Volumen LXXI Nº 238 Madrid - Ministerio de la Presidencia

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Volumen LXXI
Nº 238
mayo-agosto 2011
300 págs.
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXI
SECCIÓN MONOGRÁFICA: La definición de la identidad urbana. Vocabulario
político y grupos sociales en Castilla y Aragón en la Baja Edad Media
JARA FUENTE, José Antonio: Introducción. Lenguaje y discurso: percepciones
identitarias y construcciones de identidad
MONSALVO ANTÓN, José María: Ideario sociopolítico y valores estamentales de los
pecheros abulenses y salmantinos (ss. XIII-XV) / Socio-political ideas and status
group values of the Pecheros of Avila and Salamanca (13th to 15th centuries)
OLIVA HERRER, Hipólito Rafael: La prisión del rey: voces subalternas e indicios de la
existencia de una identidad política en la Castilla del siglo XV / The Prison of the King.
Subaltern voices and signs of the existence of a political identity in15th century Castile
JARA FUENTE, José Antonio: Por el conosçimiento que de él se ha. Identificar,
designar, atribuir: la construcción de identidades (políticas) en Cuenca en el siglo XV /
Because of our knowledge about Him. To identify, designate, and attribute: the
construction of (political) identities in the city of Cuenca in the 15th century
VERDÉS PIJUAN, Pere: Atès que la utilitat de la universitat deu precehir lo singular:
discurso fiscal e identidad política en Cervera durante el S. XV / Since the interest of
the community is superior to that of the individuals: fiscal discourse and political
identity in 15th century Cervera
BARRIO BARRIO, Juan Antonio: Per Servey de la Corona d´Aragó. Identidad urbana y
discurso político en la frontera meridional del reino de Valencia: Orihuela en la Corona
de Aragón, ss. XIII-XV / To Serve the Crown of Aragon. Urban identity and political
discourse in the Kingdom of Valencia's south frontier: Orihuela in the Crown of
Aragon, 13th-15th centuries
RESEÑAS
Volumen LXXI | Nº 238 | 2011 | Madrid
Sumario
Nº 238
mayo-agosto 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXI
Nº 238
mayo-agosto 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Volumen LXXI
Nº 238
mayo-agosto 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia
Revista publicada por el Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
Fundada en 1940, Hispania. Revista Española de Historia es una publicación cuatrimestral dedicada al
estudio de las sociedades en las épocas medieval, moderna y contemporánea. Sus páginas están abiertas a
investigaciones originales comprendidas en estos tres amplios estratos cronológicos, sin limitaciones en
cuanto a su temática específica ni a su ámbito geográfico. Desde 1995 la revista incorpora a algunos de
sus números una Sección Monográfica, encargada por su Consejo de Redacción a destacados historiadores
españoles y extranjeros. Cuenta además con una amplia Sección Bibliográfica.
Founded in 1940, Hispania. Revista Española de Historia is a four-monthly publication devoted to the
study of societies in the medieval, modern and contemporary periods. It is open to original work that fits
within one or more of these three broad chronological frameworks, and does not restrict its contents
along specific thematic or geographic lines. Since 1995, the journal has incorporated a Monographic
Section into some of its issues, which has been commissioned from renowned historians from within and
beyond Spain by the Editorial Board . It also includes an extensive Bibliographic Section.
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Secretario: César Olivera Serrano (Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC)
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CSIC, Madrid)
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Fernando García Sanz (IH, CCHS, CSIC, Madrid)
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César Olivera Serrano (IH, CCHS, CSIC, Madrid)
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Pedro Cardim (U. Nova de Lisboa)
Teresa Carnero (U. Valencia)
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Anne Dubet (U. de Clermont-Ferrand)
Manuel Espadas Burgos (IH, CCHS, CSIC, Madrid)
Carlos Estepa (IH, CCHS, CSIC, Madrid)
Xavier Gil (U. Barcelona)
Patrick Henriet (U. Bordeaux)
Maria Cristina La Roca (U. Padova)
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Mexicana de Historia)
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Sciences Sociales)
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Volumen LXXI
Nº 238
mayo-agosto 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
SUMARIO
PÁGINAS
—————
SECCIÓN MONOGRÁFICA: La definición de la identidad urbana. Vocabulario político y grupos sociales en Castilla y Aragón en
la Baja Edad Media
JARA FUENTE, José Antonio: Introducción. Lenguaje y discurso: percepciones
identitarias y construcciones de identidad .......................................................................
MONSALVO ANTÓN, José María: Ideario sociopolítico y valores estamentales
de los pecheros abulenses y salmantinos (ss. XIII-XV) / Socio-political ideas
and status group values of the Pecheros of Avila and Salamanca (13th to 15th
centuries) ..................................................................................................................................
OLIVA HERRER, Hipólito Rafael: La prisión del rey: voces subalternas e
indicios de la existencia de una identidad política en la Castilla del siglo XV /
The Prison of the King. Subaltern voices and signs of the existence of a political identity in15th century Castile ....................................................................................
JARA FUENTE, José Antonio: Por el conosçimiento que de él se ha.
Identificar, designar, atribuir: la construcción de identidades (políticas) en
Cuenca en el siglo XV / Because of our knowledge about Him. To identify, designate, and attribute: the construction of (political) identities in the city
of Cuenca in the 15th century .............................................................................................
VERDÉS PIJUAN, Pere: Atès que la utilitat de la universitat deu precehir lo singular: discurso fiscal e identidad política en Cervera durante el S.
XV / Since the interest of the community is superior to that of the
individuals: fiscal discourse and political identity in 15th century Cervera ........
BARRIO BARRIO, Juan Antonio: Per Servey de la Corona d´Aragó.
Identidad urbana y discurso político en la frontera meridional del reino de
Valencia: Orihuela en la Corona de Aragón, ss. XIII-XV / To Serve the
Crown of Aragon. Urban identity and political discourse in the Kingdom of
Valencia’s south frontier: Orihuela in the Crown of Aragon, 13th-15th centuries ...
315-324
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437-466
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 309-312, ISSN: 0018-2141
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SUMARIO
PÁGINAS
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RESEÑAS
BONAMENTE, Giorgio, CRACCO, Giorgio y ROSEN, Klaus (eds.): Constantino il Grande tra medioevo ed età moderna, por F. J. Fernández Conde ..............
36.ª Semana de Estudios Medievales, 2009, Estella (Navarra): Ricos y
pobres: opulencia y desarraigo en el Occidente medieval, por Juan Vicente
García Marsilla ...................................................................................................................
MARCOS CASQUERO, M.A.: Roma como referencia del mundo medieval, por
Helena de Carlos ................................................................................................................
ALBEROLA, Armando y OLCINA, Jorge (eds.): Desastre natural, vida
cotidiana y religiosidad popular en la España moderna y contemporánea, por
Eva Serra i Puig ..................................................................................................................
MARCOS MARTÍN, Alberto (coord.): Agua y sociedad en la época moderna,
por María Isabel del Val Valdivieso ..........................................................................
YUN CASALILLA, Bartolomé (dir.): Las Redes del Imperio. Élites sociales en
la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714, por Adolfo Carrasco Martínez ...................................................................................................................
REGUERA, Antonio T.: Los geógrafos del rey, por Antonio Sánchez Martínez .
SERRANO LARRÁYOZ, Fernando: La oscuridad de la luz, la dulzura de lo
amargo. Cerería y confitería en Navarra (siglos XVI-XX), por José Antonio Nieto Sánchez ..............................................................................................................
CRESPO SOLANA, Ana (coord.): Comunidades transnacionales. Colonias de
mercaderes extranjeros en el Mundo Atlántico (1500-1830), por Marina
Alfonso Mola .......................................................................................................................
GARCÍA GUERRA, Elena M. y LUCA, Giuseppe de (eds.): Il mercato del
credito in epa moderna. Rete e operatori finanziari nello spazio europeo, por
Carlos de Carlos Morales ................................................................................................
TAUSIET, María y AMELANG, James S. (eds.): Accidentes del alma. Las
emociones en la Edad Moderna, por Fernando Rodríguez de la Flor ...............
CARPIO ELÍAS, Juan: La explotación de la tierra en la Sevilla de los siglos
XVI y XVII, por Ramón Lanza García ....................................................................
LORENZO CADARSO, Pedro Luis: Estudio diplomático de la evolución del expediente administrativo en la Edad Moderna, por José Luis Rodríguez de Diego
VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: La invención del racismo. Nacimiento de la
biopolítica en España, 1600-1940, por Paola Martínez Pestana .....................
ALLOZA APARICIO, Ángel y CÁRCELES DE GEA, Beatriz: Comercio y
riqueza en el siglo XVII: estudios sobre cultura, política y pensamiento económico, por José María Oliva Melgar ...................................................................................
DÍAZ ORDOÑEZ, Manuel: Amarrados al negocio. Reformismo borbónico y
suministro de Jarcia para la Armada Real (1675-1751), por Marta García
Garralón .................................................................................................................................
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 309-312, ISSN: 0018-2141
467-474
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531-535
SUMARIO
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PÁGINAS
—————
FRANCH, Ricardo (ed.): La sociedad valenciana tras la abolición de los Fueros, por Xavier Torres Sans ............................................................................................
SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de la permisión a Indias. Las
reformas borbónicas en las Islas Canarias durante el siglo XVIII, por Manuel
Hernández González ........................................................................................................
LAMIKIZ, Xabier: Trade and trust in the Eignteenth-Century atlantic
World. Spanish merchants and their overseas networks, por Carlos Martínez
Shaw .........................................................................................................................................
CEGLIA, Francesco Paolo de: I fari di Halle. Georg Ernst Stahl, Friedrich
Hoffmann e la medicina europea del primo Settecento, por José Luis Peset .......
MELÓN JIMÉNEZ, Miguel Ángel: Los tentáculos de la Hidra. Contrabando
y militarización del orden público en España (1784-1800), por Enrique
Martínez Ruiz ......................................................................................................................
NUBOLA, Cecilia y WÜRGLER, Andreas (a cura di / hrsg.von): Ballare
col nemico? Reazioni all’espansione francese in Europa tra entusiasmo e
resistenza (1792-1815) / Mit dem Feind tanzen? Reaktionen auf die
französische Expansion in Europa zwischen Begeisterung un Protest (17921815), por Lluís Roura i Aulinas ................................................................................
MARTÍNEZ GALLEGO, Francesc-Andreu: Esperit d’associació: cooperativisme
i mutualisme laics al País Valencià, 1834-1936, por Marc Baldó Lacomba ..
FAES DÍAZ, Enrique: Claudio López Bru, Marqués de Comillas, por Elena
Hernández Sandoica .........................................................................................................
MENÉNDEZ ROBLES, María Luisa: El marqués de la Vega-Inclán y los
orígenes del turismo en España, y SUÁREZ BOTAS, Gracia, Hoteles de viajeros
en Asturias, por Octavio Ruiz-Manjón .....................................................................
ROSENBERG, Danielle: La España Contemporánea y la cuestión judía, por
Isidro González ...................................................................................................................
ACOSTA RAMÍREZ, Francisco, CRUZ ARTACHO, Salvador Manuel y
GONZÁLEZ DE MOLINA, Manuel: Socialismo y democracia en el campo
(1880-1930). Los orígenes de la FNTT, por Fernando Sánchez Marroyo ..
GRANJA, José Luis de la y PABLO, Santiago de (dirs.): Gerra Zibilak Euskadin izan zuen bilakaerari buruzko iturri dokumentalen eta bibliografikoen
gida (1936-1939) / Guía de fuentes documentales y bibliográficas sobre la Guerra Civil en País Vasco (1936-1939), por Cruz Rubio ..........................................
RODRIGO, Javier: Hasta la raíz. Violencia durante la guerra civil y la dictadura franquista, por Marc Baldó Lacomba ..........................................................
MINNEN, Cornelis A. van y HILTON, Sylvia L. (eds.): Political Repression
in U.S. History, por Aurora Bosch ..............................................................................
535-539
539-541
541-544
544-547
547-551
551-557
557-560
561-565
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570-572
573-578
579-581
581-585
585-591
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 309-312, ISSN: 0018-2141
MONOGRÁFICO
LA DEFINICIÓN DE LA IDENTIDAD URBANA.
VOCABULARIO POLÍTICO Y GRUPOS
SOCIALES EN CASTILLA Y ARAGÓN
EN LA BAJA EDAD MEDIA
Coordinador:
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 315-324, ISSN: 0018-2141
INTRODUCCIÓN. LENGUAJE Y DISCURSO: PERCEPCIONES IDENTITARIAS Y
CONSTRUCCIONES DE IDENTIDAD*
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
Universidad de Castilla-La Mancha
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.
José Ortega y Gasset1.
[…] unless the question about identity has an answer, we cannot answer certain important questions
(questions about such matters as survival, memory and responsibility).
Derek Parfit2.
Ortega y Gasset nos ha proporcionado una de las más afortunadas síntesis
de la noción «identidad»: «yo soy yo y mi circunstancia»; una proposición que
conecta los mundos de lo individual-personal y lo social, de la estructura y la
coyuntura, del recuerdo-memoria-historia y las experiencias de presente, del
«yo» y el «otro», de lo afectivo y lo material, etcétera, porque la circunstancia
orteguiana representa cuanto rodea al proceso de formación del ser humano, a
su «ser» y su «estar». Así, la identidad es un concepto que combina el mundo
personal o íntimo con el espacio colectivo de las formas culturales y las relaciones sociales3. Desde esta perspectiva esencialista y totalizadora, sin identidad
————
* Este número monográfico se enmarca en el proyecto de investigación «Fundamentos de
identidad política: la construcción de identidades políticas urbanas en la Península Ibérica en el
tránsito a la modernidad», concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2009-08946),
que dirige la Dra. Yolanda Guerrero Navarrete (Universidad Autónoma de Madrid).
1 ORTEGA Y GASSET, J., Meditaciones del Quijote, edición de J. MARÍAS, Madrid, Cátedra, 2007
(1914), pág. 77.
2 PARFIT, D., «Personal Identity», en PERRY, J. (ed.), Personal Identity, Berkeley, University of
California Press, 1975, págs. 199-223.
3 CHEBEL, M., La formation de l’identité politique, París, Presses Universitaires de France, 1986,
págs. 18-19; y HOLLAND, D., LACHICOTTE JR., W., SKINNER, D. y CAIN, C., Identity and Agency in
Cultural Worlds, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1998, págs. 4-5.
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
316
no hay ser humano o, mejor dicho, no hay ser humano sin identidad. Un ser
humano que necesariamente se hace presente en forma plural (seres humanos),
pues la identidad es el resultado de una relación dialéctica entre sujetos: entre
lo «mismo» y lo «otro», entre lo «similar» y lo «diferente», en la medida en que
la identidad constituye un
système dynamique de sentiments axiologiques et de représentations par lesquels l’acteur social, individuel ou collectif, oriente ses conduites, organise se projets, construit son histoire, cherche à résoudre les contradictions et à dépasser les
conflits, en fonction de déterminations diverses liées à ses conditions de vie, aux
rapports de pouvoir dans lesquels il se trouve impliqué, en relations constantes avec
d’autres acteurs sociaux sans lesquels il ne peut ni se définir ni se re(connaître)4.
De este modo, la circunstancia orteguiana proporciona el marco de actuación para la función relacional que se halla en la base de los procesos de construcción de la identidad. Una función relacional que es, asimismo, plural. Pierre Tap, en la cita anterior, nos pone sobre la pista de ese carácter múltiple al
referirse a las «representaciones», «proyectos», «contradicciones», «conflictos»,
«relaciones de poder» y, sobre todo, «relaciones» entre actores. La identidad no
es el resultado de un simple «enfrentamiento» entre el «yo» y el «otro» sino el
producto de una multiplicidad de «enfrentamientos» que constituyen el «posicionamiento» del actor social en los diversos ámbitos del sistema social en el
que se desenvuelve; la identidad es el producto de muchas otras identidades,
elaboradas mediante posiciones, prácticas y discursos diferentes, muchas veces
entrecruzados e incluso antagónicos5. Y, en la medida en que la identidad es
una estrategia (no sólo la recepción pasiva de la «circunstancia» sino el posicionamiento consciente y pensado en el espacio social, y la manipulación de ese
espacio y de la propia identidad que se genera en ese contexto), los elementos
múltiples de la identidad permiten jugar con (presentar) una u otra identidad
en función de la audiencia («otros») y objetivos perseguidos6.
————
4 TAP, P., «Introduction», en TAP, P. (dir.), Identités collectives et changements sociaux, Colloque
International, Production et affirmation de l’identité, Toulouse, Septembre-1979, Toulouse, Privat, 1980,
págs. 11-15.
5 HALL, S., «Who Needs Identity», en HALL, S. y DU GAY, P. (eds.), Questions of Cultural Identity,
Londres, Sage, 1996, págs. 1-17. Sobre estos múltiples posicionamientos, véase BLAU, P. y SCHWARTZ,
J.E., Crosscutting Social Circles. Testing a Macrostructural Theory of Intergroup Relations, Orlando, Transaction
Publishers, 1984; y JARA FUENTE, J.A., «Attributing Social Fields and Satisfying Social Expectations: the
Urban System as a Circuit of Power Structuring Relations (Castile in the Fifteenth-Century)», en ASENJO
GONZÁLEZ, M. (ed.), Oligarchy and Patronage in Late Medieval Spanish Urban Society, Turnhout, Brepols,
2009, págs. 91-115. Abundando en ese carácter relacional-posicional, véase ARFUCH, L., «Problemáticas
de la identidad», en ARFUCH, L. (comp.), Identidades, sujetos y subjetividades, Buenos Aires, Prometeo
Libros, 2002, págs. 19-41, esp. 29.
6 FULDA, V., Space, Civic Pride, Citizenship and Identity in 1890s Portsmouth, tesis microfilmada,
Portsmouth, University of Portsmouth, 2006, pág. 6. Sobre el carácter estratégico de las relaciones
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 315-324, ISSN: 0018-2141
INTRODUCCIÓN. LENGUAJE Y DISCURSO: PERCEPCIONES IDENTITARIAS Y CONSTRUCCIONES DE IDENTIDAD
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Este carácter plural alcanza también al individuo en sociedad, es decir, al
individuo en cuanto que formando parte de un grupo, de una colectividad
(formalmente organizada o no). De hecho, el mismo origen medieval de la noción «identidad» remite a la caracterización de grupos sociales en cualquiera de
sus dos formas latinas: idemptitas o identitas. Tanto su referente idem, «lo mismo», como identidem, «una y otra vez», implican no unicidad sino los diversos
elementos que un grupo tiene en común (el latín reserva el término ipseitas
para referirse a esa unicidad personal)7.
Circunstancia, carácter relacional, multiplicidad de identidades, individuo y
grupo: la noción «identidad» se halla dotada de distintos niveles de significado.
Unos significados que se explicitan en el marco de la interacción social y que
facilitan la comunicación entre los procesos de formación de grupos (e identidades) sociales y las identidades individuales8.
En este contexto, «identidad social» o «identidad psicológica» e «identidad
política» constituyen los dos grandes ámbitos de análisis alrededor del universo
identitario. Si los estudios de «identidad social» se centran en el examen de lo
que podríamos calificar de identidades individuales en sí y en relación, los estudios de «identidad política» atienden necesariamente a un ámbito específico de la
socialización: la dominación y el posicionamiento (social, económico, político,
etcétera) ante la dominación; en todo caso, un posicionamiento que puede resultar más o menos consciente. Así, los estudios de identidad política localizan los
juegos de identidad social en el marco de las relaciones (de naturaleza y escala
diversa) de dominación que vinculan a los miembros de cada sistema social.
Teniendo esto presente, sorprende constatar hasta qué punto la disciplina
histórica ha sido uno de los últimos convidados a este banquete analítico. En
este sentido, el primer problema al que nos enfrentamos cuando abordamos la
noción «identidad» es, precisamente, el de la posibilidad/imposibilidad (mayor
o menor dificultad) de que distintas disciplinas converjan no ya en una definición cuyo alcance y uso resulte útil a todos sino en unos rasgos básicos, elementales, que faciliten la construcción de una noción que a todos aproveche. Como
señala Jacobson-Widding:
When scholars in several disciplines are discussing ‘identity’, it sometimes
seems as if they are talking about entirely different concepts. Some may refer to
ethnic stereotypes, others to social commonality, personal integrity, temporal
continuity, cultural heritage, and so on. Nevertheless, anthropologists, linguists,
————
de identidad, vid. CROZIER, M. y FRIEDBERG, E., L’acteur et le système. Les contraintes de l’action
collective, Lonrai, Éditions du Seuil, 1981 (1977), págs. 211-212.
7 GROEBNER, V., Who are You?: Identification, Deception, and Surveillance in Early Modern
Europe, Nueva York, Zone Books, 2007, págs. 25-26.
8 FRAZER, W.O., «Introduction: Identities in Early Medieval Britain», en FRAZER, W.O. y
TYRREL, A. (eds.), Social Identity in Early Medieval Britain, Londres-Nueva York, Leicester
University Press, 2000, págs. 1-22.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 315-324, ISSN: 0018-2141
318
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
psychologists, and sociologists continue their hunt for this ‘elephant’ called ‘identity’, just as they do for the ‘snowman of ethnicity’9.
Del anterior texto destacan, especialmente, tres cuestiones. En primer lugar, la identificación del ámbito de lo identitario. Una identificación que se
construye aquí, limitadamente, sobre la base de bloques o espectros amplios de
producción de identidad: «estereotipos étnicos, otros rasgos sociales comunes,
integridad personal, continuidad temporal, herencia cultural, etcétera». En
segundo lugar, la identificación de las disciplinas interesadas en el análisis y
construcción de una noción de identidad que resulte plenamente operativa. La
autora incorpora a una amplia variedad de disciplinas vinculadas a este objeto
analítico, como son la antropología, lingüística, psicología y sociología. En tercer lugar, y claramente vinculada a lo anterior, destaca también la ausencia, en
ese conjunto de disciplinas, de una de las ciencias que mayor implicación deberían tener en este tipo de análisis: la historia.
Esta ausencia de la historia del panel de disciplinas ligadas al análisis de lo
identitario encuentra su explicación en varias razones. De un lado, en la falta
de un diálogo continuado y fructífero entre dichas disciplinas y la historia, lo
que ha conducido a que aquéllas identifiquen reductos de análisis privativo
frente a los espacios propios de proyección del oficio de historiador (no en vano,
en el ejemplo que nos ocupa, la autora es antropóloga). Como, en parecidos
términos, se expresa Malek Chebel al afirmar que «le problème de l’identité est
aussi un problème de terminologie»; un problema del que, según aquél, se
ocupan disciplinas de muy diversa procedencia científica, como la psicología,
sociología, psico-sociología, sociología del liderazgo, dinámica de grupos, pedagogía, psiquiatría, ciencias morales o filosofía, «et pour finir le discours idéologique avec ses composantes, à savoir l’histoire, le militantisme et la rhétorique révolutionnaire»10. Para Chebel, la historia queda al margen de este tipo de
análisis, suponiendo, más bien, prácticamente un elemento constitutivo de la
identidad más que un instrumento de investigación de la misma. De otro lado,
esa ausencia se explica también por la escasa atención que la historia ha prestado no a la identidad pero sí a las construcciones teóricas vinculadas a ella, único
camino que podría abrir el diálogo con esas otras disciplinas.
En esto último incide, asimismo, la falta de rigor que, en muchas ocasiones,
se acusa en trabajos presuntamente dedicados a este tipo de enfoques analíticos
(y no sólo en el ámbito de la historia). Es el problema que suponen las modas,
que traen y llevan nociones, metodologías o modelos teóricos de actualidad y a
cuya llamada todos desean responder sin plantearse ir más allá de la simple
————
9 JACOBSON-WIDDING, A., «Introduction», en JACOBSON-WIDDING, A. (ed.), Identity:
Personal and Socio-Cultural, Simposio celebrado en la Universidad de Upsala en agosto de 1982,
Upsala, Universidad de Upsala, 1983, págs. 13-32.
10 CHEBEL, M., La formation de l’identité politique, París, Presses Universitaires de France, 1986,
págs. 18-19.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 315-324, ISSN: 0018-2141
INTRODUCCIÓN. LENGUAJE Y DISCURSO: PERCEPCIONES IDENTITARIAS Y CONSTRUCCIONES DE IDENTIDAD
319
imagen «etiquetadora». Buena prueba de ello se encuentra en el incremento
más que exponencial experimentado por la producción científica (en general,
no sólo en el ámbito de la historia) vinculada a la noción «identidad», tal y como refleja el siguiente gráfico. A través de una sencilla búsqueda bibliográfica
en tres grandes bibliotecas (una, especializada, la del CSIC, y dos nacionales, la
Biblioteca Nacional de Madrid y la British Library de Londres), considerando
las publicaciones vinculadas a todos los campos de conocimiento representados
por las ciencias humanas y sociales, y bajo el epígrafe «identidad», se comprueba cómo el despegue decidido de estos estudios se produce en la década de los
noventa y cómo entre 2000 y 2009 este enfoque ha experimentado un salto de
tal magnitud que representa, él solo, un porcentaje mayor en la producción de
estas investigaciones que toda la producción científica del siglo XX.
Ese problema de definición y convergencia de disciplinas se explica, en cierta medida, por los significados que acoge el significante «identidad». Como ya
hemos tenido ocasión de señalar con anterioridad, el problema se encuentra en
que el concepto «identidad» tiene, básicamente, dos tipos de significado: «similitud» y «diferencia».
En un nivel superficial de análisis, «diferencia/distinción» se tiende a relacionar con la identidad individual, mientras que la «similitud» se vincula a un cierto
sentido de comunidad. Sin embargo, la misma «diferencia/distinción» puede apliHispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 315-324, ISSN: 0018-2141
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
320
carse a las relaciones intra-grupales. Por otra parte, para algunos autores, en sentido estricto solo existe la identidad personal, una especie de identidad sociocultural. Según estos, en el caso de las llamadas «identidades colectivas» en realidad nos hallaríamos en presencia bien de un fuerte sentido personal de pertenencia a un colectivo, bien de una expresión metafórica referida a sujetos determinados como las naciones, regiones, ciudades, grupos étnicos y otros tipos de grupos.
Es así que definir la noción «identidad» en un marco de análisis social (no
individual: filosófico o religioso)11 no es, pues, sencillo. Se enfrentan distintas
escuelas y consideraciones de lo que «identidad» es o debe ser:
1. La construcción «personal e improvisada» de la identidad: La gente le dice a
otras personas quién es y, aún más importante, se lo dice a sí misma y
trata de actuar del modo en que dice ser. Estas auto-comprensiones
(afirmaciones), especialmente aquellas con una gran fuerza emocional
para el emisor, son lo que denominamos identidades. Este proceso de
construcción de identidades sugiere que aquellas se elaboran de un modo
improvisado, en el curso de una actividad en el marco de situaciones sociales y a partir de los recursos culturales disponibles12. De este marco de
análisis se desgajan, a su vez, dos corrientes fundamentales de pensamiento, que podríamos denominar bajo las rúbricas:
a. Autoconciencia individual: Según H. Tajfel, la identidad social se define como la parte de la autoconciencia individual que deriva del
conocimiento que el individuo tiene de su pertenencia a un grupo
social o grupos sociales, junto con el valor y significado emocional
que acompaña a esa pertenencia13.
b. Sumatorio de identificaciones: Para J.C. Turner y H. Gilles, la identidad social es la suma total de identificaciones sociales de un individuo, siendo aquellas la representación de categorizaciones sociales específicas, interiorizadas para convertirse en un componente
cognitivo de la autoconciencia14.
————
11 Algunos buenos ejemplos de estos otros tipos de enfoque se encuentran en TAYLOR, Ch., Sources of the Self: the Making of the Modern Identity, Cambridge (Mass.), Harvard University Press, 1989;
BACKUS, I.D., Historical Method and Confessional Identity in the Era of the Reformation, 1378-1615,
Leiden-Boston, Brill, 2003; BEDOS-REZAK, B.M. e IOGNA-PRAT, D. (dirs.), L’individu au Moyen Âge.
Individuation et individualisation avant la modernité, Aubier, Éditions Flammarion, 2005; LITTLE, K.C.,
Confession and Resistance. Defining the Self in Late Medieval England, Notre Dame (Indiana), University of
Notre Dame Press, 2006; MARTIN, R. y BARRESI, J., The Rise and Fall of Soul and Self. An Intellectual
History of Personal Identity, Nueva York, Columbia University Press, 2006; y BENWELL, B. y STOKOE,
E., Discourse and Identity, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2006.
12 HOLLAND et al., Identity and Agency, págs. 3-4.
13 WEINREICH, P., «Psychodynamics of Personal and Social Identity», en JACOBSONWIDDING, Identity: Personal and Socio-Cultural, págs. 159-185.
14 Ibidem, págs. 159-185.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 315-324, ISSN: 0018-2141
INTRODUCCIÓN. LENGUAJE Y DISCURSO: PERCEPCIONES IDENTITARIAS Y CONSTRUCCIONES DE IDENTIDAD
321
2. El proceso identitario: Siguiendo a Stuart Hall, se propone un uso del término
que acentúe la otra faceta de aquel, es decir, la «diferencia» y el «proceso»
más que la «configuración» (supuestamente natural o fundacional). La identidad sería entonces no un conjunto de cualidades predeterminadas (raza,
color, sexo, clase, cultura, nacionalidad, etcétera) sino una construcción
nunca acabada, abierta a la temporalidad, la contingencia, una posicionalidad relacional solo temporalmente fijada en el juego de las diferencias15.
Es esta última formulación procesal la que va a retener nuestra atención aquí
y en los trabajos que siguen a esta presentación (aunque ello no debe suponer
dejar a un lado los otros planteamientos pues ninguno renuncia al carácter dinámico de la noción identitaria —aunque el énfasis de la visión «procesal» es significativo— y, además, el examen de las conductas individuales y colectivas en marcos de acción política identitaria requiere igualmente de ese tipo de
aproximaciones, basadas en la capacidad de percibir y auto-percibir y de definir
las categorías, posiciones y relaciones sociales y, en última instancia, la caracterización identitaria del individuo, los colectivos y agencias de acción política). En
este sentido, el constructivismo social sostiene que cuando establecemos un diálogo, no solo transmitimos mensajes sino que también hacemos afirmaciones sobre
quiénes somos, en relación con el otro, y sobre la naturaleza de nuestra relación.
Es así que conviene tener presente que los discursos y categorías dominantes en
una sociedad son inscritos sobre la gente, tanto de modo interpersonal como
institucional, y también dentro de ella. Así, los «yo» son construidos socialmente a través de la mediación de discursos poderosos y de sus artefactos (por
ejemplo: impresos fiscales, categorías censales, currículos, etcétera)16.
De esta manera y como señalan los antropólogos, el proceso de la identidad
viene marcado por la interacción social, por un íntimo y continuo intercambio
entre el agente y la cultura que le rodea (algo que se puede comprobar en cuestiones tan aparentemente triviales como la adopción de gustos en la decoración, modos de andar o posturas en el dormir y su socialización)17.
De este modo, si algo debe quedar meridianamente claro es que la identidad se construye en el discurso y no fuera de él (en algún universo de propiedades ya dadas). Por ello, para Stuart Hall, la pregunta clave no reside en un
cómo somos o de dónde venimos, sino en el cómo usamos los recursos del lenguaje, la historia y la cultura en el proceso del «devenir» más que del «ser»,
cómo nos representamos, somos representados o podríamos representarnos18.
————
ARFUCH, «Problemáticas de la identidad», pág. 21.
HOLLAND et al., Identity and Agency, pág. 26.
17 DOUGLAS, M., «How Identity Problems Disappear», en JACOBSON-WIDDING, Identity:
Personal and Socio-Cultural, págs. 35-46.
18 Sobre este tipo de representaciones, símbolos y prácticas, conviene tener presente el
conjunto de trabajos que Pierre Bourdieu agrupa en Langage et pouvoir symbolique, París, Éditions du
Seuil, 2001 (puesta al día de Ce que parler veut dire, París, Fayard, 1982).
15
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Se pone, así, de manifiesto el carácter relacional (dialéctico) del proceso de
construcción identitaria. Un proceso que, en tanto que relacional, supone un
otro que no es «lo mismo» y a partir del cual el «yo» puede afirmar su diferencia. En relación con esto, debe tenerse siempre presente que las identidades no
son un sumatorio de atributos diferenciales y permanentes sino una posicionalidad relacional, confluencia de discursos donde se actualizan diversas posiciones del sujeto no susceptibles de ser fijadas más que temporalmente ni reducibles a unos pocos significantes clave.
Este rasgo de la posicionalidad y el referente procesal relacional que lo gobierna en el marco de un proceso dialéctico de construcción de la identidad
ponen de manifiesto y explican un elemento sustancial que afecta a todo el
proceso, a saber, la dimensión conflictiva de toda identidad, su carácter no dado ni gratuito (en el sentido de una mera coexistencia con otras identidades). El
componente de la temporalidad aparece así doblemente jerarquizado: como
apertura constante a nuevas articulaciones —iterabilidad—, y como remisión a
una historicidad; poniendo, al tiempo, de manifiesto «la lucha simbólica que
entraña toda afirmación identitaria»19.
De esta manera, cabe afirmar que la estructura elemental de una identidad
social objetiva puede representarse mediante un mínimo corpus de características sociales que son compartidas por todos los miembros de la sociedad. Así, de
modo simétrico y complementario al conjunto «identidad personal» opera el de
la «alter-identidad»20.
Finalmente, debe tenerse presente que el establecimiento de una posición
social (a partir de la interacción social y de las identidades posicionales) implica
lucha, muchas veces muda o no reconocida, pero cuyos efectos permanecen en
la persona y la historia social. En distintos grados, esto viene representado por
el concepto de «violencia simbólica», desarrollado por Bourdieu21.
En cualquier caso, ¿cómo afecta este enfoque analítico a los estudios más
propiamente históricos? Quizás lo primero que cabe afirmar es la práctica ausencia de diferencias entre unas y otras ciencias sociales, a salvo de las especificidades propias de los estudios de campo y el elemento de significación que
introducen en la historia las cuestiones de escala. Esta, la escala, en gran medida determina el enfoque analítico y aun los resultados científicos esperables.
Como señala Gumperz (un sociólogo, por cierto), en comunidades de tipo
pequeño, o en el marco de grupos estables e internamente bien comunicados,
en los que una misma cultura es compartida, el conocimiento de su trasfondo
social rara vez presenta problemas. No sucede así con comunidades amplias
(como las actuales), donde aquel debe buscarse o inferirse del curso de la inter————
ARFUCH, «Problemáticas de la identidad», págs. 12, 22, 28-29 y 31-32.
ZAVALLONI, M., «Ego-ecology: The Study of the Interaction between Social and Personal
Identities», en JACOBSON-WIDDING, Identity: Personal and Socio-Cultural, págs. 205-231.
21 HOLLAND et al., Identity and Agency, pág. 144.
19
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323
acción social misma. Para ello existen lo que denomina «canales de señalización», mecanismos de identificación/definición del «yo» y «otro/s» como son los
nombres propios, ropa, posturas, gestos y expresión facial; aunque, reconoce, el
más importante de estos instrumentos es el lenguaje, tanto en su contenido
como en las rutinas discursivas que le subyacen22.
El objeto de las propuestas que siguen es, precisamente, identificar esos canales, analizar las fórmulas discursivas utilizadas por los agentes sociales en sus
interacciones identitarias y significar y definir las formas políticas de relación a
las que se contraen las identidades (políticas) consideradas en cada caso. Para
ilustrar las posibilidades que proporciona este tipo de análisis al historiador, se
ha escogido un modelo «reducido» de comunidad, la urbana en la Baja Edad
Media. Una comunidad urbana que se entiende siempre en sentido político es
decir, la ciudad y los agentes sociales que, individual y colectivamente (formal
o informalmente organizados), interactúan en el espacio urbano de poder,
abriendo así el examen de estas cuestiones a la consideración de otras fuerzas
«políticas» no esencialmente urbanas, como el campesinado, la nobleza o la
monarquía. Asimismo, se ha procurado proporcionar una imagen lo más diversa (completa) posible de estos fenómenos, tanto en lo que al análisis de las concretas relaciones políticas y agentes sociales se refiere, como al de la geografía
política urbana considerada, incorporándose por ello a un mismo marco de
análisis los ámbitos urbanos castellano y aragonés.
Así, en el primero de los trabajos que integran este monográfico, José María Monsalvo Antón se detiene con detalle exquisito en uno de sus temas preferidos, la construcción político-identitaria del colectivo pechero (aquí de Ávila y
Salamanca), levantada sobre la base de las formulaciones discursivas representativas de valores socio-políticos propiamente pecheros, expresadas en su oposición a prácticas y valores socio-políticos privilegiados.
Por su parte, Hipólito Rafael Oliva Herrer, en la segunda contribución,
propone el examen del proceso de construcción de identidades políticas comunitarias urbanas a partir del análisis de los ejes de vertebración política que
ponen en relación a los diferentes agentes sociales de la Corona de Castilla y
muy especialmente el rey, la nobleza y las comunidades urbanas.
La tercera de las presentaciones, que corresponde a este autor, enfrenta el
examen de estas cuestiones de identidad a partir del análisis de la noción
«campo de juego» y de las «reglas» que la integran. Un campo de juego que
define el espacio y los procedimientos de vinculación, de relación que afectan a
los agentes sociales y especialmente a las organizaciones en las que se integran.
Los individuos/comunidades se definen, así, no solo por el modo en el que se
posicionan en ese campo de juego político-relacional sino por el uso/abuso que
hacen de las reglas del juego.
————
22 GUMPERZ, J.J., «Communication and Social Identity», en JACOBSON-WIDDING, Identity:
Personal and Socio-Cultural, págs. 111-122.
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JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
Pere Verdés Pijuan es responsable del cuarto trabajo y también de un cambio de enfoque por demás interesante: las relaciones políticas inter comunitarias se abren a un espacio de análisis y debate extraordinariamente enriquecedor: la fiscalidad o, más exactamente, la política fiscal y financiera. Es en las
construcciones discursivas que surgen alrededor de dichos problemas que este
autor encuentra los «canales» que le permiten inferir la existencia de unas específicas identidades urbanas.
Finalmente, pero no menos fascinante, la aportación del profesor Juan Antonio Barrio Barrio reconduce esta encuesta de identidad a un ámbito querido por
un sector de la historiografía, los trabajos de frontera que, aquí, vienen a ilustrar
los procesos de construcción de discursos sobre los «yos» (el «yo» que se es y el
«yo» al que se quiere incorporar, sin pérdida del primero) y los «otros», los que
están «enfrente», el «contrario» o «enemigo», en terminología de Schmitt23.
En última instancia, el objetivo que abordan los estudios que integran este
monográfico se dirige, en primer lugar, a la identificación de las fórmulas discursivas utilizadas en cada contexto relacional; en segundo lugar, al examen,
siquiera sea enunciativo, de las «gramáticas» discursivas y políticas puestas de
manifiesto en dichos productos ideológicos24 y, en tercer lugar, a la definición
de las comunidades objeto de identificación e identidad.
Recibido: 25-06-2010.
Aceptado: 29-10-2010.
————
23 SCHMITT, C., The Concept of the Political + The Age of Neutralizations and Depolitizations,
Chicago, The University of Chicago Press, 2007 [1932 y 1929, respectivamente].
24 Gramáticas en el sentido utilizado en BAUMANN, G. y GINGRICH, A., Grammars of
identity/alterity: a structural approach, Nueva York-Oxford, Berghahn Books, 2006.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 315-324, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 325-362, ISSN: 0018-2141
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABU*
LENSES Y SALMANTINOS (SS. XIII-XV)
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
Universidad de Salamanca
RESUMEN:
El presente trabajo sostiene que los pecheros de los concejos del sur del Duero generaron un discurso y unos valores específicos contrapuestos a los de los caballeros urbanos. En concreto se estudian los concejos de Salamanca, Alba de Tormes, Ávila y
Ciudad Rodrigo. Para que este discurso propio pudiese cristalizar fueron condiciones necesarias la acusada y temprana estratificación estamental, una amplia extensión de los pecheros rurales y un fuerte protagonismo de sus representantes. Estos pudieron ser portavoces de amplias capas de población organizada y fueron capaces de
elaborar ideas y programas congruentes. Se analizan en el estudio los principales
ejes del ideario de los pecheros en relación con la sociedad concejil, el mundo rural,
la justicia y el uso de la violencia.
PALABRAS CLAVE:
Salamanca. Alba de Tormes. Ávila. Ciudad Rodrigo.
Pecheros. Concejos. Valores estamentales. Cultura
política. Baja Edad Media.
SOCIO-POLITICAL IDEAS AND STATUS GROUP VALUES OF THE PECHEROS OF AVILA AND
SALAMANCA (13TH TO 15TH CENTURIES)
ABSTRACT:
This paper sustains that the pecheros (serfs) living in the boroughs south of the
Duero River generated a discourse and certain specific values contrary to those of
the urban gentry. In particular, the boroughs of Salamanca, Alba de Tormes,
Avila and Ciudad Rodrigo are studied. For this discourse to be able to take shape,
the necessary conditions were the early and acute social stratification, an extensive
area of rural commoners and the strong leadership of the pecheros’ representatives.
————
José María Monsalvo Antón es miembro del Departamento de Historia Medieval, Moderna y
Contemporánea, Facultad de Geografía e Historia, Universidad de Salamanca. Dirección para
correspondencia: Cervantes s/n, 37002-Salamanca. Correo electrónico: monsalvo@usal.es.
∗ El trabajo está directamente relacionado con el proyecto de investigación ministerial que
dirijo, titulado «Culturas urbanas y percepciones sociales en los concejos castellanos medievales»,
HAR2010-14826.
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
326
They were able to speak for broad strata of the organized population and to devise
coherent ideas and programs. The main points of their ideas are analyzed here in
relation to urban society, the rural milieu, justice and the use of violence.
KEY WORDS:
Salamanca. Alba de Tormes. Ávila. Ciudad Rodrigo.
Pecheros. Boroughs. Status group values. Political
culture. Late Middle Ages.
¿Elaboraron los miembros del «común» concejil un discurso social y político
propio? Un discurso, por decirlo de algún modo, identificable y distinto respecto
de otros valores y categorías de pensamiento que circularon en las ciudades y
villas medievales. Por otra parte, con los datos y con los instrumentos heurísticos
disponibles, ¿es posible captar de forma fiable este pensamiento, si queremos
llamarlo así, o hemos de conformarnos con la imagen indirecta y distorsionada
que proporciona la información que ha llegado a nosotros? Y, finalmente, ¿cuáles
serían los contenidos o el sentido, si lo tenía, de ese discurso de los pecheros?
Dejaremos para otra ocasión una explicación de los posibles mecanismos de formación. En este sentido, a mi juicio, lo que yo llamaría valores estamentales remiten a una combinación de aprendizaje social, memoria y conflicto. Aquí trataremos ahora de concretar el cuadro de esos valores y su contexto histórico.
Incluso limitando la cuestión a los interrogantes planteados, parece que el
objetivo es muy amplio. Lo es, pero contamos para poder llevarlo a cabo en poco
espacio con dos ventajas. Una de ellas es la licencia tácita para omitir referencias
concretas de una justificación general del tema, ya que este artículo queda inserto en un dossier monográfico sobre «identidad urbana y grupos sociales». A dicho dossier me remito para la contextualización intelectual conjunta y de ahí la
deliberada elipsis de estas páginas respecto de los fundamentos teóricos y conceptuales de tipo general. Pero, por otra parte, esta aportación puede acogerse a
la brevedad exigida ya que se apoya en fuentes1 y datos que en parte es obligado
aportar, y así lo hacemos cuando es preciso, pero también se apoya en numerosos
————
1 Una parte de la documentación utilizada se halla en los Archivos Municipales. En parte es
inédita y en parte ha sido publicada. En el caso del Archivo Municipal de Salamanca (AMS), sus
fondos medievales, inéditos, no son excesivamente interesantes. En el caso de Ciudad Rodrigo, la
documentación municipal ha sido publicada, hasta 1442, en BARRIOS, A., MONSALVO, J.M.ª, SER,
G. del (eds.), Documentación medieval del Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo, Salamanca, Diputación,
1988 (=DMCiudad Rodrigo). El resto permanece inédita en el AMCR y es muy útil y amplia para el
objetivo que nos planteamos. Por supuesto, para una y otra ciudad, la documentación del RGS y
otros fondos de AGS, inéditos pero relativamente catalogados, son de interés. De Alba de Tormes se
hallan publicados todos los fondos municipales hasta 1400 y una selección de los del XV: BARRIOS,
A., MARTÍN EXPÓSITO, A., SER, G. del (eds.), Documentación medieval del Archivo Municipal de Alba de
Tormes (ss. XIII-XIV), Salamanca, Diputación, 1982 (=DMAlba (XIII-XIV); MONSALVO, J.M.ª
(ed.), Documentación histórica del Archivo Municipal de Alba de Tormes (siglo XV), Salamanca,
Diputación, 1988 (=DMAlba (XV). Pero la mayor parte, sobre todo los ricos Libros de Acuerdos
del Concejo, son inéditos (AMAT, LAC), si bien han sido
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABULENSES Y SALMANTINOS...
327
trabajos previos, capaces de aligerar el peso específico de la carga de las demostraciones concretas y vías empíricas que han conducido a ellas.
EL ESTAMENTO PECHERO COMO SUJETO
Las hipótesis y reflexiones se refieren a los pecheros —de algún modo también a sus interlocutores sociales, como punto de comparación— de cuatro
concejos del suroeste de Castilla y León, con sus respectivas «tierras» o alfoces
concejiles: Salamanca, Ciudad Rodrigo, Ávila y Alba de Tormes.
*
————
estudiados sistemáticamente en MONSALVO, J.M.ª, El sistema político concejil. El ejemplo del señorío
medieval de Alba de Tormes y su concejo de villa y tierra, Salamanca, Universidad, 1988. Ávila es la que
cuenta con mayor parte de la documentación publicada. Contamos con varios volúmenes de
documentación del Archivo Municipal, Documentación del Archivo Municipal de Ávila, I (ed. BARRIOS,
A., CASADO, B., LUIS LÓPEZ, C., SER, G. del) (1256-1474), II (ed. SOBRINO, T.) (1436- 1477), III
(ed. LUIS LÓPEZ, C.) (1478-1487), IV (CASADO, B.) (1488-1494), V (ed. SER, G. del) (1495-1497),
VI (ed. LÓPEZ VILLALBA, J.M.) (1498-1500), Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1988-1999, 6
vols. (=DAMAv). Asimismo, la documentación sobre los privilegios y pleitos medievales del Asocio
de Ciudad y Tierra, LUIS LÓPEZ, C., SER, G. del (eds.), Documentación medieval del Asocio de la
Extinguida Universidad y Tierra de Ávila, Ávila, 1990, 2 vols. (=Asocio). Además, las ordenanzas
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
328
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
Las tres ciudades y la villa abarcaban una superficie de aproximadamente
unos 12.000 kms2. Pero, ¿cuál era la amplitud demográfica y social de los pecheros? Sabemos que la ciudad de Ávila contaría en el siglo XV con unos
6.000 habitantes, de los que casi el 80% eran pecheros. La inmensa Tierra de
Ávila, con cerca de 300 lugares, estaba, sin duda, muy poblada, y habitada por
pecheros en un porcentaje muy superior al urbano2. En Ciudad Rodrigo los
pecheros de la ciudad a fines del siglo XV eran apenas un tercio de la población
de la urbe, que contaba con una mayoría de exentos. Sin embargo, la ciudad
representa menos del 20% del total de la jurisdicción, correspondiendo el 80%
a la Tierra, compuesta por pecheros rotundamente3. Para Alba y su Tierra, a
————
municipales, MONSALVO, J.M.ª (eds.), Ordenanzas medievales de Ávila y su Tierra, Ávila, Institución
Gran Duque de Alba, 1990, y documentación medieval de varias localidades de la actual provincia:
LUIS LÓPEZ, C. (ed.), Documentación medieval de los Archivos Municipales de La Adrada, Candeleda,
Higuera de las Dueñas y Sotillo de la Adrada, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1993; BARRIOS,
A., LUIS CORRAL, F., RIAÑO, E. (ed.), Documentación Medieval del Archivo Municipal de Mombeltrán,
Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1996; SER, G. del (ed.), Documentación medieval del Archivo
Municipal de San Bartolomé de Pinares (Ávila), Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1987 (=
DMSBP); SER, G. del (ed.) Documentación medieval en Archivos Municipales Abulenses (Aldeavieja,
Avellaneda, Bonilla de la Sierra, Burgohondo, Hoyos del Espino, Madrigal de las Altas Torres,
Navarredonda de Gredos, Riofrío, Santa Cruz de Pinares y El Tiemblo), Ávila, Institución Gran Duque
de Alba, 1998 (=DocPueblos-Ávila, seguido del nombre del municipio en concreto). Incluso la
documentación del RGS correspondiente a la actual provincia se ha editado en varios volúmenes:
MARTÍN RODRÍGUEZ, J.L. (dir.); autores: MARTÍN RODRÍGUEZ, J.L., LUIS LÓPEZ, C., SOBRINO, T.,
SER, G. del, CASADO, B., CANALES, HERRÁEZ, J.M.ª, HERNÁNDEZ, J., CABAÑAS, Mª. D., MONSALVO,
J.M.ª, GARCÍA, J.J., Documentación medieval abulense en el RGS (Registro General del Sello), 1467-1499,
Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1995-1997, vols. I-XV de Fuentes Históricas Abulenses
(= RGS-Ávila, seguido del vol. de esa colección y del documento correspondiente).
2 Sobre la ciudad hay datos diversos. En el padrón que se hizo para estimar las «lanzas» que
debía aportar Ávila a la Hermandad en 1477 se decía que habría unos 2.000 vasallos, incluyendo
privilegiados. Esto se correspondía con 20 «lanzas». Pero la cantidad fue considerada desajustada a
la realidad, por lo que en septiembre de ese año un regidor acudió a la corte y «arguyó diziendo que
non serían tantos; e, puesto que fuesen, avía muchas quantías de personas, dueñas e donzellas e
cavalleros poderosos que non les podrían fazer contribuir en lo que avían de pagar en la dicha
Hermandad». Se llegó a un acuerdo para dejar la contribución de la ciudad en 15 «lanzas». Esto
equivaldría a 1.500 vasallos de la ciudad, si se computaba toda la población. Esto podría ser
equivalente, más o menos, a unos 6.000 habitantes, 29-9-1477, DAMAv, vol. II, doc. 230. Para
principios del XVI, Serafín de Tapia ha estimado en unos 6.500 habitantes la población del núcleo
urbano. Vid. TAPIA, S., «Las fuentes demográficas y el potencial humano de Ávila en el siglo XVI»,
Cuadernos Abulenses, 2 (1984), págs. 31-88 y «Los factores de la evolución demográfica de Ávila en el
siglo XVI», Cuadernos Abulenses, 5 (1986), págs. 113-200.
3 Hay referencias para Ciudad Rodrigo relativas a las proporciones entre ciudad y tierra a
partir de repartos fiscales o de «cáñamas», como datos de 1458-1459, AMCR, Acuerdos, I, entre
otros, así como un padrón de 1486, que estudió BERNAL ESTÉVEZ A., El concejo de Ciudad Rodrigo y
su tierra durante el siglo XV, Salamanca, Ed. Diputación, 1989, esp. págs. 235-241. Sabemos que de
las 800 cáñamas o unidades fiscales totales, 750 eran de la Tierra y solo 50 de la ciudad. En la
ciudad vivían los privilegiados, claro está. Cuando había derramas extraordinarias —por ejemplo,
para obras públicas— en las que debían pechar también «asý clérigos commo fidalgos e otras
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partir de datos fiscales de la primera mitad del siglo XV, estimamos que la
villa podría contar con unos 2.000 habitantes y la Tierra tendría unos 6.000
habitantes4. En Salamanca existen datos muy precisos de 1504, gracias a un
censo de ese año, para la ciudad y la Tierra5.
CUADRO I.A.: POBLACIÓN URBANA DE SALAMANCA, 1504
————
personas exentas», el número de cáñamas de la ciudad estaba fijado en 150 y no en las habituales 50
de los impuestos ordinarios. Esto demuestra que seguía siendo predominante la contribución y la
población de la Tierra, pero también que en la ciudad había dos tercios de exentos y uno de
pecheros natos. En 1486 habría, solo en la ciudad, unos 800 vecinos, algo avalado por otras
referencias, como cuando en 1494 los Reyes Católicos otorgaron un mercado franco a la ciudad. En
la carta mencionan el estímulo que tal mercado había ejercido sobre la población de la ciudad: «de
se hazer mercado venía abtilidad e provecho a la dicha çibdad e por ello hera más poblada porque la
poblaçión solía ser de quinientos veçinos e que agora avía más de mill; e que si se quitase el dicho
mercado que se tornaría a despoblar», AGS, RGS, fol. 117,18-4-1994. Podría, por tanto,
aventurarse una cifra de unos 3.500 habitantes en la ciudad, entendiendo la población intramuros y
los arrabales, que, por cierto, representaban respectivamente, en la fecha de 1486, el 91,8 y el 8,2
de la población urbana total. Datos ya de 1530-1534 —en GONZÁLEZ, T., Censo de Población de las
provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI, Madrid, 1829, vid. censo de 1534, fols.
101 y ss.— indican que el número de vecinos pecheros de la ciudad era de 1.000 —solo los
pecheros—, mientras que en la Tierra había 4.300 vecinos pecheros en los cinco «campos», sin
contar la población del Abadengo y los señoríos laicos del perímetro del alfoz.
4 MONSALVO, El sistema político concejil, pág. 69.
5 El censo fue dado a conocer, por separado, por MARTÍN MARTÍN, J.L., «Estructura
demográfica y profesional de Salamanca a finales de la Edad Media», Provincia de Salamanca, 1 (1982),
págs. 15-33, y por LÓPEZ BENITO, C.I. Esta última lo publica en Bandos nobiliarios en Salamanca al
iniciarse la Edad Moderna, Salamanca, CES, 1983, apéndice, págs. 191-210. No se especificaban en él
las proporciones entre estamentos, pero López Benito aplicó este dato —bien conocido para 1530— a
la situación, no demasiado distante, de 1504. Con algunas correcciones técnicas, creo que resultaría un
esquema de distribución como el que proponemos en el Cuadro I a y b.
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JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
La inclusión de la Tierra refuerza, obviamente, todavía más el predominio
pechero:
CUADRO I.B.: POBLACIÓN URBANA DE SALAMANCA, 1504
El dato es claro. Los pecheros constituían la mayor parte de la población,
mayoritaria en las capitales —salvo Ciudad Rodrigo, con gran número de exentos— y, desde luego rotundamente preponderante, del 80-90% o más, si se
tiene en cuenta el conjunto de villa y Tierra o ciudad y Tierra. Ahora bien, centrándonos en nuestro objetivo, la pregunta es si estos colectivos tan amplios
constituyeron el sujeto portador de un pensamiento social y político peculiar.
