informacionales, esto es: redes y equipos; y por otra parte, dispositivos comunicacionales, entendiendo por ello, las competencias básicas de los usuarios. Estas dos dimensiones de análisis nos permiten caracterizar ciertas condiciones de posibilidad y las eventuales variables pertinentes en cada caso. Veamos, desde el punto de vista de la redes y equipos, lo que nos interesa es la conectividad, la posibilidad de 61 conectarse físicamente a las redes informáticas. Desde el punto de vista de los dispositivos comunicacionales, es decir, las competencias de los usuarios, lo que interesa es, precisamente las posibilidades de la significación / comunicación entre sujetos concretos, llamaremos a esta dimensión accesibilidad. Tal como se sostiene en semiótica que la comunicación presupone la significación y no a la inversa, podríamos proponer que la accesibilidad presupone la conectividad y no a la inversa. La conectividad emerge como un espacio en el que se cruzan criterios de orden tanto tecno - económico como social, podríamos afirmar que la posibilidad de conectarse a redes y equipos da buena cuenta de ciertos índices clásicos de desarrollo social y tecno - económico. Castells nos ofrece un primer diagnóstico digno de tenerse en cuenta: “En términos generales, la brecha entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo, en productividad, tecnología, renta, beneficios sociales y nivel de vida aumentó durante la década de los noventa, a pesar de los enormes avances en el crecimiento económico de las zonas costera de China, las industrias de alta tecnología indias, las exportaciones industriales brasileñas y mejicanas, las exportaciones argentinas de alimentación y las ventas de vino, pescado y frutas procedentes de Chile. Y es que las estadísticas globales son engañosas, porque lo esencial del alto crecimiento económico del Tercer Mundo está concentrado en unas zonas de unos pocos países. Al mismo tiempo, las condiciones medioambientales se deterioraron, tanto en términos de recursos naturales como en el crecimiento de las ciudades en los países en vías de desarrollo, que previsiblemente alojarán a más de la mitad de su población en los próximos veinticinco años”. La accesibilidad, que hemos ligado conceptualmente a las competencias necesarias de los usuarios, remite, desde nuestro punto de vista, a tres variables fuertes como son los índices en educación, el corte generacional y características culturales específicas. Existiría una zona gris o intermedia en la que factores étnicos, lingüísticos e incluso geográficos, no se nos hacen evidentes todavía, podríamos hablar muy tentativamente de variables blandas. Al examinar las cifras que dan cuenta de las tendencias que se verifican en el dominio de las TIC’s, se hace necesario tratar de entender en toda su radicalidad la mentada brecha digital. No se trata, por cierto, de una tecnología más que podría eventualmente incidir en ciertos procesos productivos e incidir en el crecimiento o no del PIB. Estamos, como sostiene Castells entre muchos, ante una nueva modalidad de desarrollo que ha sido llamado informacionalismo o Modo informacional de desarrollo M.I.D. y que emerge en oposición al industrialismo; de suerte que la divisoria digital es el rostro contemporáneo de la desigualdad y, 62 más grave aún, la imposibilidad de un desarrollo viable en el futuro. Castells afirma: “Podríamos decir que, en las condiciones sociales e institucionales actualmente vigentes en nuestro mundo, el nuevo sistema tecnoeconómico contribuye al desarrollo desigual, con lo que aumentan simultáneamente, la riqueza y la pobreza, la productividad y la exclusión social, con sus efectos diferencialmente distribuidos en diversas áreas del mundo y grupos sociales. Como Internet se encuentra en el epicentro del nuevo modelo sociotécnico de organización, este proceso global de desarrollo desigual es, probablemente, la expresión más dramática de la divisoria digital”. Los análisis que privilegian la conectividad como criterio fundamental en la políticas gubernamentales o regionales no advierten con claridad que la ampliación de redes y equipos no garantiza en absoluto el acceso de una masa significativa de la población y, mucho menos, un uso que propenda al desarrollo, cualquiera sea el índice que utilicemos. Los estudios que se están realizando hoy en día, sin embargo, privilegian, precisamente, una mirada sobre la cobertura de la conectividad con un claro énfasis cuantitativo que suspende dos aspectos fundamentales: las variables fuertes de accesibilidad y, más preocupante, las consecuencias a mediano plazo para nuestros países. Se pretende la inclusión por la vía simbólica a un imaginario del desarrollo mientras se excluye por la vía de escasas políticas sociales y una distribución aberrante de los ingresos. Como ha escrito Hopenhayn: “Este vínculo claro en el imaginario del desarrollo hoy día está roto o más bien atrofiado del lado de la integración material y desbocado por el lado del consumo simbólico. Mientras el acceso al bienestar material se ha estancado y la exclusión social no se revierte, por otro lado se expande el acceso a bienes simbólicos como la educación formal, la televisión y la información actualizada. La brecha creciente entre desintegración ‘dura’ (material) e integración ‘blanda’ (simbólica) alimenta esta connivencia entre desencanto y complacencia o entre ánimo apocalíptico y entusiasmo postmoderno. La creciente segmentación social es motivo de críticas ácidas, pero la defensa de la diversidad cultural despierta nuestras legítimas pulsiones utópicas. La informalidad laboral es claramente un factor estructural de reproducción de la pobreza, pero hablamos a la vez de la autogestión y el ‘acceso a destrezas estratégicas’ como bondades que los nuevos tiempos pueden poner al alcance de todos. A la vez que la integración social-material parece agotar todos sus viejos recursos, nuevos ímpetus de integración simbólica irrumpen desde la industria cultural, la democracia política y los nuevos movimientos sociales”. En estricto rigor, la irrupción de cualquier nueva tecnología genera de suyo exclusión, sin embargo, es claro que no podemos condenar la escritura por la existencia, aún hoy, de amplios sectores analfabetos. Por 63 otra parte, no basta con hacer declaraciones grandilocuentes en cuanto a reclamar un “acceso para todos”. Ni pesimismo ni demagogia. Hasta hoy, tanto los gobiernos como las empresas reclaman y prometen una cobertura cada vez más amplia y fácil. Nos resulta evidente que la conectividad no garantiza, en absoluto el acceso, es decir, el participar de una cierta “densidad relacional y cognoscitiva de las realidades virtuales” que para Lévy constituye, precisamente la inteligencia colectiva. La exclusión no sólo es un riesgo sino una aberrante realidad que viene a sintetizar, como hemos señalado, muchas brechas precedentes, cuestión que se torna mucho más radical en cuanto compromete las posibilidades mismas de desarrollo de vastos sectores de la humanidad. A este respecto conviene tener presente aquello que concluye Castells cuando escribe: “La divisoria digital fundamental no se mide en el número de conexiones a Internet, sino en las consecuencias que comportan tanto la conexión como la falta de conexión porque Internet, como demuestra este libro, no es sólo una tecnología: es el instrumento tecnológico y la forma organizativa que distribuye el poder de la información, la generación de conocimientos y la capacidad de conectarse en red en cualquier ámbito de la actividad humana. Por ello, los países en vías de desarrollo están atrapados en la contradicción de la red. Por una parte, el hecho de estar desconectados o superficialmente conectados a Internet supone la marginación del sistema reticular global. El desarrollo sin Internet sería equivalente a la industrialización sin electricidad durante la era industrial. Por ello aducir, como suele hacerse, que es necesario comenzar por ‘los problemas reales del Tercer Mundo’, o sea, la salud, la educación, el agua, la electricidad y otras necesidades, antes de plantearnos el desarrollo de Internet, revela un profundo desconocimiento de las cuestiones que realmente importan hoy día. En efecto, sin una economía y un buen sistema de gestión basados en Internet, es prácticamente imposible que un país sea capaz de generar los recursos necesarios para cubrir sus necesidades de desarrollo, sobre una base sostenible, o sea, económica, social y ecológicamente sostenible, como demuestra el informe de desarrollo humano de Naciones Unidas de 2001 (HDR, 2001)” A esta altura resulta claro que existe el riesgo de acentuar, todavía más, las diferencias entre sociedades desarrolladas y sociedades menos desarrolladas y al interior de las sociedades mismas entre grupos privilegiados y grupos desprotegidos. Como sostiene Dominique Wolton, se detectan por lo menos tres fuentes de desigualdad ante las TIC’s. En primer lugar existe una brecha entre un entorno de pobreza y lo que un ordenador permite hacer, es decir: “Los rendimientos de la Red globalizada evidencian más las desigualdades mundiales existentes”. En segundo lugar no debemos olvidar que la mera presencia de Internet es en sí una fuente de desigualdades y, en tercer lugar existe una brecha mucho más grave ya no material: “Existe una tercera fuente de 64 desigualdad que procede del modelo trasmitido por el medio Internet, y ésta es una de sus ambigüedades, es un medio racional en un sistema económico concreto: el capitalismo globalizado. Pero genera signos y símbolos construidos sobre el modelo cultural occidental. No se trata sólo de datos, sino de toda una arquitectura simbólica, de una forma de racionalidad”. Nótese la incidencia de las TIC’s en los respectivos países y adviértase cómo las naciones del llamado Sur que concentran más del 80% de la población mundial, representan en total un cuarto de las conexiones del mundo y apenas generan un 3% del comercio electrónico mundial. Es claro que el concepto de brecha digital sólo posee sentido al ser contrastado con la noción de desarrollo, cualquiera sea la acepción que tomemos de ésta. No resulta evidente que la divisoria digital responda a criterios puramente geográficos, pues si bien las cifran muestran diferencias abismales entre el Triad Power (Japón, Europa y EEUU) y el resto del planeta, no es menos cierto que en un mundo tejido en red, las deferencias se reproducen en todas y cada una de las sociedades humanas, conformando grupos conectados física y simbólicamente y otro de los desconectados sea física o culturalmente. Sea cual fuere nuestra mirada en torno a la cuestión del desarrollo, pareciera que las nuevas tecnologías ocupan un lugar central en la discusión de estrategias y políticas, modificando los fundamentos mismos de lo que se entendió por desarrollo en las décadas precedentes. Podríamos decir que, hoy por hoy, la tarea de los gobiernos apunta a conectarse al desarrollo, considerando que el diagnóstico contemporáneo privilegia los aspectos socio-técnicos. Como resume Castells: “En una economía global y una sociedad red donde la mayor parte de las cosas que importan dependen de estas redes basadas en Internet, quedarse desconectado equivale a estar sentenciado a la marginalidad, u obligado a encontrar un principio de centralidad alternativo. Como expuse en el capítulo sobre la divisoria digital, esta exclusión puede producirse por diversos mecanismos: la falta de una infraestructura tecnológica; los obstáculos económicos o institucionales para el acceso a las redes; la insuficiente capacidad educativa y cultural para utilizar Internet de una manera autónoma; la desventaja en la producción del contenido comunicado a través de las redes… Los efectos acumulados de estos mecanismos de exclusión dividen a la gente en todo el planeta, pero ya no a lo largo de la divisoria Norte/Sur sino entre aquellos conectados en las redes globales de generación de valor (en torno a nodos desigualmente repartidos por el mundo) y aquellos que están desconectados de dichas redes”. Las previsiones de desarrollo digital indican que la brecha entre países pobres y países ricos se irá acrecentando, al punto de que algunos 65 autores ya hablan de Economías Nacionales Inviables. Así, entre los más pesimistas, Oswaldo de Rivero sentencia: “Hoy, el porvenir de las naciones depende cada vez más del conocimiento y de la información científico tecnológica es decir, del número de científicos e ingenieros con que cuentan, de los gastos en Research and Development y de la producción de software .Los países subdesarrollados que constituyen el 75% de la humanidad (4.800 millones de habitantes), tiene sólo el 7% del total mundial de científicos e ingenieros, efectúan menos del 2% de la inversión mundial en Research and Development y sólo producen el 3% del software”. Habría que hacer notar que la inversión en investigación y desarrollo en países subdesarrollados se concentra en lugares bien focalizados como Singapur, Hong Kong, China, India y Brasil. Desde otro punto de vista debemos tener en cuenta que la miseria científico – tecnológico compromete la viabilidad económica de naciones enteras en cuanto la demanda mundial de productos de alta tecnología y servicios aumenta 15% anual, mientras que la demanda mundial por materias primas tradicionales apenas crece al 3% anual. Si como se desprende de los datos globales, las nuevas tecnologías están generando una suerte de apartheid global, las apocalípticas conclusiones de Castells resultan ser una advertencia más que inquietante y verosímil: “Si las cosas siguen como hasta ahora, es muy posible que la divisoria digital siga ampliándose hasta que acabe por sumir al mundo en una serie de crisis multidimensionales. El nuevo modelo de desarrollo requiere que superemos la divisoria digital planetaria. Para ello necesitamos una economía basada en Internet, impulsada por la capacidad de aprendizaje y generación de conocimientos, capaz de operar dentro de las redes globales de valor y apoyada por instituciones políticas legítimas y eficaces. El interés general de la humanidad sería que encontráramos un modelo ajustado a dichos criterios mientras aún estemos a tiempo de evitar el drama de un planeta dividido por su propia creatividad”.La mentada brecha digital es como la punta de un iceberg que nos lleva de manera ineluctable a poner en tensión el concepto mismo de desarrollo. La divisoria digital conjuga, a lo menos, tres claras dimensiones, a saber: un modelo económico, el capitalismo globalizado, un modelo de desarrollo tecnológico en que está implícito no sólo el lucro sino el más alto rendimiento y, por último, subyace un ideal de la modernidad que podemos resumir bajo el término de desarrollo. América Latina fue marginada del desarrollo industrialista del siglo XX, quedando rezagada a una región subdesarrollada; en la actualidad, sus febles estructuras políticas y sociales la excluyen de modo informacional, transformando el desarrollo en un espejismo, cuando no en un demagógico talismán al servicio del gran capital. 66 4.3.- América Latina: Educación Ciencia y Tecnología De manera silenciosa, casi inadvertida, la enseñanza tradicional va cediendo su lugar ante la irrupción de las TICE: Tecnologías de la Información para la Enseñanza. Las nuevas generaciones de estudiantes, verdaderos digital natives, según la feliz expresión de M. Prensky, están familiarizados con las tecnologías numéricas desde la primera infancia. La cuestión es cómo enseñar geografía después de Google Earth. Es claro que las paredes que encerraban el aula y la escuela se han tornado transparentes. Las redes digitales llevan el mundo a la pantalla de un computador. Resulta evidente, también, que la Información, otrora patrimonio y fuente de autoridad del profesor, hoy está disponible en forma de D-Base en la red, lo que pone en jaque el estatuto mismo de los maestros. Ya no se puede concebir la figura de un profesor de aula como el portador exclusivo de una cantidad de información sino más bien, debemos pensarlo como alguien que guía la búsqueda de fuentes confiables y desarrolla el espíritu crítico frente al cúmulo de datos de que se dispone. Al profesor le corresponde, precisamente, la delicada alquimia que transforma la información en conocimiento y éste en acción. La figura del profesor ha mutado esta última década, ello significa que es imprescindible revisar una serie de conceptos asentados durante dos siglos de práctica pedagógica. El problema puede ser planteado en toda su radicalidad al tratar de conceptualizar lo que se entiende en la actualidad por “hacer una clase”, y más todavía al tratar de explicarnos qué es la “escuela” y la “enseñanza” cuando el aula se extiende al mundo entero gracias a los Entornos Numéricos de Trabajo (ENT) El desarrollo científico y tecnológico en América Latina ha debido enfrentar la era de la e-Ciencia de modos diversos. Sea que se privilegie el Estado o el Mercado, lo cierto es que nuestra situación está signada por una creciente brecha respecto de los países más avanzados. En su aspecto positivo, la e-Ciencia abre la posibilidad de un contacto más próximo y rápido con la comunidad científica virtualizada, las revistas científicas digitales y el periodismo científico facilitan el acceso a información relevante. Sin embargo, bien lo sabemos, disponer de una gran cantidad de información no implica, de buenas a primeras, acceder al conocimiento. 67 La e- Ciencia plantea a todos los países de la región una serie de inquietantes cuestiones. Por de pronto, cabe plantear la interrogante acerca del tipo de ciencia que se requiere para nuestros pueblos, sumidos en la pobreza con toda su secuela de problemas médicos, nutricionales, energéticos y medioambientales sólo por mencionar los más urgentes. El nuevo estadio histórico caracterizado por la e-Comunicación y la eCiencia bien puede acrecentar la distancia respecto de los desarrollos en los países ricos, transformando el concepto de “subdesarrollo” en una “dependencia en red”. La actual coyuntura histórica y política latinoamericana es particularmente compleja en un escenario de crisis global del capitalismo. La e-Ciencia responde a tecnologías desarrolladas en otras latitudes, cuya racionalidad inmanente nos resulta muchas veces ajena. Como se ha señalado tantas veces: “Los sistemas racionales de conocimiento tecnocientífico fueron legitimados desde el punto de vista moral y político porque su finalidad era contribuir con el desarrollo humano. Al discurso del progreso y los valores de la civilización que estimularon los adelantos de la ciencia, se adhirió el signo de una catástrofe universal representada por la degradación a gran escala de la biósfera, incremento de la desigualdad social, empobrecimiento masivo y militarización global de los conflictos derivados de estrategias económicas de expansión. Por cierto, esta militarización está basada no sólo en el desarrollo y uso de un arsenal tecnológico convencional, sino también bioquímico y nuclear desplegado por la ciencia, y que superó las capacidades reales de control de quienes los administran”. Hasta la fecha, América Latina no ha sido capaz de generar una red científica regional significativa con una infraestructura propia que propenda a la generación de nuevos conocimientos para nuestro desarrollo. Fenómenos como la creciente privatización y la baja calidad de nuestros centros de educación superior y de postgrados, la escasa inversión de los gobiernos regionales en investigación, la falta de expertos de alto nivel y de una tradición en diversas disciplinas empobrece las prácticas científicas latinoamericanas, generalmente asociadas a programas de investigación en Europa o los Estados Unidos. Esta realidad no es nueva, pero se ve agravada por una crisis económica y por el advenimiento de las redes digitalizadas como nueva modalidad de las prácticas científicas. Las sociedades latinoamericanas acceden de manera muy parcial a las nuevas tecnologías, con un promedio regional no superior al 22%, mientras en los países desarrollados las cifras de penetración bordean o superan el 50%. 68 Se ha detectado, recientemente, una brecha digital aún más sutil, en torno al ancho de banda que determina la calidad de las conexiones. A todo esto se agrega un uso muy discreto de las nuevas tecnologías, cuyo impacto en el PIB de los países latinoamericanos es todavía muy marginal Según expertos de la ONU, reunidos en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo 2007 (UNCTAD), ha crecido la brecha digital, cuando es determinada primordialmente por el acceso a conexiones de alta velocidad para Internet entre los países menos y los más desarrollados. Se estimó que el acceso a conexiones rápidas en los países desarrollados promedia 28%, mientras que en los países en desarrollo sólo alcanza el 3%. Esto implica que estos últimos aún se encuentran muy desconectados de Internet o lo hacen con velocidades de conexión muy lentas, lo que repercute negativamente sobre la producción, educación y sociedad de las naciones. La e-Ciencia en América Latina se practica todavía en centros de elite asociados a programas internacionales de investigación financiados, en muchos casos, con fondos internacionales provenientes de países desarrollados. América Latina está muy lejos todavía de aproximarse a un nivel de desarrollo científico y tecnológico a la altura de sus necesidades. Esta realidad histórica inédita no sólo exige una revisión epistemológica como marco conceptual para la legitimación y validación de las prácticas científicas sino, y muy especialmente, una revisión de los supuestos políticos en que tales prácticas se inscriben y se tornan legítimas en nuestro continente. De este modo, nociones tan asentadas en el pensamiento europeo como “universalismo”, “progreso” y, en particular, el concepto de “civilización” reclaman, por lo menos, una discusión en nuestras sociedades. Pues, como ha escrito Immanuel Wallerstein: “Civilización hace referencia a una serie de características sociales que son contrastadas con el primitivismo y la barbarie. Europa Moderna se consideró más que una simple “civilización” entre diversas; se consideró —excepcionalmente o al menos especialmente— “civilizada”. Lo que caracterizó este estado de “civilización” no es algo sobre lo que haya un consenso obvio, incluso entre los europeos. Para algunos, la civilización estaba englobada en la “modernidad”, es decir, en el avance de la tecnología y el aumento de la productividad, además de la creencia cultural en la existencia del desarrollo histórico y del progreso. Para otros, significó la autonomía creciente de lo “individual” con respecto a todos los otros actores sociales —la familia, la comunidad, el Estado, las instituciones religiosas… Cuando los colonizadores franceses en el siglo diecinueve hablaron de la “mission civilisatrice”, quisieron decir que, por medio de la conquista colonial, Francia —o para ser más general Europa— impondría sobre los pueblos no-europeos los valores y normas que fueron abarcadas por estas definiciones de civilización. En nombre de tales valores, varios grupos en los países occidentales hablaron, en los 69 ‘90, del “derecho a intervenir” en situaciones políticas en diversas partes del mundo, y casi siempre en las partes no-occidentales” La e-Ciencia constituye una reconfiguración de las prácticas científicas en un nuevo régimen de significación que entraña no sólo una nueva economía científico – cultural (formas de producción, gestión, distribución y consumo de saberes) sino además, una mutación mayor en el ámbito de los modos de significación. Se trata de la mayor mutación científico técnica en la historia de la humanidad que ha creado las condiciones para la e-Comunicación, inaugurando con ello un nuevo momento histórico para las prácticas científicas de los próximos siglos. La e-Ciencia plantea, empero, a los latinoamericanos una tarea mayúscula, la de construir los fundamentos epistemológicos y políticos que definan la validez y legitimidad de su quehacer científico y tecnológico en los años venideros como uno de los pilares de su propio sentido histórico en un mundo cada día más interdependiente y complejo. Si el presente establece una relación temporal respecto de nuestro pasado y nuestro futuro, no podemos olvidar que el ahora establece relaciones históricas respecto del otrora y del porvenir. Cuanto más nos acercamos al concepto de e-Ciencia, surge de inmediato la imagen fantasma de la brecha digital, término tan nuevo como equívoco para designar siglos de pobreza y de desigualdad. Lo epistemológico y lo político se dan cita en el ahora de América Latina frente a la irrupción de un nuevo régimen de significación que nos convoca, por cierto, a una profunda reflexión, pero sobre todo a la acción. Si es cierto que la propia verdad científica es histórica, quizás ha llegado el tiempo de volver nuestra mirada a nuestra propia historia. 