Federico Schwab en el Perú

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Federico Schwab en el Perú.
Federico Schwab nació en Amberg, Baviera, el 23 de mayo de 1902. Siendo
adolescente participó en la Primera Guerra Mundial haciendo su servicio militar.
Allí casi perdió totalmente la visión de su ojo izquierdo por una explosión
felizmente no muy cercana, sino el daño hubiera sido mayor. Por este incidente,
luego de la asistencia médica, fue dado de baja y pudo continuar sus estudios.
Luego de sus estudios en el Gimnasio Humanista de Zweibrücken de 1912 a
1918 y en Munich en cuya universidad siguió estudios antropológicos en 1919 y
1920, se dedicó a visitar Europa Oriental, Grecia, Siria, Palestina y Egipto. Volvió
a Alemania en 1923. Estudió en la Universidad de Berlín en 1924 y 1925. En
aquellos años Alemania y otros países padecían una honda crisis económica como
secuela de la Primera Guerra Mundial. Por consejo y apoyo económico de su padre
decidió trasladarse, como lo hacían muchos alemanes, al Nuevo Mundo conocido
en aquellos tiempos como “El Continente de la Esperanza”. Estudioso y
enamorado de nuestra cultura latinoamericana desde antes de dejar su país al leer
los trabajos de muchos investigadores y viajeros científicos alemanes, eligió
mentalmente al Perú como su destino final, como otros inmigrantes alemanes y de
otras nacionalidades que también llegaron al Perú y se distribuyeron por diferentes
ciudades de acuerdo a sus profesiones y la facilidad de conseguir trabajo o
establecer industrias, laborar como técnicos, etc. Schwab por su destacada labor
cultural fue prontamente reconocido como uno de los más sobresalientes
bibliógrafos y archiveros alemanes que han pisado nuestra tierra.
En su viaje hacia el Perú llegó primero al Uruguay en 1926 con dificultades
económicas. Pasó por Argentina y llegó a Bolivia donde, debido a su falta de
dinero, estuvo trabajando como obrero en la empresa Standard Oil. Aprovechó
para observar el medio ambiente y hacer uso de sus conocimientos antropológicos,
descubriendo al tipo de habitantes y sus costumbres en los pueblos andinos.
También aprovechó su estadía para conocer monumentos arqueológicos
bolivianos.
Allá por una feliz casualidad entabló amistad con dos destacados músicos
peruanos, Carlos Sánchez Málaga y Roberto Carpio, con los que conversó mucho
sobre el Perú a donde planeaba llegar. Estos dos nuevos amigos estaban de paso y
planeaban regresar al Perú en el automóvil de uno de ellos. Le ofrecieron a don
Federico viajar con ellos. Schwab, muy alegre, aceptó acompañarlos, llegando
juntos a Lima a fines de 1930, luego de una travesía con muchas vicisitudes por
algunos lugares andinos y costeros escarpados, en esos años sin buenos caminos
algo accidentados, según me relató.
El Perú en esos momentos se hallaba agitado por la crisis del oncenio del
Presidente Leguía, los efectos de la crisis internacional y la paralización de la
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Universidad de San Marcos donde había acordado trabajar. De modo que antes de
establecerse en Lima, Schwab decidió conocer el interior del país, yendo a la selva
para visitar la colonia alemana del Perené, saciando allí su interés por la naturaleza
y el conocimiento de los nativos amazónicos. También se dedicó a la cacería de
mariposas, muy solicitadas por los estudiosos y coleccionistas de estos
lepidópteros, labor que le ayudó a subsistir. Visitó otros lugares para conocer el
Perú y mejorar sus conocimientos del castellano. Él era también un políglota, pues
además de alemán y castellano sabía algo de inglés, francés, griego y latín. Estando
en su empresa, en 1960 estudió en Lima el idioma italiano para viajar a Italia
Francia y España de vacaciones.
En 1934 pudo establecerse en Lima ingresando al servicio de la Biblioteca
Central de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en esos momentos
dirigida por el ilustre historiador Jorge Basadre.
