Sevilla Bujalance, Juan Luis - E

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CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE
L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO:
PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO
ROMA, 21-25 settembre 2003
Pontificia Accademia di San Tommaso
–
Società Internazionale Tommaso d’Aquino
La constitución europea y el
humanismo cristiano
Prof. Juan Luis Sevilla Bujalance
Universidad de Córdoba (España)
El borrador del Proyecto de la Constitución europea, una vez dado a
conocer a la opinión pública, ha sido objeto de importantes discrepancias, de las
cuales un buen número de ellas se han dirigido hacia el Preámbulo del Tratado
con que se inicia. El texto completo de dicho borrador vio la luz en los primeros
días de Junio del presente año 2003, y ha sido en un párrafo, concretamente el
segundo, de su originario Preámbulo – insertado de su puño y letra por el
Presidente de la Convención y ex Presidente de la República francesa, Valery
Giscard D'stain – donde se han centrado la mayoría de las aludidas críticas. En la
redacción inicial de aquél se hacía expreso reconocimiento de las civilizaciones
griega y romana, y de las corrientes filosóficas de la Ilustración como los orígenes
y elementos que han ido formando una herencia cultural, religiosa y humanista en
Europa, la cual ha inspirado la implantación en la vida de la sociedad "su visión
del valor primordial de la persona y sus derechos inviolables e inalienables, así
como del respeto del Derecho."
En su literalidad se ignoraba la voz del actual Pontífice, Juan Pablo II, quién
exhortaba a que se hiciese mención expresa y reconocimiento del Cristianismo
también como uno de los factores esenciales en el acrisolamiento de Europa. En
consonancia con ésta petición se sucedieron las críticas inmediatamente a la
publicación del borrador que la omitía y, provenientes de las Ciencias, las diversas
religiones, y en general la Cultura y la Sociedad, aquellas fueron llegando a los
diversos medios de comunicación. Así, estos se han hecho eco de las discrepancias
para con el texto que, con origen en múltiples naciones y ámbitos, han sido
formuladas por personas de toda índole, incluyéndose entre ellos autorizados e
ilustres nombres de relevancia en el mundo de la Cultura de nuestro tiempo. La
reacción ante tales manifestaciones contradictorias no se ha hecho esperar, pero en
lugar de ceder ante la pretensión pontificia y las corrientes y opiniones que la
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Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU
J. L. SEVILLA BUJALANCE, La constitución europea y el humanismo cristiano
secundan, el Praesidium de la Convención ha eliminado del texto las alusiones a
las civilizaciones griega y romana, y a la Filosofía de la Ilustración como
elementos trascendentales en la configuración de Europa.
Con la supresión de esta sucinta relación de los factores más relevantes en
la Historia del Viejo Continente se ha querido alcanzar una posición neutra,
tratando de establecer un "equilibrio" tan absurdo como inexistente en el auténtico
devenir cronológico de aquél. Con independencia del Credo religioso que puedan
profesar los redactores del borrador del Proyecto de la Constitución europea,
ignorar la trascendencia que ha tenido el Cristianismo en la formación y evolución
sociocultural de Europa supone un error de grandes dimensiones. Basta una
mirada retrospectiva para comprobarlo.
