semblante de la literatura coreana a fines del siglo xx

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Universidad
de
Guadal a jar a
Índice
Universidad de Guadalajara
Rector General: Marco Antonio Cortés Guardado
Vicerrector Ejecutivo: Miguel Ángel Navarro Navarro
Secretario General: José Alfredo Peña Ramos
Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño: Mario Alberto Orozco Abundis
Secretario de Vinculación y Difusión Cultural: Ángel Igor Lozada Rivera Melo
Luvina
Directora: Silvia Eugenia Castillero < scastillero@luvina.com.mx >
Editor: José Israel Carranza < jicarranza@luvina.com.mx >
6 z La paradoja del sufrimiento y el goce de la imaginación: semblante
de la literatura coreana a fines del siglo xx
Wu, Chan Je
Coeditor: Víctor Ortiz Partida < vortiz@luvina.com.mx >
Corrección: Sofía Rodríguez Benítez < srodriguez@luvina.com.mx >
Administración: Griselda Olmedo Torres < golmedo@luvina.com.mx >
19 z Cuatro poemas
Diseño: Peggy Espinosa
Diseño y diagramación: Diana Mata
Transcripción y corrección: Dolores Garnica
Consejo editorial: Jorge Esquinca, Verónica Grossi, Josu Landa, Baudelio Lara, Ernesto Lumbreras,
Antonio Ortuño, León Plascencia Ñol, Laura Solórzano, Jorge Zepeda Patterson.
23 z Primero arranca esa foto y úsala para limpiarte el culo
Consejo consultivo: Luis Armenta Malpica, José Balza, Adolfo Castañón, Gonzalo Celorio, Eduardo Chirinos,
Luis Cortés Bargalló, Antonio Deltoro, François-Michel Durazzo, José María Espinasa, Hugo Gutiérrez Vega,
José Homero, Christina Lembrecht, Tedi López Mills, Luis Medina Gutiérrez, Jaime Moreno Villarreal,
José Miguel Oviedo, Luis Panini, Felipe Ponce, Vicente Quirarte, Jesús Rábago, Daniel Sada,
Sergio Téllez-Pon, Julio Trujillo, Minerva Margarita Villarreal, Carmen Villoro, Miguel Ángel Zapata.
Programa Luvina Joven (talleres de lectura y creación literaria en el nivel
Selección y coordinación editorial: León Plascencia Ñol
Luvina, revista trimestral (invierno de 2011)
Editora responsable: Silvia Eugenia Castillero. Número de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título: 04-2006-
del contenido: 7630. issn: 1665-1340. Luvina es una revista indizada en el Sistema de Información Cultural de conaculta
y en el Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España
y Portugal (Latindex). Año de la primera publicación: 1996.
D. R. © Universidad de Guadalajara
Domicilio: Av. Hidalgo 919, Sector Hidalgo, Guadalajara, Jalisco, México, C. P. 44100. Teléfonos: (33) 3827-2105
y (33) 3134-2222, ext. 1735.
Impresión: Editorial Pandora, S. A. de C. V., Caña 3657, col. La Nogalera, Guadalajara, Jalisco, C.P. 46170.
Se terminó de imprimir el 1 de diciembre de 2011.
www.luvina.com.mx
Kim Young-ha (1968). Ha publicado cuatro novelas y numerosos cuentos en su
Corea natal. Recibió los premios literarios Dong-in, Hyenondadae e Isan.
32 z Tres poemas
Kim Keun (1973). Con su debut liteario obtuvo el premio Munhakdongne de Nuevo
Escritor. Publicó el libro de poemas Las excursiones del niño serpiente.
34 z ¿En serio? Soy una jirafa (fragmento)
112713455400-102. Número de certificado de licitud del título: 10984. Número de certificado de licitud
Kim Su-young (1921-1968). En vida publicó un solo libro: Tallara ui changan (Un
juego jugado en la Luna). Trabajó como profesor y periodista. Murió en un accidente de coche.
26 z Tengo derecho a destruirme (parte I)
de educación media superior): Sofía Rodríguez Benítez < ljoven@luvina.com.mx >
Luvina / Paisajes Coreanos se publica con el apoyo del Instituto de Traducción Literaria de Corea
Yi Sang (1910-1937). Es la figura más polémica y a la vez la más apreciada de la
moderna literatura coreana. La editorial española Verbum publicó su poesía completa en 2003.
Park Min-gyu (1968). Ha publicado un libro de cuentos y cuatro novelas. Ha ganado numerosos premios desde su primera obra literaria, publicada en 2003.
40 z Tres poemas
Moon Tae Jun (1970). Es uno de los poetas más populares de su generación. Ha
publicado tres libros de poesía y obtenido cuatro importantes premios literarios en
Corea.
42 z El descubrimiento de la soledad (fragmento)
Eun Hee-kyung (1959). Su primera novela, El regalo del ave (Emecé, 2009), obtuvo
el prestigioso premio de ficción Munhakdongne.
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48 z Dos poemas
Oh Sae-young (1942). Ha recibido varios e importantes premios en Corea. En Mé-
Hwang Sok-yong (1943). Ha obtenido varios premios literarios en Corea y en el
extranjero. Es el novelista de más renombre de su pais. En México se publicó su
novela El huésped (Ediciones del Ermitaño, 2008).
53 z ¿Qué? (poemas zen)
55 z Dos poemas
57 z Tres poemas
Lee Si-Young (1949). Ha publicado ocho libros de poesía. Obtuvo el premio de poesía Chungang Ilbo en 1969. Es profesor de literatura en la Universidad de Chungang.
59 z Palabras inconclusas
Yoon Sung-hee (1973). Obtuvo el premio Artista del Año en 2005, el de Literatura
Contemporánea en 2005 y el Isu de Literatura en 2007.
63 z El canto de la espada (un capítulo)
Kim Hoon (1948). Su segunda novela, El canto de la espada (Trotta, 2005), se convirtió en un best-seller y fue galardonada con el prestigioso premio literario Dong-in
en 2001.
Lee Hyong-gi (1933). Se publicó en México su libro La ciudad inmortal (Fundación
Dae San y Universidad de Guadalajara, 1998).
70 z Dos poemas
Lee Byungryul (1967). Es miembro activo del grupo poético El poder de la poesía.
Ha publicado dos colecciones de poemas y obtenido dos prestigiosos premios.
72 z Tres poemas
Kim Sa-In (1955). Ha publicado dos volúmenes de poesía y ha recibido numerosos premios. Es profesor de escritura creativa desde el año 2000 en la Universidad
Dongduk de mujeres.
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Ann Heon Mi (1972). Publicó su primer libro de poemas, En profundidad, en 2006.
La metamorfosis es el tema principal en su poesía experimental.
Lee Dong-ha (1942). Es profesor de escritura creativa en la Universidad de Chung-
80 z Tres poemas
Kim Kyung Ju (1976). Ha escrito poesía, narrativa y teatro. Escribe para varias
revistas y dirige Chuurining Baram, un laboratorio interdisciplinario de artistas de
diferentes áreas.
83 z Cenizas y rojo
Pyun Hye-young (1972). Es autora de tres libros de relatos y una novela. Obtuvo el
prestigioso premio Hanguk Ilbo en 2007.
87 z La babosa
Kim Sin-yong (1945). Ha escrito siete libros de poemas y dos novelas. Obtuvo el
premio de poesía Ch’on Sang-Pyong y el premio Nojak de literatura.
88 z Canción de la mujer madura
Moon Chung-hee (1947). Obtuvo el Premio de Literatura Contemporánea en 1976
y el Kim Sowol en 1996.
89 z Dos poemas
Ra Hee-duk (1966). Ha publicado tres libros de poesía y ha merecido numerosos
premios literarios. Es profesora de escritura creativa en la Universidad de Chosun.
91 z Dos poemas
69 z El mar de la poesía
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ang. Ha recibido numerosos premios literarios en Corea.
Shin Kyong-Nim (1935). Uno de los grandes poetas coreanos. Publicó su primer
libro en 1956. Dejó de escribir varios años para dedicarse a diferentes oficios. Volvió
a la escritura en 1970.
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76 z La ciudad juguete (un capítulo)
Ko Un (1933). Su obra registra más de 120 títulos entre poesía, novela y ensayo lite-
rario y ha sido publicada en más de 15 países. Es un constante candidato al Premio
Nobel y uno de los autores más importantes de Corea.
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74 z Dos poemas
xico se publicó su poemario Más allá del amor (Aldus, 2003).
50 z El huésped (capítulos finales)
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Hwang Ji-woo (1952). Ha publicado siete poemarios y recibido los más prestigiosos premios literarios de Corea. Enseña arte dramático en la Academia Coreana de
Teatro.
94 z La crianza de la golondrina (fragmento)
Yun Dae Nyeong (1962). Ha publicado cinco libros de relatos y cinco novelas. Ha
recibido varios prestigiosos premios literarios coreanos.
98 z Fotógrafo en blanco y negro (fragmento)
Han Yujoo (1982). Obtuvo en 2003 el premio de Nuevos Escritores de Literatura y
Sociedad. Ha publicado los libros de relatos A la Luna y Libro de hielo.
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La paradoja del sufrimiento
y el goce de la imaginación: semblante
de la literatura coreana a fines
del siglo xx
1. La paradoja del sufrimiento
Desde muy antiguo, en Oriente se ha hecho mucho énfasis en el sentido
profundo de la flor de loto, que florece en el lodo, y a su sabiduría. Por supuesto, no fue así sólo en Oriente. El respeto hacia el loto, convertido en flor
a través de un rito de iniciación que conlleva un largo y penoso proceso de
sufrimiento, ha sido siempre un tema universal de la humanidad. La paradoja del sufrimiento está presente no sólo en las ilustraciones del budismo,
representada en la flor del loto, sino incluso en los mismos logros artísticos
y científicos, de manera que no es raro encontrarse con ella en la literatura,
sea en Oriente como en Occidente. Cuanto más doloroso es el sufrimiento,
más se enriquece su contradicción, tanto es así que en las grandes literaturas, la paradoja está en el mismo goce de la imaginación, que se contrapone
a los abismos de la agonía.
El siglo xx fue una época especialmente dura. Aparecieron y desaparecieron un sinf ín de historias repletas de sufrimiento, así como muchas
guerras, incluidas las dos mundiales, repentinas ansias imperialistas y rebeliones de las colonias, masacres, como las de Auschwitz, y otras grandes
y pequeñas revoluciones y sus contrarrevoluciones. Lo mismo ocurrió en
Corea. El imperialismo japonés nos tuvo sometidos durante 36 años. Luego,
con la independencia en el año 1945, el país, por voluntades ajenas, quedó
dividido en dos partes: norte y sur. En 1950 estalló la contienda civil, que
duró tres años y nos arrastró a todos a una posguerra sembrada de pobreza,
una pobreza terrible y despiadada. La revolución de abril de 1960 trató de
derrocar la dictadura y establecer la democracia en el país, pero estalló un
golpe de Estado y el poder político pasó a manos de una gobierno militar
que duró otros muchos años. Luego, en mayo de 1980, en un nuevo intento
de democratización en la ciudad de Gwangju, un número incalculable de
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víctimas perdieron la vida. Sin embargo, los coreanos aprendimos a superar
el dolor de todas estas desgracias y conseguimos un crecimiento económico
inimaginable, democratización política, estabilidad social y una gran madurez cultural. A lo largo de este proceso, la literatura coreana, reflejo de su
realidad, ha venido cultivando una historia literaria llena de paradojas del
sufrimiento.
Intentaré presentarles de forma breve el semblante de la literatura coreana a fines del siglo xx, y para ello la dividiré en tres etapas: la literatura de
la independencia y la guerra civil (1945-1959), la literatura del período de
la democratización y de la industrialización (1960-1988) y la literatura de la
postindustrialización (1989 en delante).
2. La independencia y la recuperación del idioma
nacional: literatura de posguerra
El 15 de agosto de 1945, Corea consiguió su independencia frente a los
36 años de imperialismo japonés, pero no por ello logró hacer realidad su
sueño de construir un Estado nacional moderno. Las circunstancias en las
que se encontraba, más la división ideológica, nos obligaron a establecer
dos gobiernos independientes territorialmente divididos: el norte y el sur.
Unos años más tarde, en 1950, estalla la guerra civil coreana, que se prolonga durante tres años. Cesa el fuego, pero no la intolerancia ideológica
y política de ambas partes, que se acentúa aún más, dejando al país en un
estado de raquitismo económico que marcará la vida de todos los coreanos durante la década de los cincuenta, y con un régimen corrupto, el de
Lee Seung-man, que consigue su segundo mandato por un fraude electoral,
desencadenando la revolución estudiantil del 19 de abril de 1960 y su posterior derrocamiento.
En la segunda mitad de la era colonial, se prohibió el uso del idioma coreano (hangul), pero con la liberación, se recuperan tanto la lengua como el
territorio, y se abren posibilidades para un mundo literario que empieza a
estrenarse. Sin embargo, la casi inmediata división del país impuso una nueva opresión a los escritores: la ideológica. En el caso de Corea del Sur, las manifestaciones literarias de tendencia izquierdista se censuraron en pro de un
nacionalismo conservador. La literatura se centró, entonces, en problemas
universales del ser humano y dejó a un lado la realidad particular e histórica
de su pueblo. En esta línea están las obras de Kim Dong-ni y Oh Myeong-su,
inspiradas en emociones derivadas de su tradición y en ideas chamanistas,
pues, sobre todo el primero, trata de encontrar un camino propio para el
espíritu, reaccionando contra el mundo occidental y moderno, con temas
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siempre basados en la identidad de la raza coreana y su folclor. Sin embargo,
hubo otra vertiente de escritores, cuyas obras, de un fuerte realismo acorde
al mundo sombrío de aquella época devastada por la posguerra, describen el
desmoronamiento de la ética social y de las costumbres del momento o denuncian la crueldad de la guerra en una desesperante búsqueda de la dignidad humana. Sus autores principales son Hwang Sun-won, Choi In-hun, Son
Chang-sop, Jang Yong-hak, Yi Bum-sun, Suh Ki-Won, Ha Geun-chan y Lee
Ho-chul. Hwang Sun-won escribió novelas que exploran las coordenadas
espirituales del tiempo perdido, en los recuerdos afines y las emociones humanas que identifican al pueblo coreano; y Son Chang-sop lo hizo sobre la
marginación llevada a extremos en la que vivió el «pequeño e insignificante»
ser humano de la paupérrima sociedad de posguerra.
En el caso de la poesía, el esfuerzo principal estuvo en recuperar el idioma nacional, centrándose principalmente en los recursos técnicos de la lírica tradicional coreana. Así lo hicieron los poetas So Chong-ju, Yu Chi-hwan
y Park Mok-wol, que ya escribían desde la época colonial, y otros, como Park
Jae-sam, Lee Hyong-gi, Jun Bong-geun, Kim Kwang-Sop, Kim Jong-sam y
Kim Jong-gil, que renovaron la tradición. De entre ellos, So Chong-ju es
el poeta que mejor ha representado la fusión de lo occidental y lo coreano,
pero también el que mejor ha sabido sublimar las emociones, elevando la
calidad de nuestra poesía. Yu Chi-hwan, por su parte, canta a la vida y a sus
seres vivos, en un intento por superar el nihilismo; y Lee Hyong-gi escribe
con gran lirismo sobre la providencia de la naturaleza, lo mismo que hace
el poeta Kim Jong-gil, cuyo espíritu literario, en un afán de superar tiempos
dif íciles, busca la comunión espiritual con la naturaleza.
Hay, sin embargo, otras vertientes que tienden hacia el modernismo, con
poemas más prosaicos que hablan sobre vidas urbanas, y critican la autoridad existente y su absurda realidad. En este grupo de poetas, encontramos
a Kim Su-young, Kim Chun-su, Park In-hwan y a Song Wook, cuya importancia, en especial la de los dos primeros, está en el hecho de que ampliaron
el panorama de la poesía coreana con poemas experimentales basados en un
impulso renovador.
3. La literatura del período de la democratización
y de la industrialización
El anhelo de la democracia estalló en la revolución de abril de 1960 y, aunque quedó inmediatamente frustrado por el golpe militar de 1961, supuso
un estímulo decisivo para el derrotismo político que imperaba dentro de la
atmósfera social. Con un gobierno militar en el poder, la democratización
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quedó apartada a un lado, y la modernización económica del país se convirtió en la prioridad máxima.
La dictadura militar continuó ejerciendo su gobierno de opresión durante los años setenta, cada vez con más rigor. La libertad política quedó
prácticamente anulada y la tensión se hizo mucho más evidente en toda
atmósfera social. Sin embargo, por el lado económico, fue, sin duda, uno de
los momentos más prósperos y sorprendentes de su crecimiento, conocido
como el «milagro del río Han». Las estrategias de modernización industrial dirigidas por el gobierno dieron resultados, aunque a costa de muchos
sacrificios y demás efectos secundarios, en general bastante negativos: se
destruye el campesinado, se agiganta la desigualdad entre ricos y pobres,
y la acelerada urbanización provoca problemas de contaminación, destruye tradiciones y se desarticulan las costumbres, pero, por encima de todo,
aumenta la insatisfacción de los trabajadores, que, en su mayoría, vivieron
condenados al margen de la distribución económica. Sin embargo, hay otros
rostros en aquella sociedad y uno de ellos está representado por la cultura
joven, con sus guitarras, los jeans, las melenas y la minifalda, símbolos de
libertad y resistencia, y de incipientes movimientos de democratización.
A fines del año 1979, nada más concluirse los 18 años del régimen de
Park Jung-hee, la sociedad coreana revivió otro momento de euforia con la
esperanza de una democracia para el país. No obstante, la revolución democrática de Gwangju fracasó y se restableció otro mando militar, aunque
ya nada fue igual: la resistencia política por parte de los intelectuales, de la
clase obrera y de los estudiantes cobró una gran fuerza y quedó constatado
el anhelo del pueblo coreano por la democracia. Pese a las duras represiones
políticas, el derrumbamiento de las fuerzas del poder y el orden se había
hecho ya evidente en muchos aspectos de la sociedad, una sociedad que seguía creciendo, con cambios y progresos que le permitieron celebrar como
país anfitrión eventos internacionales de una gran magnitud, como los Juegos Asiáticos de 1986 y los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. En volumen
económico, el país prosperó y mejoró la calidad de vida de sus ciudadanos.
La cultura se abrió a la libertad individual y, a nivel político, las enmiendas
constitucionales y las elecciones presidenciales de 1987 parecían otorgarle
un tinte más democrático.
La revolución del 19 de abril de 1960 fue un acontecimiento político pero
también tuvo repercusiones culturales, pues, si bien la política se democratizó, también la cultura y la literatura resurgieron con una nueva energía.
Muchos escritores empezaron, junto a la generación de jóvenes escritores
formados sólo en el idioma nacional (hangul) —o sea, los que comenzaron
a estudiar una vez conseguida la independencia del país—, a anhelar nuevos
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estilos y técnicas creativas, liderando cambios y revoluciones aun en el mismo ámbito literario. Fueron épocas muy sombrías y dolorosas, pero supieron
salir adelante y sobreponerse en la paradoja del sufrimiento para crear nuevos hitos en la historia de la literatura nacional: el de la década de los setenta,
conocida por la agudeza de su prosa como «la era de las novelas»; y el de los
años ochenta, por sus elaborados e intuitivos versos, «la era de la poesía».
Entre el grupo de novelistas de los años 70 que mejor plasmaron el sufrimiento de una patria dividida está, sin duda, el de los novelistas Choi
In-hun, Lee Ho-chul, Hong Sung-won, Jeon Sang-guk, Kim Won-il, Jo Jongnae, Hwang Sok-yong, Yu Jae-yong, Hyun Ki-young, Lim Chul-woo y Lee
Chang-dong, entre otros. Choi In-hun, que en su obra La plaza, escrita en
1960, analizó desde su introspección intelectual el dolor de la patria dividida, en 1994 lo vuelve a hacer con otra de sus novelas, La tópica, pero centrándose no sólo en los problemas de la división del país sino, de un modo
general, en todo el entramado mundial del siglo xx. Yun Heung-gil, en su
novela Lluvias, trabaja el tema del chamanismo como forma de aliviar las
secuelas del resquebrajamiento patrio; y Hwang Sok-yong, que, si bien ya
desde los años setenta había venido atacando las represiones ideológicas y
políticas derivadas de la división, es en el año 2001 cuando se da a conocer
de forma definitiva con su novela El huésped, obra escrita en un intento de
superar el desligamiento de la patria por medio de la comunicación, el perdón y su reconciliación.
Un segundo grupo de escritores, con una narrativa basada en la dialéctica
entre la opresión política y la libertad, estaría formado por Choi In-hun, Jeon
Sang-guk, Yi Chong-jun, Lee Byung-ju, Jeong Ul-byung, Ho Young-song y Yi
Mun-yol. El novelista Yi Chong-jun ha hecho duras críticas de la realidad en
muchas de sus obras, caso de la novela Paraíso cercado, donde vitupera con
severidad todo sistema de opresión a la libertad, en busca de un mundo más
armónico. Yi Mun-yol, autor de Nuestro frustrado héroe y de otras muchas
obras narrativas, se mete de lleno en el dolor individual y en las secuelas dejadas por la represión política y sus dificultades de superación.
El tercer grupo estaría formado por los que se interesaron en otro tema
clave de aquellos años: la industrialización. Y son: Hwang Sok-yong, Cho
Se-hui, Lee Mun-gu, Yun Heung-gil, Mun Sun-tae y Lee Dong-ha, escritores
cuyas obras se acercan a la realidad de la clase obrera, su marginación en
las urbes, la desigualdad de clases cada vez más acentuada, el materialismo,
la pérdida de valores sociales y el problema del derrumbe de la tradicional
sociedad campesina.
Cho Se-hui en su obra Una pequeña pelota lanzada por un enano plasmó
esta realidad, los enfrentamientos entre el mundo obrero y el de los capita-
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listas, con el deseo de un mundo mejor, donde impere el amor y la justicia,
tal como ocurre en «la banda de Moebius». Lee Mun-gu lamenta en sus novelas el desmoronamiento de los valores tradicionales de nuestra sociedad,
debido a la industrialización. Lee Dong-ha, en La ciudad juguete, describe
la penosa situación de la infancia en una gran ciudad, una infancia baldía no
sólo por lo económico sino por su pobreza espiritual.
Con el cuarto grupo, la reacción de la narrativa ante la industrialización ha cambiado. Los años ochenta traen una mayor diversidad laboral y
aparece la clase media. Kim Won-woo critica, desde la perspectiva de un
intelectual, la vanidad de la clase media; Park Young-han, a partir de una
visión retrospectiva, describe el paisaje cultural de la clase media; y Kim
Young-hyun, Jeong Do-sang, Bang Hyun-sok y Jeong Wha-jin engendran
una narrativa de trabajadores, involucrándose con sus conocimientos en la
lucha de la clase obrera.
El quinto grupo es el de la narrativa urbana. Además de Kim Sung-ok,
considerado pionero de ideales revolucionarios en los años sesenta, de Seo
Jeong-in, que abrió un nuevo camino a las novelas realistas, con un estilo
mucho más experimental, y Choe In-ho, representante de la sensibilidad de
los setenta; están los escritores Park Wan-seo, Kim Yong-seong, Lee Dongha, Cho Hae-il, Cho Sun-jak, Han Su-san y Park Bum-sin, magníficas plumas
que trazan luces y sombras de la por entonces ya imperante vida urbana.
El grupo sexto lo formarían las escritoras, cuya aparición en el campo
narrativo es otra de las aportaciones del período. Novelistas como Park
Kyung-ni, Park Wan-seo, Oh Jung-hee, So young-en y Yang Gui-ja examinaron las posibilidades de superar un mundo tan afligido a través de la
femineidad. Park Kyung-ni, autora de la vasta obra titulada Tierra, y Park
Wan-seo, de Inolvidado, recrearon inmensas sagas familiares de la mujer
coreana, y Oh Jung-hee elevó de forma incuestionable el nivel de la narrativa femenina.
El séptimo grupo lo componen aquellas obras en las que se pretende
buscar formas de redención para una vida sembrada de sombras. Eso hicieron los escritores Lee Je-ha y Yi Chong-jun, indagando por terrenos artísticos; Park Sang-ryung, Yi Chong-jun, Han Seung-won, Kim Seong-dong y Yi
Mun-yol, por lo religioso; Park Kyung-ni, Hong Sung-won, Yu Hyun-jong,
Hwang Sok-yong, Kim Won-il y Kim Joo-young, por lo histórico; y Yun Humyong, mediante la paradoja de las ruinas y el nihilismo.
Al octavo grupo pertenecen las novelas experimentales, inspiradas en
la renovación. Hu Woon-sok, Choi Un-seok, Choi Sang-gyu, Yi In-seong y
Choi Su-chol son sus mayores representantes, sobre todo los dos últimos,
que llevaron la novela experimental coreana a su auge en los años ochenta.