La delimitación de este sujeto resulta más compleja de lo que parecería a primera vista, por dos grandes factores.
El primero es que, para que se pudiera desarrollar una identidad de los pecheros, fue preciso que se dieran condiciones precisas que no eran universales
en todos los concejos de la corona de Castilla. A mi juicio, tales condiciones
remiten a la división estamental que se hizo explícita en los concejos de la zona
desde, cuando menos, mediados del siglo XIII. Privilegios regios de 1222,
1250, 1256, 1264, 1273, 1277, así como otros posteriores, al otorgar expresamente el gobierno a los caballeros urbanos, abrieron una brecha jurídica que
determinó las posibilidades de la acción social de cada grupo social6. Sin este
requisito7, así como por el hecho de que en la zona estudiada los concejos tuvie————
6 Asocio, docs. 8, 13, 14, 18; DAMAv, docs. 1, 2, 3; DMCiudad Rodrigo, docs. 3, 5, 6, 10, 11,
14, 15; DMAlba (XIII-XIV), docs. 13, 16, 29.
7 Que ciertamente no se daba en los concejos de otras regiones de la Corona, como Rioja, País
Vasco y Cornisa Cantábrica, o en ciudades como Burgos, Cuenca, entre otras. Remito a
concreciones y referencias sobre regímenes municipales en MONSALVO, J.Mª., «Gobierno municipal,
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sen amplios alfoces concejiles —esto tampoco se daba en otras partes de Castilla—, los pecheros, los de la Tierra particularmente, habrían sido un grupo
fiscal y también social sustantivo, pero no una vía formalizada de actuación
política, como sí lo fueron en la zona.
El segundo factor me parece tan importante como el de la citada estamentalización formal. Se trata del aspecto organizativo. Los pecheros fueron desarrollando a lo largo de los siglos XIII-XV una organización genuina, una oficialidad específica, con sentido reivindicativo, morfología asamblearia y representantes oficiales del colectivo: «sexmeros» y «procuradores», fundamentalmente8.
Ellos fueron los portavoces del estamento, y a través de ellos, distinguimos el
discurso pechero, pero el discurso de los pecheros, podríamos decir, visto «a
través de» estos representantes, del mismo modo que los caballeros elaboraron
su propio discurso grupal, pero, dentro de ellos, el de las elites de gobierno o
patricias tuvieron su particular acento.
Estamento concejil de referencia
Minoría conspicua / organización estructurada (dentro de cada estamento)
• Caballeros, escuderos e hidalgos
• Patriciado urbano
• Pecheros y urbanos o de las aldeas
• Organizaciones pecheras (sexmeros, procuradores, ayuntamientos)
Tenemos en cuenta, por tanto, las cuatro posibilidades de generar discursos
o mantener actitudes específicas. Este segundo acento, representado en las columnas de la derecha del pequeño esquema, supone detectar que dentro de los
estamentos se perfilaba un potente núcleo de especificidad, que implicaba acción, conciencia, voluntarismo y compromisos. Estamos lejos, pues, de sostener
que las ideas se anclaban solo en una espontánea emanación de los grupos sociales como tales, sino que también había otras voces propias: para los caballeros, sus minorías elitistas; y, para los pecheros, las organizaciones representativas convertidas en vanguardias políticas del estamento. No obstante, aquí
dejaré de lado los pequeños desajustes o énfasis entre los pecheros y sus representantes, en aras de definir mejor el ideario en su conjunto.
————
poderes urbanos y toma de decisiones en los concejos castellanos bajomedievales (consideraciones a
partir de concejos salmantinos y abulenses)», en MONSALVO, J.M., Las sociedades urbanas en la España
medieval, Pamplona, Ed. Gobierno de Navarra, 2003, págs. 409-488, esp. págs. 411-422.
8 Remito sobre esta estructura organizativa a MONSALVO, J.M.ª, «Ayuntados a concejo. Acerca del
componente comunitario en los poderes locales castellano-leoneses durante la Edad Media», en SABATÉ,
Flocel y FERRÉ, Joan (coord.), El poder a l'Edat Mitjana, Lleida, 2004, págs. 209-291, esp. las págs. 273287, que se centran en el caso abulense. Vid. también ASTARITA, C., Del Feudalismo al Capitalismo. Cambio
social y político en Castilla y Europa occidental, 1250-1520, Valencia, 2005, esp. págs. 113-144.
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JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
He escrito unas líneas arriba «voces». Pero hemos de preguntarnos si realmente no serían más bien «ecos», concretamente en nuestro caso en relación con el
«común». Es decir, ¿conocemos sus puntos de vista tal como los expresaron? Esta
cuestión remite inexorablemente a la hermenéutica de las fuentes. Y efectivamente
buena parte de la documentación procedente de las cancillerías regias, instancias
judiciales —en concreto, sentencias y otras partes de los procesos—, provisiones,
albalaes, cartas de comisión, ejecutorias, ordenanzas, etc., tanto del concejo como
de la monarquía y sus órganos centrales, apenas ofrece información que podemos
considerar indirecta. No es en absoluto irrelevante, pero es una limitación que, por
ejemplo, se traduce en el problema del léxico, de fórmulas comunes empleadas o
de rutinas diplomático-documentales de variada condición.
Pero tenemos la suerte de disponer además de documentación municipal o
judicial que sí refleja directamente opiniones de los protagonistas. Hay que
destacar sobre todo algunas piezas preciosas que han servido para conocer de
forma directa lo que pensaron y dijeron los grupos sociales, entre ellos, los pecheros. En Alba de Tormes existe una fuente excepcional, sus Libros de Acuerdos9. En Ciudad Rodrigo, el memorial de agravios presentado por los pecheros
de Ciudad Rodrigo al consistorio en 1455, con la ventaja además de que fue
respondido por sus antagonistas, es una magnífica muestra de las posibilidades
que ofrece el manejo de textos redactados por los mismos protagonistas10. Se
deslizan a través de la documentación materiales afines a este, sin ser tan sistemáticos. Además de documentación municipal de este tipo, los pleitos son
fundamentales. No tanto las alegaciones, diligencias de los procesos o las sentencias como tales, que se presentan envueltas en un formato rutinario y reglamentario, sino las probanzas y pesquisas de los pleitos. No es algo desconocido, por
supuesto11. Todos conocemos los riesgos y problemas de la documentación judi————
9 Especialmente, la serie de 17 legajos (otros 5 posteriores, entre 1458-1498 son menos ricos)
que abarcan sin falta alguna el período 1407-1439. Los escribanos en este período no se limitaron a
anotar los acuerdos en sí, sino que muy frecuentemente también recogieron las deliberaciones,
presentación de escritos, reacciones a cartas de reyes y señores, discusiones, votaciones justificadas y
otro tipo de opiniones. Gracias a esta fuente ha sido posible aplicar una metodología tan exigente
como la teoría de sistemas para conocer científicamente los procesos de toma de decisiones, Vid.
MONSALVO, J.M.ª, El sistema político concejil.
10 El memorial de agravios contiene 19 capítulos, respondidos uno a uno por los regidores y
corregidor. Es un cuadernillo de 28 hojas (AMCR, leg. 294 (leg. 11, n.º 1), fols. 1-27r.). Lo
analizamos y publicamos en MONSALVO, J.M.ª, «Aspectos de las culturas políticas de los caballeros
y los pecheros en Salamanca y Ciudad Rodrigo a mediados del siglo XV. Violencias rurales y
debates sobre el poder en los concejos», en ALFONSO, I., ESCALONA, J. y MARTIN, G. (eds.), Lucha
política. Condena y legitimación en la España Medieval, Annexes des Cahiers de Linguistique et de
Civilisation Hispaniques Médiévales, 16 (2004), págs. 237-296.
11 Este tipo de información se ha empleado con cierto éxito en algunos estudios de ámbito
rural, en concreto, en relación con los conflictos campesinos. Por citar solo algunos ejemplos, ya que
no hay lugar aquí desgraciadamente para un recorrido historiográfico: ALFONSO, I., JULAR, C.,
«Oña contra Frías o el pleito de los cien testigos: una pesquisa en la Castilla del siglo XIII», Edad
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cial: alegatos interesados, impugnaciones tópicas de testigos, etc. Pero los procesos de los que aquí hablamos son útiles porque hemos corroborado que los
testigos incluían relatos en sus declaraciones sobre cuestiones sobre las que no
se les preguntaba, o porque de sus digresiones valorativas emanaban espontaneidad, o porque hallamos una expresión de la subjetividad que no podemos
considerar como resultado de una mera inercia del proceso judicial o de los
clichés documentales. Con toda la prudencia que exige una correcta expurgación de la inevitable tergiversación deliberada propia de las causas judiciales,
pienso que los testimonios desprenden grandes dosis de autenticidad y por eso
puede decirse que eran voces y no sólo ecos.
En los concejos analizados, el grueso de la información judicial procede de
pleitos de términos y usurpaciones. Las largas pesquisas ofrecen el testimonio
de los afectados o conocedores del problema y recogen las declaraciones sobre
estas imputaciones, pero también lo que se dijo sobre múltiples situaciones de
la vida rural y concejil, las conductas, las motivaciones o los objetivos de usurpadores y sus contrarios, o sobre la misma organización estamental y política
que sustentaba esas prácticas ilegales o sobre el mismo orden social. Existen
algunos pleitos de esta naturaleza en Salamanca, sobre todo, tres pesquisas
realizadas entre 1433-1453 en la Tierra12, así como otros procesos de 14801482 y 149213. En Ávila contamos con una secuencia de pleitos muy amplia,
destacando los ciclos judiciales entre 1414-1416, 1434-1436 y 1489-149014.
————
Media. Revista de Historia, 3 (2000), págs. 61-88; WICKHAM, C., «Gossip and Resistance among the
Medieval Peasantry», Past and Present, 160 (1988), págs. 6-20; BARROS, C., Mentalidad justiciera de
los irmandiños, siglo XV, Madrid, Siglo XXI, 1990; OLIVA HERRER, H.R., Justicia contra señores. El
mundo rural y la política en tiempos de los Reyes Católicos, Valladolid, Universidad, 2004; JARA FUENTE,
J.A., «Que memoria de onbre non es en contrario. Usurpación de tierras y manipulación del pasado en la
Castilla urbana del siglo XV», SHHM, 20-21 (2002-2003), págs. 73-104. Son cuestiones bien
conocidas para el mundo rural preindustrial en otros ámbitos del conocimiento. Vid. dentro de la
antropología jurídica: BOSSY, J. (ed.), Disputes and Settlements. Law and Human Relations in the West,
Cambridge, Cambridge University Press, 1983.
12 BN, Ms. Res n.º 233. Hemos analizado con detalle esta pesquisa en el trabajo citado en
nota 10. Y desde el punto de vista de los contenidos agrarios que esconde la lucha por los
comunales, en MONSALVO, J.M.ª, «Comunales de aldea, comunales de ciudad-y-tierra: algunos
aspectos de los aprovechamientos comunitarios en los concejos medievales de Ciudad Rodrigo,
Salamanca y Ávila», en RODRÍGUEZ, A. (ed.), El lugar del campesino. En torno a la obra de Reyna Pastor,
Valencia, Universidad de Valencia-CSIC, 2007, págs. 149-177. Las pesquisas salmantinas
interesaron ya hace tiempo a CABRILLANA, N., «Salamanca en el siglo XV: nobles y campesinos»,
Cuadernos de Historia, Anexos de Hispania, III (1969), págs. 255-295.
13 AMS, R/ 2.338 f. 3v, f. 15; AMS, R/ 245; R/ 2.338 f. 3v; R/ 245; R/2.215; AMS, caja (o
leg.) 2994, doc. 4; y caja (o leg.) 2985, n.º 24; AGS, RGS, 13-3-1492, 1492, fol. 145.
14 Doc. Asocio, docs. 70, 71, 74, 75, 76, 77, 92, 154, 155, 156, 158, 160, 166, 174, 182, 186;
asimismo, DAMAv., docs. 268, 278, 356, 367, 400, 403. Vid. MONSALVO, J.M.ª, «Costumbres y
comunales en la Tierra medieval de Ávila. (Observaciones sobre los ámbitos del pastoreo y los
argumentos rurales en los conflictos de términos)», en DIOS, S. de, TORIJANO, E., ROBLEDO, R.,
INFANTE, J. (eds.), IV Congreso de Historia de la Propiedad: Costumbre y Prescripción, Madrid, 2006,
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JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
En Ciudad Rodrigo hubo una pesquisa importante ya en 137615, otras intervenciones judiciales hasta 144216, pleitos dispersos entre 1446 y 1467 y, sobre
todo, unas detalladas pesquisas y procesos entre 1482-148317.
Por el tipo de demandas, quejas en sesiones del concejo o pesquisas judiciales nos hacemos idea del tipo de asuntos sobre los que podemos conocer la opinión de los pecheros. Desechemos, de entrada, la posibilidad de acercarnos en
estas fuentes a lo que pensaban de la religión, la familia o la naturaleza, por
ejemplo. Era, por el contrario, su mundo cercano lo que describían, pero interpretado a través de ideas de su época a las que podían tener acceso. Ahora bien,
el hecho de que fuera un mundo próximo y cotidiano, como decimos, no quiere
decir que las estrategias de comprensión colectiva de esas realidades, o los discursos que nacían de percepciones tan cercanas, contingentes y materiales, resultasen prosaicos o insulsos. Se puede discutir sobre una linde y dejar traslucir con
ello toda una concepción de la propiedad, por decirlo de algún modo. Al tratar
de las pequeñas —cosas o de los problemas— concretos, los actores sociales dejaban entrever su concepción del poder, de la justicia, del orden social o de la
economía, es decir, en el fondo, grandes cuestiones. Con la ventaja de que no
copiaban a tratadistas romanos o a teólogos escolásticos, como ocurre cuando
analizamos los saberes oficiales. Se enfrentaban a situaciones reales no con el
instrumento de los discursos culturalistas y ajenos —algo de ellos les afectaría sin
saberlo, claro está—, sino con la proximidad de la relación cotidiana de los individuos con sus condiciones de existencia. Pequeños asuntos, grandes valores.
Hay que subrayar este fenómeno de que las opiniones de pecheros y otros
se enunciaban desde un punto de vista práctico o desde un punto de vista
«aplicado», muy próximo a la experiencia. Y ello porque supone un agudo contraste con los discursos emanados de los ambientes oficialmente cultos, del tipo
————
págs. 13-70. Abordamos también la cuestión en «Percepciones de los pecheros medievales sobre
usurpaciones de términos rurales y aprovechamientos comunitarios en los concejos salmantinos y
abulenses», Edad Media. Revista de Historia, 7 (2006), págs. 37-74. Vid. asimismo el trabajo citado
en nota 12, que también afecta a Ávila.
15 DMCiudad Rodrigo, docs. 19, 20.
16 Ibidem, docs. 39, 41, 44, 45, 55, 56, 73, 74, 89, 90, 126, 130, 135, 136, 137, 162-206,
207-247.
17 AMCR, leg. 295 (leg.12, ns. 2, 3, 5, 6, 7, 9, 13, 16, 26, 29, 32, 40, 44, 49, 50, 54),
leg.296 (leg. 13, ns. 2, 15, 18, 24, 42), leg. 297 (leg. 14, ns. 5, 10A y B, 14, 18), leg. 298 (leg. 15,
ns. 7, fols. 565-577 ), leg. 299 (leg. 16, ns. 1, 2B, 8, 19 a 23, 25, 26), leg. 300 (leg. 17, ns. 5, 6,
14A y B, 15B, 21), leg. 301 (leg. 18, ns. 35, 37, 44, 45), leg. 302 (leg. 19, ns. 2, 3), leg. 303 (leg.
20, ns. 3, 15, 16), leg. 304 (leg. 21, ns. 8F, 17 a 19, 36, 43C), leg. 305 (leg. 22 íntegro), leg. 306
(leg. 23, ns. 8A y B), leg.315 (leg. 32, ns. 5, 22). Cito por la doble catalogación de 1742 y 1941,
que se han respetado, aunque hace años se reubicaron y reordenaron las cajas del Archivo. Vid.
referencias a las usurpaciones mirobrigenses, con la tabla completa, en MONSALVO, J.M.ª, «La
sociedad concejil de los siglos XIV y XV. Caballeros y pecheros (en Salamanca y en Ciudad
Rodrigo)», en MARTÍN RODRÍGUEZ, J.L. y MÍNGUEZ, J.M.ª (coords.), Historia de Salamanca. Tomo II.
Edad Media, Salamanca, Centro de Estudios Salmantinos, 1997, págs. 331-386 y 389-478.
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que fueran. Lo que implica, por otra parte, que además de ideas, encontraremos un amplio abanico de registros culturales: rastros de ideologías, sistemas
de valores, percepciones, sensibilidades, actitudes, entre otros contenidos. Excuso abordar aquí posibles definiciones teóricas de tales categorías. Pero sí subrayo que nos hallamos en una dimensión diferente de la que era propia de los
planteamientos deliberadamente intelectuales. Aquí no nos encontramos con
discursos forjados en la corte o en la Iglesia, sino nacidos en un medio concejil,
generados por los grupos locales y que, además, no pretendían ser «Cultura»,
Tradición, Libro, Relato o Ley.
CONTENIDOS
DEL IDEARIO ESTAMENTAL: VALORES Y ACTITUDES DE LOS PE-
CHEROS
Voy a referirme a varios aspectos esenciales del ideario estamental en la zona.
No agotan todas las vertientes ni se comprenden en su integridad si no es en
contraposición a los valores de los antagonistas sociales, como se ve en el cuadro
final. Pero las señaladas a continuación son seguramente las representaciones
más consistentes de esa identidad ideológica del estamento pechero de la zona.
Imagen de los antagonistas sociales
La imagen que los pecheros ofrecían de los caballeros, entendida como representación de la alteridad social, era negativa. Se proyectaron determinados
estereotipos en los que afloraban ante todo calificaciones hostiles. Los pecheros
solían atribuir a sus antagonistas motivaciones privadas y egoístas. Hay una
expresión cliché que condensa esas imágenes peyorativas de egoísmo y arbitrariedad y de la que, además, se deriva otra noción igualmente característica, la
conciencia pechera de la impunidad de los caballeros. Esta expresión cliché es la
de que estos eran «omes poderosos». Como tales, hacían su voluntad, por tanto
arbitrariamente, y además nada se podía hacer contra ellos; de ahí la noción de
impunidad que iba pareja. La expresión aparece asociada a varias situaciones
que no puedo detenerme a detallar ahora. Fueron las más frecuentes los intentos de los caballeros urbanos de acaparar competencias y prerrogativas municipales, para ellos o para sus hombres, una denuncia frecuente, así como la queja
pechera sobre sus comportamientos en relación con el importantísimo asunto
de los términos ocupados o las infracciones frecuentes en relación con la normativa sobre pastoreo y usos económicos rurales.
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CUADRO II: VALORES ESTÁNDAR A PARTIR DE FUENTES CARACTERÍSTICAS
a) Usurpaciones de términos en Ávila y su Tierra
(pleitos de términos, ss. XIV-XV)*
•
•
•
•
•
Contraposición de valores (caballeros usurpadores/ campesinos labradores)
según el discurso político de los pecheros
• Comunalismo tradicional consuetuPrivatización reciente
dinario (intercomunal/aldeano)
Ilegalidad
• Legalidad
• Acervo jurídico de Derecho Público
[Acervo jurídico de Derecho Privado
(legislación, normativa)
(títulos de propiedad)]
Poderosos, influyentes [(redes y
• Débiles y locales (lazos de vecindad)
clientelas)]
Agresores violentos
• Víctimas
• Mengua de justicia
• Monarquía judicial efectiva
* [ ] El enunciado entre corchetes quiere decir que no forma parte explícita del discurso de los pecheros. Se deduce
de otros argumentos, actitudes y acciones de los caballeros patricios.
b) Memorial de agravios de los pecheros de Ciudad Rodrigo (1455)
Contraposición de valores (caballeros regidores/ «menudos y çibdadanos») según el
discurso político de los pecheros*
• Superioridad estamental sin complejos
• Corrupción, abusos, opacidad
• Gobernantes exclusivos [Tradición,
privilegios]
• Acaparamiento de funciones (oficios
menores, justicia…)
• Poderosos, impunes
• Orden arbitrario, injusto
• Concepción privada, personalista y
clientelar
• Aceptación de la inferioridad
• Legalidad, transparencia
• Participación de los estamentos
• Desconcentración de funciones
administrativas
• Agraviados
• Orden equitativo, justo
• Defensa de lo público y del interés
general
* [ ] El enunciado entre corchetes quiere decir que no forma parte explícita del discurso de los pecheros. Se deduce
de otros argumentos, actitudes y acciones de los caballeros patricios.
Sobre esta noción de caballeros «poderosos» e impunes escojo como botón
de muestra unos pocos ejemplos de Ávila representativos de una opinión casi
recurrente. En un pleito de 1414-1416 contra Diego González del Águila por
las usurpaciones de este y de su padre en Tierra de Ávila varios testigos declaraban: «porque era poderoso e que los labradores de la comarca con miedo que
non osaron demandarlo; por quanto era poderoso que non osaran reclamar los
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337
labradores»18. En otro pleito de finales del siglo XV, declaraba Juan García, de
Burgohondo, sobre Juan de Cogollos, alcaide que se decía del caballero Pedro
Dávila, regidor de Avila y señor de Las Navas: «E que, por el dicho Pedro de
Ávila ser onbre poderoso, e asymismo su fijo lo es, e tener conmo tienen sojuzgados y amedrentados los vezinos e moradores deste conçejo del Burgo»19.
Por supuesto, en el memorial de 1455 de los pecheros de Ciudad Rodrigo,
esta misma idea está también muy presente y la queja de que los caballeros
regidores eran «hombres poderosos» aparece en 3 de los 19 capítulos20. Si incluyéramos no ya las menciones expresas, sino la noción implícita, las referencias serían incontables. Pero aun teniendo solamente en cuenta los casos en que
la documentación ha registrado la voz de los pecheros directamente, expuesta
como tal y recogida por los escribanos o notarios concejiles o judiciales, resulta
evidente que la calificación negativa de los caballeros como «omes poderosos»
está muy presente en el ideario y en el léxico pechero acerca de sus antagonistas sociales21.
Otra noción clave era la de «agravio». El vocablo tenía un significado general no poco frecuente22, pero aquí nos interesa como expresión del sentir colectivo del estamento pechero. Tan solo en el citado memorial de 1455 es mencionada en más de una decena de ocasiones23, pero encontramos ya la idea
————
18 1414-1415, Asocio, doc. 74. Las opiniones aquí recogidas son en concreto las de los testigos
Fernando Díaz y Jimén López.
19 1489, 2, 24-25, Asocio, doc. 158. Vid. otras referencias en nota 21.
20 «E porque vosotros soys poderosos e como tenedes el mando de la çibdat, syenple es la
justicia con vosotros en tal manera que la çibdat e su tierra syenple es por vosotros fatigada», cfr.
MONSALVO, J. Mª., «Aspectos de las culturas políticas», memorial de agravios, cap. 2.º; «E después
que resçebides los maravedís, por ser regidores e omes poderosos, non ha quien vos pueda
apremiar», en relación con la imposibilidad de regular el gasto público que los regidores realizaban,
ibidem., cap. 6.º; «Et esto todo se faze por los más de los regidores (...) por ser omes poderosos», en
relación con abusos en la concesión de licencias para meter vino, ibidem., cap. 12.º.
21 Además de los cinco ejemplos ya indicados, podrían indicarse muchas más evidencias, solo
dentro de lo que fueron opiniones directas, recogidas literalmente en la documentación: 6-7-1378,
DMSBP, doc.15; 4-6-1414, DMCiudad Rodrigo, doc. 74; 1414-1415, Asocio, doc. 74, en varias
ocasiones, asociada la expresión a la idea de «miedo» y de no atreverse los débiles campesinos a
contradecir al poderoso, en pleito contra Diego del Águila; 1414-1415, Asocio, doc. 76. Asimismo
en otros pleitos a que alude el Cuadro II.
22 Ciertamente, formaba parte del léxico general de las ciudades de la época. Vid. a título de
ejemplo algún uso de esta palabra en JARA FUENTE, J.A., «Commo cunple a seruiçio de su rey e sennor
natural e al procomún de la su tierra e de los vesinos e moradores de ella. La noción de “servicio público”
como seña de identidad política comunitaria en la Castilla urbana del siglo XV», E-Spania: Revue
électronique d'études hispaniques médiévales, 4 (2007), pág. 31.
23 AMCR, leg. 294 (leg. 11, n.º 1). El preámbulo comienza diciendo: «fago saber conmo a esta
çibdat e a los vecinos e moradores della le son fechos e se le fazen muchos agravios e delitos e daños
e opresiones por vosotros (...) los quales agravios e cosas son estos que se siguen», como queja del
representante pechero a los regidores; las 19 quejas vienen a ser 19 compendios de «agravios», pero
además la palabra expresamente aparece en varias ocasiones a lo largo del capitulado: «a esta çibdat
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asociada a la explotación fiscal de los pecheros a principios del XV24. Lo mismo
en las primeras décadas de ese siglo en Alba, donde se mencionan a menudo
los agravios fiscales o mercantiles25. En los pleitos de términos de Salamanca y
Ávila es frecuente asimismo el empleo de la expresión. En las pesquisas de
1433-1453 de Tierra de Salamanca aparece varias veces. De Diego de Solís,
caballero usurpador y despoblador de varias aldeas del Campo Charro, se decía
que cometió varios «agravios» contra la población, entre ellos, llevar a la fuerza
a la gente de pequeñas aldehuelas a Cojos, una aldea convertida ilegalmente en
«villa» que aquel pretendía engrandecer y señorializar26. Es solo un ejemplo. En
los pleitos abulenses, por el estatuto jurídico o fiscal27 o bien por cuestiones de
términos y rurales, es permanente la alusión a los «agravios» de los poderosos,
tácitamente siempre y, muy a menudo, de forma expresa28 utilizando esta pa————
e a los vecinos e moradores della le son fechos e se le fazen muchos agravios e delitos e daños e
opresiones por vosotros, señores, ansý en las hordenanças que fazedes contra el bien común e
público della conmo en muchas otras cosas que apropiades a vosotros; con las quales rentas se fazen
muchos agravios e daños a los vezinos de la çibdat e de su tierra; non osan e pasan agravio»,
refiriéndose a que no se atreven a denunciar delitos porque los cargos los acaparan los regidores. La
noción de «agravio» se repite constantemente en los pleitos de términos mirobrigenses. Vid.
referencias en notas 16 y 17.
24 Cuando se hizo una reforma de la tributación y se decía que hasta entonces los pecheros
pobres habían estado discriminados: «que los tales pecheros pobles no pasen tales agravios», 30-31413, DMCiudad Rodrigo, doc. 67.
25 DMAlba (XV), doc. 90, AMAT, LAC, 1424, f. 78v; o en 1459, cuando el señor se hacía eco
de la queja de los pecheros de la Tierra, o «agravio», porque los regidores no permitían a los
aldeanos meter vino en la villa hasta que no se acabara el de la capital, 9-10-1459, AMAT, LAC
1458-60, fols. 71v-72.
26 Pesquisa sobre términos 1433-1453, BN, Ms. Res n.º 233, fols. 38v, entre otros. La expresión
aparece igualmente en las acusaciones contra el usurpador Fernando de Tejeda y también está claro
por qué los labradores de Navarredonda, en la Sierra Mayor de Salamanca, desconfiaban de la
posible corrección del agravio: «algunos labradores del dicho lugar [habían ido] a se quexar al
conçejo de la dicha çibdad para que les provea de muchas synrrazones e agravios que les faze el
dicho Fernando de Texeda [pero] quel dicho conçejo non les provee por rrazón de los muchos
parientes que tiene en el dicho conçejo, que lo favorecen», 1453, BN, Pesquisa términos Sal., 14331453, fols. 55-55v.
27 Queja de los pecheros, que lo entendían como «agravio», por el número excesivo de
excusados, a costa de los pecheros, 14-3-1411, Asocio, doc. 65; o queja por las exenciones abusivas e
injustas de los que tenían caballo y armas, 2-11-1495, DAMAv, doc. 436.
28 La noción está muy presente en los pleitos de términos. Aparece a menudo en los que
sintetizamos en el Cuadro II a. Asimismo, en quejas por los «agravios» cometidos por Francisco
Pamo en Fontiveros, 6-2-1487, RGS, IV, doc. 61; o «agravios» que Juan de Herrera, propietario en
Cantaracillo, aldea de Ávila, lleva a cabo en 1494, RGS, vol. IX, doc. 66; RGS, vol. X, doc. 103;
aparece la expresión en la acusación contra Francisco Dávila, regidor abulense, 19-2-1495,
DAMAv, doc. 424; RGS-Ávila, vol. XI, docs 19 y 20; acusación contra Gil González Dávila,
usurpador en Bóveda de Rioalmar, con violencias incluidas: «fecho muchos agravios e sinrazones (...)
e queriendo tomar mugeres e acochillando e aporreando los vezinos del dicho logar e a sus mugeres
e yjos e criados», 1497, 8, 9, RGS-Ávila, vol. XIII, doc. 48.
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labra. Incluso los sexmos del sur de Ávila, alegando que iba contra sus costumbres pastoriles —en concreto, la autonomía pastoril de cada concejil rural—,
entendieron como «agravio» la aprobación de las Ordenanzas Generales de
Ávila y su Tierra en 148729.
La idea de agravio estaba, pues, enormemente arraigada en la mentalidad
de los pecheros. Pero, como hemos visto, no de una manera concreta, individual y circunstancial, que podía sentir cualquier persona en un momento dado,
sino como patrón colectivo y consolidado de una situación relacional. Todo
indica que era una sensación profunda, asociada sin duda a injusticia y discriminación, y que nacía de las prácticas y situaciones antes citadas de impunidad
y arbitrariedad de los caballeros urbanos.
¿Aspiraban los pecheros a sustituir el orden existente causante de esos
agravios que denunciaban? Pienso que un grupo se siente agraviado cuando
considera que no recibe lo que merece. Pero, ¿qué era lo deseable para los pecheros, o qué trato creían merecer? Esto plantea precisamente una de las cuestiones más difíciles de detectar en las fuentes. En el fondo, la pregunta equivale
a interrogarse por los límites de las aspiraciones estamentales de los pecheros:
¿hasta dónde querían llegar?, ¿cuál sería el umbral de su satisfacción como estamento?, ¿habían destilado algún ideal de orden social y político?
Las fuentes pueden resultar opacas en relación con esta pregunta, que no
estamos en condiciones de responder de forma concluyente. No sabemos con
certeza cuáles eran los sentimientos más profundos. Tan solo lo que deja entrever el discurso tal como llegó a las fuentes. Y en este plano creo que podemos
atrevernos a sostener que los pecheros de los concejos analizados no buscaban
la equiparación jurídica e institucional. Aceptaban la división estamental, pero
detestaban la prepotencia y arrogancia de los «poderosos» caballeros patricios.
Pero dicho esto, también es preciso subrayar que la defensa de su propio estamento por parte de los pecheros de la zona, aunque parezca poco ambiciosa, lo
cierto es que se presentaba nítida, porque asumía la premisa básica de inferioridad jurídica. Pero la conciencia de su identidad, nacida de ello precisamente,
era diáfana. Y no solo eso, sino que los valores que exhibieron los caballeros
urbanos, que obviamente no corresponde analizar aquí, reflejan una mentalidad diferenciada, contrapuesta y antagónica en comparación con la de los pecheros30. No había engaño alguno sobre el antagonismo de las identidades de
caballeros y pecheros. Esto quiere decir que las ideas de estos últimos fueron
genuinas respecto de su posición social; que no adoptaron una representación
imaginaria de sí mismos elaborada por los caballeros o postiza; que no puede
————
29 Decían que las Ordenanzas actuaban «en favor de los de la dicha çibdad y en gran agravio e
perjuyzio de los omes vezinos, los pecheros, de la Tierra e seysmos desa dicha çibdad, espeçialmente
contra los labradores e omes buenos pecheros que biven e moran en el dicho seysmo de Santiago e
logares dél», RGS, vol. IV, doc. 74.
30 Remito a trabajos propios sobre estas cuestiones. Puede verse lo esencial de estos valores en
el cuadro adjunto. Vid. cuadros V a y b.
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hablarse, por tanto, de una absorción imperfecta o deficiente por su parte de
las ideas dominantes de sus antagonistas. Lo observado en los concejos de la
zona, aun sin afán de generalizar, constituye una refutación, en cierto modo y
aunque sea a pequeña escala, de la tesis de la «ideología dominante», al tiempo
que cuestiona el supuesto potencial del concepto de «falsa conciencia».
La violencia como indicador de las actitudes
En este epígrafe no voy a referirme a expresiones —como era el caso de la
noción de «agravio» o de «hombres poderosos» del apartado anterior— sino a
conductas observables y tangibles. Se puede comprobar que hubo un comportamiento antagónico entre caballeros y pecheros en el empleo de la violencia.
Hemos tenido en cuenta únicamente manifestaciones de violencia abierta, tales
como actos con muertos y heridos, desórdenes públicos, destrucción de bienes
inmuebles, ataques al ganado y a las personas, agresiones físicas o amenazas
directas. Los datos de los siglos XIV y XV han permitido observar algunos
patrones de empleo de la violencia que resultan significativos.
La violencia la hemos podido documentar en cerca de un centenar de acciones.
Y en dos ámbitos específicos: las violencias banderizas y las violencias rurales.
En relación con lo primero, hubo algunos pocos muertos y siempre como algo
aislado —en Ciudad Rodrigo al principio de la época Trastámara, hechos mal
conocidos, y en Salamanca en época de los Reyes Católicos, bien documentado—, pero lo fundamental en este conflicto banderizo fueron los encontronazos callejeros, agresiones entre jóvenes de los linajes o los criados, heridos en
peleas, muchísimas amenazas físicas, exhibición intimidatoria de los caballeros
a través de sus «hombres armados» y atmósfera urbana de «alborotos» en los
que, al final, no solía llegarse hasta las últimas consecuencias31. No hay que
————
Para Alba de Tormes: 28-8-1407, AMAT, LAC 1407, fs. 24-24v; 6-2-1411, AMAT, LAC
1411, fs. 19v-20; 28; varias fechas de 1422, AMAT, LAC 1422, f. 5-5v, 8, 8v-10, 119v-121; 12-41426, AMAT, LAC 1426, f. 8, 27-7-1426, LAC 1426, f. 40v. Para Ciudad Rodrigo: 24-6-1372,
SÁNCHEZ CABAÑAS, A., Historia Civitatense (eds. BARRIOS, A. y MARTÍN VISO, I.), última edición de
la obra de A. Sánchez Cabañas († 1627), Salamanca, Diputación, 2001, lib. IV, cap. V, págs. 233235; dic. 1474, AMCR. leg. 285 (leg. 2, n.º 29 A); AMCR. leg. 285 (leg. 2, n.º 30 F); 1476,
SÁNCHEZ CABAÑAS, A., Historia Civitatense, lib. V, cap. III, pág. 270; 1477, AGS, Cámara de
Castilla, 22 de mayo 1477, doc. 108; años finales del siglo XV, MARTÍN BENITO, J.I. y GONZÁLEZ
RODRÍGUEZ, R., «Lucha de bandos y beneficios eclesiásticos en los encastillamientos de Ciudad
Rodrigo (1475-1520)», Studia Historica. Historia Medieval, 1999 (17), págs. 263-293; vid. asimismo
MARTÍN BENITO, J.I., El alcázar de Ciudad Rodrigo. Poder y control militar en la frontera de Portugal
(siglos XII-XVI), Ciudad Rodrigo, 1999; MONSALVO, J.Mª., «Luchas de bandos en Ciudad Rodrigo
durante la época Trastámara», Castilla y el mundo feudal. Homenaje al profesor Julio Valdeón, Mª. I. del
Val, P. Martínez Sopena (dirs.), Valladolid, Junta de Castilla y León, Valladolid, 2009, vol. III,
págs. 201-214. Para Salamanca: 20-2-1449, VILLAR Y MACÍAS, M., Historia de Salamanca,
Salamanca, Graficesa, 1973-1975, 9 vols. (1.ª ed. 3 vols., 1887), esp. vols. IV y V, lib. V, pág. 45;
31
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olvidar que las luchas de bandos funcionaron esencialmente como reparto del
poder entre los linajes, sujetas al orden y al pacto, más que a la violencia persistente, al menos en el ámbito analizado32.
En cuanto a las violencias rurales, con la excepción de una revuelta antiseñorial en 144133, lo habitual fue el intento de los caballeros urbanos por hacerse con bienes comunales, términos redondos y ocupaciones ilegales de áreas
forestales y de pastos. Todo ello generó un conflicto en el que rara vez se generaron muertes, pero sí fue característico un ambiente habitual34 de coacciones
de los caballeros o sus hombres a los campesinos, pequeñas agresiones físicas,
————
c. 1445-1450, MATA CARRIAZO, J. (ed.), Crónica de don Álvaro de Luna, Madrid, Espasa-Calpe,
1940, págs. 253, 447; 17-4-1452, VILLAR Y MACÍAS, M., Historia de Salamanca, lib. V, pág. 45;
1463-1464, Ibidem, lib. V, pág. 16; 1469, VALERA, Diego de, Memorial de diversas hazañas, Crónicas
de los reyes de Castilla, Madrid, 1953, BAE, t. 70, pág. 55, entre otras muchas referencias cronísticas
sobre episodios de la guerra civil entre 1465-1469 y los efectos en los bandos salmantinos; 29-121473, VACA, A. y BONILLA, J.A. (eds.), Salamanca en la documentación medieval de la Casa de Alba,
Salamanca, 1989, doc. 72, págs. 158- 161; 3-2-1475, AGS, RGS, 1475, fol. 148; 26-10-1475,
AGS, RGS, 1475, fol. 665; 13-11-1475, AGS, RGS, 1475, fol. 759; 30-12-1476, Ajustamiento de
Paz entre los caualleros de los bandos de San Benito y Santo Thomé, trascripción F. MARCOS RODRÍGUEZ,
Salamanca, 1969 (reed. 1983); 13-1-1477, Salamanca en la documentación medieval de la Casa de
Alba…, doc. 88, págs. 192-196. Referencias y análisis en MONSALVO, J.Mª., «La sociedad concejil
de los siglos XIV y XV. Caballeros y pecheros (en Salamanca y en Ciudad Rodrigo)», en MARTÍN
RODRÍGUEZ, J.L. (dir. de la obra,) Historia de Salamanca. Tomo II. Edad Media, Salamanca, Centro
de Estudios Salmantinos, 1997, págs. 389-478. En Ávila la referencia a violencias por bandos es
casi inexistente: un ejemplo es la lucha del regidor y señor de Villatoro, Gonzalo Dávila, contra
sus enemigos banderizos: «Me es fecha relaçión que entre Gonçalo de Ávila y sus parientes,
amigos e valedores, de la una parte, e otras personas de la çibdad de Ávila de la otra parte, ha
avido debates, ruydos, muertes, feridas, escándalos e males dentro de la dicha çibdad», 4-8-1477,
DAMAv, doc. 228.
32 Defendemos ese punto de vista en MONSALVO, J.M.ª, «En torno a la cultura contractual de
las élites urbanas: pactos y compromisos políticos (linajes y bandos de Salamanca, Ciudad Rodrigo y
Alba de Tormes)», en FORONDA, F. y CARRASCO MANCHADO, A.I. (dirs.), El contrato político en la
Corona de Castilla. Cultura y sociedad política entre los siglos X al XVI, Madrid, Dykinson, 2008, págs.
159-209; y en MONSALVO, J.M.ª, «Violence between factions in medieval Salamanca. Some
problems of interpretation», Imago Temporis. Medium Aevum, n.º 3, 2009, págs. 139-170.
33 Vid. infra.
34 Analizamos estas manifestaciones en MONSALVO, J.M.ª, «Aspectos de las culturas políticas».
El contexto era claramente el de las usurpaciones, pese que en la resolución de este conflicto dual —
caballeros/ pecheros— intervenían más actores —caballeros/ pecheros/ monarquía/ concejo—, que
encauzaron el conflicto social dentro de una lucha legal y política. Vid. MONSALVO, J.M.ª,
«Usurpaciones de comunales: conflicto social y disputa legal en Ávila y su Tierra durante la Baja
Edad Media», Historia Agraria. Revista de agricultura e historia rural, 24 (2001), págs. 89-122. Sobre
el trasfondo de este problema, vid., entre otros, JARA FUENTE, J.A. «Que memoria de onbre non es en
contrario»; LUCHÍA, C., «Propiedad comunal y lucha de clases en la Baja Edad Media castellanoleonesa. Una aproximación a la dialéctica de la propiedad comunal», Anales de Historia Antigua,
Medieval y Moderna, 36 (2003-2004), págs. 235-268.
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destrucción de bienes, expulsión de los aldeanos de parajes públicos por la fuerza, entre otras manifestaciones35.
Esto lleva a plantear la cuestión de las actitudes de los pecheros hacia la
violencia. Según la línea argumental que sostenemos y a tenor de lo observado,
la violencia fue consustancial a las prácticas sociales de los caballeros36, que
recurrieron a ella de forma habitual, y, sin embargo, ajena a las de los pecheros37. El enunciado puede parecer rotundo. ¿Se puede justificar? ¿Es que no
encontramos ninguna referencia a la violencia protagonizada por los pecheros?
Lo que más se acerca a posibles escenarios de desorden protagonizados por
los no privilegiados, pero solo aparentemente, son dos referencias de segundo
orden. Insignificantes en un centenar largo de manifestaciones documentadas
y, sobre todo, insignificantes porque, como sugerimos, no las entendemos como violencias asociadas a los pecheros. En una de ellas, acaecida en Ciudad
————
35 Para Ávila: 12-5-1330, Asocio, doc. 30; 1414-1415, Asocio, docs. 70, 71, 74, 75; 29-111476, RGS-Ávila, vol. I, doc. 47; 28-1-1477, RGS-Ávila, vol. I, doc. 49; 4-6-1488, RGS-Ávila, vol.
V, docs. 6, 7 y 8; 21 y 22-1-1489, Asocio, doc. 154; 24 y 25-2-1489, Asocio, doc. 158; 14 a 21-31489, Asocio, doc. 160; 6 a 26-3-1489, DAMAv, doc. 356; 19-10-1489, DAMAv, doc. 365; enerofebrero 1493, DAMAv, docs. 400, 402, 403; 19-2-1495, RGS-Ávila, vol. XI, docs 19 y 20; 3-111495, DocPueblos-Ávila (Bonilla), doc. 24; 8-9-1497, RGS-Ávila, vol. XIII, doc. 48. Para
Salamanca: c. 1433, BN, Pesquisa términos Sal., 1433-1453, fols. 207, 210-211; c.1450-1453,
BN, Pesquisa términos Sal., 1433-1453, fols. 38-38v, 39, 42v, 43v, 49, 52-52v, 54, 55-55v, 56v,
59-59v, 60, 63v, 64v-65, 67v, 72, 73, 112, 115, 134v yss., 142 y ss., 228-229v, 258v-259, 260,
267, 268v-269; 3-10-1494, AGS, RGS, fol. 496. Para Ciudad Rodrigo: año 1440-1441,
DMCiudad Rodrigo, docs. 281, 282, 283, 284, 285, 288, 289 a 292, 296; para esta ciudad a partir
de 1442, hallamos sobre todo las pequeñas coacciones asociadas a las usurpaciones en la
documentación de los pleitos de términos, cfr. supra, refs. nota 17.
36 Pero limitadas, como decimos, a luchas banderizas y conflictos rurales. Quedan al margen
casos de violencia en el seno familiar o algún caso de violencia política. Hay uno que implicó la
muerte del «procurador del Común urbano» de la ciudad de Ávila. Cartas de marzo de 1495 (RGSÁvila, vol. XI, docs. 30, 31) informan de que Rodrigo de Santamaría, procurador del Común, «fue
muerto en la dicha çibdad de Ávila por çiertos vezinos della». Los reyes ordenaron una pesquisa al
respecto. ¿Su asesinato tenía relación con su condición de representante pechero? Sabemos que
estaba litigando contra vecinos que aspiraban a ser declarados hidalgos. Uno de estos supuestos
hidalgos fue el que le acuchilló: «que yendo el dicho Rodrigo de Santamaría por una calle de la
dicha çibdad, syn arma, non faziendo ni deziendo que por mal ni dapño alguno deviese reçebir, que
Christóbal de Tudela, fijo de Pedro de Tudela, deziendo que avía enpadronado al dicho su padre, a
trayçión le dio una cuchillada en la cabeça, de que le hendió la cabeça, e que della falleçió desta
presente vida». Tras estos sucesos, los pecheros recurrieron al rey para que les amparase: una carta
regia de 14 de abril de ese año pedía «carta de seguro» para los que fueran elegidos «procuradores»
pecheros, y decía «que las tales personas no quieren açebtar el dicho cargo porque se temen e
reçelan que por algunos cavalleros e escuderos desa çibdad e porque (a) los suyos les serán fechos
males o daños o desaguisados algunos», RGS-Ávila, vol. XI, doc. 58.; DAMAv, doc. 427.
37 Por lo observado, este patrón de comportamiento violento de los caballeros formaba parte
de su propia mentalidad y prácticas sociales y se compadece bien con un sistema de valores basado
en su supuesta superioridad. Lo resaltamos en las Cuadros V a y b. Pero la violencia de los
caballeros, como denuncia, formaba parte del discurso pechero, como indican los Cuadros II y III.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
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Rodrigo, Juan II reprochaba al concejo, en relación con acciones del otoño de
1440 al verano de 1441, haber resistido a la concesión de un señorío que otorgó al caballero Fernán Nieto sobre los lugares de Bañobárez y Villavieja, segregando tales aldeas de la jurisdicción de Ciudad Rodrigo. Es un episodio claro de resistencia a la señorialización38, en el que por otra parte no hubo
propiamente violencia contra personas. Aunque a esos actos de rebeldía acudieron los labradores de los lugares afectados39 a derribar los símbolos de la jurisdicción, las «horcas», todo indica que fue el concejo de Ciudad Rodrigo el animador de dicha resistencia40. La «gente» que participó en el derribo de las
«horcas» no estaba actuando por su propia iniciativa, como tales pecheros, sino
siguiendo las órdenes de un concejo urbano que se había negado a aceptar que
le fueran amputadas de la Tierra dos aldeas. En modo alguno podemos encuadrar esta referencia dentro de violencias protagonizadas por pecheros ni tienen
nada que ver, a nuestro juicio, con actitudes estamentales de estos.
En otro caso que tendría cierta analogía con fenómenos de desorden, la situación fue la siguiente: en 1475 en Ávila se produce una resistencia a un impuesto bajo la calificación de «alboroto». Hubo una pequeña crisis local en la
ciudad. Y también en este caso puede decirse que el malestar social, encuadrado en una resistencia al impuesto, no fue contra los poderes locales concejiles,
sino una queja contra la fiscalidad central y por un caso concreto41.
————
DMCiudad Rodrigo, docs. 281-283, 288-292, 296-300; el caso se alarga hasta 1443- 1445,
AMCR. leg. 301 (leg. 18, n.º 28), leg. 301 (leg. 18, n.º 19), leg. 301 (leg. 18, n.º 30).
39 El momento más crítico fue cuando, tras la concesión del señorío al caballero Fernán Nieto,
los habitantes de la comarca quisieron impedirlo: «quél tomó posesión de la dicha juridiçión e puso
sus forcas en los dichos lugares e, estando asý, diz que vosotros o algunos de vos fuestes
poderosamente con gente a los dichos lugares e le derribastes las dichas forcas e le contrastastes la
dicha posesión de la dicha juridiçión e le non dexastes nin consentistes usar della», según carta regia
de 5-11-1440, DMCiudad Rodrigo, doc. 282. No obstante, los acontecimientos se solapan con una
revuelta antiseñorial que hubo contra el Abadengo de Ciudad Rodrigo y que instigó Fernán Nieto.
Vid. infra, nota 42.
40 Aunque contara con el apoyo de todos los estamentos. No olvidemos que la defensa del
realengo y la integridad territorial de los concejos es uno de esos objetivos compartidos por todo el
concejo que se dieron en las sociedades urbanas de la época. Vid. JARA FUENTE, «Commo cunple a
seruiçio de su rey»; y «Vecindad y parentesco. El lenguaje de las relaciones políticas en la Castilla
urbana del siglo XV», en FORONDA y CARRASCO, El Contrato político, págs. 211-239.
41 La reina Isabel había pedido un empréstito para la guerra con Portugal. En julio de 1475 los
habitantes de la ciudad se negaron a pagarlo: «sobre lo qual se alborotavan diziendo que lo non
pagarían nin podían suplir nin pagar aunque quisiesen», 14 y 22-23 de julio de 1575, DAMAv,
doc. 164. La primera manifestación colectiva contra el impuesto se produjo el 22 de julio. Los
regidores intentaron apaciguar los ánimos, pero no lo consiguieron. El día 23 lo volvieron a
intentar: «E el dicho conçejo, justiçia, regidores, cavalleros e escuderos de la dicha çibdad, veído el
gran escándalo e abolliçiamiento que paresçía e estavan presto a aver sobre ello, rogaron al dicho
contador» que retirase la demanda del impuesto extraordinario. No ocurrió tal cosa, pero tampoco
hay noticias de ningún incidente posterior.
38
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De modo que no documentamos acciones violentas contra los caballeros,
contra los impuestos, contra posibles señores, contra los cargos públicos o contra
la autoridad, que puedan ser consideradas protagonizadas por pecheros. Cuando defendemos este enunciado estamos identificando adecuadamente el sujeto.
Es importante aclarar esto. Porque no podríamos decir que no hubo «violencias
campesinas». Entre los agresores de las violencias rurales de los caballeros había
campesinos. Pero eran hombres de aquellos, vasallos o criados rurales. Estos
últimos —especialmente «yugueros», «pastores de ganado ajeno», «apaniaguados», «mayordomos», entre otros— no eran «pecheros». Eran campesinos,
sí, pero no campesinos pecheros ni, por lo tanto, encuadrados en el ámbito organizativo de la «Tierra», ya que esta, no como ámbito geográfico sino como
organización, solo incluía a labradores independientes y contribuyentes. Esos
campesinos agresores, en consecuencia, obedecían a sus empleadores, no a la
organización pública de su estamento. Y sus víctimas fueron precisamente los
pecheros del realengo concejil. De modo que esas clientelas rurales de los caballeros, vector de violencia por cuenta ajena, según nuestra interpretación, precisamente formaban el polo opuesto de los campesinos pecheros y de la organización estamental de estos.
Esto se ve en la revuelta de tipo antiseñorial que, con violencias, se produjo
contra el Abadengo de Ciudad Rodrigo en 1441. En ella participaron campesinos de la comarca, de la villa señorial de San Felices de los Gallegos y hombres
de Fernán Nieto, rivales del dominio episcopal en la zona. Eran campesinos, es
cierto, pero manejados por la villa señorial y por el caballero Nieto, y, por tanto, podemos decir que no reflejaban la identidad de los pecheros de la Tierra de
Ciudad Rodrigo42.
Toda esta ausencia de actos de fuerza que caracterizó a los pecheros de la
zona se compadece con su discurso explícito, como decimos: nunca fue justificada la violencia por las organizaciones de los pecheros y sus representantes. Su
cultura y mentalidad, que podemos calificar como legalista a ultranza, se contrapuso de palabra y obra a la de los caballeros, sus criados y sus coacciones.
Me parece interesante poder demostrar que el campesinado independiente,
propietario o rentero43, legitimado como contribuyente, bien organizado —una
y otra condición eran la identidad básica del estamento pechero—, fue en la
zona durante los últimos siglos medievales un baluarte de paz y de orden. Existe el tópico de contraponer para la Baja Edad Media la imagen simplista del
campesino con la hoz en la mano y el grito en la garganta, un estereotipo que
circula comúnmente incluso en el medievalismo académico. Según esta interpretación, el conflicto y la revuelta se definían en la confrontación entre «co————
42 12 y 20-4-1441, DMCiudad Rodrigo, docs. 284 y 285. Comentamos esta revuelta
antiseñorial en MONSALVO, J. M.ª, «Aspectos de las culturas políticas», págs. 247-249.
43 Opuesto precisamente al labrador dependiente o criado del caballero, y por supuesto a los
vasallos señoriales en sentido estricto.
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mún» y oligarquía urbana, en las ciudades, y entre señores y campesinos, en el
campo. Y en ese cuadro conflictivo habría violencia por todas las partes. Todos
recordamos obras y autores que han apuntalado esta interpretación. Y, en efecto, son líneas de conflicto que se dieron en la Castilla bajomedieval y que afectan a una vertiente o tipo de conflictividad. Sin embargo, nos parecen interpretaciones incompletas, parciales. Explican luchas directas antiseñoriales. Pero los
pecheros abulenses, salmantinos, albenses y mirobrigenses, campesinos también en su mayor parte —o artesanos en las ciudades—, no encajan en tales
esquemas. Representaron la vía pacífica y legal de resolución de conflictos, actuaron no solo prioritaria sino exclusivamente a través de cauces institucionales, comunitarios, de representación o por procedimientos judiciales. Y son
precisamente la pulcra antítesis de ese estereotipo de campesinado en révolte tan
difundido en la historiografía al uso sobre la Baja Edad Media.
La aversión a la violencia era una seña de identidad esencial entre los pecheros, sin duda. Pero veremos inmediatamente que era congruente además
con otros rasgos de su ideario social y político. En efecto, consideremos ahora
cómo el pensamiento pechero sobre el orden, la justicia y el gobierno concejil
complementa perfectamente las posiciones ideológicas que hemos visto hasta
ahora.
Nociones estamentales sobre la justicia, la monarquía y la vida pública
Los pecheros de la zona, refractarios al uso de la fuerza, comprobaron cómo
sus intereses en tanto que contribuyentes, propietarios o labradores independientes y miembros de oficios estaban a salvo de las agresiones de los poderosos
locales precisamente si la ley y el orden funcionaban. A este convencimiento
debieron llegar muy pronto y ese fue siempre el discurso oficial de los procuradores, sexmeros y otros representantes del estamento. Por ello confiaron en las
instituciones y se vieron decepcionados cuando la justicia y el gobierno, concejil
o monárquico, dejaron de actuar.