70 5.- Chile y la Democracia en el siglo XXI 5.1.- Represión, Seducción, Espectáculo Cualquier consideración mínimamente seria en torno a una profundización de la democracia debe hacerse cargo de las nuevas esquinas de nuestro país. Para un observador desapasionado, resulta evidente que el clima histórico, político y social ha sido más bien adverso a la idea misma de democracia. Dicho de manera franca y directa, la construcción democrática en Chile, tras una experiencia dictatorial traumática, ha sido una tarea mucho más compleja de que pudiera pensarse. Después de casi veinte años de gobiernos concertacionistas, los avances son más bien magros y débiles. Entre las muchas explicaciones que se pueden esgrimir destaquemos, a lo menos, cuatro que nos parecen relevantes. Primero, el desmantelamiento de un movimiento popular mediante el uso de la violencia sistemática y selectiva. Segundo, el carácter fundacional que imprimió a su gestión la dictadura militar, especialmente en el dominio económico e institucional. Tercero, la singular negociación que inauguró la transición chilena en los albores de los noventa. Cuarto, la implementación en nuestro país de un diseño social y cultural destinado a transformar el “carácter social” del país hasta nuestros días, una sociedad de consumo, según hemos visto en el capitulo primero. Más allá de las hipótesis para explicar la situación actual, lo cierto es que vivimos un “déficit democrático” o, si se quiere, una “democracia de baja intensidad”, eufemismo para significar que nuestra democracia es limitada, estrecha, tutelada o “protegida”. Si bien los protagonistas de aquel 11 de septiembre de 1973 han desaparecido, vivimos todavía la herencia política, económica y cultural engendrada en aquel periodo de nuestra historia. El Golpe de Estado dividió nítidamente nuestra sociedad, por un lado el nuevo gobierno significó el súbito e inesperado enriquecimiento de la burguesía chilena hasta el presente, por otro lado, fue el rostro triste de los vencidos, los trabajadores que vieron aumentar su miseria junto con la aniquilación de sus utopías. Tal como había escrito Walter Benjamin, podríamos repetir que los poderosos tienden a mantener su poder, sea por la represión sangrienta, 71 sea por las astucias de la moda (la seducción) o por la magia del espectáculo. El caso chileno es paradigmático a este respecto, pues, en pleno siglo XX, hizo evidente los grados de refinamiento y brutalidad a que fue elevada la represión como tortura y genocidio, los ejemplos son tan abundantes y conocidos que no requieren siquiera mención alguna. Lo mismo puede afirmarse de la moda, cuya astucia no es otra que aquella de la seducción y lo efímero, al punto que reconocemos en ella no tan sólo un ethos inherente a las sociedades de consumo sino el ritmo que regula los flujos de mercancías a escala planetaria. Por último, la noción de espectáculo preside hoy todo el fasto que pone en escena la Hiperindustria Cultural, mediante la magia de la televisión y las redes digitalizadas. Podríamos decir que la derecha chilena de nuestros días no ha renunciado, en lo fundamental, a los modos de dominación descritos por Benjamin. Por el contrario, los principios de la represión, la seducción y el espectáculo se han transformado en la manifestación cotidiana el orden tecno-económico y político instituido por el capital. 5.2.- La Centro-izquierda-derecha Desde hace ya casi dos décadas, nuestro país ha vivido el tiempo político de la Concertación de Partidos por la Democracia. Su diseño se enmarca en las postrimerías del mundo bipolar y significó la total exclusión de los sectores de izquierda marxista. Un conglomerado que desde su concepción ha sido construido para cumplir tres tareas históricas fundamentales. Primero, garantizar a las élites y al FMI la continuidad del modelo económico; Segundo, garantizar a las Fuerzas Armadas una transición pacífica, de bajo coste y limpia; Tercero, dar garantías a Estados Unidos de estabilidad política en la región como faro de la democracia en el cono sur. La Concertación de Partidos por la Democracia ha cumplido durante diecisiete años la tarea para la que fue concebida. Ha sabido salvaguardar los pilares estructurales del modelo económico, asegurando tasas de ganancia significativas para inversionistas criollos e internacionales. Esto ha sido posible mediante la desmovilización popular y sindical, instrumentalizada desde La Moneda y ejecutada por una clase política cerrada de los diversos partidos concertacionistas. Lo mismo puede decirse de la transición pacífica que mantuvo intocada la figura de Pinochet, al extremo bochornoso de que todo el aparato de un gobierno concertacionista fue puesto a su servicio durante su detención en Londres. En los hechos, el marco jurídico constitucional se ha mantenido inalterado en lo sustancial. Este mismo espíritu ha presidido el tratamiento del tema de Derechos Humanos, evitando todo 72 cuestionamiento político y moral de fondo en la sociedad chilena; y en el límite, haciéndose cómplice de un estado de impunidad en el país. Por último, los gobiernos concertacionistas han tenido un claro papel conservador en América Latina, oponiendo un presunto progresismo democrático a procesos más radicales como los que se están dando en otras latitudes. Recordemos que el triunfo en el plebiscito fue adjudicado al entonces secretario para asuntos interamericanos en Washington, como un logro de su cartera. En este sentido, la presencia de un ex ministro concertacionista a la cabeza de la OEA no parece nada casual. La Concertación de Partidos por la Democracia, ha sido un instrumento muy eficaz y eficiente, un éxito político. Quienes hoy sostienen su fracaso, lo hacen inspirados en una crítica muy limitada y de corto aliento o, en una ingenuidad sin límites, al hacerse otras expectativas. Todos lo gobiernos concertacionistas, tanto democristianos como socialistas, han dado cabal cumplimiento a lo pactado en 1989. Salvo modificaciones cosméticas, el Chile de hoy no se aleja del diseño militar, en lo Constitucional, en lo económico y, curiosamente, en lo político. En la hora presente, por paradojal que parezca, el mayor lastre a una democratización profunda del país lo constituye la propia Concertación de Partidos por la Democracia. Este conglomerado con su típica demagogia de “centroizquierdaderecha” ha demostrado en cuatro gobiernos su compromiso de ejercer como garantes del actual estado de cosas, negándoles a todos los chilenos su derecho a vivir una democracia de verdad. 5.3.- Chile: Democracia y Crisis Económica Mundial La actual crisis económica mundial pone en evidencia dos aspectos insospechados: primero, se trata de un fenómeno inédito en la historia humana y, segundo, nadie sabe exactamente cómo salir de este atolladero, tal como ha quedado de manifiesto en Davos. Los síntomas son más que preocupantes, pues se ha producido la conjunción de una crisis alimentaria, una conducta errática en los precios del petróleo y, desde luego, una crisis financiera a escala global. La economía mundial ha perdido un cuarto de su riqueza en pocos meses. Hace ya décadas que autores de la estatura de Braudel y Wallerstein nos advirtieron que el capitalismo marchaba hacia lo que se llamó un “sistema – mundo”, la era de un hipercapitalismo. Esta idea quedó, como tantas, en el plano teórico y los gobiernos siguieron fieles a sus políticas en tanto 73 Estados nacionales, defendiendo sus intereses particulares. Pensar el capitalismo como una “economía –mundo” nos puede servir para comprender lo que acontece hoy. El proceso de globalización de los mercados, anunciado por T. Levitt en los años ochenta, significó una “mutación antropológica” a escala planetaria. Junto a la expansión tecno-económica se ha producido un proceso de hibridación, gracias a la hiperindustrialización de la cultura, nunca antes visto, una “cultura global” que algunos llaman Cultura Internacional Popular. En pocas palabras, en el curso de tres décadas se ha hecho claro que el mundo entero comparte no sólo sus avatares económicos sino también sus problemas políticos y muchos de sus cánones culturales. Esto significa que el planeta entero ha entrado en la fase de un “sistema – mundo”, tal como nos enseñaron los científicos sociales hace décadas. Basta pensar en los fenómenos migratorios en gran escala o en el calentamiento del planeta, para advertir el abismo en el que nos encontramos. Se trata, bien mirado, de un salto cualitativo o de un cambio de paradigma en el que conviene detenerse. Ante lo nuevo, las viejas ideas y concepciones resultan de escaso valor, acaso inútiles. En este sentido habría que “impensar”, es decir, practicar el pensamiento divergente, para conceptualizar lo que está sucediendo. La actual crisis mundial del capitalismo se deriva, entre otros factores, de la rápida mutación tecno-económica y cultural que ha acelerado y virtualizado los flujos de capital en todo el mundo. Sin embargo, al mismo tiempo, se ha mantenido el orden institucional y jurídico concebido para regular el sistema. Es bien sabido que tras la Segunda Guerra Mundial se produjo el último gran ajuste del sistema internacional, creando instituciones como el FMI, y el Banco Mundial. La cuestión es que tales instituciones fueron concebidas en un mundo en que los actores convocados eran los Estados nacionales. En la actualidad han irrumpido nuevos actores y nuevos espacios económicos globales, muchos de ellos completamente desnormativizados. Para explicarlo en términos muy sencillos: el capitalismo contemporáneo es un sistema fuera de control. No hay normativas ni instituciones de escala global capaces de regular los flujos virtuales de capital, sea que se trate de especulación financiera, sea que se trate de bienes o servicios. La expansión del capitalismo ha entrado en su fase global, pero el ámbito político mundial sigue anclado a una estructura arcaica y cada día más descompuesta. De poco sirve que Gran Bretaña tome medidas duras en el ámbito nacional y, ni siquiera basta que toda la Unión Europea o Estados Unidos adopten políticas enérgicas frente a la crisis. El desafío 74 que plantea la actual crisis global de la economía sólo puede ser resuelto con una política mundial capaz de reconfigurar la regulación de los flujos a escala global. Impensar la política mundial supone exigir un reordenamiento institucional y jurídico para el siglo XXI, en que se considere no sólo a los nuevos actores emergentes, sino, y de manera fundamental, los nuevos problemas que enfrenta la humanidad en su conjunto y el planeta entero: desde la pauperización y miseria de millones de habitantes en vastas zonas del mundo, hasta la degradación del medioambiente y la violencia insensata e irresponsable que se expande en diversas latitudes. Por vez primera en la historia humana, la crisis ya no es propia de tal o cual país, se trata de una cuestión que atañe al mundo en su conjunto. Las últimas décadas el mundo ha vivido un proceso que se ha dado en llamar la “globalización”, una interconexión de los flujos financieros, económicos y culturales que se ha expandido a todos los continentes. Es necesario introducir algunas precisiones en torno a este fenómeno, celebrado por algunos y denostado por muchos. La “globalización” nació ligada a la instauración de modelos económicos neoliberales, sin embargo, se trata de dos cuestiones muy diferentes. La “globalización”, excede con mucho los paradigmas tecno – económicos para convertirse en un fenómeno civilizacional. Así como el “industrialismo” nació en el seno del capitalismo inglés, no podemos olvidar que en el curso de su desarrollo histórico hubo muchas sociedades industriales con modelos económicos alternativos, desde la Alemania nacional socialista hasta los llamados socialismos reales. La “globalización” es un término que nació en las páginas del Harvard Review, ligada al mundo económico, pero, su irrupción generó una nueva realidad política y cultural. Por eso muchos teóricos marcan la diferencia entre “globalización” y “mundialización”, entendiendo por este último concepto toda la complejidad del fenómeno. La actual crisis económica que no sólo ha desestabilizado las bolsas sino las grandes economías del mundo, amenaza con tumbar gobiernos y crear una ola de protesta social sin precedentes. Como en el viejo mito de la “Torre de Babel”, la crisis ha sido el castigo divino para impedir la pretensión humana de hablar una sola lengua en un mundo global. En los más importantes foros mundiales, incluido Davos, lo políticamente correcto hoy es la “desglobalización”, desandar el camino de los últimos años para poder regular y controlar los flujos financieros. Como suele decirse, ante una urgencia debemos cuidarnos de tirar al bebé junto con el agua de la bañera. Una cosa es la necesidad imperiosa 75 de acabar con los excesos del neoliberalismo económico vigente hasta hace poco y otra muy distinta es pretender abolir “par décret du peuple”, un fenómeno histórico cultural en curso. Más que “desglobalizar”, de lo que se trata es de “mundializar”. Esto quiere decir que se requiere crear mecanismos de regulación económica a escala global, transformando todo el orden normativo e institucional no sólo económico sino político a escala mundial. Antes que “desglobalizar”, concepto negativo, la humanidad debe avanzar hacia una verdadera “mundialización”, plena y efectiva. Esta “mundialización” que se avizora en el horizonte debe estar ajena a los vicios del neoliberalismo económico, dando nueva vida a los foros internacionales donde las voces emergentes como China, India y Brasil tengan una presencia muy importante, pero donde también se den cita los olvidados del mundo como el África subsahariana, las naciones de Asia y América Latina. La “mundialización” es el concepto positivo para asumir la integración del “sistema-mundo” como un acontecimiento civilizacional que supere, en lo inmediato, las formas más pueriles del capitalismo salvaje y, en el largo plazo, construya un mundo más justo. Esta nueva utopía no es antojadiza, pues los grandes retos de la humanidad son ahora de escala planetaria. Ya no es aceptable que unos pocos, sea que se trata de gobiernos de grandes Estados con vocación imperial, sea que se trata de grandes Corporaciones, manejen los destinos del planeta. La “mundialización” es la utopía a la cual están convocados todos los pueblos de la tierra en este siglo XXI. Los pesimistas afirman que tenemos capitalismo para siglos. Es posible que esta afirmación sea parcialmente cierta, sin embargo, ello no impide pensar en formas económicas mucho más evolucionadas que regulen los mercados mundiales, atendiendo al medioambiente y a normativas claras en beneficio de las grandes mayorías, todo esto a escala global. La actual crisis financiera es un buen pretexto para reflexionar en torno a los grandes desafíos globales y sacar algunas lecciones útiles. La primera lección que habría que poner sobre el tapete es que si bien enfrentamos una crisis financiera, esto es, un problema de índole económico, no es menos cierto que dada la complejidad del asunto y sus múltiples implicancias, se trata, al mismo tiempo, de una crisis política, social, ética y cultural a escala planetaria. Poco importa cual sea el foco o “nodo” de la crisis, ésta compromete a un mundo en red. Todo análisis debiera apuntar a una visión global e interdisciplinaria de la crisis. Al igual que el calentamiento global, la crisis del agua o la crisis alimentaria, la crisis financiera en Wall Street nos concierne a todos. 76 La segunda lección se relaciona con el carácter de los problemas globales. Hasta hoy, la mayoría de las disciplinas piensan los problemas sociales y económicos en los límites de los Estados nacionales. De hecho, el subsidio prometido por la administración Bush se enmarca en esta lógica. La envergadura de los problemas contemporáneos exige, empero, otro tipo de estrategia. Ninguno de los grandes problemas de la actualidad puede ser enfrentado, ni mucho menos resuelto, a escala nacional, así se trate de una super potencia. Para plantear los problemas a escala global se requieren instancias, instituciones y normativas, de escala mundial. A este respecto debemos decir con honestidad que se ha avanzado muy poco. Más bien hemos asistido a un debilitamiento de los foros internacionales, como es el caso de la ONU, institución que ha perdido una parte sustantiva de su legitimidad y de su capacidad política para actuar en el mundo de hoy. La tercera lección tiene que ver con una desacreditada palabra: ética. La profundidad y alcance de las crisis que enfrentamos nos obligan a revisar los supuestos filosófico – morales sobre los que articulamos la acción política a escala mundial. En su versión más dramática podríamos plantearla como sigue: “En este mundo, nos salvamos todos o no se salva nadie”. Esto significa que no nos sirve de mucho cerrar los ojos y las fronteras, para vivir un desarrollo egoísta y desentendernos de un brote epidémico en una miserable aldea asiática o de la deforestación en la Amazonía o de una hambruna en algún país africano. Tarde o temprano, llegarán las pateras a nuestras costas con su carga de inmigrantes, y con ellos las enfermedades, la pobreza y la muerte. Se requiere una filosofía moral inclusiva y a escala humana. En cada ser humano se juega la humanidad, más allá de su condición étnica, social, económica o cultural, más allá de su nacionalidad o de su credo religioso o ideológico. Por último, habría que volver a revisar los fundamentos de las formas empresariales, entendiéndolas más bien como un privilegio que la sociedad confía a ciertos “emprendedores”, notables por su iniciativa y capacidad, en un marco ético y normativo de responsabilidad global, para administrar la riqueza de todos. La empresa del futuro debe ser pensada como un dispositivo civilizacional, al servicio de la comunidad. La imagen del empresario ya no puede ser la del sujeto amoral, codicioso y socialmente irresponsable que caracterizó el siglo XX. Puede que los pesimistas tengan razón y debamos vivir, todavía, formas capitalistas por varios siglos, mas ello no significa que sea bueno y deseable asumir su forma más prehistórica y salvaje, como aquella en que estamos en la actualidad. 77 La actual crisis financiera mundial encuentra su mejor analogía en aquella depresión del capitalismo sufrida en 1929. En aquella ocasión, América Latina no sólo sufrió las consecuencias económicas de una catástrofe bursátil sino que pagó un alto precio político. En efecto, a raíz del colapso de las bolsas, y en los años inmediatos se verificaron en la región 16 golpes de estado. La crisis de Wall Street que se desarrolla por estos días no sólo tendrá consecuencias económicas desde México a la Patagonia sino que augura tormentas políticas en una zona del mundo que con mucha dificultad intenta reconstruir sistemas democráticos. El riesgo inmediato de una crisis financiera de escala global, para muchos países de Latinoamérica, es la desestabilización de sus precarios sistemas democráticos. La caída de las exportaciones, así como la depreciación de las materias primas en los mercados internacionales, sólo augura un dramático crecimiento del desempleo, una disminución de las tasas de crecimiento y el aumento de la conflictividad social. Un cuadro tal es el terreno propicio para tentaciones populistas y nacionalistas, tanto de derechas como de izquierdas. Las democracias latinoamericanas han advenido, como norma general, tras experiencias traumáticas, como han sido las guerras civiles en América Central o las atroces dictaduras de gran parte de Sudamérica. Esto significa que la tradición ilustrada-republicana del siglo XIX no mantuvo su continuidad histórica y cultural, por más que se haya intentado su restitución formal en muchos de esos países. Las características de sus modelos productivos y la subsecuente estratificación social mantienen rasgos premodernos en muchos de sus aspectos, constituyendo un grave déficit social y cultural en todos los países de la región. Dicho en pocas palabras: América Latina no posee, hoy en día, una tradición democrática arraigada en su cultura. . Las políticas monetaristas aplicadas como dogma por el Fondo Monetario Internacional sólo han acrecentado la vulnerabilidad social de los sectores más pobres y de las naciones en su conjunto. Basta examinar las experiencias recientes en Argentina, Bolivia o México. En este mismo sentido, ni siquiera en aquellos países modelo, como es el caso de Chile, las políticas neoliberales han sido eficientes, pues todos los índices señalan a este país como uno en que la distribución de la riqueza es escandalosamente injusta. Si a lo anterior se agrega una corrupción estructural en la mayoría de las naciones latinoamericanas, y políticas ineficientes en ámbitos tan sensibles como el de la salud y la educación, el panorama es desolador. La crisis financiera de alcance mundial es un riesgo gravísimo para los actuales sistemas políticos en América Latina, pues quiérase o no, 78 sufrirán el embate económico y político de gobiernos y corporaciones del mundo desarrollado, interesados en preservar sus intereses en la región al menor coste posible. Pero al mismo tiempo, nuestras frágiles democracias deberán enfrentarse con las demandas de sus pueblos sumidos en la miseria y la cesantía. Si como han previsto los expertos, esta primera gran crisis del siglo XXI será larga y dolorosa, el horizonte latinoamericano es más que inquietante, pues la historia enseña que cuando se debilitan los cauces políticos surge, inevitable, la violencia. 5.4.