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La poesía también experimentó grandes y significativos avances. Ante todo,
los poetas modernistas dinamizaron esfuerzos por su renovación estética,
algunos para expresar aspectos humanos, distorsionados por la acelerada
industrialización, pero siempre desde una visión intelectual que les permitiera hacer un uso más experimental tanto del lenguaje como del estilo. Los
poetas Hwang Tong-gyu, Chung Jin Kyu, Chong, Hyon-jong, Ma Chong-gi,
Oh Kyu-won, Choi Seung-ho, Hwang Ji-woo, Lee Seong-bok, Park Namchul y Jang Jeong-il escribieron sobre las contradicciones de la época y de la
vida en general, a partir de posturas individuales que proporcionaron a sus
obras una sensibilidad y un lenguaje muy personales, propios de su identidad. Hwang Tong-gyu creó una estética callejera, que él llamó «la poética
de la calle», en la que, en un lenguaje delicado y de gran elegancia, hace
memoria de los paisajes y retazos de vidas humanas, de esos detalles tan
humanos como reales, recogidos por él mismo en su transitar por las calles.
Chong Hyon-jong se dedicó a la variedad. Sus obras tocan temas que van
desde el sentido existencialista de la realidad y de los seres humanos hasta la
ecología. Su poética se basa en las pausas y en sus ritmos libres, técnicas que
nos preparan para la conmovedora comunión final. Oh Kyu-won escribió
muchos poemas urbanos y experimentales, con una ciudad industrializada
de trasfondo. Hwang Ji-woo, Lee Seong-bok, Park Nam-chul y Jang Jeong-il
son los representantes genuinos de la poesía experimental coreana en los
años ochenta. De todos ellos, Hwang Ji-woo fue quien mejor materializó
la realidad a través de un lenguaje tan propio como renovador que lo elevó
a las cimas del experimentalismo. Fue capaz de extraer de lo cotidiano, lo
liviano, y hasta de lo vulgar, tanto conocimiento como nuevas ideas, a la par
extraordinarios. Un entendimiento profundo de la realidad y su talento para
destapar los sentidos ocultos, sentidos aún desconocidos, impresionaron a
sus lectores de tal manera que, deslumbrados, saborearon el placer de sus
revelaciones. Sin embargo, lo que realmente llama la atención de nuestro
poeta es su habilidad para convertir en poesía todo aquello que, sea poético
como prosaico, acontece a su alrededor.
Muchos son los escritores que han ennoblecido la poesía coreana, haciéndola aún más bella. Oh Sae-young indagó en las profundidades de
nuestra existencia mediante la poesía lírica tradicional y, de esta manera,
por medio del lirismo y la filosof ía, criticó también la civilización. Moon
Chung-hee, con una visión delicada y femenina, conduce a los lectores a la
introspección para reflexionar sobre la bondad y la belleza humanas. Intentó en sus obras reconciliar los extremos: femenino-masculino, civilizaciónnaturaleza, libertad-represión o deseo-razón, en busca de un mundo más
esencial, alejado de dicotomías. Jo Jeong-kwon es el poeta que dio forma
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al espiritualismo oriental haciendo uso de un lenguaje muy modernista. Su
esfuerzo por llegar a la iluminación espiritual se proyectaba en la nitidez y
pureza de su espíritu ante la realidad.
También hubo muchos poemas de crítica social. Kim Chi-ha, Shin KyongNim, Ko Un, Cho Tae-il, Lee Sung-bu, Jeong Hee-weong y Lee Si-Young fueron algunos de ellos y lo hicieron remontando sus emociones nacionales al
pansori o a los tradicionales cantos folclóricos. Kim Chi-ha publicó un damsi
(diálogo poético en el que se narran leyendas, mitos o acontecimientos misteriosos o trágicos de la Naturaleza), una expresión poética en la que incorporó
sentimientos autóctonos del país, lo cual produjo un impacto tanto a nivel
político como literario. Kim Chi-ha, una de las voces más políticas de los años
setenta y ochenta, se transformó en los años noventa en uno de los creadores
que más atención ha prestado al tema de la ecología y el respeto a la vida;
y Shin Kyong-Nim fue de los primeros en interesarse por la realidad de los
campesinos, tema al que la poesía nunca había prestado demasiada atención,
y, al igual que muchos de sus coetáneos, se valió de ritmos tradicionales, al
estilo de los cantos folclóricos, con el fin de recrear un nuevo estilo poético.
Sus poemas transforman la dolorosa realidad del pueblo en alegres melodías,
como parte de una estética de la paradoja. Ko Un cantaba en los años sesenta
el nihilismo inspirado en el budismo y en los principios del zen, pero en los
años setenta cambia de vertiente para enfrentarse cara a cara con la realidad
política, convirtiendo la historia en el factor decisivo de sus obras de mayor
envergadura, así como de sus poemas en cadena, Diez mil vidas, y de su poema épico La montaña Bekdusan. Lee Si-Young inició su carrera como poeta
modernista, pero, influido por los movimientos de democratización de las décadas de los setenta y ochenta, pasó también a escribir poemas realistas, que
combinan la realidad concreta con el criticismo intelectual, y otros muchos
poemas líricos, en los que a través de un lenguaje muy depurado, saca a luz las
sombras ocultas tanto de la realidad diaria como de su acongojada historia.
En la década de los ochenta, con el fervor de la democratización, aparecieron muchos poemas criticando duramente la realidad. Por un lado, están
Pak No-he, Baek Mu-san, Ha Jong-oh, Kim Nam-ju y Kim Jong-hwan, que
nos recuerdan a través de sus poemas la existencia de la clase obrera; y por
otro, Choi Sung-ja, Kim Hye-sun, Kang Un-kyo, Kim Seung-hee y Ko Junghee, quienes a través de su mirada, amplian el panorama poético femenino.
4. La sociedad postindustrial y la literatura como escape
Tras los Juegos Olímpicos en Seúl (1988), Corea entra a su etapa postindustrial con una cierta democracia política. Los movimientos de resistencia
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colectiva han disminuido notablemente, influidos por los cambios de valores en la historia mundial, así como por la caída del socialismo en la Europa
del Este a finales de los años ochenta. Desaparecen los macrodiscursos y, en
lugar de las ideologías políticas o el bien público, lo que prima es la felicidad y los anhelos individuales. Las jóvenes generaciones persiguen de forma
activa la individualidad fascinados por los lujos de la cultura popular y el
consumo desmedido. Las costumbres sociales, las obligaciones o la ética, en
general, van perdiendo terreno, y los discursos sobre el futuro y sus esperanzas ya no hacen mella, pues, por encima de todo, impera la vida a diario.
Incluso hay cambios de percepción espacial, pues muchos buscan el sentido
de sus vidas en los cada vez más frecuentes viajes al extranjero. Se fomentan
la cultura popular y el ocio, la industria digital e internet dominan por doquier y ya todos, consumidores de estos nuevos productos sociales, manejan
otros valores, deseos y sentidos nuevos, formas de relacionarse y placeres
diferentes. El espacio digital, convertido en la nueva tierra. En el siglo xxi
esta tendencia se ha generalizado aún más. Junto a las políticas de digitalización llevadas a cabo para acelerar la tardía industrialización del país, Corea
se ha convertido en una potencia tecnológica. Sin embargo, el país tiene
pendiente dos tareas para este siglo: la frecuente inestabilidad económica
que padece a partir de la crisis financiera del año 1998 y el paro juvenil, problemas que obligan a volver la mirada a la realidad, pero una realidad en la
que conviven lo real y lo virtual, y que, por tanto, cuestiona situaciones muy
diferentes de las de las décadas setenta y ochenta.
En una época como la actual, los poeta abarcan espectros líricos mucho más variopintos, que van desde lo rutinario y urbano hasta lo natural
y ecológico; aunque hoy por hoy dominan los problemas de la vida diaria
en las urbes, su consumo y desmedido placer por lo material ha llevado a
que muchos poetas con sensibilidad se sientan desengañados y busquen respuestas en la contemplación del nihilismo. Choi Seung-ho, Ki Hyoung-do,
Lee Mun-jae, Lee Kap-su, Choi Young-chul, Kim Ki-taek y Jeong Hae-jong
describieron con gran claridad y dramatismo la desilusión que generan estas
ciudades inmersas en la vulgaridad. Los poemas de Ki Hyoung-do, poeta de
gran influencia en los años noventa, son una buena muestra de ello, pues
carga las tintas de un lenguaje grotesco y aguado para reflejar el sinsentido
de unas existencias tan banales.
Muchos poemas de la época mostraron su antagonismo hacia la seducción que ejerce la cultura de consumo en las ciudades. Ejemplos claros de
ello serían las obras de Ham Sung-ho, Jang Kyung-rin, Ha Jae-bong y Lee
Seung-ha, además de Jang Jeong-il con sus Reflexiones sobre una hamburguesa, Ryu Ha con su Iremos a Apkujong-dong cuando sople el viento y Ham
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Min-bok con su poemario Promesas del capitalismo, donde se exhiben esos
deseos humanos hinchados por el hambre, en un espacio cultural estéticamente materialista de la que afloran estos poemas con una profunda introspección crítica sobre el capitalismo.
También los poemas de Kim Tae-hyung, Lee Won, Sung Ki-wan y Seo
Jung-hak son productos de una reacción contra los mecanismos de una sociedad postindustrial, tan corrosivos para la cultura popular. Kim Sin-yong
se interesa por la cara oscura de la postindustrialización, a primera vista
siempre tan esplendorosa, y ofrece a través de su escritura, consuelo a los
afligidos, cuando su mismo entorno era tan dif ícil como doloroso.
Apareció una corriente poética en busca de un espacio lírico desurbanizado: los poemas ecológicos, donde las ciudades son descritas de manera
grotescamente consumista. La contemplación de la naturaleza siempre ha
sido algo inherente a la poesía, pero es mucho más significativa cuando nos
enfrentamos a una situación de crisis, que conocemos como «era del capitalismo consumista», cuya reflexión se basa en la civilización urbana y en
el egocentrismo humano, para reconocer la naturaleza, el medio ambiente
y la ecología como horizontes más generosos. Los poemas ecológicos de la
época se interesaron por temas muy variados: la naturaleza como una propuesta alternativa a la decadencia de la vida mundanal, testimonios de medios ambientes dañados, búsqueda de vidas más auténticas, cumplimiento
de una ética ecológica o la poesía zen, con inclinaciones hacia el espiritualismo. Pertenecen a este grupo los poetas Kim Chi-ha, Chong Hyon-jong,
Kim Kwang-Kyu, Jo Jeong-kwon, Choi Seung-ho, Ko Jin-ha, Kim Sa-In, Lee
Mun-jae, Ko Jae-jong, Lee Yun-hak, Cha Jang-ryong, Park Hyung-jun, Lee
Jeong-rok, Mon Tae Jun y Kim Keun.
Kim Sa-In se dirige a lo hondo del paisaje y abraza a los desahuciados de
la gran corriente del mundo, buscando proporcionarles un alivio al alma. El
universo perdido está en el fondo del paisaje, donde reside la posible recuperación de la naturaleza humana. Mon Tae Jun es otro de los poetas reflexivos, con versos que fluyen como «profundos silencios aterciopelados» que
fusionan el presente con antiguos recuerdos que remontan la inconciencia
ecológica y se proyectan hacia la naturaleza, fuente de la poesía lírica. El
poeta Kim Keun canta también la comunión entre la naturaleza y el ser humano, y lo hace con ritmos suaves, pero cargados de fuerza vital.
Asimismo, destaca el papel de las poetizas, que por medio de la poesía,
han trabajado por encontrar su identidad femenina. Las condiciones socioculturales en las que se desarrollan los discursos de la posmodernidad y la
estética de lo femenino, posibilitaron recuperar valores dañados e indagar sobre su verdadero sentido, un sentido de la feminidad desligado prácticamente
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de la maternidad y del machismo. Muchos de los poemas de Chun Yang-hee,
Kim Seung-hee, Kim Hye-sun, Kim Jeong-ran, Hwang In-suk, Hu Su-kyung,
Ra Hee-duk, Li Jin-Mieung, Choi Jeong-rye, Ann Heon Mi son esfuerzos líricos en los cuales, pese a la individualidad tan distinta de cada una de ellas, se
exploran posibilidades de recuperar la alteridad femenina frente a un orden
masculino y de redescubrir su propia ontología. La feminidad despierta el interés por el cuerpo y sus imágenes, tema recurrente que acaba desarrollando una
particular estética para la lírica; pero también por las reflexiones sobre el razón-centrismo y la estética de la posmodernidad. Chung Jin Kyu, Kim MyongIn, Lee Chang-ki, Chae Ho-ki, Ryu Ha, Kim Ki-taek son algunos de ellos.
Los imaginarios deseos de los poemas de Lee Seung-hun y Park Sangsun, más un espíritu experimental, subversivo y, a veces, hasta destructivo
llevaron a la poesía a una profunda renovación estética. A principios del siglo xxi, Hwang Byung-sung fue reconocido por sus poemas peculiarmente
experimentales; Lee Byungryul, por su estética de la ambigüedad que tantea
los recovecos de la verdad, ambigua al parecer, por entre los abismos más
turbios de la realidad. Kim Kyung Ju, por la música, añorando tiempos y espacios irreales para este mundo, tiempos y espacios inalcanzables, mártires
del lenguaje y de los ritmos de su poesía.
Los escritores, en su condición de humanos, fueron también seducidos
por la sociedad de consumo, por el lujo y los placeres, aunque muchos de
ellos la criticaron desde el primer momento y dejaron claro su rechazo. En
las novelas de Yun Dae Nyeong, Lee Sun-won, Kim Hoon, Kim Young-ha,
Park Min-gyu aparecen personajes que son empedernidos consumidores de
la cultura popular, gente libre que vive fuera del orden y de las costumbres
sociales. Son nuevos estilos de vida y nuevos valores, pero vistos de forma
negativa por lo banal y superfluo de sus condiciones.
En ocasiones, la revisión crítica se lleva a cabo por la mitología, por
ejemplo Yun Dae Nyeong, que en muchas de sus novelas, sea en Correspondencias sobre pescas de pez plateado, o bien en Cría de golondrinas, sus protagonistas, desesperados de la realidad, sueñan con regresar a los orígenes y
a la primitividad de la existencia. Los personajes masculinos buscan el sentido de la vida con un personaje mediador que suele ser femenino, ansiosos de
escapar de la vulgar vida diaria. La narrativa de Yun Dae Nyeong, centrada
en la realidad y en su alejamiento de ella, en un viaje de retorno a la eternidad, destino al origen, regreso y descubrimiento del nuevo nacimiento, tiene
una estructura monomitológica. Sus novelas han sido muy bien acogidas
por los lectores. Sus impresionantes descripciones de la juventud, jóvenes
de alma melancólica y mente deambulante, lo elevaron al liderazgo técnico
y estético del mundo novelístico de la década de los noventa.
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Lee Sun-won, en su obra En Apkujong-dong no hay salida de emergencia, hace una crítica muy dura de la sociedad consumista, cuya alternativa,
según el libro, está en la virtud y en la sabiduría de la vida tradicional. En
otras novelas, como Susaek, motivos de sus sombras o en Reflexiones sobre
una medusa, retrocede a épocas pretéritas en busca de la inocencia perdida.
Kim Hon acentúa su tono humanista, meditando sobre las heridas históricas desde un punto de vista metaf ísico. El canto de la espada se basa en la
crónica de un personaje histórico, pero esconde en el fondo una pregunta existencialista desesperadamente humana. En sus páginas, la historia es
superada por la imaginación, pero una imaginación alimentada por la metaf ísica, pues Yi Sun-shin, personaje descrito con maestría por Kim Hon,
muere para superar la misma muerte. Kim Young-ha y Park Min-gyu son
los vanguardistas de la cultura. Kim Young-ha trata de vencer el dolor y la
inestabilidad de la realidad, jugando con nociones culturales que recrean
estilos diferentes, lejos de los manidos estereotipos. Sus personajes, que en
general padecen de cierta vacuidad psicológica, experimentan alucinaciones
debido a las crisis existencialistas que acarrean las sociedades consumistas
y los ideales de la posmodernidad. Tengo derecho a destruirme es la historia de un pequeño diablillo de fines del siglo, que cree que la vida está más
enferma que la muerte. Este personaje se salta los límites entre la realidad
y la cultura, entre lo real y lo virtual, entre Eros y Tanatos, e intenta construir una pequeña fisura en la melancolía y el tedio contemporáneos. Park
Min-gyu frecuenta también el mundo de la cultura popular y del deporte,
en un intento de llegar a conocimientos que subviertan la narrativa, con
argumentos capaces de sintetizar el delirio cultural. Su postura es de burla
y crítica hacia los cánones generales y lo hace desde una visión minoritaria. En Pavana para una infanta difunta trata de dar sentido a verdaderas
excusas imaginativas para llegar a una estética de la minoría. Una de las
peculiaridades en la narrativa de esta época está en las aportaciones hechas
por las escritoras. Shin Kyung-sook, Gong Ji-young, Eun Hee-kyung, Kim
In-sook, Su Ha-jin, Jo Kyung-ran, Chun Gyeong-rin, Ha Seong-nan, Bae Suah, Kwon Yeo-sun, Yoon Sung-hee, Pyun Hye-young, Han Yujoo critican
el orden y las costumbres de la sociedad machista, pero desde los deseos
de una mujer. Sus novelas defienden la emancipación femenina por medio
de protagonistas que buscan escapar del yugo familiar y realizarse como
mujeres a través de la liberación sexual. Shin Kyung-sook es una de las escritoras con más personalidad estética. Sus obras son excelentes muestras
de añoranza por lo inasequible o por amores no correspondidos, con un
estilo en el que las sensaciones parecen notas musicales que se tensan para
expresar lo inexpresable y alcanzar lo inalcanzable. Eun Hee-kyung recrea
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Yi Sang
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la problemática de las relaciones humanas dentro de las sociedades modernas a través de la visión delicada y serena de una mujer madura. Su interés
mayor radica en qué hacer y cómo para conseguir una verdadera comunicación entre los sujetos. Su primera novela, El regalo de ave, relata los «modos y las costumbres» que dieron sentido a la vida cuando la razón de la
historia andaba sumergida en el escepticismo. También la obra Creen en el
amor de Kwon Yeo-sun cuestiona las relaciones humanas, tan enrevesadas
y llenas de heridas, para preguntarse por qué los seres humanos tardamos
tanto en alcanzar la iluminación de las cosas. Entender el significado del
amor después de separarse del amado significa agravar aún más las heridas.
Las novelas de Yoon Sung-hee son obras de consuelo, obras en las que pretende comprender a los desvalidos sin consuelo, entender su sentido existencial de la vida. Sus textos no tienen una definida argumentación, pero
están cargados de imágenes que provienen de sensaciones y de sentimientos
que afloran con una fuerza inimaginable. Se ofusca en las heridas y en la
desesperación de Der Einzelne para intentar sanar aquello que se mantiene
incurable en la distancia. Pyun Hye-young adopta en sus obras un realismo
de lo más grotesco, con imágenes catastróficas que impresionan hasta en
este siglo xxi. Su intención de hacer cuanto más real la desesperación
en la que vivimos, le obliga a poner en marcha una imaginación terrible,
hasta el extremo de un hardcore, que, sin embargo, consigue que sus lectores
experimenten la catarsis a través del terror, terror que suele ir acompañado de dosis de compasión. Por otra parte, Han Yujoo desaf ía la lengua en
una época inundada de palabras. Su narrativa reacciona contra el mundo
y el ser humano, contra una cultura repleta de palabras vacuas e historias,
desesperada ella misma por la vulgaridad y la maldad que imperan en esta
cultura en la que se escribe por mero artificio, sin requerimientos artísticos
ni temáticos que exijan seriedad. Esta desesperación la lleva a indagar sobre
el valor de una narrativa de carestía con un estilo que, a su vez, sea reflejo
de las mismas carencias. Sus obras son de una gran originalidad en muchos
aspectos. Reflexiona sobre las posibilidades del cuento, más que interesarse
en contar algo, y cultiva la tensión en las palabras y en sus sentidos con murmullos monologados, en vez de crear diálogos elocuentes.
Aún me quedan muchísimas más cosas que contar sobre la literatura
coreana, pero si ustedes se animan a leer todas las obras incluidas en esta
antología, comprobarán que sobran las palabras para darse cuenta de cuán
atractiva es nuestra literatura, una literatura abierta que siempre se ha caracterizado por su interés en comunicarse con los lectores del mundo z
Traducción
del coreano de
Seong Cho-lim
y
Kwon Eun-hee
Cuatro poemas
Poema 5
El único punto donde se distancian la cara anterior y la posterior, la
parte derecha y la izquierda
nadie puede volar aunque tenga alas grandes ni puede ver
aunque tenga grandes ojos.
Caí delante del dios pequeño y grueso, y me lastimé.
¿Habrá alguna diferencia entre las vísceras humanas y un establo
inundado?
julio de 1934
Paseo de
es mi amoureus
Si una culebra hecha de papel es una culebra hecha de papel,
es una culebra.
ha bailado.
Es muy extraño que
sonría, por eso era gracioso.
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Me siento estremecer cuando las zapatillas no despegan del suelo.
Los ojos de son las pupilas del invierno.
piensa que la bombilla eléctrica es el sol en su tercer grado.
x
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Aunque me colme una insoportable soledad, no haré x x.
Así mi vida se multiplicará como los colores primarios.
Sin embargo, me desplazo como una caravana.
Sin embargo, me desplazo como una caravana.
¿Adónde se marchó ?
¿Acaso está aquí la punta de la chimenea?
agosto de 1931
El memorándum número 6 sobre la línea
Mi respiración es normal.
¿Para qué sirve el tunsgteno?
(Para nada.)
Estudio de la dirección por medio de los números
4
4
4
4
Una línea recta al curvarse
se iguala al platino y su factor reflectante.
La dinámica de los números
, ¿estás escondido debajo de la mesa?
La naturaleza del tiempo (la historicidad de acuerdo al sentido común)
x
4
+
2
4
La velocidad y la coordenada y la velocidad
1
4
4
+
3
4+
El 3 pretende conquistar el común múltiplo.
4
4
20
+4
No ha llegado el telegrama aún.
julio de 1931
La nerviosa obesidad del triángulo
es mi amoureuse
¿Cuántas veces has ganado en la lucha libre?
Veo que sólo tienes una espalda dentro del abrigo
Soy un instrumento musical roto por las respiraciones
etc.
El hombre es una hipótesis perpetua entre lo que no se halla en la
estática y el fenómeno. Desista de la objetividad.
Un conjunto de subjetividad sistematizada, así como la lenta cóncava
compuesta por ella.
4 es el cuarto mundo1
1 En coreano la pronunciación «sa» es homófona del número cuatro y de la muerte. El
cuarto mundo, el de la muerte.
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Kim Su-young
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4 nació el 12 de septiembre de 1931.
4 ha sido seleccionado entre el protón como núcleo del protón, y lo
asociado al protón.
Estudio del cálculo general como la estructura atómica.
Clasificación del resultado de acuerdo a las características del número
que divide la masa y su estructura con relación a las diferentes direcciones.
El número como un instrumento algebraico; el número como uno
numérico.
El número como un instrumento numérico; el número como uno
numérico.
(Las investigaciones acerca del mal de 12345567890 y el lugar
rechazado del sentimiento poético)
(Aspectos generales de los números, características generales de los
números, el uso de la conjugación de los números y la extinción de los
números)
La fórmula tiene que ser calculada por medio de la luz y del hombre,
aquel que viaja más rápido que la luz.
No tiene sentido que el hombre no se sacrifique por una estrella, la
esfera celestial.
Organiza primero la investigación sobre el alcance de la gravitación
entre las estrellas, y el cambio de la función matemática de aceleración con
el fin de igualar el alcance de la gravitación.
12 de septiembre de 1931
Versiones
del coreano de
Whangbai Bahk
Del libro A vista de cuervo y otros poemas. Poesía completa
(Verbum, Madrid, 2003).
Primero arranca esa foto y úsala para limpiarte el culo
Primero arranca su fotograf ía y úsala para limpiarte el culo.
Rompe la foto de ese malvado sujeto,
tírala sin prisas al desagüe
y larguémonos del podrido ayer.
En el lugar preciso en que estaba su estatua
levantemos un primer pilar de la democracia,
levantemos un espléndido monumento
a nuestros estudiantes sagrados, los mártires caídos.
Ah, rápido, larguémonos de nuestro podrido ayer.
No hay nada a qué temerle ahora,
está bien prenderle fuego a su retrato:
la sonriente foto de ese malvado sujeto,
el mismísimo símbolo de lo fraudulento, de la adulación, de todo tipo de
[vicio...
encajada hasta los últimos rincones y ranuras de la tierra,
la distinguida cara de ese sujeto en una foto:
en oficinas de barrio y en ayuntamientos,
en todos los despachos de todas las compañías,
en esta y aquella asociación, en clubes,
por no mencionar bares, comedores, zapaterías,
tiendas de comercio, gasolineras,
librerías, escuelas, cada primaria del país, en guarderías infantiles;
venerada en todo sitio por los honrados ciudadanos,
quienes miraban fijamente, mañana y noche, esa foto.
Era en verdad emblema de opresión y tiranía,
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fotograf ía de un sujeto putrefacto,
y, ah, la imagen de un asesino...
Tú y yo, y hermanas y hermanos y madres,
Chul-su y Yong-sik, señor Kang, sargento Yu,
teniente coronel Kang, todos sabíamos lo que era en realidad ese tipo,
pero nos aguantamos, temerosos, callados con tal de mantenernos vivos,
con miedo a ser tildados de Rojos,
porque era conveniente, con tal de ganar plata,
con tal de proseguir con nuestras vidas miserables,
venerábamos su rostro circunspecto como si fuera el altar de nuestros
[antepasados
mas todos conocíamos al fulano hasta el fondo de sus entrañas;
pero por pura inercia, por la fuerza de la costumbre,
siempre en un susurro,
sin poder decir todo lo que queríamos,
totalmente desgastados y exhaustos,
seguíamos siempre aguantando
la fotograf ía de ese malvado sujeto
hasta hoy: hoy es el día en que debe firmemente ser rota en pedazos.