La noción que canaliza el lamento de los pecheros en relación con esta cuestión es la idea de «mengua de justicia»44. En los pleitos de términos de la segunda mitad del XV arrecia la denuncia de ausencia de justicia, modulada de
este modo: idea de opresión de los pecheros por los poderosos cuando el poder
regio y la actuación de jueces y corregidores eran débiles o inactivos, situación
característica del reinado de Enrique IV; y por el contrario, confianza renovada
————
44 Aparece muy a menudo asociada a las ideas antes indicadas de «agravio» o de que los
caballeros urbanos eran impunes por ser «omes poderosos». Las referencias documentales vienen a
ser muchas veces las mismas. Vid. supra.
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JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
en las instituciones judiciales y en los propios corregidores, cuando funcionaban, como pasó en el casi «justiciero» reinado de Isabel I45.
Por supuesto, las instituciones locales formaban parte del mismo discurso
de confianza de los pecheros en la justicia46. La actuación de los corregidores, si
era firme, fue bienvenida por los pecheros y sus representantes, ya que era la
forma de combatir la coerción privada de los poderosos. Los pecheros centraron
su lucha judicial en la realización de pesquisas, búsqueda de pruebas y alegaciones. Incluso tenemos alguna noticia de que ofrecieron expresamente a la
justicia el apoyo integral del estamento para lo que fuese preciso. Lo observamos en un caso de 1475 en que el procurador general de Ávila y su Tierra,
————
45 Son muchas las referencias en los pleitos. Un par de ejemplos de las declaraciones de testigos
en los pleitos contra Pedro Dávila, señor de Las Navas, en los últimos años del siglo XV. El testigo
Juan Muñoz, de Villarejo, collación rural de Navalmoral, aldea de Ávila: «de manera que estavan
espantados todos los que aquí bivían despechados, e que este testigo dixo a su padre, quexándose
porque hera moço, e les dexava tan mala costunbre, por qué no se avían ydo a quexar al rey, e que
su padre le dixo que a este tiempo non tenían rey que les hiziese justiçia syno tal como el dotor [el
regidor Pedro González Dávila] o como Pedro Dáuila o como estos caualleros que hazían lo que
querían…». El mismo testigo ha relatado antes que las cosas habían cambiado desde la llegada del
corregidor —Álvaro de Santiesteban— y la apertura de los procesos contra Pedro Dávila, regidor y
señor de Las Navas: «que él tenía temor de hablar en estas cosas, mas agora que oýa que andava
Dios por su Tierra». Obsérvese ese fundamento teológico de la justicia. El testigo también había
dicho que él supo de la coacción hecha a Navalmoral —la aldea coaccionada por el poderoso— pero
no se atrevió a hablar en su día, pero decía «ahora que si él supiera que tan ayna uviera de venir aquí
el corregidor que, aunque le tovieran ocho días en la cadena, él lo quisiera aver dicho». En ese
mismo pleito, el testigo Miguel Sánchez, de Villarejo, ratificaba y decía cómo funcionaba la justicia
en esa zona: que los de Navalmoral acudían en sus litigios de más de sesenta maravedíes —su
obligación era ir a la ciudad de Ávila— ante Juan de Cogollos, alcaide de Pedro Dávila, señor de
Las Navas, o ante éste mismo, «que ellos non saben yr a pleitos a Áuila e que no conosçen en esta
tierra otro rey ni señor syno a Pedro Dávila», 6 a 26-3-1489, DAMAv. 356. Obsérvese aquí la idea
de justicia regia usurpada por el poderoso. En 1493 esto es lo dicho por un testigo en esa pesquisa:
«en tienpo que non avía justiçia en estos nuestros rreynos, nin quien la pudiese hazer nin
administrar e quando el dicho Pedro de Ávila avía e estaba apoderado de la dicha çibdad e su tierra
e tenía por sí e a su mano e mando la justiçia della e todo a su governaçión», Asocio, doc. 193. Vid.
Cuadro I, donde se aprecia la valoración de la justicia por los testigos de los pleitos, como algo
positivo si actuaba, y negativo si había «mengua» o ausencia de la misma. Vid. también referencias
a esta cuestión en trabajos citados en nota 14.
46 Todo ello contrasta, sin duda, con una mentalidad caballeresca en la que fueron típicas dos
conductas situadas en las antípodas de las actitudes pecheras: resistencia a la justicia —cuando esta
pretendía devolver términos, ejecutar sentencias, etc., —e intentos de utilizar la institución concejil
para incumplir —«obedecer pero no cumplir»— las órdenes de arriba, si les perjudicaban. No entro
en estas actuaciones de los caballeros, pero a título de ejemplo de estas actitudes: año 1490, en que
un usurpador de términos, el hijo del noble Pedro Barrientos, rompió una vara en la cabeza del
alcalde rural del lugar usurpado, Zapardiel de Serrezuela, cuando este le notificó la sentencia
condenatoria, y tras ello le amenazó con obligarle a comerse allí mismo la carta, Asocio, doc. 186. Y
un par de ejemplos del empleo espurio de la fórmula «obedecer pero no cumplir»: 7 a 21-8-1441,
DMCiudad Rodrigo, docs. 289-292; 6-5-1475, DAMA, doc. 148.
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Juan González de Pajares, brindaba al corregidor la movilización de los pecheros y concejos rurales para perseguir a los poderosos y sus ilegalidades47.
La justicia pública, tal como acabamos de ver, era el elemento más ostensible del ideario pechero sobre el buen funcionamiento de la sociedad política y
las instituciones. Era esa justicia el símbolo y el brazo ejecutor de una monarquía judicial y administrativa en la que los pecheros depositaron su confianza,
sobre todo en los mejores momentos de Juan II y en el reinado de Isabel I.
Monarquía y Comunidad de pecheros, en el discurso de estos últimos, formaban un ideal político de armonía.
Propondríamos una explicación que no me parece solo ideológica de por
qué el poder superior pudo ser percibido como aliado de los pecheros. Tiene
que ver con el propio formato de los procesos decisionales del sistema concejil:
como pudimos demostrar, muy a menudo los pecheros, enfrentados a las oligarquías locales y en asuntos esenciales, pese a no tener cargos concejiles, y por
ello a menudo estar bloqueada la vía meramente local de conseguir sus propósitos, sí conseguían sacar adelante sus propuestas y ser defendidos en sus intereses gracias a la incorporación de inputs procedentes del exterior —monarquía
y otros poderes jurisdiccionales—, que circulaban y atravesaban el circuito sistémico concejil sorteando con fluidez los filtros políticos locales, sin duda más
proclives a los patricios48.
Las posiciones pecheras sobre las instituciones monárquicas sintonizan bien
además con toda una línea argumental, imposible de describir aquí, en la que
los pecheros aparecen como defensores a ultranza de lo público. Los caballeros
pudieron invocar también el «bien común» como retórica concejil —en ocasiones no era solo algo retórico, ciertamente—, pero los caballeros disponían de
recursos privados, de influencia familiar, política y clientelar, para no ser tan
dependientes de una política concejil respetuosa con los intereses generales de
la población. El memorial citado de los pecheros de Ciudad Rodrigo se apoya
fundamentalmente en esta contraposición doctrinaria entre los intereses privados=regidores y los intereses públicos= pecheros49. Examinando las opiniones
————
47 Juan González de Pajares, procurador general de los pecheros, en reclamación de
comunales, ofrecía ayuda al corregidor y exigía que se tomasen medidas contra los infractores: [que
a los que cometan actos ilegales] «los trayades a la cárçel pública de esta çibdad (...) e les prendedes
(...) e si para lo susodicho e para cada cosa e parte dello oviéredes menester fabor e ayuda, mando a
los dichos conçejos e omes buenos e personas syngulares e vezinos e moradores en la dicha çibdad e
su tierra que vos lo den e presten (...) e que luego como fueren requeridos se junten o ayunten todos
a boz e a apellido, repicando las canpanas, e vayan e acudan a vos o a los dichos alguaziles e
alcaldes...», DAMAv, doc. 169.
48 Vid. «Gobierno municipal, poderes urbanos y toma de decisiones», esp. págs. 460 (esquemas)
y 475 y ss. Hablamos del poder superior y podemos pensar en las instituciones monárquicas, pero el
poder superior pudo ser además el señorial, como en el caso de Alba de Tormes. Los señores fueron
muchas veces el mejor aliado de los pecheros contra los regidores patricios. Esta conexión está
demostrada en términos decisionales, El sistema político concejil, cap. 12.º.
49 Vid. Cuadro II b.
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JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
de los pecheros de los concejos de la zona sobre múltiples asuntos de la vida
concejil, se observa esta fidelidad a lo público: en asuntos de intercambios50,
hemos comprobado que los representantes de los pecheros defendían que hubiera
seguridad de abastecimiento en los mercados públicos y propugnaban medidas
contra la carestía, o que tuviese acceso la población a las mercancías sin cortapisas, entre otras posiciones, todo ello en contraste con una mayor predisposición a
sobreponer los intereses como grandes productores, por ejemplo, en el caso de los
caballeros, o bien como empresarios, en lo referente a sectores productivos urbanos; en el ejercicio de los oficios públicos, otro gran tema de discusión concejil,
los pecheros demandaron que tales oficios no fueran patrimonializados, como a
menudo pretendían los regidores, al tiempo que propugnaban la transparencia
en la administración, frente a la típica opacidad del gobierno concejil oligárquico; incluso hay indicios de una política urbanística de los pecheros que buscaba
combatir la privatización del espacio urbano51, los abusos inmobiliarios, etc. Son
muchas las evidencias de esta implicación de los pecheros con todas estas causas.
Cada una de estas políticas merecería una atención detallada, que alargaría estas páginas. Como muestra, escojo para complementar lo dicho hasta ahora sobre
la justicia, el gobierno concejil y la defensa de lo público otro par de áreas que ilustran también las posiciones de los pecheros: la fiscalidad y el mundo rural.
Política fiscal y régimen tributario
En efecto, los pecheros y sus representantes tuvieron todo un programa de
política fiscal. Aunque es algo general en los concejos de la zona, la documentación de Alba entre 1407-1460, en sus detallados Libros de Acuerdos, es la
que mejor recoge este programa. Me limito a ello. Encontramos hasta seis posiciones que fueron características y sistemáticas de los pecheros.
En primer lugar, los pecheros fueron siempre vigilantes ante cualquier subida de impuestos, gravámenes indebidos y sobrecargas tributarias que no estuviesen suficientemente justificadas52.
En segundo lugar, allí donde podían —en los impuestos como «monedas»,
donde los cuadernos regios no dejaban margen, ello no era posible—, pugna————
50 Sobre las claves del mercado urbano, entre otros, JARA FUENTE, J.A., «Élites urbanas: las
políticas comerciales y de mercado como formas de prevención de conflictos y de legitimación del
poder (la veda de vino en Cuenca en la Baja Edad Media)», Brocar, 21 (1998), págs. 119-134;
MONSALVO, J.M.ª, El sistema político concejil, págs. 441-489; GOICOLEA, F.J., «La política económica
del concejo de Haro a finales de la Edad Media: la comercialización del vino», Espacio, Tiempo,
Forma, S III. Medieval, 7 (1994), págs. 103-120; BONACHÍA, J.A., «Abastecimiento urbano,
mercado local y control municipal: la comercialización y comercialización de la carne en Burgos (s.
XV)», Espacio, Tiempo, Forma, S III. Medieval, 5 (1992), págs. 85-162.
51 AMCR, leg. 294 (leg. 11, n.º 1), fol. 9.
52 AMAT, LAC, 1422, f. 101; AMAT, LAC, 1430, f. 44, entre otras muchas.
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349
ron para que se aplicaran los procedimientos más transparentes y que no sacasen del régimen de tributación a los sectores sociales aledaños de los caballeros,
como, por ejemplo, defendiendo el «repartimiento por tasas» antes que el
«arrendamiento» puro. Esta última técnica hacía muy alta la proporción de
excusados, englobando dentro de ellos a todos los criados, apaniaguados y
otros sirvientes, lo que favorecía a los caballeros53.
En tercer lugar, denunciaron constantemente las irregularidades y corruptelas en la tributación, amparadas sobre todo por los caballeros regidores54.
En cuarto lugar, la beligerancia contra la proliferación de «caballeros de
alarde», exentos varios y excusados fue, casi diríamos por razones obvias, prioridad en el programa de los pecheros55.
En quinto lugar, los pecheros estuvieron atentos para corregir desequilibrios territorial-tributarios entre la villa capital y los «cuartos» o sexmos de la
Tierra, basándose en principios de equidad y correspondencia entre tributación
y número de habitantes56.
En sexto lugar, y finalmente, los representantes pecheros se implicaron en
la toma de decisiones sobre las bases imponibles y la proporcionalidad fiscal,
según las fortunas, eso sí, haciendo equilibrios variables al fijar las «cáñamas
mayores» entre los distintos grados de cuantía o «valía» de los contribuyentes,
sin que podamos determinar como constante una orientación hacia determinados segmentos de riqueza de los colectivos pecheros57. Es cierto que en el seno
del estamento pechero se encontraban intereses contrapuestos: «ricos/pobres»,
«pecheros de la villa/aldeanos». Pero esto estaba subsumido dentro del programa fiscal y tributario general que defendieron «como estamento». Interesa
comprobar que tal programa existió. Que fuera permeable o no, o hasta qué
punto, a las contradicciones internas no anula la evidencia de que la fiscalidad
como preocupación, como política, como acción reivindicativa, formaba parte
del ideario de los pecheros y sus representantes.
————
Entre otros, DMAlba(XV), docs. 42 y 65, de 1413 y 1420, AMAT, LAC, 1413, fs. 95v96v; AMAT, LAC, 1458-60, f. 72; AMAT, LAC, 1458-60, f. 123;
54 Entre otros, AMAT, LAC, 1413, fols. 24-24v; DMAlba(XV), doc. 90, de 1424; AMAT,
LAC, 1424, f. 78v;
55 AMAT, LAC, 1407, fols. 43-43v , f. 49v, f. 73v; AMAT, LAC, 1408, fos. 13v, 15, 21;
AMAT, LAC, 1409, f. 42v, f. 45; AMAT, LAC, 1411, fol. 72; AMAT, LAC, 1413,f. 28; AMAT,
LAC, 1416, f. 10, 42-42v, fols. 48v-49; AMAT, LAC, 1422, 74-74v, f.111; AMAT, LAC, 1423, f.
80v, AMAT, LAC, 1424, fols. 39v-40v ; AMAT, LAC, 1426, f. 37; AMAT, LAC, 1438-39, fols.
45-45v; DMAlba(XV), doc. 148, de 1439.
56 Eso sí, sin poder evitar que algunos privilegios fiscales otorgados por los señores favorecieran
a los villanos: AMAT, LAC, 1418, fols. 12v-13; AMAT, LAC, 1428, fol. 60; DMAlba(XV), doc.
119, de 1430; DMAlba(XV), doc. 150, de 1443; cfr. MONSALVO, El sistema político concejil, apéndice
«Cuadro de Repartimientos fiscales documentados», págs. 404-414.
57 A título de ejemplo, 17-2-1422, AMAT, LAC, 1422, fols. 17v-18, 27-2-1422, AMAT,
LAC, 1422, fol. 21; AMAT, LAC, 1423, fols. 44v-45; DMAlba(XV), doc. 90, de 1424, ratificado
en AMAT, LAC, 1424, f. 78v; AMAT, LAC, 1458-60, fols. 25v-26.
53
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JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
Percepciones pecheras del mundo rural
Esta última cuestión resulta trascendental en el medio estudiado. Ha sido
objeto de trabajos nuestros anteriores. Pese a que subsisten aún muchas cuestiones abiertas y por estudiar, estos acercamientos anteriores me excusan ahora
de detallar las tomas de partido estamental que fueron características en relación con el mundo rural, en contraste naturalmente con las de sus antagonistas
los caballeros urbanos.
CUADRO III:
ABULENSES
OPINIONES DE LOS TESTIGOS CAMPESINOS EN LOS PLEITOS DE TÉRMINOS
Pleito y referencia
1
2
3
4
1. Argumento de la fuerza y acción ilegal del poderoso:
Valoración explícitamente negativa de la justicia, impunidad del infractor: «porque es hombre poderoso», «contra razón y derecho», «con fuerza
↓
e sin razón», «por el temor que le tenían [los labradores]», «por la mengua de justicia que había…»
↑
Valoración positiva: «cumplimiento de justicia», «ahora que hay justicia…»
Valoración negativa (normalmente referida al pasado) y positiva (momen↓↑
to presente) sobre el funcionamiento de la justicia.
2. Costumbres comunales*, tradiciones de pastoreo quebrantadas por el usurpador:
Su testimonio avala judicialmente la idea de pastoreo comunal «comuniecyt
go», es decir, de «Comunidad de Ciudad y Tierra».
«Concejo rural». Su testimonio justifica que se daba un pastoreo comunal
cr
circunscrito a términos y concejos de cada aldea. Se contrapone al anterior.
Aunque se trate de un bien «comunal», no está en discusión en ese caso el
-crégimen concreto de uso, de Comunidad entera o de aldea.
3. Clientelas
Menciones explícitas a hombres de los poderosos, clientelas armadas,
hs
vasallos señoriales, criados rurales: «mayordomos», «omes de», «guardas»,
«mandados».
4. Morfología esencial de las acciones del caballero o sus hombres hacia los campesinos:
Toma de prendas ilegales y daños deliberados a ganados y bienes de los
pr
aldeanos.
Intimidaciones y coacciones llevadas a cabo por hombres armados de los
coacc
poderosos.
vio
Violencias físicas abiertas.
res
Resistencia a la acción de la justicia.
* No se registran en los cuadros los contenidos más extensos y frecuentes de los testimonios: las referencias a los mojones, límites de los apeos, descripción física de los términos y límites topográficos
entre ellos, etc. Toda esa información respalda, de todos modos, el arraigo y legalidad de las costumbres y espacios de pastoreo comunal transgredidos por los usurpadores.
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Proceso contra Gil González Dávila
1414-1415, Asocio, doc. 70.
Personajes
1
2
Domingo García, de Riofrío
↓
cyt
Domingo Fernández, de Navalperal
cyt
Juan Sánchez, de Riofrío
↓
cyt
Pedro Fernández, de Riofrío
↓
cyt
Juan Sánchez (hijo de Pascual Sánchez)
cyt
Juan Sánchez (hijo de Toribio Sánchez)
cyt
Juan García
cyt
Alfonso Fernández, de Riofrío
cyt
Juan Fernández, de Villatoro
cyt
Juan Sánchez
cyt
Asensio Martín
cyt
Juan Sánchez
cyt
Pascual Gómez
↓
cyt
Andrés Martín
cyt
Alfonso Martínez, de Mironcillo
cyt
Sancho Fernández
cyt
Gómez Fernández
cyt
Pedro Fernández
cyt
Alfonso Martín
cyt
Pedro Fernández
cyt
Juan Sánchez
cyt
cyt
Toribio Fernández
Proceso contra Alfonso González Dávila
1414-1415, Asocio, doc. 71
Personajes
1
2
Juan Fernández, de Mirueña
cyt
Juan Sánchez, de Gamonal
cyt
Domingo Fernández, de Gamonal
↓
cyt
Personajes
Juan Sánchez
Alfonso Fernández
Juan Sánchez
Gómez Fernández
Antón Sánchez
Juan Fernández
Martín Fernández
Pascual Fernández
Juan Sánchez
Proceso contra Diego González del Águila
1414-1415, Asocio, doc. 74
1
2
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cyt
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3
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hs
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hs
3
351
4
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pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
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pr
pr
pr
pr / vio
pr
4
pr
pr/ vio
3
4
pr
hs
pr
hs
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352
Domingo Fernández
Alfonso Martín
Pascual Sánchez
Esteban Sánchez
Toribio Sánchez
Gutierre Sánchez
Juan García
Blasco Gutiérrez
Toribio García
Juan Sánchez
Juan Díaz
Domingo Sánchez
Fernando Díaz
Jimén López
Fernando Martín
Toribio Sánchez
Esteban Martín
Toribio Fernández
Domingo Jimeno
Velasco Fernández, de Velamuñoz
Miguel Fernández
Don Yagüe
Juan Fernández, de Bercimuelle
Domingo Martín
Andrés Pérez, de Bercimuelle
Sancho Fernández
Juan González, de Bercimuelle
Juan Yuanes, de Gallegos
Pedro Fernández, de Gallegos
Domingo Esteban, de Gallegos
Domingo Fernández, de Gallegos
Pedro Fernández, de Gallegos
Juan García, de Gallegos
Juan Sánchez, de Gallegos
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
↓
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↓
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↓
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↓
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cyt
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cyt
cyt
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cyt
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cyt
cyt
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hs
hs
hs
hs
hs
hs
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pr
pr
pr
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pr
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pr
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pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr/ coacc
pr
pr
pr
pr
pr
pr/ coacc
pr
pr/ coacc
cr
cyt
cr
cyt
cr
Proceso contra Sancho Sánchez Dávila
1414-1415, Asocio, doc. 75
Personajes
1
2
Domingo García
cyt
Martín Fernández, de Robledillo
cyt
Pascual Sánchez, de Hoyocasero
cyt
Domingo Hervás, de Navalvado
cyt
Alfonso Fernández, de Navalosa
cyt
Asensio Martín, de Navalosa
cyt
Velasco Mateos, de Hoyocasero
cyt
Mateos Sánchez, de Navalvado
cyt
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
pr
pr/ coacc
pr/ coacc
pr
3
4
pr
pr
hs
pr
pr
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABULENSES Y SALMANTINOS...
Juan Sánchez, de Hoyocasero
Domingo Pascual, de Navaluenga
Juan García, de Borgohondo
Pedro Ximeno, de Navalpuerco
Martín López, de Navalpuerco
Juan Martín, de Navalmoral
Martín Muñoz, de Riofrío
Juan Sánchez, de Riofrío
Pascual García, de Riofrío
Domingo Velasco, de Riofrío
Domingo Ramos, de Navalvado
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
353
pr
pr
pr
pr
Proceso contra el concejo señorial de Vadillo y otras usurpaciones en la comarca
1414-1415, Asocio, doc. 76
Personajes
1
2
3
4
Domingo Fernández, de Gamonal
cyt
pr
Pedro Martín, de Gamonal
↓
cyt
pr
Domingo Muñoz, de Gamonal
cyt
pr
Domingo Sánchez, de Gamonal
cyt
pr
Miguel Sánchez, de Gamonal
cyt
pr
Velasco Martín, de Manjabálago
cr
Mateo Sánchez
cyt
don Yagüe, de Serranos de Avianos
cyt
Gil Fernández, de Vadillo
cyt
Juan Martínez, de Vadillo
cyt
pr
Sancho Martín, de Mirueña
cyt
pr
Juan Fernández, de Mirueña
↓
cyt
pr
Sancho Pérez, de Manjabálago
cyt
pr
Proceso contra Diego González de Contreras
1414-1416, Asocio, doc. 77
Personajes
1
2
Domingo García, de Riofrío
cyt
Domingo Fernández, de Riofrío
cyt
Juan Sánchez (hijo de Martín Muñoz), de Rio↓
cyt
frío
Pero Fernández, de Ríofrío
↓
cyt
Juan Sánchez (hijo de Domingo Fernández), de
cyt
Riofrío
Juan Sánchez (hijo de Pascual Sánchez), de
cyt
Riofrío
Juan Sánchez (hijo de Toribio Sánchez), de
↓
cyt
Riofrío
Juan García, de Riofrío
cyt
Asensio Martín, de Riofrío
cyt
3
hs
4
pr
pr
hs
pr/coacc
hs
hs
pr
pr
pr
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
354
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
Alfonso Fernández, de Riofrío
Juan Sánchez (hijo de Domingo Fernández), de
Riofrío
Toribio Sánchez, de Mironcillo
Juan Sánchez (hijo de Pedro Martín), de Mironcillo
Pascual Gómez, de Mironcillo
Domingo Martín, de Mironcillo
Pascual Sánchez, de Mironcillo
Alfonso Martínez, de Mironcillo
Gómez Fernández, de Villaviciosa
Juan Fernández, de Sotalvo
Alfonso Martín, de Sotalvo
Pedro Fernández, de Naharra
Pascual Fernández, de Belmonte
Martín Fernández, de Robledillo
Martín López, de El Barraco
cyt
pr
cyt
cyt
pr
cyt
hs
pr/coacc
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
cyt
hs
hs
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr
pr/coacc
pr
Proceso contra el concejo señorial de Peñaranda
1414-1416, Asocio, doc. 92
Personajes
1
2
Juzdado Fernández
-cToribio Fernández
-cJuan Fernández
↓
-cJuan Fernández
-cLlorente Fernández
-cToribio Fernández
-cAndres García
-cAntón Martín
-cAlfonso Fernández
-cAlfonso García
-cPedro Martín
-cMateos Sánchez
-cJuan Martínez
↓
-c-
hs
3
4
Procesos contra Pedro Dávila, señor de Las Navas, 1489-1493 (I)
Acciones en Burgohondo y sus lugares anejos (Navalosa, Navarrevisca, Navaquesera,
Navatalgodordo, Navalvado, Navaluenga y Hoyoquesero)
1489, febrero, Asocio, doc. 158
Personajes
Fernán Jiménez, de Navarrevisca
Martín González, de Navalosa
Juan López, de Navalvado
Nietos de Sancho Fernández, de Navaluenga
Fernán González Calleja, de Navaluenga
1
↓
↓↑
↓↑
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
2
-c-c-c-c-c-
3
hs
4
pr
pr
pr/ coacc
coacc
pr/ coacc
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABULENSES Y SALMANTINOS...
Toribio Sánchez, de Navaluenga
Pedro Jimeno, de Navaluenga
Juan García de la Fuente, de Burgohondo
Viuda de Gonzalo Mateos
↓↑
-c-c-c-c-
355
pr/ coacc
pr/ coacc
pr/ coacc
coacc
Procesos contra Pedro Dávila, señor de Las Navas, 1489-1493 (II)
Acciones en Navalmoral y sus lugares anejos (Navandrinal, Villarejo, Espinarejo,
Molinillo, Navalascuevas, Molinillo y Navalacruz)
1489, marzo, DAMAv, vol. IV, doc. 356
Personajes
1
2
3
4
pr/coacc
Juan Muñoz, de Villarejo, collación de Navalmoral ↓ ↑
-chs
vio/res
pr/coacc
Toribio Fernández de Navalascuevas, collación
↓
-chs
vio/res
de Navalmoral
pr/coacc
Juan Muñoz, de Navalascuevas
↓
-chs
vio/res
pr/coacc
Miguel Sánchez, de Villarejo
↓
-chs
vio/res
pr/coacc
Toribio Sánchez, de Villarejo
↓
-chs
vio/res
Procesos contra Pedro Dávila, señor de Las Navas, 1489-1493 (III)
Litigio entre El Barraco (con sus lugares de Navalpuerco, Navacarros y Navalmulo)
y Navalmoral con sus anejos, presionado éste por Pedro Dávila
1489, octubre, Asocio, doc. 166
Personajes
Diego de Plaza, de Navalpuerco
Martín García del Andrino, de El Barraco
Juan Encina, de El Barraco
Martín Fernández, de Navalpuerco
Juan Rodríguez
1
↓
↓
↓
↓
2
-c-c-c-c-c-
3
4
hs
pr/coacc
pr/coacc
pr/coacc
pr/coacc
Procesos contra Pedro Dávila, señor de Las Navas, 1489-1493 (IV)
Acciones en la comarca de Pinares
1493, enero, 3 -febrero, 7,
1493, febrero, 7
DAMAv, vol. IV, doc. 400, 402
Personajes
1
2
3
4
pr/coacc
Bartolomé Grande, de San Bartolomé de Pinares
-chs
vio
pr/coacc
Bartolomé de Maestre Juan, de San Bartolomé
-chs
vio
de Pinares
pr/coacc
Martín, de El Herradón
-chs
vio
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
356
Juan Garrido y Pedro de Villalba, de Cebreros
(un mismo testimonio ambos)
Juan, hijo de Juan Rodríguez, de Valdemaqueda
(lugar de Pedro Dávila)
Juan, hijo de Pedro Domingo, de Valdemaqueda
-c-
hs
Miguel González, de Cebreros
-c-
hs
Pedro, de Cebreros,
-c-
hs
-c-
hs
-c-
hs
Bartolomé del El Herradón, de el Hoyo
↓
Pedro, hijo de Martín García, de Valdemaqueda
pr/coacc
coacc
vio
coacc
vio
pr/coacc
vio
pr/coacc
vio/res
Procesos contra Pedro Dávila, señor de Las Navas, 1489-1493 (V)
1493, febrero, 9
DAMAv, vol. IV, doc. 403
Personajes
Pedro, de Valdemaqueda (corrobora su testimonio de días atrás)
Bartolomé del Herradón (corrobora la declaración)
1
2
3
-c-
hs
-c-
hs
4
coacc/vio
res
coacc/vio
Para los pecheros fue esencial una defensa a ultranza del patrimonio comunal y concejil, extensísimo en la zona. La mayor parte de la documentación en
la que hallamos evidencias de muchas de las actitudes de los pecheros se relaciona con el asalto oligárquico a este patrimonio comunal. Hay un contraste
evidente con la actitud de los caballeros, ya que para estos últimos los recursos
comunales no fueron la única alternativa agraria, pues pudieron contar también —al margen de sus intentos de señorialización— con dehesas privadas y
términos redondos58. En cambio, para los pecheros rurales este tipo de bienes
no eran fuente de renta, sino que su aprecio radicaba en el valor de uso. Para
ellos, el sistema agrosilvopastoril, que combinaba recursos varios y reglas de
uso muy complejas, resultaba estratégico e imprescindible: tierras de labor,
viñas, prados, alixares, ejidos...59.
El derecho a usar esos espacios era algo conocido por los pecheros y, ciertamente, empleado como argumento en los pleitos por los procuradores y sex————
Vit. títulos citados supra, notas 14 y 34.
Un recorrido por esta cuestión en la Ávila bajomedieval en MONSALVO, J.M.ª, «La
ordenación de los espacios agrícolas, pastoriles y forestales: Ávila y su Tierra, Villatoro,
Valdecorneja y Valle del Tiétar durante la Baja Edad Media», en SER, G. del (coord.), Historia de
Ávila, Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 2009, t. IV, págs. 349-497.
58
59
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABULENSES Y SALMANTINOS...
357
meros. Incluso algún procurador pechero llegó a decir, demostrando por lo
demás su conocimiento jurídico, que los bienes comunales no podían ser aprehendidos privadamente, ya que «es derecho espreso que las tales cosas comunes
a çibdat son inprescriptíbiles»60.
Sabemos en qué fuentes de legitimidad apoyaban los pecheros sus posiciones: en primer lugar, la costumbre, noción más compleja de lo que parece a
simple vista, pero argüida en múltiples declaraciones directas de testigos en las
que contaban a los jueces de términos cómo «de tiempo inmemorial» se usaban
comunalmente los espacios61; la legislación concejil o general, que los testigos
de los pleitos, y desde luego los procuradores, reproducían más o menos literalmente —algunos pasajes— en apoyo de sus demandas; los privilegios regios
que avalaban sus puntos de vista; y el recuerdo documentado de otros pleitos y
sentencias previos. Todas estas fuentes de legitimidad eran genuinamente pecheras y contrastaban con las de los caballeros —supuestos títulos de propiedad, herencias, privatización de pastos como hechos consumados...—, pero, sin
embargo, es significativo comprobar que sirvieron tanto a los pecheros que
propugnaron el pastoreo comunal libre por toda la Tierra como a aquellos que
defendían un comunalismo apartado para cada aldea.
CUADRO IV: FUNDAMENTOS DE LEGALIDAD Y LEGITIMIDAD DE LAS DOS MODALIDADES CONTRAPUESTAS DE APROVECHAMIENTOS RURALES COMUNALES DEFENDIDOS
POR LOS PECHEROS (EL CASO DE ÁVILA)
MODALIDAD UNITARIA DE
CIUDAD Y TIERRA
MODALIDAD DE AUTONOMÍA
ALDEANA
Descripción
general
Todos los habitantes pueden entrar en
los términos de todas las aldeas (excepto prados deslindados, cultivos,
dehesas y ejidos de las aldeas).
Los «herederos» y vecinos de cada
aldea disfrutan en exclusiva de su
propio término apartado.
Costumbres
En las pesquisas los testigos afirman
que la costumbre era poder llevar los
ganados «de unos lugares a otros»,
libremente, con las salvedades indicadas.
Normativa
Ordenanzas de Ávila:
• Ordenanzas de 1346 (Ord.,doc. 1).
• Ordenanzas de c.1346-1384
(Ord., doc. 3).
• Ordenanzas de 1384 (Ord., doc. 4).
En las pesquisas los testigos afirman
que las aldeas tienen «términos apartados», reservados sólo para los «vecinos» y «herederos» de cada lugar.
También argumentan que esa era la
costumbre.
Ordenanzas de Ávila:
• Ordenanzas Generales, 1487
(Ord., doc. 18, ley 18: derechos
de «herederos» del lugar a disfrutar del término aldeano según la
————
1414-1416, Asocio, doc. 75.
Remito para los detalles a los pleitos de términos y trabajos citados a lo largo de este
artículo. Cfr. supra.
60
61
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
358
Privilegios
«antiguos»
Memoria
histórica
judicial
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
• Ordenanzas Generales, 1487
(Ord., doc. 18, ley 17: «vecino» de
ciudad y Tierra; leyes 11 y 12:
pastoreo a vecindad…).
cantidad que tuvieren de heredad
en él).
• Cartas regias de 1181, 1193,
1205, 1209: límites de Ávila con
sus concejos vecinos; unidad de
Ávila y Tierra (Asocio, docs. 1 a 5).
• 1273: Alfonso X confirma privilegios antiguos (Asocio, doc. 19).
• 1330, 1351, Alfonso XI y confirmado por Pedro I, contra usurpaciones (Asocio, docs. 30, 36).
• 1393: carta de Enrique III (Asocio, doc. 51): los pecheros pueden
llevar libremente sus ganados por
cualquier parte de la Tierra, con
las salvedades indicadas de cultivos y prados adehesados. No se
tienen en cuenta delimitaciones
aldeanas.
• 1273 (DAMAv, doc. 4; DocPueblosÁvila, AM. Santa Cruz, doc. 1)
«heredamiento para labrar» a Hoyo
de Pinares y a Santa Cruz de Pinares.
• 1274 (DMSBP, doc. 1; DAMAv,
doc. 6) lo mismo a Manjabálago y
San Bartolomé.
• 1275 (DAMAv, doc. 7) a
Burgohondo.
• 1275 a 1304 (DocPueblos-Ávila, AM.
Riofrío, doc. 3, Asocio, doc. 24) se extiende y se generaliza la dotación
agraria a las aldeas que lo pidan.
• Siglos XIV y XV se confirman
estos «heredamientos para labrar».
En los siglos XIV y XV las aldeas
los utilizan para justificar, subrepticiamente, que tenían de antiguo
«términos apartados».
Se hacen trasladar y se utilizan las sentencias favorables a esta modalidad.
• Sentencias de los pleitos de 14141416, que avalaron todas estas
modalidades. (Asocio, docs. 70-76).
• 1436: varias sentencias de ese año
(DAMAv, docs. 109-123).
• 1453: sentencias favorables a la ciudad y Tierra (Asocio, doc. 111, 114).
• 1474: registro de sentencias anteriores (DAMAv, doc. 96).
• 1476: la reina exige que cumplan
las sentencias anteriores (Asocio,
doc. 141).
• En general las sentencias posteriores
a 1480 se interpretan en clave de
aprovechamientos de ciudad-yTierra: DAMAv, docs. 278, 291,
308, 317, 320, 337, 338, 347, 356,
367, 376, 387, 400 a 404, 424, 435;
DMSBP, doc.77; Asocio, docs. 145 a
193; RGS-Avila, vol. IV, docs. 47,
74; vol. V doc. 23; vol. IX, doc. 58
Se utilizan los argumentos judiciales
que convienen en defensa de esta
modalidad circunscrita al término
aldeano.
• Reclamación de Riofrío en 1428
(DocPueblos-Ávila, AM. Riofrío,
doc. 7).
• Pleito Hoyo de Pinares 14751476 (DAMAv, doc. 169).
• Pleito de Burgohondo, 1489
(DAMAv, doc. 367)
• Sentencia de Burgohondo de
1490 (Asocio, doc. 185).
• Pleito de El Tiemblo, 1480-1481
(DAMAv, doc. 291)
• Reclamación de Riofrío de 1487
(RGS-Ávila, vol. IV, doc. 74)
• 1490: Petición al Consejo Real
por parte de los concejos de la mitad sur de la Tierra de Ávila para
tener «términos apartados» (RGSÁvila, vol. VI, doc. 34)
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABULENSES Y SALMANTINOS...
359
No entro en detalles y me remito a trabajos anteriores62. Pero llama la
atención precisamente esta anfibología de los discursos pecheros sobre el comunalismo. Por eso hemos hablado de un ideario rural «comuniego» contrapuesto a otro «aldeanista», que propugnaba el término de cada aldea como
ámbito genuino de uso. Uno y otro reflejan modos diferentes de entender los
aprovechamientos abiertos. Pero uno y otro se apoyaban en los mismos fundamentos, es decir, en la «costumbre», en el recurso a la «normativa», en el apoyo del «privilegio regio» y en el manejo inteligente y funcional de la «memoria» de litigios y conflictos anteriores. La contraposición de contenidos pero con
coincidencia de valores esenciales me parece que no hace sino mostrar la
permeabilidad del ideario estamental a los planteamientos polémicos o de
debate, en este caso, sobre los usos rurales de los términos y el pastoreo.
De algún modo, a partir del consenso de que los bienes comunales y los derechos colectivos tenían que ser —por el peso de la costumbre, la historia, las
leyes y los reyes—, algo abierto, libre y gratuito, los divergentes puntos de
vista de los pecheros sobre la aplicación práctica de este principio pueden interpretarse también como elaboraciones ideológicas debatidas en torno a la
noción política y espacial de la Tierra. Esta fue percibida por unos como algo
unitario, pastorilmente indivisible, y por otros, como una mera yuxtaposición
de aldeas, cada una con su término singularizado. Es decir, se trataba de percepciones que implicaban enunciados complejos sobre diferentes concepciones
administrativas y espaciales del territorio concejil. ¿Por qué no iban a tener
estas valoraciones complejas y ambivalencias los campesinos pecheros si también tenían ideas colectivas igualmente comprometidas sobre el poder, los caballeros, la justicia o el mercado? Es una evidencia más de discurso propio, en
este caso, doble discurso pechero sobre algo tan fundamental en su medio como el de la fijación de los ámbitos comunitarios o de pastoreo de las economías
campesinas.
————
62 En particular «Costumbres y comunales en la Tierra medieval de Ávila», y «Comunalismo y
comunalismos». Pueden verse en el primero de estos trabajos los dos mapas en que procuramos
reflejar las dos modalidades de comunalismo que concurrieron en el imaginario y en el proyecto
legal de los pecheros abulenses, el proyecto «comuniego» y el proyecto «aldeanista». Como se
aprecia en el Cuadro IV tanto uno como otro proyecto, ambos dentro del horizonte mental del
campesinado pechero, se apoyaron en fundamentos basados en la costumbre, la normativa, los
privilegios y las sentencias judiciales. Vid. MONSALVO, JM.ª, Comunalismo concejil abulense. Paisajes
agrarios, conflictos y percepciones del espacio rural en la Tierra de Ávila y otros concejos medievales, Ávila,
Diputación Provincial, 2010.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
360
CUADRO V.A.: VALORES ESTAMENTALES, MENTALIDADES Y ACTITUDES POLÍTICAS DE
LOS CABALLEROS URBANOS
Contenidos
Valores y actitudes predominantes
Conciencia colectiva y visión del
«otro»: Percepciones sobre las relaciones sociales y el
poder local
• Displicentes hacia los pecheros.
• Convencimiento de «superioridad» natural.
• Conciencia de los patricios urbanos de gobernantes exclusivos (espíritu de casta
cerrada), por tradición y privilegio. Como aspiración, no como realidad.
• Límites del ideario social de los dirigentes concejiles:
Apenas aceptan una presencia testimonial de los representantes pecheros,
sin poder y en determinados asuntos.
Los «escuderos» o privilegiados no gobernantes cuestionan el acaparamiento
de funciones de los caballeros patricios.
• Polaridad asumida de la contraposición en el estamento superior entre minoría
dirigente y grupo sociojurídico privilegiado.
El papel de la
violencia
•
•
•
•
Actitudes hacia la
monarquía, la
justicia y los recursos públicos
• En situaciones de conflicto, iniciativas personales o privadas para resolverlo, no
sólo recurso a las vías institucionales.
• Episodios aislados de resistencia a la justicia. Arrogancia y atrevimiento frente a
las autoridades.
• Episodios aislados, desde del propio concejo, de incumplimiento o modificación de
las órdenes regias o superiores, utilizando los recursos legales y administrativos. En
ocasiones (no es un patrón fijo ni siquiera predominante) se oponen a órdenes superiores por conveniencia: utilización particular de las instituciones locales.
• Ideas, discursos y actitudes sobre los recursos públicos:
Mercado más flexible, no siempre intervenido.
Aceptan la gestión privada a veces del patrimonio común, con sentido economicista y de rendimientos inmediatos.
Ausencia de demandas sectoriales de tipo gremial.
Algunas funciones públicas (guarda de puertas y tareas de vigilancia, servicios de guía, etc.) pueden ser ejercidas por hombres (suyos) de confianza.
Valoran la opacidad, el secretismo, en el gobierno municipal.
Percepciones sobre
el mundo rural
• Identificación con los valores de la propiedad: herencias, compras…
• Vacilaciones entre la defensa del patrimonio público y las opciones privadas
(ambas pueden favorecerles).
Cultura política
organizativa y
redes sociales
• Importancia de las acciones individuales y familiares.
• Familias amplias, basadas en el parentesco y el pseudoparentesco.
• Redes privadas, personales y extensas: poca importancia de los vínculos hacia un
lugar o espacio topográfico concreto.
• Caballeros patricios.- Tres principios políticos característicos dentro del sistema
concejil, de compleja armonización:
Búsqueda del interés privado y familiar.
Sometimiento a las disciplinas de los «linajes».
Clientelismo y vasallaje.
• Arraigo de la cultura contractual y de pacto: entre «linajes»; para solucionar
conflictos; acuerdos con la alta nobleza...
• Elasticidad de las organizaciones no patricias del estamento: agrupaciones formales de «caballeros e hidalgos» y linajes.
Concebida como recurso de la acción política por los caballeros.
Escala: baja intensidad.
Empleo de sus hombres.
Ámbitos y raíces de la violencia: bandos y violencia rural.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
IDEARIO SOCIOPOLÍTICO Y VALORES ESTAMENTALES DE LOS PECHEROS ABULENSES Y SALMANTINOS...
361
CUADRO V.B.: VALORES ESTAMENTALES, MENTALIDADES Y ACTITUDES DE DE LOS
PECHEROS O SUS ORGANIZACIONES
Contenidos
Valores y actitudes predominantes
Conciencia colectiva y visión del
«otro»: Percepciones sobre las relaciones sociales y el
poder local
• Atribuyen a sus antagonistas motivaciones privadas y egoístas (en su opinión,
éstos sólo defenderían sus propios intereses).
• Atribuyen a sus antagonistas actuaciones arbitrarias.
• Denuncia de los abusos de los poderosos, considerados impunes a menudo.
• Atribuyen a sus antagonistas el acaparamiento de funciones y cargos, incluso
menores (ellos o sus hombres). Reclaman participación.
• El acaparamiento y la impunidad serían la causa de los agravios padecidos por los
pecheros. Sentimiento profundo de agravio.
• Límites del ideario estamental pechero:
No sostienen la equiparación jurídica e institucional. Aceptan la división estamental, pero la entienden equilibrada, sin que el estamento inferior quede
laminado (legitimidad del estamento desde el siglo XIII como contribuyentes).
No se deja ver un ideal de cambio radical del orden social: ausencia de sentido utópico, al menos explícito.
• Escasa incidencia del problema de la «falsa conciencia» o dependencia ideológica
importada de los grupos altos locales.
El papel de la
violencia
• Pacifismo categórico. La violencia no es un recurso de la acción política.
Actitudes hacia la
monarquía, la
justicia y los recursos públicos
• Apoyo a la legalidad y a las instituciones en situaciones de conflicto.
• Valoración positiva de la justicia y las instituciones de la monarquía cuando
funcionan (es el contrapunto a la impunidad de los poderosos y la garantía de
que no habría agravios).
• Acatamiento de las resoluciones judiciales, las decisiones de la monarquía y las
órdenes superiores. Afección a la acción monárquica.
• Defensa a ultranza de lo público:
Mercado protegido, sin monopolios ni privilegios.
Ausencia de reclamaciones sectoriales de tipo gremial.
Espacios urbanos públicos.
Instituciones públicas como vía del gobierno ordinario.
Transparencia en la gestión.
Opiniones sobre el
régimen tributario
• Denuncia de las irregularidades e imposiciones injustificadas.
• Lucha sistemática contra los excesivos exentos y excusados.
• Celo de las respectivas organizaciones pecheras ante los desequilibrios territoriales
y los problemas de proporcionalidad fiscal.
Percepciones sobre
el mundo rural
• Defensa inequívoca del patrimonio comunal.
• Consideración de los bienes comunales como bienes de uso, al servicio de la
comunidad.
• Fuentes de legitimidad: costumbres, normativa pública, apoyo regio.
• Coexistencia contrapuesta entre modalidades de ámbito «comuniego» y aldeano.
Cultura política
organizativa y
redes sociales
• Importancia de la acción colectiva.
• Familias reducidas como base de las redes sociales.
• Importancia de la vecindad y de los lazos topográficos (collación, barrio, aldea,
sexmo...).
• Contrapuestos a las clientelas de los caballeros.
• Principio político característico: comunidad y representación.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
362
JOSÉ MARÍA MONSALVO ANTÓN
A MODO DE CONCLUSIÓN
El recorrido realizado a través de los más significativos componentes del
ideario pechero se cierra aquí, pero no porque esté completo. Ciertamente, la
identidad del estamento en lo referente al discurso y actitudes específicos pienso que guarda además estrechísima relación con una determinada forma de
actuar en política, ya que ésta moldeó también sus valores cívicos y concejiles.
Me refiero a la forma de participación de-abajo-hacia-arriba que caracterizó su
organización, como revelan varios trabajos de investigación específicos que nos
ocuparon y que pusimos en valor en los estudios medievales hace años. Pienso,
en concreto, en toda esa morfología de «juntas» y «ayuntamientos», en la elección anual de «procuradores», «jurados» o «sexmeros» y en la capacidad de
revocación sobre los elegidos. Solo el estamento pechero generó tales resortes
de acción colectiva, basados en la fluidez entre representantes y representados,
en el control desde la base y en la lucha pacífica, legal, judicial y política. Y ello
en contraste con los caballeros patricios, con sus típicos linajes verticales, su
concepción patrimonial del poder y su confianza en los recursos privados.
No podemos dudar, en consecuencia, de que todo lo relacionado con la organización y la toma de decisiones fue también decisivo en la identidad de los
pecheros y moduló sus propias interpretaciones de la realidad social y del poder. Debe añadirse, por tanto, este acervo de conducta política comunitaria al
ideario pechero antes descrito: a la imagen estereotipada que los pecheros ofrecieron de los caballeros como opresores y «poderosos», a su denuncia de los
«agravios», al argumento de la «mengua de justicia», a los programas de defensa de lo público y de los bienes concejiles, o a esa invariable ausencia de violencia que hemos considerado igualmente como característica de los pecheros.
Todo ello hizo fraguar una cultura política propia, contrapuesta a la cultura
política de los caballeros urbanos. Pero siempre, no olvidemos este requisito,
bajo los condicionamientos jurídicos y sociales de los concejos de la zona y su
arraigada estamentalización formal.
Recibido: 25-06-2010
Aceptado: 29-10-2010
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 325-362, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 363-388, ISSN: 0018-2141
«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE
UNA IDENTIDAD POLÍTICA EN LA CASTILLA DEL SIGLO XV*
HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
Universidad de Sevilla
RESUMEN:
El concepto de identidad es bastante polémico. En este artículo la noción de identidad se utiliza con una connotación concreta: la identidad como una estructura compartida para la comprensión de determinadas relaciones. Desde esta acepción la
existencia de una identidad política extendida no queda circunscrita a cuestiones de
desarrollo institucional, ni puede medirse exclusivamente en términos de conflicto
abierto.
Parece claro también que las condiciones particulares del repertorio documental medieval dificultan enormemente el análisis de identidades políticas definidas estrictamente en estos términos. El articulo trata de afirmar la existencia de una identidad política crítica extendida en el siglo XV castellano, mediante un análisis
comparado de textos, centrado en una referencia concreta (el topos del rey preso). El
análisis se prolonga tratando de abordar las condiciones que permiten la cristalización de la citada identidad política a través de un sistema de comunicación política
que se demuestra al menos parcialmente autónomo.
PALABRAS CLAVE:
Identidad. Política. Comunicación. Castilla. Siglo XV.
«THE PRISON OF THE KING». SUBALTERN VOICES AND SIGNS OF THE EXISTENCE OF A
POLITICAL IDENTITY IN 15TH CENTURY CASTILE
ABSTRACT:
The concept of identity is quite controversial. In this article I will deal with the
notion of political identity in a particular way: identity as a shared structure for
the understanding of a specific set of social relations. From this point of view the
————
Hipólito Rafael Oliva Herrer es miembro del Departamento de Historia Medieval y Ciencias y
Técnicas Historiográficas de la Universidad de Sevilla. Dirección para correspondencia: Facultad de Geografía
e Historia, Universidad de Sevilla, C/ Doña María de Padilla s/n, 41004-Sevilla. Correo electrónico:
hroliva@us.es.
* Este artículo se ha redactado en el marco del proyecto de Investigación Espacio público,
opinión y crítica política a fines de la Edad Media (HUM 2007-65750), financiado por el Ministerio de
Educación y Ciencia.
HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
364
very existence of an extended political identity does not depend on institutional
development issues, nor can it be solely measured by its implications in terms of
social conflict.
It seems clear that a political identity defined in these terms is quite difficult to analyse
considering the particular conditions offered by medieval documentary evidence.
Trying to prove the existence and crystallisation of such political identity in 15thcentury Castile, this article carries out a comparison of a series of texts taking as a
reference point a concept repeated in all of them (the topos of the prisoner king). The
analysis goes on to focus on the particular conditions which allow for the
crystallization of such an identity through a communication system that is at least
partly autonomous.
KEY WORDS:
Identity. Politics. Communication. 15th century. Castile.
INTRODUCCIÓN
El concepto de identidad es sin duda complejo. El apogeo de la Historia
cultural lo ha colocado en el centro de la producción historiográfica, aunque las
utilizaciones que se hacen del término no sean necesariamente compatibles. El
rango de los empleos del concepto puede variar desde una acepción fuerte, de
inspiración comunitarista, que sitúa la identidad como referente último del
proceso social y del conflicto, a otra que tiende más bien a equipararlo a nociones surgidas en el ámbito de la historia social, sustituidas recientemente por el
nuevo aparato conceptual1.
No pretendo detenerme a discutir la ingente producción que sobre la cuestión de las identidades políticas se ha generado en los últimos años. Me contentaré con efectuar algunas breves consideraciones que, no por obvias, a mi entender resultan menos necesarias. La primera de ellas es que, tal como ha
demostrado de manera convincente la crítica postcolonial, las identidades no
son exhaustivas, bien se trate de identidades familiares, comunitarias, de clase y
por supuesto, de identidades políticas2. Los individuos participan de identidades diferentes, y el tipo de argumentos y recursos culturales que movilizan
puede variar y de hecho lo hace en contextos diferentes.
Para un jornalero en un pueblo castellano del siglo XV, es posible que la
comunidad constituya un marco identitario y que se implique en un conflicto
————
1 Por ejemplo, la noción de clase experimentada, tal y como fuera formulada por THOMPSON,
E.P., The making of the English working class, Londres, Vintage, 1963. Para un ejemplo de la primera
acepción SÁNCHEZ LEÓN, P., «La constitución histórica del sujeto comunero: orden absolutista y
lucha por la incorporación estamental en las ciudades de Castilla: 1350-1520», en MARTÍNEZ GIL,
F. (ed.), En torno a las Comunidades de Castilla. Actas del Congreso internacional Poder, conflicto y revuelta
en la España de Carlos I, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, págs. 159-208 y de
manera más matizada en «El poder de la comunidad», en RODRÍGUEZ, A. (ed.), El lugar del
campesino. En torno a la obra de Reyna Pastor, Valencia, Universidad de Valencia, 2007, págs.331-338.
2 Sobre estas cuestiones, SAID, E., Cultura e imperialismo, Barcelona, Anagrama, 1996.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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por el aprovechamiento de sus montes, o incluso que participe en un enfrentamiento ritual por una cuestión de delimitación de términos, frente a los habitantes del pueblo vecino3. Esto no implica necesariamente que el discurso comunitario esgrimido por las élites locales sea efectivo a la hora de legitimar sus
decisiones políticas. Este individuo puede compartir con otros en su misma situación una visión crítica respecto al tipo de relaciones imperantes en la comunidad,
sin que ello dé lugar a la formalización de ningún tipo de organización4. Puede
incluso conversar en el monte, junto al fuego, con un vecino del pueblo de al
lado, con el que unos meses antes se había enfrentado, y reconocer, ambos, que
la forma que en los rectores de las comunidades respectivas dirigen sus asuntos
resulta ampliamente perjudicial para los intereses de los dos.
Seguramente por este pequeño escenario imaginado, que por otro lado sería
muy difícil de reconstruir utilizando las fuentes medievales, hayamos visto el
despliegue de varias identidades, que incluso podríamos calificar como políticas.
Cualquier individuo se encuentra inserto en un conjunto variado de redes,
lo que no implica que necesariamente exista una multiplicidad indefinida de
identidades políticas, cada una de ellas vinculada a un tipo de relación. Esta
última afirmación, más bien, nos invita a analizar qué tipo de relaciones y qué
contextos coadyuvan a la cristalización de un imaginario político extendido, o
si se prefiere, de una identidad.
He dedicado algunas líneas a la reflexión precedente, a riesgo de que pueda
ser considerada banal, para tratar de fundar una prevención, que tiene que ver
con la manera en que los medievalistas podemos importar un concepto que ha
adquirido su pleno desarrollo en el ámbito de la sociología y otras ciencias sociales. Mi intención no es denegar la validez heurística del concepto de identidad política5. Tiene más bien que ver con la manera en que nosotros la pode————
3 De hecho, el propio carácter de la comunidad campesina medieval es una cuestión todavía
debatida. Frente a la visión que enfatiza el aspecto identitario y el imaginario compartido de las
comunidades rurales, fundamentado en la asociación territorio/recursos /explotación colectiva, se
han alzado voces que consideran, por ejemplo, que el discurso comunitario es una creación de las
élites locales o que argumentan que la comunidad rural no constituye un cúmulo de valores
compartidos, siendo más bien un escenario en el que se despliegan diferentes redes y estrategias.