- La tradición de los vencidos Tras diecisiete años de clandestinidad y dieciocho años de exclusión, la izquierda chilena retorna al escenario político como un tercer actor en el Chile binominal. Si bien este sector político participó de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia desde la década de los noventa, hay que decir que lo ha hecho de manera parcial y subordinada a las políticas de centro-derecha que han caracterizado al conglomerado oficialista. En los hechos, la presencia socialista en el gobierno no ha variado la orientación fundamental de la coalición gobernante ni en lo político ni en lo económico. El mundo ha cambiado. El ocaso de los socialismos reales, tres décadas de neoliberalismo y una crisis económica mundial marcan nuestro ahora. El camino consensuado a fines de los ochenta para enfrentar a la dictadura de Augusto Pinochet parece agotado. El ultraliberalismo económico cristalizado en la Carta Fundamental, así como un orden político binominal se muestran como arcaicos a la hora de enfrentar las nuevas realidades sociales de Chile. El país estancado en un conservadurismo cultural, político y económico ya no satisface a las nuevas generaciones. Más que hablar de una izquierda chilena cabría hablar de las izquierdas, pues se trata de un sector amplio, plural y a ratos difuso. Con todo, se trata, ni más ni menos, que de la digna tradición de los vencidos. En este sentido, la figura del presidente Salvador Allende sigue presente en el imaginario popular como el mejor ejemplo de un gobierno democrático de avanzada. El regreso de la izquierda a la vida política ha sido paulatino y se ha expresado en la lucha permanente contra un sistema electoral que la ha excluido desde el retorno a la democracia, así como en diferentes pactos electorales explícitos que han culminado en las recientes elecciones municipales. Este proceso de inserción política puede ser entendido como 79 una profundización de nuestra democracia que reclama, en un plazo breve, superar el actual modelo binominalista. La izquierda chilena ha sido uno de los actores preponderantes en la construcción democrática de Chile a lo largo del siglo XX. Este sector político y cultural dio sus mejores frutos, precisamente, en el seno de sociedades democráticas, sea que fuere parte del gobierno o de la oposición. Es cierto, la realidad nacional y mundial es hoy muy distinta. Sin embargo, la voz de la izquierda tiene mucho que aportar en estos tiempos hipermodernos y mucho más en medio de una crisis económica que multiplica la pobreza a favor del gran capital. Si bien sectores de izquierda adscribieron a distintos gobiernos democráticos, total o parcialmente, siempre se entendió que la izquierda representaba una trinchera en una lucha política contra los sectores patronales representados por la derecha. Los términos “izquierda” y “pasividad” eran incompatibles. Se podía discrepar sobre el carácter de esa lucha, mas no sobre su necesidad. La izquierda es lucha política. Si la izquierda es lucha política, en el más amplio sentido del término, su sentido último encuentra arraigo en los sectores populares. La izquierda se planteó como una lucha amplia de los trabajadores en defensa de sus intereses concretos. La izquierda se asocia a los pescadores, a los mineros, a los profesores, a los sectores de la salud, a todos quienes viven con esfuerzo de su trabajo. La izquierda es lucha política al servicio de un pueblo. La lucha política de la izquierda no sólo se definió en oposición a los sectores reaccionarios de la sociedad sino y, principalmente, a la unidad de sus propias filas. Esta fue, quizás, la tarea más ardua que enfrentaron partidos y dirigentes de la época: construir la unidad de las fuerzas de izquierda. Este encuentro de fuerzas de distinto sello, que van desde el cristianismo hasta el racionalismo y el marxismo sirvió para ampliar los fundamentos de la democracia chilena. La unidad de la izquierda fue tan difícil como efímera, sin embargo, sólo la unidad la llevó a enfrentar empresas de envergadura. Por último, es bueno recordar que la izquierda es la inscripción de un sentido ético y democrático en la historia: la izquierda habla desde la tradición de los vencidos y lo hace en nombre de la justicia social. Más allá del fracaso de una experiencia histórica concreta, una utopía nunca es extemporánea o pasada de moda. El dolor de los que sufren y el anhelo de justicia de los pobres no pasa nunca de moda. El deseo de una sociedad más justa no perece ni aún ante la barbarie. La izquierda es 80 lucha política al servicio de un pueblo para alcanzar un sueño común, una sociedad de seres libres e iguales. En el Chile actual, tan ayuno de justicia como de esperanza, se hace imprescindible una presencia de la izquierda, no como comparsa de ninguna impostura sino como la voz digna de quienes enarbolan aquellas palabras: Lucha, Pueblo, Unidad y Utopía. La izquierda del siglo XXI es aquella que conjuga sólidos principios éticos respecto a la justicia social, al medioambiente, la diversidad cultural y los derechos humanos, renegando de añejos dogmas de siglos pretéritos. La izquierda del siglo XXI es la crítica frontal al capitalismo agresivo y depredador en que estamos sumidos, pero también es el deseo de crear una sociedad más avanzada y humana. Más allá del luto y el dolor, esta voz es la que están esperando millones de jóvenes que sueñan con un mundo mejor. La palabra “socialismo” ha sido expurgada de aquel diccionario de lo “políticamente correcto”. Tildar a alguien de proclamar “ideas socialistas” es, desde hace algunos años, una acusación o un insulto. Tras el fracaso de los llamados “socialismos reales”, los poderosos del mundo han estigmatizado toda idea u opinión que pretenda traer a la memoria los fundamentos de dicho pensamiento, confundiendo de paso un ideario político y filosófico con una experiencia histórica plagada de excesos innegables. Más allá, no obstante, del desprestigio interesado de las ideas de izquierda, conviene volver a reflexionar con seriedad sobre el tema. Por de pronto, aclaremos que las ideas de izquierda no representan una unidad monolítica ni nada parecido, se trata más bien de un vector que orienta los anhelos y el pensamiento de varias generaciones hacia un mundo alterno a aquel construido por las sociedades burguesas. Más que hablar de un pensamiento de izquierda, es menester reconocer su pluralidad no exenta de contradicciones. El socialismo, en su sentido lato, ha sido una utopía que ha movilizado a muchos pueblos en pos de una mayor justicia social. Por ello se ha dicho que la utopía socialista es comparable a la religión, en cuanto ambos constituyen polos mitopoyéticos que trascienden una época histórica determinada. Si bien han existido formas socialistas durante el siglo XIX y XX, lo cierto es que nada impide pensar formas inéditas de socialismo en el siglo XXI y los siglos venideros. Esto es así porque el socialismo, por definición, se opone al sistema económico capitalista basado en el lucro y a las sociedades burguesas como organización desigual de los privilegios materiales y simbólicos. 81 En la sociedad chilena actual, se hace sentir la necesidad de una izquierda sin sectarismos, sin dogmas ni complejos y con una genuina vocación democrática. El Chile del siglo XXI requiere con urgencia de nuevas visiones que conjuguen lo mejor de su tradición histórica con las más creativas ideas nuevas, teniendo como horizonte ético y político la dignidad y el bienestar de los chilenos. En esta empresa, quienes enarbolan las banderas de la justicia social, los estudiantes, los trabajadores, los pobres de este país tienen un lugar en ese porvenir que han soñado tantos. 82 6.- Columnas de Opinión Entre los talentos más preciados de un político se cuenta su sentido de la oportunidad, intuir cuál es el camino adecuado en el tiempo que le toca vivir. Todo “ahora” es siempre el vértice de un cono temporal que se expande hacia el “porvenir”, esto es, el horizonte de lo posible. El presente y el futuro establecen relaciones de tiempo, pero el “ahora” y el “porvenir”, establecen relaciones históricas y políticas en que se pone en juego la subjetividad humana: los sueños, los anhelos, así como las fuerzas e intereses en tensión. Pensar, pues, el “ahora” de Chile como punto inaugural, exige y supone reclamar un “porvenir” posible para nuestro país. El Chile de hoy no es para nada casual y responde, qué duda cabe, a un “otrora” en que fue concebido. Vivimos todavía las secuelas de aquello que se denominó cínicamente “guerra interna”, cuyas aristas ya conocemos. Así, se estableció en el país una forma de dominación autoritaria que se expresa hasta nuestros días en todos los terrenos de la vida social. Es cierto, empero, que con el advenimiento de formas democráticas de baja intensidad se han restituido algunos derechos elementales y se ha entrado en una fase fría de dominación. Es interesante destacar cómo el pensamiento de derechas ha logrado pensar la realidad social disociando lo político de lo económico y lo cultural, mientras otros sectores siguen amarrados a concepciones totalizadoras que le impiden actuar con eficacia y eficiencia en el plano político. De este modo, se explica por ejemplo cómo ha sido posible transitar desde una oprobiosa dictadura hacia una democracia débil, manteniendo inalterado el orden neoliberal que preside el diseño matriz. Esta ha sido la situación desde hace ya casi dos décadas y se ha traducido en una hegemonía concertacionista. En los hechos, la situación de Chile ha estado marcada por dos bloques políticos que reeditan en cada acto electoral aquella oposición germinal entre un “Sí” y un “No”. Tal oposición exteriorizó la conformación de fuerzas sociales confrontadas hacia fines de la década de los ochenta y su reedición sólo da cuenta de la estabilidad de tales fuerzas. En los últimos años se detectan una serie de indicios que indican un debilitamiento del equilibrio que ha caracterizado los años recientes. 83 El cambio en la configuración de las fuerzas en tensión obedece tanto a dinámicas sociales y culturales internas como a factores externos. Entre los primeros, destaquemos la expansión de una sociedad de consumo que impone un imaginario social, a través de la publicidad, el marketing y los medios de comunicación globalizados, que se aleja progresivamente de nociones tradicionales de ciudadanía y republicanismo, sustituyéndolo más bien por sujetos consumidores proclives al hedonismo individualista, chauvinistas y, en el límite, xenófobos. Esto se percibe como una “derechización” de las nuevas generaciones, término equívoco pues resulta difícil adscribir categorías ideológicas a comportamientos de consumo. Entre los factores externos, el más importante es la actual crisis económica mundial que ha deslegitimado a nivel planetario el dogma neoliberal. Toda crisis, como se suele decir, es al mismo tiempo una oportunidad. En este sentido, el ahora de Chile está preñado de nuevos horizontes. Desde el punto de vista de las izquierdas, el propósito no podría ser sino restituir la preeminencia de lo político sobre el orden tecno-económico bajo la forma de una profundización de la democracia. Es claro que tal empresa sólo es viable conformando una nueva ecuación de fuerzas sociales para avanzar en un “ahora” que sea el origen de un nuevo “porvenir”. Se trata de actuar hoy modificando sustancialmente el diseño histórico social cristalizado, por ejemplo, en la Carta Magna que nos rige y que delimita las características del Estado. Pensar el “ahora” nos previene de tres perversiones políticas peligrosas. La primera, las conquistas democráticas deben estar en una relación estrecha y concreta con la “vida cotidiana” de las mayorías, no se trata de inciertas promesas. La segunda perversión es creer que la absoluta negación del presente nos abre las edénicas puertas del mañana. De esta manera, creer que frente al neoliberalismo sólo cabe un estatismo extremo no sólo es ingenuo sino de una estolidez sin límites. Por último, hay una tercera perversión que ya apuntó el mismo Marx y es la creencia de que los cambios se imponen por “décret du peuple”, olvidando que no hay recetas ni dogmas sectarios sino, por el contrario, dar rienda suelta a la libertad para la creación de una sociedad más justa. Los artículos breves que componen este capítulo se hallan dispersos en diversos medios, nacionales e internacionales, impresos y digitales, como columnas de opinión. A través de estas opiniones se quiere mostrar una visión crítica del acontecer cotidiano, el día a día de nuestro país: El Ahora de Chile. 84 1 No es fácil referirse a los sucesos del once de septiembre de 1973, dejando fuera las propias pasiones. Es así porque se trata de un acontecimiento traumático para una gran mayoría de chilenos, cuyas consecuencias debemos vivir cotidianamente hoy. El Golpe de Estado ocurrido hace ya más de tres décadas no es un hecho histórico sepultado en el pasado. Por el contrario, el presente económico, político y cultural del Chile actual no se explica sino por aquella fecha. La dictadura militar diseñó la matriz de la cual emerge el Chile de hoy. Un modo particular de organizar la economía, el neoliberalismo. Una manera de administrar la política, una democracia de baja intensidad. Un tipo de cultura adversa de toda forma colectivista o asociativa, el individualismo. Este molde sigue vigente en todas y cada una de sus partes. Cualquier observador desapasionado debe consentir que el diseño militar ha sido objeto de escasas medidas cosméticas. Bastará pensar, por ejemplo, en la Constitución Política que sigue siendo la pauta general sobre la que se ordena la vida nacional. El sentido último de esta reorganización militar del Chile contemporáneo, ha sido y es, salvaguardar la tradición y el orden de la nación. Es decir, como afirmó el mismo Pinochet: salvar vida y fortuna a las elites dirigentes que sintieron amenazados sus privilegios. Dicho con absoluta honestidad, debemos admitir que las vigas maestras del diseño militar han funcionado hasta nuestros días, cumpliendo cabalmente el propósito para el que fueron creadas. Desde la ley electoral hasta la legislación en torno a la salud, la previsión social o las leyes tributarias. En rigor, la llamada Concertación de Partidos por la Democracia, no ha hecho sino administrar el modelo heredado, con el claro compromiso de garantizar su continuidad. De suerte que más allá de sus epilépticas bravatas y del gastado discurso demagógico, los personeros concertacionistas han actuado más como “estafetas” de la derecha económica que como representantes del pueblo. Incapaces de llevar adelante un proyecto histórico alternativo, se han sumido en una atmósfera de ineptitud y de, para decirlo con elegancia, “debilidad moral”. Como en una mala novela de terror, el amnésico Chile de hoy vuelve su mirada a las luminosas vitrinas del consumo suntuario, a las rutilantes 85 pantallas de plasma, mientras en el patio desentierran osamentas de algún vecino o pariente. Son los muertos silenciados por esta historia macabra que todavía persiste, obstinada, en ocultar cadáveres en el ropero. El once de septiembre no ha terminado en nuestro país, está presente en cada línea de la Constitución, en el opaco gris de los cuarteles y comisarías; en la risa socarrona del “honorable”, y en muchos “hombres de negocios”. El once de septiembre sigue vivo en quienes tanto le deben al General. El crimen cometido en Chile no atañe, tan sólo a los dramáticos sucesos conocidos por todos. El verdadero Mal está todavía con nosotros, en nuestra vida cotidiana, en la injusticia naturalizada y aceptada como desesperanza. La verdadera traición a Chile es haber impedido que, por vez primera, aquel hombre y aquella mujer humildes, hubiesen comenzado a construir su propia dignidad en sus hijos, y en los hijos de sus hijos. En un sentido último, Augusto Pinochet Ugarte, fue la mano tiránica que interrumpió la maravillosa cadena de la vida. Como Caín, el general asesinó a sus hermanos, ofendiendo al Espíritu que late en el fondo de la historia humana. Sus obras, su herencia lamentable ya la conocemos: generaciones de chilenos condenados al infierno de la ignorancia, la pobreza, el luto y la indignidad. En el Chile del presente no hay paz para los muertos como tampoco la hay para los vivos. Más allá de las complicidades de la mentira para ocultar la naturaleza de aquella tragedia; por mucho que se esfuercen algunos falsos profetas en exorcizar las cenizas, enseñando la resignación; y más allá de los demagogos de última hora que administran hoy el palacio: hay un pueblo silencioso y paciente que encarna el advenimiento histórico de un mundo otro 2 La dictadura de Augusto Pinochet exhibe, como pocas, el despliegue de una violencia homicida cuyas secuelas no acabamos de asimilar. Sin embargo, más que frente a una perversión de la racionalidad estamos ante una “racionalidad de la perversión”. Esto significa que detrás de cada crimen hubo una fría decisión política justificada en nombre de la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional”. El Golpe de septiembre de 1973 en Chile, fue la culminación de un plan de desestabilización concebido y financiado por la Inteligencia de 86 Washington con años de anterioridad. En esta conspiración participaron políticos, dirigentes gremiales, medios de prensa y altos oficiales de nuestras Fuerzas Armadas. De tal manera que llegado el momento se aplicaron los más modernos procedimientos de represión, tortura y homicidio de que disponía Estados Unidos en su arsenal de Guerra Fría. En la actualidad se alega que muchos de los atroces homicidios y torturas cometidos durante la dictadura se debieron a “excesos” de los mandos medios, ocultando el hecho capital de que se trató de una política sistemática, planificada al detalle con mucha antelación y ejecutada calculadamente por los más altos mandos de las instituciones castrenses, con pleno conocimiento de la Junta Militar y generoso apoyo extranjero. Se trató, en rigor, de una política genocida, destinada a descabezar un movimiento popular. Esto es lo que se esconde detrás del eufemismo utilizado hasta hoy por los sediciosos de otrora: “Guerra Interna”. Podríamos resumir todo el acopio documental respecto al Golpe Militar en Chile como la instauración de una “racionalidad perversa”, al servicio de intereses foráneos y nacionales. Pensar las acciones represivas de la dictadura como una “racionalidad perversa”, permite explicar, por ejemplo, los asesinatos de la DINA, ordenados por el mismo Pinochet, contra el general Carlos Prats, el canciller Orlando Letelier y el ministro José Tohá: todos ellos vinculados, en algún momento, al Ministerio de Defensa Nacional. En la misma línea, cabe sospechar que fue esa misma perversa racionalidad la que dictaminó la muerte del general Alberto Bachelet entre muchos otros uniformados, e incluso, como se está demostrando por estos días, el asesinato del ex presidente Eduardo Frei Montalva. Augusto Pinochet Ugarte y sus colaboradores, utilizaron el “asesinato selectivo” para desactivar todo cuanto pusiera en riesgo el poder omnímodo que detentaban en su momento. Transformaron a las Fuerzas Armadas de Chile, para su vergüenza y deshonra, en un instrumento de represión masivo al servicio de intereses y potencias extranjeras, traicionando con ello el más elemental sentido de patriotismo. Muchos de los protagonistas de esta felonía, se pasean hoy, enriquecidos e impunes, amparados por una Constitución fabricada a la medida de su desvergüenza, ocupando incluso sillones en el Poder Legislativo. El Chile democrático del mañana no puede construirse sobre el revanchismo, pero en ningún caso sobre el olvido de su historia reciente. Es bueno y necesario que las nuevas generaciones de civiles y uniformados conozcan toda la triste verdad de lo sucedido. 87 3 Es bueno reflexionar durante las “Fiestas Patrias” sobre algunos conceptos que se ponen de moda entre los chilenos. El “patriotismo” en sí no es un desvalor, por el contrario, amar a su Patria es una de las más altas y nobles virtudes de lo humano. La cuestión es dilucidar qué se entiende por ese amor a la Patria. Amar a Chile, en su sentido último, es amar a su gente, a su pueblo. En este sentido, amar a Chile es actuar cada día para que todos nuestros compatriotas gocen de la legítima dignidad y orgullo de pertenecer a esta nación. Amar a Chile debe traducirse en actitudes valientes ante todo aquello que nos avergüenza como país. No es un buen chileno quien no se avergüenza de la pobreza extrema en que vive un quinto de nuestra población Tampoco puede serlo quien es indiferente al sufrimiento de quienes carecen de una buena educación, un buen servicio médico una pensión de vejez digna. Amar a Chile es querer y hacer algo para que cada chileno encuentre en esta tierra un sueldo ético que le permita vivir. El “patriotismo” es una de los más nobles sentimientos humanos cuando se compromete éticamente, no sólo con una bandera o un himno, sino con un sueño común. Ser chileno es un destino de vida y muerte que debemos exhibir con un orgullo justo y generoso. No es más patriota el que excluye, humilla o denigra al extranjero, sea por su aspecto, sea por su acento: La xenofobia es el antipatriotismo de los cobardes, envalentonados ante el débil. Dos veces cobarde si ese extranjero es nuestra propia etnia, nuestro propio pueblo. El amor a Chile es, también, amor y cuidado de esta tierra: bosques, ríos, glaciares, desiertos y un océano infinito. Amar a Chile es preservar la naturaleza que nos acoge. Nosotros chilenos, somos apenas la generación que debe cuidar este inmenso tesoro para los chilenos del futuro. Ser patriota es cuidar con celo nuestro entorno contra la codicia y voracidad de intereses particulares. La Patria es nuestro hogar: el lugar donde se asientan nuestras familias, el espacio humano donde crecerán nuestros hijos y reposan nuestros muertos. La Patria es el aquí y ahora donde somos. Lugar de tumbas y destierros, de pasiones y de olvidos: La Patria es la medida de nuestra propia estatura y se anida en el corazón de cada uno de nosotros, los chilenos. El día que nuestra bandera flamee sobre un territorio en que hayamos desterrado la pobreza, un territorio en que la salud, la educación y la 88 previsión social estén garantizadas para todos los chilenos; El día que nuestra bandera ondee como el símbolo orgulloso de una comunidad de hombres y mujeres libres, capaces de vivir en justicia y dignidad, en paz con nuestros hermanos latinoamericanos, mereceremos llamarnos patriotas y Chile será un país independiente, aquel destino acariciado por nuestros próceres. 4 La Constitución Política vigente en el Chile del siglo XXI es un engendro de la dictadura militar y significa que nuestro país vive bajo un Estado de Excepción, desde hace ya 35 años. Bajo la apariencia de una democracia, todos los chilenos estamos sometidos, en lo fundamental, a una legislación que prolonga el brazo autoritario de la extrema derecha. La actual Carta Magna no ha nacido de la soberanía popular sino de las prerrogativas delegadas en la Junta Militar por el mismo Augusto Pinochet y de la cual, los militares oficiaron como garantes. Nuestra Constitución Política fue concebida como un instrumento político contrario a los intereses de la amplia mayoría de los chilenos. Nuestra actual Constitución está hecha a la medida de los privilegiados en el Chile actual. El Estado de Excepción es la norma, en cuanto delata una situación de sometimiento de la mayoría a los dictados de las grandes fortunas. No nos engañemos, más allá de algún telegénico candidato de mirada cautivadora, que tanto le debe a la cosmética y la cirugía; la triste realidad es que es, apenas, el más agraciado de una caterva de desgraciados. Por simpático que pueda ser un candidato de derechas, no alcanza para ocultar la vieja mano codiciosa que lo sostiene. Por mucho que insista en sus fragancias liberales, lo cierto es que su entorno tiene la hediondez del billete sucio y mal habido, el fétido olor de tumbas sin sosiego. La derecha sabe que está jugando con una baraja marcada. La derecha sabe que su hegemonía política depende, en gran medida, de la jaula constitucional a la que somete a todos los chilenos. La derecha defiende cada punto y cada coma de la herencia pinochetista, pues ese es el libreto que sostiene el tinglado que asegura no sólo sus ganancias sino la impunidad de aquellos que, en su hora, hicieron el trabajo sucio. Mientras la clase política degrada, precisamente, la Política con su conducta frívola y carente de todo sentido democrático, cívico y ético; las grandes empresas multiplican sus ganancias con el apoyo del Estado, convirtiendo los sueldos miserables en su mejor ventaja competitiva. 89 Mientras los partidos políticos diseñan sus plantillas electorales para repartirse los cargos entre los rostros conocidos, las grandes corporaciones chilenas y extranjeras atropellan a las minorías étnicas y devastan el patrimonio medioambiental de nuestro país. Mientras la clase política siga jugando el juego con la misma baraja, reinará el Estado de Excepción, un sutil toque de queda que le recuerda a los adormecidos chilenos los límites de la jaula. Mientras no se plantee en Chile la necesidad imperiosa y urgente de restituir la soberanía popular bajo la forma de una Asamblea Constituyente, la derecha seguirá venciendo, mostrándonos en la vida cotidiana el sometimiento político, económico y cultural sobre los vivos; y el olvido y la impunidad que humilla a los muertos. 