7POGZKECPQ [UWQDTC , C K O G 6Q T T G U $ Q F G V (PPDQXHO&DUEDOOR 7(;726'(',)86,Ð1&8/785$/81$0 7POGZKECPQ [UWQDTC , C K O G 6Q T T G U $ Q F G V 7POGZKECPQ [UWQDTC , C K O G 6Q T T G U $ Q F G V (PPDQXHO&DUEDOOR Textos de Difusión Cultural Serie El Estudio 7H[WRVGH'LIXVLyQ&XOWXUDO Nacional Autónoma de México Universidad 6HULH(O(VWXGLR Coordinación de Difusión Cultural Dirección de Literatura México, 2013 81,9(56,'$'1$&,21$/$87Ï120$'(0e;,&2 &RRUGLQDFLyQGH'LIXVLyQ&XOWXUDO 'LUHFFLyQGH/LWHUDWXUD 0p[LFR Diseño de portada: Mario Roca Fotografía de portada: Autor anónimo/ Coordinación Nacional de Literatura-INBA Edición original: 1968, Empresas Editoriales. Primera edición Universidad Nacional Autónoma de México: septiembre 2013 D.R. © Emmanuel Carballo D.R. © 2013, Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación de Difusión Cultural / Dirección de Literatura Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán 04510 México, D. F. ISBN 978-607-02-4723-1 ISBN de la serie 968-36-3758-2 Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Todos los derechos reservados Impreso y hecho en México Jaime Torres Bodet, de Emmanuel Carballo En este libro coinciden dos figuras fundamentales de la cultura mexicana contemporánea: Jaime Torres Bodet y Emmanuel Carballo. Por un lado, el escritor, el poeta, que además marcó con su trabajo como diplomático y funcionario público el rumbo institucional de la educación en nuestro país y cuyas resonancias nos siguen influyendo e inspirando. Por el otro, el crítico, el aguerrido pugilista de las letras, que con talento, inteligencia, disciplina y trabajo incansable ha rescatado para nosotros la pléyade de artistas que cimentaron el canon de las letras mexicanas del siglo xx. Así, en esta obra —originalmente aparecida en 1968 y que ahora se reedita para ponerla en circulación entre las nuevas generaciones—, Carballo nos expone con claridad y profundidad la importancia de la obra literaria de Torres Bodet. Quien quiera aproximarse a ella de manera integral tiene aquí un privilegiado punto de entrada. Sobre Jaime Torres Bodet, Octavio Paz escribió que “el escritor y el hombre público merecen un conocimiento más profundo y una consagración más amplia y generosa. Torres Bodet, su obra y su persona, son parte —y parte imprescindible— de la literatura y la historia del México moderno”. En efecto —justo es decirlo—, a veces pareciera que la trayectoria como educador y diplomático eclipsaran la aten7 ción que Torres Bodet merece como poeta y narrador. Esto lo resuelve Carballo al colocar en la debida perspectiva las facetas de una personalidad tan rica y compleja como lo fue la de don Jaime. Torres Bodet inició su carrera en el servicio público siendo muy joven. En 1920, a los 18 años, asumió el cargo de secretario administrativo de la Escuela Nacional Preparatoria, para luego convertirse en secretario particular de José Vasconcelos. A partir de ahí empezaría su labor como consolidador de la tarea impulsada por el entonces rector de la Universidad Nacional al establecer la doctrina educativa que siguió el Estado mexicano posterior a la Revolución. En 1922 fue nombrado jefe del Departamento de Bibliotecas de la naciente Secretaría de Educación Pública, en 1925 se convertiría en secretario particular de Bernardo Gastélum, secretario de Educación que luego sería jefe del Departamento de Salubridad. En 1928 entró al Servicio Exterior como tercer secretario con destino a España y en 1931 fue ascendido a segundo secretario. Ese mismo año fue enviado a París, y en 1932 a La Haya, para volver de nuevo a Francia y viajar, en 1934, a Buenos Aires, Argentina. En 1935 regresó a París como primer secretario y un año después fue designado jefe del Departamento Diplomático de la Cancillería. En 1937 fue designado embajador en Bélgica. En 1940 abandonó Europa y regresó a México. Asumió el cargo de subsecretario de Relaciones Exteriores al iniciar el gobierno de Manuel Ávila Camacho y en 1943 fue nombrado secretario de Educación Pública. En 1946, el presidente Miguel Alemán lo designó secretario de Relaciones Exteriores. A fines de 1948 asumió la dirección general de la unesco; dimitió a ese cargo en 1952. En 1955 fue nombrado embajador en Francia y en 1958 nuevamente ocupó el cargo de secretario de Educación Pública hasta 1964, cuando terminó su carrera como funcionario. 8 Torres Bodet sabía, como G.K. Chesterton, que “la educación es el alma de una sociedad a medida que pasa de una generación a otra”. Por ello, estaba convencido de que la función educativa del Estado no podía estar supeditada a ninguna coacción ideológica o política. Como secretario de Educación con Ávila Camacho Torres Bodet se dio a la tarea de hacer de la educación un bien social para el cual los intereses particulares o de grupo se deben subordinar a los de la sociedad en su conjunto. Su visión entonces y ahora permanece con una vigencia asombrosa: “No hay problema social que no rescate como raíz recóndita la ignorancia. El alcoholismo, la criminalidad, la mendicidad y el desarrollo precario de la agricultura y de las industrias pueden atribuirse a muchos orígenes; pero en todos estos orígenes hallaremos, más o menos cercana, presente siempre una sombra dramática: la incultura”. Una de las más importantes decisiones impulsadas por él fue —como lo señala Luciano Cano Bárcenas— la reforma para eliminar del artículo tercero de la Constitución la palabra “socialista” —herencia del cardenismo— y orientar las instituciones hacia una nueva manera, más humanista, de entender a la educación. Para Torres Bodet ésta no debería tener un fin específico o dirigirse a un sector de la sociedad en particular, sino que su preocupación se debería dirigir a la formación moral del individuo, o sea el bien y la justicia. Más que la adquisición de conocimientos o de habilidades concentradas en el mercado laboral, la educación deberá valorar nuestra propia alma, estimar la eficiencia de las virtudes y reconocer el lastre de los defectos. Así lo estableció él mismo: “La escuela no debe ser ni un anexo clandestino del templo, ni un revólver deliberadamente apuntando contra la autenticidad de la fe. Nuestras aulas han de enseñar a vivir, sin odio para la religión que las familias profesen, pero sin complicidad con los fanatismos que cualquier religión intente suscitar en las nuevas generaciones”. 9 Pero no sólo eso: don Jaime tuvo la visión de extender a la ciencia y la cultura la misma función que tiene la educación. Así lo expondría en 1945, cuando fue representante de México en la Conferencia de Londres donde se creó la unesco como un organismo internacional de apoyo a la educación, la ciencia y la cultura de los pueblos al terminar la Segunda Guerra Mundial. Como todo el mundo sabe, más tarde, en el periodo 19481952, sería el único mexicano en ocupar el puesto de director de esta importante institución. Es así como Carballo nos presenta una visión panorámica de la vertiente como servidor público de Torres Bodet, pero también —y he aquí lo que genuinamente le compete—, aborda la obra literaria de Torres Bodet con especial detenimiento y acuciosidad. En este sentido, Emmanuel Carballo nos ha demostrado en el trayecto de su larga y fructífera carrera literaria que los poderes de la palabra no son distintos a los de la pasión, en especial en su manifestación más viva y tensa como es la palabra hecha literatura. Como afirmó José Ortega y Gasset en su libro Ideas sobre la novela: el crítico ha de introducir en su trabajo todos aquellos utensilios sentimentales e ideológicos merced a los cuales puede el lector medio recibir la impresión más intensa y clara de la obra que sea posible y procede a orientar la crítica en un sentido afirmativo y dirigirla, más que a corregir al autor, a dotar al lector de un órgano visual más perfecto. En el panorama de la literatura mexicana del último medio siglo, Emmanuel Carballo —hombre de letras en el más amplio y mejor sentido del término— no tiene parangón con ningún otro de nuestros críticos, antiguos y actuales. Su libro de ensayos-entrevistas Protagonistas de la literatura mexicana, con personajes como Vasconcelos, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Rafael F. Muñoz, Juan 10 Rulfo, Juan José Arreola y Carlos Fuentes, entre otros, ha sido esencial para los estudiosos de nuestra literatura. Su labor de investigador infatigable nos ha dado, entre otras tantas obras, el Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo xix. Sus colecciones de reseñas y ensayos críticos, como sus Notas de un francotirador, son de infaltable referencia para entender la evolución de las letras nacionales en las últimas décadas. Es cierto: en ocasiones se puede no estar de acuerdo con sus juicios —aunque es de lo más difícil hacerlo—, pero no se le puede negar esa cualidad de intensidad y de alto sentido de la literatura en todas y cada una de las formas que ha explorado y cultivado. En la actualidad la labor del crítico se ha hecho más ardua y complicada. Cada día se vuelve más difícil distinguir en qué consiste exactamente una novela, una crónica, un poema. Las fronteras se diluyen y los géneros se mezclan hasta casi desaparecer. Poco a poco lo que en física se denomina principio de indeterminación se ha hecho presente en los hasta hace poco exactos y perfectos casilleros de las categorías literarias. En el caso de la poesía, por ejemplo, ha cesado en gran medida de ser una poesía lírica puramente individual. Los poetas, afortunadamente, cantarán siempre sus amores, sus desdichas y sus sentimientos más íntimos; pero es fácil advertir que, en nuestros días, lo hacen cada vez más como una voz que habla en nombre de muchas voces, de muchos amores, de muchas tristezas o anhelos. Una obra como la de Jaime Torres Bodet merece ser redescubierta por los nuevos lectores. Su brillo se sigue expresando con admirable vigencia, pues el yo de nuestros mejores poetas en realidad es un nosotros que es necesario recuperar en estos días aciagos. Ignacio Solares 11 PRIMERA PARTE LOS TRABAJOS LOS DÍAS LOS TRABAJOS La obra de Jaime Torres Bodet abarca casi todos los campos de la literatura: la poesía, la prosa narrativa, el ensayo y la crítica, las notas de viaje y de lectura, el discurso y el libro de memorias. En total ha publicado catorce libros de poemas, siete de novelas y cuentos, nueve de ensayo y crítica, uno de memorias y nueve de discursos. A los anteriores hay que agregar ocho antologías (la más temprana de 1926 y la más reciente de 1966), de las cuales seis han aparecido en español, una en francés y otra en inglés. Que yo sepa no le ha entusiasmado la costumbre de escribir prólogos: en su bibliografía directa sólo se consignan seis, y ninguno es lo suficientemente amplio que dé a entender su interés por este tipo de literatura de circunstancias. Por las traducciones tampoco siente gran simpatía: en 1920, a los dieciocho años, incursiona por primera y única vez en este campo, movido por la atracción que sentía por la prosa discursiva de André Gide, de quien traduce varios textos con el título genérico de Los límites del arte. El teatro es el único género al que nunca se ha enfrentado: y si se piensa en los compañeros suyos de generación que acometieron el drama, el melodrama y la comedia, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, es de alabar su prudencia. Contemporáneos fue esencialmente un grupo de poetas que, al paso 15 del tiempo, llegó a destacar con la misma firmeza que en la lírica, en el ensayo, la crítica y otras manifestaciones de la prosa de ideas. A su generosidad de promotores debe la existencia el actual teatro mexicano, pero de sus obras no puede afirmarse que hayan modificado la técnica y el estilo. Corresponde a Rodolfo Usigli (a veces tan próximo a ellos y a veces tan distante) sentar las bases modernas de este género que aún no alcanza, si se le compara con la poesía y la prosa narrativa, la mayoría de edad. A cincuenta años de iniciada la obra de Jaime Torres Bodet permite que se la considere sin prejuicios y con rigor. A primera vista puede parecer la obra de un poeta que a ratos perdidos ha ganado para su bibliografía unas cuantas papeletas significativas en la novela, el ensayo, la crítica y el discurso. Quien haya leído con atención sus libros se dará cuenta de que esta tesis además de aventurada es radicalmente falsa. Si se la compara con las de los Contemporáneos su obra es la más armónica, la más amplia y la que mejor refleja el desarrollo intelectual de un hombre y una circunstancia, la suya propia, que si en un principio es un tanto reducida llega a ser tan grande como el mundo. Más que poeta, narrador o ensayista (y en los tres campos sus méritos no son pequeños), Torres Bodet es un hombre de letras, el hombre de letras más consecuente y trascendente que ha nacido en México en fecha posterior a Alfonso Reyes. La poesía Los poemas suyos más antiguos que se conocen se publicaron en la sección “Arte y Letras” del periódico El Pueblo, edición del 18 de diciembre de 1916. Se trata de cinco textos de catorce versos cada uno titulados “Primavera”, “Noche de luna” y tres que figuran bajo el nombre genérico de “Sonetos”. El 26 de abril del año siguiente da a conocer, en Pegaso, “A través de la 16 honda inquietud...”, poema en el que fija un estado de ánimo por esos días más o menos permanente: Y me invade un profundo desaliento, un asco para todo, un deseo infinito de huir del movimiento y de ir velando todos los cantos de la vida con el divino canto del silencio... Quizá el “profundo desaliento” se deba, como él mismo afirma versos arriba, al “temor continuo de tener que vivir una vida en que muere todo ensueño”. A veces y entre los jóvenes el idealismo, de camino hacia el pesimismo, primero se detiene en la incertidumbre y después se manifiesta como oposición sistemática frente a casi todas las cosas del mundo. El último de los poemas dados a conocer antes de que aparezca Fervor se llama “Ayer aún la audacia”, y se publicó en la revista estudiantil San-Ev-Ank el 1 de agosto de 1918. El descubridor de estos poemas, Porfirio Martínez Peñaloza, se permite acerca de ellos dos juiciosos comentarios: Primero la habilidad temprana para encabalgar las estrofas del soneto, recurso que acentúa lo estricto de esta combinación métrica, cuyo dominio y suma perfección alcanza en Sonetos. Segundo, el mismo que al volver sobre su obra hizo González Martínez, y lo traigo a cuento porque, estoy seguro, es grato para don Jaime: ‘¡Verso de incomprensiva adolescencia, / de petulante ritmo, forma vana, / fingido amor y artificial do­ lencia’.1 La evolución poética de Torres Bodet es tan larga como paciente, y en ella pueden señalarse épocas cuyo denomina1 Porfirio Martínez Peñaloza: “Los primeros poemas de Jaime Torres Bodet”. El Nacional, “Revista Mexicana de Cultura”, núm. 1012, 21 de agosto de 1966. 