arbor CIENCIA PENSAMIENTO CULTURA Volumen 187 Nº 750 julio-agosto 2011 Madrid (España) ISSN: 0210-1963 TOCQUEVILLE Y LOS AVATARES DE LA DEMOCRACIA TOCQUEVILLE AND THE UPS AND DOWNS OF THE DEMOCRACY CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS CIENCIA PENSAMIENTO Y CULTURA arbor CIENCIA PENSAMIENTO Y CULTURA arbor Volumen 187 Nº 750 julio-agosto [2011] Madrid [España] TOCQUEVILLE Y LOS AVATARES DE LA DEMOCRACIA TOCQUEVILLE AND THE UPS AND DOWNS OF THE DEMOCRACY Editor: Roberto R. Aramayo CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS ISSN: 0210-1963 Volumen 187 Nº 750 julio-agosto [2011] Madrid [España] Arbor, revista de Ciencia, Pensamiento y Cultura, es una publicación periódica bimensual, que publica artículos originales. Se caracteriza por estar al servicio de la sociedad española y de la comunidad científica como instrumento de información, puesta al día, reflexión y debate. Al abordar con el rigor científico requerido cualquier tópico, Arbor trata de ser una publicación socialmente útil, analizando en sus páginas estados de la cuestión, estudios de caso y puestas al día en temas de máximo interés. Arbor es, sin duda, una de las revistas publicadas por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de mayor antigüedad y dilatada andadura. Arbor está abierta al colectivo de investigadores españoles y extranjeros y a los creadores y gestores de nuestra cultura. La revista se publica en la modalidad de acceso abierto en: http://arbor.revistas.csic.es. M iguel A lonso B aquer director G regorio P eces -B arba A lberto S ánchez Á lvarez -I nsúa (CSIC) director adjunto J esús S ebastián A udina (CSIC) secretaria de redacción y adjunta a l a dirección J ulia M aría L abrador B en (UCM) consejo de redacción J esús S ebastián A udina CSIC R osa B asante P ol UCM Á ngel a E na B ordonada UCM J osé M aría G onzález G arcía CSIC A lejandro R ubio S an R omán UCM M anuel A lvar E zquerra UCM G ermán V ega G arcía -L uengos Universidad de Valladolid G onzalo N ieto F eliner (CSIC) A melina C orrea R amón Universidad de Granada J ulia M aría L abrador B en UCM P il ar G oya L aza CSIC M arta P alenque Universidad de Sevilla P il ar P alomo V ázquez UCM O ctavio R uiz M anjón (UCM) A lberto S ánchez Á lvarez -I nsúa CSIC CSIC de Ministerio de Defensa F rancisco J. A yal a University of California G abriel F erraté P ascual Universitat Oberta de Catalunya A ntonio G arcía -B ellido R.A . Ciencias Exactas, Físicas y Naturales R amón G onzález de A mezúa R.A . de Bellas Artes de San Fernando M.ª C armen I glesias C ano RAE R.A . de Ciencias Morales y Políticas. U. Carlos III de Madrid A lfredo P érez R ubalcaba UCM A lberto P ortera S ánchez R.A . de Medicina redacción , administración e intercambio Vitruvio, 8. 28006 Madrid T.: +34 915 680 009 F.: +34 915 680 011 director.arbor@csic.es distribución , suscripción y venta Departamento de Publicaciones Vitruvio, 8, 28006 Madrid T.: +34 915 612 833 / +34 915 681 619/620/640 E-mail:publ@orgc.csic.es L ibrerí a científica del CSIC S ervicios de información Duque de Medinaceli, 6. 28014 Madrid T.: +34 913 697 253 E-mail: csic _ libreria@csic.es Aunque Arbor estaba ya incluida en el apartado de Arte y Humanidades de Citation Index, tratamos de cumplir ahora todos y cada uno de los criterios de calidad editorial de Latindex, lo que sin duda ha de redundar en beneficio de los autores. © CSIC, 2011 “Las opiniones y hechos consignados en cada artículo son de exclusiva responsabilidad de sus autores. El Consejo Superior de Inventigaciones Científicas no se hace responsable, en ningún caso, de la credibilidad y autenticidad de los trabajos. Los originales de la revista Arbor, publicados en papel y en versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar la procedencia en cualquier reproducción total o parcial.” issn : consejo asesor L uis A lberto ISSN: 0210-1963 C uenca E milio M uñoz R uiz CSIC J avier M uguerza C arpintier UNED J avier E cheverría E zponda 0210-1963 1988-303X nipo (en papel): 472-11-017-6 nipo (en línea): 472-11-018-1 depósito legal : M.55-1958 e issn : diseño original E studio J o aquín G allego CSIC-UPV ilustración de cubierta UCM Declaración de independencia en América – Alexis de Tocqueville – Jeu de paume. UCM preimpresión , impresión y encuadernación F rancisco P ortel a S andoval A ntonio F ernández G arcía J esús A ntonio M artínez M artín UCM S ociedad A nónima de F otocomposición Talisio, 9. 28027 Madrid Volumen 187 Nº 750 julio-agosto [2011] Madrid [España] ISSN: 0210-1963 CIENCIA PENSAMIENTO Y CULTURA arbor S U M A R I O / S U M M A R Y ROBERTO R. ARAMAYO Alexis de Tocqueville y su daguerrotipo del homo democraticus Alexis de Tocqueville and his daguerreotype of the homo democraticus 665-669 TOMÁS GIL Los mecanismos de la democracia en el pensamiento político de Alexis de Tocqueville The Mechanisms of the Democracy in the Alexis de Tocqueville political thinking 671-675 JULIÁN SAUQUILLO El descubrimiento de la democracia: La modernización y el agotamiento de la imaginación The discovery of democracy: the modernization and exhaustion of imagination 677-690 JUAN MANUEL ROS CHERTA Individuo y ciudadano: La cuestión del sujeto en La democracia en América de A. de Tocqueville Individual and citizen: the question of the subject in the Tocqueville’s “Democracy in America” 691-704 JAIME DE SALAS 705-713 Religión y capital social en La democracia en América Religion and Social Capital in Tocqueville’s “Democracy in America” ANTONIO HERMOSA ANDÚJAR Tocqueville y el laicismo en América Tocqueville and the laicism in America 715-724 HELENA ESSER DOS REIS Sobre la tarea política de construcción de la igualdad social: un abordaje de las ideas de Tocqueville On the political task of construing social equality: an approach to the ideas of Tocqueville 725-732 MARÍA LUCIANA CADAHIA El individuo moderno: entre el animal industrioso y la libertad política The modern individual: between the industrious animal and the political freedom 733-739 JOSÉ LUIS VILLACAÑAS BERLANGA Hacia la definición de un nuevo liberalismo. El pensamiento tardío de Ortega y Gasset Towards the definition of a new liberalism. The late thought of Ortega y Gasset 741-754 VARIA AMELINA CORREA RAMÓN Sobre el intelectual Eduardo García Duarte (1830-1905), abuelo materno del escritor Francisco Ayala. Un documento histórico About the scholar Eduardo García Duarte (1830-1905), the maternal grandfather of the writer Francisco Ayala. A historical document 757-763 Volumen 187 Nº 750 julio-agosto [2011] Madrid [España] ISSN: 0210-1963 HILDE SÁNCHEZ MORALES Impactos de la reprogenética en las tendencias demográficas y en las estructuras familiares Impacts of the reprogenetics in both the demographic tendencies and the family structures 765-781 RICARDO VIRTANEN Realidad, mito y deseo. la mirada grecolatina de Aurora Luque Reatily, myth and desire. the greeklatin glance of Aurora Luque 783-791 LEIDA FERNÁNDEZ PRIETO Plagas, enfermedades y saberes agrícolas en el Caribe, un estudio de caso Plagues, diseases and agricultural knowledge in the Caribbean, a case study 793-802 RESEÑAS DE LIBROS / BOOKS REVIEWS 803-806 NOTA SOBRE LOS AUTORES / ABOUT THE AUTORS 807-810 La revista Arbor cuenta, desde el 25 de junio de 2007, con una versión electrónica accesible por internet en la dirección: http://arbor.revistas.csic.es Los contenidos de esta versión electrónica son idénticos a los de la versión impresa, y accesibles a texto completo y sin restricciones. En esta fase inicial, la versión electrónica de revista Arbor incorpora el contenido ya publicado disponible en el formato adecuado, contenido que se irá ampliando en el futuro hasta incluir la totalidad de la producción histórica desde el momento de la fundación de la revista. Con esta iniciativa, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, como organismo editor, y la Dirección y el Equipo Editorial de revista Arbor materializan el compromiso adquirido por el CSIC en enero de 2006 con su adhesión a la Declaración de Berlín sobre el acceso abierto al conocimiento en Ciencias y Humanidades. La versión electrónica del resto de las revistas científicas editadas actualmente por el CSIC está disponible a través de la plataforma Revistas CSIC en la dirección: http://revistas.csic.es La plataforma Revistas CSIC es un proyecto realizado conjuntamente por el Departamento de Publicaciones del CSIC y el CINDOC, en colaboración con el Equipo Editorial de cada una de las revistas, y es continuación del programa de modernización y homogeneización de las publicaciones periódicas del CSIC que se desarrolla desde 2004. ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 6 65-669 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4001 ALEXIS DE TOCQUEVILLE Y SU DAGUERROTIPO DEL HOMO DEMOCRATICUS 1 ALEXIS DE TOCQUEVILLE AND HIS DAGUERREOTYPE OF THE HOMO DEMOCRATICUS Roberto R. Aramayo Instituto de Filosofía del CSIC ABSTRACT: This article is on Tocqueville and his thoughts about the vicissitudes of the democracy which have been given a fresh impetus because of the massive demonstrations driven or generated by the 15th-May spirit. Such as the texts written by the rest of the classical authors, his writings were right when both approaching the problems and arousing diagnostics and are still capable to drive us to think anew about the rules of the democratic game. Following the paradoxical destiny of his great-grandfather Malesherbes, who defended the rights of the people before Louis 16th and next the rights of the King before the revolutionary court, the aristocratic Tocqueville became a champion of the unstoppable democratic revolution but without forgetting the potential dangers caused by this revolution. His comparison between both French and American revolutions helped him to define the qualities of the homo democraticus. The text intends to work as a sort of lay-out of the material collected in this issue. RESUMEN: Tocqueville y sus reflexiones en torno a los avatares de la democracia cobran una inusitada vigencia con las movilizaciones generada por el espíritu del 15M. Como cualquier otro clásico que se precie de merecer tal nombre, sus escritos aciertan a la hora de plantear los problemas y suscitar diagnósticos que no han perdido su capacidad para hacernos repensar las reglas del juego democrático. Siguiendo el paradójico destino de su bisabuelo Malesherbes, quien defendió los derechos del pueblo ante Luis XVI y luego a éste frente al tribunal revolucionario, el aristocrático Tocqueville se convertiría en un paladín de la imparable revolución democrática, sin dejar de analizar los potenciales peligros entrañados por ésta. Su comparación entre las revoluciones americana y francesa le serviría para definir a los atributos del homo democraticus. El texto pretende servir de presentación a los materiales recogidos en este número. KEY WORDS: Tocqueville; democracy; American Revolution; French Revolution; Malesherbes. PALABRAS CLAVE: Tocqueville; democracia; revolución americana; revolución francesa; Malesherbes. “Una gran revolución democrática se está operando entre nosotros. Todos la ven, mas no todos la juzgan de la misma manera. Unos la consideran como una cosa nueva, y tomándola por un accidente, esperan poder detenerla; mientras que otros la juzgan irresistible, por parecerles el hecho más constante, más antiguo y más permanente que se conoce en la historia... Querer contener a la democracia sería como luchar contra el mismo Dios” (Alexis de Tocqueville, La democracia en América I, Introducción) “Lo llaman democracia, y no lo es”. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. “No somos marionetas de los banqueros”. “Una vez tomada la Puerta del Sol, hay que pedir la luna”. Estas consignas fueron coreadas en el kilómetro cero de Madrid, conforme a lo que se ha dado en llamar “el espíritu del 15 de mayo” y que entroncaría de alguna manera con el mayo francés del 68. Buena parte de nuestra ciudadanía experimenta la perentoria necesidad de cambiar unas reglas de juego basadas en una obsoleta partitocracia y una clase política que gestiona los intereses de sus conciudadanos al dictado de los intereses del sistema financiero. En una coyuntura social como la presente resulta muy aconsejable revisar las reflexiones hechas por Alexis de Tocqueville, el aristócrata que se propuso estudiar Nº 750 alexis de tocqueville y su daguerrotipo del homo democraticus la democracia, explorando “sus inclinaciones, su carácter, sus prejuicios y sus pasiones, para conocerla y saber al menos lo que podemos esperar o temer de ella”2. ¿Acaso no suscribirían los partidarios del 15M estas líneas de La democracia en América (1835): “Educar la democracia, purificar sus costumbres, reglamentar sus movimientos, adaptar su gobierno a la época y al lugar y modificarlo de acuerdo con las circunstancias y los hombres: tal es el primer deber que se impone hoy día a aquellos que dirigen la sociedad”3. Aunque ya le faltó tiempo para ello y el proyecto nunca vio la luz, hacia el final de su vida Tocqueville se propuso escribir la biografía de un antepasado del cual se enorgullecía, hasta el punto de afirmar que sus escritos se debían a esa progenie. “Si escribí esas cosas es porque soy nieto de Malesherbes”, leemos en la biografía de André Jardin4, aun cuando en realidad Malesherbes era el abuelo de su madre5. Comoquiera que sea, Tocqueville siempre se confesó muy influenciado por la impronta de su bisabuelo materno: Malesherbes, el corresponsal de Rousseau y el protector de Diderot, aquel curioso personaje que no dudó en facilitar la publicación del Emilio y llegó a ocultar en su propia casa las planchas de la Enciclopedia que debía haber perseguido desde su cargo institucional. Defensor del pueblo ante la monarquía e instigador de múltiples reformas, Malesherbes acabaría en la guillotina por defender al ciudadano Luis Capeto, es decir, a Luis XVI. “Nadie ignora –gusta de recordar Tocqueville– que Malesherbes, después de haber defendido al pueblo ante al rey, defendió al rey ante el pueblo. Es un doble ejemplo que no he olvidado y que no olvidaré jamás”6. Ese paradójico destino de su bifronte ancestro, liberal y reformista, defensor de las libertades y del pueblo, así como abogado del rey frente al tribunal revolucionario, caracterizó también de algún modo a Tocqueville, el aristócrata que sin renegar de sus orígenes nunca rehuyó ensalzar las cualidades de la democracia para implicar en ella a sus pares aristocráticos, animándolos a participar en las igualitarias reglas del juego democrático aportando sus valores políticos y su querencia por la libertad. A Tocqueville su periplo norteamericano le hizo reparar en un hecho capital, a saber, que “la igualdad de condiciones extiende su influencia mucho más allá de las costumbres políticas y de las leyes, y que su predominio sobre la sociedad civil no es menor que el que ejerce sobre el gobierno, pues crea 666 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 665-669 ISSN: 0210-1963 opiniones, engendra sentimientos, sugiere usos y modifica todo aquello que no produce”7. Ese proceso sería lento pero imparable. Tocqueville sintetiza como nadie ese itinerario: “Poco a poco, la ilustración se difunde. El talento llega a ser una condición del éxito. La ciencia es un medio de gobierno, la inteligencia una fuerza social y los letrados tienen acceso a los negocios públicos”8. La revolución democrática se revela como un dato inexorable. “Por todas partes –señala Tocqueville– se ha visto que los incidentes de la vida de los pueblos se inclinan a favor de la democracia. Todos los hombres la han ayudado con sus esfuerzos; los que lucharon por ella y los que declararon ser sus enemigos. El desarrollo gradual de la igualdad de condiciones constituye un hecho providencial, con sus principales características: es universal, es duradero, escapa siempre a la potestad humana y todos los acontecimientos, así como todos los hombres, sirven a su desarrollo”9. Ese nuevo horizonte requiere a su modo de ver una ciencia política nueva, cuya metodología le impuso revisar a Montesquieu y analizar críticamente los textos de Rousseau, sin abandonar el talante propio de moralistas como Pascal, Montaigne, La Rochefoucauld, La Fontaine o La Bruyère, cuyo estilo literario impregna su pluma y sus reflexiones, pues como sostiene por ejemplo Jean-Louis Benoît “en el proyecto tocquevilliano la ética es totalmente inseparable de la política”10. Y esto sería fruto de su constante interlocución con tres pensadores: “Hay tres hombres –le dice a su amigo Kergolay– con los que vivo un poco todos los días: se trata de Pascal, Montesquieu y Rousseau”11. John Stuart Mill, que hizo una elogiosa reseña del primer libro de La Democracia en América y dedicó luego un amplio estudio al conjunto de la obra, pensaba que la segunda parte (publicada en 1840, cinco años después de la primera) era superior. En ella Tocqueville confiesa que, tras estudiar la fisonomía del mundo político en la primera, se centra con la segunda en el estudio de la sociedad civil. “Quizá produzca extrañeza –leemos en la advertencia al segundo volumen– el que, opinando yo firmemente que la revolución democrática de que somos testigos constituye un hecho irresistible, contra el cual no sería ni deseable ni prudente luchar, llegue a veces a dedicar tan severas palabras a las sociedades democráticas nacidas de esta revolución. He pensado que serán muchos los que anuncien con gusto los nuevos bienes que la igualdad guarda para doi: 10.3989/arbor.2011.750n4001 Si es cierto que Tocqueville aprecia grandes virtudes en el sistema democrático, no dejará de señalar sus peligros. Entre las ventajas tendríamos “una sociedad en la que todos, mirando a la ley como obra suya, la amen y se sometan a ella sin esfuerzo. Conocedor de sus verdaderos intereses, el pueblo comprendería que para aprovechar los bienes de la sociedad hay que someterse a sus cargas. Siendo cada hombre igual de débil, sentirá igual necesidad de sus semejantes, y sabiendo que sólo puede lograr el apoyo de éstos a condición de prestar el suyo propio, no tardará en descubrir que su interés particular se confunde con el interés general”13. Estamos ante la teoría tocquevilliana de lo que dio en denominar “interés bien entendido”. Sin embargo, su perspicacia se agudiza todavía más al señalar los posibles peligros que podrían acechar a la democracia, cual sería el caso de un miope individualismo presto a dejarse tutelar sin reservas. “Si imagino con qué nuevos rasgos podría el despotismo implantarse en el mundo –escribe–, veo una multitud de hombres parecidos y sin privilegios girando en busca de pequeños y vulgares placeres, con los que contentan su alma”. Cada cual, apartado de los demás, vive ajeno al destino de los otros, de suerte que sus hijos y sus amigos forman para él toda la especie humana; no existe sino en sí mismo y para sí mismo. “Por encima se alza un inmenso poder tutelar que se encarga exclusivamente de que sean felices y de velar por su suerte. Se asemeja a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue más objeto que fijarlos irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar; provee medios a su seguridad, atiende y resuelve sus necesidades, pone al alcance sus placeres, conduce sus asuntos principales, dirige su industria, ¿no podría librarles por entero de la molestia del pensar y del trabajo de vivir?” –concluye–. Resulta preocupante reparar por un momento en cuán familiar puede resultarnos este retablo de tintes cuasi orwellianos. “De este modo cada día se hace más raro y doi: 10.3989/arbor.2011.750n4001 menos útil el uso del libre albedrío; el poder circunscribe así la acción de la voluntad a un espacio cada vez menor; y arrebata poco a poco a cada ciudadano su propio uso. Después de tomar de este modo uno tras otro a cada ciudadano en sus poderosas manos y moldearlo a su gusto [ese poder tutelar] cubre la sociedad entera con una malla de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, entre las que ni los espíritus más originales ni las almas más vigorosas son capaces de abrirse paso para emerger de la masa”14. Roberto R. Aramayo los hombres, pero pocos los que quieran avistar los peligros con que les amenaza. Ha sido, pues, principalmente hacia esos peligros que he dirigido mis miradas, y habiendo creído descubrirlos claramente no he sido tan cobarde como para silenciarlos”12. Tocqueville reconoce que con su segundo volumen ha intentando abarcar un contenido inmenso, al querer “comprender la mayoría de los sentimientos de las ideas originados por el nuevo estado del mundo”15, pero eso mismo hace que resulte más fascinante hoy en día su intento de elaborar un “tipo ideal” en términos weberianos (un modelo abstracto explicativo y no tanto descriptivo) de la sociedad democrática tal como se organiza en torno al principio igualitario, partiendo del ejemplo americano, toda vez que nos confronta –según observa Laurence Guellec– con un Tocqueville “menos politólogo y más filósofo, que precisa los envites de la igualdad democrática y penetra en el alma del homo democraticus”16, brindándonos con ello un daguerrotipo del mismo en sus albores, cuando todavía no era posible fotografiarlo con técnicas de índole sociológica. Su temprano retrato aparece como una radiografía intelectual y moral del homo democraticus en su integridad, en sus pasiones, en sus razonamientos y en sus reacciones del molde de la igualdad. “En las inclinaciones y los gustos reseñados que reseña La democracia en América se reconocerá sin dificultad una descripción de los comportamientos, de las conductas y de los mecanismos psicológicos del individuo moderno, en suma, una antropología democrática”17. Según el diagnóstico de Tocqueville, sobre sus contemporáneos –y por ende sobre todos nosotros– actuarían incesantemente dos pasiones opuestas: la necesidad de ser conducidos y el deseo de ser libres. No sabiendo acabar con ninguna de tales inclinaciones contradictorias, nos esforzaríamos por satisfacer ambas a la vez, concibiendo un poder único, tutelar, todopoderoso, pero elegido por los ciudadanos. “Se consuelan de su tutelaje pensando que son ellos mismos quienes eligen sus tutores. Con este sistema, los ciudadanos salen un momento de la dependencia para elegir a su amo y vuelven luego a ella”18. O ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 665-669 ISSN: 0210-1963 667 Nº 750 alexis de tocqueville y su daguerrotipo del homo democraticus sea, que la democracia no debería reducirse a un mero proceso electoral. “Otra inclinación muy natural de los pueblos democráticos –advierte–, y muy peligrosa, es la que les induce a despreciar los derechos individuales y a no tenerlos casi en cuenta”19, en aras por ejemplo de unos derechos colectivos –cabría glosar. Lejos de ceñirse a los estereotipos, Tocqueville siempre intenta ver las cosas con su propia mirada, como cuando analiza con toda minuciosidad las circunstancias que propiciaron la Revolución Francesa. Su pormenorizado estudio le permitió descubrir que “una multitud de sentimientos que creía hijos de la Revolución, infinidad de ideas que hasta entonces consideraba originadas por ella, mil hábitos a ella atribuidos” estaban ya larvados con anterioridad20 y que, aun cuando la Revolución Francesa “cogió al mundo de improviso, no fue más que el complemento de una larga labor, la terminación rápida y violenta de una obra en la que diez generaciones habían tomado parte”21. Al final del proceso las ideas de algunos pensadores llegaron a calar en la masa y adquirir en ella el calor de una pasión política. De ahí el enorme influjo que tuvo en Francia la revolución americana. Ésta sólo hizo más palpable lo que ya se creía conocer; parecía como si los americanos no hicieran sino poner en práctica ciertas teorías francesas, haciendo realidad lo que habían soñado22. Como cualquier autor clásico que merezca ese nombre, las páginas de Tocqueville nos hacen pensar en los problemas del presente. Su estudio sobre El Antiguo Régimen y la Revolución tampoco tiene desperdicio. Allí detecta una curiosa paradoja cual es la de que “a los franceses les pareció más insoportable su posición cuanto mejor era”23. En efecto, las reivindicaciones no suelen partir desde lo pésimo y uno sólo echa de menos aquello que puede vislumbrar cuando mejora su estado24. A medida que se van suprimiendo abusos, nos dice Tocqueville, es como si se fuera dejando al descubierto los que quedan, haciéndolos más inaguantables. He aquí todo un aviso para navegantes: “No siempre yendo de mal en peor se llega a la revolución. Suele ocurrir que un pueblo que había soportado, sin quejarse y como si nos las sintiera, las leyes más opresoras, las rechace con violencia cuando se aligera su peso. El régimen destruido por una revolución es casi siempre mejor que el que le había precedido inmediatamente, y la experiencia enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno suele ser aquel en que empieza a reformarse”25. Valgan estas notas como presentación a la figura de Toc­ queville y a los trabajos reunidos aquí en torno a su pensamiento, propiciados por un encuentro que se celebró en El Ateneo de Madrid organizado por Julián Sauquillo y quien suscribe. De quienes participaron entonces, hay que lamentar las ausencias de Pilar González Altable, Eduardo Nolla y José María Sauca. Dicho encuentro tuvo como marco el Seminario permanente que responde al acrónimo de C.L.A.S.I.C.O.S. (Colectivo de Lectura, Análisis y Sistematización de Clásicos con Orientación Social) integrado en el Programa Trust-CM sobre “Cultura de la Legalidad” (http:// www.trust-cm.net). NOTAS Recibido: 3 de mayo de 2011 Aceptado: 23 de mayo de 2011 668 1 Este trabajo se inscribe dentro del proyecto “Filosofía de la historia y valores en la Europa del siglo XXI” (FFI2008-04287: http://www.ifs. csic.es/es/proyectos_ifs), cuya investigadora principal es Concha Roldán y en cuyo equipo se integra el Grupo de Investigación Theoria cum Praxi ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 665-669 ISSN: 0210-1963 (TcP), que yo mismo coordino y ha generado una serie de actividades académico-editoriales homónimas, además de cultivar la Línea de investigación sobre Conceptos y Valores del Instituto de Filosofía (IFS) del CSIC (http://www.ifs.csic.es/es/ content/conceptos-y-valores) e integrarse dentro del Programa TrustCM sobre “Cultura de la Legalidad” doi: 10.3989/arbor.2011.750n4001 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4001 7 Cf. Tocqueville, La Democracia en America, ed. cit., p. 29. 8 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 31. 9 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 33. 10 Cf. Jean Benoît, Tocqueville moraliste, Champion, Paris, 2004, p. 69; cf. sobre todo el cap. III. 11 Cf. la carta del 10 de noviembre de 1836 en La Correspondence Tocqueville-Kergolay, 1, p. 148. 12 Cf. Tocqueville, La democracia en América 2, Alianza Editorial, Madrid, 2006, p. 8. 13 Cf. Tocqueville, La democracia en América 1, ed. cit., pp. 37-38. 14 Cf. Tocqueville, La democracia en América 2, ed. cit., pp. 404-405. 15 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 9. 16 Cf. Laurence Guellec, Tocqueville. L’Apprentissage de la liberté, Michalon, Paris, 1996, p. 20. 17 Cf. Guellec, op. cit., p. 54. 18 Cf. Tocqueville, La democracia en America 2, ed. cit., p. 406. 19 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 414. 20 Cf. Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, Alianza Editorial, Madrid, 2004, p. 26. 21 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 52. 22 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 180. 23 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 210. 24 Cf. Thomas Gil, Acciones, normatividad, historia, Herder, Barcelona, 2010, pp. 88-89. 25 Cf. Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, ed. cit., p. 210. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 665-669 ISSN: 0210-1963 Roberto R. Aramayo (http://www.trust-cm.net/miembros/ficha/id/15.html) y el proyecto Marie-Curie ENGLOBE. Ilustración e historia global (http://www.englobeitn.net/). 2 Cf. Alexis de Tocqueville, La democracia en América 1, Alianza Editorial, Madrid, 2006, p. 43. 3 Cf. Tocqueville, op. cit., p. 34. 4 Cit. por André Jardin, Alexis de Toc­ queville (1805-1859), Hachette, Paris, 1984, p. 39. 5 Cf. Jean-Louis Benoît, Comprendre Tocqueville, Armand Collin, Paris, 2004, pp. 5-10. 6 Cit. por Lucien Jaume, Tocqueville, les sources aristicratiques de la liberté, Fayard, Paris, 2008, p. 399. 669 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 6 71-675 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4002 THE MECHANISMS OF THE DEMOCRACY IN THE ALEXIS DE TOCQUEVILLE POLITICAL THINKING LOS MECANISMOS DE LA DEMOCRACIA EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE Tomás Gil TU Berlin ABSTRACT: The article intends to reconstruct the functionalist conception of Tocqueville’s democracy, a concept that focus on the beneficial effects of the democracy by describing some of the mechanisms of its practical way of operating. RESUMEN: El artículo se propone reconstruir la concepción funcionalista de la democracia de Tocqueville, una concepción que se concentra en los efectos benéficos de la democracia, describiendo algunos de los mecanismos de su funcionamiento práctico. KEY WORDS: Tocqueville; democracy; effects of the equality; political freedom; civil society; religious experience. PALABRAS CLAVE: Tocqueville; democracia; efectos de la igualdad; libertad política; sociedad civil; experiencia religiosa. Mi interés por el pensamiento político de Alexis de Tocqueville es ante todo un interés metodológico. Pienso que de Tocqueville podemos aprender en qué consiste la labor del científico social: lo que puede llegar a conseguir y cómo lo consigue. No ignoro en absoluto las contradicciones que podemos encontrar en sus obras. Sin embargo, aprecio cómo desarrolla ciertas explicaciones de fenómenos sociales, evitando la utilización de conceptos abstractos y recurriendo a mecanismos concretos que los causaron. que indican sus causas reales. Por eso, no nos tenemos que contentar en el terreno de lo social, lo político y lo económico con simples narraciones de lo sucedido, sino que podemos dar explicaciones ex post fuertes de lo acontecido. Para esas explicaciones no nos valen las leyes o las regularidades generales, debido a su intrínseca ambigüedad. Las así denominadas leyes, que por supuesto existen, son demasiado vagas, generales o abstractas. No sirven para explicar nada específico. Para ello necesitamos algo más concreto: mecanismos causales. Existe, por poner un ejemplo, la “ley de la demanda”, de acuerdo con la cual la subida de los precios lleva a un descenso del consumo. Sirviéndonos de esta ley o regularidad práctica no podremos nunca explicar ningún comportamiento concreto. Necesitamos más informaciones, más datos que nos permitan elaborar una explicación satisfactoria. Pues puede siempre darse el caso de una subida de precios acompañada de un cierto aumento del consumo, como bien lo prevé el efecto “Veblen” de un “conspicuous consumption”. Formulado de otra manera, la subida de los precios puede generar un mayor o menor consumo, por lo que la utilización de una ley tan abstracta no sirve para mucho a la hora de explicar comportamientos concretos. Karl Popper afirmó en su libro “The Poverty of Historicism” que en el terreno de la historia no hay leyes que nos permitan predecir con seguridad lo que va a suceder, como (de acuerdo con Popper) así lo pretendieron tanto Hegel como Marx. Popper lleva razón al afirmar que el proceso histórico no está determinado de antemano. Pero eso no quiere decir en absoluto, como Popper proclama, que no haya regularidades o leyes en el mismo. Es verdad, como afirma Popper, que no podemos anticipar lo que en el futuro pasará. Mas esto no quiere decir que no seamos capaces de explicar lo que ha pasado, recurriendo a cadenas causales que lo han hecho posible. Lo que pasará, los acontecimientos futuros, los “futura” no existen ya y ahora, separados de nuestro saber, en algún lugar imaginario que se va haciendo poco a poco realidad. Una tal visión es errónea. Pero, cuando los acontecimientos futuros hayan sucedido, sí podemos explicarlos en argumentaciones Sólo conseguiremos explicaciones satisfactorias sirviéndonos de mecanismos o de cadenas causales pertinentes que generen realmente los fenómenos que intentamos explicar. Nº 750 LOS MECANISMOS DE LA DEMOCRACIA EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE 672 Cómo se lleva a cabo esta labor de explicación ex post nos lo muestra Tocqueville en su obras sobre la democracia en América y sobre la Revolución Francesa. Es por eso por lo que un estudio de su pensamiento se convierte en algo inevitable para todo interesado en la metodología de las ciencias sociales. Su tratamiento de la democracia moderna me parece además muy digno de consideración, pues, a diferencia de otros filósofos sociales y políticos como Jürgen Habermas, Tocqueville no está interesado en una justificación moral de la democracia, sino en un estudio de sus distintas funcionalidades. A su procedimiento funcionalista, fenomenólogico y comparativo dedico a continuación mi atención en un primer apartado, antes de considerar en una segunda parte distintos mecanismos de la democracia moderna, que tan magistralmente Tocqueville supo analizar. 1. Análisis comparativo Alexis de Tocqueville es, tal y como lo admiten entre otros muchos autores André Jardin, Raymond Boudon y Laurence Guellec, un excelente escritor con un estilo brillante. Mas tras ese brillante estilista hay un científico social que es el que aquí interesa. Tocqueville describe cómo en la sociedad moderna “democrática” se va degradando la cultura tradicional, se aumentan los derechos individuales, se suavizan las costumbres y las formas de represión y se llega a una religiosidad más pragmática que dogmática. Sus descripciones son siempre comparativas. Mira desde fuera para comprender lo que pasa dentro de una cierta colectividad, consiguiendo un conocimiento comparado que contrasta siempre dos cosas distintas, es decir, que utiliza dos fenómenos o entidades diferentes como la sociedad aristocrática y la sociedad democrática, América y Francia, el sur y el norte de los Estados Unidos. A este pensamiento comparativo le ha dado James T. Schleifer el nombre de “thinking in pairs” (Welch, 123). A través de los detalles, que son descritos magistralmente, llega Tocqueville a las totalidades que le interesan. Ofrece pruebas y demostraciones “en negativo” (“reverse proofs”). Sus exposiciones asumen el carácter de demostraciones silogísticas encuadradas en esquemas de argumentación del tipo “dado que..., entonces o por consiguiente”. Sin embargo, esto no es todo lo que encontramos ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 671-675 ISSN: 0210-1963 en sus textos. En ellos encontramos “explicaciones” de los fenómenos tratados, de los distintos hechos sociales, políticos y culturales que se presentan. Tales explicaciones presuponen que lo que se trata de explicar, el “explanandum”, se vea individualizado. Hay, de hecho, cosas inexplicables en un sentido estricto y esto debido a su complejidad. Por ejemplo, sería absurdo pretender explicar en su totalidad la Revolución Francesa o la biografía de una cierta persona. Por el contrario, sí que se pueden explicar ciertos hechos individuales, no dando razones especulativas, abstractas o metafísicas, que recurrirían a ideas o entidades como el “genio de los pueblos” (por dar el ejemplo de la entidad utilizada por Guizot a quien el mismo Tocqueville critica debido a sus especulaciones metafísicas), sino formulando hipótesis falsables. Esto es precisamente lo que Tocqueville hace o pretende hacer. Tocqueville quiere explicar ciertos aspectos de la experiencia religiosa en tanto que fenómeno social y cultural. Quiere además explicar la preponderancia de la orientación racional en ciertas sociedades y analiza las consecuencias de un Estado fuerte y centralizado. Para ello se sirve de construcciones condicionales que integran modelos teóricos y que presentan la forma “si A, entonces B”. Tales construcciones condicionales son el esqueleto, la estructura formal de distintos mecanismos existentes que, en tanto que cadenas causales, generan efectos reales. Un tal mecanismo sería la conocida “frustración relativa”, mecanismo del que se sirvió James Davies para elaborar su “curva de la revolución” y que se podría formular de la siguiente manera: “Cuanto más mejoran las condiciones objetivas, más aumenta la insatisfacción y la disposición a protestar o incluso a llevar a cabo una revolución” (Zapf, 399ss. y Boudon, 129s.). A tales mecanismos recurre Tocqueville en sus explicaciones causales. En “L’ancien régime et la Révolution” analiza Tocqueville magistralmente el mecanismo de la “frustración relativa” en el capítulo cuarto del tercer libro que lleva por título: “Que le règne de Louis XVI a été l’époque la plus prospère de l’ancienne monarchie, et comment cette prosperité même hâta la Révolution.” En la página 276 escribe: “A mesure que se développe en France la prospérité que je viens de décrire, les esprits paraissent cependant plus mal assis et plus inquiets; le mécontentement public s’aigrit; la haine contre toutes les institutions anciennes va croissant. La nation marche visiblement vers une révolution.” Es por eso por lo que puede resumir Toc­ doi: 10.3989/arbor.2011.750n4002 2. Los mecanismos de la democracia En los escritos de Tocqueville encontramos muchas contradicciones. Jon Elster ha hecho una lista de esas contradicciones clasificándolas tipológicamente (Elster, 112ss.). Hay, en efecto: 1) contradicciones entre el primer y el segundo volumen de la “Democracia en América”; 2) contradicciones que se deben a la confusión entre aquello que es democrático y aquello que es típicamente americano; 3) contradicciones del tipo: “A es la causa de B y C” y “B y C no son compatibles”; 4) contradicciones del tipo: “A es la causa de C”, “B es la causa de C” y “A y B son el efecto de D”; 5) contradicciones del tipo “A es la causa de B” y “B es la causa de A”; 6) contradicciones manifiestas o burdas. A continuación me intereso, a diferencia de Elster, por las explicaciones logradas y no tanto por las contradicciones existentes. De estas explicaciones más o menos logradas trata lo que a continuación sigue. Son explicaciones que conciernen a cuatro temas muy importantes del pensamiento político de Tocqueville. Me refiero a los temas de la “dinámica de la igualdad”, la “libertad política”, la “sociedad civil” y la “experiencia religiosa”. 2.1. La dinámica y los efectos de la igualdad Alexis de Tocqueville no es un amante de la igualdad, mas se da cuenta de que la igualdad en tanto que proceso que lleva a que los hombres sean cada vez más iguales es algo inevitable en la modernidad. Es por eso por lo que estudia su dinámica y sus mecanismos, en concreto: los factores que la generan, sus clases y tipos, las consecuencias de la igualdad, los posibles peligros que trae consigo y posibles antídotos. versión protestante, a las armas de fuego, la imprenta y la igualdad de los inmigrantes colonos en Norteamérica. Concerniendo a los tipos y clases de igualdad, Tocqueville distingue la igualdad política, la social y la cultural. Respecto al tema de las consecuencias de la igualdad, Tocqueville defiende las siguientes tesis que ilustra con una cantidad considerable de ejemplos: la igualdad promueve el espíritu crítico y la incredulidad; promueve el individualismo (poniendo entre otras cosas en peligro a la institución de la familia debido a la movilidad geográfica y social que siempre lo acompañan); favorece la producción de obras culturales sencillas y prácticas; favorece la creación y expansión de modas y tendencias pasajeras; trae consigo un cierto tipo de historiografía (en la que los grandes hombres y los héroes pierden su antigua importancia y colectividades y grupos se convierten en protagonistas); lleva a la pérdida de importancia de un cierto tipo de honor (el honor aristocrático) y favorece la abolición de la esclavitud. Tomás Gil queville: “de telle sorte qu’on dirait que les Français ont trouvé leur position d’autant plus insupportable qu’elle devenait meilleure” (Tocqueville, 1967, 277). Aquí tenemos el mecanismo de la frustración relativa: cuanto más ligera la carga, menos tolerable se hace; cuanto más llevadero el yugo, más insoportable es su misma existencia (Tocqueville, 1967, 85, 87, 94 y 97). No todas las consecuencias de la igualdad son neutras o positivas. Hay algunas claramente negativas que Tocqueville considera como peligros de la igualdad y a las que dedica especial atención: la victoria de la mediocridad y del promedio; la tiranía de la mayoría y la amenaza a la libertad que la igualdad representa. Tocqueville piensa, por otra parte, que hay una serie de antídotos contra estos males y peligros de la igualdad que son, ellos mismos, recursos propios de la igualdad democrática. Se interesa especialmente por dos. El primero es el federalismo y sus instituciones comunales. El segundo es la constitución y la estructura del poder legal, lo que Tocqueville denomina el “espíritu legalista”, es decir, la manera de funcionar del sistema legal con sus diferentes instrumentos (por ejemplo, los jurados). Como experto en leyes, Tocqueville caracteriza magistralmente el sistema legal americano que funciona siempre como árbitro, tratando sobre casos concretos (y no sobre principios) y siendo un sistema a activar o al que hay que recurrir para que entre en acción (Tocqueville, 1961, I, 164ss. y 390ss.) 2.2. La libertad política Entre los factores que la generan, Tocqueville dedica especial atención: a las condiciones de vida cada vez más iguales para todos en el mundo moderno, al cristianismo en su doi: 10.3989/arbor.2011.750n4002 Para Tocqueville la libertad política es una serie o conjunto de derechos dentro de un sistema legal (el derecho de ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 671-675 ISSN: 0210-1963 673 Nº 750 libre prensa, de asociación y de religión) y la práctica o la cultura concreta de esos derechos, es decir, un conjunto de actividades. LOS MECANISMOS DE LA DEMOCRACIA EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE Al tratar el tema de la libertad, Tocqueville habla de las consecuencias de un gobierno libre, de la libertad democrática comparada con la libertad aristocrática y de la libertad como un bien intrínseco. Pero más que nada, lo que realmente le interesa a Tocqueville son los peligros que surgen en una sociedad democrática igualitaria para la libertad. Hablando de peligros distingue: los peligros pequeños o amenazas y los peligros reales o grandes de la libertad (a los que se refiere con los conceptos de “despotismo” o “tiranía”, conceptos que utiliza como sinónimos). Cinco clases de verdaderos peligros hay para la libertad, de acuerdo con Tocqueville, en las sociedades democráticas modernas: 1) el “despotismo legislativo”, es decir, el despotismo del poder legislativo, del parlamento o asamblea elegida por los ciudadanos que elabora cada vez más leyes; 2) la “tiranía de la mayoría” y de la “opinión pública” que se impone subrepticiamente y sin violencia; 3) el gobierno despótico o la tiranía de posibles Césares; 4) el “despotismo administrativo” que se aprovecha de la apatía política, del individualismo y del materialismo existentes en las sociedades democráticas; 5) el “despotismo imperial” y “militar”. En un pasaje bien significativo y que por eso cito en su totalidad, formula Tocqueville: “je vois une foule innombrable d’hommes semblables et égaux qui tournent sans repos sur eux-mêmes pour se procurer de petits et vulgaires plaisirs, dont ils emplissent leur âme. Chacun d’eux, retiré à l’écart, est comme étranger à la destinée de tous les autres... Audessus de ceux-là s’élève un pouvoir immense et tutélaire, qui se charge seul d’assurer leur jouissance et de veiller sur leur sort. Il est absolu, détaillé, régulier, prévoyant et doux” (Tocqueville, 1961, II, 434). Así describe Tocqueville la estructura de posibles despotismos que surgen dentro de sociedades igualitarias, en las que los individuos viven aislados los unos de los otros, desinteresados de los asuntos comunes, entregados a la satisfacción de sus deseos particulares y un poder político “absolu, détaillé, régulier, prévoyant et doux” se hace omnipresente. 2.3. La sociedad civil No hay nada tan fundamental para las democracias modernas como la sociedad civil. Ésta es su rasgo más característico. 674 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 671-675 ISSN: 0210-1963 La sociedad civil es algo intermedio entre los individuos y el estado, es lo “intermediario” por excelencia, en donde florece el sentido de la ciudadanía y de la vida pública a través de distintas prácticas de asociacionismo. No es un reino aislado, una esfera separada de otras esferas, sino una serie de organizaciones mediadoras, de costumbres y de hábitos. La sociedad civil tiene “componentes” y “recursos”. Los “componentes” que la integran son: la separación de iglesia y estado; una prensa libre; la estructura federal de gobierno; una serie de asociaciones políticas permanentes; las asociaciones civiles (no políticas); diversas reuniones municipales o a nivel de las distintas ciudades (los así llamados “town meetings”). El “espíritu de asociacionismo” y sus distintas maneras de funcionar en concreto son los mejores “recursos” que tiene la sociedad civil: la actividad desarrollada por las asociaciones políticas, caritativas, educacionales, religiosas, de vecindad y profesionales que la integran. En todas estas actividades de las asociaciones que constituyen la sociedad civil se forman, crean y cultivan “hábitos y costumbres” democráticos que contribuyen a una vida social y profesional fuerte y viva. Es precisamente esa fuerza y vivacidad de las profesiones y de la vida social en general la que configura, según Tocqueville, el estado moral e intelectual de un pueblo, el recurso principal de la sociedad civil que puede servir de antídoto a posibles males democráticos. Tocqueville resalta en especial el federalismo de las instituciones comunales y el espíritu legalista (junto con la institución jurídica de los jurados) como tendencias democráticas intermedias entre el individuo aislado y el Estado o la nación. La concepción de la sociedad civil de Tocqueville es una concepción política de la sociedad civil y de la libertad. En su centro se halla la libertad política que se vería amenazada por un Estado democrático totalitario. Como formula Dana Villa en su artículo “Tocqueville and Civil Society”, el concepto de Tocqueville de la sociedad civil es “political at its very core” (Welch, 235s.) La sociedad civil es para Tocqueville aquello que hace posible una vida pública y política. Ésta sería su fruto y, al mismo tiempo, su condición de posibilidad. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4002 2.4. La experiencia religiosa BIBLIOGRAFÍA Recibido: 17 de diciembre de 2009 Aceptado: 17 de febrero de 2010 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4002 Boudon, Raymond (2005): Tocqueville aujourd’hui, Paris, Odile Jacob. Elster, Jon (1993): Political Psychology, Cambridge, Cambridge University Press. Hereth, Michael (1991): Tocqueville zur Einführung, Hamburgo, Junius. Jardin, André (1984): Alexis de Tocqueville 1805-1859, Paris, Hachette. Manent, Pierre (1982): Tocqueville et la nature de la démocratie, Paris, Julliard. Tomás Gil El fenómeno religioso se configura de una manera específica en los Estados Unidos. Encontramos aquí una religiosidad que es capaz de autolimitarse y que no está dominada por dogmas (creencias doctrinarias) o autoridades religiosas. La experiencia personal cuenta más que la así denominada fides quae (el contenido dogmático de la fe). La experiencia personal es compatible además con los intereses privados de los individuos y con la dinámica de una economía en desarrollo de tal forma que se da una compatibilidad de principio entre un utilitarismo tanto privado como colectivo y la religiosidad vivencial, nodogmática. Finalmente, se da en los Estados Unidos una difícil dialéctica entre inmanentismo y su compensación espiritualista, a veces fundamentalista exaltada, que, ante la complejidad de muchas cosas en el mundo moderno, opta por respuestas simples y sencillas. Tocqueville se interesa por estos rasgos característicos de la religiosidad en América que compara con el catolicismo típico de sociedades aristocráticas como la sociedad francesa prerrevolucionaria. En términos generales, analiza los efectos de la religión y constata toda una serie de funciones, en especial, de la religiosidad en América. Entre sus efectos más destacados, resalta Tocqueville: su funcionalidad y utilidad general; la manera como compromete, ata y subyuga a la inteligencia; cómo se concentra en algunas creencias fundamentales, dejando gran libertad en cuanto a las formas externas del culto; cómo apoya a las opiniones generalizadas; cómo no desprecia los bienes materiales y la importancia del presente y de la mentalidad laboral; cómo moraliza la democracia y, lo más importante de todo, cómo generaliza la idea de la inmortalidad del alma, una idea que en palabras de Tocqueville contribuye sustancialmente a la grandeza del hombre (Tocqueville, 1961, II, 38, 40, 45s. y 200ss.). Popper, Karl R. (1976): The Poverty of Historicism, Londres, Routledge. Tocqueville, Alexis de (1961): De la démocratie en Amérique I y II, Paris, Gallimard. Tocqueville, Alexis de (1967): L’ancien régime et la Révolution, Paris, Gallimard. Welch, Cheryl B. (Ed.) (2006): The Cambridge Companion to Tocqueville, Cambridge, Cambridge University Press. Zapf, Wolfgang (Ed.) (41979): Theorien des sozialen Wandels, Königstein/Ts., Athenäum. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 671-675 ISSN: 0210-1963 675 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 6 77-690 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN THE DISCOVERY OF DEMOCRACY: THE MODERNIZATION AND EXHAUSTION OF IMAGINATION Julián Sauquillo Universidad Autónoma de Madrid (UAM) ABSTRACT: This article is a further study of the diagnostic of Modernity carried out by Alexis de Tocqueville. His criticism of the exhaustion of the imagination in the collective action with the emerging of the modern democracy enhances the contradictions of the contemporary world: a high level of welfare matches with the declining of the interest in public questions; the normalization of the behaviours and the administrative machinery taking possession of the public space of participation. Tocqueville and Mill start a critical diagnostic of the Modernity which will be followed by Weber and by the School of Frankfurt. RESUMEN: Este artículo indaga en el diagnóstico de la modernidad realizado por Alexis de Tocqueville. Su crítica del agotamiento de la imaginación en la acción colectiva, con la emergencia de la democracia moderna, subraya las contradicciones del mundo contemporáneo: un alto nivel de bienestar coincide con el declive del interés por las cuestiones públicas, la normalización de los comportamientos y el apoderamiento del espacio público de participación por la maquinaria administrativa. Tocqueville y Mill abren un diagnóstico crítico de la modernidad que será proseguido por Weber y la Escuela de Frankfurt. KEY WORDS: Tocqueville; Weber; Stuart Mill. PALABRAS CLAVE: Tocqueville; Weber; Stuart Mill. La trativa norteamericana –con centralización en las tareas de gobierno– impulsó una dinámica participación cívica en la “vida local”, la centralización administrativa francesa se basó en la disolución de los comités locales, una vez se produjo la elección en los niveles provinciales y regionales. La revolución norteamericana, hasta cierto punto, es un contraejemplo para los revolucionarios franceses. Sieyès, por ejemplo, valoró como un infortunio para Francia que la Nación se hubiera fragmentado, tras la revolución, en una serie de Estados agrupados en torno a la Unión2. Mientras que, para Tocqueville, por el contrario, la auténtica revolución es la norteamericana. La revolución francesa, en el análisis de éste, abolió las costumbres feudales y los cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado, pero confirmó un modelo administrativo validado por Luis XVI. La “Revolución” es, dentro del diagnóstico de Tocqueville, la espuma sobrepuesta a una corriente acuífera subterránea que brota en el XVII Brumario de Napoleón Bonaparte y la Restauración francesa en 1800. Llama la atención la coincidencia de la filosofía de la historia de Tocqueville y Weber en la visión de las administraciones europeas como centralización administrativa: la conversión de la política en rutina La obra maestra de Tocqueville es un balance completo de las posibilidades y las aporías de la democracia moderna, que estaba surgiendo de manera inédita en Estados Unidos. Se convirtió en una obra de referencia para el diagnóstico de las aporías de la democracia moderna. El trágico diagnóstico de la burocratización del mundo moderno realizado por Weber es una prolongación brillante de la admonición tocquevilliana ante la posible conversión de la política en administración. La democracia en América (1835, 1840) y El Antiguo Régimen y la Revolución (1854)1 cierran un ciclo teórico de contraste entre los efectos sociales y políticos de la Revolución norteamericana y la Revolución francesa. Tocqueville obtiene una conclusión muy negativa de la confrontación entre la descentralización norteamericana y la centralización francesa. La centralización administrativa, iniciada por Luis XIV y heredada por los revolucionarios franceses, va a generar una suprema pasividad política entre los ciudadanos. Mientras la descentralización adminis- Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN 678 maquinarias estancas, tras las supuestas revoluciones burguesas. Para Weber, ni la administración francesa ni la administración zarista sufrieron cambios profundos tras sus respectivas revoluciones. En cambio, la Revolución norteamericana, sin instituciones del Antiguo Régimen que la precedan, plasma una democracia inédita que será el ejemplo y el futuro del viejo continente. Tocqueville refleja una disposición modernista mezcla de fascinación y terror ante los nuevos tiempos. Regresa de su viaje a Estados Unidos en 1831 con la novedad que atañe a Europa fundamentalmente: una política contemporánea realizada por hombres que no son santos, ni tampoco héroes, regirá la actividad del sistema democrático3. La política democrática con su igualitarismo democrático entierra la ya caduca excelencia de unos pocos regidos por las virtudes antiguas. fiestas revolucionarias en los Campos de Marte, y describe la revolución en sus Recuerdos, sin populismo alguno6. La degradación de las costumbres públicas y la indignidad de los políticos para mantener el poder –según él– caldean el viento de revolución dado el empobrecimiento de la “vida pública”. Mill coincidió con Tocqueville en ver en el empobrecimiento de la vida pública la causa ecuánime de la caída de Luis-Felipe. Marx busca la explicación económica de la política; Tocqueville y Mill otorgan, en cambio, a la política su sustantividad propia. Mientras Mill y Tocqueville priorizan las libertades formales para el futuro de la política, Marx no aprecia cambio político que no deba concluir en una liberación real7. Ambas posiciones reflejan la tensión entre una política revolucionaria y otra reformista –a veces crítica– que, hoy, heredamos decidida. Mill, Tocqueville y Weber realizan la cartografía de las instituciones representativas en un período paradigmático de convulsiones sociales: los sucesos franceses de 18481851 y las agitaciones sociales de la República de Weimar, desarrollada entre 1919 y 1933, enfrentan a demócratas, nacionalsocialistas, liberales y socialistas. Aquellos tres son los artífices de una política reformista sustentada en la burguesía y en cuyas antípodas los dos primeros tienen como coetáneos a Marx y a Engels, y el último a Rosa Luxemburgo4. Marx, por su parte, escribe desde el exilio londinense de pensador nómada sus textos historiográficos, desbrozando un amanecer revolucionario que premie el insomnio padecido por el cuarto estado. En La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850 (1895), Marx fija el momento de la revolución en la contradicción entre las modernas fuerzas productivas y las formas burguesas de producción. Marx sitúa todos los episodios de 1848 y 1849 bajo la divisa de la derrota de la revolución5. Largo calvario le haría falta al partido de la subversión para sobreponerse a una contrarrevolución cerrada y potente. De forma más concluyente, Engels en el prólogo a esta obra –frente a la posterior opinión del espartaquismo alemán– señala el adelanto de las revueltas respecto al necesario acaecimiento de una crisis económica mundial y una mayor experiencia del ejército en la lucha callejera para aplacar las algaradas del pueblo como causas del fracaso de la insurrección del 48. Engels acaba prefiriendo la utilización estratégica de los instrumentos electorales legales a las movilizaciones sociales. Con escala de valores opuesta, Tocqueville observa, armado frente a “la pura canalla de la insurrección”, la “confusión fraterna sin desorden” de las John Stuart Mill es clave para la reconstrucción del debate histórico entre liberalismo, democracia y socialismo en la política moderna del siglo XIX. Mill, Tocqueville y Weber están unidos por la fascinación por la cultura política anglosajona –siempre diferenciada de la del viejo continente–, que surge con una novedad inaudita en Estados Unidos. En este vector teórico, Mill es un auténtico gozne en la reconstrucción de la teoría del liderazgo político de Alexis de Tocqueville y Max Weber. El “aire de familia” filosófico político que les asemeja se evidencia en ciertos rasgos compartidos por estas dos generaciones. En primer lugar, Mill escribió dos espléndidos comentarios a La Democracia en América (1835, 1840) en la London and Westminster Review, coincidiendo con su sucesiva aparición8. Allí, subrayó la importancia fundamental atribuida por Tocqueville a la actividad política realizada en el ámbito de la vida local. Pero, tanto en este comentario como en la correspondencia entre ambos, quedó patente el papel fundamental de las élites democráticas en el poder representativo del gobierno democrático americano. Además, Weber leyó a Mill y citó al escritor inglés en “La ciencia como vocación” (1919), con rasgos sumamente problemáticos de distanciamiento y de coincidencia fundamental: un precedente al que está lejos de alabar y otorgar razón, pero al que reconoce haber subrayado el valor ontológico del politeísmo en cuanto se sale de la pura empírea. En segundo lugar, por su vinculación con el modelo desarrollista de democracia, Mill y Tocqueville conciben la política como instrumento de desarrollo espiritual e intelectual de los individuos. Sin embargo, ambos tendrán que reflexionar frente a una antropología liberal ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 Desde tradiciones culturales muy distintas, los tres subrayan los males endémicos del proceso de racionalización del mundo moderno bajo las formas de centralización, organización racionalizadora, reducción de la vida a mera supervivencia o elusión del deseo al cálculo administrado. Tanto Tocqueville como Mill y Weber sitúan la acción social moderna bajo el dictum, posterior en el tiempo, de Adorno y Horkheimer, de crítica del contenido represivo de la igualdad: “el precio de la igualdad de todo con todo consiste en que nada puede ser idéntico a sí mismo. La ilustración disuelve el error de la vieja desigualdad pero (...) destruye lo inconmensurable (...)”. La constricción moderna de la libertad en el interior de la weberiana “jaula de hierro” es debelada de la misma crítica forma en el frankfurtiano viaje de Odiseo. La mayor cientificidad y eficiencia de la máquina administrativa genera menos libertad. Nadie escapa a este poder acrecido del Gobierno moderno que, cuanto más se expande, más puede prescindoi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 dir de las demandas sociales. Si el postulado reformador de Bentham era todavía organizar y moralizar a la administración racionalmente, la preocupación de Mill y Tocqueville es evitar su sobredimensionamiento. Ambos comparten la misma concepción de la libertad. Tocqueville le escribe a Mill en una de las últimas cartas: “Mi querido Mill, recibí ayer su libro Sobre la libertad. Me lo he encontrado en Cannes, donde mi salud me forzó a venir para pasar el invierno (...). Siento indudablemente a cada instante que sobre este terreno de la libertad no sabríamos marchar sin darnos la mano” (9 de febrero de 1859)9. Mill, influido por Tocqueville, temió los efectos homogeneizadores de aquel criterio en que Bentham fijó máximas esperanzas: el control político y moral de la “opinión pública”. La tiranía de la opinión mayoritaria supondría necesariamente una opresiva limitación del alma individual10. De ahí que los rasgos más sobresalientes de la filosofía moral de Sobre la libertad (1859) reparen en la protección de la disidencia, el ideal del desarrollo de la individualidad no sometido al yugo social, la libertad de creación y expresión de una opinión incluso herética, y, en definitiva, la inexistencia de otro criterio de intervención estatal en la esfera de libertad civil y política que evitar un daño a terceros. Julián Sauquillo precedente –el individuo maximizador de utilidades– que niega su modelo normativo de autorrespeto y perfección espiritual. El utilitarismo de Jeremy Betham y James Mill se adapta mejor a la descripción del comportamiento individual moderno como un cálculo egoísta para incrementar ventajas y beneficios. Consecutivamente, Weber representa una propuesta política in extremis de aceptación de la perversidad del mundo e intento de moralización de la vida política a través de la hercúlea tarea de un individuo carismático de cualidades heroicas. Mill conectó también con esta ética de la excelencia moral, a través de Carlyle y Tocqueville, por vía de Plutarco. En tercer lugar, los tres comparten la preocupación crítica frente a la conversión degradante de la política en una actividad rutinaria. Los tres observan críticamente la grave homogeneización propiciada por el mundo moderno y propugnan una dirección política del aparato burocrático. Ninguno de ellos acude a una fundamentación del poder en universales morales. A Weber nada le parecía más execrable que utilizar la ética para llevar razón. Tocqueville obvia las discusiones acerca de los principios generales en el día a día de la política y a Mill le preocupaba poco si la propiedad era un derecho natural o no a la hora de reconocer límites variables a este derecho. El politeísmo moral de Weber ya está presente en Mill, quien comparte con Tocqueville una teoría moral basada en la libertad. La explicación de todos ellos del poder es estratégica y no reducible al lenguaje de los derechos universales. Del temor a la reducción absoluta de la política a administración surge el compromiso teórico y práctico de Tocqueville, Mill y Weber por una organización dinámica del monstruo burocrático. Para Aron, el problema central de Tocqueville es el desarrollo de uno de los problemas que plantea Montesquieu: el despotismo o poder arbitrario de uno solo es contrario a la libertad, mientras que una república o una monarquía moderada pueden proteger la libertad. Para Montesquieu, la desigualdad es garantía de libertad en la monarquía francesa. Pero, al estudiar la monarquía inglesa, se encuentra con una monarquía liberal, basada en la representación y la primacía de la actividad mercantil. Tocqueville desarrolla los análisis de Montesquieu sobre la monarquía inglesa, consciente de que aquí la libertad –a diferencia de lo que ocurría con la monarquía francesa– no requiere de desigualdad de condiciones11. Pero Tocqueville siente en carne propia cómo la aristocracia es un Gobierno indefectiblemente superado. Tal como señala Schmitt, Tocqueville es el pintor y moralista de una época que vive existencialmente como vencido. Su coraje intelectual y cortesía se sobreponen sobre una ruidosa desesperación12. Se desinteresa por viajar a Inglaterra porque los gobiernos mixtos le parecen sociológica e ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 679 Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN 680 históricamente superados. Y, respecto de Francia, la experiencia americana reúne la ventaja de surgir sin revolución. América aporta una democracia en estado puro, incluso, en comparación con Inglaterra, a la que secunda. Los ingleses son aristócratas en Inglaterra y demócratas en Estados Unidos13; Tocqueville abre así una firme inquietud por la vida norteamericana proseguida por Mill y Weber. La amistad frente a la “tiranía de la mayoría”: la correspondencia íntima como programa político El viaje de Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont a Estados Unidos, entre abril de 1831 y enero de 1832, requirió de cuarenta días de travesía. El viaje suponía una aventura alentada por el deseo de experimentar la emergencia de la democracia en el lugar mismo de aparición. Desconfiaban de principios teóricos absolutos para analizar la democracia y querían ver la democracia en su estado palpitante. Tocqueville no se encontraba seguro como juez en Versalles al poco de ser nombrado. Le desespera ser como un colegial que sale a la ciencia con una formación informe en la cabeza. A pesar de haber trabajado tanto como sus colegas juristas, es incapaz de ser el primero y satisfacer su orgullo. Además le cuesta hablar en público y no puede ni adornar, como otros, sus malos razonamientos jurídicos. Aunque el trabajo práctico de juez le satisface y se va concentrando, teme convertirse en una máquina silogística. Antes quema sus libros –confiesa– que convertirse en esa máquina (A Kergorlay, Versalles, 23/VII/1827)14. Quedaba así el camino expedito hacia América. El viaje de estos dos magistrados de Versalles se inscribe entre otros dos de La Rochefaucault-Liancourt y Chateaubriand anteriores, y otros posteriores de Bryce, Ostrogorski y Weber. Todos querían extraer experiencias e innovaciones norteamericanas que fueran provechosas para Europa. Estaba en juego la revisión de los presupuestos ilustrados y de la teoría de los derechos humanos como concepciones demasiado abstractas para organizar las instituciones públicas consecuentemente. Ciertamente, la amistad entre Beaumont y Tocqueville permaneció intacta hasta el final pero hubo un distanciamiento evidente entre ambos en torno al análisis del proceso moderno de democratización de la política. Era tan ambivalente e ineluctable para ambos el proceso democrático, tan diverso les resultaba, que ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 se separaron en un proyecto inicialmente compartido de escribir juntos La democracia en América. Ante los cambios sociales en la sociedad democrática, los hombres más distinguidos –dotados de virtudes excelentes, antiguas– vieron el poder social de la mayoría como el poder tiránico nuevo. Tocqueville y algunos de sus amigos sintieron el poder democrático como una nueva tiranía del Uno, en los términos de Étienne de La Boétie. Como ocurría ante la tiranía del monarca o de la aristocracia, la nueva tiranía democrática, surgida en Estados Unidos, se asienta en la “servidumbre voluntaria” del mayor número en vez de en la fortaleza del tirano, representado por la sociedad de masas y el Estado burocrático. Un período mínimo de desobediencia voluntaria podría deponer al tirano (democrático). Pero la nueva cadena de dominación, en diferentes niveles jerárquicos, y la red clientelar de favorecidos por el régimen, recién emergidas, lo hacen invulnerable para los dominados15. El punto de fuga, para estos nuevos ilustrados, respecto de este nuevo dominio es la amistad (la misma tenida entre Montaigne y La Boétie con pleno uso de las prácticas clásicas)16. Una relación entre amigos que Tocqueville expresó nostálgico, sobre todo, en la dilatada correspondencia con Louis de Kergorlay. La correspondencia íntima entre ambos amigos repasa los incidentes de la vida de dos jóvenes –la relación con la familia, los titubeos en la elección de profesión, las ambivalencias de una relación amorosa estable con una mujer cuando se está en plena maduración espiritual...– y prepara un tipo de carácter opuesto a la sociedad de masas entonces emergente. A la muerte de Tocqueville, su más constante y, quizás, mejor amigo no duda que el espíritu público de sus ideas no debe dejar pasar la consideración de un estilo literario que ha apreciado como amigo. Cada palabra dentro de su “gran estilo” se incorpora a un lenguaje digno y cuidado. Le interesa tanto la forma como a los artistas, aunque haya usado la pluma dentro de un compromiso público. Tocqueville, como los antiguos, está dando a su amigo lo mejor porque sólo su excelente corresponsal es capaz de apreciar un estilo inimitable e irreductible al modelo de Montesquieu17. A sus veintitrés años, Tocqueville considera la amistad como bien de máxima significación en este mundo. Muestra todo su estupor a Louis de Kergorlay porque haya quien puede vivir sin un solo amigo. Si otros pueden vivir sin amistad –le dice–, no deben valer gran cosa moralmente (Versalles, 7/IX/1828)18. De ahí que la correspondencia de Tocqueville sea sumamente importante para observar la urdimbre de doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 Los primeros análisis muy titubeantes sobre América –sus incipientes comentarios nada más arribar– pueden ser comentados a un amigo al que se conoce tanto que no se teman sus interpretaciones. Tocqueville escribe a Kergorlay, forzado a desbrozar su reflexión por obligación, sus primeras impresiones el 29 de junio de 1831 desde Yonkers. Cauto con la pregunta de su amigo acerca de si había allí unas creencias, Tocqueville se siente interpelado y resalta cómo la inmensa mayoría de los espíritus se reúnen en torno a unas “opiniones comunes”. El futuro autor de La democracia en América resalta tres de estas opiniones compartidas: la república es una idea indiscutida; la sabiduría y perfectibilidad humana es digna de fe; la bondad de la instrucción general es de una confianza indiscutible en América y resulta más cuestionada en Francia. “Eh aquí, mi querido amigo, –dice– lo que yo llamaría las creencias de este país. Creen de buena fe en la excelencia del gobierno que les rige, creen en la sabiduría de las masas con tal de que estén esclarecidas; (/) y no parecen dudar de que haya una cierta instrucción que no puede ser compartida con las masas jamás y que, sin embargo, puede ser necesaria para gobernar un Estado. En cuanto a lo que nosotros entendemos generalmente como creencias, antiguas costumbres, antiguas tradiciones, potencia de las costumbres, nunca he visto hasta el presente rasgo alguno (...)”20. La pretendida tolerancia norteamericana no es, en su opinión, más que indiferencia. En América, los predicadores sólo tratan lugares comunes de la moralidad –observa Tocqueville– y no cabe que unos y otros se ofendan entre sí. Mientras que Francia posee unos predicadores que ponen en juego tiempo, esfuerzos y fortuna en la pasión religiosa, o cuenta con unos brutos, que no quieren ni oír hablar siquiera de la religión y no disciernen entre el bien y el mal, América –le explica Tocqueville a Kergorlay– carece de estos tipos sociales extremos entre la masa protestante. En América, doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 observa Tocqueville, los instintos religiosos y antirreligiosos se manifiestan con plena libertad. A este estado, Tocqueville le concede categoría de “curioso espectáculo”: hay, por otro lado, dos principios que dividen el mundo político. El primer principio lo forman los protestantes de todas las comuniones, practicantes e indiferentes que viven al día, habituados a un medio poco satisfactorio si bien tranquilo donde se cumplen todas las convenciones. No se preocupan del fondo de las cosas en toda su vida y tampoco se reclutan. Por encima, como segundo principio, están los católicos. Usan la tolerancia de sus adversarios pero se mantienen intolerantes como siempre en el sentido de qué creen. Sólo creen en una verdad y fuera de ella está la condena eterna. Viven en medio de la sociedad civil pero se prohíben cualquier relación con las sociedades religiosas que les rodean. Guardan, posiblemente, –observa Tocqueville– el mismo dogma sobre la libertad de conciencia que en Europa y perseguirían a sus adversarios si fueran más fuertes. Los católicos son pobres, llenos de celo, y sus sacerdotes creen en el culto del sacrificio que abrazaron. A diferencia de los sacerdotes protestantes, los sacerdotes católicos no son industriosos en materia de religión. Tocqueville constata el aumento prodigioso de los católicos en Estados Unidos. El autor de La democracia en América no se detiene en constatar la vivencia difusa y leve de la religión protestante sino que experimenta un fenómeno parecido entre la clase dirigente. Los unitaristas, que niegan el misterio de la santísima trinidad y llegan a valorar la figura de Cristo como la de un filósofo semejante a Sócrates –asegura Tocqueville– no tienen de protestantes más que el nombre. Conservan unos ritos ligeros –a los que el gran viajero ha acudido– y mencionan la Biblia para no chocar con el protestantismo. Su aumento de seguidores –observa– es comparable al del catolicismo pero sus seguidores se prodigan entre las clases altas de la sociedad (“rangos altos de la sociedad”). Tanto el catolicismo como el unitarismo se benefician de las pérdidas del protestantismo. La observación tocquevilliana acerca del unitarismo es importante: el protestantismo frío y lógico de las clases discutidoras adquiere en esta manifestación unitarista forma de secta filosófica para los intelectuales, que pasan a hacer profesión pública de su deísmo. Las observaciones provisionales de Tocqueville a su llegada al nuevo mundo no quiere que sean tomadas como absolutas. Le confiesa a Kergorlay que estas observaciones marcan la “tendencia evidente de los espíritus” pero no el estado actual completo en los Estados Unidos. Acaba de llegar a ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 Julián Sauquillo sus observaciones. En realidad, por momentos, Kergorlay parece aportarle un método de trabajo a Tocqueville que haga acopio de las costumbres de un pueblo a través de la observación directa. Indudablemente, es el amigo severo de Tocqueville que acude a los clásicos –de Sócrates a los estoicos o a Luciano de Somosata– para resistir como un loco incomprendido, frente a un espíritu moderno que se ha vulgarizado y al que ninguno de los dos desea parecerse. La propia vida afectiva ha de limitarse. Elegir una mujer adecuada es básico para no verse coartado en la auténtica vida del espíritu19. 