5 El actual sistema electoral fue concebido como un instrumento tendente a la conformación de grandes bloques político partidistas. De tal modo que, cualquier partido no adscrito a algún bloque queda en los hechos marginado de toda posibilidad real de representación parlamentaria. Los sectores ultra conservadores alegan, hasta el presente, que esta modalidad es la que ha dado estabilidad al sistema político chileno. Es evidente que un sistema electoral como el que nos rige ha dado origen a cúpulas políticas cerradas que administran los diversos dispositivos del poder. Si bien el origen del Binominal es más que espurio, éste ha dado pie a una estructura que se muestra reacia a modificar lo obrado. Así, no sólo el conservadurismo extremo se resiste a cualquier modificación sino algunos sectores de la clase política que actuando corporativamente no están dispuestos a cambio alguno. Desde una concepción moderna de democracia, toda forma de exclusión es inadmisible y no encuentra justificación teórica alguna. De suerte que, pretender dejar fuera a sectores de chilenos que se han identificado con las luchas populares y democráticas durante todo el siglo XX, como es el caso del Partido Comunista de Chile, resulta inaceptable y sólo se explica como una de las muchas herencias funestas de la dictadura. En una democracia del siglo XXI, podemos disentir y ser críticos de las visiones y políticas del Partido Comunista, pero no podemos negar su historia y el legítimo derecho que le asiste a representar a un sector de chilenos en el parlamento. Desde este punto de vista, es imperativo 90 modificar la actual legislación electoral como un tibio primer paso hacia una profundización de la democracia. En el Chile actual, todas las voces son necesarias. Nuestro país ya ha conocido de sobra la exclusión y el silencio. Las “democracias protegidas” o de “seguridad nacional” sólo han enmascarado atroces dictaduras. Lo único de lo cual una democracia debe protegerse es de ideologías antidemocráticas y excluyentes, como el sistema Binominal imperante. En un sistema democrático, el único convocado a decidir sobre las figuras o partidos que deben representarlo es el pueblo soberano de Chile. Cualquier perversión legal que impida la expresión popular en todos sus matices resulta ser falaz y perniciosa. Frente a la cuestión del Binominal se impone una visión de largo plazo, no es hora de cálculos mezquinos. La historia de nuestro país nos enseña que cuando olvidamos los fundamentos básicos de una democracia, le estamos abriendo la puerta a la barbarie. 6 El desarrollo de los países no debe confundirse con el “crecimiento económico” como proclama la superstición neoliberal. De hecho, el “neoliberalismo a la chilena”, ha traducido a ecuaciones y curvas una antigua receta que nuestra derecha conoce de sobra: explotar al “roto” con sueldos miserables y profitar del Estado para asegurar el lucro de sus empresas privadas. El resultado de tales decisiones políticas no puede ser otro que el enriquecimiento ilimitado de una élite y la pauperización de la mayoría. Chile se cuenta entre los países del mundo con mayor desigualdad social. El camino que hoy estamos transitando y sus nefastas consecuencias para la sociedad chilena no constituyen un accidente histórico ni nada parecido, es el fruto de frías decisiones políticas. Más allá de los discursos demagógicos al uso y dicho de manera explícita: Chile ha optado por la desigualdad. Si bien se ha pretendido mostrar una imagen – país de modernidad democrática, lo cierto es que los pilares fundamentales sobre los que podría construirse una sociedad moderna han permanecido inalterados y férreamente custodiados por empresarios y políticos. Durante décadas se ha convencido a los chilenos de que todo lo que huela a estatal o público es retrógrado e improductivo. Así, los ejes de una sociedad como son la educación, la salud y la previsión se han convertido aquí en un gran negocio. El “neoliberalismo a la chilena”, siguiendo el 91 modelo del Fondo Monetario, es la forma contemporánea que asume el capitalismo en los países de lo que solía llamarse Tercer Mundo. Se ha instalado la creencia vulgar de que este es el modo “moderno” de organizar la sociedad. Se oculta el hecho de que países mucho más democráticos y desarrollados que el nuestro, como Inglaterra o Canadá, poseen un sistema público de salud que es un modelo a nivel mundial. Se “olvida” que en muchos países tan atrasados como Francia todavía tienen la mala costumbre de ofrecer a sus ciudadanos una educación pública gratuita desde el nivel preescolar hasta los estudios universitarios avanzados. El desarrollo de los países pasa por decisiones políticas muy concretas. No es necesario remontarse a la reestructuración del capitalismo global para justificar los bajos salarios en Chile; bastaría examinar la actual legislación laboral, cuyos gestores políticos y quienes se benefician aparecen a diario por televisión. No es necesario ir muy lejos para descubrir quienes lucran con el lamentable estado de la educación en Chile. Chile puede tener un sistema de educación público de alta calidad gratuito para todos sus ciudadanos. Chile puede tener un sistema de salud gratuito y de óptima calidad para todos. Chile puede garantizar pensiones justas a sus jubilados. Esto ha sido posible en democracias avanzadas de otras latitudes donde se han tomado tales decisiones hace muchas décadas. Cuando un país como el nuestro ha multiplicado su ingreso significativamente y mantiene a su población con bajos salarios, sin una educación de calidad para todos, sin un sistema de salud digno y sin un sistema previsional justo, la responsabilidad por tal estado de cosas recae en quienes han tomado las decisiones políticas para conducir a Chile a la injusticia y la desigualdad. 7 Para nadie es ya un misterio que la Concertación de Partidos por la Democracia está evidenciando signos de agotamiento. Lo que fue una eficaz herramienta política para enfrentar y derrotar a la dictadura de manera democrática, parece una fórmula superada para hacerse cargo de los nuevos desafíos. Al mirar retrospectivamente lo que ha sido la política 92 chilena durante la mentada “transición”, se advierte cómo han operado una serie de prejuicios instalados en el sentido común. Todo pareciera resumirse en un cierto “miedo a la democracia”. Este “temor a la democracia” ha quedado de manifiesto en la votación de la LGE en el Congreso Nacional. El gobierno de la señora Bachelet ha querido buscar acuerdos con la derecha y la cúpula concertacionista, pero se ha negado a escuchar a los docentes y estudiantes que rechazan la iniciativa. Legislar de espaldas a los ciudadanos es una muy mala costumbre de quienes afirman gobernar para la gente. La actitud del gobierno, conciliadora con la derecha e indiferente al malestar popular no augura nada bueno en el ámbito educacional y sólo marca un escalón más en la caída política y moral del conglomerado en el gobierno, reafirmando un sistema heredado de la dictadura y viciado en sus fundamentos. Todos los partidos políticos, sea por temor, por conveniencia o por un temeroso diagnóstico político, apostaron a un sistema controlado que rememora la “democracia protegida”. Toda la clase política se esforzó por evitar cualquier exabrupto que pusiera en riesgo el frágil tinglado de los años noventa. Así, los partidos de derecha, hay que reconocerlo, desalentaron cualquier intento sedicioso alejándose de aventuras militares, abriéndose a la posibilidad de llevar a los tribunales a los más connotados torturadores del régimen anterior. Por su parte, la Concertación puso paños fríos a cualquier pretensión por movilizar centrales sindicales o entidades gremiales o de otra índole. Este clima político fue conocido como democracia “en la medida de lo posible” o “política de los consensos”. Todos, de un modo u otro, han partido de dos premisas: primero, era necesario mantener el orden constitucional sancionado en 1980 y segundo, el proceso de transición debería ser conducido por una clase política capaz de administrar las demandas sociales acumuladas. Se pueden esgrimir muchas razones que explican la singularidad de la transición chilena, desde la manera en que ésta se negoció, hasta la traumática experiencia de las décadas anteriores. Lo que parece innegable es que se obró con miedo a la democracia, condicionándola cada vez que fue posible. El resultado es claro: se favoreció un orden ultra conservador, administrando y postergando la mayoría de las demandas sociales entre ellas, la educación. En pocas palabras: se aseguró la “paz social” como condición indispensable para el éxito del “modelo tecnoeconómico chileno”. El rostro visible del nuevo orden político emergente fue el “sistema binominal”, que en la actualidad pretende ser perfeccionado como 93 correlato del “modelo tecno - económico”, para asegurar su permanencia en el tiempo. Ya nadie se plantea seriamente una profundización de la democracia, entendida como una sociedad participativa de hombres libres. Por el contrario, los cambios que se avizoran apuntan más bien a medidas cosméticas que acentúan la distancia entre la clase política y las demandas sociales. La consagración del “modelo político chileno” pone fin a la idea misma de transición, pues consolida un sistema “inclusivo” de representación partitocrática, un simulacro perfecto. Pero, al mismo tiempo, “excluyente” respecto de cualquier instancia democrática de participación ciudadana. En un país “totalmente administrado” no es posible plantearse siquiera cambios de fondo a la legislación laboral, a las leyes previsionales o de administración de salud o educación y mucho menos al orden constitucional imperante. Contrariamente a lo que escenifican los medios, lo cierto es que nuestro país avanza en la dirección del conservadurismo y no de la democratización, más allá de la demagogia de algunos, las buenas intenciones de otros y la complicidad de los más. El camino elegido es casi una constante en nuestra historia y en gran parte del mundo en vías de desarrollo: las elites gobernantes son prisioneras de un miedo a la democracia, a la que perciben como una amenaza a sus privilegios, reproduciendo un círculo vicioso que hace impensable cualquier desarrollo posible. El reciente episodio en torno a LGE es, apenas, un botón de muestra y sólo reafirma un modo de actuar que ya hemos conocido por casi dos décadas. 8 Una de las paradojas que vive el viajero nacional al encontrarse en el extranjero, es la imagen ideal que se tiene del Chile actual. En diversas latitudes se cree que este pequeño “jaguar” del Cono Sur vive una democracia progresista, donde sus habitantes gozan de los beneficios de una economía social de mercado al más puro estilo de los países desarrollados. En fin, el “milagro chileno” es el ejemplo a seguir por el resto de América Latina, el primer país en salir del subdesarrollo. Nada nuevo bajo el sol. Cada cierto tiempo, las grandes cadenas mediáticas al servicio de grandes intereses, convierten a un país en ejemplo para los demás. Tras el golpe de estado en Brasil en 1964, se comenzó a hablar del “milagro brasileño”, los mismo ocurrió con la Venezuela saudita de los setenta. El Chile de los noventa, heredero de la dictadura de Pinochet, se vendió al mundo como el “modelito” del éxito. Al 94 punto que los entusiastas capitalistas criollos gritaban “Bye Bye Latinamerica”. Basta un mínimo de seriedad para desmontar la farsa. La imagen de éxito de los noventa habría que contrastarla con la década anterior para descubrir el montaje. En 1985 Chile era un pobre país de América del Sur donde su ejército asesinaba ciudadanos en las calles de la capital, con una cesantía que bordeaba el 20 % y con una pobreza extrema próxima al 40% de la población. Como sabemos, no hay “milagros” en la historia, el Chile de los noventa mantuvo no sólo la Constitución Política escrita por Augusto Pinochet, sino el modelo económico impuesto por los militares. En una palabra: Hasta el presente, la verdadera imagen de Chile ha estado marcada por la Desigualdad, la Pobreza, la Impunidad y el Luto. Chile es un país donde el quintil más rico de la población se queda con más del 60% de la riqueza nacional. Chile es un país que exhibe uno de los índices de desigualdad más altos del mundo. Un país donde las leyes han sido hechas a la medida de la impunidad de quienes protagonizaron graves violaciones a los Derechos Humanos, un país donde Augusto Pinochet pudo morir en paz, recibiendo las misas de rigor y con los honores de su ejército. Chile es un país donde todavía se desentierran cadáveres que atestiguan la tortura y el crimen. La mentira de Chile que se proclama al mundo como “Imagen País”, defendida por empresarios y gobiernos, más interesados en recibir dólares a cambio de manzanas que de los pobres, es la impostura de un país que quiere vivir de espaldas a su historia. La mentira de Chile, delata la profunda cobardía de sus elites, civiles y uniformados, incapaces de asumir el más mínimo sentido de la decencia y el respeto a los muertos. La mentira de Chile es querer perpetuar un orden añejo e injusto, condenando a las nuevas generaciones de chilenos a vivir una indigna vida a medias. El verdadero milagro chileno, como todos los milagros, cristaliza secretamente en el corazón humano como una luz que ilumina en la oscuridad. Es cierto, la verdadera estrella de Chile es el destello esperanzador que está en el fondo de la mirada de cada hombre, mujer y niño humilde de este país, pero está en todo. 9 De acuerdo a la reciente Encuesta Bicentenario 2008 UC Adimark, una amplia mayoría de compatriotas comparte la idea de que nuestro país es 95 “excepcional”, una suerte de isla frente al resto de los latinoamericanos. Esta creencia compartida por gran parte de la población no es, en absoluto, casual y responde a lo que ha sido nuestra historia reciente. Lo que debiera ser un sano y generoso orgullo nacional afincado en la dignidad de todos los chilenos se ha transformado, en las nuevas generaciones, en un “chauvinismo” plebeyo y malsano. Esta especie de nueva mitología ha sido alimentada, en lo fundamental, por los medios de comunicación que exaltan las diferencias con cada uno de nuestros vecinos. Si examinamos la publicidad y el tipo de programación, especialmente ciertos “Reality Shows” que se ofrece en televisión abierta, podemos advertir la congruencia entre consumo y nacionalismo. El mito de un Chile blanco, ordenado y moderno se opone a las crisis políticas y económicas que sacuden a otros países sudamericanos. Se ha proclamado que somos un buen país situado en un mal vecindario, un país que en los próximos años será comparable a algunas naciones europeas. Hay tres elementos constitutivos del mito: un larvado elemento étnico, un manifiesto sentimiento de superioridad económica y, por último, una clara filiación agresiva de corte nacionalista. Las nuevas generaciones de chilenos han sido socializadas en el mito de su superioridad frente al resto de América Latina. Como se sabe, la mediocridad suele ser ignorante y llena de pretensiones: Estamos, precisamente, ante una generación pervertida por el consumo y la ignorancia, pasto fácil de cualquier populismo por grotesco que sea. Como suele ocurrir, el mito chileno, cuyas raíces se encuentran en los albores de la república, carece de todo fundamento, pero opera en la realidad. Se traduce en concreto en rasgos xenofóbicos arraigados en la población ante la inmigración y una falta de interés frente a lo que sucede en el resto de los países de la región. Un mito paradojal que exalta lo europeo y estadounidense, pero que desprecia a las etnias chilenas como a los mapuches. Para cualquier analista, medianamente ilustrado, resulta obvio que Chile no escapa a la realidad de los países latinoamericanos. Su historia, su lengua y su religión son compartidas con el resto de naciones de la región. Somos una sociedad mestiza, condición que compartimos con nuestros vecinos. La mejor prueba de nuestra condición de latinoamericanos son las vergonzantes cifras que delatan las encuestas y que sólo se explican por el escaso nivel de cultura y educación de un pueblo sometido a los grandes medios y a las grandes corporaciones. Compartimos con el resto de los países de América Latina la vergüenza de una población ignorante de su propia historia. Nuestro destino ineludible en un mundo en vías de globalización se encuentra ligado a América Latina, tanto en lo 96 económico, como en lo político y lo cultural, tal como soñaron nuestros próceres hace dos siglos. 10 Si en algún lugar del mundo, algún gobierno decidiera controlar a la población instilándole una fuerte droga a través de la red de agua potable, estaríamos ante un escándalo de pesadilla. En cambio, cuando muchos gobiernos del mundo deciden controlar sociedades enteras mediante un hábil manejo de los medios de comunicación, nadie parece advertirlo. No se trata de una nueva teoría conspirativa al estilo 1984. En el mundo de hoy, asistimos a una suerte de doping mediático: las grandes cadenas mundiales de televisión representan apenas la parte visible de una red planetaria que administra lo que la humanidad tiene derecho a conocer de lo que acontece día a día. Hace ya varias décadas que los gobiernos descubrieron el llamado “poder de los medios” y que el problema de la comunicación pasó a tener un papel protagónico en el ámbito político. Como se ha señalado, la Primera Guerra del Golfo muestra con toda su fuerza la nueva situación mediática. Las imágenes televisivas fabrican el presente histórico minuto a minuto, haciendo coincidir sus flujos digitalizados con los flujos temporales en la conciencia de millones de seres en todo el orbe. Chile, como parte del sistema – mundo, no está exento de este fenómeno. Los tentáculos de esta red mundial ni siquiera están mediados por estaciones locales. CNN Chile y NBC-TVN representan no sólo una convergencia tecnológica y de capitales sino un maridaje político global. Para constatar la manera en que se administra la información periodística, no basta con observar lo que se nos ofrece como “noticia”, sino al contrario, debemos atender a todo aquello que se oculta, aquello que no merece ser reconocido como “noticia”. Si bien el “silencio” es la manera más obvia de esta operación televisual, existen otras formas más sutiles que tienen que ver con el “tratamiento” de la información. Observemos algunos temas “sensibles” que en nuestro país están completamente administrados, entre ellos: Crisis económica, Derechos Humanos, Temas indígenas, Medioambiente. La población es sometida a un proceso continuo de estímulos cotidianos que actúan como “distractores” asociados generalmente al “entertainment”: farándula, deportes, crónica roja, festividades religiosos y, desde luego, la calendariedad del consumo. 97 El resultado de un proceso de doping mediático al que estamos sometidos es una población indiferenciada, desprovista de toda conciencia histórica, que bascula entre el miedo a la amenaza de la delincuencia y el éxtasis del consumo, cuyo único horizonte es la búsqueda de una instancia de orden y protección. En pocas palabras, la población adquiere un carácter social profundamente conservador y timorato. Esto explica el estado de desmovilización en que está postrada la población chilena ante los abusos de que son objeto. Esta modalidad de “control social” adquiere inusitada fuerza y agresividad en los actuales tiempos de crisis económica mundial, con toda su secuela de cesantía, miseria y pérdidas cuantiosas en la capitalización previsional. El doping mediático es la forma que toma el fasto en las sociedades burguesas del siglo XXI, un fasto que junto a la represión policíaca o militar y a la seducción del consumo, sirve al control social. Como en algunos cuadros psicopatológicos, el Chile actual evidencia la paradoja de vivir cotidianamente una realidad ajena a su memoria histórica, y en el límite, disociada de su entorno concreto e inmediato. . 11 En el Chile oligárquico – liberal de 1900, a diez años de la derrota de Balmaceda, hacia su debut “El Mercurio” de Santiago. Con las armas de un periodismo moderno, le fue fácil desplazar a “El Ferrocarril”, emblemático periódico del siglo XIX, e instalarse como el “Decano de la prensa chilena” durante todo el siglo XX. Hasta el presente, ha llegado a ser lectura obligada de izquierdas y derechas que lo tienen como punto de referencia del mapa político nacional. “El Mercurio” se jactaba, en los años setenta, de que hasta el mismo presidente Salvador Allende atendía a sus páginas. Si bien su pasado reciente es más que turbio, no cabe duda que en un momento de nuestra historia asumió el papel de “estado mayor” ideológico y político de la derecha chilena. Sus editoriales marcaron el curso de los acontecimientos en Chile. La sabiduría popular, anclada en el sentido común, lo ha reconocido desde siempre como un diario “momio”, imprescindible, no obstante, a la hora de poner “avisos clasificados”. En la actualidad, aquel grito contestatario de los jóvenes de la Pontificia Universidad Católica, “El Mercurio miente”, se ha perdido como una lejana cita de los años sesenta. “El Mercurio” ya no necesita mentir, ya no se requiere utilizar las armas del lenguaje tendencioso al servicio de los poderosos. Pasaron los tiempos en que sus páginas conjuraban la 98 conspiración para derribar gobiernos y ni siquiera requiere de un hipócrita recato republicano para revestir de legalidad a una deleznable dictadura. Como portavoz del capitalismo criollo y globalizado, “El Mercurio” de hoy ordena y prescribe un orden social y cultural; autoriza y sanciona la circulación del poder político y simbólico en Chile, configurando un imaginario conservador. “El Mercurio” ya no miente, significa. “El Mercurio” ya no necesita mentir, pues, la sociedad chilena ya no se debate entre dos mundos posibles. El Chile actual es un universo paradojal en que los medios y las pantallas de plasma multicolor sólo remiten a un mundo monocromático. “El Mercurio” ya no necesita mentir cuando Chile entero se ha vuelto “mercurial”. En este sentido, el centenario Decano de la prensa chilena, como una voz solitaria, administra el tránsito de este pequeño rincón del mundo al capitalismo globalizado, cuyo sentido territorial y nacional se ha desvanecido en los flujos de redes digitales. El lento e ineluctable declive de la ciudad letrada y republicana le otorga a “El Mercurio” una cierta pátina de monumento. Próximos al Bicentenario, cuando cualquier noción de República se desvanece, convertida en mero simulacro; cuando la idea misma de Democracia con mayúscula se desdibuja como pura “performance” medíatica y estadística; el otrora Decano de la prensa chilena sigue orientando a los capitalistas chilenos con los altibajos de las Bolsas, alimentando la crítica literaria, publicando sus fotografías en páginas sociales e inventando Chile, día a día. “El Mercurio” ya no está en su edificio de la calle Compañía, en el centro de Santiago, sin embargo, está más presente que nunca. Es como si el gran diario del siglo XX se hubiese vuelto invisible a los ojos de los transeúntes. Al igual que el Chile de hoy, donde el imaginario del consumo ha disuelto todo antagonismo, toda pasión y toda utopía. Ya no es posible ver a “El Mercurio” en aquella histórica esquina de la capital, junto a los Tribunales de Justicia. Hoy sólo se erigen allí unas viejas paredes que delimitan un sitio baldío, un espacio vacío donde se acumulan escombros y que algunos malos ciudadanos utilizan para depositar basura. 