17 dor común bien puede ser la predilección por ciertos temas, los adjetivos e imágenes de cierto tipo, cierta métrica que se usa en forma más o menos reiterada y, también, cierta manera de encontrar la rima o de volverla perdediza. Además sus épocas tienen nítidas atmósferas y colores precisos: corresponden a las sucesivas etapas de su crecimiento biológico e intelectual. —De acuerdo con la clasificación de Merlin H. Forster —le pregunté a don Jaime—, su poesía se puede dividir, hasta 1932, en tres etapas sucesivas: 1) la poesía de aprendizaje; 2) la poesía de transición técnica; y 3) la poesía abiertamente experimental. ¿Qué me puede decir de esta clasificación, y en particular de la primera etapa? —En principio —me respondió—, creo que Forster tuvo razón al fijar esas tres etapas. Tal clasificación facilita, hasta cierto grado, el análisis crítico del conjunto. Sin embargo estimo que un orden rigoroso no puede aplicarse a todas las poesías que escribí durante el período —de catorce años— que señala Forster; esto es: desde la publicación de Fervor (1918) hasta la fecha en que da por concluido su estudio (1932). Lo que él llama poesía experimental fue también (lo advierto ahora muy claramente) poesía de aprendizaje. Y ésta, aunque no lo crean ciertos lectores, fue asimismo, por lo menos en momentos determinados, poesía experimental. Además, tanto una como otra tuvieron, en mí, un valor de transición técnica hacia otras formas expresivas: las que habrían de conducirme a mi propio descubrimiento, a la verdad y razón de mi circunstancia. No sin deliberado propósito, escojo esta palabra, insustituible: la circunstancia. Por algo decía Goethe que “las circunstancias son las verdaderas Musas”. Cuando hablo de “poesía de circunstancia”, no pienso, por supuesto, en el sentido que dan a menudo a tal expresión quienes escriben algún poema para un entierro, para la inauguración de una estatua o para la celebración de un aniversario. Pienso en el sentido, 18 mucho más hondo, de quienes procuran manifestar lo esencial de sí mismos ante una emoción precisa —o tal vez imprecisa, pero sincera. Empecé a escribir en la Escuela Nacional Preparatoria bajo la inspiración de los clásicos españoles que servían de tema a nuestro profesor de literatura, Fernández Granados, más conocido por su seudónimo: “Fernangrana”... Pronto se deslizaron (entre Garcilaso y fray Luis) otros poetas y otros idiomas. El francés me proponía un gigantesco modelo: el Víctor Hugo de La leyenda de los siglos y todos los simbolistas que, a pesar de la guerra europea, y bajo la cubierta amarilla del Mercure de France, llegaban con relativa puntualidad a la librería de Gabilondo. De Verlaine, de Samain, de Henri de Régnier y hasta de Charles Guérin hay sin duda desvaídos reflejos y ecos muy mortecinos en algunas estrofas de Fervor. El italiano, que aprendí gracias a la Sociedad Dante Alighieri, me ofreció desde luego al patrono de la gran devoción dantesca y, más cerca de nosotros, a Leopardi, que no apreciaba yo entonces tanto como lo aprecio ahora, y a Carducci, que no aprecio ahora tanto como en aquellos días. De los ejemplos modernos, en el dominio de las letras de lengua española, Rubén Darío, Antonio Machado, Leopoldo Lugones y Juan Ramón Jiménez alternaban en las preferencias de mi generación con González Martínez y Amado Nervo. De todos ellos advierto igualmente una herencia —tal vez mal administrada— en los volúmenes publicados después de Fervor. Quizá Nuevas canciones, Poemas y Biombo contengan lo menos impersonal de aquella actividad juvenil.2 La poesía adolescente de Torres Bodet, que comprende según Forster3 cuatro libros (Fervor, El corazón delirante, Can2 Emmanuel Carballo: 19 protagonistas de la literatura mexicana del siglo xx. México, Empresas Editoriales, 1965. “Jaime Torres Bodet”, pp. 217-218. 3 Merlin H. Forster: Los Contemporáneos 1920-1932. Perfil de un experimento vanguardista mexicano. México, Ediciones de Andrea, 1964. “II, Jaime Torres Bodet”, pp. 24-55. 19 ciones y Nuevas canciones), es en todos sentidos coherente con los pocos años y la inexperiencia vital del autor: busca puntos de apoyo en los poetas mayores, hace suyos los temas y motivos eternos y los expresa con una voz ganada por el escepticismo, el cansancio y el dolor de estar vivo. Es una poesía no del todo experimentada y sí aprendida de memoria en los textos de Nervo, González Martínez y otros líricos meditativos y doctorales. Pese a la inevitable retórica, a la filosofía sin cimientos, sus poemas de adolescencia llevan en sí los rasgos que definen la etapa madura de su obra, la que empieza en Cripta y llega hasta Fronteras y Sin tregua. A los 16 años, en 1918, se da a conocer oficialmente con el libro Fervor, prologado por Enrique González Martínez. En el vo­ lumen autobiográfico Tiempo de arena (1955), Torres Bodet recuerda los días previos a la aparición de esta obra. A fuerza de escribir y retocar, de romper y de rehacer —dice—, acabé por hallarme al frente de una treintena de poesías que estimé dignas de ser propuestas a las prensas indulgentes de Ballescá. Me detuvieron por espacio de varias semanas la esperanza de conseguir el prefacio de un poeta famoso y la necesidad de encontrar un epígrafe para el libro. Respecto al prólogo se presentaron dos posibilidades: solicitarlo al padre de Enrique [González Rojo] o aceptarlo de ‘Fernangrana’. Lo pedí a aquél. Y tan pronto como —entre El hilo de Ariadna y Fervor— me hube decidido por este título, anudé el manuscrito con cinta roja, cual si se tratara de un ‘expediente’, y lo llevé hasta la casa, calle de Magnolia, en que el autor de La muerte del cisne me recibió. Tras de leer los poemas con voz suave y amistosa, y después de hacerme alguna advertencia que me fuese útil en el inmediato ejercicio de la poesía, González Martínez accedió a escribir el prólogo. Como primer libro en Fervor alternan lo propio y lo ajeno, lo presentido y lo soñado, las escasas vivencias del poeta y los fantasmas que con el tiempo se convertirán en hecho consu20 mado, el optimismo y la desesperanza, el amor, la vida, la juventud y los goces efímeros con que el mundo inocula a los hombres y cuya satisfacción es cada vez más problemática y desabrida. Como corresponde a la edad del autor, el tono del libro es sentimental, el tratamiento propicio a acatar las convenciones poéticas a la moda y la técnica bastante firme si se tiene en cuenta que Torres Bodet escribe estos poemas antes de cumplir los 16 años. González Martínez acierta cuando afirma en el prólogo que su verso “no necesita ya de andadores para caminar sin tropiezo”. El corazón delirante, publicado cuatro años después de Fervor, reúne 39 poemas que son otras tantas tentativas del poeta por encontrarse a sí mismo y de paso establecer el orden en el caótico mundo que lo rodea: el mundo de las cosas, los apetitos, las ideas, los seres humanos y las realidades geográficas, históricas y políticas. Tal como lo vio Enrique Díez-Canedo, “hay en El corazón delirante alternativas de fiebre y calma: tormentas de juventud que pronto, por el desgarrón de las nubes, dejan ver el cielo tranquilo... Hay en él facilidad, sencillez, deleite, pureza, no como simple aspiración sino, en muchos pasajes, a punto de adquirir realidad y consistencia”.4 En formas “métricas y estróficas más variadas, se intensifican algunos de los temas de Fervor y se introducen algunos nuevos”.5 Por ejemplo, se anhela el amor carnal, se habla de lo pasajero de la vida, se incide en la descripción del paisaje, sin referirlo, como es usual entre los jóvenes, a imprecisos estados de ánimo. Asimismo, y por primera vez, aparece en sus poemas la nota mexicana. En un texto escrito a base de dísticos, “El poema de la urbe cruel”, enfrenta la vida sencilla y productiva de la provincia a la triste y anárquica existencia que se lleva en la 4 Enrique Díez-Canedo: “Letras de América. La poesía de Jaime Torres Bodet”. Revista España, Madrid, 13 de octubre de 1923. 5 Merlin H. Forster: Op. cit., p. 25. 21 Ciudad de México. Poema didáctico y con anécdota parece ilustrar estos versos de López Velarde: “Si yo jamás hubiera salido de mi villa, / con una santa esposa tendría el refrigerio / de conocer el mundo por un solo hemisferio”. En el prólogo a este libro, Arturo Torres-Ríoseco explica, con razón, que el lirismo de Torres Bodet es la resultante de una serie de asociaciones emocionales e ideológicas. No es el lirismo directo producido por la acción inmediata del estímulo externo. Por el contrario, yo creo que la sensación estética es para él demasiado fuerte ya que necesita de una elaboración interna prolongada y consistente para definir sus concepciones. Si según Xavier Villaurrutia El corazón delirante es “el grito apasionado”, Canciones es —la definición también es suya— “el canto puro, delgado y claro”. Canciones y Nuevas canciones son en esencia el mismo libro. De los 25 poemas que contiene el primero, 21 pasan al segundo, al que se agregan 19 canciones inéditas. Como en El corazón delirante el amor revestido de diferentes ropajes recorre de principio a fin estas páginas. Si en el libro anterior el poeta “empieza por desear el amor, y mucho de lo que describe pasa en su imaginación; si del amor ideal pasa al amor apasionado, que trae consigo la desilusión, la que a su vez se traduce en una vaga melancolía”,6 en Canciones y Nuevas canciones el amor se manifiesta mediante formas más serenas, más firmes y más reales: “puede ser alegre o apasionado, o puede ser el amor por los niños o por la patria”.7 En los dos libros de Canciones Torres Bodet simplifica, de acuerdo con la aérea levedad del esquema lírico que emplea, los temas y las técnicas que había utilizado en Fervor y El co6 Sonja Karsen: Versos y prosas de Jaime Torres Bodet. Biblioteca de Autores Hispanoamericanos, 5. Madrid, Ediciones Iberoamericanas, S.A., 1966. “Introducción”, p. 34. 7 Sonja Karsen: Op. cit., p. 34. 22 razón delirante. Asimismo estrena en las canciones un “alma nueva” que ve el mundo, la vida y el hombre sin el pesimismo de los primeros poemas. Sin embargo en la “Canción del tiempo incontenible” duda si el hoy es mejor que el ayer: Hay en mis versos de antaño / tan vivo sabor de hiel, / que oírlos me hace daño: / ¡la pena me ha sido infiel! / No obstante, si los releo, / hallo, entre su ramazón, / como el pico de un deseo / y el ala de una canción. / Su desencanto me lleva / súbitamente a dudar: / ¡trocara yo esta alma nueva / por esa que vi llorar! / Y en la quietud de la hora / no sé cuál voz preferir: / ¡siquiera un alma que llora / da la impresión de vivir! La actitud pesimista pronto se convierte en escepticismo y éste, en la etapa madura de su obra, parará en una manera estoica de enfrentarse con los problemas eternos del hombre. En la primera antología de sus versos, Poesías (1926), Torres Bodet condena sus dos primeros libros y comienza a escoger sus poemas más representativos a partir de Nuevas canciones (de las 40 aparecen ocho), libro en el que el poeta adolescente cede sitio al poeta joven, dueño inminente de un lenguaje, una técnica y una manera de mirar conquistados con una precocidad que rara vez se da en nuestras letras. Años más tarde, en una antología más severa, Obras escogidas (1961), sólo conserva de este libro cuatro composiciones: “Canción de las voces serenas”, “La primavera de la aldea”, “Invitación al viaje” y “Música oculta”. En sentido estricto se puede afirmar que éstos son cronológicamente los primeros poemas importantes de Jaime Torres Bodet. Estas cuatro colecciones forman —cree Merlin H. Forster— la poesía de aprendizaje de Torres Bodet. Desde el punto de vista métrico, se distingue en todas ellas una sencillez estudiada, con estrofas y metros más variados en las dos últimas. Se nota, asimismo, de la primera a la cuarta, un proceso hacia el uso cada 23 vez más hábil del lenguaje figurativo. Algunos de los temas centrales, como la meditación sobre el amor, la vida del hombre y la poesía serán capitales en los libros posteriores; otros, como lo mexicano, perderán importancia.8 A juicio de Frank Dauster, Torres Bodet se halla desvinculado de su ambiente, ansioso de echar raíces sin conseguirlo. De allí arranca la nostalgia del campo [“Quiero en mitad del monte nuestro rancho”...] tan característica de los primeros libros, de allí surgen los versos desiguales de “El Poema de la urbe cruel”.9 En oposición a Dauster, creo que si Torres Bodet se hallaba por esos años desvinculado de algo, ese algo no era el ambiente sino su propia persona. De acuerdo con la edad, la cultura y la experiencia su visión de México (“¡tiene un olor de alegría / y un acre sabor de anís!”) y de sus compatriotas es tan epidérmica como irreflexiva. Si en Canciones pudo recoger esta cuarteta: “Es el campo maldito por la guerra / un campo gris y preso entre arenales, / un campo en que parece que la tierra / floreciera con lívidos puñales”, años más tarde su concepto de país, patria y nación a fuerza de ser más hondo llegará a coincidir en sus límites con el mundo. Al terminar esta etapa de su poesía, Torres Bodet está capacitado para poner en ejercicio su primera arte poética, la que en forma premeditada abre la paginación de Poesías: Nada más. Poesía: la más alta clemencia está en la flor sombría que da toda su esencia. Merlin H. Forster: Op. cit. P. 28. Frank Dauster: Ensayos sobre poesía mexicana. Asedio a los Contemporáneos. México, Ediciones de Andrea, 1963. “Oficio de hombre: la poesía de Jaime Torres Bodet”, p. 127. 8 9 24 No busques otra cosa. Corta, abrevia, resume; ¡no quieras que la rosa dé más que su perfume! Viene en seguida una etapa intermedia entre la adolescencia y la madurez en la que da a conocer otros cuatro libros: La casa, Los días, Poemas y Biombo. La etapa principia en 1923 y concluye dos años más tarde, en 1925. Forster la ve así: se trata, dice, de “una expresión poética bastante coherente que marca a la vez un desarrollo técnico encaminado hacia la complejidad”.10 Este período podría sintetizarse en una palabra si ésta fuera plenamente posible, alegría. Son los poemas juveniles, de una juventud que si a veces lo hace sentir como si viviera en un cuerpo que no es el suyo, en momentos lo reconcilia con la vida, el amor, la sensualidad y las cualidades de un progreso que no acaba de convencerlo por lo que tiene de inhumano, por la distancia que crea entre la utilidad y el placer. Es su época mundana, en la que se permite jugar con las palabras, incurrir en el exotismo, prenderle fuego a las metáforas, burlarse hasta cierto punto de la seriedad y la trascendencia. En 1924, El Universal Ilustrado promueve entre los poetas una encuesta reveladora en la que se les pide que contesten una sola pregunta: “¿Cuál es su mejor poesía?”