681 Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN 682 una nación que guarda el más amplio fondo de religión cristiana del mundo. Esta disposición protestante dota de un sesgo moral y dirige las ideas –según su opinión– con indudable influencia sobre el régimen político. Por más que el catolicismo no eligiera caminos al margen de la moralidad y que chocaran abiertamente con las creencias religiosas, el protestantismo se le muestra más flexible a Tocqueville. El protestantismo es innovador sin la pasión que vence todos los obstáculos propia del catolicismo21. Las propias leyes son vistas por este fascinado viajero como causa de la igualdad. Al comienzo de la Revolución –observa Tocqueville– existía igualdad política pero no económica entre los colonos. Las leyes inglesas de primogenitura estaban vigentes, constata Tocqueville. Como consecuencia, en su análisis, no había una clase de nobles pero sí de grandes propietarios que hacían una vida simple y muy intelectual, con un tono de distinción y maneras elevadas propio de familias con un punto de honor. Al establecerse un reparto igual de las herencias, en vez del destino de tres cuartas partes de la fortuna al primogénito, la ley –en el argumento tentativo de Tocqueville– causó un cambio mágico: la tendencia aristocrática de los primeros años de la república fue sustituida por un espíritu democrático imparable. No hay tendencia aristocrática en Estados Unidos, la democracia –según Tocqueville– se extiende a todos los Estados en las costumbres, las leyes y la opinión mayoritaria. Tocqueville constata una extensión de los derechos electorales a todos, sólo negada a algunos vagabundos. El diagnóstico no deja de ser exultante porque atiende a una idea común, uniforme, en los hombres y en las leyes. Pero, ¿qué ocurre con las mujeres o con los negros esclavizados? Lo ignora. La democracia es ilimitada y, buena o mala, es, para Tocqueville, irresistible. Para este extraordinario observador, el movimiento democrático es concluyente, también, para Francia: los Borbones, en lugar de reforzar el principio aristocrático, debieran dar orden y estabilidad a la democracia. Tocqueville tiene reservas hacia el gobierno de la multitud, tiene discrepancias con un gobierno que pretende satisfacer todos los intereses en vez de los intereses más racionales dirigidos por “las clases más esclarecidas y más morales de la sociedad”, pero está pensando en la ley como “único contrapeso posible” a la imparable democracia. La satisfacción de los norteamericanos es universal e inimaginable por su amigo –según le manifiesta a Kergorlay en su correspondencia– que no ve esta emergencia de la democracia con sus propios ojos. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 Para Tocqueville, la posición moral del pueblo es más elevada en Estados Unidos que en Francia, como más fácil es el sentimiento de cada individuo de su posición y de la importancia de respetar a los otros. La admiración del viajero comprende dos logros extraordinarios. En primer lugar, el respeto por la ley, ya que la hacen ellos mismos y la pueden cambiar. Es más obedecida porque su origen es popular. La segunda cuestión envidiable en este pueblo es la implicación del pueblo en el gobierno. Todos y cada uno están concernidos por la seguridad pública y el ejercicio de las leyes. La fuerza pública reside en todos –observa fascinado– y no está localizada en la policía. Le sorprende a Tocqueville cómo el orden se mantiene porque el pueblo sabe que es su propia salvaguardia. Pero acaba de pisar territorio norteamericano. Se pide, por ello, ante su amigo, un repliegue sobre sí mismo para no dejarse llevar por una fascinación por Estados Unidos que cala en los espíritus lógicos y superficiales. La democracia que está descubriendo sólo puede ser aconsejable para una gran nación a condición de que guarde “un gobierno interior fuerte y una política exterior fija”22. Frecuentemente, en la teoría social de Tocqueville, se han resaltado aspectos de valedor de una sociedad ­autorregulada por un supuesto predominio absoluto de la vida política local. Ambos suponen que surge un Estado centralizador y un individualismo egoísta, apropiado a la desaparición de los cuerpos intermedios, sólo cuando la sociedad padece de desintegración. No se obvia la ineludible existencia de un poder externo, pero el acento final se pone en la capacidad de los hombres para autogobernarse. Tocqueville resultaría ser así un anti-Hegel23. Pero el autor de La democracia en América confía, muy al contrario, en que la corrección de la inconveniente centralización administrativa venga de un “arte” político centralizado que tuerza esta pésima tendencia de la sociedad moderna. Aunque el énfasis en la participación política descentralizada es cierto, Tocqueville otorga, siguiendo la tradición política clásica, un papel decisivo a la centralización gubernamental –de la que sí es partidario– y al consiguiente liderazgo elitista, en la materialización de esta particular intervención política en la sociedad. Tan importante es la libertad de asociación, para Tocqueville, como la selección de élites y técnicos en el gobierno representativo. En una sociedad atomizada, las asociaciones contrapesan la débil presencia de las demandas individuales. Una presencia casi inexistente en comparación con el paternalista peso del doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 Tocqueville sí es un antiMacintyre, pues piensa que la fragmentación que observa de la sociedad moderna es propia de la sacudida de un paradigma histórico –el premoderno– irremisiblemente superado. Más allá de cualquier “ironismo escolástico”, muestra un esfuerzo sincero –inútil es añorar la caduca comunidad bien ordenada– por remontar los males que ya le parecen inevitables de la democracia: la homogeneización normalizadora por el disfrute o aspiración al bienestar, la pérdida de cualquier estima hacia el noble esfuerzo espiritual y, sobre todo, el riesgo de “inmovilismo chino” entre los ciudadanos y de ejercicio de un “despotismo asiático” venido de las alturas. Destino común a Rusia y a Estados Unidos –para asombro de Schmitt, ya aisladas como las dos superpotencias futuras por Tocqueville–. En un país como Estados Unidos, donde el acceso a las fortunas intermedias y su expansión está generalizado, el poder de las mayorías no se ejercerá sobre las riquezas de unos pocos sino sobre las opiniones disidentes y las minorías de raza y religión. Para Tocqueville, la terapia doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 democrática consiste –y aquí coincide con Mill y Weber– en la profundización de la educación política a través de la revitalización del asociacionismo y el quebrantamiento de la opinión pública por las élites democráticas. El bienestar moderno acaba con la libertad antigua Julián Sauquillo Estado. Pero existe una distancia manifiesta entre el origen de la soberanía democrática y su ejercicio efectivo en la democracia representativa. La vida pública está abierta a todos, según diversos niveles adecuados a las diferentes aptitudes y capacidades. Si bien, más allá del gobierno local, la soberanía popular sólo interviene en la elección y control de los representantes24. La interpretación de Mill de La Democracia en América se basa en que existe aquí una “distinción capital entre delegación y representación”. Además, ambos comparten idéntico pesimismo sobre los procesos de racionalización: el liderazgo político está bloqueado por la homogeneización moderna de los individuos y no es evidente que la democracia impulse la libertad de expresión. Pero Mill es dos puntos más optimista sobre las posibilidades de la democracia: no ve mal endógeno en la falta de cultura dirigente en Estados Unidos, cabe educarla y seleccionarla entre la “clase ociosa”; y atribuye el embelesamiento cultural por la prosperidad económica de la civilización y no a la democratización. En todo caso, ambos denunciaron la asimilación cortesana de los intelectuales al orden imperante y el rentable adocenamiento de la mayoría a la cultura de masas como males endémicos de la democracia emergente. “El hombre de genio se hace cada vez más raro –señala Tocqueville– y la cultura más común”. Y, a la vez, celebraron la profundización del Gobierno popular, mayor garantía frente a los “intereses oscuros”, adolecidos en la actividad política. Tocqueville se atribuye la aceptación de la igualdad de condiciones –las naciones mantendrán indefectiblemente este estado– y se arroga la crítica de la servidumbre acarreada por la pérdida moderna de la virtuosa libertad aristocrática. Vislumbra que las condiciones sociales americanas –igualitarias por económicamente abundantes– son el futuro del viejo continente. Pero no hay que olvidar que es representante genuino del liberalismo –antisocialista y refractario al obrerismo, en Francia, a diferencia de Mill en su segunda etapa, en Inglaterra–, y reflexiona en el centro de convulsiones populares destructoras de los deficientes límites burgueses del contrato liberal. Su conservadurismo le impide reconocer este déficit de legitimación en la sociedad que irrumpe. Y, no obstante, su virtualidad crítica diagnostica que la desaparición de la sociedad aristocrática supuso la ausencia de sus fuertes virtudes, sin que el estado social democrático haya procurado aquello que pudiera aportar la igualdad social. La fuerza de la minoría fue sustituida por la debilidad de todos. Pero no cabe vuelta atrás en este movimiento moderno traído por la Providencia. El mayor obstáculo a la dinamización de la democracia es la hipostatización de un humanismo burgués que no reconoce otro movimiento que aspirar a los pequeños negocios económicos. François Furet ha fijado, precisamente, la actualidad de ­Tocqueville en la manifiesta incompatibilidad entre bienestar y libertad que viene caracterizando a nuestro sistema democrático como deficitariamente legítimo. Ni la disidencia ni la participación vienen a coincidir con un pacto mayoritario en torno al bienestar igualitario25. Sobre el terreno, en Estados Unidos, Tocqueville le escribe a Chabrol: para la sociedad americana, “el interés es el único secreto (...) Estamos aquí muy lejos de las repúblicas antiguas, ¿no es verdad? (...) Lo que conduce a los hombres a enturbiar al Estado es, por un lado, las ganas de conseguir el poder, de otro, la dificultad de formarse una existencia ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 683 Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN feliz por medios ordinarios. Aquí, en absoluto hay poder público y, hablando en serio, no hay necesidad de él” (10 de junio de 1831). Y su amigo Gustave de Beaumont –con quien viaja a América y completa la descripción del costumbrismo americano– cuenta a su madre: “Vivimos en un país que no conoce en absoluto, desde hace mucho tiempo, las disensiones civiles y políticas. En verdad, no hay más que un partido en América; las disputas que se avivan en los periódicos o en la sociedad son más bien relativas a las personas que a las cosas. Hay que subrayar que los empleos públicos más elevados son poco buscados; aquí sólo hay una cosa que excita vivamente las ambiciones, es la riqueza. Solamente la fortuna da crédito, consideración, poder; los empleos públicos, que son poco retribuidos, no dan ni consideración, ni poder, ni crédito; por lo que no son solicitados más que por los que no tienen nada mejor que hacer (...)” (Nueva York, 7 de junio de 1831)26. Pese a estas malas condiciones sociales –el interés particular aparece como el único móvil para la escasa pasión política–, Tocqueville quiere para su historiografía una función normativa. Frente al determinismo histórico de los historiadores en democracia –partidarios de la obediencia ciega e inflexible a los acontecimientos–, Tocqueville desea, a la manera antigua, enseñar a mandar. Considera que, en todo período político, las grandes personalidades políticas desarrollan la historia en un sentido o en otro. Gobernarse a sí mismo y gobernar a los otros rompe la inexorabilidad de las leyes generales de la historia. El mayor obstáculo democrático a este liderazgo político es el establecimiento de la “humanidad” en la mediocridad y el bienestar. El apagamiento de la juventud y la imaginación, la pérdida de cualquier extremo, el aislamiento de los disidentes y el debilitamiento cortesano de los mayores talentos son efectos de este nivelamiento social democrático. Tocqueville puede ser interpretado en clave de antihumanista y antiburgués. La vida asociativa y una “doctrina del interés bien entendido” habrían de contribuir a la selección democrática de élites. Pero, aunque éste sea el móvil último de su teoría política, Tocqueville observa en Estados Unidos un predominio vacío de la partitocracia en el poder sólo contrarrestrable a través de otras asociaciones. Una gran desconfianza popular hacia los grandes talentos y el servilismo de los elegibles respecto de los electores procuran un fracaso absoluto en la selección popular de élites: sólo el Senado, mediante un segundo grado de elección, propicia 684 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 la honorabilidad de los debates parlamentarios americanos. Tocqueville atisba una crisis en el sistema americano de partidos –análisis proseguido por Bryce, Ostrogorski y Weber–, provocada por la proliferación de “pequeños partidos” que nunca representan el interés público y ahogan la actividad franca y audaz de los “grandes partidos”. Tocqueville alentó en la primera parte de La Democracia en América un buen augurio sobre la descentralización administrativa americana y su impulso local. Cinco años más tarde, el acento último recae en el predominio de la weberiana dominación legal-racional, sin que haya determinado un resorte claro de selección de las élites culturales democráticas, fundamentalmente valoradas en su teoría política. El sentimiento igualitario tiene su correlato en la dominación democrática de un poder único y central y una legislación uniforme. El temor al desorden y el amor al bienestar favorecen el predominio absoluto del poder central en manifestaciones cada vez más amplias de la acción social. La destrucción final de todos los poderes secundarios consagra así el despotismo administrador y el predominio de un individualismo atomizado y políticamente estéril. Tocqueville concluye diciendo: “la igualdad sugería la noción de un gobierno único, uniforme y fuerte. Acabo de mostrar cómo también les habitúa a él; así que es hacia un Gobierno de ese tipo al que tienden las naciones en nuestros días. La inclinación natural de su espíritu y de su corazón a él les conducía y, para alcanzarlo, les basta con no ponerse límites. Creo que en la era democrática que se inicia, la independencia individual y las libertades locales serán siempre un producto del arte político. La centralización será la forma de gobierno natural”27. La segunda parte de La Democracia en América señala un giro hacia el reconocimiento del auge centralizador. En el año 1835, le había preocupado la concentración popular y legislativa del poder, ahora la creciente acumulación del poder del Estado y su burocracia28. Tocqueville ha oscilado entre el postulado de las grandes virtudes aristocráticas de Plutarco, la reivindicación del honor antiguo en las naciones modernas, y un pesimismo pascaliano sobre el futuro de la libertad en las sociedades democráticas29. La absolutización del consensus democrático es el único devenir real y horizonte individual en la historia. El “hombre democrático” desconoce que es más objeto que sujeto del proceso de igualación. Ante la absolutización de las virtudes morales universales, la libertad aparece como un don extraño al “hombre democrático”30. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 políticas modernas determina un paradigma reformador del que no hemos salido. Mill fija en la selección de las élites la salida a los dos males de la política moderna: inexistencia de educación política y burocratización de las decisiones colectivas. La complejidad de la acción social determina en Mill –como en Weber– la disposición de las decisiones públicas por el aparato institucional. La determinación de las funciones del político y del funcionario delimita, tanto en uno como en otro, el ámbito de la imaginación de fines colectivos y de la ejecución de órdenes, respectivamente. Además, ambos conciben el Parlamento como el órgano deliberativo capaz de seleccionar a las élites. Así, Mill señala, en expresión clave que Weber suscribiría: “La enfermedad que afecta a los Gobiernos burocráticos, y de la que ordinariamente perecen, es la rutina. (...) se necesita un régimen popular para que las concepciones de los genios originales tengan probabilidades de prevalecer sobre el espíritu inerte y hostil de las medianías que no ignoran la tradición pero carecen de ciencia (...)”36. Esta “glorificación del genio”, como individuo activo y original, realizada por Mill, es un precedente de la noción moderna de carisma radicalizada por Nietzsche. Para Mill el genio posee una capacidad estimuladora de la inteligencia media de los individuos37. En cambio, en la formulación del genio realizada por Nietzsche, en Sobre el porvenir de nuestras escuelas (1872), el hombre superior surge en el sacrificio plurisecular de las capacidades de la medianía de la sociedad. Julián Sauquillo El postulado filosófico-político de Mill y Weber puede ser hoy interpretado como una terapia de urgencia a las aporías de la política moderna, no exenta de titubeos en su afirmación democrática. Weber sobrevaloró la democracia plebiscitaria sobre la democracia parlamentaria31. De Mill no hay que olvidar que su compromiso socialista, querido como profundizador de la democracia32 y su obrerismo estuvo teñido por su teoría del voto plural, matiz de su sufragismo. Mill había percibido ya el posible éxito de la estrategia electoral del movimiento obrero propugnada por Marx y Engels: el auge de los trabajadores manuales, en cuanto población, concluiría en una legislación favorable a la clase obrera. De aquí que propugnara el favorecimiento numérico de los más preparados culturalmente, bajo la intención declarada de favorecer la imparcialidad de las instituciones democráticas. No cabe reconstruir –tal como hace Berlin– la filosofía política de Mill sobre las élites a través de Sobre la libertad (1859) sin aludir a Del gobierno representativo (1861). Es cierto que –tal como señala Berlin– Mill fue un crítico corrosivo de la “religión sin teología” de Comte. No compartía ni su afán reglamentista, ni su deseo –de imponer un altruismo perfecto sobre cualquier tendencia personal. La solidaridad querida por Mill no debería surgir de la paralización de las pasiones e inclinaciones egoístas por la fortificación habitual de las afecciones sociales. La descripción que Mill hace, en 1865, de la transición del anarquismo al positivismo puritano, prevista por Comte, es burlesca33. Pero del santsimonismo le hace un encarecido elogio a Gustavo d’Eichtal cuando aprueba la regeneración y desarrollo de la sociedad que está emprendiendo este movimiento “á la téte de la civilisation” (30 de noviembre de 1831). De forma mucho más precisa que Berlin, Macpherson resalta el temor de Mill a un gobierno de trabajadores. Finalmente, la predicción de Bentham y James Mill de que el sufragio universal no favorecería tal gobierno, y la clase trabajadora seguiría el ejemplo de la clase media, acabó confirmándose cuando, muerto Mill, se introdujo el sufragio universal de los varones34. Más cercano al fourierismo que al comunismo, Mill objetaba al socialismo revolucionario su tendencia a estrangular la opinión minoritaria en aras de la decisión colectiva y a precipitar los necesariamente paulatinos cambios históricos35. Del gobierno representativo prioriza, claramente, el liderazgo de los más capaces e inteligentes y se opone a una posible legislación de clase (trabajadora). Pero su terapia al sedentarismo de las instituciones Pese a que la teoría de la personalidad y el politeísmo valorativo nietzscheano sean transfondo de la teoría del liderazgo político weberiano38, Weber no comparte esta concepción del sacrificio colectivo a la voluntad del líder. El líder carismático ha de impulsar el bien común o la economía política de la nación alemana. Pero su concepción del carisma ha perdido la confianza de Mill en la capacidad desarrolladora del espíritu, procurada por el gobierno representativo. Weber hizo extensivo el sufragio al conjunto de la nación alemana, a través de su contribución personal en el artículo 41 de la Constitución de Weimar. Pero el liderazgo político weberiano supone una alternativa agónica al pesimismo de TocquevilIe acerca de las posibilidades de superación de la centralización del poder y la universalización del cálculo individualista. TocqueviIle y Weber compartieron la confianza en la iniciativa económica privada para sustituir las estructuras ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 685 Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN 686 económicas tradicionales. Pero su reverso despotenciador del espacio público de la política no es lamentado por Weber, pues habrá de colmarse con la especificidad de la labor del político, definitivamente operada por la división social del trabajo. La Democracia en América plantea la tensión weberiana entre la dominación legal-racional y la dominación carismática. Superada irreversiblemente la dominación tradicional, los últimos restos de elementos carismáticos se encuentran en las virtudes nobles del ocaso social aristocrático. Para Tocqueville prevalecerá, en el futuro, un horizonte cerrado para la política activa, cuya posible superación no vendrá determinada por la dinámica universal de la historia. Weber es heredero de esta aportación práctica de Tocqueville y Mill, sobre la que construye una teoría política definida por la teoría de la dominación, de la burocracia y del liderazgo. La definición weberiana del Estado y de la actividad política, ofrecida en “La política como vocación” (1919), no deja ningún margen a un modelo desarrollista de democracia: “(...). Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el ‘territorio’ es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. (...)”. Weber se revela, en “Parlamento y Gobierno en una Alemania reorganizada. Una crítica política de la burocracia y de los partidos” (1918), como un representante de primer orden del modelo democrático competitivo de partidos: “la esencia de toda política es luchar, ganarse aliados y seguidores voluntarios (...)”, a lo que añade: “(...) para el liderazgo político, en todo caso, sólo están preparadas aquellas personas que han sido seleccionadas en la lucha política, porque la política es, en esencia, lucha.(...)”. Aron, en un importante artículo –“Max Weber et la politique de puissance” (1964)–, analiza esta Machtpolitik que Weber reduce al ámbito del Parlamento y, consecutivamente, a la liza internacional, atribuyéndola no supeditarse ni al derecho ni a una ética universal. Efectivamente, Weber, como descendiente de Maquiavelo y Nietzsche, no se pregunta qué régimen es justo: sitúa la lucha en el centro del papel que cada nación ha de ocupar en el ámbito internacional. Para Aron, el combate estipulado, por Weber, para la política entre naciones, clases o individuos, se encarna tanto en el parlamentarismo como en el nacionalismo imperialista alemán. Aron subraya este último como el auténtico demonio del sociólogo alemán que, unido a su confianza en el líder carismático, plebiscitariamente elegido, acabaría situándose en la pendiente del nazismo que hubiera deplorado. Para demostrar su ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 tesis se limita a analizarla en el ámbito de las relaciones internacionales. Atribuye a Weber lo que corre, por su crítica del parlamentarismo, más rigurosamente por cuenta de Carl Schmitt. Weber sería así el artífice de una teoría sociológica singular y de una teoría política marcadamente atroz y caduca. Pero, muy al contrario, su interpretación parlamentaria nos sitúa ante uno de los horizontes más dinamizantes de la política contemporánea. Una moralización de la vida política de alcance social, caracterizada por transformaciones profundas, la organización y la participación de base, auspiciada por el espartaquismo era, para Weber, una provocación a su persona y un desconocimiento vehemente de la responsabilidad del político. El ámbito más restringido de moralización weberiana de la política es el de los políticos profesionales. El gran obstáculo histórico de la política weberiana es la falta de liderazgo político en una nación vaciada de educación política por Bismarck, artífice de una política unipersonal movilizada por una corte de políticos que preservan el “monopolio de prebendas” y el “patronazgo de cargos”39. Weber confía en que la reforma del artículo nueve de la Constitución alemana posibilite la selección del Gobierno en el Parlamento: “(...). El objetivo de una parlamentarización es convertir al Parlamento en un lugar para seleccionar dirigentes. Y un dirigente político no aspira al cargo ni a un sueldo que le permita después una pensión ni tampoco al ejercicio de unas competencias lo más libremente posible, sin controles, sino que aspira a un ejercicio político, y esto quiere decir, a un poder responsable políticamente apoyado en la confianza y en la clientela de un partido, en cuya cúspide o en su centro debe desear permanecer, como ministro, para influir en él (...)”40. Sin esta dirección política, parlamentariamente seleccionada, no cabe gobierno de aquello que, para Tocqueville, por futuro político inevitable, requeriría del dominio de un auténtico arte político. Ambos ven un porvenir caracterizado por un dominio burocrático común a todo signo político. Tocqueville reparte su escasa confianza terapéutica en la influencia ejercida entre organizaciones horizontales y verticales; Mill y, sobre todo, Weber confían en una dirección vertical. En todo caso, no les caracterizó la confianza sino, más bien, la animadversión hacia las soluciones que les pudieran llegar de sus conciudadanos medios, bajo la fórmula, acuñada por Tocqueville, de “tiranía de las mayorías”. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 Una tragedia política doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 Sin embargo, la terapia democrática weberiana no remontó el estancamiento de las instituciones de su época. La profesionalización no vocacional de la política, la confusión de funciones y responsabilidades políticas y funcionariales, la reducción de las asociaciones políticas a empresas que aprovechan los puestos de la Administración para premiar a sus partidarios, el predominio de la política de poder sin fin alguno, la disecación del Parlamento por la disciplina dictada por maquinarias burocráticas de los partidos supeditadas al lider caudillista o la trivialización sentimental del discurso y del debate político, aparecieron como síntomas habituales de la fisiología democrática. La política de Weber acaba asemejándose a una política sustentada en el singular crédito moral del personaje que la postula46 –como las de Tocqueville y Mill–, mientras todo se derrumba a su alrededor. Ni la entrega apasionada a una causa, ni su orientación responsable, ni la mesura recogida y tranquila ante la decisión brillaron en la política reformista postulada por Weber. Y, sin embargo, se ocupa de regenerar la única política posible en nuestro horizonte futuro. Su antípoda política fue el ideario espartaquista de Rosa Luxemburgo, reflejado en Huelga de masas, partido y sindicatos (1906). Una emocionada apuesta por la prioridad de la valerosa acción obrera de base sobre la organización, en la huelga de masas, que quería convertir a la revolución rusa en parte de la historia social y política de los obreros alemanes. Pero, según Weber, las organizaciones sindicales, de las que era partidario, se perpetuarían en un modelo capitalista. Además, la revolución socialista no traería una destrucción del aparato burocrático sino su reforzamiento. En tanta emoción obrerista, Weber sólo veía una intoxicante ilusión de transformación radical de la sociedad: “Liebknecht –dijo– debía estar en un manicomio y Rosa Luxemburgo en un zoológico”47. Julián Sauquillo Tocqueville y Mill, a mediados del siglo XIX, representan un pathos todavía ambivalente entre el mundo premoderno y el mundo moderno. Son figuras cuyo pensamiento recorre tanto la asunción de la democracia como la nostalgia de un mundo premoderno. Con la cabeza, son demócratas, y, con el corazón, liberales, añorantes de una sociedad de caballeros antiguos. Más de medio siglo después, en la República de Weimar, Weber –como Meinecke o Mann– se sitúa entre aquellos que vinieron en llamarse “republicanos de cabeza”. Intelectuales que asumen la república fríamente, fruto de un compromiso cerebral reflejo, todavía, de una tensión social entre aristocratismo irracional y democristiano racional. “El Estado nacional y la política económica” (1895), de Weber, plantea una severa identificación de la clase social más apropiada al liderazgo económico y político de la nación alemana, decidida, con dificultades, por la burguesía. En opinión de Weber, la clase dirigente habría de ser portadora de la conciencia económica de la nación. La tradicional aristocracia rural prusiana languidece y es pusilánime para representar a la economía política de la nación alemana. El proletariado carece de instinto nacional de poder y energía catilinaria de la acción. Weber sitúa las escasas esperanzas futuras de liderazgo de clase en la burguesía a la que pertenece: “Yo soy un miembro de las clases burguesas, me siento como tal y he sido educado en sus principios e ideales. Pero el contenido de nuestra ciencia es, justamente, decir lo que no gusta oír hacia arriba, hacia abajo y también a la propia clase. Y cuando me pregunto si la burguesía de Alemania está hoy madura para convertirse en la clase política dirigente de la nación, no me es posible contestar, hoy por hoy, que sí (...)”. La reflexión política de Weber se dirigió, tras esta programática declaración, a la formación de una teoría política burguesa. El interés weberiano por preservar un ámbito de libertad de la depredación esclavizadora de la burocracia está inserto dentro de la preocupación burguesa por la libertad en el desarrollo capitalista de esa época41. Weber guarda distancias con el carisma aristocrático que, vinculado con la democracia corporativa, abriría paso al nacionalsocialismo42. Aunque sea cierto que la última fase del pensamiento político de Weber es plebiscitaria y no parlamentaria, su formulación de las cualidades del líder es, todavía hoy, la más ácida crítica de la supeditación de la política a meros fines técnicos43. La decisión personal creadora, encarnada en el líder, es decisión libre y racional entre fines metafísicos, no supeditados a las condiciones del medio, representadas por el técnico y el hombre de orden. A una vida social dominada por la racionalización y los sistemas burocráticos44, Weber opone la fuerza heroica del carisma, basada en una intransigencia de origen puritano45. “El socialismo” (1918), de Weber, revoca, ya entonces, tres de los presupuestos fundamentales que habían diferenciado a la política marxista. En primer lugar, la democracia sólo significará, en el futuro, según el canon liberal, inexistencia de desigualdades formales en los derechos políticos de la población. En segundo lugar, las leyes de la historia ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 687 Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN no caminan indefectiblemente, como señalaba la profecía materialista histórica, al advenimiento de la sociedad sin clases. En tercer lugar, la separación del trabajador de los medios de producción es efecto de la complejidad de la vida productiva y no medio de explotación. Aun no satisfaciendo todas las preferencias políticas, el horizonte de la política contemporánea, el nuestro, es weberiano. Pero es difícil opinar que aquellos problemas que, in nuce, diagnosticaron Mill, Tocqueville y Weber hayan sido superados. Es razonable pensar, más bien, que muchos de ellos, los fundamentales, siguen pendientes. Todos ellos no pensaron en criterios regulativos que orientaran la vida social, sino en impregnar a todas las instituciones sociales y a los in- NOTAS Recibido: 7 de marzo de 2011 Aceptado: 17 de abril de 2011 688 dividuos de una dinamización política que no predominaba entonces ni predomina ahora. Hoy el pesimismo que les caracterizó adquiere rango de patetismo. El mayor cambio habido en la política representativa contemporánea sobre la debilidad originaria de la imperiosa educación política y la selección de las élites, característicos de aquel paradigma moderno, es del orden del salto de la cantidad a la cualidad: aquel predominio de la cultura de masas se expandió en la hegemonía absoluta de la “sociedad del espectáculo” y de la adoración al Becerro de Oro. Del compromiso intelectual y moral de aquellos gigantes ya desaparecidos no me cabe duda. De la urgencia de la reflexión, acerca de los dilemas que abrieron, ni resquicio. 1 Contamos con la traducción y excelente edición crítica de la obra capital de Tocqueville realizada por Eduardo Nolla: La democracia en América, Madrid, Trotta, 2010, 1358 pp. La edición original canónica es De la Démocratie en Amérique, I (Introducción de Harold J. Laski, nota preliminar de J.-P. Mayer), París, Gallimard, 1961, XL+466 pp. (traducción de Dolores Sánchez de Aleu, La democracia en América, I, Madrid, Alianza Editorial, 1980, 446 pp.); De la Démocratie en Amérique, II (introducción de Georges Lefebvre y nota preliminar de J.-P. Mayer), París, Gallimard, 1961, 428 pp. (traducción de Dolores Sánchez de Aleu, La democracia en América, II, Madrid, Alianza Editorial, 1980, 290 pp.). Alexis de Tocqueville, L’Ancien Régime et la Revolution, I (introducción de Georges Lefebvre y nota preliminar de J.-P. Mayer), París, Gallimard, 1953 (renovada en 1980), 448 pp. (traducción de Dolores Sánchez de Aleu, El Antiguo Régimen y la Revolución, I, Madrid, Alianza Editorial, 1982, 268 pp.); L’Ancien ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 Régime et la Révolution (fragments et notes inédites sur la revolution), II (texto establecido y anotado por André Jardin), París, Gallimard, 1953 (renovada en 1980), 448 pp. (traducción de Dolores Sánchez de Aleu, El Antiguo Régimen y la Revolución, II, Madrid, Alianza Editorial, 1982, 294 pp.). Tocqueville, Alexis de, Oeuvres I (edición dirigida por André Jardin, colaboración de Françoise Mélonio y Lise Queffélec), París, Bibliothéque de la Pléiade, 1991, 1675 pp. 2 Emmanuel Joseph Sieyès, Escritos y discursos de la Revolución (Edición de Ramón Máiz), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1990, 362 pp. 3 Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont, Système pénitentiaire aux Etats-Unis et de son application en France, suivi d’un appendice sur les colonies pénales et de notes statistiques, I y II, Paris, Librairie de Charles Gosselin (2.ª ed., 1836), 394 y 374 pp. (Estudio preliminar, traducción y notas de Juan Manuel Ros y Julián Sauquillo, Del sistema penitenciario en Estados Unidos y su aplicación en Francia, Madrid, Tecnos, 2005, LXV+ 363 pp.). doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 13 François Furet, “Naissance d’un paradigme: Tocqueville et le voyage en Amérique (1825-1831)”, Annales, n.º 2, marzo-abril de 1984, pp. 225-425. 14 Alexis de Tocqueville, Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Louis de Kergorlay, I (Texto establecido por André Jardin, introducción y notas de Jean-Alain Lesourd), Oeuvres Complétes, XIII, París, Gallimard, 1977, 495 pp., pp. 106-108. 15 Étienne de La Boétie, De la servitude volontaire ou Contr’Un suivi de sa réfutation par Henri de Mesmes (edición y presentación de Nadia Gontarert). Seguido de (presentado por Annie Prassoloff), París, Gallimard, 1993, 303 pp.). 16 Anne Dalsuet, “Le texte en perspective”, Étienne de La Boétie, De la servitude volontaire (traslación al francés moderno de Myriam Marrache-Gouraud, notas de Myriam Marrache-Gouraud y Anne Dalsuet, dosier de Anne Dalsuet, lectura de imagen de Seloua Luste Boulbina), París, Folio Plus. Philosophie, 2008, 177 pp., pp. 69-177, pp. 136-139. 17 Louis de Kergorlay, “Étude sur Alexis de Tocqueville”, Le Correspondant, París, abril de 1861, pp. 750-766. 18 Alexis de Tocqueville, Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Louis de Kergorlay, I, op. cit., pp. 143-144. 19 Ibid., p. 348. 20 Ibid., p. 226. 21 Ibid., pp. 227-231. 22 Ibid., pp. 231-235. 23 Birnbaum, Pierre, Sociologie de Toc­ queville, París, Presses Universitaires de France, 159 pp. 24 Lamberti, Jean-Claude, Tocqueville et les deux démocraties, París, Presses Universitaires de France, 325 pp. 25 François Furet, “L’importance de Toc­ queville aujourd’hui”, L’actualité de Tocqueville, Cahiers de Philosophie politique et juridique, n.º 19, Caen, 180 pp. 26 Gustave de Beaumont, Lettres d’Amérique 1831-1832 (textos presentados por A. Jardin y G. W. Pierson), París, Presses Universitaires de France, 1973, 221 pp. 27 Alexis de Tocqueville, De la Démocratie en Amérique, II (introducción de Georges Lefebvre y nota preliminar de J.-P. Mayer), París, Gallimard, 1961, 428 pp. 28 James T. Schleifer, Cómo nació “La democracia en América” de Tocqueville (traducción de Rodrigo Ruza), Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1984, 426 pp. 29 Luis Díez del Corral, El pensamiento de Tocqueville, Madrid, Alianza Universidad, 402 pp. 30 Pierre Manent, Tocqueville et la nature de la démocratie, París, Julliard, 1982, Fayard, 1993, 181 pp. 31 Joaquín Abellán, “El pensamiento político de Max Weber”, Historia de la teoría política (4) (edición de Fernando Vallespín), Madrid, Alianza Editorial, 532 pp., págs 440-468. Mommsen, Wolfgang J. (1959), Max Weber and German politics 18901920 (traducción americana de Michael S. Steinberg), Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 1984, 498 pp. 32 Joaquín Abellán y John Stuart, ­Autobiografía (traducción de Carlos Mellizo), Madrid, Alianza Editorial, 1986, 290 pp. 33 John Stuart Mill, Augusto Comte y el positivismo, Buenos Aires, Aguilar, 1972. 34 C. B. Macpherson, La democracia liberal y su época (trad. cast. Fernando Santos Fontela), Madrid, Alianza Editorial, 1981, 150 pp.; Pierre Manent, Tocqueville et la nature de la démocratie, op. cit. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 Julián Sauquillo 4 Luxemburgo, Rosa, Huelga de masas, partido y sindicatos (trad. cast. José Aricó, Nora Rosenfeld), Argentina, Siglo XXI, 1970 (2.ª ed., 1974), 111 pp. 5 Marx, Carlos y Engels, Federico, Obras escogidas I, II, Madrid, Akal Editor, 1975, 748 pp., 571 pp. 6 Alexis de Tocqueville, De la Démocratie en Amérique, Souvenirs, L’Ancien Régimen et la Révolution, Souvenirs (introducción de Jean-Claude Lamberti), París, Robert Laffont, 1986, 1178 pp., pp. 701-892, pp. 758, 769, 770 (traducción de Marcial Suárez; prólogo de Ramón Ramos, Recuerdos de la Revolución de 1848, Madrid, Trotta, 1994, 293 pp.); John Stuart Mill, La Revolution francaise de 1848 et ses détracteurs, Colección de Folletos del Ateneo de Madrid. 7 Raymond Aron, Ensayo sobre las libertades (traducción de Ricardo Ciudad Andreu), Madrid, Alianza Editorial, 1966 (3.ª ed. 1974), 235 pp. 8 John Stuart Mill, Sobre la libertad y comentarios a Tocqueville (edición de Dalmacio Negro Pavón y traducción de Cristina García Gay), Madrid, Espasa Calpe, 1991, 388 pp. 9 Alexis de Tocqueville; John Stuart Mill, Correspondence anglaise, Tomo VI, volumen I, París, Gallimard, 1991 (existe traducción). 10 John Stuart Mill, Sobre la libertad (Prólogo de Isaiah Berlin, traducción de Pablo de Azcárate), Madrid, Alianza Editorial, 1970, 3.ª ed., 1981, 207 pp. 11 Raymond Aron, Les étapes de la pensée sociologique, París, Editions Gallimard, 1967, 663 pp. (existe traducción). 12 Carl Schmitt, Ex captivitate salus (trad. cast. Ánima Schmitt de Otero), Santiago de Compostela, Porto y Cia. editores, 1960, 100 pp. 689 Nº 750 EL DESCUBRIMIENTO DE LA DEMOCRACIA: LA MODERNIZACIÓN Y EL AGOTAMIENTO DE LA IMAGINACIÓN 690 35 John Stuart Mill, Capítulos sobre el socialismo y otros ensayos (Introducción, traducción y notas Dalmacio Negro Pavón), Madrid, Aguilar, 1979, 174 pp. 36 John Stuart Mill, Del gobierno representativo (Presentación de Dalmacio Negro Pavón, traducción Marta C. C. de Iturbe), Madrid, Tecnos, 1985, 215 pp. 37 Charles Lindholm, Carisma (traducción de Carlos Gardini), Barcelona, Editorial Gedisa, 1992, 303 pp. 38 Wolfgang Mommsen, Max Weber. Sociedad, política e historia (versión castellana de Ernesto Garzón Valdés), Editorial Laia, 1981, 333 pp. 39 Max Weber, El político y el científico (Introducción de Raymond Aron; traducción de Francisco Rubio Llorente), Madrid, Alianza Editorial, 1967 (7.ª ed. 1981), 231 pp. 40 Max Weber, Escritos Políticos (Edición de Joaquín Abellán), Madrid, Alianza Editorial, 1991, 370 pp. 41 David Beetham, Max Weber y la teoría política moderna (traducción de Fernando Pérez Cebrián), Madrid, Centro de Estudio Constitucionales, 1979, 459 pp. 42 Arthur Mitzman, La jaula de hierro. Una interpretación histórica de Max Weber (traducción de Ángel Sánchez Pascual y María Dolores Castro Lobera), Madrid, Alianza Editorial, 1976, 288 pp. 43 Antonio Valdecantos, “Argumentos weberianos”, Claves de Razón Práctica, n.º 27, noviembre de 1992, 80 pp. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 677-690 ISSN: 0210-1963 44 José María González García, La máquina burocrática (Afinidades electivas entre Max Weber y Kafka), Madrid, Editorial Visor, 222 pp. Karl Jaspers, Conferencias y ensayos sobre historia de la filosofía (traducción de Rufino Jimeno Peña), Madrid, Editorial Gredos, 1972, 459 pp. 45 Wolfgang Mommsen, “La sociología política de Max Weber y su filosofía de la historia”, Presencia de Max Weber (Talcot Parsons y otros), Buenos Aires, Ediciones de Nueva Visión, 1971, 265 pp. 46 Karl Jaspers, Conferencias y ensayos sobre historia de la filosofía, op. cit. 47 Anthony Giddens, Política y Sociología en Max Weber (traducción de Andrés Linares), Madrid, Alianza Editorial, 1976, 98 pp. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4003 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 6 91-704 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 INDIVIDUO Y CIUDADANO: LA CUESTIÓN DEL SUJETO EN LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA DE A. DE TOCQUEVILLE INDIVIDUAL AND CITIZEN: THE QUESTION OF THE SUBJECT IN THE TOCQUEVILLE’S DEMOCRACY IN AMERICA Juan Manuel Ros Cherta Dpto de Filosofía y Sociología. Facultad de CC. Humanas y Sociales Universidad “Jaume I” de Castellón. Avda. Sos Baynat s/n E-12071 Castellón. rosc@fis.uji.es ABSTRACT: Prevailing interpretations asume that the main issue dealt with by Tocqueville in Democracy in America is that of the tension between Equality and Freedom. The present article suggests that there is another much more important issue, which has been frequently ignored: that of the democratic subject. In dealing with this, Tocqueville criticizes the ilusions of individualism and drafts the main lines of a “democratic anthroponomy”. RESUMEN: En las interpretaciones más relevantes se asume que el asunto principal que trata Tocqueville en La Democracia en América es el de la tensión entre igualdad y libertad. El presente artículo sugiere que hay otro tema más importante y con frecuencia ignorado: a saber, el del sujeto democrático. Tocqueville aborda la cuestión criticando las ilusiones del individualismo y esbozando las líneas maestras de una antroponomía democrática. KEY WORDS: democracy; individualism; subject; citizen; anthroponomy. PALABRAS CLAVE: democracia; individualismo; sujeto; ciudadano; antroponomía. Introducción excepciones1, con mucho menos entusiasmo y con una tónica general de crítica ante lo que se consideraba como su defecto principal: a saber, excesiva teorización y falta de base empírica (Jardin, 1988, 202). Al parecer, Tocqueville se encontró con un público poco preparado para apreciar, en su justa medida, la originalidad metodológica (Sauca, 1995) y la clarividente meditación filosófica sobre la democracia moderna que contiene2. A este respecto, cabe señalar que el movimiento de recuperación de nuestro autor, al que asistimos desde la segunda mitad del pasado siglo, se debe, a mi juicio, al reconocimiento del valor profundamente instructivo de esta parte de la obra para la teoría de la democracia. En esta dirección, el presente artículo trata de profundizar en uno de los principales aspectos normativos de índole ético-filosófica que se encuentran en la mencionada obra como lo es, en efecto, la cuestión del sujeto democrático. Toda la filosofía política de Tocqueville gira en torno al tema de la democracia. Su primer gran escrito –La Democracia en América– muestra ya claramente las principales cuestiones que dominan el curso de su reflexión. El ejemplo de la sociedad norteamericana y la comparación de ésta con Europa –Francia e Inglaterra, fundamentalmente– le sirven para analizar, en la primera parte de la obra (1835), las instituciones políticas de la democracia moderna. La segunda parte (1840), más abstracta y propiamente filosófica que la anterior, está dedicada al estudio de los efectos de la democracia sobre las ideas, los sentimientos, las costumbres y, en definitiva, sobre las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad política. Como es sabido, la primera parte de la citada obra –más descriptiva y sociológicamente centrada en Norteamérica que la segunda– obtuvo un éxito tal que llevó a los más prestigiosos medios intelectuales de la época a calificar a nuestro autor como un nuevo Montesquieu. En contrapartida, la segunda parte fue recibida, salvo notables Las interpretaciones al uso tienden a considerar que el problema fundamental tratado por Tocqueville en La Democracia en América es el de la tensión entre la igualdad y la libertad3. Dicho problema suele formularse en términos Nº 750 individuo y ciudadano: la cuestión del sujeto en la democracia en américa de a. de tocqueville más o menos parecidos a éste: ¿cómo puede salvaguardarse la libertad en una sociedad, como la democráticomoderna, progresivamente dominada por el ideal igualitario? Se trata, ciertamente, de un problema básico en el pensamiento de nuestro autor. No obstante, hay otro lógicamente anterior y sobre el que, a mi juicio, no se ha llamado suficientemente la atención. Nos referimos al de la relación entre la individualidad y la sociabilidad, esto es, lo que podríamos denominar, en clave de filosofía práctica, como el problema del sujeto democrático. En este sentido, podemos interpretar que el principal problema que se plantea Tocqueville a lo largo de La Democracia en América –y especialmente en su segunda parte– es el de la conformación del hombre por la democracia y de ahí su interés en analizar minuciosamente la naturaleza, las consecuencias, los inconvenientes y los posibles remedios a dicha transformación. No se trata, como se ha dicho muchas veces, de una mera descripción sociológica, sino de una respuesta crítica a la forma en la que la democracia afecta a la relación entre el individuo y el ciudadano (Hennis, 1991). De manera que lo que preocupa esencialmente a nuestro autor son las tendencias individualistas que observa en la sociedad democrática moderna y los peligros que de ello se derivan, a saber, la degradación del ser humano en el aislamiento egoísta y las nuevas formas de servidumbre que le acompañan. Desde esta óptica, pues, la cuestión central que motiva la reflexión de Tocqueville sobre la democracia podría formularse así: ¿cómo preservar la integridad individual del ser humano y recuperar, al mismo tiempo, al ciudadano comprometido con la vida pública en una democracia moderna? Para responder a dicho interrogante, nuestro autor nos ofrece una auténtica radiografía del homo democraticus que, en la forma de una crítica al individualismo, contiene, como veremos a continuación, los trazos principales de una antroponomía democrática. 1. Las ilusiones del individualismo y sus posibles remedios Tocqueville es, ciertamente, uno de los primeros en emplear el término “individualismo” en la literatura política de la época (Lamberti, 1970, 13; Renaut, 1993, 81) y lo hace de una forma ciertamente original puesto que su interpretación se distancia tanto de quienes lo refieren como una causa de los males de la era moderna, como 692 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 de aquéllos que lo ensalzan invocando la imagen de la libertad, sobre todo económica. En efecto, frente a la idea del origen revolucionario del individualismo y sus efectos negativos sobre el orden social –ya sea tradicional (restauracionistas) o futuro (saintsimonianos)–, el aristócrata normando concibe a aquél como un producto democrático y no-revolucionario e insiste, a partir de ahí, en que no debe confundirse el valor de la autonomía individual con el individualismo. Por otra parte, frente a la afirmación de los derechos individuales y de las virtudes de la cultura capitalista que defienden los liberales políticos o económicos, respectivamente, nuestro autor subraya la perniciosa tendencia hacia el egoísmo y el peligro de degradación del espíritu público que el individualismo puede traer consigo. De manera que, según el diagnóstico tocquevilleano, estamos ante una tendencia característica de la sociedad democrático-moderna que presenta, de entrada, un carácter ambivalente: puede propiciar el egoísmo y la indiferencia hacia la vida pública o puede alentar la defensa del valor del individuo frente al totalitarismo social y/o político, sea éste tradicionalista o colectivista. Se tratará por tanto –piensa nuestro autor– de analizarlo con sumo cuidado y sin dejarse llevar ni por la adhesión acrítica que muestran algunas corrientes liberales ni por el rechazo simplista que se observa en los autores anti-individualistas. La posición de Tocqueville es, en este sentido, teóricamente complicada porque ¿cómo conciliar la denuncia de los males individualistas con la defensa de la libertad individual? y, a renglón seguido, ¿cómo armonizar el desarrollo del espíritu de individualidad con el compromiso ciudadano por lo público en una sociedad democrática? En el fondo de la cuestión parecen resonar las influencias intelectuales de las que se nutre su pensamiento: ¿se puede ser, al mismo tiempo, un liberal a lo Montesquieu y un demócrata de corte rousseauniano que reclama el sentido cívico de los clásicos para corregir el egoísmo individualista?, ¿se trata de un conflicto, vivido por nuestro autor, “al modo pascaliano” (Díez del Corral, 1989), entre las razones del espíritu y las razones del corazón? La respuesta de Tocqueville a este dilema puede ser reconstruida, a mi juicio, estudiando detenidamente lo que nos dice acerca de la naturaleza del individualismo. En un célebre capítulo de la 2.ª parte de La Democracia en América que lleva por título “El individualismo en los países democráticos”, Tocqueville nos ofrece una definición del individualismo recurriendo para ello a un análisis doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 comparativo con el egoísmo. En este sentido, nos dice lo siguiente: A pesar de guardar un cierto parecido entre sí –ambos suponen repliegue de los individuos sobre sí mismos y desinterés por lo público– se trata, puntualiza Tocqueville, de fenómenos que no deben de ser confundidos ya que ambos difieren en cuanto a su procedencia, naturaleza y consecuencias. En efecto, mientras el origen del egoísmo se pierde, por así decirlo, en la noche de los tiempos y se observa, en mayor o menor medida, en todas las sociedades (“es un vicio tan antiguo como el mundo y no pertenece más a una sociedad que a otra”), el individualismo surge de la sociedad democrática y su incremento está relacionado con el avance de la igualdad (“es de origen democrático y amenaza con desarrollarse a medida que se igualan las condiciones”). El egoísmo –prosigue nuestro autor– es de naturaleza claramente irracional (“nace de un instinto ciego”), mientras que el individualismo pertenece, en el fondo, a la esfera de lo racional (“procede de un juicio erróneo más que de un sentimiento depravado”). El egoísmo, finalmente, impide el crecimiento de cualquier virtud (“reseca el germen de todas las virtudes”), mientras que el individualismo ataca principalmente el desarrollo de las virtudes públicas, pero puede, a la larga, acabar con todas las demás para ir a desembocar en el egoísmo (“no ciega en principio más que la fuente de las virtudes públicas, pero a la larga ataca y destruye todas las otras y va finalmente a absorberse en el egoísmo”). A mi entender, la principal conclusión que se desprende de esta comparación es que el individualismo, a diferencia del egoísmo, no designa un defecto inscrito en la naturaleza humana, sino una nueva moral surgida de la sociedad democrático-moderna que, aislando a los individuos y sumergiéndoles en su vida privada, acaba por degradar su condición misma de ciudadanos. De esta reflexión deriva el que será para Tocqueville, como antes para Rousseau, el principal problema que se le doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 Juan Manuel Ros Cherta “El egoísmo es un amor apasionado y exagerado hacia uno mismo que lleva al hombre a referir todo a sí solo y a preferirse a todo. El individualismo es un sentimiento reflexivo y pacífico que predispone cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse a un lugar alejado con su familia y amigos, de tal manera que tras haberse creado así una pequeña sociedad a su modo, abandona gustosamente la grande a sí misma” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 137). plantea a la filosofía política moderna: a saber, ¿cómo convertir al individuo en ciudadano? (Lamberti, 1983, 221). El obstáculo más importante, según nuestro autor, es el individualismo porque “seca las virtudes públicas” y concentra a los individuos en su vida privada. Urge por tanto –razona el aristócrata normando– analizar en profundidad tanto la estructura ilusoria como las principales consecuencias de este déficit cívico para saber cómo puede ser corregido. Todo ello indica, a mi juicio, que el problema clave de nuestras modernas democracias consiste en moralizar al individuo para convertirlo en un verdadero ciudadano. Y esta tarea supone, fundamentalmente, la corrección de la tendencia que lo inclina hacia el individualismo con los recursos de los que dispone la propia democracia. La crítica del aristócrata normando al individualismo comprende, a mi modo de ver, dos aspectos fundamentales e íntimamente correlacionados: en primer lugar, una denuncia de los peligros despóticos que amenazan a las sociedades democráticas cuando sus miembros, dominados por la tendencia individualista, se repliegan en la esfera privada y se desentienden de las responsabilidades que les corresponden en tanto que ciudadanos; y, en segundo lugar, una propuesta de superación, en clave humanista, de la perspectiva que concibe al individualismo como figura antroponómica propia de la democracia liberal. En cuanto al primer aspecto, Tocqueville muestra, de manera fehaciente, cómo la carencia de civismo que trae consigo el individualismo procede, en el fondo, de un “juicio erróneo” cuya fórmula general encontramos resumida en la siguiente cita: los individuos tienden a “considerarse aisladamente y se complacen en creer que su destino entero está en sus manos” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 138). Así pues, el error en el que incurre el individualista consiste, fundamentalmente, en creerse un individuo autosuficiente. Se trata, en realidad, de una ilusión, ya que su vida como individuo, lejos de estar enteramente en sus manos, depende de su relación con los demás y de su participación como ciudadano en el gobierno de los asuntos comunes. A este respecto, cabe señalar que uno de los principales objetivos de la “nueva ciencia política” que avanza Tocqueville consiste precisamente en desmitificar la ilusión individualista y proponer, en consecuencia, los antídotos adecuados para combatirla. Y es que si no corregimos, piensa nuestro autor, la ilusión de autosuficiencia individual que preside la conducta individualista en todas sus manifestaciones, ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 693 Nº 750 individuo y ciudadano: la cuestión del sujeto en la democracia en américa de a. de tocqueville 694 el individuo acabará convirtiéndose en un ser aislado y egoísta, en un mero consumidor de bienestar material y no en un verdadero ciudadano. Caldo de cultivo, pues, para la gestación de nuevos despotismos bajo el manto protector de una aparente democracia y con la justificación demagógica de favorecer así la prosperidad general. Sin la pretensión de ser exhaustivos, podemos decir que la susodicha ilusión individualista adopta al menos cuatro formas principales en la sociedad democrática. La primera de ellas consiste en creer que los intereses de cada uno –los intereses privados– pueden definirse y maximizarse con independencia de los intereses generales. La cuestión no estriba aquí en que el interés individual, y ya no la virtud entendida al modo clásico, se haya convertido en el principal resorte de la acción humana en la sociedad democrático-moderna, sino en la forma mediante la que se entiende dicho interés individual. El ejemplo de la sociedad norteamericana, sostiene Tocqueville, nos enseña a distinguir entre esta visión errónea, groseramente utilitarista e individualista del propio interés, y una visión ilustrada y “bien entendida” del mismo. Según él, la primera reduce el interés individual a lo meramente económico, lo concibe ingenuamente como si se tratase de algo natural y previamente constituido a la relación social, tiende a confundirlo con el egoísmo y, finalmente, cree ilusoriamente que el interés general no es más que la suma de los intereses particulares. La segunda, por el contrario, define el interés particular como una construcción social e insiste, a partir de ahí, en la necesidad de hacer comprender a los individuos que no son autosuficientes y que su propio interés se halla estrechamente vinculado a la construcción justa del interés general. Puede que esta doctrina del “interés bien entendido” –viene a decirnos Tocqueville– no baste para hacer a los hombres virtuosos, pero limita su inclinación hacia el egoísmo; puede que no sea una barrera suficiente para evitar las tentaciones despóticas de mayorías o minorías, pero las cuestiona al mostrar que lo público es, justamente considerado, cosa de todos y no de los más o de unos cuantos; puede que no impida que los individuos piensen ante todo en sí mismos, pero les hace ver que serán mejores individuos si son también ciudadanos; puede que no libere a los hombres de la pasión por el bienestar material, pero les hace comprender que su satisfacción por parte de todos depende de una distribución equitativa de los bienes producidos; puede, finalmente, que no aparte ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 a los sujetos de la propensión a obrar por interés, pero les enseña que el interés por lo humano es, entre todos, el único realmente valioso e interesante. Por todo ello concluye nuestro autor: “No temo decir que la doctrina del interés bien entendido me parece la más apropiada, de todas las doctrinas filosóficas, para las necesidades de los hombres de nuestro tiempo y que veo en ella la más poderosa garantía contra ellos mismos que les queda. (...) Instruidlos, pues, en ella a toda costa, porque el siglo de los sacrificios ciegos y de las virtudes instintivas huye ya lejos de nosotros y veo aproximarse el tiempo en que la libertad, la paz pública y el orden social mismo no podrán prescindir de la cultura” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 162s). Partiendo de esta idea, Tocqueville trata de demostrar que el remedio democrático más eficaz y legítimo que tenemos a nuestro alcance para corregir esta forma de ilusión individualista, y conseguir un acuerdo justo entre los intereses particulares y el interés general, pasa, fundamentalmente, por el ejercicio de la libertad política, esto es, por la participación activa de los hombres, en tanto que ciudadanos, en la dirección de los asuntos públicos: “Para que la democracia impere –subraya nuestro autor en esta dirección–, se precisan ciudadanos que se interesen en los negocios públicos, que tengan la capacidad de comprometerse y que deseen hacerlo. Punto capital al que hay que volver siempre” (citado por Schleifer, 1984, 267). En estrecha relación con la anterior, la segunda de las ilusiones del individualismo consiste en creer que los individuos pueden ocuparse, sin peligro alguno para su libertad, de sus intereses económicos con independencia de sus responsabilidades ciudadanas. Dicha ilusión imprime al individualismo un sesgo economicista que se manifiesta, dice nuestro autor, en el gusto desmedido que los individuos de la sociedad democrática sienten por el bienestar material. Tocqueville reconoce, de entrada, el estrecho lazo existente entre la prosperidad económica y la libertad a lo largo de la historia. Ahora bien, a diferencia de los partidarios entusiastas del liberalismo económico, señala el riesgo de despotismo que entraña el descuido de los deberes cívico-políticos por parte de unos individuos estrechamendoi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 “sucede a menudo en los pueblos democráticos que el gusto por el bienestar material hace abandonar la libertad (...). Si en este crítico momento, un hábil ambicioso llegase a apoderarse del poder, encontraría abierta la vía a todas las usurpaciones. Si durante algún tiempo tiene cuidado de que todos los intereses materiales prosperen, se tenderá a disculpar fácilmente todo lo demás. Sobre todo, que garantice el buen orden (...). Una nación que sólo pide a su gobierno el mantenimiento del orden es ya esclava en el fondo de su corazón: es esclava de su bienestar, y el hombre que debe encadenarla puede aparecer muy pronto. El despotismo de las facciones no es menos de temer que el de un hombre” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 180, 182). No debemos, pues, confundir sin más el progreso democrático con el progreso económico, ni tampoco creer que el primero se deriva automáticamente del segundo. El error del individualismo consiste aquí en creer que la libertad económica y el bienestar material que ella procura no guardan más que una relación indirecta y no-fundamental con la libertad política, cuando lo cierto es que, sin esta última, la propia libertad económica se encuentra amenazada y la prosperidad material resulta injustamente distribuida. La tercera ilusión individualista consiste en creer que los individuos pueden realizarse libremente en la esfera privada sin asumir su responsabilidad de ciudadanos o, más exactamente, reduciendo a su mínima expresión –el sufragio periódico– el ejercicio de su libertad política. Dicha ilusión se basa, según Tocqueville, en una idea errónea –por reduccionista y limitada– de la libertad, esto es, el concebirla solamente como un derecho dirigido a proteger la independencia privada y no como un deber de participación activa en la dirección de lo público. Y es que la libertad del burgués separada de la libertad del ciudadano, viene a decir nuestro autor, no es más que un espejismo. En efecto, el déficit de participación política, motivado por doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 el retiro de los individuos a su vida privada, supone dejar en manos de los gobernantes la gestión exclusiva de lo público y ello propicia que éstos puedan administrar despóticamente hasta la privacidad misma de aquéllos. En este sentido, el sufragio periódico no es suficiente para frenar esta peligrosa tendencia, ya que, según nuestro autor, “resulta difícil concebir cómo unos hombres que han renunciado enteramente al hábito de dirigirse a sí mismos podrían elegir bien a los que deben dirigirlos, y no cabe creer que de los sufragios de un pueblo de criados pueda alguna vez salir un gobierno liberal, enérgico y sabio” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 376). Juan Manuel Ros Cherta te concentrados en su bienestar material e ilusoriamente confiados en las bondades del libre mercado. En efecto, cuando se vuelve excesivo, el gusto por el confort económico detrae a los individuos de la vida política, lo cual puede ser aprovechado por un déspota cualquiera –un hombre ambicioso, un partido político, una facción, etc.– para minar sutilmente la democracia en nombre del orden público necesario para la prosperidad material. Así pues, El repliegue de los individuos sobre sí mismos, la falta de solidaridad social, la despolitización y la carencia de un espíritu público democrático son los principales efectos negativos asociados a la mencionada ilusión. De persistir ésta, advierte, el ciudadano puede convertirse en un siervo democrático y con ello la aparición del despotismo está verdaderamente servida. El inconveniente de esa libertadindependencia radica, pues, en el fomento de un aislamiento individual que lejos de suponer, como aparenta, un incremento de la libertad de los sujetos, los sumerge en realidad en el egoísmo y los sitúa totalmente a merced de una administración estatal cada vez más paternalista, burocratizada y todopoderosa. Para corregir esta ilusión de la autosuficiencia privada generada por el individualismo y el peligro de despotismo que trae consigo, Tocqueville insiste en el papel fundamental que desempeñan las asociaciones ciudadanas, ya que ellas constituyen, según señala, esos cuerpos intermedios capaces de frenar la dependencia del individuo respecto al Estado y de generar el encuentro entre las dimensiones civil y política de la libertad en una sociedad democrática. En este sentido, “la ciencia de la asociación” es considerada por él como “la ciencia madre de los países democráticos” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 150) e interpretada como un medio fundamental para la educación democrática de la ciudadanía. La cuarta y última forma de ilusión individualista hace referencia a esa especie paradójica de autosuficiencia que muestra comúnmente el hombre democrático en materia intelectual. Dicha autosuficiencia le lleva, por un lado, a cuestionar las fuentes de la autoridad tradicional en nombre del juicio individual, pero, al mismo tiempo, tiende a creer que la verdad se encuentra en la opinión de la mayoARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 695 Nº 750 individuo y ciudadano: la cuestión del sujeto en la democracia en américa de a. de tocqueville ría. La explicación de semejante paradoja hay que buscarla, según nuestro autor, en el individualismo intelectual que genera el igualitarismo democrático. En efecto, el individualismo impulsa a cada individuo a buscar la verdad en sí mismo y, simultáneamente, hace que cada cual vea en el otro, semejante a él, una verdad equivalente a la suya. Ahora bien, por grande que sea la independencia individual en el dominio del pensamiento, ésta tiene sus límites y, por tanto, hace falta –dice Tocqueville–, que la autoridad intelectual se encuentre en alguna parte. Sí, pero ¿dónde? La misma semejanza de los individuos les inclina a pensar que se halla en el juicio del mayor número, en la mayoría, y con ello creen haber resuelto la cuestión. Se trata, afirma nuestro autor, de una solución reconfortante, pero ilusoria, ya que trueca la independencia intelectual del individuo en dependencia de la opinión común, y de ahí a la “tiranía de la mayoría” no hay más que un paso muy pequeño. Así pues, el individualista cree, ilusoriamente, seguir su propio punto de vista cuando, en realidad no hace sino conformar sus ideas a la opinión mayoritaria. En este sentido, dice R. Bellah acertadamente que “la confianza del individualista en sus propias opiniones y la conformidad ansiosa con las ideas de sus semejantes resultan ser las dos caras de una misma moneda” (Bellah, 1989, 196). El lazo que une al individualismo intelectual con “la tiranía de la mayoría” constituye, pues, una de las fuentes del despotismo democrático más peligrosas por lo sutil y difícil de combatir que resulta. Y ello porque el imperio de la mayoría se confunde en la opinión común con la definición misma de la democracia. Convertida así en dogma que se asume de modo inconsciente y se acepta sin discutir, la opinión mayoritaria está llamada a ser la nueva religión de los tiempos democráticos, y su omnipotencia la marca de fábrica del nuevo despotismo que les amenaza. En efecto, “La fe en la opinión común es la fe de las naciones democráticas. La mayoría es el profeta. En las naciones democráticas, el imperio moral de la mayoría está llamado quizá a reemplazar hasta cierto punto a las religiones, o a perpetuar a algunas si las protege. Pero entonces la religión se vivirá como opinión común más que como religión (...). Hay en ello, y nunca podría repetirlo demasiado, motivo para hacer reflexionar a los que ven en la libertad de la inteligencia una 696 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 cosa santa y odian no solamente al déspota, sino también al despotismo” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 31, 34). Más que cualquier opresión legal, política o administrativa, lo que le preocupaba verdaderamente al aristócrata normando era la tiranía sutil y profunda sobre las ideas, sentimientos y valores del individuo que una mayoría podía establecer y justificar amparándose en el igualitarismo democrático. Por este motivo busca, valiéndose del ejemplo americano, los remedios que puedan frenar esta tendencia y la manera de corregir la ilusión individualista en la que se funda. El error de la autosuficiencia intelectual, propio del individualismo democrático, puede ser corregido –arguye nuestro autor–, mediante la participación de los sujetos en los asuntos públicos –ya sea en las instituciones, ya sea en las asociaciones voluntarias–, ya que dicha acción les enseña a no confundir la autonomía intelectual con la autosuficiencia individualista y, al mismo tiempo, les hace salir de sí mismos para actuar en común como ciudadanos. 2. El humanismo cívico de A. de Tocqueville De todo el análisis precedente podemos inferir que la crítica tocquevilleana al individualismo no se limita a señalar a éste como a uno de los factores que propician la aparición del despotismo democrático, sino que también propone, a mi juicio, algo de mayor trascendencia: a saber, un humanismo cívico que trata de superar la concepción individualista del hombre que ofrece el liberalismo clásico como fundamento antropológico de la democracia moderna. Es cierto que nuestro autor no nos ofrece en La Democracia en América –ni en ninguna otra parte de su obra– un tratamiento completo y sistemáticamente elaborado de sus ideas antropológicas. Ello no significa, sin embargo, que tales ideas no aparezcan reflejadas, una y otra vez, al hilo de su reflexión sobre la democracia norteamericana, y muy especialmente en la segunda de sus partes. A este respecto, cabe subrayar que Tocqueville no solamente retrata, con una penetración filosófica extraordinaria, al homo democraticus tal y como es, sino que además nos dice cómo debería ser para evitar su degradación en el egoísmo individualista. En el fondo de su teoría se encuentra, pues, una antroponomía democrática que trata de preservar la doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 1. Autonomía individual Para nuestro autor, no hay civismo verdaderamente democrático sin la consideración nuclear del hombre –de todo hombre–, como sujeto capaz de pensar, de sentir y de actuar por sí mismo; en una palabra, capaz de ­autogobernarse. En este sentido, el ejercicio de la libertad –un ejercicio ilustrado y responsable, sí, pero sobre todo apasionado– constituye, según señala, lo propio del ser humano y lo que le confiere valor moral, dignidad por encima de cualquier otra prerrogativa, ya sea de tipo holista [“todas las doctrinas que permiten al cuerpo social pisotear a los hombres y que hacen todo de la nación y nada de los ciudadanos” (A. de Tocqueville, 1954, VI, 1, 53)] ya sea de tipo individualista [“ese vicio propio del corazón humano que no ciega en principio más que la fuente de las virtudes públicas, pero que a la larga ataca y destruye todas las otras y va finalmente a absorber al hombre en el egoísmo” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 136)]. La libertad es, ciertamente, la gran pasión de Tocqueville, el auténtico leitmotiv de toda su reflexión, y de ahí su esfuerzo por mostrar que ella es el fundamento de la grandeza moral del hombre y la raíz de una individualidad doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 plenamente autónoma. A este respecto, se ha señalado (Schleifer, 1984, 256, 281) –a mi juicio acertadamente–, que el individuo autónomo y moralmente responsable es, en el fondo, la figura protagonista de La Democracia en América y que la defensa de la dignidad de cada ser humano constituye, en todo caso, “el meollo de la obra”4. Tocqueville no aboga, pues, por una libertad-privilegio reservada a una minoría aristocrática. Nadie como él advirtió que, tras la Revolución Francesa, la libertad ya no podía ser legítimamente fundada sobre la desigualdad y la jerarquía. En la sociedad democrática, una noción justa acerca de la libertad ha de ser la de un derecho igual para todos a la autonomía individual. Ahora bien, nadie mejor que él avistó el peligro que corría la autonomía del individuo ante el desarrollo de una sociedad democrática proclive a convertir la igualdad en igualitarismo, la individualidad en individualismo, el universalismo moral en homogeneización axiológica y la búsqueda de la felicidad en hedonismo materialista. De predominar esta tendencia –viene a decirnos Tocqueville–, la autonomía individual se verá limitada, en el mejor de los casos, al derecho a una vida privada independiente que resulta, a la postre, ilusoria sin la consideración de las obligaciones cívico-políticas que la propia autonomía comporta, esto es, la participación activa y responsable de los individuos en la dirección de los asuntos públicos. En este sentido, la libertad-participación no es solamente una estrategia defensiva de la libertadindependencia, sino que constituye, podríamos decir, su fundamento racional práctico. Juan Manuel Ros Cherta dignidad del hombre e impedir su degeneración espiritual. A mi modo de ver, dicha antroponomía tiene un carácter humanista y no individualista, porque lo que defiende Tocqueville es la autonomía y no la autosuficiencia de los individuos; es la participación en lo público y no la independencia privada; es el asociacionismo y no la atomización social; es el compromiso cívico y no el consumo de bienestar material; es la responsabilidad moral y no la maximización egoísta del beneficio; son los “hábitos del corazón” y no la protección legalista de los derechos; y, en definitiva, es el ciudadano y no el derechohabiente. No se trata, sin embargo, de sacrificar al individuo para recuperar al ciudadano, como pensaba Rousseau, pero tampoco de que la ciudadanía sea nada más que un instrumento defensivo al servicio de la privacidad individual, como sostenía Constant. El humanismo cívico de Tocqueville trata, a mi juicio, de superar ambos extremos –el republicano y el liberal–, y, en este sentido, lo que pretende es restituir al ciudadano sin anular por ello al individuo. Pero, ¿cuáles son los principales rasgos de este humanismo cívico que, según nuestra interpretación, propone Tocqueville como ethos democrático? A mi modo de ver, serían los siguientes: Nada más opuesto, por otra parte, al humanismo tocquevilleano que una visión beatífica, exenta de tensiones e ingenuamente optimista de la autonomía. A nuestro autor no se le oculta la enorme complejidad del ser humano, esa criatura que media –como le enseñara su maestro Pascal–, entre “el ángel y la bestia”, entre “San Jerónimo y Heliogábalo” (Mayer, 1965, 127 ss)5; y que es, ineluctablemente, un compendio sin solución definitiva de fuerzas buenas y malas. La grandeza moral del hombre consiste, pues, no en negar la bestia, sino en querer que el ángel predomine6. Así pues, dadas las tendencias –internas y externas–, que tratan de contrariarla, la autonomía del individuo es un valor que debe ser conquistado día a día; y para ello se requiere, como decía Kant, voluntad racional, sí, pero también y sobre todo, dirá Tocqueville, pasión por la libertad. En este sentido, la autonomía no encuentra su justificación más profunda en una razón formalmente pura como en Kant, ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 697 Nº 750 individuo y ciudadano: la cuestión del sujeto en la democracia en américa de a. de tocqueville sino más bien en las razones del corazón de las que hablara Pascal y que nuestro autor interpreta, quizás por influencia de Rousseau, en clave romántico-vitalista. Y ello porque, según nos dice, la libertad se ama por sí misma y no tanto por deber o por los beneficios que procura. A este respecto, escribe lo siguiente: “Me he preguntado a menudo dónde está el origen de esa pasión por la libertad que en todos los tiempos ha inducido a los hombres a realizar las cosas más grandes llevadas a cabo por la humanidad, en qué sentimientos se enraíza y se nutre. (...) Lo que le ha ganado en todas las épocas el corazón de los hombres son sus mismos atractivos, su propio encanto, con independencia de sus beneficios (...). El que busca en la libertad otra cosa que no sea ella misma está hecho para servir” (A. de Tocqueville, 1982, I, 177s). Así pues, para Tocqueville la libertad tiene su razón de ser en la propia vivencia de la misma y en la comprensión apasionada de su intrínseco valor humano. Y si bien es cierto que en la libertad se manifiesta la dignidad del hombre, no lo es menos –podríamos concluir siguiendo a nuestro autor–, que es la experiencia radicalmente vivida de la libertad la que hace a los hombres verdaderamente libres. 