12 En estos días de verano, muchos chilenos contemplan despreocupados el horizonte infinito de nuestro océano. La televisión nos entrega imágenes alegres de playas y caletas donde se realizan fiestas y regatas. De algún 99 modo, nos invade la sensación de vivir en un país que va encontrando los caminos para construir un mañana democrático y más justo. Los medios se encargan de construir cotidianamente esta nueva realidad: una atmósfera soleada y optimista. Todo se ha naturalizado a tal punto que una regata en Chiloé ha sido supervisada por un buque de la Armada de Chile, el Buque Madre de Submarinos Almirante José Toribio Merino Castro: “Construido en los astilleros Karlskrona, Suecia e incorporado al servicio a contar del 7 de febrero de 1997, según Resolución C.J.A. Nº4520/12 de 12 de marzo de 1997. Zarpó a Chile el 24 de marzo del mismo año, recalando a Valparaíso el 4 de mayo”. Ese nombre resulta penosamente familiar para un gran número de compatriotas. A los más jóvenes habría que recordarles que fue este personaje uno de los instigadores del golpe de 1973, el mismo que se autodesignó Comandante en Jefe y que prestó las instalaciones y buques de la Armada de Chile para que se cometieran atroces violaciones a los Derechos Humanos. Los buques de la Armada de Chile tradicionalmente ostentan el nombre de héroes de la patria, por lo que resulta paradojal e inadmisible que se haya autorizado a bautizar una embarcación con el nombre de un golpista. No es necesario recordarles a los señores oficiales de dicha rama de las FFAA que, más allá de sus ínfulas aristocráticas, son empleados fiscales y que los buques son de propiedad de todos los chilenos. Es de lamentar que en Chile, tras cuatro gobiernos democráticos, todavía persistan obstinadas estas trampas de la memoria que pretenden naturalizar hechos y personajes deleznables en nombres de avenidas y barcos. Haber bautizado a un buque de la Armada con el nombre del extinto miembro de la Junta Militar de 1973 es una grave ofensa a todos los chilenos y a su gobierno. Si no fuera una triste realidad bien pudiera parecer un chiste de los “martes de Merino”. 13 El escándalo protagonizado por altos oficiales de la Fuerza Aérea de Chile, incluido su ex Comandante en Jefe, debe hacer reflexionar a todos los chilenos sobre la salud de nuestras instituciones de la Defensa Nacional. En el actual orden institucional de nuestro país, las instituciones castrenses juegan un papel principal y representan un porcentaje importante de los gastos del presupuesto de todos los chilenos. 100 La historia reciente nos ha mostrado dolorosamente lo que acontece cuando las Fuerzas Armadas extravían la misión que les ha sido confiada por su propio pueblo. Aquella imagen idílica de uniformados respetuosos de la constitución y portadores de los valores fundamentales del patriotismo, la rectitud y el honor militar saltó hecha trizas un día de septiembre de 1973. El Golpe de Estado en Chile representó no sólo una afrenta al país sino un daño moral de los propios uniformados del que todavía parecen no reponerse. Durante los llamados años de la transición, generaciones de oficiales se han contaminado de una actitud defensiva frente a las acusaciones de que han sido objeto, creando con ello no sólo un clima de impunidad en el país sino una moral acomodaticia y oportunista, muy distante de aquellos valores que alguna vez encarnaron hombres de la talla del General Carlos Prats o Alberto Bachelet. El general Ramón Vega, ex Comandante en Jefe de la Fach aparece involucrado en un ilícito por tres millones de dólares. Este escándalo es sólo un caso más de corrupción en el lucrativo negocio de venta de armas y pertrechos que realizan gobiernos y empresas del mundo desarrollado a países del llamado Tercer Mundo. Nada nuevo bajo el sol. El General Vega, tal como cualquier uniformado africano o latinoamericano, negoció a nombre de su país, pero enriqueciéndose en el trámite. El clima moral en nuestras Fuerzas Armadas se ha enrarecido, algo que ya no pueden disimular los uniformes vistosos ni las espadas al cinto. Pareciera que ya nada puede sorprendernos tras la patética detención y comparecencia ante tribunales ingleses del ex Comandante en Jefe del Ejército y a la sazón senador en ejercicio, Augusto Pinochet. Esta atmósfera de degradación es inaceptable desde todo punto de vista. Hasta el día de hoy ningún sector político ha planteado el problema de fondo: la democratización de nuestras instituciones de la defensa. Para quienes afirman que esta proposición entraña una politización de las instituciones castrenses, habría que recordarles que es la situación actual la que prolonga una malsana politización de los uniformados. La mejor prueba de ello es que muchos ex Comandantes en Jefe se han convertido en senadores, incluidos los Comandantes en Jefe Augusto Pinochet y Ramón Vega; y muchos miembros de la “familia militar” han sido voceros de la extrema derecha durante años, patrocinando y financiando organizaciones espurias ligadas al pasado dictatorial. La democratización de las Fuerzas Armadas, significa, ni más ni menos, el regreso de los mandos castrenses a la debida obediencia al orden democrático. Esto posee aristas tan concretas como abrir las escuelas matrices de cadetes y suboficiales a todos los jóvenes de Chile, sin las 101 trabas económicas y las prácticas nepóticas y clasistas que han convertido a la oficialidad en una elite que se reproduce a sí misma, con cargo al fisco. Asimismo, exige una revisión exhaustiva del financiamiento de la Defensa Nacional y de su sistema de pensiones. Las Fuerzas Armadas no pueden seguir siendo un coto cerrado en el Chile de hoy. Los diferentes gobiernos concertacionistas no se han planteado una verdadera política frente a las Fuerzas Armadas y, en rigor, éstas siguen asociadas a paradigmas arcaicos superados por la historia, al punto de que todavía hay buques de la Armada de Chile con el nombre de “Jose Toribio Merino” (sic). Cuando las Fuerzas Armadas no encuentran su lugar en una democracia, marginadas de los cambios sociales y culturales que vive el país, distante de las grandes tareas que demanda el desarrollo nacional, éstas se corrompen de manera ineluctable. Democratizar las Fuerzas Armadas debiera ser un aspecto fundamental en el programa político de los candidatos a la presidencia de Chile, pues de otro modo se está postergando una cuestión amenazante para el futuro del sistema democrático chileno. Por último, y no como un asunto menor, el escándalo que remece al país este verano debiera servir para crear los mecanismos de regulación en el presupuesto militar. Ha llegado el momento de dejar atrás para siempre la triste herencia de la dictadura en los cuarteles de este país. En el Chile actual, no es políticamente correcto referirse a las Fuerzas Armadas, lo evitan los políticos de todas las corrientes, y el mismo ejecutivo guarda un pudoroso silencio. Sin embargo, como un gesto de genuino patriotismo es imprescindible reclamar un cambio profundo en este sector de la vida nacional. El Chile democrático del mañana exige unas Fuerzas Armadas que estén a la altura histórica y moral de lo que el país requiere y no vivir de falsos espejismos. No olvidemos que, finalmente, la palabra “mirage”, en lengua francesa, puede ser traducida como “espejismo”, una ilusión óptica, mera apariencia que nos hace creer en la existencia de algo que no es. 14 Si hay algo que debiera distinguir a un oficial de carrera es el honor militar. Esto se traduce en una pulcra hoja de vida. La única virtud que reclamaba O’Higgins era, precisamente, el patriotismo, como mérito para aspirar a ser un oficial de las Fuerzas Armadas de Chile. Este ideal forjado en los albores de nuestra vida independiente ha conocido momentos tan bochornosos como dolorosos. El episodio que se ventila ante la justicia, protagonizado hoy por el ex Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de 102 Chile, general en retiro Ramón Vega, tiene todos los componentes de una mala producción cinematográfica de categoría B. Un grupo de uniformados de una lejana república sudamericana aceptan sobornos de grandes empresas dedicadas a la venta de aviones de combate. El “negocio” compromete a altos oficiales y acaso más de un civil entendido en el tema. Por cierto, se trata de una maniobra lucrativa que va dejando una estela de dólares a medida que se concreta el contrato. No se requiere mucha imaginación para visualizar los rostros cómplices, sonrientes ante tan jugoso “bono”, por los altos servicios prestados al país. Ni colorín ni colorado, algo salió mal. Los implicados son puestos al descubierto en una nación de Europa y, como epílogo, la justicia de aquel pequeño país de Sudamérica toma cartas en el asunto. No se trata, lamentablemente, sólo de una mala película sino de una realidad maloliente que se escenifica en nuestro país. Los chilenos ya nos hemos ido acostumbrando a la conjunción entre uniformados y dólares; así, apelativos tales como “pinocheques”, “venta de armas a Croacia”, “cuentas secretas”, “Banco Riggs”, resultan familiares para todos quienes compartimos esta angosta y larga faja de tierra. El tema de la corrupción es una componente estructural de América Latina, algo insoslayable a la hora de ponderar nuestros avances democráticos. En otras naciones hermanas los uniformados atravesaron hace mucho la delgada línea que separa lo correcto de lo incorrecto, lo legal de lo ilegal. En Chile, la transgresión de ese límite tiene una fecha concreta y se inaugura el 11 de septiembre de 1973. A partir de aquel triste día, que más de algún uniformado nostálgico todavía atesora con obstinado silencio, se ha producido una degradación en la conducta de ciertos oficiales que aparecen comprometidos no sólo en graves violaciones a la dignidad humana sino que además en negocios muy turbios de los que apenas conoce la ciudadanía. Las Fuerzas Armadas de Chile, constituyen una parte gruesa del presupuesto fiscal, los salarios y beneficios de que gozan oficiales y, en menor medida, los suboficiales lo financian todos los chilenos. En este sentido, todo lo que atañe a la Defensa Nacional es un tema país que debiera preocupar no sólo a las autoridades sino a todos los chilenos. Más allá del fallo de los tribunales civiles, el mero hecho de aparecer implicado en un delito con características de escándalo y de nivel internacional ligado a la compra de armamentos no es aceptable en un oficial General de la República. Para decirlo corto, preciso y militar: El general Vega y sus cómplices han deshonrado el uniforme, han ofendido 103 la dignidad nacional, avergonzando a su institución y a todos los chilenos. Todos los oficiales conocen de sobra lo que eso significa en los códigos militares de Chile. 15 La reciente y fugaz visita del Príncipe Carlos heredero de la Corona Británica conmocionó a la elite social de este rincón del mundo. No podía ser de otra manera, no en vano las clases altas han alimentado y acariciado el mito de ser los ingleses de América del Sur, no se trata, por cierto de una mera afición al whisky. Esta amistad y admiración por la Casa Real Británica tiene ya una historia más que centenaria que se remonta a nuestra Independencia y que ha tenido momentos estelares como la Guerra del Pacífico durante el siglo XIX y la Guerra de las Malvinas, durante el siglo XX. En ambos episodios, como todos sabemos, los gobernantes chilenos han estado en una espuria complicidad con los británicos. God Save the Queen!. La llegada de un personaje de sangre azul no podía sino desatar la excitación de nuestra plebeya clase política y militar. En una risible y extravagante ceremonia, se desplegó una raída alfombra roja para que el Príncipe y su consorte sintieran que, después de todo, estaban entre gente civilizada. Todos olvidaron por un par de días aquel bochornoso episodio en que Augusto Pinochet, un ex dictador chileno y senador en ejercicio fue detenido en Londres acusado de crímenes de lesa humanidad. Se impuso el protocolo de sonrisas y buenas maneras, después de todo se trataba de una visita de negocios. Para satisfacción de los Almirantes, el ilustre personaje se sintió sorprendido por la cantidad de apellidos ingleses en la Armada de Chile. Nadie le explicó que en la Escuela Naval no entra cualquier chileno hijo de vecino y que se requiere ser católico e hijo de buena familia o pariente de algún alto oficial, preferible de apellido anglosajón, capaz de pagar los altos costos de su educación. Tampoco nadie le dijo que todavía hoy se luce con orgullo un buque con el nombre de Almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar y promotor del Golpe de Estado de 1973. Entre copas y degustaciones, el Príncipe Carlos fue agasajado por estos ingleses sudamericanos que ensayaron algunas frases en la lengua de Shakespeare, imitando el acento británico. Y como nada es lo que parece, el gesto de la Casa Real de enviar al heredero al trono a este país del Cono Sur de América para visitar a las autoridades políticas y al 104 Almirantazgo no tiene nada de casual. Chile ha sido un cliente importante de los astilleros británicos a lo largo de toda su historia y, por estos días, es uno de los países latinoamericanos que encabeza la lista de compras de material bélico y gastos militares. Este negocio no ha estado exento de escándalos, como el affaire Mirage que se ventila todavía en los Tribunales de Justicia. (¿Cómo se dirá “coima” en inglés británico?) En la actualidad, la crisis mundial azota con particular fiereza a la Gran Bretaña, cuyo modelo económico financiero al estilo norteamericano está al borde del abismo y ha llevado a la libra esterlina a una caída vertiginosa. Así las cosas, asegurar la venta de pertrechos militares a los países del Tercer Mundo es una cuestión estratégica. Tras la partida del futuro Monarca de Gran Bretaña, todos se sienten satisfechos por haber participado en el evento más glamoroso del año que ocupará las páginas sociales de diarios y revistas. Allí han quedado registradas las imágenes sonrientes de civiles y militares, ellas con vestidos para la ocasión, ellos de impecable uniforme. Son los ingleses de Sudamérica, más mestizos de lo que quisieran y que siguen hablando el lenguaje de la corrupción y la pobreza, el español de América y las lenguas indígenas, igual que sus vecinos a los que pretenden ignorar. 16 Pocas veces se ha observado que el golpe militar de 1973 no sólo representó una catástrofe para los sectores populares y las fuerzas democráticas que lo representaban sino que también fue el ocaso político de una cierta derecha ilustrada y republicana. La actual derecha política en Chile, preserva poco más que el nombre de aquellos pro-hombres que alguna vez inspiraron un pensamiento de derechas digno de tomarse en serio. Faltos de talento, escasamente ilustrados y carentes de cierta reciedumbre moral, los nuevos líderes derechistas se comportan como un paquidermo en una cristalería. Las nuevas generaciones de políticos de la derecha chilena no están a la altura de las circunstancias históricas que deben enfrentar. La mayoría de ellos son hijos de Chacarillas, es decir, incubaron su imaginario político en un régimen cruento y autocrático. Este sombrío periodo de la historia de nuestro país corrompió los últimos resabios de una derecha democrática y republicana, convirtiendo a los viejos políticos derechistas en un remedo grotesco al estilo de Jarpa, mientras que los retoños de la derecha fueron formados en un turbio caldo cocinado desde el reduccionismo economicista neoliberal al cual se agregó una buena dosis de rabioso 105 anticomunismo de Guerra Fría y una versión maniquea de catolicismo, herencia del franquismo. A los líderes de la actual derecha política chilena habría que aplicarles aquella máxima que reza: sólo vemos lo que hemos aprendido a ver. Incapaces de pensar Chile en una perspectiva histórica, amplia y democrática, se apegan a lo que aprendieron de sus maestros: un esquema neoliberal en lo económico, una democracia protegida y con rasgos autoritarios en lo político y a transmitir una cultura arcaica y extemporánea. La mayoría de los líderes de esta nueva generación entiende la política como la administración del mundo degradado y plebeyo que resultó de diecisiete años de dictadura militar. La actual crisis económica mundial requiere mucho más que una derecha ignorante y exenta de grandeza. Como nunca antes Chile requiere de una visión de país que trascienda la pequeñez en que estamos sumidos. El Chile del mañana no se construye aferrándose obtusamente a una Constitución Política superada por la historia como estrategia para defender sus intereses. El fracaso de la derecha chilena radica en su incapacidad de ofrecer al país una “visión de futuro” distinta de las miserias que ha protagonizado durante su historia política reciente. Las naciones no se construyen con ideas anacrónicas ni rindiendo pleitesía a un hórrido pasado. La degradación política en que chapotea la derecha no sirve al imprescindible proceso de profundización de la democracia en nuestro país y tampoco sirve para enfrentar una crisis mundial como la que nos ha comenzado a golpear. Los derecha chilena, hoy en día, es más bien un lastre para la modernización política y económica que Chile requiere con urgencia. No hay que hurgar mucho en su barniz “humanista cristiano”, para encontrarse con candidatos ayunos de ideas nuevas y, ni hablar, de un sentido histórico de país. Su principal exponente parece resumir en su figura el discurso hueco y oportunista que no alcanza a disimular la codicia y el apetito voraz de empresarios y papanatas ansiosos de encaramarse al Ejecutivo. 17 Los nombres de calles, embarcaciones y edificios guardan la memoria histórica de una nación. En todos los lugares del orbe, las denominaciones designan y remiten a momentos de la vida de un pueblo. No es raro, entonces, que cuando se han vivido episodios vergonzantes, todos se esmeren en limpiar las huellas que acusan la felonía. Así, en 106 España o Alemania, se ha hecho un esfuerzo ciudadano para evitar todo gesto laudatorio del crimen y el autoritarismo. En el Chile de hoy, tras casi veinte años del “retorno a la democracia” no se ha tomado en serio el grave insulto que significa mantener nombres de avenidas, buques de la Armada de Chile y algunas otras espurias instituciones. Más que una demanda política, se trata de delimitar una cierta ética cívica. No es aceptable en un régimen que se dice democrático que una embarcación con la bandera de Chile lleve el nombre de un golpista que autorizó torturas en sus instalaciones. No es aceptable que una central avenida de nuestra ciudad glorifique con su nombre la triste fecha del once de septiembre de 1973. No se trata, desde luego, de volver sobre viejas heridas de la sociedad chilena. No se trata de revanchismo ni cosa que se le parezca. Se trata de una demanda ética pública frente a otra forma de impunidad, las trampas de la memoria que enlodan la vida cotidiana de los ciudadanos y contamina la honra de las nuevas generaciones de marinos y soldados. Si de veras queremos que “nunca más” se vuelvan a cometer las atrocidades que se ventilan en los Tribunales, es menester acometer la importante tarea de limpiar este país de todo obstinado vestigio que quiere sobrevivir a la vergüenza. Digámoslo con absoluta claridad, el Golpe de 1973 y todas sus lamentables secuelas no es algo de lo cual nadie en la derecha actual debiera sentirse orgulloso. Ser un país democrático significa, en primer lugar, restituir un marco de referencia básico, una cierta filosofía moral pública en que cada ciudadano, cualquiera sea su credo, encuentre su lugar. El espacio político sin un sólido fundamento ético, se convierte en una “performance” estadística y eleccionaria carente de sentido. Olvidar esta antigua sabiduría, abre la puerta a la corrupción, a la degradación y la apatía. Los Derechos Humanos, no constituyen una moneda más en la apuesta política. No estamos ante un argumento progresista o conservador, estamos ante un logro de la civilización humana para superar la barbarie. Lo que está en juego es la dignidad misma de cada ser humano. En este sentido, limpiar los nombres de la infamia es restituir la dignidad elemental a cada uno de los chilenos. Vivir en un país en que todos hemos aprendido del luto y del dolor. 107 18 El sistema universitario chileno se encuentra entre los más caros del mundo, sólo comparable al de Estados Unidos y otros países desarrollados. Durante el próximo año los aranceles aumentarán alrededor de un 10% en las universidades más emblemáticas del país. Si a estos antecedentes se suma un mezquino sistema de financiamiento y becas de parte del Estado, en un país donde los índices de desigualdad se encuentran entre los más altos a nivel mundial, el resultado sólo puede ser un sistema universitario caro, injusto, clasista, discriminatorio y excluyente. En un mundo que ha transformado el derecho a la educación, consagrado retóricamente en la Constitución, en una cuestión de dinero, de poco sirve la virtud o el talento de un estudiante. La implementación de políticas de corte neoliberal en el ámbito de la Educación Superior no ha arrojado buenos resultados y más bien ha sido funesto para el país. En los hechos, ha convertido un ámbito estratégico del desarrollo nacional en un gran negocio en el que miles de familias son expoliadas cada año por universidades-empresa por un servicio menos que regular. De hecho ninguna universidad chilena se encuentra entre las cien y ni siquiera entre las doscientas mejores del mundo. La Educación Superior no sólo es cara sino de mala calidad, mostrando pobres índices en docencia, extensión y, ni hablar, investigación. El gran ausente en la Educación Superior es el Estado, pues como se sabe, de acuerdo a la superstición neoliberal, le corresponde al mercado y no al Estado regular el flujo de bienes y servicios en la sociedad. Esta creencia, convertida en dogma, el mismo que nos tiene sumidos en la peor crisis económica mundial de que se tenga memoria, quizás pudiera tener alguna aplicación a la hora de comercializar berenjenas, pero muestra claras deficiencias cuando hablamos de educación, salud o previsión social. Si la previsión social, representada por las AFP, ya acumula pérdidas por 47 mil millones de dólares (una cifra equivalente a unos dos mil años seguidos de Teletón), la Educación Superior acumula pérdidas no cuantificables en daño social para las familias del país que ven como crecen los aranceles cada año con magros resultados. En medio de la crisis económica que golpea al mundo entero, es hora de que el Estado asuma con plenitud su papel para asegurar la calidad de la educación en todos los niveles y el acceso de los jóvenes talentosos a las universidades. Más allá de los gobiernos de turno, se trata de un desafío país que compromete nuestro desarrollo presente y futuro. A los estudiantes de Chile les asiste el derecho a reclamar un sistema de becas y un financiamiento digno y adecuado para proseguir estudios superiores, 108 sólo en virtud de sus méritos y talento. Es responsabilidad de la sociedad chilena procurar un sistema que les asegure tal derecho. La actual discriminación económica ejercida por el mercado en la Educación Superior es indigna de una sociedad democrática, políticamente incorrecta, socialmente injusta y moralmente inaceptable. 