01-19: Segundo Dom. Pascua - Año A (Hch.2.42-47; IPedr.1.3-9; Jn.20.19-31) "De sus llagas correrán ríos de agua viva,: el Espíritu que iban a recibir" Hasta hace pocos años, cuando uno iba a viajar al extranjero, era suficiente tener (además del boleto) pasaporte válido. Y para conseguir esto, bastaba tener certificado de nacimiento y una foto reciente. - Pero, por el frecuente "robo de identidad", y por toda esa 'industria' de falsificación de documentos (tarjetas de seguro social, licencias de guiar, y hasta récords de la escuela), las autoridades ahora exigen huella digital, y pronto también prueba de DNA. - Para que veas ¡cuán importante y difícil es probar tu identidad! 1/ Las Cinco Llagas: 'Tarjeta de Identidad' Cuando Jesús resucitado apareció a la Magdalena, ella no lo reconoció; sólo por un impulso instintivo se echó a sus pies. - Cuando el Señor durante toda una tarde caminaba con los dos de Emaús, no lo reconocieron; sólo al final cayeron en la cuenta, no por las facciones de su rostro, sino por su gesto de partir del pan. - Cuando, a orillas del lago, el Resucitado se presentó a los siete discípulos que estaban pescando, fue sólo el Discípulo amado quien, por una corazonada más que por el ojo, lo reconoció: "¡Es el Señor!" ¿Qué quiere decir esto? Significa que, en cuanto a su presentación física, no había continuidad entre el Jesús de antes de la Pasión, y el Cristo Resucitado y glorioso. Por lo visto los ojos corporales, ni aún de sus más íntimos, eran capaces de reconocerlo: porque la realidad del cuerpo resucitado trasciende por completo lo que era el cuerpo físico. Por tanto, en la corporeidad gloriosa del Resucitado ya no se encuentran las huellas del sufrimiento: las heridas de la flagelación, de la corona de espinas, de las caídas bajo la cruz, etc. De por sí, también las cinco llagas en manos, pies y costado deberían haber desaparecido, - sin embargo: ¡perduran! ¿Por qué? Por dos razones: La primera es que estas llagas son la "tarjeta de identidad" del Resucitado. - Tres días antes los suyos lo habían visto sudar sangre y agua por el terror de la Pasión, algunos habían estado cerca cuando el Sanedrín lo condenó a muerte y los soldados se burlaban de él (Lc.22.63-65) y, "aunque a distancia", todos habían presenciado su muerte afrentosa en el Calvario (Lc.23.49), y su entierro. ¡Y nadie nunca jamás había vuelto de la muerte! La idea misma de un retorno del más allá estaba totalmente fuera del horizonte de su mundo mental. Luego, nada extraño que cada vez que ahora el Resucitado se presenta a sus amigos, dudan seriamente de si es Él, y "creen ver un fantasma" (Lc.24.3743); aún en el momento de la Ascensión todavía algunos dudan (Mt.28.17). Por tanto, hacían falta unas pruebas incontrovertibles para convencerlos de que aquel Ser glorioso y radiante que se les presenta, es aquél mismo que tres días antes habían visto como "gusano, ya no hombre, varón de dolores, desecho del pueblo" (Ps.22.6; Is.53.3). Y la importancia crucial de esta nueva presencia viva y radiante es: que muestra que Él, y la causa por que fue crucificado, han triunfado ante Dios, en contra de todo lo que humanamente podía esperarse. ¡La credibilidad de toda su misión depende de esto! Por esto invita ahora a Tomás a comprobar la realidad de las cinco heridas principales de su martirio. San Gregorio Magno lo celebra: "Al palpar las heridas de su Maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomas, que la fe de los demás discípulos: pues así, aquél que dudó y palpó, se convirtió en testigo de la realidad del Resucitado" (Hom.26 in Ev.). 2/ La Oración del Resucitado en el Cielo La segunda razón de estas cinco llagas es: que son la continua súplica silenciosa pero poderosísima del Resucitado ante el trono de su Padre. Al exhibir incesantemente ante la mirada del Padre las cinco fuentes por donde ha derramado su sangre por nosotros, actúa como nuestro Abogado (I Jn.2.1; Rm.8.34), o como nuestro Mediador y Sumo Sacerdote, "siempre vivo para interceder por nosotros" (Hbr.7.24-25; 9.24-26): cuya "sangre habla mejor que la sangre de Abel" (Hbr.12.24). Así, ante el trono del Padre está aquel "Cordero que, aunque degollado, está de pie" (Apoc.5.6), es decir: por un lado vive glorioso y vencedor con el Padre, pero por otro lado perpetúa para siempre su sacrificio de la cruz, como enseña la Iglesia: la muerte y resurrección de Jesús "es el único acontecimiento de la historia que nunca pasa... sino participa de la eternidad divina: abarca todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece" (Catecismo, # 1085). - ¡Qué seguridad para nosotros! ¡Saber que en cada instante Cristo intercede como nuestro Abogado ante el Padre! Cuando el profeta Eliseo estuvo asediado por sus enemigos, vio la protección del Señor como una muralla de "caballos y carros de fuego" que lo rodeaba (vea II Rey.6.1518): así nos rodea y protege la continua oración de Cristo glorioso por ti y por mí: "vivimos al amparo del Altísimo, a la sombra del Omnipotente: nos cubren sus plumas, sus alas nos esconden, su brazo es nuestro escudo y armadura" (Salmo 91). 3/ Somos Recipientes, y Pregoneros de su Paz En Oriente el saludo normal es la paz. Pero esto no significa meramente ausencia de guerra o contienda, como entendemos en Occidente, - sino abarca todas aquellas cosas que, juntas, aseguran la total bienandanza de una persona: bienestar material, buena salud corporal, respeto en la sociedad, armonía familiar, etc. Pero Jesús, ya en la Cena de despedida, nos había prometido su paz, que es diferente de la del mundo: "Mi paz os doy, no como la del mundo" (Jn.14.27). Por esto hoy, ya resucitado, repite tres veces: "La paz con vosotros", - y con razón: pues Él mismo ha vuelto a ponernos "en paz con Dios" (Rm.5.1). Esto no significa sólo que ha "derribado aquel muro que nos separaba, la enemistad, - sino que ha creado nueva la humanidad, haciendo la paz al reconciliarla con Dios. Vino a proclamar la paz: paz a los de lejos, y paz a los de cerca, abriendo a unos y a otros acceso al Padre" (vea Fil.2.14-18). Es participación en aquella misma paz inefable que el propio Cristo glorioso ahora está gozando en el abrazo del Padre: "mi paz os doy: para que tengáis paz en mí" (16.33). Aún más, nos envía por el mundo ("como el Padre me envió a mí, también yo os envío") como portadores y pregoneros de esta paz: "En la casa en que entréis, decid primero: 'Paz a esta casa', y si hay allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, la paz se volverá a vosotros" (Lc.10.5-6). - Este ministerio de la paz que Jesús nos encarga a todos, pone en nuestras manos pecadoras su poder propiamente divino de perdonar pecados: de ahí el escándalo de los escribas ("¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?" Mc.2.7), - pero el gozo de la gente que "glorificaba a Dios, que había dado tal poder a los hombres: pues todo lo que vosotros desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt.9.8; 18.18). - Para poder actuar así, con poder propiamente divino, nos comunica su Espíritu Santo: aquel Dinamismo sobrenatural que nos capacita a hacer lo que sobrepasa nuestras fuerzas humanas. Y una vez perdonado y reconciliado con Dios, "¡mete la mano al arado, no mires para atrás, sino siembra la paz!" (Lc.9.62; Stgo.3.18). -