La Filosofía social, y en general la especulación racional y científica de
Occidente, hallan su primigenia raíz en el seno de las ciudades-estado griegas, las
denominadas polis. En el ocaso de las civilizaciones arcaica, minoica y cretense, la
Hélade se hallaba dividida en un considerable número de estos pequeños estados,
original situación fragmentaria que va a perdurar invariablemente a lo largo de
los siglos. Será en centurias muy posteriores cuando, principalmente a causa de la
actividad de potencias extranjeras, tenga lugar un proceso de cohesión y aumento
del territorio helénico. Pero ya desde los tiempos más remotos de la Historia de la
Civilización griega, queda manifiesta la especial inclinación que sienten los
habitantes de aquellas polis hacia la actividad filosófica. La nómina de personajes
que dedicaron sus días a la Ciencia de la especulación en Grecia es probablemente
una las más extensas que conocemos, y puede hallarse entre sus integrantes a
autores de talla universal que se han erigido en pilares fundamentales de la
Historia del Pensamiento. En este proceso secular histórico-especulativo podemos
distinguir y resaltar un período como especialmente relevante a causa de las
modificaciones que con él se introducen en la Filosofía. Será a partir del Siglo V,
tras la victoria sobre Persia, cuando ya convertida Atenas en capital intelectual del
mundo helénico, constituya el núcleo de convergencia de las corrientes filosóficas
de la época. En medio de este clima intelectual, y debido en gran medida a la
influencia de la escuela de los sofistas y de Sócrates, tiene lugar un giro
trascendental en el objeto de la especulación, que si en un principio se había
ceñido fundamentalmente en su actividad al origen y composición del Cosmos,
ahora comienza a poner sus ojos en el ser humano. Se inicia con ello el
denominado período antropológico, en el cual las diversas escuelas emergen,
coexisten y se suceden a lo largo del tiempo, tratando múltiples materias desde el
prisma filosófico, pero manteniendo como denominador común entre todas ellas
el estudio del Hombre y su convivencia en Sociedad, la Ley, la Moral, y su
aplicación a la realidad vital. Es a partir de entonces cuando brilla con toda su
fuerza la aportación de Grecia a la Cultura occidental, especialmente en el mundo
del Pensamiento. De entre todas las Ciencias, la Filosofía, que todo lo impregna y
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con cualquier rama del saber enlaza, adquiere un rango especial, un status de
supremacía, quedando a partir de entonces impresa como un carácter esencial en
la personalidad del pueblo heleno. Esta época de oro de la Filosofía, conocida
como de la Ilustración, nos sugiere nombres y escuelas de la categoría y relevancia
de Sócrates y los sofistas, Platón y su Academia, Aristóteles y el Liceo, Epicuro,
Carnéades, el Escepticismo o el Estoicismo. En todos ellos no sólo hallamos
pensadores que profundizaron en las causas últimas y los fundamentos del
Hombre y la Sociedad, sino que además, conforme a su propia concepción,
adoptaron una actitud ante la vida en coherencia con los postulados que
defendieron.
Pero la especulación, que tanto supuso en el mundo griego marcando
definitivamente su personalidad, no sólo va a perdurar en el espacio y en el
tiempo en su ámbito helénico, sino que va a trascender sus fronteras y a pervivir
por los siglos, extendiendo sus principios, reglas y conclusiones, a través de la que
fuera entonces una gran potencia económica y militar: Roma.
Correría a cargo de una de aquellas escuelas, la stoa, la transmisión de la
Filosofía griega hasta el Orbe romano. No fueron sin embargo las primigenias
concepciones, postulados e ideas de los estoicos en su estado puro las que
llegarían hasta Roma. Previamente, los principios generales que hacia el final del
Siglo III sentara el fundador de la escuela, Crisipo, sufrieron un importante
proceso de revisión. Decisivas para impulsar tal proceso serían las críticas a las
que los sometieron otras escuelas y corrientes, propiciando aquella revisión que
dio lugar a una nueva reexposición de la stoa. En ella se detectaron y eliminaron
algunos postulados que se habían recogido del Cinismo asumiéndose en la propia
Filosofía estoica, los cuales la hacían de difícil comprensión y aceptación popular.
Así, entre otros elementos, fueron desterradas las tendencias a considerar al sabio
como un ser distinto de los demás mortales, apartado de las preocupaciones
corrientes, pasándose en la nueva concepción estoica a afirmar que el Hombre, ser
social por naturaleza, vive en Sociedad y a ella, todos, incluido el sabio, deben lo
mejor de sus facultades. En ésta reelaboración del Estoicismo se constata la
presencia de elementos extraños a él, extraídos de las obras de Platón, Aristóteles
y otros filósofos clásicos, que se toman y asimilan en el cuerpo de principios e
ideas propios, otorgándole así a la nueva línea estoica un cierto carácter sincrético.