19 Todos los gobiernos del mundo tienden a mantener las apariencias ante situaciones críticas. Se trata de una estrategia llamada literalmente “manejo de crisis”. La idea es mantener la calma de la población, evitando hasta donde sea posible cualquier exabrupto de la prensa. En regímenes autoritarios esto es tarea fácil, pues la prensa en todas sus modalidades es manejada por un Estado todopoderoso al servicio de algún régimen poco amigo de las voces discordantes. En democracias de bajo octanaje, como es el caso de Chile, la prensa obedece, en general, a los intereses del gran capital, convirtiendo en los hechos la profesión de periodista en una suerte de estafetas de la información. Con todo, el aparato estatal también juega su parte y basta una “sugerencia” de La Moneda para que los medios se pongan a tono en temas polémicos como la actual crisis económica mundial. Este control “soft” de la prensa nacional se basa en dos supuestos. Primero, el papel preponderante de los medios en la configuración de un imaginario social y el subsecuente estado anímico de la población frente a un tema particular. Segundo, el hecho innegable de que cualquier crisis, por definición, supone una alta dosis de subjetividad. No olvidemos que los sistemas físicos son susceptibles de “estados críticos”, pero sólo sistemas humanos entran en crisis. Así, entonces, al morigerar a la prensa se controla una variable de la crisis económica. Todo lo anterior explica el talante recatado de la prensa chilena ante la recesión económica en que está sumido el planeta entero. En estos tiempos de Hiperindustria Cultural es más bien difícil evitar que se filtre la información a un sector de la ciudadanía. Internet hace posible leer en varios idiomas a los más prestigiosos expertos mundiales. Todos coinciden en señalar la singularidad y la gravedad de la actual crisis económica, cuyo horizonte se mide ya en años. La triste verdad es que Chile, contra lo que pregona el gobierno y los empresarios, no es una economía “blindada” y no hay razones para el optimismo. Por el contrario, todos los índices apuntan a que nuestro país correrá la suerte de América Latina, esto es: disminución de la tasa de 109 crecimiento próxima a cero, aumento de la cesantía a dos dígitos, disminución significativa de exportaciones y de la inversión foránea, pérdidas cuantiosas de capital en el sector previsional, en pocas palabras: recesión económica para el periodo 2009 – 2010. El Estado de Chile, orientado al neoliberalismo desde hace décadas, no está diseñado como Estado Social. Aquellas instituciones que otrora protagonizaron el desarrollo, como la Corfo, han dejado de ser agentes del proceso económico. Lo mismo puede decirse de otra serie de instituciones de asistencia social. En el actual estado de cosas, poco pueden esperar las Pymes, los estudiantes o los jubilados del Estado chileno. La estrategia de mantener las apariencias a través de los medios sólo se explica en un Estado al servicio del gran capital, como en Chile, en donde los grandes medios de comunicación se concentran en pocas manos. Se nos quiere hacer creer a todos los chilenos que el modelo neoliberal heredado de la dictadura militar sigue funcionando cuando todo señala su ocaso en todo el orbe. La actual crisis económica mundial pone fin a tres décadas de hegemonía neoliberal en el mundo, y Chile, aunque siempre anacrónico y a deshoras, no puede ser la excepción. 20 Desde hace ya más de una década, la sociedad chilena avanza tímidamente hacia una conciencia ciudadana en torno a la contaminación. Si bien nuestros gobiernos se han mostrado timoratos frente al tema, no podemos negar que de manera lenta, muy lenta, vamos tomando conciencia de que no se debe ni se puede contaminar nuestros ríos, talar nuestros bosques ni llenar las ciudades de gases tóxicos. Se trata, que duda cabe, de una tendencia mundial. La biosfera está en peligro y Chile no puede ser ajeno a los fenómenos globales. No podemos sino alegrarnos de que el tópico medioambiental haya sido puesto en el tapete por gobiernos y organizaciones no gubernamentales. No obstante, no existe la misma preocupación respecto de la “contaminación mediática” que con sus contenidos tóxicos esta envenenando la “psicosfera” contemporánea. El siglo precedente hizo posible que las técnicas de comunicación transitaran desde la escritura a las imágenes televisivas y digitales: esto es, el siglo XX fue el siglo en que las “psicotécnicas” devinieron “psicotecnologías”. En efecto, las imágenes digitalizadas de las redes televisivas e Internet, organizadas desde cuidadosas estrategias de “marketing” se han convertido en la forma 110 actual, no ya de un “biopoder” como lo pensó Foucault sino más bien de un “psicopoder”. Este nuevo “psicopoder” ha puesto en jaque a todas las instituciones sociales, muy especialmente a las instituciones escolares y universitarias, en cuanto modelan la expresión del deseo. Asistimos, hoy por hoy, a estrategias que movilizan el deseo en función del consumo a escala planetaria. Las imágenes de la Hiperindustria Cultural se convierten en contaminantes y tóxicas, de manera mucho más radical y peligrosa que los motores de combustión, cuando se propone a las nuevas generaciones un individualismo hedonista y cínico cuyo horizonte no es otro que la autosatisfacción. La “contaminación mediática” puede llegar a ser tanto o más peligrosa que las otras formas de polución, pues afecta directamente la “psicosfera”, modelando el imaginario social. Dejar al puro arbitrio del mercado una cuestión tan delicada y que compromete el futuro inmediato de las sociedades del siglo XXI no sólo es una irresponsabilidad sino que, en el límite, una ingenua estupidez. Quizás haya llegado la hora para que la sociedad chilena revise el creciente protagonismo de los medios con una mirada profundamente democrática, pero al mismo tiempo, haciéndose cargo de la responsabilidad social y cultural que les compete. Las diversas formas en que los medios degradan aspectos fundamentales de la vida social como el lenguaje, la educación, la política, la religión, el saber y el pensamiento, en fin, los pilares de lo que ha sido la civilización humana, no augura otra cosa que un estado de plebeyización de las masas: la barbarie, antesala de formas inéditas de totalitarismo. 21 Una de las características de la política chilena actual es el haber naturalizado un universo bipolar. Si examinamos los procesos electorales verificados en el país durante la década de los noventa y hasta el presente, siempre hemos asistido a la oposición entre Concertación y Alianza. El hecho es sintomático y remite a algo mucho más profundo: Chile ha repetido el monótono libreto de aquel épico plebiscito del “Sí” y el “No”. Es interesante destacar que aquella oposición plebiscitaria dio cuenta de un momento histórico y de una generación que ya no representa a la 111 mayoría de los chilenos. Podríamos decir que el imaginario político nacional sigue anclado, en lo fundamental, a un guión que ya no da cuenta del mundo en que vivimos. El Chile de hoy es mucho más diverso de lo que exhiben los grandes partidos políticos y muy otros los problemas que nos aquejan. Es cierto, la actual Constitución opera como una camisa de fuerza que impide la ampliación del espectro de ideas. La cuestión es que el actual diseño político, por aberrante y antidemocrático que nos parezca, ha generado una red de intereses y complicidades económicas y políticas que muy pocos estarían dispuestos a modificar. Así, los chilenos residentes en el extranjero están privados del derecho ciudadano para ejercer el voto y la mayoría de los jóvenes no se sienten convocados por un sainete electoralista que se aleja cada vez más de la realidad cotidiana. La Carta Constitucional chilena refleja, en lo grueso, un conjunto de criterios y decisiones políticas que fueron tomadas por una dictadura militar y cuyo eje no es otro que la “seguridad nacional”. Los legisladores de aquel entonces diseñaron una “democracia protegida”, es decir, un conjunto de leyes que hicieran imposible cualquier cambio social sustantivo en el Chile del futuro. De este modo se hizo una Carta Magna que asegurara para siempre la “libertad de comercio”, la “propiedad privada”, y eliminara la amenaza al capital: sindicatos, movimientos o partidos que cuestionaran dicha legalidad. El Chile que heredamos es, exactamente como estaba previsto, el resultado de aquel diseño sociopolítico: un país de bajos salarios en que la previsión de los trabajadores, una forma de ahorro obligatorio vía AFP, ha sido convertida en capital de grandes inversionistas que lucran con el esfuerzo de todos los chilenos, de escasa cobertura y mínima rentabilidad. El Chile de hoy es, desde el punto de vista económico y político, un negocio redondo. La actividad política ha sido convertida entre nosotros en la manera como el capital administra el Estado. La figura del político y la del empresario se han hecho sinónimos. La Constitución Política es el instrumento que consagra plenamente la simbiosis entre Estado y capital, señalando con ello los límites de cualquier reforma, tal como ha quedado demostrado durante casi veinte años. Esto hace evidente que una reconfiguración democrática desde el seno de la actual institucionalidad es, por decir lo menos, no sólo improbable sino impensable. Lo que podemos esperar, en cambio, es hacer explícito este maridaje a través de un presidente empresario, sea que se trate de un concertacionista como los ha habido, o de algún populista de derechas jugando el papel de “humanista cristiano” o, acaso, de algún excéntrico y 112 caricaturesco personaje. Poco importa, en verdad, pues lo cierto es que desde hace mucho nuestra sociedad se ha convertido en una sociedad anónima. 22 La crisis económica en que encuentra sumido el mundo entero amenaza con un explosivo aumento de la cesantía y la pobreza en todas las naciones del orbe. De poco sirve reconocer hoy que han sido los excesos del neoliberalismo los que nos han llevado al borde del abismo. Los que ayer levantaron con insolencia la idolatría al becerro de oro son en la actualidad cadáveres políticos. Así como hacia fines de los ochenta cayó el muro, y con él todo el andamiaje de los socialismos reales, en la hora presente cae el modelo económico ultraliberal que le siguió. Ante esta debacle política y económica al mismo tiempo, los sectores “progresistas” ligados a la socialdemocracia se proponen la reconfiguración del capitalismo. La Sexta Cumbre de Líderes Progresistas que se realiza aquí en Viña del Mar (Chile) como antesala de la Cumbre G 20 que se realizará en Londres los próximos días, cuenta con la asistencia de connotadas figuras que incluyen al Primer Ministro Inglés, al Vicepresidente de los Estados Unidos, al Primer Ministro de España y a los mandatarios de Argentina y Brasil, entre otros. Si bien esta Sexta Cumbre ha sido convocada para discutir la actual crisis económica mundial conviene extender la mirada hacia otros aspectos no menos relevantes. El capitalismo, en cuanto sistema-mundo, se halla sumido en una recesión que al decir de los expertos será, ineluctablemente, larga, dolorosa y maloliente. La mala noticia es que esta catástrofe derivada de una escasa o nula regulación de los mercados se yuxtapone a otros puntos críticos que vive nuestra civilización, a saber: calentamiento global, escasez de agua potable, crisis agroalimentaria, migraciones y pauperización generalizada. En pocas palabras: dolor y sufrimiento de millones de seres humanos. Reconocer la magnitud y profundidad del atolladero en que se encuentra la civilización contemporánea no nos conduce, necesariamente a convertirnos en apóstoles del pesimismo. Nos obliga, en cambio, a ser moralmente responsables en el presente histórico en que nos toca actuar. En este sentido, las izquierdas a nivel mundial, en todos sus matices, pueden ser un aporte para buscar soluciones políticas y económicas a los graves desafíos que enfrenta la humanidad. No se trata tan sólo de 113 reformar el capitalismo, como pregonan muchos de los líderes del mundo desarrollado. Se trata de echar las bases para un nuevo orden internacional en que los pobres de la tierra hagan oír su voz. La reconfiguración del capitalismo no puede significar la normalización de los mercados para que las grandes corporaciones sigan depredando el planeta entero, sumiendo a países y continentes enteros en la miseria. La crisis global es, ciertamente, una oportunidad histórica para que los pueblos del sur reclamen el lugar de dignidad que les corresponde. América Latina, como parte del sistema-mundo, ha sido hasta aquí el “patio trasero” del mundo desarrollado, los resultados están a la vista: pobreza, corrupción, violencia y depredación medioambiental. Celebrar el modelo económico chileno, como hace el señor Brown, es desconocer las tremendas desigualdades que ha acarreado este modelo para una amplia mayoría en cuestiones tan sensibles como la educación, la salud y la previsión social. El horizonte latinoamericano no se construye desde la demagogia y el populismo, pero tampoco se encuentra en fórmulas que convierten la democracia en una performance estadística al servicio de las empresas locales y globales. Los Estados latinoamericanos deben recuperar su protagonismo a nivel nacional, regional y mundial, no para caer en un extemporáneo y estéril estatismo sino para promover nuevas maneras de alcanzar una efectiva justicia social. 23 La Comunidad Europea acaba de anunciar un endurecimiento de sus políticas contra la inmigración. Los países ricos, enarbolan las banderas del libre comercio y la globalización de los mercados. En cada foro internacional presionan a los países pobres para que tomen medidas que favorezcan sus intereses inmediatos. Sin embargo, al mismo tiempo endurecen sus políticas migratorias para evitar que los pobres de la tierra se instalen en sus ciudades. Los pobres e indocumentados, sean negros del África, “sudacas”, “moros” o “asiáticos” resultan aborrecibles no tanto por su color o sus costumbres como por su precariedad económica. Las sociedades ricas aborrecen de los extranjeros pobres que vienen a disputar empleos a muchos de sus propios marginales. Las sociedades más prósperas, mimadas en el consumismo suntuario, reniegan de su fundamento democrático para salvaguardar un modo de vida. 114 Intoxicadas de narcisismo por la cultura mediático publicitaria, las sociedades “desarrolladas” han desplazado todo reclamo humanista universalista por una delirante xenofobia cuya coartada es el nacionalismo y el racismo: antesala de la degradación y la barbarie. La hiperindustria de la cultura en Europa y los Estados Unidos ha engendrado una visión cínica del mundo, plagada de estereotipos vulgares para una masa plebeya. A través de una retahíla de lugares comunes se estructura una visión patológica del mundo, cuyos vértices son el odio, la violencia y el nihilismo agresivo frente a la presunta amenaza. Eso tiene un nombre y se llama fascismo. Millones de africanos y árabes en Francia, turcos en Alemania, mexicanos y latinos en Estados Unidos, “sudacas” en España o peruanos en Chile, deben sufrir a diario la discriminación de una sociedad que se siente “superior” a las miserias de sus inmigrantes. Las masas plebeyas e ignorantes son presa fácil del discurso xenofóbico, en especial cierto segmento juvenil. La globalización concebida como libre flujo de capitales y mercancía, nos muestra su rostro antidemocrático cuando se trata de seres humanos pobres. Nadie quiere que los esclavos miserables y malolientes se instalen en su antejardín. La globalización promueve las imágenes de los emprendedores y “winners”, en las antípodas de las víctimas o “losers”: homosexuales, indígenas, negros, enfermos y pobres. Es cierto, ya no vemos las velas inflamadas de los barcos europeos que cruzaban el Atlántico desde la costa africana, trayendo el preciado “marfil negro”, cargamento de esclavos hasta La Habana o Cartagena de Indias. Las cadenas y los grilletes han sido reemplazados hoy por el analfabetismo, las enfermedades y la pobreza perpetua. Generaciones desesperadas cuyo único horizonte es peregrinar hacia la metrópoli, desafiando la muerte, por una vida diferente. Los países pobres del sur son tenidos como exóticos y lejanos parajes de turismo, donde la agreste naturaleza aún permanece impoluta; acaso como paraísos sexuales para la pedofilia o como paraísos fiscales para los negocios turbios. Los pueblos del sur constituyen la frontera, el “far west” donde todavía se consiguen materias primas a bajo coste sin restricciones medioambientales. En la hora actual coexisten dos mundos inconmensurables, distintos y distantes. Cada vez que un grupo de africanos a la deriva se aproxima a las turísticas playas europeas, se rozan dos mundos que el capital ha 115 separado: los seres globalizados que retozan en edénicos parajes “all inclusive” y aquellos marginados muertos de hambre y de olvido. 24 Desde hace ya casi dos décadas nuestro país ha venido postergando una serie de problemas que hoy comienzan a hacerse manifiestos, mostrando las fisuras y arrugas de un orden político arcaico. Cada gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia ha adquirido compromisos que no ha cumplido. Por de pronto, la sucesión de gobiernos concertacionistas no ha sido capaz de borrar la herencia autoritaria impresa en la Constitución del 80, apelando a pequeños parches cosméticos consensuados con sus opositores. Esta aguda incapacidad política del conglomerado oficialista se suma a una deficiente “moral pública” que se ha traducido en una imagen y un clima de corruptelas en diversos estamentos del aparato público. Digámoslo con franqueza, la Concertación ha ido de más a menos. Esta verdad es incómoda, pues de algún modo esta agrupación de partidos políticos atesoró la esperanza de una amplia mayoría de chilenos que les confió la tarea de restituir una plena democracia en el país, tarea que no han cumplido hasta la fecha. En la actualidad, vivimos horas complejas en el mundo. El alza de los combustibles, el calentamiento global, la inestabilidad de los mercados entre otros factores, tiende a desdibujar el “milagro” chileno. El “neoliberalismo a la chilena” viste con ropajes de modernidad y lenguaje pseudo científico una añeja, y muy poco cristiana, costumbre de nuestra derecha: explotar a los pobres y débiles para aumentar su riqueza. La triste realidad es que estamos muy distantes de soñar siquiera con asomarnos al mundo desarrollado. Atrapados, como estamos, entre una derecha sumida en un retrógrado conservadurismo pietista, devota de cierta nostalgia militar y un oficialismo paralizado por su ineptitud y falta de voluntad política, el horizonte no podría ser más mediocre y desolador. En un clima adverso, crece el temor y la derecha lo sabe. Utilizando con habilidad temas como la “delincuencia” y la “seguridad ciudadana”, desplaza de los medios cualquier recuerdo de aquellos años en que se hizo cómplice de crímenes atroces. Carente de un proyecto político democrático, apela a lo peor de la demagogia y el populismo para defender “su” orden constitucional, pretendiendo que es el de todos los chilenos. 116 Las recientes movilizaciones de camioneros y estudiantes representan apenas la punta de un “iceberg”. En Chile, las cosas se están haciendo mal, muy mal. Al observar la realidad nacional, se tiene la impresión de que nos aproximamos a un punto de inflexión que reclama un salto cualitativo. No podemos seguir enjaulados por un orden constitucional anacrónico que ha erigido una “democracia de baja intensidad”, otra forma de decir, de espalda a los ciudadanos, para preservar grandes intereses económicos y de paso, garantizar una impunidad selectiva a conspicuos personeros del antiguo régimen. Los grandes problemas del país, educación, salud, previsión social, energía y medioambiente, respeto a los trabajadores y a las minorías, entre muchos otros, sólo se resuelve en una democracia plena. Las cosas por su nombre: Es hora de que Chile despierte a sus verdades incómodas: Nos aproximamos a momentos muy complejos para la humanidad entera, derivados del cambio climático, la crisis de combustibles y ajustes tecno estratégicos del capitalismo mundial, y no estamos preparados en absoluto. Sólo podemos exhibir una gran deuda social pendiente, un profundo desajuste económico y político, un vergonzante clima de “inmoralidad pública” que prevalece en todos los niveles de la administración del Estado, en la antesala del Bicentenario de nuestra República. 25 Una de las paradojas de nuestros tiempos “postmodernos” es el lamentable olvido de los fundamentos que inspiraron las conquistas sociales en el mundo desde hace más de dos siglos. Tras el ocaso de los “socialismos reales”, rostro autoritario y burocrático que adquirieron la mayoría de las revoluciones, toda idea que propenda a la justicia social ha sido estigmatizada, al punto que los mismos intelectuales, artistas y políticos de la izquierda actual parecen haber depuesto las banderas que enarbolaron antaño. Las consecuencias de estos olvidos fundamentales están a la vista: por todo .el planeta, impera un nuevo espíritu tardocapitalista: emprendedor, liberal, cínico, individualista y consumista. Se nos ofrece como “novedad” la vieja receta de los mercaderes, aquella que transforma cualquier libertad en “libertad de comercio”, la construcción de un mundo utilitario que adora el “becerro de oro”. La prédica neoliberal en el mundo entero no es sino la aceptación pesimista y resignada de un mundo primitivo, 117 revestido de un lenguaje pseudcientífico, que se basa en la riqueza y los privilegios de unos pocos y la pobreza y esclavitud de las mayorías. El discurso antiestatista de la superstición neoliberal sirve para convertir los derechos básicos de los pobres en un lucrativo negocio: así, la salud, la educación, la previsión social. Mientras las “izquierdas” se encuentran sumidas en sórdidas pugnas ideológicas de “hegemonía” en un espectáculo de todos contra todos, los sectores conservadores seducen a los pueblos e imponen su modelo de desarrollo sin resistencia alguna. El conservadurismo no hace sino perpetuar las injusticias, construyendo en todo el planeta un mundo de esclavos, sometidos ahora por la seducción de los medios y el consumo. En Chile, como en otras latitudes, la mentira neoliberal, gracias al control cuasi monopólico de los medios, insiste en que sólo el crecimiento económico nos sacará de la pobreza, confundiendo mañosamente las ganancias de las grandes empresas con un pretendido desarrollo del país. Bastaría observar cómo el quintil más acomodado se apropia de más de la mitad de la riqueza, mientras los más pobre apenas sobreviven. En nuestro caso concreto, la postmodernidad ha tomado el rostro del “post pinochetismo”, acomodaticia democracia de baja intensidad que yuxtapone la pobreza a los buenos negocios. Conviene recordar que desde hace ya varios siglos, generaciones enteras han aportado sus luchas y desvelos en pos de un mundo otro. Ese horizonte de libertad, igualdad y fraternidad es anterior a todas las revoluciones históricas, aunque de un modo u otro las ha inspirado. Es innegable que las realizaciones concretas de este sueño en la historia ha estado plagado de errores y horrores hasta la perversión, no obstante, el anhelo optimista y legítimo de un mundo mucho más evolucionado en los siglos venideros no ha perdido en absoluto su lozanía. En las épocas más oscuras y retrógradas, como la que estamos viviendo en Chile y en el mundo, es cuando este sueño ético y político de un mundo de hombres iguales y libres cobra mayor pertinencia, cualquiera sea la forma histórica de su realización. Es bueno tener presente estas cuestiones ahora que en medio de una crisis financiera mundial, el modelo se cae a pedazos, mostrando su inconsistencia y su profunda inhumanidad 118 26 En América Latina, hemos vivido la paradoja de que una religión, destinada a la liberación espiritual, moral y material del hombre ha sido puesta al servicio de los poderosos. La verdad es que es cada día más difícil llegar a creer cuando los pastores han hecho del discurso teológico una profesión, y en el colmo, una mercancía. Con escasas y valientes excepciones históricas, el concepto de lo divino ha sido degradado a lo dogmático y lo ritual, convirtiéndolo en los hechos en sinónimo de opresión y resignación ante las injusticias. La reciente visita de Leonardo Boff a nuestro país, sirvió de pretexto para que algunos medios nacionales volvieran a repetir una insolente retahíla de lugares comunes sobre la Teología de la Liberación, cuyo pecado no ha sido otro que recoger, con honestidad, el llamado del Concilio Vaticano Segundo. Sólo una profunda ignorancia podría llevarnos a desconocer que esta corriente teológica de liberación, es una de las más interesantes creaciones del pensamiento latinoamericano durante el siglo XX. Es interesante hacer notar cómo la jerarquía eclesiástica, en particular, el Vaticano, ha hecho todo lo posible por acallar y opacar el destello de dignidad y esperanza que entraña este discurso teológico de Liberación. Lo mismo puede decirse, sin embargo, de los sectores más progresistas, que por falta de sensibilidad o desconocimiento, no han sabido encontrar en este discurso latinoamericano de los oprimidos las claves históricas para la emancipación. La reflexión teológica de la Liberación no es una ideología pasada de moda, como suele pensarse. Ella representa un anhelo de justicia y libertad que mantiene su lozanía desde hace siglos. Como las palabras del crucificado, más que un pasado, es un presente en suspenso que cobra actualidad en el rostro humillado de millones de latinoamericanos esclavizados en el hambre, la miseria, la violencia y el abuso. Una palabra que se escucha silenciosa en las horas dolorosas que vive, actualmente, la hermana República de Bolivia, donde a diario son crucificados “kollas” y campesinos, tildados de “raza maldita” por quienes enarbolan el odio racista y la codicia de los privilegiados. Una palabra que ya pronunció Bartolomé de las Casas el “Apóstol de los indios”, quien en nombre del cristianismo se opuso a las atrocidades cometidas en nombre del catolicismo. En un conmovedor cuento quechua, “El sueño del Pongo”, recogido por Arguedas, el gran escritor peruano, se nos relata cómo un indio, el más débil de todos, cruelmente humillado por un hacendado, concibe el sueño de morir junto a su amo. Desnudos ambos ante los 119 ángeles, el indio es cubierto de excrementos, el amo pintado con miel. La sentencia, justicia divina, es lamerse el uno al otro por la eternidad. . La Teología de la Liberación es el discurso numinoso de los que sufren, de los pobres, de los campesinos, de los indios, de los mestizos, de los negros y de todos los trabajadores de nuestro continente. En este sentido, esta voz cristiana y latinoamericana, constituye una de los reclamos de justicia más profundos y auténticos entre nosotros y un valioso patrimonio de nuestra cultura. Por mucho que se esfuercen los poderosos y sus voces esclavas en apagar esta luz, ésta renace inevitable en el corazón de los humildes. Si ayer fueron las armas y la tortura, actualmente, en las grandes urbes de Latinoamérica se enseñorea una cultura agresiva que idolatra la riqueza, el hedonismo y el consumo suntuario, sometiendo a nuestros pueblos a la ignominia y la segregación, destruyendo el medioambiente e instalando el odio y la injusticia como moneda de cambio entre personas y naciones. Ante esta nueva forma de sometimiento que utiliza la seducción de los medios de comunicación, el destello de la Liberación y la Esperanza es más actual y necesario que nunca. 