. Torres Bodet, cuya respuesta aparece el 22 de mayo, aprovecha la ocasión para precisar los métodos de su trabajo y los propósitos que ha perseguido en los libros publicados hasta ese momento: “Nunca olvidaré el generoso garbo —recuerda— con que, sobre la primera página de un libro que por desgracia no se ha publicado todavía —y tal vez no se publique nunca—, Ricardo Arenales estampaba, hace tres años, el título Poesías perfectas. 10 Merlin H. Forster: Op. cit., p. 39. 25 El poeta se juzgaba a sí mismo, usando de ese interior sentido crítico en el que funda Rémy de Gourmont la facultad creadora. Hacía a un lado los poemas —bellos y, algunos, magníficos— que no le parecían expresar de un modo absoluto la emoción del momento en que los produjera y escogía unas cuantas canciones de dolor y desesperanza, en las que hallaba incólume su espíritu de antaño. A estas frases, ¡balbuceos a veces! (animula vagula blandula), en las que se reconocía intacto el creador, llamaba Ricardo Arenales Poesías perfectas. Sólo desde este punto de vista es capaz de juzgarse a sí propio el poeta, y una consideración que no fuese ésta resultaría pedantesca y, muchas veces, odiosa. De los poemas que un joven escribe y publica, pocos son aquellos que reflejan directamente su sentir original. Aun en escritores que parecen provenir de sí mismos, las huellas son demasiado sensibles para afirmar una percepción única de las cosas. Por eso, al contestar la encuesta de El Universal Ilustrado, desecho de un golpe mi producción anterior a Canciones. Y me hallo ahora en este dilema. Desde la edición de este libro he publicado tres: La casa, Los días y Nuevas canciones, el último aparecido en España hace algunos meses. No encuentro en ellos ningún poema que me satisfaga hasta el punto de separarlo del resto de sus hermanos, y trato de explicarme esta ausencia de predilección paternal considerando que al hombre que trabaja todos los días no le es dado volver los ojos hacia atrás. Cada mañana le trae —por el contrario— una nueva perfección... ¿Y la meta? ¡Se aleja tanto a cada hora!... Tal vez la otra causa —más profunda— del hecho que señalo, sea mi tendencia a no pensar nunca en el poema como fórmula cabal de mi emoción sino como un simple momento del todo que es el libro. Creo que, para escapar a la repetición de los modos conocidos del lirismo latinoamericano, el procedimiento más justo es el de volver al libro como unidad poemática exclusiva, en la cual los poemas más breves resultan simples estrofas o compases de una melodía superior e infinita. 26 Por eso he tratado hasta la fecha de subordinar la belleza de la estrofa al “tono medio” del conjunto que es claro y alegre en Nuevas canciones, íntimo y sobrecogido de ternura en La casa y desmayado y complejo en Los días. De estas tres compilaciones elijo La casa, y envío a la redacción del Ilustrado, con mi agradecimiento por su cordial invi­tación, el segundo poema del libro a que aludo, “Carta”, por ser el que me parece sintetizar la impresión de conjunto de la obra: Cuando regreses, madre, me encontrarás casado. Verás a tu hijo lleno del ardor apacible que da la dicha al hombre. En mi huerto cerrado habrá nacido entonces la flor de lo imposible. Me mirarás crecido. Un poco más robusto, como conviene al hombre que manda a su destino, y en mi vaso más hondo advertirás el gusto el mosto de los años que hace más dulce el vino. No obstante es necesario que sientas en la hondura de tu vientre de madre que soy el mismo de antes: con un tallo más recio sostengo mi ternura y en un reloj más amplio cuento ya mis instantes... Mi mano, aunque acaricie, se está pronto habituando a oprimir como oprimen las manos victoriosas; yo soy como esos árboles, de raíces nudosas: tienen el tronco duro, pero su fruto es blando... Mientras te escribo, el cielo se mete por la puerta. Está mediando agosto; en el calor profundo hay zumbidos de abejas... La dulce flor del mundo ¿no es esta flor que miro sobre mi mesa, abierta? La casa, con sus cuatro ventanas a la calle, una calle de pueblo, triste y un poco angosta, 27 tiene el olor mojado de las casas de costa... (¡Ay, mi casa de niño, se me perdió en el valle!...) Sus cuartos están solos... ¿No vienes a habitarlos? Las flores no han brotado... ¡parece que te esperan! Creo que si los pájaros de la jaula te oyeran en vano trataríamos más tarde de callarlos... Todo está preparado. La dicha está anhelosa de conocerte. ¡Pienso que habrás sufrido tanto! ¡Si vieras cómo es dulce! ¡Tiene una faz radiosa y unos ojos brillantes, como después del llanto!... Es esta la primera confesión de carácter público que se permite Torres Bodet, en la cual la humildad corre pareja con el rigor y la modestia con el justo análisis de sus propios méritos. En ella se encuentran observaciones que permiten entender con claridad sus años de aprendizaje como poeta. La primera es fundamental: por dos razones poderosas rechaza, íntegros, los poemas que aparecen en sus libros iniciales, Fervor y El corazón delirante, porque no reflejan su sentir más profundo y porque en ellos se advierten las huellas de los poetas predilectos. Dos años después, como se ha dicho líneas arriba, Torres Bodet utiliza el mismo criterio selectivo al preparar su primera obra antológica, Poesías. La segunda no desmerece ante la primera: en los libros de estos años, y en casi todos los que vendrán después, Torres Bodet no utiliza el fácil método del aluvión, que permite recoger en un mismo libro poemas de distintas atmósferas, motivos y técnicas, sino que, por el contrario, se propone que los textos sean partes armónicas y progresivas de un todo. Pongo un ejemplo: el subtítulo de La casa es revelador: Poema, ya que se trata efectivamente de un largo poema compuesto por 23 poemas escritos siguiendo el mismo metro y el mismo tipo de estrofa. Las composiciones equivalen a los capítulos de una novela en verso pensada y concebida de 28 una manera poco usual en la poesía mexicana de este período. El poema escogido, “Carta”, es una muestra que si bien no es la más hermosa, sí es la más representativa en aspectos tales como el motivo, la estructura y el estilo que por esos días preocupaban a Torres Bodet. Dado a las definiciones, Villaurrutia resumió en una frase el sentido y los propósitos de La casa: “es el campo luminoso y concreto”, dijo, y su definición es en cierto sentido válida. Por primera vez en su obra, Torres Bodet utiliza conscientemente el poema con anécdota, es decir, ahuyenta hasta donde es posible los símbolos y las nebulosidades abstractas y se constriñe, de principio a fin, a contar una historia si no luminosa como la ve Villaurrutia sí concreta y fiel a los tres momentos que debe poseer, en la narrativa ortodoxa, una historia coherentemente estructurada y eficazmente escrita. “Pensad que está sonora / del canto que cantábamos los dos”, escribe Torres Bodet en la primera página del libro. Y al estamparlo, revela al lector el desenlace. La casa es un canto de amor escrito en dos planos: uno físico, que rastrea las evidencias que sirven de atmósfera y escenario a una pareja desde el momento en que se conocen al instante en que ocurre la ruptura; y otro alegórico, en que sirviéndose de la relación amorosa de esa pareja llega a conclusiones válidas para todas las parejas y las distintas formas de ir sintiendo que el amor se nos escapa de las manos. Aquí el pesimismo de Torres Bodet, como el de Vasconcelos, es alegre, pese a que desde la primera página el fuego es visto desde que empieza a arder como brasas, rescoldos y cenizas. La relación amorosa es como una casa poblada de muebles (mesa, armario, cama, utensilios domésticos, lámpara, vaso, macetas), animales (gato, perro, canarios), seres del reino vegetal (flores y árboles), del reino mineral (agua que reviste distintas formas) y costumbres compartidas por los amantes (comidas, enfermedades, dudas, recuerdos, riñas, premoni29 ciones, visitas y, por supuesto, interminables entregas de amor). Es un libro que empieza en la alegría y termina fatalmente si no en la ruptura sí en la aceptación de la rutina y los intereses creados al pasar la pareja de lo maravilloso a lo cotidiano. La casa es una obra que “se desarrolla en versos alejandrinos y a base de cuartetos (con dos excepciones) y en la cual los esquemas de la rima son, con pocas variaciones, estrictamente asonantados.”11 Aquí y en el libro siguiente, Los días, “Torres Bodet sigue destilando su poesía y suprime todo exceso de palabras que pudiera destruir la claridad de la imagen.”12 “Por Los días —escribe Díez-Canedo— pasa la caricia piadosa que quiere hacer olvidar el tedio cotidiano... En esta media voz, en estos acentos despojados de elocuencia, en esta aspiración a un vivir sereno, enunciada ya en versos más antiguos, está el encanto de la poesía de Torres Bodet”.13 Pese a los buenos deseos de que habla Díez-Canedo, Torres Bodet no logra que “la caricia piadosa” borre “el tedio cotidiano”. Dice en un poema: “Pero ahora, ¡qué tedio! Y vivir, ¡qué rutina! / Los relojes sincrónicos que regulan las horas; el paso de los astros por el cenit; ¡los sabios / que nunca se equivocan!”. Tampoco consigue que desaparezca la rutina: “Sentimientos vulgares / en las caras vulgares / de las gentes vulgares. / Las mismas calles viejas / con sus tristezas viejas... / ¡Las mismas almas viejas! / Todo lo conocido: / el dolor conocido, / el placer conocido. / ¡Y tener que vivir, / sabiendo que vivir / ya no es más que vivir”. Sin embargo, suaviza el tedio y la rutina mediante el depurado ejercicio de los sentidos: Enrique Díez-Canedo: Artículo citado. Xavier Villaurrutia: “Los días de Jaime Torres Bodet”. El Universal Ilustrado, 13 de diciembre de 1923. 13 Merlin H. Forster: Op. cit., p. 32. 11 12 30 Tener, al mediodía, abiertas las ventanas del patio iluminado que mira al comedor. Oler un olor tibio de sol y de manzanas. Decir cosas sencillas: las que inspiren amor. Beber un agua pura, y en el vaso profundo, ver coincidir los ángulos de la estancia cordial. Palpar en un durazno, la redondez del mundo. Saber que todo cambia y que todo es igual. Sentirse, ¡al fin!, maduro, para ver, en las cosas, nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel... Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas, y graba, con la uña, un nombre en el mantel... La “aspiración a un vivir sereno” a que alude Díez-Canedo es el propósito que persigue Torres Bodet en esta etapa intermedia de su poesía. La pugna entre el escepticismo y el goce ordenado de las pequeñas satisfacciones de la vida da a los poemas de este período tensión, fuerza y melancólico poder de sugerencia. Esta pugna que hace acto de presencia en su obra a partir de La casa y Los días, y que ya se dejaba sentir de modo confuso en libros anteriores, se resolverá, como ya se ha apuntado antes, en la aceptación de la vida pese a sus limitaciones, en el compromiso que el hombre contrae con los hombres por el solo hecho de estar vivo y que se manifiesta a través de la solidaridad con el destino de la especie humana. En este libro, el ánimo de Torres Bodet, como el de los días, es mudable, impredecible e inexorablemente está condenado a precipitarse en el tiempo que, como el agua de Heráclito, no es dos veces el mismo. Así, busca la tranquilidad sin encontrarla en cada uno de los paisajes que tiene a la mano, en las pasiones que están a su alcance y en las cosas familiares que ha ido haciendo suyas en el transcurso de los días. Este libro —sentencia Villaurrutia— “es como un viaje 31 que podemos intentar inmóviles. Ciudad, provincia, almas, cartas, ideas y paisajes”.14 En la misma reseña, Villaurrutia añade: Los días muestra al poeta completo y diverso, reaccionando frente a la vida, no una vida particular sino la del mayor número posible, la que nos hiere diariamente sin que nos detengamos a expresarla en palabras; reaccionando también frente a las cosas y las almas humildes, a las que ha sabido llegar tan cerca y tan íntimamente. En cuanto a la técnica, Los días continúa muchas de las tendencias ya observadas en las otras colecciones: vívido lenguaje figurativo, léxico sencillo y falta de complicaciones en la rima. En las formas rítmicas y estróficas, sin embargo, marca una nueva tendencia. Los metros y las estrofas tradicionales que se observan en las obras anteriores aquí se complican con variación de forma y encabalgamiento repetido.15 En carta en que agradece el envío de Poemas, Antonio Machado le dice a Torres Bodet: “En su libro, las imágenes no son cobertura de conceptos sino expresión de intuiciones vivas y las ideas están siempre en su sitio; dentro, como los huesos en el cuerpo humano, o lejos, como luminarias de ho­ri­­ zon­te.”16 Poemas agrupa 67 textos que buscan “una expresión poética más abstracta”17 si se le compara con la que se advierte en libros anteriores. Escribe Torres Bodet: 14 Xavier Villaurrutia: “Los días de Jaime Torres Bodet”. El Universal Ilustrado, 13 de diciembre de 1923. 15 Merlin H. Forster: Op. cit., p. 32. 16 Antonio Machado: Carta fechada en Madrid el 7 de enero de 1925. 17 Merlin H. Forster: Op. cit., p. 33. 