Usémosla para limpiarnos el culo.
Usemos la foto de este fulano para, con gravedad, limpiarnos el culo.
Riendo alegremente, usémosla para limpiarnos el culo.
Riendo con júbilo, usémosla para encender briquetas de carbón.
¿Está mojada la paja en la casa del perro?
Esparzamos ahí la foto de este tipo...
La democracia se ha convertido en un asunto de sentido común.
La libertad se ha convertido en un asunto de sentido común.
Nadie nos regañará.
Nadie nos arrestará.
Desde las barracas del ejército, desde las casas de los inspectores de escuelas,
desde los hogares de los servidores públicos y los policías,
desde los cuartos de los vigilantes, desde los cuartos de los comandantes
[de división,
desde los cuartos de los oficiales en jefe de información, en esta tierra
[que ha encontrado la democracia,
desde las oficinas de maestros en esta tierra que ha encontrado la democracia,
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desde las estaciones de policía y las casetas policíacas después del 19 de
[Abril,
desde las casetas policíacas ahora amistosas con cualquier paseante,
desde los hogares de servidores públicos
que no se involucran más en fraudes ni sobornos,
y desde todas las estaciones de trenes,
la fotograf ía de ese sujeto debe romperse y ser destruida.
Primero en los lugares más a la mano:
en orden, una por una,
siempre con gentileza,
sin prisas,
sonriendo.
Young-suk, Ki-hwan, Chun-suk, Jun, Man-yong,
Presidente Kim, señorita Lee,
Jung-sun, joven Park, Jung-sik:
arranquen en silencio y destruyan la fotograf ía de ese sujeto.
Primero en los lugares más a la mano:
en orden, una por una,
siempre con gentileza,
sin prisas,
sonriendo.
Arranquen en silencio y destruyan
la fotograf ía de ese sujeto
tan malvada, tan inhumana que te hace estremecer.
(a primeras horas de la mañana, abril 26, 1960)
Versión
del coreano de
y
Kim Hyeon-kyun
León Plascencia Ñol
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Kim Young-ha
Tengo derecho a destruirme
(parte 1)
La muerte de Marat
Estoy viendo la muerte de Marat , pintura al óleo realizada por
Jacques-Louis David en 1793, impresa en un libro de arte. El revolucionario Jacobino Jean-Paul Marat ha sido asesinado y yace en su tina.
Su cabeza está envuelta en una toalla, como un turbante, y su mano,
que cuelga junto a la tina, sostiene una pluma. Marat ha expirado y —
sanguinolento— se arrellana entre los colores verde y blanco. La obra
exuda una serena quietud. El fatal cuchillo yace abandonado en el fondo
del lienzo.
Varias veces he intentado copiar esta pintura. La parte más dif ícil es
la expresión de Marat; siempre la hago demasiado sosegada. En el Marat de David no se percibe ni el abatimiento de un joven revolucionario
tras un ataque repentino ni el alivio de un hombre que ha escapado a los
tormentos de la vida. Su Marat está en paz aunque dolido, lleno de odio
pero también de entendimiento. Mediante la expresión de un muerto
David cristaliza el conflicto interno de nuestras emociones más profundas. Al ver esta pintura por primera vez, nuestros ojos tienden a posarse inicialmente en el rostro de Marat. Pero su rostro no nos dice nada,
así que la mirada se mueve en una de dos direcciones: hacia la mano
que se aferra a la carta o hacia la mano que cuelga flácidamente junto
a la tina. Aun muerto se mantiene asido a la carta y a la pluma. Marat
fue asesinado por una mujer que le había escrito antes, y justamente
se encontraba esbozando una respuesta a aquella carta. La pluma que
Marat agarra en su muerte le inyecta tensión a la calma y serenidad de
la escena. Todos habríamos de emular a David. La pasión de un artista
no debería crear pasión. La virtud suprema de un artista es la frialdad
y la distancia.
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La asesina de Marat, Charlotte Corday, perdió su vida en la guillotina.
Corday, una joven Girondina, decidió que Marat debía ser eliminado. Era
el 13 de julio de 1793; tenía veinticinco años de edad. Inmediatamente
arrestada tras el incidente, Corday fue decapitada cuatro días más tarde,
el 17 de julio.
El reinado de terror de Robespierre fue puesto en marcha con la muerte de Marat. David entendió el imperativo estético de los jacobinos: una
revolución no puede progresar sin que el terror la impulse. Con el tiempo
esa relación se invierte: la revolución progresa sólo para impulsar al terror. Como un artista, el hombre que crea terror debe guardar distancia,
tener sangre fría. Debe tener en mente que la energía del terror que libera
puede consumirle. Robespierre murió en la guillotina.
Cierro mi libro de arte, me levanto y tomo un baño. Siempre me lavo
meticulosamente en los días que trabajo. Después de bañarme, me afeito
con cuidado y voy a la biblioteca, donde busco clientes y echo un vistazo
a materiales potencialmente útiles. Es una labor lenta y sosa, pero avanzo
pesadamente. A veces no tengo cliente alguno durante meses. Pero puedo
sobrevivir medio año si consigo sólo uno, así que no me importa invertir
largas horas en la investigación.
Usualmente leo libros de historia y guías de viaje en la biblioteca. Una
sola ciudad contiene decenas de miles de vidas y cientos de años de historia, así como la evidencia de su entretejido. En las guías de viaje, todo
esto se comprime en unas cuantas líneas. Por ejemplo, una introducción
a París comienza de esta forma:
Lejos de ser sólo un lugar secular, París es la tierra sagrada de la libertad religiosa, política y artística, alternativamente esgrimiendo dicha
libertad y deseando en secreto conseguir más de ella. Conocida por su
espíritu de tolerancia, esta ciudad ha sido el refugio de pensadores, artistas y revolucionarios como Robespierre, Curie, Wilde, Sartre, Picasso, Ho
Chi Minh, y Khomeini, junto con muchas otras figuras inusuales. París
tiene grandes ejemplos de excelente planeación urbana del siglo xix, y al
igual que su música, arte, y teatro su arquitectura abarca todo, desde la
Edad Media hasta las vanguardias, y en algunos casos va más allá de las
vanguardias. Con su historia, innovaciones, cultura y civilización, París
es una necesidad en este mundo: si París no existiera, tendríamos que
inventarla.
Una palabra más sobre París sería superflua. Tal concisión explica mi
gusto por las guías de viaje y los libros de historia. La gente que no sabe
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resumir no tiene dignidad. Tampoco tiene dignidad la gente que alarga
innecesariamente su desordenada existencia. Aquellos que no conocen la
belleza de la simplificación, o de podar todo lo que no es necesario, mueren sin comprender el verdadero significado de la vida.
Siempre salgo de viaje cuando recibo el pago al final de un trabajo.
Esta vez iré a París. Estas pocas líneas en la guía de viajes son suficientes
para picar mi curiosidad. Pasaré los días leyendo a Henry Miller o a Oscar
Wilde o bocetando a Ingres en el Louvre. El hombre que lee guías de viaje
durante el viaje es un aburrido. Leo novelas cuando viajo, pero no las leo
cuando estoy en Seúl. Las novelas son la comida para las horas sobrantes
de la vida, los entretantos, los momentos de espera.
En la biblioteca, primero hojeo las revistas. De todos los artículos,
las entrevistas son lo que más me interesa. Si tengo suerte, encuentro
clientes en ellas. Los reporteros, armados con baratas sensibilidades de
mediana cultura, ocultan las características de mis clientes potenciales
entre líneas. Nunca preguntan cosas como «¿Alguna vez ha sentido el
impulso de matar a alguien?». Y es obvio que jamás se preguntan «¿Cómo
se siente usted cuando ve sangre?». No le enseñan al entrevistado pinturas de David o Delacroix para pedirle sus impresiones. En vez de esto, las
entrevistas están llenas de parloteo sin sentido. Pero a mí no me engañan;
capto una chispa de posibilidad en sus palabras vanas. Desentierro pistas
en el tipo de música que prefieren, las historias familiares que a veces
revelan, los libros que pegan en algún nervio, los artistas que aman. Las
personas tienen el deseo inconsciente de revelar sus impulsos internos.
Están esperando a alguien como yo.
Por ejemplo, un cliente una vez me dijo que le gustaba Van Gogh. Le
pregunté si le gustaban sus paisajes o sus autorretratos. Titubeo, y luego
me dijo que prefería sus autorretratos. Siempre observo de cerca a aquellos que se pierden a sí mismos en autorretratos. Son almas solitarias,
inclinadas a la introspección, que de verdad han luchado de frente con
su existencia. Y saben que tal introspección, aunque dolorosa, es secretamente exhilarante. Y si alguien me pregunta qué tipo de pregunta elaboraría yo, me doy cuenta de que esa persona se siente sola. Pero no todos
los solitarios son clientes en potencia.
Después de hojear revistas, reviso periódicos. Leo todo con cuidado,
de obituarios a avisos oportunos —en especial aquellos avisos que buscan un tipo particular de persona. También leo la sección de negocios.
Me enfoco en artículos sobre compañías que alguna vez fueron prósperas
pero que ahora están al borde de la bancarrota. También pongo mucha
atención en las fluctuaciones del mercado de valores, ya que las acciones
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son las que primero anuncian un cambio social. En la sección cultural,
noto las tendencias actuales en el mundo del arte y los tipos populares de
música. Por supuesto, los libros recientes son también tema de interés.
Leer estos artículos me ayuda a descifrar los gustos actuales de mis posibles clientes. Mis conocimientos sobre sus tipos favoritos de música, arte
y literatura ayudarán a que la conversación fluya libremente.
A veces, al salir de la biblioteca, me detengo en Insadong a ver arte o
me dirijo a alguna megatienda de música a comprar cd. Si tengo suerte,
me encuentro con un cliente en potencia deambulando por las galerías.
Busco personas absortas en el estudio enteramente deliberado de alguna
pieza de arte, personas que nunca dan un solo vistazo a sus relojes —incluso en un sábado por la tarde. Estas personas no tienen otro lugar a
donde ir; no tienen que encontrarse con nadie más tarde. Y las pinturas
que los cautivan, que los mantienen completamente paralizados en un
lugar durante largo tiempo, delatan inadvertidamente los deseos más profundos de quienes las observan.
Al anochecer me dirijo a mi oficina en el séptimo piso de un ruinoso
edificio en el centro de la ciudad. En mi oficina sólo tengo teléfono, escritorio y computadora. Ni siquiera tengo que ver al casero pues pago mi
renta en línea. Cuando llego, apago la contestadora y espero a que suene el teléfono. Alrededor de la 1:00 a.m. usualmente ya he recibido unas
veinte llamadas. Llaman en respuesta a mi anuncio en el periódico: «Escuchamos sus problemas». Habiendo leído esta frase sencilla, esperan a
que anochezca para marcar. Hablo hasta la madrugada con gente con distintos problemas: una chica que es violada por su padre, un homosexual
que está a punto de ser reclutado por el ejército, una mujer que le es infiel
a su novio, una esposa que es golpeada por su esposo. Escucho historias
que nunca descubriría en ninguna biblioteca, librería o galería de Insadong durante el día. Así es como encuentro a la mayoría de mis clientes.
Después de unos cuantos minutos, puedo elucidar el nivel de educación, gustos y disgustos, y circunstancias económicas de cualquiera. Puedo detectar y seleccionar a un cliente en ciernes con este tipo de información. Me gusta el poder seleccionar a mis clientes.
Pero hay escollos. El hecho mismo de que las personas que llaman
aún tengan voluntad de conversar con alguien significa que no están lo
suficientemente desesperadas como para solicitar mis servicios. Así que
tomo una dirección distinta de la que toman los consejeros comunes,
que escuchan los relatos sin ofrecer soluciones. Los escucho sólo hasta
poder descifrarlos, luego los acoso con mis consejos. No tiene sentido
continuar escuchando a la chica que es violada y golpeada por su padre
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todas las noches. Todo lo que puedo decirle a la chica, que ya tiene diecisiete, es que debe huir. Pero un consejero común le diría que se quede, que
se aguante, y que llame a organizaciones civiles o a la policía para pedir
ayuda. Estos consejeros ignoran la esencia del problema y la simplicidad
de la solución. No es como si la chica no supiera qué es lo que debe hacer.
Si la persona que llama reacciona positivamente a mi provocación,
permito que la llamada continúe. Ella siente alivio y limpieza. Cuando
considero que el momento es apropiado, agrego: «Si tu padre es así, ¿por
qué no matarlo?». Si responde con cautela, le digo que sólo estaba bromeando. Por otro lado, si no cuelga, es una señal de que le interesan mis
métodos. Pero yo no aliento hacia el asesinato. Esta clase de comentario
incendiario es meramente una forma de extirpar a las personas que no
deseo. No tengo interés en que una persona mate a otra. Sólo quiero extraer deseos mórbidos, aprisionados en lo profundo del inconsciente. Este
gran deseo, una vez liberado, comienza a crecer. La imaginación de la
persona que llama corre libremente, y ella pronto descubre su verdadero
potencial.
Cuando creo que alguien tiene potencial, le propongo una cita. No en
mi oficina, por supuesto. A veces vamos por un trago, o a una exposición,
o a una película. A veces, muy pocas veces, cuando se trata de un cliente
muy importante, salimos juntos de viaje. Con importante no quiero decir
alguien que pague mucho dinero sino alguien que estimule mi creatividad. Es dif ícil encontrar a alguien así, pero cuando esto sucede, mi felicidad no tiene límites. Pero nunca revelo esto frente a ellos. Ellos no saben
nada de mí: ni mi nombre, ni mi pueblo natal, ni las escuelas a las que fui,
ni siquiera mis aficiones. Oculto mis gustos con una plática incesante.
Sin comprender, sacuden sus cabezas en desaprobación, ya que evado sus
expectativas sobre mi persona. Pero esto debe esperarse, pues en realidad
nadie sabe gran cosa sobre un dios.
Hablo, hasta el momento en que me despido del cliente, sólo para
conseguir su historia familiar y los años de su infancia, sus historias de
amor, sus éxitos y fracasos, los libros que ha leído, y la música y el arte
de su preferencia. La mayoría de las personas cuentan sus historias sin
oponer gran resistencia. Cuando lo hacen, son honestas. Algunos quieren deshacer el trato una vez que escucho todo lo que tienen que decir.
Les regreso su dinero, exceptuando el depósito. Pero muchos de ellos
regresan después. Cuando lo hacen, llevan a cabo el resto del contrato
sin más discusión.
Cuando termino un trabajo, realizo un viaje. Cuando regreso, escribo
sobre el cliente y nuestro tiempo juntos. Mediante este acto de creación
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aspiro a convertirme cada vez más en un dios. Sólo hay dos formas de ser
un dios: por medio de la creación o del asesinato.
No todos los contratos que se llevan a cabo se convierten en relatos.
Sólo los clientes que valen el esfuerzo renacen mediante mis palabras.
Esta parte de mi trabajo es dolorosa. Pero este arduo proceso pone en
evidencia la simpatía y el amor que siento por mis clientes.
Shakespeare alguna vez dijo: «¿Es pecado entonces / Correr hacia la
morada secreta de la muerte / Antes de que la muerte se atreva a venir a
nosotros?». Cientos de años más tarde, la poeta Sylvia Plath lo llevó más
lejos. «El chisguete de sangre es poesía / No hay forma de detenerlo». La
mujer que escribió esto terminó su vida abriendo la válvula de gas de su
estufa.
Mis clientes no tienen el talento literario de Sylvia Plath, pero diseñan
el fin de sus vidas con la misma belleza que ella. Sus relatos escritos ya
suman más de diez. Planeo soltarlos lentamente hacia el mundo. No necesito un adelanto ni regalías. Tengo suficiente dinero para mantenerme. Y
eso sería faltarle al respeto a mis clientes. Planeo meter los escritos en un
sobre, sin condiciones o exigencias, y enviarlos a un editor. Me esconderé
entonces, sin forma, y observaré la resurrección de mis creaciones.
Enciendo la computadora y comienzo a abrir archivos protegidos por
contraseña. El primer archivo cuenta la historia de una joven mujer que
me contrató hace dos inviernos z
Traducción
del inglés de
Eduardo Padilla
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Kim Keun
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Rojo, rojo
Pasillos
Hacia el estómago voy, comenzando con las fieras mandíbulas y acabando en el sagrado ojo del culo, me mete a la fuerza y en este tubo largo y
redondo no hay escamas ásperas y centellantes, sólo carne suave, suelo
y paredes en flácida fluctuación, con puertas que cuelgan de una negra
humedad, tantas puertas y cada una con su viscoso picaporte, cuyas direcciones desconozco y, pues, quién puede decir si las puertas abren hacia
adentro o hacia afuera, quién puede decir si este lugar está dentro de su
estómago o dentro del mío, si yo soy alimento, o él, el alimento de aquél, si
soy yo o somos él y yo el almuerzo de otro con pedazos pequeños de carne
dispersa a lo largo del hueso, me refiero a la carne de mi cuerpo que aún
no ha sido digerida y huele fétida y podrida y desde las fieras mandíbulas,
afuera de su tiempo y del mío, él traga un tazón de saliva babeando de
un caballo cayendo como la lengua de un perro en la canícula y aunque
hemos llegado aquí no podemos ni entrar ni salir así que tendremos que
quedarnos hasta que el viento del sagrado ojo del culo salga siseando y
él me meta a la fuerza a su estómago, cada vez más hondo mientras que
el viento huele a viudo que ha permanecido fiel a su esposa muerta toda
su vida, tomando con brusquedad mi mano delgada, gira el resbaladizo
picaporte y en un relampagueo su cara cambia a algo que no es ni completamente ajeno a él ni tampoco del todo parecido antes de hacerse borrosa de nuevo. Me pareció que había demasiadas condenadas puertas y
picaportes aunque quizá no había nada de eso. Finalmente, aquí, dentro
de este lánguido estómago que se retuerce sin cesar ni totalmente adentro
ni totalmente afuera sin saber siquiera mi propio paradero, yo...
El corazón amarillento, su sangre completamente drenada, desaparece
hacia el fondo de un callejón, girando en soledad sus venas tostadas. El
dolor viene a continuación. En la negra parada de autobús, el hombre
da vuelta a su barriga como una rana de vientre rojo. Su barriga es roja.
Rojamente el hombre se queda quieto. Hay demasiadas protuberancias en
el camino. Rojamente se seca. Pronto será quebradizo, se hará invisible.
Aunque el corazón que perdió su color está de regreso, no habrá forma
de que él lo encuentre. No se puede saber, no hay forma de saber si una
camada de rojos retoños estará arrastrándose o saltando, o girando alrededor de la negra parada de autobús.
Una fiesta, una fiesta
Arriba en el techo los caballos se han soltado las bridas. Relinchan de
risa. Los ancianos han hecho una fiesta, una fiesta, sus rostros carmesíes,
o pálidos, todos aquellos que se ahogaron, murieron de hambre, o fueron
baleados, como hijos, hijas, nueras, nietos y nietas, se reúnen. De la nada,
clip-clop, clip-clop, el sonido de los cascos de los caballos arriba en el
techo. Las ancianas se acuestan sobre la mesa. Sus arrugas se van planeando lejos de sus cuerpos. La mesa de la fiesta está colmada de arrugas
descartadas y las ancianas son engullidas por completo. Piel, entrañas,
tendones, incluso sesos, todo es sorbido y devorado, luego los huesos son
chupados hasta quedar blancos mientras que el techo está en silencio y los
caballos sin bridas se dispersan por el cielo, carmesíes, carmesíes, relinchando de risa. Los ancianos sin dientes muestran sus encías negras, los
caminos vivaces y saltarines dan un vistazo a la mesa de la fiesta. Hijos,
hijas, nietas, todos se han ido, sin haber podido llegar o partir mientras
que las hierbas junto al camino afuera en el crepúsculo se mueven de un
lado a otro, pues están en una fiesta, una fiesta z
Versiones
del inglés de
Eduardo Padilla
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Park Min-gyu
¿En serio? Soy un una jirafa
(fragmento)
El tren está llegando
Los pasajeros deben estar detrás de la línea amarilla, pero no se puede.
Todos tienen que entrar en el tren, pero no hay más espacio. Si no subes,
llegarás tarde. La línea amarilla del cuerpo puede estar aquí, pero la línea
amarilla de la vida está en el interior del tren. ¿Cuál escogerías tú?
Nunca olvidaré el momento en que llegó el primer tren. Quiero decir,
no un tren, sino un animal monstruosamente enorme se arrastró hacia la
plataforma y resollaba, paah, haah, luego se arrancó los costados y arrojó
gente como si estuviera vomitando. Argh, gemí involuntariamente. Parecía una presa rota, y yo podía sentir el interior de mi cabeza que se llenaba
de vómito por mis ojos, oídos y nariz. ¡Hey! Si Entrenador no me hubiera
gritado, podría haber caído presa de la bestia. Cuando volví en mí, vi que
los costados de la criatura succionaban de vuelta el charco de vómito. Lo
hacían con suficiente fuerza como para generar electricidad. En ese momento, Entrenador gritó. ¡Empuja! Entonces, a pesar de mí mismo, con
un ¡vamos!, empecé a empujar cosas esponjosas, pero incluso ahora no
podría decir lo que eran. En serio, ¿cómo puedo atreverme a decir que
eran seres humanos?
En cuanto el tren partió, Entrenador se acercó y me hizo una firme advertencia. Mantén la calma. Sí, señor. Respiré hondo, pero aun así mis piernas
temblaban. No pienses en ellos como personas. Piensa en ellos como cargamento, o algo así. ¿Entiendes? ¿Entiendes? Entiendo, dije, justo cuando
otro tren llegaba, así que me preparé una vez más. Paah, haah. El tren con
destino a Uijeongbu vomitó el doble de personas. Parecía toda la humanidad esta vez.
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Así siguió durante otra hora. Cuando recuperé el sentido, estaba derrumbado fuera de la línea amarilla, alrededor del punto de Retroceda Por Favor. Y delante de mis ojos, tres alfileres de corbata, dos botones, la pata
rota de unos lentes como la muleta de un soldado herido, yacían ahí. Era
de carey. Recogiendo los objetos perdidos de la humanidad, de pronto
me di cuenta que todo mi cuerpo estaba empapado en sudor. Como he
dicho, debe de ser agradable ser un marciano. En serio, agradable.
Pasó una semana. Testigo de la tragedia humana por la mañana, siesta al
mediodía, luego gasolinera y tienda por la noche. Me duele mucho el cuerpo, se podría decir que mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies,
rodillas y dedos de los pies y rodillas dolían, y después de eso, la cabeza, hombros, pies, rodillas y dedos de los pies, cabeza, hombros, rodillas
y orejas, nariz, orejas. Esto... ¿no lo deberían pagar al menos con 30,000
wons la hora? Me sentí enojado otra vez, pero como Entrenador dijo, no
podía renunciar ahora, así que apreté los dientes y seguí yendo al trabajo. Tal vez ése es el secreto de las pirámides. No puedes renunciar ahora. Tal vez, sólo tal vez, esa era la aritmética de los esclavos.
Por raro que parezca, una vez que apreté los dientes y lo di todo, el trabajo comenzó a tener diversión en sí mismo. Mi cabeza, hombros, rodillas
y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies ya no lastimaban o dolían, y, qué demonios, estaba pasándola bien. Las mañanas de comienzo
de verano eran frescas y frías, y Entrenador solía fumar un cigarrillo en
la entrada de la estación Gaebong. Podíamos conseguir boletos gratis a
través del Hermano Mayor (así llama Entrenador al chico de la taquilla).
Luego, de pie en la plataforma, esperábamos hasta delante del tren, como
si fuera un privilegio. Si fuera mi antiguo yo, habría esperado de forma
automática en la línea cerca de la octava salida (donde siempre me paraba,
porque era la que estaba más cerca de mi casa), pero aquel verano era un
empujador. Siguiendo el ejemplo de Entrenador, nos inclinábamos respetuosamente con los ingenieros y por lo general nos abrían la puerta del
asiento del ingeniero o del conductor. Era increíble.
La gente nos aclamaba como a leyendas. Incluso me gustaba escuchar las
pláticas que daba Jefe en la sala de guardia nocturna —que podríamos llamarlas instrucciones, o mejor dicho, sermones. Edad, experiencia, fuerza en los brazos, ética de trabajo incuestionable y filosof ía ecléctica...
nuestro líder en todos los sentidos, lo llamábamos Jefe. Como él estaba a
cargo de los empujadores, su palabra no sólo era la luz y la vida, era ¡se-
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ñor, sí, señor! Por supuesto, por supuesto, el asunto siempre era el mismo, que éramos la columna vertebral de la economía del país, el niño holandés (ya saben, el que tapó el dique) que evita el caos de tráfico, por no
hablar de las leyendas del gremio. ¡Señor, sí, señor!