En ella se postulan valores como la unidad e igualdad de la especie humana, la
benevolencia, el amor y la tolerancia, y la confianza del ejercicio e impartición de
la Justicia en el estado.
Antes de la llegada de estos principios a Roma, el nacimiento y evolución
de ésta venía marcado por el preeminente carácter pragmático de sus pobladores,
preocupados esencialmente, mas que por la especulación, por los medios con los
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J. L. SEVILLA BUJALANCE, La constitución europea y el humanismo cristiano
que regular las relaciones y vínculos que surgían entre ellos, o los establecidas
entre ellos y los sujetos que eran de origen extraño a la Urbe (Latini, peregrini). La
ciudad crecía incesantemente a través del tiempo impulsada por una connatural
tendencia expansionista, viéndose envuelta constantemente en encuentros bélicos
con otros pueblos a los que trataba de someter, y ratificando alianzas y sellando
tratados en otras ocasiones, con el fin de solventar sus diferencias o regular las
relaciones con naciones extranjeras. Por su parte, el recorrido histórico-jurídico de
Roma había transcurrido, aún sin saberlo, en una línea tendente a la convergencia
hacia aquellos principios que inspiraron los nuevos postulados del Estoicismo
anteriormente expuestos. Así, en los primitivos tiempos del Derecho romano
hallamos una Legislación rígida, elitista y de aplicación exclusiva a los cives, en
consonancia con la mentalidad, estructura y dimensiones de la ciudad. El
posterior desarrollo de la Urbe y su crecimiento demográfico que inevitablemente
conllevaba la llegada de extranjeros a la misma, se erigieron en factores decisivos
que propiciarían profundas transformaciones en el Derecho. Ciertamente, el
aumento de población de origen extraño – Latini, peregrini – y sus inevitables
contactos de orden jurídico para con los ciudadanos, o entre ellos mismos, iba
forzando, en aras de la practicidad, a la creación de un Derecho que regulase
todas aquellas relaciones. Este, por imperativo de su finalidad, habría de ser más
flexible y menos formalista que el Ius civile existente hasta entonces para regir la
vida de los ciudadanos romanos, y debería tratar de agilizar toda suerte de
transacciones patrimoniales y vínculos personales. Por otra parte, si aspiraba a
servir como denominador común de todos los hombres que a él se sometían, no
podría tener en cuenta para establecer sus normas el origen de aquellos y su
propio Derecho, debido a que su procedencia era muy diversa, y de hacerlo, seria
un sistema enormemente complejo, contrariando el espíritu de síntesis y
practicidad a que se aspiraba. Con estas premisas y condicionamientos, se crea en
el año 242 en Roma una magistratura encargada de ir solventando las
controversias jurídicas suscitadas en la Urbe entre romanos y extranjeros: el
Praetor peregrinus. Sus decisiones – edictos – se irían recopilando para formar un
cuerpo normativo – el Ius honorarium – el cual, enlazado a la tradición jurídica,
conformará aquél Derecho común de todos los habitantes del Imperio conocido
como el Ius gentium. Serían los criterios esenciales en este Derecho la Equidad, la
Justicia y el sentido común, y con él se desarrollaría un Ordenamiento Jurídico
dotado de gran efectividad, cuyos ideales eran la honestidad y la utilidad pública.
En pleno desarrollo y auge de este clima jurídico y social será cuando tenga
lugar el principal contacto entre el Estoicismo y el Orbe romano, y serán los
principales transmisores de aquél Panecio de Rodas y su amigo personal, y genial
historiador, Polibio. La difusión de sus valores y principios por parte de ambos
intelectuales se sitúa en el tercer cuarto del Siglo II, en que acercaron la nueva
Filosofía estoica al grupo de aristócratas romanos que formaban el círculo de
Escipión Emiliano. La gran acogida que sus doctrinas tuvieron se cifraba, sin
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duda, en diversas circunstancias que ya le auguraban con anterioridad el éxito. De
una parte, el entusiasmo encendido que despertaba el saber griego entre aquellos
aristócratas, deslumbrados por algo tan diferente a lo que Roma por sí misma era
capaz de crear. De otra parte, ningún otro sistema filosófico griego ensamblaba
como él las ideas de servicio y cumplimiento disciplinado del deber, la virtud del
autodominio, y la supremacía concedida a la Comunidad, principios que latían
con fuerza en la Sociedad romana de la época. Asimismo, la doctrina estoica de
pertenencia a un Estado Universal justificaba el afán de expansión intrínseco en el
espíritu de Roma, e insertaba un cierto idealismo en las conquistas realizadas.