27 En la actualidad, América Latina exporta, según estimaciones, alrededor de quinientos mil millones de dólares anuales en drogas. El poder comprador, ciertamente, se encuentra en los Estados Unidos y Europa. En este lucrativo negocio están comprometidos, en mayor o menor medida, todos y cada uno de los países de la región, sea como productores de la materia prima, sea como “corredores”, sea como centros de procesamiento o plazas financieras para el “lavado” de dinero. Cada tanto, la prensa nos informa de algún sangriento incidente en Baja California (México), o en las favelas de Sao Paulo (Brasil), así como en las regiones cocaleras de Perú y Bolivia, para no mencionar a Colombia. Las redes del narcotráfico alcanzan a todo el continente y compromete a mafias multinacionales de carácter global que actúan como pequeños ejércitos locales provistos de los más modernos equipos y armamentos. Es evidente que las redes latinoamericanas pertenecen a un “sistema mundo” de tráfico de estupefacientes que cubre todo el planeta y cuyo epicentro se encuentra en las naciones desarrolladas. El poder comprador se encuentra, principalmente, en mafias organizadas en los Estados Unidos. 120 El narcotráfico posee tal envergadura entre nosotros que, en los hechos, constituye una economía paralela. En un continente sumido en la pobreza y la falta de oportunidades, cuando no en el autoritarismo y la violencia, el “narcocapital” permea las precarias instituciones de estos países: bancos, empresas, policías, jueces, prensa, militares y políticos de todos los signos ideológicos. América Latina se ha convertido en una zona donde la corrupción es el modo de vida cotidiano de millones de habitantes. Una realidad que se hace manifiesta en las masacres que, episódicamente, se escenifican en la frontera mexicana o en algunas localidades del Paraguay o Colombia, pero que permanece soterrada en el resto de los países. Salvo, claro está, cuando estalla algún escándalo que compromete a políticos e instituciones policiales, como en Chile o Argentina. En la hora presente, el “narcocapitalismo” es, quizás, uno de los más urgentes problemas políticos de la región. Esto es así porque este fenómeno esta inextricablemente asociado a la violencia, el tráfico de armas y a un clima de corrupción generalizado que amenaza nuestras débiles instituciones democráticas. No seamos ingenuos, el narcotráfico hace mucho dejo de ser una cuestión meramente policial para convertirse en una cuestión política de gran alcance. Cuando los tentáculos del “narcocapital” se encuentran entronizados en grandes empresas que incluyen los más diversos rubros, todos legales por cierto, no es tarea fácil combatir este flagelo. Las democracias latinoamericanas cohabitan con formas degradadas del capitalismo, impotentes ante el poder de los carteles de la droga. La historia enseña que en aquellos países en que se ha dado con mayor fuerza esta incestuosa relación entre una democracia débil y una economía corrupta, tienen un destino claro: terminan corrompiendo los cimientos de cualquier democracia posible, sumiendo a las naciones en un estado de miseria moral y violencia permanentes. 28 Las actuales sociedades mediatizadas han realizado aquella profecía de Andy Warhol, según la cual cada quien tendría sus quince minutos de fama. Siguiendo la lógica de las mercancías, los rostros humanos circulan de manera tan efímera como seductora: Sea que se trate de una sensual estrella del Pop o del más reciente candidato a Presidente. El “rostro de la noticia” es el o la protagonista de un momento en la infinita cabalgata de información y entretenimiento que satura las pantallas del mundo. 121 La penetración y alcance de los medios en la era de la Hiperindustria Cultural puede convertir a cualquiera en príncipe o princesa por un día. El beso seductor de los medios construye famas de oropel, revistiendo de un inusitado glamour a individuos ordinarios puestos en situaciones extraordinarias reales o ficticias. Como la espuma de las olas, los héroes y las heroínas del día se levantan desde las masas anónimas para volver a ellas tras haber obtenido los titulares. Los rostros del año no podría ser algo distinto de la masa que los engendró, sin embargo a diferencia de ésta, tal o cual rostro se ha individualizado. Se trata de un individuo, hombre o mujer, joven o anciano, que ha adquirido un nombre propio, alguien de quien se puede hablar. Tener un nombre en una sociedad anónima de masas es la meta de artistas, deportistas, políticos e intelectuales: todos anhelan un nombre que los haga únicos. Tener un nombre es la manera cómo una sociedad individualista administra la inmortalidad. Si el rostro de la noticia permanece en el tiempo se convierte en un icono cultural, tal es el caso de Chaplin, el Che o Lennon. Es interesante hacer notar que los famosos se equivalen con la masa a la que convocan. Estamos en una sociedad simbólicamente igualitaria: La estrella de fútbol o la reina de belleza se tornan figuras ejemplares en la justa medida que se identifican con aquel niño o niña que les admira. Si la figura ejemplar fue, otrora, el santo o el héroe caballeresco, en la era de la Hiperindustria Cultural se trata más bien del famoso, la estrella, el ídolo de masas, el “winner”, prefigurado hasta la saciedad por la publicidad. Los medios requieren figuras, las figuras sólo existen en virtud de los medios. El mayor mérito en una sociedad de consumo, narcisista por definición, es el “éxito”, medido con la vara del dinero, la influencia, la belleza y el espectáculo. Las figuras proliferan en la era de la “infoentretención”; en efecto, cuando el mundo se ha convertido en un gran espectáculo que mezcla lo cómico, lo melodramático y lo trágico, la figura emerge como el protagonista que representa al “hombre común”. Los eventos, por espectaculares que se nos aparezcan, son protagonizados por un hombre o mujer como “tú”: los rostros nos interpelan. En el caso de Chile, los rostros reflejan la atmósfera “kitsch”, muy del gusto de cierta clase media plebeyizada por el consumo, que caracteriza a nuestro país. De este modo, el panteón de nuestras figuras esta poblado de grotescos empresarios, políticos de dudosa catadura, artistas de farándula reñidos con el más mínimo sentido ético y estético, uno que otro militar en retiro (sin comentarios) y algún patético personaje “popular”. Se 122 trata de nuestro “establishment”, una retahíla de “personajillos” de baja estofa donde no puede faltar alguna cortesana recatada, un mariconcito telegénico (que no representa al mundo gay) y algún pío multimillonario que mezcla los dólares con el Opus Dei. En el Chile del siglo XXI, una sociedad de consumo prototípica, tecnourbana-masivo-consumista, los rostros y cuerpos del año no podrían ser sino aquellos que alcanzaron alguna vez la condición de mercancías simbólicas. Son los “happy few”, aquellos sapos que fueron besados por los medios y se creyeron príncipes o princesas por un instante. 29 Por más de cinco siglos, los pueblos de América Latina han padecido el oprobio de la miseria para los más que coexiste con la riqueza para los menos. Esta insultante realidad cotidiana de millones de hombres, mujeres y niños se repite con monotonía en los arrabales de El Alto, Ciudad de Panamá, en las villas miseria de Buenos Aires o en las favelas de Río. Los rostros mestizos son los mismos, la pobreza y la violencia es la misma. El diagnóstico ya ha sido establecido por organismos internacionales y proclamado por valientes voces como un grito por toda América. La exclusión de millones de seres en las ciudades y campos de este continente es una cuestión moral y política inexcusable en la hora actual. La miseria y el sufrimiento de nuestros pueblos constituyen nuestra verdad última. Las secuelas de nuestra miseria económica pueden ser descritas como una miseria social, cultural y política. América Latina ha sido tierra fértil para ejercitar la represión violenta a través de ejércitos serviles a los poderosos, criollos y extranjeros, tanto como para celebrar las injusticias y la mentira mediante las voces esclavas que han proliferado en los medios de comunicación. Muchos son los muertos y desaparecidos que atestiguan esta historia de la esperanza. La violencia homicida que ayer se desató en Santiago de Chile un día de septiembre, ha vuelto a aparecer en El Salvador o Guatemala y, en la actualidad en Santa Cruz. En los albores del siglo XXI, América Latina se enfrenta a problemas de índole planetario, tales como la degradación medioambiental y el calentamiento global, la crisis alimentaria o la actual crisis económica del hipercapitalismo que oscurece el horizonte inmediato. Nuestra dramática realidad de analfabetismo, falta de viviendas y pauperización generalizada se yuxtapone a la corrupción de gobiernos entregados al narcotráfico y la militarización. 123 Los Estados Unidos ha administrado América Latina como su propio feudo para obtener recursos, condenando por décadas a pueblos enteros al bloqueo o a dictaduras atroces por la insolencia de erigirse contra sus intereses. Las grandes corporaciones monopolizan los medios de comunicación y han convertido el sistema político de muchas naciones de la región en una impostura pseudo democrática al servicio de sus negocios con la complicidad de las elites. Como nunca antes, le corresponde a la actual generación de latinoamericanos actualizar el reclamo libertario de dignidad de nuestros intelectuales y nuestros próceres. Como todo reclamo político y moral se conjuga en él lo ancestral y lo nuevo, plena soberanía para nuestros pueblos sin reeditar añejos dogmas y viejas prácticas sectarias y excluyentes que sólo llevaron a la frustración. América Latina incluye a los más diversos credos e ideologías; La América Latina del mañana requiere y exige la síntesis de todos los que creen en los principios de la dignidad humana, en la tolerancia y la diversidad cultural. En un mundo en vías de globalización, son los latinoamericanos de hoy los convocados a demandar a sus gobiernos la construcción de un mundo distinto, el mundo de la esperanza. 30 La actual inestabilidad de los mercados financieros del mundo, plantea una serie de interrogantes. La inquietud ante los acontecimientos no sólo atañe a los expertos y a las autoridades de organismos nacionales e internacionales, sino que es parte de la vida cotidiana de millones de personas en todo el planeta. No podemos olvidar que, el vocablo “crisis” viene del griego y, entre otras acepciones significa “juzgar”. Toda “crisis” es, pues, una invaluable oportunidad para revisar y evaluar aquellos comportamientos que han llevado a esta situación. Es bueno y necesario, entonces, poner sobre el tapete algunas cuestiones de manera serena y con un lenguaje lo más sencillo, en lo posible, para delimitar los contornos de ésta, la primera crisis de lo que hemos llamado el Hipercapitalismo del siglo XXI. Hace ya algunas décadas René Thom nos enseñó la diferencia conceptual entre “crisis” y “catástrofe”. Toda “crisis” es más una disfunción que una alteración estructural. En este sentido debemos tener presente que toda “crisis” supone y exige un nivel de subjetividad. Los sistemas físicos son susceptibles de entrar en “estado crítico”, pero jamás en “crisis”. En suma: el concepto de “crisis” podemos entenderlo como un 124 estado transitorio que consiste en el debilitamiento de los mecanismos de regulación frente a causas reales o imaginarias. La etiología de la crisis financiera global que azota a los mercados, es precisamente un debilitamiento de los mecanismos subjetivos de regulación que tiene como causa inmediata una disfunción en los flujos de valores, es decir, una “desconfianza” generalizada, en que cualquier opción de inversión es sentida como “amenaza”. Ahora bien, toda “crisis”, puede anunciar una catástrofe; sin embargo, ello requiere de un conjunto de factores concomitantes que multipliquen su efecto. Como sabemos, el capitalismo es un régimen de producción que cristaliza con el ascenso de las sociedades burguesas y que ha tomado las más diversas formas políticas. El capitalismo, por definición, está ligado al desarrollo tecnológico y al comercio, expandiendo la noción de “mercado” como espacio de compra-venta. La irrupción del capitalismo sólo se explica como la conjugación de una serie de condiciones de posibilidad, desarrollo de fuerzas sociales, intereses económicos y saltos tecnológicos. Hasta la fecha, el capitalismo sigue expandiéndose a nivel planetario, en la justa medida que no se han producido las condiciones de posibilidad alternas para su ocaso. Como todo proceso histórico, esto puede llevar siglos. La actual crisis financiera de carácter global no significa, en ningún caso, el fin de las actuales formas capitalistas que presiden las relaciones económicas. El capitalismo contemporáneo asiste más bien a una “crisis” y no a una “catástrofe”: en rigor, se trata de una disfunción en la regulación de los flujos financieros. Lo que resulta previsible es más bien la deslegitimación de la ideología neoliberal, mas no el fin del capitalismo. Muchos cientistas sociales han advertido que el régimen de producción capitalista ha entrado en una nueva fase de desarrollo. Podemos resumir su desarrollo en tres etapas. El capitalismo del siglo XXI sólo es pensable como sistema-mundo que culmina los periodos de internacionalización y de transnacionalización. La internacionalización de la economía y la cultura se inicia con las navegaciones transoceánicas, siglo XV, la apertura comercial de las sociedades europeas hacia el Lejano Oriente y América Latina, y la consiguiente colonización hasta el siglo XIX. La transnacionalización es un proceso que se va formando a través de la internacionalización, pero da algunos pasos más desde la primera mitad del siglo XX al engendrar organismos, empresas y movimientos cuya sede no está exclusiva ni principalmente en una nación. El sistema-mundo, o globalización, se fue preparando en estos dos procesos previos a través de una intensificación de dependencias recíprocas, el crecimiento y aceleración de redes económicas y culturales que operan en una escala 125 mundial y sobre una base mundial desde la últimas dos décadas del sigo XX. A diferencia de 1929, el capitalismo global o Hipercapitalismo es un sistema en red. Esto significa que sus flujos reales y virtuales se organizan como una red de nodos descentralizados, de carácter horizontal que cubre todo el planeta. El mercado se ha convertido en un espacio virtual. Esto quiere decir que el capital se ha hecho “abstracto”, esto es, ha disociado la “referencia” a procesos productivos de la “economía real”, para instalarse en operaciones financieras “derivadas”. Por todo lo anterior, la analogía con la crisis de principios del siglo XX no se puede sostener. Asistimos al despliegue de un fenómeno inédito: la primera crisis del Hipercapitalismo del siglo XXI. Si bien el Hipercapitalismo ha sido capaz de generar una economía paralela, ésta no se ha emancipado por completo de la llamada “economía real”. En este sentido, hay una íntima y estrecha relación entre lo que acontece en la esfera de lo “virtual” y los procesos productivos que la justifican. Cuando las tasas de interés dificultan el crédito, por ejemplo, es claro que las inversiones se tornas más riesgosas. Lo mismo ocurre con las materias primas de los países emergentes sometidas a los altibajos del mercado, como ocurre con el cobre o el petróleo, lo que repercute en las economías más débiles. La inestabilidad de los mercados es un índice de riesgo que “enfría” la “economía real”, arrastrándola a un periodo recesivo. Si la situación se prolonga en el tiempo, una “recesión económica” deviene una “depresión económica”. Una crisis del capitalismo virtual se transforma en una crisis económica mundial. La “economía virtual” es de carácter especulativo, pero no es autónoma respecto de la “economía real”. Esta mutua dependencia se está observando ya en la economía mundial. Sin ningún ánimo catastrofista, todo indica que la “recesión económica” ya se ha instalado en los países desarrollados y, es muy probable, que se expanda a otras latitudes el próximo año. En el Hipercapitalismo, las relaciones económicas se han desplazado desde el ámbito de los “referentes” o “economía real” al dominio de la “significación” o “economía virtual – especulativa”. Ello explica el carácter subjetivo de los mercados actuales. La actual crisis financiera se traduce, en concreto, en una inestabilidad de los mercados bursátiles. El alza súbita y el brusco descenso son la tónica en todas las bolsas del mundo, arrastrando a los públicos del pánico a la euforia. Esta situación genera 126 relaciones de “doble vínculo” con la realidad económica, pues impide la discriminación lógica y racional de “valor”. En pocas palabras, la inestabilidad produce la “desconfianza” en los agentes del proceso No podemos olvidar el carácter “especulativo” que posee el mercado virtual. En efecto, los agentes especuladores juegan sus apuestas a la baja o al alza de determinados valores, aprovechando los vaivenes de la subjetividad colectiva. Así, cualquier medida remedial de algún gobierno es aprovechada con astucia al alza, del mismo modo que cualquier “mala noticia”, por nimia o marginal que ésta sea. Por último, en un mundo en que los medios de comunicación son capaces de fabricar el presente mediante la híper industrialización de la cultura, no tiene nada de raro que la crisis financiera mundial se haya convertido en un espectáculo de masas. Cada día, los públicos de todo el mundo son “informados” de lo que acontece en las bolsas de todo el orbe. Por su carácter narrativo y audiovisual, el acontecimiento se transforma en un “drama” plagado de suspenso y amenazas. El resultado no podría ser otro que el pánico. El capitalismo ha generado un mundo injusto en que la riqueza se concentra en muy pocas manos, a un costo muy alto que pagamos todos: pauperización de la mayoría, precarización de los empleos, degradación moral de las relaciones humanas y de las formas políticas que origina, lo que redunda, finalmente, en un estado de crisis social y medioambiental generalizado. La modernidad capitalista puede ser definida como la naturalización de un estado de crisis y violencia permanentes. El Hipercapitalismo construido desde la ideología neoliberal ha llegado, en virtud de su lógica interna, a un límite que exige la reconfiguración del sistema. El discurso neoliberal, muestra por estos días su carácter más antisocial que antiestatal. Más que renegar del Estado, el neoliberalismo significa subordinar las políticas de los Estados nacionales a las estrategias del capital. La crisis financiera que estamos viviendo deslegitima un discurso que se ha tornado hegemónico en el mundo por más de tres décadas. La reconfiguración del Hipercapitalismo es un imperativo que nace de la inoperancia de su propia institucionalidad creada tras la Segunda Guerra Mundial. Tanto el Fondo Monetario Internacional, como el Banco Mundial, para no mencionar la Organización Mundial de Comercio, son instituciones añejas, incapaces de hacer frente a las otras crisis que se avizoran, como por ejemplo, la crisis alimentaria, crisis medioambiental, crisis energética. 127 El hipercapitalismo, en cuanto orden tecno-económico del siglo XXI, debe confrontarse con los cambios políticos y culturales que se han verificado las últimas décadas. La crisis financiera global, que presagia una recesión económica mundial, es el resultado de décadas de especulación y desregulación, pero también es el resultado del clima cultural que ha prevalecido estos años. Como nunca antes, la humanidad entera, acicateada por los medios, se ha volcado al individualismo, con su secuela de exitismo y consumo, alejándose de formas humanas y solidarias de convivencia. La crisis financiera es sólo la manifestación inmediata de algo mucho más profundo, una honda crisis acerca del sentido de lo humano y de nuestro lugar en este planeta. 128 7.- Epílogo 7.1.