En la biblioteca de San Marcos, Schwab tuvo la oportunidad de demostrar
ser un excelente bibliógrafo, traductor, redactor, y por sus conocimientos se
convirtió en un peruanista ejemplar, dando la mejor orientación a la revista Boletín
Bibliográfico de la Universidad de San Marcos, importante órgano de la Biblioteca
de la universidad, laborando como bibliotecario y secretario de redacción donde
proporcionó una innovación con sus conocimientos traídos de Alemania en la
nueva técnica bibliotecaria y archivista enriquecidos por sus estudios de
antropología, etnología e historia. Puso también al alcance de los estudiosos e
investigadores peruanos, traducciones al español de obras fundamentales de
autores alemanes en diferentes materias como historia, antropología, arqueología, y
etnología entre los que se encontraba el famoso texto de los métodos de Van
Bulck, sirviendo además de apoyo en sus trabajos a figuras de nuestra cultura que
llegaron a reconocer su generosa ayuda. Preparó para ellos versiones españolas de
los estudios de la escuela antropológica alemana de ese entonces, muy útiles y
necesarias para los investigadores de ese campo, labor cultural que inició para San
Marcos, entre otras universidades y que desarrolló por muchos años con cariño,
dedicación y ejemplar modestia, pues nunca se publicitó.
Fue colaborador de varias revistas, además del Boletín bibliográfico de San
Marcos, como Fénix, de la Biblioteca Nacional, la Revista de la Universidad
Católica, la del Revista del Museo Nacional, donde también colaboró con Luis E.
Valcárcel y conoció al Arqueólogo Julio C. Tello. La revista Letras de San
Marcos, Sphinx, del Instituto de Filología de San Marcos, en las que publicó
valiosas bibliografías en el campo de la antropología, la etnología de la amazonía y
el folclor, además de realizar una interesante investigación sobre los almanaques
peruanos desde épocas coloniales, y publicar su peculiar y original trabajo sobre un
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singular fenómeno social característico de la población limeña titulado “Lo
huachafo” y varios artículos sobre el folclor peruano y sus raíces.
Por su continuo aporte a nuestra cultura recibió la ciudadanía peruana sin
haberla solicitado. Se la proveyeron sus destacados e influyentes amigos que lo
estimaban mucho, como una medida de seguridad para no perderlo, pues durante la
Segunda Guerra Mundial muchos alemanes, por obra del departamento de
inmigración, estaban siendo deportados a los campos de concentración en los
Estados Unidos. Sin despojarse de la suya, que amaba mucho, la ciudadanía
peruana la llevó consigo con gran cariño y lealtad. El historiador Alberto Tauro
calificó a Federico Schwab como “un alemán más peruano que la chicha morada”
y no estaba errado. Don Federico había desarrollado un gran cariño por el Perú,
tanto como por su patria, desde que pisó nuestro suelo el año 1930 y cuya
geografía en primer término se dedicó a conocer con mucha simpatía en toda su
extensión, así como a su gente que le agradaba mucho, por lo que se dedicó a
estudiar su folclor, costumbres, historia y bibliografía, como se denota en sus
numerosos artículos publicados.
Cuando el notable Dr. Emilio Romero fue Ministro de Hacienda, contaba
que en una oportunidad tuvo que asistir un día al Palacio de Gobierno y descubrió
que hacia la calle, a un lado del palacio, unos soldados sacaban enormes paquetes
de papeles atados que la gente que pasaba los revisaba, escogía algunos y se los
llevaban. En esos días estaban restaurando el sótano del Palacio de Gobierno y
estos papeles antiguos, algunos en malas condiciones de conservación, estaban
destinados a ir al basurero de la ciudad. Entonces el Dr. Romero inmediatamente
ordenó a los soldados que cuidaran los papeles y que no permitieran a nadie tocar y
llevarse esos documentos explicándoles que en buena cuenta eran un patrimonio
histórico nacional que debían salvar. Con una muestra fue inmediatamente a hablar
con el Presidente.
El presidente desconocía que estaban arrojando a la calle aquel valioso
caudal de documentos y estuvo de acuerdo que debían salvarlos por el valor
histórico que representaban. El sótano del Palacio de Gobierno estaba siendo
modificado para convertirlo en oficinas. El Presidente le concedió al Dr. Emilio
Romero el sótano del Palacio de Justicia, que hacía poco había sido terminado de
construir y que estaba desocupado, para que trasladaran allí esos documentos y se
encargara de organizar en ese lugar un nuevo archivo que se llamaría Archivo de
Hacienda y estaría bajo la responsabilidad del Dr. Emilio Romero.