Todo ello, expuesto de forma asimilable para la particular idiosincrasia de los
romanos, tenía inevitablemente que fructificar. El Estoicismo perdió en su pureza,
pero aumentó sus posibilidades de expansión y atractivo para otras mentalidades
cultas. Con su nueva línea doctrinal, mitigaba anteriores rigores e igualaba a los
hombres conminándoles al amor, la piedad y la justicia, concepción y actitud vital
ésta que los romanos bautizaron como humanitas. El Estoicismo pasaría a ocupar
un lugar esencial en adelante, perviviendo en Roma durante siglos, sirviendo
como Norte y guía en su conducta a muchos de sus habitantes. Esta expansión se
le debe en gran medida a Marco Tulio Cicerón, afamado jurista ya en vida que,
con fines morales por una parte, y políticos por otra, se erigiría en el Siglo I en el
gran difusor de las doctrinas estoicas. Apenas hay nada de original en el discurso
del jurisconsulto, que sin duda bebió en las fuentes del Estoicismo expuesto por
Panecio y Polibio a los aristócratas romanos del Siglo II. Su gran aportación radica
sin embargo en la fama y consideración de las que gozaba su personalidad.
Caracterizado por poseer dotes para ello, supo ganarse en gran medida el
atractivo y el interés de sus contemporáneos, y fue debido a ello que sus textos
alcanzaran una notoria difusión, sirviendo como inestimable vehículo para
extender las tesis de la stoa entre la población romana. En el ejercicio de su
magistratura como Praetor, colocaba la Equidad y la Ley natural en el
encabezamiento de sus edictos, y afirmaba que la Ley es la Equidad, la Razón
suprema grabada en nuestra propia Naturaleza. Los jurisconsultos que brotaron
con posterioridad a este hombre de Estado se inspiraron en general en el
Estoicismo, el cual pasó así a ejercer una gran influencia, y, bajo el pretexto de
interpretar la Ley escrita, alteraban su rigor con innovaciones que tendían
claramente a impregnar de sensibilidad su aplicación.
La otra gran figura del Estoicismo romano sería Lucio Anneo Séneca.
Natural de Córdoba en donde llegó a ejercer la abogacía, alcanzó gran notoriedad,
llegando a ser designado preceptor de Nerón, lo que le permitió poseer fama e
influencia en la Sociedad de su tiempo. Sin embargo, a la postre caería en
desgracia y, obedeciendo al propio Emperador, ejecutó su propia sentencia de
muerte. Con él el Estoicismo se elevaría a sus formas mas puras, acercándose
paulatinamente a una Filosofía espiritualista que afirma la existencia de un
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J. L. SEVILLA BUJALANCE, La constitución europea y el humanismo cristiano
Gobierno Divino Universal, y al tiempo considera a todos los hombres
emparentados entre sí. Junto a ello, Séneca pone de manifiesto su pesimismo ante
la situación moral por la que atravesaba Roma, elaborando una teoría de la Edad
de Oro perdida que evoca con nostalgia, y que, asumida y cristianizada
posteriormente por la Patrística, constituirá sin duda un precedente de las
formuladas por otros filósofos, como las de Juan Jacobo Rousseau. En definitiva,
en Séneca se produce un gran acercamiento entre la Filosofía y la Religión que se
refleja en el tono con que se refiere al Hombre y a su Dignidad, sobreponiendo la
dimensión espiritual sobre las demás en todas las facetas de su vida y actividad. Y
fue en este período en que en la cabeza del Imperio, Séneca ya anciano –