32 Cansada el alma —¡y con razón! — de tanto verso pintoresco, se vuelve a entrar por su abstracción como por un camino fresco. Ahí —¡siquiera ahí! — no brilla el cobre vil de lo vulgar y se puede, a solas, cantar, siguiendo el césped de la orilla... Se pretende encontrar el sentido de la vida, a sabiendas de que el intento va a resultar vano. Este “esfuerzo inútil” que se repite a lo largo del libro, se parece a lo que los existencialistas llamarán, varios lustros después, la “pasión inútil”. Como en obras anteriores el amor es importante, capital, pero está visto, a diferencia de ellas, desde cierta prudente distancia, más como un sentimiento genérico, abstracto, que como una apetencia personal, y cuando se ve desde esta perspectiva tarde o temprano produce cierto fastidio, cierta ausencia de entendimiento que conduce fatalmente a la ruptura. En “Adolescencia”, poema que vale como un adiós, Torres Bodet sintetiza esa etapa de su vida y de paso coloca una especie de epitafio sobre la tumba de sus primeros libros. En él hace cons­tar los propósitos que persiguió como hombre y como poeta: Yo decía —No quiero ni grandeza ni gloria, ni fortuna, ni amores: lo que anhelo es vivir en una ciudad vieja que no tenga ya historia ni porvenir. En una ciudad vieja, cubierta de neblinas, goteante de lluvia, entre nieve de alud, 33 con muchas voces claras de esquilas argentinas llorando por mi juventud. Vivir, porque la vida no puede renunciarse, pero hacer el menor ruido posible... En el silencio de un engarce hundir la perla de un dolor. Y abandonarse al movimiento del bien y el mal en su monótono vaivén, como las hojas en el viento o los viajeros fatigados en el tren... En el léxico y en la rima, Poemas continúa la estudiada simplicidad ya observada. Por otro lado, el lenguaje figurativo y las formas métricas hacen evidente la tendencia hacia una expresión más compleja que ya se vislumbraba en La casa. Una adición notable al lenguaje figurativo es el uso repetido de la sinestesia.18 Pero sobre todo es digna de mención la manera como Torres Bodet torna sensibles las ideas confiriéndoles la función de columna vertebral de los poemas. La suya, aquí, no es una poesía de ideas, es una poesía con ideas, o lo que es igual, una poesía en que se funden admirablemente el continente y el contenido. Biombo llama la atención, aparte de otras virtudes, por los hallazgos que obtiene Torres Bodet en el ejercicio del poema sintético. Esta miniatura tiene dos fuentes principales: la española y la japonesa. La primera se manifiesta en la poesía contemporánea de España e Hispanoamérica a través de epigramas, saetas, casidas, rimas, endechas, canciones, proverbios y 18 34 Merlin H. Forster: Op. cit., p. 35. adivinanzas líricas; la segunda, mediante el injerto a nuestra idiosincrasia del hai-ku. En Gutiérrez Nájera, Del Casal, Darío, Lugones, Nervo, Valencia y Gómez Carrillo se advierten huellas, borrosas o nítidas, de la poesía del Lejano Oriente. Sin embargo, la introducción del hai-ku se le debe a José Juan Tablada. En su forma ortodoxa el hai-ku es un apunte, un estado de ánimo, nunca una descripción o una disertación. Según juicio de Couchoud, su introductor en Francia, este esquema de 17 sílabas (5, 7, 5) es “una viñeta que se esfuma”, y para crearla, afirma, “todo el esfuerzo artístico debe sostenerse en la esmerada selección de tres sensaciones sugestivas”. El auténtico hai-ku sólo se encuentra en reducido número de poetas. Entre ellos Tablada es quien mejor expresó su esencia oriental. Este hai-ku, por ejemplo, lleva en sí la concepción del mundo de la filosofía Zen: “El pequeño mono me mira... / Quisiera decirme algo / que se le olvida”. Sin embargo, el lector occidental cree erróneamente que este poemita está más próximo a las teorías de Darwin que al budismo Zen. El hai-ku heterodoxo trata los principales temas y tópicos de la lírica española. En sus microgramas, Jorge Carrera Andrade suma al esquema jocoso del epigrama clásico español la rapidez vertiginosa y el amplio poder de sugerencia del original japonés. De ese modo, el poeta ecuatoriano obtiene excelentes retratos en los que los protagonistas son seres insignificantes. A este respecto conviene recordar a Leopoldo Lugones. En su reducido y hermoso zoológico de papel, que él llama “Los ínfi­mos”, se encuentran impecables fotografías líricas del abejorro, el grillo, la mariposa sentimental y el jamelgo. Primero Lugones, después Carrera Andrade y otros poetas, entre ellos Torres Bodet, Pellicer, Gorostiza y Villaurrutia, mezclan con magníficos resultados la gracia incisiva (a veces corrosiva) con la elegante y displicente ternura. Si en los poemas de este tipo se localizan evidentes rasgos españoles, 35 también se encuentran huellas de indudable procedencia oriental. Las greguerías de Gómez de la Serna devuelven a la vida el sentido de la instantaneidad, sorprenden el lenguaje de las cosas, definen lo indefinible y tornan eterno lo pasajero. La greguería no es máxima ni aforismo ni petulante frase lapidaria: es, más bien, juguete nuevo que “tiene el brillo de los azulejos y su policromía”. No se da ni en lo “demasiado poético” ni en lo “demasiado chabacano”. Sus límites son lo concreto y lo efímero. A este esquema híbrido se le llama con diversos nombres. Unos le dicen poema sintético (Tablada), otros, micrograma (Carrera Andrade), otros más, greguería (Gómez de la Serna). Si sus principales exponentes no coinciden en la palabra que sirva para bautizarlo, todos ellos están implícitamente de acuerdo en los propósitos que se persiguen. En forma consciente o inconsciente ponen en práctica esta definición lírica de Flavio Herrera: “Emoción. Síntesis. Bruma. / Todo el milagro del mar / en una gota de espuma”.19 Los poemas sintéticos que Torres Bodet reúne en este libro son en sí mismos y si se les compara con los que, por esos años, publicaron los poetas de su grupo, excelentes, dignos de figurar en las más estrictas antologías de microgramas. Próximos al hai-ku, a la poesía china, al cantar andaluz y a algunos breves poemas abstractos de Antonio Machado, recuerdan también a Tablada y, remotamente, los agudos procedimientos de Gómez de la Serna. Según me ha dicho Torres Bodet, “Sinceridad” es el mejor poema que escribió siguiendo esta tendencia: Duerme ya, desnuda. El sueño te viste mejor que una túnica. 19 Para ampliar este tema, consúltese el libro de Carlos González Prada Leve espuma. Colección Studium, núm. 17, México, Ediciones Andrea, 1957. 36 “Árboles”, poema en cinco pequeñas partes “para pintar en un biombo”, que coincide con textos de Pellicer (“Recuerdos de Iza”, 1921), Gorostiza (“Dibujos sobre un puerto”, 1925), Villaurrutia (“Suite del Insomnio”, 1926) y Novo (“Viaje”, 1925), es dentro de las reglas de este tipo de poesía una obra maestra: Naranjos A la parroquia van los naranjos... ¿Van a tus bodas? Palmeras Con plumeros de esmeralda querían limpiar de nubes el cielo de la mañana. Pinos El viento que hilaba el sol en el huso de los pinos vestía mi corazón. Ciprés El muerto quería ver a su novia ¡tan lejana! Por eso creció el ciprés. Araucaria Leímos su nombre un día, en una novela. Debe oler a melancolía. En el mismo caso se halla otro poema, casi un hai-ku, “Álamo”: 37 No sabía qué comprar Con sus hojitas de plata El álamo en el bazar. La primera estrofa del poema que da título al libro, “Biombo”, está realizada conforme a los dictados de la poesía sintética: “La noche de verano alarga / —sobre el biombo del cielo— su cuello de garza, / y pesca, en el arroyo del silencio, / la concha de la tierra sonrosada...”. Los mismos procedimientos se descubren en este fragmento del poema “Cantar”: “De oro la arena. De esmeralda el mar. / La tarde ha tendido / la red de la lluvia a secar”. Un último ejemplo, tomado del poema “Calor” (cuarta estrofa): “¡Hace tanto calor! / Si respiráramos, / el cristal de la brisa / se empañaría, trémulo, de vaho”. Según Gómez de Baquero, “sobresalen en este libro las composiciones breves de metros cortos en que se funde el haikai de oriente con la copla española, sin popularismo, orientada en una dirección culta”.20 Otro juicio sobre Biombo que me parece acertado es el de Jean Cossou. Afirma: Hay en él hai-kais absolutamente logrados, en los que la emoción poética está alcanzada en su plenitud. Otros poemas, más largos, demuestran cualidades opuestas: son de una composición muy firme de un ritmo seguro. Torres Bodet dispone de una retórica rica en imágenes. Lo concreto y lo abstracto se combinan en ella muy felizmente.21 En 1924, Xavier Villaurrutia definió con agudeza y acierto a los poetas jóvenes de México. Su juicio sobre Torres Bodet, que explica admirablemente bien su obra juvenil, es asimismo justo si se aplica a la obra de madurez. 20 21 38 E. Gómez de Baquero: “Biombo”. El Sol, Madrid, 3 de abril de 1926. Jean Cassou: “Biombo”. Revue de l’Amerique Latine. París, marzo de 1926. Jaime Torres Bodet —dice Villaurrutia— es un poeta formado. Su pensamiento conciso, contenido, explica que no venga a romper nuestra tradición poética; antes bien a continuarla. La seguridad de su acento, su conciencia artística lo han afirmado personal, trabajando dentro de las normas arquitectónicas y fuera de ellas.22 Dos años después, Luis G. Urbina reafirma el punto de vista de Villaurrutia, y va un poco más allá en lo que toca al sitio que ocupa Torres Bodet entre los poetas de su generación. Cuando cerré Biombo —confiesa—, no atinaba a definir y clasificar a este poeta. Nuevo es, indudablemente: pero sin humos ni empujes de innovador. No le preocupa salirse de las reglas ni quedarse en ellas. No pretende ser original porque sí, como algunos de sus compañeros. No busca recursos desorientadores, ni calculadas incoherencias, ni figuras enigmáticas, ni deliberados rompimientos rítmicos. Lo que desea —se nota desde luego— es dar expresión peculiar a las visiones de su imaginación, a sus inquietudes emotivas. Bien se ve que su esfuerzo tiende más a la originalidad, a la personalidad. La revelación del yo. El hallazgo de sí mismo.23 Estas palabras de Urbina constituyen el mejor retrato hablado que conozco de Torres Bodet: definen su poesía (la de ayer y la de hoy) y ponen al descubierto sus procedimientos y propósitos. Tres años después de la aparición de Biombo, en 1928, se publica en Madrid, editada por La Gaceta Literaria, la Nueva antología de poetas mexicanos preparada por Gabriel García Xavier Villaurrutia: La poesía de los jóvenes de México. México, 1924. Luis G. Urbina: “Libros de México bajo los árboles de Castilla” [crítica a Biombo de Jaime Torres Bodet, Espacio de Enrique González Rojo y Canciones para cantar en las barcas de José Gorostiza], El Universal, 3 de octubre de 1926. 22 23 39 Maroto, que incluye textos de Enrique González Rojo, José Gorostiza, Manuel Maples Arce, Salvador Novo, Bernardo Ortiz de Montellano, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet y Xavier Villaurrutia. En cierta medida, la compilación de Maroto es una consecuencia de otra similar publicada en México ese mismo año, la explosiva Antología de la poesía mexicana moderna, de la cual figura como responsable, sin serlo enteramente, Jorge Cuesta. Maroto, amigo de Cuesta, da a conocer a los poetas que éste consigna entre los que sobresalen en el cultivo del género y cuya edad, en ese momento, no sobrepasaba los 30. La antología de Maroto, al igual que la de Cuesta, es magnífica. Uno de sus mayores atractivos son las notas de presentación, escritas por los propios poetas. En su segunda confesión pública, dice Torres Bodet: Quisiera, para la armonía de mi obra en verso, hallar un equilibrio justo, una concordia entre la tradición y la novedad. Un equilibrio que no traicione la sinceridad esencial que me he exigido siempre. La fecundidad —de que se me han hecho un reproche— ha sido, en mí, más una urgencia expresiva, un pro­ cedimiento de depuración. Gracias a este método he logrado borrar de mi poesía los vestigios de las escuelas que la impresionaron durante la adolescencia, incapaz —por activo y por ecléctico— de aterrizar de un golpe, como lo han hecho otros, en el plano de una actualidad ulterior. Mí obra, nacida al margen de los simbolistas, se ha ido alejando, inconsciente y conscientemente, de la abstracción, para atravesar un período sin perfiles, de sensualidad pintoresca y volver —con las pequeñas conquistas del tránsito— a la expresión contenida de mis primeros ensayos. Ahora intento una forma exacta y, por ello, exagero la nota de sobriedad, aprovechando las posibilidades, las difíciles posibilidades útiles del soneto. ¿Lo conseguiré? El peligro consiste en que la emoción, al pisar la escalera de los 14 versos conocidos, pronto, confiada, resbale y caiga en la cómoda repetición. Pero lo sé desde ahora y busco, en cada momento, una lección de desconfianza. 40 En Tiempo de arena, páginas 317 y 318, Torres Bodet arroja la luz indispensable que vuelve diáfana su declaración de 1928. Escribe: Desde 1926 [es decir un año después de Biombo], había escrito exclusivamente poemas de transición. La línea melódica de mis obras juveniles principiaba a romperse ante muchos obstáculos interiores: los que erigía el deseo de una precisión psicológica más exacta y de una más angulosa definición de mi propio ser. Me atraían, contradictoriamente, como en la adolescencia, la amplitud exterior, el verso libre, de ancha respiración humana y, por otra parte, el rigor secreto que, merced a la reflexión, suele perfeccionarse dentro de formas líricas más severas. De ahí que escribiese en aquellos años, como sucesión que por sí sola anunciaba ya una duda intensa, sonetos —como los que publiqué, en 1928, en la revista Contemporáneos— y composiciones de materia más plástica, más fluida. Ese año de 1928, Torres Bodet se ve a sí mismo de igual modo a como lo miran, entre otros, Villaurrutia y Urbina: se contempla como un poeta que está a punto de conseguir el justo medio que le permita continuar la tradición y, por otra parte, violentarla empleando los recursos de la modernidad más autorizada. De ese equilibrio, la tesis sería Sonetos (no sólo el libro, sino los que publica en periódicos y revistas desde edad temprana), la antítesis Destierro y la síntesis, libros como Cripta, Fronteras y Sin tregua. Si de 1918 a 1925, en siete años, da a conocer ocho obras, fecundidad que algunos juzgan con reproche, a partir de esta última fecha su producción poética se ha vuelto menos pródiga y más acentuada: en un lapso de 43 años, de 1925 a 1968, sólo ha dado a las prensas seis colecciones de poemas, lo que indica que la insistencia en aumentar su bibliografía poética no fue un rasgo de egotismo sino eficaz “procedimiento de depuración”. Y también es cierto que esta largueza en el imprimir sus libros le ayudó a borrar 41 de su poesía “los vestigios de las escuelas que la impresionaron durante la adolescencia”. Vuelta sobre sí misma, su obra poética, ahora más exacta y más sobria, accede a una sinceridad menos llamativa pero más firme, a una lentitud más pausada pero también menos insegura y a una nitidez de contornos que antes le estaba prohibida. La primera etapa madura de la poesía de Torres Bodet se encuentra en tres libros: Destierro (1930), Cripta (1937) y Sonetos (1949). Acerca de este período, le hice la siguiente pregunta: —Después de la poesía “abiertamente experimental”, comienzan a aparecer los libros de poemas más importantes de su bibliografía. ¿Cuáles son las características de estos libros? ¿Cómo los juzga? —A partir de 1932, mi producción poética se hizo menos abundante, más lenta y, también, más difícil. En ese año cumplí 30 de edad. Residía yo entonces en París, como secretario de nuestra Legación. La distancia avivaba en mí la nostalgia de dos condiciones que, antes, no me habían parecido tan esenciales para mi propia realización y que, sin embargo, lo eran profundamente: el contacto directo con la vida de mi país y lo que podríamos llamar “el ámbito del idioma”. En España, en 1930, había aparecido Destierro. Aquel título entrañaba una confesión. Sentí la necesidad de adentrarme, todavía más, en lo sustancial de mis experiencias. Y, al margen de otros escritos (como los relatos Estrella de día y Primero de enero), principié un libro de versos que no habría de dar a la imprenta sino más tarde, al volver a México, en 1937. Este libro lleva también un título significativo. Se llama Cripta. El hombre que lo compuso se sentía rodeado —iba a decir oprimido— por una soledad que, a cada instante, le devolvía su propia imagen. No era ésa la “soledad en llamas” de que habló José Gorostiza, aludiendo a la inteligencia. Era la soledad de quien se halla, enterrado vivo, en un ‘infinito dédalo de espejos’. Como epígrafe del volumen, escogí un endecasíla42 bo de Quevedo: “Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra...”