Aunque no teníamos intención de jugar al niño holandés por 3,000 wons
la hora, había una cosa que decía el Jefe con la que todos estábamos de
acuerdo. Era el hecho de que «cada uno de nosotros vale por cien hombres». Lo mejor de lo mejor, Jefe predicaba una y otra vez que aquellos que
no valieran por cien, que no fueran los mejores de los mejores, no eran
dignos de un puesto de empujador en la estación de Shindorim. Él nos
daba consejos sobre la manera de empujar a la gente, cómo rescatar a una
persona cuyo pie se ha quedado atrapado en el hueco, o cuántas personas
puede aguantar un tren —y encima de todo, tenía un don para agarrar a
una persona en curva diciendo de repente algo como: «Hay unas nuevas
galletas que se llaman Oh Sí, están muy buenas», y luego preguntarte:
«¿Qué prefieres, Choco Pie o Oh Sí?» Ja, ja, ¡señor, sí, señor!
Pasaron muchas cosas. Un niño, atrapado entre una multitud de adultos, se desmayó. ¿Quién en el mundo dejaría que su hijo viaje en el metro a esa hora del día? Jefe refunfuñaba, todo alterado y buscando a los padres del niño, pero padres como ésos no eran del tipo de los que viajan en
tren. Cuando el niño abrió los ojos en la sala de guardia nocturna, se echó
a llorar, gritando que se suponía que debía estar en un concurso de matemáticas y que por su madre iba a llegar. Jefe se ofreció a comprarle al niño,
que dijo que vivía en Bucheon, una Coca-Cola y unas Oh Sí con su propio
dinero. El jovencito debe ir por ello, dijo. Y tomé los treinta minutos de
su —Jefe— vida que me entregó y respondí bruscamente, sí, señor, lo cual
era diferente de lo habitual.
Por favor... se me hace tarde. Una chica me dijo un día. Sólo la espalda o los
hombros... yo todavía tenía dificultades para empujar el cuerpo de una mujer en cualquier forma. Por lo que dudé mientras que dos trenes pasaban.
Ella empezó a llorar delante de mí, era más de lo que podía soportar. Así
que llamé a Entrenador. Llegó un tren rumbo a Uijeongbu, pero estaba tan
lleno que ni siquiera Entrenador pudo meterla. Al final, fue Jefe el que lo
consiguió. No mires el tren, f íjate, mírame a mí. Vi que no tenía ningún
problema en empujarla por el pecho y esas cosas y la metió con facilidad.
Escuchen bien. Los chicos entran más fácil de frente y las chicas, de espaldas. ¿Entendieron? ¿Por qué pasa eso? No importa, simplemente es así.
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Una vez, barrieron a uno de los empujadores dentro del tren. Lo empujaron los pasajeros detrás de él, y ocurrió en un instante. Era algo que podría ocurrir en cualquier momento, pero el problema fue lo que sucedió
después. Uno de los pasajeros le buscó bronca y lo golpeó en la cabeza.
La razón era simple. Pensaba que éramos todos unos idiotas que empujaban a la gente. El tipo al que golpeó no fue tampoco muy amable, por lo
que la pelea se hizo más grande. Terminó en una pelea campal. Le llevó
tres semanas recuperarse. Ninguno de los pasajeros que escaparon fue
capturado, por lo que el hombre tuvo que pagar sus dientes nuevos con
su dinero. Después de eso, nunca lo volvimos a ver.
Por mi parte, vi a un montón de pervertidos. O más bien, nunca los vi
realmente, pero podía decir cuándo había uno en el tren por el grito de
una mujer o algo parecido. Una vez, un hombre de unos cuarenta años
fue agarrado con las manos en la masa embadurnando semen en la falda
de una mujer. ¿Cómo tuvo espacio para mover las manos? Pensé que
era increíble tanto intentar hacer algo así allí, como conseguir atrapar
al hombre. Hay un montón de ellos, un montón. Entrenador negó con
la cabeza. Pero Entrenador... más allá de las ganas que tengan de hacerlo... ¿por qué quieren subirse en ese tren lleno de gente? No tengo idea.
Quién sabe lo que los pervertidos piensan. Tengo este amigo que acaba
de hacerse policía. Me dijo que un día llegó un reporte de un hombre
desnudo de unos treinta años que comía flores en un jardín. ¿Dijiste flores? Sip, flores.
El hombre al que agarraron eyaculando resultó ser un delincuente habitual. Su cara era muy blanca y estaba cubierta de lunares y era reservado.
El sudor no dejaba de gotearle por los pliegues de su cuello gordo. Parece
que el pervertido había estado en Hawai o algo por el estilo. Jefe no dejaba
de burlarse de él, pero el hombre nunca levantó la cabeza. No por otra
razón, sino porque su camisa floreada aloha se veía tan hermosa al lado
del uniforme del policía a su lado, me vino una idea repentina a la cabeza.
¿También hay metro en Hawai? ¿También hay un hombre completamente
desnudo comiendo flores en un jardín en Hawai? Y en Hawai, ¿hay empujadores? Dado que la tierra es redonda, si uno sigue caminando, llega un
momento en que es como Aloha ‘Oe.
Quizá al final todos los seres humanos somos delincuentes habituales,
pensé. Habitualmente tomamos el metro, habitualmente trabajamos, habitualmente comemos, habitualmente hacemos dinero, habitualmente
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nos divertimos, habitualmente acosamos a otras personas, habitualmente mentimos, habitualmente entendemos mal, habitualmente paseamos,
habitualmente conversamos, habitualmente tenemos reuniones, habitualmente nos educamos, habitualmente nos duele la cabeza, los hombros,
las rodillas y los dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies, habitualmente nos sentimos solos, habitualmente tenemos relaciones sexuales,
habitualmente dormimos y, habitualmente, morimos. ¡Seung-il! ¡Pon todo
tu cuerpo en ello, todo tu cuerpo! Empecé a empujar gente otra vez. Con
todo mi cuerpo, habitualmente.
Se podría decir que en agosto empecé poco a poco a agarrarle el truco al
asunto. Además, seguimos recibiendo más novatos. Eso se debía en parte a las secuelas de la pelea campal, y en parte a que el trabajo era tan duro
que un montón de chicos renunciaban. Como resultado de ello, tenía que
tratar de encontrar el camino cerca del centro de los trenes. Había más
y más trenes. Había más y más gente, y cuanto más empujaba, más gente se desbordaba. Por supuesto, la paga mejoró, y hubo menos dificultades cuando todos vieron que tenía agallas, pero ése no era el problema
real. Por supuesto,
el dinero estaba bien, pero
ser testigo del sufrimiento de innumerables personas cada mañana se estaba convirtiendo en un gran dolor de cabeza. Cada vez que la puerta chirriaba al cerrarse, me tenía que enfrentar con la cara de alguien apretada
contra el cristal. ¿Has visto un globo así? Al principio me reía hasta que
me dolía el estómago al ver todas esas mejillas y labios aplastados a punto
de estallar y las narices de cerdo, pero a medida que pasaban los días, la
risa se iba. Bien, todo eso está bien, ¡pero lo que yo quiero escuchar es el
rostro de la humanidad tal como lo recuerdas! Si alguien de Marte me interrogara así, me sentiría muy mal. Cuando se trata de hablar con seres de
otros planetas acerca de esto, ¿qué tan triste es esta mezcla humana? El
tren está llegando. Paah, haah. Así es, sólo toma el tren, ni siquiera pienses en la Galaxia Express. Esto es lo que la humanidad es. Al final, un novato me bajó otro escalón y me encontré a cargo de la plataforma número
ocho. 8. Mirando el número grabado en amarillo, de pronto pensé en Mi
Aritmética. «¿Por qué tengo que vivir de esta manera?», pensé como un
tonto, pero luego me consolé diciéndome que la aritmética no es más que
números. Sentía mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas
y dedos de los pies especialmente pesados esa mañana. Entonces llegó el
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tren como siempre, las puertas se abrieron y alguien fue expulsado por la
presión de otro pasajero; cuando eso ocurrió,
ahí estaba Papá.
¿Cómo puedo explicarlo? Tenía ganas de tirar toda mi ropa cuando terminara de trabajar y dirigirme al jardín más cercano a comer flores. PaPapá... No recuerdo si realmente dije eso o no. Él sólo tenía que llegar a la
estación de Shinseol-dong, pero al igual que la primera vez que tuve que
empujar a una mujer, yo solo, yo no podía empujar, y empujé un poco de
todos modos, pero él, él no iba a entrar. Las puertas del tren se cerraron. Paah, haah. Me agaché y puse mis manos en mis rodillas, tratando de
recuperar el aliento. Paah, haah. Papá se quedó ahí arreglándose la corbata torcida, con una mirada de incomodidad en el rostro. Luego, un breve
instante pasó entre nosotros, apenas el tiempo suficiente para anudarse
la corbata, pero con un nudo tan apretado que nunca pudiera deshacerse, entretejiéndonos. Fue una experiencia muy extraña. Fuera del nudo
había tanto ruido como podía haber, pero entre papá y yo se instaló algo
parecido al silencio del espacio exterior. Dentro de ese silencio, pero más
allá de la pared que nos impedía mirarnos a los ojos, el anuncio se escuchaba una vez más.
El tren está llegando z
Traducción
del inglés de
Jorge Curioca
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Moon Tae Jun
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Algún día
Alguien vino a visitarme
La nieve que cayó en campanas toda la noche
se ha detenido
Estoy solo
mis pensamientos están lejos
Pequeña ave, ave de pecho rojo en el sarmiento
Llegaste y lloraste
tu partida fue súbita
Por qué te has ido tan pronto
no me has dado tiempo de llamarte por tu nombre
Tu lamento es terso, terso
como luz de invierno al pasar por la [puerta empapelada
Quién es el que extrae ese llanto de mi oído
Alguna vez alguien vino a visitarme
dejó lágrimas
Teñidas de rojo
en mi corazón
Que nadie puede ya quitar
Las libélulas se han ido del cielo
Mis manos están vacías
Manos que se sujetaron del tiempo
Una vez más, abro lentamente mis ojos
Mis manos están vacías
Camino junto a la severa lápida
Cómo puedo yo, un hombre débil, escrutar el diamante en el Sutra del Diamante
El día vendrá
Así como las libélulas se han ido del cielo
El día en que seré gentilmente liberado de este lugar
A dónde han ido
Acaso siguieron al fragor del verano
Acaso siguieron al fragor del verano
Aterrizaron en el clamor de las gotas sobre las hojas de hierba
Pez plano
En la habitación 302, Hospital Gimcheon, habitación para seis,
ella yace con su máscara de oxígeno, peleando contra el cáncer.
Ella yace cual pez plano bajo y plano sobre el piso del suelo oceánico.
Me tiendo paralelo a su lado, otro pez plano.
Al mirar un pez plano al otro súbitamente sus ojos se anegan de lágrimas.
Se lamenta, tan delgada que un ojo se ha ido rozando hacia el otro lado,
y mira fijamente a la muerte mientras yo contemplo el mar de su vida.
Recuerdo su vida de océano, oscilando de izquierda a derecha, en los mares acuosos,
su sendero arbolado, con su canción de cucú al mediodía,
cenas de fideo delgado, una familia apenas dueña de una pared de adobe.
Sus dos piernas se están rompiendo lentamente,
su espina dorsal se dobla como rama bajo el peso de una nieve súbita,
pienso en aquel día de invierno.
Su aliento se hace áspero como la corteza de un olmo.
Ahora sé que ella no puede ver el mundo más allá de la muerte,
un ojo es arrastrado hacia la oscuridad del otro.
Izquierda, derecha, me mezo hacia ella para yacer a su lado en el mar.
Ella me cubre suavemente con el agua que inhala con su máscara de oxígeno.
Versiones
del inglés de
Eduardo Padilla
Eun Hee-kyung
El descubrimiento de la soledad
(fragmento)
Cuando yo era pequeño, escuché la historia de un niño al que cada
vez que decía una mentira le crecía la nariz. Aunque nunca creí que fuera
verdad, después de aquel cuento ya nunca pude decir una mentira. Hoy
empiezo a hacerme preguntas. ¿Qué hubiera pasado si la historia tratara
de un niño que volaba cada vez que decía una mentira? ¿Sería hoy un
mejor mentiroso? ¿No llevaría una existencia más liviana? Y todo hay que
decirlo: con tanto volar, podría haber visto mucho más mundo.
Es posible que alguien ya haya escrito ese cuento. Hay un sinnúmero
de historias en este mundo, y nadie puede leerlas todas. De cualquier manera, yo había llegado a cumplir mis treinta y ocho sin conocer muchas de
esas historias que se cuentan por el orbe.
No hice nada especial para celebrar mi cumpleaños. Estuve sentado
durante horas en una solitaria casa de té. Había llenado mi taza de manzanilla con agua caliente unas cinco o seis veces. Me hundí profundamente
en el sofá y no me moví más que para ir al baño. El libro se quedó sobre la
mesa donde lo abrí cuando llegué a tomar asiento. No esperaba a ninguna
persona, no tenía nada que hacer. Sobre todo, sentía el consuelo de saber
que no había nadie en el mundo que estuviera pensando en mí.
La última vez que fui a casa, mi padre había hecho un gran esfuerzo
por saludarme con calidez. Ya no insistía en que encontrara otro camino en la vida antes de que fuera demasiado tarde. Después de recibirme
con honores por excelencia académica y asistencia perfecta, hasta el momento en que fui admitido en una universidad prestigiosa, todo fueron
alabanzas de su parte. Como resultado, estudiar era lo único que yo sabía
hacer. Por lo tanto, si fracasaba en los estudios, todo estaría perdido para
mí. Mi padre parecía haber aceptado más o menos esta realidad.
No era la culpa de nadie. Pero es verdad que algo se torció en algún
momento. S. se solía frustrar conmigo por lo poco que yo sabía de la vida.
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¿Era ésta la vida de la que ella estaba hablando?
Regresé a la residencia de estudiantes unos días después, pero no tomé
mi asiento en el escritorio. Cuando me sorprendí a mí mismo abriendo
el celular, por pura inercia, cancelé el servicio. Desde que S. me dejó, ya
casi no sonaba, y la única razón por la cual todavía lo conservaba era para
decirle a mi padre que estaba en la residencia cuando me preguntara dónde estaba. Incluso cuando estaba fuera, solía correr a la habitación sólo
para poder darle esa respuesta. La idea de mentir nunca se me hubiera
ocurrido.
El interior de la casa de té era tranquilo y acogedor. El sol de febrero
entraba oblicuo hasta iluminar el suelo de madera, y la sombra de las
persianas dibujaban delgados trazos de luz en las tablas. Yo era el único
cliente. Tras la máquina de café de la barra, dos empleadas de medio tiempo en delantales verdes susurraban de vez en cuando. Una canción que
sonaba extrañamente familiar llegó a mis oídos. Hacía mucho tiempo que
no escuchaba música. No one remembers your name. When you´re strange, when you are strange... La voz, salida de un sueño, repetía las mismas
palabras y cosquilleaba mis oídos como si alguien me estuviera llamando
desde la distancia. Me dejaba acariciar por la indiferente luz del sol de la
tarde, y terminé durmiéndome.
Un pequeño timbre que sonaba cada vez que alguien abría la puerta
me despertó. Pude ver por el rabillo del ojo a un hombre alto con un
abrigo negro que acababa de entrar. El hombre caminaba lentamente hacia donde yo estaba sentado. Este acercamiento parecía natural, como si
hubiéramos quedado en vernos aquí. Pero yo no tenía ni idea de quién era
este hombre.
Estaba delante de mí antes de que pudiera darme cuenta.
—Eres K., ¿verdad?
Asentí, porque efectivamente yo era K. El hombre dijo gracias y se sentó frente a mí. Por su forma de moverse, era como si me hubiera preguntado si se podía sentar conmigo —y como si yo le hubiese respondido que
sí. Con la mirada vacía, vi que el hombre sacaba un cigarro de su bolsillo y
lo encendía. Después de una jalada profunda, de pronto empezó a hablar
de la persona que yo había sido quince años atrás.
—Entre los siete muchachos, K. era definitivamente el huésped modelo. Sus uñas, pelo y pies siempre estaban limpios. Nunca pagaba tarde la
renta. Por supuesto, cada semestre le daban una beca.
K. nunca se iba de borrachera, ni jugaba largas sesiones nocturnas de
hwatu1, y jamás traía mujeres a pasar la noche. Se aseguraba de lavar su
1 Juego de cartas.
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ropa todos los domingos, de tal manera que siempre tenía ropa interior y
calcetines limpios en sus cajones, y la suya era la única recámara de toda
la casa de estudiantes que no era necesario limpiar a toda prisa cuando los
padres llegaban a visitar sorpresivamente. Más aún, pasaba casi todo el
tiempo en su escritorio. Como muestra de su confianza en K., la patrona
le obsequiaba con platillos especiales de vez en cuando, pero invariablemente K. compartía este honor con sus compañeros. Cualquiera podía
darse cuenta con sólo verlo de que era un joven sano, bien educado y con
un futuro brillante por delante.
Hasta que me encontré con este hombre, no había regresado a aquella
etapa de mi vida, y la verdad es que casi no recordaba nada. Pero cuanto
más hablaba el hombre, más me daba cuenta de que el K. de esa historia era
yo. Y seguía viviendo la misma vida sin cambios, hasta el hastío; la única
diferencia es que la pensión de antaño se había convertido en una residencia de estudiantes de postgrado, y la fe que mi madre tenía en mí se había
transformado en disgusto, un sentimiento que toda mi familia compartía.
De pronto me sorprendió la voz de una mujer llamando la atención
de la mesera desde su mesa cercana a la entrada. Debió de haber llegado cuando yo dormía. ¿Por qué no había sonado el timbre de la puerta
cuando entró ella? La mujer, con el ceño fruncido, tenía la mano sobre
los ojos como una sombrilla para protegerse del sol. Se escucharon los
pasos de una de las meseras de delantal verde, que cerró rápidamente las
persianas. Las líneas de luz que habían iluminado el suelo desaparecieron
al instante. El alto contraste de sombras en el rostro del hombre también
se desvaneció, y se hizo más dif ícil aún discernir sus gestos.
El hombre se inclinó hacia mí y habló en voz queda, como si fuera un
ladrón de bancos que acabara de salir de prisión, indagando qué fue de
sus cómplices.
—Me pregunto si todavía sigues con tu investigación.
Le miré confundido, y con un gesto de pequeña decepción, me lo recordó.
—Tu investigación sobre cómo hacerse más ligero.
El hombre continuó.
—Todos pensábamos que K. lo lograría. Era distinto a los demás.
Según este hombre, la pensión de estudiantes era un edificio de dos
pisos, al estilo occidental, con seis habitaciones en total. En el primer piso
había dos habitaciones dobles para huéspedes, además de la recámara de
la patrona. Una de las habitaciones la compartían dos hermanos de la facultad de Medicina, muy cercanos. La otra la ocupaban un estudiante de
Derecho que siempre se andaba quejando, y uno de Administración, que
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sólo tenía un traje para cada estación. Las tres habitaciones del piso de
arriba eran sencillas. Estaba el hijo único de una familia rica, que era bastante bueno tocando la guitarra y estudiaba Letras Inglesas. Estaba también el estudiante de Ingeniería, apuesto, que casi no paraba en la pensión
porque salía mucho por la noche. Y luego estaba K. Con la excepción
del hermano mayor que estudiaba Medicina, todos los demás huéspedes
habían entrado a la universidad en el mismo año. Todos pegaban carteles
parecidos en sus puertas idénticas, carteles que decían «silencio» o «por
favor llama antes de entrar». La puerta de K. era la segunda al final de las
escaleras, con un cartel en el que decía «PUERTAS».
La pensión se encontraba en un barrio sobre una colina, con la montaña detrás. Siempre hacía viento. Los estudiantes bautizaron a la montaña
detrás de la casa con el nombre de Montaña Ventosa. Cuando divisaban
una pareja de amantes caminando hacia la Montaña Ventosa, les chiflaban y les gritaban groserías. K. no participaba en estas travesuras, pero
le gustaba mirar por la ventana. Cuando algún estudiante regresaba a la
pensión tarde por la noche y miraba el edificio a través de las ráfagas de
viento, podía ver la silueta de K. en su ventana iluminada. Y cuando le
saludaban agitando el brazo, solía pasar un buen rato hasta que la silueta
respondía levantando suavemente la mano. Se notaba que estaba inmerso
en sus pensamientos, añadió el hombre. K. siempre había estado al tanto
de todo lo que sucedía en la pensión.
Por mucho que lo intentara, ya no conseguí reconocerme en el K. que
este hombre estaba describiendo. El hábito de mirar por la ventana no
había cambiado. Todavía tenía yo esa costumbre de asomarme por las
noches, y al igual que por aquel entonces, siempre había algo oscuro bloqueando mi vista. Pero lo hacía porque me cansaba de mirar libros, y no
porque estuviera inmerso en ningún profundo pensamiento para buscar
formas de hacerse más ligero. Más aún, no era nada característico en mí,
que nunca me interesaron las vidas de los otros, pararme en la ventana
para ver a qué horas llegaban a casa los otros estudiantes. Perdí el interés
en la historia que me estaba contando el hombre, porque cada vez era más
dif ícil creerla.
—Cuando el viento soplaba muy fuerte, se escuchaba lo que parecían
ser gritos de animales salvajes que llegaban de la Montaña Ventosa. Todos
pensábamos que K. estaba haciendo sus experimentos para hacerse ligero.
Un recuerdo placentero debió de pasarle por la mente, porque las comisuras de su boca dibujaron una sonrisa.
—Recuerdo el día en el que fuimos a aquella isla. Ese día hacía frío
pero afortunadamente el río aún no se había congelado, así que pudimos
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llegar en un bote. Me acuerdo que había un templo en medio de la isla...
Dijo que no podía recordar el nombre de la isla, moviendo su cabeza
en un gesto de fastidio.
—Pensamos que esa noche K. nos mostraría los resultados de su investigación. Es más, cuando ocurrió el accidente y el bote se volcó, pensamos
que K. nunca se hundiría en el agua. Me acuerdo de que nos secamos en
aquella minbak2 cerca del templo. Incluso recuerdo cómo entramos en la
sala principal del templo y nos acostamos en una fila ordenada. Aquellos
fueron momentos felices e inolvidables, ¿no crees?
—Parece que los estudiantes de la casa se llevaban muy bien.
—Todos querían mucho a K.
El hombre asintió unas cuantas veces, y me dirigió una mirada directa,
como indicando que ahora era mi turno de hablar.
—Y entonces, ¿cómo van las cosas hoy en día, K.?
No sé por qué, pero pensé en decirle que estaba a punto de tirar todos esos libros aburridos y quemar mi dormitorio. Una vez lo consideré
seriamente. No quemar la habitación, sino decir una mentira. Aquel día,
S. no estaba irritable como de costumbre, ni me había lanzado sus habituales ataques. Estaba tranquila, contenida, como si hubiera desistido de
toda esperanza o interés en mí. Tomar la decisión fue dif ícil, pero llevarla
a cabo no. ¿En qué estábamos pensando, dejando que esta situación se
alargara durante diez años? Para cuando llegamos a la parada de autobús,
su estado de ánimo ya era burlón. Así que me vas a dejar ir como si nada.
Sabía que eras así. Nunca vas a cambiar, así que si me quedo o me voy es
completamente mi propia decisión, ¿verdad? Bien, tienes razón. Por supuesto que no me puedes prometer nada. Porque ¿cuándo no has tenido
tú la razón? Adiós. Durante el viaje en autobús de regreso, pensé mucho
en lo que ella había querido de mí. Por primera vez se me ocurrió que
quizás le hubiera gustado que yo hubiese mentido por ella.
Miré directamente a los ojos del hombre y le contesté.
—He estado fuera todo este tiempo. Siento que llevo una vida muy
ajetreada. Estoy tratando de buscar un nuevo rumbo.
—Ya veo.
—Tal vez me vaya a vivir al campo, donde es más tranquilo.
—¿De veras?
El hombre bajó su mirada, inmerso en sus pensamientos, y se quedó en
silencio durante un rato. Después volvió a hablar.
—¿De casualidad te acuerdas de J.?
Sólo cuando el hombre mencionó que J. era el hijo único de la patrona,
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me vino a la mente la imagen de un niño de secundaria, corto de estatura.
Era un niño terriblemente silencioso. El hombre dijo que todavía mantenía contacto con J., y que incluso le había visto hace poco. Aunque ya era
un adulto, J. todavía tenía la altura de un niño de secundaria, pero definitivamente podía beber licor como un hombre.
—J. está buscando a alguien para cuidar su hotel.
—¿El hotel?
—¿No recuerdas? La patrona dejó nuestra querida pensión de estudiantes para abrir su hotel. Por eso tuvimos que salir de allí y buscarnos la
vida cada uno por su lado.
La frente del hombre se arrugó sutilmente cuando dijo «querida».
Después de cerrar la pensión, la patrona había pasado varios años operando un pequeño hotel al fondo de un callejón en un barrio de universitarios. Justo cuando J. iba a cumplir veinte años, se fueron de nuevo, esta vez
a un nuevo hotel en W. Les iba bien, justo como para vivir modestamente.
Ella se murió a finales del año pasado, dos meses después de haber sido
diagnosticada con cáncer de garganta. La posada había estado cerrada desde el funeral, y J. no tenía ningún deseo de abrirla. Si dejaba el lugar vacío,
su precio bajaría considerablemente, así que estaba buscando a alguien
para que se ocupara de la pensión provisionalmente, en lo que él figuraba
qué rumbo tomar. Pero estaba preocupado porque aún no había encontrado a la persona adecuada. El hombre sacó lentamente un cuaderno y una
pluma del interior de su abrigo negro y me pidió mi dirección. El cuaderno
parecía nuevo, no tenía nada escrito dentro. La pluma también parecía
nueva. Su caligraf ía era infantil, tosca, como la de una anciana que acabara
de salir del analfabetismo. Me di cuenta de que yo no había recordado aún
quién de los seis inquilinos había sido este hombre. Mi pregunta le pareció
divertida, y envolviéndose en su abrigo negro, sonrió burlón.