2. Espíritu de asociación Como hemos apuntado, el humanismo tocquevilleano ve en la libertad entendida como autonomía, y no en la independencia individualista, el fundamento práctico-normativo de una personalidad genuinamente democrática7. Ahora bien, para que haya verdadera autonomía, y con más razón todavía para que prospere, hace falta –arguye nuestro autor– que los individuos salgan del estrecho ­círculo de su vida privada, que deliberen entre ellos qua ciudadanos acerca de los asuntos públicos y que se vinculen solidariamente en torno a valores compartidos e intereses comunes. En este sentido, puede decirse que no hay un yo propiamente autónomo sin la mediación intersubjetiva de un nosotros social que, lejos de anularlo, lo propicie y perfeccione. Quizás la cita que mejor condensa este pensamiento de Tocqueville sea la siguiente: “los sentimientos y las ideas no cambian, el corazón no se engrandece y el espíritu humano no se desarrolla más que por la acción recíproca de unos hombres sobre otros” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 149). 698 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 El individualista liberal yerra, pues, al desconsiderar el decisivo papel que desempeña la interacción social en la constitución y desarrollo de una individualidad plenamente autónoma. La sociabilidad se revela, en este sentido, indispensable para concebir un humanismo que sea capaz, al mismo tiempo, de potenciar la autonomía individual y de superar el egoísmo individualista. La pretensión de conjugar autonomía individual y solidaridad social le llevará frecuentemente a caminar a contracorriente de las teorías liberales de la época8. Es cierto que el autor de La Democracia en América piensa sobre este punto como un liberal preocupado por idear mecanismos -en este caso, las asociaciones– capaces de contrarrestar y poner límites al crecimiento desmesurado del Estado, pero no es menos cierto que también razona como un demócrata al considerar el asociacionismo ciudadano como un factor decisivo en la vertebración de una sociedad civil “autoorganizada, pluralista e independiente del Estado”, sin la que no puede haber una verdadera democracia9. En este sentido, la teoría de la asociación tendría, a mi modo de ver, el mérito de vincular estrechamente liberalismo y democracia salvando, a la vez, los prejuicios antidemocráticos presentes en la tradición liberal y el peligro despótico que conlleva la realización, desde el Estado, del ideal democrático de los Antiguos. Desde esta óptica, podríamos concluir que el asociacionismo representa para nuestro autor un paso adelante en la configuración ilustrada de una cultura cívico-democrática y, en consecuencia, una vía para hacer de la democracia liberal algo mucho más profundo y radical que un mero sistema de gobierno representativo 10. Por esta razón –habría que añadir–, resulta particularmente decisiva la educación moral y política de la ciudadanía en los valores que sustentan y contribuyen a perfeccionar críticamente a la propia democracia. En este sentido, puede verse en La Democracia en América, ya desde su misma introducción, una clara vinculación entre sus objetivos político y pedagógico: “Instruir la democracia, reanimar, si es posible, sus creencias, purificar sus costumbres, regular sus movimientos, sustituir poco a poco su inexperiencia por la ciencia de los asuntos públicos y sus instintos ciegos por el conocimiento de sus verdaderos intereses (...). Hace falta una ciencia política nueva para un mundo enteramente nuevo” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 1, 10s). doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 3. Sentido de la justicia Como hemos visto, Tocqueville considera el asociacionismo ciudadano como una condición indispensable para el desarrollo de la autonomía individual y para la creación de un espíritu público democrático en la sociedad moderna. Ahora bien, a nuestro autor no se le oculta que el individualismo puede reproducirse de nuevo, e incluso verse acrecentado, en el comportamiento de las asociaciones. Esto ocurre, básicamente, cuando las asociaciones obvian toda referencia al interés común y se dedican exclusivamente a perseguir intereses particularistas, o corporativistas, como diríamos hoy. En este caso –advierte–, ciertas asociaciones pueden convertirse en fuerzas oligárquicas y amenazar el proceso democrático con un nuevo género de despotismo: a saber, el ejercido por estas minorías sobre la mayoría. Lo que el aristócrata normando teme, en este sentido, es que los peores vicios de los cuerpos aristocráticos del pasado se repitan bajo una nueva apariencia en la conducta de las asociaciones, ya sea en las de corte específicamente político –léase partidos políticos–, ya sea en las asociaciones de carácter civil. Por lo que se refiere a las primeras señala, con toda claridad, el peligro de que los partidos políticos se conviertan, en lugar de ser representantes, en mandatarios de la voluntad popular. A este respecto, puede servir como botón de muestra la siguiente observación: “El despotismo de las facciones no es menos de temer que el de un solo hombre. Cuando la masa de ciudadanos únicamente quiere ocuparse de sus asuntos privados, los partidos (...) no deben desesperar de convertirse en dueños de los asuntos públicos. No es raro ver entonces en el vasto escenario del mundo, así como en nuestros teatros, a una multitud representada por ellos (...). Disponen según sus caprichos de todas las cosas, cambian las leyes y tiranizan a su voluntad doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 las costumbres, y se sorprende uno al ver el pequeño número de débiles e indignas manos en las que puede caer un gran pueblo” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 182). El déficit democrático en el funcionamiento interno de tales asociaciones es, asimismo, blanco de las críticas de nuestro autor. Así, por ejemplo, escribe: “(...) esas asociaciones se inclinan a darse una organización que no tiene nada de civil y a introducir en su interior hábitos y máximas militares. Así, se las ve centralizar todo lo que pueden la dirección de sus fuerzas y entregar el poder de todos en manos de un número muy pequeño. Los miembros de esas asociaciones responden a un santo y seña, como los soldados en campaña, y profesan el dogma de la obediencia pasiva o, más bien, al unirse hacen de una vez el sacrificio de su juicio y su libre arbitrio. De este modo, reina con frecuencia en el interior de esas asociaciones una tiranía más insoportable que la que pueden ejercer en la sociedad en nombre del gobierno” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 1, 189). Juan Manuel Ros Cherta No es de extrañar, por tanto, que la obra esté repleta de referencias educativas: el municipio, el jurado y, sobre todo, las asociaciones políticas y civiles son vistos de este modo como grandes escuelas abiertas a todos que educan al ciudadano en el espíritu público democrático. Quizás puede resumirse su idea diciendo aquello –tantas veces proclamado como escasamente tomado en serio– de que no puede haber verdadera democracia sin una educación para la democracia. En lo que se refiere a las asociaciones civiles, valga como ejemplo significativo la preocupación de nuestro autor por la emergencia de una “nueva aristocracia de señores” en el campo de la industria11, lo que puede constituir un caso de acción opresiva de una minoría sobre la mayoría que habría que añadir a la consabida prevención de Tocqueville con respecto a la tiranía de las mayorías. Así pues, las asociaciones pueden reproducir en su forma de comportarse los mismos males que con ellas se pretende superar. El ejemplo de la sociedad norteamericana nos muestra –dice Tocqueville– que la solución a este problema pasa por la doctrina del “interés bien entendido”, esto es, por hacer comprender a individuos y asociaciones que no es inteligente ni justo en democracia perseguir egoístamente el propio interés particular con independencia del interés general12. De lo que se trata, en el fondo, es de responder a la necesidad de armonizar justamente el interés privado y el interés público en una sociedad democrática (Manent, 1991, 70). Queda, sin embargo, la cuestión de aclarar mejor, aunque sea someramente, lo que entiende nuestro autor por “interés bien entendido”. Contra lo que pueda parecer, no estamos ante un mero principio empírico-utilitario elevado a la categoría de teoría social por parte de los norteamericanos y mal comprendido en la Francia de su tiempo. Más profundamente consiARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 699 Nº 750 individuo y ciudadano: la cuestión del sujeto en la democracia en américa de a. de tocqueville derado, el “interés bien entendido” puede ser interpretado, a mi juicio, como un criterio democrático de justicia que pone en tela de juicio las visiones de ese mismo criterio que contaban con mayor predicamento en el ambiente intelectual de la época (y que son todavía, en buena medida, los de la nuestra): a saber, la regla de mayorías, la mano invisible del mercado y la voluntad general roussouniana. A mi modo de ver, Tocqueville se inspira aquí en el pensamiento de su venerado maestro intelectual P. P. RoyerCollard13, aunque sea, como veremos inmediatamente, para ir más allá de él. Dos son, principalmente, las ideas que nuestro autor toma del ilustre doctrinario. En primer lugar, la idea, tan apreciada por Royer-Collard, “d’appliquer la morale aux grandes choses”14, de donde deriva Tocqueville el carácter ético-normativo del principio del interés bien entendido y, en este sentido, su papel de instancia legitimadora de la praxis democrática. En segundo lugar, la definición doctrinaria de la justicia como “soberanía de la razón”15, lo que significa para Tocqueville una visión de índole formal y universalista de la misma cuyo referente ideal son los Derechos del Hombre. Desde esta perspectiva, el principio del interés bien entendido no puede ser identificado sin más –arguye nuestro autor– con la regla de mayorías porque “la mayoría, en sí, no es todopoderosa; por encima de ella, en el reino moral, están la humanidad, la justicia y la razón (...). La mayoría, en su omnipotencia, debe reconocer estas dos barreras y si alguna vez las ha echado abajo, es porque, como los hombres que la componen, se ha rendido a las pasiones y se ha visto arrastrada por ellas más allá de sus derechos” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 1, 374). E n otro pasaje de La Democracia en América I insiste nuestro autor en esta misma idea al sostener que la más alta limitación del gobierno de la mayoría es sobre todo de carácter moral y no jurídico, es la justicia y no tanto la legalidad. En este sentido, escribe: “La justicia forma, pues, el límite del derecho (a mandar) de cada pueblo. Una nación es como un jurado encargado de representar la sociedad universal y de aplicar la justicia que es su ley. El jurado, que representa a la sociedad, ¿debe tener más poder que la sociedad misma cuyas leyes aplica? Así pues, cuando me niego a obedecer una ley injusta, no niego a la mayoría el derecho a mandar, apelo solamente 700 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 a la soberanía del género humano contra la soberanía del pueblo” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 1, 246). Tampoco puede ser el interés bien entendido confiado a la mano invisible del mercado porque ello supondría –viene a decir nuestro autor– minusvalorar el papel de la libertadparticipación de los ciudadanos y su responsabilidad en la construcción de un interés común. A este respecto, indica Lamberti que la primera condición de un verdadero acuerdo entre los intereses particulares y el interés general es, para Tocqueville, “la libertad política y no la libertad económica” (Lamberti, 1983, 233). Finalmente, la voluntad general roussouniana presenta el inconveniente de confundir lo que es un principio de legitimación moral con la aplicación político-social de dicho principio, lo cual trae consigo que la voluntad general sea suplantada demagógicamente por la voluntad particular de una mayoría, de una minoría o de un solo individuo, con el consiguiente riesgo de despotismo. Como es sabido, ésta es, en esencia, la crítica liberal de Constant a Rousseau. Nuestro autor sigue aquí esta dirección y, aunque no cite a Constant ni se refiera explícitamente a Rousseau, repite mutatis mutandi esta misma objeción en contra del carácter ilimitado de la soberanía popular cuando afirma: “La omnipotencia me parece en sí misma una cosa mala y peligrosa (...). No hay sobre la tierra autoridad tan respetable en sí misma o revestida de un derecho tan separado que yo quiera dejarla actuar sin control y dominar sin obstáculos. Así, pues, cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ejérzase en una monarquía o en una república, digo: ahí está el germen de la tiranía, y trato de ir a vivir bajo otras leyes” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 1, 246). Así pues, lo que Tocqueville llama “interés bien entendido” es, en definitiva, un criterio normativo de justicia que sirve tanto para orientar la praxis de individuos y asociaciones, en el sentido del interés universalizable, como para cuestionar sus eventuales desviaciones despóticas y antidemocráticas. 4. Voluntad de excelencia La comparación entre los tipos ideales de aristocracia y democracia constituye, como es sabido, uno de los resortes doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 Si bien es cierto que su apreciación de tales valores aristocráticos resulta, en ocasiones, “ingenuamente romántica y peca de excesiva idealización” (Furet, 1980, 195s) esto no debe hacernos perder de vista su principal intención al recurrir a ellos: abrir el espíritu y el corazón del hombre democrático a proyectos de vida más elevados y a otras formas de ejercer la libertad que conecten de nuevo la realización personal con la participación en la cosa pública. Tocqueville no preconiza ningún retorno al universo aristocrático –cosa en extremo difícil e injustificable para un moderno como él–, sino que pretende introducir el espíritu de la libertad aristocrática en el seno mismo de la cultura democrática con el muy noble objetivo de combatir sus perniciosas tendencias hacia la masificación social, la indiferencia política, el consumismo materialista o la mediocridad espiritual. Lo que teme, fundamentalmente, nuestro autor es que al inmovilismo del pasado, basado en la tradición y el privilegio de unos cuantos, le suceda ahora un nuevo inmovilismo democrático que descanse en una opinión pública mayoritaria tendente a confundir el individualismo con la individualidad, el igualitarismo con la igualdad, la homogeneización espiritual con la extensión doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 de la ilustración o la maximización utilitaria con la excelencia humana. En este sentido, escribe Lamberti: “Toda su obra es un inmenso esfuerzo para trasponer a la democracia, y en beneficio suyo, los valores aristocráticos y, en primer lugar, el gusto por la excelencia humana, el respeto mutuo y la orgullosa afirmación de la independencia personal, los cuales constituyen, tanto para él como para Chateubriand, la esencia de la libertad aristocrática” (Lamberti, 1983, 77). Tocqueville es consciente de que la proyección del espíritu aristocrático-liberal en la sociedad democrática no puede traspasar ciertos límites sin atentar contra la sustancia misma de la democracia, pero también sabe que forma parte esencial de la propia idea democrática la necesidad constante de perfeccionarse a sí misma como única salida para evitar su anquilosamiento espiritual y, lo que es aún peor, su degeneración despótica. Ello le lleva a confesarle a J. Stuart Mill que Juan Manuel Ros Cherta fundamentales del pensamiento político de Tocqueville. Además de las vertientes sociológica e histórica, dicha comparación contiene, a mi juicio, una dimensión éticoantropológica de la mayor importancia para entender el sentido de la crítica tocquevilleana al individualismo democrático y su reivindicación de un homo democraticus con voluntad de excelencia o, si se prefiere decirlo así, que no se contente con esa especie de personalidad mediocre, conformista y uniforme que tiende a engendrar la democracia de masas. A este respecto, podríamos decir que su argumentación comprende dos aspectos claramente interrelacionados. En primer lugar, un agudo cuestionamiento de los valores individualistas que genera la cultura democrática como son, principalmente, la pasión igualitarista, el culto obsesivo al bienestar material, la búsqueda de la realización en la esfera privada y la conformidad con la mayoría. En segundo lugar, una referencia normativa a ciertos valores ligados a la concepción aristocrático-liberal de la libertad, cuyas raíces espirituales provienen tanto del republicanismo clásico como de la tradición nobiliaria medieval con la que nuestro autor se halla emparentado. Se trata, básicamente, del espíritu de individualidad, el sentimiento de grandeza espiritual y la dedicación apasionada a los asuntos públicos. “la peor enfermedad que amenaza a los pueblos democráticos es el debilitamiento gradual de las costumbres, el rebajamiento de los espíritus, la mediocridad de los gustos; es de este lado donde se encuentran los grandes peligros de su porvenir” (A. de Tocqueville, 1954, t.º VI, I, 335). Para nuestro autor, se trata, por tanto, de introducir en el terreno del saber, en las costumbres y en la vida socio-política democrática la aspiración a la excelencia con el fin de aumentar la calidad propiamente humana de los individuos y contener, en la medida de lo posible, el debilitamiento moral generalizado que tiende a inducir el igualitarismo democrático. Así pues, conviene fomentar, en el campo de las ciencias, el puro deseo de conocer y el amor a la verdad; y en el de las artes, la aspiración a la belleza y el ansia de perfección en las obras, con el propósito de contrarrestar el sesgo práctico-utilitario y el consiguiente empobrecimiento espiritual que imprime en dichas materias el estado social democrático16. Algo análogo cabe hacer en el ámbito de las costumbres, pues se trata de evitar que esa especie de ambición desproporcionada, mediocre y presentista por el bienestar material, tan propia de los tiempos democráticos que corren, acabe por borrar enteramente del espíritu del hombre los sentimientos nobles y las pasiones elevadas. En el terreno político, finalmente, hay que conseguir que las asociaciones ciudadanas se erijan en “personas ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 701 Nº 750 individuo y ciudadano: la cuestión del sujeto en la democracia en américa de a. de tocqueville aristocráticas” ilustradas e influyentes a las que no se las pueda pisotear fácilmente y que, sin reproducir los errores e injusticias de la antigua aristocracia, sirvan para frenar la omnipotencia de la mayoría y las tendencias opresivas derivadas del incremento del poder estatal y/o mercantil. En definitiva, la cultura democrática no tiene por qué estar necesariamente reñida con la aspiración a la excelencia humana y ésta, a su vez, no tiene por qué ser concebida como algo reservado a unos pocos y sí como un haz de “es necesario que todos los que se interesen por el futuro de las sociedades democráticas se unan y que todos, de común acuerdo, realicen continuos esfuerzos para propagar en esas sociedades la afición al infinito, el sentimiento de lo grande y el amor a los goces inmateriales” (A. de Tocqueville, 1989, t.º 2, 186). NOTAS Recibido: 7 de septiembre de 2010 Aceptado: 10 de enero de 2011 702 posibilidades abierto a la mejora espiritual de cada uno y al mutuo perfeccionamiento de todos. En este sentido, podríamos concluir con nuestro autor que 1 Es el caso, por ejemplo, de J. Stuart Mill que saludó la obra como el primer gran tratado filosófico sobre la democracia moderna. 2 Este artículo se propone precisamente ahondar en esa dimensión filosófica del pensamiento político de Toc­ queville aunque para ello, claro está, haya de tener en cuenta sus aspectos metodológicos. Para un análisis detallado sobre dicha dimensión, véase Ros, 2001. 3 Ésta es la línea interpretativa que, desde que R. Aron la iniciara (Aron, 1970), domina la mayor parte de los trabajos sobre Tocqueville hasta el punto de haberse convertido ya en un lugar común. 4 Más profundamente todavía podríamos considerar que lo que formula Tocqueville es un “humanismo eleuteronómico” (Conill, 1991), ya que su defensa de la libertad como raíz de la humanidad misma del hombre hace que su posición vaya mucho más allá de un simple humanitarismo y/o de un civismo meramente exterior y superficial. 5 J. P. Mayer insiste en la importancia que tiene la reflexión antropológica éticamente orientada en la filoso- ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 691-704 ISSN: 0210-1963 fía política de Tocqueville y añade, además, el siguiente comentario crítico sobre la filosofía política que se practica hoy en día: “El enigma de la naturaleza humana es el punto de partida de toda filosofía política; y esto es precisamente lo que nuestro moderno pensamiento político, miope y superficial, tan a menudo ciego para cuanto trascienda de los fines inmediatos, parece haber olvidado”. A este respecto, no estaría de más recordar, siguiendo a la profesora A. Cortina, que la “marca de fábrica” de la filosofía política, desde sus orígenes griegos, no es otra que la “de hacer a los hombres mejores” (Cortina, 1995, 433). 6 M. Bressolette habla, en este sentido, de un “humanismo de la tensión” en Tocqueville (Bressolette, 1974, 10). En una dirección similar, véase también Díez del Corral, 1989, 250s.; Lawler, 1992, 1-20. 7 Sobre el valor de la autonomía en Tocqueville, y en contra de las lecturas “neotocquevillianas” que pretenden asimilarla a la independencia individualista, véase Renaut, 1998, 108-130. 8 La preocupación tocquevilleana por encontrar un principio moderno de integración social que combine lidoi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4004 13 La influencia ejercida, en general, por Royer-Collard sobre Tocqueville, y especialmente el intercambio de correspondencia –y de ideas– entre ambos durante la elaboración de la 2.ª parte de La Democracia en América, ha sido objeto de varios estudios (Díez del Corral, 1989, 353-393; Lamberti, 1983, 158-173). Ya Ortega y Gasset, con la perspicacia que le era propia, indicó en su día que en la correspondencia entre ambos autores se hallan quizás algunas de las páginas más profundas del pensamiento político de Tocqueville (Ortega y Gasset, 1971, t. 9, 327). 14 Tocqueville sigue a Royer-Collard en la perspectiva de “legitimar la política recurriendo a la moral”, lo que supone, en buena lógica, la voluntad de “moralizar la política”. La diferencia entre ambos estriba, sin embargo, en que Royer-Collard no supo concebir la posibilidad de una democracia liberal y Tocqueville sí. 15 Sobre este punto Lamberti indica que Royer-Collar y Tocqueville parecen seguir a Montesquieu, quien había afirmado en El espíritu de las leyes que “La ley, en general, es la razón humana, en tanto que ella es la que gobierna todos los pueblos de la tierra; y las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser otra cosa que los casos particulares donde se aplica esta razón humana”. 16 Ésta es, en síntesis, la tesis que defiende nuestro autor en los caps. X y XI de la 1.ª parte de La Democracia en América II titulados, respectivamente, “Por qué los americanos se aplican más a la práctica de las ciencias que a la teoría” (pp. 68-77) y “Con qué espíritu cultivan las artes los americanos” (pp. 77-82) (A. de Tocqueville, 1989, t. 1). BIBLIOGRAFÍA Aron, Raymond (1970): Las etapas del pensamiento sociológico, Buenos Aires, Siglo XX. 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Boesche, quien ve en la obra de Tocqueville un intento de síntesis entre el liberalismo constantiano y el democratismo radical roussouniano (Boesche, 1987, 265s). 9 Sobre esta conexión entre asociacionismo, sociedad civil y democracia liberal en Tocqueville (Keane, 1992, 75s). 10 No es de extrañar, en este sentido, que algunos teóricos actuales de la democracia –D. Held, por ejemplo–, sitúen a Tocqueville junto a J. Stuart Mill entre los principales representantes del modelo “desarrollista-liberal” de la democracia decimonónica y que lo consideren, además, como una fuente importante de inspiración para la teoría contemporánea de la democracia (Held, 1992, 116). 11 A analizar este peligro dedica Toc­ queville el capítulo XX de La Democracia en América II cuyo título reza significativamente “Cómo la aristocracia podría surgir de la industria” (A. de Tocqueville, 1989, t. 2, 201-207). 12 Ésta es la tesis que nuestro autor defiende en el capítulo de La Democracia en América II titulado “Cómo los americanos combaten el individualismo con la doctrina del interés bien entendido”. No deja de ser interesante para nuestra interpretación el señalar que Tocqueville pensó darle a dicho capítulo el significativo título de “El interés bien entendido como doctrina filosófica”. Véase al respecto la nota del editor E. 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KEY WORDS: Religion; Tocqueville; Ortega; belief; custom. PALABRAS CLAVE: Religión; Tocqueville; Ortega; creencia; costumbre. 1. Quienes nos dedicamos a la filosofía, y en general a la historia de las ideas, somos al menos inicialmente historiadores. Procuramos que nuestro trabajo empiece donde otros historiadores han terminado y esto nos lleva inevitablemente a presentar nuevas contribuciones a esa historia. Y por lo general esa historia se convierte en una especie de dialogo donde tratamos de hacernos cargo de las posiciones de unos y otros: Una gran conversación de la humanidad si uno quiere resucitar la expresión de Rorty. En cambio, lo que distingue la Democracia en América dentro de la historia de las ideas es ser el resultado de una mirada directa a la realidad social de Estados Unidos. Su autor logra aunar el libro de viajes con la interpretación de su momento histórico. La mirada de Tocqueville suponía por supuesto la historia reciente de Francia así como las posiciones de sus precursores, sobre todo las de Montesquieu, Rousseau y Pascal, pero más que una respuesta dialéctica de éstas, apoyada en la razón, lo que nos presenta el autor francés es otra sociedad que se hace manifiesta en primer lugar a través de sus propias impresiones de viajero con las conversaciones con sus informantes y las impresiones del viajero. Se responde así desde una experiencia de una realidad completamente inédita y a la vez con unas posibilidades y una ejemplaridad para el resto de las naciones. tienen su asiento natural. Con respecto a las ideas de Tocqueville, hemos de preguntarnos entonces no tanto por el fundamento metafísico, la coherencia lógica, o la inserción dentro de una historia intelectual previa sino más bien por la función de ciertas ideas en el equilibrio de una sociedad concreta, es decir, por el uso que en un momento dado los hombres hacen de ellas en el curso de su vida. Lo que ahora importa no es sólo reconocerlas sino ser capaz de aprehender y describir la faz concreta que en un momento determinado adquieren. El contexto ya no es la historia de la ideas sino un momento de la experiencia histórica que es fundamentalmente una experiencia social, es decir, un momento en el que los hombres conviven juntos. No es que este texto nos separe de la historia de las ideas sino que trata de aplicar ésta en lo que se puede llamar su lugar natural, es decir, a la vida social donde las ideas No tiene Tocqueville la envergadura discursiva de Kant, de Hegel o incluso de Rousseau pero por oposición a éstos añade a la discusión de su tiempo sobre la posibilidad de un régimen liberal no sólo una visión nueva sino la conciencia de que el lugar de la meditación no se encuentra propiamente en la historia de la filosofía o de las ideas sino en las posibilidades reales que el hombre tiene de lograr la convivencia. Hay un proceso de recepción de formas de pensamiento de los tres grandes, Montesquieu, Pascal y Rousseau, pero éste vale en la medida en que se hace a la luz de la reinterpretación de formas sociales concretas empleadas en contextos precisos. Por ejemplo, no nos dirá cómo la razón nos permite entender la libertad sino qué es ser libre para un sujeto, a saber, qué actos comprende la experiencia de la libertad en un contexto determinado. Nº 750 RELIGIÓN Y CAPITAL SOCIAL EN LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA 706 Sobre todo, hay que atender a lo que yo creo que es más expresivo de La democracia en América: La visión de una cultura que se justifica a sí misma y se muestra autoperformativa en el mismo comportamiento cotidiano de los hombres en circunstancias históricas concretas. La libertad es descrita como una dimensión de la relación con los otros. En conjunto, las convenciones y las creencias tienen una dimensión transaccional. Más que objetos de conocimiento, su estatuto sería el de signos con los que el individuo se hace reconocer por los otros adquiriendo una identidad en un contexto social determinado y caracterizando a este último. La investigación de Tocqueville apunta a la libertad política. El resultado de La democracia en América es que ésta es posible, gradual, contingente y relacionada con la cultura vigente de la sociedad. Por ello, su investigación se apoya no tanto en los conceptos escasísimamente perfilados que de hecho usa, sino en observaciones cuya relevancia para las grandes interrogantes acierta a mostrar. En todo momento Tocqueville nos recuerda que el punto de partida es la conciencia de la falibilidad del espectador. La realidad política y social que se presenta como difícilmente descriptible en toda su facticidad. Da la impresión de que se parte de un estado de ignorancia que ningún desarrollo discursivo podría obviar por completo. En ese sentido su punto de partida es hasta cierto punto pascaliano. Al mismo tiempo, esta impronta pascaliana no le impide constatar que la libertad política se da en la historia contingente. De forma que el mundo tiene una envergadura mayor que en Los pensamientos... Es cognoscible al encontrar su realización. Pensando en una problemática que podríamos entender como derivada de una hipotética confrontación entre Rousseau y Pascal, dos de los autores que mejor conoció, su solución no se encuentra ni en la utopía vinculada de un conocimiento completo ni en la fe derivada de la conciencia de la ignorancia, sino más bien en la observación de hecho reales. Nos puede parecer que la imagen de Estados Unidos se apoya en un conocimiento insuficiente por más que a nivel personal representa un esfuerzo considerable, pero el resultado es que se presenta un marco de observaciones significativas y relevantes que apuntan a la cultura real y vivida por una sociedad en la medida en que desde ella se puede comprender la libertad. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 Al mismo tiempo podemos apreciar en esas descripciones cómo, por ejemplo, en el capítulo dedicado a la vida comunal, una especie de reconocimiento de una sociedad vibrante donde los hombres se realizan en el trabajo común y donde se recuperan motivos que el siglo de la ilustración había tendido a dejar en segundo plano. Sería una trasposición de la inocencia del estado de naturaleza: Nos encontramos con el hombre que cree y a la vez ejerce su libertad. 2. Debemos empezar destacando la posición de Toc­ queville en lo que respecta a la religión. Por lado y frente a De Maistre y Bonald, Tocqueville mantiene que el advenimiento de la igualdad es imparable e incluso providencial. En esa afirmación se aprecia sobre todo la valoración de que el hombre se realiza de la interacción social. Por ello, la religión del antiguo régimen en tanto que aliada en Francia con la corona ya no se puede mantener. Pero al mismo tiempo se opone a Rousseau en la idea de una religión de Estado. Una cosa es que la práctica de la religión implica una revitalización del cuerpo social con las consecuencias políticas correspondientes y otra es que se pueda subordinar la religión a los intereses políticos del momento. Su visión es política antes que propiamente religiosa pero su conclusión es que tanto la religión como la política deben contribuir al intercambio, a la discusión y al reconocimiento entre los hombres antes que a llevar a cabo designios de una autoridad civil superior. Con todo, la relación con Rousseau es mucho más compleja en la medida en que hace suyos ideales que se encuentran en los escritos del ginebrino. Se pueden leer los primeros capítulos de La democracia en América como una elegía dedicada a la primitiva América y sin duda es el punto de partida para cuestionamientos de la sociedad actual estadounidense como Hábitos del Corazón de Bellah2. Tocqueville no era creyente en el sentido confesional del término3. Pero hay un aprecio por la religión que rebasa el reconocimiento de su importancia en un estadio ya superado de la historia y apunta a una interpretación de la naturaleza del hombre como referido a experiencias religiosas. Éstas le permiten ejercer sus facultades hasta el máximo. Hay que situar, de acuerdo con la visión de Agnés Antoine, la figura de Tocqueville como la de quien cree en la ilustración y el progreso pero de una forma que no se reduzca a la perfección técnica y el bienestar doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 material sino que apunta a una perfección moral y a una sociedad pluralista donde tiene lugar un verdadero debate de ideas4. En este plano es donde la religión debe seguir desempeñando un papel fundamental. En primer lugar, hay decir que se trata de una con-causa en la vigencia de una sociedad democrática como la de los Estados Unidos. El papel de la religión es importante, incluso decisivo pero no sólo no es la única causa sino que en algún sentido veremos que no lo puede ser. En segundo lugar, no es cualquier religión sino una que resulte funcional dentro del contexto social correspondiente. Se puede apreciar que hay una oscilación entre un concepto genérico de religión, las religiones cristianas y finalmente la religión católica. En esta oscilación Tocqueville se pronuncia por razones sociológicas y antropológicas fundamentalmente a favor de un cristianismo liberal. Pero, sobre todo, hay que distinguir dos planteamientos por parte del propio Tocqueville: el que predomina en la primera parte del primer libro por el que Estados Unidos debe entenderse como una sociedad que debe su democracia a la religión, y el que predomina en el conjunto de la obra por el que la religión aporta una determinada estabilidad a un régimen político democrático siendo por ello una forma de con-causa de la vigencia en ella de la libertad. Veamos estos dos puntos más detenidamente. 3. Como he puesto de manifiesto, la religión ocupa un lugar importante en la Introducción y en los capítulos 2 y 5 de la primera parte del primer tomo. Se trata de dos de las principales tesis de la obra: La democracia es posible. En el caso de Estados Unidos5 lo ha sido en la medida en que la religión ha permitido la libertad política. En realidad entiende Tocqueville que el cristianismo es inherentemente democrático en la medida en que implica la igualdad de los hombres ante la revelación. En cambio, el fortalecimiento de una institución que logra el reconocimiento del poder político como verdad oficial sería más bien una vicisitud histórica que de hecho queda atrás en doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 Tocqueville entiende que en el momento de la constitución de Estados Unidos su carácter definitorio proviene de los asentamientos de puritanos en Nueva Inglaterra. La decisión de los emigrantes fue la de hacer una vida en común donde imperó la igualdad7. Esta decisión marca el carácter del desarrollo subsiguiente de la sociedad8, que adquiere desde el principio conciencia de la igualdad y la participación en la vida comunal por influencia de la tradición que inauguraron los pilgrim fathers con el acuerdo de vivir en una comunidad cristiana9. En el capítulo 5, y en lo que respecta al régimen político, la valoración de la vida en común a nivel local es tan alta que la equipara a la escuela con respecto a la ciencia10. La verdadera libertad comienza en la vida local. Además, la experiencia de la Iglesia apoya las prácticas democráticas que se renuevan en cada generación en la medida entre otras razones porque implica el pluralismo subyacente a la vida religiosa de la sociedad estadounidense11. Jaime de Salas Para centrar mi intervención partiría de que la religión es fundamental para el surgimiento y el mantenimiento de una sociedad democrática. Pero esta afirmación hay que matizarla en tres formas: Estados Unidos por la misma naturaleza de la religión de los colonizadores de Nueva Inglaterra que les ha llevado a huir de la metrópoli antes de seguir una autoridad superior6. La separación de Iglesia y Estado que Jefferson y Madison introdujeron en el estado de Virginia y con la primera enmienda de la constitución son posibles a partir de este punto de partida. Esta tesis se encuentra reforzada por el planteamiento de la Introducción de la obra. Tocqueville propone la extensión inevitable de la libertad a lo largo de la historia y al mismo tiempo pone de manifiesto que esa extensión da lugar a una situación paradójica en el momento de la revolución francesa y sus efectos. En una cultura cristiana donde se mantiene el principio de la igualdad de los hombres ante Dios, se dio una incapacidad por parte de la Iglesia como institución de aceptar el advenimiento de la democracia. La religión católica se identifica con el antiguo régimen. El estado de perplejidad intelectual, pero sobre todo de malestar histórico, tiene pues su origen en la falta de vigencia de la religión. Por ello, aparece como necesaria. Si bien, Tocqueville entiende que el cristianismo, y por tanto el catolicismo, entraña una básica igualdad de los hombres, también mantiene que una de las características más importantes de Estados Unidos es justamente haber separado el mundo de la religión del mundo de la ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 707 Nº 750 RELIGIÓN Y CAPITAL SOCIAL EN LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA política12. De este modo lo que por un lado resulta una parcial coincidencia en lo que respeta a los principios –el respeto por la igualdad– al mismo tiempo permite que cada ámbito se desarrolle autónomamente. Por autonomía entiendo que se puede dar en estas instituciones la dinámica de una sociedad moderna que tiene que dar paso a la voluntad de los electores por un lado y de los fieles por otra. La política es mejor política en la medida en que no se da de antemano una religión establecida y la religión es mejor religión cuando ninguna goza de un especial estatuto político como religión oficial. La modernidad procede de una forma que implica que las instituciones hacen cada vez mayores y más precisas contribuciones, pero esta complicación más que apuntar a una lógica con síntesis final como sería la solución hegeliana, implica la creación de ámbitos de sentido distintos dentro de los cuales el individuo ha de actuar y la cultura social evoluciona. La cuestión es que cada uno de estos ámbitos preserve una consistencia que permita que el individuo se reencuentre a sí mismo en él. Al acabar la modernidad con la unidad de una cultura primitiva donde la religión se identifique con la totalidad de la cultura, apuntan las explicaciones de Tocqueville a una situación donde el individuo logra definirse en cada ámbito. 5. Por otra parte, Tocqueville pasó de cuestionarse de cómo se llegó en Estados Unidos en un momento determinado a lograr una democracia, a hacerse cuestión de consideraciones genéricas válidas para cualquier situación histórica, es decir, a lo que Ortega en sus notas de trabajo sobre Tocqueville denominó “las condiciones de la democracia”. En ese sentido, adquiere una dimensión normativa los resultados de su estudio sobre Estados Unidos. En parte ello refleja su idea de que el estado de la democracia en una sociedad determinada no constituye un estadio al que la humanidad llega de una forma definitiva. Al contrario, Estados Unidos es un experimento abierto a ciertas contingencias frente a los contraejemplos que se encontraban en la Europa de su momento, como por ejemplo el de Napoleón. Desde este punto de vista, parece una contradicción el tono profético sobre el advenimiento de la libertad política que caracteriza la introducción y la percepción clara de que la misma democracia estadounidense es frágil y abierta a la involución histórica. Para Tocqueville no lo es tanto en la medida en que el autor francés entiende que Estados Unidos ha llegado a un nivel de patriotismo que la misma democracia favorece13. 708 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 Así el equilibrio entre igualdad e independencia14 puede perderse a favor de figuras que Tocqueville introduce en la sociología política aunque ya presentes de hecho en la práctica del constitucionalismo estadounidense, como la de la tiranía de la mayoría. A ello se añade el peso del egoísmo que llega a debilitar y a aislar a los individuos15. Y en esta cuestión las intuiciones de Tocqueville sobre la importancia de una cultura y de unas costumbres antes que unas leyes adquieren especial relieve. Para valorar esta dimensión normativa creo que hay que hacer alusión a dos cuestiones diferentes relativas a la función genérica que la religión desempeña en la vida humana. No piensa desde dentro de una confesión determinada sino atendiendo a lo que es la función de la religión en la sociedad y por tanto sin separarse de una visión genérica del hombre y de sus necesidades16. Presenta una visión fundamentalmente política y sociológica por oposición al testimonio del creyente. Por un lado, se trata de que el individuo al mismo tiempo desprecia la vida y teme la muerte: “il méprise la vie et crainte le néant”17 y por ello busca apoyo en la religión. Por otro lado, la religión representa un antídoto del funcionamiento de una democracia, que desarrolla unos elementos de la naturaleza humana en detrimento de otros. El individualismo degenera en egoísmo. En última instancia, la posición de Tocqueville será la de mantener una armonía entre motivos religiosos y políticos siempre y cuando se mantenga la religión dentro de unos parámetros18. Con todo, la religión, aún siendo importante, en realidad aparece como una con-causa, un elemento más de los varios que permiten que una democracia funcione. Por ello, puede resultar secundario de qué religión se trate. Es más. También puede convertirse en puro tópico y no religión viva como aparece en otros pasajes19. 6. Esta posición de Tocqueville es muy influyente, incluso más que la primera, en la medida en que apunta a una práctica, la religión, que con otras logra superar las insuficiencias culturales del orden democrático. Es a partir de ella que Putnam ha defendido la idea del capital social, entendido como el conjunto de relaciones con las que cuenta el individuo a la hora de desarrollar su personalidad en una sociedad20. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 7. En lo que respecta a las costumbres en general, y a la religión en concreto, el trabajo de Tocqueville corre paralelo a la distinción que hace Ortega entre ideas y creencias. Un lector de Ortega en principio se encuentra con la afirmación de la prioridad no de la creencia a las ideas como el autor de En torno a Galileo, pero sí de las costumbres frente a las leyes, y de la cultura frente a la geografía. Para quien entiende la realidad social como vertebrada por creencias, como Ortega, puede encontrar en el escritor francés un análisis de la sociedad americana que abunda en la importancia de los presupuestos culturales, primero para la vida diaria y las iniciativas prácticas, y después para el modo de pensar. Oportunamente en sus notas de trabajo Ortega habla de que “El tema de Tocqueville es descubrir las ‘condiciones de la posibilidad de la libertad’” política pero no le sigue en lo que respecta a una cuestión importante. No hay evidencia de que cuando Ortega redactó Ideas y Creencias, y otros trabajos de los años 30, tuviera en cuenta los análisis de Tocqueville. Es cierto que hay en el Prólogo para franceses referencias elogiosas a los doctrinarios franceses que Ortega conoció bien, pero las lecturas y el consiguiente estudio de Tocqueville parece que son de la última parte de los años 40 y se contaría entre los últimos trabajos que Ortega realizó. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 Con todo, la obra tardía de Ortega se encuentra recorrida por la distinción entre usos y creencias21 mientras que Tocqueville, en lo que respecta a la religión, ofrece una aproximación sincrónica que destaca por su capacidad de asumir la creencia religiosa en toda su complejidad. Cada uno desde puntos de vista distintos y con metodologías diferentes desembocan en una cuestión central para la comprensión del hombre dentro de la sociedad. Jaime de Salas En una sociedad tradicional este concepto se puede dar por hecho. Conocemos las personas que necesitamos conocer y tenemos cada cual un marco en principio suficiente a través del cual desarrollamos nuestra vida. En la medida en que una sociedad se convierte en moderna el individuo tiene que constituir su propia vida. Ello implica movilidad geográfica y versatilidad del sujeto para adaptarse a nuevas situaciones. El capital social en una sociedad tradicional no sólo es amplio sino que se renueva poco mientras que en una sociedad moderna la cuestión para el individuo es crear para sí un ambiente donde pueda hacer frente a sus necesidades que no sean estrictamente profesionales. Es un concepto que expresa una necesidad, semejante a como en el inglés estadounidense se encuentra la expresión “socialising”, socializar para denominar la entrada en contacto con otros y a la vez resultar integrados en un contexto social de manera efectiva. En nuestro idioma aparece este sentido cuando en ocasiones se habla de alternar, pero sin reflejar el hecho de que la propia imagen de sí está condicionada por estos intercambios. De hecho las creencias plantean muchos problemas. En parte su misma descripción resulta compleja. Pensemos en algunos ejemplos: Hay creencias que se revelan como el explícito presupuesto de alguno de mis actos. Voy a buscar un libro en el sitio donde normalmente lo guardo. En otras ocasiones reconocemos que determinadas decisiones se toman de acuerdo con principios. Una de ellas es la vocación que el propio Ortega describe en Pidiendo un Goethe desde dentro22 y que se muestra esquiva a una explicitación exacta. Finalmente hay creencias que afectan a la disposición de la persona en su totalidad y que no tiene tanto un efecto sobre el contenido concreto de la acción como de la actitud dentro de la cual se insertan las actividades concretas. El mundo de la representación se presenta desde este punto de vista como dotado de una enorme complejidad. A esto hay que añadir la distinción entre creencias y usos23. Las primeras tienen una valoración positiva por parte de Ortega mientras que las últimas son más bien imposiciones que la cultura predominante impone al sujeto. Parece que las creencias tienen una dimensión personal mientras que las segundas reproducen automáticamente unos patrones que son aceptados sin más. No es completamente satisfactoria la posición de Ortega, a mi juicio, al introducir esta oposición, sobre todo en la medida en que a partir del segundo Wittgenstein reconocemos la continuidad entre el pensamiento y la acción en el lenguaje. Sugiere la posición de Wittgenstein que existe un fondo común, una forma de vida donde la acción y el pensamiento se encuentran. Desde luego, es susceptible de lograr un mayor grado de personalización de acuerdo con el mismo nivel de convivencia. Por ello, más que contraposición entre vida interindividual y vida social, entre la persona y la gran desalmada que es la sociedad se daría, a mi juicio, una lenta emergencia de la personalización a la que apuntan otros textos de Ortega. De todas formas, es cierto que Ortega creyó asistir a una forma de rebarARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 709 Nº 750 barización de la vida social –como, por otro lado, permite atisbar la visión de Tocqueville sobre la posible decadencia de la democracia estadounidense24–. RELIGIÓN Y CAPITAL SOCIAL EN LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA Creo que a partir de Tocqueville, y de su visión de la importancia de la creencia religiosa, se encuentra una forma de superar este hiato. No es tan importante la distinción entre creencia y uso sino más bien la aportación que la creencia realiza a las ideas. Debe entenderse no tanto como fundamento, como en el caso de la multitud de actos que realizamos bajo supuestos negativos o positivos de un orden de cosas, o instancia como en el caso de las creencias que nos mueven a producirnos de cierta manera. Lo importante es que las creencias e incluso los usos constituyen el contexto vivo dentro del cual la dimensión consciente de los actos se apoya. Al estar su mirada más cerca del funcionamiento de las perspectivas individuales, recoge con mayor detalle la peculiaridad de las creencias. Me resulta más explícito Tocqueville al poner de manifiesto cómo una creencia implica la totalidad de la perspectiva individual. No es que Ortega sea ajeno a esta intuición, por ejemplo en lo que respecta a la vocación, pero las observaciones de Tocqueville deparan una visión del sujeto en toda su complejidad. La religión, por ejemplo, permite una incorporación sentimental del individuo a la totalidad de su vida. Incluso el papel de ésta puede consistir en el de legitimar la realidad en conjunto. También puede estructurar una personalidad y establecer un mundo dual, el del hogar burgués frente al mundo de los negocios donde la relación de cada parte da lugar a una forma de dialéctica donde el sujeto puede innovar en el uno porque se encuentra seguro y sabe a que atenerse en el otro25. Hay que reseñar diferencias importantes entre los dos autores que, afectando sobre todo a su punto de vista, también alcanzan la forma en que costumbres o creencias se articulan en cada uno de estos autores. El mundo orteguiano está centrado en la práctica del oficio del intelectual y en la aclaración del propio mundo que esto exige. Aunque Tocqueville, de hecho, hace una aportación enorme al mundo de la historia de las ideas, su punto de partida es distinto y apunta a un ideal más amplio que la elucidación del propio mundo que puede deparar la actividad intelectual. Se trata de comprender la vida en una sociedad en un momento histórico dado. Tal sería el objeto de la cultura en general. Su punto de partida es el 710 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 de un pensador que acude a la cultura para entender la viabilidad de la política y de su comprensión. Frente a Ortega, el individuo que estudia Tocqueville no es propiamente el filósofo que busca la última claridad de las cosas sino más bien todo aquel tiene que producirse dentro de un ámbito social. Esto se confirmaría en el hecho de que en Ortega se puede percibir la voluntad de llegar a principios como el de la razón vital desde la que se puede entender la evolución de la cultura occidental, mientras que en Tocqueville se trata de un estudio más sincrónico donde una figura, la sociedad estadounidense, se presenta en toda su articulación cultural interna. Por otro lado, en Tocqueville es mucho más claro que las creencias dan lugar a leyes e incluso ideas pero primordialmente se ejercen en gran medida en el contexto de la realidad social. La cuestión es comprender cómo se puede llegar a la libertad desde las costumbres y no tanto imperarla desde las ideas. El pensador francés no pretende entrar en la historia de la filosofía, es decir, en una discusión teórica sino más bien observar el tejido que de hecho se da en una sociedad en un momento determinado. La validez no es propiamente intelectual sino transaccional aunque se empleen criterios intelectuales para aprobar los resultados. Por el contrario, la posición de Ortega se apoya mucho en las crisis que no son un mero proceso de decadencia sino que dan paso a nuevas ideas que buscan ocupar el lugar de las antiguas creencias. Por otra parte, Tocqueville apunta a un hecho en el que también repara Ortega. Se trata de la desmoralización26. Efectivamente, en 2-1-5 es muy importante por la descripción de la pérdida que supone el ateísmo: deja a los ciudadanos inermes y rendidos a la duda. “Pour moi, je doute que l’homme puisse jamais supporter á la fois una complète indépendance religieuse et une entière liberté politique; et je suis porté à penser que, s’il n’a pas de foi, il faut qu’il serve, et, s’il est libre, qu’il croie”27. Por ello la implicación de los análisis de Tocqueville es que aun cuando se trata de un equilibrio personal, éste no se encuentra en la conciencia sin más sino más bien en la interacción social. Cierto que también el intelectual al comunicar interactúa, y desde luego Ortega es un buen ejemplo de comunicador, pero visto el tema desde los análisis de La Democracia en América, la comunicación adquiere un registro mucho más amplio. Una sociedad funcional es aquélla en la que los hombres trabajan, doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 Para los dos la desmoralización es un peligro real de la sociedad. Tocqueville entiende que la religión constituye un factor imprescindible mientras que Ortega apela a la vigencia de las creencias sin discriminar entre ellas. Desde luego no parece que para él tuviera mucha importancia la religión desde este punto de vista. En cambio, apunta sobre todo a la creencia en la razón28. En el caso de Toc­ queville es importante sus estudios de las costumbres que son en realidad estudios de la creencia, en la medida en que permite atisbar lo que supone la vigencia de las creencias. Efectivamente una creencia puede estar en una sociedad de distintas maneras en la medida en que pasa de plena vigencia a ser cuestionada; tener un carácter residual o subsidiario, o por el contrario encontrarse en pleno ascenso29. Pues bien, la noción de religiosidad en Tocqueville figura como un punto de referencia ejemplar. El sentimiento de libertad no consiste tanto en la amplitud física del libre albedrío sino en la identificación del individuo con las formas culturales que utiliza. Tal es la fuerza implícita en la reivindicación de la religión que realiza Tocqueville. Puede decir “Les Américains confondent si complètement dans leur esprit le christianisme et la liberté, qu’il est presque imposible de leur faire concevoir l’un sans l’autre”30. En lo referente a la religión la desmoralización desembocaría en la indiferencia. El peligro mayor para la vigencia de la religión no son las herejías sino la constatación de su falta de vigencia que puede ser compatible con una especie de nostalgia de la fe31. Una cosa es que el planteamiento de Tocqueville es fundamentalmente político y antropológico y otro es que acceda a una conciencia romántica de búsqueda de certezas que ya no están al alcance del individuo. En este apartado, es importante tener en cuenta el esfuerzo que realiza Tocqueville por establecer un paso entre las costumbres y las creencias y el mundo de la teoría. Algunas de las asociaciones que establece pueden resultar poco convincentes y desde luego imposibles de demostrar, pero en conjunto es un extraordinario acierto entender que la teoría más sofisticada es una elaboración de prácticas y representaciones propias del mundo corriente, de la cultura en su expresión más popular y que esta elaboración no es tanto la de un sistema filosófico como la del radio de acción de un sujeto que opera en su mundo. NOTAS Recibido: 8 de marzo de 2010 Aceptado: 10 de junio de 2010 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 Jaime de Salas aman y por tanto interactúan para llegar a mantenerse dentro de su realidad. La noción de un ámbito de autenticidad donde el sujeto se expresa implica, por el contrario, reducir esta posibilidad a unos pocos y dentro de esto a una parte de sus propias existencias. Estar en la verdad es incorporarse a la comunicación, como de hecho Ortega hizo, más que llegar a una revelación intelectual. 1 Utilizaremos a lo largo de esta ponencia la edición de Eduardo Nolla de De la Democratie en Amérique, Vrin, Paris, 1990, indicando tomo y página después de la sigla D. 2 Berllah y otros, Hábitos del corazón. Alianza, Madrid, 1985. Cfr. también la importancia de Rousseau para Tocqueville en Allan Bloom, “Rousseau: The turning point”, en Allan Bloom (ed.), Confronting the Constitution, AEI Press, Washington, 1990, pp. 233. 3 André Jardín, Tocqueville. A biography, Farrar, Strauss, Giroux, New York, 1989, pp. 385. 4 Agnes Antoine, L’impensé de la démocratie. Tocqueville, la citoyennté et la religión, Fayard, Paris, 2003, pp. 111 y ss. 5 D introducción 1-14: “Il est un pays dans le monde où la grande revolution socialke dont je parle semble à peu près atteint ses limites naturelles...”. Entre los males que reseña Tocqueville que se superarán en este estado estaría el ocasionado por el enfrentamiento entre los partida- ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 711 Nº 750 RELIGIÓN Y CAPITAL SOCIAL EN LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA 712 rios de la libertad y los defensores de la religión: “Les hommes religeux combattent la liberté, et les amis de la liberté attaquent la religión”, D Introducción 1-13. Más explícito aún es D 1-2-9, 1-228, 1-229 donde transmite la importancia que la práctica de la religión tiene en su composición de lugar a partir de la llegada a Estados Unidos. Asimismo D 1-2-9, 1-233. 6 D 1-2-9, 1-223 y ss. 7 D 1-1-2, 1-30. 8 D 1-1-2, 1-25. “L’Amérique est le seul pays où l’on pu assister aux devé­ loppments naturels et tranquilles d’une société, et où il ait été posible de préciser l’influence exercée par le point de départ sur l’avenir des Etats.” 9 D 1-1-2. 1-33. Esta idea se matiza posteriormente: D 1-2-9, 1-225 y ss., D 2-1-5, 2-37, 2-2-4, 2-101. 10 D 1-1-5, 1-50. 11 D 1-2-9, 1-226. De hecho Tocqueville era consciente de que la igualdad y la participación que caracterizaban los primeros asentamientos de Nueva Inglaterra, podrían entrañar también falta de pluralismo en la medida en que se diera dentro de éstas una gran medida de uniformidad. Pero en el momento de la redacción de La democracia en América, ya se había consagrado legalmente una pluralidad de experiencias religiosas. 12 D 1-2-9, 1-225 y ss., D 2-1-5, 2-37. 13 D 1-2-6, 1-180 y ss. 14 D 1-2-9, 1-224. En las explicaciones de Tocqueville pesa la noción de equilibrio. De hecho éste se da en Estados Unidos en general pero siempre el peligro se encuentra en la medida en que una de las tendencias prevalezca de manera exagerada. 15 D 2-2-4, 2-100. 16 D 1-2-9, 1-226. De todas formas, puntualiza Tocqueville que este pluralismo se encuentra reforzado por un fondo moral común propio del cristianismo. 17 D 1-2-9, 1-231. La religión resulta tan natural al corazón humano como la misma esperanza y esto se puede aplicar a cualquier religión y no sólo a la católica. Lo importante es que se restringa a esa función y no busque alianzas políticas. 18 D 2-1-5, 2-36, donde se recomienda que en siglos democráticos la religión atienda más a un solo Dios, y se ajuste al materialismo del momento dando poca importancia al ritual. 19 D 2-1-2, 2-23. 20 Robert D. Putnam, Making Democracy work. Civic traditions in Modern Italy, Princeton U.P., 1993, pp. 86 y ss. y 169 y ss. Posteriormente este concepto se aplica a Estados Unidos actual en Bowling alone. The Collapse and revival of American Community, New York, Simon and Schuister, 2000. Se puede atribuir el capital a una sociedad o, por el contrario, se puede hablar de que cada individuo disfruta de una cantidad del mismo. Lo interesante y a la vez lo problemático es que se introduce un término que potencialmente implica mesura. La razón es clara. El individuo se inserta en la sociedad y llega a la madurez ­acumulando no sólo conocimientos sino una posición que le permite hacer determinadas cosas con otros hombres. Son “determinadas” por oposición a la indeterminación del capital financiero. El capital social varía según la sociedad y según la persona, pero al mismo tiempo son “posibilidades” que se utilizan de acuerdo con la necesidad del mo- ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 mento. Previa a la acción personal, ya es una posibilidad del individuo. También la idea de capital no pasa de ser una metáfora. Cuando la necesidad se da y el individuo lo desea, es un acto que no implica el agotamiento sino más bien la realización y el mantenimiento de una red de expectativas y prestaciones que se han establecido previamente. La atención que presta Putnam a este concepto se explica teniendo en cuenta que el individuo, a título individual, construye para sí un capital social independientemente de lo que puede conseguir en el mercado de trabajo, en el curso de su trayectoria como miembro de una sociedad. En una sociedad tradicional, el capital social está distribuido de antemano. En una sociedad moderna, requiere una adquisición. Esta adquisición implica que el individuo se incorpora literalmente a un contexto social donde cuenta como partícipe del mismo. 21 Las exposiciones más importantes son: Ideas y creencias en Obras Completas, Taurus, Madrid, 2006, Tomo 5, p. 659, y “En torno a Galileo”, en Obras Completas, Taurus, Madrid, 2006, Tomo 6, pp. 371. 22 Obras Completas, Taurus, Madrid, 2006, Tomo 5, pp. 124 y ss. En lo que respecta a Tocqueville, es incluso más importante lo expuesto a continuación en Goethe el libertador, pp. 143. 23 Para la teoría orteguiana de los usos hay que remitirse a El hombre y la gente que aparecerá en el último tomo de dichas obras completas. Actualmente se cita por la edición de obras de José Ortega y Gasset editada por Paulino Garragori, Revista de Occidente, en Alianza Editorial a partir de 1980. 24 Ésta aparecería en La democracia en América más como una decadencia doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4005 1-35. La idea de equilibrio es una forma que aparece con frecuencia en las descripciones de Tocqueville. Dicho equilibrio permite entender la realidad como compleja. Las partes no se caracterizan sólo por sí mismas sino por influir en la acción del todo. Otro ejemplo de este equilibrio es el que encuentra el estadounidense por oposición al europeo entre el orden del mundo doméstico frente al mundo tumultuoso y más creativo de los negocios. D 1-2-9, 1-226. 26 Probablemente trabaja con un concepto de moral derivado de Rousseau. Por la que se contrapone al hombre natural el hombre moral subsiguiente al contrato social, cfr. el término en A Rousseau Dictionary, de N. J. H. Dent, Blackwells, Oxford, 1992, pp. 162. 27 D 2-1-5, 2-34 y ss. 28 “Historia como sistema”, en Obras Completas, Taurus, Madrid, 2006, Tomo 6, pp. 76 y ss. 29 Julián Marías, La Estructura Social, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1964, pp. 153 y ss. 30 D 1-2-9, 1-228. Al mismo tiempo, no se trata de una característica de los estadounidenses sin más, sino que Tocqueville encuentra un punto de comparación con Europa del momento en que la opresión acompaña a la incredulidad. Ibid., 1-229. 31 D 1-2-9, 1-232. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 705-713 ISSN: 0210-1963 Jaime de Salas antes que una imposición de usos por parte de la sociedad. 25 Así, en Tocqueville la religión, por ejemplo, tiene un acción importante en la medida en que moldea la estructura de la subjetividad. Así, por ejemplo, los primeros pobladores encuentran una experiencia vital donde se conjugan dos tendencias distintas pero en cierta forma complementarias. “Ainsi, dans le monde moral, tout est classé, coordonné, prévu, decidé à l’avance. Dans le monde politique, tout est agité, contesté, incertain; dans l’un, obeissance passive, bien que volontaire; dans l’autre, indépendance, mépris de l’experience et jalousie de toute autorité.” D 1-1-2, 713 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 7 15-724 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 TOCQUEVILLE Y EL LAICISMO EN AMÉRICA TOCQUEVILLE AND THE LAICISM IN AMERICA Antonio Hermosa Andújar Universidad de Sevilla ABSTRACT: We have only afforded the political –not the cultural– aspect of the laicism although Tocqueville clearly supported both aspects. When approaching the religious fact, the author of the work The Democracy in America is not interested in the theological dimension but merely in the social one. The religion plays a stabilization role whether in the day life of each person or in the community life. In fact, its irruption in the public life takes place, when the main causes are analyzed, and, among other points, it is considered necessary to preserve the democratic republic. Its crucial importance was previously suggested when listing the quick list of people which it affects and it is enhanced when it becomes evident that its influence covers both the field of the thinking and the field of the action: this will be analyzed subsequently. Anyway, in our critical consideration, we have focussed not only in the confinement of the women in their homes according to the religious doctrine or in the expulsion of the atheists from the kingdom of the humanity because identified and considered as a devil sons –in the American society, a so religious kingdom– but also in the function of the religion as a counterpoint to the passion of the welfare which can be ruled with a minimum of success. RESUMEN: En este trabajo abordamos sólo la dimensión política del laicismo –no la cultural–, bien que Tocqueville fuera partidario destacado de ambas manifestaciones. Al abordar el hecho religioso, el autor de La democracia en América no se interesa en su dimensión teológica, sino en la puramente social. La religión juega aquí un papel estabilizador, tanto en la vida del individuo como en la de la comunidad. De hecho, su irrupción en la vida pública tiene lugar cuando se analizan las “causas principales”, entre las que se enumera, que preservan la república democrática. Su crucial importancia, ya insinuada en el rápido elenco de sujetos sobre los que actúa, se realza cuando se constata que su influencia abarca tanto el ámbito del pensamiento como el de la acción. Es eso lo que se analizará a continuación. Ahora bien, en nuestra crítica no sólo ponemos de manifiesto el supuesto de la confinación de la mujer al interior del hogar, exigido por su doctrina, o la expulsión del ateo del reino de la humanidad, al ser identificado como un vástago del demonio en un reino tan religioso como el de la sociedad americana, sino, igualmente, que la función de la religión como contrapunto a la pasión del bienestar pueda ser llevada con un mínimo de éxito. KEY WORDS: Tocqueville; laicism; secularization; religion; equality; freedom; democracy; America. PALABRAS CLAVE: Tocqueville; laicismo; secularización; religión; igualdad; libertad; democracia; América. Introducción A la hora de desentrañar la actualidad de Tocqueville quizá se debería comenzar por los grandes tópoi que han hecho del eximio pensador francés uno de los más representativos iconos del pensamiento político de todos los tiempos. O quizá cabría adoptar una perspectiva más historicista y dejarnos guiar en nuestro elenco por los diversos usos que los sucesivos períodos históricos han ido haciendo de sus ideas. Este punto de vista es sin duda más reductivo que el primero, pero antes o después nos las habríamos visto con el rechazo del totalitarismo y el sacrificio de la libertad individual que ejecuta, o con la denuncia de los peligros de la sociedad de consumo, que oficia idéntico sacrificio mediante otro ritual, arrancando a sus víctimas el corazón de la libertad en el altar del bienestar. Habrían sido ésas, ocasiones para ensalzar su alegato contra la tiranía de la mayoría, ese burdo ser moral igualitario que ya Madison denunciara en El Federalista con argumentos símiles1 a los de su heredero, susceptible de ser agitado como un espantajo autoritario contra minorías y élites, que muestra, además, una apetencia inaudita y constante por establecer un control popular extremo de las instituciones, pero dejando descontrolado al controlador; o bien su alegato contra el “burocratismo estéril”, como le llama con cierta pueril ingenuidad André Jardin, cuyos argumentos hemos resumido parcialmente y ampliado aquí2, que se establece donde la pasión por los oropeles de la vida privada transfiere el debate racional de las decisiones a la nuda voluntad del nuevo señor de la arena política. Como habrían sido ocasión para enfatizar ese más libertad como paliativo a los males producidos por la misma libertad enarbolada por uno de sus amantes más acérrimos y que, entre todas las opciones del hombre, fue la que más amó3; Nº 750 TOCQUEVILLE Y EL LAICISMO EN AMÉRICA una idea que debiera convertirse en lema de estos oscuros tiempos de confusión y cobardía, de miedo e indiferencia; tiempos también, por si fuera poco, de concesiones permanentes que, en aras de supuestas alianzas civilizatorias y de la fingida paz que reportan, acorralan cada vez más la capacidad de acción del hombre y entregan la defensa de la libertad a algunos de sus enemigos naturales. Se diría, una vez más, que el profeta atinó en su afirmación de que las democracias prefieren la igualdad a la libertad, al punto de convertirla en profecía. Con todo, la visión tocquevilliana del laicismo no deja de ser de interés. Si en su análisis descubrimos que aún nos es útil, eso que hemos ganado intelectualmente; si, por el contrario, el mismo nos revela, de una doctrina que recoge como pocas hasta entonces los datos del problema, su inutilidad, aún nos valdría en otro orden de cosas, pues comprobaríamos que la “nueva ciencia política”4 reclamada por el pensador francés al objeto de hacer más inteligibles los fenómenos sociopolíticos del nuevo mundo y de la época en general, ha sido ya superada por los nuestros, que requieren de otra más matizada, profunda y radical si hemos de entender lo que hacemos, como pedía Hannah Arendt5. La doctrina de Tocqueville El laicismo, como se sabe, constituye una de las manifestaciones visibles del proceso moderno de secularización, si bien sus raíces se hunden hasta el siglo VI de nuestra era. Se trata de un fenómeno a la vez cultural y político, en virtud del cual, por un lado, las ciencias y el pensamiento en general se emancipan de toda tutela religiosa para buscar una explicación inmanente de las cosas; Weber lo llamó “desencantamiento del mundo”6, y constituye su dimensión cultural. De otro, comporta la separación entre Iglesia y Estado, declarando autónomas ambas esferas, que afirman por separado su jurisdicción. Es el laicismo político, el único que en adelante tendremos en cuenta y que centra por completo la atención de Tocqueville. Al abordar el hecho religioso, el autor de La democracia en América no se interesa en su dimensión teológica, sino en la puramente social. La religión es aquí un factor estabilizador, tanto en la vida del individuo como en la de la 716 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 comunidad. De hecho, su irrupción en la vida pública tiene lugar cuando se analizan las “causas principales”, entre las que se enumera, que preservan la república democrática. Su crucial importancia, ya insinuada en el rápido elenco de sujetos sobre los que actúa, se realza cuando se constata que su influencia abarca tanto el ámbito del pensamiento como el de la acción. Es lo que analizaremos a continuación, entre otras razones porque el laicismo se hace presente en medio de ese tráfico de influencias. Sobre la política, en efecto, ejerce lo que Tocqueville llama una “influencia directa”. En Estados Unidos, la religión es una “institución política” que favorece el régimen republicano desde sus orígenes y lo sigue consolidando aún; a lo primero contribuyeron los protestantes, a lo último se han sumado los católicos. Aquéllos, sus primeros habitantes europeos, se habían emancipado de la autoridad del papa ya antes de llegar allí y no la sustituyeron por ninguna otra, sino que prefirieron su propio autogobierno; de ahí, como señala Tocqueville, que su aporte al nuevo mundo consista en un cristianismo perfectamente definible como “democrático y republicano” –vale decir, la autonomía republicana era fecundada por la religiosa. Los católicos, por su parte, no defendían la democracia con las mismas armas, dado que viven en una especie de “monarquía absoluta”7 y mantienen el orden piramidal con el ardor de su culto y el celo de sus prácticas. No es pues la autonomía personal lo que potencia, sino la más estricta obediencia; pero no es ahí donde el catolicismo juega sus bazas en la democracia, sino en otros ámbitos, como el de su organización y sus dogmas de un lado, y, más coyunturalmente, el de la posición social de los católicos. Desde un punto de vista organizativo, nos dice Tocqueville, el catolicismo reúne a un sacerdote y a su pueblo, aquél en un plano y éste en otro, cierto: mas en el interior del pueblo de fieles no caben diferencias, por extrema que sea la diversidad personal de sus miembros respecto de su posición social, inteligencia, educación, poder, riqueza, etc. Y otro tanto ocurre desde el punto de vista dogmático, pues todo el mar de distinciones que separa a los creyentes como individuos queda anegado ante los pocos y simples dogmas que les aúnan como fieles: hombre o mujer, ignorante o sabio, noble o plebeyo, todos deben creer lo mismo. Rubrica Tocqueville: el cristianismo, “al aplicar a cada ser humano la misma medida, ama condoi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 Por último, y desde un punto de vista sociológico, los católicos son hoy menos y más pobres que los protestantes. Su deseo de gobernar sólo puede satisfacerlo el régimen que respete a las minorías y que en los individuos cuente su condición de individuos, no su número, su riqueza... o su religión. Sólo cuando todos gobiernan, ellos gobiernan. Sólo entonces sus necesidades e intereses entran en la agenda pública y sus opiniones contribuyen a determinarla. La participación en el gobierno es la mejor credencial de la legitimidad del régimen, y la pasión de los católicos por la democracia el juicio más firme posible sobre ella. Se explica así la paradoja de que el apestado de la política europea sea al otro lado del Atlántico su más celoso defensor, de que el perseguido en Europa por la libertad haya devenido en América su más abnegado caballero. Elucidar la paradoja tiene otro significado de suma relevancia. Tocqueville quiere con ello poner de relieve que el catolicismo no es un cuerpo políticamente extraño o, peor aún, naturalmente antidemocrático. Sus instintos, como hubiera podido decir, le son más bien connaturales, según acabamos de comprobar. La norma de su persecución en la Europa moderna es sólo norma europea y su contravención normal en América demuestra que también en la propia Europa podrá convertirse en excepción o, simplemente, desaparecer. Un cambio de contexto ha revelado un nuevo principio de socialidad en materia de religión vinculado al catolicismo; ha bastado un mero cambio de geografía para invalidar toda una historia. O mejor: la doble historia de un mismo sujeto. Porque no sólo ha hecho ver el error óptico surgido al mirar el catolicismo como antidemocrático, sino que, de paso, ha anulado la lección medieval, que tanto daño le ha hecho y que está incluso en el origen de sus persecuciones modernas, de que el catolicismo es una religión vinculada al Estado, una religión de Estado consagrada a crear entre los débiles esperanzas de justicia celeste en compensación de su apuesta por justificar las injusticias de sus poderosos aliados terrestres. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 La influencia de la religión en la sociedad (americana9), pese a ser “indirecta”10, es aún más poderosa que la inmediatamente ejercida sobre la política. Dicha sociedad es inimaginable sin religión, y en todo caso sus miembros no se imaginan sin ella. Tal es, piensa Tocqueville, su ventaja, como el hecho de constituir la sociedad “más ilustrada y más libre” del mundo moderno, gracias precisamente al imperio ejercido por aquélla sobre sus corazones, es su consecuencia. Añadamos que para una sociedad cualquiera lo importante no es profesar la religión verdadera, algo vital en cambio para cada individuo particular, sino poseer una religión cualquiera: la salvación, en efecto, es asunto personal. Añadamos además, pero cerniéndonos ya a la sociedad americana, que el creyente posee un amplio abanico de sectas donde elegir, lo que le simplifica la tarea. Y añadamos, por último, que si bien las sectas son muchas la religión es una, pues todos se dicen cristianos y la moral cristiana es una y la misma en todas ellas: lo que le facilita la tarea aún más, y con ello la posibilidad de entenderse con sus semejantes11. Antonio Hermosa Andújar fundir todas las clases de la sociedad al pie del mismo altar, del mismo modo que están confundidas ante los ojos de Dios”8. El resultado, pues, es el mismo: la democracia sale doblemente fortalecida en Estados Unidos por cuanto ambas propiedades del cristianismo potencian la igualdad de condiciones que la caracteriza (o con la que a veces sin más se la identifica). Ese imperio, dijimos, no se refleja directamente en las leyes del Estado o “en el detalle” de las opiniones de los ciudadanos, pero llega hasta ahí a través de las costumbres; no a través del poder político de los pastores, sino más bien desde el poder sentimental de la mujer: es el hogar, nos dice Tocqueville, el núcleo originario de esa gran severidad de costumbres difundida a lo largo y ancho de la sociedad americana, y en él la mujer reina. Frente al varón, incapaz de ceder al imperativo religioso el control de sus pasiones, la mujer llena con él su alma, “y es la mujer quien hace las costumbres”. De ahí, de ella, parte la austeridad moral americana a la conquista de la sociedad y la política, y el buen analista es quien descubre tras los elementos de regularidad y orden en esferas tan activas, y de suyo tan proclives a lo contrario, la santidad del matrimonio. En ese viaje, las costumbres no están solas. La religión ha hecho asimismo pie en la “inteligencia”. La fe religiosa y la fe en la hipocresía, es decir, la fe en la apariencia religiosa, se concitan para crear un mundo sólido y regular en el que creer, y con el que salen ya pertrechados a la escena política. En ésta parece dominar el aire del momento y los fines de los individuos semejan veletas movidas por él. Pero antes de cambiar por cambiar, las certezas de las creencias le hacen oír su voz oracular repitiéndole en una nueva Delfos el recuerda que eres mortal con el que deben ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 717 Nº 750 TOCQUEVILLE Y EL LAICISMO EN AMÉRICA calibrar lo nuevo, medir su valor por el respeto guardado “a la moral y la equidad cristianas”. De otro modo: la religión instala en la conciencia del individuo la noción de límite, tanto más valiosa cuanto en el sujeto individual la pasión por el bienestar es infinita y ni cesa siquiera cuando ya se goza; y al sujeto colectivo la ley no se los pone: será, pues, la religión la que vigile su imaginación y su voluntad, y la que le impida, pudiendo legalmente todo, concebir intelectualmente todo e intentar moralmente todo. La noción de límite define en general la distancia entre el hombre y el monstruo y, en América, preserva la libertad en el hombre. Cuando un fin posible no es pensable o deseable el problema de la licitud del conjunto de medios que contribuyen a su obtención se desvanece por sí mismo, y con él el cortejo de irracionalidad que siempre le acompaña. En la práctica los efectos son aún más positivos, pues al quedar sin prender la mecha del odio, el incendio de violencia subsiguiente, que recurre a la libertad para extenderse y requiere de tiranía para apagarse, tampoco tiene lugar. Nadie en América, pues, sigue al revolucionario europeo cuyo programa se resume en la fórmula “todo está permitido en interés de la sociedad”. Tocqueville había comentado al respecto que se trata de una “máxima impía que parece haber sido inventada en un siglo de libertad para legitimar a todos los tiranos por venir”12. Justo por todo ello, compendia, la religión es reconocida por los americanos como “la primera de las instituciones políticas” de su sociedad, y agrega que si bien no da a ninguno de sus miembros algo en realidad innato, el gusto por la libertad, sí “le facilita su uso de manera singular”. También para el individuo la religión era un auxilio vital. La vida, en efecto, es inimaginable sin creencias (religiosas, básicamente) y, para un sujeto libre, añade el genio francés, imposible sin ellas. Primero, porque en el origen de la mayoría de nuestras acciones hay una semilla en forma de creencia sobre Dios y la naturaleza humana; luego, porque cuando a un pueblo le falta el universo religioso contenido en dicha semilla, los individuos se agitan en la zozobra provocada por la duda y el azar, y la impotencia es el lugar donde confluyen sus esfuerzos. Hasta tal punto esto es así, hasta tal punto la visión de la anarquía religiosa es tan intolerable para el hombre como la anarquía política, 718 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 que Tocqueville sentencia: “si no tiene fe, es menester que sirva, y si es libre, que crea”13. Se requieren por tanto creencias firmes acerca de Dios tanto como de los deberes de los hombres para con él y de éstos entre sí. Sólo que la condición, trágica siempre y circunstancialmente paradójica, del hombre dificulta la satisfacción del fin apenas señalado. Por una parte, sólo unos pocos privilegiados disponen del tiempo o la inteligencia suficiente para hacerse ideas cabales sobre tales objetos, dada su complejidad intrínseca; por la otra, la necesidad del homo democraticus de semejantes ideas para sus prácticas resultan obstaculizadas por esas mismas prácticas, un torbellino en el que resulta tan fácil entrar como difícil salir. Y la religión, naturalmente, será el remedio a esa conjunción de adversidades. Si bien, para ello, deberá democratizarse, esto es, adaptarse en parte al nuevo sujeto. ¿Qué significa eso? En el universo democrático, la igualdad que lo define produce efectos contradictorios, intangibles en parte para la propia religión, que ésta debe procurar conciliar si no quiere que el individuo se le escape de su reino. En un lado están los que, por así decir, deifican a la masa, el sujeto político que juntos conforman, al punto de hacer de la mayoría una fuente de creencias terrenales que deben ser respetadas cuando no son impías. Tocqueville lo expresa así: “En los siglos de igualdad... es siempre la mayoría la que hace creer; así pues, se la ha de complacer en todo cuanto no sea contrario a la fe”14. En el otro lado están, tanto el sentimiento de independencia que la confianza en uno mismo propicia en su relación con los demás, como la ya mentada pasión por la igualdad, que transforma de manera paulatina a la sociedad en un agregado de mónadas, una yuxtaposición de fortalezas individuales en las que cada sujeto ahoga en la vorágine de sus deseos las exigencias de sus deberes y blinda sus posiciones frente a los demás. En la lucha por hacer realidad sus objetivos la religión urde diversos tipos de planes. En primer lugar, cuando se presenta solitaria en la arena frente a la masa, el gladiador no cede un ápice en su dogma, que quiere preservar inmaculado, como corresponde a toda religión digna de tal nombre. Pero sí se aviene a simplificar el ropaje con el que adorar al único y verdadero Dios. Con ritos mucho menos sofisticados, con cultos más sencillos intenta penetrar en doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 Una segunda estrategia adoptada por la religión es la de unirse al sistema moral practicado por la sociedad norteamericana al objeto de combatir el feroz “individualismo” que la aqueja, esto es, “la doctrina del interés bien entendido”. En cuanto doctrina ética no es precisamente un dechado de virtudes en sí misma, pues no es mediante la voluntad como se accede al reino de la virtud; pero en cuanto doctrina ética democrática constituye una auténtica filigrana moral, pues cumple dicho objetivo a través del rodeo de las costumbres. Tocqueville llega a considerarla “la más poderosa garantía que les queda frente a sí mismos” a los demócratas estadounidenses (II, p. 176). No, desde luego, transformándolos en místicos o anacoretas, no exigiéndoles gravosos sacrificios con los que violentar sus instintos; ninguna Ifigenia tendrá que reprochar a la diosa que la haya sacado contra su voluntad de los suyos y la fuerce permanentemente a mirar hacia la otra orilla “das Land der Griechen mit der Seele suchend”15 para ser feliz. Pero sí habrá sacrificios, aunque sean pequeños, y en ellos la voluntad oficiará de sumo sacerdote cuando, en nombre del interés general, renuncie a parte del interés privado, es decir, cuando, al obrar de ese modo –signo de un sujeto dueño de sí mismo–, el interés particular garantice la moral colectiva al frenar el deseo particular de acumular más, una pasión inextinguible que, de esa forma, se revela al menos domesticable. La religión, en tal caso, reforzará semejante doctrina prometiendo al sujeto recompensar en el mundo por venir buena parte de los sacrificios dejados sin premio en el presente, por lo que le hace más llevadera la tarea de obtener una felicidad perdurable al coste de renunciar de continuo a ciertos goces pasajeros. El cristianismo también aquí mostrará su plasticidad para amoldarse a las situaciones, pues su mandamiento de preferir al otro sobre uno mismo lo funda en “el amor de Dios”16, nos dice Tocqueville, lo que permite al cristianismo adivinar en el orden la finalidad doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 de Dios, y asociarse libremente a la misma depurando de las pasiones el plus que lo transgreden; para los americanos, que por si fuera poco no sólo consideran legítimo su bienestar material, sino contar aún más con la felicidad ultraterrena, un ideario así no sólo colma sus aspiraciones éticas, sino que es la ocasión de mostrar la unicidad de su conducta, ya que el goce material se halla vinculado a las asociaciones que lo producen, y a la libertad que lo facilita17. Gracias a la religión, en suma, el individuo preserva el mismo tenso equilibrio, propio de la libertad, en el ámbito de la moral entre interés privado e interés general, entre deseo y deber, que ya pusiera en práctica como miembro del soberano en la política, respetando aquí como allí la noción de límite. Antonio Hermosa Andújar la masa y hablarle de sus problemas, de sus intereses, corrigiéndola desde dentro, purificándola, reivindicando el valor del mundo en el que vive aunque sea un lugar secundario respecto del más allá que espera a sus miembros. Pero no intenta guiarles al detalle, dirigir todos y cada uno de sus movimientos, juntar política y religión, y ésa es, piensa Tocqueville, la ventaja esencial del cristianismo frente al islamismo y la razón insuperable de por qué el Islam carece de futuro democrático (II, p. 40). La religión, por último, consolida su obra ejerciendo sobre el sujeto un poder que ya poseía, un poder que deroga cada domingo el imperio que la pasión por el bienestar ejerce sobre su voluntad los demás días. Un día a la semana el mundo americano deja de rodar para recobrar el sentido y la armonía invisibles en los demás. Tocqueville lo considera connatural a los americanos e invoca esa necesidad de “moralizar su democracia por la religión”18 como postrer testigo de su irremplazable utilidad en el nuevo mundo, tanto a nivel individual como colectivo. Se diría que, merced a esta gesta dominical de pura espiritualidad, la religión compensa a los individuos del peligro que corren de degradarse moralmente a sí mismos al tiempo que mejoran técnicamente las cosas alrededor suyo en aras de su bienestar material. Si, constatada la influencia ejercida por la religión sobre la sociedad americana, trazada la aureola de beneficios reportados a los americanos tanto a título personal como en su vida social y política; si, comprobado que muchos de esos beneficios la religión los saca de sí misma y otros más del sistema político americano, si nos preguntáramos por si es posible una política sin religión, la respuesta caería por sí sola: la pregunta es, siempre, un mero ejercicio retórico y, en América, un ejercicio retórico inmoral. El solo planteamiento de la supresión de la causa que da continuidad al americano desde su vida en el hogar hasta su participación política, pasando por la variedad y riqueza de manifestaciones sociales, constituiría un impío ejercicio de vanidad intelectual en el que la libertad ha sido cruelmente separada por el retórico de la responsabilidad. Cancelar de su vida el arte que limita, a solas o junto a ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 719 Nº 750 TOCQUEVILLE Y EL LAICISMO EN AMÉRICA otros, sus acciones reales cuando es infinito el horizonte de los ideales; que intercepta mediante principios la espiral incontenible de sus deseos; que regulariza el desorden connatural a la actividad pública, y da estabilidad y sentido al mundo volátil y confuso de las pasiones; cancelar eso, decimos, sólo es interpretable como veleidad de enemigo: sólo el amante de la tiranía puede pensarlo y, en alarde de perversidad, desearlo. “La fe es el estado permanente del hombre”, aduce Tocqueville, en tanto “la incredulidad es un accidente”19. En América la historia se ha vuelto contra sí misma, contra su versión europea, y recuperado al fin la naturalidad, vale decir: “el espíritu de religión” y “el espíritu de libertad” caminan juntos nuevamente, pero no “en sentido contrario”, como en Europa, sino en la misma dirección20. Novalis, que en 1799 escribió que “nur die Religion kann Europa wieder aufwecken und die Völker sichern”21 habría contemplado con satisfacción ese espectáculo de resurrección europea en América. Lo más notable, con todo, a la hora de evaluar la influencia de la religión en la sociedad americana y buscar su causa nos conduce, según el politólogo francés, muy lejos de donde pretendía el poeta alemán, a saber: al núcleo del laicismo, “a la completa separación de Iglesia y Estado”22, a erigir, como clamara en su día Jefferson, “un muro de separación entre la Iglesia y el Estado”23. Ninguna confesión religiosa es reconocida por la Constitución ni elevada a los altares de la vida pública, ninguna iglesia ha logrado acceso al rango de institución política; sus funcionarios no militan a favor de ningún partido, no ostentan ningún cargo público, sino que se atrincheran en sus púlpitos, tras las paredes de sus lugares de culto. Luchan por mantener suya el alma de los americanos, pero ni siquiera pretenden, ni les sería posible lograrlo si lo intentaran al tener a la opinión en contra, inmiscuirse en los movimientos de sus cuerpos. Cada una, religión y política, a lo suyo, y el americano a las dos. Laicismo en lugar de Estado confesional es el secreto del poder de la religión en América: la causa que, pese a no ser tan directo como en algunos países europeos, la hace mucho más poderosa y efectiva que en ellos. Crítica a Tocqueville La religión es la otra cara de la medalla de la libertad, hemos oído decir a Tocqueville, una institución funcional 720 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 a la República. Con todo, vale la pena echar una nueva ojeada de conjunto a los supuestos, a ciertas prácticas y a las posibles consecuencias de semejante doctrina al objeto de cerciorarnos de que puede pasar por ciencia en lugar de esfumarse como una voluta más de creencias. Comencemos por la base, por donde todo empieza: por el hogar. Allí la religión apuntalaba el matrimonio haciéndose fuerte en la mujer: era a través de ella como forjaba las costumbres de una sociedad que hubiera fenecido de vértigo sin ella. Y el fruto era tan sólido, tan infranqueable, que el movimiento sin tregua de la sociedad cesaba ante el umbral de la casa, donde todo era recogimiento, respeto, amor y paz. ¿Era realmente pensable que el hogar constituyera por siempre una barrera ante la cual la pasión detuviera su orgía de deseos y sus vehementes consecuencias; una prohibición para el movimiento que todo lo trastoca en las demás esferas de la sociedad, cambiando las riquezas de dueño, a ricos y pobres de sitio, o el poder de manos, etc.? Mejor aún, ¿era concebible pensar que cejara la igualdad –y, en este caso, también la libertad– ante un límite habiéndolos rebasados todos desde su nacimiento? Porque, no se olvide, el supuesto de semejante doctrina, que hace del hogar el más allá del más acá, es que la mujer permanecerá por siempre relegada en su interior, que ése es su lugar social natural del que no debe moverse, que no es apta para otras tareas sociales; el que, en compensación, contrapesará su minusvalía social y jurídica con un asiento fijo a la diestra del dios de la moral. Lo que vino después habla por sí solo. El supuesto se desmoronó con el tiempo y si la lógica de Tocqueville hubiera sido buena, caída la base se habría derrumbado el resto del edificio. Todas sus reconocidas cualidades proféticas quedaron, cierto, pétreamente encantadas ante tal supuesto; empero, el sortilegio habría seguido surtiendo efectos si, pudiendo ver el futuro, hubiera gozado de la ocasión de constatar que el trastocamiento de la familia, si bien está en las raíces de una mayor laicización de la sociedad, de una mayor apertura en las costumbres, no puso fin a la religión; y, sobre todo, aumentó el grado y prodigó a nuevos sujetos el bien de la libertad al extender también el de la igualdad real a la otra mitad de la población. Habría comprobado hasta qué punto en ciertos individuos los intereses alían la religión doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 La fe es el estado permanente del hombre y sería siempre un hecho del alma del americano medio, nos decía también. No tenemos por qué saltar hacia el futuro, como en el caso anterior, para mencionar algunas de las consecuencias en el presente, que el propio Tocqueville menciona. La fe es algo tan extendido, tan, insistamos, natural y común, tan americano, casi cabría decir, que, justo por eso, el ateo es convertido en el negro de la moral24, es decir, ese personaje eternamente enclaustrado en el gueto del desprecio y de la marginación: en realidad, situado más allá del nivel de lo humano –como el negro más allá de la política–, pues su palabra no es creída por el juez, su doctrina declarada enemiga jurada de la sociedad por el, en general, genial observador de la misma, y su vida arrojada a orillas de la igualdad del rebaño por la piadosa oveja estándar, tan celosa ella de su religión25. La consecuencia es que, si bien Tocqueville consideraba funcional la religión para la libertad26 –una verdad a medias en el mejor de los casos, según aludimos más arriba–, también lo es, y con total certeza, su contrario: la religión es funcional a la discriminación y persecución de quienes no profesan su fe27. La religión como contrapunto de la pasión por la igualdad no sólo formaba parte de su bondad, sino que constituía otro dato descontado más. Entre ella y la doctrina del interés bien entendido recomponían los destrozos introducidos por esa pasión inmortal, la passion mère la llama Tocqueville, en el seno de la sociedad desde el corazón de sus miembros. Pero la religión, por su parte, aportaba la garantía de éxito en un combate en el que aquella doctrina, por sí sola, malbarataba sus fuerzas. Formaba parte de su primacía en la sociedad. Naturalmente, la religión saca todo ese poder del lugar de privilegio que ocupa en la modelación de las costumbres. Ahora bien, ¿se trata de un poder real, de un desideratum o de otra cosa? Pregunta semejante, cierto, parece más venganza de algún ateo materialista que duda seria. Miremos, no obstante, con detenimiento a los contendientes. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 De un lado, un deseo irresistible en acción permanente; de otro, un sacrificio llevadero, pero igualmente constante, recompensado, ahora sí y ahora no, cuya misión no es sino la de justificar la acción del deseo; por último, un más allá que suple el mal regusto moral dejado por la falta de recompensa, y que más que por sí mismo, por el destino que promete, interesa en general por su ayuda aquí y ahora, es decir, en el ámbito sin tregua dominado por el deseo. Juntos, remarca el político francés, funcionan como una máquina bien engrasada, pero dada la fuerza ejercida por cada uno sobre la voluntad, ¿cabe pensar que habrá siempre armonía? ¿No es más fácil pensar que la cadena se romperá en todos por el lado más frágil y que éste, salvo alguna innatural excepción, nunca será el de la pasión del bienestar? Antonio Hermosa Andújar con sus supuestos enemigos en un totum revolutum tan productivo como impío en sus objetivos; cómo su antídoto contra la pasión del bienestar produce menos efectos de los deseados, y cómo, en definitiva, la correlación establecida entre religión y libertad, lejos de ser un axioma, adquiría la vitola de la mera creencia. Hasta cabría ser más irreligioso todavía y preguntar: puesto que el ciudadano común sabe que tiene el domingo para espiritualizarse, ¿no servirá eso precisamente de acicate para materializarse el resto de la semana? Si el domingo se me perdonan oficialmente todos mis pecados, ¿por qué no seguir cultivándolos entre fiestas, cuando tanta abundancia de bienes proporcionan? La rutina de esa abundancia sería una señal divina de que lo hago bien a los ojos de Dios, podría pensar más de uno, y, en cualquier caso, la ritualización semanal del perdón me excusa formalmente del arrepentimiento, o, mejor, del “vicio del remordimiento”, como le dice Dorotea a Juan Preciado en Pedro Páramo, la genial obra de Juan Rulfo. Tampoco aquí es preciso recurrir a lo que sucedió después para desmentir a Tocqueville. Pero lo cierto es que el sentimiento religioso ha decaído aun cuando siga siendo fuerte28, la pasión por el bienestar no y la libertad, aumentada, ha perdurado, pese al paréntesis de la guerra de Iraq en lo concerniente a la libertad de prensa y a la deriva iliberal emprendida hace décadas, sobre la que nos ilumina y previene Sheldon Wolin29. Quizá la guerra que aquélla introducía en la sociedad no era a fin de cuentas tan destructiva o quizá el sujeto y la sociedad inventan antídotos aun sin saberlo; pero lo cierto es que el sansón religioso es mucho menos fuerte de lo afirmado, porque el reino de sus efectos ha tenido que repartirlo con su principal enemigo externo, el ateísmo, además de con otros factores más, y porque posee un peculiar demonio interior que rebaja sus pretensiones de grandeza. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 721 Nº 750 TOCQUEVILLE Y EL LAICISMO EN AMÉRICA La religión, nos decía Tocqueville, influyendo directamente sobre el individuo y la política, impedía en aquél que la duda y el azar –el debe de todo individuo en un mundo igualitario– corroyeran el firme universo de las creencias y lo diluyeran en un caos de impotencia, y reforzaba en ésta la autonomía y la igualdad republicanas. E influyendo indirectamente en la sociedad, la untaba de orden y regularidad, y por su través la idea de límite. Kant hubiera podido decir aquí que el Grenzgott de la moral no cede ante el poderoso Júpiter de la anarquía. Ahora bien, el perpetuo aluvión de deseos que sacude la estabilidad de la sociedad e inocula desazón y temor en el alma de los individuos, en la medida en que delatan falta de civismo y hasta corrupción no son, si se les considera en una óptica religiosa, sino pecados, vale decir, las acciones del yo pecador u hombre religioso en sociedad. Cuando el ciudadano roba y cuando el político prevarica, si son religiosos, están, además, pecando. ¿De qué le ha servido ese mundo de colores pintado por la religión? El pecado, en efecto, es el modo en el que la religión pregona su impotencia frente a la realidad, al punto de desmoronarse por dentro. Sin duda, deja intacto el reconocimiento del poder del Dios de turno, pero sempiternamente tocada su omnipotencia, incapaz, como se advierte, de hacerse dueña del corazón o, al menos, de la voluntad de sus fieles. En el pecado, cierto, el conflicto se hace personalmente invisible en la caja fuerte de la conciencia moral, y se esfuma por entero tras el muro del arrepentimiento y del perdón protestantes, o de la contrición y la confesión católicas –las diversas figuras de la mala conciencia que no raramente encuentra un lenitivo para el dolor en el cinismo–, urdido en torno a él. Pero se hace perfectamente patente en la secuela colectiva, vale decir, pública, de la parte de ese inframundo constituida por la falta de civismo y la corrupción: monarcas, por cierto, a los que rinden incesante pleitesía tirios y troyanos, gobernantes y gobernados, creyentes y ateos, hombres y mujeres, americanos y foráneos, demócratas o no30. En el pecado (como 722 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 en el delito), la naturaleza humana desafía el poder de la religión para controlarla; su infinita reiteración es ya un juicio acerca de dicho poder. En otro orden de cosas, cuando se insta a la religión a adaptarse a la democracia para sobrevivir en democracia, no parece que el énfasis recaiga en aquélla, sino en ésta; y cuando se la vitorea por aliarse a la moral del interés bien entendido, prometiendo al renunciante en el más acá, a parte de su interés, salvación eterna en el más allá, ¿no se está estableciendo un do ut des moral en el que la religión compra con la recompensa futura la virtud del sacrificio personal por los otros realizado en el presente? Y si dicho sacrificio se efectúa, pese a la supuesta codicia del sacrificante, a lo infinito de su deseo de bienestar, y pese, además, a lo vaporoso de tan lejana compensación espiritual, ¿no cabría pensar que aquél ha podido advertir, por sí mismo, una necesidad en su acción, la exigencia de una renuncia a quererlo todo para que la sociedad, y él con ella, sobreviva, y que por lo tanto puede hacer lo mismo haciendo a menos de la fatal promesa y de su premio? Por último: ¿no se estaría, en este caso, haciendo uso de la propia autonomía moral cuando se obra sin el chantaje del premio posterior y renegando de la misma cuando se obra con el objeto de ganarlo? Prosiguiendo por esta vía no se tardaría en concluir que sólo el ateo tiene la posibilidad de ser autónomo desde el punto de vista moral, y que sólo el perverso y/o el necio necesitan de la trascendencia –sólo el perverso y/o el necio pueden creer en Dios, pues– para cumplir con sus obligaciones, sean cívicas o religiosas, pues muchas son las mismas consideradas desde dos puntos de vista diferentes. Pero prosiguiendo por esa vía, pronto se entraría también en una historia, la del peso de otros factores de la vida democrática en la conservación de la misma, que aquí y ahora no es la que toca contar. De momento nos conformamos con argumentar que, frente al apostolado religioso de Tocqueville, la democracia americana tenía vida y futuro más allá de la fe, y con sugerir que al hombre republicano realmente autónomo le sobra la religión. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 NOTAS doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 Antonio Hermosa Andújar Recibido: 10 de noviembre de 2010 Aceptado: 1 de marzo de 2011 1 The Federalist, New York, Random House, 2001, n.º 48, p. 316. La tentación tiránica de las asambleas representativas democráticas también fue denunciada por Hamilton (n.º 71, p. 459), quien ya había ilustrado en una entrega anterior acerca de los límites de las democracias helenas (n.º 9, p. 47). Son parte de esas auxiliary precautions (“garantías auxiliares”) con las que la república, custodiando al custodio, se preserva a sí misma de su principal garantía: el pueblo (n.º 51, p. 332). Sobre esto último, véase igualmente el opúsculo de Madison ¿Quiénes son los mejores guardianes de las libertades del pueblo?, de 22 de diciembre de 1792, en el que se contesta de inmediato que “el propio pueblo” (en Madison, República y libertad, Madrid, CEPC, 2005, p. 117). 2 Cf. su Préface a De la Démocratie en l’Amérique (en lo sucesivo DA), Paris, Gallimard, 1986, pp. 7-29. 3 Mi instinto, mis opiniones (en Alexis de Tocqueville, Discursos y Escritos políticos, Madrid, CEPC, 2005), p. 3. 4 DA, Introduction, p. 43. Véanse también el texto final de la edición citada de sus Escritos y Discursos Políticos (“Discurso de apertura en la Academia de Ciencias Morales y Políticas”, pp. 161-172) y mi propia introducción, secc. 1.ª, p. 21. 5 H. Arendt, The Human Condition, Chicago, The University of Chicago Press, 1998, Prologue. 6 Una enjundiosa síntesis de los logros del movimiento secularizador puede verse en R. Porter, The Creation of the Modern World, New York-London, Norton, 2001, pp. 205-229. 7 DA, I, p. 428. 8 Ibidem. 9 Si bien Tocqueville gusta de afirmaciones de carácter general, ontológicamente válidas para toda sociedad, todas sus referencias resultan aplicables íntegramente tan solo a la americana. Por eso, salvo especificación ulterior, también nosotros usaremos la misma licencia. 10 DA, I, p. 430. 11 Hoy, como se sabe, el abanico sectario se ha ampliado, pero la existencia de “un dios que trata a todas las personas como si fueran sus hijos y que se preocupa de todas ellas por igual”, continúa prevaleciendo como antaño (cf. R. Dworkin, La democracia posible, Barcelona, Paidós, 2008, p. 31). 12 DA, I, p. 433. 13 DA, II, p. 39. 14 DA, II, p. 45. 15 “Buscando con el alma la tierra griega” (Goethe, Iphigenie auf Tauris, Goethes Werke, Leipzig, 1926, B. 7, Acto I, Esc. 1.ª). 16 DA, II, p. 179. 17 Véase DA, II-2, 14. 18 DA, II, p. 200. 19 DA, I, p. 439. 20 DA, I, p. 437. 21 “Sólo la religión puede despertar a Europa y dar seguridad a los pueblos” (Novalis, “Die Christenheit oder Europa”, en Werke, Tagebücher und Briefe Friedrich von Hardenbergs, MünchenWien, 1978, pp. 731-750). 22 DA, I, ibidem. 23 Jefferson, Carta a la asociación bautista de Danbury (Connecticut) (1-11802) (en Autobiografía y otros escritos, Madrid, Tecnos, 1987). 24 Ateo y materialista, además. Pero, quizá, el fervoroso antimaterialista Tocqueville se habría retractado un poco si usando aquí la cabeza en lugar de la fe hubiera calibrado mejor el materialismo, porque en lugar de 723 Nº 750 TOCQUEVILLE Y EL LAICISMO EN AMÉRICA 724 despacharlo sin más habría podido reconocer en algunas afirmaciones de La Mettrie una parte de su herencia (cf. una muestra en su Le Système d’Épicure, secc. XCIII, pp. 256-257 [en La Mettrie, Oeuvres Philosophiques, Vendôme, Coda, 2004]). 25 DA, II, pp. 201-202. No está de más en este punto traer a colación las recientes palabras de R. Dworkin: “Los norteamericanos que creen que pueden reclamar una sociedad religiosa tolerante suponen que una mayoría de ciudadanos, cuya actuación respete el procedimiento político habitual, tiene derecho a usar la ley para configurar el carácter religioso de la cultura que compartimos” (op. cit., p. 100) (cursivas nuestras). Parece, pues, que sin ese celo religioso le iría mejor, o por lo menos padecerían más tolerancia, tanto los ateos como los religiosos que entienden la fe menos por las bravas. 26 Cf. I, p. 436. 27 S. Rodotà, Perché laico, Roma-Bari, Laterza, 2009, p. 21 (cf. también p. 14). 28 En especial, por paradójico que pudiera parecer, en esa América profunda que vota conservador, ama el rifle más que el cine y celebra con reelecciones presidenciales la invasión de otros países en nombre de la democracia y con un ejército en ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 715-724 ISSN: 0210-1963 el que el soldado raso difícilmente pertenece a la raza WASP. 29 S. Wolin, Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, Madrid, Katz, 2008. 30 En un tema como éste aún pueden resultar de interés las reflexiones de R. Aron sobre la corrupción en los “regímenes constitucional-pluralistas”, entre otras razones porque la religión católica, con su Soberano al frente, no deja de andar por medio, sobre todo en países como los latinos, en los que su hegemonía moral ha sido indiscutible (cf. Démocratie et totalitarisme, Paris, Gallimard, 2007, sobre todo el cap. IX). doi: 10.3989/arbor.2011.750n4006 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 7 25-732 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 SOBRE LA TAREA POLÍTICA DE CONSTRUCCIÓN DE LA IGUALDAD SOCIAL: UN ABORDAJE DE LAS IDEAS DE TOCQUEVILLE 1 ON THE POLITICAL TASK OF CONSTRUING SOCIAL EQUALITY: AN APPROACH TO THE IDEAS OF TOCQUEVILLE Helena Esser dos Reis Universidade Federal de Goiás helenaesser@uol.com.br ABSTRACT: The remarkable words we find in the introduction of Democracy in America induces the reader to the hope that social equality will arrive by itself, independent of men’s will. However, it seems to us that this introduction should not be read independently from the text that comes just before, neither of other Tocqueville’s books which make us understand: in first place, that there is a binding between social conditions and politics; and, in second place, that this binding implies mutual determination. In this sense, it is very illustrative the analysis by Tocqueville of the industrialization process in North-America and the rural exodus accompanying the industrialization in England and Ireland at beginning of the 19th. In both cases, the author observes that the new industrial system produces, apart of material goods, two inalterably opposed classes in the social and political scene. Based on this analysis, Tocqueville denounces those hard relations holding between the social and political extents. Therefore, in the symposium about Alexis de Tocqueville’s ideas nowadays, which press us to think our time using his ideas, our purpose is to analyze the tension lying under the reciprocal determination between equality of social conditions and political freedom. Next, we envisage a discussion over the issue of political commitments (for state institutions and for citizenship action) in order to construct social conditions warranting freedom and equality as a common right for all citizens. RESUMEN: La fuerza de las palabras presentes en la introducción de La Democracia en América predispone al lector a considerar que la igualdad social de condiciones advendrá por si misma, queriendo los hombres o no. No obstante, me parece que esta introducción no debe ser leída independientemente del texto que antecede, ni de las demás obras de Tocqueville que nos hacen comprender, en primer lugar, que hay un vínculo directo entre condiciones sociales y políticas y, en segundo lugar, que este vínculo implica una mutua determinación. En este sentido, es bastante ilustrativo el análisis de Tocqueville sobre los procesos de industrialización norteamericano y de éxodo rural e industrialización en Inglaterra y Irlanda en inicios del siglo XIX. En ambos casos, el autor observa que el nuevo sistema industrial produce, además de bienes materiales, dos clases antagónicas e inalterables que conforman el escenario social y político. Basado en estos análisis, Tocqueville denuncia las relaciones difíciles entre el ámbito social y el político. De esta manera, en la jornada sobre la vigencia del pensamiento de Aléxis de Tocqueville, que nos remite a pensar el presente a partir de sus ideas, nuestro propósito será analizar la tensión en la determinación recíproca existente entre la igualdad de condiciones sociales y la libertad política para, entonces, discutir el compromiso político (de las instituciones del estado y de la acción de los ciudadanos) de construir condiciones sociales que garanticen la libertad y la igualdad como un derecho común a todos los ciudadanos. KEY WORDS: Social equality; political freedom; tensions; construction; democracy. PALABRAS CLAVE: Igualdad social; libertad política; tensiones; construcción; democracia. El hecho generador En la introducción de La Democracia en América, Tocqueville, desde una perspectiva providencialista, asume la inevitabilidad del advenimiento de la igualdad de condiciones y considera la condición social como el “fait générateur” de todo lo demás, inclusive de las relaciones políticas2. Aunque el autor suavize tal perspectiva en obras posteriores, es bastante revelador que siempre opere a partir de, apenas, dos formas de estado (aristocracia/democracia) y de dos modos del ejercicio de la libertad (privilegio de algunos o derecho de todos) que se distinguen, fundamentalmente, según las condiciones sociales (desigualdad/igualdad de los miembros del Estado). Estas, las condiciones sociales, serán siempre tomadas como substrato, o condición de posibilidad, sobre el cual se edifica el estado político. En este sentido, El Antiguo Régimen y la Revolución nos Nº 750 SOBRE LA TAREA POLÍTICA DE CONSTRUCCIÓN DE LA IGUALDAD SOCIAL: UN ABORDAJE DE LAS IDEAS DE TOCQUEVILLE enseñan que el largo proceso de construcción del estado democrático se encuentra directamente vinculado al advenimiento de la igualdad de condiciones que, arrasando la desigualdad inherente a las estructuras sociales del Antiguo Régimen, contribuye con el surgimiento de un nuevo orden político en el cual la libertad dejó de ser el privilegio de algunos para tornarse un derecho común a todos. Esta es la razón por la cual democracia implica necesariamente igualdad y libertad: los hombres jamás serán iguales si no fueran libres, del mismo modo, que no serán libres sin ser iguales3. Aunque la igualdad de condiciones no sea análoga a la libertad política se comprende que no puedan separarse; al contrario, en el estado democrático, libertad e igualdad deben ser entendidas como necesariamente complementarias. propios vícios y virtudes, Tocqueville no oculta la existencia de una importante diferencia entre ambas. En el último capítulo del segundo tomo de La Democracia en América, a pesar de lamentar los daños que la igualdad de condiciones trajo a la grandeza moral de algunos hombres privilegiados (que otrora existieron en el estado aristocrático) reconoce que esa misma igualdad proporciona el mayor bienestar para todos. Considerando, entonces, que la igualdad de condiciones se impone por voluntad providencial, Tocqueville juzga que, aún pudiendo implicar cierta degradación moral, la igualdad es más satisfactoria a los ojos del Creador que la prosperidad singular de algunos. Por lo tanto, admite: “Quizá la igualdad sea menos elevada, tal vez, pero es más justa, y la justicia constituye su grandeza y hermosura”7. A pesar de la necesaria inseparabilidad entre igualdad y libertad en el estado democrático, debemos recordar que las condiciones sociales engendran una serie de relaciones (aún las relaciones políticas) determinando, por lo tanto, una cierta primacía de la primera sobre la segunda. Así, tomando como punto de partida el avance de una nueva e irreversible forma de sociedad, Tocqueville afirma que, en cada época, hay un hecho singular y dominante que se extiende no apenas sobre todos los acontecimientos particulares, mas también, sobre el propio hombre. La igualdad de condiciones, hecho característico de los tiempos democráticos, invade todos los dominios de la vida humana dando origen a una pasión seguida irreflexivamente por los hombres. Es decir, la igualdad de condiciones aparece como el valor dominante de la sociedad igualitaria y, en cuanto dominante, hace nacer entre los hombres una “pasión principal”4 por la propia igualdad que puede llenar completamente el corazón humano5. En tal sociedad, los hombres no sólo se someten a esa condición social, sino que se adhieren a ella, están convencidos de las ventajas que el estado social igualitario puede ofrecerles6. Esta pasión por el bienestar material crece todavía más en los momentos de inestabilidad social y, entonces, el temor de no alcanzar el objeto deseado o el de perder el ya alcanzado fragiliza, en el ciudadano, la claridad de su juicio de modo que, según Tocqueville, ofuscado por su condición mezquina, renuncia a la participación política. Tal afirmación nos permite comprender que Tocqueville considera la igualdad entre los hombres más justa que la desigualdad. Sin embargo, esto no nos autoriza a afirmar que la democracia sea más justa que la aristocracia. Es necesario recordar que el autor emplea las palabras aristocracia y democracia para designar tanto un estado social cuanto un estado político. Si la condición social de igualdad es más justa en la medida en, que eliminando las desigualdades sociales, proporciona a todos los hombres un mayor bienestar, tal bienestar no redunda necesariamente en libertad política. El estado social marcado por la igualdad de condiciones puede ser compatible tanto con un estado político de libertad cuanto con un estado político de servidumbre. Sin comparar la sociedad democrática con la aristocrática, pues cada una refleja una humanidad distinta con sus 726 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 725-732 ISSN: 0210-1963 Igualdad social y libertad política-relaciones tensas El advenimiento de la igualdad social, aunque posibilite el gozo de la libertad política por todos los ciudadanos, no determina que sea así. La libertad no es algo que pueda ser otorgado por cualquier medio; se trata, más bien, de un gusto que ciertamente puede ser adquirido, desarrollado. Pero, en tiempos de inestabilidad, es preciso cultivarlo, cuidarlo, pues es frágil y rapidamente la pasión desmedida por el bienestar material puede suplantarlo. Este descompás entre los dos princípios del estado democrático –la igualdad y la libertad– genera entre ambos una serie de tensiones casi insolubles. En doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 este sentido, es ilustrativo el análisis que Tocqueville hace de la vida comunal en Nueva Inglaterra y del proceso de industrialización norteamericano todavía en inícios del siglo XIX. Por otro lado, en el segundo tomo, publicado cinco años más tarde y después de algunos viajes a Inglaterra e Irlanda, Tocqueville observa que, a pesar de los Estados Unidos ser un país en cuyo território nunca hubo la presencia de una aristocracia de sangre –de modo que, desde el inicio de su colonización, siempre estuvieron presentes la igualdad de condiciones y la amplia participación política9–, la libertad y la igualdad no están a salvo. Según Tocqueville, la división del trabajo en la industria naciente produce no sólo objetos más perfectos y menos caros para saciar la demanda creciente de los pueblos cuyas condiciones sociales se nivelan más, sino también crea dos clases sociales antagónicas: el artesano se torna obrero especializándose en la ejecución habilidosa de una tarea específica y orientando toda su inteligencia al estudio de un solo detalle; los hombres ricos e ilustrados dirigen las industrias, especulan sobre la materia prima, analizan la calidad de los productos, examinan el mercado y administran los obreros. En estas circunstancias, afirma Tocqueville10, nada impide que surja silenciosamente una aristocracia completamente nueva, ligada a la industria naciente cuyo sistema de producción tiene como corolario la creación de una sociedad desigual en la cual el industrial se asemeja al administrador de un vasto imperio y el obrero especializado no pasa de un bruto, puesto que todo su ser se encuentra reducido a su trabajo. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 Helena Esser dos Reis En los primeros capítulos de La Democracia en América, encontramos la descripción de una vida comunitaria marcada por la igualdad social y la libertad política. Compartiendo las tareas de administración de la comunidad, los ciudadanos de Nueva Inglaterra no apenas gerencian su vida diaria de modo a promover conjuntamente el bienestar de todos, mas, sobretodo, desarrollan el gusto por la libertad8. Habituados a la convivencia y al entendimiento con los demás miembros de la comunidad, a quienes consideran sus iguales, reconocen facilmente la necesidad de unirse con ellos para defender su libertad, sus valores, sus intereses. Las comunas, comparables con las escuelas primarias, introducen y orientan el gozo por la libertad a los hombres preparando a los ciudadanos para el ejercicio de la vida colectiva en todos los niveles. Vemos, entonces, que las condiciones sociales y políticas están directamente relacionadas, pues la diferencia que observamos entre la vida en la comuna y el proceso de industrialización nos enseña que pueden surjir nuevas formas de desigualdad social y política en el seno de lo que puede ser considerado “condiciones sociales democráticas”. Si la subordinación política existente en el Antiguo Régimen fue revocada tornando legalmente ciudadanos a todos, las condiciones sociales reales mantuvieron la jerarquía social y política encargándose, una vez más, de promover la desigualdad entre los hombres11: “Las leyes y las costumbres han tratado en vano de abatir todas las barreras en torno suyo, y de abrirle por todos lados mil caminos diferentes hacia la fortuna; una necesidad industrial, más poderosa que las costumbres y las leyes, lo mantiene encadenado a su oficio, y a menudo a un lugar que no puede abandonar. Esa necesidad le ha asignado en la sociedad un puesto del que no puede moverse. Le ha inmovilizado en medio del movimento universal. A medida que el principio de la división del trabajo recibe una aplicación más completa, más débil, limitado y más dependiente llega a ser el obrero”12. Una situación semejante a ésta, vivida por los trabajadores urbanos, es también observada por Tocqueville en relación a los campesinos europeos en general. Éstos, liberados de sus obligaciones feudales, se encuentran ahora a merced, ya no de los nobles, sino de los grandes propietarios de tierras cuyo espíritu industrial determina su perspectiva y sus decisiones. Las profundas transformaciones, ocurridas en función del desarrollo científico-tecnológico que perfeccionaron técnicas y máquinas para la producción rural, contribuyen a la concentración de tierras y a la producción en gran escala, así como también, a la mayor vulnerabilidad del campesinado y, consecuentemente, al éxodo rural que encamina a los pobres a las ciudades en busca de nuevas posibilidades. Ya sea en el viejo o en el nuevo mundo, en el medio rural o en las ciudades industriales, la disparidad de las condiciones de vida aparece no sólo en las condiciones de trabajo, más se refleja en todos los ámbitos de la vida. El privilegio y la exuberancia del lujo, accesible apenas para algunos, se confrontan con la condición permanente de exclusión y miseria de gran parte de la población. Si las posiciones sociales ya no dependen de títulos nobiliarios ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 725-732 ISSN: 0210-1963 727 Nº 750 SOBRE LA TAREA POLÍTICA DE CONSTRUCCIÓN DE LA IGUALDAD SOCIAL: UN ABORDAJE DE LAS IDEAS DE TOCQUEVILLE inaccesibles, ahora dependen de riquezas y propiedades inalcanzables. La inmobilidad de las posiciones abre entre unos y otros una fosa intransponible. Si formalmente el rico y el pobre son ciudadanos, la degradación económica y social redunda en degradación moral y política, pues, donde los ciudadanos no se reconocen13 como efectivamente iguales, según Tocqueville, el compromiso mutuo y el espíritu cívico no se desarrollan. Hombres indiferentes a todo lo que no sea el gozo presente pierden la capacidad de pensar y decidir por si mismos, dejan de contribuir con la colectividad, descuidan la educación, desconocen las instituciones y desprecian al Estado. Unos y otros, ricos y pobres, formalmente iguales, no consideran deber nada al otro y no esperan nada del otro, dedicados exclusivamente a sus propios intereses, desconocen el vínculo entre cada uno y la comunidad política. En junio de 1835, en la entrevista de Tocqueville con el Sr. Carter sobre la ciudad de Birminghan (descrita como un inmenso taller en el que todo “es negro, sucio, oscuro aunque escape de ella a todo instante plata y oro”14) podemos comprender por qué entre los hombres que viven allí casi no hay ningún compromiso de unos con otros, así como tampoco con la colectividad, ni con las instituciones del Estado. Según el abogado Carter, todos se aplican en hacer fortuna y, una vez hecha, “se van de allí para disfrutar de ella en otro lugar”15. Consagrados exclusivamente a lo que consideran ser su interés inmediato, se tornan extraños a sus conciudadanos. En la situación de desigualdad material entre los ciudadanos, en la que la lucha por la supervivencia y/o por el enriquecimiento se impone a cada uno como condición de vida, todo lo que distrae de la búsqueda de bienestar parece un contratiempo desagradable. La preocupación de cualquiera es consigo mismo o, cuando mucho, con su núcleo familiar pequeño al que debe proveer sustento; ya no se encuentran causas comunes que congreguen a los ciudadanos y los proyecten más allá de si mismos. La debilidad de los sentimientos cívicos provoca indiferencia y apatía, de modo que los ciudadanos dejan escapar voluntariamente sus derechos políticos, y propicia la formación de una clase de hombres políticos comprometida, apenas, con la gestión eficiente de intereses individuales. Por un lado, los políticos encargados de la administración del Estado se esmeran en promover el propio interés por medio de leyes o privilegios decurrentes de sus puestos. 728 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 725-732 ISSN: 0210-1963 Al describir la Asamblea Legislativa francesa en febrero de 1848, Tocqueville parece tener una opinión pésima acerca de sus colegas diputados. Él observa que “si muchos conservadores no defendían al gobierno más que para mantener sus emolumentos y cargos (...) muchos miembros de oposición no lo atacaban más que para conquistarlos”16. Por otro lado, estos mismos políticos se encargan de tornar la condición de los miserables menos atormentadas, concediéndoles algunos beneficios sin, no obstante, alterar su condición. Atribuir al estado la tarea de distribuir pequeños auxilios (o caridades) a los miserables, dejando intacta la estructura social y económica, posibilita no apenas la satisfacción inmediata de una necesidad urgente, sino sobre todo, posibilita el apaciguamiento de las tensiones y la permanencia de la desigualdad y la opresión. En este sentido, es muy elocuente el modo como Tocqueville describe la caridad del estado inglés en la Memoria sobre el pauperismo. Él observa que un sexto de la población inglesa vivía en condiciones permanentes de indigencia y degradación, privado por completo de los beneficios de la prosperidad común. No se trata de campesinos, ni artesanos, sino de mano de obra excedente que ya no conseguía contribuir con el desarrollo del campo o de la industria; no era propietaria de tierras ni del fruto de su trabajo; no prestaba servicios para atender a las nuevas necesidades de la sociedad próspera. Estos indigentes debían registrarse en sus parroquias para recibir, periódicamente, subvención económica del estado que les garantizase la supervivencia. Si tal registro facilitaba al estado la fiscalización de la condición de miseria declarada, también impedía a los miserables dejar la parroquia prendiéndolos irrevocablemente a esa condición. De este modo, la caridad pública pierde facilmente su carácter de benevolencia o buena voluntad del Estado con quienes están en condición de grave dificultad, tornándose una obligación del Estado y un derecho del miserable. Lo que Tocqueville critica son las consecuencias sociales y políticas de la caridad del Estado. Socialmente, la caridad del Estado afirma la desigualdad pues, inviabilizando la movilidad social e imposibilitando compartir vivencias, ideas, placeres y opiniones, impide que los individuos se comprendan como iguales y ejerzan su libertad. Relegados a la condición de dependientes y sometidos, estos miembros del cuerpo político son excluidos del proceso político de discusión y de implementación de soluciones para los doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 Acción política-posibilidad de construcción de la democracia El advenimiento de la igualdad de condiciones tiene en la estructura del discurso tocquevilleano, una fuerza argumentativa intensa, no apenas porque la transformación de las condiciones sociales se impone a los hombres, sino, sobre todo, porque ellos se adhieren espontáneamente a la igualdad. Sin embargo, aunque la igualdad de condiciones sea el hecho generador de todo lo demás, el desarrollo de las condiciones sociales (económicas, culturales, civiles) no dispensa la acción de los hombres pues los derechos sociales, económicos y políticos no decorren espontáneamente del mero término del Antiguo Régimen. En el final de La Democracia en América, Tocqueville advierte que podemos ser, o no, tan ignorantes, miserables y serviles como en aquel sistema. Por esa razón, afirma que es una tarea política (por medio de las instituciones del Estado, del gobierno y de sus ciudadanos) intervenir para eliminar el pauperismo17. Apenas la acción política18 (o sea, la manifestación de cada ciudadano en un espacio plural de confrontación, de diálogo y de búsqueda conjunta de soluciones para los problemas comunes) vincula a los hombres y desarrolla el espíritu cívico necesario para moderar en el individuo la pasión por el bienestar material que lo torna mezquino. Los hombres son, por lo tanto, directamente responsables por la construcción de las condiciones sociales y políticas pues, aunque no puedan impedir que las condiciones sociales se asemejen cada vez más, son ellos mismos quienes determinan la forma política –democrática o despótica– que el Estado asumirá, basado en la igualdad de condiciones. Importa observar que Tocqueville no permanece indiferente frente a estas posibilidades. No es lo mismo ser igualmente ciudadano que igualmente siervo. Si la igualdad es una especie de hecho providencial contra el cual el hombre no puede luchar, la libertad se constituye en vista de la acción de los propios hombres. Es por medio de la doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 acción política o de la participación de los ciudadanos en las tareas con la comunidad, que la igualdad y la libertad se equilibran. Dicho equilibrio es apenas una posibilidad presente en el Estado democrático que depende directamente de un saber y de un querer hacer no espontáneo, sino desarrollado y construido artificialmente por medio de instituciones y acciones que sacan al individuo de la búsqueda exclusiva del bienestar propio vinculándolo al cuerpo colectivo. Comprendemos, entonces, que si la igualdad satisface al Creador más que la desigualdad, tal como afirma Tocqueville, es porque ella no apenas concede a cada hombre el beneficio social del bienestar material, mas, fundamentalmente, porque extiende la libertad a todos los ciudadanos. La actividad política es el medio privilegiado de realización del hombre, o sea, el espíritu humano no se desarrolla sino en el ejercicio de la ciudadanía: “los sentimientos y las ideas no se renuevan, el corazón no se engrandece, ni el espíritu humano no se desarrolla, sino por la acción recíproca de unos hombres sobre otros”19. Helena Esser dos Reis problemas comunes. Políticamente, la caridad del Estado fortalece la centralización administrativa y la apatía de los ciudadanos. El necesario entrelazamiento de igualdad y libertad significa que Tocqueville reconoce un vínculo directo entre las condiciones sociales y políticas del Estado y que este vínculo implica una determinación mutua. Es importante, por lo tanto, multiplicar los espacios de acción conjunta y las formas de asociación, de diálogo, de intervención que los ciudadanos consideren legítimos con el fin de aumentar al máximo las oportunidades para todos los hombres, aún para los grupos minoritarios de la sociedad, de actuar directamente en el espacio colectivo. En este sentido, Tocqueville, observando el nuevo mundo, destaca la comuna, las asociaciones y la descentralización administrativa como instrumentos de participación de los ciudadanos norteamericanos en la determinación de sus necesidades y en la viabilización de sus decisiones; volviéndose para el viejo mundo, presenta medidas preventivas a ser implementadas por el Estado no apenas para impedir que los trabajadores pobres del campo o de la industria se tornen cada vez más miserables, mas, sobre todo, para crear, en cada miembro del Estado, el espíritu ciudadano comprometido con el bien público. No se trata, ciertamente, de exijir al ciudadano la abnegación de sus intereses. Aún en su viaje a los Estados Unidos, Tocqueville observa que el sentimiento de los americanos por su patria se origina de la reflexión y del reconocimiento de que el bienestar de cada uno depende del bienestar colectivo ya que las dificultades o las ventajas de cada uno de los miembros de la comunidad se reflejan sobre ella. Así, ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 725-732 ISSN: 0210-1963 729 Nº 750 SOBRE LA TAREA POLÍTICA DE CONSTRUCCIÓN DE LA IGUALDAD SOCIAL: UN ABORDAJE DE LAS IDEAS DE TOCQUEVILLE aunque la búsqueda del interés propio pueda estar en la raíz de los vicios que asolan el Estado democrático, de ninguna manera es necesario eliminar los intereses individuales para conciliar igualdad y libertad; al contrario, Tocqueville tiene conciencia de que éstos son el móvil de las acciones humanas en los tiempos democráticos. Por lo tanto, es preciso hacer que los hombres comprendan que su interés privado está directamente vinculado al interés público y, entonces, que actuen unos con otros de modo a construir el interés común como interés propio. Tarea difícil e incierta pues no hay garantía de certezas o verdades en el estado democrático. La construcción de la igualdad y de la libertad reposa en la capacidad humana de intervenir sobre sí mismo20. Consideraciones finales A pesar de que casi 200 años nos separan del momento en que Tocqueville examina la situación social y política NOTAS Recibido: 9 de octubre de 2010 Aceptado: 20 de febrero de 2011 730 de los Estados democráticos en vías de constituirse, denunciando que la miseria permanente de una parte de la población corroe los fundamentos de la igualdad social y de la libertad política, observamos el carácter central y vigoroso de su pensamiento, aún en nuestros días. En innumerables estados contemporáneos, el desarrollo de la democracia se mantiene rehén de una nueva y dizfrazada aristocracia21 contrapuesta a la miseria permanente de otra parte de la población. Sin embargo, sabemos que desconsiderar la miseria equivale a admitir la permanencia de desigualdades económicas y sociales de la población, lo que significa negar la igualdad política y moral de los hombres. Eximirse de la responsabilidad de intervenir sobre las condiciones sociales dado que el advenimiento de la igualdad se impone providencialmente, significa negar la libertad humana. Ambas actitudes inviabilizan el proyecto democrático. Libertad e igualdad son condiciones complementarias y necesarias en los estados democráticos, pero no están dadas a priori, requieren de construcción. 1 Una primera versión de este texto fue presentada en la “Jornada sobre la vigencia del pensamiento de Tocqueville”, realizada en el Ateneo de Madrid, bajo la coordinación de Julián Sauquillo y Roberto Aramayo entre el 14 y 17 de diciembre de 2009. Agradezco a mi amiga Profa. Dra. Carlota Ibertis Lassalle Casanave la traducción del texto para el español. Agradezco también a la Fundación Carolina por la Beca de Movilidad para Profesores que me ha permitido participar de la Jornada. 2 Un buen análisis del providencialismo tocquevilleano puede ser encontrado en: Jasmin, Aléxis de Tocqueville, a historiografía como ciência da política, capítulo VIII: Providência e história. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 725-732 ISSN: 0210-1963 3 En La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. 1, p. 123, Tocqueville afirma: “Imaginemos un extremo en que la libertad y la igualdad se abracen y confundan. Supongamos que todos los ciudadanos intervengan en el gobierno y que cada uno tengan los mismos derechos de participar. No diferenciándose ninguno de sus semejantes, nadie podrá ejercer un poder tirânico. Los hombres serán perfectamente libres porque serán enteramente iguales, y serán perfectamente iguales porque serán enteramente libres. Éste es el ideal que buscan realizar los pueblos democráticos”. 4 Tocqueville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. 1, p. 124. 5 Tocqueville, cuyos argumentos son bien fundamentados a partir del anádoi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 espíritu comunal en Nueva Inglaterra en: La Democracia en América, T. I, parte 1, cap. 5. 9 Es preciso observar que Tocqueville, al tratar de la igualdad y de la libertad en los Estados Unidos, se refiere siempre a los “anglo-americanos”, o sea, exclusivamente a los descendientes de los ingleses. Eso no significa que desconozca la situación de desigualdad social y la opresión política vivida por los indios y negros en el território americano. Por el contrario, a lo largo de La Democracia en América encontramos diversos pasajes críticos así como un largo capítulo (T. 1, parte 2, cap. X) dedicado al análisis de esta situación tan opuesta a los principios democráticos y a las leyes de los Estados Unidos. 10 “El amo y el obrero no tienen, pues, aquí, nada semejante y de día en día difieren más. Son como los dos eslabones extremos de una larga cadena. Cada uno ocupa un lugar destinado a el y del que no sale jamás. Un extremo se halla bajo la dependencia continua, estricta y necesaria del otro, y parece nacido para obedecer, del mismo modo que éste para mandar? Y qué otra cosa es esto sino una aristocracia?” Tocqueville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. XX, p. 204. 11 Para Tocqueville las condiciones sociales incluyen las condiciones económicas puesto que igualdad de condiciones implica –entre otras características– una relativa igualdad económica (lo que excluye las situaciones de extrema pobreza y extrema riqueza) y la movilidad social, permitiendo la alteración de posiciones económicas (ascenso o decadencia) a lo largo de la vida de una persona o en la sucesión de las generaciones de una familia. 12 Tocqueville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. XX, p. 203. 13 No apenas gozar de una relativa igualdad material, más fundamentalmente reconocer al otro como igual (aunque haya ciertas diferencias económicas, culturales, sociales) es una condición necesaria para que se puedan constituir relaciones democráticas entre los ciudadanos. Esta idea puede ser ilustrada con la crítica de Tocqueville a Mme. de Sevigné (a quien él consideraba sensible, bondadosa e indulgente con sus vasallos y criados) cuando, en una situación de extrema penuria de la población, ella se manifestara favorable al aumento de la represión y de la violencia para forzar el pago de nuevos impuestos. La fosa entre nobles y plebeyos era tan grande que ella “no imaginaba claramente lo que era sufrir cuando no se era noble”. Toc­queville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 3, cap. 1, p. 209. Reconocerse como igual implica, por lo tanto, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro, de comprender la situación del otro, de solidarizarse con el otro. 14 Tocqueville, Voyage en Anglaterre et Irlande de 1835, p. 490 (traducción de Carlota Ibertis). 15 Tocqueville, Voyage en Anglaterre et Irlande de 1835, p. 491 (traducción de Carlota Ibertis). 16 Tocqueville, Recuerdos de la Revolución de 1848, Parte I, cap. III, p. 51. 17 “El deber del gobierno y de todas las gentes de bien es el de trabajar en ello”. Tocqueville, Memoria sobre el pauperismo, p. 49. 18 Este tema fue anteriormente abordado por mí en “A importância das associações para a democracia: uma análise segundo a perspectiva ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 725-732 ISSN: 0210-1963 Helena Esser dos Reis lisis de las sociedades existentes y de un razonamiento lógicamente encadenado, parece poco convincente cuando intenta explicar el origen de la pasión democrática por la igualdad en detrimento de la libertad. El afirma en La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. 1, p. 125: “No me preguntéis qué encanto especial hallan los hombres de las épocas democráticas en vivir en la igualdad, ni las razones particulares que pueden tener para apegarse tan obstinadamente a Ella con preferencia a los otros bienes que la sociedad les brinda: la igualdad constituye el carácter distintivo de la época en que viven, y ello basta para explicar que la antepongan a todo lo demás” (cursiva nuestra). 6 Es relevante comprender que el advenimiento providencial de la igualdad de condiciones es reforzado, en la argumentación tocquevilleana, por la pasión que los hombres nutren por aquello que singulariza la sociedad en la que viven. “Si se pone atención, observaremos que en cada siglo se da un hecho singular y predominante del que dependen todos los demás; este hecho casi siempre origina un pensamiento, fundamentándose una pasión principal que acaba por atraer y arrastrar en su curso a todos los sentimientos y ideas. Es como el gran río hacia el que parecen correr los arroyos de los alrededores.” Tocqueville, La Democracia em América (1980), T. II, parte 2, cap. 1, p. 124. 7 Tocqueville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 4, cap. 8, p. 422. 8 Sobre las ventajas de la vida comunal para el desarrollo equilibrado de la libertad y de la igualdad, conferir la descripción que Tocqueville hace del 731 Nº 750 SOBRE LA TAREA POLÍTICA DE CONSTRUCCIÓN DE LA IGUALDAD SOCIAL: UN ABORDAJE DE LAS IDEAS DE TOCQUEVILLE 732 t­ ocquevilleana”, Philosophós, v. 5, n.º 2, jul./dic., 2000. Remito al mismo para las aclaraciones que por ventura fueren necesarias y aqui se encuentren presupuestas. 19 Tocqueville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. 5, p. 142. 20 Aunque Tocqueville no haya dedicado un texto específico a la educación del ciudadano, encontramos notas, dispersas en sus obras, en sus discursos y sus cartas, que denotan una preocupación extrema con la necesidad, en los tiempos democráticos, de instruir y formar a los hombres. 21 Tocqueville observa una serie de diferencias entre la Aristocracia del Antiguo Régimen y esta nueva Aristocracia que surje en los tiempos democráticos y concluye que “la aristocracia territorial de los siglos pasados estaba obligada por ley, o se creia obligada por las costumbres, a acudir en socorro de sus servidores y aliviar sus miserias. Pero la aristocracia fabril de nuestros días trás haber empobrecido y embrutecido a los hombres que utiliza, en las crisis los deja en manos de la caridad pública para que ésta les procure de qué comer. Es una consecuencia natural de lo que precede. Entre el obrero y el empresario las relaciones son frecuentes, pero no hay verdadera asociación”. Tocqueville, La Democracia en América (1980), T. II, parte 2, cap. XX, p. 206. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Arendt, Hannah (1988): Da Revolução, São Paulo, Ática, Brasilia, UnB. Besnier, Jean-Michel (1991): “Tocqueville et les associations”, Chaiers de philosophie politique et juridique, n.º 19. Boesche (1987): The strange liberalism of Alexis de Tocqueville, Ithaca, Cornell University Press. Goldstein, Doris (1964): “Alexis de Tocqueville’s concept of citizenship”, Proceedings of the American Philosophical society, n.º 108, pp. 39-53. Jasmin, Marcelo Gantus (1997): Alexis de Tocqueville: a historiografia como ciência da política, Río de Janeiro, Access. Keslassy, Eric (2000): Le liberalisme de Toc­ queville à l’épreuve du pauperisme, Paris, L’Harmattann. Melonio, Françoise (1993): Tocqueville et les français, Paris, Aubier. 