Para estas dos últimas interpretaciones, cf. WICKHAM, C., Community and clientele in twelfth-century
Tuscany. The origins of the Rural Commune in the Plain of Lucca, Oxford, Clarendon Press, 1998 y
SABEAN, D., Power in the blood. Popular culture and village discourse in early modern Germany,
Cambridge, Cambridge University Press, 1984, respectivamente. Respecto de los enfrentamientos
rituales en procesos de apropiación simbólica del territorio es interesante el trabajo del antropólogo
ALONSO PONGA, J.L., Rito y sociedad en las comunidades agrícolas y pastoriles de Castilla y León,
Valladolid, Junta de Castilla y León, 1999.
4 Sobre estas cuestiones, SCOTT, J., Weapons of the weak. Everyday forms of peasant resistance, New
Haven, Yale University Press, 1985.
5 Reflexiones interesantes respecto a la importación creativa de conceptos generados en otras
disciplinas en SAID, E., «Teoría ambulante», en SAID, E., El mundo, el texto y el crítico, Madrid,
Debate, 2004.
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
mos percibir y con la medida en que el repertorio de fuentes disponible condiciona o distorsiona el análisis de las identidades políticas existentes.
En la acepción del término que voy a utilizar a lo largo de este artículo, la
construcción de identidades políticas tiene que ver con la asunción de determinados referentes que posibilitan la constitución de una estructura compartida
para la comprensión de determinadas relaciones6. La cuestión que se plantea,
obviamente, es cómo observar la existencia o no de una determinada estructura
de actitud y referencia y delimitar en qué medida se encuentra socialmente difundida7.
Ni disponemos de la panoplia de encuestas de los sociólogos ni la descripción
densa de los antropólogos se encuentra exenta de problemas para los medievalistas8.
Esto explica que a la hora de considerar la existencia de identidades políticas
en el campo de la Historia medieval generalmente se produzca, por un lado, una
deriva de lo estrictamente cultural hacia lo formalizado (organizativo o institucional) o bien, que nos veamos obligados a analizar las identidades políticas
cuando estas se manifiestan abiertamente, a través del conflicto. En cualquier
caso, la relación entre identidad y conflicto es un aspecto problemático. El conflicto puede interpretarse como vehículo de expresión de identidades ya existentes, como elemento para su reforzamiento, como crisol que permite la generación
de identidades nuevas o como una conjunción de todos estos elementos9.
De una forma o de otra, ello nos aboca a una visión restrictiva de lo político, al menos si nos situamos en la estela de Austin y de los historiadores de la
escuela de Cambridge y consideramos que el hecho de hablar, en sí, puede ser
un acto político10. Dicho de otra manera, la reconstrucción de los procesos sociales operada por las fuentes inevitablemente proyecta una zona de sombra en
————
6 Interpretación similar a la esgrimida por WOOD, A., The 1549 Rebellions and the Making of
Early Modern England, Cambridge, Cambridge University Press, 2007, pág. 133.
7 Concepto este, el de estructura de actitud y referencia, inspirado por los trabajos de E. Said,
en particular el ya citado Cultura e imperialismo.
8 A pesar de las prevenciones vertidas sobre el concepto de opinión pública por BOURDIEU, P.,
«L’opinion publique n’existe pas», en BORDIEU, P., Questions de sociologie, Paris, Les editions de Minuit,
1980, págs. 222-235. Respecto de la utilización de las categorías forjadas por la antropología y algunos
de los problemas que plantea para el historiador, cuyo campo de observación está condicionado por las
referencias documentales, son de interés las reflexiones formuladas en su momento en el contexto de la
historiografía sobre el México colonial por VAN YOUNG, E., «The New Cultural History Comes to
Old Mexico», The Hispanic American Historical Review, 79, 2 (1999), págs. 211-247.
9 Incide en estos aspectos, CHALLET, V., «Las revueltas medievales: ¿sociabilidades conflictivas
o conflictos de sociabilidad?», en MARTÍN CEA, J.C. (ed.), Convivir en la Edad Media, Burgos,
Dossoles, 2010, págs. 253-251.
10 AUSTIN, J.L., How to do things with words, Oxford, Clarendon Press, 1975. POCOCK, J.G.A.,
«Verbalizing a political act: towards a politic of speech» y «The concept of a language and the
metier d’historien: some consideration on practice», en POCOCK, J.G.A., Political Thought and
History. Essays on Theory and Method, Cambridge, Cambridge University Press, 2009, págs. 33-50;
SKINNER, Q., Vision of politics. 1. Regarding Method, Cambridge, Cambridge University Press, 2002.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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la que es necesario indagar. Para los que nos dedicamos a la «cultura política
popular», con todas las prevenciones que quepa aplicar a esta categoría, el problema es bastante conocido11. Se trata de la política de la palabra o del silencio,
o si se prefiere utilizar la exitosa conceptualización acuñada por el antropólogo
J.C. Scott, del problema del «discurso oculto»12.
Aceptar que las relaciones entre estructura, en este caso cultural, y acción
distan mucho de ser lineales, o si se prefiere entre formas de pensar y de actuar,
nos permite ampliar el campo de observación y preguntarnos por la existencia
o no de otras estructuras compartidas para la percepción de determinadas relaciones: de otras identidades políticas y de las redes que las soportan. Parece
claro también que las dificultades a afrontar son mayores y que las posibilidades de verificación reposan en una concatenación de elementos que permitan la
atribución de significados, en otras palabras, en lo que fuera definido en su día
por C. Ginzburg como paradigma indiciario13.
EL DISCURSO EXPRESO
¿Quien prendió al rey don Juan segundo sino los grandes? ¿Quien le soltó e
hiço reinar, sino las comunidades, y especialmente la nuestra, quando en Portillo le
tubieron preso? Véase la istoria que claro lo diçe: Subcedió al rei don Juan al rei don
Enrique, su hijo, al qual los grandes depusieron de rei, alçando otro rei en Avila, e
las comunidades, y espeçial la nuestra de Valladolid le bolvieron su çetro e sila real,
echando a los traidores della. Bien saven vuestras señorías que el rei de Portogal los
grandes le metieron en Castilla. Porque los reies de gloriosa memoria, don Fernando e doña Ysavel, padres y agüelos de sus magestades, no reina(ra)n, sino las comunidades le vencieron y hecharon de Castillla e hiçieron pacíficamente reina (sic) sus
naturales reies. E no allarán vuestras señorías que xamás en España a avido desobediençia, sino por parte de los cavalleros. No obediençia ni lealtad, sino de las comunidades, y espeçialmente de la nuestra.
E si vuestras señorías quieren ver en lo que toca a la haçienda, verán claro
que los pueblos son los que al rei enrique (cen) e los grandes son los que le an enpobreçido todo el reino: vasallos y alcavalas y otras rentas reales que heran del rei
e los pueblos las pagan. ¿Quién las han quitado a sus magestades sino los grandes? Vean vuestras señorías quan pocos pueblos quedan ya al rei que dende aquí
a Santiago, que son çien legoas, no tiene el rei sino tres lugares14.
————
11 Véanse, por ejemplo, las prevenciones expresadas en su momento respecto de la categoría
«cultura popular» por DAVIES, N.Z., «Towards Mixtures and Margins», American Historical Review,
97, 4 (1992), págs. 1409-1416.
12 SCOTT, J., Domination and the Arts of Resistance: Hidden Transcripts, New Haven, Yale
University Press, 1990.
13 GINZBURG, C., «Clues: Roots of a Scientific paradigm», History and Theory, 7, 3 (1979),
págs. 273-88.
14 La transcripción citada procede del manuscrito 1779 de la Biblioteca Nacional, cuya edición
estoy preparando en colaboración con M.A. Carmona. En su día, la carta original, conservada en
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
El texto que acabo de presentar es un razonamiento que forma parte de
una carta enviada por la Comunidad de Valladolid en enero de 1521 al cardenal Adriano, gobernador del reino designado por Carlos V, en pleno conflicto
de las Comunidades. Se trata, en todo caso, de una de las manifestaciones más
completas de que disponemos de un discurso político de contestación que efectúa una lectura de los acontecimientos políticos del último siglo en clave claramente antinobiliaria: es la actuación de los «caballeros» la que ha causado la
ruina del reino, en contraste con el apoyo prestado al rey por parte del pueblo.
Este discurso, esgrimido por el ala más radical del movimiento comunero,
el común de la ciudad de Valladolid, presenta claros paralelismos con un discurso político que vemos emerger desde el mundo rural castellano al menos
treinta años antes, que he tenido ocasión de analizar ampliamente y al que luego volveré a referirme.
En este caso, se añaden otros componentes: la falta de libertad del rey es la
causa fundamental de la injusticia imperante en el reino. Esta última se traduce
fundamentalmente en el despliegue de la violencia nobiliar y como consecuencia, en la enajenación del patrimonio regio.
Desde mi punto de vista, ambos discursos están directamente conectados,
aunque existen algunas diferencias de matiz: Las reclamaciones que emergen
desde el mundo rural adquieren una clara coloración antiseñorial. Lo que se
denuncia no es tanto la pérdida del patrimonio real sino sus consecuencias, esto
es: la caída bajo la dependencia señorial de aquellos pueblos que antes pertenecían al señorío del rey. Las diferencias se explican, en todo caso, porque los contextos de enunciación de ambos discursos son diferentes y posiblemente las
aspiraciones de unos y otros. Hasta tal punto, que el discurso que emerge del
mundo rural desemboca en una impugnación del señorío considerado como el
fruto de la opresión nobiliaria, perpetuado por la falta de justicia15.
A lo largo de este artículo defenderé la idea de que la coincidencia de los
argumentos de ambos discursos es reveladora de una identidad política. Esto
es, de una estructura compartida para la comprensión de determinadas relaciones que desemboca en la identificación de un adversario social, que puede expresarse con matices diferentes dependiendo del contexto de enunciación y de
los intereses que estén en juego. Que puede incluso no formularse explícitamente y coexistir con otras formas de expresión política más adecuadas a las
distintas coyunturas y necesidades.
Obviamente, y dadas las dificultades implícitas en la definición del objeto,
resulta muy difícil dar cuenta de su extensión antes de su emergencia como
discurso abierto, pese a que dispongamos de algunas evidencias en este sentido.
————
Simancas, fue publicada por PÉREZ, J., La revolución de las comunidades de Castilla, Madrid, Siglo
XXI, 1981, pág. 481.
15 Aspectos de los que me he ocupado en extenso en OLIVA HERRER, H.R., Justicia contra
señores. El mundo rural y la política en tiempos de los Reyes Católicos, Valladolid, Universidad de
Valladolid, 2004.
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En estas circunstancias, la alternativa más viable probablemente sea un análisis
genealógico, centrado en el vocabulario, los conceptos y su articulación en cadenas significativas. Un análisis que, dada la dificultad de reconstruir contextos, en mayor medida de lo que hubiéramos deseado, ha de ser necesariamente
formal y comparativo.
ECOS EN EL ESPACIO PÚBLICO
La prisión real o simbólica del rey, la violencia nobiliaria, la falta de justicia
o el pueblo como único soporte real del soberano se convierten en conceptos
que articulan un discurso abierto de contestación. Lo interesante para el problema que aquí nos ocupa es que es posible rastrear algunos de sus ecos en el
espacio público en fechas más tempranas.
El siglo XV castellano está salpicado de guerras civiles y enfrentamientos
más o menos soterrados entre bandos nobiliarios por el control del poder político. En este contexto, el apoyo popular se convierte en un factor relevante16.
Esto desemboca en un activo proceso de comunicación política mediante el que
algunos de los conceptos, que hemos visto estructurando un discurso de contestación, son empleados y vertidos al espacio público desde las más altas instancias de poder.
El primero de los textos que nos permite observar este fenómeno data de
una fecha relativamente temprana, febrero de 1444. Se trata de un llamamiento efectuado por el infante Don Enrique, el futuro rey Enrique IV, a los pueblos y ciudades del principado de Asturias. El contexto en el que se produce es
el siguiente: La guerra desatada por un complejo enfrentamiento de bandos
nobiliarios ha desembocado en el apresamiento del rey. En los primeros meses
de 1444, el infante Don Enrique, de hecho, está actuando como sustituto del
rey, tal y como demuestran una serie de cartas dirigidas al conjunto del reino17.
La primera acción que lleva a cabo, sin embargo, es tomar el control del principado, dominado de facto por los Quiñones, como le corresponde en tanto
primogénito18. El llamamiento a los concejos del Principado es relevante no
————
16 Como ya apuntara en su momento VALDEÓN BARUQUE, J., «Resistencia popular y poder
monárquico en Castilla (1252-1521)», en LORING GARCÍA, M.I. (coord.) Historia social, pensamiento
historiográfico y Edad Media. Homenaje al Prof. Abilio Barbero de Aguilera, Madrid, Ediciones del Orto,
1997, págs. 631-642.
17 Sobre este contexto, SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., Enrique IV de Castilla, Barcelona, Ariel, 2001,
págs. 49-50 y Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia política castellana del XV,
Valladolid, Universidad de Valladolid, 1975, págs. 159-160.
18 Respecto de lo relativo al Principado de Asturias, además de las citas efectuadas en la nota
precedente, puede acudirse a RUIZ DE LA PEÑA SOLAR, J.I., «Aproximación a los orígenes del
Principado de Asturias y de la Junta General», en VELASCO ROZADO, J. y SANZ FUERTES, M.J. (ed.),
Los orígenes del Principado de Asturias y de la Junta General, Oviedo, Junta General del Principado de
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
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solo porque expone sus razones para hacerse con el control del territorio, sino
porque representa una toma de posición política respecto de los acontecimientos del conjunto del reino19. El discurso esgrimido por Enrique, de hecho, puede ser interpretado como un programa político y como el fundamento de su
legitimidad para el ejercicio del poder, en unas circunstancias complicadas.
Lo qual fasta aqui cese de asy exercer e usar, ansy por causa de mi menoridad,
como por causa de los grandes debates e escandalos en estos rreynos, asy antes quel
dicho ser rrey fuese obpreso de su persona, segund que esta por algunos de aquellos
que ansy estan cerca de su persona, e de aliados e confederados, e que le han tomado e ocupado e trabajan cuanto mas pueden por le tomar e ocupar ciudades, e villas, e lugares, e fortalezas las mas principales dellas, e las rrentas, e pechos e derechos pertenescientes a su corona rreal […] e otros muchos de los grandes de
principales destos rreynos e contra sus cibdades e villas e naturales […]
Como mas principalemente despues que ansy tienen obpresa la persona del
dicho rrey mi señor han fecho e cometido todas las cosas que suso se haze mincion e otras muchas mas e despues de todo esto ansy pasado yo he avydo e soy
cierto e certificado de la poca justicia, que a abydo muchas e desaguisadas muertes de ombres .. e fechos muchos robos e tomas de bienes e tomadas mugeres e
moças por fuerça e cometidos otros muchos e muy grandes e muy feos maleficios.
E porque mediante nuestro señor Dios, e de su ayuda e de otros muchos grandes
prelados e cibdades e villas e lugares del dicho rrey mi señor e de otros buenos
leales subditos vasallos e vasallos suyos e mios, yo soy dispuesto de librar la persona del dicho rrey mi señor de la dicha obpresion en que a estado y esta, e de
travajar como las dichas civdades e villas e lugares e fortalezas e pechos e derechos
e rrentas le sean desembargados20.
Lejos de presentarse como la solución a una cuestión de interés regional, el
alcance del documento radica en que puede considerarse representativo de la
posición pública adoptada por el Infante, y todo ello para que «de aqui adelante se faga cumplimiento de justicia enteramente»21. Es bastante significativo
que esta se organice en torno tres nociones clave: la primera, la prisión del rey
y su correlato en la falta de justicia y la violencia. La segunda, el asalto de los
nobles al patrimonio regio, que se concreta en un vocabulario muy específico:
villas y ciudades son «tomadas y ocupadas». La tercera, la oposición entre los
grandes y las ciudades, villas y naturales.
Poco importa que la práctica política posterior del futuro monarca desmintiera los principios aquí enunciados. El documento es relevante en tanto indica————
Asturias, 1998, págs. 385-406. Sobre la actividad de los Quiñones en la zona, ÁLVAREZ ÁLVAREZ,
C., «Los Quiñones y el principado de Asturias», ibidem, págs. 165-183 y ÁLVAREZ ÁLVAREZ, C., El
Condado de Luna en la Baja Edad Media, León, Instituto Fray Bernardino de Sahún, 1982.
19 Probablemente el documento que aportamos a continuación modificará ligeramente la
cronología aceptada para estos acontecimientos.
20 Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Pleitos civiles. Pérez Alonso (F). C1369-6.
21 Ibidem, fol. 27v.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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tivo del lenguaje y los conceptos con los que se trata de captar la adhesión en
un momento de crisis política.
Treinta años más tarde, en una situación igualmente crítica, vemos cómo
desde las altas instancias del reino se formula un discurso que contiene elementos similares. Se trata de determinar quién debe suceder al rey, Enrique IV, y el
enfrentamiento se produce entre el propio rey y la infanta Isabel, la futura
reina Isabel la Católica22. Tratando de conseguir la adhesión popular y de legitimar sus aspiraciones, Isabel despliega un discurso público en el que se presenta como defensora de la Corona y del patrimonio real. Critica las enajenaciones
del patrimonio real efectuadas por el rey Enrique IV. Este último ha entrado en
una espiral de donaciones a la nobleza tratando de conseguir apoyos y la pacificación del reino, de modo que muchas villas, antes pertenecientes al patrimonio regio, han pasado a convertirse en señoríos de la nobleza. Por momentos, el
discurso esgrimido por Isabel adquiere un carácter ambivalente, en el que es
perceptible, incluso, un cierto tinte antiseñorial, tal y como manifiesta el apoyo
a ciertos levantamientos, como apuntara en su día J. Pérez23.
Así queda reflejado, en el acto público por el que Isabel toma bajo su amparo la villa de Moya, garantizándole su permanencia en el realengo, y en el
discurso que acompaña esta escenificación.
El representante de Isabel asegura tomar posesión de la villa:
Por no dar lugar que la dicha villa y su tierra sean ocupados por algunos tiranos por la apartar de la corona real de Castilla en gran deservicio del ylustrisimo
señor el señor rey de Castilla.
Esta villa e su tierra a sido muy mal labada e maltratada e robada por muchos e diversos señores, queriendola mal lebar e apremiar por la atraer a si e para
si […] aquellas personas que eran e de razon debian ser en serbicio del rey nuestro señor […] casi presumian tener razon para saber la voluntad del rey24.
————
22 La situación política de aquellos años ha sido descrita de manera prolija por VAL
VALDIVIESO, M.I. del, Isabel la Católica princesa, 1468-1474, Valladolid, Instituto Isabel La Católica
de Historia Eclesiástica, 1974 y «La herencia del trono», en VALDEÓN BARUQUE, J. (ed.), Isabel la
Católica y la política, Valladolid, Ámbito 2000, págs. 15-50, o en su más reciente Isabel la Católica y
su tiempo, Granada, Universidad de Granada, 2005. También por AZCONA, T., Isabel la Católica:
estudio crítico de su vida y su reinado (1474-1504), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1964 e
«Isabel la Católica bajo el signo de la revolución y de la guerra (1464-1479)», en VALDEÓN
BARUQUE, Isabel la Católica y la política, págs. 51-82; Finalmente, SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., La
conquista del trono, Madrid, Rialp, 1989. A ellos remitimos para un análisis detallado.
23 PÉREZ, J., «Los Reyes católicos ante los movimientos antiseñoriales», en, PÉREZ, J., Violencia
y conflictividad en la sociedad de la España bajomedieval. Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1995,
págs. 91-99, esp. págs. 96-97.
24 VAL VALDIVIESO, M. I del, «Resistencia al dominio señorial durante los últimos años del reinado
de Enrique IV», Hispania, 126 (1974), págs. 53-104, apéndice documental, doc. n.º 4, pág. 94.
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
En el discurso, la ocupación, esto es, la señorialización de la villa, se convierte en un acto de tiranía. Cierto es que el rey no está físicamente preso, pero
su voluntad es suplantada. Probablemente se trata de una afirmación acorde
con lo que una pretendiente al trono podía decir públicamente en ese momento. El resultado, sin embargo, no cambia en exceso: los nobles se libran a la
usurpación y la violencia para colmar su apetito.
Resta decir que el discurso de legitimación desplegado por la Católica una
vez garantizado el acceso al trono continua escenificando algunos de estos elementos que han contribuido a granjearle el apoyo popular durante el conflicto,
por más que su práctica política no fuera exactamente coherente con su nivel
de representación pública25.
Podrían añadirse algunos ejemplos más, que, en cualquier caso, necesitarían
de un desarrollo más explícito. Entre ellos, algunas situaciones anteriores, ya
mencionadas por Julio Valdeón en su día, entre ellas, la cuestión de las Hermandades, particularmente la Junta celebrada en Fuensalida y el discurso político de las Cortes de Ocaña26. En ambas se planta con crudeza la cuestión de
las relaciones entre rey y reino y la enajenación del patrimonio regio27. Cierto es
que ambos episodios y particularmente la cuestión de las Hermandades han
sido especialmente analizados en clave jurídico-institucional, y menos al nivel
del lenguaje y los conceptos28. Analizar el ordenamiento de Fuensalida, por
————
25 Sirva como ejemplo la respuesta proporcionada en la Junta General de la Hermandad, en
1480, ante la solicitud de reversión al patrimonio real de las behetrías señorializadas durante la
guerra civil. AGS. RGS, X-1480, fol. 282. He efectuado un análisis más detallado de este y otros
aspectos relativos a esta cuestión en OLIVA HERRER, Justicia contra señores, págs. 180-197. Respecto
de los elementos estructuradores de la propaganda isabelina, NIETO SORIA, J.M., «La Imagen del
poder», en VALDEÓN BARUQUE, Isabel la Católica y la política, págs. 201-217.
26 VALDEÓN BARUQUE, J., Los conflictos sociales en el reino de Castilla en los siglos XIV y XV,
Madrid, Siglo XXI, 1975 y también, «Resistencia antiseñorial en la Castilla medieval», en
VALDEÓN BARUQUE, J., El chivo expiatorio. Judíos, revueltas y vida cotidiana en la Edad Media,
Valladolid, Ámbito, 2000, entre otros muchos trabajos del autor.
27 Sobre este tema, GONZÁLEZ ALONSO, B., «Rey y reino en los siglos bajomedievales», en
IGLESIA DUARTE, J.I. de la (ed.), Conflictos sociales, políticos e intelectuales en la España de los siglos XIV y
XV. XIV Semana de Estudios Medievales, Nájera, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2004, págs.
147-164.
28 Si exceptuamos el artículo de GUTIERREZ NIETO, J.I., «Semántica del término comunidad
antes de 1520: las asociaciones juramentadas de defensa», Hispania, 136 (1977), págs. 319-376. Por
lo demás, la bibliografía sobre las Hermandades es muy amplia, aunque quizá sea menor la referida
al periodo de Enrique IV. De entre los trabajos generales sobre el movimiento hermandino, cf.
GONZÁLEZ MÍNGUEZ, C., «Aproximación al estudio del movimiento Hermandino en Castilla y
León», Medievalismo, 1 (1991) y 2 (1992), págs. 35-55 y 29-53, y «Poder y conflictos sociales. Una
visión desde la Historia del movimiento hermandino castellano», en MUNITA LOINAZ, J.A.,
Conflicto, violencia y criminalidad en Europa y América, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2004.
MÍNGUEZ, J.M., «Las Hermandades Generales de los concejos de Castilla», en Concejos y ciudades en
la Edad Media Hispánica. II Congreso de Estudios Medievales, Ávila, Fundación Sánchez-Albornoz,
1990, págs. 537-567. SUÁREZ FERNÁNDEZ, L., «Evolución histórica de las Hermandades
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ejemplo, desde este punto de vista, implicaría abordar en primer lugar su dimensión «ilocucionaria», dando cuenta del impacto y la significación de efectuar determinadas afirmaciones y delimitando las posiciones que establecen respecto del
resto de afirmaciones políticas29. Pero también su dimensión «performativa»,
explorando las consecuencias e implicaciones de la emisión de este particular
discurso, tratando de delimitar su contexto de recepción y sus repercusiones en la
configuración del imaginario político30. Máxime, si tenemos en cuenta que la
Hermandad contaba con un potente aparato propio de comunicación política.
Desde una perspectiva conscientemente adoptada, la cuestión no radica
tanto en dirimir la orientación global de la praxis política hermanada, ni en
cuestionar la demostrada elaboración letrada del documento ni en desentrañar
los equilibrios entre diversas posiciones que recorren el texto. De lo que se trata
es de preguntarse por las implicaciones políticas y las posibles repercusiones de
efectuar declaraciones públicas como las que siguen:
Capítulo XVI: Por quanto en estos reynos de Castilla e de Leon son movidos
grandes escandalos e guerras e bollicios de que han nacido grandes ynconvenientes e se esperan nacer muy mayores señaladamente en daño e disminución del patrimonio de la coronal real destos regnos, la qual es tenida en tal estado que si no
se remedia se espera ser totalmente destruida e enajenada […].
Capítulo XVI: Ordenamos e mandamos que todos los cavalleros e escuderos
e fijosdalgo destos dichos reynos que biven con qualesquier cavalleros e perlados e
ricos e ricos omes dellos es son vecinos e moradores de las dichas cibdades e villa e
lugares e fortalesas desta nuestra Santa Hermandad no sean osados de acudir nin
acudan nin vayan nin embien a sus señores con quien viven nin a otros señores
algunos para yr a tomar a ocupar las dichas çibdades e villas e lugares e fortalesas
o qualquier dellas de la dicha corona real que los dichos señores suyos o qualesquier dellos quisieren tomar e ocupar31.
————
castellanas», Cuadernos de Historia de España, XVI (1951), págs. 5-78. ÁLVAREZ DE MORALES, A.,
Las Hermandades, expresión del movimiento comunitario en España, Valladolid, Universidad de
Valladolid, 1974. Además de estos, para la época de Enrique IV, ASENJO GONZÁLEZ, M.,
«Ciudades y Hermandades en la Corona de Castilla. Aproximación sociopolítica», Anuario de
Estudios Medievales, 27 (1997), págs. 103-146; BERMEJO CABRERO, J.L., «Hermandades y
Comunidades de Castilla», Anuario de Historia del Derecho Español, 58 (1988), págs. 277-412; y
SÁNCHEZ BENITO, J.M., «Observaciones sobre la Hermandad castellana en tiempos de Enrique IV y
los Reyes Católicos», Espacio, Tiempo y Forma. Historia Medieval, 15 (2002), págs. 209-243.
29 Respecto de estas cuestiones y sobre la pertinencia de aplicar al análisis del discurso político
los conceptos generados por la filosofía del lenguaje, cf. SKINNER, Q., «Interpretation and the
understanding of the speech acts», en Vision of politics, págs. 103-127. Para una introducción en
castellano a los planteamientos de Skinner, puede acudirse a BOCARDO CRESPO, E. (ed.), El giro
contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner, y seis comentarios, Madrid, Técnos, 2007.
30 Un aspecto que ya fuera apuntado en su momento, cuando señalaba la pervivencia en el
recuerdo de las Hermandades del siglo XIV por RUIZ DE LA PEÑA, J.I., «La Hermandad leonesa de
1313», en León Medieval. Doce estudios, León, 1978, págs. 141-164.
31 BERMEJO CABRERO, «Hermandades y Comunidades de Castilla», págs. 366-369.
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
Lógicamente, las prescripciones normativas de la Hermandad se dirigen a
aquellos sobre los que se arroga la jurisdicción, aunque ello no es obstáculo
para que la identificación de quienes son los protagonistas de las usurpaciones
del patrimonio regio se produzca con claridad. El argumentario del ordenamiento de Fuensalida es amplio y necesita de un análisis más minucioso. Mi
impresión particular es que la comparación con alguno de los otros textos
mencionados anteriormente nos permite entender mejor el contexto de enunciación de estas afirmaciones, y por tanto qué significa efectuarlas en tanto acto
político. En último término, las posiciones políticas así formuladas adquieren la
categoría de indicios, de manifestaciones del tipo de cuestiones que se enuncian
públicamente en contextos de crisis política.
Otro tanto podemos afirmar de los otros dos textos ofrecidos anteriormente, precisamente aquellos en los que públicamente se formula de manera más
clara la vinculación entre la opresión real o simbólica del rey, la enajenación del
patrimonio real, la violencia y la falta de justicia. En este caso, indicios del tipo
de discurso que se despliega desde el poder cuando lo que se pretende es garantizar la adhesión popular. No creo, en último término, que debamos considerar
estos dos textos como elementos aislados, separados en el tiempo. Más bien
debemos contemplarlos como una manifestación de la existencia de un despliegue comunicativo, durante los momentos de crisis política, que resulta difícil
de detectar en el registro documental disponible y del tipo de argumentos que
maneja, coincidente en aspectos significativos con el rango de conceptos que
servirán con posterioridad para articular un discurso político de contestación.
Dado que estos dos discursos son emitidos desde altas instancias políticas del
reino, existe la tentación de afirmar, desde una óptica quizá un tanto reduccionista,
que el discurso del poder determina los límites de la imaginación política, proporcionando los recursos que sirven para construir las visiones alternativas.
Esto nos permite situar el debate en torno a la noción de hegemonía cultural y sus implicaciones32. En general, textos de este tipo han sido analizados por
los estudiosos de la propaganda, perspectiva que ha deparado un notable enriquecimiento de la historiografía política castellana y que me parece apropiada
cuando de lo que se trata es de estudiar cuestiones de legitimación y del propio
discurso del poder33. El punto de vista que adoptamos aquí, no necesariamente
contradictorio, trata de observar otro tipo de interacciones, analizando su ca————
32 Una reciente y sugestiva revisión de estos aspectos en WOOD, A., «Subordination, Solidarity
and the limits of popular agency in a Yorkshire valley», Past and present, 193 (2006), págs. 41-72.
33 La referencia, sin duda, son los trabajos de NIETO SORIA, J.M., Fundamentos ideológicos del
poder real en Castilla, Madrid, Eudema, 1988; NIETO SORIA, J.M., Ceremonias de la realeza: propaganda
y legitimación en la Castilla Trastámara, Madrid, Nerea, 1993; y NIETO SORIA, J.M. (ed.), Orígenes de
la monarquía hispánica: propaganda y legitimación (ca. 1400-1520), Madrid, Dykinson, 1999. De
aparición reciente, el trabajo sobre los primeros años del gobierno de Isabel la Católica, de
CARRASCO MANCHADO, I., Isabel I de Castilla y la sombra de la ilegitimidad. Propaganda y representación
en el conflicto sucesorio (1474-1482), Madrid, Silex, 2006.
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rácter transaccional y considerando, en definitiva, que los intercambios en el
espacio comunicativo en el que estos discursos se despliegan se producen en
más de una dirección34.
El fondo del asunto puede remitir al debate que se ha planteado respecto
de la noción de «opinión pública» aplicada a las sociedades políticas del último
medievo, esto es, concebir su autonomía relativa, como parece razonable, o
afirmar su condición de subproducto35. Llevada al extremo, esta última afirmación conduce a pensar que son los discursos generados desde el poder los que
marcan incluso los límites de lo posible36. Parece, en todo caso, que la cuestión
está lejos de ser tan sencilla. Se puede argumentar, por ejemplo, que la manera
de persuadir es plantear, al menos indirectamente, lo que la gente realmente
quiere escuchar. En este caso, sería el propio discurso dominante el que se viera
obligado a incorporar el eco de la visión del «otro»37.
En la misma línea, se puede argumentar que las nociones centrales con las
que se construyen estos discursos, como la de justicia, forman parte de una
gramática cultural compartida por el conjunto de una comunidad política ampliada, pertenecientes por tanto al repertorio constitutivo de la cultura política
medieval38. Esto no implica que no exista un enfrentamiento por las implica————
34 Cuestión que remite en último termino a las discusiones en torno a la utilidad de la
aplicación de la noción habermasiana de espacio público en el último medievo. Sobre este asunto
cabe resaltar que se han llevado a cabo iniciativas interesantes, entre ellas el ciclo de tres coloquios
L’espace publique au Moyen Âge celebrados en París entre 2005 y 2006, organizados por Patrick
Boucheron y Nicolas Offenstadt. También los encuentros celebrados en Sevilla (2008) y Gante
(2010) en torno al proyecto de investigación Espacio público, opinión y crítica política a fines de la Edad
Media, que me he encargado de dirigir. En cualquier caso, siguen siendo imprescindibles al respecto
las reflexiones vertidas por GENET, J.-P., La génese de l’État Moderne. Culture et société politique en
Angleterre, París, PUF, 2003, en particular, págs. 111-241. En esta misma línea se sitúan los
trabajos contenidos en CHALLET, V., GENET, J.P., OLIVA, H.R. y VALDEÓN, J. (eds.), La Société
politique à la fin du XVe siècle dans les royaumes ibériques et en Europe Occidentale: élites, peuples, sujets?,
Valladolid-París, Universidad de Valladolid/ Publications de la Sorbonne, 2007.
35 Respecto a esta cuestión, tomando partido por la primera posición, GAUVARD, C.,
«Introduction», en CHALLET et al., La Société politique, págs. 3-13.
36 Respecto de las posibilidades de la imaginación política, considerando que su potencial no se
limita a la reacción al conjunto de representaciones que articulan el discurso dominante, cfr.
JUSTICE, S., Writing and Rebellion. England in 1381, Los Ángeles, University of California Press,
1994, págs. 153-155. STROHM, P., « “A Revelle!”: Chronicle Evidence and the Revel Voice», en
STROHM, P., Hochon’s Arrow: The social imagination of Fourteenth-Century Texts, Princeton, Princeton
University Press, 1992, págs. 33-56.
37 En realidad esto tampoco es nuevo. En referencia a la constitución de la Santa Hemandad
en época de los Reyes Católicos, ya apuntaba J. Pérez en su momento cómo los reyes utilizan un
vocabulario y unos conceptos que saben populares. PÉREZ, J., Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos,
Madrid, Nerea, 1988, pág. 136.
38 Tal y como apunta, por ejemplo, WATTS, J., The making of polities. Europe, 1300-1500,
Cambridge, Cambridge University Press, 2009, págs. 131-148. Reflexiones siempre interesantes
sobre estas cuestiones en GENET, J-P., «Modelos culturales, normas sociales y génesis del estado
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
ciones legítimas de cada uno de estos conceptos39. Que el lenguaje y los conceptos no sean lo suficientemente difusos como para cobijar la disonancia40. O
que, en definitiva, los conceptos no puedan organizarse en cadenas significativas que articulen visiones políticas alternativas e incluso opuestas41.
VOCES SUBALTERNAS. OBSERVATORIOS LOCALES
Hasta el momento, hemos contrastado los conceptos que articulan un discurso de contestación, enunciado en el punto álgido del conflicto comunero,
con una serie de referentes que pueblan el discurso público tal y como lo vemos
emerger con anterioridad en momentos de crisis política. Tratar de ir más allá
requiere, sin duda, acudir a otros elementos de comparación y para eso es necesario cambiar la lente y centrarse en escenarios locales.
Para ello, tomaré como referencia un conjunto de pleitos del periodo de los
Reyes Católicos en los que se solicita la vuelta al realengo de una serie de lugares que consideraban no debían haberlo abandonado. En la mayor parte de
ellos, la argumentación en términos jurídicos es similar: las enajenaciones no
son validas y solo las ha hecho posibles el «tiempo turbado de muchas guerras
e devisiones e cismas e defeto de justicia»42.
Yo mismo he estudiado múltiples ejemplos en la región de Tierra de Campos, aunque también en otros lugares, como el Valle de Carriedo43 y ahora
mismo podría aportar ejemplos adicionales. Otros investigadores han desvelado
situaciones semejantes en otras regiones: Ernesto Fernández ha estudiado el
caso de Salvatierra44. José Ramón Díaz de Durana ha hecho lo propio respecto
del valle de Leniz45. Nájera, estudiada por F.J. Goicolea, bien puede conside————
moderno», en RUIZ GÓMEZ, F. y BOUCHERON, P., (eds.), Modelos culturales y normas sociales al final de
la Edad Media, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2009, págs. 17-37.
39 Sobre estas cuestiones, BOURDIEU, P., Ce que parler veut dire. L'économie des échanges
linguistiques, París, Fayard, 1982.
40 POCOCK, «The concept of a language», pág. 91.
41 Se trata, en definitiva, de esa dimensión performativa que recordaba Michel de Certeau.
CERTEAU, M. de, L’invention du quotidien. Arts de faire, París, Gallimard, 1990, pág. XXXVIII.
También CERTEAU, M. de, La prise de la parole et autres écrits politiques, París, Gallimard, 1994.
42 Archivo de la Chancillería de Valladolid. Sección Registro de Ejecutorias. C1-5.
43 OLIVA HERER, Justicia contra señores, págs. 197-239.
44 GARCÍA FERNÁNDEZ, E., «Salvatierra por sus libertades: la lucha del concejo por
emanciparse del señorío de la Casa de Ayala e incorporarse a la Corona Real», en Actas del 750
aniversario de la fundación de la villa de Salvatierra, Vitoria, Esuko Ikaskuntza, 2010, págs. 75-100 y
también «Resistencia antiseñorial en el País Vasco: las relaciones entre los Ayala y sus vasallos en la
edad Media», en PORRES MARIJUÁN, R. (ed.), Poder, resistencia y conflicto en las Provincias Vascas,
Bilbao, Universidad del País Vasco, 2001, págs. 85-110.
45 DÍAZ DE DURANA, J.R., «Conflictos sociales en el mundo rural guipuzcoano a fines de la
Edad Media: los campesinos protagonistas de la resistencia antiseñorial», Hispania, 202 (1999),
págs. 442-443.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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rarse un ejemplo añadido.46. Estudios muy recientes tienden a corroborar que
el recurso a los tribunales como forma de hacer política fue muy utilizado durante el periodo de los Reyes Católicos y en el periodo subsiguiente47. La tentación de afirmar que las reclamaciones de reintegración al realengo son solo una
manifestación extrema de un proceso más amplio, a través del cual los concejos
tratan de limitar las atribuciones de sus respectivos señores mediante el recurso
a la justicia regia, es grande.
Sin embargo, la cuestión que nos interesa ahora, es otra: similares reclamaciones, argumentaciones jurídicas parecidas, empleo de conceptos equiparables
a los que hemos analizado anteriormente. Incluso a pesar de la distancia espacial, no creo que sea problemático afirmar que en conjunto todos ellos obedecen a un conjunto de percepciones y motivaciones compartidas, que nos permite intuir la existencia de un principio de identidad política. Con todo,
diseccionar sus elementos constitutivos no es una tarea fácil y requiere efectuar
unas consideraciones previas.
Utilizaré para mi análisis las pruebas testificales que acompañan a un pleito
iniciado por el concejo de Dueñas contra su señor en 150448. No es común que se
conserven las probanzas a través de testigos, con las que los concejos trataban de
sostener sus reclamaciones. Generalmente de lo que disponemos es de las ejecutorias, lo que no ocurre con este proceso concreto. Por lo demás, es el mejor material
del que dispongo para resolver los interrogantes que aquí se plantean49.
Con todo, el rango de objeciones formuladas contra la utilización de este
tipo de material es variado, aunque dos son las principales.
La primera, de orden conceptual y compleja, tiene que ver con las posibilidades que ofrecen estos testimonios para analizar el discurso político popular.
————
46 GOICOLEA JULIAN, F.J. «La ciudad de Nájera en el tránsito de la Edad Media a la Edad
Moderna», Hispania, 205 (2000), págs. 425-452. Respecto de Nájera es interesante ofrecer la visión
dada sobre los acontecimientos en la ciudad por el cronista del movimiento comunero Maldonado:
«que era sabido por todo el vulgo que la libertad debía anteponerse a todo, y que sus padres, que
habían nacido libres bajo la jurisdicción real, habían sido sujetados por la fuerza y reducidos a
esclavitud por Pedro Manrique, reinando Don Enrique IV, cuando a cada uno le era permitido
hacer cuanto alcanzaban sus fuerzas e talento. Que despues, reinando Fernando e Isabel […] habían
ellos clamado y quejándose de que era contra justicia; que habían presentado los diplomas de sus
reyes antepasados en que se prohibía que se sustrajese a los najerenses de la jurisdicción real».
MALDONADO, J., La revolución comunera, Madrid, Ediciones del Centro, 1975, pág. 125.
47 ROL BENITO, A.L., «”Querellas, disputas y debates”. La administración de justicia durante
el reinado de Isabel la Católica», en RIBOT, L., VALDEÓN, J. y MAZA, E. (eds.), Isabel la Católica y su
época: actas del Congreso Internacional, Valladolid-Barcelona-Granada, 15 a 20 de noviembre de 2004,
Valladolid, Instituto Universitario de Historia Simancas, 2007, I, págs. 481-497 o el trabajo de
GARCÍA CAÑÓN, P., Concejos y señores. Historia de una lucha en la montaña occidental leonesa a fines de la
Edad Media, León, Universidad de León, 2006.
48 Archivo Municipal de Dueñas. C3.14 (en adelante, Pleito Dueñas).
49 Esta es la razón principal por la que he acudido a esta fuente en alguna otra ocasión, aunque
las cuestiones que he tratado de resolver no son necesariamente las mismas.
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
Las objeciones mayores derivan del propio cuestionamiento de la posibilidad de
recuperar la voz del sujeto subalterno, tal y como han sido formuladas por G.
Spivak en su conocido artículo «Can the subaltern speak?». Indiscutiblemente
la formulación de Spivak merece una discusión más profunda de la que yo voy
a formular aquí. Me contentaré con señalar que, tal como he apuntado anteriormente, no creo que su concepción del sujeto subalterno, enunciada en el
marco de la crítica postcolonial, sea automáticamente trasladable a la cultura
política del último medievo50.
Un segundo rango de objeciones, más concretas, tienen que ver con las posibilidades que los pleitos ofrecen como fuente para el historiador. Formulaciones radicales como las de Marta Madero, Jacques Chiffoleau o Julien Thery, o
de manera más matizada D. Lett, argumentan que el proceso de construcción
de la fuente desvirtúa cualquier tipo de análisis que pueda hacerse al margen
del propio estudio del texto51. Un segundo tipo de argumentos incide en el
carácter estratégico de las declaraciones testificales para desmontar su posible
utilidad52.
Mi respuesta a ambas objeciones se aproxima bastante a los postulados defendidos por historiadores como C. Ginzburg o más recientemente por A.
Wood, al señalar el carácter polífónico de este tipo de fuentes53. Esto implica
aceptar que la dimensión retórica, la posible orientación estratégica de las narraciones o incluso la disimetría de relaciones de fuerza que caracterizan determinado tipo de pleitos no invalidan su utilidad como fuente, aunque nos im————
50 La última elaboración del artículo por parte de su autora en SPIVAK, G., A Critique of
Postcolonial Reason: Toward a History of the Vanishing Present, Cambridge-Londres, Harvard University
Press, 1999. Una introducción en castellano a los planteamientos del grupo de los Estudios y
Subalternos y en particular a las críticas formuladas por Spivak en GAVILÁN, E., «Historia subalterna.
El giro culturalista en los márgenes del discurso histórico», en LLINARES, J.B. y SÁNCHEZ DURÁ, N.
(eds.), Filosofía de la cultura, Actas del IV Congreso Internacional de la Sociedad Hispánica de
Antropología Filosófica (SHAF), Valencia, Universidad de Valencia, 2001, págs. 61-80.
51 MADERO, M., Las verdades de los hechos. Proceso, juez y testimonio en la Castilla del siglo XIII,
Salamanca, Universidad de Salamanca, 2004, págs. 130-31. CHIFFOLEAU, J., «Dire l’indecible.
Remarques sur la catégorie du nefandum du XIIe au XVe siècle», Annales. Histoire, Sciences Sociales,
45 (1990), págs. 289-324; THERY, J., «Fama: l’opinion publique comme preuve judiciaire: Aperçu
sur la révolution médiévale de l’Inquisitoire (XIIe-XIVe siècles)», en LEMESLE, B. (ed.), La Preuve en
justice de l’Antiquité à nos jours, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2003, págs. 119-148.
LETT, D., Un procès de canonisation au Moyen Âge. Essai d’histoire sociale, París, PUF, 2008.
52 Sobre estas cuestiones, y a pesar de ellas, sobre la utilidad de los pleitos como fuente para el
historiador, WICKHAM, C., Courts and conflict in twelfth-century Tuscany, Oxford, Oxford University
Press, 2003, esp. págs. 303-312 y «Gossip and Resistance among the Medieval Peasantry», Past and
Present, 160 (1988), págs. 3-24, donde la argumentación incide en que, en definitiva, la orientación
estratégica que se achaca a las declaraciones es esencialmente la misma que preside las interacciones
de la vida cotidiana.
53 GINZBUG, C., «The inquisitor as anthropologist», en GINZBUG, C., Miths, emblems, clues,
Londres, Radius, 1990, págs. 157-161. WOOD, The 1549 Rebelions, págs. 91-140.
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ponen la necesidad de establecer otro tipo de relaciones extratextuales para
verificar su contenido54.
En definitiva, no se trata de sostener una concepción que pretenda recuperar una voz esencial del sujeto subalterno, ni tampoco de renunciar a la posibilidad de análisis. Lo que se pretende, reconociendo las dificultades, es superar
una visión centrada en los procesos de construcción de la fuente para abordar el
análisis de los materiales con que esta se construye, siempre susceptibles de
comparación con otros contextos y otro material documental55. La pretensión
es sin duda más modesta, pero no por ello menos atractiva.
Comenzar a contextualizar la fuente nos permite tratar de atribuirle un
significado. De entrada, conviene señalar que el tipo de proceso al que estamos
haciendo referencia difiere del tradicional proceso inquisitorial, siempre tomado
como referencia, o de otro tipo de encuestas arbitrarias dirigidas «desde arriba»
en una cosa: los pleitos fueron iniciados por los propios interesados56. Estamos
lejos de un escenario de declaración de los testigos caracterizado por una radical disimetría de las posiciones en un contexto de coacción. Más bien, lo que los
testigos afirman se encuentra en sintonía con lo que reclaman y desean probar.
Esto último nos permite corroborar que, como mínimo, nos encontramos ante
un tipo de discurso explícito consustancial al propio desarrollo del proceso.
La coherencia entre lo que se afirma y lo que se hace contribuye a corroborar
que las raíces de este discurso son profundas. No solo se trata de que los habitantes
de Dueñas sostuvieran sus costosas reclamaciones durante muchos años, a pesar
incluso de las coacciones del señor del lugar. En 1520, pocos años después de iniciarse el pleito, Dueñas se levantaría contra su señor esgrimiendo precisamente los
mismos argumentos defendidos en el pleito57. El episodio adquirió un cierto carácter emblemático, puesto que fue el detonante de la transformación del conflicto de
las Comunidades en una revuelta antiseñorial en la Tierra de Campos58.
Pero ni siquiera el ejemplo de Dueñas es excepcional, más allá de la calidad
de las fuentes conservadas. El proceso no es una fuente descontextualizada. Sus
————
54 Tal y como refiere el propio Ginzburg en GINZBURG, C., «Alien Voices: The Dialogic
Element in Early Modern Jesuit Historiography», en GINZBURG, C., History, Rhetoric and Proof,
Hanover, Brandeis University Press, 1999, págs. 71-84.
55 Posicionamiento similar al de JUSTICE, Writing and Rebellion.
56 Por ejemplo, los procesos de canonización estudiados por LETT, Un procès de canonisation…
Por la misma razón existen también diferencias con el tipo de proceso estudiado por ALFONSO
ANTÓN, I. y JULAR PÉREZ ALFARO, C., «Oña contra Frías o el pleito de los cien testigos: una
pesquisa en la Castilla del XIII», Edad Media. Revista de Historia, 3 (2000), págs. 61-88.
57 OLIVA HERRER, Justicia contra señores, págs. 79-81
58 Sobre estas cuestiones, GUTIÉRREZ NIETO, J.I., Las Comunidades como movimiento antiseñorial.
La formación del bando realista en la guerra civil castellana de 1520-1521, Barcelona, Planeta, 1973,
pág. 153; PÉREZ, La revolución de las Comunidades, pág. 462; HALICZER, S., Los Comuneros de Castilla.
La forja de una revolución, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1987, pág. 254 y RODRÍGUEZ
SALCEDO, S., «Historia de las Comunidades palentinas», Publicaciones de la Institución Tello Téllez de
Meneses, 10 (1953), pág.116 y ss.
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reclamaciones no son sino uno más de los muchos pleitos iniciados por lugares
de la comarca con aspiraciones similares, evidencia que apunta con claridad a la
existencia de una estructura de actitud y referencia compartida por todos ellos.
Más allá, las propias declaraciones ofrecen indicaciones significativas. No
existen mediaciones textuales, por ejemplo, de relatos cronísticos, en las evocaciones del pasado ofrecidas por los testigos. Al contrario, el cotejo del material con
otras informaciones disponibles ofrece indicaciones suficientes de que las fuentes
con las que construyen su visión del pasado se encuentran en otro lugar59: en un
sustrato de conocimiento compartido, como mínimo a escala regional, construido y transmitido mediante mecanismos a los que luego tendré ocasión de referirme; en una memoria social articulada en torno a un conjunto de experiencias,
imágenes y narraciones transmitidas que dan sentido a las orientaciones políticas
del grupo que las soporta. Imágenes y relatos de los que, al extremo, ni siquiera
es urgente desentrañar si son reales o ficticios, en tanto que lo que interesa es su
papel aglutinador en la constitución de una identidad colectiva60.
VISIONES DEL PASADO
Significativamente, el pasado recordado por estos testigos se presenta como
un periodo de injusticia y violencia, motivado por la mediatización del rey por
parte de la aristocracia del reino. Nuevamente, el rey está físicamente preso o
su voluntad cautiva. Este relato de la opresión del rey incluye el recuerdo de
episodios como la captura de Juan II, su encierro en la prisión de Portillo y su
posterior liberación por parte de los habitantes de Valladolid.
Avia oido a su padre y a otros muchos viejos, que eran vecinos de Laguna, el
que en tiempo del dicho señor Don Juan no havia justicia en el reyno, por causa de
la diferencia que entre el y los infantes de Aragon havia, y los cavalleros de Castilla,
que favorescian a los infantes, pero que despues que los de Valladolid le sacaron de
la prision de Portillo, do lo tenian preso, hasta que fallescio, huvo justicia61.
Un esquema interpretativo similar subyace en la valoración que se hace del
reinado de su sucesor, Enrique IV, más próximo en el tiempo y recordado con
una mayor profusión de detalles:
————
Lógicamente esta afirmación se sustenta en un análisis más pormenorizado. Puede acudirse,
por ejemplo, a OLIVA HERRER, H.R., «La memoria fronteriza. Memoria histórica campesina a fines
de la Edad Media», en FERNÁNDEZ DE LARREA, J.A. y DÍAZ DE DURANA, J.R. (ed.), Memoria e
Historia. Utilización política en la Corona de castilla al final de la Edad Media, Madrid, Silex, 2010,
págs. 249-271.
60 Tal y como apunta, POCOCK, J.G.A., «The politics of history: the subaltern and the
subversive», en Political Thought and History, pág. 249.
61 Pleito Dueñas. Epígrafe 229.
59
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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Havia oido decir a su padre haver conocido al dicho señor rey don Enrique, e
oido lo mismo a un su suegro, y el que decian que los cavallleros le trataban mal
e no como a su rey, que andaban muy despojados de gente y cuando le descompusieron de rey y alzaron a el Don Alonso su hermano, hizo muchas cosas desonestas que no eran de decir ni se escribir, y que en aquellos tiempos no havía justicia, ni quien la hiciese, ni osase pedir y se acordaba el testigo que siendo de edad
de 18 años andaban a robar por Zerrato cuatro que nomina62.
Es interesante señalar que el conjunto de informaciones que sirven a construir la valoración global del reinado, se encuentran fuertemente arraigadas en
experiencias propias, que pueden llegar incluso a la contemplación del propio
sequito real:
Conoció al rey don Enrique cuando le vio pasar por su pueblo, Villaconancio.
Venía de Segovia hacia Carrión, porque había una gran guerra entre el conde de
Benavente y otros caballeros sobre Carrión, según lo que la gente del rey decía.
Cuando apaciguó a los caballeros volvió a pasar por el pueblo y dijo a los vecinos
que no dejasen entrar a nadie, que sólo les diesen pan y vino desde fuera. Y le sacaron el pan y el vino a las puertas. En aquel tiempo vio que el rey, según parecía
mandaba poco; y no había justicia, porque todos andaban a robar63.
El recuerdo de los testigos ha preservado acontecimientos de gran relevancia durante el periodo de guerra civil que sacudió el reinado de Enrique IV. En
particular, la destitución simbólica del rey por un grupo de nobles, ocurrida en
Ávila y el alzamiento al trono en su lugar de su hermano Alfonso. Significativamente, en el relato de los testigos, Alfonso es también un personaje manejado por la aristocracia, que actúa contra su voluntad.
Siendo de edad de ocho años vio estar en Peñaflor por el rey don Enrique un
capitan llamado Contreras con 50 ó 60 lanzas, y vio como la gente de los caballeros y del Arzobispo Don Hopas fueron sobre Peñaflor para la tomar, llebando
consigo al dicho rey don Alonso, y asentaron real en el valle de Moralejo y de alli
dieron combate a Peñaflor, que era villa muy bien cercada, y no habiendola podido tomar, mudaron el real a do decian los majuelos, e de alli dieron combate a la
villa y mataron los del real a dos vecinos de Peñaflor ... Que a este tiempo podia
ser el dicho rey don Alonso de edad de 13 años y estava tresquilado, e maltratado
de vestido y se acordaba aver visto como el dicho rey don Alonso se les fue a los
cavalleros, e se les escondio en el lugar de una casa de uno que se llamaba Diego,
y alli le hallaron los caballeros escondido entre unos vellones de lana64.
Podría aportar muchos más ejemplos, puesto que he analizado el material
de manera sistemática en otro lugar. El análisis podría extenderse también a la
————
62
63
64
Pleito Dueñas. Epígrafe 240.
Pleito Dueñas. Epígrafe 237.
Pleito Dueñas. Epígrafe, 197.
