• Autor: Jorge A. Neira Según la Organización Mundial de la Salud, las lesiones no intencionales y la violencia constituyen una amenaza para la salud de todo el mundo y representan el 9% de la mortalidad global. Mueren por año alrededor de 5.840.000 personas por lesiones (16.000 por día). Ocho de las 15 causas de muerte de las personas de 15 a 29 años están relacionadas con la violencia o las lesiones no intencionales, ya sea por tránsito, suicidios, homicidios, ahogamientos, quemaduras, guerras, envenenamientos o caídas. De ellas, el décimo lugar lo ocupan las lesiones por tránsito vehicular. Muchas de las personas lesionadas sufrirán secuelas permanentes. En Argentina, mueren anualmente entre 8.000 y 10.000 personas por colisiones vehiculares (datos estimativos por falta de un registro oficial de lesiones). Según el Ministerio de Salud, este número representa el 25% de los muertos por trauma, lo que significa que entre 32.000 y 40.000 personas mueren por año por esta causa (al rededor de 100 muertes por día, 4 por hora o 1 muerte por cada 15 minutos ). Las lesiones intencionales y las no intencionales se reparten las causas de muerte con un 50% cada una. En consecuencia, en Argentina el trauma se ha convertido en una endemia. Por otra parte, cuando se consideran todos los grupos de edad el trauma es la tercera causa global de muerte, la primera causa de muerte entre 1 y 45 años y es la responsable de 3 de cada 4 muertes en personas de 15 a 35 años, de 2 de cada 3 muertes en niños y de un total de años de vida y de trabajo potencialmente perdidos que superan a los producidos por las enfermedades cardio y cerebrovasculares y las neoplasias. Además, el impacto del trauma se refleja en la economía (costos de atención, pérdida de la productividad), la salud de las personas (muerte, discapacidad, sufrimiento emocional), el sistema de salud (capacidad de atención, requerimiento de mayor equipamiento, capacitación) y la repercusión que la muerte y las discapacidades tienen en la vida familiar y en la persona afectada. La carga epidemiológica descripta impone el reconocimiento del trauma como enfermedad y la necesidad de desmitificar su origen accidental. Sin embargo, la falta de reconocimiento del trauma como una enfermedad hace que otros problemas de salud sean percibidos como de mayor impacto, más graves o extendidos. El trauma es por definición el daño intencional (homicidios, suicidios y otras violencias como las guerras) o no intencional (llamados accidentales por no mediar la voluntad de provocar el daño) que sufre una persona expuesta a fuentes o concentraciones de energía mecánica, química, térmica, eléctrica o radiante que sobrepasan su margen de tolerancia, o a la ausencia de elementos esenciales para la vida como el calor y el oxígeno. Las caídas, las lesiones por arma de fuego o arma blanca o por colisiones vehiculares; las quemaduras son ejemplos de trauma. Por otro lado, la falta de calor puede producir hipotermia y la ausencia de oxígeno es causa de los ahogamientos, ahorcamientos, el síndrome de inhalación de humo, etc. La ocurrencia de una enfermedad depende de la combinación de diferentes dimensiones, la salud es la expresión del contexto social, cultural y económico de una comunidad. Esta perspectiva explica porqué el proceso de desequilibrio comienza antes de la ocurrencia puntual de la enfermedad, se trate de enfermedades infecciosas o traumáticas. Las condiciones predisponentes de la enfermedad trauma pueden agruparse en factores personales, ambientales y sociales. Así como los predisponentes de las enfermedades cardiacas suelen gestarse silenciosamente o dar señales que pueden pasar inadvertidas, de igual modo pueden generase las condiciones que propician el trauma (por ej., un atropellamiento por exceso de velocidad lo que significa el incumplimiento de la norma, la falta o escaso control, entre otros factores). Los choques, los atropellamientos o cualquier acto de violencia no son el resultado del azar. Sin embargo, la fatalidad, la aleatoriedad y la casualidad son alguno de los atributos que construyen el concepto accidente tanto para la comunidad general como para la comunidad científica. Por eso su uso dificulta el análisis y la comprensión de las acciones que llevan a la situación de riesgo y al posible daño. En la década del 60, en una publicación especializada se dijo que el trauma era la enfermedad negada de la sociedad moderna . Cuatro décadas después éste concepto sigue vigente y se refleja en la falta de políticas públicas de prevención, de un sistema de control epidemiológico o de comunicaciones científicas que informen a la comunidad sobre el impacto de la enfermedad y su prevención. En la actualidad el trauma está fuera de control, en crecimiento y se perpetúa como la enfermedad negada de nuestro país. Debemos alentar la idea de que las lesiones tienen causas y que, por lo tanto, los hechos que las generan son previsibles y prevenibles. Este posicionamiento equivale a dar un gran paso tanto en la evitación del hecho como en la adhesión al uso de medidas de protección que colaboren en la disminución de las lesiones y de las muertes por trauma. Jorge A. Neira