. En lo que me concierne, Cripta atestiguó una nueva actitud vital: la del ser que accede a la madurez y que se da cuenta, de pronto, del tiempo no aprovechado; la del que busca, según lo indicaba ya una de las composiciones del libro, el “amanecer de un alma nueva”. Transcurrieron los años. La vida me impuso otro género de deberes. Participé en la Administración: primero, como subsecretario de Relaciones Exteriores; después, de diciembre de 1943 a noviembre de 1946, como secretario de Educación Pública y, de diciembre de 1946 a noviembre de 1948, como secretario de Relaciones Exteriores. La poesía cobró, en mi existencia, un significado sumamente distinto: se volvió acción. Tuve (sobre todo como secretario de Educación Pública) la oportunidad de asociarme al pueblo, de sentir sus júbilos y sus penas. Escribí poco. Pero, a la poesía de la acción, se mezcló, por momentos, un urgente requerimiento: la necesidad de corresponder a la acción de la poesía; el anhelo de precisar, por escrito, ciertas situaciones que no cabían siempre en los límites de los hechos, y el esfuerzo de fijar esas situaciones —hasta donde resultara posible— con exactitud y con brevedad. Fueron formándose así, a menudo con largos vacíos entre uno y otro, los cincuenta y cinco sonetos que decidí publicar a principios de 1949, cuando acepté el cargo de director general de la unesco. Cuatro o cinco de aquellos sonetos habían sido escritos en épocas anteriores. Los incluí, sin embargo, en la colección; pero no sin sujetarlos previamente a un examen —que procuré hacer severo. En Sonetos, la forma (intencionalmente estricta) aprisionó demasiado al ser interior.24 De 1925, fecha en que aparece Biombo, a 1930, año en que publica su siguiente libro de poemas, Destierro, ocurren dos 24 Emmanuel Carballo: Op. cit., pp. 218-220. 43 hechos significativos en la bibliografía de Torres Bodet: se da a conocer como narrador (en 1927 aparece Margarita de niebla y en 1929 La educación sentimental) y publica dos libros en que se entrelazan el ensayo y la crítica: Perspectiva de la literatura mexicana actual y Contemporáneos, ambos de 1928. El poeta ya no se conforma únicamente con crear poemas, le interesa incursionar en otros campos y, de ser posible, destacar en disciplinas tales como el relato, el cuento, la novela, la crítica y el ensayo. Destierro, calificado por Manuel Toussaint como “intermedio sombrío” en su obra, es una colección de 35 poemas que en su momento debió desconcertar a los lectores habituales de Torres Bodet. En ella, el poeta de libros anteriores brilla por su ausencia y aparece, en cambio, un poeta atento a los modos y modas que por aquellos años dominaban la creación poética. Desaparecen de sus poemas las formas estróficas tradicionales, la ortodoxia en el uso de los esquemas rítmicos, el vocabulario común y corriente que se empleaba antes de que irrumpiera en la poesía el mundo mecanizado. Destierro parece contradecir los juicios de Villaurrutia y Urbina trascritos párrafos arriba; pero un libro no configura a un poeta: el Torres Bodet que aparece en esta obra no volverá a hacer acto de presencia en los libros posteriores; cuando mucho aprovechará, dosificados, algunos de los hallazgos de esta colección de poemas de temple surrealista, escrita a base de versos libres y en la que las imágenes plantean enigmas difíciles de esclarecer —fenómeno que nunca antes se dio, ni se dará en su dilatada producción poética. La importancia de Torres Bodet en la nueva literatura mexicana —escribe Alfonso Reyes— aumenta todavía más la significación de su libro Destierro. Poéticamente es un valor; históricamente, para decirlo de algún modo, es un aviso. Los libros fieles que este escritor viene publicando con robusta actividad permiten 44 seguir paso a paso su evolución. Esta vez ha dado un salto. Hay una crisis. Lo habíamos dejado en los sonetos cristalinos de [la revista] Contemporáneos, donde su inextinguible gusto literario quiso encerrarse por un momento, y ahora nos aparece todo abierto de ventanas, cruzado de ráfagas y (sólo en apariencia) deshecho. De disciplina en disciplina, ahora conquista su mayor libertad y acaso se somete a su más dura experiencia. Cantar así, con ese tono de sonámbulo que tiene ahora la poesía, haciendo que cada palabra sobresalte a la que salió antes, si es la tentación mayor y aun la perdición segura para los abandonados, los laxos, los que creen que el poema ha de escurrir como una secreción del cuerpo, también tiene que ser la prueba por excelencia para los que saben gobernarse. La poesía de Torres Bodet —en quien saludo a una pléyade que dará a nuestras letras lo que no supimos darle los de mi tiempo— ha tenido sus tres estados necesarios: primero, andar; segundo, correr; ahora, volar.25 En palabras de Alfonso Reyes, Destierro es en la obra de Torres Bodet la “prueba por excelencia”: él, como sabe gobernarse, salió no solamente vivo sino acrecentado de la experiencia, preparado para acometer los libros fundamentales de su obra poética. Jorge Guillén, en carta que le dirige, es más laudatorio. Dice: No es posible —en estas líneas que no son más que un saludo— hablar de Destierro como él se lo merece. Habría muchas cosas qué decir de su complejidad, de su perfección, de su elegancia constante, elegancia que no coarta ningún impulso ni elimina ningún elemento, por extraños o lejanos que parezcan (o, al contrario, y aunque surjan en lo más próximo y lo más cotidiano). Y, por otro lado, ¡cuánto drama, cuánta emo- 25 Alfonso Reyes: “Jaime Torres Bodet”. Monterrey, Río de Janeiro, abril de 1931. 45 ción, cuántos sueños! En Destierro la perfección no atenúa ni desvía la autenticidad de lo soñado.26 Quizá la observación más justa de Guillén sea aquella que se refiere a una de las cualidades más visibles de Torres Bodet; aquella que le permite aspirar (y muchas veces conseguir) a la perfección y a la elegancia, sin dejar de lado las emociones, los dramas y los sueños, es decir la poesía que nace del hombre como una totalidad y se cumple en todos los hombres. Al juzgar Destierro, Frank Dauster es más cauteloso. Conquistado por el imán de las experimentaciones vanguardistas —afirma—, abandona Torres Bodet la sencillez para hurgar en las osadías de los ‘ismos’... Perdido en la más espantosa soledad, el poeta continúa persiguiéndose a sí mismo en busca de su propio ser y su propia expresión, a las que se agrega otra dimensión: razón de ser no del poeta sino del universo. Si abandona la sencillez es porque sabe que allí no se encontrará; el pavor ante la nada no se amolda al lenguaje trillado con que ayer lamentaba la juventud zozobrada, o elogiaba las virtudes caseras. Habrá que divorciar las palabras de la materia para construir de nuevo el lenguaje. Destierro no es un libro logrado, a pesar de su indudable superioridad respecto de los libros anteriores. Libro de transición, de exageraciones necesarias para deshacerse de la expresión gastada y forjar una nueva y propia.27 Dauster acierta cuando habla de divorcio entre las palabras y la materia, de las exageraciones que permitirán a Torres Bodet hacerse a corto plazo de un nuevo lenguaje y de la soledad que le llevará, en el libro siguiente, a enfrentarse con la nada. 26 27 46 Jorge Guillén: Carta fechada en Oxford, Inglaterra, el 22 de junio de 1931. Frank Dauster: Op. cit., pp. 127-128. Forster con su habitual prudencia académica resume así el libro: Destierro presenta reflexiones sobre la vida y la poesía, sobre la realidad y la fantasía y sobre nuestro mundo mecanizado y deshumanizado. Todo se expresa en la enredada metáfora surrealista y el asimétrico verso libre, una combinación que marca el punto culminante de un proceso técnico que sólo se ha vislumbrado en colecciones anteriores.28 Siete años después de la publicación de Destierro, en 1937, Torres Bodet da a conocer los 36 poemas que componen Cripta. En este libro, lo expreso con palabras de Baldomero Sanín Cano, la intensidad del pensamiento es tan arrobadora que el lector no echa de menos el rigor de las asonancias y apoyado en el ritmo sabio y envolvente absorbe toda la riqueza fulgurante del concepto porque el poeta borra con mano de artista y de hechicero las fluidas e inciertas fronteras del verso y de la prosa. Su poesía cabe, singularmente airosa, en todas las clasificaciones: es antigua y moderna, es clásica y refinadamente emotiva, sigue las leyes de la asonancia o las excusa sin que la expresión pierda el encanto de la frase poética. El pensamiento, la idea se acomodaban sabiamente a la emoción y las tres concuerdan maravillosamente en una región superior a las exigencias banales de la retórica destinada al uso de los poetas menesterosos de ideas o de emociones.29 En la sección “Libros y autores” de la revista Hoy, edición correspondiente al 20 de marzo de 1937, Torres Bodet se erige juez de su propia obra y analiza este libros con objetividad y al mismo tiempo con simpatía. He aquí su autocrítica: Merlin H. Forster: Op. cit., p. 42. Baldomero Sanín Cano: “Poesía americana, sobre Cripta de Torres Bodet”. El Tiempo, Bogotá, 1937. 28 29 47 Al referirse a sus hijos, ciertos padres olvidan hablarnos de sus virtudes, si algunas tienen, y con inesperado ahínco nos hacen el elogio de sus defectos, que nunca faltan... Y es que, de las primeras, el menos amable testigo concluye siempre por enterarse; pero es preciso querer con intensidad al responsable de los segundos para aceptarlos. Algo semejante suele ocurrir con los escritores a quienes se propone, desde las páginas de una revista, el espejo de la autocrítica. Lo que nos atrae, de pronto, en el libro recién impreso, no es tanto lo realizado cuanto lo todavía no hecho: el camino que marca lo escrito para la obra aún en taller. El arte es siempre depuración. Y la composición terminada, depósito de las formas de que, en próximas experiencias, nuestro espíritu se despojará. Así, en Cripta, no faltará quien observe lo restringido del tono lírico, la voluntaria pobreza de rima y léxico y, sobre todo, la enrarecida atmósfera intelectual en que los sentimientos se desarrollan o se consumen. Estrechas claraboyas y opaco sol. No por manera casual el único trozo en que la realidad externa se manifiesta (me refiero al poema titulado “Paisaje”) es precisamente una negativa, una protesta contra el énfasis de la luz. Poesía que rehúye el brillo de las sonoridades buscadas en otros libros, lo que creo descubrir en Cripta, si como simple lector me aproximo a sus páginas, no pretende otra cosa que comprobar a un hombre en su paso hacia la definitiva autenticidad. No sé lo que encontrarán en estos poemas otros lectores, sin duda menos parciales. Lo que yo traté de poner es el drama que representa esa soledad, tan admirablemente descrita por el endecasílabo de Quevedo: “Menos me hospeda el cuerpo, que me entierra...”. Verso magnífico que, no sin atrevimiento, utilicé como epígrafe del volumen. La confesión de 1937, la tercera en el orden del tiempo, no traiciona las dos anteriores (las de 1924 y 1928), por el contrario las confirma en sus puntos esenciales. Como en 1924, cada mañana le trae a Torres Bodet “una nueva esperanza de perfec48 ción”. Lejos ya del período “sin perfiles de sensualidad pintoresca”, en pleno ejercicio de la “expresión contenida”, busca, renegando voluntariamente de cualquier exceso que pueda distraer la atención, la “forma exacta”, la “sobriedad” a que ya aspiraba en 1928. Los resultados son altamente positivos: el hombre que aquí se muestra y se desnuda ha llegado, después de un fatigante peregrinaje de 19, a la “definitiva autenticidad”. Los siete años que median entre un libro y otro los consagró Torres Bodet a la prosa narrativa: en ese lapso aparecen tres novelas: Proserpina rescatada (1931), Estrella de día (1933) y Primero de enero (1935). El mismo año en que sale Cripta, llega a los lectores una nueva novela corta suya, Sombras, el penúltimo título que publica como narrador. Cripta, libro capital en su obra, ha sido visto y juzgado con lucidez poco común por la inteligencia increíblemente acertada de José Gorostiza, quien pudo ser, de habérselo propuesto, una figura tan alta en la crítica como lo es en la poesía. Cripta —empieza su análisis— es libro de un solo momento poético. La poesía vuelve a Torres Bodet como un mensaje escrito con tinta simpática, poesía cuyo texto se manifiesta en momentos en que él se creía “exento del tiempo y del espacio.” El amor y el dolor han sido los reactivos que obraron la revelación. No se trata, pues, de poesía pura, sino de poesía fundada en las raíces mismas del sentimiento o contaminada —si así lo quieren algunos— de una sencilla humanidad. Torres Bodet lo declara así y su libro no lo desmiente... Decía, pues, que Cripta es libro de un solo momento poético. De otra suerte no hubiesen sido posibles ni su unidad interior ni su perfecto equilibrio técnico. Todos los temas de Cripta nacen de la contemplación —a la distancia— de un amor que el tiempo disgregó en fechas, lugares e incidentes que el poeta no acierta a reunir otra vez en la unidad de la poesía. El amor, fuente inagotable de poesía, no es aquí, en Cripta, la fuerza arrolladora que posee y exalta o aniquila. Torres Bo49 det lo siente ahora de otro modo, como quien mira un objeto que le es propio, pero que no va ya con él: un poema antiguo, un retrato de la infancia. Nuestra lírica se enriquece así con un tema que parecía carecer de posibilidades, pues si el recuerdo dio siempre motivo a la efusión poética, fue porque el sentimiento amoroso, vivo aún, continuaba perturbando la afección del poeta. De ahí el inmenso caudal de poemas de ausencia, celos, resentimiento y aun de simple evocación que corre por la poesía del mundo. Pero no hay nada o casi nada de esto en Cripta. Si no temiera exagerar mi propia impresión, yo diría que Torres Bodet ha descubierto otra cosa: el sentido poético del desamor. Fue seguramente Torres Bodet, el novelista, quien sorprendió el tema en la observación de las almas; pero la emoción —aun la emoción intelectual del observador desinteresado— pertenece a la poesía, y fue Torres Bodet, el poeta, quien le dio su verdadera voz. Es la memoria, otra vez, que en el autor moderno, agobiado por un exceso de conciencia histórica, suplanta a la imaginación como fuente de belleza. Hay que recordar a Proust —¿en busca del amor perdido?