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I, Paris, Gallimard (Bibliothèque de la Pléiade). doi: 10.3989/arbor.2011.750n4007 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 7 33-739 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 EL INDIVIDUO MODERNO: ENTRE EL ANIMAL INDUSTRIOSO Y LA LIBERTAD POLÍTICA1 María Luciana Cadahia THE MODERN INDIVIDUAL: BETWEEN THE INDUSTRIOUS ANIMAL AND THE POLITICAL FREEDOM Departamento de Filosofía. Universidad Autónoma de Madrid. Becaria FPU-UAM y Residencia CSIC Calle Pinar 21, Residencia CSIC, 28006 Madrid luciana.cadahia@gmail.com ABSTRACT: In this article I deal with the paradoxes that aroused after the emergence of individualism in liberal democracies. In order to articulate these paradoxes, I’ll take the reflections Tocqueville made in Democracy in America about this subject so as to reflect on how the connections between individual and democracy were made. Firstly, I examine the inconveniences of the discourse of deliberate democracy because I want to break up the existing link between the concept of liberalism and the concept of democracy. On one side, I show the impossibility to think democracy from an original model. I examine the impossibility to fix a necessary link between democracy and liberalism. I intend to describe the assumption that supports this whole theory: considering the individual as the axis around whom the discourse is built up.. Finally, I consider the importance of thinking a contingent link between democracy and liberalism to take up again the concept of political freedom as a necessary matter for activating the revolutionary moment of the democratic discourse. RESUMEN: En este artículo trabajo las paradojas vinculadas al surgimiento de la figura del individualismo dentro de las democracias liberales. Para articular estas paradojas, tomaré como guía las reflexiones llevadas a cabo por Tocqueville en La Democracia en América. Esto me permitirá pensar de qué modo se han establecido las conexiones entre individuo y democracia. En primer lugar, estudiaré algunos inconvenientes del discurso de la Democracia deliberativa, puesto que desarticularé el vínculo entre el concepto de liberalismo y el concepto de democracia allí presente. Por un lado, Mostraré la imposibilidad para pensar la democracia a partir de un modelo originario. Por otro, examinaré la imposibilidad de fijar un enlace necesario entre democracia y liberalismo. En segundo lugar, examinaré los límites del discurso neoliberal. Intentaré caracterizar los problemas del supuesto que sostiene toda la teoría: el individuo como eje que articula el discurso. Finalmente, desarrollaré la importancia de pensar un vínculo contingente entre estos dos términos, con el objeto de recuperar el concepto de libertad política como elemento imprescindible para reactivar el momento revolucionario del discurso democrático. KEY WORDS: Democracy; freedom; political freedom; individual freedom; liberalism; individual. PALABRAS CLAVE: Democracia; libertad; libertad política; libertad individual; liberalismo; individuo. I e impredecible. Por citar sólo un ejemplo, esta actitud abierta hacia el porvenir la encontramos el segundo tomo de La Democracia en América, donde nos dice: Desde hace algunas décadas experimentamos una asidua recuperación del pensamiento de Tocqueville2 en el ámbito de la sociología, la historia y la filosofía. Es a partir de sus reflexiones en torno a la democracia y la revolución que abre una brecha de inteligibilidad para trabajar hoy la democracia como problema a pensar. Además del objeto de investigación abordado por Tocqueville también interesa prestar atención a la manera en que ha trabajado esta cuestión. Es decir, al igual que sus contemporáneos, este autor piensa en los términos de la filosofía de la historia, pero con la particularidad de que en sus reflexiones no hay una clausura de la misma, dado que el acontecimiento de la democracia se torna un horizonte abierto, inescrutable Yo mismo busco en vano una expresión que reproduzca y encierre exactamente la idea que me formo; las antiguas palabras de despotismo y tiranía no son adecuadas. La cosa es nueva; es preciso entonces tratar de definirla, ya que no puedo nombrarla3. Esta manera de abordar la democracia toma distancia de una actitud normativa. Si atendemos a las reflexiones actuales sobre la democracia, encontramos dos actitudes bien distintas. Hay pensadores como Habermas o Rawls que intentan construir un modelo normativo que pueda ser Nº 750 el individuo moderno: entre el animal industrioso y la libertad política aplicado a la realidad y de ese modo resolver los conflictos sociales. A diferencia de esta actitud formalista que trata de aplicar desde fuera una serie de categorías para ordenar y anular el conflicto, hay otra tendencia que parte de la misma conflictividad social como un aspecto irreductible desde el cual pensar la democracia. Aquí encontramos pensadores como Rancière o Laclau y la particularidad de estas propuestas es que no asumen la necesidad de elaborar un modelo democrático sino que consideran a la democracia como una forma social, un modo en que se manifiestan y negocian los disensos. A este respecto, la reconsideración de los textos de Tocqueville contribuye a enriquecer esta segunda clave de lectura, puesto que en vez de plantear los avances y retrocesos de la democracia a partir de la visión que se debe tener de ella, se parte de la necesidad de pensar cómo ésta ha llegado a identificarse de una determinada manera. Es decir, qué idea de democracia está efectivamente funcionando como horizonte de sentido para pensar nuestra actualidad y cuáles son los problemas que atañen a tal modo de cristalización. En línea de continuidad con la actitud de Tocqueville, entonces, no abogamos por la construcción de un modelo que resuelva las fisuras del acontecimiento democrático, por el contario, nos adentramos en ellas para tratar de pensar a partir de ahí su carácter indeterminado e irresoluble, y aproximarnos a la cosa misma de lo político. A este respecto, se parte del supuesto de que la forma de racionalidad, que anuda una determinada idea de democracia, no se corresponde con la realización de un ideal sino con el lugar de trabajo de un problema. La principal característica que descubre Tocqueville es la culminación del largo proceso de igualación de condiciones entre los hombres, pero más precisamente la expansión de esta igualdad a todo los ámbitos de la vida humana. La constatación de este fenómeno obliga a pensar qué significa este acontecimiento. II Al concebir la igualdad de condiciones entre los hombres como el gran motor de la revolución de la sociedad moderna, Tocqueville no hace más que establecer un marco de inteligibilidad para pensar el cambio social que ha implicado el advenimiento de la democracia4. Oscilante con 734 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 733-739 ISSN: 0210-1963 respecto a este acontecimiento, en los últimos capítulos de La Democracia en América nos arroja a una paradoja vinculada con la emergencia de la figura del individuo moderno, a saber: a la vez que separa a los hombres entre sí los vuelve una masa indiferenciada y uniforme. Mientras que en el ámbito de la vida privada emerge la figura del individuo con el despliegue de sus capacidades y libertades propias, esta misma forma de existencia novedosa es la que los aglutina como masa indiferenciada y obediente. El dilema está en que la emergencia y expansión de los distintos ámbitos de la vida privada pareciera ser inversamente proporcional a las posibilidades de intervenir en la constitución de esas formas de vida, quedando sujetados a un dispositivo que... (...) no destruye voluntades, las ablanda, las doblega y las dirige; rara vez obliga a obrar, se opone a que se obre; no mata, impide nacer; no tiraniza, mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y reduce al cabo a toda nación a rebaño de animales, tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno5. A continuación añade que esta clase de servidumbre descansa en dos pasiones contrapuestas, por un lado, la necesidad de ser conducidos y, por otro, el deseo de permanecer libres. Ante el intento de satisfacer ambas pasiones se produce una extraña tensión que da por resultado una forma de libertad externa, en la que los hombres al confundir capacidad de elección con la soberanía del pueblo, se creen libres por elegir un representante que los tutele. De este modo, los hombres se limitan a comportarse como “animales industriosos” porque descubren que en el interior de sí mismos lo único que opera es la voluntad de obediencia como ciega necesidad, viéndose incapaces de obrar de otra manera. Uno de los mayores peligros de la experiencia democrática es la constatación de una libertad externa que en vez de hacer libres a los hombres suscita la paradójica voluntad del rebaño y del aislamiento. A partir de esto uno podría preguntarse si la experiencia democrática está destinada a producir sujetos obedientes a esta lógica o si por el contrario esto no descansa en un determinado modo de articularse la democracia y la economía. Si prestamos atención al modo en que ha tenido lugar la experiencia democrática descubrimos su indudable conexión con el liberalismo. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 A partir de esta manera de entender las cosas, el problema de las democracias actuales es leído como el resultado de una serie de limitaciones que los mecanismos de representación tienen para reflejar los distintos intereses de la comunidad. Por consecuencia, la resolución del conflicto consistiría en ir elaborando un instrumento que incluya a la totalidad de los individuos. Pero si la conquista del consenso racional consiste en proveer de un instrumento de representación adecuado, el éxito de tal empresa implicaría la destrucción del principio de representación, ya que éste dejaría de corresponderse con los intereses particulares para pasar a identificarse con la totalidad. La meta de articular un instrumento adecuado para la representación, que logre equilibrar los principios de libertad e igualdad, sólo puede funcionar como el ideal regulativo que sostiene todo el edificio del modelo. Es a partir de esta creencia que se espera tomar las decisiones, las cuales tendrán consecuencias prácticas en el momento de organizar la convivencia dentro de una comunidad. En este punto es donde la propuesta comienza a oscurecerse. La posibilidad de una armonía entre el principio de libertad y el principio de igualdad no puede ser perfectamente conciliada. Más aún, en el texto Debate sobre el liberalismo político, Habermas y Rawls discuten este problema. El debate versa sobre relación entre la libertad individual y la igualdad. Y el desacuerdo está o bien en darle prioridad al principio de una política liberal, en los términos de un principio de doi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 justicia que todo individuo racional libremente pueda adherir (conciliación de razones privadas), como en el caso de Rawls; o bien en priorizar el principio democrático de una instancia ideal discursiva de consenso, en los términos de una teoría de la acción y la ética comunicativa (conciliación de razones públicas), en el caso de Habermas6. Este desacuerdo surge porque el ideal regulativo de conciliar el principio de igualdad y el principio de libertad se sostiene sobre la base de una paradoja irresoluble: es la imposibilidad de conciliación entre los dos principios la condición de existencia del ideal. El aspecto criticable de estas propuesta descansa en que si bien el modelo se sostiene a partir de la suposición de que es posible la conciliación o equilibrio entre la libertad individual y la igualdad, no obstante, es esto mismo lo que se torna imposible y lleva, tanto a Rawls como a Habermas, a inclinarse a favor de alguno de estos dos principios en detrimento del otro7. María Luciana Cadahia Los intentos de establecer un modelo deseable para las democracias liberales se encuentran atravesada por dos lógicas irreconciliables. El principio de soberanía del pueblo considerado como principio de igualdad, por un lado, y el principio de libertad identificado como el principio de libertades individuales, por el otro. Con el objeto de conseguir que ambos principios logren algún tipo de convivencia deseable, los precursores de esta actitud parten de la creencia de que es posible ir resolviendo el conflicto mediante un consenso racional –garante de un principio de libertad– en el cual todos los individuos encuentren representadas sus demandas –garantizando así el ejercicio de la igualdad. Aquí parece mezclarse el discurso democrático con el discurso liberal, puesto que si el pueblo es identificado como la suma de los individuos, la representación debería ser el instrumento que posibilitase a cada uno de ellos el ingreso al ámbito de la política. Lo que resulta problemático del modelo en última instancia es la relación que se establece entre esta regulación formal procedimental y las mismas prácticas de los sujetos. Esto es, en el modo en que incide este ideal regulativo (dispositivo democrático) en el momento de sujetar a los individuos y exigirles un determinado tipo de obediencia. Si la regulación de las prácticas se encuentran legitimadas por un ideal imposible, pero al cual aspiramos incansablemente, resulta problemático seguir asumiendo la viabilidad de los logros de aquel modelo que garantizaría la reconciliación entre libertad e igualdad. El mayor inconveniente es que esta regulación procedimental establece una determinada homogenización de las prácticas, bajo el supuesto de que ofrece aquello que no puede realizar. El problema, entonces, es doble, ya que se vuelve difícil determinar cuáles son las razones legítimas que forman parte del consenso racional o de la justicia política, a la vez que esto queda legitimado por un extraño ideal regulativo cuya condición de posibilidad es al mismo tiempo la condición de imposibilidad de su perfecta implementación. Así, detectamos que ese ideal regulativo, necesario e imposible a la vez, establece una partición normativa en las mismas relaciones entre los hombres. Es decir, instaura una división entre las prácticas discursivas que, al identificarse con los principios de diálogo y consenso, quedan legitimadas como aproximaciones a ese ideal, a la vez que censura aquellas prácticas discursivas ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 733-739 ISSN: 0210-1963 735 Nº 750 el individuo moderno: entre el animal industrioso y la libertad política que justamente emergen para abrir o profundizar una determinada tensión dentro del campo de lo político. Dicho de otra manera, y retomando las advertencias de Tocqueville, propicia una homogenización de las conductas, puesto que protege un determinado conjunto de prácticas, a la vez que condena y excluye cualquier otro modo de acción que no se ajuste a la lógica del procedimiento pautado (o consenso racional). De esta manera, la naturaleza conflictiva de la política queda supeditada a un principio que no hace más que volverse irrealizable en el momento mismo de su enunciación. Promete lo que no puede llevar a cabo y por eso mismo no agota sus posibilidades. Y a su vez propicia una voluntad de obediencia que veíamos como uno de los principales problemas que explicitamos al inicio del texto. III Frente a este intento de articular teóricamente un vínculo entre democracia y liberalismo, encontramos una serie de liberales conservadores que si bien no renuncian al uso del término democracia, al vaciarlo de todo contenido político hacen de éste un mero concepto técnico, al servicio de una idea externa de libertad. El presupuesto que está a la base de este modelo teórico es la figura del individuo como propietario. A partir de esto el liberalismo conservador pretende romper el vínculo entre liberalismo y democracia y para ello establece una disociación entre libertad y política. El concepto de libertad se reduce a libertad individual. Se concibe una idea negativa de libertad y ser libre se reduce a una no intervención en mi campo de conducta. La libertad positiva es concebida como un atentado contra aquella libertad originaria y fundamental. Se hace de la democracia un mero instrumento procedimental, dado que es concebida “esencialmente (como) un medio, un instrumento utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual”8. Las reflexiones de Tocqueville sobre la figura del individuo son imprescindibles para elaborar una crítica a este segundo modelo teórico. El mayor inconveniente que podemos atribuirle es la expansión de un individualismo ciego en donde los “los ciudadanos salen un momento de la dependencia para elegir a su amo, y luego vuelven a ella”9. 736 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 733-739 ISSN: 0210-1963 En La Democracia en América, se establece una serie de diferencias y similitudes entre individualismo y egoísmo que pueden ayudar a comprender el problema del surgimiento de la figura del individuo moderno. El individualismo es una expresión reciente engendrada por una idea nueva (...). El egoísmo es un amor apasionado y exagerado hacia la propia persona que induce al hombre a no referir nada sino a uno mismo y a preferirse en todo. El individualismo es un sentimiento reflexivo y apacible que induce a cada ciudadano a aislarse (...). El egoísmo nace de un instinto ciego; el individualismo procede de un juicio erróneo (...) origina tanto los defectos del espíritu como en los vicios de la afectividad. El egoísmo seca la fuente de las virtudes; el individualismo, al principio, sólo ciega las virtudes públicas; pero a la larga ataca y destruye todas las otras, y acaba encerrándose en el egoísmo. El egoísmo es un vicio tan viejo como el mundo, y pertenece a cualquier forma de sociedad, (...) el individualismo es propio de las democracias, y amenaza con desarrollarse a medida que las condiciones se igualen10. De aquí se desprende que uno de los problemas más acuciantes del surgimiento de la figura del individuo moderno es la paulatina tendencia a sucumbir en un individualismo ciego. Esta inclinación hacia el individualismo da lugar a dos presupuestos que Tocqueville pone en entre dicho. Frente a la creencia de que el individuo es anterior a toda sociedad, Tocqueville procura señalar que esta idea es un invento de la modernidad, permitiendo así cuestionar el principal presupuesto del que parten algunas teorías sobre la democracia liberal: la preexistencia de los individuos a cualquier lazo social. Es decir, la figura del individuo no es el punto de partida para pensar la organización y edificación de un orden social, puesto que es determinada forma de organización social la que ha dado lugar a la figura del individuo. La paradoja de asumir el acontecimiento democrático como el triunfo de la emergencia de la libertad individual es que se pierde de vista la dimensión política e histórica de este logro. Se lo asume como un a priori incuestionable, sin prestar atención a la forma que adquiere esta idea de libertad individual. Es decir, se considera que el mero hecho de proteger la figura de la libertad individual basta para que sea deseable en sí misma, cuando de lo que se trata es de pensar en qué medida las formas de organización social orientan y configuran una determinada forma de individuo. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 De este modo, los hombres se protegen los unos de los otros y no problematizan el modo en que se configuran socialmente. Este aislamiento generalizado abre las puertas para que los poderes fácticos determinen la manera en que se constituyen las relaciones entre los hombres. Así la libertad individual se reduce a un tipo de libertad externa cómplice con una servidumbre voluntaria, puesto que esta la “servidumbre, reglamentada, benigna apacible, cuyo cuadro acabo de ofrecer, podría combinarse mejor de lo que se piensa comúnmente con algunas de las formas exteriores de la libertad (...)”12. La libertad externa se vuelve cómplice con una lógica de servidumbre porque: En efecto, se hace difícil concebir cómo hombres que han renunciado enteramente al hábito de dirigirse a ellos mismos podrían elegir acertadamente a quienes han de conducirles, y no es posible que un gobierno liberal, enérgico y sabio, se establezca con los sufragios de un pueblo de esclavos13. IV A lo largo de este escrito hemos trabajado algunos de los aspectos dilemáticos que subyacen a las pretensiones de pensar la democracia en los términos de un modelo democrático cubierto de una lógica procedimental. Hemos visto en qué medida esta lógica empobrece el rasgo propiamente político del acontecimiento democrático y lo subsume a una oikonomia de las conductas de los hombres. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 El principal peligro de la reducción del momento político está íntimamente vinculado con una animalización de las conductas, puesto que la mera observancia y sumisión al procedimiento “democrático” adormece la potencia de actuar y establecer unas relaciones que trascienda la lógica de la conservación y ejercicio de la libertad individual. Los hombres se limitan a comportarse como “animales industriosos” porque descubren que en el interior de sí mismos lo único que opera es la voluntad de obediencia como ciega necesidad. Si consideramos a la política como aquella instancia en donde lo que está en juego es la potencia misma del actuar, la cual abre a los hombres a otras formas de sensibilidad y existencia, la elaboración de un modelo democrático procedimental tiende a reducir al mínimo el campo de acción de los individuos. La desaparición o reducción del momento de negociación política obtura el surgimiento de aquel espacio de imprevisibilidad e indeterminación que según Tocqueville caracterizó el acontecimiento democrático. María Luciana Cadahia El liberalismo conservador elabora una hegemonía de la diferencia11. Al partir del supuesto de la preexistencia del individuo, emerge una concepción posesiva de la individualidad desde la cual se supone que la libertad de cada uno se reduce a una manifestación y conservación de sí, independientemente del lazo social. Pero paradójicamente se diseña socialmente esta forma de individualidad. El individuo cree que es libre cuando se conserva y protege de la intervención de los demás sobre sí mismo y pierde de vista que esa forma preventiva de actuar es el resultado de un forma social que lo constituye. Cuanto más se aísla el individuo de los demás es cuando mejor se somete al dispositivo de poder de las democracias liberales. Por tanto, reorientar el problema de la democracia en los términos de un acontecimiento abierto e indeterminado contribuye, por un lado, a pensar la democracia como una experiencia en constante tensión, un lugar de constante negociación política. Y, por otro, a recoger el momento democrático como el lugar del trabajo de un problema. De lo que se trata es de pensar el problema de la libertad en su dimensión política, cuya práctica no limite a una capa externa que protege el reducido ámbito privado de los individuo y sus elecciones singulares para el consumo, sino más bien, potencie el ejercicio de resistencia a un tipo de gobierno que hace de los hombres meros útiles administrables en la economía de la vida. Esta forma particular de tiranía que se llama despotismo democrático, de la que la Edad Media no tenía, les es familiar a los economistas. No más jerarquías en la sociedad, ni separación de clases, ni rangos fijos: sino un pueblo compuesto por individuos casi semejantes y enteramente iguales, esa masa confusa reconocida como el único soberano legítimo, pero cuidosamente privada de todas las facultades que pudieran permitirle dirigir o incluso vigilar por sí misma su gobierno14. La paradoja a la que nos arroja Tocqueville, entonces, es intrínseca a la emergencia de la figura moderna del individuo, puesto que aquello mismo que separa a los hombres entre ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 733-739 ISSN: 0210-1963 737 Nº 750 el individuo moderno: entre el animal industrioso y la libertad política sí en la esfera privada los vuelve una masa indiferenciada en el terreno del gobierno. Mientras que en el ámbito de la vida privada emerge la figura del individuo con el despliegue de sus capacidades y libertades propias, esta misma forma de existencia novedosa es la que los aglutina como masa indiferenciada y obediente a un amo. El dilema está en que la emergencia y expansión de los distintos ámbitos de la vida privada pareciera ser inversamente proporcional a las posibilidades de intervenir en el modo en que nos gobernamos a nosotros mismos y a los demás. En efecto, se hace difícil concebir cómo hombres que han renunciado enteramente al hábito de dirigirse a ellos mismos podrían elegir acertadamente a quienes han de conducirles, y no es posible que un gobierno liberal, enérgico y sabio, se establezca con los sufragios de un pueblo de esclavos15. El surgimiento progresivo del individuo como figura generadora de lo social, por tanto, es el legado que nos ha dejado Tocqueville para pensar nuestro presente. Allí resuena una y otra vez la cuestión misma de lo político, puesto que es desde ahí donde se dirimen las cegueras y aperturas a que da lugar el acontecimiento democrático. Hemos visto que las propuestas de modelos procedimentales no nos ayudan a pensar el problema, puesto que al operar el individuo como su presupuesto básico éste deviene su propio impensado. Por eso aquí hemos intentado hacer resonar una y otra vez a Tocqueville, ir apropiándonos de su voz para que de ese murmullo surgiese otra vía desde la cual pensar el acontecimiento de la democracia y, en última instancia, a nosotros mismos como parte de ese proceso que aún hoy nos resulta un enigma. De lo que se trata es de asumir un ejercicio de resistencia a estas formas de configuración de la individualidad contemporánea. Y probablemente el primer paso para ello consista en asumir la idea de que la libertad individual no es el punto de partida desde el cual pensar la articulación de lo social, sino al revés. Esto es, precisar que el individualismo surgido de la figura del individuo democrático es el resultado de un largo proceso histórico y contingente. Y que justamente la condición de posibilidad de su transformación radique en detectar aquellas articulaciones arbitrarias que en nuestra actualidad nos sumen en una práctica de obediencia y sumisión a los dispositivos contemporáneos. Para ello es imprescindible considerar el problema de la libertad desde su concepción sustantiva, no ya como una no intervención en mi campo de conducta sino como aquellas acciones que contribuyen a la construcción de la subjetividad, ya sea en el plano individual como colectivo. De esta manera se vuelve imprescindible estudiar, junto a los clásicos como Tocqueville, de qué manera nuestra historia determina nuestro presente, lo que hoy somos, y cómo es posible deshacernos de aquellas determinaciones históricas que en vez de contribuir al trabajo indefinido de la libertad moldea una voluntad obediente y sumisa a los dictámenes de la economía y el consumo de placeres privados. NOTAS Recibido: 3 de junio de 2010 Aceptado: 13 de junio de 2011 738 1 Este artículo forma parte de las investigaciones realizadas en el marco del proyecto de investigación “Pensar Europa: Democracia y hegemonía en la era tecnológica”. 2 Cfr. Rosanvallon, Pierre: “Histoire du mot démocratie à l’époque moderne”, en La Pensée Politique, 1. París, Gallimard-Le Seuil, 2003, pp. 11-29. 3 Tocqueville, Alexis de: La democracia en América. Vol. 2, Madrid, Alianza, 1980, p. 266. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 733-739 ISSN: 0210-1963 4 Cfr. Furet, François: “El nacimiento de un paradigma: Tocqueville y el viaje a América (1823-1831) en Lecturas de Tocqueville, Madrid, Siglo XXI, 2007, pp. 43-64. 5 Tocqueville, Alexis: La democracia en América. Vol. 2, Madrid, Alianza, 1980, p. 269. 6 Aquí se recogen una serie de debates entre ambos filósofos, donde si bien se definen ciertos horizontes de problemas comunes; no obstante, cada uno de ellos explicita su inclinación hacia cada una de sus perspectivas (demodoi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 BIBLIOGRAFÍA Raymond, Aron (1997): Estudios políticos, México, FCE. Agamben, Giorgio (2006): Che cos’è un dispositivo, Roma, Nottetempo. Foucault, Michel (1997): La arqueología del saber, México, Siglo XXI. – (2001): L’herméneutique du sujet, Paris, Gallimard. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4008 – (2002): Historia de la sexualidad 2-el uso de los placeres, Buenos Aires, Siglo XXI. – (2008): Le gouvernement de soi et des autres, Paris, Seuil. Furet, Françoise (1988): La révolution (1770-1880), vol. 4 de la Hisotire de France, Paris, Hachette. – (1980): Pensar la Revolución Francesa, Barcelona, Petrel. Habermas, Jürgen, y John Rawls (1998): Debate sobre el liberalismo político, Barcelona, Paidós. 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Habermas, Jürgen y Rawls, John: Debate sobre el liberalismo político, Barcelona, Paidós, 1998, pp. 160-161. 7 Para un desarrollo más exhaustivo de la lógica irreconciliable entre ambos principios recomendamos el capítulo II del libro anteriormente citado de Chantal Mouffe (Mouffe, Chantal: “Carl Schmitt and Paradox of Liberal Democracy” en The Democratic Paradox, op. cit, pp. 36-609) y el discurso inaugural ofrecido por Rosanvallon en el Collège de France (Rosanvallon, Pierre: Pour une histoire conceptuelle du politique, Paris, Seuil, 2002). 8 Hayek, Friedrich: The road to serfdom, op. cit., p. 52. 9 Tocqueville, Alexis: La democracia en América, op. cit., p. 267. 10 Tocqueville, Alexis: La democracia en América. Vol. 2, op cit., p. 89. 11 Cfr.Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal: Hegemonía y estrategia socialista, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2004, pp. 216-221. 12 Idem., p. 269. 13 Idem., p. 268. 14 Tocqueville, Alexis: El antiguo régimen y la revolución, Madrid, Alianza, 1994, p. 171. 15 Ibid., p. 268. 739 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 741-754 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET TOWARDS THE DEFINITION OF A NEW LIBERALISM: THE LATE THOUGHT OF ORTEGA Y GASSET José Luis Villacañas Berlanga Universidad Complutense de Madrid ABSTRACT: This essay shows the theoretical Ortega’s inability to understand Tocqueville’s thinking. This inability was established by a number of positions/ideas and prejudices about the destiny of the American way of life, by a wrong active euro-centrism and a badly understood liberalism. The main consequence was undoubtedly the impossibility of assuming the main Tocqueville’s thesis: the democracy as a destiny. The sudden interruption of the reading of the French author, back to the Spanish exile became a symptom of the bankrupt of a philosophical thinking. RESUMEN: Este ensayo muestra la incapacidad teórica de Ortega para hacerse con el pensamiento de Tocqueville. Esta incapacidad estaba determinada por una serie de posiciones y prejuicios sobre el destino de la vida americana, por un eurocentrismo militante inadecuado y por un liberalismo mal entendido. La consecuencia desde luego fue la imposibilidad de asumir la tesis principal de Tocqueville, la democracia como destino. La interrupción abrupta de la lectura del autor francés, al regreso del exilio español, se convirtió así en un síntoma de la bancarrota de un pensamiento. KEY WORDS: Liberalism; democracy; euro-centrism; colonies; America; pro-Franco doctrine. Ortega y Gasset. PALABRAS CLAVE: Liberalismo; democracia; eurocentrismo; colonias; América; franquismo. Ortega y Gasset. 1. La modulación del pensamiento liberal. La reflexión orteguiana sobre el liberalismo parece constitutiva de su pensamiento. Ortega nació con ella, y de ella brotó su vieja andanada crítica contra el sistema de la Restauración, corrupto e incapaz1. A este tiempo se ha llamado su primera etapa liberal, organizada alrededor de “La pedagogía social del liberalismo”. Pedro Cerezo, que se ha ocupado de sistematizar la relación de Ortega con el liberalismo, define esta época como aquella en la que se pretende un equilibrio entre el individuo y la sociedad, propio del viejo socialismo liberal de la tradición kantiana de H. Natorp y de Berstein. Liberalismo aquí se definía por la idea moral que sitúa toda la estructura social en función del fin final del ser humano, ese momento que subraya la específica diversidad de las realizaciones personales de la cultura. La sociedad y su organización cultural, por tanto, aparecen como la mediación adecuada al fin moral que hace del ser humano el único portador de la dignidad. Entre la sociedad y el ser humano se tejen así convergencias basadas en una universalidad normativa. De ahí que las mediaciones pasen por la defensa de la democracia. El texto perfecto para esta época dice así: “Socialización de la cultura, comunidad del trabajo, resurrección de la moral: esto significa para mí la democracia”2. Era el período en que la cultura portaba fuerzas emancipadoras. No creo que la gran etapa de actividad política que se inicia en 1914 sea diferente de la juvenil anterior, por mucho que el acento se ponga en la emoción vital específica que, como condición, permite otorgar al futuro más valor que al pasado3. Aquí, en Vieja y nueva política, liberalismo es sobre todo espíritu de cambio, incluso de revolución, y por eso implica un tono vital. Es verdad que Ortega comprende la imposibilidad de confiar en el Estado español, y por eso se ve obligado a limitar la dimensión socialista de su visión juvenil anterior, forjada en pensadores que confiaban en un Estado fuerte como por aquel entonces parecía la Alemania del II Reich. Frente a ello, Ortega confía y decide trabajar desde una comprensión de la nación, como lugar donde anidan las fuerzas vitales emancipatorias. Por eso se puede hablar de un liberalismo nacional y esa visión de las cosas ofrecía el medio para realizar las dimensiones sociales e individuales en equilibrio, siempre bajo la estructura teórica de la teoría de la cultura y la aspiración moral de una vida auténtica. Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET 742 Estas dimensiones del pensamiento de Ortega presentan poca dificultad4. Ofrecen respuesta a realidades agotadas y a menudo en Ortega se presiente el tono desesperado de batallar con el agua hasta la garganta5. De una forma u otra, con matices más liberales o más autoritarios, en lucha contra la Restauración y la Dictadura o en la búsqueda de la rectificación de la República, Ortega se mantuvo fiel a todas ellas. Lo problemático comienza con la actitud final de Ortega hacia el liberalismo. Pues solo entonces, y en concreto a partir de El tema de nuestro tiempo6, el pensamiento de nuestro autor se pone en relación con procesos mundiales y con realidades sin definir, esas en las que el pensamiento tiene que ser al mismo tiempo un poco profético. Y en cierto modo, como en el caso de Max Weber, situado ante procesos modernos cuyo montante trágico se respiraba por doquier, Ortega se sintió excitado hasta el extremo de hablar del filósofo como un aliado del espíritu profético de anticipación. Lo hizo en el escrito que, a mi modo de ver, acabó por determinar su posición ante la II.ª República española, y el que puso las bases de su visión final sobre el liberalismo. Me refiero a La Rebelión de las masas y a los textos complementarios, propios de la época en los que formulaba su teoría de la razón vital y su paso a la razón histórica. Por eso, creo que nuestra mirada se debe centrar aquí, pues de aquí brota su interpretación de la política española y su decepción respecto a ella, tanto como sus impresiones sobre Benjamin Constant y el nuevo liberalismo7. 2. Los nuevos trascendentales: Europa y el hombre masa. La época del pensamiento de Ortega que surge a finales de los años 20, orientada hacia la configuración de la razón vital8, está marcada por el concepto trascendental de hombre masa. Este concepto estructura los materiales de Ortega y le ofrecen su orden. Entre ellos, debemos situar el problema del liberalismo. En cierto modo, el asunto del hombre masa, que había alcanzado su formulación filosófica plena en el concepto de man de Martin Heidegger, pero que presionaba hacia el aristocratismo compensatorio ya desde Nietzsche, mantenía una compleja relación con el pensamiento de la nación. Desde cierto punto de vista, la nación política producía masa. Ese era el objeto de todo gobierno nacional, la forja de una extrema homogeneidad. Ahora Ortega veía clara la consecuencia y le parecía sencillamente pavorosa9. España no era diferente en esto. Pensar Europa era sencillamente tout court pensar España. El destino ya era compartido. Ahora se podía hablar desde ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 la gran filosofía sobre España sin hacer comentarios al margen. No podemos negar que Nietzsche está presente en La rebelión de las masas. Cuando Ortega presentó sus tesis a los franceses, en 1937, lo quiso dejar claro y, con una continua ironía, dijo que su libro, en el caso de que lo fuera, trataba de un asunto “demasiado humano”. Luego habló de la aceleración del tiempo, del presente que ya es pasado y dejó caer el tema splengeriano de la decadencia10. En la presentación de su tema a Europa, Ortega confesaba que su obra estaba tejida de una soledad radical, en la que él había peleado una y otra vez con los límites de la comunicación y del lenguaje. Si el lenguaje es diálogo, vino a decir, en España resultaba imposible escapar al continuo malentendido del monólogo. El lenguaje estaba atravesado por el imperativo de lo concreto y esta dimensión ya era definitiva para él. De ella se derivaba su tarea, su función, su especificidad liberal. Por ello pudo hablar de una afinidad electiva entre Europa y el liberalismo11. De hecho, en este espacio se abre siempre su horizonte. La sociedad europea, junto con todas las estructuras que se derivan de la realidad social, no había sido jamás homogénea. Un fuerte principio de refracción imponía a cada norma universal su diversificación europea12. Iglesia e iglesias, imperium y Estados, razón y estilos nacionales, belleza y gustos, cualquier principio espiritual siempre se concretaba en sus variaciones nacionales. Esta constitución había garantizado que Europa siguiera siendo un espacio social respirable. Europa tenía de todo, usos, costumbres, opinión pública, derecho y poder, pero siempre alentando formas diversas. Esas formas eran las naciones. No las naciones políticas, esas que imponían un poder directo y homogeneizador, sino las sociedades culturales propias que garantizaban la diversidad hermenéutica de los principios universales. Europa era a los ojos de Ortega –como lo había sido para Fichte– una sociedad. Por eso era altamente probable un Estado común europeo. Si el concepto de masa es la condición estructural del pensamiento de Ortega de esta época, el de Estado europeo es el horizonte en el que sus análisis confluyen como una meta. Sin este juego de un concepto sociológico –el de masa– dentro de un escenario geoestratégico13 –el de Estado europeo–, no se entiende el contexto en el que juega el concepto de liberalismo de Ortega. En 1937, y en los meses siguientes, se necesitaba mucha fe para afirmar con fuerza que Europa era doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 Este fenómeno tenía que ver con la noción de masa. Hasta ahora, la homogeneidad europea se había refractado en diversidades y en el seno de cada nación una elite específica permitía la emergencia de una forma dada de la opinión pública cosmopolita. Sin embargo, cuando la homogeneidad europea era la masa, esta se refractaba en cada país también mediante una masa nacional. Ahora bien, esta figura impedía todo aliento cosmopolita y troceaba la opinión pública europea, de tal manera que nadie podía ejercer su poder unificador. El juego perturbador del hombre masa, desde este punto de vista, le parecía a Ortega muy grave. Por una parte, el hombre masa rompía con lo propio del estilo nacional de vida, eliminaba las aristocracias formadas en él y, así, vivía de espaldas a su pasado, sin historia18. Sin embargo, esta res nullius de la masa, ajena al viejo espíritu de homogeneidad nacional, ofrecía la ancha puerta por la que entraba el universalismo abstracto, propio del espíritu revolucionario. Ortega interpretaba así la fase comunista de la revolución española. La otra manifestación positiva de este nuevo hombre era la especialización científica, carente por completo de todo elemento cultural, algo que Ortega había analizado de forma pormenorizada en su Misión de la Universidad19, un escrito de los mismos años que La rebelión de las masas. Así que la ruina del estilo nacional de vida implicaba la ruina del cosmopolitismo –la manera en que se hacía valer la opinión pública europea–. Ahora sólo quedaba en pie el internacionalismo que homogeneizada sin diferenciar, y que era la metafísica abstracta del obrero actual20. Esto y ese escuálido principio de la especialización científica. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 En este doble juego de masa y universalismo abstracto, por un lado, y especialización técnica por otro, el liberalismo era inviable. En realidad, la actualidad se dirigía hacia una situación que parecía la del Bajo Imperio Romano21. Pues liberalismo era el principio de refracción, de diferencia, de heterogeneidad respecto del espíritu universal europeo, la piedra en la que se fundaban las diferencias nacionales. Y lo era tanto y en la medida en que, en cada nación, impulsaba también el espíritu de diferencia, de diversidad en los tipos humanos. Esa era la piedra de toque por la que cada nación reconocía su aristocracia. Ahí se resumía la historia de Europa. Citando a Guizot, su Histoire de la Civilisation en Europa, que prologaría, afirmó que “libertad y pluralismo son dos cosas recíprocas y ambas constituyen la permanente entraña de Europa”22. Tras la masa y el universalismo revolucionario, tras el espíritu limitado del científico especialista e inculto, el liberalismo sólo podía ser algo nuevo, reconquistado. Entonces fue consciente Ortega de que su vieja doctrina del liberalismo ya no servía. Su pensamiento dio un impulso más allá y, como era de esperar, acompañó sus propias reflexiones filosóficas generales23. José Luis Villacañas Berlanga una sociedad. Al menos en el “Prólogo para franceses” así se lo parecía a Ortega y por eso citaba con frescura a Montesquieu o Balzac14. Todo lo que se debía pensar era la figura de ese Estado supranacional. Desde luego, sería una integración de la “pluralidad de las formas vitales”15. Lo que estaba sucediendo en España tenía que ver con eso, y muy pocas veces los estudiosos han percibido que sólo desde esta óptica de la guerra civil se divisa lo que Ortega contempla. Ante sus ojos, era una fantasía imaginar a España o Alemania, Francia o Italia como realidades sustantivas e independientes16. Ahora bien, la cuestión es que el viejo sistema de equilibrio de poderes europeos –tan alabado por Ranke17– no podía operar por más tiempo de forma espontánea. Esto era así porque la opinión pública europea se había desarticulado. 3. La muerte del viejo liberalismo. Fue entonces cuando Francia se convirtió en el punto de referencia de los análisis de Ortega. En realidad, nuestro pensador aludía a la sociología francesa, que le parecía “la reciente tradición francesa, superior en este orden de temas a las demás”24. Para ello, sin embargo, tenía que disciplinar sus adhesiones a lo francés. Pues en Francia estaba lo mejor, esa mirada sociológica que podía fundar el nuevo liberalismo, pero también lo peor, el espíritu revolucionario, la verdadera clave de la política homogeneizadora, abstracta, unilateral y universalista, siempre de valor absoluto. Ese espíritu había surgido hacia 1750, con la extravagante idea de la razón como motor de la igual constitución política de los pueblos25. En realidad, estos “intelectuales descarriados ignorantes de sus propios límites”26 habían matado el viejo liberalismo anclado en el individuo27. El verdadero liberalismo venía de Francia, pero también venía de ella justo lo que más lo amenazaba, la homogeneidad colectivizadora, que Ortega veía a la vez en la Revolución Francesa y en la contrarrevolución conservadora de Bonald y de De Maistre, que no eran lo contrario de la revolución, sino una revolución contraria. Socialismo es Francia, desde Robespierre y Saint-Simon, pero también desde Bonald y Comte. En suma, el futuro estaba en comprender el combate francés entre el triunfante universalismo de la política absoluta ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 743 de 1789 y un liberalismo que desde aquella misma fecha pugnaba por dotarse de concepto. Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET 744 El siglo XIX, en un diagnóstico que se remonta a Simmel, había descubierto lo colectivo y había arrinconado el liberalismo individualista. No era de lamentar. Este era unilateral y en esa misma medida falso. Ahora convenía ejercer los derechos de la inteligencia y reconocer que en ese principio del colectivismo anidaba un monstruo: el universalismo internacionalista de las masas que eliminaba de forma revolucionaria la estructura societaria liberal europea. De esa mirada debía surgir un liberalismo “de estilo radicalmente nuevo”28, pero capaz de conectar con los viejos resistentes. Ortega aclaraba que tal luz germinaba en la línea del horizonte. Si reclamó capacidades anticipatorias y proféticas29, fue sobre todo porque deseaba ver claro en este asunto. Sin embargo, había sido precedido por algunos otros. Sin contar a Montesquieu, al menos había que nombrar a Tocqueville, a Macaulay, a Stuart Mill. De hecho, este no hacía sino comentar un pasaje de Humboldt. Y este, ya lo sabemos, se había formado en contacto con el joven Constant en el París de 1793. Así, de forma un tanto precipitada, intuitiva, Ortega llega a una posición estable: enlazar a los doctrinarios, a los resistentes frente a la Revolución Francesa, con la posibilidad de un nuevo liberalismo. En el fondo, poco a poco, Ortega llegó a la comprensión de que la misma batalla que se daba en el presente ya se había dado entre la Revolución francesa y los liberales doctrinarios. En aquella hora había irrumpido la política total, lo que Ortega llama “el politicismo integral”, con su pretensión de hacer de la política la esfera de acción social absolutamente valiosa. Este fenómeno, que ocurre por primera vez con la Revolución Francesa, “es una y la misma cosa con el fenómeno de la rebelión de las masas”30. La política, elevada a esfera absoluta, implicaba la intromisión ingente de la propaganda en la personalidad, la construcción de la subjetividad desde el poder, la ruina del ensimismamiento propio de la tarea formadora de la subjetividad en favor del ruido de los demagogos31. Así se comenzó a trazar en Europa el camino real hacia la plena socialización del ser humano y su anulación como persona. El ser humano dejó de ser una “figura individual” que brotase de una “imagen de su fantasía” y se hundió en esa masa parisina informe. Con ello, Europa comenzó a dar pasos hacia su transformación en una termitera32. Allí, ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 en 1793, se enfrentaron por primera vez los irresponsables demagogos con los profundos intelectuales del presente; con los ancestros de Ortega, los liberales doctrinarios. Desde entonces, desde 1750, según asegura Ortega, opera la idea de que la revolución general política absoluta es un método de resolver problemas33. Sea cual sea el contenido de la política, proceda de derechas o de izquierdas, esta se ha hecho absoluta y adopta el método revolucionario. Y este método implica una corrupción intelectual del lenguaje, que de ser diálogo, pasa a ser imposición universal dogmática; y de ser algo concreto se convirtió en discurso abstracto. Ese método se ha impuesto de modo tan universal como su propio soporte humano, el hombre masa. Con ello se ha desplazado de la dirección intelectual a los hombres responsables de su tarea, y se ha elevado hasta la cima a los elementos degenerados, estranguladores de civilizaciones34. Por ello, una nueva definición del poder responsable de las ideas, un nuevo liberalismo, una nueva reivindicación de la diversidad nacional y un nuevo pensamiento sobre Europa –la “reconstitución de Europa”35–, todas estas eran cosas que caminaban juntas en el pensamiento de Ortega. Sólo este conjunto sistemático de operaciones intelectuales podría detener la metodología revolucionaria, el universalismo internacionalista, el hombre masa y su figura, el demagogo irresponsable. Sin duda, el punto de cruz pasaba por aclararse sobre la verdadera ontología de Europa. Se trataba de saber si era una sociedad, si albergaba un principio universal, y si por tanto podía emerger de ella un derecho y un poder público; o bien si era meramente una pluralidad de naciones y entonces nada podía hacer frente al universalismo descarnado y abstracto del hombre masa y de la revolución. La posición de Ortega en el “Epílogo para ingleses”, escrito en 1938, era mucho más pesimista que en el “Prólogo para franceses”, escrito unos meses antes. “Si Europa es sólo una pluralidad de naciones, pueden los pacíficos despedirse radicalmente de sus esperanzas”, dijo entonces36. Puesto que el escrito es claramente belicista, Ortega parece sugerir que Europa ya se ha convertido en un mero conglomerado de naciones, que nada une a los europeos mediante un vínculo universal espiritual, ni mediante minorías responsables, ni a través de convicciones comunes. El trascendental “sociedad Europea” que ha dado sentido a la diversidad de las naciones europeas, ese credo intelectual y moral de Europa37, le parecía roto y quebrado. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 Debemos reparar en este doble frente de la guerra. Aquí la matriz de la Revolución francesa se impone de nuevo: guerra civil y guerra continental, lucha contra todo lo que representa diversidad en el seno de una nación y lucha contra lo inaceptable y hostil de otro principio nacional diferente del propio. Europa era un pensamiento que unía las naciones europeas tanto como organizaba sus elites. Ahora el principio de la elite ha estallado generando ese doble frente. “Ahora se ve cómo la cohesión interna de cada nación se nutría en buena parte de las vigencias colectivas europeas”, dice Ortega concluyendo su argumento41. Esta falta de cohesión comunitaria –“esta debilitación simultánea de la comunidad entre los pueblos de occidente”42– ha emergido tan pronto se abrió paso el “uso de convertirse unos pueblos en jueces de los otros, de despreciarse y denostarse porque son diferentes”43. Esta ha sido la hazaña de la prensa, que acerca unas naciones a otras, pero sólo en lo negativo44. La escisión entre lo nuevo revolucionario y lo tradicional recorre las naciones y Europa entera45. La doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 diferencia reacción-revolución que había producido 1789 se había generalizado. Sólo recomponer Europa, reorganizar la diversidad nacional desde la primacía de un espíritu común, generar nuevos poderes intelectuales responsables, vertebrar elites, sólo este proceso podría impedir el desnudo encuentro de naciones contra naciones y de nacionales contra nacionales. Sólo el nuevo liberalismo podría lograr todo esto. Mientras no fuera así, el hecho desnudo de la doble guerra se impondría. 4. El futuro y el pasado. Ortega no pensaba que esa nueva generación de Europa pudiera lograrse al margen de una nueva oportunidad para la Universidad. En cierto modo, su dilema decía así: o propaganda abstracta, internacionalista, dominio de la prensa, especialización y barbarie; o liberalismo de nuevo cuño, capaz de ser a la vez nacional y europeo, dotado de una cultura poderosa y de organizarse desde una recomposición de la misión de la Universidad. Y así leemos este pasaje: “Es pues cuestión de vida o muerte para Europa rectificar tan ridícula situación [de dominio de la prensa]. Para ello tiene la Universidad que intervenir en la actualidad como tal Universidad, tratando los grandes temas del día desde su punto de vista propio –cultural, profesional o científico–. De este modo [...] metida en medio de la vida, de sus urgencias, de sus pasiones, ha de imponerse como un ‘poder espiritual’ superior a la Prensa. [...]. Entonces volverá a ser la Universidad lo que fue en su hora mejor: un principio promotor de la historia europea”46. Pero desde cierto punto de vista esta propuesta, que encerraba dimensiones normativas muy rigurosas, quedaba en al aire de las reformas por venir y no se articulaba bien con su propuesta de un nuevo liberalismo47. José Luis Villacañas Berlanga La conclusión prevé como seguro el triunfo de las masas. O el de su complemento, el poder espiritual salvaje de las figuras bárbaras de especialistas científicos que se atreven a hablar de todo, como si fueran portadores de cultura, como ese Einstein, que se lanza a juzgar el proceso histórico español38. Europa, dice Ortega, se ha des-socializado. Por mucho que las masas constituyan una forma universal de existencia, el primer efecto que han producido ha sido eliminar la forma social europea, con sus valores y poderes espirituales responsables, y dejar a la deriva las formas nacionales. Las formas vitales nacionales basadas en el hombre masa ya no son tales, no existen. Implican también violencia interna contra la propia historia, contra los poderes intelectuales representantes del viejo estilo nacional. Por eso, ya no hay nada por encima de los diversos pueblos, y por eso “la pura verdad es que, desde hace años, Europa se halla en estado de guerra, en el estado de guerra más radical de todo su pasado”39. Ese ha sido el efecto de la propaganda de los nuevos medios de comunicación, que a través de la prensa ha sustituido a la Universidad como exclusivo poder espiritual sobre la gente40. Se trata, en suma, de un estado de guerra entre sus naciones y de un estado de guerra civil interno a sus naciones. En suma, el escenario de Carl Schmitt: una política dominada por el enemigo interior y exterior. España era el primer episodio de esa guerra civil interna. Pronto vendría el segundo episodio de una lucha de naciones. Cuando, para resolver la doble guerra civil, Ortega reclamaba una “nueva técnica de trato entre los pueblos”, cuando exigía una nueva técnica política, cuando avistaba un nuevo liberalismo, en el fondo todo ello se concretaba en una nueva sociedad europea capaz de fundar un poder público europeo. Como sabemos, en la idea de Ortega, Europa sería una ultra-nación y esto exigía recomponer el sentido nacional de las partes y su doble juego de universalidad y particularidad. Sin embargo, en esa guerra civil no parecía abrirse otra posibilidad que la de una violencia desnuda entre las partes. Esta era la previsión de Ortega y, en cierto modo, si de algo acusaba a Inglaterra en el “Epílogo” era de su pacifismo, que le impedía prepararse para el futuro. Esa guerra, y no la Universidad, le parecía ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 745 Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET 746 el fontanal desde donde podía brotar la nueva sociedad, y con ella el nuevo derecho. Los derechos de las naciones, en un momento de odio entre ellas, serían recíprocamente desconocidos por todas y, por lo tanto, sólo una nueva sociedad europea podría forjar un nuevo derecho internacional. Ante este futuro, como un obstáculo poderoso, se alzaban Versalles y Ginebra, en la línea de lo que pensaba Carl Schmitt. En la misma línea que habría de desarrollar Kelsen un poco más tarde, Ortega sugería que era preciso forjar un derecho internacional europeo “sin el Estado y su actividad estatuaria”48. En realidad, la ultra-nación que habría de ser Europa no le parecía a Ortega que tuviera que renunciar al principio de soberanía de los Estados como árbitro último del derecho internacional. Sin embargo, tal sentido tendría que ser limitado. Pero una guerra debía mediar, pues una nueva sociedad europea debía surgir de ella, y sólo sobre esta novedad podría producirse de forma espontánea el derecho49. No cabe duda: para Ortega esa guerra y su mediación implicaba previamente “una etapa de nacionalismos exacerbados”. Sólo así se podía contrarrestar el “descarrío metódico que representa el internacionalismo”50. La meta, sin embargo, era la “unidad concreta y llena de Europa”. “Las naciones europeas llegan ahora a sus propios topes y el topetazo será la nueva integración de Europa”. Y aquí es donde Ortega conectaba de forma productiva la situación del presente con la emergencia del nuevo liberalismo. Pues entonces, tras recordar el estado de guerra radical de Europa, dijo: “Es frívolo interpretar los regímenes autoritarios del día como engendrados por el capricho o la intriga”51. En cierto modo, formaban parte de la estructura de la mediación. Aunque Ortega no da nombres, en diciembre de 1937 esto quería decir mucho. Para Ortega eran “manifestaciones ineludibles del estado de guerra civil en que casi todos los países se hallan hoy”. En realidad, para disminuir el estado de guerra, se tenía que recomponer una voluntad de no injerencia en los asuntos de los demás. Tal cosa, con la estructura de la opinión pública mundial y europea, resultaba imposible. Pero como nadie dispone de la “verdad de lo vivido”, y las opiniones públicas intervienen desde el veneno de la prensa, era necesario el error, la ofensa, la diferencia que crece y se envenena. Desde luego, Ortega reclamaba con ello comprensión para los regímenes autoritarios. Los que no tenían acerca de ellos “la verdad de lo vivido”, estos debían callar52. La frase recomendaba silencio sobre la guerra civil española. De otra manera no ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 se entiende este pasaje: “Sostengo que la injerencia de la opinión pública de unos países en la vida de los otros es hoy un factor impertinente, venenoso y generador de pasiones bélicas, porque esa opinión no está aún regida por una técnica adecuada al cambio de distancia entre los pueblos. Tendrá el inglés o el americano todo el derecho que quiera a opinar sobre lo que ha pasado y debe pasar en España, pero ese derecho es una injuria si no acepta una obligación correspondiente: la de estar bien informado sobre la realidad de la guerra civil española, cuyo primero y más sustancial capítulo es su origen, las causas que la han producido”53. Lo que Ortega quería decir lo dejó claro en este otro pasaje: “Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etcétera, cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad”54. Desde luego, Ortega no llegó a decir esto mismo de Hitler y sabía de lo que hablaba respecto a Madrid porque lo había vivido. En todo caso, y lejos de ir más allá en el análisis del específico lugar de la II República en el mundo55, veía claro que nadie podía aludir a la falta de información sobre la situación española. De eso se encargaba la prensa mundial. Ortega, instalado en lo que llamaba una “moderación” lentamente construida56, se cansaba de recordar que los corresponsales eran partidistas y maldecía a la “fauna periodística” e insistía acerca de la necesidad de la reforma57. Todos ellos no lograban sino propalar información sin conocer “lo más auténticamente real de la realidad”. Así que la prensa ofrecía mero desconocimiento, ignorante de su propia ignorancia58. En estas condiciones era inútil la relación entre pueblos y cualquier contacto no cesaba de producir malestar y odio. La previsión de Ortega, muy sutilmente expuesta, sugiere no obstante que finalmente “la nación acaba por estabilizarse en su verdad”. En ella habrían de converger los partidos tras la guerra civil. Y entonces se unirán en su verdad viviente, en su intimidad, en su sistema de secretos. Los avisos de Ortega acerca de la naturaleza no mística de sus expresiones no son convincentes, desde luego, pero sí lo era su previsión implícita de que a primeros de 1938 veía ya descontada la guerra civil en España. El estado de guerra civil en España ya se había superado. España le parecía casi lista para la nueva doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 empresa europea. En realidad, era el primer país preparado para ella. La tesis de Ortega era sencillamente que “el totalitarismo salvará al liberalismo”. Esta posición es inicialmente comprensible: los enemigos se refuerzan entre sí y el peligro que representa el totalitarismo producirá energías para salvar la libertad en Europa. Sin embargo, descubrimos pronto que el análisis de Ortega no consiste en proponer la inevitable creciente liberal para hacer frente al peligro totalitario. No es esto. Lo que Ortega quiere decir es que totalitarismo –de ahí la impropiedad de la expresión– y liberalismo están llamados a entenderse, a cooperar. La frase entera dice así: “El totalitarismo salvará al liberalismo, destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los regímenes autoritarios”. Este es el punto: el totalitarismo tras la victoria será meramente autoritarismo y este no será incompatible con el liberalismo. Ya lo sabía Hobbes. Ambos principios están condenados a entenderse en un autoritarismo templado y liberal. De hecho, la previsión de España, de esa España que recuperaba su intimidad y verdad tras la guerra civil, consistía en que estaba en muy buenas condiciones para iniciar ese camino de síntesis. Con la sutileza de quien sabe colocar la frase en el momento oportuno, Ortega nos informa de que “Los pueblos menores adoptarán figuras de transición e intermediarias. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 5. Doctrinarismo. Para el Ortega posterior a 1936, si el futuro pasaba por un autoritarismo templado por liberalismo, por ese sincretismo en que se salvaba Europa, entonces se entiende bien que el modelo fuera el liberalismo de los doctrinarios franceses. Desde cierto punto de vista ellos habían sabido detener la guerra civil, configurar un directorio, mantener un sentido para las libertades subjetivas, fundar una libertad de los modernos, frente a la libertad de los antiguos y abrir el paso a un régimen de autoridad. Pero cuando efectivamente vamos a las obras de Ortega para ver el análisis del liberalismo doctrinario, nos damos cuenta de su escualidez. Aquello sobre lo que había puesto las esperanzas de futuro en el año 1937 y 1938, apenas mereció un análisis pormenorizado. Cuando recorremos el Índice de autores y conceptos de la obra de José Ortega y Gasset, vemos que Benjamin Constant aparece en toda su obra en tres páginas. Una de ellas es de 1916 y analiza el Adolfo, en el que Ortega pondera la relevancia del amor para la filosofía60. La otra es de 1917 y desarrolla la anterior61. Como autor político y padre de los doctrinarios sólo aparece en el “Prólogo para franceses”, para decir de él que es un retrasado del siglo anterior y que por eso no comparte el espíritu colectivista. Las ocurrencias y análisis sobre la obra de Guizot son igual de mínimas y formales62. Ortega afirma que “quien quiera de verdad ver claro qué es lo que pasa hoy en el mundo” necesita conocer la historia del siglo XIX y la centralidad de Francia. Pero en este prólogo deja caer lo verdaderamente innovador de los doctrinarios, y sobre todo del agudo Royer-Collard: construir una doctrina política en que “esta mezcla de principios –el derecho histórico de los reyes y el derecho ideal, racional, a priori del pueblo– vienen a cohabitación”. Mediante esta síntesis de principios opuestos, ellos forjaron una doctrina y “dominaron intelectualmente los hechos”. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 José Luis Villacañas Berlanga Entonces Ortega dejó caer su previsión y mostró dónde quería situarse, desde luego. Pues dijo que en esta situación de guerra civil europea “pronto vendrá una articulación de Europa en dos formas de vida pública: la forma de un nuevo liberalismo y la forma que, con un nombre impropio, se suele llamar totalitaria”59. La cautela de Ortega causa estupor. Sin embargo, deja el comentario en la más extraña abstracción. No sabemos por qué es impropia la caracterización de totalitarismo. Pero sea como sea, no cabe duda de que Ortega deseaba alinearse con el nuevo liberalismo. El enfrentamiento entre ambas formas de entender las cosas no podría obviarse. Pero tampoco su recíproca necesidad. “Toda forma de vida ha menester de su antagonista”, aseguró. La ingenuidad de Ortega resulta perceptible y su capacidad para analizar la situación mundial parece mejorable. A pesar de todo no debemos ejercer la superioridad de quien mira setenta años después. Nos interesa más profundizar en su carácter sintomático, pues desvela profundos rasgos de su filosofía. Esto salvará a Europa”. España, un pueblo menor, pronto entraría en el camino de una figura intermedia entre autoritarismo y liberalismo. Sin duda, se trataría de un “equilibrio mecánico y provisional”, pero al menos permitirá una “nueva etapa de mínimo reposo”. Por mínimo que fuera, le parecía a Ortega suficiente para que brotara “en el fondo del bosque que tienen las almas, el hontanar de una nueva fe”. Para ello se necesitaba el ensimismamiento que incluso los más pesimistas sabían que iba a ser el destino de España. Esa nueva fe común de Europa, era exactamente la de los liberales nuevos. 747 Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET Como vemos, Ortega había identificado el paralelismo entre los doctrinarios y el nuevo liberalismo: la complexio de dos principios contrarios. En su caso, el principio monárquico y el derecho del pueblo. En el caso de Ortega, el del presente, el autoritarismo y el liberalismo. Lo mismo, aunque bajo la forma de lo diferente63. Pero en realidad, no mucho más. El agudo Royer-Collard comparece poco y nunca de forma pormenorizada64. Sin duda, con estas breves sugerencias, Ortega motivó el estudio de Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, editado en 1945, quien en una breve reflexión inicial reconocía la inspiración orteguiana65. No veremos nada más explícito que su análisis en “Prólogo para Franceses”. Así que allí debemos marchar para recoger algún tipo de indicación ulterior. Sin embargo, Ortega no va mucho más allá y pronto redescubrimos la vieja idea: “Cuando Guizot, por ejemplo, contrapone la civilización europea a las demás haciendo notar que en ella no ha triunfado nunca en forma absoluta ningún principio, ninguna idea, ningún grupo o clase, y que a este se debe su crecimiento permanente y su carácter progresivo, no podemos menos de poner el oído atento”66. Ortega asiente: este hombre sabe lo que dice. Aunque su expresión sea negativa, produce en Ortega “visiones inmediatas”. Con ellos se identifica, de eso no cabe duda, hasta en el gesto estético de distanciamiento, para “defenderse del abandono orgiástico en que vivía su contorno”, algo que significaba mucho acerca de un tiempo del que la Zambrano recordaría como delirio. Lo que Guizot afirma viene del conocimiento profundo de la historia de Europa. Todo ello le permite decir a Ortega que el grupo de personas que de facto gobernó Francia hasta la revolución de 1848, le parece “lo más valioso que ha habido en la política”. Su espíritu contra corriente y su política de resistencia sabía que tenían como aliado a la realidad, por ellos conocida como historia. De ahí su responsabilidad intelectual. Como es natural, su mejor sentido de la realidad les permitía disponer de una ética circunstancialista, tan afín a Ortega. “Los doctrinarios no tenían una doctrina idéntica, sino que variaba de uno en otro”67. Lo más característico de este grupo consistía, a los ojos de Ortega, en que ante una situación dada, se movían con la flexibilidad propia de quien busca la meta final de la libertad. Respecto a esto, sabían que “las libertades públicas no eran otra cosa que resistencias”. Sin duda, de esta manera interpretaban la división de poderes de Montesquieu, pero siempre desde una valoración superior de lo dinámico so- 748 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 bre lo estático. Por eso, su virtud consistía en la flexibilidad. El estado de libertad no era sino un momento estático de un proceso dinámico de contrarresistencias de poderes y fuerzas, y entre estas las de dos órganos fudamentales, el individuo y el Estado, los representantes del liberalismo y del autoritarismo, que hacía del Estado representante de lo más pavoroso de lo colectivo68. Lo decisivo de este planteamiento, sin embargo, residía en una capacidad de apreciar lo concreto de esas fuerzas mismas. Sin este elemento, todo se hundía. Y aquí hace pie uno de los momentos en que Ortega da un salto adelante en su filosofía y sobre la humilde proximidad de estos doctrinarios avanza en la construcción sistemática de su pensamiento. Pues Ortega reconoce que estos doctrinarios viven en el seno de la “mejor tradición racionalista”. Son hijos de Descartes, desde luego, como siempre se vio Ortega69. Sin embargo, en su búsqueda de principios absolutos, fundamentales, se han desviado del camino cartesiano del Yo, con su potencialidad de abstracción, y han dado con “lo histórico como el verdadero absoluto”. Tras ellos se puede decir que “la historia es la realidad del hombre” y por eso, a partir de 1935, Ortega va a transformar su vieja razón vital en razón histórica. Y lo ha hecho al hilo de la necesidad de configurar un nuevo liberalismo y a la hora de leer la situación europea a la luz de los doctrinarios. Amantes de la historia, a los doctrinarios les parece absurdo negar el pasado, porque en el pasado está aquello que se puede llamar “natural del hombre”. Que el ser humano no tiene naturaleza sino historia, esto es lo que ha descubierto Ortega en este punto. Por eso, el pasado era una de las fuerzas que había que integrar en una política de síntesis, si la libertad debía abrirse camino. En el pasado estaba la legitimidad y la condición de la libertad. Como es fácil de comprender, este planteamiento le parecía a Ortega el propio de la vieja resistencia inglesa de Burke frente a la Revolución francesa y los doctrinarios eran sus discípulos franceses. Puesto que todo problema político es concreto, sólo se puede iluminar por la ciencia de lo concreto, la historia70. Con ello, toda la gran Europa aparecía dominada por una idea de historia natural de la libertad, por un crecimiento evolutivo de la misma que surgía desde el espíritu de las naciones. A fin de cuentas, el Volksgeist alemán no eran sino esprit des nations71. Por eso, el liberalismo era lo único apropiado a la nueva ontología que apuntaba tras la razón histórica: “La libertad ha significado doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 Vemos así que fue la ratio política lo que llevó a Ortega a proponer la razón histórica, ya con valor general para abordar los asuntos humanos77. Sin duda esto le permitía aproximarse de nuevo al viejo Nietszche, que había definido al ser humano superior como “el de más larga memoria”. Como es natural, esto llevó a Ortega a otorgar relevancia a los símbolos de esa memoria y a esa continuidad histórica y así pudo valorar la centralidad de la monarquía como estructura simbólica de la continuidad de una nación. Inglaterra, una vez más, con su continua vinculación al pasado y con su comprensión del derecho como derecho histórico del antecedente, se elevaban a cierta clave modélica para Ortega78. Sin embargo, en este mismo punto, Ortega revela la limitación de su propio planteamiento. Esa dimensión modélica de Inglaterra le impidió reconciliarse con los Estados Unidos. Para el hombre superior de la más larga memoria, Estados Unidos era puro primitivismo, una sociedad neocolonial. Y esto además en mayor medida al norte que al sur79. Este punto, sostenido por los artículos sobre los Estados Unidos, escritos entre 1928 y 193280, le impidió doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 comprender la dimensión mundial de lo que se jugaba en Europa y las implicaciones de los Estados Unidos en este escenario. En este caso, el olvido fue letal. Porque le obligó a considerar la historia de los doctrinarios justo hasta 1848 y no más lejos. Esto, en alguien que cantaba la razón histórica, resulta más bien imperdonable, pues le impedía entender cómo habían evolucionado las fuerzas históricas concretas tras esa fecha y le impedía comprender los elementos en los que se debía fundar el nuevo equilibrio de la libertad y del Estado. Así consideró a los doctrinarios como la última palabra en la evolución histórica europea. En estas condiciones, concretar las posibilidades de su sentido del nuevo liberalismo, directamente apoyado en el arcaico ejemplo de los doctrinarios, eran mínimas. Tocqueville en este contexto quedaba fuera de consideración. José Luis Villacañas Berlanga siempre en Europa franquía para ser el que auténticamente somos”72. Que exista un ser que se expresa libremente en la historia, y no que es pura historia, es un detalle menor, aunque importante. Es lo que garantiza el suelo rocoso de la nación. Por eso, el principio del liberalismo era siempre nacional, en él anclaba “el perenne liberalismo europeo”73. Desde él se podría generar el verdadero futuro europeo, pero este pasaba por afirmar la propia historia en tanto historia nacional, los usos sociales concretos, los vínculos que ataban al hombre con la gente, los sistemas de creencias, aquello que garantizaba la diversidad de situaciones. Todo ello surgía ante la vista del filósofo justo de la mano de la “otra razón más radical que es la razón histórica”, y que Ortega ya exponía en 1935 Historia como sistema, aunque todavía de forma inmadura74, aunque ya claramente anti-hegeliana. Su proximidad a estos textos sobre los doctrinarios y el problema del liberalismo queda clara cuando se cita a Comte y se dice: “Se puede asegurar hoy día que la doctrina que explique suficientemente el conjunto del pasado obtendrá inevitablemente, por esta prueba exclusiva, la presidencia mental del porvenir”75. Y esto era así porque Ortega reconocía que, en un ser histórico, el derecho fundamental era tener una historia, el “derecho de continuidad”76. Tal cosa se ve en una ausencia de análisis muy sintomática y significativa. En efecto, en el Prólogo para franceses, de 1937, Ortega había dicho que en Tocqueville encontramos pre-dibujada nuestra hora. En realidad, también se citaba a Comte y a Macauly. Pero no se puede decir que Comte fuera en el camino del liberalismo. John Stuar Mill lo había dejado muy claro. De Macauly apenas se sabe nada más en la obra de Ortega81. En todo caso, si alguien había mostrado los problemas del doctrinarismo en la crisis de 1848, este había sido Tocqueville, y sólo desde esta figura intelectual se podía abrir camino un liberalismo nuevo. Tal cosa la vio el propio Díez del Corral cuando escribió su libro82. Sin embargo, Ortega no se atrevió a dirigirse a Tocqueville de forma clara83. De hecho, cuando se propuso escribir un prólogo a su obra, mientras estaba en Argentina, sólo nos dejó un fragmento. En él sin embargo, Ortega comenzó diciendo que Tocqueville tenía páginas proféticas. Reconoció también que sus análisis sobre Inglaterra y Estados Unidos seguían vigentes. Sorprende sin embargo que, cada vez que hablara de Estados Unidos, Ortega no se inspirara en nuestro autor ni lo citase. Ortega era un lector suficientemente preciso como para saber que el problema central de Tocqueville era el de la democracia. En todo lo demás estaba equivocado. Para Ortega no cabía duda de que la democracia, como forma de Estado, implicaba una forma de autoritarismo. Y de la peor, en la medida en que no podía existir sin una “maquinaria” específica caracterizada por la “centralización”. En suma, democracia era otra forma de lo que “hoy solemos decir intervencionismo del Estado”84. Así, Ortega caminaba hacia el mundo al revés, en un ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 749 Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET 750 momento, no hay que olvidarlo, que se combatía en todos sitios, un tiempo acerca del que, como ya había avisado en Argentina, en caso de guerra, él siempre estaría con Europa. Invirtiendo así el sentido completo de las cosas, vino a decir que la democracia era eso que se llamaba, con un vocablo bastante estúpido, “totalitarismo”. En suma, Ortega ve a Tocqueville como el aristocrática francés indispuesto con la democracia desde el principio, y al que la experiencia americana no le había enseñado nada. Como en el mismo caso de Ortega, su libro tenía que ver con la Revolución francesa. Nada más. Que hubiera publicado su libro tan solo dos años después del regreso de su viaje, mostraba, en un escritor tan lento, que las verdaderas ideas venían ya de antes. Por lo demás, Tocqueville, señala Ortega, era un autor tímido, de esos que sólo expone sus verdaderas experiencias muy lentamente, que “retiene sus primeros movimientos” y los explicita tras larga reflexión. América sería sólo una ocasión que activaría sus verdaderas experiencias europeas y estas habían sido la ruina del Antiguo Régimen. Frente a ella, Tocqueville habría reaccionado identificando despotismo y democracia. Como vemos, Ortega estaba dispuesto a usar la autoridad de Tocqueville para indisponer a los espíritus contra la Revolución francesa, que “había machacado el antiguo régimen cuando estaba a punto de ser todo lo perfecto que una forma de sociedad y de gobierno puede ser”85. Lo sorprendente de este comentario no reside en la alabanza sin par que Ortega dedica al Antiguo régimen. Tampoco que hubiera una especie de transferencia de melancolía del autor a su intérprete, lo que Ortega con razón se apresta a negar respecto a la mentalidad franca de Tocqueville. La experiencia personal del pensador francés, su problema personal, residiría en la existencia de un régimen nuevo en el que la nobleza familiar había desparecido, pero su problema era el futuro. Ortega lo sugiere, desde luego y comprende que una aristocracia no puede ser restaurada una vez que ha perdido su credibilidad. “La historia tiene de río no saber andar hacia atrás”, recordó Ortega. Lo más sorprendente es que, una y otra vez, Ortega se niegue a apreciar la experiencia americana de Tocqueville. Nada de esa experiencia es relevante. Tocqueville fue un liberal, y su sentido de libertad se desprendía del “subsuelo de su fe cristiana”. Su aspiración era crear “un armazón de instituciones políticas y de usos cotidianos que hagan posibles existencias libres”. Esa era la meta de las sociedades modernas. Pero este, concluye Ortega, no era “un pensamiento ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 político”. Lo político era su realización de una constitución civil liberal. Y esto era justo lo que jamás se forjaría desde la “marea viva de la democracia que nada puede contener”. La democracia, según Ortega, le parecía a Tocqueville una realidad que escapaba a todo poder humano. En suma, era un destino respecto al que sólo había dos opciones: reconciliarse con ella, o estrellarse ante ella. Cuando Ortega llegó a este punto, interrumpió el estudio, el ensayo, la introducción, el manuscrito. Solo unas veces más mencionaría en su obra el nombre de Tocqueville. En 1949 siguió con el diagnóstico de Tocqueville: la democracia era el ascenso totalitario de las masas, y el francés había sido el primero en anunciarlo proféticamente, en el sentido de su propio libro La rebelión de las masas, en cuya segunda parte, Quien manda en el mundo citó. Sin embargo, algo más se movilizó aquí. Los males de Europa venían de que Inglaterra había intentado “con lamentable inoportunidad continentalizar su democracia”86. Tocqueville habría sido el primero en advertir este peligro. Era como una promesa. Tocqueville se debía “ir filtrando poco a poco en la mollera de la gente”. Y sobre todo, su conclusión final, desencantada, que mostraba el final de las ilusiones de que la democracia implicara de algún modo la elección de los mejores, el escándalo que le producía el efecto que sobre la historia tenían los pequeños personajes”87. Esto era una nota en la meditación sobre Europa. Todavía en 1954, víspera de su muerte, Ortega repetía que en Tocqueville encontrábamos dibujada nuestra era. Pero ni una palabra más de en qué sentido. Ortega, siempre concluyó que el dilema era todavía o democracia o liberalismo. Estas notas apresuradas muestran que Ortega sólo conocía la parte negativa de Tocqueville, y que jamás entró en su diagnóstico más interesante: que los Estados Unidos habían logrado la síntesis de liberalismo y democracia por su vida comunitaria activa, por su pluralidad de centros de poder, por su federalismo, por su virtud y por su implicación en la vida común, por su clara inclinación a detestar el paternalismo despótico, por su democracia como condición homogénea de sociedad que no iba a tolerar desigualdades aristocráticas. Claro que Tocqueville detectaba la demagogia como una forma de despotismo. Pero esto no se curaba con un aristocratismo intelectual intenso, sino con una mayor y más rigurosa comprensión de la libertad y de sus instituciones políticas liberales. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 Que América ofreciera la posibilidad de curar a Europa de sus males despóticos, puestos de manifiesto en la Revolución francesa, esto no podía aceptarlo Ortega. El mismo tabú demuestra hasta qué punto le resultaba imposible reconciliarse con Tocqueville. Primero, porque su liberalismo habría tenido que hacerse compatible con el sentido inequívoco de la democracia, lo que para Ortega era imposible. Segundo, porque tal cosa sólo se podía entender desde la centralidad de los Estados Unidos, el único país donde la democracia liberal de verdad funcionaba con suficiente fuerza como para derrotar a Hitler y su aspiración mundial de poder. Tal cosa le resultaba intragable a Ortega, que no podía entender que una sociedad neo-colonial, anclada en su primitivismo, pudiera dar lecciones a Europa. En realidad, Ortega no tuvo de Estados Unidos otra idea que la que aprendió en Hegel, sin sus expectativas de futuro. Al anclarse en estos dos insuperables prejuicios, el pensamiento de Ortega, en mi humilde opinión, resulta completamente incapaz de reconciliarse con la historia de Occidente y, en esta media, es contrario a su razón histórica, y por eso inútil para el presente. En realidad, entre Tocqueville y Burke, Ortega sin duda se quedó con este último. En este horizonte de referencia hay que entender el significado de la razón histórica. NOTAS Recibido: 20 de julio de 2010 Aceptado: 10 de octubre de 2010 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 1 Sánchez Cámara, que ha analizado el tema del liberalismo en Ortega, siempre se ve impelido a ofrecer la coletilla de que la crítica de Ortega a la Restauración era “por lo demás exagerada y acaso injusta”. Se debe ver, el por lo demás instructivo trabajo “Liberalismo y democracia en Ortega y Gasset”, en el libro dirigido por Pedro Cerezo, Ortega en perspectiva, Instituto de España, Madrid, 2007, pp. 113-145. El párrafo reseñado es la p. 124. Sobre este problema se ha realizado una tesis en Buenos Aires que no ha podido ser consultada. Enrique Aguilar, Sobre el liberalismo, Buenos Aires, 1986. 2 OC, X, 126. Por eso Cerezo tiene razón al proponer que lo característico de este período se puede describir así: “un Estado fuerte y educador, activo José Luis Villacañas Berlanga Esto no era de recibo para Ortega. Por eso, en una nota anterior, tuvo que decir que Tocqueville, por defender el gobierno democrático como propio de la libertad política, en el sentido mismo que Montesquieu, “revelaría un radical desconocimiento de lo que es democracia a pesar de haber dedicado a su estudio entera su vida”88. Para Ortega, según confesó, la democracia es “per se enemiga de la libertad y por su propio peso [...] lleva al absolutismo mayoritario”89. En suma, la doctrina aristotélica era certera: democracia era tiranía. Con ello, una obra que había sido traducida desde la mitad del siglo XIX90, y que había fundado el prestigio de la constitución americana en el pensamiento político español del federalismo y de la democracia, no podía ser volcada al presente ni recibida desde un punto de vista intelectual. Sin duda, hay que comprenderlo. Con Franco en el gobierno, el escenario Tocqueville era inimaginable. y beligerante, baluarte de las libertades civiles y los nuevos derechos sociales”. En su trabajo “Ortega y la regeneración del liberalismo: tres navegaciones y un naufragio”, en F. H. Llano y A. Castro, Meditaciones sobre Ortega y Gasset, Editorial Tébar, Madrid, 2005, pp. 629 y ss. 3 Por eso no parece que este sea un liberalismo de la razón vital, sino uno que asume determinadas condiciones de posibilidad en una actitud vital, más allá de una desnuda actitud normativa basada en la idea moral. En este sentido matizaría la afirmación de Sánchez Cámara: “La segunda navegación, orientada hacia un liberalismo de la vitalidad, se sustentaba en su nueva metafísica de la razón vital” (Sánchez Cámara, ob. cit., p. 125). En 1914 no se puede hablar todavía de una “metafísica de la razón vital”. La tesis de Cerezo es más matizada: ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 751 Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET 752 “El agente de regeneración no viene ahora tanto de la normatividad ética, sino de la realidad vital”. Cf. Cerezo, ob. cit., p. 635. Creo que es así. 4 Las he intentado abordar en mi edición de las Meditaciones del Quijote, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002. 5 Esta sensación ya la manifiesta Ortega en su viaje primero a Argentina, donde encuentra su camino hacia la filosofía sistemática. He analizado este punto de su pensamiento en “Ortega y el monopolio de la modernidad”, en Iberian and Latin American Studies, vol. 13, n.os 2-3, 2007, pp. 169-185. 6 Lo he analizado en Kant desde dentro, Isegoría. 7 Por tanto, es en este texto donde se debería cifrar la tercera posición del liberalismo en Ortega, para Cerezo, que ve este liberalismo de Ortega en la democracia liberal, en la sensibilidad radical liberal contraria a la estatolatría. Cf. Cerezo, ob. cit., p. 642. En la descripción que hace Sánchez Cámara de las posiciones de Aguilar, ve el tercer liberalismo en Meditación de Europa y Del Imperio romano. Pero el mismo Ortega reconoció que el primer escrito debe ponerse en relación con los textos complementarios de La Rebelión de las masas. 8 He analizado este momento en La cuarta pregunta. En el congreso Ortega presente y futuro, Madrid, 2008. 9 “La pavorosa homogeneidad de situaciones en que va cayendo todo el Occidente”. La Rebelión de las masas, O.C., IV, p. 116 (en adelante, RM, IV, y página). 10 La Rebelión de las masas, O.C., IV, p. 113. 11 He desarrollado el pensamiento posterior de Ortega sobre Europa en mi ensayo. 12 RM, IV, ob. cit., p. 117. 13 Geoestrategia que está muy presente en el subsuelo del trabajo de Ortega y que se ve en determinados comentarios que se colocan aquí y allá, de forma medida. Así, en RM, IV, ob. cit., p. 119 se dice: “La ocasión que lleve súbitamente a término el proceso [de imponer un Estado general europeo] puede ser cualquiera: por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales, o bien una sacudida del gran magma islámico”. En el fondo, esto le hace decir a veces cosas que parecen cercanas al Carl Schmitt del Nomos de la Tierra. Así, en el “Epílogo para ingleses”, y sobre todo en este apéndice que es “En cuanto al pacificismo”, Ortega dice: “Considerada en lo que al derecho importa, la historia es ante todo, el cambio en el reparto del poder sobre la tierra”. Su visión de la Sociedad de Naciones es claramente pro alemana y coincide con la de Schmitt: “el fracaso de la Sociedad de Naciones, gigantesco aparato construido para adminsitrar el statu quo”. RM, IV, ob. cit., p. 293. 14 RM, IV, ob. cit., pp. 120-121: “L’Europe n’est qu’une nation composée de plusieurs”, y “le grande famille continentale”. 15 RM, IV, ob. cit., p. 285. 16 RM, IV, ob. cit., p. 120. 17 Cf. RM, IV, ob. cit., p. 122, nota. Ortega curiosamente hacía un Ranke un aprendiz de Guizot. 18 RM, IV, ob. cit., p. 121. 19 Allí, Ortega conoce de forma completa la división de las esferas de acción y hace de ella la nueva barbarie, que entrega cientificidad, pero ninguna cultura. Misión de la Universidad, OC, IV, ob. cit., p. 322. Aquí estableció el diagnóstico weberiano, según el cual la especialización había roto al hombre europeo. Entonces lo puso en relación con la destrucción de ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 Europa tal y como había existido. “el desmoronamiento de nuestra Europa, visible hoy, es el resultado de la invisible fragmentaación que progresivamente ha padecido el hombre europeo”. Entonces citó el capítulo de La rebelion de las masas que lleva por título “La barbarie del especialismo”, IV, 215 y ss. Este momento todavía hacía referencia a la totalidad carismática de la vida, que Ortega desarrolla por los años 30. En realidad, se trataba de las ideas que a través de la cultura pueden dotar al europeo de totalidad. Para ello debía anclar en la potencia auténtica de la vida, en “toda la vida nueva”. IV, 327. Todavía este período, ordenado alrededor de la razon vital, no rompe con la filosofía de la cultura, sino que la renueva. “Cultura es el sistema de ideas vivas que cada tiempo posee: mejor, el sistema de ideas desde las cuales el tiempo vive”. IV, 341. En esta medida, en tanto que sistema, propone jerarquía de los valores, con la que contrarrestar la igual especialización. Aunque ya se propone una idea biográfica de vida, la cultura es lo dominante y todavía no se ha dado el paso a la idea histórica. Así dice Ortega: “Pero siempre hay un sistema de ideas vivas que representa el nivel superior del tiempo, un sistema que es plenamente actual. Este sistema es la cultura”. IV, 342. Estas ideas son “caminos por la selva de la existencia”, y en este sentido ofrecen las interpretaciones básicas con las que encarar el tiempo. Sin embargo, como sucedía con el tono de Rebelión de las Masas, Ortega muestra sus tonos pesimistas, al hablar de una época de “terrible incultura”. Por eso la misión de la Universidad pasa por recuperar “la plena cultura del tiempo”. Sólo así, con una “nueva doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 bernar, y no el profeta. Pero importa mucho a los destinos humanos que el político oiga siempre lo que el profeta grita o insinúa. Todas las grandes épocas de la historia han nacido de la sutil colaboración entre esos dos tipos de hombres”. RM, OC, IV, 291. 30 RM, IV, ob. cit., p. 130. 31 RM, IV, ob. cit., p. 131. 32 RM, IV, ob. cit., p. 132. 33 RM, IV, ob. cit., p. 134. 34 RM, IV, ob. cit., p. 133. 35 RM, IV, ob. cit., p. 285. 36 RM, IV, ob. cit., p. 296. 37 RM, IV, ob. cit., p. 298. 38 RM, IV, 307: “Alberto Einstein usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre. El espíritu que le lleva a esta insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio universal del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que vaya el mundo a la deriva, falto de pouvoir spirituel”. 39 RM, IV, ob. cit., p. 300. 40 En relación con el argumento que hemos desarrollado en una nota anterior, Ortega expone esta contraposición entre la misión verdadera de la universidad y el poder de la prensa en las páginas finales de la Misión de la Universidad. “Hoy no existe en la vida pública más poder espiritual que la Prensa”. Desde luego, la Iglesia ha abandonado el presente porque ha abandonado la prensa. El comentario es sabroso. No sólo por la capacidad mostrada por la Iglesia a la hora de vincularse a la Prensa, sino por la síntesis de universidad y de prensa que al parecer ha sido el resultado del proceso intelectual español. Ahora bien, para Ortega, como para Weber, en la jerarquía de las realidades espirituales el periodismo ocupa el rango inferior. IV, 352. Pues los periodistas no son sino pseudointelectuales chafados llenos de resentimiento y de odio hacia el verdadero espíritu. 41 RM, IV, ob. cit., p. 300. 42 RM, IV, ob. cit., p. 300. 43 RM, IV, ob. cit., p. 284. 44 El análisis de la función de la prensa por parte de Ortega es elemental pero efectivo: la prensa aumenta el desconocimiento entre los países. Hay una extrema proximidad dinámica y una opinión incongruente: esto significa que el desconocimiento tiene efectos políticos. Esto permitía a las opiniones públicas de un país actuar en otro, pero desde el desconocimiento, sin “la verdad de lo vivido”. RM, IV, ob. cit., pp. 303-304. 45 RM, IV, ob. cit., p. 299. 46 Misión de la Universidad, OC, IV, 352. 47 En todo caso, el diagnóstico de Ortega ha fracasado. La Universidad ahora está al servicio bochornoso de la prensa y es ésta la que define los prestigios, la excelencia y la funcionalidad de los estudios. 48 RM, IV, ob. cit., p. 295. 49 RM, IV, ob. cit., p. 298. 50 RM, IV, ob. cit., p. 309. 51 RM, IV, ob. cit., p. 300. 52 El concepto aparece en RM, IV, ob. cit., p. 304. 53 RM, IV, ob. cit., pp. 104-305. 54 RM, IV, ob. cit., p. 306. 55 Desde luego, Ortega llamaba la atención acerca de cómo en Inglaterra se abortaba el frente popular que se defendía en España. “Esa incongruente conducta, esa duplicidad de la opinión laborista, sólo irritación puede inspirar fuera de Inglaterra”. RM, IV, ob. cit., p. 307. Desde luego, jamás se para a pensar en el problema importante: el enemigo del laborismo inglés era Hitler y el frente popular español podía pararlo. Esto no quiere decir que el laborismo inglés se ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 José Luis Villacañas Berlanga integración del saber”, puede esperar Europa una salvación. IV, 347. Esta oferta carismática, implica una idea de totalidad. Esta es la misión de la universidad: especializarse “en la construcción de una totalidad”. 20 RM, IV, ob. cit., p.121. 21 RM, IV, ob. cit., p. 128. Lo que da pie a sus reflexiones sobre el imperio romano, con su vulgarización del latín homogéneo, y sus pautas de vida completamente uniformes, que ocuparan sus días de inmediato regreso a España. 22 RM, IV, ob. cit., p. 123. 23 Sus llamadas contra el viejo liberalismo son muy claras: “No pretendo que el viejo liberalismo sea una idea plenamente razonable. ¡Cómo va a serlo si es viejo y si es ismo!” RM, IV, ob. cit., p. 122. Desde luego no podía ser individualista, que le parecía propio del siglo XVIII. RM, IV, ob. cit., p. 125. 24 RM, IV, ob. cit., p. 118, nota 1. 25 RM, IV, ob. cit., p. 117. 26 RM, IV, ob. cit., p. 116. 27 “El liberalismo individualista pertenece a la flora del siglo XVIII, inspira en parte la legislación de la Revolución Francesa, pero muere con ella”. RM, IV, ob. cit., p. 125. 28 La frase es fuerte y deseo repetirla: “Mas cuando se ha visto con claridad lo que en [...] el hecho colectivo [...] hay por un lado de benéfico, pero, por otro, de terrible, de pavoroso, sólo puede adherir uno a un liberalismo de estilo radicalmente nuevo, menos ingenuo y de más diestra beligerancia, un liberalismo que está germinando ya, próximo a florecer, en la línea misma del horizonte”. RM, IV, ob. cit., p. 127. 29 “Eludo precisar a qué gremio pertenecían los profetas. Baste decir que en la fauna humana representan la especie más opuesta al político. Siempre será este el que deba go- 753 Nº 750 HACIA LA DEFINICIÓN DE UN NUEVO LIBERALISMO. EL PENSAMIENTO TARDÍO DE ORTEGA Y GASSET 754 quisiese arrastrar a una tragedia. En este sentido, la responsabilidad del pueblo español era suya. Nadie se veía obligado a secundar su drama. Pero una vez éste desencadenado, era evidente hacia qué posición debía dirigirse la izquierda inglesa. En esto, Inglaterra se comportaba como una potencia bien informada. Ortega no quiere oír hablar de esto. 56 RM, IV, ob. cit., p. 306. 57 RM, IV, ob. cit., p. 305. 58 RM, IV, ob. cit., p. 305. 59 RM, IV, ob. cit., p. 309. 60 “Leyendo el ‘Adolfo’,libro de amor”, El espectador, OC, II, pp. 25-28. 61 “Para la cultura del amor”, El espectador, OC, II, pp. 140-145. 62 Una en “La interpretación bélica de la historia”, OC, II, p. 529. Luego en el prólogo de la Historia de la civilización europea, cf. la edición de Alianza Editorial, Madrid, 1966, pp. 7-10. 63 No es de desdeñar la idea de que Ortega pensara que sólo el principio monárquico liberal doctrinario, ejercido por un pretendiente como Don Juan fuera la solución para España. Tampoco es un azar que marche a Portugal pronto. 64 OC, XII, p. 293, para afirmar que en Europa sólo queda desnuda la fuerza de la facticidad, no la fuerza de la normatividad. “Hechos que son fuerza” y no “cosas que son derechos”. La misma referencia, en el fondo, es la que deja caer en “Cómo muere una creencia”, en el lejano 1954. OC, IX, 711. Luego está la aparición de V, 253 y ss. y las propias de la Rebelion de las masas. 65 Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, CEC, Madrid, 1984. 66 RM, OC, IV, 122 y siguientes. Sin duda cita entonces la frase de Historia de la civilización europea: “La coexistencia y el combate de principios diversos”. 67 RM, OC, IV, 124, nota 1. 68 Esto es lo que en el fondo ve de positivo en el libro de Spencer, El individuo contra el Estado. RM, OC, IV, p. 126. 69 RM, OC, IV, p. 125. 70 RM, OC, IV, p. 134. 71 RM, OC, IV, p. 126, nota 1. 72 RM, OC, IV, p. 122. 73 RM, OC, IV, p. 128. 74 “El fracaso de la razón física deja vía libre para la razón vital e histórica”, OC, VI, p. 23. 75 Historia como sistema, OC, VI, p. 50. 76 RM, OC, IV, p. 136. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 741-754 ISSN: 0210-1963 77 RM, OC, IV, p. 134: “Los problemas humanos [...] son problemas de máxima concreción, porque son históricos. Y el único método de pensamiento que proporciona alguna probabilidad de acierto en su manipulación es la ‘razón histórica’”. 78 RM, OC, IV, p. 137. 79 RM, OC, IV, p. 138. 80 OC, IV, pp. 357-378. 81 IV, 127 y 133 que se repite en IX, 696. Luego está el pasaje de V, 221. 82 El liberalismo doctrinario, ob. cit., 440 y ss. 83 IV, 127, V, 221, 248n, y IX, 250n, 266n. Y 327.331. 84 Toqueville y su tiempo, IX, 328. 85 IX, 330. 86 IX, 266. 87 IX, 266. 88 IX, p. 250. 89 IX, 250 nota. 90 Se tradujo, en De la democracia en América: con un examen de la democracia en los Estados-Unidos y en Suiza, por Alejandro de Tocqueville, seguido de un estudio sobre el carácter democrático de la sociedad española por E. Chao Publicación: Madrid: [s.n.], 1854 (Imprenta de D. Jose Trujillo). doi: 10.3989/arbor.2011.750n4009 VARIA VARIA ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 7 57-763 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 SOBRE EL INTELECTUAL EDUARDO GARCÍA DUARTE (1830-1905), ABUELO MATERNO DEL ESCRITOR FRANCISCO AYALA. UN DOCUMENTO HISTÓRICO ABOUT THE SCHOLAR EDUARDO GARCÍA DUARTE (1830-1905), THE MATERNAL GRANDFATHER OF THE WRITER FRANCISCO AYALA. A HISTORICAL DOCUMENT Amelina Correa Ramón Universidad de Granada ABSTRACT: This article offers new historical data on the maternal grandfather of Granada writer Francisco Ayala García-Duarte (1906-2009) obtained from the transcript and detailed commentary of a personal letter that has recently been discovered. Despite dying just a year prior to the birth of his grandson, Eduardo García Duarte (1830-1905) was an exemplary figure whose presence was felt throughout Ayala’s life. He represents a model of intellectual and personal coherence in the troubled last decades of nineteenth century Spain. Republican and influenced (or perhaps coincident) by the ideas of krausismo, Eduardo persevered as an industrious doctor and devoted teacher, and eventually attained the position of rectorof the University of Granada. RESUMEN: El artículo ofrece nuevos datos históricos sobre el abuelo materno del escritor granadino Francisco Ayala García-Duarte (1906-2009), basándose en la transcripción y comentario pormenorizado de un documento como es una carta familiar recién localizada. Eduardo García Duarte (1830-1905), quien a pesar de fallecer un año antes del nacimiento de su nieto fue una figura ejemplar muy presente durante toda su vida, parece ofrecerse como modelo de coherencia intelectual y personal en el conflictivo panorama histórico de las últimas décadas del siglo XIX en un país en crisis, republicano e influido (o quizás coincidente) por las ideas del krausismo, perseverante, laborioso, médico vocacional y docente entregado, que llegaría incluso a ser Rector de la Universidad de Granada. KEY WORDS: New historical data intellectual Eduardo Garcia Duarte maternal grandfather writer Francisco Ayala. PALABRAS CLAVE: Nuevos datos intelectual Eduardo García Duarte, abuelo materno escritor Francisco Ayala. En la iluminadora obra autobiográfica que Francisco Ayala (1906-2009) titulara Recuerdos y olvidos (1988) llama sin duda la atención, en la evocación de sus orígenes familiares y su niñez granadina (cf. Correa Ramón, 2010a), la impresionante figura de su abuelo materno Eduardo García Duarte, quien, paradójicamente, había de fallecer un año antes del nacimiento del futuro escritor. A pesar de eso, su imagen se dibuja poderosamente como un modelo que, en la distancia del tiempo, continuó influyendo positivamente en el escritor durante toda su vida. pleta posteriormente con las informaciones aprendidas en diversas fuentes, conformando un retrato muy positivo de su abuelo materno, Don Eduardo García Duarte, quien parece ofrecerse como ejemplo de coherencia intelectual y personal en el conflictivo panorama histórico de las últimas décadas del siglo XIX en un país en crisis, republicano e influido (o quizás coincidente) por las ideas del krausismo, perseverante, laborioso, médico vocacional y docente entregado, a la vez que afectuoso padre de familia (cf. Correa Ramón, 2010b). De los abundantes retratos que conservaría la familia, Francisco Ayala comentará que se observaba una “figura de gran prestancia, muy de acuerdo con la nobleza de su carácter” (Ayala, 1988, 39). Desde luego, el comienzo de dicha imagen no surge sino a través del filtro idealizador de los ojos de Luz GarcíaDuarte González, hija de Eduardo y progenitora de nuestro escritor. Así, Ayala manifiesta explícitamente: “Mi madre veneraba su figura, la evocaba con frecuencia, y se complacía en hablarme de él: era su hija menor y, de seguro, su predilecta” (Ayala, 1988, 40). Pero su contorno se com- Eduardo García Duarte había nacido en Madrid el día once de febrero de 1830, en la antigua calle del Almendro, en pleno corazón histórico de la ciudad. Sus padres fueron Manuel García Herrera y Vicenta Anastasia Duarte Cordero, Nº recién incorporado doctor, demostrando sobradamente un altruismo del que haría gala más de una vez a lo largo de su trayectoria. Se trató de una mortífera epidemia de cólera morbo que asoló toda la península, causando un elevado número de víctimas que se ha cifrado en más de doscientas treinta mil. Dicha enfermedad, procedente de Asia, donde constituye un mal endémico causado por la bacteria Vibrio cholerae, llegó a Europa en tres grandes oleadas a lo largo del siglo XIX ocasionando una mortandad que, quizás de manera exagerada, fue comparada en su momento con la de la gran epidemia medieval de peste negra. En España las tres epidemias se produjeron entre 1834-35, 1854-55 y 1884-85. El escritor granadino Melchor Almagro San Martín describirá elocuentemente en su libro autobiográfico Teatro del mundo el sobrecogedor ambiente que reinaba en las calles y plazas de las ciudades desiertas por el miedo y el dolor: 750 SOBRE EL INTELECTUAL EDUARDO GARCÍA DUARTE (1830-1905), ABUELO MATERNO DEL ESCRITOR FRANCISCO AYALA. UN DOCUMENTO HISTÓRICO Fueron días lúgubres los de aquella epidemia en Granada. Moría la gente como chinches, según frase consagrada. Se acababa uno de separar de alguna persona, cuando se tenían noticias de su repentino óbito. Por las calles, mudas de terror, pasaban lentamente los carros de los muertos, que iban tocando una campanilla para que el vecindario bajase a depositar sus cadáveres (Almagro San Martín, 2001, 43). madrileños ambos. El propio Francisco Ayala relata, nuevamente en Recuerdos y olvidos, que su juventud resultó difícil al quedar pronto huérfano de padre. A pesar de ello, logró cursar con muy buenas calificaciones los estudios universitarios de Medicina, que concluyó con su Doctorado obtenido a finales de 18531. Recurriendo tanto a una inteligencia que recogerán los testimonios de numerosos coetáneos, como a su probada capacidad de trabajo, García Duarte concurrirá a varias oposiciones en los meses siguientes, obteniendo el primer puesto en la convocada por la Universidad de Granada. De este modo, por Real Orden de 9 de junio de 1854 sería nombrado Profesor Clínico de la Facultad de Medicina de Granada, abandonando así la capital rumbo a la ciudad de provincias donde desarrollará una importante carrera científica y donde arraigará la familia García Duarte2. Durante el invierno del mismo año de la llegada a Granada de Eduardo García Duarte y hasta el otoño del siguiente año, 1855, aconteció un suceso que contribuiría a poner de relieve la valía tanto profesional como personal del 758 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 757-763 ISSN: 0210-1963 Durante tan catastrófica epidemia, la ciudad de Granada, a través de su Junta Municipal, decidirá establecer un hospital provisional para enfermos menesterosos, que se instalará en el antiguo convento de la Victoria. El edificio, que había pertenecido a la Orden de los Mínimos, fundada en el siglo XV por San Francisco de Paula, se encontraba situado en el barrio del Albayzin, y databa de en torno a mediados del XVI. Al parecer se utilizó como cuartel durante el período de la invasión francesa, siendo posteriormente desamortizado en 1835. Tras una azarosa historia, a partir del año 1848 quedaría abandonado casi en situación de ruina. En cualquier caso, esta gran edificación, rodeada de huertas y distribuida en torno a un hermoso patio renacentista con columnas de mármol, y cuyas naves estaban adornadas en sus techumbres por espléndidas armaduras mudéjares y renacentistas, fue la elegida para la instalación del hospital de enfermos afectados por el cólera. Para ello, se encomendó la tarea de organizar y poner en marcha dicha institución benéfico-sanitaria a Eduardo García Duarte, doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 que la desempeñó con auténtica vocación, entrega y notable eficacia. Afortunadamente, al término de su misión el profesor universitario escribió una detalladísima memoria, que sirve hoy en día como preciso testimonio de cuanto aconteció aquellos días y de cuál fue su comportamiento ante tal situación de crisis. Haciendo gala de una admirable capacidad de organización, García Duarte pondrá en marcha, partiendo desde la nada y en un edificio que presentaba de entrada serias dificultades, un hospital que funcionará a la perfección y que salvará a un porcentaje elevado de sus enfermos durante los meses del verano de 1855, estación durante la cual, debido al calor, aumentaba el índice de contagios. La memoria comienza por la narración de la visita que el doctor, en compañía del Sr. Síndico Primero, Don José Ruiz de Almodóvar, cursa al edificio que se le ha sugerido, con el fin de evaluar las posibilidades reales que presenta. De este modo, concluye: “Encontré un edificio deteriorado y algo ruinoso en uno de sus ángulos, sobre todo en el segundo piso, pero que conserva en el principal, y separado de la parte ruinosa, un número de dependencias en muy buen estado, en las que convinimos desde luego que podían colocarse los enfermos, teniendo en cuenta las buenas condiciones de las mismas, y la ventajosa situación topográfica que goza el edificio” (García Duarte, 1855, 3-4). Con sorprendente rigor y minuciosidad, García Duarte va relatando todas las etapas y detalles del establecimiento del hospital: distribución de las salas, adquisición del material necesario, organización y funciones del personal, doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 Amelina Correa Ramón gastos derivados de todo el proceso, etc. A continuación, pasa a una segunda parte de su escrito, donde hace gala de un profundo interés por el continuo aprendizaje que lo iba a caracterizar siempre, a la vez que pone de manifiesto de manera evidente su certeza de que la medicina se aprende mediante la práctica y la experimentación. De este modo, reflejará el contenido de sus abundantes notas tomadas durante ese período, en las que constan reflexiones y observaciones generales acerca de la enfermedad, estado y procedencia de los pacientes recogidos, clases de sintomatología que éstos presentan, tipos de tratamiento aplicados (medicación, dieta, etc.), y resultados finales obtenidos. Concluye por último García Duarte alertando acerca de la necesidad de prevenir el contagio, evitando en la medida de lo posible lo que sin duda considera factores de riesgo: Si no hay una sustancia o un medicamento, que obrando sobre la organización impida que esta sea impresionada por la enfermedad, hay medios de alejar la exposición, y disminuir las probabilidades de ser atacado por ella. Estos medios son, y es menester no olvidarlo, la rígida observancia de las reglas higiénicas. Los abusos de todas clases, la miseria, las pasiones, todo, en fin, lo que modifica la vida de una manera anormal, imprime una predisposición para el padecimiento. Si este hecho no estuviera, puede decirse, en el sentido común, si no tuviera además una razón científica, lo encontraríamos probado en pequeña escala, en la observación de las condiciones a que estuvieron sujetos antes de ser invadidos todos los enfermos que se han albergado en el hospital (García Duarte, 1855, 19). Para completar su memoria, se incluye al final un minucioso apéndice que comprende las fichas personales de cada uno de los pacientes tratados, indicando, además de sus datos personales, el estado y la fecha en la que llegó al hospital, el tratamiento que se le aplicó, así como el resultado obtenido. Habiendo estudiado recientemente tanto la figura del modélico intelectual Eduardo García Duarte como la influencia que ejercerá andando el tiempo sobre su lúcido nieto escritor (cf. Correa Ramón, 2010 a y b), quisiera aprovechar este breve artículo para presentar un documento histórico que añade nueva luz, en concreto sobre este heroico episodio de su vida, además de aportar interesantes detalles de tipo biográfico, y que se transcribe íntegramente a finales ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 757-763 ISSN: 0210-1963 759 Nº 750 SOBRE EL INTELECTUAL EDUARDO GARCÍA DUARTE (1830-1905), ABUELO MATERNO DEL ESCRITOR FRANCISCO AYALA. UN DOCUMENTO HISTÓRICO de este artículo. Se trata de un texto epistolar que han conservado hasta la fecha sus descendientes, y que fue escrito precisamente en plena epidemia de cólera, cuando el abnegado doctor, con tan sólo veinticinco años de edad, desempeña justamente su meritoria tarea de ayuda a los enfermos más necesitados. La carta, fechada en la madrugada del día cinco de julio de 1855, está dirigida por Eduardo García Duarte a su madre, Vicenta Anastasia Duarte Cordero, y constituye un impresionante testimonio de la entereza de quien se considera en peligro de muerte, y escribe unas letras de despedida a las personas que más le importan en el mundo: “En los momentos supremos en que ignoro si dentro de un instante, rendiré mi homenaje al Dios eterno [...]”. En efecto, aunque la carta está dirigida inicialmente a su madre, con palabras de ardiente cariño filial, en ella, ante la certeza de los riesgos que corre, le declara a su progenitora la existencia de una persona que hasta esa fecha ésta desconocía. Sincerándose por fin con su madre en el amargo trance en que se encuentra, le revela que mantiene una relación amorosa seria y honesta con una mujer, e incluso, al final del folio manuscrito, incluye varios párrafos que tienen a su novia como destinataria, no sin antes advertirle a su madre “A continuación la voy [sic] a dedicar algunas líneas que no creas, no, que profanan la santidad y la pureza de lo que a ti te escribo”. Esta mujer, que se convertiría en breve en la esposa del entregado doctor, quien a pesar de sus temores de esa madrugada de estío sobreviviría a ésta y a otras epidemias en las que se entregó siempre con denuedo, se llamaba María Josefa Remigia González Pérez (“Pepa mía”, la llamará él en su carta), y había nacido igualmente en Madrid, el 1 de octubre de 1833. Eduardo García Duarte habla en su texto de los siete años de relaciones formales que llevan juntos (“Ten la satisfacción [...] de que han pasado siete años sin que nadie, absolutamente nadie, te haya usurpado el más pequeño sitio de mi corazón”), por lo que habría que suponer que ambos se conocieron muy jóvenes en su ciudad natal y que iniciaron su noviazgo cuando tenían respectivamente dieciocho y quince años. Sorprendentemente, habían logrado mantener en absoluto secreto dicha relación incluso para la familia más cercana durante tan largo tiempo. Se comprende así la nostalgia que Eduardo García Duarte permitía traslucir meses antes en el diario privado que 760 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 757-763 ISSN: 0210-1963 mantenía, cuando, recién llegado a la ciudad de Granada tras ganar la oposición, continuamente evoca la ausencia de su adorada Pepa. Así, por ejemplo, el apunte correspondiente al 26 de junio de 1854, en que relata una visita a la Alhambra, dice así: He visitado la Alhambra y es verdaderamente preciosa. En el Mirador de la Sultana, en el Salón del baño y en la sala de la justicia, escribí tu nombre, hermosa mía, en el mármol de sus columnas y de sus paredes, quise unir tu recuerdo con el suyo y hacer eterno como aquellos el culto de tu amor... ¡vanos esfuerzos de un corazón que mañana será sólo polvo! (Apud Santos Moreno, 2001, 208). La carta sirve además para confirmar lo que ya adelantaba Francisco Ayala en Recuerdos y olvidos, en el sentido de que la infancia y primera juventud de su abuelo no habían resultado en absoluto fáciles al fallecer prematuramente su padre. De hecho, impresiona lo reiteradamente que refiere a su madre la carencia de fortuna que ha caracterizado su vida hasta ese momento: “he sido tan poco feliz hasta ahora, que la idea de la muerte ni me asusta ni me asustará”. En efecto, García Duarte parece asumir la posibilidad más que probable de su muerte, porque “al aceptar el título de mi profesión sabía ya que ofrecía mi vida en holocausto de mis hermanos, y le acepté [sic] con abnegación y gustoso”. Sin embargo, hijo responsable y concienciado, no puede evitar manifestar una honda preocupación por la situación en que quedará su madre si él le falta y en lo penosa que resultará su ancianidad: Pobre madre: tu recuerdo es lo único que me entristece, pensar que tú, anciana, pobre y sin apoyo, quedas en el azaroso mar de la vida, sin mi brazo robusto que te defienda y ayude... ¡ah! Esta idea me parte el corazón. Sé morir sin temor; estoy viendo la muerte en todos lados, y sobre mi frente no se forma una arruga; pero lo que no me abandona es esa idea de fuego que atraviesa mi cerebro. Asimismo, le preocupa el hondo dolor que causará en su prometida, y el no poder cumplir la promesa de contraer matrimonio con ella: “Si mi destino es morir aquí, será un dolor de los últimos que me atormenten, el que no pueda darte el título de esposa”. Tan fúnebres presagios, sin embargo y como ya ha quedado adelantado, no sólo no se cumplirán, sino que Eduardo doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 En relación con este punto y para finalizar, se puede traer a colación el testimonio posterior de su nieto Francisco Ayala, quien referirá que, por fidelidad a sus ideas republicanas, su abuelo “declinó el ofrecimiento que el Gobierno le hiciera de un título nobiliario –el de marqués, si no me equivoco– en reconocimiento de su conducta abnegada durante la epidemia de cólera que asoló Andalucía” (Ayala, 1988, 39). Carta de D. Eduardo García Duarte: En Granada a la 1 y media de la noche del día 5 de Julio de 1855 Hay momentos solemnes en la vida, en los cuales el alma se concentra en sí misma y los pensamientos tienen que refluir sobre los objetos que son más caros y queridos. Hoy que bajo la influencia de una epidemia mortífera, veo diezmarse la población en que vivo, hoy que tal vez está mi vida amenazada quiero dejar trazados mis pensamientos, que por más que los redacto en plena salud, tengo seguridad de que serán los mismos cuando las sombras de la muerte empiezen [sic] a obscurecer mi inteligencia. Madre mía: he sido tan poco feliz hasta ahora, que la idea de la muerte ni me asusta ni me asustará. No la deseo, pero la recibiré sereno, sobre todo si la he adquirido dedicándome al socorro de mis semejantes, porque entonces la miraré como la última prueba a que he sido sometido para la expiación de faltas anteriores. Lleno de vida, lleno de salud, repito que no me entristece morir, al aceptar el título de mi profesión sabía ya que ofrecía mi vida en holocausto de mis hermanos, y le acepté [sic] con abnegación y gustoso; y a más de esto... ¡estoy ya tan cansado de luchar contra el destino, siempre adverso y fatal para mí! doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 Pobre madre: tu recuerdo es lo único que me entristece, pensar que tú, anciana, pobre y sin apoyo, quedas en el azaroso mar de la vida, sin mi brazo robusto que te defienda y ayude... ¡ah! Esta idea me parte el corazón. Sé morir sin temor; estoy viendo la muerte en todos lados, y sobre mi frente no se forma una arruga; pero lo que no me abandona es esa idea de fuego que atraviesa mi cerebro. La idea de que podrás verte en la indigencia, cuando tus afanes y tus cuidados te habían hecho digna de una vejez tranquila, como la que yo te preparaba, me horroriza y me hace elevar una ferviente súplica al Creador para que aparte de ti una prueba semejante. En los momentos supremos en que ignoro si dentro de un instante, rendiré mi homenaje al Dios eterno, de verdad, quiero decirte que hay una muger [sic] que alternará contigo en su quebranto, porque esta muger [sic] también por mí vivía. A continuación la voy [sic] a dedicar algunas líneas que no creas, no, que profanan la santidad y la pureza de lo que a ti te escribo. Haora [sic] que mi corazón se ha abierto a tu vista como un libro de caracteres indelebles, porque tienen el sello de la más absoluta verdad, me resta sólo decirte que durante mi vida no ha habido para ti ni un solo pensamiento que no fuera para santificarte y para ponerte tan alta como mereces. No tengo nada, absolutamente nada, de que arrepentirme en este punto. Tu hijo te saluda tal vez como la última. Amelina Correa Ramón García Duarte terminará de manera muy exitosa la labor que se le había encomendando. Cabría señalar, además, que la loable y filantrópica actitud por parte del joven Dr. García Duarte se llevó a cabo de manera completamente desinteresada, puesto que prestó sus servicios de modo gratuito. Por este impagable servicio, “desempeñado con abnegación, celo y desinterés mereció que la Junta Municipal le diese las gracias a la terminación de la epidemia, y acordase la impresión de la Memoria que acerca del mismo redactó”3. Un año después, sería condecorado por este motivo con la Cruz de Epidemias, otorgada por Real Orden de 21 de junio de 18564. Eduardo García Duarte Pepa mía: si lo que dejo escrito, llega un día en que tengas que leerlo sin mí, admite como tuyo todo lo que precede. Después de haberlo escrito ves que mi pulso no tiembla, estoy sereno y más tranquilo porque creo que he cumplido un deber. Lo que le digo a mi pobre madre y a ti dulce paloma, no lo hubiera escrito, si mi último suspiro fuerais vosotras las que lo recogierais, pero siendo personas estrañas [sic], podrían adulterar la pureza de mis pensamientos al transmitirlos. Ten la satisfacción hermosa mía, de que te amo como nadie te amará, de que han pasado siete años sin que nadie, absolutamente nadie, te haya usurpado el más pequeño sitio de mi corazón. Lo que te he dicho de palabra y por escrito acerca de nuestros amores, ha sido siempre la verdad. Si mi destino es morir aquí, será un dolor de los últimos que me atormenten, el ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 757-763 ISSN: 0210-1963 761 Nº 750 SOBRE EL INTELECTUAL EDUARDO GARCÍA DUARTE (1830-1905), ABUELO MATERNO DEL ESCRITOR FRANCISCO AYALA. UN DOCUMENTO HISTÓRICO que no pueda darte el título de esposa; el no haber podido consumar uno de los deseos que me han servido de estímulo, en mi azarosa y contrariada carrera. Eres mi esposa sin embargo, porque es imposible que a una esposa se la adore y se la considere más que yo contigo lo he hecho. NOTAS Recibido: 23 de mayo de 2011 Aceptado: 15 de junio de 2011 762 Mi pobre madre y tú, ángel de mis sueños, seréis los serafines cuyo recuerdo último, me llevarán cobijado en su manto a los pies del Supremo Hacedor. El último destello de mi inteligencia, será un suspiro de amor, puro, inmenso y como siempre lo ha sido para ti, el de tu amante Eduardo García Duarte5 1 Cf. Expediente personal de Eduardo García Duarte en el Archivo Universitario de Granada (Signatura: L-66753). 2 En torno a finales de la década de los años ochenta, Eduardo García Duarte iniciará las oportunas gestiones conducentes a que sus dos apellidos sean considerados legalmente como uno solo, enlazados mediante un guión, con el objeto de que su memoria pudiera perpetuarse en sus descendientes. Así será conseguido, efectivamente, y hecho oficial por una Real Orden de 12 de enero de 1889. A partir de ese momento, los apellidos de sus hijos serán consignados como “García-Duarte González”. De ello se da parte incluso a las instancias religiosas, puesto que en la inscripción del bautismo de Luz –la madre de Francisco Ayala– contenida en el Libro de Bautismos 33-b de la Parroquia de los Santos Justo y Pastor (Granada) se encuentra una nota marginal escrita bajo la inscripción del nombre de la bautizada, que manifiesta lo siguiente: “En virtud de Despacho del Ilmo. Sr. Provisor se convierte en uno solo por medio del guión los apellidos del padre y de acuerdo con una R. O. de 12 de enero de 1889. De esta nota no se librará certificado mientras no lo pida autoridad o parte legítima”. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 757-763 ISSN: 0210-1963 3 Expediente personal de Eduardo García Duarte en el Archivo Universitario de Granada (Signatura: L-667-53). 4 Ibidem. 5 Transcripción de la carta de Eduardo García Duarte gracias a la copia facilitada por D. Rafael GonzálezCarrascosa García-Duarte, bisnieto de Eduardo García Duarte, a quien desde aquí agradezco su amabilidad. En la transcripción se ha optado por normalizar y regularizar la acentuación y puntuación, respetándose, no obstante, las faltas de ortografía presentes en el texto, que se han indicado mediante el preceptivo [sic]. BIBLIOGRAFÍA Almagro San Martín, Melchor (2001): Teatro del mundo. Recuerdos de mi vida, ed. de Amelina Correa Ramón, Granada, Diputación de Granada. Ayala, Francisco (1988): Recuerdos y olvidos, Madrid, Alianza. Correa Ramón, Amelina (2010a): La familia de Francisco Ayala y su infancia, Granada, Fundación Francisco Ayala/ Universidad de Granada. Correa Ramón, Amelina (2010b): “Hacedme un duelo de labores y esperanzas”: el abuelo materno del escritor Francisco Ayala, o la coherencia de un intelectual de la segunda mitad del XIX”, Ínsula, 760, abril, 2-4. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4010 julio y agosto de 1855, Granada, Imprenta de D. Francisco Ventura y Sabatel. Santos Moreno, María Dolores (2001): “Granadinas olvidadas: María de la Luz García-Duarte González”, en Sánchez Trigueros, Antonio y Vázquez Medel, Manuel Ángel (eds.), Francisco Ayala, escritor universal, Sevilla, Alfar. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 757-763 ISSN: 0210-1963 Amelina Correa Ramón García Duarte, Eduardo (1855): Memoria acerca del Hospital de coléricos establecido en el ex-Convento de la Victoria, durante la epidemia del cólera en Granada en los meses de 763 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 765-781 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES IMPACTS OF THE REPROGENETICS IN BOTH THE DEMOGRAPHIC TENDENCIES AND THE FAMILY STRUCTURES Hilde Sánchez Morales UNED Grupo Estudio Tendencias Sociales ABSTRACT: This paper introduces the family and demographic impact of assisted reproduction and genetic engineering in humans (reprogenetics). We are situated in a complex issue due to the rapid pace at which progress is happening and the lights and shadows associated with its development. The questions we will try to analyze over the next few pages are: How far the family as a “primary group” based on the biological relationship among its specific features –socially regulated– human reproduction, breeding, location and education of children, will be structurally and sociologically modified due to the development of alternatives to the time of descent?, to what extent is affecting reprogenetics Demography as a scientific discipline, and how likely will grow by near future? RESUMEN: En este texto se presentan los impactos familiares y demográficos de la reproducción asistida y la ingeniería genética en humanos (Reprogenética). Nos sitúa en un tema complejo, debido al vertiginoso ritmo con el que se suceden los avances y las luces y sombras asociadas a su desenvolvimiento. Las cuestiones que trataremos de analizar a lo largo de las próximas páginas son las siguientes: ¿Hasta dónde la familia, como “grupo primario” fundamentado en la relación biológica que tiene entre sus funciones específicas –reguladas socialmente– la reproducción humana, la crianza, la ubicación y educación de los hijos, se verá estructural y sociológicamente modificada debido al desarrollo de formas alternativas a la hora de descendencia?, ¿en qué medida la Reprogenética está afectando a la Demografía, como disciplina científica, y cómo previsiblemente lo hará en un futuro cercano? KEY WORDS: Reprogenetics and Family; reprogenetics and Demography; social impacts of human genetics; social impacts of assisted reproduction. PALABRAS CLAVE: Reprogenética y familia; Reprogenética y Demografía; impactos sociales genética humana; impactos sociales reproducción asistida. Introducción No en vano los problemas de infertilidad-esterilidad han aumentado en las últimas décadas, constatándose, tanto por parte de la comunidad especializada en reproducción, como por la opinión pública española3 (Fundación Sistema, 2000) y expertos en familia (Sánchez Morales, 2001: 66), que tenderán a incrementarse en los próximos años (GETS, 1997; GETS, 2002, y GETS, 2005). Las razones apuntan, fundamentalmente, hacia condicionantes sociales, asociadas a los efectos de los nuevos estilos de vida, y al aumento de la edad media en la que las mujeres tienen sus hijos (INE, varios años)4. Prueba de ello es que, según datos de la Sociedad Española de Fertilidad, aproximadamente el 80% de las pacientes que siguieron un tratamiento de Fecundación asistida [Fecundación in vitro (FIV) y/o Inyección Intracitoplásmica de Espermatozoides (ICSI o FIV+ICSI)] en el año 2008 tenían una edad inferior a los 40 años (SEF, 2010). Las técnicas de reproducción humana asistida nos sitúan ante procedimientos como la inseminación artificial, la fecundación in vitro, la transferencia intratúbica de gametos, la transferencia intratúbica de zigotos, la inyección intracitoplásmica de espermatozoides, sus derivaciones y, eventualmente, a medio plazo, la clonación en sus diversas variantes, la “fecundación sintética”, los cultivos de células madre embrionarias, la selección celular inmunomagnática (MACS), etc. Dichas técnicas están siendo aplicadas desde hace varias décadas en los países más desarrollados1 y se encuentran estrechamente relacionadas con los problemas de esterilidad2, evidenciándose desde hace años sus impactos sobre la demográfica y la familia (vid. Cuadro 1). Cuadro 1: IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA SOBRE LA DEMOGRAFÍA Y LA FAMILIA Nº 750 Impactos sobre la demografía Impactos sobre la familia IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES – Sobre la tasa de fertilidad. Alteran la especificidad de la familia tradicional como “comunidad de sangre”. – Sobre la tasa de natalidad. – Implicación en la familia de actores anónimos (donantes). – Sobre la tasa de mortalidad. – Personas en estado de vida latente (congelación de embriones). – Sobre la esperanza media de vida en los países desarrollados. – Impactos sobre la concepción tradicional de maternidad, paternidad, las estructuras del parentesco y de la propia familia tradicional. – Sobre la pirámide de población y su distribución por sexos. – Confusionismo derivado de la aparición de nuevas figuras de madres y padres (biológica, legal, social). – Nuevos modelos de filiación familiar. – Familias técnicamente “clonadas”. – Incorporación de criterios de calidad biológica. – Consolidación del consejo genético familiar. – Estigmatización familiar en función de criterios genéticos. – Eugenesia. – Problemas jurídicos derivados de diagnósticos genéticos erróneos. – Problemas patrimoniales. Fuente: Elaboración propia. Los impactos de la ingeniería genética sobre la familia y la demografía, que aquí vamos a analizar, los centramos fundamentalmente en los efectos derivados de la utilización de los diagnósticos genéticos (diagnósticos preimplacionales/fetales y parentales). Dichos diagnósticos pueden utilizarse en contextos clínicos y no clínicos. En contextos clínicos se dan dos modalidades: diagnósticos prenatales (en embriones o fetos) y diagnósticos parentales (individuos o parejas adultas); y dos variantes, en función de si se intenta diagnosticar una enfermedad hereditaria o una predisposición o susceptibilidad a desarrollar alguna enfermedad. En contextos no clínicos, son utilizados, por ejemplo, en el ámbito laboral, por parte de aseguradoras, compañías médicas y entidades bancarias. La finalidad es este caso es “disminuir” los componentes de riesgo o incertidumbre a la hora de hacer un seguro, conceder un crédito o proporcionar un trabajo. Los diagnósticos prenatales se realizan protocolariamente en los procesos de fecundación in vitro (diagnósticos preimplantacionales), habiéndose consolidado como una técnica de “control de calidad en los nacidos” en los procedimientos de reproducción asistida. Se analiza el 766 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 cariotipo del embrión, informándose a la pareja sobre su viabilidad y “salud genotípica/fenotípica”. La pareja/ mujer decide si desea le sea implantado o, dentro de las posibilidades que ofrece la Ley 14/2006, almacenarlos para futuras transferencias o donarlos a otras parejas. Los diagnósticos prenatales se realizan también en fetos. La Sanidad Pública española los recomienda a las mujeres a partir de los 35 años, siendo la técnica más habitual la amniocentesis. De hecho, desde que en el año 1996 se realizó el Primer estudio Delphi sobre Biogenética en los sucesivos estudios posteriores, así como en el Estudio Delphi sobre Tendencias familiares en España (Sánchez Morales, 2001) del GETS del año 2000, los expertos han ido formulando las previsiones de que en los países tecnológicamente más avanzados se produciría una reducción de las muertes fetales y de los nacimientos de bebés prematuros por sistemas de control de información del fetos. Igualmente se estimó que hacia el 2010 nacerían menos niños con enfermedades genéticas, habiendo contribuido, desde nuestra perspectiva, la difusión de estas pruebas diagnósticas. Las tendencias de los últimos años han confirmado estas hipótesis5. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 Otro tipo de diagnóstico parental es el que se proporciona a mujeres/parejas de “riesgo” que desean asesorarse a la hora de tener descendencia y conforme al resultado deciden tener o no tener hijos6. Si hay una disciplina científica donde los avances en Reprogenética han repercutido es sobre la Demografía y si hay un grupo que se ha visto concernido más directamente es la familia. De hecho han sido afectados indicadores como la tasa de fertilidad, la tasa de natalidad, la tasa de mortalidad y la esperanza media de vida. Por lo que resulta necesario adecuarlos a las nuevas realidades y avanzar en la conceptualización de la Demografía como área de conocimiento. Por otro lado, la Reprogenética altera la especificidad tradicional de la familia de constituir una “comunidad de sangre”, pues los límites biológicos del grupo familiar se pueden traspasar, dándose entrada a otros participantes que nunca llegarán a ser miembros del núcleo familiar –y ni serán conocidos– pero que adquieren un protagonismo clave en todo el proceso7. De esta manera la familia, como forma societaria básica y neta, da paso a una forma societaria donde se regula que algunos de los participantes en la reproducción han de quedar –o pueden quedar– en el anonimato, desaparecen y de ellos no se conoce –salvo en casos estrictamente doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 necesarios– su identidad, pues su intervención se limita a la finalidad de ayudar en el proceso reproductivo, pero no juega un papel en relación con el niño fruto de la donación. Sin embargo, pese al anonimato, su presencia “planea” sobre el grupo familiar, pues se entabla una relación que ya no se puede abandonar, recogiendo algunas normativas la posibilidad de facilitar la información en coyunturas excepcionales (cuando, por ejemplo, medie la posible curación de una enfermedad genética)8. Además, con la reproducción asistida conceptos sociales cercanos e íntimos para los seres humanos como la maternidad, la paternidad, las estructuras del parentesco y la propia concepción tradicional de la familia se han trastocado. 1. Reprogenética y Hilde Sánchez Morales En lo que a los diagnósticos parentales se refiere destacar la situación en la que quedaría una persona a la que se determina que va a padecer una predisposición o una probabilidad muy elevada de sufrir una enfermedad para la que no existen alternativas terapéuticas (diagnóstico parental). También su familia quedaría afectada al compartir el mismo acervo genético, haciendo su aparición un tipo de familia “sana-enferma”, con los efectos discriminatorios que ello tendría. Asimismo, deben valorarse las implicaciones derivadas si esta información, de carácter confidencial que afecta únicamente a los actores involucrados, se deslizara hacia contextos no clínicos. Cabría introducir un elemento de estigmatización social, que llevaría a las personas desfavorablemente diagnosticadas y a sus familias a situaciones de vulnerabilidad a la hora, por ejemplo, de acceder a un puesto de trabajo, de contratar una póliza médica o de seguros, sin minusvalorar los efectos psicológicos causados en los así diagnosticados. Demografía La Reprogenética ha comprometido a la Demografía, en concreto a la Demografía dinámica9 y a algunos de sus principales indicadores. Ya se planteó hace algunos años que las técnicas de reproducción asistida podrían ser una solución viable para mitigar los efectos del envejecimiento de la población europea10, teniendo en cuenta que sería factible planificar técnicamente la natalidad. 1.1. La tasa de fertilidad La noción de la tasa de fertilidad definida como –el número de hijos que las mujeres pueden tener en términos biológicos– se ha visto concernida, puesto que ya no existen límites para que mujeres menopáusicas y/o mayores gesten y alumbren hijos11. Ateniéndonos a los datos relativos a las proyecciones demográficas sobre las tasas de fertilidad en los países desarrollados para los próximos años12, no puede inferirse –de momento– que las técnicas de reproducción asistida vayan a tener una incidencia cuantitativa sobre el número de nacimientos pero, en algunos casos concretos, el concepto de fertilidad en su formulación clásica está comprometido, puesto que ya no hay limitaciones para que mujeres mayores o menopáusicas tengan descendencia. Especial repercusión pública tuvo, por ser uno de los primeros casos conocidos, el nacimiento en el año 1994, en ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 767 Nº 750 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES Italia, de un niño de una mujer de sesenta y tres años, o el de una mujer hindú que con 65 años trajo al mundo en 2003 a un bebé gracias a la reproducción asistida. En España alcanzó una especial repercusión mediática el caso de María del Carmen Bousada del Lara de 67 años, que en 2006 dio a luz a gemelos en un hospital barcelonés, tras someterse a un tratamiento de fertilidad en la clínica Pacific Fertility Center de Los Ángeles. En 2009 se hizo público su fallecimiento por cáncer, reabriéndose el debate médico, ético, moral y social sobre la maternidad a edad avanzada. Las clínicas de reproducción asistida admiten a mujeres hasta una edad en torno a los cincuenta años, coincidiendo con el período fértil femenino. Hay reservas médicas a que mujeres que han sobrepasado esta edad sean madres, debido a los riesgos para el embrión/bebé en formación (posible hipotrofia del feto, diabetes tipo I, etc.), o a los problemas médicos derivados del embarazo para la madre (fundamentalmente, alta presión arterial). También deben consignarse los inconvenientes psicológicos que puedan surgir entre las partes implicadas, como consecuencia de la excesiva diferencia generacional o la posibilidad, hecha realidad en el caso de M.ª de Carmen Bousada, de dejar pronto huérfanos a los pequeños. La Iglesia Católica ha mostrado su disconformidad con la utilización de estas técnicas en estos casos, pues estima que es contraria a la dignidad humana, porque la persona (nasciturus) debe ser siempre un sujeto y fin en sí mismo. 1.2. La tasa de fecundidad Otro concepto tan relevante como es el de la fecundidad –que es el número de hijos nacidos vivos que tiene por término medio una mujer– se está viendo también involucrado, en la medida que los diagnósticos preimplantatorios13 y los diagnósticos prenatales14, recomendados en nuestro país a las mujeres a partir de los treinta y cinco años, introducen una dimensión de “control de calidad”, que no debemos menospreciar. Por otro lado, el diagnóstico genético preimplantacional ha abierto nuevas vías en la prevención de determinadas enfermedades genéticas. En algunos casos, con el control y la autorización administrativa pertinente, están siendo 768 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 utilizados para intentar salvar la vida de familiares enfermos15. En octubre de 2008 –con una extraordinaria repercusión pública– nació el hasta ahora único niño concebido en España tras un diagnóstico preimplantacional. Se buscaba la histocompatibilidad con su hermano enfermo (DGP+HLA). Desde el año 2006 hasta la actualidad la Comisión Nacional de Reproducción Asistida16, ha dado informes positivos a más de una docena de peticiones de DGP+HLA (fundamentalmente de pacientes afectados de enfermedades como la betatalasemía mayor, la anemia de fanconi, etc.), en función del debido respeto a los criterios éticos y científicos marcados por la ley. Especialmente, el DGP+HLA, según el Apartado 2 del Artículo 12 de la Ley 14/2006, requiere la autorización expresa, “caso a caso”, teniendo en cuenta “las características clínicas, terapéuticas y sociales de cada uno de ellos“. En consecuencia, en países como España es factible que nazcan más niños vivos y sanos por año, ya que es posible seleccionar los preembriones17 en fases muy incipientes de desarrollo y, en su caso, recurrir al aborto terapéutico cuando el feto está afectado por alguna enfermedad genética o cromosopatía de gravedad. Todo lo anterior, junto a los avances médicos en general, está afectando a las tasas de mortalidad infantil, con una reducción significativa de las mismas en los países más avanzados. Asimismo, es notable la disminución del nacimiento de personas con graves discapacidades de origen genético, como consecuencia entre otros factores de los avances en materia preventiva18. Uno de los temas más controvertidos en genética clínica es la posibilidad de seleccionar el sexo en la descendencia. Su práctica generalizada podría mudar la estructura del grupo familiar y los actuales equilibrios demográficos, de acuerdo a las preferencias de los progenitores o de grupos par­ ticulares que estarían en disposición, por ejemplo, de elegir tener hijos varones de manera descompensada19. Por estas razones, existe un consenso internacional (al menos entre los países más desarrollados) para que este procedimiento sólo sea utilizado bajo estrictas razones terapéuticas. En ese sentido se manifiesta la Ley Española de Reproducción Asistida, en donde se tipifica como infracción muy grave “la selección del sexo o la manipulación genética doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 con fines no terapéuticos o terapéuticos no autorizados” (artículo 26.C.10.ª). De forma que, si a los diagnósticos preimplantacionales y prenatales añadimos las posibilidades de desarrollo y potenciación a medio plazo de una medicina predictiva, el hombre del futuro ganará en calidad de vida y, llegado el caso, la esperanza media de vida podría alcanzar cotas actualmente impensables (consecuencia de la reprogramación de la muerte celular). Lo cual se acabaría traduciendo no sólo en un aumento estático de la población mundial, sino también en nuevos patrones de distribución y en un progresivo envejecimiento de las pirámides de población. En definitiva, la expansión del uso de la Reprogenética podría acabar modificando las pirámides de la población mundial, conduciendo a un incremento sustancial de las cohortes de personas de mayor edad; produciendo un desequilibrio entre varones y mujeres y contribuyendo a la disminución del número de personas afectadas por patologías de origen genético. Todo lo cual plantea cuestiones relacionadas con la necesidad de redefinir conceptos demográficos básicos, así como evaluar los efectos que se derivarían de la eventual planificación de los procesos demográficos en función de criterios e intereses particulares. Las tendencias previsibles trascienden, como vemos, el plano meramente demográfico y nos sitúan ante interrogantes como: ¿qué riesgos demográficos introducen?, ¿dónde establecer los límites entre lo patológico y lo sano?, ¿se están introduciendo criterios de “control de calidad” en los seres humanos cuando, por ejemplo, se recurre a los doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 2. Reprogenética y familia En un primer nivel de análisis hay que indicar que las técnicas de reproducción asistida alteran la especificidad tradicional de la familia de constituir una “comunidad de sangre”. Como ya hemos subrayado, en nuestros días, los límites biológicos del grupo familiar se pueden traspasar. Basta para ello con que se utilice material genético de donantes, con lo que se da entrada a otros participantes anónimos que no llegarán a ser miembros del núcleo familiar, pero tienen un gran protagonismo en estos nuevos procesos reproductivos22. Hilde Sánchez Morales El progresivo y cada vez más completo conocimiento de nuestras bases genéticas y el perfeccionamiento de los diagnósticos y terapias consecuentes también incidirán en la esperanza media de vida. La utilización de células madre, especialmente de células troncales embrionarias (potencialmente con capacidad para generar cualquier tipo de tejido), ha abierto nuevas expectativas en la curación –o mejora– de patologías hoy en día incurables (Parkinson, ­Alzheimer, diabetes, osteoporosis, paraplejias, insuficiencias cardiacas, etc.). Por otro lado, la clonación no reproductiva20 ofrece también posibilidades curativas, resultando una técnica que ha suscitado un gran debate ético. diagnósticos preimplantacionales y prenatales?, ¿hacia qué sociedades nos pueden conducir estas técnicas21?, etc. La vinculación biológica, que ha tenido tanto peso en nuestra cultura, y ha sido uno de los rasgos definitorios del grupo familiar, con estas técnicas ve reducido su papel en favor de la vinculación socio-cultural, de los lazos de afecto y de los intereses comunes derivados de la relación psicológica que se deriva del hábito de vivir juntos. Tönnies vio con claridad este papel cuando subrayó que “... la casa constituye la sede y el cuerpo del parentesco... La voluntad y el espíritu de parentesco no quedan confinadas a los muros de la casa, ni ceñidos a la proximidad física, les repugna la separación, ya que la sola proximidad satisface plenamente el deseo afectivo” (Tönnies, 1979: 39-40). También Durkheim, haciendo alusión a los clanes, sostuvo que sus integrantes forman entre sí una familia, a pesar de que “... para formar parte de ella no es necesario tener con los otros miembros del clan relaciones de consanguineidad” (Durkheim, 1973: 153). Planteamientos que contrastan con la concepción de George Simmel cuando sostiene que “... en la moderna vida de familia, aflojada en su lazos, atomizada...., lo único que todavía caracteriza a la familia es la comunidad fisiológica y la herencia biológica estrechamente unida a ésta...” (Simmel, 1977: 529). Este tema adquiere un nivel de complejidad mayor en el caso de los preembriones crioconservados, tratándose de una de las posibilidades que mayor controversia ha tenido a lo largo de estas décadas de praxis de la reproducción asistida. Según el artículo 11.3 de la Ley 35/1988 soARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 769 Nº 750 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES bre Técnicas de Reproducción Asistida, “los preembriones sobrantes de una FIV, por no transferidos al útero, se crioconservarán en los Bancos autorizados, por un máximo de cinco años”. Casi dos décadas después en España se resuelve esta problemática, al contemplarse en la Ley 14/2006 diversas posibilidades para estos preembriones: bien utilizarlos por la propia mujer o su cónyuge, donarlos con fines reproductivos, donarlos con fines de investigación o el cese de su conservación sin otra utilización, siempre y cuando se haya finalizado el plazo máximo de conservación establecido en la Ley sin que se haya optado por alguna de las opciones previas. Resulta reseñable que por Ley son los responsables médicos, con el dictamen favorable de especialistas independientes y ajenos al Centro correspondiente, los que deciden cuando dar por finalizada su crioconservación. Debe tenerse en cuenta que estas técnicas conllevan que conceptos sociales primarios cercanos e íntimos para los seres humanos como son la maternidad, la paternidad, las estructuras del parentesco y la propia concepción de familia se están modificando. Así las cosas, aparecen nuevas figuras de madres/padres, que alcanzan ese estatus a partir de una intermediación científico-tecnológica, que busca, por encima de todo, el resultado. Un resultado que debe materializarse con la llegada al mundo de un nuevo individuo, del que por ley, el equipo médico deberá procurar garantizar la mayor similitud fenotípica e inmunológica con la mujer receptora23. Hasta la extensión de los métodos anticonceptivos y la aparición de estas técnicas, los hijos eran recibidos como “un don de Dios” y en las familias venían al mundo “cuantos hijos Dios quería”. En la actualidad, al menos en los países más desarrollados, los hijos son el resultado voluntario del deseo de maternidad y paternidad de parejas e individuos concretos. 2.1. Principales efectos de las técnicas de reproducción asistida sobre la familia Para entender adecuadamente algunos de los principales efectos de las modernas técnicas reproductivas sobre la familia, resulta pertinente considerar la variada casuística sociológica que ha ido apareciendo desde que en 1978 nació la primera niña probeta del mundo, Louise July Brown. 770 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 2.1.1. La inseminación artificial, la fecundación asistida y técnicas afines en parejas heterosexuales con y sin utilización de donantes El caso que presenta menos complejidad, al tiempo que menor conflictividad desde el punto de vista social, ético, jurídico y personal es el de la inseminación artificial, fecundación “in vitro” y técnicas afines, empleadas en el ámbito de parejas heterosexuales casadas/parejas de hecho, que utilizan su propio material genético24. El grupo familiar es la “unidad reproductora”, los derechos y deberes de sus miembros están garantizados por ley de la misma manera que en una fecundación “in vivo” y al hijo/a no le falta el referente materno y paterno. El esquema familiar se ajusta al de una familia tradicional: madre biológica-legal-social (esposa, misma persona); padre biológico-legal-social (esposo, misma persona); se da una interconexión entre los miembros, con parientes maternos y paternos y el nacido, considerado hijo natural, disfruta de todos los derechos/ deberes derivados de su condición. En situación similar estarían las parejas de hecho legalizadas que acudieran a estas técnicas para tener descendencia, con un esquema familiar idéntico (vid. Cuadro 2). En los dos casos anteriores la situación adquiriría mayor complejidad si se precisara la intervención de donantes externos al núcleo familiar, resultando modificado el esquema familiar, en comparación con el anterior, así tendríamos a: la madre biológica (donante, persona diferente)-legal-social (esposa, misma persona); el padre biológico (donante, diferente persona)-legal-social (misma persona). Se da una interconexión entre los miembros familiares derivada de la filiación legal, con parientes maternos (en ningún caso, de acuerdo a la ley, con los de la donante de óvulos, que es la madre biológica) y paternos (en ningún caso, de acuerdo a la ley, con los del donante de semen, que es el padre biológico), y el nacido disfruta de todos los derechos/deberes derivados de su condición (vid. Cuadro 3). 2.1.2. La inseminación artificial, la fecundación asistida y técnicas afines en mujeres solas y parejas homosexuales femeninas Dos posibilidades que presentan un cierto nivel de dificultad desde el punto de vista social, ético, jurídico y personal se concretan en la posible utilización de estas técnicas por doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 Cuadro 2: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HETEROSEXUAL CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE EMPLEA SU PROPIO MATERIAL GENÉTICO – El grupo familiar es la “unidad reproductora”. – El esquema familiar se ajustaría al de una familia tradicional: – Madre biológica-legal-social (esposa/mujer de la pareja, misma persona) – Padre biológico-legal-social (esposo/varón de la pareja, misma persona) – Interconexión entre los miembros de la familia. – Con parientes maternos y paternos. – El nacido disfrutaría de todos los derechos/deberes derivados de su condición. Hilde Sánchez Morales – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. Fuente: Elaboración propia. Cuadro 3: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HETEROSEXUAL CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE EMPLEA MATERIAL GENÉTICO DE DONANTES – La unidad familiar no es la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. – El esquema familiar se ajustaría al de: – Madre biológica (donante de óvulos, persona diferente)-legal-social (esposa/mujer de la pareja, misma persona) – Padre biológico (donante de semen, persona diferente)-legal-social (esposo/varón de la pareja, misma persona) – Interconexión entre los miembros de la familia derivada de la filiación legal-social. – Con parientes de la madre y el padre legal-social. – El niño disfrutaría de derechos/deberes derivados de su condición Fuente: Elaboración propia. mujeres solas (viudas, solteras, etc.) o por parejas homosexuales de mujeres. En el primer caso, el esquema familiar resultante sería el de una madre biológica-jurídica-social (la misma persona), un padre biológico desconocido (donante), sin padre social, sin parentela paterna y sólo con parentela materna (vid. Cuadro 4). Cuadro 4: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HETEROSEXUAL CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE EMPLEA MATERIAL GENÉTICO DE DONANTES – La unidad familiar no es la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. – El esquema familiar se ajustaría al de: – Madre biológica (donante de óvulos, persona diferente)-legal-social (esposa/mujer de la pareja, misma persona) – Padre biológico (donante de semen, persona diferente)-legal-social (esposo/varón de la pareja, misma persona) – Interconexión entre los miembros de la familia derivada de la filiación legal-social. – Con parientes de la madre y el padre legal-social. – El niño disfrutaría de derechos/deberes derivados de su condición. Fuente: Elaboración propia. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 771 Nº 750 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES En el caso de su utilización por parejas homosexuales de mujeres (casadas y parejas de hecho), que utilicen su propio material genético, recurriendo a bancos de semen, el esquema familiar es: una madre biológica-legal-social (misma persona, la gestante25); un padre biológico-legal- social (no existiría, donante); se da una interconexión entre los miembros, con parientes de las dos figuras familiares (cónyuge a y cónyuge b) y el nacido disfruta de todos los derechos/deberes derivados de su condición26 (vid. Cuadro 5). Cuadro 5: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HOMOSEXUAL FEMENINA CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE EMPLEA SEMEN DE DONANTE – La unidad familiar no puede ser la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. – El esquema familiar se ajustaría al de: – Madre biológica-legal-social (cónyuge A/la gestante, misma persona). – Padre biológico (donante y anónimo)- legal-social (no existiría). – El cónyuge B asumiría las funciones asimiladas al padre legal-social. – Interconexión entre los miembros de la familia, derivada de la filiación legal-social. – Con parientes de las dos figuras familiares: madre (cónyuge A) y cónyuge B. – El niño disfrutaría de derechos/deberes derivados de su condición. Fuente: Elaboración propia. En el caso anterior cabe introducir otra variable adicional, que la pareja homosexual femenina casada o pareja de hecho, utilice semen y óvulos de donantes. El esquema familiar y la relación de parentesco se ajusta al de: una madre biológica (desconocida/donante)-legal (la que alumbra dentro de la pareja)-social (la pareja de mujeres); un padre biológico (desconocido y sería el donante de semen)-legal-social (no existiría); con parientes de las dos integrantes de la pareja femenina y sin parientes derivados de la figura masculina paterna. El nacido disfruta de todos los derechos/deberes derivados de su condición (vid. Cuadro 6). Cuadro 6: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HOMOSEXUAL FEMENINA CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE EMPLEA SEMEN Y ÓVULOS DE DONANTE – La unidad familiar no puede ser la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. – El esquema familiar se ajustaría al de: – Madre biológica (donante de óvulos). – Madre legal-social (cónyuge A/la gestante, misma persona). – Padre biológico (donante y anónimo)-legal-social (no existiría). – El cónyuge B asumiría las funciones asimiladas al padre legal-social. – Interconexión entre los miembros de la familia, derivada de la filiación legal-social. – Con parientes de las dos figuras familiares: madre (cónyuge A) y cónyuge B. – El niño disfrutaría de derechos/deberes derivados de su condición. Fuente: Elaboración propia. 