- Santiago: Capital de Chile Al aproximarnos al año del Bicentenario de nuestra República, es bueno y necesario que nuestra generación revise lo que ha sido el decurso de los distintos ámbitos de la vida nacional. En nuestro caso, no se trata, por cierto, de pretender un análisis urbanístico, estético o arquitectural de esta ciudad sino más bien de plasmar una “experiencia”, aquella de habitar una ciudad y, al mismo tiempo, ser habitado por ella. Pensamos que la mayoría de los problemas que nos relatan los noticieros constituyen, en gran medida, los problemas culturales y antropológicos de la gran urbe: delincuencia, transporte público, contaminación, violencia y estrés, entre otras. La política, tal y como se la entiende en Chile, es decir de manera “preformativa” y con énfasis económico, resulta ser una respuesta reduccionista y mecánica que no sirve para esclarecer la profundidad y el alcance de los malestares de esta modernización. Los paisajes que nos interesan, ciertamente, son los “nuestros”, incierto posesivo que, no obstante, nos dice algo. Poseemos paisajes en cuanto hemos habitado y crecido en ellos, los paisajes nos habitan, están inscritos en nuestra memoria, son parte de aquello que somos. Lo “nuestro” es, pues, nuestro entorno geográfico y humano, pero y sobre todo es tiempo cristalizado en el recuerdo, “nuestro tiempo”. Un país, una ciudad, una localidad, un barrio, aquella esquina, el olor a tierra mojada cada atardecer. Hacia fines del siglo XIX, la sociología alemana concibió ya la ciudad como epicentro de la modernidad. La ciudad es el lugar de la experiencia moderna, con sus flujos en constante movimiento, es éste el lugar que define un espacio público y un espacio doméstico. A más de un siglo de distancia, resulta interesante observar el Santiago que se nos oculta, literalmente, detrás de la bruma y el esmog. En cuanto lugar de la experiencia de la modernidad, Santiago hace coincidir los flujos de la vida cotidiana con sus ritmos intrínsecos, la modernidad son masas en movimiento. Contra el credo liberal, habría que recordar que el individuo sólo posee sentido recortando su silueta contra 129 esa matriz que es la masa urbana. Santiago es una ciudad de masas individualizadas. Como toda ciudad, Santiago delata nuestra historia. No estamos hablando de espacios patrimoniales o folclóricos, ni siquiera de monumentos. La ciudad capital nos muestra el tejido social que la compone en sus compartimentos diferenciados, barrios residenciales, avenidas, cités y poblaciones: como en una radiografía sus paisajes variopintos nos muestran los hojaldres de la estratificación social. Si hay algo sorprendente y escandaloso, que sin embargo ha sido naturalizado por todos, es la tendencia perversa a construir ciudadelas amuralladas al interior de la ciudad. Barrios exclusivos con guardias privados se erigen como expresión última del “apartheid” social y cultural. Santiago es una ciudad segregada entre los que todo tienen y aquellos menesterosos privados de horizonte alguno. En las últimas décadas, el contraste lejos de atenuarse se ha acrecentado, yuxtaponiendo, como en un “collage” dadaísta, una asfaltada carretera con racimos de diminutas casuchas de madera colgando en el abismo, al borde de un río que hiede. Santiago es una ciudad que hiede a injusticia y a contaminación. 7.2.- La lluvia… Cuando llueve todos se mojan, rezaba una vieja frase publicitaria. En Santiago de Chile, eso no es cierto, pues cuando llueve sólo se mojan los más pobres. Las riadas e inundaciones afectan principalmente las grandes barriadas de trabajadores y poblaciones ubicadas hacia el poniente de la ciudad. Los chiquillos y los perros chapotean en al agua mientras sus familias comienzan el ritual de cubrir con telas de plástico moradas y techumbres. Cada año, durante el invierno, asistimos a las trágicas imágenes por televisión de grupos familiares, niños y ancianos especialmente, mendigando un rincón seco y un techo ante la adversidad del clima. Los rostros entumecidos de los humildes resultan ser la otra cara del modelo chileno, es el sufrimiento humano que desafía e impugna la racionalidad performativa de la modernidad. Las imágenes de la televisión inscriben las patéticas escenas de la pobreza en la lógica de la “caridad”, valiosa virtud proclamada por el cristianismo, pero que en este caso sirve para confundir y ocultar el problema de fondo, cual es el de la “justicia social”. Nadie en su sano juicio podría estar en contra de entregar frazadas y colchonetas a los 130 menesterosos, cada vez que una tormenta de invierno asola la ciudad, como hacen muchas instituciones religiosas y públicas. Nadie con una pizca de sensibilidad podría oponerse a tan loable acción. Sin embargo, los medios tienden a olvidar la pregunta que late en toda tragedia invernal: ¿por qué siempre es lo mismo?, ¿por qué siempre los mismos? ¿Cómo es posible que nuestra sociedad se construya sobre la injusticia social? De alguna manera, la lluvia lava el rostro ceniciento de Santiago, dejando en evidencia no sólo las grietas de su asfalto sino las otras grietas de la ciudad, la fractura social que las mentiras del neoliberalismo se esmeran en ocultar: el hecho aberrante y escandaloso de que el modelo chileno está construido sobre la marginación de los más débiles. Para ellos no hay una educación de calidad ni una atención de salud aceptable, ni viviendas dignas ni previsión social. Así como los filósofos de la antigüedad discurrieron sobre la democracia en una sociedad esclavista, hoy cualquier mirada sobre Santiago de Chile, sede del poder administrativo de la nación y ciudad capital de la República, se erige en una sociedad neo-esclavista. Es cierto, no hay grilletes ni un apartheid explícito, pero hay pobreza material y cultural de la mayoría: cientos de miles, domesticados por los medios de comunicación, el consumo y la supervivencia, con su secuela de delincuencia, prostitución, drogas y violencia. Cuando llueve, no todos se mojan. Así como las lágrimas manifiestan el dolor, el rostro lluvioso de Santiago pierde su maquillaje de ciudad moderna, el glamour de sus letreros de neón, para mostrarnos lo que no queremos ver detrás de la bruma: la capital de los pobres. 7.3.- Shopping Santiago, como capital del país, es el lugar donde se exhibe la modernidad de Chile. Escenario privilegiado de todos los avances tecnológicos, paisaje insolente de cristal y acero. Telegénico espacio de “Malls” y “Shoppings” que como estuches de aire acondicionado encierran la atmósfera aséptica de lo público y lo privado. De algún modo, las nuevas catedrales del consumo funcionan como dispositivos para nuevas prácticas sociales, ellas ponen en escena la liturgia de una sociedad de consumo en un país modélico. En una escenografía híbrida en que lo “kitsch” es elevado a canon estético, los nuevos paseantes circulan entre grandes marcas, por pasillos que 131 encierran el “sancta sanctorum” de la sociedad chilena: la igualdad plebeya en el consumo suntuario. Familias modestas coexisten con exóticos personajes a la hora de tomar una cerveza o un “donuts". Espacio de seducción y distracción, pero al mismo tiempo, espacio de vigilancia. Un discreto ejército de guardias uniformados auxiliados por no menos discretas cámaras de televisión lo observan todo, cualquier conducta “anómala” es rápidamente controlada. La ciudad cosmopolita y lúdica nos ofrece aquello que hemos visto mil veces en filmes o en la televisión, en Dubai y Paris: los “no – lugares” que podemos reconocer gracias a la memoria inscrita por la hiperindustria cultural. Un glamoroso abanico de tiendas que se dibujan entre cristales iluminados, y en la misma lógica de un discreto servicio higiénico, una capilla ofrece su higiene interior a los visitantes. Verdadero holograma de la postmodernidad en que el valor simbólico del dinero ha sido abolido por las “credit cards”, instalando una ilusoria igualdad de todos en la ciudadanía del consumo. El Santiago Bicentenario es un mosaico social y cultural en que poblaciones y barrios residenciales conviven con vetustos edificios del siglo XIX y con burbujas postmodernas. Santiago se escinde en una red subterránea de túneles de alta tecnología y una superficie salpicada de cicatrices. El Metro como icono de la modernidad, conectando sectores y antiguos barrios en una suerte de democracia urbana recorre las entrañas de la capital, mientras en la superficie van cambiando los paisajes al ritmo de multitudes atascadas en embotellamientos y un feble transporte público. El Santiago Bicentenario, es una ciudad sobre ruedas. 7.4.- Viejos y niños Las primeras víctimas de la ciudad son los niños y los ancianos. Sobre ellos golpea la indigencia y toda forma de violencia citadina. Los niños ni siquiera tienen la posibilidad de una pensión miserable. Deben adaptarse tempranamente a este mundo violento y corrupto, sea como mano de obra barata o como leves cuerpos para alguna depravación pagada. ¡Ay, que me duele un dedo tilín!, ¡Ay, que me duelen dos tolón! Ofreciendo ramilletes a los automovilistas, niños y niñas venden en realidad el “bouquet” prohibido de aquellas flores del mal que cantó el poeta. Prostitución y pedofilia malamente camuflada por la noche, tema sensacionalista de algún programa de televisión, que desculpabiliza a una mayoría de consumidores indolentes. 132 Muchos de nuestros niños, el “futuro de Chile” según reza la manida frase populista de todos los gobiernos, se prostituyen en las calles de la capital, acicateados por las necesidades impuestas por el consumismo. Niños cuya niñez ha sido usurpada por una sociedad injusta que no tiene un lugar para ellos, salvo el lugar del castigo en una legislación cada vez más severa y punitiva. La niñez en Santiago de Chile no es para todos. Para algunos niños y niñas es un tiempo triste. Los niños de Chile, herederos de una tortuosa historia política y de una sociedad profundamente injusta, son las primeras víctimas de un país mal concebido. Ellos, empero, son los primeros convocados a cambiar el actual estado de cosas imaginando otro Chile posible. Cada niño vagabundo que deambula por la ciudad es una herida abierta que camina por Santiago de Chile. Cada niño y niña sin un hogar es una lacerante frase cursi que no por ello es menos cierta. Niños que limpian automóviles, niños que venden flores, niños que roban, niños que gritan la última novedad, niños que habitan la ciudad como diminutas siluetas que se empinan risueños en los abismos de Santiago. ¡Ay, que me duele un dedo tilín!, ¡Ay, que me duelen dos tolón! ¡Ay, que me duele el alma y el corazón, tolón! 7.5.- Los perros El perro santiaguino no es noble ni reclama una prosapia de alcurnia, de color indefinido y mirada pícara el “quiltro” criollo es el compañero fiel del “roto” y con él comparte su infortunio. Sin collar ni arnés alguno, su identidad la conocen sólo sus amigos del bar o la feria libre donde suele merodear por algo de comer. Mal visto por guardias y dueñas de casa, conoce de patadas y escobazos. Nunca ha visitado una clínica veterinaria y de vacunas mejor ni hablar. Su origen y su destino es la calle, como lo ha sido para sus ancestros: no conoce de cestitas ni casas para perros, mucho menos del “Dog Chow” o alguna otra “delicatessen”. Se le ve pululando cerca de carnicerías y puestos del mercado, donde a veces un alma piadosa le tira un pedazo de pan duro o las sobras del restaurante. Ni labrador ni terrier, el “quiltro chilensis”, como toda América Latina, es mestizaje y, digámoslo, bastardía. Hijo de la calle, como es, su color es el de la tierra y los muros, el “quiltro” es parte del paisaje urbano, como los postes, los semáforos y los escasos árboles. 133 Su humildad no debe confundirse con falta de nobleza o inteligencia. Sucio y desgreñado, es claro que jamás ganará un concurso de belleza, aunque ha sabido ganarse el corazón de los pobres: intuyendo secretamente quizás algo más que un parecido, suelen aceptarlo y, en el mejor de los casos, adoptarlo. Como “dueño de casa” el “quiltro” adquiere un aire de dignidad que se advierte en la defensa vehemente de “su” territorio y de los suyos. Como inadvertido habitante de la capital del país, el “quiltro” conoce de persecuciones y matanzas inmisericordes. En nombre de la salud pública o de algún decreto alcaldicio, el “quiltro” se ha visto acorralado y exterminado. Los que aprenden a sobrevivir, sin embargo, siguen ladrándole a la luna y persiguiendo esa pelota de plástico en alguna pichanga de barrio. Su muerte pasa tan inadvertida como su cachorril irrupción, así, un día cualquiera ya no se ve más su incierta figura. Nadie lo echará de menos, salvo quizás un niño que aprendió a amarlo sin darse cuenta, repitiendo esa sutil y lúdica magia que une para siempre a los niños y a los perros. 7.6.-Los cementerios Hay otro París, como hay otro Santiago u otro Nueva York. Es la ciudad ausente, la ciudad de los muertos. Necrópolis silenciosa enclavada en el corazón de las urbes… Por sus avenidas y sus prados, transitan mudos los días que fueron, otras primaveras. En su marmórea arquitectura, el rostro pétreo de la muerte; frío e indiferente; nos recuerda la alcurnia de los fantasmas de mausoleo. Los nichos más modestos, sin flores ni nombres, disimulan el anonimato de tantos. Entre castaños y robles, entre eucaliptos y plátanos orientales, los muertos nos hablan desde su perpetuidad. Quietos testigos del mundo que una vez creyeron para siempre… Tras la efímera ilusión, la eternidad de inertes huesos minerales, despojados del aroma de la vida. Otra ciudad que pervive entre nosotros; abismo sin tiempo sobre el que se levantan las pirámides de acero y cristal. ¿Dónde quedaron esos señores engominados, sentados a la mesa? ¿Dónde esas damitas de mirada melancólica en color sepia? Tumbas sin nombres; muertos de nadie. En esta otra ciudad, también hay olvidos…hombres que un día se desvanecieron tragados por la nada, devorados por la historia…por su historia. Cada generación recuerda a 134 sus antepasados, al cabo de un siglo, ni siquiera el viento susurra sus nombres. Tumbas resecas en pueblos abandonados en medio del desierto; tumbas oscurecidas por la tupida vegetación austral; tumbas urbanas, de cemento y soledad; fosas comunes, en algún patio del Cementerio General. ¿Dónde están?. El que murió con los ojos vendados sobre un puente del río Mapocho y aquél que murió atravesado por una bala gritando en algo que creía. Otra humanidad, en esta ciudad; espectros que gritan desde el silencio, señalando un misterioso cielo sin estrellas. ¿Dónde están? 7.7.- Las iglesias Como en todas las capitales latinoamericanas, la vida mundana de Santiago de Chile se ve interrumpida, de cuando en cuando, por la irrupción del espacio sagrado. Las Iglesias de la capital interrumpen el ruidoso ajetreo citadino y son un portal hacia aquello que los antiguos llamaban el “mysterium tremendum”. Junto a la lengua y las letras castellanas, junto a la espada, somos herederos también del panteón cristiano. Si la Iglesia y el Estado se conjugaron como instituciones matrices, la nación y el catolicismo se identificaron estrechamente, poniendo su impronta a nuestra naciente cultura. La Catedral de Santiago, ubicada frente a la Plaza de Armas, es el monumento arquetípico que guarda no sólo los ecos del mundo colonial sino además, las liturgias de la República. Es este el lugar privilegiado que la ciudad ha reservado para sus actos más sagrados. Lugar de reunión de los personajes importantes del momento, lugar de devoción para las beatas de domingo, paisaje naturalizado para la mayoría de transeúntes distraídos. Nuestras iglesias han sido el espacio de congojas y alegrías, aquí, a los pies del Crucificado se despide a nuestros muertos, se bautiza a los infantes y los novios se prometen un para siempre. Aquí, entre santos y demonios se delimita la calendariedad y la cardinalidad que rige la vida de millones. Los altares recogen las plegarias, los confesionarios secretean nuestras humanas miserias. Aquí se funden los ecos infinitos de nuestra ciudad capital, un murmullo que recoge todas las voces de todos los tiempos. Todas nuestras iglesias guardan similitud arquitectónica e iconográfica con aquellas que el viajero puede encontrar en Europa, la mayoría de ellas resultan ser copias o citas de otros lugares del mundo. El Nuevo 135 Mundo extendió, a su manera, las siluetas del mundo mediterráneo al cual sumó tintes propios, logrando así construcciones híbridas que en otros lugares de la América barroca alcanzaron cotas notables. La ciudad de Santiago no sólo acoge las iglesias sino que disemina la fe de muchos de sus ciudadanos en miles de pequeños altares a los muertos. Las “animitas” brotan en esquinas y callejones de barriadas populares, convirtiéndose en algunos casos en lugares de peregrinación. La llamada religiosidad popular da vida a “Romualdito” en el barrio Estación Central, iluminando con velas y placas de agradecimiento un rincón de la ciudad a pocos pasos de una moderna estación de Metro. La ciudad exterioriza la cultura y la fe de su población en cientos de iglesias y capillas, desde los espacios catedralicios hasta modestas construcciones en madera: católicos, protestantes y mormones proclaman su verdad. Desde uno de los lugares más altos de la capital, la Virgen del Cerro San Cristóbal parece observar con sus brazos abiertos el presuroso ir y venir de millones de seres metidos en un laberinto de calles y edificios que, rara vez, en su breve existencia, levantan su mirada como una presciencia del misterio, cielo e infierno que se juega en cada instante de la vida cotidiana. 7.8.- El Aleph Le debemos a Jorge Luis Borges una inquietante metáfora en torno al lugar de la singularidad, uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos. El describe ese punto en un cuento titulado “El Aleph”, incluido en un libro homónimo de 1949, un diminuto universo en el sótano de una casa. Santiago de Chile posee un microuniverso, su propio Aleph; éste se encuentra ubicado en el llamado “centro” de la capital, cuyo epicentro se halla en la intersección de dos paseos peatonales: Huérfanos y Ahumada. Entre el Mapocho y la Alameda, entre la carretera y el Santa Lucía, se dibuja la cardinalidad de un pequeño universo de bancos, comercios, restaurantes, cafés y farmacias, muchas farmacias. Es como si los transeúntes necesitaran siempre un analgésico que haga soportable una ciudad bulliciosa y contaminada. Como muchas capitales latinoamericanas, el centro de nuestra capital se nos ofrece como un geométrico tablero de damas. Los nombres de sus calles los hemos aprendido de memoria desde niños: Amunátegui, Teatinos, Morandé, Bandera; Moneda, Agustinas, Huérfanos, Compañía y Monjitas. 136 El Santiago de antaño nos muestra sus huellas de nuestra “belle époque”, el centro plebeyo y mercantil fue otrora lugar de privilegio y abolengo. Allí el pasaje Matte y el pasaje Agustín Edwards nos lo recuerdan con el aroma del café que brota del “Haití” donde muchos parecen matar el ocio en una conversación de mañana. Aunque si penetramos en las penumbras de los pasajes y callejas descubrimos los llamados “Café con piernas”, exóticos rincones del eros capitalino, refugio de estafetas y “juniors” que por unas pocas monedas sueñan una fantasía de gerentes ejecutivos. El estruendo del cañonazo al mediodía, casi como un parpadeo, despide la mañana e inaugura la hora de la colación. Desde el clásico “Bar Nacional”, hasta el más modesto y masivo “Windsor”, el capitalino degusta la tradicional dieta chilena, empanadas, cazuelas o “pastel de choclo”. Las últimas décadas han florecido una serie de lugares de nombres extravagantes o, definitivamente, “siúticos” con aire cosmopolita que han traído al paladar criollo desde el “sushi” hasta los “filetes de avestruz” o el “carpaccio de salmón”. Para los nostálgicos, el Mercado ofrece a buen precio “caldillo de congrio” o un plato de “pescado frito”, como en los viejos tiempos. Todavía es posible lustrarse los zapatos en cada esquina de este mundo o comprar “frutos de la estación” que conviven hoy con toda suerte de buhoneros, dentro o fuera de la ley, que ofrecen lo mismo “copias pirata” del próximo estreno cinematográfico, la Enciclopedia Británica, el último “software” de Bill Gates o perfumes de París. Las calles del centro de la capital en tiempos neoliberales se han convertido en un gran mercado al aire libre: sexo, divisas o alguna “joyita” de ocasión. Si bien todo el centro se ha convertido en escenario para las poco discretas cámaras de vigilancia que observan a los miles de peatones que deambulan al ritmo de un soso fondo musical, en estas calles cada uno ocupa su lugar de acuerdo a un guión no escrito: cada vez que los uniformados se aproximan, los otros huyen o disimulan su actividad. Como en un gran simulacro, vigilantes y vigilados hacen su papel en el secreto orden de la ciudad. El distraído transeúnte que corre para cumplir su trámite, no alcanza a presentir el sutil ordenamiento y las férreas jerarquías que imponen sus rigores al centro de Santiago. Entre bocinas y aroma a “maní confitado”, en medio del coro vocinglero que nos anuncia la última novedad, la ciudad respira ese precario equilibrio, apostando en cada esquina entre lo prohibido y lo permitido, o como dirían nuestros abuelos, entre la decencia y la indecencia. Como el Aleph, un universo paralelo en medio de la urbe. 137 7.9.- Los poetas El “Club de la Unión” es un edificio que se levanta entre las calles Bandera y Nueva York, lugar exclusivo que reunió a los señores más elegantes de la primera mitad del siglo XX. Durante las últimas décadas fue un lugar que se identificó con cierto boato castrense y empresarial. Los “mozos” del lugar, con impecables guantes blancos y un mal disimulado corte militar servían el “Canard à l’orange” y generosos vasos de “Chivas” a señores impecablemente vestidos y damas con estolas de piel. Un espacio digno de una película de Fellini que bascula entre lo grotesco y lo “rétro”, donde nuestra burguesía solía celebrar matrimonios y cenas anuales. Cruzando la calle, se encuentra Nueva York 11, la llamada “Unión chica”, discreto club donde pululaban algunos poetas como Jorge Teillier acompañado por el infaltable séquito de discípulos o admiradores. Entre algunas exquisiteces de la charcutería nacional y algunos tragos especiales, la “sangría catalana”, por ejemplo, y los buenos vinos tradicionales chilenos que abundaban en las mesas. Tras las aburridas sesiones de la “Sociedad de Escritores”, ubicada en Almirante Simpson en las proximidades de Plaza Italia, algunos llegaban a la medianoche a este rincón de la ciudad. Entrada ya la madrugada, el vate entraba en esa mágica “ebriedad poética” y de manera casi “mediúmnica” comenzaba a escribir pequeños versos a “Reinas de otras primaveras” en las servilletas que todos recogían como otoñales hojas del viejo árbol. Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes. Lo que escribo es para ti, ni para mí, ni para los iniciados. Es para la niña que nadie saca a bailar, es para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos La noche santiaguina envolvía ese “habitar poético” de la capital. Figuras equívocas poseídas por la magia del plenilunio, voces y siluetas que protagonizaron la otra historia de esta ciudad. En sus infinitos versos está escrito en clave el secreto itinerario de estos seres anómalos que llamamos “poetas” a falta de mejor denominación. Santiago de Chile es también fantasmagoría y delirio, amor y muerte al amanecer. Jamás real, mas siempre verdadera, es la ciudad imaginada y cantada por los poetas venidos de todas partes. Así, tejados, putas y 138 callejones han adquirido su derecho de ciudadanía. Es el otro Santiago, aquel de enaguas y vino tinto, la ciudad imposible que sólo pueden atisbar, algunas noches de lluvia, los gatos y los poetas. 139 REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS ADORNO, T. La ideología como lenguaje. Madrid. Taurus Ediciones. 1992. ADORNO, T Sociológica. Madrid. Taurus Ediciones. 1989. AGAMBEN, G. La comunidad que viene. Valencia. Editorial Pre-Textos. 2006 APPADURAI, A La modernidad desbordada. México. F.C.E. 2001 (Or: inglés 1996). ARANCIBIA, J.P. Comunicación política. Santiago. Arcis. 2006 ARFUCH, L et al. Diseño y comunicación. Buenos Aires. Paidós. 1999. ARFUCH, L El espacio biográfico. México. F.C.E. 2002 ARNHEIM , R El pensamiento visual. B. Aires. Eudeba. 1985. ARONOWITZ, S et al. Tecnociencia y cibercultura. Buenos Aires. Paidós. 1998. BALLE, F Comunicación y sociedad. Bogotá. 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