— y que pensar si las afinidades que han creído ver algunos entre Torres Bodet y Pedro Salinas no proceden de una comunión en Proust, o mejor dicho, de la familiaridad de ambos poetas con la mecánica de la reconstrucción... Toda la poesía de Cripta se resuelve naturalmente en alusiones a la biografía y aun a la anécdota concreta, pero tan tenues que se hace preciso buscarlas más allá de las palabras. El drama ha sido objeto de una severa represión, se le ha mutilado en lo que tiene de más característico, en su dinámica. Hay un drama inmóvil que el poeta contempla desde su inmovilidad, no como un mundo de pasión sino como un caos de imágenes en donde sólo él, por medio de una percepción exquisita, reconoce la imagen individual, la separa, la cultiva. De él, salido de sus propias entrañas, vivo, no hay en Cripta sino el humanismo con que considera su situación de espectador desinteresado de su propio drama. Desinteresado, pero no franco. Porque para poder contemplarlo, no se sitúa abiertamente ante él, sino detrás de él, sino tras las puertas que lo ocultan... 50 En efecto la técnica de Cripta corresponde fielmente al concepto de la poesía como canto que antes analicé. Torres Bodet ha regresado en este libro a formas tradicionales de la poesía castellana —el heptasílabo, el romance, la silva— quizá porque en esas concreciones seculares del idioma encontró el tono que necesitaba para la manifestación del mundo poético, subterráneo, que se revela en la penumbra de su Cripta. Hay en todo el libro una musicalidad sencilla, como de canto llano, que se apoya apenas en el juego de las asonancias, caídas casi siempre al azar, pero sostenidas con firmeza. Ni violencias sintácticas, ni logogrifos. El lenguaje corre con tanta naturalidad, en períodos tan límpidamente eslabonados, que a veces da la sensación de que el poeta se abandona al placer de no estrecharlo o ceñirlo a un rigor excesivo, para que busque por sí mismo su cauce, como agua en pendiente. Aquí y allá, en esta deliciosa dejadez, Torres Bodet admite un acento clásico; se recuerda a sí mismo en su voz de otro tiempo; evoca el discurrir metódico y tranquilo de antiguos maestros, como González Martínez, a quien tanto debe nuestra poesía actual, y todo ello con una destreza que no sólo no ignora sino que entraña, quintaesenciada, la gran aventura de la poesía moderna. Hasta el mecanismo de cada uno de los poemas de Cripta está concebido con sencillez como la exposición o como la conjugación de una imagen. El poema no crece en Cripta según los cánones del discurso, como en el conceptismo de Cuesta; ni por el desdoblamiento de los términos de una oración, como en la actual poesía de Villaurrutia, ni por la sola fuerza del ímpetu lírico, como en Pellicer. Torres Bodet, que viene ahora a Cripta desde una novelística saturada de poesía, sostiene el poema, como sus excelentes descripciones en prosa, por la rotación indefinida de las imágenes. No sé de otro escritor, entre los nuestros, que domine este procedimiento con la maestría de Torres Bodet. Pero como Cripta es, en cierto modo, una renunciación a la pura maestría, un abandono deliberado —insisto— no sólo de la superfluidad de lenguaje sino de todo cuanto no sea una esencia, aun aquí, a veces, deja que su poema se consuma en la exposición escueta de una sola imagen. 51 Me figuro qué sed de sinceridad, qué urgencia de ser el hombre fruto de sí mismo, en completa sazón, se esconde en las renunciaciones de Torres Bodet. Hemos de celebrar por ahora, que eliminará de Cripta, a riesgo de ganarse las encubiertas censuras que se ha ganado, artificios y destellos que en el fondo no son sino mentira, sino un puro “hacer creer”; pero pecaríamos de indiscretos si no le advirtiésemos que no ha llegado aún al sacrificio supremo de cantar su verdad y que todo su valor puede no bastarle para conseguirlo. El mundo intelectual vive de halagos que sólo la mentira le da. La verdad lo amenaza en su existencia misma, pero él sabe ahogarla en un magnífico desprecio.30 Cripta, según el diccionario “lugar subterráneo en que se acostumbraba enterrar a los muertos”, o “piso subterráneo destinado al culto de una iglesia”, es un libro al que convienen ambas acepciones: por un lado, el poeta se siente “enterrado vivo / en un infinito / dédalo de espejos”; por el otro, a lo largo de toda la obra rinde culto, subterráneamente, es decir en ausencia, al amor representado no por un ser de carne y hueso sino por la imagen que simboliza las virtudes, y también los defectos, de una mujer inaccesible por sepultada al paso “del minuto impermeable... / que lo devora todo / sin dientes y sin hambre”. Aquí Torres Bodet culmina un peregrinaje estoico, quizá aprendido (descontando la propia experiencia) en las lecturas visibles de Quevedo y Unamuno y que, rememorando el tiempo transcurrido, desemboca en la angustia, la soledad y la nada. En este sentido, Cripta es una obra que se adelanta, superándolos en calidad, profundidad y autenticidad de las vivencias, a los libros de poemas que aparecerán entre nosotros a finales de los años 40 y que ejemplifican las tesis existencialistas de Heidegger y Sartre, de Marcel y Camus. 30 José Gorostiza: “La poesía actual de México. I, Cripta de Jaime Torres Bodet”. El Nacional, sección “Vida Literaria”, 20 y 27 de junio y 4 de julio de 1937. 52 Doce años transcurrieron entre la aparición de Cripta y Sonetos (1949), años en que Torres Bodet mezcla las letras y los cargos en el servicio diplomático y en la administración pública. En 1940 es nombrado subsecretario de Relaciones Exteriores, al año siguiente publica Nacimiento de Venus y otros relatos, en 1943 se le designa secretario de Educación Pública, puesto que desempeña hasta 1946, en 1947 vuelve a Relaciones Exteriores, esta vez como secretario, y el 26 de noviembre de 1948 la Tercera Conferencia General de la unesco lo nombra director general de ese organismo. El 7 de enero de 1949 aparece Sonetos. Según Frank Dauster, en este libro escribe sobre la tragedia que a todos nos amenaza: la muerte. Con los nervios y los sentidos agudizados por la tragedia personal, alcanza un estoicismo austero pero emociona­ do, un lenguaje más formal, con algo de la habilidad del Quevedo que supo escribir los sonetos. Lo mejor del libro es el poema en soneto “Continuidad”, donde la expresión madura hace universal la pérdida, mediante la desnudez condensada de los versos.31 Para el mismo Dauster Sonetos es, acaso, el libro más difícil de Torres Bodet. No es la dificultad rebuscada del oscurantismo preciosista, ni se debe a la falta de capacidad expresiva; es la dificultad de todo libro profundo, producto del intenso buscarse a sí mismo. Como si lo reconociera de antemano, el poeta desistió de la forma libre de Cripta para valerse del soneto, forma más precisa. No emplea el proceso de libre asociación aprendido en excursión surrealista; vuelve a la estructura predilecta de su juventud: el sistemático desarrollo de una imagen básica. El resulta31 Frank Dauster, Breve historia de la poesía mexicana. México, Ediciones de Andrea, 1956. P. 155. 53 do es un libro en el que se aproxima a los gigantes de la agonía barroca.32 José Luis Martínez, siete años antes que Dauster, llega al hablar de Sonetos a conclusiones parecidas: Dentro de la tradición mexicana de sobriedad y transparencia, Torres Bodet distínguese, en el marco de los Contemporáneos, por su lealtad al sentimiento y a la emoción cuando todos preferían los caminos de las sensaciones y de las experiencias intelectuales. Más anticipándose a los riesgos del confesionalismo, aquellas formas del espíritu aparecen en su poesía balanceadas con símbolos y con imágenes plásticas, como si además de la transparencia musical quisiese poner en sus versos la armonía de volúmenes y tonalidades de la pintura. La renuncia a la embriaguez de los sentidos y a los dones del mundo, la discreta melancolía, visibles ya en sus primeros poemas, se han convertido en su último libro —Sonetos— en un estoicismo moral, aún estremecido por un temblor de lágrimas, expresado en un lenguaje de impecable perfección en el que, a los más ciertos hallazgos expresivos de la modernidad se suma la lección austera y luciente del Francisco de Quevedo de los sonetos temporales y fúnebres.33 De los 38 poemas (55 sonetos), tres están estructurados en octosílabos, o verso de romance, y 35 en endecasílabos, el verso predilecto de los poetas del Siglo de Oro: Garcilaso de la Vega, Lope de Vega y Quevedo. Torres Bodet prefiere el endecasílabo —según le ha confesado a Sonja Karsen— porque “en español tiene una respiración más natural”... En Sonetos el poeta sondea en lo profundo de nuestra realidad trascendente. Reflexiona acerca de las fuerzas secretas de la vida y la muerte Frank Dauster, Ensayos sobre poesía mexicana, p. 131. José Luis Martínez, Literatura mexicana siglo xx, primera parte. Antigua Librería Robredo, México, 1949, p. 34. 32 33 54 que constantemente actúan dentro de nosotros. Reconoce la fugacidad de todas las cosas y tiene la conciencia aguda de que la muerte está en todas las cosas vivientes. En un soneto, “Cascada”, se deja decir: “y moriré sin pausa mientras viva”.34 En este libro, especie de recapitulación sobre la vida pasada, Torres Bodet contempla las pocas cosas de ayer que el tiempo no ha invalidado (y las contempla no como objetos vivos sino como recuerdos prendidos a la memoria), se detiene un momento en el hoy fugitivo y ve hacia adelante, y en los tres tiempos (el pasado, el presente y el futuro) sólo advierte la presencia todopoderosa de la muerte: ¿Por qué inquietarme de tu cercanía, Muerte, si la existencia que me halaga es sólo pulpa de la fruta aciaga en la que yaces tú, simiente fría? Te imaginé agresión. Te creí daga, lanza, dardo, arcabuz, flecha sombría; y en vano acoracé la mente mía pues sí, herida, te huí, te encuentro llaga... Llaga que de mí propio se sustenta: úlcera primordial y previsora, oculta ya en la célula sedienta en que mi vida actual tuvo su aurora. Nada me matará —Muerte tan lenta— sino el ser que, por dentro, me devora. En Sonetos, la madurez impone sus puntos de vista, y así en una nueva “Arte poética”, que corresponde a la edad adulta 34 Sonja Karsen, Op. cit., pp. 38-39. 55 del poeta, la lentitud se vuelve delicia, el sabor arte y el perfume crítica. El grano (en este caso el soneto, “la forma lírica de la definición” tal como lo veía Bernardo Ortiz de Montellano), endulzado por la inteligencia, condensa en una gota de ámbar el frenesí del cielo meridiano. Al comentar Biombo, en 1926, Gilberto Owen supo inferir de los poemas de esta etapa intermedia entre la adolescencia y la madurez, las reglas que habrían de guiar a Torres Bodet en los mejores momentos de su obra. He aquí su juicio, válido como una profecía: “Su norma estética —‘paisaje lento de mi poesía’— es excluir la prisa que toda facilidad presupone. Lo que sucede es que nos encontramos en presencia no de esbozos, no de trazos en sólo una o dos dimensiones, sino del fruto ya desnudo, del grano ya limpio de toda paja retórica o dialéctica”.35 Esta primera etapa de la poesía madura de Torres Bodet principia en la libertad absoluta (Destierro) y concluye en la cárcel consciente de los Sonetos. Es decir, parte de la novedad y arriba a la tradición. Al comenzarla, Torres Bodet es un poeta joven que promete convertirse en un lírico excelente; antes de que termine, y con la publicación de Cripta, tiene asegurado ya “un puesto entre los más distinguidos poetas de América”.36 En 1949, con los nueve sonetos de “Continuidad” construye uno “de los momentos de la poesía escrita en idioma español”.37 La etapa más reciente de su poesía, a la que pertenecen tres libros: Fronteras (1954), Sin tregua (1957) y Trébol de cuatro hojas (1958), señala, como se verá oportunamente, cambios significativos si se la compara con las anteriores. A solicitud mía, Torres Bodet la definió en los siguientes términos: 35 Gilberto Owen, “Sobre Biombo de Torres Bodet”. Revista de Revistas, 24 de enero de 1926. 36 Frank Dauster, Op. cit., p. 129. 37 Pedro Caba, “Jaime Torres Bodet, el poeta y su poesía”. Novedades, “México en la Cultura”, núm. 911, 4 de septiembre de 1966. 56 —Pasaron otra vez los días, los meses, los años, y tuve que vivir fuera de mí mismo, olvidando no pocas veces a ese ser interior, a fin de trabajar para los demás, de inclinarme sobre sus inquietudes y de valorar sus preocupaciones. En 1954 —lejos de toda vida administrativa, política, diplomática— una enfermedad me retuvo, en la sombra, por espacio de varias largas semanas. No empleo aquí la palabra “sombra” como un símbolo literario, pues fui operado de un ojo, cuya retina había sufrido un brusco desprendimiento. Para el lector y para el hombre de tipo visual, una operación en los ojos es, casi, una operación del alma. Me apesadumbraba el temor de perder la vista. Por fortuna la prueba no fue tan dura. En la noche material que me rodeaba, cierta voz cantó otra vez para mí. Era la voz de una antigua amiga: la poesía, compañera de mis horas más hondas, lo mismo en la dicha que en la desgracia. Surgió entonces, en pocos meses, un nuevo libro: Fronteras. En ese libro la forma no quiso ya someterse a normas muy rígidas, aunque no trató de buscar tampoco una excusa al descuido, invocando el derecho a la libertad. El volumen de que hablo y otro (Sin tregua, publicado en 1957), reúnen los poemas que, según creo, interpretan de manera más fiel mi concepción de la poesía. Es decir: mi concepción de la vida. Porque no entiendo —ni he entendido jamás— una poesía que no sea mensaje vital, expresión concreta del hombre que, al escribirla, siente que cumple, hasta donde se lo permiten sus aptitudes, su oficio de hombre. En Fronteras dominaba innegablemente el dolor. Entre verso y verso me parece advertir todavía el golpe de un ala oscura, que pudo ser desencanto e —incluso— desesperanza. Sin tregua afirma también el dolor humano; pero no se rehusa ya a la renovación misteriosa de la esperanza. “Rosa inmarcesible y luz sincera / se ganan duramente, hora tras hora”, apunta la dedicatoria del libro. Y siguen afirmaciones del mismo género. Citaré algunas. En “Marea”: “sobre el llanto invisible, asciende el alma”. En “Sin tregua”: “Entrar, como el tornillo en el acero, / volviendo sin cesar sobre sí mismo, / en esa patria nueva que llamamos futuro”. En “Nunca”: “Nunca me sentiré rey destronado / ni ángel 57 abolido, mientras viva, / sino aprendiz de hombre eternamente”. O, en “Patria”: “Aquí, si avanzo, el mundo se detiene. / Todo es verdad primera y espontánea: / ¡día hasta fallecer, hecho de aurora! / ¡vida, hasta concluir, hecha de infancia!”