772 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 tanto, no podía ser autorizado por ley. De haberse permitido o en aquellos países donde no haya impedimentos legales el esquema familiar y la relación de parentesco se ajusta al de: una madre biológica (la que proporciona el óvulo), una madre legal (la que alumbra dentro de la pareja), dos madres sociales (ambas mujeres); un padre biológico (desconocido y es el donante de semen), un padre legal (no existe), un padre social (no existe); con parientes de las dos integrantes de la pareja de mujeres y sin parientes derivados de la figura masculina paterna. El nacido disfruta de todos los derechos/ deberes derivados de su condición (vid. Cuadro 7). Hilde Sánchez Morales Un caso que saltó hace varios años a la opinión pública española fue el de una pareja de lesbianas que solicitó autorización para una fecundación asistida, utilizando los óvulos de una de las integrantes de la pareja acudiendo a semen de donante, con la particularidad que solicitaban que los óvulos fecundados no fueran transferidos a la madre biológica, sino a la otra mujer. De esa forma, querían asegurar que ambas participarían en el proceso reproductivo. La Comisión Nacional de Reproducción Asistida emitió informe negativo, por entender que era un caso asimilado a la maternidad subrogada, que la donación siempre es anónima y, por Cuadro 7: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HOMOSEXUAL FEMENINA CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE UTILIZA SEMEN DE DONANTE, ÓVULOS DE UNA DE ELLAS Y EL EMBRIÓN SE TRANSFIERE A LA OTRA – La unidad familiar no puede ser la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. – El esquema familiar se ajustaría al de: – Madre biológica (cónyuge A). – Madre legal-social (cónyuge B/la gestante, misma persona). – Padre biológico (donante y anónimo)-legal-social (no existiría). – El cónyuge A asumiría las funciones asimiladas al padre legal-social tradicional. – Interconexión entre los miembros de la familia, derivada de la filiación legal-social. – Con parientes de las dos figuras familiares: madre biológica (cónyuge A) y cónyuge B. – El niño disfrutaría de derechos/deberes derivados de su condición. Fuente: Elaboración propia. 2.1.3. La fecundación asistida y técnicas afines en transexuales casados Otro caso que despertó gran interés en la opinión pública internacional el año 2009 fue el caso de Thomas Beata, un transexual de 34 años, nacido mujer, que transformó su aspecto físico e identidad jurídica en un varón, pero decidió mantener sus órganos genitales y reproductivos femeninos. En el año 2008 dio a luz a su hija Susana, concebida a través de un procedimiento de inseminación artificial. Además, el (la) joven estaba casado/a con una mujer imposibilitada para tener descendencia. El esquema familiar y la relación de parentesco se ajustó al de: una madre biológica (transexual)-legal (la que alumbra dentro de la pareja, transexual)-social (la mujer transexual y su esposa); un padre biológico (desconocido y es el donante de semen)legal-social (no existe); con parientes de las dos integrantes doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 de la pareja y sin parientes derivados de la figura masculina paterna. La nacida disfruta de todos los derechos/deberes derivados de su condición (vid. Cuadro 8). 2.1.4. La maternidad subrogada Un tema destacable, desde el punto de vista sociológico, es el de la gestación por sustitución. Se trata de una de las derivaciones que mayores controversias suscita. En ella la madre de “alquiler” presta su vientre a un matrimonio/pareja legal heterosexual/homosexual o a una mujer u hombre solo, y sus servicios culminan con el nacimiento de un bebé. El caso más sencillo es el de una pareja heterosexual casada o legalizada que desea tener descendencia. A la participación dentro de la unidad familiar de un individuo ajeno al grupo familiar (la madre de alquiler) se puede ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 773 Cuadro 8: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA CASADA INTEGRADA POR UN TRANSEXUAL Y UNA MUJER Nº 750 – La unidad familiar no puede ser la “unidad reproductora”. IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados por ley. – El esquema familiar se ajustaría al de: – Madre biológica (el transexual). – Madre legal-social (el transexual, la/el gestante, misma persona). – Padre biológico (donante y anónimo)-legal-social (no existiría). – La mujer asumiría además las funciones asimiladas al padre legal-social tradicional. – Interconexión entre los miembros de la familia, derivada de la filiación legal-social. – Con parientes de las dos figuras familiares: transexual y mujer. – El niño disfrutaría de derechos/deberes derivados de su condición. Fuente: Elaboración propia. añadir la intervención de otros individuos, complejizándose considerablemente el entramado de parentesco. El cruce de grupos adquiere una gran significación, pudiendo aparecer tres padres: el padre biológico (el que aporta el semen, bien del varón que contrata junto a su mujer los servicios de la madre subrogada, bien del marido/pareja legal de la madre subrogada o de un donante anónimo), el padre legal (el marido/pareja legal de la mujer que subroga su útero) y el padre social (el marido/pareja legal de la pareja que, junto con su mujer/pareja legal, contrata los servicios de la madre subrogada). Pero además podrían convivir tres madres, en sus diversas variantes, la madre biológica (de la que fuera el material genético, bien la madre subrogada, una donante anónima o la mujer/pa- reja legal que contrata junto a su marido/pareja legal los servicios de esta mujer), la madre jurídica (por ley siempre la que alumbra y sería la madre subrogada) y la madre social (la que contrata junto a su marido/pareja legal los servicios de la mujer subrogada). El nacido tiene parentela materna y paterna, derivada del desempeño de la maternidad y paternidad sociales y el niño disfruta de todos los derechos/deberes derivados de su condición, siempre y cuando se respete el contrato de subrogación. Desde el punto de vista familiar/parental la situación adquiere otros matices y dimensiones en el caso de que fueran parejas homosexuales casadas o legalizadas y mujeres u hombres solos los que utilizaran los servicios de mujeres que subrogaran sus úteros (vid. Cuadro 9). Cuadro 9: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HETEROSEXUAL CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE RECURRE A LOS SERVICIOS DE UNA MADRE SUBROGADA – El grupo familiar ya no es la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados en los países donde está autorizada. – Los esquemas familiares se ajustarían a los de: – Madre biológica (madre subrogada/donante anónima/esposa/pareja legal que contrata los servicios de la madre subrogada, diferentes personas)-madre jurídica (la que alumbra, la madre subrogada, misma persona)-madre social (esposa/pareja legal que contrata los servicios de la madre subrogada). – Padre biológico (donante anónimo/esposo/pareja legal que contrata los servicios de la madre subrogada, diferente persona)-padre jurídico (el marido/pareja legal de la mujer que subroga su útero)-padre social (el marido/pareja legal que junto con su mujer, contrata los servicios de la madre subrogada). – Posibilidad de aparición de una madre/padre adoptivos. – El niño tendría parentela materna y paterna, derivada de la maternidad y paternidad social. – El niño disfrutaría de todos los derechos y deberes. Fuente: Elaboración propia. 774 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 de alguna de sus madres (abuelas); la madre legal sería la madre subrogada (abuela), la madre social la esposa/ pareja legal del varón que utiliza los servicios de alguna de sus madres (abuelas), un padre biológico el esposo/ pareja legal (yerno) de la mujer que utiliza los servicios de alguna de sus madres (abuelas), un padre jurídico que sería el esposo de la abuela (abuelo) y un padre social que sería el yerno. El niño tendría parentela materna y paterna, derivada de la maternidad y paternidad biológica, jurídica y social y disfrutaría de todos los derechos derivados de su condición. Como vemos, el cruce de grupos cobra especial significación, se desdibujan las líneas materna y paterna y se produce un confusionismo derivado de la maternidad y paternidad jurídicas (vid. Cuadro 10). Hilde Sánchez Morales Una variedad de la subrogación de úteros se concreta en las posibilidades de que alguna de las madres de uno de los integrantes de una pareja heterosexual/homosexual o de una mujer sola o varón solos, en definitiva, las abuelas gesten y alumbren a sus propios hijos-nietos. Los primeros casos conocidos fueron el de Arteta Schweitzer, una norteamericana de 42 años que en el año 1991 dio a luz a sus propios nietos, hijos biológicos de su hija y su yerno; y en 1992 el de Geraldine Mesolowsky, una mujer menopáusica de 53 años, que paría a su nieto, hijo también genético de su yerno y de su hija. En ambos casos se integra dentro de la unidad familiar conyugal un individuo integrante del propio grupo familiar (abuela-útero subrogado), complejizándose el entramado de parentesco. El grupo familiar es la unidad reproductora, los derechos y deberes de sus miembros están garantizados en los países donde está autorizada. El esquema familiar, salvo que se incorporaran donantes de material genético en sus diversas variantes resultaría del siguiente modo: la madre biológica sería la esposa/pareja legal del varón que utiliza los servicios De lo que no cabe duda es que la gestación por sustitución involucra la lógica tradicional de la familia e impacta sobre las estructuras del parentesco, quebrando –y en algunos casos, complejizando en exceso– la conceptualización heredada de familia en sentido tradicional. Cuadro 10: EFECTOS DE LA INSEMINACIÓN ARTIFICIAL, LA FECUNDACIÓN IN VITRO Y TÉCNICAS AFINES SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HETEROSEXUAL CASADA/LEGALIZADA QUE RECURRE A LOS SERVICIOS DE UNA MADRE SUBROGADA QUE ES LA ABUELA DEL NACIDO UTILIZANDO SU PROPIO MATERIAL BIOLÓGICO – El grupo familiar es la “unidad reproductora”. – Los derechos y deberes de sus miembros garantizados en los países donde está autorizada. – Los esquemas familiares se ajustarían a los de: – Madre biológica (madre biológica/esposa/pareja legal del varón que utiliza los servicios de la abuela como madre subrogada-misma persona)madre jurídica (la que alumbra, la madre subrogada, la abuela-misma persona)-madre social (esposa/pareja legal que acude a los servicios de la abuela como madre legal). – Padre biológico (esposo/pareja legal que utiliza los servicios de la abuela como madre subrogada)-padre jurídico (el marido/pareja legal de la mujer que subroga su útero-el abuelo)-padre social (el marido/pareja legal que junto con su mujer utiliza los servicios de la abuela como madre subrogada) – El niño tendría parentela materna y paterna, derivada de la maternidad y paternidad jurídica y social. – El niño disfrutaría de todos los derechos y deberes. Fuente: Elaboración propia. 2.1.5. La clonación reproductiva Una técnica, por el momento no autorizada por ninguna de las legislaciones del mundo27, es la clonación reproductiva. Se trata de un procedimiento cuyo objetivo es generar indoi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 dividuos clónicos, que está siendo reivindicado por algunos especialistas en reproducción asistida28, pues consideran que el así nacido sería genéticamente descendiente del sujeto al que se le realizara esta técnica, no precisándose la intervención de donantes de gametos. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 775 Nº 750 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES La utilización de la clonación reproductiva en humanos produce inquietud, por las reservas éticas y morales asociadas a la generación “en serie” de personas supuestamente iguales. El niño/a nacido tras un procedimiento de clonación genotípicamente sería idéntico al individuo del cual posee su carga genética, pero en realidad se trataría de otra persona. Se sentiría como un individuo diseñado ex profeso por terceras personas, y su situación no sería en ningún caso equivalente a los casos de gemelos idénticos29. Con las eventuales clonaciones, la familia quedaría también seriamente afectada, al desdibujarse las líneas parentales y genealógicas. Se eliminaría del proceso reproductivo a uno de los sexos, la reproducción en la especie humana sería el resultado de relaciones asexuadas, fruto de un proceso técnico-cultural, en donde la maternidad y paternidad biológicas dejarían de ser el referente de la transmisión de la vida, en un entorno en donde los seres humanos potencialmente estaríamos en disposición de generar vida sin límites. La utilización de la clonación, sin limitaciones de edad, por parte de parejas heterosexuales/homosexuales y mujeres y hombres solos, asimismo daría lugar a una casuística variada y compleja, con efectos evidentes sobre la familia. Centrémonos en uno de los casos de menor nivel de complejidad, el de un matrimonio/pareja legal que, tras haber fracasado con los tratamientos en reproducción asistida, decidiera recurrir a la clonación reproductiva. El esquema familiar y parental sería el siguiente: una madre biológica (de la que se utilizan las células para el procedimiento de clonación)-legal (la que alumbra)-social (misma madre); un padre biológico (no habría)-legal (el marido/pareja legal de la mujer de la que se utilizan las células para el procedimiento de clonación)-social (el marido/pareja). También se podría dar el caso de que la clonación se realizara a partir del material biológico del varón. En un caso así, no habría un padre biológico en sentido tradicional, si bien sí legal y social. El nacido tendría parentela por vía materna y paterna (vid. Cuadro 11) Cuadro 11: EFECTOS DE LA CLONACIÓN SOBRE LA FAMILIA EN EL CASO DE PAREJA HETEROSEXUAL CASADA/PAREJA LEGALIZADA QUE UTILIZARA PARA EL PROCEDIMIENTO CELULAS DEL VARÓN – El grupo familiar ya no es la “unidad reproductora”, es uno de los individuos. – El esquema familiar/parental sería: – Madre biológica (no habría)-legal (la que alumbra, esposa/pareja, misma persona)-social (esposa/pareja, misma persona). – Padre biológico (del que se utilizará el material biológico para la clonación, esposo/pareja)-legal (esposo/pareja de la mujer que alumbra, misma persona)-social (marido/pareja, misma persona) – El niño tendría parentela por vía materna y paterna, derivada de la maternidad legal y social. – El niño disfrutaría de los derechos/obligaciones propios de su condición, en caso de que legalmente se contemplara. Fuente: Elaboración propia. Por el momento, la clonación se sitúa más en el plano de las posibilidades que en el de la realidad más inmediata, y habrá que ver cómo discurren los avances científicos y cuáles son los parámetros sociales y éticos vertebradores de las sociedades a medio y largo plazo. A la luz de lo expuesto, a diferencia de la reproducción tradicional, en donde la conceptualización y figura del padre/madre, además de la filiación y las relaciones de parentesco están determinadas con claridad, es obvio que 776 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 las técnicas de reproducción asistida dan lugar –y darán– a incertidumbres y cambios sociales profundos ante la imposibilidad de ubicar correctamente desde nuestros parámetros culturales las nuevas posibilidades abiertas a la maternidad, la paternidad, a la definición de la filiación y a la consideración de las nuevas relaciones de parentesco surgidas (Heritier, 1998). Hace ya veinticinco años el profesor Botella Llusía advirtió que: doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 Algunas conclusiones Todo parece indicar que la Reprogenética irá unida a nuevos planteamientos y concepciones sobre el ser humano, la familia, las relaciones sociales y de parentesco, las ciencias y las sociedades. No es suficiente con subrayar la originalidad de las investigaciones particulares. Es necesario mostrar, en toda su amplitud, que de igual modo que el siglo XX fue el siglo de la física, el siglo XXI puede ser el de la biotecnología, en general y el de la Reprogenética, en particular. Lo cual exigirá la formalización de una estructura conceptual e intelectual que se corresponda con los rasgos de la nueva sociedad emergente. Esa nueva sociedad se verá precisada a modificar la naturaleza de la propia organización social, y los sociólogos tendrán que responder a interrogantes del tipo ¿cómo será esta sociedad en ciernes donde convergen lo biológico-genético con lo social?, ¿cuál será su naturaleza?, ¿cuáles serán las instituciones de una sociedad de esas características y cuáles sus fuerzas dominantes?, ¿cómo afectará y modificará a la familia?, ¿en qué medida se verán alterados los principales indicadores demográficos?, ¿cuáles serán las cualidades particulares de las relaciones sociales? Las posibilidades abiertas con la Reprogenética tienen que contextualizarse dentro de un proceso social asociado a la secularización de la cultura. Dentro de este proceso está surgiendo una nueva concepción y valoración de la Naturaleza, particularmente biológica, sujeta a la intervención humana, con el riesgo de sobrepasar su dominio y poner doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 en riesgo la especie humana, tal como hoy la conocemos. También la Reprogenética conlleva una modificación de la actual concepción de la Medicina y de sus alternativas, con posibles efectos discriminatorios basados en la herencia genética. De ahí la importancia de regular normativamente y establecer mecanismos de seguimiento y control de tales desarrollos científicos, que vayan más allá del debate bioético30. Los elementos concernidos a partir de las tendencias aquí apuntadas son de hondo calado sociológico, en la medida que los avances en este terreno están quebrantando supuestos admitidos hasta hoy, a la par que nos adentramos en esferas que nunca habían sido franqueadas. El hombre, siguiendo a Jacques Testart (Testart, 1988), ha devenido en un ser “transparente” y susceptible de manipulación desde perspectivas eugenésicas. Hilde Sánchez Morales “... con la tecnología de la reproducción, la especie humana puede cambiar su estructura y sus relaciones, desapareciendo la unión de hombre y mujer como pareja básica, como unión básica en la vida, sea religiosa o no lo sea, de suerte que se pierda el sentido que el sexo masculino y femenino tengan en la sociedad del futuro” (Comisión Especial de Estudio sobre la Fertilización Extracorpórea, 1985). En resumen, nos encontramos ante la perspectiva de una nueva era de la biotecnología y de la Reprogenética, que ya está conllevando notables procesos de cambio en el ritmo de la historia. La Sociología tiene la virtualidad de poder captar su dirección, debiendo evitar caer en las ensoñaciones de los intelectualismos y también, en ocasiones, de un esterilizante pragmatismo. Lo que en buena medida procede es analizar y explicar los objetivos y efectos de estas innovaciones, puesto que pueden llegar a situarse por encima de la voluntad, el deseo y la intención de los individuos particulares. Por ello, la cuestión sociológica de fondo que se intenta plantear en este texto es que los nuevos enfoques científicos, surgidos al hilo de los desarrollos y avances de la Reprogenética, cambiarán los valores y esquemas sociales actualmente establecidos. Basta para ello con recordar las palabras del astrónomo Fred Hoyle, quien afirmó hace más de treinta años que: “... dentro de veinte años, los físicos nucleares, que sólo fabrican inofensivas bombas de hidrógeno trabajarán en libertad, en cambio los biólogos moleculares lo harán detrás de las alambradas eléctricas” (Lacadena, 1988: 144). ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 777 NOTAS Nº 750 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES Recibido: 10 de mayo de 2011 Aceptado: 20 de junio de 2011 778 1 En 1978 nació Louise Joy Brown, primer ser humano concebido a partir de un procedimiento de reproducción asistida. En España tuvimos que esperar hasta el año 1984, fecha en la que vino al mundo Victoria Ana Perera, en la Clínica Dexeus de Barcelona. 2 A diferencia de la esterilidad, entendida como la incapacidad para concebir, susceptible de ser corregida mediante procedimientos quirúrgicos y la reproducción asistida, la infertilidad es una incapacidad permanente para concebir. Las causas más frecuentes de esterilidad se deben, según datos ofrecidos por la Sociedad Española de Fertilidad, a factores masculinos (32,7%), a factores rubrico/femeninos (26,4%) y a causas mixtas (23,3%) (Estudio SEF, 2009). 3 Un 56% de los encuestados en la Fundación Sistema, Encuesta sobre Tendencias Familiares-2000 consideraron que hacia el 2010 las técnicas de reproducción asistida serían más frecuentes que en el año 2000. 4 En algo más de tres décadas la edad media en la que las mujeres españolas tienen sus primeros hijos se ha elevado. Si en 1975 los tenían con 25,24 años, en 1995 con 28,39 años, y en 2010 se sitúa en el máximo histórico de 31 años. 5 Sirva de ejemplo que en el año 2006 se registró en España un 56% menos de niños nacidos con Síndrome de Down respecto al año 1980, debido en buena medida a que el 95% de las madres a las que se diagnosticó que su hijo padecería esta cromosopatía decidieron acudir al aborto terapéutico. 6 En septiembre de 2010, y por primera vez en España, el Tribunal Supremo falló una sentencia en la que se reco- ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 noce el daño patrimonial derivado de un diagnóstico prenatal erróneo que privó a los padres de un niño nacido con síndrome de Down la oportunidad de acudir al aborto terapéutico. Cada uno de los padres recibirá 75.000 euros y el niño tendrá una pensión vitalicia de 1.500 euros. Teniendo en cuenta este tipo de situaciones y que desde el año 2005 han aumentado los casos de diagnósticos imprecisos (en torno a una veintena), algunos juristas plantean necesario que se regule sobre esta cuestión, evitando así inseguridades jurídicas y estandarizar las indemnizaciones. 7 Así se contempla en el artículo 5 de la Ley 14/2006, según el cual “la donación será anónima y deberá garantizarse la confidencialidad de los datos de identidad de los donantes por los bancos de gametos, así como, en su caso, por los registros de donantes y de actividad de los centros que se constituyan. Los hijos nacidos tienen derecho por sí o por sus representantes legales a obtener información general de los donantes que no incluya su identidad...”. 8 Según el artículo 5.5 de la Ley 14/2006 “... Sólo excepcionalmente, en circunstancias extraordinarias que comporten un peligro cierto para la vida o la salud del hijo o cuando proceda con arreglo a las Leyes procesales penales, podrá revelarse la identidad de los donantes, siempre que dicha revelación sea indispensable para evitar el peligro o para conseguir el fin legal propuesto. Dicha revelación tendrá carácter restringido y no implicará en ningún caso publicidad de la identidad de los donantes”. 9 La demografía dinámica estudia el comportamiento o los movimientos intrínsecos y extrínsecos de las poblaciones humanas, desde la perspecdoi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 edad clínicamente inadecuada. 2. En el caso de la fecundación in vitro y técnicas afines”. 12 Según Naciones Unidas si para el período temporal 2010-2015 la tasa de fertilidad se estabilizará en los países más desarrollados en 1,64 hijos por mujer, entre los años 2030-2035 ascenderá ligeramente a 1,70 y entre el año 2045 y 2050 alcanzará 1,73 (ONU, 2008). 13 La Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, dice que se podrá “... practicar técnicas de diagnóstico preimplantacional para: a) La detección de enfermedades hereditarias graves, de aparición precoz y no susceptibles de tratamiento curativo posnatal con arreglo a los conocimientos científicos actuales, con objeto de llevar a cabo la selección embrionaria de los preembriones no afectos para su transferencia. b) La detección de otras alteraciones que puedan comprometer la viabilidad del preembrión...” 14 El más conocido la amniocentesis, existiendo otras pruebas como la biopsia de blastómero, la biopsia de tejido extraembrionario o la biopsia de cuerpo polar. 15 El diagnóstico genético preimplantacional se justifica en la Ley en los siguientes términos: “... El diagnóstico genético preimplantacional abre nuevas vías en la prevención de enfermedades genéticas que en la actualidad carecen de tratamiento y a la posibilidad de seleccionar preembriones para que, en determinados casos y bajo el debido control y autorización administrativos, puedan servir de ayuda para salvar la vida del familiar enfermo” (Exposición de Motivos, Ley 14/2006 sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida 14/2006). 16 La Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida fue creada a instancias del Real Decreto 415/1997, de 21 de marzo, en donde se dice: “Se crea la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida, como un órgano colegiado de carácter permanente y consultivo, dependiente del Ministerio de Sanidad y Consumo, adscrito a la Secretaría General de Sanidad, dirigido a orientar acerca de la utilización de las técnicas de reproducción asistida y colaborar con las Administraciones públicas sanitarias en lo relativo a dichas técnicas y sus derivaciones científicas...” El Decreto previó, en su Artículo 4, además de funciones de asesoramiento, la emisión de informes, entre ellos los “proyectos de investigación y experimentación con gametos, preembriones y fetos humanos”. Disposición mantenida en la Ley14/2006, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, a la que se le ha añadido la elaboración de informes, que se especifica son “preceptivos” en diferentes casos, incluidos algunos de diagnóstico genético preimplantacional. 17 Según la Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida “... se entiende por preembrión el embrión in vitro constituido por el grupo de células resultantes de la división progresiva del ovocito desde que es fecundado hasta 14 días más tarde” (Capítulo I. Artículo 1.2). 18 El diagnóstico genético prenatal consiste en un screening o criba de enfermedades genéticas en el feto, realizado a partir de pruebas como la amniocentesis o la biopsia de las vellosidades crónicas. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 Hilde Sánchez Morales tiva de su evolución en el transcurso del tiempo y los diversos mecanismos por los que se modifica la dimensión, estructura y distribución geográfica de dichas poblaciones. 10 Esta idea es uno de los principales resultados de una investigación realizada por RAND Europa y presentada por primera vez en el Congreso de la Sociedad Europea para la Reproducción Asistida y Embriología del año 2006. Además, se concluyó que las técnicas reproductivas tienen capacidad para estimular la fertilidad en Europa y su uso podría compararse a las políticas demográficas utilizadas por los diversos gobiernos para potenciar la natalidad. 11 La Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida actual no recoge explícitamente estos casos, si bien regula que “1. Las técnicas de reproducción asistida se realizarán solamente cuando haya posibilidades razonables de éxito, no supongan riesgo grave para la salud, física o psíquica, de la mujer o la posible descendencia y previa aceptación libre y consciente de su aplicación por parte de la mujer, que deberá haber sido anterior y debidamente informada de sus posibilidades de éxito, así como de sus riesgos y de las condiciones de dicha aplicación” (Art. 3.1). Además, en el Artículo 6.2 se dice que “Entre la información proporcionada a la mujer, de manera previa a la firma de su consentimiento, para la aplicación de estas técnicas se incluirá, en todo caso, la de los posibles riesgos, para ella misma durante el tratamiento y el embarazo y para la descendencia, que se puedan derivar de la maternidad a una edad clínicamente inadecuada”, pudiendo dar lugar a diversas interpretaciones sobre qué se entiende por 779 Nº 750 IMPACTOS DE LA REPROGENÉTICA EN LAS TENDENCIAS DEMOGRÁFICAS Y EN LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES 780 19 Actualmente en algunas zonas del mundo como India y China se utiliza el aborto selectivo a favor de nacimientos masculinos. Un estudio publicado en la revista The Lancet en el año 2006, con datos del año 1998, puso de manifiesto que sólo en India el aborto selectivo a favor de los varones había generado un desequilibrio entre sexos de 10 millones menos de mujeres. Según el informe Estructura Social de la China Contemporánea, de la Academia de Ciencias Sociales (CASS), publicado en enero de 2010, en el año 2005 nacieron 119 hombres por cada 100 mujeres debido a los abortos selectivos de fetos femeninos. Se trata del principal problema que está afectando su estructura demográfica. De seguir esta tendencia de evolución en 2020 habrá unos 24 millones de solteros, en el que con toda seguridad seguirá siendo el país con más población del mundo. 20 Según el I Informe Anual de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida del año 1998 se debe entender por clonación no reproductiva “... la aplicación de técnicas de clonación en cultivos celulares o en preembriones preimplantatorios sin intención de producir un individuo clónico vivo, sino con objeto de establecer cultivos de tejidos –y si fuera posible, de órganos– a partir de células troncales del embrión o células ser, que son células inmaduras con capacidad de auto regeneración y diferenciación. Tales cultivos pueden ser establecidos con fines de investigación básica o clínica en la reparación de tejidos u órganos dañados, en cuyo caso algunos la denominan clonación terapéutica”. 21 Para Lee M. Sil ver los desarrollos futuros en reproducción asistida e in- geniería genética en humanos puede conducir a un nuevo modelo de sociedad caracterizado por una extrema polarización social, con la emergencia de dos clases sociales contrapuestas: una integrada por “humanos naturales” y otra conformada por “humanos gen-enriquecidos” o “gen-ricos” (Lee M. Silver, 1998). 22 Así se contempla en el Artículo 5 de la Ley 14/2006 según el cual “la donación será anónima y deberá garantizarse la confidencialidad de los datos de identidad de los donantes por los bancos de gametos, así como, en su caso, por los registros de donantes y de actividad de los centros que se constituyan. Los hijos nacidos tienen derecho por sí o por sus representantes legales a obtener información general de los donantes que no incluya su identidad... Sólo excepcionalmente, en circunstancias extraordinarias que comporten un peligro cierto para la vida o la salud del hijo o cuando proceda con arreglo a las Leyes procesales penales, podrá revelarse la identidad de los donantes, siempre que dicha revelación sea indispensable para evitar el peligro o para conseguir el fin legal propuesto. Dicha revelación tendrá carácter restringido y no implicará en ningún caso publicidad de la identidad de los donantes” 23 Véase artículo 6.1 de la Ley 14/2006 según el cual “En la aplicación de la técnicas de reproducción humana asistida, la elección del donante de semen solo podrá realizarse por el equipo médico que aplica la técnica, que deberá preservar las condiciones de anonimato de la donación. En ningún caso podrá seleccionarse personalmente el donante a petición de la receptora. En todo caso, el equipo médico correspondiente deberá pro- ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 curar garantizar la mayor similitud fenotípica e inmunológica posible de las muestras disponibles con la mujer receptora”. 24 En este caso la Ley 14/2006 prevé en su artículo 6.3 que “Si la mujer estuviera casada se precisará, además, el consentimiento de su marido, a menos que estuvieran separados legalmente o de hecho y así conste de manera fehaciente. El consentimiento del cónyuge, prestado antes de la utilización de las técnicas, deberá reunir idénticos requisitos de expresión libre, consciente y formal”. 25 En octubre de 2006 en España, dos lesbianas lograron ser reconocidas como madres de un bebé gestado por inseminación artificial, sin necesidad de realizar un trámite de adopción, tal como establece la ley. 26 La legislación española ha resuelto este tema, al sustituir la expresión padre por progenitor A y la expresión madre por progenitor B. Estos cambios han sido introducidos tras la entrada en vigor de la Ley de matrimonios homosexuales. En la Orden/JUS/568/2006, de 8 de febrero, publicada el 3 de marzo en el BOE, sobre modificación de modelos de acuerdos y certificaciones del Registro Civil y del Libro de Familia. Además, se contempla para las parejas formadas por personas del mismo sexo emplear la terminología cónyuge A y cónyuge B. 27 La Ley 14/2006 sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida es clara sobre el tema pues considera infracción muy grave “la práctica de técnicas de transferencia nuclear con fines reproductivos” (artículo 26.C.9.ª). 28 El ginecólogo italiano Severino Antinazi, “padre médico” de los niños italianos nacidos de madres con más doi: 10.3989/arbor.2011.750n4011 BIBLIOGRAFÍA Comisión Especial de Estudio sobre Fertilización Extracorpórea, Madrid, Sesión del 23 de septiembre de 1985. Durkheim, Emile (1973): De la división del trabajo social, Editorial Shapire, Buenos Aires, p. 153. 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Lacadena, José Ramón (1988): Fundamentación de la Bioética y manipulación genética, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid. Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida. Ministerio de Sanidad y Consumo (1998): I Informe Anual de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida. Silver Lee M. (1998): Vuelta al edén. Más allá de la clonación en un mundo feliz, Taurus. Sánchez Morales, M.ª Rosario (2001): Las familias españolas del futuro, Sistema, Madrid. Simmel, George (1977): “La autoconservación de los grupos” en Estudios sobre las formas de socialización, Biblioteca de la Revista de Occidente, Madrid, p. 529. Testart, Jacques (1988): El embrión transparente, Granica, Barcelona. Tonnies, Ferdinand (1979): Comunidad y sociedad, Península, pp. 39-40. UNICEF, Convención sobre los Derechos del Niño. ONU (2008): http://www.un.org/esa/population/unpop.htm. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 765-781 ISSN: 0210-1963 Hilde Sánchez Morales de sesenta años, es uno de los más firmes defensores de este tipo de clonación. 29 De igual modo que con otras técnicas desde la Bioética y el Bioderecho se reclama la proclamación de un “derecho a ser fruto del azar” y de un “derecho a la ignorancia”, es decir, a no saber o creer saber de uno mismo anticipadamente. 30 La Real Academia Española define a la Bioética como la “Aplicación de la ética a las ciencias de la vida”. 781 ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 7 83-791 I SSN: 0210-1963 doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 REALIDAD, MITO Y DESEO. LA MIRADA GRECOLATINA DE AURORA LUQUE REATILY, MYTH AND DESIRE. THE GREEKLATIN GLANCE OF AURORA LUQUE Ricardo Virtanen ABSTRACT: Aurora Luque’s poetry is one of the most representative of contemporary poetry, located within a Greek culturalism, where myth and reality blend into everyday life. Luque’s poetry is characterized by irony, nonchalance, frivolity and dedramatization. The article presents a series of poems where one can find a demystification of the classical element. A poetry stressed by some topoi such as carpe diem or Catullus’ odio et amo, which have been always represented from a light-hearted glance ruled by the spirit of Eros. The article also emphasizes the play on intertextuality –following Catullus– as well as the epicurean inclination/spirit/passion of the autor. RESUMEN: La poesía de Aurora Luque representa una de las poéticas más representativas de nuestra contemporaneidad, ubicada dentro de un culturalismo grecista, donde mito y realidad se conjugan dentro de la cotidianidad. La poesía de Luque se caracteriza por su ironía, desenfado, frivolidad y desdramatización. El artículo presenta una serie de poemas donde se produce una desmitificación del elemento clásico. Una poesía marcada por algunos topoi como el carpe diem o el odio et amo catuliano, siempre representados desde una mirada desenfada y dominada por el espíritu del Eros. El artículo destaca además el juego de intertextualidad –en seguimiento de Catulo– así como la vocación epicúrea de la autora. KEY WORDS: Myth; desire; greeklatin; reality; culturalism; Catulllus; Epicurus. PALABRAS CLAVE: Mito; deseo; grecolatino; realidad; culturalismo; Catulo; Epicuro. Realidad y deseo ha conformado uno de los postulados argumentales de la poesía que se gesta desde el romanticismo. Sin duda que fue en Luis Cernuda donde tuvo este sintagma mayor proyección como forma de realización personal, aunque se diera por oposición: realidad frente a deseo. La poesía de Aurora Luque, almeriense de 1962, se presenta en este principio de siglo XXI como una de las apuestas más personales de la actual poesía española. Se ha percibido en esta poeta una manera clara de invocación de realidad y deseo, pero esta vez conjuntados como realidad en deseo. Su primer libro, Hiperiónida, publicado en 1982, implicaba un homenaje a Hölderlin. Hiperiónida, pues, como hija de Hiperión, uno de los textos más célebres del alemán. Tras Hölderlin, Wieland, Goethe, Winckelmann, Schiller, Shelley, Keats. Y a través de todo ello, emerge la figura de Cernuda, maestro de Luque, al que invoca indefectiblemente en este primer poemario, y a quien no dejará de seguir en los libros siguientes, tal y como se lee en textos como “Cernudiana”: “donde habita el impulso / que me abra esos cálices. / Hay que esperar la oscura / noticia de los dioses”, o “Desolación de la sirena”: “sólo queda en las sílabas / un eco atroz de alarma / y el ruido de la muerte”. Da la sensación de que se produce una relectura vital de la tradición clásica, sí, pero a través del romanticismo y de una cultura postmoderna. Sin embargo Hiperiónida (algunos de cuyos poemas serán seleccionados posteriormente bajo el epígrafe de “Juvenilia”) no era más que un libro de aprendizaje. Su publicación decisiva iba a aparecer casi una década después: Problemas de doblaje (accésit del Adonais en 1990), que la situaría en su generación poética. Hay que ubicar a Aurora Luque en una “Promoción de los noventa”, a la cual le unen algunas características comunes con muchos de los poetas de los ochenta y noventa: presentación formal del poema, cotidianidad expresa, concepción figurativa, determinación del humor o la ironía en partes del poema y una cotidiana relectura de la tradición grecolatina. Tras Problemas, se asienta en la autora la concepción del mundo grecolatino en títulos como Carpe noctem (1994), Transitoria (1998), Camaradas de Ícaro (2003) o el último, La siesta de Epicuro (2008). No obstante, y desde entonces, Aurora Luque sumará a su promoción una nueva visión del ámbito grecista, al tiempo que será notable la aportación de cierta mirada que aúne Nº 750 REALIDAD, MITO Y DESEO. LA MIRADA GRECOLATINA DE AURORA LUQUE publicidad y texto poético (como bien han estudiado Silvia Bermúdez o Elsy Cardona, dirigiéndose a su segundo trabajo, Problemas de doblaje). Así pues, es claro signo de posmodernidad tanto el uso cotidiano de presentación de textos de carácter epigramático como la inserción del ámbito de la publicidad como forma de poetización. Todo ello la presentará como uno de los nombres imprescindibles de la joven poesía de esa década, tal y como muestran la mayoría de antologías representativas en las que será incluida desde mediados de los años noventa hasta hoy mismo1. constante la revisión del mito desde muchas y distintas variantes. Los mitos –ha dicho Luque– hay que revisarlos y aceptarlos como fábulas que son, pero evitando su categorización moral (Almuzara, 2004: 44). Da la impresión de que le interese una parte minoritaria y exclusiva de esos mitos, no toda la mitología grecolatina, precisamente por la carga moral que soportan en sí. Lo importante –y esto ya lo ha señalado la propia poeta– es “generar mito”, “la invocación del tiempo primordial, del tiempo mítico” (Luque, 2006: 21). ¿Pero cuál es la aportación de Aurora Luque en el ámbito grecolatino de la poesía contemporánea? Para Cernuda, realidad y deseo se concebían desde la imposibilidad de su representación. Su realización implicaba pura quimera. En Luque no sólo se concreta esa realización (realidad y deseo), sino que se formula desde la unión de elementos discordantes, entre los que destaca el mito. Mito y realidad, dentro de la apacible cotidianidad, se mixturan y expresan una manera original de afrontar el poema. Qué duda cabe que contribuyen a ello algunas características propias del discurso luqueano: ironía, desenfado, frivolidad, ocurrencia y desdramatización. Lo más relevante pues no es la aplicación del mito en el poema, algo que ha sucedido en la poesía española del siglo XX de manera cíclica, casi sin variaciones, sino la identificación de mito y cotidianidad en el poema (Virtanen, 2007: 12). En este sentido la propia poeta ha aseverado, en torno a la cotidianidad de sus versos refiriéndose a su libro Problemas de doblaje, que Entre sus textos más atractivos en este sentido destacaríamos “Gel” (de Carpe noctem), en el cual se produce una desmitificación del elemento mitológico, por lo que, dentro de esa sintaxis del mito a que antes me refería, se descontextualiza un hecho cotidiano –como enjabonarse la piel con un gel– y se activa el mito de Urano germinando a Gea. Como dijo a este respecto González-Iglesias, “el mito es capaz de encarnar el deseo” (González-Iglesias, 1996: 9). El mismo poema finaliza con unos versos que bien pueden ser clave para entender su universo grecista: “Dependo de por vida / de una droga. De Grecia”. En efecto, Grecia, clásica y moderna, se ha perfilado en el universo de esta escritora como báculo de su proyección literaria, lo que ha conformado una más que detallada vocación helenizante en títulos y traducciones. Ahí están su traducción de poesía erótica griega publicada con el nombre de Los dados de Eros, la presentación de la poesía completa de Safo (a quien revisa en sus poemas “Cabo de Leucas” o “Siesta de papirólogo”, en donde escribe: “en mi alma hay un trozo/de papiro ilegible”) o sus traducciones de Meleagro2. Su reconocimiento a esta tradición lo dejaba escrito de esta manera, con mención a algunos de sus títulos: entró en él con naturalidad lo cotidiano, o mejor dicho, lo que convencionalmente se entiende por “cotidiano” en poesía: cine, tangos, anuncios publicitarios. Porque –no nos engañemos– todo es cotidiano: todo es quotidianus, diario, efímero sometido al día, engastado en él (Luque, 2006: 24). Mito, realidad y deseo son las constantes axiológicas de la poesía de la almeriense. En realidad, en una primera aproximación a la cultura grecolatina, habría que destacar el valor del mito incardinado en los poemas de Luque, su actualización, su normalización en el contexto cotidianista, bajo una “sintaxis del mito” (Andújar, 2002: 9). El mito antiguo, en palabras de la autora, se utiliza para iluminar la modernidad (o la actualidad) desde una perspectiva enriquecida semánticamente. Y dentro de esa labor, ha sido 784 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 Reconozco el magisterio de Grecia sobre mi vida. Reconozco el magisterio de Eros sobre mis versos: también conmigo ha jugado a los dados “con riñas y locuras”. Sé que sus lecciones son interminables y no caben en una sola vida: los dados de Eros, las dudas de Eros, y también los dedos, las deudas, el dadá de Eros... EROS KALOS (Luque, 2008: 148). Otro de los mitos que interesan a Aurora especialmente es el de la Caja de Pandora. Éste lo hallamos en el poema “Aviso de correos” (de Transitoria). Y le interesa en el sentido de que introduce una propuesta femenina al reinventar una caja que alude al mito paralelo de Adán y Eva: doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 Existe pues, en este y otros ejemplos similares, una contramítica, una rebeldía natural contra aquellos mitos que presentaban a la mujer dentro de un papel desnaturalizado y ambiguo. En un sentido diferente, “Lotofagia”, otro poema de Transitoria, representa a quien se alimenta de sus propios mitos y leyendas. Expone una forma propia de elaboración del mito, muy pertinente sin duda en la enumeración caótica de referentes grecolatinos, en lo que Sánchez García llama “voluntad de clasicismo que adopta la forma de glosas de fragmentos literarios procedentes del corpus literario antiguo” (Sánchez García, 2006: 8). En este caso sirve su desarrollo para reflexionar sobre el amor que hace perder la memoria: “Tardan tanto los versos releídos / en encontrar el cuerpo que los narre”. En su último libro, La siesta de Epicuro, hallamos el reverso del mito. Se trata del poema “Contra los lotófagos”. En él dice: “Somos como lotófagos, pero al revés; / nos dan ciertos bocados / memoria de Verdad, no del Olvido”. El final del poema, como ocurre frecuentemente, se ofrece un giro sorpresivo hacia la desdramatización del mito, con aire desenfadado: “Fábula de cautelas: / no a la dieta”. Será entonces esta “desnaturalización” del mito una de las ocurrencias más significativas de esta poeta, y rasgo inefable de algunas poetas de los ochenta, como Ana Rossetti, o ya en los noventa en la figura de Juan Antonio González-Iglesias, muy en el ámbito del poema luqueano. Dentro de esa preciada actualización de locus y personajes clásicos resulta un continuum la baraja de situaciones poemáticas en las que reconocemos aquí y allá un símbolo clásico, un nombre mítico que aparece revestido de posmodernidad. No es raro que haya opinado la almeriense que “el poema ha de dejarse contaminar por su época” (Luque, 2006: 46). En este sentido, más poemas en que mito y cotidianidad se fusionan para configurar una actualización de topoi clásicos son los poemas de Problemas de doblaje: “Sin Ariadna”, “Hybris” y, sobre todo, “Pentesilea”, el cual doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 narra como militia amoris las correrías de Pentesilea, la amazona que acudió en auxilio de Troya, y que fue asesinada por un enamorado Aquiles. Mientras “Hybris”, que conjura la sencillez y brevedad del haiku oriental con el peso de epigrama latino, desarrolla la confianza en uno mismo, aludiendo en su nombre a la diosa de la insolencia conocida por Hybris: En la cima, la nada. Pero todo se arriesga por la cima del amor o el arte. Ricardo Virtanen Contiene la mordaza, ya suelta, de Pandora, venenos para dar a las palabras que usurparon el trono tantos siglos, ese brillo del no, el cinismo de Hermes, hondas para romper los espejismos de las formas dañinas del amor. Aurora Luque habla en torno a “Hybris” en uno de sus estudios: el intento de enfrentarse al dios omnipotente puede llevar al amante a cometer una falta de hybris, esa modalidad de pecado imperdonable que consistía en querer violentar, en un exceso de soberbia y de insolencia, el orden establecido por los dioses; querer traspasar en suma la frontera que separa lo humano de lo divino (Luque, 2000: 21-22). Ya en Camaradas de Ícaro, vuelve la autora a revisar el mito de Hybris en “Nuevo caso de Hybris”, presentado como haiku: Arte: una letra de a-mor y tres de muer-te, Y con ello adelanta su autora un tema fascinante en su poesía: la relación entre Eros y Tánatos, en una lucha de contrarios que desarrollará en haikus posteriores, reunidos en la edición de Carpe amorem e incluidos con posterioridad en la edición de La siesta de Epicuro: El río Eros. Las aguas turbulentas. Puentes que ceden. El río Tánatos. Las canciones del valle ya no se oyen. Haikus que para Aurora significan el “epicúreo elogio del instante”, según escribió en la introducción a Haikus de Narila (2005). Eros, en cualquier caso, ha tenido un especial seguimiento en su obra, con gran carga amorosa, tal y como se muestra en la antología Carpe amorem (2007). Como un himno a ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 785 Nº 750 REALIDAD, MITO Y DESEO. LA MIRADA GRECOLATINA DE AURORA LUQUE Eros podemos consignar el poema “La sala de esgrima”, de Transitoria. Allí leemos unos versos que juegan con la mitología de Eros para presentar un momento cotidiano: “y detrás del poeta que recordaba a Sófocles / Eros seguía siendo sin duda incompatible”. Eros, ha dicho Luque en alguna ocasión, “es invencible por definición: nadie puede, siquiera, ser fugitivo de ese frente de combate”. Eros se muestra pues “incompatible, inexpugnable, invencible” (Luque, 2000: 21-22). La poética solar que la autora siempre ha defendido como propia, el carácter hímnico y el erotismo naturalizado en sus versos dotan su discurso amatorio de un corpus en que deseo y realidad potencian cierto vitalismo de signo epicúreo, por cuanto la felicidad presenta la ausencia de pena y la vindicación del placer como representación absoluta de la eudaimonía griega, clave en la escritura de la autora. Mito, para Aurora Luque, significa conciencia de ser, espíritu dionisiaco, memoria, deseo y, sin duda, realidad. Y lo evoca siempre desde el vitalismo culturalista que engendra una poética hímnica y solar, en sí elegiaca, pero provista acaso de una sensualidad vitalista y cosmogónica que convierte el epigrama clásico en un poema cercano, cotidianista, vivido, al conciliar dos sistemas míticos: el actual y el antiguo (González-Iglesias, 1996, 8). De modo que nos encontramos ante la integración, por un lado de la tradición, y por otro de la “percepción de lo cotidiano enclavado en la encrucijada de la posmodernidad” (Díaz de Castro, 1996: 133). O dicho de otra manera, se formula el desarrollo de una sensibilidad posmoderna en torno a “los desajustes entre realidad y lenguaje, vida y poesía” (Jiménez Millán, 1999: 5). Desajustes que implican una posición estética dentro del poema y una ideología que subraya dos estadios: un culturalismo arraigado y penetrante y una sensibilidad postmoderna a la hora de tratar la exposición del tema del poema. “La mirada de Ulises” es otro poema ejemplar en este sentido. El mito del viaje de Ulises adquiere la idea motor de desplazamiento, utilizando para ello los símbolos mayores de su poesía: mar, isla y sol, que compondrían una “idea de mito insular” (Virtanen, 2007: 15). Todo ello significa una manera de concebir y posicionarse ante la vida, una actitud epicúrea de enfrentarse y relatar la cotidianidad inflada por la mirada del deseo. Sánchez García deduce en relación con la transposición del mítico personaje al poema contemporáneo que 786 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 la presencia del héroe aparece ligada no ya a la rememoración de sus aventuras sino como reflejo del mundo vivido; la experiencia se entiende a manera de simbiosis entre individuo y realidad material externa (Sánchez García, 2006: 8). El poema finaliza con estos versos: La piel es vertedero de memoria lo mismo que el poema. Pero acaso unos ojos extrañamente verdes de repente dibujen empapados de luz un boscoso archipiélago perdido. Según Sánchez García, “es la vertiente pictórica del mundo clásico” (Sánchez García, 2006: 9). En el poema, además, había aparecido antes la isla de Calipso y Odiseo como reclamo de un escenario plagado de cotidianidad, al transponer la alegoría mítica en un presente donde la memoria se metamorfosea por acción de la luz del momento. También utiliza la autora el término “Hiporquema” para titular otro texto de Problemas de doblaje, término que se relacionaba en Grecia con una melodía asociada al movimiento corporal, un canto coral que acompañaba a la danza, en este caso para referir la fragua oscura del deseo: Todos los imposibles ataviados con túnicas de color imposible danzan, como las Gracias, lentamente y en círculo, gozosos de saberse descarnados en torno a mi cabeza mordida de deseo. “Cabeza mordida de deseo”, dice la poeta, tras una apariencia felina de engarzar deseo y realidad. Deseo, por supuesto carnal, que en La siesta de Epicuro aparece soslayado en los poemas “Felinidad” (“es la felinidad de los deseos”) y “Erinias”, poema cuyo inicio es así: Los deseos tenaces como un perro que se obstina en negar el abandono (...), y que continúa de este modo: Mis erinias –criaturas malcriadas, panteras en la alfombra– piden, muerden despojos. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 La furias, oh, las furias, sus aullidos carnales... En Camaradas de Ícaro hallamos el poema “Dido pasa de largo”, otra revisión de un mito clásico, esta vez referido a Dido, la diosa de La Eneida, la cual como ave fénix se aventará en sus cenizas para renacer y renovarse en un poema de recuerdo amoroso, triste, con final desangelado: Será otra vez verano. La memoria nunca hallará esos mapas. Y todo para qué, si en el fondo del sueño Dido pasa de largo. Otro caso representativo que podríamos citar en torno a la influencia del mito en Luque es el sugestivo caso de Ariadna. Éste aparece en varios de sus poemas. Tal es el caso de “El hilo infinito” (de la plaquette La metamorfosis incesante, 1994), en el cual surge este verso asombroso: “el amor siempre está hecho del hilo de Ariadna”, o en “Sin Ariadna” (de Problemas de doblaje) donde encontramos un fragmento aclarador de las intenciones de la autora: Los verdaderos héroes son tal vez los que venden la durísima lucidez adquirida contra el tiempo a cambio de un oscuro filtro tal vez de amor o de locura. Es claro, y la propia poeta se ha referido alguna vez a ello, que se da en sus poemas una poesía lumínica y solar, tendente a recoger el fruto de los días: “desear es llevar / doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 Muchos son los poemas que predican este tópico desde el posicionamiento epicúreo, convertido en un noctámbulo carpe noctem, con el cual incluso llega a titular uno de sus libros mejores. En el primer texto de “Nueve poemas sin título”, hallamos ya su idea primigenia de carpe noctem: “Carpe noctem, amor. Coge el brusco deseo / ciego como adivino”. Mientras en “Tópico” (también de Problemas de doblaje) la poeta concluye: “Ya no atrapes el día –no se deja, / No es tan fácil ser dueño del presente”. De nuevo en “La calle Altamirano” aparece el tópico regresado en relación con el amor: “Carpe noctem, amor. Pero los astros eran / (antes no lo supimos) / fosforescencias sobre los armarios”. Ricardo Virtanen Sin duda, nos hallamos ante otro caso de desmitificación del elemento clásico en el poema, el cual acaba mostrando el lado cotidiano del personaje ficticio –y concupiscente– del poema. Las Erinias eran divinidades ejecutoras de los castigos del Infierno. Habían nacido de la tierra regada por la sangre de Urano mutilado por Crono. En el poema de Aurora adquieren, no cabe duda, un aspecto menos trasgresor y al tiempo –convendríamos– más desenfadado. Los demonios que llevamos dentro y que nos conducen a cierto quebrantamiento de las normas, en este caso referidas al deseo (“criaturas malcriadas”). En definitiva otra vuelta de tuerca al poema de ámbito mitológico, a los topoi clásicos. el destino del mar dentro del cuerpo”. Esto nos conduciría a otro de los tópicos referenciales de su poesía: la actualización y ensanchamiento del carpe diem, del venusiano Horacio, que en realidad procede de una fuente primigenia epicúrea, esto es, Epicuro se concreta en uno de los precursores del carpe diem horaciano y en este sentido en materia básica de la escritura poética de la almeriense. No cabe duda de que las referencias al tópico son continuas en la mayoría de sus libros. En Transitoria encontramos “Cosecha”. Aquí huye del deseo para configurarse en amplificatio del tópico horaciano: “Recoge la cosecha de los días, / su cereal, su polen, / sus bayas inservibles, sus cortezas amargas, su reseca raíz, sus vainas huecas, / su escasísima pulpa azucarada”, finalizando con un giro que acentúa el carpe diem de una manera sorpresiva: “en las cuadradas cajas pon la fruta / selecta que le agrada a la memoria”. Finalmente La siesta de Epicuro se inicia con otra probatura dentro del anchísimo margen del carpe diem –digámoslo ya así– luqueano. Se trata de “Fruta del día”, en que de nuevo, como ocurre en los poemas relacionados con “Lotofagia”, se produce una retroalimentación del propio mito: Cómete ya tu propio cerebro fatigado: es la fruta del día. No es raro, por otro lado, hallar rasgos de imitación de Virgilio, como en “A modo de geórgica”, o de la Antología palatina: “Epitafio” o “Material para epitafios”, donde también resulta significativa la huella serena del poeta de Mantua. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 787 Nº 750 REALIDAD, MITO Y DESEO. LA MIRADA GRECOLATINA DE AURORA LUQUE Catulo y Epicuro serán las últimas referencias de mi exposición. Dos de los nombres más claramente asociados a la poesía de Aurora Luque. La presencia de Catulo3 es continua en su obra: su manera de desear, de amar, de dirigirse al amado. El clásico “Odi et amo” –transfigurado en el ovidiano “Ahora te amo, ahora te odio” (“Tunc amo, tunc odi”)– está muy presente en la geografía del deseo luqueano, representado por una temática amorosa que se vertebra en varios topoi: ludus amoris, militia amoris, servitium amoris o exclusus amator, según los tópicos expresados por Ovidio, pero en perfecta celebración catuliana (Virtanen, 2007: 22). En Camaradas de Ícaro aparece el poema “Conversaciones con Catulo”, en el cual se dirige al poeta de Verona en imitatio del discurso catuliano: Deja de hacer locuras, desgraciado Catulo. Deja de hacerlas tú también, Aurelia. Al pensar en los labios que desea morder no recuerda los tuyos. Deja de hacer locuras. Vete a otra parte ya con tu ocio irritante. Ya es hora de que dejes de hacer el gilipollas. Poema que revierte en el texto 8 del Carmina de Catulo, aquel que se inicia: “Miser Catulle, desinas ineptire, / et quod uides perisse perditum ducas”. En un mismo sentido, original resulta el juego de intertextualidad (Álvarez, 2006: 223-229), ofrecido en los textos de “Catulo y yo”, variaciones de poemas de Catulo incluidas en La siesta de Epicuro, basadas en la reciente traducción de los Carmina de Catulo, por el poeta y profesor Juan Antonio González-Iglesias4. Las versiones, algunas de poemas clásicos bien reconocidos, inciden en presentar unas variaciones que nos acercan a nuestra contemporaneidad. Serían como una puesta al día del poema catuliano, una postmodernización de los textos más significativos. Así pues “Odio y Amo” rememora el legendario poema 85 (“Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris? / Nescio, sed fieri sentio et excrucior”), que en palabras de Luque se transforma en: Odio y amo. Me pregunté una vez por qué lo hacía. Ya lo sé: siento que son los celos, su tortura. Otro de los textos, “Ocio”, tiene parentesco con la parte final del poema 51 (“Otium, Catulle, tibi molestum est: / otio exultas 788 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 nimiumque gestis: / otium et reges prius et beatas / perdidit urbes”), que Luque traslada a dos estrofas que inicia así: El mucho tiempo libre te envenena, te deprime, te da la paranoia. Es el tedio que arruina a los ociosos y a las ciudades ricas. Sin duda el elemento desenfadado se halla en la segunda estrofa, la cual finaliza con una referencia al panorama político malagueño: Y el negocio mezclado con el ocio acabó con Babelias y Marbellas. “Senatus hispanicus” tiene su consonancia con el poema 52, el cual se actualiza en Luque hasta insertarse en nuestros días. En el poema original, Catulo se refiere a su propia persona, y se inicia con el conocido “Quid est, Catulle, quid moraris emori?”. La transtextualidad se da en el texto de Luque de manera abrupta, y leemos: ¿A qué estás esperando, Lesbia, para morirte ya? Aceves el beato sermonea siniestro y en el congreso luce Zaplana un bronceado que encandila. ¿A qué estás esperando, Lesbia, para morirte? El elemento postmoderno incardinado –puede leerse– nos retrotrae a la más inmediata actualidad política. GonzálezIglesias ha opinado que “Aurora Luque representa una postmodernidad viva, que es capaz de tener pasado” (GonzálezIglesias, 1996: 9). Sin duda de tener presentes estos últimos textos comentados, habría sumado a esa “postmodernidad viva”, que asume el pasado (de eso no cabe la menor duda), una postmodernidad actualísima. Finalmente el titulado “Lesbia hoy” resulta uno de los textos más sobresalientes y sugerente del conjunto. Tiene consonancia con el poema 5, que se inicia así: “Viuamos, mea Lesbia, atque amenus”, y que Luque traslada a un sorpresivo A vivir y a gozar, que son dos días y uno sale nublado, mi Catulo. Lo que se produce, pues, es una actualización del poema griego, respetando la esfera mítica, mas adentrándose en doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 Por otro lado, la influencia de Epicuro se deja notar en la obra de una poeta que, indudablemente, no renuncia a una filosofía cotidianista y reivindicativa de un modelo personal vitalista y sensorial. De forma que el modo de afrontar el poema se cifra en una manera desenfadada de generar mito bajo una vocación que desglosa su “vocación neoepicúrea rotunda y militante, que desenganche a los poetas del carro de Saturno”, en un mundo al que la autora se ha referido como un “conjunto de microjardines de discípulos y discípulas libertarios de Epicuro” (Luque, 2006: 21 y 28). La autora ha querido cifrar bajo la “siesta intemporal” de Epicuro toda una filosofía que se amplifica dentro de un registro hímnico, lumínico. En otro de los poemas en los que se trata de desacralizar otro de los mitos clásicos, “Al encontrar en Internet un mapa del mundo subterráneo”, aparece Caronte, quien en la mitología griega se ofrecía como barquero del Hades, y que conducía las sombras de los cadáveres de un lado al otro del río Aqueronte. Se supone que sólo conducía aquellos que portaban una moneda debajo de la lengua (un óbolo). Aquellos que no la tenían, vagaban cien años sin rumbo hasta que Caronte los recogía finalmente. El poema acaba de manera sorpresiva: “Tenuidad de la sombra, deudas con el barquero. / –No pagaré a Caronte de mi propio bolsillo”, como muy habitualmente afronta los finales de poema. De todas formas, lo que me interesaba resaltar es otro de sus versos, aquel que introduce una cita del Canto XI de La Odisea, correspondiente al descenso a los infiernos, y que dice: “No intentes consolarme de la muerte”. Seguidamente leemos: “consuélame tal vez de los andamios / quebrados de la vida”. De modo que resulta notoria la visión epicúrea de la autora, en un poema cuyo tema es tan tétrico como el mencionado. Es, me parece, otro ejemplo de vocación epicúrea. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4012 Y también epicúreos son algunos de los haikus que reunió la poeta en su librito Haikus de Narila (2005), estudiado por la profesora Elsy Cardona (2007), en cuyo prólogo se refería a ellos como “epicúreo elogio del instante”. Haikus que abrazan, dentro de su mayor o menor orientalismo, el instante cotidiano, con influencias de autores como Shiki5. Los haikus de Luque conforman textos sensoriales, cotidianos, sorpresivos (Virtanen, 2009: 82). Será por vía epicúrea por la que Aurora Luque transite después los caminos de Catulo, Ovidio y Horacio. En realidad fueron estos últimos quienes “llevaron hasta sus últimas consecuencias el arte de vivir y la estética hedonistas de las transgresoras propuestas epicúreas” (Luque, 2006: 17). Recalando en La siesta de Epicuro, se abre con una sección con este mismo título, en la que podemos leer varias propuestas que resumen este prontuario estético: “Fruta del día”, “La siesta de Epicuro” o “Epicuro en la Quinta Avenida”, quizá los más epicúreos de esta sección, y que lleva una cita de Les Sagesses antiques, de M. Onfray, que nos esclarece un tanto la posición de la autora que, ante una filosofía idealista, se inclina por abrazar la filosofía hedonista: materialista, sensualista, existencial, utilitarista, pragmática, atea, corporal, encarnada..., muy presente en la poesía toda de Luque. No cabe duda de que el filósofo francés desarrolla en su obra filosófica, de ámbito materialista/naturalista, una propuesta hedonista/epicúrea. Pero ser epicúreo no es ser Epicuro. El mismo Onfray ha escrito: “los discípulos menos traicionados por sus cuerpos inclinan muy pronto la doctrina sobre un plano más hedonista” (Onfray, 2002: 141). Esto es, un Epicuro de “estricta observancia”, sintagma que utiliza también Onfray. Ver, oír y actuar. O bien, epicureísmo ascético del maestro, que diría Jorge Riechmann en su libro Biomímesis y que Luque cita al inicio de otra de las secciones del libro, “El jardín de Filodemo”, frente al epicureísmo hedonista de los discípulos. Discípulos como el poeta y filósofo sirio Filodemo de Gádara (110 a. C.-40 a. C.), profesor de Virgilio e iniciador del epicureísmo romano. Filodemo fue el creador de unos epigramas brevísimos, incluidos algunos de ellos en la Antología Palatina, que elogian el placer mundano, como así “los fuegos furiosos de Eros” (Onfray, ibídem). No es raro por ello que esta sección del libro, que incluye haikus y poemas breves, enlace con este filósofo e incluya haikus –no todos hedonistas– como éste: ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 Ricardo Virtanen un juego de paráfrasis e intertextualidad muy conseguida. La misma poeta ha afirmado: “Para mí, adentrarme en la melancolía de Mimnermo o en la desesperación de Catulo es algo tan cotidiano como leer una novela contemporánea o leer un informe en la prensa. Los he incorporado como una experiencia más” (Domene, 1993). En efecto, la desdramatización del poema catuliano se produce en aras de una cotidianización del hecho experiencial. Literatura y vida conforman, a la postre, una experiencia convergente en un mismo punto, como no podía ser de otra forma. 789 Nº 750 El río Eros ¿cómo podré cruzarlo? ¿Clases de natación? REALIDAD, MITO Y DESEO. LA MIRADA GRECOLATINA DE AURORA LUQUE Epicureísmo hedonista y solar, pues, el de Aurora Luque, pragmático y al punto culturalista, cotidianista y vitalista por cuanto traspasa los márgenes de un entorno filosófico que sirve de marco, otorga profundidad al discurso poético y destila experiencia de vida dentro de un discurso transgresor. Y al margen de la Grecia clásica, y de los poetas latinos, otra de las mayores influencias que atesora la obra poética de Aurora Luque es la presencia de poetas griegos contemporáneos. Cavafis se respira a cada instante (léase “En una Una luz desenfada y fresca representa la poesía de Aurora Luque, clásica y moderna, vitalista, sensual, hímnica y elegiaca. Si ha de cantarse lo que se pierde, que sea en sinfonía luminosa de la mano de Safo, Catulo, Horacio, Virgilio, Epicuro. NOTAS Recibido: 25 de enero de 2011 Aceptado: 25 de abril de 2011 790 iglesia ortodoxa de Viena”, de Transitoria); Odiseas Elitis es una fuente continua en la obra luqueana, a quien además admira profundamente; el murmullo insular de Yorgos Seferis se escucha en muchas esquinas del poema; y Kavadías, al que hallamos en “Homenaje a Kavadías”, poeta del mar y la luz. Asimismo el paisaje de Yannis Ritsos es otra de las referencias clave en los versos de la almeriense. Pero todo ello se extiende más allá de lo que hoy nos proponemos al señalar la influencia de la literatura grecolatina. 1 El hilo de la fábula (Madrid, Antonio Ubago, 1995), Selección natural (Gijón, Universos, 1995), Elogio de la diferencia (Córdoba, Cajasur, 1997), La generación del 99 (Oviedo, Nobel, 1999), Poesía española reciente (1980-2000) (Madrid, Cátedra, 2001), Hitos y señas (Madrid, Laberinto, 2001), Cambio de siglo (Madrid, Hiperión, 2008) o La moradas del verbo (Madrid, Calambur, 2010). 2 25 epigramas, Meleagro de Gádara, Llama de amor viva (Málaga), n.º 5, 1995; Los dados de Eros. Antología de poesía erótica griega, Madrid. Hiperión, 2000; Poemas y testimonios, Safo, Barcelona, El Acantilado, 2004. 3 Acaba de publicarse Poemas a Lesbia. Taeter morbus, selección, traducción y prólogo de Aurora Luque sobre textos de Catulo, Universidad de Nuevo León, Monterrey, México, 2010 4 Poesías, Catulo, edición bilingüe de José Carlos Fernández Corte y Juan Antonio González Iglesias, Madrid, Ediciones Cátedra, 2006. ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 783-791 ISSN: 0210-1963 5 Si no, léase el haiku titulado “Homenaje a Shiki”: “¿Mi biografía? / Amó el almendro en flor / y algunos versos”, que parece proceder de la lectura del poema siguiente de Shiki: “¿Mi biografía?: “le gustaba aquel haiku / de los kakis”, hallado en El libro del haiku, prologado y traducido por Alberto Silva, Pretextos, Valencia, 2005; reed., Visor, Madrid, 2008, 240. BIBLIOGRAFÍA CITADA Almuzara, Javier (2004): “Aurora Luque, camarada de Ícaro” (Entrevista), Clarín, n.º 52, 43-47. Álvarez, Josefa (2009): “Mundo clásico, voz lírica femenina y expresión del deseo en la poesía de Aurora Luque”, Minerva, n.º 22, 217-230. 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CSIC Calle Albasanz 26-28. 28037 Madrid leida.fernandez@cchs.csic.es ABSTRACT: From the new approaches in social studies of science and technology concerned with the analysis of sites where science is developed and how it circulates, I am interested to observe the Caribbean as an island-center in the tropical agronomic knowledge development. For this, I study how the scientific steps were formulated to eradicate the plagues that currently affect more intensely coconut plantations in the Caribbean and Latin America, called Lethal Yellowing Disease of Coconut, which has destroyed the industry crops in many areas. The epidemic first appeared in the nineteenth century in the Caribbean Antilles, which forced local scientists to develop a database of global knowledge. In particular, I observe the process in Cuba from scientific discussions generated at the Royal Academy of Medical Sciences, Physical and Natural Sciences of Havana, as well as the entry of U.S. scientists in the new imperial context of early twentieth century, who expanded their field of study throughout the English and Spanish Caribbean through the exchange of ideas and experiences. RESUMEN: A partir de los nuevos enfoques en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología interesados en el análisis de los sitios donde se produce la ciencia y cómo circula, me interesa observar el Caribe como isla-centro en la construcción del saber agronómico tropical. Para ello estudio cómo se fueron formulando científicamente los pasos a seguir para erradicar una de las plagas que actualmente afectan con más intensidad las plantaciones de cocos del Caribe y América Latina, llamada Amarillamiento Letal del Cocotero (ALC), la cual ha destruido la industria de la copra en muchas zonas productoras. La epidemia apareció por vez primera en el siglo XIX en el Caribe antillano, donde obligó a los científicos locales a elaborar un sistema de conocimiento global. En particular, observo ese proceso en Cuba a partir de los debates científicos generados en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, así como con la entrada de científicos norteamericanos en el nuevo contexto imperial de inicios del siglo XX, quienes ampliaron su campo de estudio a todo el Caribe inglés e hispano a través del intercambio de ideas y experiencias. KEY WORDS: Agricultural plagues; agricultural scientific knowledge; Caribbean; Cuba. PALABRAS CLAVE: Plagas agrícolas; conocimiento científico agrícola; Caribe; Cuba. A finales del siglo XIX y comienzos del XX las plagas y enfermedades se hicieron frecuentes en casi todos los cultivos tropicales. Las pérdidas ocasionadas a la economía por las plagas obligaron a los científicos, ubicados en diferentes centros del saber, a investigar y encontrar remedios para erradicarlas; de este modo se perfiló una plataforma local para la producción y circulación global de nuevos conocimientos científicos para la agricultura del trópico. Muestra de ello fue el estudio de la plaga epidémica que, desde mediados del siglo XIX, afectó a las plantaciones de cocos del Caribe antillano hasta provocar la quiebra de la industria en algunas zonas productoras. un alto potencial destructivo por la rápida propagación y la muerte de las plantas en un período de entre cuatro a seis meses después de los primeros síntomas. En el ALC influyen diversos factores como, por ejemplo, el exceso de agua, los vientos fuertes causados por huracanes, la inadecuada fertilización u otras enfermedades que producen síntomas similares. Hasta donde se conoce, los únicos remedios eficaces consisten en la quema de las plantas enfermas y su sustitución por variedades más resistentes. La enfermedad apareció por vez primera en las islas del Caribe en el siglo XIX; más concretamente algunos autores sitúan los focos de la epidemia en Jamaica y Cuba (Harries, 2001; Ogle y Harries, 2005). Actualmente se halla, con mayor o menor grado de incidencia, en Jamaica, Cuba, Haití, República Dominicana, Bahamas, Florida, México, Belice y Honduras. Igualmente, una enfermedad con síntomas muy similares afecta las plantaciones de África y la India. Desde 1972 el Amarillamiento Letal del Cocotero (ALC) es una enfermedad asociada con un fitoplasma transmitido por un insecto vector, conocido comúnmente como chicharrita o saltahojas (Myndus crudus). Dicha enfermedad tiene Nº 750 PLAGAS, ENFERMEDADES Y SABERES AGRÍCOLAS EN EL CARIBE, UN ESTUDIO DE CASO El estudio de las plagas y enfermedades agrícolas ha recibido especial atención desde la historia ecológica (McNeill, 1976; Crosby 1988; Grove, 1995; Tucker, 2000; McCook 2002a y 2002b: 223-256). Mis reflexiones parten desde el punto de vista metodológico de las nuevas tendencias en los estudios sociales de ciencia y tecnología interesadas en el análisis de los espacios donde se produce la ciencia y de los actores involucrados en su quehacer; análisis que subrayan que el conocimiento científico y sus prácticas son locales y que se determinan por medio de un complejo proceso de negociación, lo cual establece una relación mucho más compleja entre centros y periferias (Latour: 1987; Haraway 1988 14, 575-599, Ophir y Shapin, 1991; Golinski, 1998; Knorr, 1999; Crang et al., 1999; Secord, 2004; Schrepter et al., 2004; Raj, 2007). Particularmente concibo el Caribe, con los focos continentales que conectan América del Norte y Sudamérica1, como espacio para la creación y circulación de saberes agronómicos; en este caso la plaga fue el “actor-vector” para producir un conocimiento global desde contextos siempre locales. Las páginas que siguen exploran cómo se construyó el saber agronómico sobre las plagas y enfermedades tropicales a partir de los debates científicos que generó el estudio de la epidemia a las plantaciones de cocos en Cuba, la cual traspasó las fronteras insulares. Asimismo, con la entrada de los científicos norteamericanos en el transcurso de las investigaciones a inicios del siglo XX, surgió un personal experto en el conocimiento de las plagas a los cultivos tropicales debido al trabajo de campo e intercambio de ideas desde otros puntos del Caribe. Dicho estudio tampoco estuvo exento de tensiones científicas, así como imperiales y locales. 