—Quién sino el estudiante de Administración que sólo tenía un traje
para cada estación. ¿No era así como K. se solía referir a mí?
Se despidió, y sin más preámbulos se levantó de su silla e inmediatamente caminó hacia la puerta. Se fue sin vacilar. La cola de su abrigo
negro desapareció de mi vista. Levanté mi taza de té y la atraje lentamente
hacia mis labios. Estaba totalmente fría, con una sola gota de líquido estancada en el fondo. Al inclinar la taza, la gota descendió un poco, pero
se paró a la mitad del camino. Después de que se fuera el hombre, todavía
me quedé en la casa de té durante un buen rato. Cuando finalmente pagué
mi cuenta y salí al exterior, mi cuerpo se sentía extrañamente ligero z
Traducción
2 Bed & Breakfast coreano, por lo general en islas y zonas rurales.
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del inglés de
Anna Angulo
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Oh Sae-young
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Poema
Dicen que «la montaña es verde
y el río fluye»,
pero el lenguaje es agua
montada en el sonido
como flecha que vuela.
El cielo de Dios también tiene oscuridad
Escribo sobre el papel blanco:
a, b, c, d...
Como siembro la escritura
Dios siembra las estrellas
en el cielo nocturno.
¿Por qué temo el espacio blanco?
El espacio divino
desea llenar con luz
la vacuidad absoluta,
pero yo quiero
llenarlo con palabras.
Cuando disperso la escritura
sobre el papel blanco:
uno, dos, tres, cuatro...,
las semillas que caen a la tierra
se convierten en flores, hierbas
y árboles.
Cuando llegue su tiempo,
también volverán al espacio vacío.
En la distancia entre tú y yo,
el lenguaje
desaparece a la luz de la estrella fugaz.
Por tener luz, el cielo de Dios
también tiene tiniebla.
De letra a letra
y sílaba a sílaba
se combinan:
a veces forman un lago,
otras una cascada
o la frase de un río.
El sonido del agua
y el lenguaje congelado,
cuando se hiela,
se convierte en prosa;
cuando arroja vapor
y está hirviendo
el lenguaje se hace poema.
No como el hielo de la tierra,
sino como arco iris que ilumina
ese espacio absoluto,
la poesía debe ser
agua que arde.
Versiones
del coreano de
Joung Kwon Tae
Del libro El ciclo de Dios también tiene oscuridad
(Editorial Vuelta, México, 1997).
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Hwang Sok-yong
(capítulos finales)
tambor, había uno ligero y metálico que cubría los anteriores. Por otra parte,
se oía a una madre llamando a sus hijos: «¡Hijos, a comer!».
El huésped
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El misionero Liu Yosop despertó del sueño de la madrugada. Todavía no era
hora de marcharse. Descorrió la cortina y miró la calle desierta. La ciudad de
Pyongyang estaba totalmente negra porque las farolas ya estaban apagadas.
Del lado opuesto, en el centro del edificio y en la última parte, se veían las
luces. ¿Se habrían despertado algunos para salir al trabajo desde temprana
hora? En la calle vacía pasaba despacio un automóvil. Se miró a sí mismo
tenebrosamente en el cristal de la ventana. En la figura más familiar para él
en este mundo.
11. La mesa en que se queda el espíritu
Qué voy a ser
12. Fiesta final
Hacía mucho viento. Las hierbas de la colina temblaban fuertemente
como si fueran empujadas en una sola dirección por una corriente de agua
muy intensa. Los granos de tierra se pegaban en la cara y los lóbulos, el viento empujaba pecho y muslos. Los cuervos no podían volar a gusto. Movían
las alas en el cielo y se dejaban caer; uno de ellos estaba a punto de tocar el
suelo, pero viró enérgicamente hacia arriba y, en un instante, desapareció en
dirección opuesta, como si flotase una hoja en el aire. Los árboles emitían
chillidos, las ramas desnudas temblaban.
Varias personas caminaban en una sola dirección con el tronco inclinado, como si una cuerda los jalara de los hombros hacia abajo. La procesión
no tenía cabeza ni cola. La sinuosa calle atravesaba el campo y se enlazaba
con un gran sistema de montañas violáceas. Las personas no hablaban. Desde aquí sólo se veía su espalda encorvada.
Se ponía el sol. Las nubes flotaban bañadas por el crepúsculo, avanzaban
dejando atrás sus huellas deformes, igual que las aves planeaban por la fuerza del viento. El color rojo del cielo se oscureció en un momento y la luna
salía en un fondo teñido de azul marino. Bajo su luz la hilera de personas
avanzaba lentamente. El sendero de la gran cordillera terminaba en la cima.
Abajo se veían las luces del pueblo y el cauce del río de color blanco.
Él volaba como las aves por encima de las personas que se desplazaban
despacio. Debajo pasaban las cadenas de colinas y los arroyos estrechos. A
lo lejos se oía el mugido de una vaca, el sonido del cencerro y el cacareo de
una gallina tras poner un huevo. En el campo se oía cantar a los campesinos
que trasplantaban los almácigos de arroz. Además de un rápido sonido de
Retírate tú después de alimentarte
Fantasma del viudo muerto y del soltero muerto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma de la exorcista muerta y del ciego muerto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma de la viuda muerta y de la virgen muerta,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto colgado del cuello en el pino alto,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto en las aguas,
retírate después de alimentarte.
Fantasma del parto, fantasma de la embarazada, fantasma que lleva un cuenco en la mano, fantasma que peina el cabello desordenado, con el delantal
en el costado, con las esteras en el costado, con las tijeras y la bobina en la
cintura, el del llanto, retírate después de alimentarte.
Fantasma del muerto por el disparo, por la espada y a palos,
fantasma del muerto por el bombardeo,
fantasma del muerto quemado por el fuego, convertido en cenizas,
fantasma del muerto aplastado por el carruaje, el tren, el camión, el tanque,
fantasma del muerto de tifus, de peste, de cólera, de tifoidea, de neumonía,
de viruela,
todos los fantasmas diabólicos,
hoy come bien, come mucho,
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Ko Un
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come todo y retírate.
Fantasma de esta tierra, el que custodia esta casa,
llénate de alimentos y sin problemas de digestión,
llena tu estómago hambriento, toma agua para tu garganta seca por la sed.
cómete el alimento remojado, llévate el alimento seco, lleva en hombros
todo lo tuyo,
llévate otro también encima de tu cabeza,
llévate el alimento envuelto en tu delantal,
vete reconocido por todos, con todos los gastos pagados, a un paraíso.
Traducción
del coreano de
y
¿Qué? (poemas zen)
Chong Gu Sok
Francisco Carranza Romero
Del libro El Huésped (Ediciones El Ermitaño, México, 2008).
El eco
A la montaña crepuscular
grito:
¿Qué eres tú?
¿Eres?
La tarde
Al estiércol seco
ni la mosca se arrima.
¿No es esto Tierra Pura?
¿No?
Amigo mío
¡Amigo mío!
Hice un Buda
con la tierra que cavaste.
Llovió
y el Buda regresó de nuevo
a la tierra.
¡No discutas!
El cielo se ha despejado
con la lluvia.
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Shin Kyong-Nim
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El aguacero
Innumerables Budas
caen.
Aquel arroyo
corre apresurado.
Flotan más cadáveres.
¡Qué frescura!
Ropa limpia
Canción de dos ríos
Cantado a la unión entre el Río Han del norte y el Río Han del sur1
La ropa limpia ondea al viento
sin saber que es
Boddhisattva.
«Ah, me deslicé entre las minas, tan cauteloso;
crucé alambres de púas que cedieron a mi paso;
escuché los incesantes llantos de las almas en pena;
acaricié huesos gastados y esqueletos limpios.
Lloraban, lloraban como yo al besarlos».
El campo de Cheju
Noviembre comienza
en el campo de carrizos de Cheju,
campo de carrizos blancos.
En él pongo un espantapájaros.
«Mi cuerpo entero es sólo lágrimas,
sólo el aliento de los campesinos expelido por la tierra.
El viento cargado de aguanieve se hace cada vez más amargo,
la espesa niebla cubre toda la llanura,
pero he visto la gloria emergiendo del suelo,
una gloria real, vigorosa como una canción».
Ve al mar,
el mar lo ve.
Versiones
del coreano de
Paciencia Ontañón
de
Lope
y
Suh Sung-Chul
Del libro Fuente en llamas. Poemas seleccionados de Ko Un
(El Colegio de México, México, 1999).
«¡Ahora vamos a abrazarnos! ¡Ahora hay que acariciarnos!
Hemos fluido hasta aquí,
tú del norte, yo del sur,
soportando tanto dolor, espanto, miseria.
Cuando tu sangre se mezcle con mi carne,
cuando mi aliento penetre en tus huesos,
todo eso se convertirá en luz.
Ahora bailemos, un solo cuerpo ardiente al despuntar el día».
1 Los brazos norte y sur del río Han se unen solamente al este de Seúl.
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Lee Si-Young
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El mercado de Mokkye
El cielo me empuja a convertirme en nube,
la tierra me empuja a convertirme en brisa,
soplo tierno que agita la maleza sobre el muelle,
cuando las nubes se dispersan y la lluvia se aleja.
Soy un mercader rumbo al puerto Mokkye,
afligido incluso ante el fulgor del otoño.
Tres días en bote desde Seúl
para vender maquillaje los días cuatro y nueve.
Las colinas me empujan a volverme flor,
la corriente me empuja a convertirme en piedra.
Escondo el rostro en la hierba cuando la escarcha muerde
y me abrigo entre las rocas cuando los rápidos son más violentos.
Un viajero cargado, descansando en la entrada de una choza de barro.
El río repleto de camarones.
Seré un tonto durante una semana, por vez primera en nueve años.
El cielo me empuja a convertirme en brisa,
las colinas me empujan a volverme piedra.
Versiones
del inglés de
Luis Eduardo García
Contemplación
Mátame
todo lo que ahonda y ensancha el yo dentro de mí
mátame
todo lo que hace florecer carmesís a las camelias
en las ramas secas que hay en mí
mátame
en un día de lluvias granizadas
todo lo que trae a miles de aceradas hojas de cuchillo agitándose en el vacío
[huerto de bambú de mi corazón,
que las hace inclinarse gentilmente hacia mí en la más ligera brisa.
Cuando veo esa colina
Cuando veo esa colina, mi corazón arde en llamas.
La colina que durante todo el invierno solía ver yo
desde la ventana de la prisión
apenas sobreviviendo con sus costillas de blanco inmaculado
hoy abraza para sí misma una multitud de cimas infantes,
con su vasto pecho desnudo expuesto a la nieve de marzo,
expuesto a la nieve de marzo.
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Yoon Sung-hee
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Palabras inconclusas
La nieve está cayendo
La nieve está cayendo
en la tierra donde nadie vive.
Una palabra, una solemne promesa, condenada al eterno olvido,
tiembla, lívida, y se colapsa.
Un grito que no alcanza a escuchar a aquel grito se colapsa encima de él, se
[frota a sí mismo,
mientras otros gritos que no alcanzan a proteger a ese grito
se apilan detrás de los gritos.
Los gritos están cayendo
en la tierra donde nadie escucha.
Caen como puños, sin ruido, detrás de esos gritos.
Los ojos negros de alguien están buscando otros ojos
en la tierra donde nada puede verse.
Ojos que brillan, que no pueden ver a aquellos ojos,
y los ojos que alguna vez brillaron detrás de los ojos
en busca de los ojos que hacían falta
desaparecen en la oscuridad.
Las manos de alguien son llevadas en grilletes
en la tierra que nadie encuentra.
Las manos que llevan a esas manos tiemblan
y luego pierden sus propias manos.
En los corazones de aquellos que las han perdido
las manos carnosas están cayendo.
Versiones
del inglés de
Eduardo Padilla
Después acabé teniendo mucho tiempo libre, y me senté con frecuencia en la barandilla del techo a jugar juegos mentales, rebobinando en
mi memoria. Recordé haber encontrado un billete de mil wons camino a la
escuela y haberlo atrapado rápidamente bajo mi pie (por haberme quedado
ahí parado esperando a que todos se fueran, llegué tarde a clase); ser llevado
a rastras por mi madre a clases de caligraf ía china («Señor, tengo una pregunta. ¿Cómo se escribe la segunda sílaba de “trotar” en escritura china? El
símbolo que uno usa para la primera sílaba es el mismo que se usa para decir “mañana”, ¿cierto? Presumir siempre terminaba en humillación»); haber
pasado una hora encerrado en el baño (nunca descubrí quién fue el que me
encerró); haber aprendido la palabra «consternación» de las páginas de una
historieta (al encontrarme en situaciones desfavorables, yo siempre gritaba «¡Consternación!» y me dejaba caer fingiendo un desmayo. Este hábito
desapareció el día en que me golpeé la cabeza con el filo de un escritorio y
me salió sangre); sentir odio cada vez que oía la frase «Deja que tu hermano
juegue con él» (yo quería responder con un No, pero a pesar de mí mismo,
siempre decía Sí); y cómo deseaba gritar «¡Ya no soy un bebé!» cada vez que
alguien me trataba como si aún lo fuera (me sabía muy pocas palabras en
aquel entonces). Cada vez que rebobino el carrete y lo dejo correr de esta
forma, llega el momento en que me encuentro con la escena más vieja de la
que tengo memoria, la primera de todas. Estoy sentado en la parte de atrás
de un triciclo que está atorado en una zanja. Hay alguien sentado adelante
e infiero que es mi hermano mayor, pues el suéter que esta persona trae
puesto reaparece en uno de mis primeros recuerdos. En esta escena tengo
seis o siete años y estoy corriendo a alguna parte, y traigo puesto el suéter
con el estampado de hojas de arce. Mi hermano lucha por sacar el triciclo
de la zanja. Entre más lo intenta, más hunde su pierna derecha en el fango.
Una de las rueditas traseras sigue girando, levantada en el aire. Veo la rueda
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girar, pensando que me gustaría meter mi dedo entre los rayos. Si alguien
me preguntara «¿Cuál es tu pasatiempo?», yo le respondería «Sentarme en
la barandilla del techo y mirar el sol poniente mientras pienso en la rueda
girante del triciclo».
Toda la familia se sentó en el sofá, esperando el regreso de mi padre. Al
observarlos, sentí curiosidad por saber cuál era el primer recuerdo que cada
uno de ellos escondía en su memoria. El abuelo incluso tiene los números
de su cuenta de crédito de hace cincuenta años archivados en la cabeza, así
que bien podría recordar hasta el punto en que usaba pañales. Sin importar
la ocasión, mi hermano siempre tenía una libreta a la mano. Ya fuera que
estuviese comiendo, viendo televisión, o escuchando los regaños de mi madre, él sacaba una pluma y tomaba nota. Quizás en una de sus libretas está
registrada su primera memoria. ¿Recordará haber conducido el triciclo a la
zanja conmigo en el asiento? En cuanto a mi madre, bueno, no espero gran
cosa. Sólo desearía que recordara apagar la estufa antes de que el caldo hierva y se derrame. Mi hermano bostezó y comenzó a cambiar los canales con
el control remoto. «Déjale en la novela», dijo mi madre. «No soporto a esa
mujer», dijo mi hermano. «No es como si fueras a casarte con ella ¿o sí?».
El comentario de mi abuelo hizo que mi hermano sacara su libreta y tomara
nota. «Aquel viejo adivino dijo que, por lo menos, pasarías el examen de
admisión». El abuelo acarició el cabello de mi hermano. Según va la historia,
mi abuelo fue con un famoso adivino el día en que nació mi hermano. El día
en que yo nací, mi abuelo no fue con el adivino sino a la taberna a beberse
una cubeta entera de licor de arroz. La visita de mi abuelo al adivino el día
del nacimiento de mi hermano no era la primera visita que mi abuelo le
hacía. Había hecho lo mismo cuando nació mi padre, el primer varón en la
familia en tres generaciones. Mi abuelo abrió el dobladillo de su manga para
insertar el papel con los Cuatro Pilares del Destino del bebé —el año, mes,
día y hora de su nacimiento— y luego lo volvió a coser. Luego salió en busca
de un adivino llamado Han, quien, había escuchado, vivía en la ciudad de
G. Lo único que mi abuelo sabía era el nombre del adivino, pero resultó que
la ciudad de G era más grande de lo que había imaginado. Al final decidió
detenerse en la primera casa con letrero de adivino que encontró. Un hombre que se llamaba a sí mismo Mt. Baekdu Bodhisattva estaba ahí sentado,
vestido con el tradicional hanbok blanco. El abuelo anotó en un papel sus
propios Cuatro Pilares del Destino, luego se lo dio al adivino y le hizo una
propuesta. Si adivinas correctamente si mis padres aún viven o no, te entregaré la mitad de mi fortuna. Pero si te equivocas, quiero que me ayudes
a encontrar a la persona que busco. Entonces Mt. Baekdu Bodhisattva miró
el papel durante un largo tiempo y dijo, inclinando la cabeza, preferiría no
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decirlo. Vamos a suponer que yo pierdo. Luego Mt. Baekdu Bodhisattva le
dibujó un mapa al abuelo. Han el adivino había dejado la ciudad de G para
convertirse en un ermitaño montañés en el pueblo de T. Abundaban rumores que decían que Han incluso había rechazado a un político poderoso que
había viajado hasta la montaña para consultarlo. Mt. Baekdu Bodhisattva
le dio una pista al abuelo sobre cómo ganarse el corazón de Han. Y le dio
esta información sin pedir ningún pago. Dijo que después de haber visto los
Cuatro Pilares del Destino del abuelo había sentido lástima por él y quería
ayudarlo. El abuelo se fue caminando, mapa en mano. Le tomó más de un día
tan sólo llegar a las orillas de la ciudad. Pasó por los pueblos C y L. «Te digo,
me perdí en las montañas, comí puro arruruz durante una semana». Fue
un hombre que andaba hurgando en busca de ginseng silvestre el que salvó
la vida del abuelo después de que éste se colapsó de cansancio. El hombre
había extraído tres preciosas raíces de ginseng silvestre esa mañana y le ordenó al abuelo comerse la más pequeña. Revigorizado, el abuelo tomó ventaja de un momento de distracción del hombre para comerse las otras dos
raíces. Después de todo, el abuelo había sido el primer varón de la familia
en dos generaciones. Desde la infancia, le habían dicho una y otra vez, hasta
endurecerse la piel que rodeaba a sus oídos, que era el deber de su familia
el cuidar de su cuerpo. Cuando el hombre del ginseng persiguió al abuelo,
amenazando con cortarle la cabeza con su hoz, el abuelo prometió compensarlo ayudándolo a encontrar no menos de diez raíces. Aquel día, el abuelo
se dispuso a hurgar en busca de ginseng con el hombre. «Primero que nada,
un hombre debe cumplir sus promesas». Mi hermano sacudió su cabeza
lentamente, y se hundió aún más profundo en el sofá. Yo también sacudí mi
cabeza, una muestra de apoyo. Cualquiera que conoce al abuelo sabe bien
que él nunca encontró una sola raíz de ginseng. Esto lo sabemos porque antes de que muriera, el hombre del ginseng vino a cobrarle las tres raíces que
aún le debía. Hace todos esos años, después de que el abuelo y el hombre del
ginseng se separaron, el abuelo continuó en su búsqueda de Han el adivino.
El mismo día en que el abuelo llegó a la puerta de la cabaña de Han, en casa
se estaba dando una gran fiesta en honor al centésimo día de vida del primer
varón en la familia en tres generaciones. Sin pronunciar palabra alguna de
bienvenida o explicación, Han se agachó y le quitó los zapatos a mi abuelo.
Inspeccionó con cuidado los gomusin de mi abuelo, luego le ordenó quitarse
los calcetines. La peste de sus pies llenó la cabaña. El olor era tan fuerte que
un gato que había estado dormitando en un rincón despertó de un salto y
salió corriendo, y no se atrevió a regresar hasta el día siguiente. Los zapatos de goma de mi abuelo se habían desgastado y hecho jirones durante el
tiempo en que deambuló por la montaña con el hombre del ginseng. Han
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Kim Hoon
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sostuvo los zapatos desgarrados y le preguntó a mi abuelo ¿Qué es lo que
estás buscando? «Funcionó, el secreto que me había contado Mt. Baekdu
Bodhisattva. Tuve que caminar cada paso para llegar hasta allí sin comprar
un nuevo par de zapatos, sin importar cuánto se desgastaran». Y así es como
el abuelo consiguió que le leyeran los Cuatro Pilares del Destino de mi padre. Pero a pesar de todas las dificultades que soportó mi abuelo, el destino
de mi padre no indicó nada especial. El consejo de Han para mi abuelo fue
que su hijo no debería intentar ninguna empresa después de cumplir veinte.
Quedarse quieto y cobrar renta, ésa era la vida designada para él. «Si no me
hubiera vaticinado longevidad, no habría regresado yo a casa. Merezco algo
de devoción filial, por lo menos, en estos últimos años, si es que no puedo
esperar nada más de él».
El tintineo de unas llaves llegó desde la puerta principal. «Deberíamos
cambiar a cerradura electrónica», dijo mi hermano. «No soy bueno para
memorizar números», dijo el abuelo. Mientras mi padre batallaba con la
cerradura, el resto de la familia se quedó sentada en el sofá, volteando sus
cabezas para observar al cerrojo girar de derecha a izquierda. Mi padre caminó derecho hasta el sofá y se sentó, metiéndose entre el abuelo y mi hermano. Su ropa apestaba a cigarro. «¿Qué es ese olor?». Mi madre se abanicó
la nariz con la mano. Desde que perdió a su madre por causa de un cáncer
pulmonar, mi madre fue muy susceptible en cuestiones de tabaco. Cuando a
su madre —en vez de a su padre, quien fumó crónicamente toda su vida— le
diagnosticaron cáncer pulmonar en etapa terminal, mi madre tomó el baúl
de cedro de la abuela, su mueble más viejo y preciado, y lo sacó al patio, donde le prendió fuego. Mi abuela le había prometido a mi madre que, cuando
ella muriera, heredaría el baúl de cedro. Si tenías que fumar, lo debiste haber
hecho solo en las montañas, o en cualquier otra parte, le gritó mi madre a
su padre. Su padre estaba en su cuarto y su silueta era vagamente visible a
través de la puerta de papel. Tenía una larga pipa de tabaco en la mano. Después de esa pérdida, mi madre pensaba en el baúl de la abuela cada vez que
olía humo de tabaco. Ese baúl había sido transmitido de madres a hijas durante siglos, desde el reinado de Joscon. Ella nunca volvió a ver la televisión z
Traducción
del inglés de
Eduardo Padilla
El canto de la espada
(un capítulo)
Canto de amor mudo
El viento se abría paso entre las columnas que se elevaban de las furiosas aguas de Noryang. El mar se cubrió de enemigos, cuyas naves, en grupos
y enarbolando banderas negras, llegaban del oeste, desde más allá de la línea
del horizonte. Resultaba imposible estimar el número de barcos, ocultos tras
una cortina de agua. Eran los ocupantes de la base de Suncheon, que, provenientes de la bahía de Kwangyang, se dirigían a aguas de Noryang. A golpe
de trompeta ordené a mis naves retroceder.
Al sur, por encima del horizonte, aparecieron incontables banderas rojas.
De los barcos, ocultos por el agua, sólo se divisaban las banderas ondeando
en el cielo. Eran las tropas de refuerzo del ejército de tierra, que habían
partido después de permanecer largo tiempo en Namhe. Enemigos lejanos,
hasta entonces inalcanzables. Siguiendo los recovecos de la costa, las banderas rojas, sobre las que caían los rayos del sol, se aproximaban a Noryang.
Volví a tocar para hacer retroceder a mi flota.
Entre las banderas negras y las rojas, apareció un tercer ejército de banderas blancas, alineadas en formación de ataque. Eran los enemigos de Suncheon, que, en plena travesía de retirada hacia el este, habían dado la vuelta
de regreso a Noryang, arrastrando con ellos a todas las fuerzas de la costa
de Kyeongsang. Los deshilachados estandartes, en los que aún se distinguía
la inscripción nam mu mio ho te ke kyo, se desplegaban en su línea de vanguardia.
El instinto asesino del enemigo brillaba con luz propia. En alta mar, los
enemigos de varias direcciones habían reunido sus fuerzas, reorganizándose
en un enorme semicírculo. Tantos se habían reunido, que la línea del horizonte quedaba oculta tras sus naves. Su semicírculo se empezó a acercar
como una red del tamaño de todo el mar. Bajo el sol de la mañana, ondeaban
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miles de banderas enemigas. El semicírculo se seguía acercando. Tenía ante
mis ojos a la totalidad de los enemigos. Además de la Marina, en aquellos
barcos iban todos sus efectivos de tierra, que habían llegado a Noryang desde sus rutas de la retirada. Se acercaban oscilando como el agua, cuyas columnas blancas se rompían en sus proas.
En aquel momento, el enemigo me transmitió una sensación de solidez
y resistencia; un instante después sentí que era yo quien tenía que ser resistente, apareciendo el enemigo como algo misterioso. Misterioso, ésa es la
palabra. Arrodillándome sobre la cubierta de mi barco, dirigí una plegaria.
