LA LUNA Y LA CABEZA DE UN ALFILER El trampolín de la revolución trascendental de los griegos en el pensamiento fue la geometría. Con su propensión artística natural, fueron atraídos instintivamente por la pulcritud y el atractivo visual de esta matemática de los puntos, las líneas, las áreas y los volúmenes. Tanto los babilonios como los egipcios habían utilizado una geometría rudimentaria, ideada para el deslinde de terrenos y la medición de los edificios, simplemente como operaciones de tipo práctico de recuento y medición. Los griegos realizaron un planteamiento mucho más abstracto. Creyeron que una forma en particular tiene ciertas propiedades constantes innatas, que son independientes de su tamaño. Así, un triángulo rectángulo de 45° -que tiene dos lados iguales- puede extenderse hasta la Luna o puede caber en la cabeza de un alfiler, pero en cualquiera de los casos continúa siendo un triángulo rectángulo de 45° (isósceles). El primero de los griegos en aferrarse a esta posibilidad fundamental para la abstracción en geometría -y vislumbrar el sueño griego según el cual el conocimiento se erigiría en sólidas pirámides invertidas de demostraciones a partir de unos cuantos axiomas elementales- fue probablemente Tales de Mileto, un magnate de la industria del aceite de oliva que operaba a lo largo de las costas del Asia Menor entre los años 600 al 550 a. de c. En sus viajes tomó contacto con el conocimiento de las viejas matemáticas y de la astronomía, y cuando por fin se retiró se dedicó a ellas como diversión. Las cinco proposiciones que se cree que demostró, eran tan simples como para indicar que estaba tratando conscientemente de establecer los fundamentos de la geometría en términos básicos inamovibles. La ambición de Tales no se habría colmado de no haber sido por otro griego quien, según se cree, estudió con él: Pitágoras, un hombre de una personalidad magnética y poderosa. La leyenda dice que a sugerencia de Tales, Pitágoras pasó años viajando, tratando de aumentar sus conocimientos matemáticos. Entre las fuentes que se dice buscó se hallaban los sacerdotes de Zoroastro, quienes pasaron a custodiar el conocimiento matemático bajo el imperio persa. Después, una vez hubo aprendido todo cuanto pudo, Pitágoras, alrededor del año 540 a. de c., fundó una secta semirreligiosa, semimatemática, en Crotona, ciudad griega situada en el empeine de la bota de Italia. Junto con las matemáticas, inculcó a sus discípulos la veneración a los números; a creer en la reencarnación y la transmisión de las almas de hombre a hombre y del hombre a la bestia; a no comer nunca judías; a permanecer siempre anónimos, y a escribir el nombre de la hermandad pitagórica en todo escrito o descubrimiento. Entre las enseñanzas de Pitágoras que más se recuerdan están, naturalmente; el teorema que dice que en un triángulo rectángulo, el área del cuadrado construido sobre el lado más largo -la hipotenusa- es igual a la suma de las áreas de los cuadrados construidos sobre los otros dos lados más cortos. Los babilonios habían descubierto este teorema con mil años de anterioridad, pero se le atribuye a la escuela pitagórica el ser la primera en demostrarlo. Sigue siendo enormemente útil para la ciencia. Y es de interés vital para muchos de nosotros; por ejemplo, los carpinteros lo usan para estar seguros de que las habitaciones que pavimentan son rectángulos perfectos.