El Dr. Romero, conocía la fama de Archivero de Federico Schwab y sin
ninguna duda ni vacilación lo propuso inmediatamente como Director, jefe y
fundador del nuevo Archivo Histórico de Hacienda. Schwab descubrió que los
documentos salvados eran una valiosa y monumental cantidad de papeles de la
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época colonial y los primeros años de la República que pertenecieron al antiguo
“Tribunal del Consulado y de la Real Hacienda”, luego fueron ordenados y
catalogados medio millón de documentos por Schwab con la ayuda de Luis Muro
Arias, joven que en este trabajo de revisar documentos coloniales, llegó a
desarrollarse en paleografía e historia. En este nuevo Archivo, Schwab editó la
importante Revista del Archivo Histórico y elaboró además, con el apoyo de Luis
Muro Arias, su brazo derecho en esta labor, los catálogos del Archivo de Hacienda,
verdaderos inventarios científicos de nuestro patrimonio histórico documental de la
colonia a la república. El Archivo de Hacienda fue visitado por numerosos
estudiosos de nuestra historia, tanto peruanos como extranjeros. El Dr. Silvio
Zavala, fundador de El Colegio de México en momentos que visitó este archivo, al
conocer la labor de Luis Muro Arias y agradeciendo el apoyo que le dio con sus
investigaciones en 1944, le ofreció una beca en el Colegio de México, donde viajó
para estudiar y llegó a ser Historiador y Profesor de El Colegio de México por
muchos años, así como redactor de la Revista de Historia por un tiempo. Luis
Muro Arias, mi hermano mayor, en cada viaje a nuestra casa en el Perú, visitaba
también a su amigo y ex jefe Federico Schwab.
En el Archivo de Hacienda Schwab, con el aporte de Muro, había editado
cinco catálogos sobre los documentos que pertenecían a dicho archivo: Catálogo de
la Sección Colonial (1944); Catálogo de la Sección Republicana, 1823-1825
(1946); Reales cédulas, reales órdenes, decretos, autos y bandos que se guardan
en el Archivo Histórico (1947), y además el Índice del Archivo del Tribunal del
Consulado de Lima (1948), un estudio de ésta institución por Robert Sidney Smith.
Aparte de su labor en el Archivo, publicó por su cuenta una Bibliografía de
libros y folletos peruanos 1940-41 (1942); Bibliografía Etnológica de la Amazonía
Peruana 1542-1942; Los almanaques peruanos ¿1680?-1874. (1948).
Tradujo también varios libros del alemán al español, como El Perú de
Middendorf, en 3 gruesos volúmenes, trabajos y artículos de Humboldt, Trimborn,
Pietschmann, Viaje por el Perú de Poeppig, y la obra del austriaco Franz Xavier
Veigl, que la terminó pocos meses antes de su muerte y fue editada póstumamente
por el Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía en la Serie “Monumenta
Amazónica”.
En San Marcos fue además el primer profesor del idioma alemán para
numerosos profesores y alumnos de esta universidad.
En esta importante universidad tuvo una gran amistad con una Pléyade de
notables figuras de nuestra cultura como Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto
Sánchez, Alberto Tauro, Jorge Basadre, el jesuita e historiador Rubén Vargas
Ugarte, Luis Valcárcel con quien trabajó en el Museo de la Cultura Peruana,
Emilio Romero, José María Arguedas, Pablo Macera. Estuardo Núñez, Hermann
Buse, John Gunther, Jorge Puccinelli, Juan Mejía Baca, Ignacio Prado, Carlos
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Milla Batres, Emilio Adolfo Westphalen, André Coyné, John Murra, John Rowe,
César Moro, Julio C.Tello, Luis Valcárcel, María Reiche, Martha Hildebrandt,
Federico Kauffmann, Cesar Ángeles Caballero, Carlos Eduardo Zavaleta, Javier
Sologuren, Carlos Germán Belli, Jorge Eduardo Eielson, Arturo Corcuera y
muchos personajes más, peruanos y extranjeros, que sería largo mencionar, de
quienes recibió el aprecio, grandes elogios y sincera amistad, quienes de vez en
cuando nos visitaban también en la empresa que fundó con el apoyo de Enrique
Iturriaga en 1947 para difundir el libro peruano en el exterior, labor por la cual el
historiador Jorge Basadre, conociendo los vínculos que tenía con las bibliotecas
más importantes del exterior, en uno de sus libros lo denominó “Schwab es el
Relacionista Público Número Uno del Libro Peruano en el Extranjero”. Debido a
su modestia y rechazo a la propaganda, esta actividad era poco conocida en el
Perú, sólo por personajes de nuestra cultura, pero sí mucho más conocida en el
exterior por las conexiones con antiguos bibliotecarios norteamericanos y europeos
que en alguna oportunidad nos visitaron y por su eficiente labor de distribución,
recibiendo también la visita de destacados estudiosos norteamericanos, europeos y
latinoamericanos.