Sin saber hacia dónde ni cómo, estaba rogando algo. Súbitamente, el mar se
sumió en la calma.
Había llegado el momento de desear la muerte; pero, antes, tenía una deuda
que saldar con mi enemigo.
Mi flota retrocedía; los enemigos se aproximaban. En mi retroceso, pasábamos por las islas donde esperaban nuestros barcos en emboscada. Seguí retrocediendo en dirección a un estrechamiento de las aguas. A medida
que el sol se elevaba, el viento, que soplaba a favor del enemigo, aumentaba
su empuje. A la entrada de un laberinto de innumerables islas y canales, el
semicírculo enemigo se empezó a deshacer por el frente y acabó formando
cinco columnas. El núcleo se había estirado y uno de sus extremos quedaba
demasiado lejos para lanzar sobre él un ataque penetrante. No pudiendo
abarcar toda la longitud de sus filas, la única opción era intentar cortarlas en
grupos más pequeños.
Lanzamos flechas encendidas al aire. Los remeros jefes empezaron a hacer sonar los tambores. Las señales transmitidas por las flechas pasaban de
barco a barco, elevándose al mismo tiempo desde todos ellos. De detrás de
las islas, y siguiendo sus recovecos, salieron nuestras naves emboscadas y
empezaron a atacar las columnas enemigas para fragmentarlas. Rotas sus
líneas, las naves enemigas se sumieron en la confusión. Hice girar la proa
de mi barco hacia el enemigo y, avanzando con el grueso de nuestra flota,
lanzamos un ataque masivo contra su línea más adelantada.
La distancia entre el enemigo y nosotros era peligrosamente corta. Desde
nuestros barcos llegábamos a ver sus caras. Los soldados de las naves emboscadas comenzaron a lanzar paja a las naves enemigas, cayendo en cada
una de ellas varias decenas de haces. Algunos de los soldados, alcanzados
por el fuego enemigo, cayeron al mar de cabeza. Nuestros tiradores, a su vez,
abrieron fuego contra los soldados enemigos cuando éstos se deshacían de
los haces de paja arrojándolos por la borda.
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Los enemigos abrieron fuego contra los soldados que, desde nuestros barcos, lanzaban paja a los suyos. Nuestros tiradores, a su vez, dirigieron sus
flechas a los soldados enemigos que limpiaban sus cubiertas de paja arrojando los haces por la borda. Varios hombres de uno y otro lado, alcanzados por
el fuego, cayeron por la borda dando vueltas en el aire.
Una vez acumulada la paja en los buques enemigos, nuestros tiradores
hicieron de ella el blanco de sus flechas incendiarias. El viento soplaba a mi
favor. Los soldados enemigos de tierra, desarmados, eran una mera carga en
sus barcos.
De las naves en llamas cayeron al agua innumerables hombres.
La línea de frente de la fuerza enemiga principal empezó a cambiar de dirección. Invirtiendo la ruta, se encaminaba a mar abierto. Coincidiendo con el
viraje, todas las naves enemigas quedaron desguarnecidas por el flanco de
estribor, momento que aprovechamos para concentrar nuestro fuego sobre
ellas. Varios barcos, con el casco agujereado, empezaron a zozobrar y fueron engullidos por las aguas. Nuestros tiradores, que se habían colocado en
hileras siguiendo la borda, sufrieron varias bajas. Los soldados de reserva
ocuparon las posiciones vacías.
Empezó a oscurecer. Los barcos enemigos que consiguieron superar los estrechos canales de entre las islas se volvieron a encontrar en mar abierto.
El enemigo evitaba el combate a corta distancia. Concentraron su fuego
en ráfagas en busca de algún resquicio en nuestro cerco que les permitiera
abandonar Noryang. Adelantaron varias decenas de barcos hacia mi flota
para distraer nuestro fuego y, a la vez, sacar la fuerza principal por un lado.
Desde el principio había sido manifiesta su intención de sacrificar a parte de
sus hombres para facilitar la retirada de la fuerza principal.
Retiré mi flota y la coloqué en la ruta de retirada de la fuerza principal.
A media noche, la batalla se dio un respiro. Las olas iban creciendo; la luna
brillaba por su ausencia. Los barcos no se podían mover. Desde nuestras posiciones, teníamos al enemigo rodeado. Establecimos centros de maniobra
en puertos e islas cercanos y pasamos la noche en el mar. De madrugada,
repartimos arroz entre los soldados. Parte de los remeros, con las tripas revueltas, cayeron en la cubierta y empezaron a vomitar. Tampoco el enemigo
se movió aquella noche.
De nuevo aclaró el día. Las aguas se habían apaciguado. Estrechamos el
cerco en torno al enemigo, cuyas naves habían deshecho sus filas y se dispersaban sin orden ni concierto. Parecía que intentarían una retirada indi-
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vidual. Sus banderas se entremezclaban caóticamente. Los barcos enemigos,
diseminados a lo largo y ancho de toda la extensión de mar que abarcaba
nuestro cerco, empezaron a buscar puntos de debilidad en los que perforar nuestra red. Las aproximaciones de sus naves provocaron disturbios en
nuestras filas, que se movilizaron para el combate, situación que las naves
enemigas aprovecharon para abrir huecos por los cuales escapar de una en
una.
Sus ataques era descoordinados. Entre mis barcos no funcionaba la comunicación mediante banderas. Al no poder abarcar bajo mi control al total
de la flota, delegué las funciones de mando en los jefes de unidad. Desde
entonces, yo me ocupé sólo de la unidad central de nuestra flota, a la que
hice avanzar hacia el punto más adelantado de la línea enemiga de avance.
La batalla se sumergió en un caos de fuerzas dispersas y líneas disueltas.
Perdido el control sobre barcos y maniobras, me abalanzaba, uno por
uno, sobre cada buque enemigo que se me acercaba. Todas nuestras naves
estaban en la trayectoria del fuego enemigo, pudiendo llegar éste por cualquier ángulo, y lo mismo sucedía con los enemigos que se movían por el
horizonte. Fue un día interminable. El tiempo parecía haberse detenido. El
mar se cubría de despojos. Envuelto por el humo de la pólvora y de la paja
quemada, aquel combate se confundía en mi mente con otros, pasados y
remotos, volviéndose tan vago como ellos.
Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, los buques enemigos incendiados lanzaban ataques suicidas contra la proa de mi buque. Los impactos
terminaban de destruirlos. Varios cadáveres enemigos quedaron entre los
remos y fueron despedazados con su movimiento. Aún sufriría el ataque de
un barco más, que, envuelto en llamas y abriéndose paso entre los cuerpos
que flotaban en el agua, se abalanzó sobre mi buque y quedó destrozado por
la colisión. Los enemigos llegaban de todas direcciones.
Volvió a caer la noche. Los últimos rayos de sol hacían brillar las lejanas
islas del poniente; las luces del ocaso coloreaban el humo de la pólvora. El
viento dormía. Los remeros acumulaban tres noches sin dormir y estaban al
límite de sus fuerzas. Unas cien naves enemigas escaparon hacia el puerto de
Kwaneum, desde donde no tendrían vía de escape posible. Probablemente
equivocaron la ruta.
Al frente de la unidad central de nuestra flota, me dirigí a Kwaneum para
bloquear la entrada y luego atacar a los enemigos que se habían adentrado
en el puerto. Se acercaron a mi buque dos naves enemigas, una de frente y
otra por la retaguardia. El jefe de la unidad central, cuyo barco estaba por
detrás de mí, se adelantó para bloquear el paso a los enemigos que atacaban
de frente. Desde el puesto de mando, le grité:
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—¡Kwaneum está en peligro! ¡Debemos ir a Kwaneum!
Los enemigos, parapetados en hilera en la regala de su barco, descargaron sobre mí una lluvia de balas.
De repente, sentí algo pesado en el lado izquierdo del pecho y me desplomé
sobre el suelo del puesto de mando. El oficial Son Hwerib me cubrió la delantera con su escudo y me trasladó al interior del camarote. El dolor, como
si llevara tiempo viviendo dentro de mí, se me extendía por todo el cuerpo.
Sentí que la muerte se me acercaba, lenta pero segura, como un sueño.
—La batalla está en su momento álgido. No digas que he muerto.
Entre lágrimas. Son Hwerib me quitó la armadura.
—Señor, la bala no ha entrado demasiado.
Yo lo sé bien; sí había entrado demasiado. Había entrado más que la del
29, y esta vez se había instalado justo donde debía. Despojado de mi armadura por primera vez en mucho tiempo, mi cuerpo sintió un frescor que hizo
brotar lágrimas de mis ojos. Los miembros se alejaban de mi corazón; mi
cuerpo se volvía algo difuso, se alejaba, escapaba a mi control...
—Los tambores... que sigan... sonando. Tenemos que llegar... a Kwaneum...
Son Hwerib, secándose las lágrimas con la manga de la armadura, hizo
sonar un tambor.
La caótica batalla continuaba mientras, detrás de su escenario, sobre algún punto remoto perdido en la inmensidad del mar, la oscuridad se filtraba
entre las luces del ocaso. De las aguas surgían, aquí y allá, las llamas que
consumían las naves enemigas. Mi espalda sintió el balanceo del barco. Los
remeros propulsaban la nave rumbo a Kwaneum.
Más allá del muelle se divisaban varias naves enemigas que, huyendo del
lugar de la batalla, habían llegado a aguas lejanas. Tras las batallas, los remolinos del interludio entre flujo y reflujo atraían los cuerpo flotantes, absorbiéndolos hacia las profundidades.
Fragmentos flotantes de los barcos destruidos chocaban contra el casco
de mi buque. Se apoderó de mí una profunda somnolencia.
Quería pedir que echaran mi cadáver a aquel mar de los despojos, pero
mi boca, pesada por el sueño, no se abría. Aquella muerte natural me hizo
sentir un gran alivio. El viento llegaba impregnado de un olor a pólvora quemada. Vencido por aquel sueño irresistible, recordé el olor a leche del pequeño Myon, el de la neblina en las madrugadas a los pies del monte Bekdu,
en la región de Hamkyeong, el del cuerpo sin vida de Ieojin. En la distancia,
creí oír el carraspeo enfermizo del rey. Los olores se mezclaron con el humo
de la pólvora y se alejaron . Parecía que la flota ya había entrado en el puerto
de Kwaneum. Me pregunté si aquel puerto de Kwaneum no sería en realidad
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Lee Hyong-gi
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el puerto de Bosal.1 El barco se balanceaba, mecido por la furia de las olas.
Más allá del muelle, el combate entró en su fase decisiva. De pronto, todo el
fragor de la batalla se transformó en una inesperada calma.
El mar de la poesía
El fin del mundo... así... tan ligero... tan sosegado... dejando en este mundo a... los enemigos a los que no alcanza la espada... yo primero... el ocaso de
Kwaneum... hacia los enemigos...
Una vuelta de la espada
Tiñe de rojo montañas y ríos.
Traducción
y
del coreano de
Ko Hye-Sun
Francisco Carranza Romero
De la novela El canto de la espada (Trotta, Madrid, 2005).
Los poetas en este país escriben
sobre la arena de la orilla.
Viene la ola
y borra sus poemas.
Es la desaparición en el instante.
Después el mar
se traga la ola
y lo sigue haciendo
todos los días,
el mar ennegrece la poesía
hasta más allá del horizonte.
Los poetas de este país
hacen el mar, juntando la desaparición
de los poemas en el instante.
Versión
del coreano de
Joung Kwon Tae
y
Raúl Aceves
Del libro La ciudad inmortal (Universidad de Guadalajara,
Guadalajara, 1998).
1 Bosal (en chino Pusa): equivalente coreano de Bodhisattva, término sánscrito que hace
referencia, en el budismo, a aquel que, encontrándose aún en busca de la iluminación, es
capaz de ayudar a otros seres gracias a su elevada virtud y sabiduría.
Lee Byungryul
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Un mapa sellado
Historia de amor
Un camino se curva a la izquierda; el muro al lado está marcado a fondo con
[numerosas heridas.
Un par de lugares, heridos en profundidad muchas veces, son en verdad
[oscuros.
Son indicios de insignificantes esfuerzos, golpeando débilmente para luego
[volver con los
corazones irritados.
Viví detrás de ese muro.
Viví creyendo que iba a ser breve y viví creyendo que iba a durar mucho.
Cuando por fin me di cuenta de que no puedo hacer nada por las cosas que
ocurren a mis espaldas, la punzada endureció, luego volvió a punzar antes
[de endurecerse lo suficiente.
El hueso de mi mente se rompió y hasta el techo se caía a pedazos, pero de
repente mi corazón volvió a latir como al principio y mi nuca comenzó a
[despedir un olor a verano.
En tiempos cuando la Tierra y la Luna estaban mucho más cerca que ahora
y la Luna se veía más grande
en tiempos cuando un año duraba ochocientos días y un día duraba once
[horas,
arrastrabas los animales que caían en tus trampas,
había un día en que la nieve caía intentando borrar el camino que habías
[hecho
y todas las cosas se congelaban bajo el cielo.
En cuanto el hielo volvió a derretirse, el mundo creció triste,
entonces esa noche sin nombre volvió a congelarse, igual que el río,
y una vez que la gente en el otro lado de esa noche helada, preocupada,
[reunida a la orilla del río,encendía fogatas,
la gente en este lado de la noche también encendía fogatas, preocupada por
[aquellos en el otro lado.
Al pensar uno en el otro esa noche oscura
finalmente te cortaste un dedo.
En tiempos cuando la Tierra y la Luna estaban mucho más cerca y la Luna
[se veía más grande,
en tiempos cuando un año duraba quinientos días y un día duraba dieciséis
[horas
viniste para llevarme.
Con poca disposición a revelar la promesa que habías hecho a Dios, dijiste:
nadie sobrevive ahora temporadas como ésas,
así que volvamos a caras arrugadas de 120, 90, 82 años de edad.
Sin embargo, la promesa que debo mantener
significa avanzar hacia el oscuro y silencioso punto de fuga.
Versiones
del inglés de
Jorge Curioca
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Kim Sa-In
La mariposa
Una mariposa se acerca—
¿qué será eso en su espalda?
No lo sé; ¿quizá un trozo de sombra de mediodía
en la esquina del patio de una casa vacía?
¿Podría ser el llanto de un niño abandonado
que babea
el arroz y la sopa con kimchi que ha comido?
¿Podría ser un sollozo como capas de mugre surgiendo,
acumulándose en la quijada y el mentón?
Lleva en su espalda, mientras vuela, un mediodía al que nadie le importa,
una cegadora soledad. ¿Hasta dónde,
mariposa, hasta dónde llegarás?
Antes de su presencia, hubo días
en los que tuve ganas de arrodillarme en silencio.
Lo profundo de un paisaje
Las rachas de viento
estremecen a las plantas de tallo corto
y nadie pone atención.
Debido al temblor solitario
de un momento de la vida de esas breves cosas
una tarde en el universo finalmente se convierte en noche.
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Entre este lado y el otro de ese temblor, en la brecha
existente entre principio y fin de aquel momento, una quietud
de tiempos antiguos, o quizá su infancia
destinada a pertenecer a un tiempo que aún no llega,
es enterrada superficialmente, visible y no visible,
mientras dentro de la luz primaveral de ese silencio apático
yo, preocupado, espero dormir durante un siglo o dos,
o tres meses o por lo menos diez días.
Entonces, al lado de mi infinitud, que lleva el nombre de tres meses o
[diez días,
mariposas o abejas, insectos que no tienen demasiado de qué alardear,
podrían pasar inadvertidamente, sin dirección alguna;
y ante ello, como en un sueño,
debería reconocer el olor familiar surgido de las antenas, alas o patas
de esas pequeñas creaturas
como tu mirada que tanto profundizó en alguna otra vida.
Dormido en la calle
Te quito la ropa como periódicos viejos.
Te tiendo desnudo sobre el colchón húmedo, y te miro.
Tus manos y pies nudosos han perdido vigor,
qué fatigados se ven tus delgados miembros y costillas.
Lo siento.
Me gané la vida usándote.
Conseguí mujer e hice un hogar.
Queda ahora sólo el sudor rancio y un camino de pesadilla.
De nuevo tendí esa cosa pura que eres tú
en un rincón apartado de un terreno desconocido.
¡Ay!
No diré que no hubo días muy buenos, pero
pagarte, aunque fuese un magro salario, es muy lejano.
Me pregunto si me gustaría irme de manera tranquila,
dejándote simplemente ahí dormido.
¿Qué opinas, cuerpo?
Versiones
del inglés de
Rocío Cerón,
en colaboración con
José Springer
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Ann Heon Mi
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Eclipse
Ella está de pie, bajo la sombra de un hombre, con su dolor solitario como
rollos de papiro, con sus secretas epístolas, ¿acaso éstas lloran, acaso confiesan su soledad, se encuentran solitarias como la música de Piazzola, están
tristes como la sombra del árbol de espino en flor o quizás no, o eso es todo?
Bajo la sombra del hombre que no tiene ojos, nariz ni boca, ella está de
pie murmurando, como si estuviera cortando una manzana, digamos que el
amor es sólo amor, ella corta los ojos del hombre, su nariz, su boca, festeja,
luego sonriente escupe al hombre como a una negra semilla de manzana z
Versiones
Mentiras telegráficas
Cuando era una joven graduada de la escuela comercial, vivía en las
colinas de Ahyeon-dong rodeada de insectos de grandes y largas antenas,
era una huérfana; aunque no realmente una huérfana, trabajaba de vendedora para ganar la renta mensual, la ración mensual de arroz, y por eso vendía
mi juventud. Mi juventud como una flor; ¿quién dice que estaba triste? Al
encontrarme con mis amigos de la escuela tartamudeaba, no era la pobreza
lo que me evitaba ir a la escuela, era una huérfana aunque en realidad no una
huérfana. También tartamudeaba cuando los insectos, con sus largas antenas, salían del clóset tan pequeño como un bikini, oo-oooh-, los domingos
comía un tazón de salchicha en el mercado de Ahyeon, nadie me preguntaba
porque siempre estaba sola, porque siempre iba sola, y yo comía entre un
silencio agradecido, una huérfana aunque en realidad no una huérfana.
Cuando era una joven graduada de la escuela comercial, trabajaba en un
alto, alto edificio y pasaba mi juventud en flor dándome cuenta de que no era
yo la que era alta, pero, ¿quién dice que estaba amargada? En la oscura recámara los insectos con sus largas, largas antenas prosperaban, se escurrían
entre espacios ciegos, de maneras no diferente de las mías, eran mi familia
pero en realidad no eran mi familia. Mis ojos parpadeaban mientras encendía
el carbón y pensaba en la desaparición de la moda setentera mientras los humos invisibles del carbón subían; sin embargo las antenas de los insectos seguían haciendo cloc cloc sobre mi frente, ooh-oooh- eran mi familia pero en
realidad no eran mi familia, mi juventud en flor sabía a insectos. En una vieja
librería de Ayheon conocí a un hombre que una vez se levantó convertido
en insecto, golpe de suerte de una sola vez en la vida, ahora he formado una
verdadera familia con los insectos con sus largas, largas antenas ooh-ooohmira cómo tecleo mis mentiras telegráficas, tap tap, ¡mis mentiras de poema!
del inglés de
Rocío Cerón,
en colaboración con
José Springer
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Lee Dong-ha
La ciudad juguete
(un capítulo)
La Peluquería de Kángster
No sólo los chicos nos entreteníamos con juegos de caza. Los adultos
también se comprometían en actividades igualmente peligrosas. Los incidentes en la Peluquería de Kángster son un buen ejemplo.
Había por lo menos cinco o seis peluquerías en nuestro miserable barrio,
pero sólo una tenía un cartel en la puerta. El resto operaba sin licencia. Entre
los dos tipos de peluquerías existían muchas diferencias, desde el mobiliario
y las habilidades de los empleados, hasta los precios y el tipo de clientela. Es
fácil imaginar cuál de los dos tipos de establecimiento frecuentábamos los
niños. Nosotros quedábamos contentos con nuestras cabezas mal rapadas,
ásperas, afeitadas como castañas, con parches desiguales, y el mobiliario y
las habilidades del servicio nos daban lo mismo. A veces incluso nos dejábamos afeitar en cuclillas por las manos de algún barbero itinerante.
Las peluquerías sin licencia, por no tener, no tenían ni sillas. Tenían más
bien asientos improvisados, hechos con tablones ásperos, construidos para
la comodidad del barbero y no la del cliente. Además, las tijeras rotas y las
dudosas habilidades del peluquero y su falta de cuidado garantizaban que tu
corte de pelo pareciera hecho a mordiscos. Mi corazón daba un salto cuando el barbero agarraba la navaja. Cortarse el pelo era un evento inmenso. A
veces te podías contagiar de tiña por las tijeras sucias.
Considerando todo esto, la única peluquería con licencia del barrio bien
podría haber estado en otro planeta. Tenía tres sillas de metal, definitivamente fabricadas para el confort del cliente, varios peluqueros bien entrenados y una esteticista con bata blanca. Allí lavaban la cabeza con agua caliente en cualquier estación, hacían faciales, cortaban las uñas de las manos
y los pies, y recortaban los pelitos de la nariz y las orejas. No todos los que
vivían en el barrio eran pobres, así que la peluquería prosperaba. Entre las
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personas que yo conocía había varios clientes habituales: el señor Gwak, el
señor Choe, el padre de Carne de Tofu y sus cuatro hermanos, el dueño de
la fábrica de terciopelo y el dueño de la tienda de reparación de radios. También el señor Kim, víctima de la bomba atómica, fue cliente cuando estaba
vivo, aunque él recibía al peluquero y a la esteticista en su casa. El yerno de
la Viuda Ruda, aunque vivía de su suegra, frecuentaba la peluquería más
que nadie. De cualquier manera, si eras uno de sus clientes, pertenecías a la
élite del barrio. La mayoría de los vecinos, incluyendo mis amigos y yo, los
mirábamos con envidia.
Pero la peluquería tenía un defecto. En el cartel de la entrada, claramente
tallado en relieve, decía «Peluquería de Kang», pero nosotros la solíamos
llamar la «Peluquería de Kángster». El dueño era un joven llamado Kang1.
Era el más joven de los tres peluqueros, y tenía la cintura fina y la piel clara
como una mujer. Siempre iba pulcro y elegante. El cuello de su camisa estaba
impecable, y su peinado, arreglado con mucho gel, nunca tenía un pelo fuera
de lugar. A veces, cuando no estaba ocupado, se sentaba en una de las sillas
giratorias, la orientaba hacia la ventana y miraba la calle soleada. Su mirada
era fría y contenida, como su apariencia. A veces, cuando espiábamos su
peluquería, nos cruzábamos con esa mirada y nos espantábamos. No podíamos ni mover las piernas para huir, tal era la fuerza que su misterio ejercía
sobre nosotros.
Su relativamente concurrida peluquería también la frecuentaban muchos clientes sospechosos, hombres que dependían de sus puños y su nervio
para sobrevivir en el barrio bajo y en el mercado. Entraban en la peluquería
cuando querían matar tiempo o montar una escena. En las tardes tranquilas,
se afeitaban, lavaban sus caras, contaban chistes sucios, y se adueñaban de
las sillas para echar siestas mientras los empleados los miraban airados. Por
ese tipo de hombres empezamos a llamar así a la Peluquería de Kángster. Los
clientes más timoratos se asustaban y se iban antes de entrar por la puerta.
El mayor inconveniente de la peluquería era que parecía ser un lugar de
encuentro de gángsteres. En circunstancias normales, la gerencia hubiera
tomado cartas en el asunto, pero aquí nadie hacía nada para cambiar la situación. Parecía que al señor Kang no le importaban los clientes indeseados,
ni su comportamiento indecente. Claro que los puños, y no la ley, regían
nuestro mundo. De todas maneras, nunca dudamos de que si el señor Kang
les dejaba en paz no era porque desconfiara de sus propios puños.
Era, como dije antes, una persona misteriosa. Tenía el aspecto frágil
como una muchacha y parecía ser de ese tipo de hombres que viven en un
1 Gang y Kang pueden pronunciarse casi de igual manera en coreano.
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gisaeng2, pero poseía una fuerza asesina, y detrás de ese aspecto ocultaba
la frialdad de una cuchilla de acero. Se sabía que había pertenecido a algún
tipo de unidad especial en la guerra, y allí se había acostumbrado a cruzar el
umbral entre la vida y la muerte. La gente decía que juntando a todos los que
había matado se podía formar un pelotón de tamaño considerable, y que las
medallas y condecoraciones que había recibido por su distinguido servicio
en la guerra llegaban a pesar un gwan. Él mismo nunca nos relató ninguna de
estas aventuras, y tampoco habíamos visto ni una de sus múltiples medallas.
Supongo que la gente que chismeaba sobre sus acciones heroicas nunca las
había visto tampoco, pero nosotros creíamos en estas historias, porque el
señor Kang, de vez en cuando, como para ganarse nuestro respeto, revelaba
sus inmensas habilidades.
El primer incidente violento había sucedido la primavera anterior. La Peluquería de Kang había estado abierta algo menos de un mes. Un hombre,
arrojado a través de la gran puerta de cristal de la peluquería, rodó hacia
la calle. Algunos muchachos andábamos rondando por allí, y retrocedimos
asustados. El señor no era joven, se estaba quedando calvo. Pensamos que
nunca se volvería a levantar. Pero se puso en pie de un salto y asumió una
postura de defensa. Nos quedamos con las bocas abiertas. No era un hombre cualquiera. La sangre descendía por su frente como delgadas serpientes.