aproximadamente unos sesenta años – se erigía como el más alto representante de
la concepción estoica, cuando el Cristianismo daba comienzo a su andadura y
expansión en la misma Roma. En ella San Pablo predicó, libremente y por más de
dos años, aquella Doctrina que directamente de los Apóstoles y discípulos
recibiera allá en Oriente. No han faltado autores que afirman la existencia de una
cierta correspondencia epistolar entre ambos, circunstancia que no ha quedado
del todo ratificada. Sin embargo, es más que probable que junto a un
conocimiento personal mas o menos vago que pudieran tener el uno del otro,
poseyeran otro mas profundo acerca de las doctrinas que mantenían, profesaban y
predicaban. Y existió entre ellas algún parentesco: en la Filosofía, en el estilo y en
la Moral del cordobés, hay un cierto reflejo de las ideas cristianas que ahora
afloran en la Urbe y se extienden por la población. El Estoicismo, aún sin saberlo,
había ido preparando el camino inclinando las conciencias para la llegada del
Cristianismo. Desde entonces caminarían juntos por las venas del Imperio,
alcanzando cada vez mayor profusión los principios de la Doctrina cristiana. Los
momentos culminantes del proceso de su extensión se pueden señalar en el año
313, cuando por medio del Edicto de Milán, Constantino proclama la libertad de
religión para los cristianos, y en la Constitutio Cunctos Populos, del año 380, por la
cual Teodosio el Grande declara al Cristianismo como religión oficial en el
Imperio. A partir de entonces comienza una andadura en la que el Cristianismo
asume un papel de preponderancia en la Historia de nuestra Civilización. En ella
San Agustín se yergue como figura trascendental, ya en el ocaso del Imperio
romano de Occidente. Al igual que la Patrística hiciera con Séneca, asimilando sus
doctrinas e integrándolas en la una nueva Religión, el Obispo de Hipona acude a
la Filosofía anterior para, cristianizándola, elaborar su personalísima y
trascendental visión del Hombre en relación con la Divinidad. Así, por una parte
recurre a Platón y su mito de la caverna para construir la teoría de las ideas como
modelos eternos de las cosas en la mente divina. Por otra parte, acude a las teorías
heracliteas y estoicas para fundamentar y afirmar la existencia de un orden
natural impreso en todos los hombres, el cual se enmarca dentro de una norma
superior, la Ley Eterna, y de la cual es un aspecto particular. Especialmente
relevante es su visión de la Historia recogida en la obra De civitate Dei, en que se
hace una separación de los que se orientan por la Ley de Dios y los que se guían
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por otras normas. El punto mas controvertido de la Filosofía de San Agustín se
encuentra en su personal concepto de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Posteriores autores, especialmente San Gelasio, San Isidoro y San Gregorio verán
influido por él su propio pensamiento cuando elaboren sus teorías acerca de la
materia, contribuyendo parcialmente a la formación de una corriente denominada
Agustinismo político. Este va a estar en tensión y debate constante con la tesis de
supremacía regia, debate que se conoce como la Querella de las Investiduras, y
que va a llenar la gran mayoría de la especulación filosófico-social del Medioevo.