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
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consideración más condescendiente que los testigos proyectan respecto del reinado de Isabel I, a las expectativas generadas después de su subida al trono o a
la mirada decepcionada que surgirá un tanto después65. Lo que me interesa,
ahora, es la medida en que el conjunto de narrativas que encontramos en los
testimonios es revelador de una visión compartida del pasado, y, por tanto, de
la existencia de una identidad política.
Algunos conceptos, como justicia, tiranía o violencia señorial sirven para
dar sentido a un relato en el que el argumento fundamental es nuevamente la
prisión real o simbólica del rey, sometido a los dictados de lo grandes del reino.
No es difícil observar las coincidencias entre la lógica del relato de los testigos y
la de los llamamientos efectuados por Enrique IV o por la princesa Isabel, tal y
como aparecen en los textos que he referido al comienzo de mi intervención.
También es posible señalar las diferencias: Una de ellas es que en el discurso de los testigos se produce una descalificación en bloque del conjunto de la
clase nobiliar. La segunda tiene que ver con lo que se reclama a través de estos
pleitos, que desborda claramente las pretensiones que Enrique o Isabel pudieron tener cuando efectuaron sus llamamientos.
El aspecto más relevante, sin embargo, es otro y tiene que ver con las fuentes con que se construye la visión del pasado que transmiten los testimonios,
puesto que nos permite calibrar en qué medida el «discurso público» está estructurando la narración ofrecida por los testigos.
Significativamente, la valoración que los testigos hacen del pasado está incrustada en una serie de relatos que se nutre de experiencias cercanas, vividas o
escuchadas.
Estas experiencias incluyen episodios de violencia señorial:
Havia oido muchas veces a su padre ... que en vida del señor rey don Juan no
havia ninguna justicia en Castilla, ni quien osase salir de su casa, porque los caballeros tenian en si los lugares, y fortalezas, y criados que salian a saltear por los
caminos, y que asi mismo le oyo decir muchas veces que en la villa de Castrillo
estaba uno que se llamaba Diego de la Puerta, que salia de alli a robar por los
caminos, e que en Villabaquerin se hallaba Garcia Mendez, y en Portillejo estaba
otro que se llamaba Castañeda y todos ellos andaban a saltear66.
Pero también episodios de resistencia, cristalizados en relatos en los que el
común de la población se enfrenta a la aristocracia en apoyo del rey:
Siendo pequeño havía (sic) puesto real sobre la villa de Simancas los caballeros, que eran contrarios al dicho rey don Enrique, y decian que dichos cavalleros
iban a combatir la dicha villa, y las mugeres subian asadores e collares de piedras
sobre la cerca de sus maridos, para que los defendiesen la villa, y se ponian las
————
65
66
Sobre estas cuestiones, OLIVA HERRER, Justicia contra señores.
Pleito Dueñas. Epígrafe 212.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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mugeres en la cabeza unas mantillas tocadas para parescer hombres, porque pensaban los caballeros, que eran hombres, y havia mucha gente en la villa, la que se
havia defendido por el rey67.
Como ya señalé con anterioridad, la comparación de estos relatos con las
crónicas del periodo es muy ilustrativa, ya que sugiere que no existe ninguna
mediación textual en la construcción de sus declaraciones. Más bien, indica que
las fuentes sobre las que construyen su visión del pasado provienen de un amplio sustrato de conocimiento local. Esto es, de un conjunto de imágenes, narraciones y experiencias que constituyen textos sociales, que pueden desplazarse de lo particular a lo general y que incorporan una serie de estándares de
justicia y de injusticia aplicables al pasado y al presente68.
COMUNICACIÓN
Los testimonios que he empleado son reveladores del alcance y la profundidad de una memoria social, que puede transmitirse prioritariamente en ámbitos familiares y comunitarios, pero que se construye sobre una base de conocimiento público que desborda con mucho el ámbito de la comunidad local.
Reconstruir las prácticas comunicativas que permiten la transmisión de estos acontecimientos no es una tarea sencilla. Si ya de por sí resulta difícil observar un discurso de contestación planteado de manera abierta, aun lo es más
capturar la comunicación en acción. En mayor medida cuando la mayor parte
de las interacciones se producen en el ámbito de la oralidad. Concebir la comunicación en términos de red, aun reconociendo la capacidad desigual de los
distintos agentes que participan de esas redes, permite delimitar escenarios y
efectuar algunas consideraciones.
En primer lugar, resulta imprescindible apuntar que un lugar como Dueñas no se encuentra la margen del sistema de comunicación política. Esto implica aceptar que constituye un escenario complejo en el que las intermediaciones son múltiples y en el que se despliegan diferentes niveles de discurso; las
interacciones entre oralidad y escritura o las diversas formas de escritura pragmática proporcionan aquí un ejemplo paradigmático69. En definitiva, los núcleos rurales de mayor entidad no eran ajenos al aparato informativo desplega————
Pleito Dueñas. Epígrafe 245.
Sobre estas cuestiones, SCOTT, J., Weapons of the weak. Everyday forms, págs. 145-147.
69 Sobre estas cuestiones, JUSTICE, Writing and Rebellion. Una revisión imprescindible sobre la
relación entre mundo rural y escritura en el ámbito hispano en DADSON, T.J., «Literacy and
Education in Early Modern Rural Spain: The Case of Villarrubia de los Ojos», Bulletin of Spanish
Studies, LXXXI (2004), págs. 1011-1037. Algunas indicaciones en la misma dirección pueden
encontrarse en NALLE, S.T., «Literacy and Culture in Early Modern Castile», Past and Present, 125
(1989), págs. 65-75.
67
68
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HIPÓLITO RAFAEL OLIVA HERRER
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do por las monarquías del último medievo y la red de comunicación informal
permitía una mayor difusión de los contenidos70.
En segundo lugar que, en buena medida, el propio discurso del poder depende de una red de comunicación informal71, y que esta misma red puede
servir para la difusión de toda una serie de informaciones, opiniones y experiencias dotadas, en este caso, de una elevada carga crítica72.
Los propios testimonios que hemos manejado anteriormente ofrecen algunas evidencias que sugieren la amplitud de este tipo de prácticas comunicativas. Por ejemplo, al recordar el reinado de Juan II como un tiempo en el que la
voluntad política del monarca está presa en manos del Condestable de Castilla,
puesto que «no se facia mas en el reino de lo que el dicho maestre queria y se
decia que le tenia echizado»73.
O al referirse al reinado de su sucesor, Enrique IV, como un tiempo en el
que, al decir de uno de los testigos, «se hacían cantares deshonestos, y gran
desacato de su persona real, que no eran cosas para se escribir»74. O al referir la
multitud de conversaciones que contemplan el periodo como el de un rey sometido a la voluntad de la nobleza:
Había oído a su padre y a otros hombres viejos, que dicho señor rey, en el
tiempo de su reinado había muchos escándalos y alborotos en el reino. Y descompuestole los caballeros de rey y alzado a su hermano. Y no había justicia en el
reino, y do quiera que se hablaba de el se decía lo mismo; y de cuan maltratado
había sido de los caballeros su reinado75.
————
70 Aspectos sobre los que remito a OLIVA HERRER, H.R., «Espacios de comunicación en el
mundo rural a fines del medievo: la escritura como contrapeso del poder», Medievalismo. Boletín de la
Sociedad Española de Estudios Medievales, 16 (2006), págs. 96-112.
71 Tal y como apunta DUTOUR, T., «Élaboration, publication, difusion de l’information», en
LETT, D Y OFFENSTADT, N. (eds.), Haro!, Noël!, Oyé!. Pratiques du cri au Moyen Âge, París, 2004,
págs, 141-155. También NOVAK, V., «La source du savoir. Publication oficielle et communication
informelle à Paris au debut du XVve siècle», en BOUDREAU, C. et al. (eds.), Information et societé en
Occident à la fin du Moyen Âge, París, Publications de la Sorbonne, 2004, págs. 151-160 y para un
contexto más próximo, aunque en fechas algo más tardías, OLIVARI, M., Entre el trono y la opinión.
La vida política castellana en los siglos XVI y XVII, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2004.
72 WALKER, S., «Rumour, Sedition and Popular Protest in the Reign of Henry IV», Past and
present, 166 (2000), págs. 31-65; FOX, A., «Rumour, News and Popular Political Opinion in
Elizabethan and Early Stuart England», The Historical Journal, 40 (1997), págs. 597-620; FAITH, R.,
«”The Great Rumour of 1377” and Peasant Ideology», en HILTON, R. y ASTON, T.H. (eds.), The
English Rising of 1381, Cambridge, Cambridge University Press,1984, págs. 42-73; DYER, C.,
«Memories of Freedoom: Attitudes towards Serfdom in England 1200-1350», en BUSH, M.L. (ed.),
Serfdom and Slavery: Studies in Legal Bondage, Londres, Longman, 1996, pags. 277-95.
73 Pleito Dueñas. Epígrafe n.º 213.
74 Pleito Dueñas. Epígrafe n.º 242.
75 Pleito Dueñas. Epígrafe n.º 253.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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Ocasionalmente, incluso, disponemos de evidencias que confirman que estos canales sirven no solo para la difusión de informaciones más o menos críticas,
sino también a la creación de estereotipos, como la figura del Enrique IV como
un rey acosado, o la de la resistencia popular en apoyo del propio Enrique:
Havia oido decir muchas veces como en tiempo del dicho rey don Enrique,
no havia justicia en el reyno, y andaba muy acosado de los caballeros, y como fugitivo, porque andaban por prenderle,... un frayle de Santa Maria de Nieva, dixo
a este havria 12 años, como una vez havia llegado al monasterio el dicho rey encima de un cavallo, con un solo mozo de espuelas, y el cavallo muy sudando, que
venia hullendo de los cavalleros, y le havia dado a comer en el refectorio, cosas de
leche, e miel, porque el dicho señor rey no bebia vino76.
Respecto de la cristalización y difusión de imágenes de resistencia disponemos de una referencia excepcional. El cronista Enríquez del Castillo relata uno
de los episodios de la guerra civil en tiempos de Enrique IV, el cerco de la villa
de Simancas por parte del bando nobiliario que se opone al rey, encabezado por
el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo.
El cronista narra cómo los habitantes de Simancas efectuaron una equiparación simbólica entre este obispo Carrillo y el mítico obispo de Toledo Don
Hopas, personaje al que se considera traidor al rey y causante de la conquista
musulmana de la península ibérica en el siglo VIII77. Más aun, el cronista refiere cómo la defensa de la villa ha generado un topos crítico ampliamente difundido, que sintetiza la resistencia popular frente a los poderosos:
Començaron a decir en voz alta una copla que decía: «Esta es Simancas, /
Don Opas traidor. / Esta es Simancas que no es Peñaflor».
Con otras coplas muy feas se decían contra él. Y este cantar duro mucho
tiempo en Castilla, y se cantaba a las puertas del rey y de los otros caballeros78.
Bastantes años después, todavía los testigos del pleito que he manejado anteriormente se refieren al obispo Carrillo como el obispo Don Hopas79. Como
ya comenté, no hay ningún indicio de mediación textual en la elaboración de
sus relatos del pasado. Es sencillamente una confirmación de que la resistencia
de Simancas ha cristalizado en el imaginario popular.
Un trabajo minucioso de comparación de fuentes permite desvelar la existencia de otros estereotipos extendidos en la conciencia popular, como deter————
Pleito Dueñas. Epígrafe n.º 242.
La presencia del personaje de Don Hopas en el romancero, su elaboración es posterior, viene
a corroborar su difusión en el imaginario colectivo. Cfr. DÍAZ ROIG M. (ed.), El romancero viejo,
Madrid, Cátedra, 1985, pág. 113.
78 ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, D., Crónica de Enrique IV, Valladolid, Universidad de
Valladolid,1994, pág. 243.
79 Pleito Dueñas. Epígrafes n.º 197 y n.º 245.
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minados personajes que funcionan como ejemplos de violencia nobiliaria, cuya
fama ha trascendido la comarca concreta donde actuaban, convirtiéndose en
referentes80. En cualquier caso, resulta difícil ir mucho más allá, sencillamente
porque el ámbito de la oralidad es imposible de cartografiar en su totalidad.
Dependemos de emergencias ocasionales procedentes del contraste de documentación muy variada.
La cultura y la comunicación se alimentan de relatos. J. Scott apunta que es
precisamente la asimilación por parte de una comunidad de una serie de imágenes compartidas sobre el pasado y el presente la que permite la constitución
de una identidad política. Pero para que esto suceda, es necesario que esas
imágenes cristalicen en un lenguaje y unos esquemas interpretativos similares.
Creo que las escasas referencias aportadas ofrecen suficientes indicaciones de
la existencia de prácticas comunicativas, al margen del sistema de comunicación
oficial, que permiten no sólo la difusión de un discurso crítico sino la cristalización de los referentes que permiten la creación de una identidad política.
CONCLUSIONES
Sin duda, el cambio de perspectiva aporta dimensiones adicionales al análisis de los textos abordados con anterioridad, porque nos permite contemplar el
tipo de operaciones y elementos que entran en juego. Contribuye a situar los
conceptos y el lenguaje con que estos se articulan en una perspectiva más amplia, y por tanto a delimitar más sus implicaciones.
Reducir la cuestión a la noción de que es el discurso del poder el que está
estructurando la contestación tiene algo de falso problema. Aquí, como en
otras partes, una consecuencia de la ampliación de los marcos de referencia
debe de tener su correlato en la amplitud de las posiciones políticas que cristalizan en ese marco81. En este sentido, cabe afirmar que la difusión de un discur————
80 Por ejemplo, a Garci Méndez de Portillo a escala de la Tierra de Campos, o quizá de manera más
significativa, puesto que se convierte en un personaje ampliamente referido, el alcaide de Castronuño,
Pedro de Mendaña. Su figura, como emblema de violencia nobiliaria, aparece recogida en lugares muy
diversos, como una carta dirigida por el concejo de Ávila en 1977, protestando por lo excesos de un
capitán del duque de Alba y equiparándolos a los de un personaje tan notorio como el que nos ocupa.
Aparece citada también una relación de sucesos salmantinos de comienzos del XVI y en la crónica de los
Reyes Católicos escrita por el cura de los Palacios. Cf. SOBRINO CHOMÓN, T., Documentación del concejo de
Ávila. II (1436-1477), Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 1999, pág. 238; BELTRÁN DE HEREDIA,
V., Cartulario de la Universidad de Salamanca, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1974, III, pág. 85 y
BERNÁLDEZ, A., Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Doña Isabel, Sevilla, Imprenta de don José
María Geofrn, 1870, I, pág. 69, respectivamente. Sobre la figura de Garci Méndez en Tierra de Campos,
OLIVA HERRER, «La memoria fronteriza», págs. 264-265
81 El ejemplo paradigmático es de las revueltas a gran escala en la Media Europea y sus
relaciones con el desarrollo del estado. Reflexiones interesantes sobre estas cuestiones en FREEDMAN,
P., Images of the medieval peasant, Stanford, University Press, 1999.
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«LA PRISIÓN DEL REY»: VOCES SUBALTERNAS E INDICIOS DE LA EXISTENCIA DE UNA IDENTIDAD...
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so público a escala del reino, que maneja conceptos de injusticia, ocupación y
tiranía, debe jugar un papel relevante, aunque solo fuera en la medida en que
puede ayudar a multiplicar los referentes que permiten la cristalización de una
identidad política extendida. Sostener que la aparición de una visión crítica es
únicamente consecuencia del despliegue de este discurso es, sencillamente, no
tener en cuenta la medida en que los textos son representativos de experiencias; la manera en que la construcción de una identidad política tiene que ver
con las situaciones experimentadas, con las aspiraciones propias y con la difusión de unas y otras a través de un sistema de comunicación, al menos, parcialmente autónomo.
El tipo de discurso que se escenifica públicamente en momentos de crisis
política, las reclamaciones que se sustancian a través de los pleitos, el tipo de
representaciones que los soportan o el discurso abierto, tal y como lo hemos
visto formular en 1521, adquieren la categoría de indicios: de elementos que
nos permiten postular la cristalización de una identidad política extendida,
entendida una vez más como una forma compartida de percibir determinadas
relaciones, en la segunda mitad del XV castellano. Esto es, como una comunidad que comparte una serie de referentes a la hora de interpretar el pasado y el
presente. Una identidad que solo excepcionalmente veremos retratada en un
discurso abierto, pero cuya paulatina conformación es posible tratar de capturar mediante un ejercicio de lo que W. Benjamin definiera en su día como cepillar la Historia a contrapelo.
Recibido: 25-06-2010
Aceptado: 29-10-2010
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HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 389-408, ISSN: 0018-2141
«POR EL CONOSÇIMIENTO QUE DE ÉL SE HA». IDENTIFICAR, DESIGNAR, ATRIBUIR: LA CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES (POLÍTICAS) EN CUENCA EN EL
SIGLO XV∗
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
Universidad de Castilla-La Mancha
RESUMEN:
El objetivo de este trabajo es mostrar cómo la identidad política (en nuestro caso, de
una ciudad, el concejo de Cuenca en el siglo XV) se construye sobre la base de sistemas compartidos de relaciones (de diversa naturaleza), que conforman una suerte de
«campo de juego» común a todos los actores sociales. Un «campo de juego» («Corona
de Castilla»), en el que las relaciones político-identitarias (como, por lo demás,
cualquier otro tipo de relaciones) han sido objeto de unas construcciones teóricas y
unas reglas de operación (de manipulación, correcta e incorrecta, de las reglas de
juego y del propio campo de juego) conocidas (y, por lo tanto, y hasta cierto punto,
compartidas) por todos los actores. Es en el uso (y abuso) de dichas reglas y en el
modo de posicionarse en el campo de juego donde se localizan las diferencias que
identifican a los diversos colectivos político-identitarios. Unas diferencias e identificaciones que se enfatizan, asimismo, a través de la operación (manipulación) del
sistema de relaciones que une a los diversos actores (colectivos político-identitarios)
presentes en el campo de juego.
PALABRAS CLAVE:
Corona de Castilla. Ciudades. Cuenca. Siglo XV.
Identidad política.
————
José Antonio Jara Fuente es miembro del Departamento de Historia, Área de Historia Medieval de
la Universidad de Castilla-La Mancha. Dirección para correspondencia: Facultad de Ciencias de la Educación
y Humanidades, Universidad de Castilla-La Mancha, Avenida de los Alfares, 44, 16071-Cuenca. Correo
electrónico: JoseAntonio.Jara@uclm.es.
∗ El presente estudio se enmarca en el proyecto de investigación Fundamentos de identidad
política: la construcción de identidades políticas urbanas en la Península Ibérica en el tránsito a la modernidad,
concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2009-08946), que dirige la Dra. Yolanda
Guerrero Navarrete (Universidad Autónoma de Madrid).
JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
390
«BECAUSE OF OUR KNOWLEDGE OF HIM». TO IDENTIFY, DESIGNATE AND ATTRIBUTE:
THE CONSTRUCTION OF (POLITICAL) IDENTITIES IN THE CITY OF CUENCA IN THE 15TH
CENTURY
ABSTRACT:
The aim of this paper is to show how political identity (in this case the city of
Cuenca in the fifteenth century) is built on the basis of shared systems of
relationships (of varied nature), shaping a sort of «playing field» common to all
social actors. In this «playing field» («Crown of Castile»), political-identity
relationships (as would any other kind of relationships) have been the object of
theoretical constructions and a set of operating rules (regarding the use of the rules correct or incorrect - of the game and the playing field itself) known to (and
therefore, to a certain extent, shared by) all social actors. It is in the use (and
abuse) of these rules and in the social actors’ position on the playing field where the
differences identifying the diverse political-identity collectives are located.
Differences and identifications that are especially emphasized by the operation (use)
of the system of relationships that bind the social actors (political-identity
collectives) present on the playing field.
KEY WORDS:
Crown of Castile. Towns. Cuenca. Fifteenth century.
Political identity.
INTRODUCCIÓN
En un ensayo sobre la identidad de Francia (una identidad histórica que se
entendía, al tiempo, política), Fernand Braudel se posicionaba en relación a la
noción misma de identidad con una sensación de sentimientos enfrentados:
Le mot [identité] m’a séduit, mais n’a cessé de me tourmenter. Manifeste est
son ambiguïté: il est une série d’interrogations, vous répondez à l’une, la suivante
se présente aussitôt et il n’y a pas de fin1.
Como señala el psicólogo Peter Weinreich, desde una posición no tan contradictoria como decepcionada y en el marco de investigaciones de identidad
individual más que política, «“identity” has become a catch-all term that promises much, yet disappoints profoundly»2.
Decepción, pues, o quizás frustración ante un objeto analítico difícil de
aprehender en sus más profundas implicaciones, pero fundamental para el conocimiento de la forma, o formas —tenemos tendencia a olvidar ese plural,
muchas veces de importante significado—, de estructuración de la sociedad y
«sociedades» que se desarrollan en su interior. Efectivamente, dejando al margen los problemas planteados por los «estudios de individualidad» (más rela————
BRAUDEL, F., L’identité de la France, París, Arthaud-Flammarion, 1986, pág. 17.
WEINREICH, P., «Psychodynamics of Personal and Social Identity», en JACOBSONWIDDING, A. (ed.), Identity: Personal and Socio-Cultural, Simposio celebrado en la Universidad de
Upsala en agosto de 1982, Upsala, Universidad de Upsala, 1983, págs. 159-185.
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cionados con aspectos filosóficos, religiosos y psicológicos del desarrollo de la
personalidad interior de cada sujeto social)3, los análisis de identidad política
descansan en unas identidades sociales que son el producto de la acción social,
de los procedimientos, mecanismos e ideologías que «afectan» la praxis social
en cada momento y lugar histórico4.
————
3 Para el estudio de la identidad individual, en perspectiva histórica, resultan fundamentales
los trabajos de TAYLOR, Ch., Sources of the Self: the Making of the Modern Identity, Cambridge (Mass.),
Harvard University Press, 1989 (no obstante, lo discutible de uno de sus principales argumentos, en
lo que a nuestra cronología toca, es la caracterización del período medieval como una etapa de
«identidades pacíficas», no discutidas, asumidas sin mayores conflictos); MARTIN, R. y BARRESI, J.,
The Rise and Fall of Soul and Self. An Intellectual History of Personal Identity, Nueva York, Columbia
University Press, 2006; y RUGGIO, F.-J., «Les notions d’“identité”, d’“individus” et de “self” et leur
utilisation en histoire sociale», en BELISSA, M. (ed.), Identités, appartenances, revendications identitaires,
XVIe-XVIIIe siècles, Actes du colloque tenu à l’Université de Paris X-Nanterre les 24 et 25 avril
2003, París, Nolin, 2005, págs. 395-406. Finalmente, y aunque desde una perspectiva más
contemporánea, cabe tener en cuenta el trabajo de GERGEN, K.J., The Saturated Self: Dilemmas of
Identity in Contemporary Life, Nueva York, Basic Books, 1991.
4 Sobre este particular, tanto por las conclusiones alcanzadas como por las síntesis que
incorporan, resultan especialmente atractivos los trabajos de NEUMANN, I.B., «Collective Identity
Formation: Self and Other in International Relations», European Journal of International Relations, 2
(1996), págs. 139-174; GALASSO, G., «Storicismo e identità europea», Quaderni del dottorato, 3
(2009), págs. 1-22; MEISTER, R., Political Identity: Thinking through Marx, Oxford, Blackwell, 1990,
págs. 152-153; y CHEBEL, M., La formation de l’identité politique, París, Presses Universitaires de
France, 1986. Como señala este último, «comparée à l’identité psychologique, l’identité politique
est une résultante active d’influences venues de l’extérieur: socialisation, exercice d’une fonction
politique, prise de conscience d’une situation de domination et d’autres influences conjoncturelles
ou historiques. Car, il ne peut y avoir d’identité politique, ni même l’ébauche d’une formation
embryonnaire, sans la réelle confrontation avec une force adverse, souvent d’ordre humain :
opposition d’une minorité avec une majorité, une majorité dominée face à une minorité dominante,
le militant dans l’action militante, etc.». Ibidem, pág. 148.
Sobre cuestiones específicas, vinculadas al proceso de generación de identidades políticas, véanse:
para las nociones de identidad política individual y colectiva, SHAW, D.G., Necessary conjunctions: the
social self in medieval England, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2005; MCBRIDE, K.D., Collective
dreams: political imagination and community, University Park (Penn.)-Londres, Pennsylvania State
University Press-Eurospan, 2005, págs. 9-22. Sobre los procesos de estructuración social y políticoidentitaria de dichas colectividades, deben tenerse en cuenta algunas reflexiones de BOURDIEU, P.,
Outline of a theory of practice, Cambridge, Cambridge University Press, 1977, pág. 86 y La distinction.
Critique sociale du jugement, París, Les Éditions de Minuit, 1979, págs. 112 y 117-118; el trabajo de
CENTRES, R., The Psychology of Social Classes. A Study of Class Consciousness, Nueva York, Oxford
University Press, 1961 [1949], pág. 75; y, desde una perspectiva psicológica y socio-psicológica, los
estudios de TURNER, J.C., HOGG, M.A., OAKES, P.J., REICHER, S.D. y WETHERELL, M.S., Rediscovering
the social group: a self-categorization theory, Oxford, Basil Blackwell, 1987, esp. pág. vii y págs. 42-67; y
desde la sociología política, KESLASSY, E. y ROSENBAUM, A., Mémoires vives: pourquoi les communautés
instrumentalisent l’histoire, París, Bourin, 2007, pág. 57. Y, finalmente, sobre el carácter relacional y
procesal de la identidad, BENWELL, B. y STOKOE, E., Discourse and Identity, Edinburgo, Edinburgh
University Press, 2006, pág. 87; y TURGEON, L., LÉTOURNEAU, J. y FALL, K. (dirs.), Les espaces de
l’identité, Ville de Québec, Presses de l’Université Laval, 1997, pág. ix.
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Así, la identidad (política o social) constituye un sistema creativo de agregación de identificaciones sociales (todas aquellas que, de un modo u otro, afectan al mismo sujeto, sea este individual o colectivo). Unas identificaciones sociales que representan, ellas mismas, el conjunto de categorizaciones sociales
específicas que interactúan con el sujeto (insisto, individual o colectivo) y resultan, como consecuencia de un proceso discursivo de posicionamiento frente a
ellas, interiorizadas (no necesariamente sin debate ni transformación) o rechazadas (y entonces, objeto de otro debate que tiene por objetivo bien situar al
sujeto, individual o colectivo, frente al rechazo, bien, además, legitimar, de un
modo más o menos débil o fuerte5, consciente o inconsciente, dicha toma de
posición)6.
De este modo, «condición», «atribución» y «designación», elementos analíticos que vertebran este trabajo, encuentran su justificación teórica y práctica
dentro de este marco de análisis. Un cuadro que se abre con la introducción de
uno de los conceptos que hilan el desarrollo de este estudio: la «condición». El
22 de noviembre de 1465, Álvaro de Mendoza escribe a Cuenca en relación a
las prendas tomadas por la ciudad a mercaderes de su villa de Requena (probablemente vinculados a su persona), declarando la utilidad y necesidad de establecer unos patrones de relación política entre ambas partes (él y la ciudad de
Cuenca) más fluidos y dialogados. Desde luego, esta declaración de voluntad
no se presenta simplemente desnuda sino convenientemente acompañada de
los correspondientes instrumentos de justificación/legitimación de su proceder:
una encadenación de referentes discursivos que hacían de la «proximidad»,
física y espiritual, el hilo conductor de su proceso argumentativo:
pues avemos de ser veçinos, hagámonos tales obras que sean más de parientes
y de amigos que de al, por que delo contrario yría fuera de mi condiçión7.
————
5 Sobre la noción misma y la aplicabilidad de los conceptos «identidad débil» e «identidad
fuerte», así como sobre sus pares procesales, «memoria débil» y «memoria fuerte», véanse GATTI,
G., Identidades débiles. Una propuesta teórica aplicada al estudio de la identidad en el País Vasco, Madrid,
Centro de Investigaciones Sociológicas, 2007; y CANDAU, J., Memoria e identidad, Buenos Aires,
Ediciones Del Sol, 2001 [1998], esp. pág. 40.
6 Es una estrategia muy similar a la que adoptan J.C. Turner y H. Pilles, aunque en el caso de
estos, enfatizando los procesos psicológicos individuales y los componentes cognitivos de la
autoconciencia, en la que se insertarían aquellas interiorizaciones. Vid TURNER, J.C. y GILES, H.,
Intergroup Behaviour, Oxford, Basil Blackwell, 1981. El análisis de estos procesos debe mucho a los
trabajos de Henri Tajfel, «padre» de los estudios sobre identidad social (inter)grupal; cabe citar
TAJFEL, H. (ed.), Differentiation between Social Groups. Studies in the Social Psychology of Intergroup
Relations, Londres, Academic Press, 1978; TAJFEL, H. y TURNER, J.C., «An Integrative Theory of
Intergroup Conflict», en AUSTIN, W.G. y WORCHEL, S. (eds.), The Social Psychology of Intergroup
Relations, Monterrey (Cal.), Brooks/Cole, 1979, págs. 33-48; y TAJFEL, H. (ed.), Social Identity and
Intergroup Relations, Cambridge, Cambridge University Press, 1982.
7 AMC (Archivo Municipal de Cuenca), LLAA (Libros de Actas), leg. (legajo) 197, exp.
(expediente) 1, fol. 19v. De estos conceptos específicos (vecindad, parentesco y amistad) me he
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Álvaro de Mendoza no era sólo señor de Requena; era también uno de los
más «activos» miembros de la mediana nobleza territorial, tal y como demostraría con ocasión del levantamiento anti-enriqueño, engrosando las filas de la nobleza rebelde. En ese contexto, su «llamada de atención» a las autoridades concejiles conquenses gravita alrededor de dos proyectos identitario-relacionales
diferentes, quizás complementarios (desde su óptica) pero también divergentes.
De un lado, el establecimiento de unos canales de relación de naturaleza igualitaria, definidos por los campos semánticos «vecindad», «amistad» y «parentesco», a
los que remite el Mendoza. De otro, el reconocimiento (no el establecimiento) de
un marco de relaciones no necesariamente equilibrado, definido por la noción de
«condición». Una noción frente a la que explícitamente se posiciona el señor de
Requena tanto en lo que concierne a su persona como, de un modo menos evidente, en lo que toca a la ciudad de Cuenca. En este juego de «análisis de condiciones», por un lado, la auto-categorización (que es también auto-percepción)
positiva que deriva de su necesidad de actuar en un determinado sentido (necesidad y acción cargadas de un fuerte sentido político, identitario y legitimador),
se traduce, positivamente, en ese «por que delo contrario yría fuera de mi condición»; por otro, el reproche, negativo, implícito y evidente, de la conducta
del concejo de Cuenca resuelve, o pretende resolver, el equilibrio políticoidentitario establecido previamente mediante el recurso a los campos semánticos «vecindad», «amistad» y «parentesco». Una ruptura del equilibrio que,
desde luego, favorece los intereses discursivos de Álvaro de Mendoza. En este
sentido, la conducta del concejo se examina no solo a la luz de la «condición»
del Mendoza sino también, de un modo implícito, a la luz de la «condición» de
la propia ciudad. El resultado es el reconocimiento de la «condición» de Álvaro
de Mendoza, acompañado de su (positiva) sobre-valoración y, paralelamente, la
indefinición (que en sí es definición) de la «condición» de la ciudad, producto
de su (negativa) minusvaloración.
De esta manera, y a través del modo en el que Álvaro de Mendoza se relaciona con la ciudad, se posiciona, explícita e implícitamente, ante su identidad
(política) y ante la identidad (política) del concejo, ante la percepción (y en los
procesos de percepción) de una y otra, contribuyendo a producir (no necesariamente de un modo pacífico) el resultado de «identidad política» de ambos
sujetos sociales8.
————
ocupado en otros trabajos, especialmente en JARA FUENTE, J.A., «Vecindad y parentesco. El
lenguaje de las relaciones políticas en la Castilla urbana del siglo XV», en FORONDA, F. y
CARRASCO MANCHADO, A.I. (dirs.), El contrato político en la Corona de Castilla. Cultura y sociedad
políticas entre los siglos X al XVI, Madrid, Dykinson, 2008, págs. 211-239.
8 Todo discurso incorpora referentes de identidad producidos de modo consciente o
inconsciente por el sujeto; referentes de identidad que relacionan al «yo», al actor social con la
percepción que tiene de sí pero también, y de modo muy significativo, con la que tiene de los
«otros». La identidad y la identidad política no opera de un modo diferente, es, en cierto sentido, el
resultado de las interacciones de los diferentes procesos de percepción-identidad a los que queda
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Como señala Jocelyn Létourneau, la perpetuación del colectivo (y de la individualidad dentro de él) depende de la habilidad de los actores sociales para
construir un sistema de fronteras identitarias eficiente, capaz de reducir al
máximo la «no self’s land», «la tierra identitaria de nadie»9. El objeto de esta
contribución se centra, precisamente, en el análisis de estos procesos de construcción identitaria en el seno de un marco de relaciones sociales especialmente
conflictivo, las que vincularon a la levantisca nobleza operante en el área manchega con la ciudad de Cuenca en el siglo XV.
IDENTIDAD Y DISCURSO: OBJETO Y PROCESO CREATIVOS
Las categorías identitarias de auto-definición implican un posicionamiento
dialéctico de las estrategias y procedimientos de percepción del sujeto que, al
tiempo que se centra en su «mismidad», se proyecta a la «otredad» de los sujetos con los que interacciona, convirtiéndose simultáneamente en receptor de
similares procesos de «mismidad» y «otredad» producidos por esos otros actores sociales. Es en la interacción de ese conjunto de acciones que se verifican los
procesos de auto-definición y de definición de los «otros»10. De manera similar,
————
sometido todo actor social (individual o colectivo). Sobre la importancia de los procesos de
percepción y auto-percepción (y auto-comprensión), véanse HOLLAND, D., LACHICOTTE JR., W.,
SKINNER, D. y CAIN, C., Identity and Agency in Cultural Worlds, Cambridge (Mass.), Harvard
University Press, 1998; y BERNSTEIN, B., Class, Codes and Control, 1. Theoretical Studies Towards a
Sociology of Language, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1971. Sobre su aplicación en el campo de
la Historia Medieval, puede acudirse a los trabajos (de muy variada calidad) recogidos en la obra
colectiva coordinada por BOGLIONI, P., DELORT, R. y GAUVARD, C. (coors.), Le petit peuple dans
l'Occident médiéval: terminologies, perceptions, réalités, Actes du congrès international tenu à l'Université
de Montréal, 18-23 octobre 1999, París, Publications de la Sorbonne, 2002.
9 «...ne pas établir les frontières entre l’Ici et l’Ailleurs, entre le Là et le Hors-là, entre l’Alter
et l’Ego, c’est courir le risque que la société s’effiloche, s’«excentre» et bascule dans un nowhere, sorte
de No Self’s Land symbolique plutôt inquiétant pour la reproduction et la perpétuation du collectif.
Cela est particulièrement vrai dans le cas de groupes minoritaires sur le plan démographique et
vivant dans de grands ensembles politiques». Cf. LÉTOURNEAU, J., «Nous autres les Québecois. La
voix des manuels d’histoire», en TURGEON et al., Les espaces de l’identité, págs. 99-119.
10 Como señala Pierre Bourdieu, «les luttes pour l’identité, cet être-perçu, qui existe
fondamentalement par la reconnaissance des autres [ont] pour enjeu l’imposition de perceptions et
de catégories de perception». BOURDIEU, P., «L’identité et la représentation. Éléments pour une
réflexion critique sur l’idée de région», Actes de la recherche en sciences sociales, L’identité, 35 (1980),
págs. 63-72. Sobre el carácter simbólico de esas luchas, véase también ARFUCH, L., «Introducción»,
en ARFUCH, L. (comp.), Identidades, sujetos y subjetividades, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2002,
pág. 12. Aquí resultan nuevamente relevantes los trabajos sobre comportamiento intergrupal
citados con anterioridad. En la misma línea de investigación, cabe añadir el estudio realizado por
WORCHEL, S., IUZZINI, J., COUTANT, D. e IVALDI, M., «A Multidimensional Model of Identity:
Relating Individual and Group Identities to Intergroup Behaviour», en CAPOZZA, D. y BROWN, R.
(eds.), Social Identity Processes: Trends in Theory and Research, Thousand Oaks (Calif.)-Londres, SAGE,
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el discurso elaborado en el marco de estos procesos relacionales es asimismo dialéctico o, mejor dicho, puede y debe analizarse en términos esencialmente dialécticos. Se trata de examinar la praxis del discurso en la interacción emisor-receptoremisor, teniendo en cuenta que las respuestas del receptor pueden conducir a la
introducción de elementos discursivos novedosos frente a los que deberá posicionarse el emisor. Por ello, la relación productor del discurso-emisor y producto del
discurso-receptor no es necesariamente plana y unidimensional, pudiendo hallarse
entreverada de modelos y submodelos discursivos que contribuyen a dar forma a
la relación dialéctica. Por ello también, el análisis de los mecanismos y procedimientos discursivos puestos en ejecución por cada actor social requiere de un doble proceso de aproximación: primero, vinculado a los marcos conceptuales y relacionales que definen el marco discursivo establecido entre los diferentes actores
sociales; segundo, vinculado a las categorías conceptuales y relacionales propias de
cada sujeto, cuya significación intrínseca (al margen de su adaptación al marco
discursivo relacional en el que han de ser operadas) afecta al modo en el que el
sujeto percibe su relación y actúa en consecuencia11.
Los procesos de toma de posición: actitud (política) y percepción identitaria
En este sentido, la noción «discurso» supone reconducir el análisis de estos
problemas alrededor de los conceptos de «diferencia» y «proceso», enfatizándose, de este modo, de un lado, el carácter abierto, inacabado, en permanente
construcción de la identidad (y, desde luego, con ella de la identidad política);
y de otro, el carácter esencialmente relacional de las posiciones identitarias.
Este carácter relacional pone, a su vez, de evidencia la importancia que adquiere el aprendizaje (consciente e inconsciente) y la manipulación de los instrumentos discursivos que se hallan a disposición de los actores en el marco general de relaciones en el que se desenvuelven12, y que contribuyen a producir el
complejo de actitudes políticas que definen y explican la posición global que
ocupan en ese marco general de relaciones (una posición global que es, a su
vez, el resultado de una diversidad de posicionamientos socio-políticos)13.
————
2000, págs. 15-32; y por la aplicación de estos referentes socio-psicológicos al ámbito de la historia,
RAINES, D., L'invention du mythe aristocratique: l'image de soi du patriciat vénitien au temps de la
Sérénissime, 2 vols., Venecia, Istituto veneto di scienze, lettere ed arti, 2006.
11 Sobre el particular, interesa el trabajo del antropólogo PARKIN, D., «Controlling the U-turn
of Knowledge», en FARDON, R. (ed.), Power and Knowledge. Anthropological and Sociological Approaches,
Actas del Congreso celebrado en la Universidad de St Andrews en diciembre de 1982, Edimburgo,
Scottish Academic Press, 1985, págs. 49-60.
12 ARFURCH, L., «Problemáticas de la identidad», en ARFUCH, L. (comp.), Identidades, sujetos y
subjetividades, págs. 19-41. DOUGLAS, M., «How Identity Problems Disappear», en JACOBSONWIDDING, Identity: Personal and Socio-Cultural, págs. 35-46.
13 Sobre la noción de «actitud», que en nuestro trabajo manejamos en su ámbito de implicaciones
políticas, véase CROZIER, M. y FRIEDBERG, E., L’acteur et le système. Les contraintes de l’action collective,
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Así, cuando, el 5 de julio de 1482, el concejo de Cuenca se dirige a los reyes
solicitando que no impongan corregidor a la ciudad el año próximo, se sirve de
un doble proceso discursivo que persigue objetivos disímiles pero, por extraño
que parezca, convergentes14. De un lado, justifica la petición no en la situación
calma que vive la ciudad sino en las penurias económicas que padece: «por las
fatigas de la çibdad e su tierra». La pacificación del reino y la prosecución de los
procesos de restitución de tierras a las concejos, seguidos, es cierto, con diferente nivel de éxito, venía siendo una realidad paulatinamente más incontestable
desde 1480 y, sin embargo, la política de nombramiento de corregidores había
seguido su curso, vaciando de contenido la lógica del argumento concejil (en el
que «pacificación» equivalía a «ausencia de necesidad de corregidor»), al enfrentarla a la lógica subyacente al discurso regio (en el que el modelo «centralización e imposición de corregidores» se hacía equivaler a la tan anhelada «pacificación») y a la mayor capacidad de imposición de este último en el marco de
relaciones corona-concejos15. Por ello, se acude a otra formulación discursiva, la
relacionada con el empobrecimiento sufrido por la ciudad y su tierra jurisdiccional (ensayada en diversas ocasiones a lo largo de la centuria, también con
éxito desigual). Pero, conscientes de la más que probable negativa regia a su
————
Lonrai, Éditions du Seuil, 1992, esp. págs. 461-472. Sobre el concepto «multiplicidad de
posicionamientos», resulta relevante el estudio de los sociólogos BLAU, P. y SCHWARTZ, J.E.,
Crosscutting Social Circles. Testing a Macrostructural Theory of Intergroup Relations, Orlando, Transaction
Publishers, 1984; basado en los planteamientos teóricos elaborados por SIMMEL, G., Conflict / The Web
of Group Affiliations, Nueva York, Collier-Macmillan, 1964 [1908 y 1922, respectivamente],
especialmente en el segundo de los trabajos citados. Véanse también, HALBWACHS, M., La memoria
colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004 (1950); BOURDIEU, P., «Condition de
classe et position de classe», Archives Européennes de Sociologie/European Journal of Sociology, VII-2 (1966),
págs. 201-223; HALL, S., «Who Needs Identity», en HALL, S. y DU GAY, P. (eds.), Questions of Cultural
Identity, Londres, Sage, 1996, págs. 1-17; y JARA FUENTE, J.A., «Attributing Social Fields and
Satisfying Social Expectations: the Urban System as a Circuit of Power Structuring Relations (Castile
in the Fifteenth-Century)», en ASENJO GONZÁLEZ, M. (ed.), Oligarchy and Patronage in Late Medieval
Spanish Urban Society, Turnhout, Brepols, 2009, págs. 91-115.
14 AMC, LLAA, leg. 203, exp. 2, fol. 261v.
15 Sobre la, generalmente nula, capacidad de oposición de los concejos al nombramiento de
corregidores, especialmente tras las Cortes de 1480 y las disposiciones allí recogidas, véase
LUNENFELD, M., Keepers of the City. The Corregidores of Isabella I of Castile (1474-1504), Cambridge,
Cambridge University Press, 1987, págs. 34-40 y 49-54. Para una comparación de la capacidad de
actuación frente a la monarquía de dos modelos urbanos concretos, las ciudades de Burgos y
Cuenca, no obstante discrepar de algunas de sus conclusiones sobre la «debilidad» del modelo
conquense, véase GUERRERO NAVARRETE, Y. y SÁNCHEZ BENITO, J.M., «La Corona y el poder
municipal. Aproximación a su estudio a través de la elección a procuradores en Cortes en Cuenca y
Burgos en el siglo XV», en Las Cortes de Castilla y León, 1188-1988, Actas de la tercera etapa del
congreso científico sobre la historia de las Cortes de Castilla y León, del 26 al 30 de septiembre de
1988, Valladolid, Cortes de Castilla y León, 1990, págs. 381-399; y GUERRERO NAVARRETE, Y.,
«La política de nombramiento de corregidores en el siglo XV: entre la estrategia regia y la oposición
ciudadana», Anales de la Universidad de Alicante, 10 (1994-1995), págs. 99-124.
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petición, engarzan uno y otro argumento y, en un giro de ciento ochenta grados, abogan por la designación de corregidor… siempre que se trate del actual
oficial, Juan Osorio, «por el conosçimiento que de él se ha».
El esquema discursivo que pone en acción el concejo manifiesta dos implicaciones importantes para el objeto de nuestro estudio. De un lado, supone, aunque solo aparentemente, la presentación de una petición a los monarcas; pero, en
realidad, introduce un sistema implícito de negociación16. La petición conlleva el
reconocimiento de una relación fuertemente desequilibrada entre los actores sociales «concejo» y «reyes», quedando la ciudad a la espera de una «decisión graciosa» por parte de los monarcas. La negociación reequilibra, en cierta medida
(nunca en términos absolutos, habida cuenta del tipo de actores sociales en acción), ese marco relacional, logrando eliminar el elemento «gracioso» del proceso
deliberativo-decisorio regio. Cuenca era plenamente consciente de que su petición iba a ser desoída, como parecía que tenía que ser en una ciudad que, aunque
importante, no dejaba de ser de segundo rango en el conjunto del reino; una
ciudad que se hallaba prácticamente «bloqueada» por importantes señoríos nobles (muchos de los cuales habían militado en el bando rebelde durante la última
y reciente guerra civil); y una ciudad que se encontraba necesitada aún de pesquisidores para continuar con los procesos de restitución de sus muchas tierras
entradas. Entonces, ¿dónde se halla la lógica de la petición? Desde luego, no en
la oposición al nombramiento de corregidor, objetivo que sabían inalcanzable,
sino en el deseo de que el actual corregidor, Juan Osorio, fuera renovado en el
cargo. La retorcida lógica de las autoridades conquenses conducía a solicitar un
imposible (la no designación de corregidor) para alcanzar un deseable (la renovación de Juan Osorio). Desde el punto de vista de la monarquía, lo sustancial era
el mantenimiento: primero, del principio de libre designación de corregidores
que, para el caso, Cuenca respetaba al insertar su proceso de negociación implícita en un marco formal de naturaleza petitoria; y, segundo, de unas buenas relaciones con la ciudad que, la aceptación de la renovación de Juan Osorio (un oficial de la confianza de los reyes), no podía hacer sino incentivar.
De este modo, se respetaba la naturaleza formal del proceso (la súplica) pero
se transformaban sus elementos sustanciales, al convertir un procedimiento de
concesión graciosa en otro de negociación implícita. Evidentemente, ni este era el
único aspecto de las relaciones políticas ciudad-corona en que tales procedimientos tenían lugar, ni Cuenca fue el único concejo en ponerlo en ejecución. Pero a
través de su práctica, la ciudad, de cara al exterior, y sus máximas autoridades,
de cara tanto al exterior como, sobre todo, al interior, reproducían (reconstruían)
una cierta imagen (política) de sí, que enfatizaba el aspecto activo de su percepción como actor social, como agente social de primera magnitud17.
————
16 Sobre los marcos implícitos de negociación, véase CROZIER y FRIEDBERG, L’acteur et le
système, págs. 320-326 y 357, en donde enfatiza el carácter cultural de los procesos de negociación.
17 Cuenca ya había ensayado un procedimiento de negociación muy similar bajo Enrique IV,
con ocasión de la concesión por este, en 1467, de un oficio de regidor a su mayordomo mayor
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Un segundo aspecto de esta petición nos interesa. En el marco de la relación política naturalmente desequilibrada, y no contestada, que liga a la ciudad
con los reyes, Cuenca no solo formula su imaginario político a través de un
procedimiento discursivo relativamente complejo sino que, además, aprovecha
para reequilibrar otro tipo de relaciones asimismo desequilibradas tanto en la
teoría como, sobre todo, en la práctica, las que la unen con el sistema de corregidores, convertidos en cabeza del sistema político urbano. Efectivamente, en
el caso que nos ocupa, la ciudad no solo negocia la imposición de corregidor
sino de un corregidor en concreto, Juan Osorio, insistimos «por el conosçimiento que de él se ha». Juan Osorio ha actuado como representante de los reyes en
el área conquense desde 1476, cuando se persona como capitán de una hueste
regia; en 1478 es alcaide de la vecina Huete y corregidor de Cuenca, oficio que
sigue desempeñando en 1483 (los reyes le renovaron en el corregimiento). La
impresión que produce la documentación es la de un oficial que, en general, ha
sabido engarzar su oficio en el conjunto del sistema urbano sin causar problemas significativos. Además, la continuidad de su relación política con la ciudad
y sus máximas autoridades ha supuesto, sin duda, la implementación de sinergias entre los diferentes elementos político-decisorios de la urbe (especialmente
entre el corregidor y el cabildo de regidores), reduciendo la carga política que,
para Cuenca, implica la superior autoridad del corregidor. Por ello, el concejo
favorece la designación del comendador de Dos Barrios. Pero lo hace reduciendo, no solo en el imaginario político, la virtualidad de la autoridad del corregidor y, por esa vía, del sistema de corregimientos, y lo consigue a través de dos
procedimientos de actuación: primero, es Cuenca quien negocia su designación; y, segundo, la elección del corregidor ha implicado la emisión de un juicio
de valor sobre su persona por parte de Cuenca.
Efectivamente, la implicación del concejo en la designación de Juan Osorio
conduce a relativizar la independencia de este en el seno del concejo urbano. Es
cierto que todavía hará falta tiempo, en Cuenca como en otros concejos, para
————
Andrés de Cabrera; un nombramiento al que la ciudad se opuso radicalmente. Si bien el conflicto se
dilató durante año y medio, acabó cerrándose con un éxito, relativo, para la ciudad y una derrota,
asimismo relativa, para el Cabrera pues finalmente rey, ciudad y mayordomo mayor acabaron
aceptando una salida airosa para todos: Andrés de Cabrera no sería regidor, pero sí su hermano,
Alonso Téllez de Cabrera. El linaje Cabrera no perdía el oficio y la ciudad se aseguraba un
«competidor» (por el poder urbano) de baja intensidad y muy distinto nivel a los temores que
provocaba el mayordomo. De hecho, a partir de mayo de 1469, cuando Alonso Téllez es aceptado
en el oficio de regidor por Cuenca, cesan las menciones de conflictos con la ciudad en relación a este
linaje noble. Cf. JARA FUENTE, J.A., Concejo, poder y élites. La clase dominante de Cuenca en el siglo XV,
Madrid, CSIC, 2000, págs. 117-118. Sobre la importancia de los modelos de representación del
poder, su imaginario y simbología en el marco de las investigaciones sobre poder, véase CROUZETPAVAN, E., «Politique urbaine et stratégie de pouvoir dans l’Italie communale», en MENJOT, D. y
PINOL, J.-L. (coors.), Enjeux et expressions de la politique municipale (XIIe-XXe siècles), Actes de la 3e
Table Ronde Internationale du Centre de Recherches Historiques sur la Ville, Estrasburgo,
Université des Sciences Humaines de Strasbourg, 1997, págs. 7-20.
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implementar las disposiciones de las Cortes de Toledo sobre los juicios de residencia a que deben quedar sujetos los corregidores; unos juicios que suponen
una cortapisa a sus posibles abusos pero que también suponen, y esto creo que
es importante, un instrumento de intervención/manipulación sobre el corregidor por parte de las autoridades concejiles ordinarias, en cuyas manos quedaba,
seguramente, el incentivar o desincentivar ese tipo de denuncias. Pero no es
menos cierto que la ocupación de un corregimiento no discutido, en lo esencial,
por las autoridades locales, y satisfecho con unos importantes ingresos, constituía un objetivo deseable y que la implicación del concejo en su concesión colocaba al beneficiario en una cierta posición de inferioridad al transformarle en
deudor de agradecimiento y nombramiento.
Ahora bien, la intervención de la ciudad iba más allá pues no solo se aseguraba una posición superior, en su marco de relaciones ciudad-corregidor, al
participar en el proceso de designación de este, sino que acentuaba ese distanciamiento político al introducirse en la relación monarca-corregidor, participando en un segundo nivel del proceso de designación: la valoración de la capacidad del sujeto. Aquí no son los reyes quienes juzgan los méritos de Juan
Osorio sino la ciudad a través del «conosçimiento que de él se ha». Al colocarse
como agente emisor de juicios, Cuenca ha asumido una posición de superioridad respecto de Juan Osorio, cuyos méritos y persona valora18.
La conclusión es la reconstrucción de las identidades políticas «corregidor
Juan Osorio» y «concejo de Cuenca», transformándose tanto en el plano ideal
como en el material la relación política que les vincula. Evidentemente, no se
anulan las capacidades del corregimiento pero sí se reducen sus niveles de actuación independiente.
De ese modo, la ciudad demostraba su capacidad de aprendizaje y de adaptación de su propia percepción como sujeto de relaciones políticas. A través de
la transformación, relativa y no explícitamente enunciada, de la posición ocupada en dicho marco de relaciones, había sido capaz de reconducir, para la ocasión, el modelo relacional autoritario impuesto por la monarquía hacia otro de
negociación implícita, contribuyendo, asimismo, a modificar su imagen política
ante «sí» y ante los «otros» (en este caso y muy especialmente, la corona).
Ese esquema perceptivo resultaba extraordinariamente significativo pues la
adquisición de una determinada posición socio-política dependía, entre otras
variables, de su capacidad para transmitir e imponer una determinada percepción identitaria19. La transformación del sistema de relaciones implicaba una
————
18 De este tipo de procedimientos de actuación me he ocupado en «Consciencia, alteridad y
percepción: la construcción de la identidad en la Castilla urbana del siglo XV», en JARA FUENTE,
J.A., MARTIN, G. y ALFONSO ANTÓN, I. (coors.), Construir la identidad en la Edad Media. Poder y
memoria en la Castilla de los siglos VII a XV, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2010, págs.
221-250.
19 En realidad todo discurso, por aséptico que resulte en términos de identidad, incorpora, de
modo consciente o inconsciente, formulaciones identitarias, expresiones de cómo percibe el sujeto su
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JOSÉ ANTONIO JARA FUENTE
modificación del modelo de actitudes al que se conformaba el sujeto (político
Cuenca) y, con ella, también una modificación de su sistema de percepción
(interno y externo).
SISTEMAS CONVERGENTES DE DEFINICIÓN POLÍTICO-IDENTITARIA
Aunque los procesos de construcción de ese marco de relaciones escapan a
los objetivos de mi trabajo, lo que sí interesa tener en cuenta es que se trata de
procesos esencialmente participados por los diversos actores sociales, como ilustran los casos de Álvaro de Mendoza y del propio concejo de Cuenca. Interesa
tener presente su capacidad para, haciéndose presentes en el marco de juego de
las relaciones socio-políticas específicas, interactuar con él, y los restantes actores sociales, transformándolo en el proceso de dicha interacción20. Una interacción que es, al tiempo que aprendizaje de las reglas de ese concreto juego de
relaciones, aplicación de aquellas, es decir, de un lado, posicionamiento en el
interior de la red de relaciones, y, de otro, adaptación del sujeto al marco general del juego y, paralelamente, modificación (en la medida de los intereses y la
habilidad/capacidad personal y coyuntural) del propio juego en relación a los
objetivos perseguidos por el sujeto21.