Con el ceño fruncido, fijó una mirada asesina en la puerta.
«¡Hijo de puta, sal de ahí ahora mismo!», gritó. «¡No estoy muerto aún,
cabrón, pinche puto!» Sus gritos, aunque fuertes, sonaban vacíos. El señor
Kang se materializó a través de la puerta destrozada. Estaba tan arreglado
como de costumbre. El cuello de la camisa impecable, al igual que su peinado. Sólo sus ojos brillaban más fríos que nunca.
No podíamos creer lo que veíamos. Todavía no sabíamos nada del señor
Kang. Tan sólo era el dueño con aspecto afeminado de la nueva peluquería.
Pero su oponente, aunque mayor, parecía alguien con amplia experiencia
en los bajos fondos. Nunca nos hubiéramos imaginado que el señor Kang le
podría hacer nada.
Todo se terminó en un instante. Nuestras expectativas fueron superadas
con creces. Fue tan impresionante que capturó nuestros corazones para
siempre. Después, durante muchos días, aquel incidente fue el único tema
de nuestras conversaciones. No lo podíamos olvidar, como si hubiésemos
sido partícipes de una emocionante escena en una película. Primero, vimos
la mirada helada del señor Kang y su femenina cintura doblándose como
un arco, y después las terminales de sus cuatro miembros volaron hacia
2Un gisaeng es una casa de entretenimiento de Corea, en donde hay mujeres (no prostitutas), juegos y licor.
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delante, apuntando con precisión a los puntos débiles de su oponente. La
resistencia del hombre daba pena. Cayó de nuevo al suelo, y ya no se volvió
a levantar.
Pero esto fue sólo el prólogo. Después de aquel día, dieron lugar muchos
episodios similares en la Peluquería de Kang. El protagonista era por lo general el mismo señor Kang, que siempre vencía. Sus enemigos iban cambiando,
pero nadie podía tumbarlo. A veces aparecía un arma como parte del atrezo,
y otra veces participaba todo un grupo de gente, pero los resultados eran
siempre los mismos, gracias a los movimientos infalibles del señor Kang —y
también porque sus clientes peligrosos le ayudaban cuando era necesario.
La cosa es que a pesar de su fragilidad aparente, el misterioso señor Kang
se nos parecía cada vez más y más a un gigante, y la Peluquería de Kángster
era su reino. Pronto estábamos deseando que apareciera un contrincante de
su talla, uno que protagonizara una pelea emocionante. Por supuesto también nos preguntábamos por la razón de aquellas escenas dramáticas, pero
en el fondo no nos interesaban las respuestas, sólo las peleas sangrientas.
No nos importaba lo suficiente como para pensarlo demasiado, y en cambio
llegamos a la rápida conclusión de que los adultos disfrutaban de aquellos
juegos peligrosos, igual que a nosotros nos gustaba cazar por la noche z
Traducción
del inglés de
Anna Angulo
79
Kim Kyung Ju
El mundo externo
Nacido sin brazos, él fue un pintor que dibujaba sólo al viento.
Sosteniendo el pincel con la boca, sobre el lienzo
dibujó vientos que nadie conocía.
La gente no podía discernir la forma de sus dibujos.
Pero su pincel fluía muy muy lejos y luego de regreso,
emitiendo un sonido igual a la suave respiración de un niño.
Si un dibujo no tenía éxito,
se subía a un acantilado y abría la boca durante meses.
Para encontrar un color jamás visto antes
dejaba caer un volcán negro en el interior de sus ojos.
Lo que solía dibujar eran
las manos que había dejado en el vientre materno.
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Esta noche, al recordar lo que un artista alguna vez dijo sobre la sensibilidad
imposible, ya de vuelta en el callejón tras comprar una manada de veinte
cigarrillos, bien pude haber pensado en los fríos ojos del Buda que podría
haber frecuentado este callejón, el Buda que se habría apoyado, temblando,
contra la pared, sin poder recordar su pueblo natal. Finalmente regreso a la
música al pensar que una pestaña de Buda podría estar tirada aquí en algún
lado.
De todas las disciplinas de Buda, la de vagar siempre fue mi predilecta.
Vagar es así. Sentado en cuclillas, con la vida de uno temblando toda. Incluso
en días en los que el corazón colapsa de amor. Despierto. Solía sentarme
temblando en un cuartito trasero. Cuando pensamientos como éstos me
visitan, mis ojos sueltan un olor a río.
Mi walkman gira y enrolla varios miles de años del Ganges en mi oído, y de
las grietas junto a la ventana asciende el olor de los sueños que los muertos
sueñan junto al río. Tal vez el olor de todos los sueños que nunca pudieron
soñar en vida está fluyendo hacia cada ventana en la ciudad. Aunque me
pregunto por qué la cabra blanca atada al palenque de la posada llora toda
la noche.
Podría ser que la cabra blanca recuerda todos esos astros para aprender la
expresión humana soledad. Aquella noche, mientras el joven Buda se sienta
mordiéndose las uñas sucias en el alféizar de la Casa de Huéspedes de Baba,
mirando hacia abajo al agua oscura, hay una vida que desea escribir, mientras
las tierras extranjeras de mi cuerpo son muchos gritos. Cada lágrima era un
punto de fuego temblando finamente en mi ojo.
Hielo seco
En mi walkman fluye el Ganges
—De hecho soy un fantasma. Un ser vivo no podría sentirse tan solo.1
En días solitarios me toco la carne.
Me pregunto si la música que ha rondado por cada rincón de mi cuerpo aún
sigue viva dentro de mi piel.
Desde la noche en que cumplí doce, he estado encendiendo hogueras azules
dentro de la radio. Aun cuando la brisa es muy ligera, la música vacila como
a punto de la desaparición, la desaparición, pero bajo una lámpara baja que
da una luz húmeda estoy recordando un eco que vuela en dirección opuesta
a la Tierra.
Estoy esperando a que esa tarjeta postal llamada alma venga volando desde
mi antípoda.
Hay veces en las que, de pronto, olvido la letra de mi madre.
Y puedo sentir en las ventanas de diciembre que
el tiempo que me separa de mi lugar natal está en estado crítico.
Eso es romance.
Esta vida será problemática hasta el final.
Con mi cabeza metida en el refrigerador del supermercado al final del
callejón,
esculco los bienes congelados,
1 Tomado de un poema del antiguo poeta Chim Yeon.
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Pyun Hye-young
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y toco de pronto un pedazo de hielo seco.
Las horas congeladas me queman y se pegan a mi piel.
¿Qué podría la vida —viviendo en tal frío, para luego desaparecer en
partículas tan calientes—
estar deseando negar?
¿Podría ser que, en ese breve contacto,
las horas, más puras que el ardor apático,
consumieron todos los momentos que habían echado raíz en mi cuerpo?
Tiemblo como si hubiera perdido todo mi calor corporal.
Brillo brevemente en el callejón con el resplandor del mercurio,
como si hubiera revelado todos los paisajes nocturnos que llevo dentro.
He de perecer como mártir en los tiempos en que no pude vivir.
Un viento lodoso atraviesa la luna
mientras los aires que no pudieron ascender lentamente a los cielos
fluyen, congelados, hacia las casas
como fantasmas.
Versiones
del inglés de
Eduardo Padilla
Cenizas y rojo
Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está
muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está muerta. Mi exmujer está
muerta. Mi exmujer está muerta.
No dejaba de murmurar para sí mismo estas palabras, pero no importaba las veces que las repitiera, no iba a asumir la verdad. Lo que hacía Yujin
era gastarle una broma pesada. Yujin sabía que él se había acostado con su
exmujer después de que ella se había divorciado de él y casado con Yujin,
y ahora, obviamente, había dedicado los últimos días viendo la manera de
hacerle daño.
Abrió la puerta de la terraza. El olor a basura y a desinfectante penetró
en la habitación; al tiempo, un dolor seco se extendió desde el centro de su
cuerpo. No era el dolor de darse cuenta de que su exmujer estaba muerta.
El sentimiento era parecido a lo que sintió cuando era niño al pararse frente
al oscuro retrato fúnebre de su madre muerta. No le dejaron ver el cuerpo
de su madre. Era sólo un niño entonces y nadie en su familia quería que él
viera cómo se veía ella muerta, con el cuerpo destrozado por el accidente
de tráfico. Aunque era sólo un niño, sabía lo que era la muerte, pero aún no
entendía lo que significaba que su «madre» hubiera muerto.
El motivo por el que se sintió triste fue su padre. Su padre, vestido con
un traje negro de tela demasiado pesada para la temporada, goteaba sudor
en la funeraria. El traje lo había comprado para su boda, hacía nueve años.
Mayorista de muebles, su padre vestía pantalones de mezclilla y una chamarra todos los días para trabajar. Si no era para asistir a las bodas de otras
personas, casi no tenía motivo para usar traje. Las mangas del saco estaban
demasiado apretadas en el cuerpo de su padre, que se había vuelto más corpulento después del matrimonio. La tela negra estaba arrugada de inclinarse
hasta el suelo cada vez que un doliente se acercaba al retrato fúnebre y de
sentarse como una piedra con la espalda desplomada. Las mangas, que apre-
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taban como salchichas cada vez que se echaba hacia adelante para saludar
a alguien que había venido a presentar sus condolencias, parecían a punto
estallar. Por la tarde del segundo día, la costura de la axila finalmente cedió y
la camisa blanca saltó. Parecía una lengua blanca. Todos estaban demasiado
tristes como para que les importara o como para reírse. El dolor del duelo
les permitía pasar por alto el ridículo. Él no dejaba de mirar la tela blanca.
Parecía como si su madre le estuviera sacando la lengua para evitar que llorara. Más tarde esa noche, después de que él se había quedado dormido en
la sala de recepción donde los invitados seguían empinando vasos de alcohol
en silencio, lo despertó el sonido de sollozos ahogados. Su padre estaba solo,
llorando frente al retrato fúnebre. Él rompió en llanto. Lloró por el silencio
en la sala funeraria, por el olor de la sopa picante de pechuga que se había
espesado y condensado de hervir demasiado tiempo, por el rostro oscuro de
la gente cansada y por la visión de su padre llorando a mares. Lloró desde el
dolor de un hijo mirando a su humilde padre vestido con un traje roto, con
lágrimas en una cara contraída y bufonesca, con la cabeza calva y perlada de
sudor, y no debido al luto por una madre fallecida.
El funeral terminó y pasó un mes. Su padre llamó a una limpiadora para
que le ayudara a arreglar el desastre en la casa. Cuando ella abrió el refrigerador, hizo una mueca, sacó los recipientes uno por uno y los puso sobre la
mesa. Eran los últimos platillos que su madre había preparado. Estaban mohosos y podridos. Él se había escondido en su habitación, mirando a través
de la puerta mientras ella limpiaba, pero cuando él vio esto, saltó y agarró
uno de los recipientes antes de que ella lo pudiera verter por el fregadero.
Eran camarones secos fritos. Odiaba los camarones secos. Cada vez que los
comía, las cáscaras se atoraban en sus dientes. Se quedo ahí, frunciendo el
ceño a la odiosa limpiadora, y se rellenó la boca de camarones secos con
moho.
El estómago le dolió durante días. Sin nadie que lo cuidara, tuvo que sufrir esto solo, con la diarrea haciendo erosión en su parte baja. Finalmente,
entendió que su madre se había ido. El dolor se extendió por su cuerpo y su
corazón, subiendo y bajando por el esófago con cada bocanada nauseabunda
de camarones blandos y mohosos. Había yacido despierto en la cama hasta
altas horas de la noche, enfermo y solo, resignado al hecho de tener que
atenderse para salir de la enfermedad sin su madre.
La muerte de su exmujer lo hundiría de la misma manera. Sólo después
de que le doliera todo el cuerpo a causa de ella, sólo después de que todas
las palabras que quería decir y necesitaba decir hubieran retrocedido a su
interior y revuelto su estómago, sólo después de que su lengua endureciera
por el dolor de ser incapaz de pronunciar una sola palabra puesto que ella
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no estaba allí para escucharla, su muerte finalmente se haría real. No estaba
triste porque ella estuviera muerta. Lo que sentía era el asombro de encontrarse en un país extranjero y saber, a través de alguien que era poco más que
un extraño para él y que lo informaba con una voz unilateral y cargada de
recelo, que la persona de la que se sentía más cercano en este mundo se había ido. Ahora más que nunca anhelaba hablar con ella. No dejaba de repetirse las palabras «está muerta» para intentar librarse de ese deseo. Aunque
pudiera no convencerse de ello, era obvio que no estaba en el departamento
con él. Así que de todas formas no podía hablar con ella.
Antes del divorcio, él se había descarriado una vez. La chica era simpática y reía con facilidad, y él le gustaba. Durante un tiempo estuvo atormentado en secreto, preguntándose si realmente amaba a la chica y tratando
de averiguar si ella lo amaba. Un día podía pensar que estaba locamente
enamorado, pero al día siguiente pensaba que si esa cosa frágil que sentía era
lo que llamaban amor, entonces podía decir que había amado a un perro en
la calle. Mientras la indecisión sobrevolaba, él se acostó con la chica varias
veces.
Lo que le había molestado entonces no era el sentido de haber cometido
una falta moral o de culpabilidad que sentía por acostarse con otra persona
mientras estaba legalmente casado. Tampoco era porque se sintió mal con
su esposa. Ni porque se sintió mal con la chica con la que se acostó aun no
teniendo claro si la amaba o no. Era la soledad que sentía de no ser capaz
de discutir el problema abiertamente con su esposa. Era la soledad de quien
guarda un secreto que preferiría no cargar. Cuando se trataba de las olas
de sentimientos que lo arrasaban, el estremecimiento que sentía cada vez
que veía a la chica, la inseguridad de no saber si ella lo iba a abandonar, la
ansiedad de querer ser amado por ella, la soledad de tener que adivinar lo
que ella estaba sintiendo a través de una palabra trivial, ya que ella no lo
dejaba entrar por completo, y el hecho de que quería alejarse de ella a pesar
de todo eso, en la única persona en que quería confiar era en su esposa. Su
esposa era la única persona que podía haber escuchado toda la historia y
decirle si la chica realmente lo amaba, si él amaba o no a la chica y lo dif ícil
que le iba a poner el amor las cosas al final. Pero él sabía que precisamente
por esa razón, de todas las personas, era a su mujer a la que no podía decir
una palabra de eso.
Estaba tan solo ahora como estuvo entonces. Tenía ganas de hablar con
alguien sobre la muerte de su exesposa y de la decepción que sentía porque
ella había huido a un mundo del que él no formaba parte. Pero la persona
con la que quería hablar acerca de su muerte era, más que nadie, su propia
exesposa. Ella hubiera querido decirle lo asustada que estaba en el momen-
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Kim Sin-yong
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to en que se dio cuenta que estaba a punto de morir, lo mucho que dolió
cuando la hoja del cuchillo —como lo imaginaba, él comenzaba a llorar por
primera vez— rajaba su carne, lo angustioso que era darse cuenta de que
todavía estaba viva después de repetidas puñaladas, y lo aterrador que era
expulsar su último aliento al tiempo que empleaba sus últimas fuerzas para
abrir los ojos y mirar a su asesino. Tan solo como lo hizo a él no ser capaz de
hablarle a ella de la soledad, así de sola la habrá hecho a ella no ser capaz de
hablarle a nadie sobre su propia muerte.
Sus lágrimas cayeron, aun así su muerte todavía no se sentía real. Incluso
si su cuerpo estuviera ahí ahora, delante de sus ojos, sentiría lo mismo. Pero
como él ya no era un niño, tenía que aceptar su muerte, asumida o no, y le
dolía imaginarla sufriendo. Nunca la volvería a ver, nunca más tendría una
conversación con ella. La oportunidad de hablar sobre la soledad de guardar
secretos que no podían compartir entre ellos, acerca de la profunda soledad
que surgía de cargar sólo las cosas que ellos debían saber, se había ido para
siempre z
Traducción
del inglés de
Jorge Curioca
La babosa
Una babosa camina sobre los guijarros.
No tiene hogar en su espalda
protegida sólo por colores, ningún caparazón.
Desnuda, con el cuerpo cubierto de una secreción viscosa
como saliva, se arrastra ociosamente.
En su suave, tierna piel
indefensa
—un dedo de sol podría hacerla polvo—
la babosa parece disfrutar el paseo
o la esperanza de dormir un poco sobre una cama de piedra.
Se arrastra despacio, como un durmiente que avanza.
Igual que Diógenes saliendo de un barril de vino,
sigue el movimiento del agua y las nubes
abandonando la casa que cargaba sobre ella.
Similar a un monje errante que deambula sin abrigo
camina lentamente, con pasos que siguen leyes cósmicas.
Siento lástima por ella, mi esposa cubrió su cuerpo desnudo con una hoja de
[col que lavó en el arroyo.
Pero la babosa, luego de vacilar un poco, aparece de nuevo como si estuviera
[molesta.
¡Largo de aquí, sombra!
Versión
del inglés de
Luis Eduardo García
Moon Chung-hee
Ra Hee-duk
Canción de la mujer madura
Coloquio
Llegó una estación extraña
que no es primavera ni otoño.
No existe nada, excepto la catarina y yo;
las dos entramos en esta habitación para evitar el frío.
Nos pusimos los zapatos de tacones puntiagudos
además andábamos levantando la nariz.
La catarina se arrastra con dificultad por el suelo,
sacude el aire en un colapso patas arriba,
posa absorta en la página abierta de un libro
y —como si de pronto recordara—
despliega sus alas traseras para limpiarse silbante.
Aunque me ponga los zapatos sin tacones y cómodos
sin mucha importancia
llegó la estación donde puedo observar ágilmente el mundo.
Me molesta usar ropas caras y accesorios lujosos
estoy desnuda de mi pecho
por lo que me quité todo
a la añoranza y obstinación que me sentí nerviosa
llegó la estación buena donde nadie me mira
aunque yo iría al mar del Este o quizá no.
El silbido de las alas corta el corazón
como una pequeña sierra eléctrica.
A través de la ventana, el sol de invierno
ilumina la espalda pinta de la catarina.
Y cuando también ilumina
los ojos que miran la espalda de la catarina,
Está creciendo frondoso el cuento sobre hijos y dolencias
más grande que una fruta y más rojo que una hoja caída
cuando empezamos a hablar.
la oruga dentro de mí
se dirige a la catarina dentro de ti.
Llegó a esa estación gorda y fantástica.
Versión
del coreano de
Los dos somos un poco como insectos:
¿qué tipo de coloquio podemos mantener?
Joung Kwon Tae
y
Jorge Orendáin
Del libro Cinco poetas contemporáneos de Corea (Aldus, México, 2006).
¿Un olor que se libera;
un zumbido al rodearnos el uno al otro;
una juntura que sacude el aire
al quedarnos patas arriba;
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Hwang Ji-woo
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una ociosa agitación de polen
al deslizarnos entre el pistilo y el estambre?
¿Qué calor podemos —medio insectos como somos—
compartir antes de secarnos
en un rincón de la ventana?
Un puñado de sol de invierno,
corto como la cola de muñón de un corzo.
Con zapatos rosas
Me entregué a la música;
mis pies se deslizaron y empecé a desprenderme del tiempo.
El hilo se desenredaba dentro de mí,
se deslizó sul-sul-sul-sul en el umbral.
Mis pies bailaron más allá de la panadería, más allá de la lavandería,
más allá del parque, más allá de la oficina local china,
más allá de tu mesa y de tu cama, más allá de las tumbas y los campos de
[hierba.
No regresaron. ¿Y ahora qué?
«¡Sigue bailando!», gritó el mundo.
Aunque a mis piernas las amenace la amputación,
aún puedo entregarme por completo a la música.
Recuerda que traigo mis zapatos rosas ajustados.
¿Escuchas la melodía en mi sangre?
¿Escuchas el agua que atraviesa el dique?
Soy libre de ir a donde quiera, pero no tengo dirección.
El sol no se pone sin importar cómo baile.
El carrete dentro se desenreda sin fin,
como agua que corre sobre el dique.
Los hilos se enredan, las carreteras se enredan.
Con el hacha levantada, la ciudad corre hacia mí,
tratando de atraparme,
pero no puedo parar de bailar,
por culpa de los zapatos rosas que me puse hace mucho tiempo,
somnolienta por demasiado tiempo.
Versiones
del inglés de
Jorge Curioca
Buscando una forma de vivir
Salgo. Regreso. Duermo. Me levanto.
Cago. Me cepillo los dientes. Me lavo la cara. Hoy, justo lo mismo. Salgo
como siempre, la persona más extraña en la quinta república.
Camino. Leo todo
en la calle. A salvo antes que nada.
Nuestra capital. Nuestra tecnología. Nuestro metro. El cuarto piso
de la construcción por Hanshin Co. El sitio de construcción del cuartel
[del Grupo Kugje.
La New York Bakery en Pusan.
Planta baja: café de día, taberna de noche. 1er. Piso: agente
de la Samsung Electronics. 2do. Piso: Academia de francés y japonés. 3er.
Piso: Clínica dermatológica Jinwoo Lee. 4to. Piso: La Iglesia Sunmin
[Jungang,
Iglesia Presbiteriana de Korea. 5to. Piso: Club
de aeróbics y salud. Azotea: Una torre de publicidad con imágenes
de drogas milagrosas para el embarazo, hemorroides y enfermedades
venéreas pegadas
en postes de luz.
No hay abertura. Pero si penetras
la ahuecada valla publicitaria
y te fijas si hay extraños y llamas a la policía
por si fueran sospechosos... Sentada en el paso a desnivel todo el día
mostrando peines, cortaúñas, cinturones, removedores de cerilla,
pañuelos,
y monederos
la vida de una anciana por 2,000 o 3,000 wons el día
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He cruzado
cargando 20,000 wons en mercancía
ella es perseguida por la policía ¡ah!, ¡esta vida! ah, ¡este paso a desnivel!
ah ah ah ah se le pandea la columna vertebral a la vida
ah ah ah ah ah a esta vida le tiemblan las piernas
no se mira sobre la calle el futuro
al futuro se le mira claramente
ignorándolo todo balbuceando
parloteando, suspirando, respirando trabajosamente, jadeando
Las calles supuran deseo sexual como un hervor antes que reviente
poderoso
músculo
una grúa carga una viga de acero 100 metros cielo adentro
ah ah ah ah ah ah ah miro la audacia, la diligencia y la locura
la sinceridad y la ceguera miro y miro
a un martillo neumático ferozmente abrir hoyos en el asfalto
en las piedras, en las rocas
una excavadora implacablemente desentierra capas de sedimento pero
el hecho de que la excavadora inesperadamente esté levantando pura,
blanca, fina tierra
que está 20 metros por debajo
no es una pasión o un credo sino compasión
como una persona que la conoce, yo
debo de dejar de ver el mundo con los ojos de la compasión,
como una persona que la conoce, yo pero
ah ah ah ah ah ah ah, qué lástima! un joven
que irrumpió en el banco con una bomba casera y se voló a sí mismo (Sept.
2,
Jungang Ilbo)
la desnuda hostess del bar fue estrangulada por su amante secreto (Junio
15,
Hankook Ilbo)
un guardia nocturno que a medianoche se convierte en un ladrón de casas
(Dic. 12, Diario de Kyunghyan)
un hijo le dio una paliza a su padre hasta matarlo (Abril 11, Diario de Seúl)
un policía atracó un antro de juegos y se robó las apuestas (Julio 26, mbc
[radio)
un profesor acosó a una colegiala (Nov. 30, Chosun Ilbo)
altos sacerdotes blandieron espadas y garrotes en el Templo Shinheung
[(Agosto 3, kbs radio II)
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un grupo de adolescentes murieron calcinados en una discoteca (Abril 14,
[Noticiero de Yonhab)
un exdiputado jefe de la cia coreana estafó 1 billón de wons (Marzo 6,
[Donga Ilbo)
ah el tiempo fluye bien
los días ciegos fluyen bien
los días en que ni siquiera levanto un dedo fluyen bien
los días en que nada pasa —sin accidentes, eventos, romances,
sucesos, autosucesos, e infortunios aun esos días
fluyen bien
Trazo iii-1980 (5.18 x 5.27 cm) por Lee, Youngho
El camino es recto
como decir que el tiempo puede representarse en el espacio.
El camino está cubierto de negro asfalto
como decir que es una desolada medianoche cuando hasta la transmisión
[nocturna ha terminado.
Una línea amarilla en medio del camino se dibuja para indicar dónde el
[diafragma de la vida
como si fuera el punto más hondo de la Primera Avenida, ennegrecida por
[mortal silencio,
donde gente cuyas mentes muertas pero con cuerpos que aún palpitan
[yacen bocabajo y escuchan las pisadas,
o como si fuera el abismo sin fondo de mi fiebre y grito.
Una X blanca dibujada
sobre la blanca ↓ junto a la línea amarilla,
y la luz de la calle derrumbada en pedazos sobre la cruz.
Desde la luz de la calle hasta la X blanca, o
más allá de ella, o
sobre el borde de la lona hasta la pared blanca,
impresos trazos de botas militares apurándose,
como diez, cientos, miles de sellos.
Como decir que es el último camino
en el cual no has de volver.