.38 Entre los críticos de Fronteras, Rafael Solana es el más entusiasta. Es éste el más perfecto —expresa—, el más alto, el de mayor calidad artística y el de más puro contenido humano de todos los libros de Torres Bodet, todos excelentes, todos espigados para las antologías más exigentes de la poesía de nuestro idioma. Es un libro de una gran armonía interior, de una admirable unidad de pensamiento y de estilo sin sujeción a metros determinados, sino libre en sus medidas y en sus formas, muy sincero y muy puro. Algunos de sus poemas, los que abren el libro y los que lo cierran, por ejemplo, cuentan entre lo más bello de la poesía moderna en cualquier lengua, y entre lo más hermoso que en la nuestra se haya escrito desde Garcilaso y fray Luis.39 Marcel Brion supo ver con mirada penetrante el por qué y el para qué de Fronteras: El problema de la relación entre el hombre y la sociedad se precisa aquí en construcciones menos estrictas [que en Sonetos], porque el sufrimiento y la desolación siguen la pendiente de lava de esa tortura que experimenta el individuo cuando vive en un sincronismo atormentado con el dolor universal. Pienso que los años pasados por Torres Bodet en la dirección de la unesco, en presencia de las penas infinitas y multiformes esparcidas sobre la tierra, no fueron ajenos a la irrupción de poemas como ‘Civilización’, ‘Solidaridad’, ‘Millares’ que son, a mi juicio, los más hermosos de este volumen y acaso los más 38 39 58 Emmanuel Carballo, Op. cit., pp. 220-221. Rafael Solana, “Fronteras”. El Universal, 19 de septiembre de 1954. hermosos que haya escrito su autor. Así, cuando regresa a la arquitectura del soneto para celebrar al “hermano desconocido” lo hace con un acento diferente y con una tensión más áspera. Si se quisiera buscar algún equivalente a este aspecto de la inteligencia y el pensamiento del poeta deberíamos volver a Vaughan, a Crashaw o a Donne, aunque —en el lírico mexicano— lo “metafísico” sigue carnalmente adherido a lo humano, por la sensibilidad y por los sentidos. La mayor función del poeta, que consiste en encarnar un momento de la conciencia humana y atestiguar en nombre del hombre y a favor del hombre, ha sido magníficamente cumplida por el autor de Fronteras. Su noble voz se sitúa, en el nivel que le es propio, entre los más altos testigos de la aventura humana a través de los siglos y los milenios. Quisiera que cada quien leyese y releyese, entre otras, las páginas de “Civilización” y que meditase sobre su lección espiritual. Acaso, la dirección misma de su vida resultaría, con ello, modificada.40 En Fronteras ha desaparecido el “corazón delirante” de la primera juventud que, de contrabando, hacía acto de presencia incluso en poemas próximos a la madurez. Su lugar lo ocupa una implacable conciencia de la muerte, una austera melancolía y un amplio deseo de solidaridad con el destino de los hombres. En este libro Torres Bodet se refugia en una especie de estoicismo que no rechaza el mundo sino sus apariencias, sus vanidades y se compromete con el estar del hombre sobre la tierra, con la vida tan contradictoria como im­ prescindible. Fronteras pone en contacto al lector con un poeta que vuelve dóciles a las palabras, claros a los sentimientos, precisas a las ideas. Y tras de ese rigor y esa transparencia, la generosidad es una constante. Las preocupaciones de Torres Bodet son otras, ya no piensa sólo en sí mismo sino también en los otros: ha pasado de los 40 Marcel Brion, “Poemas de Jaime Torres Bodet”. Le Monde Diplomatique, París, junio de 1960. 59 excesos por los hombres de todos los credos, de todas las razas y de todas las posiciones económicas. En estos versos puntualiza su posición: “Un hombre muere en mí siempre que un hombre / muere en cualquier lugar, asesinado / por el miedo y la prisa de otros hombres”. En Fronteras y en el título próximo, Sin tregua, las influencias no proceden de los libros sino fundamentalmente de la acción. Los poemas ya no se resienten de lecturas próximas y por eso no asimiladas sino de las tareas que en la vida pública ha tenido que desempeñar en beneficio no sólo de sus compatriotas sino de hombres de todas las latitudes. Su poesía es la de un humanista que sirve en la administración pública no por lucro sino por solidaridad, no por el goce del poder sino por remediar en parte la miseria, la ignorancia y la insalubridad. Escribe en función de algo tan próximo que su poesía, de no estar respaldada por el arte, podría confundirse fácilmente con una proclama, un editorial o un discurso. Torres Bodet equipara en Fronteras la poesía con la vida y afirma que el poema “es un pacto de paz entre los hombres”. La poesía “como el mar, al partir, deja en la arena / la huella de su audacia luminosa”. Es decir, la poesía es absoluta y el poema relativo; también parece afirmar que la poesía es una causa y el poema un efecto; asimismo es lícito suponer que para él la poesía es el silencio y el poema un conjunto de palabras. En Poemas (1924), ya vislumbraba esta posibilidad: “Colmena de la tarde, diálogo en el vergel: / la palabra es abeja, pero el silencio es miel”. Y en Biombo (1925) vuelve a tratar, en sentido contrario, este tema: “Cambié / por un collar de frágiles palabras / una ánfora colmada de silencio”. En Fronteras es más explícito cuando habla con la poesía, a la que le dice: “Porque si tus palabras son a veces poemas / tu silencio, sin más, es poesía”. Por tales motivos, supongo, en este libro el poeta ve con desconfianza, con cautela, a las palabras, a quienes ya no viste con uniforme de gala y sí con los trajes más humildes, propios para las tareas peor remuneradas y en cambio deja sentir, en algunos de los 48 60 poemas que forman la obra, la admiración ilimitada que tiene por el silencio, al que concibe no como una ausencia de voz sino como la distancia más corta entre el menor número de palabras y el máximo de significación poética. Días después de la aparición de Fronteras, Elena Poniatowska sostuvo el siguiente diálogo con Torres Bodet, que reproduzco porque resume la posición del poeta y señala el ámbito de validez del libro: —¿Qué mensaje ha confiado usted a su nueva obra? —La palabra mensaje es tal vez excesiva cuando se aplica a una serie de poesías que no se proponen ninguna tesis, política o filosófica. Sin embargo, desde un punto de vista mucho más modesto, todo lo que el hombre escribe y publica puede considerarse una carta abierta. Así juzgado el más sencillo poema es un puente que el hombre quiere afianzar en su soledad. En efecto el solo hecho de romper su silencio implica, para cualquier escritor, una actitud de confianza en los demás hombres. —Para usted, entonces, el fin último de la poesía es la “comunicación” ¿no es cierto? De la poesía y de todo arte verdadero... —Quizá sea ésa la explicación de Fronteras. El motivo humano se repite en casi todas sus páginas. A veces como íntima confesión. A veces como profesión de fe en la solidaridad de nuestro destino con los destinos en apariencia más aislados y más distantes: los enfermos que desfilan por las antesalas del poema “Clínica”; el soldado muerto, sin nombre, en mitad del campo de batalla; el gran árbol asesinado que, sin quererlo, niega lo que todavía no principia en nosotros y en cuyos restos sepultaremos una parte irremplazable de nuestra vida...; y tantos seres —desconocidos— de quienes nos sentimos de pronto hermanos y responsables, porque están hechos con nuestra angustia y porque su desdicha es nuestra desdicha. —¿Pero usted no teme que un propósito como el que apunta se preste por momentos al prosaísmo? 61 —Es posible aunque no forzoso ni inevitable. No he creído nunca que el tema pueda afirmar, por su exclusivo mérito, el valor de una poesía. Ningún tema, por otra parte, es en sí mismo prosaico. Lo prosaico es, frecuentemente, resultado de una carencia del escritor. Ahora bien, yo no soy el llamado a juzgar mi libro. He dicho a usted lo que pretendí hacer. Respecto a lo que logré hacer realmente los lectores opinarán. —¿Pero no cree usted que, en lo general, el lector de nuestros días es un juez bastante indiferente a la producción poé­tica? —Sinceramente no pienso así. En todas las épocas se ha dudado de la capacidad del público y el público a la postre, ha tenido razón. Lo que ocurre es que, hasta cierto punto, estamos pagando las consecuencias de un período literario peligroso: el del arte deshumanizado. —¿Se refiere usted al abstraccionismo? ¿A la “poesía pura”? —Recuerdo las discusiones a que dio lugar (y no sólo en nuestro país) la llamada “poesía pura”. Todo lo que implicaba una alusión al dolor, a la dicha o a la nostalgia del hombre se estimaba entonces, en ciertos círculos, como si fuera una concesión al mal gusto y una exhibición de vulgaridad. Alguien llegó a proclamar que el corazón no estaba de moda. Y no faltaron en todas partes quienes tomaron como un decreto retórico inexorable lo que no era, en el fondo, sino una fórmula maliciosa. —¿Eso pasó en la época de Contemporáneos? —En aquellos días extremamos todos la metáfora innecesaria y el poema descarnado, insensible, hermético. Sin embargo, en un artículo publicado en 1926 o en 1927 (mire usted lo triste que es empezar a contar el tiempo no por años sino por lustros) manifesté mi inquietud ante la estética deshumanizada. Han pasado desde entonces muchas obras y muchos hombres. Pero lo que aquéllas salvaron de éstos es, naturalmente, lo que representaba un valor humano: ese “estremecimiento” vital que pedía el autor del Fausto, no obstante la fama de frialdad apolínea que se han encargado de hacerle algunos de sus discípulos. 62 —¿Cuál es, por consiguiente, el significado que atribuye usted a Fronteras dentro de su producción personal? —El de una síntesis, no sé si acertada, pero de intención profundamente sincera. Con los años se acaba por comprender que nadie ha escrito jamás sino un solo libro: en uno o en 30 tomos. Al principio atraen la diversidad, la aventura, el descubrimiento de sensibilidades y situaciones que nos parecen originales. Y todo eso está bien, por supuesto; siempre que no termine con el desasimiento de aquello que, por humilde y oscuro que sea, cada uno de nosotros tiene de propio y de intransferible.41 Hombre extremadamente severo con los demás y consigo mismo, de una severidad que nunca caía en la provocación ni en el sin sentido, Genaro Fernández Mac Gregor fue, en la crítica mexicana, un personaje que dijo siempre con voz neutra e insobornable su verdad más íntima y esmerada. De ahí que su juicio acerca de Sin tregua, si controvertible, sea digno de figurar íntegro en estas páginas. El nuevo manojo de poesías de Jaime Torres Bodet —dictamina— está hecho de mandrágoras, de acónitos y de orquídeas negras. Es la primera impresión que se experimenta al hojear lentamente (no se puede leer de otro modo) su libro Sin tregua. La esencia que destila es amarga; néctar alquitarado de esas flores que no son del mal sino de la angustia. El mundo en que vive el poeta es en el del pretérito o en el que aún no existe. El presente es apenas un latido entre ambos. Mientras tanto, inquirir, meditar, evadirse de la materia y escudriñar su propio sueño hecho de símbolos. Es patente, por esto, que su poesía es inespacial e intemporal, toda arcano, y que está tejida de sentimientos tan sutiles, que a ratos parece de la contextura del aire; imágenes puramen41 Elena Poniatowska, “Entrevista con Jaime Torres Bodet”. Novedades, 14 de septiembre de 1954. 63 te personales que apenas se conectan con la realidad. Poesía pura, poesía para poetas, que es dudoso llegue a las masas. Cuando un poeta se propone tan sólo entender, junto con las galaxias de los espacios infinitos, las almas humanas nacidas en la angustia y que expiran en la ignorancia, este acto intelectivo podría matar al canto. Pero el apetito de saber no se identifica con la ciencia misma, y siempre queda la enorme esfera enigmática spenceriana donde la imaginación puede pronunciar fíats portentosos pero únicos. A Torres Bodet también le queda la música, aunque su canto es tan íntimo que cuesta sumo trabajo acomodar el propio oído a sus acentos, y a menudo no se percibe, como no se oyen ciertas vibraciones extremas en el reino del sonido. No se podría tampoco colegir, leyendo sus últimos poemas, dónde fueron engendrados. Lo mismo podría ser en México que en París, en la India que en el vacío absoluto. Ni un paisaje, ni una meta, ni un sonido, ni un color nos prestan la clave para adivinar su procedencia. No conoce la coordenada espacio. No tiene relación con lo tangible. Habla, sí, de esquinas, de escaleras, de mástiles, de estrellas, de hojas marchitas, de playas y de naves que no tienen consistencia pues son símbolos puros. Apenas, por excepción, capta lo real, como en “Éxodo”, en donde describiendo la migración de un pueblo que huye de la guerra da una nota objetiva. Es un alma que titila en la cuerda floja de la incertidumbre, sobre un vacío sin red. Está obsesionada por el fluir de las cosas. No hay quizá otro ejemplo de alguien que haya sentido, de un modo tan agudo, el curso del tiempo. Y esta idea no se opone a la aserción de que su poesía es intemporal. Esto lo es en el sentido de que también carece de esa otra coordenada que fija, como la espacial, una trayectoria. Mas por otra parte ausculta en sí mismo el desgaste, la decadencia, la prisa que nos hacen efímeros. La conciencia de la fugacidad de nuestro yo engendra la angustia. ¿Qué podemos en este universo cada vez más grande y complicado? En los versos de Torres Bodet, cincelados como copas de Cellini, la palabra tiempo aparece 24 veces. Atento a su vida fluyente, no está seguro de nada; llega al nirvana, a un 64 nirvana sin felicidad y con total aniquilamiento. Perpetuo devenir sin haber sido nada y sin llegar a nada. Aquí abajo se siente solo. La palabra soledad es también su favorita... Desolación y angustia son sus estados habituales. No oye una voz en su ambiente de fantasmas. Ni una de condenación, ni una de esperanza... Y en el tiempo sin tiempo, en la soledad y en el silencio lucubra sobre lo que fue, sobre lo que es y sobre lo que puede ser, y en vez de vivir halla en la incertidumbre cierto dudoso apaciguamiento: se abraza a su angustia. La poesía de Torres Bodet ha sido hasta hoy principalmente incertidumbre. Lo han acongojado todas las cosas que pasan sin que él se dé cuenta de ellas. La conciencia del misterio que nos envuelve lo ha torturado y quizá comienza a pensar que por más que un espíritu abarque nunca contendrá el Todo. ¿Para qué hablar de la técnica de un poeta cuando ya se ha penetrado en su filosofía básica? Lo importante es auscultar sus sentimientos y su peculiar manera de situarse en el cosmos. Sin embargo es interesante conocer los límites artísticos que se fija voluntariamente para que resulte más elegante su victoria sobre el material que maneja. Valéry no desdeña, por esa razón, ni el metro ni la rima, esas cadenas con que el creador se aherroja a pesar de que la plena libertad es tan seductora. La obstinación de los poetas en crearse una prosodia propia es un desafío en el que vencen o sucumben. Torres Bodet se ha creado la suya en la que el metro estricto suena como una orquesta bien dirigida. Pocas veces recurre a la rima, pero roto este férreo grillete no rehúsa portar los que constituyen la pureza del lenguaje la frase cincelada, la coherencia de la imagen desde el principio hasta el fin de sus poemas.42 El juicio de Fernández Mac Gregor permite entender qué es y qué no es la poesía de Torres Bodet en la etapa más re42 Genaro Fernández Mac Gregor, “El poeta sin coordenadas”. El Universal, 22 de diciembre de 1957. 