————
identidad y cómo desea ser percibido por los «otros». Vid HOLLAND et al., Identity and Agency, págs.
3-4; y JENKINS, R., Social identity, Londres, Routledge, 2004, págs. 68-79. Sobre el proceso
comunicativo en sí, el lenguaje y su capacidad de modificación de la percepción, cfr. BERNSTEIN,
Class, Codes and Control, 1. Theoretical Studies, pág. 28; y GUMPERZ, J.J., «Communication and Social
Identity», en JACOBSON-WIDDING, Identity: Personal and Socio-Cultural, págs. 111-122. Y sobre la
capacidad de manipulación de estos sistemas de percepción por parte de los actores sociales, véase
JARA FUENTE, Consciencia, alteridad y percepción, págs. 221-250.
20 En este sentido, el uso, el modo en el que los actores sociales manipulan los procedimientos
e instrumentos identitarios a su disposición, indica su capacidad de percepción de las relaciones de
identidad (de «sí», de los «otros», de «nosotros»), así como su capacidad de construcción de unas
relaciones de identidad específicas. Vid. ARFURCH, L., «Problemáticas de la identidad», págs. 19-41;
y GROSHENS, M.-C., «Production d’identité et mémoire collective», en TAP, P. (dir.), Identités
collectives et changements sociaux. Colloque International Production et affirmation de l’identité, Toulouse,
septembre-1979, Toulouse, Privat, 1980, págs. 149-151.
21 Sobre la aplicabilidad de enfoques analíticos tipo «juego» a estos análisis, véase CROZIER y
FRIEDBERG, L’acteur et le système, págs. 91 y ss. Sobre la teoría de juegos se ha venido publicando una
ingente cantidad de trabajos en las dos últimas décadas y especialmente en los últimos años. Si bien
la inmensa mayoría de dichos estudios se enmarca en investigaciones de naturaleza económica
(sobre todo el posicionamiento de los sujetos ante decisiones de mercado), sus implicaciones teóricas
y resultados prácticos aportan unos correctores fundamentales a la visión tradicional que se tiene
sobre los procesos de interacción entre sujetos/organizaciones. Así, remito a la obra seminal de VON
NEUMANN, J. y MORGENSTERN, O., Theory of Games and Economic Behavior, Princeton y Oxford,
Princeton University Press, 2004 (1944). Igualmente, a la síntesis que de la teoría de juegos hace
EBER, N., Le dilemme du prisonnier, París, La Découverte, 2006; y a la ejemplificación de las
posibilidades de este modelo teórico-metodológico en ámbitos que van más allá de las
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Procedimientos de manipulación: la nobleza y las tácticas de nivelación
de las posiciones/percepciones sociales
En otro trabajo he mostrado cómo los diferentes actores sociales presentes
en este campo de juegos comparten algunos de los «referentes ideológicos» que
intelectualmente estructuran el campo, el juego y las relaciones que se establecen entre ellos22. Se trata de modelos referenciales en origen de carácter noble,
asumidos por las elites urbanas y la cultura superior de las ciudades como propios y, en la medida de sus posibilidades, adaptados a sus necesidades específicas (en los casos en los que dicha especificidad surgió, y no siempre fue así).
En este sentido, si en esencia el discurso sobre la percepción del «yo» noble
se reduce, se hace girar alrededor de las nociones superestructurales «estado» y
«condición» (superestructurales porque, en gran medida, se presentan y funcionan como la superestructura referencial de «lo noble»), y de un conjunto
reducido de referentes de primer nivel, como son los vinculados a los campos
semánticos «parentesco», «honor» y «amistad»; no muy diferente resulta el
discurso que elaboran la ciudad y sus elites también sobre «sí». Y, lo que resulta igualmente significativo, no otro marco referencial intelectual manipulan
unos y otros en el contexto de sus relaciones políticas no siempre pacíficas (de
hecho, en general conflictivas).
Así, vemos cómo se intenta imponer el referente «estado y condición» como mecanismo normativo de estas relaciones, convirtiéndose en índice del tipo
de relaciones que se pretende construir con la ciudad. El respeto de dicho marco referencial por el concejo, de acuerdo a las exigencias/expectativas nobles,
habría implicado la asunción de una suerte de reconocimiento de la superioridad política del noble de turno sobre Cuenca23. Una relación que, ante la contestación urbana, la nobleza reconduce por caminos que, al menos en el imagi————
investigaciones de naturaleza económica, en AGUIAR, F., BARRAGÁN, J. y LARA, N. (coors.),
Economía, sociedad y teoría de juegos, Madrid, McGraw-Hill, 2008. Sobre los procesos de negociación
de las reglas del juego establecidos por los integrantes de los sistemas elitistas que participan en el
concreto marco de relaciones, así como sobre la virtualidad de los consensos alcanzados en dicha
negociación, véase BACHRACH, P., The Theory of Democratic Elitism. A Critique, Boston, Little, Brown
and Company, 1967, págs. 47-49.
22 JARA FUENTE, Vecindad y parentesco, págs. 211-239.
23 En el marco del conflictivo período 1417-1419, en el que la nobleza territorial, representada
por los linajes Acuña y Mendoza, persiguió apoderarse de la ciudad, la manipulación del discurso
político-identitario del «estado» y la «condición» fue un lugar común en las relaciones noblesciudad. Es lo que, por ejemplo, pretendió imponer al concejo Diego Hurtado de Mendoza, el 28 de
octubre de 1417, al manifestar su intención de entrar (pacíficamente) en la ciudad «en estado que
cunpla a mi honrra, conuiene a saber, con mis escuderos que biuen conmigo e lieuan de mí sueldo e
tierras e acostamiento e comen continuamente pan a mis manteles, e non con gente allegadisa nin
enprestada nin con tal gente que por ello se pueda leuantar alboroço en la çibdat» (AMC, LLAA,
leg. 185, exp. 2, fols. 5r-7r). Asimismo, cf. AMC, LLAA, leg. 185, exp. 2, fols. 24r-v; leg. 185, exp.
1, fols. 3r-v; leg. 198, exp. 2, fol. 18v; leg. 198, exp. 3, fol. 24v.
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nario social, llaman a una cierta nivelación de posiciones, al establecimiento de
un cierto equilibrio entre los actores sociales implicados. De este modo, el «estado y condición» (elemento introductor de fuertes desequilibrios políticosociales y potencial detonante de conflictos, acaso coyuntural o tácticamente no
deseados), es colocado por la propia nobleza en un segundo plano, dando prioridad a otros referentes igualmente «nobles» pero más integradores, es decir,
cuya capacidad de integración resultaba más sencillamente manipulable por el
«yo» noble actor: los citados referentes «parentesco», «amistad» y «honor».
El uso de estos referentes no se limita a las ocasiones en las que ambas partes «coinciden», en el marco de juego de sus relaciones, en objetivos y reglas
sino, especialmente, cuando se hacen patentes las diferencias. Cuando, en la
carta de 22 de noviembre de 1465, Álvaro de Mendoza reclama una cierta disposición en la actitud/conducta de Cuenca hacia su persona (y vasallos), lo hace
introduciendo previamente su discurso con unos referentes de aproximaciónintegración: «Honrrados sennores parientes», unificando en el mismo plano
relacional el reconocimiento de la «condición» de la ciudad y sus máximas autoridades, y el vínculo (evidentemente más teórico-ideológico que material)
que les une «en pie de igualdad»24. De modo similar había operado Diego Hurtado de Mendoza en 1417, en el conflicto que le oponía a Cuenca, ante la denuncia de su actitud por el concejo (con ocasión de sus reiterados intentos de
hacerse con la ciudad); entonces, el 28 de octubre y, un poco más tarde, el 8 de
diciembre, había negado la mayor (sus apetencias predatorias), había reprochado al concejo su comportamiento para con él y había manifestado su permanente disposición «al seruiçio de Dios e de mi sennor el rey e honrra e procomún de la çibdat»25. Y, en una situación en todo similar a la de Álvaro de
Mendoza, el 12 de abril de 1468, Rodrigo Manrique, condestable de Castilla
por Alfonso [XII], ante las prendas tomadas a sus vasallos en el área conquense
por los caballeros de la sierra de Cuenca, reclamaba un cambio de actitud en la
ciudad, amenazando, como hiciera el señor de Requena, con hacer justicia a sus
vasallos; aunque previamente había concedido no creer en la culpabilidad de
un concejo a cuyas autoridades reconocía como «mis parientes y amigos»26.
Unos años más tarde, el 15 de agosto de 1479, durante la guerra civil, «de
sucesión», don Diego López Pacheco, marqués de Villena y declarado opositor
de la reina Católica, concedía una tregua a la vecina Cuenca, introduciendo
otro de los elementos referenciales observados: «por conseruar e leuar adelante
el amor e buena vesindad que yo e mis tierras e vasallos siempre tovimos con la
dicha çibdat»; Diego Hurtado de Mendoza, siendo ya guarda mayor de Cuenca, se había servido de la misma idea para ilustrar su buena disposición hacia la
ciudad el 20 de julio de 1423: «con amor verdadero de naturalesa que por esa
————
24
25
26
AMC, LLAA, leg. 197, exp. 1, fol. 19v.
AMC, LLAA, leg. 185, exp. 2, fols. 5r-7r; y leg. 185, exp. 1, fols. 3r-v.
AMC, LLAA, leg. 198, exp. 2, fol. 21r.
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dicha çibdat so entregado para faser todas las cosas que a pro e bien della e de
su tierra sean»27. Un amor, disposición de la buena voluntad, de la amistad
«mostrada» (y no siempre «demostrada») por estos nobles a Cuenca, como documenta otra carta de Juan Hurtado de Mendoza, hijo de Diego, de 2 de febrero de 1465, cuando, en ese duro año de rebeliones anti-enriqueñas y de presiones extremas sobre la ciudad por parte de la nobleza comarcana, asegura al
concejo su actitud positiva para con la urbe: «non vos faga nadie creer que tengo enamystad, lo qual sea paresçido e paresçiera adelante por las obras»28.
La ciudad y la construcción de un marco de referentes propio
Ahora bien, si es cierto que la ciudad y sus elites asumen buena parte de los
referentes de identidad nobles, también lo es que ese proceder no es el producto de una simple absorción acrítica de formulaciones extrañas (por ajenas). De
un lado, como ya hemos señalado, esos procedimientos e instrumentos forman
parte de una determinada forma cultural que permea los estratos superiores de
la sociedad medieval, a la que estas elites pertenecen y cuya cultura hacen, naturalmente, suya. Pero, de otro lado, los objetivos, medios y muchas veces
también las estrategias de estas elites, al chocar con los de la nobleza (su principal, si no enemigo, sí competidor), fuerzan a la redefinición de las posiciones
de unos y otros, forzando también una relectura de aquellos referentes, susceptible de favorecer los intereses urbanos. Es lo que sucede, fundamentalmente,
con los referentes más queridos por las ciudades: «justicia», «razón/legalidad»,
«servicio»29.
No se trata de referentes exclusivamente urbanos; la nobleza también se
sirve de ellos, aunque el énfasis puesto por unos y otros y, sobre todo, la capacidad de acomodar (juzgar) la conducta (propia y ajena) a la luz de las previsiones de dichos referentes, conduce a plantear la mayor capacidad de lo urbano
para instrumentalizarlos.
Efectivamente, las continuas revueltas y rebeliones encabezadas ora por
unos ora por otros linajes nobles; la política de entradas y ocupaciones de las
tierras realengas ejecutada o promovida por los señores comarcanos; las violencias ejercidas sobre los oficiales de la justicia y la fiscalidad regias y concejiles;
las prendas ilícitamente impuestas a vecinos de realengo: todo, en fin, hablaba
de la imposibilidad de ajustar la realidad de las conductas nobles a la idealidad
————
AMC, LLAA, leg. 201, exp. 1, fols. 73v-74v bis; y AMC, LLAA, leg. 187, exp. 2, fols. 22r-v.
AMC, LLAA, leg. 197, exp. 2, fol. 51r.
29 De estos últimos (los referentes serviciales), me he ocupado en «Commo cunple a seruiçio de su
rey e sennor natural e al procomún de la su tierra e de los vesinos e moradores de ella. La noción de «servicio
público» como seña de identidad política comunitaria en la Castilla urbana del siglo XV», en
monográfico Cultura, lenguaje y prácticas políticas en las sociedades medievales, dirigido por I. ALFONSO
ANTÓN, e-Spania, 4 (2008), págs. 1-30. URL:http://e-spania.revues.org/document1223.html.
27
28
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de aquellos planteamientos referenciales. Además, el mayor protagonismo y
dimensión alcanzados por las acciones ilícitas de la nobleza no ocultaba pero sí
reducía la incidencia de similares conductas en el ámbito urbano (sobre todo
relacionadas con prendamientos de más que dudosa legalidad).
En ese contexto, el alineamiento (táctico pero también estructural) de las
ciudades alrededor de los referentes «justicia», «razón/legalidad» y «servicio»
operó la incorporación de estos a planteamientos ideológicos esencialmente
urbanos30. Aunque, como señalamos, la nobleza no renunció en ningún momento a su manipulación.
Así, cuando Cuenca denuncia, en 1465, los robos cometidos por Juan de la
Panda, reclama de Pedro de Peralta (quien ocultaba al noble depredador en sus
tierras) no otra cosa que «lo que la justiçia e rasón vos obligan»31. Aunque unos
meses antes, el 15 de septiembre de 1464, la ciudad se había visto sometida a
una llamada de atención idéntica, cuando Lope de Acuña, camarero del rey y
de su Consejo, denunció ante el concejo el trato recibido por dos de sus vecinos
(en quienes se habían efectuado prendas por sospecharse que se hallaban en
deservicio del rey), solicitando la restitución de lo tomado, «en lo qual faredes
rasón e justiçicia»32. Álvaro de Mendoza, a quien ya hemos hecho referencia
con anterioridad, con ocasión del levantamiento de Requena contra su señorío
en junio de 1467, también recurre a la denuncia de la injusticia de dicho proceder33. Y, en fin, Juan Hurtado de Mendoza, guarda mayor de Cuenca, del
Consejo del rey y usurpador de tierras del concejo en el área de la sierra, enfrentado a la denuncia de sus ocupaciones, recurre también a este marco discursivo, afirmando que «la dicha çibdat ni ninguno en su nonbre non touieron
rasón de se quexar de mí»; al parecer, el señor de Cañete habría manifestado
«muchas veses […] que me plasia de dexar lo que yo tenia tomado en la syerra
de la dicha çibdat por contenplaçión de ella, aunque nunca había llegado a
restituir lo entrado»34.
————
30 La relación «diferencial» entre referente y operador (actor social) favorecía una vinculación
más estrecha con los planteamientos socio-políticos defendidos por las ciudades y, al tiempo,
estrechaba los mecanismos de cohesión de las ciudades y sus grupos dirigentes por medio de la
comunión en un lenguaje político-identitario común. Para un análisis de este tipo de procesos,
aplicado expresamente al lenguaje, véase BERNSTEIN, B., Class, Codes and Control, 1. Theoretical
Studies, esp. págs. 47-48; FALL, K., FORGET, D. y VIGNAUX, G., Construire le sens, dire
l’identité: catégories, frontières, ajustements, París, Éditions de la Maison des sciences de l’homme, 2005;
PARKIN, «Controlling the U-turn of Knowledge», págs. 49-60; y RENAULT, E., «Le discours du
respect», en CAILLÉ, A. (dir.), La quête de reconnaissance. Nouveau phénomène social total, París, La
Découverte, 2007, págs. 161-181.
31 AMC, LLAA, leg. 197, exp. 3, fols. 29v-30r.
32 AMC, LLAA, leg. 196, exp. 2, fols. 107v-108r.
33 AMC, LLAA, leg. 198, exp. 1, fols. 16v-17v.
34 AMC, LLAA, leg. 201, exp. 2, fol. 152v.
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Ciudades y nobleza: mecanismos de reducción de la divergencia
De todos modos, incluso en el marco de un proceso de denuncias de actitudes ilegales, ilegítimas, injustas o, de un modo más específico, en deservicio de
Dios, del rey y/o de la ciudad, los canales de comunicación no se cierran; no
interesa a ninguna de las partes, competidoras, es cierto, pero en un contexto
de permanentes cambios de alianzas y mutación de fortunas. En primer lugar,
porque la debilidad de hoy podía ser fortaleza mañana y el aliado de ayer,
enemigo declarado hoy. Además, en segundo lugar, la participación de todos
en un mismo marco de relaciones políticas (en el seno del sistema corona) forzaba el mantenimiento de estos cauces sistémicos de comunicación. Y, finalmente, la propia construcción del discurso político identitario de unos y otros,
implicaba el reconocimiento de la realidad del «otro», incluso si esa realidad era
transformada al servicio de las necesidades del «yo» noble o urbano.
Así, no es extraño, como hemos adelantado ya, que incluso cuando ese «yo»
noble o urbano declara la ilegalidad, ilegitimidad, injusticia o deservicio en que
ha incurrido el «otro», muchas veces edulcora la violencia de la denuncia recurriendo a la operación de algunos de los referentes examinados, dotados de capacidad de aproximación/integración. Es lo que sucedía en el caso de la denuncia efectuada contra Juan de la Panda y, por extensión, Pedro de Peralta, a
quien se dirigen como «honorable e syngular pariente, sennor, amigo», incorporando a esta intitulación todos los posibles referentes de integración a su
disposición: «honor», «parentesco» y «amistad»35.
Algo parecido cabe decir de la encomendación36. No se trata solo de una
simple fórmula de cortesía sino que también opera como mecanismo de proyección/construcción de buena voluntad. En este sentido y al seguir al proceso
de denuncia, la encomendación supone una especie de ofrenda de paz, el compromiso del mantenimiento de la apertura de los cauces de comunicación y
negociación entre las partes. Si no iguala o reequilibra las diferentes posiciones
socio-políticas en conflicto, sí contribuye, al menos potencialmente, a la reducción de la divergencia introducida entre los actores sociales en juego, sobre todo cuando se combina con una intitulación potente, como hiciera Lope de
Acuña en su demanda de septiembre de 1464, de restitución de prendas a ciertos vecinos de Cuenca. La introducción de su carta no podía manifestar un mayor reconocimiento del «otro» urbano y una mayor disposición (al menos intelectual, teórica) hacia él:
Onorables sennores, conçejo, justiçia, regidores, caualleros, escuderos, ofiçiales, ommes buenos dela noble çibdad de Cuenca. Lope Dacunna, camarero de
————
AMC, LLAA, leg. 197, exp. 3, fols. 29v-30r.
De ella me he ocupado en Consciencia, alteridad y percepción, págs. 221-250, por lo que aquí
solo haré una breve referencia a las cuestiones que afectan a este estudio.
35
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nuestro sennor el rey e del su Consejo, me enuyo encomendar a vosotros con voluntad presta de faser las cosas a onor vuestro conplideras37.
De cualquier modo, aunque estos procedimientos de comunicación e identificación puedan parecer vacíos, inocuos brindis al sol, en realidad, están cargados de fuertes implicaciones político-identitarias. Y ello porque rara vez
quedan abiertos al enjuiciamiento (evaluación) absolutamente libre por la otra
parte. No se trata solo de introducir en la relación instrumentos de transformación (positiva) de la divergencia sino de operarlos, de ponerlos en ejecución. De
ahí la elaboración de un submodelo discursivo en torno al «obrar» que supone
al tiempo un perfecto procedimiento de evaluación de las conductas y definición de los sujetos. Como sucede en los otros casos, se trata de un submodelo
participado tanto por actores nobles como urbanos, aunque también es cierto
que aquí se produce una suerte de desequilibrio operativo (e ideológico) similar
al introducido a favor del mundo urbano en el caso de la aplicación de los referentes «justicia», «razón/legalidad» y «servicio» en la relación ciudad-nobleza.
Es así que los actores sociales en conflicto manifiestan su disposición a solucionar los problemas que les enfrentan, advirtiendo al «otro» que no esperan de
él únicamente mensajes de buena voluntad sino una cierta práctica, la implementación de una conducta, en suma, un obrar, el que «ayamos de vos aquella
respuesta con obra que de vos esperamos», que demandaba la ciudad a Pedro de
Peralta38. Aunque el mensaje operaba en términos idénticos a la inversa, como
fue el caso de la denuncia, ya examinada, hecha por el condestable de Castilla en
abril de 1468, en la que se valoraba doblemente el cambio de actitud de la ciudad (haciendo justicia a los vasallos de Rodrigo Manrique), «en lo qual, demás de
faser lo que deuéys en ello, yo vos lo gradeçeré e terné en quenta para faser por
vosotros e por todos los desa çibdad lo que cunpla»39. Por tanto, hacer, obrar,
actuar, la buena voluntad, sola, no basta. Así se lo indica el concejo de Cuenca a
don Diego López Pacheco, marqués de Villena, en medio de extraordinarias cortesías (producto, entre otras razones, de la debilidad en la que se hallaba la ciudad en esa fase de la guerra civil, enfrentada a las mesnadas de aquel):
Muy magnífico sennor. El conçejo, justicia, regidores, caualleros, escuderos,
ofiçiales e omnes buenos de la muy noble e leal çibdat de Cuenca, con dispuesta
voluntad de faser las cosas que vuestra sennoría mandare […] e vuestra sennoría
muestra por su carta ese mesmo deseo de querer guardar e honrar a esta çibdat e
su tierra, a vuestra merçed plega mandar que, con la tierra e vesinos de esta çibdat, las gentes de vuestra sennoría se ayan buena e graçiosamente y mejor que
fasta aquí se han auido40.
————
37
38
39
40
AMC, LLAA, leg. 196, exp. 2, fols. 107v-108r.
AMC, LLAA, leg. 197, exp. 3, fols. 29v-30r.
AMC, LLAA, leg. 198, exp. 2, fol. 21r.
AMC, LLAA, leg. 201, exp. 1, fols. 56v-57r.
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CONCLUSIONES
La identidad como proceso socio-político implica un proceso cotidiano de
construcción y reconstrucción cuya naturaleza, tal y como ha quedado reflejado
a lo largo del trabajo, es esencialmente comunicativa. Es en el diálogo entre los
actores sociales, en su posicionamiento en el interior de los diversos sistemas de
relaciones insertas en el sistema socio-político en el que actúan, en la definición
de su «mismidad» y en la identificación (incluso denuncia) de la «otredad» (y
sus elementos) donde se construye y reconstruye el entramado social que les
integra41.
Las relaciones político-identitarias surgidas en el campo de juego «corona
de Castilla», que enfrentaron a las ciudades y la nobleza en ese conflictivo siglo
XV, se construyeron sobre unas bases teóricas cuyo significado y reglas de procedimiento compartían los diversos actores sociales, como asimismo compartieron similares procedimientos de operación de los modelos y referentes de identidad, es decir, similares praxis. Y, aunque algunos de estos instrumentos de
identidad, podían desenvolver un mayor o más nítido potencial en manos de
unos jugadores que de otros, la esencia de estos procesos y, sobre todo, de
aquellos modelos y referentes permaneció igual: producto de un mismo nicho
cultural en el seno de la estructura social, no recibió transformaciones significativas en su aplicación ora por unos ora por otros actores sociales.
Así, la definición político-identitaria del concejo de Cuenca se verificó a
través de los mismos mecanismos y procedimientos puestos en acción por la
nobleza con la que interactuaba, competía y, en ocasiones, se aliaba. La diferencia no se localizaba en el modo de manipulación de aquellos mecanismos y
procedimientos sino en la distinta naturaleza de los actores sociales en juego y
sus más que evidentes objetivos divergentes.
Recibido: 25-06-2010
Aceptado: 29-10-2010
————
41 TURGEON, L., LÉTOURNEAu, J. y FALL, K., «Introduction», en TURGEON, et al., Les espaces de
l’identité, pág. IX.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 389-408, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 409-436, ISSN: 0018-2141
«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:
DISCURSO FISCAL E IDENTIDAD POLÍTICA EN CERVERA DURANTE EL S. XV *
PERE VERDÉS PIJUAN
Institución Milá y Fontanals, CSIC
RESUMEN:
Al igual que la fiscalidad contribuye decisivamente a la configuración institucional
del municipio, el discurso utilizado para justificar o criticar la política fiscal y financiera del consistorio constituye un elemento fundamental a la hora de conformar
una identidad comunitaria en Cataluña durante la baja Edad Media. Esto es lo
que se desprende del análisis del lenguaje y de las estrategias discursivas utilizadas
en la villa de Cervera, tanto por las autoridades locales como por sus contrarios, a
lo largo del s. XV. A la luz de las referencias contenidas en los libros de actas del
concejo y otras fuentes municipales, los conflictos provocados por las demandas reales
y el pago de la deuda, por el establecimiento de una u otra forma de exacción y por
la gestión del erario público de la comunidad permiten apreciar de forma extremadamente nítida hasta qué punto la idea del bien común caló en el imaginario colectivo urbano. Tal como reza el título del artículo, en cualquier situación se alude a
que el interés general de la universitas y el provecho de su república debía anteponerse siempre al de cualquier particular (incluido el monarca), y ello tenía que
hacerse —según los textos— siguiendo toda una serie de directrices éticas y morales
(caridad, confianza, credibilidad…), que nos remiten directamente a la retórica
comunitaria elaborada por los teóricos franciscanos de la época.
PALABRAS CLAVE:
Municipio. Fiscalidad. Bien común. Cataluña. Cervera. Siglo XV.
«SINCE THE INTEREST OF THE COMMUNITY IS SUPERIOR TO THAT OF THE INDIVIDUALS»:
FISCAL DISCOURSE AND POLITICAL IDENTITY IN 15TH CENTURY CERVERA.
————
Pere Verdés Pijuan es miembro del Departamento de Ciencias Históricas y Estudios Medievales.
Dirección para correspondencia: Institución Milá y Fontanals, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
CL Egipcíaques, 15, 08001-Barcelona. Correo electrónico: pverdes@imf.csic.es
* Este artículo se inscribe en el proyecto de investigación «Monarquía, ciudades y elites
financieras en la Cataluña bajomedieval» (HAR2008-04772/HIST).
PERE VERDÉS PIJUAN
410
ABSTRACT:
Just as taxation contributes decisively to the institutional development of the local
government, so the discourse used to justify or criticize the fiscal and financial
policies of its rulers constitutes a fundamental element in the formation of a
communal identity in Catalonia during the later Middle Ages. This is what can
be gathered from an analysis of the language and discursive strategies used in
Cervera, both by the local authorities and by their critics, throughout the fifteenth
century. In light of the references contained in the council minute books and other
municipal sources, the conflicts caused by royal exactions and the payments of public
debt, by the establishment of one form of taxation or another, and by the
administration of communal finances, allow us to appreciate very clearly how far
the idea of the common good made its way into the collective urban imagination. As
the title of this article suggests, in any given situation we can find references to the
idea that the general interest of the universitas and the benefit of its republic
always should be given preference to that of an individual (including the monarch),
and that this should be done following a specific series of ethical and moral
principles, such as charity, trust, credibility and so on -all of them according to the
communal rhetoric developed by the Franciscan theorists of the period.
KEY WORDS:
Local government. Taxation. Common good. Catalonia.
Cervera. 15th century.
INTRODUCCIÓN
De un tiempo a esta parte, diversos historiadores han destacado el papel de
la fiscalidad y las finanzas en el proceso de construcción del edificio político
municipal en Cataluña, entre los siglos XIII-XV. Y, aunque ninguno de ellos
se refiera explícitamente a la cuestión identitaria, a la luz de los datos que ofrecen los trabajos realizados también puede constatarse la importancia que tuvo
—entre otros— el elemento hacendístico a la hora de configurar una conciencia
comunitaria en las ciudades y villas del principado durante el periodo bajomedieval1.
Así, por ejemplo, la necesidad de responder, con una única voz, a las demandas de la Corona (o del señor) parece ser una de las primeras razones que
obligó a la comunidad urbana a definirse como tal, esto es, como universitas
durante el s. XIII. Posteriormente, el intenso diálogo fiscal que se estableció
————
1 Cabe señalar que apenas existen estudios dedicados propiamente al tema de la identidad
política urbana en Cataluña durante la época medieval, si exceptuamos el trabajo de DAILEADER,
Ph., De vrais citoyens: violence, mémoire et identité dans la communauté médiévale de Perpignan (11621397), Canet, Ed. Trabucaire, 2004 (=True citizens: violence, memory, and identity in the medieval
community of Perpignan, 1162-1397, Leiden, Brill, 2000). Para la época moderna, en cambio, la
bibliografía sobre la identidad urbana en el principado es relativamente más abundante y, sin lugar
a dudas, el principal exponente de esta línea de investigación es James S. Amelang (véase, por
ejemplo, AMELANG, J.S., «Cities: identities, conflicts, solidarities», en Actes del IV Congrés
Internacional d'História Local de Catalunya. El cor urbà dels conflictes: identitat local, consciència nacional i
presència estatal, Barcelona, L’Avenç, 1999, págs. 21-25).
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 409-436, ISSN: 0018-2141
«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:...
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entre los municipios y el monarca fue asimismo decisivo para la adquisición y la
progresiva consolidación de las libertades urbanas. Por otra parte, la creación
de una «arca común» y el establecimiento de derramas (a veces, también llamadas comuns) se han revelado como precoces manifestaciones de organización
institucional del municipio. Y, en este sentido, cabe señalar que la ulterior
construcción de complejos sistemas fiscales y financieros, distintos en cada una
de las ciudades y villas del país, resultó determinante para la génesis y el desarrollo de una cultura de lo público en el ámbito local. Al igual que sucedió en
otras latitudes, la contribución al impuesto municipal también constituyó un
factor fundamental para la definición del concepto de ciudadanía en el principado, además de servir para encuadrar la población urbana bajo distintos parámetros de identidad fiscal como, por ejemplo, las mans. Finalmente, tampoco
podemos olvidar la especial trascendencia que tuvo en Cataluña la contratación
de deuda in sólidum por parte del conjunto de vecinos, ya que reforzó considerablemente el vínculo existente entre el individuo y la comunidad así como la
personalidad jurídica de toda la universidad2.
Otro elemento que contribuyó también a configurar la identidad urbana en
el principado y a reforzar la cohesión social de la comunidad fue el discurso
utilizado por las autoridades locales con el fin de justificar su acción de gobierno, especialmente por lo que se refiere a la política fiscal y financiera municipal. En efecto, tal como ya se ha observado en las ciudades y villas de otros
territorios europeos, parece evidente que la retórica fiscal constituyó un terreno
abonado para la elaboración de un discurso identitario a finales de la época
medieval y principios de la moderna3. Ahora bien, en Cataluña, más allá de
constatar este hecho, poca cosa puede decirse al respecto, sino es recurriendo a
generalidades o entresacando referencias dispersas de la bibliografía existente.
Mi propósito, en las páginas que siguen, es precisamente mitigar esta carencia
————
2 Véase, por ejemplo, MONTAGUT ESTRAGUÉS, T., «La doctrina medieval sobre el “munus” y
los “comuns” de Tortosa», en Homenaje in memoriam Carlos Díaz Rementería, Universidad de Huelva,
1998, págs. 475-489; TURULL RUBINAT, M., «Universitas, commune, consilium: sur le rôle de la
fiscalité dans la naissance et le développement du Conseil (Catalogne, XIIe-XIVe siècles)», en
DURAND, B. y MAYALI, L. (eds.), Excerptiones iuris: Studies in Honor of André Gouron, Berkeley, The
Robbins Collection, 2000, págs. 637-677; DAILEADER, De vrais citoyens, págs. 27-28; ORTÍ GOST,
P., «Fiscalité et finances publiques dans les territoires de la couronne d’Aragón», en Colloque: L’impôt
dans les villes de l’Occident méditerranéen (XIIIe- XVe siècle), París, Comité pour l’histoire économique
et financière, 2005, págs. 453-468. Fuera de nuestras fronteras, véase también un ejemplo
ilustrativo del papel concreto que tuvo la fiscalidad como elemento configurador de la identidad
política urbana en el sur de Francia: HEBERT, M., «“Bonnes villes” et capitales regionales: fiscalité
d’État et identités urbaines en Provence autour de 1400», en Colloque: L’impôt dans les villes de
l’Occident méditerranéen (XIIIe- XVe siècle), Paris, CHEFF, 2005, págs. 527-541.
3 Véase, por ejemplo, las interesantes observaciones que realiza al respecto SHILLING, H.,
«Identità repubblicane nell’europa della prima età moderna. L’esempio della Germania e dei Paesi
Bassi», en PRODI, P. y REINHARD, W. (dirs.), Identità collettive tra Medioevo ed Età Moderna. Convegno
Internazionale di Studio, Bologna, CLUEB, 2002, págs. 241-264 (esp. 248-257).
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PERE VERDÉS PIJUAN
y, tratándose de una primera aproximación al tema, pretendo hacerlo mediante
un estudio de caso: el análisis del lenguaje político utilizado por las autoridades
municipales de la villa de Cervera (o sus detractores) para justificar (o criticar)
la política fiscal y financiera del consistorio durante el s. XV4.
Concretamente, tres son los ámbitos principales en torno a los cuales organizaré este análisis de la dialectica fiscal medieval. Para empezar, repasaré los
argumentos empleados por los regidores con el fin de preservar la autonomía
fiscal y financiera de la villa frente a las continuas demandas de la Corona y a
las reclamaciones de los acreedores censalistas. Seguidamente, me ocuparé del
discurso utilizado para justificar o criticar la política fiscal del consistorio, prestando una especial atención a la retórica elaborada con el propósito de establecer uno u otro tipo de exacción. Por último, abordaré los debates generados en
torno a las periódicas acusaciones de malversación de fondos comunitarios,
formuladas contra el consistorio por determinados sectores de la propia oligarquía local.
SERVIR AL REY Y PAGAR A LOS ACREEDORES
A finales del s. XIV, la situación financiera del municipio de Cervera no era
nada halagüeña. Después de medio siglo de ininterrumpidas peticiones reales,
la deuda a largo plazo de la universidad había aumentado desmesuradamente,
llevando a la hacienda local al borde del colapso. Ante esta circunstancia, y
pese a los privilegios que todavía podían obtenerse a cambio, las autoridades
municipales se vieron impelidas a limitar drásticamente la contribución de la
villa a las demandas de la Corona, y para ello se parapetaron tras la exención
fiscal que les reconocía el documento de alienación del antiguo tributo señorial
de la questia (1343). En virtud de esta transacción, si no era voluntariamente, la
universidad tan solo estaba obligada a pagar los donativos que se concedieran,
de forma general por todo el brazo real, en el marco de Cortes o Parlamentos.
La monarquía, sin embargo, no se resignó a esta situación y, al igual que hizo
con otros lugares del realengo catalán, inició lo que podría considerarse como
un verdadero «asedio fiscal» de la villa5.
————
4 En esta primera aproximación, me he centrado básicamente en el estudio de los libros de
actas del consejo conservados para el s. XV y he descartado los del s. XIV, porque su interés retórico
era (relativamente) menor y su inclusión hubiera desbordado los límites del presente trabajo. Por
contra, he preferido complementar los datos que proporcionaban los registros del s. XV sobre
algunos episodios con noticias procedentes de la correspondencia enviada y recibida por el
municipio, las súplicas presentadas ante el consejo o las instrucciones (memoriales) entregados a los
representantes municipales.
5 Véase una primera aproximación a toda esta cuestión en VERDÉS PIJUAN, P., «La Guerra
Civil catalana i l’inici d’un nou cicle fiscal (Cervera, 1465-1516)», en Actes del Segon Congrés Recerques.
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«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:...
413
A grandes rasgos, este es el contexto en el que debemos situar la elaboración de un discurso municipal encaminado a justificar la exención fiscal de la
villa y, por ende, a reforzar su identidad política ante la autoridad superior
real/señorial. El propósito no era nada sencillo, ya que las autoridades locales
tenían que guardar un delicado equilibrio entre la obligada fidelidad debida al
rey y la defensa de las libertades de la universidad6. Sin embargo, los regidores
casi siempre se mantuvieron firmes en su posición, no sin antes dejar muy claro
que la «naturaleza» real de la universidad estaba fuera de cualquier duda y que,
en otras circunstancias, su predisposición a servir a la Corona hubiera sido total7.
Ahora bien, según las autoridades municipales, la pobreza y la necesidad de la
villa en aquellos momentos eran demasiado acuciantes, y lo eran precisamente
como consecuencia de los grandes servicios prestados a los predecesores del rey
en el trono. Ante esta circunstancia, los regidores no tenían otro remedio que
negarse a responder las peticiones reales, puesto que lo contrario hubiera supuesto la «destrucción» de la ya de por si debilitada comunidad8. Así pues, aunque
nunca se hace explícito, los responsables municipales anteponían la supervivencia
de la villa a las necesidades del monarca, recurriendo a argumentos jurídicos para
oponerse a las demandas de la Corona. Concretamente, se remitían a los privilegios, las libertades, la costumbre o incluso la memoria de los hombres para reivindicar la exención de Cervera, afirmándose además que la universidad no podía
pagar ninguna exacción si antes esta no se aprobaba de forma general, en asamblea, por todo el brazo real. Tan solo en el caso de que otras poblaciones de igual
o superior tamaño —sobre todo, Barcelona— llegaran a un acuerdo con el rey,
podía plantearse la negociación. De lo contrario, las autoridades locales consideraban que su deber era oponerse a cualquier contribución —según ellos— para
no perjudicar la «cosa pública» de todo el principado9.
————
Enfrontaments civils: postguerres i reconstruccions, vol. I, Lleida, Associació Recerques-Pagès editors,
2002, págs. 128-144.
6 Una fidelidad que, además, era puesta a prueba cada vez que la monarquía apelaba al «gran
servicio» que, «axí com a ffeels vasaylls», podían prestar a la Corona si atendía a sus demandas,
considerando que los soberanos «han gran necessitat e ffretura de pecúnies» (Archivo Comarcal de
la Segarra (ACSG), Fondo Municipal (FM), Consells, 1419, f. 19 r.-v.).
7 La predisposición y la «buen fe» del municipio queda muy clara en un teatral diálogo que
mantuvieron un representante municipal y el rey Alfonso IV, el año 1430, cuando el primero se
excusaba del retraso en la concesión de una ayuda para la guerra contra Castilla, diciendo al
monarca «que haviem fet mes que hòmens e que volgués penre de nosaltres primerament lo bon
voler e ço que haviem hagut per servir sa senyoria» (ACSG, FM, Consells, 1430, f. 66 r.-67 r.).
8 A lo largo de todo el s. XV, las llamadas a la «compasión» del monarca son innumerables
así como los calificativos para definir la crítica situación de la villa, tal como puede observarse —
sobre todo— en las cartas e instrucciones entregadas a los representantes municipales enviados a la
Corte. Véase, por ejemplo: ACSG, FM, Registre de lletres, 1419, f. 28 r.-v.; Registre de lletres,
1441, f. 66 v.; Memorials, 15/10/1467; Consells, 1508, f. 41 r.-v.
9 El año 1448, por ejemplo, la respuesta de las autoridades municipales a una demanda real
era «que aquesta vila ha acustumat de subvenir als senyors reys passats seguint la orde de les altres
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PERE VERDÉS PIJUAN
Como he apuntado, la monarquía no se resignó a la negativa municipal y recurrió a su poderoso aparato burocrático para quebrar la resistencia de la villa.
Esta es la imagen que se infiere de la lectura de los libros de actas del consejo,
donde la presencia de los comisarios y oficiales reales es constante, ya sea para
recaudar impuestos o bien para intervenir en cuestiones diversas de la vida local.
A la luz de dicha fuente, cualquier excusa era buena para inmiscuirse en los
asuntos municipales, siendo especialmente propicios los problemas de orden público o las disputas por el control del gobierno municipal.
Sin entrar a valorar el fondo de cada una de las demandas o intervenciones
de la Corona, lo cierto es que estas son presentadas por el municipio, en buena
parte, como ilegítimas, parciales o inicuas, ya que, cuando no eran totalmente
injustificadas, afectaban más a Cervera que a otros lugares del principado o
bien lesionaban los privilegios, libertades y antiguas costumbres de la villa así
como las leyes del principado10. Asimismo, dichas actuaciones se presentaban
como muy perniciosas para la comunidad y, en este sentido, especialmente
lesivas resultaban algunas medidas coercitivas que afectaban a elementos económicamente tan sensibles como eran el comercio (sobre todo, la feria) o la
manufactura local. El daño causado en estos casos era enorme, mucho más
cuando las acciones reales acababan repercutiendo sobre el rendimiento de las
imposiciones y, por lo tanto, agravaban la maltrecha situación financiera de la
universidad. Según los libros de actas, de nada servían los intentos de dialogar
con los comisarios y oficiales del monarca, porque estos no atendían a razones
ni a buenas palabras: su actuación se caracterizaba por la mala fe, el abuso, e
incluso la violencia (furor), con las consiguientes vejaciones sufridas por los particulares de la villa y los agravios causados al conjunto de la población11. La
estrategia de desprestigio de que son objeto dichos representantes del monarca
se completaba con graves acusaciones de prevaricación y cohecho: en los libros
de actas se afirma implícitamente que muchos de los comisarios u oficiales
————
ciutats e viles reals de Cathalunya…, però vist les altres viles e ciutats del principat de Cathalunya
quina subvenció o donatiu faran, aquesta vila e los singulars e poble de aquella com a feells vassalls
se regiran e faran… segons lur possibilitat porà bastar e porà supplir, jasie que per subvenir e
socórrer los magníffichs reys passats siam vuy posats en assats necessitat e penúria» (ACSG, FM,
Consells, 1448, f. 63 v.-64 r.). El año 1451, documentamos otra interesante expresión, según la
cual el municipio se resistía a una demanda «en defensa de privilegis de la vila, exaltació de la
Corona e profit de les Corts» (ACSG, FM, Consells, 1451, f. 67 v.- 68 r.).
10 El año 1403, por ejemplo, las denuncias iban dirigidas contra el recaudador del subsidio
para el matrimonio y la «novella cavalleria» del primogénito real, puesto que «lo dit Johan de
Sentfeliu, fees moltes e diverses vexacions a aquesta universitat e més que a neguna altra universitat
reyal de Cathalunya e ja·s sie, per defensió de les dites vexacions, la dita universitat o son síndich…
li haguessen presentat o fet presentar capítols de cort e de pariatge, los quals evidentment
prohibexen comissaris per la terra del senyor rey anar e en villes, ciutats e lochs dins lo principat»
(ACSG, FM, Clavaria, 1403, f. 162 v.- 164 v.).
11 Aunque los hubo, nada se dice apenas de los tumultos que se produjeron contra algunos de los
representantes reales (véase, por ejemplo: ACSG, FM, Consells, 1403, 117 r. -v.; f. 121 r.- 122 v.).
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 409-436, ISSN: 0018-2141
«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:...
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reales actuaban movidos por el interés personal, especialmente por la codicia,
ya que siempre estaban dispuestos a olvidar su cometido a cambio de un soborno. En algunos casos, se pone en su boca afirmaciones que no dejan ninguna duda de ello, contribuyendo de esta manera a forjar una imagen perversa de
los funcionarios de la Corona12.
No sé hasta qué punto esta percepción se acabó proyectando hacia la propia monarquía que, en ocasiones, también aparece salpicada por las acusaciones
de extorsión formuladas por los regidores municipales. Sea como sea, lo cierto
es que las autoridades locales presentaban la mayor parte de las contribuciones
realizadas como verdaderas injusticias, extorsiones e «infamias»13. Y si finalmente se pagaba, según los libros de actas, era simplemente para preservar la
integridad de la universidad y para evitar que sus miembros sufrieran daños de
mayor gravedad. No obstante, una y otra vez, se reclamaba que estos actos
fueran considerados como donativos graciosos y que no sentaran ningún precedente fiscal que, en el futuro, pudiera menoscabar las libertades de Cervera14.
Conviene recordar, para concluir, que todos estos argumentos tan solo se
utilizaban cuando no existía la obligación ineludible de atender a la peticiones
reales y/o no interesaba obtener algún que otro privilegio del monarca a cambio del donativo. Si este era el caso, el discurso habitual se modulaba de forma
sensible, buscándose abiertamente el favor de los funcionarios, como no podía
————
12 Quizás el caso más ilustrativo sea el del lugarteniente general Galcerán de Recasens, quien
aprovechó las dificultades judiciales de la villa en la corte, provocadas por el asalto del castillo de
Rajadell por parte de las huestes de Cervera. En este contexto, y ante la negativa de los regidores a
pagarle la «cena», el lugarteniente mostró su profunda decepción y manifestó «que ell no confiave
tant poch d’aquesta vila e que no·s ere hagut ell axí per la vila en los affers d’en Rayadell ne encara
en altres affers, mas que encara hi havie drap e que ell tenie les tesores… » (ACSG, FM, Consells,
1454, f. 83 v.-84 r.).
13 De «gran infamia» fue calificada, por ejemplo, la remisión de penas que tuvo que pagarse al
rey, el año 1393, para que no continuase con las acciones judiciales iniciadas por el asalto al barrio
judío y el asesinato del prohombre local Arnau de Mecina (ACSG, FM, Consells, 1393, f. 41 v.- 42 v.).
14 Especialmente ilustrativa resulta una protesta formal presentada por el síndico de la villa, el
año 1424, después de haber pagado el coronaje del rey Alfonso IV y el de la reina Maria: «Ab humil
e deguda reverència del senyor rey parlant, lo missatger e síndich de la universitat de la vila de
Cervera no consent ans dissent que lo dit senyor o altre son predecessor fos o sia en possessió o quasi
o consuetud alguna que·s puscha dir ne nomenar per grat ne encara per força o violentment de levar
o exigir ne extorquir dret de coronació en la dita vila o en los habitants de aquella, e que per tal
composició, la qual dit síndich fa ara per força, no·s entén a departir ni renunciar a la justícia ni al
greuge de les demandes e de la execució de coronació ja proposat ne a la prossecució de aquell ne als
privilegis e libertats de la vila dessús dita ne entén que per tal convinença lo dit senyor ne
aconseguesca alguna possessió o algun dret, ans protesta ab sa reverència parlant que la dita vila
stiga e sia conservada en son dret, privilegis e inmunitat a ella e a sos habitadors en qualsevol
manera pertanyents e que no li sie fet o engendrat algun prejuhí que dir o allegar se puxa ara o en
sdevenidor no li puxa ésser tret a conseqüència» (ACSG, FM, Consells, 1424, f. 108 v. - 109 r.).
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ser de otra manera, pensando siempre «en les coses que són necessàries per al
redrés e benefici de la cosa pública de aquesta vila e singulars»15.
La retórica utilizada por las autoridades municipales para preservar las libertades y garantizar la integridad económica de la villa frente a las demandas
de la Corona se complementa con el discurso elaborado, paralelamente, para
resistir a otra amenaza financiera procedente del exterior: las exigencias de los
acreedores censalistas de la universidad.
Como he apuntado, a finales del s. XIV, el endeudamiento municipal a
largo plazo había alcanzado su punto culminante y los regidores de Cervera
comenzaban a tener serios problemas para satisfacer las rentas (censales muertos y violarios) vendidas por la universidad. Los intentos de reducir el volumen
de dicha partida de gastos, fracasaron uno tras otro y, ante las crecientes dificultades para cobrar las pensiones, muchos acreedores emprendieron severas
acciones judiciales contra intereses de la villa en todo el principado. A principios del s. XV, la situación era desesperada y la única salida que le quedó al
consistorio fue la suspensión de pagos. Esta se produjo en 1410 y sirvió para
forzar una reducción general de intereses, que mitigó la maltrecha situación
económica de la hacienda municipal. Las dificultades financieras, sin embargo,
nunca desaparecieron del todo y los conflictos con los acreedores se reprodujeron a lo largo de todo el periodo estudiado16.
Al igual que sucedía con las demandas de la Corona, el argumento de la pobreza y de la disminución de la población fue el punto de partida del discurso elaborado por los regidores para resistir a las exigencias de los acreedores. También en
esta ocasión, se recordaba que aquella crítica coyuntura era consecuencia de los
grandes servicios prestados al monarca, y se añadía que las continuas sequías y
epidemias con que Dios les castigaba por sus pecados hacían la situación «casi»
insoportable. Según los libros de actas, fruto de este cúmulo de desgracias, la otrora próspera y rica villa de Cervera, uno de los principales «miembros» del principado y de la Corona de Aragón, se encontraba en aquellos momentos depauperada y
presa de la inopia, siendo por ello incapaz de hacer frente a sus cargas17.
Se esperaba, por lo tanto, que los acreedores fueran razonables y compasivos, y que toleraran los retrasos en el pago de las pensiones cuando estos estu————
ACSG, FM, Consells, 1479, f. 54 r. -v.
VERDÉS PIJUAN, P., «Per ço que la vila no vage a perdició»: la gestió del deute públic en un municipi
català (Cervera, 1387-1516), Barcelona, CSIC, 2004.
17 El año 1413, por ejemplo, se documenta el envío de un representante de la villa a Barcelona
con la misión de convencer a los acreedores de aquella ciudad de que aceptasen una reducción de
intereses, «narrant a ells nostres grans misèries, probreses e despupulació en què aquesta desolada
vila és venguda de poch temps ençà, donant en açò causa la ordinació de juhí divinal per les grans
crusels e excessives mortalitats que.. per nostres peccats e demèrits, han més vingut en aquesta vila
que en altra de Cathalunya que hic era e pus notable riqua e opulent… per la qual rahó no basta
bastar ni supplir podem segons volríem e havíem bé acostumat axí bé com altre universitat e vila de
Cathalunya abans de les dites mortalitats» (ACSG, FM, Registre de lletres, 1413, f. 4 r.-v.).
15
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vieran debidamente justificados. Parecía inadmisible, sin embargo, que los censalistas no tuvieran «paciencia» y que, ignorando la extrema necesidad en que
se encontraba la población, oprimieran a sus gentes, extenuadas por el pago de
tantos impuestos. Así pues, resulta comprensible que se calificara a estos últimos acreedores de «malos» o «crueles», y que algunos de ellos fueran presentados en ocasiones como personas egoístas, obstinadas o coléricas, que vejaban a
los vecinos sin ninguna compasión y que únicamente buscaban «la total destrucció e periclitació de la universitat de la vila e la cosa pública de aquella»18.
En este contexto, la preservación de la república justificaban que las autoridades municipales, después de meditarlo debidamente («grans e madures deliberacions»), tomasen decisiones drásticas como, por ejemplo, la suspensión del
pago de los intereses o pensiones19. La supervivencia de la universidad, sin embargo, se anteponía a cualquier otra consideración, legitimando nuevamente la
actitud municipal ante aquella «minoría» dañina de acreedores que no trataban
por igual a Cervera que a otros lugares del principado y que pretendían imponer
condiciones draconianas a los vecinos para convertirlos en sus «esclavos»20. En
algunos casos, también se apelará al interés («servicio») de la monarquía, a cuyo
patrimonio pertenecía la villa, y se reclamará la intervención del rey, recordándole que, como supremo defensor de la cosa pública, debía preferir siempre el bien
común de la universidad al provecho de unos cuantos particulares21.
————
El año 1427, por ejemplo, se escribía a un clérigo de Bellpuig d’Urgell, preguntándole por
qué había iniciado acciones contra la villa cuando nunca antes lo había hecho, y advirtiéndole que
por «inducción de malas personas» no quisiera ganarse la «fama de mal acreedor» (ACSG, FM,
Registres de lletres, 1427, f. 32 r.). En este sentido, también cabe señalar que especialmente
vilipendiados era aquellos acreedores que, siendo «hijos de la villa», actuaban movidos únicamente
por su propio interés (ACSG, FM, Consells, 1411, f. 114 v.; Consells, 1452, f. 86 r.-v.; Consells,
1461, f. 66 r.-v.).
19 Cabe recordar también que, antes de la primera suspensión de pagos (1410), los regidores
ya habían ordenado romper el acuerdo firmado con una compañía financiera de la ciudad de
Barcelona para sanear la deuda, ya que su cumplimiento hubiera supuesto la despoblación y la
destrucción de la universidad, «la qual és gran e principal membre de la corona d’Aragó» (ACSG,
FM, 1408, f. 85 r.- v.; Consells, 1410, f. 56 r.- v.; Consells, 1411, f. 79 v. -80 v.).
20 ACSG, FM, Registre de lletres, 1413, f. 1 r. - v.; 18 r.- 20 r., 53 r.; Registre de lletres,
1414, f. 66 v.
21 El año 1413, los mensajeros enviados por la villa a la corte tenían instrucciones de pedir
ayuda al rey «com deja més prefferir la utilitat de la cosa pública de aquesta vila que la utilitat
privada de XV ni de XX singulars de Barcelona» (ACSG, FM, Registre de lletres, 1413, f. 1 v.- 2
v.). El mismo argumento fue utilizado en 1467 y de nuevo en 1480, cuando se apelaba también a la
necesidad de «provehir al patrimoni real, del qual la present vila de Cervera és, e encara per la
indempnitat de la cosa pública» (ACSG, FM, Correspondencia, 05/05/1467, Tarragona; Consells,
1480, f. 26 v.- 27 r.). Cabe destacar, por último, la respuesta de un grupo de acreedores que, el año
1468, aceptaba una reducción general de intereses, «primerament per servey de Déu e de la
magestat del senyor rei e per benefici, repòs e benavenir de la universitat de la vila de Cervera e
singulars de aquella» (ACSG, FM, Consells, 1468, f. 43 r.-44 r.).
18
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PERE VERDÉS PIJUAN
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RECAUDAR LOS IMPUESTOS MUNICIPALES
Además de controlar el gasto y de preservar —en la medida de lo posible—
la autonomía financiera de la villa, desde finales del s. XIV, las autoridades
municipales de Cervera pugnaron asimismo por implementar toda una serie de
iniciativas fiscales que aliviaran la crítica situación de sus finanzas y enderezaran el rumbo de la hacienda local.
Antes de enumerarlas, sin embargo, conviene señalar que la política fiscal
del municipio durante el s. XV estuvo condicionada por un hecho importante:
la consignación de las sisas o imposiciones sobre el consumo de productos básicos y la compra-venta de mercancías a la financiación de la deuda a largo plazo
pagada a los acreedores de la ciudad de Barcelona22. Esta circunstancia, la imposibilidad de disponer libremente de las imposiciones, explica por qué inicialmente las principales iniciativas fiscales documentadas en Cervera se circunscriben sobre todo al ámbito del impuesto directo sobre la renta y el
patrimonio. Y, entre todas estas iniciativas, sin duda cabe destacar el incremento de la derrama general que se imponía, anualmente, según la riqueza
declarada por los vecinos en los padrones o manifests23.