Versiones
del inglés de
Fernando Carrera
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Yun Dae Nyeong
La crianza de la golondrina
(fragmento)
6
Los días posteriores a nuestro viaje a Tailandia fueron increíblemente
serenos, casi de manera inquietante. Poco tiempo después de empezar en mi
nuevo empleo me asignaron a un equipo a cargo de la producción de videos
promocionales corporativos. De forma gradual me di cuenta de que en el
proceso de ser transportado de aquí para allá como a un loco por un torbellino de turnos nocturnos y viajes de negocios, la pesada sombra de la soledad
que me oprimía comenzaba lentamente a disiparse. Hice mi mejor esfuerzo
a cada instante por concentrarme en ese sentimiento, y no dejar que se fuera.
Mientras esperaba iniciar su empleo como maestra, Mun-hui trabajaba
medio tiempo en un restaurante de Bucheon. Ya que sólo trabajaba de lunes
a viernes, nos seguíamos viendo en Seúl los fines de semana. Era un sábado
por la tarde, el último sábado de mayo. Yo estaba esperando a Mun-hui en
la entrada al metro, en la estación del Ayuntamiento. Era nuestro habitual
punto de encuentro. Un chubasco comenzó a caer unos 10 minutos antes de
la hora acordada. Por alguna razón, el vendedor de paraguas que yo siempre
veía alrededor de la estación había decidido no presentarse ese día. Mun-hui
llegó puntual, pero la lluvia estaba cayendo a cántaros. Claro, ella tampoco
había traído paraguas. Por un rato vimos caer la lluvia en la pared de piedra
del Palacio de Deoksu, y entonces Mun-hui hizo una sugerencia inesperada.
«Vamos a Dongdaemun a visitar a tu madre».
Las palabras fueron tan repentinas, que tardé un rato en contestar.
«Siempre me he preguntado cómo es ella».
Todo tipo de ideas pasaron fortuitamente por mi cabeza. Parece que ya
llegó el día, pensé. El día de caminar al altar con Mun-hui. Bajamos por las
escaleras de la estación y subimos al tren hacia Dongdaemun. Quería hablarle primero a mi madre para avisarle que íbamos en camino, pero Munhui me detuvo. Pretendamos que estábamos en el vecindario y decidimos
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visitarla de improviso, dijo. Para cuando salimos de la estación de Dongdaemun, la lluvia ya se había acabado y el sol estaba brillando.
Sucedió que ese día mi madre estaba sentada en la tienda, lindamente
ataviada con su tradicional hanbok. Saludó a Mun-hui con calidez, como si
recibiera a un viejo amigo, tal vez porque pensó que estaba conociendo a
una posible futura nuera. Mun-hui también saludó a mi madre. Mi madre
invitó a Mun-hui a sentarse con ella en el angosto espacio de piso laminado
en el que estaba sentada, luego tomó las manos de Mun-hui y las abrigó en
las suyas.
«Me alegra tanto que hayas venido. Algo me dijo esta mañana que un
invitado especial podría venir a verme».
Mi madre tomó el teléfono y ordenó café a domicilio, luego le dijo a su
empleada que trajera huevos cocidos y sándwiches. No había espacio en
donde sentarme excepto metido entre las dos, así que decidí dejarlas solas
mientras charlaban. Salí y pasé el tiempo husmeando por las tiendas del
vecindario. Cuando volví media hora más tarde, sin la más remota noción
sobre lo que las dos podrían haber discutido en mi ausencia, esto es lo que
mi madre le estaba diciendo a Mun-hui.
«Por eso me sorprendí tanto cuando te vi entrar; era como si me estuviera viendo a mí misma, a tu edad».
Instintivamente, me sobrevino una sensación de presagio. Ay, Madre.
«Parecía como si acabaras de volver de alguna parte. Como las golondrinas cuando vuelven al hogar en la primavera, en el tercer día del tercer mes
lunar».
Mi reflejo fue inspeccionar el rostro de Mun-hui. A pesar de que su expresión se había endurecido, su sonrisa seguía ahí. Algo estaba mal. Acunando su taza de café con ambas manos, Mun-hui me volteó a ver con una
sonrisa rígida.
«Dicen que los hijos crecen y encuentran a una muchacha que se parece
a su madre. Eso es muy cierto en el caso de mi hijo».
Mi madre nunca entendió nada sobre mí, su propia sangre y fruto de sus
entrañas. Yo ciertamente nunca había buscado una chica que se pareciera a
ella, mucho menos había deseado encontrarla. Y ahora, mi madre había sacado el tema del matrimonio demasiado pronto. Y yo sin posibilidad de opinar.
«Te tomará algo de tiempo comenzar a dar clases y empezar con tu carrera. ¿Qué tal si planean la boda para la próxima primavera?».
Mun-hui dio un discreto paso hacia atrás.
«Mi familia aún no sabe que estoy saliendo con Hyeong-u. Y, como usted
dice, aún no me han asignado a ningún distrito escolar. Pero lo discutiré con
mi familia a la primera oportunidad».
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«Sí, haz eso».
Rechazando la insistente sugerencia de mi madre a esperar un par de
horas para que pudiera llevarnos a cenar, nos fuimos del Mercado de Dongdaemun y tomamos un taxi a Dongsung-dong. Nos bajamos en el Parque
Marronnier y, aunque aún no oscurecía, entramos a un café pobremente iluminado y ordenamos cerveza. Encima de nuestras cabezas había una larga
ventana horizontal vertiendo luz sobre la entrada del café. Una vez más, una
atmósfera trémula e inquietante se estaba materializando.
«Parecías bastante apenada hace rato».
La respuesta de Mun-hui fue profundamente serena.
«Sí, pues, un poco».
«Espero no dejes que te moleste lo que mi madre te dijo».
Claro que Mun-hui sabía bien de lo que yo estaba hablando.
«Pero yo también tuve la misma sensación que ella. Realmente hay algo
similar en nosotras, Hyeong-u».
No, no me interesaba escuchar eso. No había pasado toda mi vida sufriendo y vagando de un lugar a otro sólo para acabar casado con una chica
igual a mi madre. Mun-hui levantó su cabeza y contempló la luz brillante
que entraba por la ventana horizontal. Por un instante su rostro no fue visible. Como si lo hubieran borrado.
«Qué extraño... todas las golondrinas se están juntando en el techo».
Mun-hui estaba soñando. Probablemente estaba viendo las parvadas de
golondrinas en las llanuras de Ganghwa. En aquel momento yo estaba viendo las golondrinas en el techo en Wat Chalong.
«Tu madre dijo que cuando las golondrinas gorjean, significa que uno va
a terminar solo o que se va solo de viaje a un lugar lejano, y que por eso ella
se fue de casa con la primera nevada».
«La gente puede irse, pero luego vuelve. Justo como nosotros volamos a
Tailandia y luego regresamos con vida».
Mun-hui no me estaba escuchando, cosa que a veces hacía.
«También dijo que te dejaría, Hyeong-u. Y que luego volvería».
Luego me enteré de que mientras yo conversaba con Mun-hui en Dongsung-dong, mi madre salió de la tienda en Dongdaemun y no fue a casa en
dos días. En esta ocasión sí le confesó a mi padre dónde había estado. Dijo
que había estado en la casa vieja. Busqué en el directorio el número de la
pareja que nos había hospedado a mí y a Mun-hui en la Isla de Ganghwa. La
esposa confirmó la historia de mi madre. Mi madre se había quedado en la
casa vieja con ellos durante dos días.
Más o menos al mismo tiempo me enteré por mi padre de que yo alguna
vez tuve una hermana mayor. Le dio sarampión justo antes de cumplir dos
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años. Una noche, poco tiempo después de enfermarse, dio un último llanto,
muy tenue, y murió en la clínica del pueblo. Mi padre me dijo que en el año
en que yo nací ella hubiera cumplido tres años. Pero ni siquiera eso podía
explicar las enigmáticas ausencias de mi madre durante cada invierno z
Traducción
del inglés de
Eduardo Padilla
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Han Yujoo
Fotógrafo en blanco y negro
(fragmento)
La lluvia cae a un ritmo constante. De vez en cuando oigo el sonido tenue de los coches a la distancia atravesando los charcos. Cuando me
tiendo inmóvil y miro hacia el techo, no puedo ver nada. ¿Qué hora era en
este momento? ¿Era temprano por la mañana? Como aún no escuchaba el
esporádico paso de los coches, tal vez todavía no pasaba de la medianoche. El sonido me tranquilizaba. No voy a ser capaz de quedarme dormido hasta que algunos rayos entren a través de las grietas de las maderas
que cubren la ventana, apenas tan grandes como para que un par de dedos
las tapen. Ahora mismo, el único nombre que recuerdo es el nombre propio Betty. Tap, tap-tap-tap, tap, tap-tap. Las oscuras gotas de agua que caen
en el techo suenan como un código Morse. Pero no puedo descifrarlo. El
sonido resbala sin sentido como la primera vez que escuché una lengua extranjera. Y cuando cae un rayo, hago borrón y cuenta nueva. No siento mis
manos atadas. Una cuerda delgada ata con fuerza mis muñecas y las manos se tocan por el dorso —tan fuerte que la cuerda se clava en mi piel cada
vez que intento mover mis manos. En la primera noche me duelen las muñecas, en la segunda noche me duele todo el cuerpo y hoy no me duele nada.
Mis nervios embotados bloquean el dolor. No he gritado durante los últimos
siete días. Porque cuando una persona decide encerrar a alguien, todo —incluso la insonorización del cuarto— está previsto de principio a fin. Así que
nadie escucharía nada.
Y cuento los días que quedan. Uno, dos, tres, cuatro. Los días que no han
pasado desapercibidos sin poder hacer nada. Cuando los rayos alumbran y la
oscuridad pinta las paredes, hay rostros que recuerdo. Son rostros de familiares, amigos y personas que han pasado desapercibidos. Rostros sin contornos claros, ahora incluso sus nombres son confusos. Es algo triste. Eso
es lo que pienso, pero las lágrimas no vendrán. Hay una razón para todo. Sin
embargo, este principio funciona según la ocasión. Esta persona con las ma-
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nos atadas y los pies mirando al techo, encerrado en un lugar desconocido, podría ser otra persona con un nombre diferente. Si lo pienso de esta
manera, me enojo. Me enojo tanto que no lo puedo soportar. Hay fuego dentro de mí. El fuego quemará mi cuerpo. En mi bolsillo hay una carta arrugada. En mi mente tengo tan claras las palabras de la carta que no es necesario
sacarla y leerla una vez más. Huele a polvo. El olor es gris como la ceniza.
Escritas claramente en negro en el centro de un cuadrado blanco, están las
palabras: Si un millón de wons no se deposita dentro de tres días, el dedo
de su único hijo será cortado. Ésa fue la primera carta. El número de cuenta era falso y «tres días» y «un millón de wons» eran cifras ambiguas. Más
que nada, un millón de wons se convirtió en el problema. Pasan tres días. El
dedo está a salvo. La policía descarta el caso como una broma. Pasan unos
cuantos meses. El dedo está a salvo. La gente casi ha olvidado el incidente,
pero yo a veces me preguntaba con qué dedo habría empezado. La habitación de mamá es la que recibe más sol en toda la casa. La parte superior
de su tocador está llena de botellas de vidrio que contienen materia líquida y
sólida. En la parte de atrás de su desgastado y poco profundo cajón está la
primera carta. Cuando empiezo a leerla palabra por palabra, dolores fantasma parten de mi dedo meñique izquierdo y viajan al dedo anular, luego al
dedo medio.
La segunda carta llega. Esta vez, el nombre de cada miembro de la familia
está escrito en la carta. Dice que el dedo del hijo será cortado si 100 millones
de wons no están listos en tres días. Cada noche, un pedazo de papel blanco
con palabras revueltas y manchadas se desliza por debajo de la puerta. La
carta se mantiene en secreto. Sin embargo, no incluye instrucciones sobre
la manera de entregar el dinero. Los investigadores van y vienen. Por su vestimenta y por el aire que se dan, es fácil decir que son policías. Cuando 100
millones de wons se comparan con el dedo meñique de un niño que acaba de
cumplir diez años, no hay manera de saber lo que es más importante. Quiero escuchar lo que mis padres y los investigadores se dicen en secreto en la
sala de estar. Los extremos de sus palabras se cortan, como si estuviera escuchando estática en el radio. La televisión está encendida. Pasan una telenovela. Ahora, enterradas bajo el sonido de los gritos de los personajes,
sus palabras son aún más dif íciles de entender. Quiero preguntarles. Quiero
preguntarles si un dedo vale 100 millones de wons o si diez dedos valen 100
millones de wons. No hay reloj en la habitación. No hay nadie que te diga la
verdad. Tal vez no haya una verdad que podamos llamar la verdad. La carta
está escrita en papel blanco normal y en una fuente común. Probablemente
no haya una sola huella digital. La era en que las personas podían ser rastreadas a través de su caligraf ía o del tipo de papel que utilizaban ha pasado.
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No hay ni siquiera un sello en el sobre. Estaba en el interior del buzón de
correo con la factura de la luz. El buzón costó 10 mil wons. Algunas personas quieren domicilios sólo para recibir cartas. La gente necesita casas más
que nada. Pagan sus teléfonos, agua y facturas de la luz, y el término «pago»
se utiliza en lugar de «pagar», y una casa es necesaria para recibir estados
de cuenta, publicidad y catálogos de regalos. Una casa también es necesaria
para recibir cosas como tarjetas de Navidad y Año Nuevo. Una casa hace
pensar en el hogar y el hogar hace pensar en la familia. No está claro si la
palabra «familia» puede evocar las palabras «amor», «calidez» o «relación».
De acuerdo con ciertas historias, esos hogares existen. La gente que vive
arriba ha estado fuera del país mucho tiempo. El correo que no cabía en su
buzón se amontona en el suelo. Revistas envueltas en plástico con nombres
como Nuestra Nación 12, La Revista Verde, Geo y American Traveler y hacen capas de color rojo, amarillo, azul y negro. Pienso en robar algunas, pero
al final no lo hago. Tampoco está claro adónde se ha ido la gente de abajo.
Su buzón está lleno de avisos de pago de tarjetas de crédito y de bancos. Me
duele cada vez que veo la letra roja en los sobres. Otra familia se muda abajo.
De vez en cuando, gente de una empresa desconocida o de una agencia de
cobro llama a la puerta de abajo, y el nuevo jefe de familia no abre la puerta,
y detrás de la puerta frontal de acero, niños pequeños dicen que no tienen
ningún vínculo con la persona en cuestión, que es un completo desconocido, que nunca lo han visto. Una vez, una carta de cadena circuló. Las cartas
fueron esparcidas por una montaña a donde fui en una excursión. Decían
que quien las leyera quedaría ciego. Todos los avisos de pago se dirigían a
una sola persona. El apellido de esa persona es Kim. El nombre propio es tan
común que no puedo recordarlo ahora.
Poco a poco pierdo la sensación en los dedos. No puedo agarrar un lápiz,
los palillos se resbalan de mi mano, tres días pasan así y no sucede nada. Pienso que sería bueno ir a un país extranjero. Estados Unidos, China, Francia,
Tailandia, no importa. No me vienen a la mente tantos países como esperaba.
Quiero estar en medio de un idioma extranjero que naturalmente infiltre mis
oídos, luego mi mente, luego mis venas. Si puedo poner dos océanos entre mí
y este lugar, la seguridad puede estar garantizada por una diferencia horaria
de doce horas. La ansiedad que residía en tan sólo unos cuantos dedos poco
a poco se extiende por todo mi cuerpo y mi sistema nervioso. Pronto, la tercera carta llegará, y entonces todos se sentirán en peligro. Un hecho que ni
siquiera ha comenzado no puede terminar. Veo mi meñique, valorado en 100
millones de wons. Es un objeto extremadamente caro.
Finalmente llega la tercera carta. Para comenzar esta historia se necesitan tres personajes. Esta vez sólo hay un nombre escrito en el sobre. Es mi
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nombre. El día anterior, mi familia y yo fuimos a comer intestinos de vaca a
la parrilla. Estómago de vaca, hígado de vaca e intestinos de vaca bajan por
la garganta. Dicen que una vaca tiene cuatro ¿o eran seis estómagos? Las
entrañas de una vaca, ricas en proteína, pronto se transformarán en mi sangre y en mis huesos. No puedo decir si soy yo el que ha tragado grasa o si
es la grasa la que me ha tragado. Apesto a carne asada. Todo mi ser estaba
durmiendo en algo desconocido. Mis padres casi no hablan mientras comen. Tengo la sensación de que esta noche estaré a salvo. El ajo quema. Sin
embargo, no se debe confiar en las sensaciones. Padre come un pedazo de
cebolla a la parrilla. La cebolla, con sus múltiples capas, me recuerda a una
muñeca rusa. Una lagartija corta su cola y escapa cuando ocurre un peligro, pero como mi dedo es diferente a la cola de una lagartija, no volverá a
crecer cuando lo corten. Se dice que un gato tiene nueve vidas, por lo que
incluso en situaciones de vida o muerte no reculan. Recular, regatear. Regatear, reventar. Reventar, reverenciar. Reverenciar, incendiar. Me concentro
en hacer juegos de palabras interminables. Yo, que no soy un gato, sospecho
que estos juegos fueron inventados por gente con miedo a morir. Mamá
pide cerveza. Las empresas de bebidas alcohólicas deberían empaquetar el
alcohol en envases de cartón, no en botellas de vidrio. Incluso las botellas
de jugo deberían ser de plástico. Tengo miedo de las horas que se avecinan.
Mis padres están hoy de buen humor. Se debe a que la carta llegará mañana, y puede ser que hoy nada suceda. A la mañana siguiente, me dirijo a la
escuela. Un sedán blanco normal me sigue. El claxon suena bajito. Un hombre con rasgos normales sale del coche. En un tono normal, me dice que mi
padre ha tenido un accidente. Hay una especie de insistencia en la forma en
que habla, pero no sospecho de él. Ya han pasado varios meses desde que
llegó la segunda carta y mi mente está llena de mis propias preocupaciones.
Uso tenis negros, pantalón gris y una camiseta negra. Mi mamá llena mi armario con colores aromáticos. Después de haber estado en el coche cinco
minutos, empiezo a preguntarme si ella sabe la ropa que uso hoy. Para presentar un informe de persona desaparecida se necesita una descripción, y
probablemente ella no será capaz de recordar nada acerca de mi apariencia
f ísica. Es junio de 1991. Es un tiempo normal, algunos están naciendo y algunos van a la tumba. Cuando le pregunto si Padre está gravemente herido,
el hombre contesta que no es nada serio. Cuando le pregunto si el hospital
está cerca, él dice que no está demasiado lejos. He estado en el coche durante cinco minutos. El hombre empieza a silbar. Cuando le pregunto quién es
él, él dice que trabaja con mi padre. ¿Y quién se supone que debes ser tú?, me
pregunta. Mi cuerpo se congela aterrorizado.
Se detiene a un lado en una calle tranquila y me venda los ojos. No se ha-
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bla más, dice. Cumplo su orden para no llamar la atención y me arrastro hacia el suelo del asiento trasero. Me ata las manos. El coche gira a la izquierda, a la derecha, y da vueltas en U una y otra vez. Se trata de acciones de conducción normales y corrientes. Las lágrimas brotan de mis ojos. Yo gimoteo
al tiempo que lloro. Cállate, no hagas un solo ruido, dice. Me trago mis lágrimas. Siento como si hubiera escuchado esas palabras durante mucho tiempo. Una vez en la escuela, me preguntaron si sabía la diferencia entre el tiempo y la hora del día. Era la clase de matemáticas y aprendíamos a leer la hora.
Yo respondí que el tiempo está en constante movimiento y que cada hora
del día es un punto fijo. De pronto, el término “representante independiente” me viene a la mente. En la oscuridad, trato de adivinar la hora. Me obligo
a recordar que la situación en la que estoy pasa ahora mismo. El tiempo se
desborda. 8:03, 8:04, 8:09. La hora se hincha dolorosamente. Incluso la hora
supura con llagas. Nunca he visto una llaga antes. De repente, estoy increíblemente feliz. No hay nada que yo pueda hacer.
Él escribe la carta después de que me ha encerrado en el almacén. Dice
que si no recibe 500 millones de wons en tres días, me va a cortar el dedo.
Trata la carta con cuidado. Mientras duermo, él va a lo que había sido mi
casa hasta hace un par de horas y pega la carta en nuestro buzón. En el
buzón hay un folleto que publicita coches último modelo. Pegado a la parte
posterior del folleto hay un paquete gratuito de semillas de lechuga. Él mete
las semillas en su bolsillo y vuelve al almacén. La mañana pasa de esta manera. No hay nadie en casa y nadie se entera de que falté a la escuela ese día.
A las tres de la tarde, la escuela se cierra. Hay niños alborotadores que a veces tiran los cartones de leche que les dieron en el almuerzo en la calzada enfrente de la escuela. Los coches pasan sobre ellos y los cartones explotan
en forma de aerosol blanco. La leche deja manchas largas y puntiagudas en
el asfalto. Los niños gritan. No importa que sea blanca, una mancha sigue
siendo una mancha. La fecha de caducidad de la mancha es el 8 de abril de
2001. Pero la mancha seguirá las huellas de los neumáticos, viajará a otros
lugares y pronto crecerá sucia. De repente, el término «fotógrafo en blanco
y negro» viene a la mente. A algunos niños no les gusta tomar leche. Hay
niños que vomitan después de tomar un sorbo. Los niños sospechan que la
leche, comúnmente conocida como el alimento perfecto de la naturaleza,
se da a los estudiantes ya sea porque la Secretaría de Educación está aliada
con la industria láctea o porque la Secretaría de Salud y Bienestar Social tiene como objetivo aumentar la altura promedio de toda la nación, para hacer
de nosotros la raza más alta de Asia. Donde yo vivo, no hay niños en extrema
pobreza o no se notan, y la mayoría de los niños probablemente pueden permitirse comprar algo tan pequeño como un cartón de leche al día. La leche,
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que ya no es especial por aquí, se machaca en una mancha blanca en la carretera, se da a los perros y a los gatos o se utiliza como un arma violenta.
Hay leche más que suficiente. Si tomáramos toda la leche en todo el país y
la tiráramos en el río Han al mismo tiempo, ¿qué pasaría con Seúl? Una vez
que él ha regresado al almacén, se da cuenta de que caí dormido y trae una
pequeña maceta de plástico de una esquina. La maceta está cubierta hasta
la mitad con tierra seca. En cuanto corta la esquina de la bolsa, las semillas
se desparraman como granos de arena. Semillas de lechuga, una maceta,
tierra, agua y luz solar son necesarias para iniciar esta historia. Él saca una
botella de 500 mililitros de agua, desenrosca la tapa y vierte un poco de agua
en la maceta. Casi no entra luz en la habitación. Nadie ha leído la tercera
carta todavía. Las semillas no podrán germinar. Semillas y una maceta, y
tierra y agua y luz solar son necesarias para cultivar lechuga, pero se necesita
tiempo más que nada. La luz del sol y el agua se necesitan todos los días, y se
necesita reforzar el tallo frágil con un soporte fino para que no se caiga. Pero
para cultivar lechugas, más que nada hay que esperar. Uno tiene que esperar
a que el nuevo brote, más pequeño que una semilla, impulse su camino a
través de la tierra, para que el tallo con forma de hilo se levante, para que
la pequeña curva de la hoja se despliegue, para que cada pequeña semilla
desaf íe con calma la gravedad. El hombre deja la maceta y se endereza, yo
me despierto con el sonido de sus manos que golpean sus pantalones para
sacudirse la tierra. Mis manos están atadas. Me levanto del sofá. Él se acerca lentamente. Me pongo a llorar de nuevo.
La primera persona que encuentra la carta es Padre. De camino a casa de
vuelta del trabajo, se detiene en la tienda a comprar un paquete de cigarros
y dos latas de atún. No ha pasado mucho tiempo desde que la tienda, con
su conocido letrero azul en todo el mundo, llegó a nuestra zona. Sentí una
sensación de alivio cuando la tienda abrió sus puertas. Dijeron que durante
veinticuatro horas, cincuenta y dos semanas y trescientos sesenta y cinco
días al año, el letrero que ilumina la tienda no se apagaría. El hecho me tranquilizó. Si era tarde por la noche o temprano en la mañana, sus puertas permanecían abiertas, y dentro había una persona que no se había dormido
todavía, y los anaqueles estaban llenos de mercancía que no se había abierto
todavía. Bolsas de frituras infladas con nitrógeno. Bebidas de todos los colores detrás de las puertas de cristal del refrigerador. Alimentos procesados.
De vez en cuando, imagino la tienda que ilumina la calle vacía en la noche.
Busco refugio en ese lugar al que casi nunca he entrado. Botiquines de primeros auxilios, personal de seguridad, transportes de carga, vehículos, bolsas de plástico, billetes, monedas, teléfonos, plástico, vidrio, vinilo, plástico.
Padre saca el conocido sobre del buzón de correo. Al mismo tiempo, un
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montón de revistas, catálogos y facturas se desparraman del buzón de arriba. Los pasos de Padre en la escalera son ansiosos. No hay nadie en casa. Él
mete su llave y abre la puerta. Pone la carta sobre la mesa. Espera.
La primera persona en leer la carta es mi mamá. Corta el extremo del sobre con las tijeras de la cocina. Padre me busca. La cara de mamá palidece z
Traducción
del inglés de
Jorge Curioca
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