Dicha especulación en esta etapa medieval va a ir girando en lo que se refiere a su
objeto principal, orientándose en adelante hacia la Divinidad. Así, Dios constituye
el epicentro del Pensamiento medieval, el cual, con la nómina de autores mas
fecunda de la Historia, alcanza su culmen sin duda alguna ya en el Siglo XIII de la
mano de la figura de Santo Tomás de Aquino. De vocación muy temprana
ingresó, en contra de la voluntad de su familia, en la recién fundada Orden de
Predicadores, una de las más notables por su dedicación al estudio. En ella se
formó y a través de ella consagró por entero su vida a la Iglesia. Su fecunda y
vastísima obra es, sin duda, fruto de una gran entrega, y pone de manifiesto una
profundidad intelectual poco habitual. A sus dotes personales se añade la
enseñanza de los grandes maestros que le formaron, entre los cuales destaca
Alberto Magno. Compartió la investigación con la defensa de la Fe en sus obras y
en el terreno de la enseñanza, ejerciendo su magisterio en la Universidad y
participando en cuantas asambleas y Concilios fue requerido. La portentosa obra
del Doctor Común se encuentra toda ella traspasada de un inigualable equilibrio,
el cual sostiene con toda lógica los múltiples elementos que, procedentes de otras
corrientes filosóficas y teológicas, inserta el dominico universal en su sistema. De
entre las que elaborase, podemos considerar que la obra cumbre del Doctor
Angélico es la Summa Theologiae, a la que dedicó sus últimos años sin poder llegar
a finalizarla. Ya tiempo atrás había concebido Tomás la idea de presentar un
compendio de Teología, y con esta intención fue redactada la Summa. Con ella
alcanza a elaborar una construcción magistral y única, en la que se expresa con
total transparencia el espíritu con que trazaba sus líneas: para Tomás el
Pensamiento cristiano no habría de ser un mero perfeccionamiento del Antiguo
Testamento y de la vieja Filosofía hebrea que se confinaba en sus Escrituras, sino
que es mas bien un extraordinario resumen de todos los antiguos sistemas de
Moral y Filosofía, purgados de sus errores, e inspirados por principios mas
elevados y mas completos. Constituye un punto de reunión de verdades
recogidas del mundo Oriental y Occidental, que pasan a fundirse en una Verdad
mas pura. A través de su obra, se establecen en gran medida los cimientos de
nuestra Civilización, que es de indudable raíz y esencia cristiana. La Tradición nos
ha transmitido como en el Concilio de Trento la Summa fue colocada junto a la
Biblia, poniendo así de manifiesto su valor. Posteriormente, y en múltiples
ocasiones, los Pontífices han recomendado y respaldado el estudio de las Ciencias
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J. L. SEVILLA BUJALANCE, La constitución europea y el humanismo cristiano
teológica y especulativa a través de la obra de Tomás. En ella, es cierto, y no
puede ser de otra manera, que el centro lo constituye Dios. Era una obra medieval.
Al Medioevo seguiría el Renacimiento, caracterizado por la aparición y
extensión del denominado Humanismo, el cual, en contraposición con aquella
orientación teocentrista de la Edad Media, trataría de poner el centro de toda la
vida y actividad en el Hombre. Ya originariamente heterogéneo, el Humanismo
desembocó en distintas manifestaciones que llegan hasta nuestros días, y de las
cuales hoy, tres son los más relevantes. Hay así, un Humanismo liberalista que
hunde sus raíces en el Empirismo y desemboca en la Ilustración. El reclamo de
una libertad ilimitada para el Hombre, propia del Individualismo, es la nota
esencial de esta corriente que acaba por romper con toda fuerza sobrehumana de
Trascendencia, sustentando toda su existencia y esencia exclusivamente en la
Razón. Un segundo Humanismo es el socialista que, partiendo de unos
presupuestos materialistas y de los ideales de igualdad absoluta y de progreso
dialéctico, conduce a un degenerado colectivismo negador de la libertad, la
responsabilidad y la dignidad de la persona, propios del Marxismo.
Hoy, cuando el Preámbulo de la Constitución europea menciona el
Humanismo como un ideal a alcanzar, no específica cual es el que en realidad
anhela. Nos tememos que no se refiere al único que tiene plena validez. Sólo si se
sitúa al Hombre como lo hace Santo Tomás, en su lugar de criatura superior a las
demás en la Tierra, pero orientado en dirección a un Ser supremo Creador,
pueden abarcarse las características esenciales del auténtico Humanismo. Este
enraíza en las tres notas propias de las culturas griega, latina y cristiana: la Razón,
la Norma y la Trascendencia.
Tomás sentó las bases del único Humanismo completo posible que
después se desarrollaría: el Humanismo cristiano. Sólo este puede redimir a la
Sociedad de su actual desorientación, perplejidad y desengaño, de su escepticismo
y su absurdo rumbo a la deriva. Es el único capaz de devolver a Europa el
significado de su raíz etimológica helénica: europé, esto es, "mirada bella, ojos
grandes."
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