Como es lógico, este aumento de la presión fiscal no estuvo exento de conflictos y, por ello, las autoridades locales recurrieron también a la retórica para
demostrar que en todo momento actuaban en aras del bien común y del provecho de la república. De entrada, y al igual que veíamos en el apartado anterior,
el incremento de las exigencias fiscales del consistorio era presentado como el
inevitable resultado de la crítica situación de la hacienda local. Una situación
que, en este caso, también se atribuía a los importantes servicios prestados a la
Corona así como a otras necesidades fundamentales de la comunidad24.
Por otra parte, las medidas adoptadas por los regidores para hacer frente a
las dificultades financieras estaban siempre contempladas por privilegios concedidos por la monarquía a Cervera. Y, a menudo, la legitimación de política
fiscal del municipio se reforzaba con la equiparación de muchas de las iniciativas llevadas a cabo en Cervera con aquellas que se adoptaban coetáneamente
en otros lugares del principado, especialmente en las grandes ciudades de Lleida o Barcelona.
Por supuesto, además de legítimas, las derramas recaudadas por el consistorio eran justas y razonables. Para que nadie fuese «cautivo» de la villa, todo
————
VERDÉS, Per ço que la vila, págs. 124-128.
Sobre la evolución del impuesto directo municipal en Cervera, durante el s. XV, véase una
primera aproximación en VERDÉS PIJUAN, P., «Politiques fiscales et stratégies financières dans les
villes catalanes aux XIVe et XVe siècles», en Colloque: L’impôt dans les villes de l’Occident méditerranéen
(XIIIe- XVe siècle), CHEFF, Paris, 2005, págs. 155-171.
24 El año 1411, por ejemplo, se imponía un despropocionado derecho de traspaso, alegando las
enormes deudas contraídas «axí per donatius o subvencions als senyors reys com en altra manera per
necessitats de la damunt dita universitat» (ACSG, FM, Consells, 1411, f. 96 r.).
22
23
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«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:...
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el mundo debía asumir la carga que le correspondía, incluidos los grupos tradicionalmente exentos. En este sentido, los padrones de riqueza (manifests) constituían el referente obligado para asegurar la equidad de la contribución, absolutamente garantizada cuando su confección era encomendada —dicen los
textos— a hombres temerosos de Díos, suficientes, expertos y dignos de fe, con
la consigna de que cumplieran con su cometido leal y diligentemente, sin ningún tipo de parcialidad, odio, rencor o mala voluntad25.
Obviamente, esto no significaba que los responsables municipales no supieran mostrarse como personas compasivas, tolerantes y comedidas cuando ello
era necesario, manifestando una natural preferencia hacia los «hijos de la villa»
más necesitados así como hacia todo aquel que, de una u otra manera, beneficiara a la cosa pública de la universidad26. Ahora bien, quienes defraudaran,
desobedecieran o se resistieran al municipio debían tener por seguro que serían
perseguidos y castigados por los regidores, puesto que su egoísmo lesionaba y
constituía un grave perjuicio («interès») para la comunidad27. Finalmente, en
aquellos casos en que existieran dudas o se planteara alguna disputa entre el
municipio y los contribuyentes, las autoridades municipales administrarían
————
25 Desde finales del s. XIV, periódicamente, se documenta el «clamor» de la población para
que se renueven los padrones de riqueza, «e azò per tant com molts se clamen que pagen per molt
més que no an e d'altres molts que nich ha que no pagan per zo que an…, la qual cosa és fort
injusta e contra rahó que los uns sien catius e los altres sien franchs, perquè pregaren lo conseyll que
acort bé sobre lo dit feyt e que guarden que negú no port lo fex del altre ans cascú port son feix»
(ACSG, FM, Consells, 1395, f. 2 r.; Consells, 1405, f. 22 r.; Consells, 1460, f. 24 v.-25 v.). Y,
cuando esto sucede, las autoridades locales ponen en marcha la maquinaria fiscal del municipio,
nombrando diferentes comisiones de prohombres «suficients, experts e dignes de fe», para que
confeccionen los padrones y liquiden las tallas de la forma arriba indicada (ACSG, FM, Consells,
1399, f. 12 v.; Consells, 1427, f. 22 r.; Consells, 1448, f. 79 v.- 80 r.; Consells, 1468, f. 11 r.-v.;
Consells, 1469, f. 44 v.- 45 v.).
26 Resulta especialmente ilustrativa una referencia del año 1426, según la cual Jaume Font
reclamaba la disminución de su contribución. Para ello, alegaba «inòpia, pobresa e gran vellesa», y
afirmaba que, de no concedérsele dicha merced, sus bienes acabarían siendo confiscados por el
municipio y que aquello supondría irremediablemente la «destrucción total» de su familia. Por esta
razón, Font imploraba la compasión de los regidores, recordándoles la gran almoina que habían
realizado en otros casos, rebajando la contribución a algunos de sus convecinos o eximiendo
temporalmente a «forasteros» que trasladaban su domicilio a la villa. La petición acababa apelando
a la estirpe del contribuyente y diciendo que él merecía tanta o más consideración que nadie, puesto
que era «antic fill de la vila e de llinatge d’aquells que foren congregadors e novells pobladors e
començadors de Cervera» (ACSG, FM, Consells, 1426, f. 67 v.68 r.).
27 El año 1424, por ejemplo, el perceptor de los atrasos reclamaba el apoyo de los regidores,
apelando a «la jura que feta han… de guardar lo profit e utilitat de la cosa pública, vuy molt lesa»
(ACSG, FM, Consells, 1424, f. 91 f., 136 r., 139 r.- 140 v.). Y, al cabo de unos años, era el
recaudador de la talla ordinaria quien denunciaba a los oficiales reales, porque no le habían prestado
auxilio durante un tumulto, pese a que él, en aquellos momentos, «representaba la cosa pública»
(ACSG, FM, Consells, 1431, f. 38 v.-39 r.).
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justicia convenientemente, siempre considerando que «lo profit comú deu precehir e davant anar al singular»28.
De poco sirvió, sin embargo, todo este trabado discurso, ya que el incremento de la talla ordinaria no fue suficiente para enderezar el rumbo de las
finanzas locales. Como era de esperar, la elevada presión fiscal ejercida durante
años por el consistorio acabó provocando las protestas generales de la población, siendo especialmente importantes los reproches realizados a los regidores
por parte de aquellos que consideraban las derramas tradicionales como inicuas
y, además, perjudiciales para el desarrollo económico de la población. El blanco
principal de las críticas era lógicamente la talla ordinaria que, en teoría, se establecía de forma proporcional a la riqueza: sus detractores afirmaban, por el
contario, que la proporcionalidad no existía, puesto que el impuesto tan solo
gravaba el patrimonio inmobiliario, olvidándose de las pingües rentas ingresadas por las grandes fortunas de la villa. Corría la década de 1430, cuando las
airadas reclamaciones de un importante sector de la población acabaron surtiendo efecto y, temporalmente, se estableció un revolucionario y complejo
impuesto sobre la renta29.
Merece la pena detenerse en este episodio y repasar cuáles fueron los argumentos utilizados tanto por los partidarios como por los detractores de la nueva exacción, ya que constituyen una excepcional muestra del nivel alcanzado
por la dialéctica comunitaria en Cervera a finales de la Edad Media30.
Como decía, la ininterrumpida presión fiscal ejercida por el municipio desde finales del s. XIV acabó haciendo mella en la población o, al menos, esto es
lo que se desprende de las diferentes súplicas presentadas ante el consejo, con el
objetivo de persuadir a sus miembros de la conveniencia de establecer un nuevo
impuesto (dotzè o setzè) sobre la renta. Estas súplicas empiezan siempre recordando que la villa se hallaba «opresa» por enormes cargas y próxima al total
«exterminio», y atribuyen esta crítica situación a las desproporcionadas tallas
así como a la sistemática confiscación de bienes de los contribuyentes morosos.
Según los partidarios del setzè, este «cruel» procedimiento afectaba especialmente a los hogares mas desfavorecidos («casas medianas y pequeñas») y tan
sólo beneficiaba a los forasteros, que adquirían las propiedades subastadas por
menos de la mitad de lo que realmente valían. A ello contribuía el éxodo de los
principales contribuyentes de la villa, que habían trasladado su domicilio a
————
28 Véanse, por ejemplo, las repetidas invocaciones de esta máxima realizadas a principios del s.
XV, durante los críticos años que precedieron a la primera suspensión de pagos de la deuda
municipal: ACSG, FM, Consells, 1405, f. 69 r.-v.; Consells, 1406, f. 35 v.-36 r.; Consells, 1408, f.
17 v.- 18 r., 30 r.-v., 72 r.-v.
29 Para conocer más detalles del impuesto sobre la renta establecido en Cervera, durante el s.
XV, véase VERDÉS PIJUAN, «Politiques fiscales».
30 Utilizo básicamente como referencia tres elocuentes súplicas presentadas por los partidarios de
una y otra opción fiscal entre los años 1436 y 1438: ACSG, FM, Consells, 1436, f. 45 v. - 46 v. (a
favor del setzè); Consells, 1436, f. 97 v. - 101 r. (en contra); Consells, 1438, f. 73 r. - 75 v. (a favor).
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otros lugares para no tener que pagar tantos impuestos, dejando «desamparada»
Cervera, a su suerte. A propósito de esta circunstancia, se hace referencia concreta al caso de algunas insignes personas, e incluso de antiguos regidores como los
que escuchaban aquellas palabras, quienes por «vergüenza» se habían visto obligadas a abandonar la villa y morían miserablemente lejos de su hogar31.
Ante esta peligrosa dinámica, se reclamaba la inmediata supresión de las
perniciosas derramas tradicionales y el establecimiento de un nuevo impuesto
sobre la renta. Y ello por tres razones fundamentales: en primer lugar, porque
cualquier persona que tuviera sentido común y experiencia de gobierno sabía
que era preferible pagar cien cuando Dios los proporcionaba que de otra manera, cincuenta; en segundo lugar, porque lugares similares o mayores que Cevera, e igual de endeudados, habían conseguido mejorar su situación financiera
renunciando a las tallas; y, finalmente, porque existían detallados informes
contables que demostraban la viabilidad económica de la iniciativa. Tan seguro
estaba el autor de uno de estos informes, que incluso ofrecía jugarse la vida con
los partidarios del impuesto tradicional, a quienes acusaban de mentir y de
utilizar cuentas «artificiosas» para impedir el establecimiento de la nueva exacción sobre la renta32.
Todas estas evidencias se reforzaban con argumentos éticos y morales, advirtiéndose a los regidores que no debían dejarse llevar por la envidia o la avaricia, puesto que se trataba de dos «fiebres» que, además de matar el alma, tan
solo acarreaban violencia y condenación33. Se les reclamaba, por el contrario,
que tuvieran la suficiente fuerza y valor para tomar una decisión «saludable»
para la república, implorándoles asimismo que, siguiendo las enseñanzas del
evangelio de San Mateo [Mateo 5:7], tuvieran misericordia de la necesitada
comunidad. Al igual que sucede en otros casos, los partidarios del setzé también
recordaban a las autoridades locales su juramento de preferir el provecho de la
cosa pública al de sus hermanos, parientes o amigos, y criticaban a todos aquellos que, presos de sus «voluntats desordenades» y su «natura de infant poch»,
lo único que procuraban era su interés particular. En este sentido, una vez más,
se acudía a la omnipresente máxima de «que la utilitat de la cosa pública de
————
31 Nótense los tintes dramáticos introducidos por el suplicante en su discurso: «e lo piyor és,
sabeu bé, que molts e diverses sigulars e abitadós de la dita vila, no podents soportar ne bastar a dits
càrrechs, per vergonya se són exits de la vila e anats pelegrinant per lo món e n’ha morts per spitals,
e tals qui eren stats pahers de la dita vila, axí como vosaltres sots, an finida llur vida miserablement
en Itàlia» (ACSG, FM, Consells, 1436 , f. 45 v. - 46 v.).
32 En una de las votaciones previas a la aprobación definitiva del nuevo impuesto, uno de los
participantes también manifestaba una cuarta razón, esto es, la conveniencia de establecer la exacción
«per conservar la vila al senyor rey e per augmentar-la-li de vassalls e per lo benavenir de la cosa
públicha e axí matex per les imposicions que multiplicaran» (ACSG, FM, Consells, 1436, f. 64 r.).
33 Concretamente, se recordaba que ningún avaricioso entraba en el Paraíso y mucho menos
los envidiosos, «qui són semblants a Quaym, qui ancís son frare Abel» (ACSG, FM, Consells, 1438,
f. 73 r. - 75 v.)
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dret e de fet deja ésser preferida a la dels privats», adornándose con sugerentes
metáforas encaminadas a domeñar la opinión municipal. Concretamente, una
de las súplicas acababa diciendo que, si seguían sus indicaciones, los regidores
serían dignos del mayor elogio y se los compararía con «aquellos romanos»
que, «ab cor ferm e sens ficció», trabajaron para el benavenir (felicidad futura)
de la cosa pública. En caso contrario, afirmaban, dañarían gravemente a la república, que gritaría y pediría justicia contra ellos, igual que lo harían los hijos
no bautizados contra sus padres el día del Juicio Final.
No sé hasta qué punto la contundencia del discurso elaborado por los partidarios del setzé sirvió para inclinar la balanza a su favor, pero lo cierto es que,
el año 1439, la reina Maria, lugarteniente general de Cataluña, autorizaba el
nuevo impuesto por considerar que era el más indicado para lograr la «restauración» de la universidad, perjudicando a un menor número de particulares34.
De nada habían servido, por tanto, las advertencias sobre el «gran interès e
insoportable carga» que supondría para los vecinos el establecimiento de aquella nueva exacción, especialmente en un momento de extrema pobreza, agravada por las frecuentes sequías con que Dios les castigaba por sus muchos pecados. Y es que, según los partidarios del impuesto tradicional, «el pueblo o la
mayor parte de aquel» ya estaba demasiado oprimido por las circunstancias y
no sería capaz de hacer frente al setzé que, de cobrarse, acabaría provocando la
huída y la «perdición» de muchos de los habitantes de la villa35. Como puede
verse, se trataba de argumentos prácticamente idénticos a lo que se utilizaban
para reclamar el impuesto sobre la renta y, en este caso, también se apelaba a
los dictámenes de la «experiencia evidente», que auguraba la consiguiente despoblación y la total destrucción de la villa. Ante esta perspectiva, se decía a los
regidores que no pusieran en riesgo sus almas autorizando el nuevo impuesto,
calificado directamente como «pecado», y que priorizaran la «indemnidad» de la
cosa pública de la universidad y la de sus miembros. Esta era su obligación, afirmaba el partido conservador, puesto que «el pueblo reposaba bajo el manto y las
alas de las autoridades municipales», y añadía que si así lo hacían, no les cupiera
ninguna duda de que realizarían un «agradable servicio» al rey, señor de la villa,
además de grandes méritos ante Dios para ganarse la salvación eterna.
Fue la propia complejidad administrativa del setzé, sin embargo, la que acabó provocando el fracaso de la revolucionaria iniciativa que, a principios de la
década de 1450, puede darse prácticamente por finiquitada36. La eficiencia se
————
Archivo de la Corona de Aragón (ACA), Cancelleria, reg. 3134, f. 59 r.-v.
Concretamente, y recurriendo también al dramatismo, se decía que los vecinos «se haurien a
desnaturar e desemparar lur pròpia pàtria e viure com alienígena mendicant per lo món, de què
vindrien grans perills en lurs persones e incovenients, no és dubte» (ACSG, FM, Consells, 1436, f.
97 v. - 101 r.).
36 Aunque también resulten de interés para el tema que nos ocupa, no me detendré en el
análisis pormenorizado de todos los conflictos que todavía se produjeron hasta 1460 entre los
partidarios y detractores del impuesto sobre la renta. Tan sólo mencionar otra interesante súplica de
34
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había impuesto finalmente a la equidad y, en adelante, el argumento práctico
impediría cualquier otra tentativa de establecer un nuevo impuesto sobre la renta.
En este contexto, y habida cuenta de que las tallas tampoco constituían por sí
solas la panacea, las autoridades municipales giraron otra vez la vista hacia el impuesto indirecto (sisas, imposiciones, ayudas o similares) y apuraron algunos de
los rescoldos que todavía quedaban en este hipotecado recurso37. Durante la primera mitad del s. XV, ya se documenta el establecimiento de «ayudas» extraordinarias sobre la compra-venta de algunos productos y la creación de mecanismos
fiscales que optimizaban el rendimiento de las imposiciones existentes. No obstante, es en 1460 cuando se produce la iniciativa más destacada en este ámbito: la
creación de un complejo sistema centralizado de recaudación de las imposiciones,
regido por funcionarios municipales, también conocido como butlletí 38.
Como era de esperar, esta y otras medidas similares provocaron las protestas
de los acreedores censalistas, consignatarios de las imposiciones, así como de los
grupos tradicionalmente exentos de dicha exacción. Pese a los conflictos, sin embargo, el expediente del impuesto indirecto acabó prosperando y no cabe duda
de que, también en este caso, el discurso identitario utilizado por el gobierno
municipal contribuyó de forma considerable a ello. Efectivamente, desde mediados del s. XIV, la trascendental importancia adquirida por las imposiciones
dentro del panorama hacendístico local explica que este recurso fiscal fuera definido como «membre principal, mur e sustentació» de la universidad39. En un
contexto de crisis financiera, la introducción de derechos extraordinarios o cualquier otra iniciativa tomada en este ámbito tenía el objetivo prioritario de
procurar el provecho, la salud y el benavenir de la república40; y al contrario,
————
este último año, en que los detactores de impuesto sobre la renta decían que las medidas fiscales
tomadas hasta el momento, además de inútiles, habían sido contrarias al «bien de la comunidad» y
que, de persistir, supondrían la destrucción y la ruina de la universidad. Por esta razón, se
cuestionaba la autoridad de los regidores, reclamándoles que se respetasen los «antiguos privilegios»
fiscales de la villa y que se actuase de forma justa y razonable, «car ara los huns són franchs e los
altres són catius, com los bons homes antichs de aquesta villa ara per novells regida e ab novells talls
no profitosos regida» (ACSG, FM, Consells, 1460, f. 25 v.).
37 No en vano, se consideraba que si se establecía de nuevo una exacción de este tipo
«participarà e pagarà totom e la gent no se’n sentirà» (ACSG, FM, Consells, 1466, f. 12 v.- 13 r.).
Y, al contrario, la perspetiva del aumentar la cuantía o el número de tallas se veía de forma muy
negativa, «car sia total destrucció de la cosa pública fer tayll sobre tayll» (ACSG, FM, Consells,
1468, f. 24 r.- 25 v.).
38 Sobre la compleja política fiscal desarrollada por el municipio de Cervera en el ámbito del
impuesto indirecto, remito al lector a VERDÉS PIJUAN, P., «La gestión de los impuestos indirectos
municipales en las ciudades y villas de Cataluña: el caso de Cervera (s. XIV-XV)», en MENJOT, D. y
SÁNCHEZ, M. (coords.), La fiscalité des villes au Moyen Âge (Occident méditerranéen). La gestion de l’impôt,
Toulouse, Ed. Privat, 2004, págs. 173-189.
39 ACSG, FM, Consells, 1406, f. 38 r.; Consells, 1448, f. 27 v.
40 El año 1440, por ejemplo, las autoridades hacían caso omiso a las protestas provocadas por
una de sus decisiones, «attès que les imposicions són total restauració de la vila e de la cosa pública
de aquella e més pague lo interès públich que no lo singular» (ACSG, FM, Consells, 1440, f. 12 r.).
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cualquier eventualidad que afectara el rendimiento de dicho recurso constituía
un grave perjuicio, cuando no un daño irreparable para la comunidad41.
La trascendencia de este recurso fiscal también explica por qué los privilegios y disposiciones reales que autorizaban el cobro de la exacción fueron considerados como una de las libertades más preciadas de Cervera, y por qué cualquier tentativa de poner en entredicho la jurisdicción (teóricamente, absoluta)
del municipio en este campo fuera presentada como un grave atentado contra
los fueros de la villa42. En cuanto al butlletí (1460), la legitimidad de su establecimento fue reforzada además mediante la equiparación de la iniciativa con las
que se habían tomado, coetáneamente, en otras localidades similares o mayores
que Cervera, afirmándose también que constituía la única manera de recuperar
la credibilidad (crèdit) perdida de la universidad43.
Por lo demás, al igual que sucedía con el impuesto directo, la política fiscal
del municipio en el ámbito de las imposiciones se caracterizaba (o debería
haberlo hecho, según sus detractores) por los preceptivos valores de la razón, la
justicia, la equidad, la eficiencia y la compasión. Todo ello, sin embargo, en el
marco de un complejo y delicado equilibrio entre los intereses fiscales del municipio y el desarrollo económico de la comunidad44. No en vano, se considera————
41 En este contexto, no debe extrañarnos tampoco que llegue a calificarse de «hijos» a los
arrendatarios del impuesto, a los cuales el municipio —como si de una «madre» se tratara— debía
proteger y favorecer, habida cuenta de los beneficios que proporcionaban a la universidad (ACSG,
FM, Consells, 1447, f. 82 r.)
42 El año 1469, por ejemplo, en el contexto del Parlamento que se celebraba en la villa, los
regidores denunciaban «els perjudicis que són fets en aquesta universitat, privilegis, usos, libertats e
costums de aquella» por los miembros de la casa real y por algunos nobles que se negaban a pagar
las imposiciones, «la qual cosa era total destrucció de la vila» (ACSG, FM, Consells, 1469, f. 19 v.20 r., 70 r.-v.).
43 El año 1460, las autoridades municipales declaraban haber comprobado la «bondad,
utilidad y provecho» de dicho procedimiento administrativo, «e com speriència sie mare de totes
coses, per les quals és vist que aprés tenguda la pràticha e forma [e] manera dels dits capítols, les
ciutats de Vich e de Manresa és vist granment aquelles e los regidors de aquelles, que totalment
havien perdut lo crèdit, haver recobrat aquell», decidían aplicarlo también en Cervera (ACSG, FM,
Consells, 1460, f. 19 v.- 20 r., 21 v.- 22 r., 23 v.).
44 El año 1461, por ejemplo, coincidiendo con el establecimiento del butlletí, los distintos
artesanos de la población protestaban contra el aumento de los mecanismos de control sobre su
actividad porque les hacía perder tiempo y obstaculizaba el normal desarrollo del comercio en
Cervera, «de la qual cosa reporten gran dan e interès los dits officis e menestrals… e la cosa pública
de la vila». Además, según ellos, el intento de hacerles pagar impuestos tanto por las materia
primas que compraban como por los productos acabados que vendían era muy dañino y perjudicial
para sus intereses, «que no pot ésser major pestilència e desagualtat, majorment ésser en ells dits
sols menestrals de fusters e farrés e pochs de altres sie imposat lo dit càrrech que hagen a pagar de
lurs propries suós e treball lo dit dret de bolatí, fahen lley parcial sobre ells e no en altres menestrals
axí com barbers, sartres e altres que no paguen dret de lurs guanys e treballs e com algun càrrech és
imposat en alguna comunitat deu ésser imposat egualment a tots, majorment com hi sie una
matexa causa e rahó, pus seguent ley, ordinació e càrrech» (ACSG, FM, Consells, 1461, f. 27 r.-v.).
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ba que los impuestos indirectos tenían una importante repercusión sobre la actividad comercial y el tejido productivo de la villa o, como mínimo, esto es lo que se
desprende de numerosas referencias documentales apoyando o cuestionando la
política fiscal del municipio, porque favorecía o perjudicaba una determinada actividad económica, «útil» y «provechosa» para la cosa pública de la universidad45.
En este caso, y tal como veíamos en el impuesto sobre la renta, alguna de
las súplicas presentadas por los vecinos ante el consejo también resulta de especial interés a la hora de conocer, de primera mano, los argumentos utilizados
habitualmente en el discurso político de la época. Así, por ejemplo, coincidiendo con la suspensión de un impuesto sobre la importación de vino, se documentan encendidas protestas de los productores locales en las que se apelaba al
honor y la fama de la «villa y universidad», descrita como el mejor término
municipal de secano que existía en Cataluña y como la población más importante —en un teórico ranking urbano del país— después de Perpinyán46. Asimismo, desde un punto de vista práctico, se afirmaba que la existencia de dicha
exacción incentivaba la producción agrícola local y, en consecuencia, suponía
un incremento general de los recursos municipales; su supresión, en cambio,
solamente favorecía a los forasteros, perjudicando gravemente al «mezquino
pueblo», obligado a recurrir a los usureros judíos para poder pagar los impuestos debidos a la universidad. Al hilo de esta última consideración, y desde la
perspectiva moral, también se recordaban las dificultades por las que atravesaba la población «en aquests temps que no·s pot haver un diner de cosa del
món», y se abogaba por aquellos atribulados vecinos que, trabajando de forma
diligente, soportaban las muchas exacciones que sostenían la hacienda municipal47. Por todo ello, se reclamaba a los regidores que tomaran sus decisiones en
«maduros, amplios y ordenados» consejos, sin tener en cuenta las opiniones de
aquella «gente particular, maliciosa, soberbia y falsa», que únicamente buscaban su propio interés; dicho en otras palabras, que tuvieran siempre presente
que «lo bé públich deu ésser preposat al particular»48.
————
45 Otras elocuentes referencias al impacto económico y demográfico de las imposiciones así
como al «bé, profit, augmentació, benefici, utilitat, benavenir o al dany, interès, perjudici…» que
esto suponía para la universitat, la vila, la comunitat, lo públic o la cosa pública: ACSG, FM, Consells,
1405, f. 12 v.; Consells, 1440, f. 27 r.-v.; Consells, 1450, f. 42 r.; Consells, 1456, f. 74 v.; Consells,
1457, f. 83 v.; Consells, 1466, f. 16 r.- 17 r.; Consells, 1472, f. 4 r.-v.; Consells, 1474, f. 23 v.- 24
r.; Consell, 1500, f. 18 r.-v.
46 Por la misma razón, se advertía que «no exequtar una tal e tan bona ordinació per algun
inordinat e parcial hoc e dampnós profit…sería cosa molt dampnosa, vituperosa e de gran vergonya
e de mal exempli a una tal e tan singular vila e universitat com aquesta» (ACSG, FM, Consells,
1448, f. 92 r. - 92 r.).
47 En este sentido, también se invocaba la máxima de que «aquell qui sosté lo trebayll e
càrrech deu haver de bona rahó e dret lo profit e honor» (Ibidem).
48 Ibidem.
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PERE VERDÉS PIJUAN
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ADMINISTRAR LOS CAUDALES PÚBLICOS
Finalmente, y en el contexto de crisis financiera que vengo describiendo para el s. XV, el tercer gran reto al que debieron enfrentarse las autoridades municipales de Cervera fue el de los conflictos provocados por la administración de los
caudales públicos. Dentro de este ámbito, donde la cuestión económica y la política a veces resultan difíciles de deslindar, se documentan virulentos enfrentamientos, todos ellos provocados por las acusaciones de malversación e incompetencia dirigidas contra los responsables del gobierno local. Quizás convenga
recordar que, durante el primer tercio del s. XIV, coincidiendo con el incremento
de la presión fiscal de la Corona, la villa ya había sido escenario de importantes
convulsiones políticas, que tuvieron las finanzas como telón de fondo y que acabaron con una profunda reorganización del régimen municipal. Un siglo más
tarde, esta vez como consecuencia de las dificultades provocadas por el endeudamiento censal, las disputas reaparecían y, de nuevo, el principal caballo de
batalla de los contendientes políticos era la gestión de la hacienda local49.
Durante las primeras décadas del s. XV, la lucha de bandos entre Oluges y
Cireres se había trasladado a la paeria y, coincidiendo con la exclusión de nobles
y juristas del gobierno municipal, los regidores de la villa fueron acusados repetidamente de malversación ante la reina Maria, lugarteniente general del rey
Alfonso el Magnánimo50. El año 1421, el gobernador general de Cataluña, Luís
de Recasens, promulgaba unas «ordenanzas para el buen gobierno de la villa»,
en cuya introducción se afirmaba que la universidad de Cervera y la cosa pública de aquella «en temps pasat sie stada molt lesa, prejudicada e dapnificada per
moltes, infructuoses e vanes despeses que… se són fetes». Aparentemente, este
era el motivo por el cual se dictaban dichas ordenanzas, razón por la cual se
establecían diversas normas para controlar estrechamente el gasto municipal y
acabar con cualquier sombra de corrupción51. En realidad, sin embargo, la
————
Sobre los conflictos documentados durante el primer cuarto del s. XIV, véase: TURULL, M. y
VERDÉS, P., «Gobierno municipal y fiscalidad en Cataluña durante la Baja Edad Media», Anuario de
Historia del Derecho Español, 76 (2006), págs. 507-530.
50 Resulta curioso observar como, poca semanas después de solicitar la confirmación real de la
ordenanza que excluía a los homes de paratge del gobierno municipal, se documentan las primeras
denuncias contra los regidores, acusados de «administrar malament el bé públic de la vila», y las
consiguientes peticiones para que fuesen publicadas sus cuentas (ACSG, FM, Consells, 1415, f. 92
r., 97 r., 99 r.).
51 ACSG, FM, Ordinacions, 1421. En este sentido, resulta interesante constatar que, a partir
de aquel momento, algunas decisiones municipales como la elección de ciertos cargos o la
autorización de gastos importantes estuvieron condicionadas a la aprobación de un consejo de
seixantena (60.ª). Este nuevo consejo estaba formado por las quince personas, de cada uno de los
cuatro quarters o barrios en que se dividía la villa, que más pagaban en las talles municipales y sus
acuerdos tan solo eran válidos si obtenían la adhesión de al menos 40 de sus 60 miembros. El
organigrama institucional previsto en las ordenanzas de 1421 se completaba con la creación del
consejo de ciento: otra asamblea que, a imagen de la 60.ª, estaba formada por los contribuyentes
49
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normativa 1421 no supuso ni mucho menos el fin de los conflictos políticos ni
tampoco el de las intervenciones regias en la vida política local. Como ya he
apuntado, aprovechando las periódicas disensiones internas, el gobernador general o el comisario de turno regresaron a la villa y, a cambio de la preceptiva
contraprestación económica, dictaron numerosas disposiciones adicionales.
En este contexto de lucha política y social, que abarca la práctica totalidad
del s. XV, se desarrolla la tercera y última línea retórica que se pretende abordar en el presente estudio, esto es, el discurso utilizado tanto por las autoridades locales como por sus detractores a la hora de legitimar o deslegitimar, según sea el caso, la acción de gobierno municipal ante el rey, señor de la villa,
y/o ante la comunidad.
Tal como he dicho, el arma utilizada habitualmente para atacar a los regidores era la denuncia de malversación de caudales públicos, que a veces incluía
también la infamante apropiación de los fondos asignados a la beneficencia.
Casi siempre, las acusaciones de corrupción iban acompañadas de las de nepotismo o parcialidad y, en ocasiones, tanto la condición como la competencia de
las autoridades locales eran puestas en tela de juicio. El malbaratamiento de
recursos públicos completaba la panoplia de reproches formulados contra la
gestión económica de los regidores, a quienes también se responsabilizaba del
clima general de desorden que se vivía en la villa52.
Ante tamaños desmanes, los detractores del gobierno municipal consideraban que los regidores habían quebrantado claramente el juramento prestado al
inicio de su mandato, razón por la cual estaban totalmente deslegitimados para
el ejercicio de sus funciones53. Resulta comprensible, por tanto, que solicitaran
————
más importantes de Cervera y cuya misión fundamental era reformar la normativa que entonces se
dictaba, en el supuesto de que alguno de sus capítulos deviniera perjudicial para la «cosa pública»
de la universidad (véase también al respecto: TURULL, M. y VERDÉS, P., «Gobierno municipal y
fiscalidad»).
52 A propósito de la competencia de los regidores, el año 1415, el rey Fernando I ya había sido
informado de que «de algun temps ençà se fan eleccions algunes vegades de persones no axí idònees,
sufficients ni abtes al regiment de la dita vila e ben públich de aquella com d'altres qui se'n trobarien
en la dita vila pretermetents o lexants les pus convinents e pus abtes, de que·s seguexen sens dubte
algú grans dans e incomoditats a la dita vila e ben públich de aquella» (ACSG, FM, Thesaurus
privilegiorum, 1326-1501, f. 62 r.- v.). Por lo que respecta a su gestión económica y política, resulta
especialmente elocuente una carta real del año 1478, según la cual el comisario real Antoni Bardaxí
había sido enviado a la villa para inquirir «contra personas aliquorum ex principalibus et aliis dicte ville
Cervarie qui… oppresserunt ac opprimebant ceteros eiusdem ville habitatores imponendo illis tallas et
peccunias inde proventas in propios usus convertendo, consumendo etiam elemosinas ad pauperum
dicte ville sustentatione ordinatas in profanos usus et propias utilitates, privilegia infringendo,
tumultus et scandala contra repugnantes ac sue partialitati non adherentes commovendo… et multa
alia enormia faciendo» (ACA, Cancelleria, reg. 3380, f. 117 v.- 118 r.).
53 Recuérdese que, al tomar posesión de su cargo, los regidores juraban que actuarían «bé e
leyalment… per profit e honor del senyor rey e de la universitat de la dita vila… e de tota la cosa
públicha de aquella…e que en açò no faran res per oy, ranchor ne mala voluntat de degú ne per
affeció pròpia ne de son amich ne per haver por d’altre…» (ACSG, FM, Consells, 1401, f. 9 v.).
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un permiso al monarca, señor de la villa, para reunirse al margen del consistorio así como para recaudar derramas con las que financiar el envío de sus representantes a la corte real. En juego estaban las libertades de la Cervera, el provecho de la cosa pública y, en última instancia, la supervivencia de la propia
universidad. En estos términos se expresaba la oposición política, cuyos miembros proclamaban que, si era necesario, incluso estaban dispuestos a dar su vida
por la comunidad54.
Por su parte, las autoridades municipales afirmaban que nada de lo que se
decía era cierto y para demostrarlo los regidores se ofrecían a someterse a una
fiscalización exhaustiva de sus cuentas, comprometiéndose a devolver con interés todo lo que pudiera demostrarse que hubieran malversado. Este gesto tenía
el propósito de acabar con el rumor y la duda sembrada por sus detractores
entre las gentes del «pueblo», y se acompañaba de las habituales manifestaciones en pro de la cosa pública, incluyendo —también en este caso— la defensa
«hasta la muerte» de los privilegios y libertades de la universidad55.
Todas estas declaraciones, sin embargo, no eran suficientes, por sí solas, para sostener la posición gubernamental, especialmente ante una monarquía ávida de numerario y siempre dispuesta a intervenir en la vida municipal. También era necesaria una estrategia de descrédito de la parte contraria, cuyos
miembros fueron objeto de los peores calificativos. Según los regidores, sus
detractores eran mentirosos, malintencionados y se movían inspirados por el
mismísimo diablo, perjudicando gravemente la república56. En este sentido,
especialmente reprobable era la actuación de aquellos individuos que, aprovechando sus cargos municipales, revelaban el contenido de las reuniones secretas
del consejo o difamaban a las autoridades locales ante el monarca u otras instancias57. Cuando los disidentes obtuvieron la autorización real para organizar————
54 El año 1421, se documenta una referencia a las reuniones del grupo opositor, «donant a
entenent a molts del poble que ells volen lo ben públich e per aquell se volen exposar a mort»
(ACSG, FM, Registre de lletres, 142, f. 55 r.- 56 v.).
55 El año 1416, por ejemplo, los regidores hacían públicos los gastos realizados por el
municipio en la corte, «com en la vila haye rumor que la vila fa grans despeses follament e que no
saben perquè es fan» (ACSG, FM, Consells, 1416, f. 62 v.). Y, el mismo año, el consejo disponía
«que axí lo feyt del privilegi de la elecció com tots altres… sien defeses fins a la mort…e encara sie
suplicat lo senyor rey que tots aquells qui ha regida la vila de XX anys ençà sien tenguts de dar
comte de lur regiment e en ço que serà trobat que tinguen de la vila ho hanyen a restituir a aquella
ab interès, ço és en un sou per lliura» (ACSG, FM, Consells, 1416, f. 67 r.). Esta propuesta se
repitió prácticamente en los mismos términos los años 1420 y 1421 (ACSG, FM, Consells, 1420, f.
81 v.- 82 r.; Registres de lletres, 1421, f. 55 r.- 56 v.).
56 El año 1405, por ejemplo, ya se documenta el envío de representantes municipales a la corte
real para desmentir ante el monarca lo que le habían dicho «a instigació d’alguns malnats faents
obres diabolicals» (ACSG, FM, Consells, 1405, f. 71 v.- 72 r.).
57 El año 1398, se inician las referencias al «odio» provocado entre los regidores por la
revelación de secretos (dexalaments) así como a la inhibición de muchos de ellos por miedo a que se
hicieran públicas sus intervenciones (ACSG, FM, Consells, 1398, f. 28 r.). Posteriormente, a partir
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se, se consideró que tales asambleas estaban totalmente injustificadas y que,
por tanto, atentaban gravemente contra los privilegios políticos de la villa. Y es
que cualquier intervención externa en el regiment municipal suponía una mengua para las libertades locales (desllibertat), además de comportar —como
hemos visto— importantes gastos para la depauperada hacienda local58.
En otro orden de cosas, las autoridades municipales siempre apelaron a la
necesaria unidad y concordia que debía reinar en la comunidad, advirtiendo de
los peligros que, en general, entrañaban las reuniones de gente (ajust) e informado de algunos episodios concretos, que hubieran podido comportar «escándalos, siniestros y daños irreparables» para la universidad59. Para reforzar esta
idea, se definía a los miembros del grupo opositor como alborotadores («malvolents e torbadors de la cosa pública»), y a menudo se les presentaba como personas violentas e intransigentes, que injuriaban, amenazaban y deshonraban a
la autoridad municipal60. En algún caso, la estrategia de descrédito se completaba atribuyendo todo tipo de vicios a los contrarios, de los que también acostumbraba a recordarse la baja condición, la reciente ciudadanía y/o la escasa
contribución al impuesto municipal61.
————
de 1421, se decidía regular el envío de representaciones municipales «per utilitat de la cosa pública
e per ço que molts affectans se procuren misatgeries de la vila» (ACSG, FM, Registres de lletres,
1421, f. 55 r.- 56 v.).
58 El año 1423, por ejemplo, los regidores afirmaban que las denuncias realizadas por sus
detractores ya habían sido tratadas en un multitudinario consejo, donde asistieron tanto los
«mejores» de la villa como «gente de toda condición», en la más absoluta «concordia» (ACSG, FM,
Registre de lletes, 1423, f. 3 v.- 4 r.). Paralelamente, los regidores pedían a sus detractores que
desistieran en su intento de impugnar las elecciones municipales, ya que lo único que conseguirían
sería provocar importantes gastos para la universidad así como la «total perdició dels privilegis de la
vila» (ACSG, FM, Registre de lletres, 1423, f. 4 v.- 5 r., 6 v.-7 r.).
59 El año 1417, por ejemplo, «attenent que procurant lo enemich de humana natura per lonch
temps ha hagut discòrdia, rencor e males voluntats entre alscuns singulars de la vila e lo conseyll de
aquella», se nombraba una comisión para negociar la «concordia y unidad» entre las partes (ACSG,
FM, Consells, 1417, f. 121 v., 122 v.- 123 r., 130 r.-v.). El año 1420, considerando que «fer ajust
de poble sie cosa molt perillosa», se solicitaba la revocación del permiso otorgado al grupo opositor
para reunirse (ACSG, FM, Consells, 1420, f. 80 v.). Y, el año 1442, los regidores escribían a la reina
para desmentir que la villa fuera escenario de «crims e maleficis», y para denunciar las maniobras de
aquellos que querían acabar con la «tranquilidad» reinante en la población (ACSG, FM, Registres
de lletres, 1442, f. 83 r.- v.).
60 El año 1455, también se documenta la existencia de panfletos, injuriando y amenazando a
las autoridades municipales (ACSG, FM, Consells, 1455, f. 113 v., 133 r., 137 v.- 138 r.).
61 El año 1421, por ejemplo, los regidores escribían a la reina para denunciar a «tres homes de
mala vida e fama, avolotadors e concitadors de poble que hun jorn... muntaren en la casa del consell
de aquesta vila bé en nombre de XXV o trenta hòmens e sinó que·s tench manera ab bones e dolçes
paraules e los foragitaren de la casa del consell se haguere seguit aquí tal sinistre que fore
irreparable». Los tres denunciados eran Bertomeu Perelló, «que és home de mala fama e vida, e de
molts e diverses crims irrit e diffamat e homicida voluntari... e és home lo qual és poblat en una
petit borya fora la dita vila, lo qual jamés no cabé en consell de aquesta vila»; Jaume Sala, «que és
home de mala vida e fama e gran concitador de poble e avalotador, car... concitave lo poble que
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PERE VERDÉS PIJUAN
Tales defectos, por supuesto, inhabilitaban a cualquier persona para las
funciones de gobierno, como también lo hacía la nobleza (cavallers, gentils homes)
y el ejercicio de la abogacía. Como he apuntado, durante gran parte de s. XV,
estos dos colectivos tuvieron vetado el acceso a los cargos municipales, ya que
la «experiencia» demostraba su incapacidad de sustraerse a la dinámica de la
lucha de bandos, en el caso de los primeros, y su falta de escrúpulos, en el caso
de los segundos62. Efectivamente, la implicación de la mayor parte de nobles de
la época en las bandosidades locales se consideraba como un handicap insuperable a la hora de ejercer las funciones de gobierno municipal, puesto que —
según los libros de actas— los gentils homes anteponían los intereses del bando
(«parcialidad») a los intereses generales de la comunidad63. Por lo que a los
juristas se refiere, lo que en su caso acabó inhabilitándoles fue la actuación indiscriminada al servicio del mejor postor: concretamente, se les reprochaba
que, pese a haber ocupado responsabilidades de gobierno, representasen a personas que pleiteaban contra la villa, aprovechando para ello la información
privilegiada de que disponían y causando importantes perjuicios económicos a
la universidad64.
Pese a la gravedad de las acusaciones, ambos colectivos —nobles y juristas— fueron readmitidos en el consistorio, una vez finalizada la guerra civil
(1462-1472)65. De poco habían servido, por tanto, los esfuerzos de los antiguos
————
metesen foch a cases de alscuns singulars de la dita vila»; y Antoni Perdigó, «que és home de poch
bé e de fort pocha condició, lo qual hic és vengut de fort poch temps ençà de hun petit loch appellat
Argençola, gran cridador, e lo qual no pague ni contribueix en los càrrechs de la vila de XV en XX
sous ensús». La carta de las autoridades locales acaba advirtiendo a la reina contra los dos síndicos
enviados a la corte por el partido contrario: Pere Joan, alias Roig, «lo qual no cabie ni jamés havie
acostumat cabre en consell de la vila e és home gran jugador e blasfemador de Déu e de la sua gloriosa
mare».; y Guim Serra, «que és home de poch caler e de poch bé e del qual se fa pocha menció en
aquesta vila, sinó que·s viu ab una petita teneta que té ne les sues facultats són tantes que li·n càlegue
pagar gayre en los càrrechs de la vila» (ACSG, FM, Registre de lletres, 1421, f. 61 r.- v.).
62 ACSG, FM, Consells, 1460, f. 26 r.- v.
63 Este mismo argumento servía también para desacreditar a algunos vecinos (calificados como
«hijastros» de la villa), cuando se les acusaba de actuar en connivencia con uno u otro bando «sots zel
de profit propi» y de promover «discordias» entre la población (ACSG, FM, Registre de lletres, 1423,
f. 26 r.- v.). Ello no impidió, sin embargo, que la monarquía acabara regulando el acceso de los
partidarios de los Oluges y de los Cireres al gobierno local, aunque resulta significativo que también se
reservara una porción de los cargos a un tercer grupo, que se autodenominaba de los «Comuns; car
cosa santa e justa és ... e profitosa molt a la vila» (ACSG, FM, Consells, 1423. f. 17 r. - 19 r.).
64 El año 1429, el consejo prohibía que los juristas locales dieran su apoyo a los nobles de la
comarca que perseguían a los nuevos vecinos de la villa, «sots pena, en cas de persistir en llur suport,
de ser perseguits i foragitats de la vila com a mals veïns… e·ncara més, volch…que a profit e utilitat
de la vila de Cervera e cosa pública de aquella que d’ací avant algún gentil home, doctor ni juriste no
puxa cabre en consell ni regiment de la vila…» (ACSG, FM, Consells, 1429, f. 29 v.- 30 r.).
65 Más allá de los intereses políticos que pudieran esconderse tras esta iniciativa real, resulta
interesante constatar que el teórico argumento utilizado por la monarquía a la hora de justificar su
decisión fue la pérdida de población de la villa provocada por el conflicto y la consiguiente falta de
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regidores que, por otra parte, siempre estuvieron a merced del arbitrio real. Y
es que, como he dicho, los argumentos esgrimidos por las autoridades municipales no impidieron la intervención de la monarquía en los conflictos políticos
de la villa, ya sea porque necesitaba dinero, ya sea porque —tal como se afirmaba en la documentación real— esta era su responsabilidad. Advirtiendo de
antemano que no era su intención infligir daños ni provocar gastos al municipio, el monarca se postulaba como el máximo defensor («cabeza») de la cosa
pública y, como tal, estaba obligado a actuar ante cualquier circunstancia que
pudiera constituir una mengua («deservicio») para la Corona o un daño/perjuicio para la propia comunidad. En algunos casos, se trataba de corregir
los grandes abusos que, según las informaciones de «prohombres imparciales»,
se producían en Cervera. En otros casos, se trataba simplemente de acabar con
la división, la confusión y el desorden reinantes, y de recuperar la necesaria la
paz y la unidad que debían presidir la vida en toda comunidad. Por tanto, las
intervenciones reales estaban enteramente justificadas y, para reforzar esta
idea, se buscaba el concurso de los propios regidores así como de personas de
«buena fe», residentes en la villa o en los alrededores. También se recalcaba
que las decisiones que se tomaran no derogarían los privilegios y libertades de
la villa, y que su único propósito era remediar la crítica situación en la que se
encontraba la villa y, cómo no, evitar la destrucción de la universidad66.
————
personas «capacitadas» para ejercer las labores de gobierno municipal (ACSG, FM, Consells, 1473,
f. 73 r.; Consells, 1474, f. 84 r.- 86 v.; Consells, 1475, f. 53 v.- 54 r., 82 v.). También puede
documentarse una referencia, en la que se apelaba a la «reputación» de la villa («la qual és una de
les principals viles reals del dit principat») para explicar la entrada de nobles y juristas en el
consistorio, insinuándose que, antes de la guerra, Cervera no siempre había estado gobernada por
hombres de suficiente condición (ACSG, FM, Pergamins, 18/04/1494, Barcelona).
66 El año 1479, por ejemplo, el comisario real Antoni Bardaxí era enviado a Cervera para
acabar con «els grans abusos que fins ací són fets en les eleccions dels regiments de aquesta vila», a
causa de los cuales —según el comisario— «aquesta vila és venguda a total periclitació, la qual cosa
redunde en gran deservey de la magestat e dany de vosaltres». Bardaxí también manifestaba que
«no hagen a creure que ell los vulle affligir en despeses ni danys», sino que actuaba porque había
recibido «informació de persones que en aquestes coses no han interès e ha trobat los grans abusos».
Su presencia en la villa, por lo tanto, estaba totalmente justificada, ya que el monarca era «cap de la
cosa pública, al qual convé provehir en aquestes coses» y, para demostrar su buena voluntad y «la
affecció que (el rey) té en lo bé de aquesta vila,» se ofrecia a tratar el asunto «amigable y
benignamente» con mayores, medianos y menores. Todo ello con el propósito de evitar que Cervera
se perdiese por el mal regiment y que las distintas facciones políticas finalmente accedieran «a
concordar e unir en ésser tots un cor e un voler en treure lo bé e lo redrès de aquesta vila» (ACSG,
FM, Consells, 1479, f. 102 r.-v.; Consells, 1480, f. 1 r.- 5. v.).
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PERE VERDÉS PIJUAN
CONSIDERACIONES FINALES
Como puede apreciarse, más allá de lo que pudiese haber de cierto en las
palabras de los distintos interlocutores que participaban en el diálogo fiscal, lo
que resulta innegable es la existencia de un determinado discurso, utilizado
tanto por las autoridades municipales como por sus oponentes para justificar su
actuación y/o lograr sus objetivos políticos. Un discurso que, como hemos visto, estaba elaborado a partir de toda una serie de conceptos, de argumentos y
de estrategias discursivas que se articulaban básicamente en torno a la idea del
interés general de la universidad, contribuyendo de esta manera a reforzar una
conciencia colectiva de los vecinos así como las señas de identidad local.
En efecto, al igual que sucedía en otros ámbitos de la vida local, el «bien común» constituía el leitmotiv de los regidores de Cervera cuando se trataba de presentar su actuación al frente de la hacienda municipal, haciéndose un especial
hincapié en la necesidad de anteponer, siempre que fuera necesario, el provecho
de la universidad a los intereses de cualquier particular. Como hemos visto, formulada de distinta manera, esta conocida máxima se encontraba omnipresente
en el discurso oficial y, tal como sucede habitualmente en estos casos, era en situaciones de conflicto cuando más socorrida resultaba la reivindicación del interés general. Asimismo, también hemos podido comprobar cómo la legitimación
de la posición gubernamental muchas veces se acompañaba de una estrategia de
descrédito de la parte contraria. Una parte, esta última, que en ocasiones tiene
voz propia, aunque sea mediatizada, en la documentación oficial y que utiliza
argumentos prácticamente idénticos a los de su antagonista municipal.
Y es que, según las fuentes estudiadas, nadie dudaba de que la industriosa villa de Cervera se encontraba entre los núcleos urbanos más importantes de Cataluña, considerándose incluso como uno de los principales «miembros» de la Corona de Aragón. Las autoridades municipales tan solo se equiparaban con otros
lugares iguales o mayores del principado, y muy especialmente con las ciudades
de Barcelona y Lleida, que constituían su principal referente también por lo que
respecta a las finanzas municipales y a la fiscalidad. Como dichos lugares, Cervera tenía el orgullo de pertenecer realengo y sus regidores consideraban que siempre habían servido fielmente al monarca, hasta el punto de tener que endeudarse
por encima de sus posibilidades y de poner en peligro la integridad de la propia
universidad. Resultaba comprensible, por tanto, que algunas de las demandas
realizadas por la Corona fueran rechazadas por el depauperado municipio, amparándose en las más que merecidas libertades de la villa, en la indemnidad del real
patrimonio e, incluso, en el bien común de la totalidad del principado. Asimismo, y considerando las continuas sequías y epidemias con que Dios les castigaba
por sus pecados, también estaba perfectamente justificado que las autoridades
municipales apelaran a la compasión de sus acreedores y que, en casos de extrema necesidad, rompieran sus compromisos contractuales, anteponiendo el interés
general de la universidad al de cualquier particular.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 409-436, ISSN: 0018-2141
«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:...
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Precisamente, esta última era también la principal consigna que recibían
los regidores y demás oficios municipales al inicio de su cargo, cuando juraban
actuar diligente y lealmente en el ejercicio de sus funciones, buscando el provecho y el honor de la villa antes que el suyo propio o el de sus allegados. Como
hemos visto, para ocupar dichos cargos se confiaba en personas de suficiente
condición, capacitadas y dignas de confianza, que se comprometían a actuar de
forma prudente, sin ningún tipo de odio, rencor ni mala voluntad. Tal como
mostraba la experiencia, esta era la única manera de garantizar la óptima gestión de la hacienda municipal y el establecimiento de exacciones justas y razonables, que afectaran a todo el mundo por igual y que no supusieran ninguna
mengua para la comunidad. En este sentido, y siguiendo los dictados del
Evangelio, también se contemplaba la necesidad de compadecerse de los más
desvalidos así como la conveniencia de favorecer a los «hijos de la villa» que
pudiesen proporcionar algún beneficio a la «cosa pública». Todo ello, respetando escrupulosamente los privilegios, usos y costumbres inmemoriales de Cervera, y preservando el clima de tranquilidad y concordia necesario para el desarrollo (provecho y utilidad) de la población
Con el mismo propósito, cualquier cosa o persona que pudiera perturbar o
dañar la república debía ser rigurosamente combatida por las autoridades, tanto por las municipales como por las reales/señoriales. Resultaba inadmisible,
por tanto, que se malversasen los recursos del erario público o que se estableciesen impuestos inicuos, y tampoco podía tolerarse que ningún contribuyente,
fuera vecino o no, defraudara a la necesitada universidad. Quienes contravenían
las normas municipales, violaban sus libertades o alteraban el orden establecido
tan solo podían estar movidos por la inconciencia o por la mala fe (cuando no
por el mismísimo diablo) y ponían en peligro sus almas cada vez que se dejaban
llevar por la mentira, la envidia, la soberbia, la avaricia, la ira u otros sentimientos espurios. Este tipo de actitudes era especialmente graves cuando de
«hijos de la villa» se trataba y absolutamente intolerables en el caso de un regidor o de cualquier otro oficial municipal. Por tanto, y habida cuenta de la crítica situación por la que atravesaba el sufrido y diligente «pueblo» de Cervera,
no podía permitirse de ninguna manera que los cargos de responsabilidad fueran ocupados por personas indignas, depravadas o incapaces. Y por la misma
razón, cuando ello sucedía, era totalmente lícito acudir a la autoridad real superior y rebelarse contra el poder municipal.
A grandes rasgos, este es el tono del discurso político que puede entreverse en los distintos escenarios fiscales planteados en las páginas precedentes.
Como ya he apuntado, si no es recurriendo a las generalidades habituales en
estos casos, todavía no puede determinarse con exactitud cuáles fueron las
fuentes teóricas de las que bebieron los regidores de la villa para elaborarlo.
De todas formas, para concluir, no puedo resistirme a plantear una hipótesis
al respecto.
Durante los últimos años, diversos historiadores han destacado el papel de
las órdenes mendicantes, especialmente de los franciscanos, en la elaboración
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 409-436, ISSN: 0018-2141
434
PERE VERDÉS PIJUAN
del discurso político bajomedieval67. Y, en el caso de la Corona de Aragón, Paolo
Evangelisti ha sido el encargado de mostrar cómo el minoritismo autóctono (Arnau de Vilanova, Ramón Llull, Francesc Eiximenis, Mateo de Agrigento…) fue
capaz de articular todo un complejo sistema discursivo que, tomado como referencia la comunidad de fieles cristiana, contribuyó decisivamente a definir y reforzar la
identidad política en dicho territorio. Un sistema discursivo totalmente encardinado en las grandes doctrinas políticas de la época sobre el bonum commune y la utilitas
publica, e integrado por lexemas o categorías lingüísticas tales como la caridad, la
credibilidad, la confianza, la fidelidad, el honor, la competencia, la diligencia… así
como por los vicios contrarios. P. Evangelisti insiste especialmente en la idea de
que fue gracias a la labor franciscana que el mercader logró integrarse en la organización política bajomedieval, haciendo también especial hincapié (entre otras muchas cosas) en la gestión correcta (honrada, diligente, eficiente…) de los bienes
comunitarios como una de las principales obsesiones de la época68.