Por medio de mi hermano Luis Muro Arias, conocí a don Federico en Junio
de 1957, como un personaje muy vital, enérgico, trabajador, honesto, cultísimo y
maestro por excelencia, a cuyo lado me cupo el honor de trabajar por casi 30 años
y a la vez ser su alumno, en la empresa E. Iturriaga y Cía., que organizó con el
apoyo de su socio capitalista y amigo don Enrique Iturriaga. Desarrollamos una
gran amistad y una relación casi familiar, de padre e hijo. Él dejó una huella muy
profunda e inolvidable en todos nosotros con sus cotidianas enseñanzas, consejos,
su ejemplar ética laboral y despertó nuestro amor por los libros.
A partir del año 1980, juntos y acompañados por su esposa Delfina Valencia,
viajamos mucho por el Perú en una camioneta Toyota de la empresa que yo
conducía, y recorrimos casi todos los lugares que había conocido cuando llegó al
Perú, así como los archivos de provincias. También visitamos las ruinas
arqueológicas de Sechín, de Chavín de Huantar, en el Callejón de Huaylas, Las
líneas Nazca (Era amigo de la estudiosa María Reiche a quien conocí en ese viaje y
obtuvimos de ella varios ejemplares de su obra), visitamos también Chanchán,
Pachacamac, Paramonga, Tambo Colorado, etc.
Para algunas personas que no lo conocieron a profundidad, quizás tuvieron
la falsa impresión de que era una persona de “mal carácter” e irritable. La verdad
era que no toleraba la deshonestidad, la pérdida de tiempo, las mentiras, la
impuntualidad, la mediocridad y las indiscreciones, por lo que solía perder la
paciencia y enojarse fácilmente cuando percibía la más pequeña falta; pero detrás
de esa persona de genio fuerte se ocultaba un hombre muy justo, comprensivo,
bondadoso, caritativo y casi siempre muy jovial.
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Su faceta como estudioso del folclor puede conocerse por sus ensayos en
este campo reunidos por Alberto Tauro en el libro Teoría e Investigación del
Folklore editado póstumamente en 1993 por la Universidad de San Marcos, que
contiene sus estudios titulados El folklore como ciencia, El concepto histórico y
sociológico del folklore, La raíz romántica del folklore, El folklore, nuevo campo
de estudio en América y la necesidad de su orientación histórica, La fiesta de las
cruces y su relación con antiguos ritos agrícolas, y El gabinete secreto del folclor.
Seguidamente relataré tres anécdotas suyas que recuerdo vívidamente:
Su amigo José María Arguedas, siendo Director de Instituto Nacional de
Cultura nos visitó una mañana en la antigua oficina del Jirón Carabaya y le pidió
que le contara nuevamente aquella anécdota de su paso por Bolivia, cuando llegado
de Europa a América y camino al Perú se encontraba trabajando en los campos
petrolíferos de la Standard Oil. Schwab nos relató que tuvo la necesidad de
trabajar como obrero en la construcción de reservorios de petróleo, con grandes
planchas de hierro unidas por remaches pues no se usaba la soldadura eléctrica. En
la parte interior del reservorio se encontraba un obrero boliviano sosteniendo con
todo el peso de su cuerpo y con el apoyo de una comba, la cabeza de cada remache,
llevando la peor parte de la tarea por el enorme ruido que tenía que soportar,
mientras otro obrero en el exterior se encargaba de descargar golpes de comba para
sellar el extremo saliente de aquellos remaches calentados al rojo.