65 ciente. Juicio en que se mezclan la comprensión y la falta de entendimiento, logra dar, sumando aciertos y caídas, una imagen fiel de la visión del mundo del poeta. Después de leer las 81 poesías de Sin tregua se llega a conclusiones que permiten sostener que la esencia que destilan los poemas es amarga, que el poeta al no estar seguro de nada en vez de señalar caminos que conduzcan a los hombres a la paz y la felicidad se encarga de inquietarlos, de señalarles que viven presos en la cárcel invisible del tiempo, que las vivencias pronto se trasforman en recuerdos: El vago abril que el tiempo nos depara si con los días va, con ellos huye. Lo conocemos sólo por su ausencia. Como los poetas que han hecho de la meditación una actitud presente a lo largo de su obra, Torres Bodet ha cargado y a veces recargado de preguntas sus poemas de adolescencia y juventud; hasta cierto momento de su vida tuvo para esas preguntas las respuestas que le parecían por verdaderas más válidas y más dignas de ser tomadas en cuenta por sus lectores. A partir de la tercera etapa de su poesía, y sobre todo en la más reciente, no desaparecen las preguntas, pero sí están ausentes las respuestas. En el fondo su actitud sigue siendo la misma: le preocupan los mismos problemas, pero esta vez de una manera desolada e irremediable. Por la melancolía llegó a la angustia, y el paso siguiente lo hizo que se acercase y detuviese en la nada. Su obra, especie de antropología poética, le permitió primero tener conciencia de la existencia y, después, hizo que despertara en él la existencia de la conciencia. Al recorrer este camino se fue percatando de que el arsenal donde guardaba imágenes y metáforas, adjetivos y voces de la tierra, colores y sabores, precisiones geográficas y juicios históricos, era además de sumamente prolijo demasiado propen66 so a traicionar su concepción del mundo, el hombre y la poesía. Así poco a poco va deshaciéndose de los excesos (el color local, el exotismo, la descripción precisa del paisaje nacional, las incursiones a la historia de México, las lecciones de moral primero impositivas y después menos dogmáticas) y va encontrando su verdadero universo que, como afirma Fernández Mac Gregor, es inespacial e intemporal. Y si él ve en uno y otro términos deficiencias que impiden saber si los poemas fueron escritos en México, París, la India o en el “absoluto vacío”, yo por mi parte veo en esos dos adjetivos las evidencias que me permiten hablar de su madurez que rechaza por ociosos, por superfluos, los elementos que en años anteriores debilitaban su poesía. En este libro, como en Fronteras que le precede, Torres Bodet se presenta a los lectores caminando sobre la “incertidumbre”, sobre un “vacío sin red”, y caminando con un aplomo que no le conocíamos, libre de los pesos muertos que antes volvían menos área y menos convincente su extensa obra lírica. Al mismo tiempo lo encontramos dueño de imágenes que por personales pueden parecer menos fáciles que aquellas a que nos tenía acostumbrados y menos musicales. Sin llegar a la “poesía pura” como pretende Fernández Mac Gregor, Torres Bodet deja atrás en estos poemas ciertas impurezas y ciertas características que por constantes podían parecer producto de una retórica que aspiraba a la sencillez y a la diafanidad. Al moverse en un mundo en que el presente es tan amplio que abarca el pasado y el futuro, obsesionado por el “desgaste” y la “decadencia” físicos y por la “prisa” con que el hombre se aproxima a las cosas y éstas se apartan del hombre, Torres Bodet deja en sus poemas la taquigrafía de lo que irremediablemente desaparece, las radiografías de lo que en otros momentos fueron cuerpos habitados por el deseo: De la arena del tiempo, removida quién sabe por qué viento en la memoria, 67 surgen cúpulas níveas, templos muertos, murallas espontáneas, horas que fueron torres: monumentos que sólo existen hoy porque los ojos que un día los miraron, existieron. Y si a los seres y a las cosas les quita los apellidos, la nacionalidad y otros atributos que los hacen más individuales y menos genéricos, también les otorga la fuerza estilística necesaria para que vivan una vida si bien es cierto que más austera también es justo consignarlo más a salvo de las contingencias de la forma. En esta etapa de su obra Torres Bodet se acerca peligrosamente a la poesía que está de regreso de todas las audacias y que también está libre de las contaminaciones de los modelos clásicos. Quizá por esta razón los críticos aceptan o rechazan este momento de su obra con idéntica ceguera. Los que lo exaltan se quedan en el elogio fácil, en la afirmación en la que el entusiasmo nubla la razón. Los que lo niegan, como dos años atrás lo ha hecho Octavio Paz, quien sostiene sin pruebas un juicio tan controvertible como éste: “En su tercera época [yo diría la cuarta] hay un cambio brusco: sus temas son ahora la sociedad y la historia, un humanismo a la unesco”,43 demuestran únicamente que no lo conocen y lo que es más grave que no tienen interés en conocerlo. Octavio Paz parece que no lo ha leído y que repite a tontas y ciegas juicios que más parecen descuidos de personas por lo general inteligentes y bien preparadas. Si Paz tuviese razón la unesco no fue fundada en 1945 sino dos milenios atrás. Decir que sus temas son “la sociedad y la historia” equivale a decir que dos y dos son cuatro ya que “sociedad” en poesía es sinónimo de hombre e “historia” se identifica con tiempo y hombre y tiempo son la 43 Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, Poesía en movimiento. México, Siglo xxi, 1966. Prólogo, p. 18. 68 materia prima, de ayer y de ahora, con que han trabajado y trabajan los pequeños y los grandes poetas. Su juicio sobre Torres Bodet más que la opinión sobre un poeta parece la explicación redundante de cuáles son los temas de la poesía, desde su nacimiento hasta el día de hoy. Para mi gusto la única debilidad de este libro, y del anterior, es la lucidez, el afán de reducir a términos lógicos lo que en la vida se presenta como misterio o como problema que escapa a la concatenación lógica de las ideas. Por eso no estoy de acuerdo con el último terceto de la “Dedicatoria” con que se abre este libro: Pero la juventud que se construye sobre la madurez de un alma clara crece conforme avanza la existencia. El peligro que acechará a Torres Bodet en sus próximos poemas será el más difícil de vencer, aquel que se permite interpretar la vida como si fuera la palma de la mano puesta a consideración de la quiromancia. Si en la adolescencia Torres Bodet tuvo que sortear peligros tales como la suficiencia y la ignorancia, hoy tiene frente a sí peligros que no son menores: la experiencia y la humildad. En seguida reproduzco varios juicios sobre este libro, Sin tregua, por considerarlos esclarecedores de ciertos aspectos que Fernández Mac Gregor no analiza o toca tan sólo tangencialmente. Jorge Carrera Andrade escribió a propósito de esta colección de poemas: Torres Bodet es uno de los poetas más altos y puros de la lengua castellana en nuestros días. Su libro Sin tregua, cuyo título evoca el símil goetheano de la estrella que “camina sin prisa y sin pausa”, viene a confirmar esta afirmación... Gran manual para ejercicios de transparencia, espejo de la más noble poesía, Sin tregua es uno de los libros más hermosos que han salido de las prensas hispanoamericanas. Se puede afirmar que es la flor 69 altísima de un neoclasicismo que resume todas las experiencias anteriores y las enriquece dentro de su forma cabal.44 Jules Supervielle no es menos entusiasta cuando agradece por carta el envío: Gracias, vivamente, querido poeta y amigo, por su admirable Sin tregua... Sabe usted sugerir las profundidades del pensamiento, sin incurrir en la elocuencia, gracias a sus imágenes, tan inesperadas como precisas. Y siempre ese idioma maravilloso que evoca a los clásicos a través de un subconsciente muy de nuestros tiempos por sus aspiraciones y por su ansiedad. La perfección de la forma no impide a sus poemas el conmovernos, inquietándonos, para luego asegurarnos por su propia plenitud...45 Edmond Vandercammen centra su opinión en un punto capital, el contenido filosófico del libro, tan próximo en algunos aspectos al existencialismo. Dice Vandercammen: En Sin tregua grandes y graves problemas nos son planteados. Todo el destino del hombre se encuentra ahí, trascendido. Y admiro con qué emoción y con cuántas invenciones líricas nos ofrece usted el fruto de sus meditaciones. Somos el nudo ciego de una cuerda infinita que nos cuelga de nada y que todo estremece... ¿Cuántas páginas de prosa filosófica no serían necesarias para expresar el contenido de esos dos versos?46 Philippe Saupault en vez de referirse al libro habla del poeta, de su apego a la poesía: 44 Jorge Carrera Andrade, “Sin tregua de Jaime Torres Bodet”. Cuadernos, París, núm. 30, mayo-junio de 1958. 45 Jules Supervielle, Carta fechada en París el 31 de diciembre de 1957. 46 Edmond Vandercammen, Carta fechada en Bruselas el 30 de diciembre de 1957. 70 ¡Qué hermoso título: Sin tregua! Más que un título es un llamado, un consejo, una proclama... ¡Cuánto le agradezco el haber permanecido fiel a la poesía! Veo ahí la confirmación de una esperanza. Y creo que semejante fidelidad es la que nos permite seguir siendo valientes y lúcidos, sin abandonar lo que hay de más valioso y más verdadero en nosotros. El ejemplo que nos da usted me parece necesario. Pero me felicito que sea usted, usted que no ha rehusado las obligaciones que el destino le impuso, quien nos demuestre que la poesía nos es esencial a nosotros, hombres del siglo xx.47 El libro de poemas más reciente de Torres Bodet, Trébol de cuatro hojas, se publicó en 1958, y consta de cuatro poemas de igual extensión: “Elegía en memoria de Bernardo Ortiz de Montellano”, “Epístola a Carlos Pellicer”, “Epístola a José Gorostiza” y “Evocación de Xavier Villaurrutia”. Escritos en endecasílabos y agrupados en tercetos, tienen por tema el recuerdo y el elogio de dos poetas muertos, Ortiz de Montellano y Villaurrutia, y el repaso de la obra de Pellicer y Gorostiza. Cada uno de estos poemas pretende descubrir el espíritu del poeta al que se refiere y, también, aprehender algunos de los rasgos más característicos del estilo de cada uno de los poetas. Entre todos sus libros es éste, quizá, el que más cerca se halla del virtuosismo, ya que parece trabajado por un artífice más que por un poeta. Obra hasta cierto punto de circunstancias, ya que en ella Torres Bodet vuelve los ojos a su propio pasado y canta las excelencias líricas de cuatro poetas de su generación, la de Contemporáneos, y entre líneas cuenta su historia en el campo de la poesía. Trébol de cuatro hojas no añade a mi juicio nada nuevo a su mundo poético a no ser una nueva lección de maestría técnica; sin embargo posee un especial interés, el de fijar sus simpatías y también sus diferencias ante cuatro poetas con los cuales convivió y con los cuales figura en la historia de la literatura mexicana. 47 Philippe Saupault, Carta fechada en París el 10 de enero de 1958. 71 Alfonso Reyes le confiesa en una carta, como todas las suyas escrita para ser publicada, que ha leído este libro con una admiración que en parte se parece a la envidia ejemplar que sienten los escritores cuando uno de ellos ha sabido crear una obra trascendente. Le dice: Mi querido y admirado, cada vez más admirado Jaime, intachable en la acción y en la meditación, en los trabajos y en las letras, en la vida y en la poesía: Es tanta la belleza del Trébol de cuatro hojas que a cada rato me salta la tentación de decir: “Es lo mejor de Jaime”. Y sólo me detiene ese demonio interior que hacía cauto a Sócrates aconsejándolo de cuando en cuando al oído. ¡Porque ya ha hecho usted tantas cosas bellas! Pero este cristal, esta forma vencedora del pensamiento, esa geometría dantesca de las veinticuatro estrofas por poema contentan mi larvado y siempre suspirado pitagorismo... No me explico, pero usted me entiende, estoy seguro.48 Al recibirlo y agradecerlo, José Vasconcelos coincide con Reyes: Con verdadera satisfacción recibí su último libro, Trébol de cuatro hojas, obra de alta poesía, concentrada y esplendorosa. He leído sus versos con la admiración que produce toda estética acabada... Está usted, como poeta, en la cumbre. Es decir, entre los mejores de nuestra lengua.49 La prosa narrativa De 1927 a 1937 Jaime Torres Bodet practica la novela y el cuento. Siete textos, algunos de ellos muy alabados en el momento de su publicación, le permitieron, al igual que a Novo, Villaurrutia y Owen (los otros prosistas de Contemporáneos), experi48 49 72 Alfonso Reyes, Carta fechada en México el 28 de junio de 1958. José Vasconcelos, Carta fechada en México el 14 de julio de 1958.