2. La “enfermedad de los en la cuba colonial cocoteros” La introducción de la palma del cocotero (Cocus nucifera L.) en Cuba se produjo, al igual que en otras zonas del Caribe, probablemente a finales del siglo XVI procedente de la región del Pacífico mexicano y de las costas occidentales de África a través de Puerto Rico (Bruman, 1944; Harries, 1980; Llauger et al., 2002; Cueto et al., 2004). El cocotero, llamado el árbol de la vida, forma parte del clásico paisaje 794 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 rural a lo largo de todo el país, pero es Baracoa, la primera villa-ciudad-capital fundada por Diego Velázquez en 1511, el tradicional enclave comercial frutero y económico hasta hoy día, sobre todo para la industria de la copra. La plantación y exportación en gran escala de cocos en Baracoa comenzó a finales del siglo XVIII impulsado por las reformas borbónicas y por la entrada de inmigrantes, con posterioridad a la Revolución de Haití. El puerto, única conexión con el exterior, favoreció desde muy temprano el comercio y circulación de mercancías intercaribeño con otras colonias inglesas, holandesas y francesas, en particular con Jamaica, Puerto Plata, Samaná, Montecristi, Guarico, Puerto Rico, Providencia, Martinica, Guadalupe, Norfolk y Santo Tomás (García, 2000). Las primeras evidencias de la enfermedad de los cocoteros, no obstante, situaban el origen del foco infeccioso en una finca azucarera de Matanzas en octubre de 1870, tras el paso de uno de los huracanes más destructivos de la historia colonial cubana que causó cerca de ochocientos muertos (Fernández de Castro, 1872; de la Torre, 1889: 363). Diez años después, el botánico y médico español José Eduardo Ramos proponía a la comunidad científica de la isla, agrupada en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, la creación de una comisión para el estudio y erradicación de la enfermedad ya que “la destrucción de los cocales representaba la disminución de algunos millones de pesos en la renta anual de la Isla” (Ramos, 1882: 357). Así, se iniciaban en Cuba los debates académicos asociados a un cultivo de plantación, no referidos a los principales de caña de azúcar y tabaco, los cuales constituyeron los primeros pasos en la formulación de hipótesis científicas sobre una enfermedad agrícola tropical, es decir, en proponer ciertos modelos explicativos y preventivos, algunos de los cuales aún hoy son eficaces a nivel global. Las discusiones se dividieron entre los partidarios del parasitismo vegetal y animal como agentes patógenos causantes del mal. En los informes de los académicos encontramos las trazas de cómo se construyó este saber, las influencias y adaptaciones de otros modelos puestos en práctica en Europa, las primeras tensiones entre los miembros de la Academia, la búsqueda de apoyos entre los naturalistas de mayor prestigio, así como las interacciones entre las disciplinas científicas médicas y botánicas por encontrar la causa de la enfermedad y sus remedios. doi: 10.3989/arbor.2011.750n4013 José Eduardo Ramos defendió la teoría del parasitismo vegetal porque la enfermedad se debía a la presencia de un hongo microscópico, al cual llamó Uredo cocívoro, junto con el hongo Puccinia que provocaban la posterior decadencia y muerte de la planta. Ramos había estudiado la literatura existente sobre la plaga de los cocoteros en Ceilán que identificaba el escarabajo rojo como el agente patógeno causal. Sin embargo, se inspiró en el modelo de otros hongos similares que afectaban los cultivos en Europa, en especial el Puccinia graminis causante de la roya del trigo, al tiempo que sugería la posible transmisión por un insecto como huésped intermediario (Ramos, 1882; Pruna, 2002: 467). Dicha idea constituye la primera muestra del trasvase de métodos entre la medicina y la botánica en el contexto de la enfermedad pues, como ha precisado Pruna, la tesis de Ramos indujo a Carlos J. Finlay, médico epidemiólogo, a encontrar en el trabajo del naturalista alemán Julius Sachs relacionado con el cultivo de la roya del trigo, la analogía sobre su teoría del mosquito Aedes aegipty como portador de la fiebre amarilla, ya que el hongo tenía que alojarse en un hospedero intermediario (Pruna, 2002: 395 y 475). Finlay insistió en la importancia del trabajo experimental exigido por la ciencia moderna a partir de practicar cultivos de inoculación en plantas sanas, lo cual Ramos doi: 10.3989/arbor.2011.750n4013 consideraba demasiado arriesgado por el peligro de extender el contagio. Aun así, la tesis del botánico fue apoyada inicialmente por los afamados naturalistas Felipe Poey y Juan Cristóbal Gundlach, doctorado en ciencias naturales por la Universidad de Hamburgo. Igualmente el oftalmólogo y médico Juan Santos Fernández, introductor en Cuba de las teorías de Louis Pasteur y fundador en 1887 del Laboratorio Histobacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica de La Habana, respaldó y ofreció la institución para que Ramos realizara los análisis. El médico bacteriólogo Diego Tamayo, discípulo de Pasteur y entonces director científico del laboratorio, sugería orientar las investigaciones a la raíz de la planta para detectar las causas de las infecciones secundarias (Tamayo, 1889: 327-456). Leida Fernández Prieto Las discusiones originadas en el seno de la Academia sobre la enfermedad de los cocoteros han sido relatadas por Pedro Pruna2 para ejemplificar algunas de las actividades científicas institucionales (Pruna, 2002: 466-476). En mi estudio, sin embargo, los debates resultan esenciales para observar el papel de los científicos locales en la construcción de un sistema de conocimientos sobre las plagas y enfermedades tropicales. Para Pruna los científicos estaban en presencia de la llamada “Pudrición del Cogollo”, otra enfermedad causada por el hongo Phytophtora palmivora que produce síntomas muy similares al ALC (Pruna, 2002: 475). Lo cierto es que durante los principales momentos que se debatió el problema de la plaga en la Real Academia (1880-1882 y 1889), los académicos siempre se refirieron a ella como la “enfermedad de los cocoteros”, sin determinar en las intervenciones si se trataba de una enfermedad o de varias. Ahora bien, los síntomas descritos por los contemporáneos sobre la destrucción de las plantaciones y la rapidez con la cual se extendió la epifitia nos indican que se trataba del ALC. Ramos fue también el primero en proponer la quema de la planta como el remedio que, aún hoy, es efectivo para la erradicación de la enfermedad, cuyo procedimiento había asociado tras leer un artículo publicado en el Diario de la Marina acerca de que el gobierno inglés había quemado varios cafetales infestados en Ceilán y las islas Fiji por un parásito uredino (Ramos, 1882). Ramos consideraba ineficaces, por tanto, los diversos tratamientos divulgados por la prensa periódica, ilustrativo de la importancia y seguimiento que tuvo desde entonces la enfermedad en la isla. Santos Fernández advertía también que el Departamento de Agricultura de Washington sostenía la inexistencia de tratamientos contra los hongos uredos. A la tesis de Ramos se opuso el médico Federico Gálvez, quien indicó que la causa de la plaga consistía en un parásito animal nombrado por él “Cocívoro vandálico”, del mismo género que la “guagua” que afectaba a los naranjos (Gálvez, 1882; Pruna, 2002: 470). Según el bibliógrafo cubano Carlos M. Trelles el informe de este académico fue de un gran valor científico y erudito (Trelles, 1918: 390). Gálvez había confrontado su descubrimiento con las investigaciones del entomólogo francés Víctor Antoine Signoret efectuadas con muestras de cocales enviados desde la Isla Reunión en 1869. La descripción detallada de Gálvez mostraba vívidamente los síntomas del ALC: “Pierden las hojas su brillo, se tornan amarillas, se secan, caen a su vez, y por último, las sigue todo el bulbo, quedando sólo en pie el duro tronco negro, seco, desnudo, como signo de desolación y de tristeza, convirtiendo la antes fresca, frondosa y productora campiña en un gigantesco cementerio neocelandés” (Gálvez, 1882: 358). La pérdida ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 795 Nº 750 total del follaje y posterior muerte de la planta resultan, ciertamente, las características distintivas de la enfermedad en el Caribe. PLAGAS, ENFERMEDADES Y SABERES AGRÍCOLAS EN EL CARIBE, UN ESTUDIO DE CASO En 1889 las discusiones sobre la plaga de los cocoteros fueron retomadas cuando el gobierno general de la isla cursó la petición de la Junta de vecinos de Baracoa para que la Academia solucionara el grave problema de las plantaciones comerciales. Dada la importancia económica para la región, el destacado entomólogo Carlos de la Torre, discípulo de Felipe Poey, decidió intervenir en las investigaciones. De todos los opositores a la teoría de Ramos, fue de la Torre quien hizo la reconstrucción y examen integral de la enfermedad desde diferentes aspectos (histórico, zoológico, patológico y de métodos de erradicación) (De la Torre, 1889: 358-384). El estudio estuvo basado en el análisis de las muestras recogidas de los cocoteros del patio central de la Universidad de la Habana, donde radicaba el Museo de Historia Natural, en los cuáles encontró el microorganismo mencionado por Gálvez. De la Torre partía en su informe de que para los agricultores la enfermedad era causada por los “cucarachones”, coleópteros de los géneros Strategus y Prionus, debido a su presencia en las plantas infectadas, así como otros académicos aludían a diferentes insectos como posibles agentes causales de la plaga. Para los agrónomos, en cambio, la enfermedad fue producto de los inadecuados métodos de cultivo. Sin embargo, de la Torre prestó especial atención a la tesis de Ramos porque constituía científicamente la más racional, aunque no hubiese podido demostrar la naturaleza y evolución de los hongos entófitos. Frente a Ramos, el naturalista defendió la teoría del parasitismo animal al precisar que la enfermedad se debía a un cóccido llamado por él Diaspis vandalicus, en reconocimiento al trabajo de Gálvez (De la Torre, 1889: 384, González: 1999, Pruna 2002: 466476). En ese sentido estableció la clasificación zoológica en insectos del Orden de los Hemípteros, Sub-Orden de los Phylophthirios que comprendían los Afidos y los Cóccidos, conocidos comúnmente como los pulgones y las cochinillas, además de la filoxera destructora de las viñas y las “guaguas” de los naranjos. De acuerdo con sus observaciones confirmó que no se trataba de los Aspidotus analizados por Signoret en los cocales de la isla Reunión. Para entonces, los naturalistas Poey y Gundlach apoyaban sus tesis. 796 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 La importancia del estudio del naturalista radicaba fundamentalmente en sus dudas sobre la procedencia del insecto porque traía a colación el origen del cocotero en el Caribe: si es originario de Cuba aclara sobre el foco de infección y sus remedios porque siendo el cocotero seguramente una planta exótica, pudo no haber existido en esta isla el parásito hasta la fecha en que hemos visto aparecer la enfermedad, porque los parásitos de este grupo solo son introducidos en un país cuando se transporta la planta entera, y rara vez cuando se siembra por semillas y frutos (De la Torre, 1889: 384). Los patólogos actualmente coinciden en que la enfermedad es transmitida por un insecto, pero se preguntan si la enfermedad se originó fuera del Caribe y, de ser afirmativa, cómo se introdujeron los insectos en la región. Para Jamaica, Ogle y Harries sugieren que pudo ser introducida por vectores infestados a través de los pastos u otra alimentación del ganado importado desde la India durante los primeros tiempos coloniales (Ogle y Harries, 2005). De la Torre insistió en la correlación entre los huracanes y la aparición de plagas en los cultivos, ya que había ocurrido igual con los naranjos en 1842. Pensaba que dicha influencia podía deberse a la acción mecánica de los vientos o, si resultaban una especie indígena parásita de otra planta que había pasado a los cocoteros indicaba que el temporal había disminuido el número de Himenópteros destructores naturales de los Cóccidios, así como la prolongada inmersión de las raíces de los cocoteros en el agua favoreció el desarrollo de una generación parasitaria que afectaría las plantaciones en progresión ascendente. De la Torre recomendó, como Ramos, la destrucción de todas las plantas enfermas, así como la introducción de nuevas variedades que definiría si la enfermedad procedía del cocotero y, en ese caso, podía encontrarse una solución segura (De la Torre, 1889: 369). A pesar de la cercanía geográfica de Baracoa con la isla de Jamaica, el otro foco de la infección casi paralela al iniciarse en 1872, los académicos nunca la mencionaron. La Academia fue el espacio institucional que legitimó y custodió las investigaciones sobre la enfermedad de los cocoteros durante la colonia. Los estudios fueron retomados por los científicos norteamericanos a inicios del siglo XX doi: 10.3989/arbor.2011.750n4013 con el traspaso del imperio español al estadounidense, quienes ampliaron su campo de acción a otras zonas afectadas del Caribe. científicos norteamericanos ante la plaga de los cocoteros en el Caribe El contexto de la expansión imperial puede ser considerado, tal como acertadamente han sugerido Raj y Morgan Hodge, como el espacio idóneo para examinar la producción y difusión del conocimiento a partir de estudios locales conectados con ámbitos a escala global y de modernidad (Raj, 2007; Morgan, 2007). Al igual que ocurrió con el imperio español, la ciencia agrícola fue una herramienta eficaz para la aventura imperial norteamericana necesitada de recodificar y (re)domesticar el mundo tropical de los nuevos territorios adquiridos tras la guerra hispano-norteamericana concluida en 1898. Como parte de este proceso se realizaron en Cuba, Puerto Rico y Filipinas a finales del siglo XIX y comienzos del XX diversos censos agrícolas, numerosos viajes de estudios y de reconocimiento. Paralelamente, en la reconquista del trópico participaron compañías trasnacionales, colonos, científicos, tecnólogos y especialistas desconocedores de las patologías a las que se enfrentaban como, por ejemplo, las enfermedades y plagas a los cultivos; dominarlas no sólo involucró diversos actores sino que también convirtió el Caribe en foco del saber para los agrónomos y botánicos norteamericanos. La crisis económica y ecológica causada por la plaga de los cocoteros propició la formación de un personal estadounidense experto en enfermedades agrícolas tropicales a partir del intercambio en el Caribe de sus experiencias e ideas con científicos y actores, tanto locales como ubicados en otros centros del saber. Dicho personal contó, en general, con una sólida instrucción en patología vegetal debido a sus trabajos sobre todo al servicio del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) (McCook, 2009: 499-507). Durante la primera ocupación norteamericana en Cuba, 1898-1902, los plantadores baracoenses solicitaron la intervención del USDA para el estudio y erradicación de la epidemia. En respuesta a dicha petición arribó a Baracoa en 1901 Mr. W. Busck, entomólogo del USDA, quien dictaminó que el hongo Pestalozia palmarum doi: 10.3989/arbor.2011.750n4013 A diferencia de la época colonial, Baracoa se convirtió en el centro de las investigaciones sobre la plaga no sólo por su alta incidencia en las plantaciones sino que también afectó las inversiones de los agricultores y de las compañías trasnacionales, cuyo comercio se había incrementado con Estados Unidos en estos años. La ciudad fue la isla-puente que conectó los centros productores caribeños afectados por la epidemia. En 1903, el micólogo norteamericano Franklin Sumner Earle colectó hongos en la zona para el Herbario del Jardín Botánico de Nueva York. En esa ocasión no estudió la enfermedad de los cocoteros, pero muy probablemente tuvo noticias de ella al establecer su base de operaciones en la plantación de cocos del norteamericano Charles Cooper y desplazarse en los barcos de la United Fruit Company (New York Times, 1903). Earle, además, conocía la enfermedad en el Caribe porque había viajado ese mismo año a Jamaica para estudiarla, invitado por el botánico británico William Fawcett estudioso de la plaga en Montego Bay desde 1891 (Fawcett, 1891). Ya entonces se sabía que la epidemia había destruido la industria en Gran Caimán. Earle encontró casos aislados de la enfermedad en el occidente de Jamaica pero ninguna en las zonas situadas entre Port Antonio y Kingston. En su criterio la causa se debía a una enfermedad bacterial y se llevaba muestras de campo para estudiarlas en el laboratorio del Jardín Botánico de Nueva York. En cambio, en la parte oriental de Jamaica halló otro tipo de daño a las plantaciones conocido como “wasting disease” producido por un insecto, cuyos hábitos estaban siendo investigados por el científico William Cradwich, instructor viajero del Departamento de Botánica de Jamaica, quien envió ejemplares al Real Jardín Botánico de Kew. En Puerto Rico, Earle detectó los daños provocados por las “guaguas” y no encontró señales de la enfermedad bacterial (Journal of the New York Botanical Garden, 1903: 1-10; Science, 1908: 57). Leida Fernández Prieto 3. Los constituía el agente causante de la enfermedad (Busck, 1901: 36; Science, 1908: 57). En 1904, el notable botánico y entomólogo Erwin F. Smith, patólogo vegetal del USDA, hizo investigaciones en Baracoa donde confirmó el origen bacteriano de la yema terminal en los cocoteros como la causa de la plaga, lo cual se sumaba a las tesis del parasitismo vegetal y animal defendidas en la Academia (Smith, 1905: 500; Rodgers, 1952). Asimismo, Smith recalcaba que sólo era posible descubrir la causa a partir de la prueba de experimentación derivada ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 797 Nº 750 PLAGAS, ENFERMEDADES Y SABERES AGRÍCOLAS EN EL CARIBE, UN ESTUDIO DE CASO de los cultivos de inoculación, tal como habían planteado décadas atrás Finlay y otros académicos. En el propio año 1904 el recién creado gobierno de Cuba fundaba la Estación Central Agronómica de Santiago de las Vegas, espacio desde donde los científicos norteamericanos investigarían la enfermedad al constituir el centro rector de las investigaciones agrícolas, así como su primer director fue el mencionado Earle, quien creó el departamento de Patología vegetal para el estudio de las enfermedades de los cultivos tropicales (New York Times, 1904; Fernández, 2005: 121-132). Entre 1905 y 1910 la plaga en Baracoa alcanzó el mayor punto de incidencia de la infección ya que en cinco años la producción se redujo en un 64% (Bruner y Boucle, 1943). Desde la Estación Experimental, Earle retomó de manera oficial los estudios de la enfermedad en Cuba. Para él se trataba de varias enfermedades e igualmente diversas resultaban sus causas, aunque por su experiencia las más probables consistían en las “guaguas” y en la supuesta enfermedad bacterial. En el caso de que los daños se debiesen a las “guaguas” podían erradicarse a través del control biológico, una vez investigados el hongo y sus insectos enemigos. En esta dirección, recordaba que el Departamento Imperial de Agricultura de las Antillas Inglesas había solicitado a la Estación el envío a Barbados de ejemplares vivos de una “cotorrita” que se alimentaba de la “guagua” del cocotero en Cuba para propagarla en esa isla donde no existían. La enfermedad bacterial parecía más destructiva pero sus trabajos resultaban más difíciles y complicados. Earle sugirió, como antes la Academia, la realización de inoculaciones en árboles sanos con cultivos propios de la bacteria y en condiciones apropiadas que impidiese la infección ordinaria. Luego, los científicos tenían que determinar la forma en que se originaba el contagio y el huésped intermediario para hallar el remedio. Aún así, Earle sabía que ello podía convertirse en una tarea imposible porque las enfermedades bacteriales de la planta resultaban difíciles de tratarse exitosamente (Earle, 1906: 1-7). Desde 1906 hasta 1909, Cuba fue objeto de la segunda ocupación norteamericana, cuyo gobierno interventor aprobó 14.000 dólares para erradicar la plaga en Baracoa. Tal como sucedió en 1899, Estados Unidos volvió a elaborar un censo en 1907 donde se registraba por vez primera la existencia de una nueva enfermedad radicada en el cogollo 798 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 del cocotero, la cual Carlos de la Torre había demostrado que se debía a un parásito patológico (Censo de la República de Cuba bajo la Administración Provisional de los Estados Unidos, 1907: 48). Las pérdidas para el comercio de exportación se cifraban en millones de pesos, al extremo que el Secretario de Agricultura Gabriel Casuso propuso en 1909 un premio de 30.000 pesos a quien descubriera las causas y remedios para su erradicación. Paralelamente nombró una comisión que agrupó a científicos locales formados en la colonia y estudiosos de la enfermedad como, por ejemplo, Carlos de la Torre y Diego Tamayo, así como Earle en calidad de director de la Estación Experimental. Luego de examinar varias plantaciones en Baracoa, tanto Earle como de la Torre coincidieron en el origen bacteriano de la enfermedad, al tiempo que señalaban que la única cura consistía en la quema de las plantas afectadas. En esa ocasión contaron con la ayuda de Mr. Tomas Simon, gerente de J. Simon and Company de Nueva York, quienes poseían plantaciones en Baracoa, Sama y Sagua de Tánamo, todas situadas en el oriente del país (The Cuba Review, 1911: 24; Fernández, 2005 y 2008). En 1908 el científico norteamericano William Titus Horne, jefe del departamento de Patología de la Estación, puntualizaba que la plaga había sido detectada en otros lugares del Caribe, en particular Demerara (en la actualidad Georgetown, Guayana Británica), Jamaica, Honduras Británicas (Belice o Belize) y Trinidad y Tobago. Horne subrayaba que la relación de los insectos con la enfermedad aún estaba por aclararse pero todo indicaba que resultaban los ve­ hículos de la infección (Horne, 1908). De forma paralela, su esposa y también botánica Mary Tracy Horne, hermana de Earle, envió un artículo a la revista The Cuba Review donde precisaba que las pérdidas eran valoradas en 10.000 dólares por mes, así como mencionaba por primera vez la introducción de nuevas variedades procedentes de las Indias occidentales británicas, la India y Ceilán (Tracy, 1908). La Academia por su parte seguía siendo espacio por derecho propio de las discusiones sobre la enfermedad. En 1909 Juan Santos Fernández invitaba al agrónomo Francisco de Zayas a participar en la sesión científica de Carlos de la Torre sobre “La enfermedad de los cocoteros”, debido a su importancia para la agroindustria del país. Zayas fue partidario de que la causa de la enfermedad radicaba en doi: 10.3989/arbor.2011.750n4013 En 1907 el patólogo norteamericano John Robert Johnston investigó para el USDA en Jamaica, Trinidad, la Guayana Inglesa, el oriente de Cuba (1907-1910) y en Puerto Rico entre 1910 y 1911, es decir, el Caribe inglés e hispano. Al término de sus investigaciones Johnston publicó un informe en inglés, traducido posteriormente por Juan Tomás Roig, jefe del Departamento de Botánica de la Estación Central, para que saliera en el boletín de la institución cubana. La descripción de los síntomas no dejaba lugar a dudas de que se trataba del ALC al señalar: “Un solo árbol puede ser matado en dos meses a un año o más después de la infección, y cocales enteros pueden ser destruidos en dos o tres años” (Johnston, 1913: 14). Johnston confirmó que la enfermedad, o una muy similar, estaba presente en todo el país, en el occidente de Jamaica y menos en el extremo oriental, las Islas Caimán, la Honduras Británica, Trinidad en el noroeste, y en puntos de la Guayana Inglesa. Tras numerosas inoculaciones, Johnston concluía que la causa de la enfermedad era un organismo bacteriano e idéntico al Bacillus Coli, transmitido por las Auras tiñosas (Cathartes aura). Recomendaba quemar todas las plantas enfermas, destruir cualquier material infectado y los lugares posibles de cría de los insectos. Esto unido a métodos apropiados de cultivo, así como la firma de una ley gubernamental que obligara a los hacendados a hacerlo, así como el nombramiento de inspectores. En 1914 la revista The Cuba Review fue plataforma para una interesante polémica que involucró a Johnston, entonces investigador en la Estación Experimental de Río Piedras, Puerto Rico, y a Celestino Bencomo Espinosa, cónsul de Cuba en Haití. Johnston criticaba severamente a Bencomo por el informe publicado en el Diario de la Marina en el que hablaba de un estudio de cuatro años sobre la enfermedad de los cocoteros. Para Johnston consistía en doi: 10.3989/arbor.2011.750n4013 una compilación de toda la literatura científica a partir de la cual deducía que el escarabajo rinócero constituía el agente patógeno del mal, al tiempo que se consideraba con aptitud para recomendar la manera de dominar la enfermedad (Johnston, 1914). Johnston se apoyó en su estudio anteriormente mencionado donde, tras un trabajo de campo de cuatro años, explicaba en detalle la enfermedad bajo todos sus aspectos (la influencia de los insectos, fungos, bacterias, condiciones del terreno y estados atmosféricos). Asimismo se refería sólo a los estudios de Earle y Horne, probablemente porque la Estación Experimental fue el centro rector de las investigaciones. Leida Fernández Prieto el empobrecimiento del terreno provocado por el monocultivo: “no hay que estudiar sólo a los cocoteros sino a la tierra que está cansada; se le ha explotado por centurias de años y está esquilmada; aquí nuestros hombres no se preocupan de devolverle a la tierra lo que de ella toman, sin pensar que ella es la que sostiene a los seres vivientes” (Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana, 1908-1909: 602-606). En efecto, la plaga constituía un síntoma de la crisis ecológica y de la necesidad de variar el sistema de cultivo extensivo imperante hasta entonces. Bencomo criticaba en su réplica, el 25 de junio de 1914, los términos altamente autoritarios del científico norteamericano, quien reclamaba el reconocimiento mundial de la infalibilidad científica y señalaba: “Yo que no ando creyendo en infalibilidades humanas y menos científicas cuando los representantes del saber se extravían en el camino de las hipótesis, sin tomar una orientación fija y que a diario veo y me convenzo de que todos estamos sujetos al error” (Bencomo, 1914: 26). Bencomo preparaba otra respuesta científica basada en observaciones y argumentaciones convincentes contra los sostenedores de la teoría bacteriana. De igual modo, el autor concluía que en agosto de 1913 la Secretaría de Agricultura de la República de Cuba contaba con 39 trabajos de distinta procedencia, los cuales optaban al premio ofrecido por el gobierno, así como que en Haití, donde proseguía sus investigaciones y observaciones, nadie había visto un solo ejemplar del “Auras tiñosas” (Cathartes aura) y, sin embargo, hacía tiempo que los cocoteros morían por la enfermedad. La polémica reflejó tensiones de autoridad científica, pero también mostraba la relación ciencia-negocio al originarse en el contexto de la presentación de los trabajos que aspiraban ganar el premio monetario ofrecido por el gobierno cubano. Las investigaciones de los científicos norteamericanos realizadas en Cuba decayeron hacia los años 1920, si bien ya habían creado una red global de conocimiento que incluyó diversas fuentes emisoras del saber y de financiamiento, así como la utilización de la infraestructura y canales de comunicación científica estadounidense para validar las nuevas hipótesis sobre la enfermedad. Desde finales del siglo XX, los científicos y estudiosos concluyeron que la enfermedad en el Caribe se trataba del ALC, aunque asociada a una multiplicidad de factores. Aún hoy, sin ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 799 embargo, no se ha podido detectar con seguridad el modo en que se introdujo el insecto vector en la región. Nº 750 PLAGAS, ENFERMEDADES Y SABERES AGRÍCOLAS EN EL CARIBE, UN ESTUDIO DE CASO 4. Algunas reflexiones finales La plaga de los cocoteros es un ejemplo revelador para explorar el Caribe como espacio-centro en la construcción y circulación del saber agronómico tropical, cuyo cuerpo de ideas emergió de los esfuerzos e interacción de diversos actores por controlar la crisis económica y ecológica en la región. En Cuba la epidemia involucró tanto a diversos agentes económicos interesados en su erradicación (los agricultores cubanos, colonos norteamericanos y compañías trasnacionales), como a espacios institucionales, locales e imperiales, desde donde se estudió. NOTAS Recibido: 30 de marzo de 2011 Aceptado: 15 de mayo de 2011 800 Los científicos formados en Cuba durante la época colonial española, preferentemente en medicina, y los naturalistas sentaron las bases de los debates posteriores sobre la epidemia. Muchos de ellos continuaron al frente de las investigaciones en el transcurso de los primeros años republicanos, junto a los científicos norteamericanos llegados a Cuba para investigar la epifitia en el contexto de la expansión imperial de Estados Unidos, lo cual posibilitó que se convirtieran en un personal experto en enfermedades tropicales. La amplia movilidad de estos especialistas por el Caribe, la utilización de diversas plataformas de discusión y divulgación, así como el dominio del idioma inglés y el castellano favorecieron la unificación de los estudios en los distintos puntos del Caribe inglés e hispano para adquirir una mayor comprensión a nivel global de la enfermedad. 1 David Chambers y Richard Gillespie han sugerido a los historiadores de la ciencia del Caribe pensar la región geográficamente como un conjunto de islas, o una isla en particular, o como la cuenca del Caribe que conecta América del Norte, Central y Sudamérica o como una localidad colonial donde un número de imperios actuaron en un tiempo y espacio determinado. En este trabajo concibo tanto la cuenca del Caribe como en particular el estudio de una isla para constatar la construcción de un sistema de conocimientos desde un contexto local hacia lo global para las zonas productoras, ubicadas indistintamente en las islas y en los focos continentales (Chambers y Gillespie, 2001: 221-240). 2 Biógrafo de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, cuyo estudio se centra en la institucionalización del quehacer científico en la época colonial para vislumbrar la llamada “ciencia ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 793-802 ISSN: 0210-1963 nacional en un contexto colonial”. Su trabajo documenta los momentos más relevantes de la institución, sobre todo en la historia de la medicina. REFERENCIAS Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana (1908-1909): La Habana, pp. 602606. Bencomo, C. (1914): “The Coconut BudRot. A Letter from Consul Celestino Bencomo”, The Cuba Review, vol. 13, p. 26. 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Cárcel y represión en la España franquista 1939-1950, retoma y amplía los contenidos del que fuera su primer libro sobre el sistema penitenciario del franquismo de guerra y posguerra, el que tituló La redención de penas. La formación del sistema penitenciario franquista 19361950 (editado en 2007 por Los Libros de la Catarata), un reto que si ya entonces, en 2007 y todavía en 2009, podía parecer ambicioso, aún adquiere en 2011 una dimensión mayor, en algunos capítulos de otro libro titulado La obra del miedo. Violencia y sociedad en la España franquista (1936-1950), que en este caso ha firmado junto a Jorge Marco. El lector interesado y el especialista encontrarán en estas obras información y reflexión sobre muchos temas estrictamente penitenciarios que, pese a circunscribirse a una etapa tan reciente como el franquismo, tan próxima y tan decisiva para entender incluso la historia penal y penitenciaria de la Transición y del tiempo presente, estaban necesitados de ser analizados con las herramientas de la historiografía del siglo XXI. Al menos urgía aproximarse a ellos, tal y como en cierta medida hace Gómez Bravo de forma cabal, para que quedaran bien abiertos y bien planteados y así pudieran recibir nuevos y más profundos tratamientos, algo que ha podido comprobarse poco después, en comunicaciones a congresos (como el de la AHC celebrado en 2010), o en artículos e incluso en monografías que se han publicado muy recientemente (como la de Domingo Rodríguez Teijeiro, que ha visto la luz en 2011 con el título Las cárceles de Franco). A través de los libros que se acaban de citar, el profesor Gómez Bravo consigue dar pleno sentido a una de sus preocupaciones iniciales, la que sin duda comparten otros especialistas y que él prefiere resumir y definir de la siguiente manera: las cárceles del franquismo “pueden abordarse desde una perspectiva interna e institucional” (página 2 de La redención de penas). Ese planteamiento, aunque pueda parecer obvio, ha de remarcarse como fundamental o, mejor dicho, imprescindible para entender mejor el franquismo que se estaba gestando durante la Guerra Civil, porque a nadie se le debe escapar que fue entonces cuando empezó a construirse el penitenciarismo franquista y su amalgamada ideología penal-punitiva, ese sistema carcelario cuya larga duración entonces nadie podía ni imaginar, el que en principio se fue extendiendo en un anchuroso paisaje de “prisiones habilitadas”, el que nació, al igual que otras instituciones subestatales del bando sublevado contra la República, en un contexto histórico socialmente trastocado y culturalmente embrutecido, sobrevenido por los efectos del golpe militar y por las consecuencias normativas del Bando de guerra, mientras se desarrollaba a pasos de gigante un inmenso universo concentracionario y una auténtica “reinvención del utilitarismo punitivo” a través de la imposición del trabajo forzado a prisioneros y presos. Sin duda alguna, indagar sistemáticamente, como ha empezado a hacer Gómez Bravo, en el cómo y en el porqué de la primera edificación del sistema penitenciario del franquismo, era una tarea que se hacía ya inaplazable, necesaria para ver mejor el fenómeno represivo en general, según el autor, más allá de las coordenadas de las políticas de aniquilación (sin que eso signifique que pueda obviarse la enorme proyección de una pena de muerte que se hipertrofiaba y confundía con las estrategias de guerra y con las prácticas punitivas de represión y venganza). Al hilo de lo anterior debe resaltarse que en estas dos obras se detecta una especie de eje temático que pespunta y da coherencia a bastantes de los muchos apartados Nº 750 Reseñas de libros que podemos leer en ellas. Me refiero a la realización de un retrato móvil del sistema penitenciario como conglomerado normativo, administrativo y de gobierno, el cual, en construcción al menos desde 1937, a pesar de constituirse a golpes de represión masiva y claramente sobredeterminado por el peso de la normativa militar y de excepción, también hubo de estructurarse a base de iniciativas sistémicas de gran envergadura, sobre todo con la creación de la Obra de Redención de Penas por el Trabajo, hasta que, a partir de 1944, con la aprobación del nuevo Código Penal, habría comenzado a sedimentarse y a evolucionar “hacia la normalidad penitenciaria” (La redención de penas, págs. 40 y ss.). No obstante, nadie podrá deducir que estemos ante un ejercicio de metahistoria idealista de las prisiones. El autor de El exilio interior no hace un ejercicio banal de historia institucional. En verdad, tal cosa sería impensable, por improcedente, pero sobre todo por impropia. El tiempo y el empuje de la renovación historiográfica no han pasado en vano incluso para la anquilosada historia penal y penitenciaria, buena parte de la cual, afortunadamente, ya no está en manos de historiadores del Derecho o penalistas y criminólogos aficionados a las incursiones y las excursiones historiográficas. Gómez Bravo, aparte de haber establecido vínculos teórico-metodológicos con una historiografía innovadora que algunos proponemos denominar Historia Social de las Instituciones Punitivas, y además de contar con solventes trabajos sobre el sistema penitenciario español del siglo XIX, ha dibujado y ubicado bien su objeto de estudio porque conoce y utiliza la historiografía especializada en la violencia política y la represión durante la Guerra Civil y la cruda posguerra. Evidentemente no hablo de una mera cuestión de matices teóricos, ni de simples trazos que darían color a lo que se 804 viene sabiendo a base de añadir información empírica, algo que tampoco descuida el autor, por ejemplo, cuando nos informa con detalle del peso del Tradicionalismo en la conformación de la nueva ideología penal-punitiva del régimen de Franco, o cuando recurre a las fuentes de archivo para indagar en las condiciones de vida o en las actitudes colectivas de las personas encarceladas, incluyendo motines y acciones de protesta o de resistencia (págs. 148154 de El exilio interior), y, en fin, cuando desmenuza la naturaleza retribucionista (y en gran medida vengativa) de los tratamientos penitenciarios, a los que había que añadir, para que no pasaran mucho más tiempo inadvertidos, los tratamientos postpenitenciarios, con los que se cerraba el abigarrado círculo del control social punitivo impulsado por el primer franquismo, pues a través de él, con la libertad vigilada y con los destierros o con otras formas de control-sanción, el sistema no sólo gestionaba la situación de la sobrepoblación carcelaria y aliviaba la alarmante problemática del hacinamiento, sino que continuaba ejerciendo sobre los ex-presos, y sobre sus familias, una persistente labor de vigilancia represiva y de exclusión social. Con matices y distintos niveles de profundidad, Gutmaro Gómez Bravo toca algunos de estos temas en todas sus obras. En El exilio interior abunda en el decisivo papel desempeñado por el Patronato de Redención de Penas de Trabajo (sin descuidar la relevancia propagandística de Redención), y vuelve a resaltar las peculiaridades de las cárceles de mujeres. A veces el hilo del análisis y de la información conseguida en las fuentes primarias consultadas llega a adquirir una fuerte resonancia narrativa, no exenta incluso de emoción, por ejemplo, en el capítulo 4 de El exilio interior, el que no sin intención ha titulado “Los salvados y los hundidos”, evocando el famoso texto de Primo Levi Los hundidos y los salvados. La ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 803-806 ISSN: 0210-1963 cárcel aparece como “lugar común”, lugar de hambre, insalubridad, miseria y muerte, y asimismo de resistencias y de estrategias de supervivencia, para unos y para otros, tanto para la abultada población penitenciaria que sufría el rigor excepcional de la represión política, como para las personas encarceladas por motivos comunes, tanto para las mujeres antifranquistas como para las prostitutas, a pesar de que fueran muy diferentes, y hasta distantes y desencontradas, las formas de identificarse y valorarse entre sí y ante al poder de la prisión o frente al régimen. Previamente, en el capítulo 3 de El exilio interior, el autor ya nos ha descrito “el modelo de prisión” que hubieron de sufrir todos y todas, y consigue desvelarnos su fortísima impronta disciplinaria, entre cuartelaria y conventual, con la entronización del “trabajo” como justa carga de quienes criminológicamente merecían la redención, esto es, la expiación de sus crímenes cual si se trataran de delitos-pecado corregibles. Y por esto mismo, quienes, como los rojos vencidos o los opositores incorregibles, cayeran de lleno en el fondo del saco oscuro de aquella torva clasificación punitiva para ser etiquetados como enemigos políticos, sufrirían la prisión como el peor de los castigos. Con unas y otras lecturas nos explicamos mejor que los mentores del sistema de prisiones de Franco, orgullosos a pesar de las contradicciones e incluso de las carencias que a veces hasta llegaron a denunciar internamente, no hicieran grandes esfuerzos por escamotear la evidente violencia institucional que estaban desplegando contra preventivos y penados, sobre todo contra los presos y las presas por motivos políticos. Obviaron eso, lo asumieron, lo defendieron incluso, y se empeñaron en envolver su ideología penal retribucionista y vengativa, de moralina redentorista y ciar sino como el más perverso de los objetivos de esa dominación total que se puede ejercer sobre un vencido: anhelar y conseguir (forzar y aherrojar) su colaboración. Y, después, obligarles a permanecer invisibles y apartados, como exiliados en su propio país. Por Pedro Oliver Olmo Universidad de Castilla-La Mancha Reseñas de libros pietista, aunque también de práctica redencionista. En coherencia, nunca dejaron de presentar como una dulce y cristiana consecuencia de la Victoria lo que en la práctica difícilmente podríamos no enjui- BENJAMIN, Walter Sueños Traducción de Juan Barja y Joaquín Chamorra Mielke. Edición y Epílogo de Burkhardt Lindner Madrid: Abada, 2011, 157 pp. Colección Lecturas. Serie Filosofía La editorial Abada añade a la serie de la obra completa de Walter Benjamin este volumen, Sueños que según se nos indica reúne relatos de Sueños y reflexiones teóricas sobre ellos. Este planteamiento divide al volumen en dos partes: I Anotaciones de sueños y II Sobre la percepción onírica. Sueño y despertar. I. Anotaciones de sueños se subdivide en cinco apartados: 1. De “El libro de los sueños” de Jezower (1928), 2. De “Calle de dirección única” (1928), 3. Tomado de “Crónica de Berlín” (1932) y de textos de “Infancia en Berlín hacia el mil novecientos (1933-1938), 4. “El soñador en sus autorretratos” (1932-1933) y 5. Algunos sueños (1929-1939). Este conjunto de textos han sido fragmentados y seleccionados para tratar en todos los casos de que la selección aborde contribuciones que traten explícitamente el tema de los sueños. II. Sobre la percepción onírica. Sueño y despertar se subdivide en cuatro secciones: 1. Notas y textos hasta 1930, “Pasajes de París” (1927-1929), 3. Notas y textos desde 1930 y 4. Anexo: El segundo yo, un cuento de fin de año para reflexionar. Si el primer apartado constituye las anotaciones del propio Benjamin sobre sus sueños, el segundo agrupa una serie de reflexiones teóricas sobre los sueños en las que se mezclan aforismo, estudios sobre la literatura onírica, consideraciones históricas y políticas sobre “el colectivo onírico” y su despertar. Cierra el volumen un ampli Epílogo: Benjamin como soñador y como teórico de sueño a cargo de Burkhardt Lindner que ha realizado también la edición de Sueños. Al margen de los 11 volúmenes que Abada tiene programados sobre la Obra de Walter Benjamin, este pequeño e interesante libro de fácil lectura dará al lector una información más amplia sobre uno de los más importantes filósofos del siglo XX. Por Alberto Sánchez Álvarez-Insúa Instituto de Filosofía, CSIC ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 803-806 ISSN: 0210-1963 805 BENJAMIN, Walter Nº 750 Obras, libro IV/vol. 2: Artículos ilustrados, Modelos de audición, Historias y relatos Reseñas de libros Miscelánea Edición de Tillman Rexroth. Traducción de Jorge Navarro Pérez Madrid: Abada, 2011, 303 pp. Colección Obras. La editorial Abada continúa con su gran acierto de publicar la obra completa de Walter Benjamin. Este libro IV/vol. 2 se divide en cuatro grandes apartados. El primero, Artículos ilustrados, reúne varios pequeños estudios de un enorme interés: “Damos un vistazo al libro infantil” (1926), “Libros de enfermos mentales de mi colección” (1928), “Libros de enseñanza de lectura de hace cien años” (1928), “Novelas de criadas del siglo pasado” (1929), “Con qué se rompían la cabeza nuestros abuelos” (1929), “Juguetes rusos” (1930) y “La pirámide navideña antecesora del árbol de Navidad” (1932). Acompañan a los artículos numerosas ilustraciones, algunas de la colección del propio Benjamin. Los artículos se publicaron en los años que se indican en revista como Die literarische Welt, Franfurter Zeitung, Das illustrierte Blatt, Südwestdeutsche Rumdfunkzeitung y Franfurter illustrierte. En la siguiente sección, Modelos de audición, Benjamin nos dice: “La intención fundamental de estos modelos es una didáctica. El objeto que encuadra la enseñanza son situaciones típicas propias de la vida cotidiana. Y el método consiste en enfrentar ejemplo y contraejemplo” La Radio de Francfort emitió tres de estos “modelos de audición” entre 1931/1932: 806 ¿¡Un aumento de sueldo!? ¡Pero qué dice!, El chico miente siempre, y ¿Puedes ayudarme de aquí al jueves? El primer guión fue escrito en colaboración con Wolf Zucker y no se publicó. Tras este Abada nos ofrece otro, Qué leían los alemanes mientras sus clásicos escribían, una historia con once personajes. Le sigue una reflexión titulada “Dos tipos de popularidad. Reflexiones en torno de un guión radiofónico” en el que Benjamin analiza el anterior. Alboroto en torno a títere, da voz a numerosos personajes. Finaliza la sección con Lichtenberg. Un perfil establce un polémico diálogo entre los seres lunares y los seres humanos. El tercer apartado Historias y relatos agrupa los textos en los que se indican el año en que se escribieron y donde fueron publicados: “La muerte del padre. Relato” 1913 (No publicado), “Palais D...Y” 1929 (Die Dame), “Myslowitz, Braunscheweig, Marsella. El relato de una embriaguez por hachís” 1930 (Uhu), “El viaje de la Mascotte” 1932 (No publicado), “El pañuelo” 1932 (Frankfurter Zetung), “Una tarde antes de partir” 1932 (No publicado), “La cerca de cactus” 1932 (Vossische Zeitung), “Historias de la soledad (La muralla, La pipa)” ¿1932-1933? (No se publicaron), “Cuatro historias (La advertencia, La firma, El deseo, El agradecimiento” 1933-1935 (publicados ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 803-806 ISSN: 0210-1963 juntos y separados en distintos periódicos), “Un minuto” 1934 (Frankfurter Zetung), “Conversación sobre el corso. Ecos del carnaval de Niza” 1935 (Frankfurter Zetung), “La mano feliz. Conversación sobre el juego” (No publicado), “Rastelli cuenta...” 1935 (Neue Zürcher Zeitung) y “Dibujadas en el móvil polvo. Relato” 1929 (No publicado). Cierra el volumen una sección de Miscelánea que agrupa textos muy diversos publicados en diversos libros, revistas y periódicos: “(Carta a Florens Chistian Rang)”, “Colección de poemas de niños de Francfort”, “Walter Benjamin y Bernhard Reich. Revista o Teatro”, “Frases fantásticas, escritas por una niña de once años a partir de algunas palabras dadá”, “Antoine Wiertz, Visisones y pensamientos de una cabeza cortada”, “Unas anécdotas desconocidas de Kant”, “ Del burgués cosmopolita al gran burgués. Extractos de viejos textos alemanes”, y “Alemanes de ochenta y nueve”. En resumen una excelente colección de textos, algunos desconocidos en España, que da continuación a los volúmenes anteriores de la obra completa de Walter Benjamin. Por Alberto Sánchez Álvarez-Insúa Instituto de Filosofía, CSIC ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura Vol. 187 - 750 j ulio-agosto (2011) 8 07-810 I SSN: 0210-1963 SOBRE LOS AUTORES ABOUT THE AUTORS Roberto R. ARAMAYO [http:/www.trust-cm.net/miembros/ficha/id/15.html]. Historiador de las ideas morales, es Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC, donde codirige la revista Isegoría [http://isegoria. revistas.csic.es] y la colección Theoria cum praxi [http:/ www.plazayvaldes.es/theoria/]. Es autor de Crítica de la razón ucrónica (1992), La quimera del Rey Filósofo (1997), Para leer a Schopenhauer (2001), Immanuel Kant. La utopía como emancipación del azar (2001) y Cassirer y su Neo-Ilustración (2010). Frecuentando las Universidades de Marburgo y Berlín ha editado en castellano múltiples textos de Diderot, Voltaire, Federico II de Prusia, Rousseau, Kant, Schopenhauer y Cassirer. También ha impulsado las colecciones Diálogos con Clásicos europeos (Plaza y Valdés) y EidÉtica (Herder). Es Presidente de la AEEFP, Secretario de la Sekle y Vocal de la SeL. Asimismo ha coordinado diversos volúmenes colectivos, cual sería el caso entre otros de Kant después de Kant, La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustración, Individuo e historia, La herencia de Maquiavelo, El reparto de la acción, Valores e Historia en la Europa del Siglo XXI, Disenso e incertidumbre, Los laberintos de la responsabilidad e InterDependencia. investigación “Pensar Europa: Democracia y Hegemonía en la era tecnológica”. Actualmente realiza su tesis de doctorado sobre las conexiones entre el pensamiento de Hegel y Foucault. María Luciana CADAHIA (Buenos Aires, 1982). Profesora y Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina y Magister en el Máster en Filosofía de la Historia: Democracia y orden mundial por la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente es Becaria FPU del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Colabora en docencia en Filosofía de la Historia, Corrientes de la Filosofía Contemporánea e Historia de la Filosofía. Ha realizado estancias como investigadora en la Sorbonne, París I y en L’École des Hautes Éstudes en Sciences sociales de París. Entre sus líneas de investigación se destacan el pensamiento político contemporáneo y la Filosofía de la Historia. Forma parte del proyecto de Amelina CORREA RAMÓN (Granada, 1967). Es doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, y en la actualidad profesora titular en su Facultad de Letras y miembro de la Academia de Buenas Letras de dicha ciudad, ha desempeñado puestos docentes en las universidades de Almería y Sevilla y ha sido ponente en medio centenar de congresos internacionales en distintas ciudades de España, Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Portugal, Túnez y Marruecos. Ha desarrollando toda una serie de trabajos que centran su atención de manera preferente en la recuperación del patrimonio literario español. En esta línea se encuentran su estudio Alejandro Sawa y el naturalismo literario (Universidad de Granada,1993), y su bio-bibliografía Isaac Muñoz (1881-1925). Recuperación de un escritor finisecular (Universidad de Granada 1996). De este último autor ha dado a conocer las novelas La Serpiente de Egipto, (CSICDiputación de Granada, 1997); Vida (Fundación Caja de Granada, 1998); y Morena y trágica, (Comares (Granada, 1999), el poemario La sombra de una infanta, Prames (Zaragoza) con prólogo de Luis Antonio de Villena y Literatura en Granada (1898-1998): Narrativa y literatura personal, (Diputación de Granada); Cuentos de mujeres. Doce relatos de escritoras finiseculares en (Clan (Madrid), 2000); Melchor Almagro San Martín. Noticia de una ausencia, (Ficciones (Granada), 2001); Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Diccionario, en Alfar (Sevilla), 2001; El Libro Popular, (C.S.I.C.) y Teatro del mundo. Recuerdos de mi vida, de Melchor Almagro San Martín (Diputación de Granada); Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VIII-XX). Diccionario-antología Universidad y Diputación Nº 750 SOBRE LOS AUTORES de Granada,2002); Cuentos espiritistas, una selección, con prólogo y edición a su cargo, de relatos de Amalia Domingo Soler (Clan, Madrid, 2002); Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Antología, (Alfar, Sevilla, 2004). Obra Poética de Antonio de Zayas, una antología (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2005); y Crónica de la ciudad finisecular: Granada, 1899, discurso de recepción pública en la Academia de Buenas Letras de Granada y una recopilación de artículos suyos con el título de Hacia la re-escritura del canon finisecular. Nuevos estudios sobre las direcciones del modernismo (Universidad de Granada, 2006). En 2008 su libro Alejandro Sawa, luces de bohemia obtiene el “V Premio de Biografía Antonio Domínguez Ortiz”, concedido por la Fundación CajaSur y la Fundación José Manuel Lara, alcanzando una segunda edición en 2009, año en que aparece una nueva recopilación de artículos suyos titulada Distintos en Alhulia (Granada). En 2010 la Fundación Francisco Ayala y la Universidad de Granada publican su estudio biográfico La familia de Francisco Ayala y su infancia, y en 2011 da a conocer su edición con estudio introductorio de dos novelas breves de Alejandro Sawa, La sima de Igúzquiza e Historia de una reina, aparecida en Valdemar (Madrid). Helena ESSER DOS REIS. Doctora en filosofía por la Universidad de São Paulo (USP), es Profesora Adjunto de la Facultad de Filosofía da Universidade Federal de Goiás (UFG) desde 2004. Actualmente trabaja en el Núcleo Interdisciplinar de Estudios e Investigaciones en Derechos Humanos con temas relacionados a la democracia, ciudadanía, derechos fundamentales, justicia donde desarrolla el proyecto de investigation “Democracia y Derechos Humanos” que tiene por base analices del pensamiento de JeanJacques Rousseau y Alexis de Tocqueville. Ministra clases en los Cursos de Graduación y de Pos-Grado en filosofía y orienta proyectos de investigador de alumnos de grado e de pos-grado. Es autora de varios artículos y capítulos de libros sobre los temas destacados, entre la más recientes están: Eliminación del pauperismo: condición para la construcción de la democracia. In: RUIZ, Castor Bartolomé y RAMÍREZ, Manuel F. Quiche (Orgs.). Justícia, Estados de Exception y Memória: Por una justícia anamnética de las victimas. Bogotá, Colômbia: Editorial de la Universidad de Rosário; São Leopoldo, Brasil: Editora UNISINOS, 2011. Democracia e direitos Humanos: relações sociais e políticas. In: FERREIRA, Lúcia; ZENAIDE, Nazaré; PEQUENO, Marconi (Orgs.). Direitos Humanos na Educação Superior. Subsídios 808 ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 807-810 ISSN: 0210-1963 para a educação em direitos humanos na filosofia. João Pessoa: Editora da UFPB, 2010. Ação e liberdade: pensando a política em companhia de Tocqueville e Arendt. In: BREA, Gerson; NASCIMENTO, Paulo; MILOVIC, Miroslav (Orgs). Filosofia ou política: Diálogos com Hannah Arendt. Brasília: Annablume, 2010. A democracia como processo: política e educação no pensamento de Tocqueville. Revista Contexto e Educação. UNIJUÍ. n. 24, v. 82. Jul/Dez 2009. páginas 97-110. Tomás GIL. Es catedrático de filosofía práctica en la TU de Berlin, director de la Escuela de Posgrado de la Universidad Franco-Alemana “Racionalismo y Empirismo” y miembro del Kolleg “Technikphilosophie” de la Asociación de Ingenieros Alemanes (VDI). Su área de trabajo: la filosofía de la acción y la teoría de la racionalidad. Antonio HERMOSA ANDÚJAR. Es profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla (España), donde ha impartido diversas asignaturas de historia de la filosofía, desde la Antigüedad hasta el siglo XIX. Es autor de diversos libros y artículos sobre historia de las ideas políticas, y traductor de diversos clásicos, como Maquiavelo, Giannotti, Hobbes, Diderot, Rousseau, Marx, Herzl, y el propio Tocqueville entre otros. Asimismo, es Director de “Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades” (www.institucional.us.es/araucaria) y miembro de diversos consejos de redacción de revistas europeas y americanas. Juan Manuel ROS (Burriana, 1959). Doctor en Filosofía (premio extraordinario) con una tesis sobre el pensamiento político de Tocqueville. Es profesor numerario de Instituto y asociado en la Universidad de Valencia (Área de filosofía moral). Entre sus publicaciones cabe destacar “Individualismo y postmodernidad” (Universidad de Valencia, 1993),Los dilemas de la democracia liberal” (Barcelona, Crítica 2001), Edición crítica de “Memoria sobre el pauperismo de Tocqueville” (Madrid, Tecnos, 2003) y (con Julián Sauquillo) “Del sistema penitenciario en EEUU y su aplicación en Francia de Tocqueville y Beaumont” (Madrid, Tecnos, 2005). Jaime de SALAS. Preparó su tesis doctoral en París y a partir de 1974 está vinculado con la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. En 1981 consiguió la plaza de profesor titular de Metafísica y posterior- Hilde SÁNCHEZ MORALES. Profesora Titular de Sociología en el Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales), Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Ha publicado más de medio centenar de publicaciones sobre cuestiones relacionadas con los impactos sociales de la ingeniería genética y la reproducción humana asistida, exclusión social, personas “sin hogar”, familia, juventud, inmigración, nuevas tecnologías etc. Ha impartido numerosas conferencias sobre su ámbito de especialización, tanto en foros nacionales como internacionales. Es miembro del equipo de investigación y secretaria del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales (GETS) de la UNED. Secretaria de Redacción de la Revista Sistema. Revista de Ciencias Sociales (desde el año 2000 con continuidad). Es Secretaria Docente del Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) de la Facutad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED (1996 con continuidad). Miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida (1997-2010) y de la Comisión de Bioética de la UNED. Desde noviembre de 2004 Vocal Titular del Foro Local de “Personas sin Hogar” del Ayuntamiento de Madrid. Desde el curso académico 2001-2002 con continuidad Secretaria docente y profesora del Curso de Experto Universitario en Evaluación, Programación y Supervisión de Políticas de Inserción Social, UNED y desde el curso académico 2005-2006 Secretaria docente y profesora del Curso de Experto Universitario en Inmigración, exclusión y políticas de integración social. Desde curso académico 2001-2002 con continuidad Secretaria docente y profesora del Curso de Experto Universitario en Evaluación, Programación y Supervisión de Políticas de Inserción Social, UNED y desde el curso académico 2005-2006. Secretaria docente y profesora del Master en Exclusión social, Integración y Ciudadanía. Secretaria docente y profesora del Master Oficial con Mención de Calidad en Problemas Sociales de la UNED Y Profesora del Master Oficial con Mención de Calidad en Problemas Sociales. Colaboradora habitual de la Revista Sistema Digital. mente en 1993 ganó la cátedra de filosofía en la misma universidad. También ha sido becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y ganó la oposición a Colaborador Científico en 1980. Fue colaborador de la Fundación José Ortega y Gasset, donde dirigió desde 1988 hasta 1995 un Seminario de estudios orteguianos así como la redacción del Boletín orteguiano. Asimismo desde 1986 hasta el 2001 perteneció al Consejo de Redacción de la Revista de Occidente. Ha sido asesor de la Volkswagen Stiftung, de la Comisión nacional para la evaluación de la actividad investigadora, y del Plan Nacional de Investigación y Desarrollo. Ha representado España en 1995, 1996 y 1997 en la comisión evaluadora de los proyectos, del programa Kaledoscopio convocado por la Comunidad Europea. Ha publicado libros, traducciones y artículos en revistas especializadas sobre o de Leibniz, y Hume, además de trabajos sobre Spinoza, Bodino, Renan, Hegel, Pascal, Tocqueville, Bergson, Proust, Simmel, Nietzsche, Sartre, Habermas, Rorty y Ortega. Julián SAUQUILLO. Es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid. Dedicó su tesis doctoral al pensamiento de Michel Foucault sobre el que ha publicado dos libros. Ha realizado estancias de trabajo en París y ha impartido docencia en Italia y diversos países latinoamericanos. Ha desarrollado su investigación en el ámbito de la teoría política a partir de tres líneas de publicaciones: el pensamiento clásico representado por los estoicos y Nietzsche; el barroco español; y la teoría social entre los siglos XIX y XX (especialmente a Weber y la teoría de las élites). Ha mostrado especial interés por el pensamiento de Tocqueville (del que tradujo, prologó y anotó, junto con Juan Manuel Ros, El sistema penitenciario en los Estados Unidos y su aplicación a Francia) y Durkheim. Entre sus publicaciones, se encuentran diversos trabajos sobre los jesuitas, Quevedo, Baltasar Álamos Barrientos, Costa, Valle-Inclán y Savater. En los últimos años, se ha dedicado a la teoría democrática: especialmente a la representación política y a la teoría del poder constituyente. José Luis VILLACAÑAS BERLANGA (Ubeda, 1955). Es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Sus últimas publicaciones son La formación de los reinos hispánicos, ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre el imperio, español, Poder y Conflicto. Un ensayo sobre Carl Schmitt y Monarquía Hispánica. Es director junto con Antonio Rivera y Alberto Moreiras de Res Publica, y de Anales del Seminario de Historia de la Filosofía. Prepara en la actualidad un libro sobre la Genealogía del Poder Imperial y Teología Política. Ricardo VIRTANEN (ricardovirtanen@hotmail.com). Profesor de secundaria y contratado de Universidad, músico, poeta y crítico literario. Estudió Filología Hispánica, Filología Hispánica y Musicología. Doctor en Filología Hispánica ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 807-810 ISSN: 0210-1963 809 Nº 750 SOBRE LOS AUTORES 810 por la Universidad Complutense de Madrid, con la tesis La experiencia vanguardista de Guillermo de Torre. Ha publicado, entre otros, libros de lingüística: Lengua resuelta (1999), crítica literaria: Hitos y señas. Antología de poesía contemporánea (2001), poesía: Notas a pie de página (2005), Epitafios (2005), La sed provocadora (2006) y Sol de hogueras (2010) y aforismos: Pompas y circunstancias (2008). Ha completado estudios críticos en ediciones de autores como Emilia Pardo Bazán, Luis Rosales, Antonio Gamoneda, Diego Jesús Jiménez, Aurora Luque, Luis García ARBOR Vol. 187 750 julio-agosto [2011] 807-810 ISSN: 0210-1963 Montero, Luis Alberto de Cuenca o Pelayo Fueyo. Además es el responsable de la edición Almanaque Literario 1935. A punto de publicarse, están su libro de aforismos La idea en el hecho, su novela Ardiendo en el agua, la antología Vestuario de almas, el diario Cuaderno de interior y el poemario Arte de olvido. Es coordinador de la revista Prima littera (Rivas Vaciamadrid) y director/coordinador del Proyecto Multimedia Cíceros, dependiente del Ministerio de Educación y Ciencia. Ejerce la crítica literaria en diversos medios literarios. CIENCIA PENSAMIENTO Y CULTURA arbor Relación de números de próxima publicación: Música y políticas. Sobre las mediciones sociales en los fenómenos musicales Susana Asensio Llamas (coordinadora) La historieta española 1857-2010 Antonio Altarriba (coordinador) La revista Arbor está incluida en el apartado de Arte y Humanidades del CITATION INDEX ARBOR PUBLICA UNA COLECCIÓN “ANEJOS ARBOR” EN FORMA DE LIBROS Y EN COLABORACIÓN CON DISTINTAS EDITORIALES Títulos publicados: 15×15 Mujeres que cuentan en el siglo XXI Marian Izaguirre (Coordinadora) 2009 (Maia Ediciones) Crítica y Literatura hispánicas entre dos siglos: mestizajes genéricos y diálogos intermediales Editora Raquel Macciuci. Coordinadores: Evelyn Hafter y Federico Gerhardt 2009 (Maia Ediciones) Hacer vivir, dejar morir. Biopolítica y capitalismo Sonia Arribas, Germán Cano y Javier Ugarte (coordinadores) 2010 (Catarata) Medicina regenerativa y células madre Pedro A. Lazo e Isidro Sánchez García (coordinadores) 2010 (Catarata) La Lectura Antonio Basanta (coordinador) 2010 (Catarata) Mujeres escritas. El universo femenino en la obra de Torrente Ballester Carmen Becerra Suárez y José Antonio Pérez Bowie (coordinadores) (Catarata) Lecturas y diálogos en torno a Pío Baroja Antonio Regalado y José Lasaga (coordinadores) (Catarata) NORMAS DE EDICIÓN DE LA REVISTA Los autores deben de enviar dos copias de su manuscrito a la sede de la revista: ARBOR. Vitruvio, 8. 28006 Madrid. Una vez aceptado se requerirá su versión final en soporte informático. ARBOR publica artículos originales, notas y recensiones de libros, tanto en español como en las lenguas oficiales del Estado y de la Comunidad Europea en que se encuentren escritos. Las contribuciones se ajustarán al siguiente formato: ENCABEZAMIENTO Título del artículo, nombre y apellidos del autor, centro de trabajo, universidad de procedencia, etc., dirección postal y dirección de correo electrónico. Resumen del artículo, con una extensión máxima de 150 palabras, en español y en inglés, y en el caso de que el artículo esté escrito en otra lengua distinta al español y al inglés, se incluirán los resúmenes en la misma, además de en español y en inglés. Palabras clave del contenido del artículo en español, en inglés y en la lengua en que se haya escrito el artículo, en su caso. La extensión del trabajo, salvo excepciones justificadas será de un máximo de veinte páginas tamaño DIN A-4, a doble espacio y por una sola cara (aproximadamente 21.000 caracteres). Todas las páginas deben de estar numeradas. BIBLIOGRAFÍA La bibliografía figurará al final del trabajo por orden alfabético. Sólo se incluirán las publicaciones que se hayan utilizado y que se citen expresamente en el trabajo. Atendiendo a la norma ISO 690: 1987, adoptarán la forma siguiente: apellidos del autor, nombre del autor (ambos en minúsculas), año de publicación entre paréntesis, dos puntos, título del libro en minúscula y cursiva, lugar de edición y editorial. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS En el texto del artículo las referencias a otros trabajos se harán indicando el apellido del autor y año de publicación (a lo que se añadirá la página exacta si la cita es textual), separados por una coma, entre paréntesis (Gimber, 2003, 20). Si en una misma referencia se incluyen varios autores, se citarán uno a continuación del otro separados por un punto y coma. Si se incluyen varios trabajos del mismo autor publicados en el mismo año, bastará distinguirlos con letras (Gimber, 2003a, 2003b). Las citas textuales irán entrecomilladas, señalando a continuación entre paréntesis –no a pie de página– el apellido del autor, el año de la publicación y la página correspondiente (Sánchez Vidal, 1999, 545-546). Si la cita ocupa más de cinco líneas, se presentará en forma de sangrado. NOTAS A PIE DE PÁGINA Las notas y llamadas de texto se numerarán de forma sucesiva y se situarán a pie de página. Para las referencias bibliográficas que hubiera se seguirán las mismas normas. TABLAS, GRÁFICOS Y CUADROS Las tablas, gráficos o cuadros deberán ir acompañados de su correspondiente título y leyenda y numerados correlativamente. Los gráficos podrán entregarse dibujados con tinta negra o mediante sistemas informáticos. Las fotografías podrán estar en soporte informático, diapositivas, negativos o copias en papel de buena calidad. EVALUACIÓN Los artículos y notas serán sometidos al criterio de expertos manteniendo el anonimato tanto del autor como de los evaluadores. El sistema de arbitraje recurre a los editores de los números monográficos y a dos evaluadores externos por el sistema de pares y “doble ciego”. Una vez aceptados los trabajos y atendidas las correcciones, deberá remitirse su versión definitiva en soporte informático. Los originales de la revista Arbor, publicados en papel y en versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar la procedencia en cualquier reproducción parcial o total. SEPARATAS Los autores recibirán un CD de cada trabajo. INFORMATION FOR AUTHORS SUBMISSION INSTRUCTIONS Authors are required to send two copies of their manuscripts to the journal headquarters at: ARBOR. Vitruvio, 8. 28006 Madrid. Once accepted, the final version must be provided in electronic format. Arbor publishes original articles, short communications and reviews of books, written in Spanish and in the official languages of the State and of the European Community. Contributions must comply with the format outlined below: FIRST PAGE Title of the article, name and surname of the author, workplace, together with postal and e-mail addresses. Summary of the article in not more than 150 words, in Spanish and in English, as well as in the original language, should this be different from the two aforementioned. e.g. (Gimber, 2003, 20). If different authors are included in the same reference, they will be cited one after the other and separated by a semi-colon. If different works by the same author published in the same year are included, it is sufficient to indicate this with a letter e.g. (Gimber, 2003a, 2003b). Key words from the content of the article in Spanish, English and in the original language in which the article was written if necessary. Quotations will be in inverted commas and followed by the author’s surname, year of publication and corresponding page in parenthesis – not in a footnote – e.g. (Sánchez Vidal, 1999, 545-546). If the quotation occupies more than five lines, it will be presented in the form of an indentation. LENGTH FOOTNOTES Save justified exceptions, the article shall have a maximum length of 20 DIN A- 4 pages, printed in double spacing and on one side only (approximately 21,000 characters). All pages must be numbered. Notes and references will be numbered consecutively and placed at the bottom of the page. The same rules apply for bibliographic references. TABLES, GRAPHS and CHARTS BIBLIOGRAPHY The bibliography shall be in alphabetical order of the authors at the end of the article. Only works which have been used and quoted in the article shall be included. In accordance with Regulation ISO 690:1987, they will have the following format: Author’s surname, followed by name (both in lower case), year of publication in parenthesis, colon, title of the book in lower case and in italics, where published and publishing house BIBLIOGRAPHIC REFERENCES IN THE TEXT In the text of the article, references to other works will be made by indicating the surname of the author and the year of publication (to which will be added the exact page if it is a quotation), separated by a comma and in parenthesis Tables graphs and charts shall be accompanied by the corresponding title and legend and numbered correlatively. Graphs may be presented in black ink or in electronic format. Photographs may be in electronic format, slides, and negatives or good quality paper copies. EVALUATION Articles and short communications shall be submitted to the judgment of referees. The review system relies on editors of special issues and external peer reviewers. Once the works have been accepted and the corrections made, the final version must be sent in electronic format. OFFPRINT The authors will receive a CD of each work. CIENCIA PENSAMIENTO Y CULTURA arbor SUSCRIPCIÓN Y PEDIDOS DATOS DEL PETICIONARIO: Nombre y apellidos: ________________________________________________________________________________________________ Razón social:______________________________________________________________________ NIF/CIF: _ _______________________ Dirección:________________________________________________________________________ CP: _ ___________________________ Localidad:_ _______________________________________________________________________ Provincia: _______________________ País/Estado:____________________________________ Teléfono:_____________________ Fax: _ ________________________________ e-mail:___________________________________________________________________________ Fecha de la solicitud: ___/___/_____ Precios suscripción año 2011: Año completo: 81,10 euros España: Extranjero: 115,85 euros Números sueltos: CANT. REVISTA AÑO VOL. Precios números sueltos año 2011: España: Extranjero: 13,91 euros (más gastos de envío) 20,86 euros (más gastos de envío) A estos precios se les añadirá el 4% (18% en soporte electrónico) de IVA. Solamente para España y países de la UE Forma de Pago: Transferencia bancaria a la cuenta número: C/c 0049 5117 26 2110105188 SWIFT/BIC CODE: BSCHESMM - IBAN NUMBER: ES83 0049 5117 2621 1010 5188 Cheque nominal al Departamento de Publicaciones del CSIC. Tarjeta de crédito: Visa / Master Card / Eurocard / 4B Número: ____ ____ ____ ____ Fecha de caducidad: __/__ Reembolso (solamente para números sueltos) Distribución y venta: Firma Departamento de Publicaciones del CSIC C/ Vitruvio, 8 28006-Madrid Tel.: +34 915 612 833 / +34 915 681 619/620/640 Fax: +34 915 629 634 e-mail: publ@csic.es www.publicaciones.csic.es FASC. arbor CIENCIA PENSAMIENTO CULTURA Volumen 187 Nº 750 julio-agosto 2011 160 págs. ISSN: 0210-1963 Sumario Roberto R. Aramayo. — Alexis de Tocqueville y su daguerrotipo del homo democraticus — Alexis de Tocqueville and his daguerreotype of the homo democraticus Tomás Gil. — Los mecanismos de la democracia en el pensamiento político de Alexis de Tocqueville — The Mechanisms of the Democracy in the Alexis de Tocqueville political thinking Julián Sauquillo. — El descubrimiento de la democracia: La modernización y el agotamiento de la imaginación — The discovery of democracy: the modernization and exhaustion of imagination Juan Manuel Ros Cherta. — Individuo y ciudadano: La cuestión del sujeto en La democracia en América de A. de Tocqueville — Individual and citizen: the question of the subject in the Tocqueville’s “Democracy in America” Jaime de Salas. — Religión y capital social en La democracia en América — Religion and Social Capital in Tocqueville’s “Democracy in America” Antonio Hermosa Andújar. — Tocqueville y el laicismo en América — Tocqueville and the laicism in America Helena Esser Dos Reis. — Sobre la tarea política de construcción de la igualdad social: un abordaje de las ideas de Tocqueville — On the political task of construing social equality: an approach to the ideas of Tocqueville María Luciana Cadahia. — El individuo moderno: entre el animal industrioso y la libertad política — The modern individual: between the industrious animal and the political freedom José Luis Villacañas Berlanga. — Hacia la definición de un nuevo liberalismo. El pensamiento tardío de Ortega y Gasset — Towards the definition of a new liberalism. The late thought of Ortega y Gasset VARIA / VARIA Amelina Correa Ramón. — Sobre el intelectual Eduardo García Duarte (1830-1905), abuelo materno del escritor Francisco Ayala. Un documento histórico — About the scholar Eduardo García Duarte (1830-1905), the maternal grandfather of the writer Francisco Ayala. A historical document Hilde Sánchez Morales. — Impactos de la reprogenética en las tendencias demográficas y en las estructuras familiares — Impacts of the reprogenetics in both the demographic tendencies and the family structures Ricardo Virtanen. — Realidad, mito y deseo. la mirada grecolatina de Aurora Luque — Reatily, myth and desire. the greeklatin glance of Aurora Luque Leida Fernández Prieto. — Plagas, enfermedades y saberes agrícolas en el Caribe, un estudio de caso — Plagues, diseases and agricultural knowledge in the Caribbean, a case study Reseñas de libros / Book reviews Nota sobre los autores / About the autors http://arbor.revistas.csic.es www.publicaciones.csic.es