Don Federico vio cómo el obrero que se encontraba afuera, luego de haber
terminado de sellar cada remache, continuaba descargando golpes de comba extras,
con el consabido gran ruido ensordecedor.
Comprendiendo el sacrificio del obrero encerrado en el interior del reservorio, le
increpó al de los golpes de comba:
—¿Por qué sigues golpeando si ya terminaste?
—Por fregar... —le respondió el boliviano al sorprendido Schwab.
—¡Por fregar! —repitió entre risas José María Arguedas—. Allí conociste
que en Latinoamérica se hace muchas cosas “por fregar”.
—Efectivamente —respondió Schwab—, pero también conocí que los
latinoamericanos eran más bondadosos que los europeos, cuando un día,
accidentado, con una pierna y un brazo enyesados y sin dinero para el almuerzo,
por la huelga que había paralizado nuestro trabajo, un amigo checo que en esa
oportunidad me acompañaba y que estaba en igual situación económica que yo,
puesto que no habíamos podido cobrar nuestro jornal, hizo que me sentara en la
banca de una plazuela y usando su gorrita pidió dinero por mí. — ¡Pobre
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gringuito!— decía la gente que pasaba y me miraba accidentado, dejando algunos
billetes en la gorrita de mi amigo. Esa tarde los dos comimos muy bien.
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Durante el gobierno del General Velasco, los peruanos vivíamos una gran
efervescencia nacionalista y para avivarla comúnmente se oía la frase Velasquista:
“¡Viva el Perú, carajo!” como un lema nacional. (La palabra carajo en el Perú es
una lisura ofensiva que expresa un sentimiento de enojo).
Diariamente viajaba don Federico en un colectivo de Miraflores al Centro de
Lima, y en una oportunidad, cuando dos pasajeros peruanos xenófobos enardecidos
por el momento político despotricaban contra los extranjeros, especialmente
norteamericanos y europeos, y se esforzaban porque el extranjero desconocido
pero evidentemente germano que estaba a su lado, Federico Schwab, escuchara los
agravios que indirecta pero intencionalmente le dirigían. Soportó en silencio y
estoicamente todo el recorrido, pero al bajarse en la Plaza San Martín y antes de
cerrar la puerta del vehículo, con energía, en voz alta y con su fuerte acento
alemán, pausadamente les aclaró: “¡Yo soy pejguano, viva el Pejgú cajgajo!”, y
dio un portazo.
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Su amor por los peruanos del Perú profundo, su experiencia y su
conocimiento de la sicología de nuestra gente se demostró cuando, necesitando un
trabajador más en nuestra empresa, tuvo que elegir entre dos jóvenes que se
presentaron juntos una tarde para cubrir la vacante: un criollo limeño y un puneño
de Taquile en el Lago Titicaca.
Ambos contestaron sus preguntas satisfactoriamente, pero solamente
deberíamos tomar a uno. En un aparte me preguntó a cuál de los dos debíamos
elegir… yo, que no los conocía, estaba en duda y le contesté que, identificándome
con mi paisano de Lima, dejaba la respuesta a su buen criterio y experiencia.
Entonces, sin dudarlo señaló a Esteban Flores Yucra, de Puno.
—Me quedo con este joven —dijo—. La gente del interior es muy sana y
buena—, añadió como en secreto. Y el tiempo le dio la razón, pues Esteban Flores
Yucra se ha destacado por su eficiencia, lealtad y cariño a la empresa y por su
esforzado trabajo, convirtiéndose en una de las piezas fundamentales de la firma
que fundara Federico Schwab. Su amor por el Perú Profundo fue otra lección
perdurable para mí, su sucesor en la dirección de la empresa.
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La obra de Federico Schwab, en síntesis, fue un valioso aporte al desarrollo de nuestra
cultura destacando también la importancia del aporte de los estudios alemanes para las
investigaciones. Aquellos estudios, mejor que nadie, en esos años, dio a conocer en el
exterior, y fue el caso concreto de un alemán que se integró e identificó con el Perú, país
que amó tanto como a su patria, hasta su fallecimiento en Lima el 24 de diciembre de 1986.
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