Pues bien, a la luz de lo que hemos visto y a falta de referentes teóricos más
evidentes, no resulta en absoluto descabellado pensar que los franciscanos y los
mendicantes, en general, seguramente tuvieron un importante papel (que no
exclusivo) en la construcción del discurso comunitario documentado en Cervera
durante el periodo bajomedieval69. En efecto, los puntos de contacto entre la
retórica descrita por Evangelisti y el lenguaje político utilizado en las fuentes
municipales saltan a la vista, y aunque (todavía) no pueda establecerse una
filiación precisa entre ambos discursos, el simple recurso a la bibliografía existente ya ofrece numerosos indicios que nos obligan a tomar en consideración
esta posibilidad70.
Así, por ejemplo, resulta innegable la importancia que para las autoridades
locales tuvieron las predicaciones realizadas periódicamente por franciscanos,
————
67 Véase, por ejemplo, el reciente trabajo (y la bibliografía adjunta) de TODESCHINI, G., «Le
bien commun de la civitas christiana dans la tradition textuelle franciscaine (XIIIe-XVe siècle)», en
BRESC, H., DAGHER, G. et VEAUVY, Ch., Politique et religion en Méditerranée (moyen âge et époque
contemporaine), Saint-Denis, Éditions Bouchène, págs. 265-303.
68 EVANGELISTI, P., I francescani e la costruzione di uno Stato. Linguaggi politici, valori identitari,
progetti di governo in area catalano-aragonese, Padova, Editrice Francescane, 2006. Del mismo autor,
véanse también una aproximación más sintética en EVANGELISTI, P., «Il valore di Cristo.
L’autocomprensione della comuntà politica in Francesc Eiximenis», Enrahonar, 42 (2009), págs. 65-90.
69 Sobre la estrecha relación existente entre los mendicantes y el gobierno municipal, véase
asimismo lo que se apunta para los casos de la ciudad de Barcelona o la villa de Puigcerdà: JASPERT,
N., «El Consell de Cent i les institucions eclesiástiques: cap a una visió comprensiva», Barcelona
Quaderns d’Història, 4 (2001), págs. 108-127 (esp. 119-120); WEBSTER, J., «Els franciscans i la
burgesia de Puigcerdà: la historia d’una aliança medieval», Anuario de Estudios Medievales, 26/1
(1996), pp. 89- 189.
70 En este sentido, cabe recordar que la filiación entre el discurso fiscal y las órdenes mendicantes
ya ha sido establecida, por ejemplo, para el caso francés por SCORDIA, L., «Le roi doit vivre du sien». La
théorie de l’impôt en France (XIIIe-Xve siècle), Paris, Institut d’Éstudes Augustiniennes, 2005, vid. índice
de nombres (ofm y op).
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«ATÈS QUE LA UTILITAT DE LA UNIVERSITAT DEU PRECEHIR LO SINGULAR»:...
435
dominicos y agustinos; las cuales —según las fuentes coetáneas— eran además
de gran «provecho» para las almas de los vecinos y contribuían al aumento (o
pérdida) de la reputación de la villa71. Asimismo, los inventarios de bienes hasta ahora publicados nos muestran la presencia habitual de obras escritas por
franciscanos como Ramón Llull o Francesc Eiximenis en los testamentos de la
oligarquía de la época72. En el caso de Cervera, tampoco puede olvidarse la
cercana presencia de la Universidad de Lleida, controlada académicamente por
franciscanos y dominicos, así como la estrecha relación mantenida con el municipio de dicha localidad73. Finalmente, y aunque pueda parecer anecdótico, no
quiero acabar sin recordar que la vida política de la villa estuvo siempre dominada por los intereses de aquella clase mercantil avalada por el franciscanismo,
los miembros de la cual acapararon los cargos municipales, logrando incluso
expulsar a nobles y juristas del consistorio durante gran parte del s. XV74.
Futuros estudios servirán para confirmar esta hipótesis e introducir nuevos
matices. De momento, sin embargo, lo único que parece seguro es, como ya he
dicho más arriba, la existencia de un elaborado discurso identitario que, (también) a través de las disputas fiscales, caló profundamente en la conciencia colectiva de los vecinos de Cervera. Probablemente, esta conciencia identitaria no
llevó a grabar la máxima «Utilitas publica privatae est semper preferenda» a la
entrada a la sala del Consejo, tal como sucedió coetáneamente en la ciudad
alemana de Colonia75. Pero sea como fuere, y a juzgar por las referencias do————
ACSG, FM, Consells, 1399, f. 91 r.; Consells, 1424, f. 84 r.; Consells, 1486, f. 3 r. Esto
explica por qué los regidores siempre procuraron contar con los predicadores más calificados y
porque, durante el s. XV, hallamos a figuras de la talla de Pere Rossell, San Vicent Ferrer, Joan
Basset o Mateo de Agrigento impartiendo su doctrina en Cervera. MIRÓ I BALDRICH, R., «Predicar
la Quaresma a Cervera als segles XV i XVI», en Estudis de llengua i literatura catalans / XXX.
Miscel·lània Germà Colom, 3, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1995, págs. 81-107
(esp. 94-97).
72 Las obras de estos autores aparecen, junto a otros «clásicos» de la doctrina política
(Aristóteles, Cicerón, S. Raimón de Peñafort, Bártolo de Sasoferrato, Nicolas de Lira, Jaume
Callís…) en los inventarios trascritos por DURAN I SANPERE, A., «Notícies de llibres en inventaris de
Cervera», Butlletí de la Biblioteca de Cataluña, 4 (1917), págs. 127-135; LLOBET I PORTELLA, J.M.,
«Llibres esmentats en alguns inventaris notarials cerverins del segle XV», Arxiu de Textos Catalans
Antics, 16 (1997), págs. 405-415; LLOBET I PORTELLA, J.M., «Notícies de llibres als documents de
Cervera», Arxiu de Textos Catalans Antics, 21 (2002), págs. 681-725.
73 Véase, por ejemplo, algunos ejemplos de la activa presencia de ambas órdenes en el ámbito
universitario bajomedieval en HEUSCH, C., «Institutions et culture : la formation des élites dans la
Catalogne médiévale», Conférence - Centre d'Études catalanes (Paris) France (2001),
http://halshs.archives-ouvertes.fr/halshs-00159181/fr/; BOADAS LLAVAT, A., «Joan Duns Escot i els
escotistes catalans», Enrahonar, 42 (2009), págs. 47-63.
74 Aunque se refiera al s. XIV, véase el estudio que realiza sobre el origen social de los
regidores de la villa TURULL RUBINAT, M., La configuració jurídica del municipi baix-medieval. Règim
municipal i fiscalitat a Cervera entre 1182-1430, Barcelona, Fundació Noguera, págs. 587-620.
75 SHILLING, «Identità repubblicane nell’europa», nota 16 (cf. GIEL, R., Politische Öffentlinchkeit
im spätmittelalterlich-frühneuzeitlichen Köln (1450-1550), Berlin, 1998, pág. 444).
71
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 409-436, ISSN: 0018-2141
436
PERE VERDÉS PIJUAN
cumentadas, lo cierto es que este aforismo sí que debía estar cincelado en las
mentes de muchos de los vecinos y resulta fundamental para entender cómo
pudo construirse una sólida identidad política en la villa a finales de la Edad
Media.
Recibido: 25-06-2010.
Aceptado: 29-10-2010.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 409-436, ISSN: 0018-2141
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 437-466, ISSN: 0018-2141
«PER SERVEY DE LA CORONA D´ARAGÓ». IDENTIDAD URBANA Y DISCURSO
POLÍTICO EN LA FRONTERA MERIDIONAL DEL REINO DE VALENCIA: ORIHUELA
EN LA CORONA DE ARAGÓN, SS. XIII-XV*
JUAN ANTONIO BARRIO BARRIO
Universidad de Alicante
RESUMEN:
Este artículo analiza los mecanismos de construcción de un discurso político y una identidad urbana en el observatorio de la ciudad de Orihuela a partir de su incorporación
a la Corona de Aragón en 1296 y la evolución de dichos fenómenos durante los siglos
XIV y XV. Planteamos un método de estudio que se puede aplicar a villas o ciudades
de tamaño medio y que evolucionaron en escenarios históricos o territoriales singulares.
En el caso de la ciudad de Orihuela, su evolución histórica entre 1243 y 1304, con el
cambio de soberanía política en tres momentos, la transformación de la villa primero en
capital de una demarcación territorial y después la recepción del título de ciudad en
1437, y su ubicación fronteriza y geoestratégica clave para los intereses de la Corona de
Aragón y del reino de Valencia propiciaron y estimularon en sus grupos dirigentes el
desarrollo de un discurso político y una identidad que remarcaban su posición fronteriza y la necesidad de sus servicios a la monarquía, la capitalidad sobre el territorio y la
aspiración secular a una diócesis propia, todo ello en un escenario que fue prioritario y
clave en las tensiones bélicas que se produjeron entre las dos grandes potencias peninsulares entre la segunda mitad del siglo XIII y el siglo XV, con hechos tan decisivos como
la guerra de los dos Pedros y la ubicación de una parte importante del esfuerzo militar
de las dos Coronas implicadas en las tierras del sur de Valencia.
PALABRAS CLAVE:
Edad Media. Corona de Aragón. Orihuela. Discurso.
Identidad. Memoria.
————
Juan Antonio Barrio Barrio es profesor titular de Historia Medieval de la Universidad de Alicante.
Dirección para correspondencia: Departamento de Historia Medieval, Historia Moderna y Ciencias y Técnicas
Historiográficas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Alicante, carretera de San Vicente del Raspeig
s/n, 03690-San Vicente del Raspeig, Alicante. Correo electrónico: ja.barrio@ua.es.
* El presente artículo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación «Fundamentos
de identidad política: la construcción de identidades políticas urbanas en la península ibérica en el
tránsito a la modernidad», HAR2009-08946.
JUAN ANTONIO BARRIO BARRIO
438
«TO SERVE THE CROWN OF ARAGÓN». URBAN IDENTITY AND POLITICAL DISCOURSE
IN THE KINGDOM OF VALENCIA´S SOUTHERN FRONTIER: ORIHUELA IN THE CROWN
OF ARAGON, 13TH-15TH CENTURIES.
ABSTRACT:
From the Orihuela Observation Group, this paper analyses the mechanisms behind
the political discourse and urban identity that developed in the city of Orihuela
following its incorporation into the Crown of Aragon in 1296, as well as the
evolution of these two phenomena during the 14th and 15th centuries. We used a
study method that can be applied to medium-sized towns and cities that evolved in
unique historic or territorial settings. The political development of Orihuela
between 1243 and 1304, which included three changes in political leadership,
together with the fact that it was named capital of a territorial demarcation,
granted city status in 1437 and converted into a key geostrategic and frontier
location for both the Crown of Aragon and the Kingdom of Valencia, led local
leaders to develop a political discourse and identity that emphasised the city’s
frontier position and the monarchy’s need for its services, its position as a territorial
capital and the secular aspirations for a diocese of its own. All of this occurred in a
pivotal area that played a key part in the bellicose tension that existed between the
Iberian Peninsula’s two main powers in the period spanning from the mid-13th to
the 15th century, and bore witness to such decisive events as the War of the Two
Peters and the concentration of significant military efforts by both Crowns in their
battle to win over the lands of southern Valencia.
KEY WORDS:
Middle Ages. Crown of Aragon. Orihuela. Discourse.
Identity. Memory.
FEREN HOMENATGE DE BOCA ET DE MANS AL DAMUNT DIT SENYOR REY EN
JACME. LA ARTICULACIÓN INICIAL DE LA IDENTIDAD URBANA Y EL DISCURSO
POLÍTICO
El proceso histórico1 de construcción del discurso político y la elaboración
de modelos de identidad política urbana en la Edad Media es un fenómeno
cada vez mejor conocido2. En las ciudades europeas se desarrollaron procesos de
creación de identidades propias y específicas desde los siglos centrales del medioevo y articuladas en torno a un discurso redactado y expresado desde y para
una sociedad3.
————
Las abreviaturas utilizadas son: AHN (Archivo Histórico Nacional); AHO (Archivo
Histórico de Orihuela); AMO (Archivo Municipal de Orihuela); ARV (Archivo del Reino de
Valencia); ACA (Archivo de la Corona de Aragón).
2
Una amplia bibliografía se puede consultar en NIETO SORIA, José Manuel, Orígenes de la
monarquía hispánica: propaganda y legitimación (ca. 1400-1520), Madrid, Dykinson, 1999, págs. 537-589.
3
GUGLIELMI, Nilda, «El discurso político en la ciudad medieval italiana (Siglos XIV-XV)»,
en GUIGLIELMI, Nilda y RUCQUOI, Adeline (coords.), El discurso político en la Edad Media. Le discours
politique au Moyen Age, Buenos Aires, CONICET-CNRS, 1995, pág. 54.
1
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 437-466, ISSN: 0018-2141
«PER SERVEY DE LA CORONA D´ARAGÓ». IDENTIDAD URBANA Y DISCURSO POLÍTICO...
439
El discurso actuó como una poderosa herramienta al servicio de los que gobiernan, que podían utilizar la oralidad4, la escritura y la imagen5 para articular
un mensaje en beneficio propio, sobre todo para justificar y legitimar el origen y
los fundamentos del poder ejercido6. En la creación del discurso, se utilizaban
técnicas novedosas que se habían incorporado en fechas recientes al bagaje intelectual de la Corona de Aragón, como el ius commune, el ars dictandi y el ars notariae, que fueron ejecutadas por los técnicos del derecho —canonistas—, y los
especialistas en la escritura —notarios—, que se pusieron al servicio de los agentes del poder en el territorio, la monarquía y el municipio. La identidad, por otra
parte, actúa como un instrumento que permite integrar tanto a los que ejercen el
poder como aquellos sobre los que se ejecuta la acción de gobierno, en un espacio
ideológico y simbólico común reconocible por todos, a través de unos referentes
discursivos comunes7. Es el espacio de la Christianitas8, común a toda la cristiandad occidental, y el de la Corona de Aragón, afín a los súbditos de la monarquía aragonesa, en el que se encuadran los vecinos de Orihuela.
Las cuatro formas de poder que garantizan la cohesión de una comunidad,
ideológica, económica, militar y política, a juicio de Michael Mann9, permiten
analizar las formas de organización social de la misma, según el predominio de
unas u otras10. Desde esta perspectiva, Lehtonen muestra el papel decisivo de la
————
4
Sobre la evolución del arte de la memoria anterior a la imprenta, Frances Yates enfatiza el
papel de las imágenes y la transformación que va a suponer la aparición del libro impreso, que hará
innecesarias esas enormes construcciones de la memoria atestadas de imágenes y destruirá hábitos
de la memoria de antigüedad milenaria. Echamos en falta en esta obra una consideración del rol
desempeñado por la introducción del papel en Occidente y la decisiva aportación de la creación de
los registros documentales, fenómenos desarrollados con anterioridad a la aparición de la imprenta
en Europa. YATES, Frances Amelie, El arte de la memoria, Madrid, Taurus, 1974.
5
Durante la Edad Media se forjaron fórmulas plurales y variadas de transmisión del mensaje
ideológico. CAMMAROSANO, Paolo, «Immagine visiva e propaganda nel Medioevo», en
CAMMAROSANO, Paolo, (ed.), I linguaggi della propaganda: studio di casi: medioevo, rivoluzione inglese,
Italia liberale, fascismo, resistenza, Milán, Modadori, 1991, pág. 8.
6
Son los mitos fundacionales y de legitimación que se encuentran en la base del poder
monárquico ejercido en diferentes zonas de Europa, Inglaterra, Francia, Corona de Aragón, etc.
FREEDMAN, Paul, Images of the Medieval Pesant, Stanford, Stanford University Press, 1999, págs.
105-130. Este legítimo ejercicio del poder justifica el dominio sobre tierras y hombres, y las
respectivas relaciones con súbditos, vasallos, siervos, etc.
7
Entendiendo la identidad como un proceso complejo nunca completado o finalizado y que
se desarrolla de forma dinámica en una construcción, tanto individual como comunitaria.
EVANGELISTI, Paolo, «Mercato e moneta nella costruzione francescana dell´identità politica. Il caso
catalano-aragonese», Reti Medievali Rivista, VII/1 (2006).
8
Para el concepto de Christianitas, vid. BARTLETT, Robert, La formación de Europa. Conquista,
colonización y cambio cultural, 950-1350, Valencia-Granada, Universitat de València-Universidad
Granada, 2003.
9
MANN, Michael, Las fuentes del poder social. Vol. I. Una historia del poder desde los comienzos hasta
1760 d.C., Madrid, Alianza Editorial, 1991, págs. 15, 27-28, 43-56.
10
En una explicación similar propuesta por Blockmans, se echa en falta la consideración del
papel de la categoría militar como componente esencial de toda forma de poder perdurable. Vid.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 437-466, ISSN: 0018-2141
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JUAN ANTONIO BARRIO BARRIO
escritura11, que permitió la evolución de los poderes ideológicos, económicos y
políticos, y que tuvo una influencia indirecta sobre el poder militar. En este
contexto ubica la reorganización del poder en Suecia, Finlandia y Estonia entre
los siglos XII y XIV a partir de la conversión al cristianismo y la introducción
de la escritura y el latín en estos espacios. Michael Mann también plantea que
el poder ideológico permite determinar la interpretación que la comunidad
hace de la realidad12. La conversión de los reinos nórdicos al cristianismo es
explicada13, de esta forma, como la victoria de una nueva interpretación de la
historia a través de los nuevos discursos de legitimación presentes en las crónicas dinásticas y otros documentos escritos14. Las conquistas del reino de Valencia y del reino de Murcia, y la posterior reorganización del poder en los mismos
se hizo en un contexto similar, ya que fue decisiva la cristianización del territorio y la introducción del lenguaje y las formas escriturarias latinas para la inmersión de territorios que habían formado parte de Dar-el-Islam desde el siglo
VIII, en los referentes ideológicos de la cristiandad occidental.
Las oligarquías urbanas utilizaron la herramienta del discurso político en su
relación con la monarquía. En la Corona de Aragón, el papel de gran potencia
mediterránea había obligado a la dinastía a la construcción de un discurso político propagandístico, que utilizaba las grandes crónicas15 para expresar la perpetuación de la memoria, la conciencia del linaje, los modelos de poder y su
representación a través de la utilización de las grandes celebraciones como las
ceremonias de coronación o los funerales de los soberanos16 y que fue emulado
————
BLOCKMANS, Wim, «La manipulation du consensus. Systèmes de pouvoir a la fin du Moyen-Age»,
en GENSINI, Sergio, (ed.), Principi e città alla fine del Medioevo, Roma, Pacini Editore, 1996, págs.
433-447.
11
Sobre el papel de la escritura en la evolución del conocimiento, vid. OLSON, David R., El
mundo sobre el papel. El impacto de la escritura y de la lectura en la estructura del conocimiento, Barcelona,
Gedisa, 1998. OLSON, David R. y TORRANCE, Nancy (comps.), Cultura escrita y oralidad, Barcelona,
Gedisa, 1998. PETRUCCI, Armando, Alfabetismo, escritura, sociedad, Barcelona, Gedisa, 1999.
12
MANN, Las fuentes del poder social. Vol. I.
13
LEHTONEN, Thomas, M.S., «Préliminaires. Colonisation et culture écrite: les sources du
pouvoir des élites au nord de la mer Baltique», en LEHTONEN, Thomas M.S. y MORNET, Élisabeth,
Les élites nordiques et L´Europe occidentale (XIIe-XVe siècle), París, Publications de la Sorbonne, 2007,
pág. 15.
14
En la Edad Media la memoria se convirtió en un recurso imprescindible, tanto en la oralidad
como sobre todo en las sociedades alfabetizadas que hacían un uso masivo de la escritura.
CARRUTHERS, Mary J., The Book of Memory. A Study of Memory in Medieval Culture, Cambridge,
Cambridge University Press, 1993.
15
CINGONALI, Stefano Maria, Historiografia, propaganda i comunicació al segle XIII: Bernat Desclot
i les dues redaccions de la seva crònica, Barcelona, Institut d´Estudis Catalans, 2006.
16
Vid. CORRAO, Pietro, «Celebrazione dinastica e costruzione del consenso nella Corona
d´Aragona», en CAMMAROSANO, Paolo, (ed.), Le forma della propaganda politica nel Due e nel Trecento,
Roma, École française de Rome, 1994, págs. 133-156. SABATÉ, Flocel, Lo Senyor Rei És Mort! Actitud
i Cerimònies dels municipis catalans Baix-Medievals Davant la Mort del Monarca, Lleida, Universitat de
Lleida, 1994.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 437-466, ISSN: 0018-2141
«PER SERVEY DE LA CORONA D´ARAGÓ». IDENTIDAD URBANA Y DISCURSO POLÍTICO...
441
por las ciudades y villas con sus propias ceremonias festivas, como en Valencia
con la celebración del 9 de octubre, a partir de 133817. Otro instrumento de
difusión de la ideología y la política real en la Corona de Aragón era el envío de
documentos y cartas a todas las ciudades del dominio de la Corona18, ya que los
textos eran leídos y expuestos en público19. Eran estos textos los que servían de
referente para la elaboración de un discurso político propio a los juristas y al
notariado local20, que ponían sus conocimientos técnicos al servicio de los grupos dirigentes de las ciudades de la Corona de Aragón. Los notarios de la Corte
conocían el Ars dictandi y el Ars notariae, por lo que, tras la supervisión
correspondiente del protonotario, eran capaces de producir documentos
elaborados sobre la base de la retórica y utilizando figuras literarias, o citas de
otros textos, como las sagradas escrituras, con el ánimo de no emplear fórmulas
repetitivas y ofrecer cierta originalidad en el estilo y el contenido de privilegios,
epístolas, provisiones, etc., promulgados por la cancillería regia21.
Las herramientas discursivas más utilizadas son la elocuencia verbal, la escritura, la representación iconográfica22 y la epigrafía23. También se articulaban
actuaciones políticas y diplomáticas que podían tener una cierta repercusión
pública mediante la promulgación de privilegios, ordenanzas, etc. Este dominio
del discurso que se extendía al mundo de las manifestaciones artísticas como
instrumento de poder24, de la fiesta y de la ceremonia pública se organizaba
————
17
Para el estudio del fenómeno del papel de las ceremonias cívicas en el reino de Valencia, vid.
NARBONA VIZCAÍNO, Rafael, Memorias de la Ciudad. Ceremonias, creencias y costumbres en la historia de
Valencia, Valencia, Ayuntamiento de Valencia, 2003.
18
BARRIO BARRIO, Juan Antonio, «Los privilegios reales. Centralización y transmisión de la política
real», en BARRIO BARRIO, J.A. (ed.), Los cimientos del Estado en la Edad Media. Cancillerías, notariado y
privilegios reales en la construcción del Estado en la Edad Media, Alcoy, Marfil, 2004, págs. 119-156.
19
CORRAO, «Celebrazione dinastica e costruzione del consenso», pág. 145.
20
Sobre la actividad de los notarios en la ciudad de Valencia, vid. CRUSELLES, Jose María, Els
notaris de la ciutat de València. Activitat profesional i comportament social a la primera mitad del segle XV,
Barcelona, Fundació Noguera, 1986.
21
BARREDA I EDO, Pere Enric, «Elements retòrics en les clàusules dels documents llatins de la
cancilleria real (Segles XIV-XV)», en Actes del VII Congrés de l´associació hispànica de literatura
medieval (Castelló de la Plana, 22-26 de setembre de 1997), vol. I, Castelló de la Plana, Universitat
Jaume I, 1999, págs. 305-319.
22
MANZI, Ofelia, «La expresión del poder en la iconografía de la ciudad», en GUIGLIELMI y
RUCQUOI, El discurso político en la Edad Media, págs. 169-187. En esta representación iconográfica
hay que incluir la sigilografía y la numismática. Una de las imágenes más comunes que representan
la autoridad municipal son los sellos. SAINT-DENIS, Alain, «L´apparition d´une identité urbaine
dans les villes de commune de France du Nord aux XIIe et XIIIe siècles», en BOONE, Marc y
STABEL, Peter, (eds.), Shaping Urban Identity in Late Medieval Europe, Leuve-Apeldoorn, Garant,
2000, págs. 65-66, n. 3 y 4.
23
MARCHIOLI, Nicoletta Giovè, «L´epigrafia comunale cittadina», en CAMMAROSANO, Le
forma della propaganda politica, págs. 263-286.
24
ORLANDONI, Bruno, «Le immagini del potere. Saggio iconografico», en TRANFAGLIA,
Nicola y FIRPO, Massimo (dirs.), La Storia. I grandi problemi dal Medioevo all´Età Contemporanea, vol.
2, Il Medioevo, 2. Popoli e strutture politiche, Torino, UTET, 1993, págs. 757-801.
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442
JUAN ANTONIO BARRIO BARRIO
con astucia para transmitir un mensaje político específico y para suscitar la
adhesión a una causa determinada25. En la ciudad de Orihuela todavía hoy son
visibles elementos iconográficos y artísticos que muestran con vehemencia la
adhesión inquebrantable del municipio medieval a la Corona de Aragón26.
Los sistemas discursivos de los municipios del sur del reino de Valencia
pueden ser estudiados a través de la iconografía y, sobre todo, la documentación
escrita conservada27, ya que las actas de las reuniones de los consejos municipales,
las ordenanzas promulgadas, las cartas y los memoriales remitidos a los diferentes interlocutores políticos son una herramienta de trabajo de primera línea para
conocer la construcción y la evolución del mensaje político de las elites gobernantes. En primer lugar, parece claro el papel desempeñado por la nueva clase de
notarios y juristas28 en la elaboración de un lenguaje jurídico y político sólido
tanto en sus argumentaciones como en el estilo utilizado. Se realizaba por parte
de los munícipes un esfuerzo significativo para elaborar documentos bien redactados, ordenam una bona scriptura recitant per aquella los caps, para lo que se recurría
a especialistas como el Síndico de la ciudad y los juristas más sobresalientes de la
localidad29. En 1449 el lugarteniente general del reino de Valencia, en carta remitida a las autoridades de Orihuela, respondía que, tras leer una misiva que le
habían remitido, se había sorprendido de vostre stil e orde en escriure30.
Vamos a centrar en el eje de nuestro análisis en el observatorio de la ciudad
de Orihuela31, una urbe fronteriza del sur del reino de Valencia, de tamaño
————
25
VERGER, Jacques, «Théorie politique et propagande politique», en CAMMAROSANO, Le forma
della propaganda politica, págs. 29-44.
26
Una selección de estas imágenes se pueden contemplar en MILLÁN, Jesús (coord.), Fronteras
e identidades en el sur valenciano, siglos XIII-XVI, Orihuela, Ayuntamiento de Orihuela, Concejalía de
Cultura, 2005.
27
La producción literaria ciudadana, de carácter municipal y laica es la base de la elaboración
de una memoria histórica, con una fuerte impronta de memoria política. BORDONE, Renato, Uno
stato d´animo. Memoria del tempo e comportamenti urbani nel mondo comunale italiano, Florencia, Firenze
University Press, 2002, pág. 6. El grupo dirigente se constituye en «clase política» que se interpone
entre la comunidad y las autoridades exteriores a la misma, forjando una memoria política que
reconoce y registra en la documentación esta posición. GRAVA, Yves, «La mémoire, une base de
l´organisation politique des communautés provençales au XIVe siècle», Temps, mémoire, tradition au
Moyen-Age, Aix-en-Provence, Université de Provence, 1983, pág. 77.
28
Sobre el papel de los juristas, vid. LATORRE, Angel, Derecho: Orígenes y transformación del
‘Corpus Iuris Civilis’, en DUBY, Georges, (Dir.), Los ideales del Mediterráneo. Historia, filosofía y
literatura en la cultura europea, Barcelona, Icaria, 1997, págs. 171-188.
29
En 1448 el Consell de Orihuela, agraviado por una provisión del lugarteniente general del
reino de Valencia, ordenó el envío de un mensajero que debía comparecer ante él con un memorial
detallando en capítulos los motivos de su queja, debiendo estar perfectamente redactado y esbozada
la argumentación. Para ello se nombraba una comisión encargada de la redacción del escrito,
presidida por el Justicia criminal y los jurados, y con el asesoramiento técnico del Síndico y los
juristas más destacados de la ciudad. AHO, Contestador, n.º 28, f. 41 r-v.
30
AHO, Contestador, n.º 28, f. 51v (1448, mayo, 18. Elche).
31
No hemos incluido en este artículo, por razones de espacio, cuestiones consideradas
fundamentales en la construcción de la identidad urbana como la configuración política, social,
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«PER SERVEY DE LA CORONA D´ARAGÓ». IDENTIDAD URBANA Y DISCURSO POLÍTICO...
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medio y con una población en torno a los diez mil habitantes32. Cada ciudad
define su propio perfil social en función de las actividades predominantes: la
religiosa, propia de las ciudades episcopales o de las ciudades-santuario; la
cultural, a través de centros de estudios y enseñanza; la de capitalidad política
o sede regia; la militar, que se hace presente, por ejemplo, en las ciudades de
frontera, etc.33. La ciudad de Orihuela responde a los dos últimos perfiles, por
su capitalidad y su posición fronteriza.
En 1296 una treintena de notables de Orihuela34 prestaban solemne juramento en la iglesia parroquial de San Salvador, futura sede Catedral, ante Jaime II. La protesta pública realizada ante el rey Justo adquiría una gran trascendencia. Era un cambio radical en la historia de Orihuela. Desde 1243 y en
virtud de lo acordado en el Tratado de Alcaraz, el reino de Murcia había quedado incorporado a la soberanía de la Corona castellano-leonesa. Pero fue a
————
económica, ritual y simbólica de los espacios de la ciudad. Para este tipo de análisis, vid. BOONE y
STABEL, Shaping Urban Identity. Asimismo hemos eliminado en la redacción final un epígrafe
dedicado a la identidad cívica de la comunidad. Sobre la identidad cívica y la identidad civil, vid.
SOLÓRZANO TELECHEA, Jesús Ángel, «Linaje, comunidad y poder: Desarrollo y consolidación de
identidades urbanas contrapuestas en la Castilla Bajomedieval», en Familia y Sociedad en la Edad
Media (Siglos XII-XV). Aragón en la Edad Media: sesiones de trabajo: Seminario de Historia Medieval,
Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2007, págs. 71-93.
32
BARRIO BARRIO, Juan Antonio, «Inmigración, movilidad y poblamiento urbano en un
territorio de frontera. La Gobernación de Orihuela a fines del medievo», Revista d´Història Medieval,
10 (2000), págs. 199-231.
33
RUIZ DE LA PEÑA SOLAR, Juan Ignacio, «Ciudades y sociedades urbanas en la España
Medieval (siglos XIII-XV)», en XXIX Semana de Estudios Medievales, Pamplona, Gobierno de
Navarra, 2003, pág. 22-23.
34
En este documento aparece el primer listado extenso de miembros del grupo dirigente en la
documentación histórica de la ciudad medieval de Orihuela. Estos listados exhaustivos de jurados y
consellers van ser una característica común del discurso político de numerosos municipios de la
Corona de Aragón. En los registros municipales se van a elaborar listas reiteradas y reiterativas de
jurados, consellers, insaculados, etc. Así lo ha puesto de manifiesto Rafael Narbona en un reciente
artículo, en el que se interroga sobre el valor que podían tener para los grupos urbanos «las extensas
y minuciosas actas notariales y su interés por dejar constancia pormenorizada del nombre del
miembros del Consell y de los cargos electos, aun desempeñando estos funciones de carácter
subsidiario». NARBONA VIZCAÍNO, Rafael, «Algunas reflexiones sobre la participación vecinal en el
gobierno de las ciudades de la Corona de Aragón (ss. XII-XV)», Res publica, 17 (2007), pág. 116. Se
producía la elaboración de una memoria política que recoge las acciones honorables de los miembros
de la oligarquía. Sobre la memoria política, vid. BORDONE, Uno stato d´animo, pág. 5. Pero también
conocemos la elaboración de listados de vecinos desterrados de la ciudad de Orihuela. Giulano
Milani ha analizado los registros de proscritos en Bolonia. Vid. MILANI, Giulano, «Il Governo delle
liste nel Comune di Bologna. Premesse e genesi di un libro di proscrizione duecentesco», Rivista
Storica Italiana, 108 (1996), págs. 149-229; y «La memoria dei rumores. I disordini bolognesi del
1274 nel ricordo delle prime generazioni: note preliminare», en DELLE DONNE, Roberto y ZORZI,
Andrea, Le Storie e la memorie. In onore di Arnold Esch, Florencia, Firenze University Press, 2002,
págs. 271-293.
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JUAN ANTONIO BARRIO BARRIO
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partir del fin de la revuelta de los mudéjares murcianos35 cuando arranca con
brío la historia cristiana de Orihuela. A partir de este momento, se inicia el
poblamiento cristiano de su urbe y territorio, utilizando la fórmula del repartimiento36 y la lenta organización institucional de la localidad, a través de la vía
del concejo y de la recepción de fueros castellanos.
Con este solemne e irrevocable juramento, se ponía fin de forma inopinada
y súbita a un recorrido histórico dentro de la Corona de Castilla. El tratado de
Almizra saltaba hecho añicos por los aires. Con el anhelado juramento prestado
ante Jaime II37 moría Almizra y se ponía la simiente de Torrellas. El orden político establecido entre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón en el siglo
XIII quedaba viejo y anquilosado y se iniciaba un nuevo tiempo, vital para el
equilibrio peninsular entre sus dos grandes potencias, la Corona de Castilla y la
Corona de Aragón.
Las consecuencias de la Sentencia Arbitral de Torellas de 1304 trascienden
con creces el ámbito de la Gobernación de Orihuela para proyectarse sobre el
reino de Valencia, la Corona de Aragón e incluso sobre el resto de la península
ibérica al convertirse con el paso del tiempo en la causa que permitió reabrir la
lucha por la hegemonía peninsular a mediados del siglo XIV cerrada en falso
en Almizra y en el propio Acuerdo de Torrellas, con la decisión de Pedro I de
intervenir en el mediodía de la Corona de Aragón para reincorporar estas tierras al reino de Murcia, provocando un grave conflicto bélico, la guerra de los
dos Pedros, que a la postre le costó la vida, propició la instauración de una
nueva dinastía en Castilla, los Trastámara, que años después también gobernarían en la Corona de Aragón, y generó, como en Francia e Inglaterra con la
Guerra de los Cien Años, la exacerbación de las identidades nacionales en los
territorios del sur del reino de Valencia, más afectados por la crueldad de los
efectos de la guerra sobre sus tierras y gentes38.
————
35
TORRES FONTES Juan. La reconquista del reino de Murcia en 1266 por Jaime I de Aragón,
Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1967.
36
Para conocer con detalle el desarrollo del proceso histórico del repartimiento de Orihuela,
vid. TORRES FONTES, Juan, Repartimiento de Orihuela, Murcia, Patronato Ángel García Rogel, 1988.
FERRER I MALLOL, M.ª T., «Repartiments de terres a Oriola després de la conquesta de Jaume II»,
en Acta historica et archaeologica Medievalia, 22, vol. 2, Homenatge al Dr. Manuel Riu i Riu, Barcelona,
Universitat de Barcelona, 1999-2001, págs. 509-535. BARRIO BARRIO, J.A., «Un repartimiento
inédito, el repartimiento de Orihuela de 1330», en TORO CEBALLOS, F. y RODRÍGUEZ MOLINA, J.
(coords.), VI Estudios de Frontera. Homenaje a Manuel González Jiménez, Jaén, Diputación Provincial de
Jaén, 2006, págs. 79-92.
37
Defendemos que la entrada de Jaime II en el reino de Murcia había sido pactada
previamente con las autoridades locales de villas del reino como Orihuela, en la misma línea
planteada por otros investigadores. FERRER I MALLOL, M.ª T. «Notes sobre la conquesta del regne
de Múrcia por Jaume II (1296-1304)», en Homenatge a la memòria del Prof. Emilio Sáez. Aplec
d´estudios del seus deixebles i col.laboradors, Barcelona, Universitat de Barcelona, 1989, págs. 27-44.
38
BARRIO BARRIO, Juan Antonio y CABEZUELO PLIEGO, José Vicente, «Las consecuencias de la
sentencia arbitral de Torrellas en la articulación del reino de Valencia», en NARBONA VÍZCAINO
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Tras la incorporación del reino de Murcia a la Corona de Aragón en 1296,
era el momento de iniciar la construcción de un discurso político nuevo. El
idioma oficial anterior, el castellano, quedaba deslegitimado y se convertía en
el vehículo de expresión del enemigo. Las palabras y los conceptos que todavía
flotaban en el aire, Castilla, Concejo, quedaban de repente obsoletos y la nueva
clase dirigente se aprestaba a sepultar en el olvido39. El propio Jaime II llegó a
utilizar el castellano para dirigirse a algunos municipios del reino de Murcia, en
los momentos previos a la conquista del mismo. Una carta remitida a las autoridades de la villa Guardamar en abril de 1296, está escrita en castellano40. Era
el liviano y rápido tránsito entre el viejo y el nuevo orden.
El recién instaurado discurso político de base castellana quedaba de inmediato arrumbado en la memoria histórica y la nueva cúpula dirigente urbana
territorial se debía aprestar en la elaboración de un nuevo discurso político,
acorde con la nueva era histórica que se iniciaba y la correspondiente memoria
histórica, ajustada a las directrices de la pertenencia a la Corona de Aragón
desde 1296 y al reino de Valencia desde 1304, y al papel providencial de los
linajes dirigentes en sus acciones, militares y de gobierno. Sabemos que el apellido de estas familias va a adquirir un importante papel para la forja de la
identidad de los grupos de poder41.
A tenor de lo expuesto por diversos especialistas, el origen catalán42 de algunos repobladores que colonizaron el territorio en el contexto de la represión de la
revuelta mudéjar llevada a cabo por Jaime I facilitó la conquista del reino de
Murcia por Jaime II. Hay que plantear la idea de que el origen catalán de algunos pobladores no es la única causa que permite explicar el paso de una soberanía
a otra, y hay factores a tener en cuenta como la presencia de la cercana y poderosa nobleza castellana, frente a la menos numerosa y más frágil de la Corona de
Aragón, el diferente modelo jurídico-institucional de la Corona de Aragón43 y la
————
Rafael, (coord.), La Mediterrània de la Corona d'Aragó, segles XIII-XVI. VII Centenari de la Sentència
Arbitral de Torrellas, 1304-2004, XVIII Congrés d'Història de la Corona d'Aragó, 9-14 setembre,
Valencia, Universitat de València, 2004, vol. 2, 2005, págs. 2061-2076.
39
No fueron olvidados los fueros y privilegios recibidos en época castellana, como veremos
más adelante.
40
ESTAL, J.M. del, El reino de Murcia bajo Aragón (1296-1305). Corpus documental I/1, Alicante,
Instituto de Estudios Juan Gil-Albert, 1985, doc. 9 (1296, abril, 29), págs. 120-121.
41
BARRIO BARRIO, Juan Antonio, «La articulación de una oligarquía fronteriza en el mediodía
valenciano. El patriciado de Orihuela. Siglos XIV-XV», Revista d´Història Medieval, 9 (1999), págs.
105-126. Sobre el papel de la onomástica y la heráldica en la forja de identidades de los grupos
dominantes, vid. BOVE, Boris, Dominer la ville. Prévôts des marchands et échevins parisiens de 1260 à
1350, París, CTHS, 2004, págs. 333-378.
42
GUINOT, Enric, Els fundadors del Regne de València. Repoblament, Antroponímia i llengua a la
València medieval, 2 vols., Valencia, Tres i Quatre, 1999. FERRER MALLOL, María Teresa, Entre la paz
y la guerra. La Corona Catalano-Aragonesa y Castilla en la Baja Edad Media, Barcelona, CSIC, 2005.
43
BARRIO BARRIO, Juan Antonio, «La introducción del término Uniuersitas en las
instituciones municipales del reino de Valencia», en NASCIMIENTO, Aires A. y ALBERTO, Paulo F.
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plataforma marítima que permitía orientar la producción agrícola al mercado
Mediterráneo44, algo que en Castilla resultaba inviable, etc. De hecho, uno de
los privilegios45 más importantes que disfrutó la villa de Orihuela era la exención de todo gravamen sobre el trigo que salía de Orihuela con destino a cualquier villa, ciudad o puerto de la Corona de Aragón. Fue otorgado por Jaime II
el mismo día que los oriolanos le prestaron juramento de fidelidad. En todo
caso, lo cierto es que esta población de origen catalán facilitaba la tarea de
acometer el desarrollo de una nueva burocracia administrativa, que se debía
comunicar con el nuevo soberano y su cancillería, utilizando el catalán y el latín46 de forma indistinta como herramienta de diálogo político-jurídicoadministrativo entre el nuevo monarca y sus nuevos súbditos47.
En el mismo documento del juramento de fidelidad prestado por los oriolanos a Jaime II, se ponían las bases de una nueva identidad urbana y un nuevo
discurso político. El documento ha sido redactado por el notario público de
Orihuela, Pere Liminyana, y está escrito en catalán. Todo el vocabulario es
nuevo, pero aparece perfectamente integrado en el orden político que se acaba
de instaurar. Los cargos que presiden el acto son los jurados y responden al
organigrama político propio de la Corona de Aragón e idéntico al vigente en la
capital del reino de Valencia. El acto queda reflejado como una reunión del
Consell de la villa, que era la base del municipio en la Corona de Aragón y fue
celebrado en el lugar más solemne y sagrado de la localidad, la iglesia parro————
(coords.), IV Congreso Internacional de Latim Medieval Hispânico, Lisboa, Centro de Estudos Clássicos,
2006, págs. 191-201. Corrao ha puesto de manifiesto la importancia que tuvo en el sur de Italia el
modelo urbano de la Universitas y las ventajas que para los centros urbanos suponía incorporarse al
espacio público de la monarquía aragonesa, a su red urbana y a los circuitos de poder y de influencia
del ámbito de la Corona de Aragón. CORRAO, Pietro, «La difficile identità delle città siciliane», en
CHITTOLINI, Giorgio y JOHANEK, Peter, (edits.), Aspetti e componenti dell´identità urbana in Italia e in
Germania (secoli XIV-XVI), Bolonia-Berlín, Il Mulino-Duncker & Humblot, 2003, pág. 105.
44
BARRIO BARRIO, Juan Antonio, «La producción, el consumo y la especulación de los cereales
en una ciudad de frontera, Orihuela, ss. XIII-XV», en ARÍZAGA BOLUMBURU, Beatriz, SOLÓRZANO
TELECHEA, Jesús Ángel, (Ed.). Alimentar la ciudad en la Edad Media, Logroño, Instituto de Estudios
Riojanos, 2009, págs. 59-86.
45
Corrao considera la codificación normativa de los privilegios, leyes y costumbres de una
ciudad, uno de los elementos más importantes de la identidad ciudadana. CORRAO, «La difficile
identità delle città siciliane», pág. 108.
46
El oriolano Lope d´Espejo, autor de la obra Summa dei re di Napoli e Sicilia e dei re
d´Aragona, estudió en su ciudad natal hasta los catorce años, adquiriendo en palabras suyas, una
gran desenvoltura y elegancia en la composición de versos latinos, siendo su lengua materna el
catalán. SPECHIO, Lope, Summa dei re di Napoli e Sicilia e dei re d´Aragona, edición crítica a cargo de
COMPAGNA, Ana Maria y CAPANO, Perrone, Napoli, Liguori, 1990, pág. 15.
47
El castellano fue el único idioma utilizado en la documentación que recibió Orihuela de la
monarquía castellana, debido a la imposición del castellano como única lengua oficial de la
cancillería durante el reinado de Alfonso X. Mientras que en la época que Orihuela permaneció en
la Corona de Aragón, el catalán y el latín se utilizaron de forma indistinta como los idiomas oficiales
empleados en la cancillería Real y en la cancillería municipal de Orihuela.
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quial de San Salvador. Asimismo, la cúpula dirigente se presenta ante su nuevo
rey, organizada como comunidad jurídica, como Universitas48.
La capital de la Gobernación de Orihuela tendrá en la frontera y en su pertenencia a la Corona de Aragón, así como en su autonomía y su capitalidad
política, su esencia de ser, y buena parte de los esfuerzos políticos y diplomáticos se dirigirán a mantener y preservar esta posición dentro de la Corona de
Aragón, sobre todo, a partir de su incorporación al reino de Valencia en 1304,
frente a las fuertes presiones que recibirá para limitar su autonomía municipal
y su capacidad de actuación política, de los jurados de Valencia49 que, frente al
resto de ciudades y villas del reino, presentarán a su urbe como madre protectora y benefactora de todos los habitantes del reino50.
Para Corrao, en Sicilia esta autonomía política se fundamentaba en la costumbre, los privilegios, la fiscalidad local e instituciones electivas, que formaban el núcleo de la identidad ciudadana, que permitía ejercer un control sobre
el territorio, frente a las aristocracias feudales51. El grupo dirigente de la ciudad
de Orihuela fue forjando una identidad urbana similar y en un contexto histórico común al de las urbes sicilianas, ya que su incorporación a la Corona de
Aragón se realizó también a finales del siglo XIII.
Mientras que la lucha por su preeminencia religiosa, a través de la reivindicación de una sede episcopal propia, será otro pilar del discurso político del
grupo dominante. Conceptos nuevos como Christianitas, Universitas, Corona de
Aragón, frontera o nación se irán anclando en el discurso político de los centros
urbanos del sur del reino de Valencia e irán forjando un discurso y una identidad política singular, dentro del escenario urbano de la Corona de Aragón.
————
48
Vamos a tener en consideración en este trabajo la acepción de Universitas como una
colectividad política. NIERMEYER, J.F., Mediae Latinitatis Lexicon Minus, Leiden, 1976, III, pág.
1051. Para una explicación detallada del vocablo Universitas, vid. MICHAUD-QUANTIN, Pierre,
Universitas. Expressions du mouvement communautaire dans le Moyen-Age Latin, Paris, Libraire
Philosophique J. Vrin, 1970.
49
Las tensiones entre las ciudades «privilegiadas» bajo el dominio de un mismo soberano fue
un fenómeno característico de las ciudades de la Corona de Aragón. La relación que mantenía la
monarquía con sus ciudades, a través de la concesión de privilegios reales, creó una legislación local
muy variada y numerosos centros de poder local «privilegiados». Era un sistema político que tenía
en las ciudades y sus oligarquías ciudadanas uno de sus polos de poder, y en la multiplicación de los
privilegios ciudadanos concedidos, el reforzamiento de las relaciones políticas entre la monarquía y
las ciudades. CORRAO, «La difficile identità della città siciliane», págs. 100-101 y 103.
50
RUBIO VELA, Agustín, «Valencia: la conciencia de capitalidad y su expresión retórica en la
prosa municipal cuatrocentista», Historia Medieval. Anales de la Universidad de Alicante, 13 (20002002), págs. 6-63.
51
CORRAO, «La difficile identità della città siciliane», págs. 102.
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ORIOLA SEMPER IN NOSTRO ET NOSTRORUM DOMINIO REMANERE.
IDENTIFICACIÓN CON LA CORONA DE ARAGÓN
LA
PLENA
El mismo día que los oriolanos prestaban juramento de fidelidad a su nuevo
rey, Jaime II, recibían sendos privilegios del monarca, que sancionaban la pertenencia de la villa a la Corona de Aragón y el compromiso regio de no separar
jamás a la urbe del patrimonio real:
...affectantes villam et castrum de Oriola semper in nostro et nostrorum dominium remanere et etiam retinere, conuenimus et bona fide promittimus per
nos et omnes successores nostros vobis universis et singulis hominibus de Oriola
et terminorum eius presentibus et futuris quod nunquam casu aliquo separabimus villam et castrum de Oriola nec separari faciemus, consentiemus aut permittemus a Corona Regni Aragonie et dominio nostro...52.
A partir de esta fecha, cada nuevo monarca debía comprometerse al principio de su reinado a no enajenar del patrimonio real a cada una de estas villas
reales. A pesar de estos compromisos reiterados de los monarcas aragoneses,
Alfonso IV el Benigno cedió importantes villas como Orihuela y Alicante a su
hijo el Infante don Fernando. Esta acción demostraba que, por encima de los
intereses de las oligarquías urbanas, predominaba la voluntad regia y las necesidades políticas y financieras de la Corona. Villas como Guardamar, Monforte
o Murvedre (Sagunto) perdieron su autonomía jurídica y política, y pasaron a
depender de Orihuela, Alicante y Valencia respectivamente tras la guerra de
los dos Pedros en el siglo XIV. La villa de Elche perteneció durante la mayor
parte de la Edad Media a diferentes señores, miembros de la familia real e incluso a la propia ciudad de Barcelona.
Por ello era crucial para las oligarquías urbanas mantener su independencia
política y la vigencia plena de los privilegios reales que habían ido recibiendo
de diferentes monarcas. Este tipo de privilegios constituía la esencia de la autonomía urbana53 de las ciudades valencianas de realengo54.
La Gobernación de Orihuela es una demarcación territorial singular en muchos aspectos. La primera característica es su posición fronteriza entre reinos, e
incluso podemos decir entre Estados y civilizaciones, ya que fue frontera del
reino de Valencia con el reino de Murcia, a partir de 1304, pero asimismo la
marca que separaba en su límite meridional a la Corona de Aragón con la Corona Castellano-Leonesa y hasta 1492 estuvo situada en el espacio fronterizo
que en Europa delimitaba la cristiandad occidental del Islam. La segunda peculiaridad es que en el corto periodo de tiempo que transcurre entre 1243 y 1304
————
52
ESTAL, J.M. del, El reino de Murcia bajo Aragón, doc. 20 (1296, mayo, 11), pág. 134.
Max Weber consideraba que «la ciudad de verdad autónoma solo se encuentra en
Occidente». WEBER, M., La Ciudad, Madrid, La Piqueta, 1987, pág. 23.
54
Por ello eran custodiados celosamente en los respectivos archivos municipales urbanos.
53
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cambió de dominio político en tres ocasiones. En 1243 y merced al Tratado de
Alcaraz, villas como Orihuela, Alicante o Elche dejaban de pertenecer a Daral-Islam y se incorporaban dentro del reino de Murcia a la Corona CastellanoLeonesa en el ámbito de la cristiandad occidental. Un año después el tratado de
Almizra, ratificaba y confirmaba dicha adscripción política. En 1296 Jaime II
anexiona el reino de Murcia a la Corona de Aragón, por lo que la villa de Orihuela sigue perteneciendo al reino de Murcia, pero pasa a depender de un nuevo rey, Jaime II, soberano de los diferentes condados y reinos que conformaban
la Corona de Aragón. En 1304 el tratado de Torrellas, una decisión salomónica
acordada entre la Corona de Castilla y la Corona de Aragón, dividía el reino de
Murcia en dos zonas utilizando el río de Segura como mojón delimitador entre
ambos espacios. Para las localidades que seguían vinculadas al reino de Murcia,
como la propia capital, suponía un retorno a la situación anterior a la conquista
de Jaime II en 1296. El cambio más profundo se va a producir en aquellas tierras que en razón de lo acordado por el tribunal presidido por el rey de Portugal don Dionís y reunidos en la aldea aragonesa de Torrellas, quedaron desgajadas del reino de Murcia y siguieron perteneciendo a la Corona de Aragón, eso
sí, a partir de Torrellas, bajo la legalidad jurídica que suponía la aceptación de
la monarquía castellana de la nueva reordenación territorial.
Se iniciaba la tercera etapa para las tierras situadas en la frontera meridional
peninsular de la Corona de Aragón. Cuando en 1296 los prohombres de la villa de
Orihuela habían prestado solemne juramento de lealtad al rey Jaime II, lo habían
hecho dentro de un marco político concreto, dentro del reino de Murcia. Lo acordado en Torrellas modificaba sustancialmente la situación anterior. Estos prohombres seguían siendo súbditos del mismo monarca, Jaime II, seguían perteneciendo
a los dominios de dicho soberano dentro de la Corona de Aragón, pero quedaban
en una situación de acefalía política, al quedar fuera de un marco regnícola, el propio de la organización administrativa de los reinos hispánicos y el que desde la
creación del reino de Aragón se había difundido en todos los territorios conquistados por los monarcas aragoneses, como Mallorca o Valencia, por ejemplo.
Fue en estos cruciales y decisivos momentos de sucesivos cambios de dominación política cuando surge la necesidad y la oportunidad para la clase dirigente
de la villa de Orihuela de articular un discurso político que les permita aprovecharse y sacar partido de su peculiaridad geo-histórica. Los ejes esenciales del
discurso político, serán el orgullo de pertenencia a la Corona de Aragón y la
reiteración de la fidelidad a la monarquía. Para Corrao, el primer elemento identitario de los centros urbanos sicilianos era la pertenencia al dominio regio55.
Al mismo tiempo, se defenderán las peculiaridades históricas de la villa, por
un lado, su herencia islámica a partir de un legado que se va a mantener56, so————
55
CORRAO, «La difficile identità delle città siciliane», pág. 105.
Va a aparecer una expresión característica en la documentación para aludir a esta situación.
«Como en tiempo de moros», va a indicar en diferentes cuestiones referidas a la organización del
56
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bre todo en lo referente a la tecnología hidráulica y a la organización jurídica
del regadío y, por el otro, preservar los privilegios y mercedes recibidos en la
época de dominación castellana y los decisivos que recibió de Jaime II en la
etapa en que Orihuela permaneció en el reino de Murcia57.
Tras la anómala situación creada tras el Tratado de Torrellas, el primer esfuerzo de los oriolanos se encaminó a alcanzar la construcción de un reino propio, algo muy difícil de conseguir, pero que permitía plantear una dura negociación con la Corona en lo que podemos denominar la reconfiguración del
pacto político inicial, rubricado en el juramento de 1296. Frente a la pretensión desorbitada de los oriolanos de disponer de un reino propio, el rey optó de
nuevo por una solución salomónica. No claudicó ante las exigencias que le realizaban, pero supo encontrar un término medio, ofreciendo la incorporación al
reino de Valencia, que quedó consolidada y confirmada en 1308 con la recepción formal de los fueros de Valencia, pero creando para dichas tierras, a cambio, una nueva demarcación con capital en la villa de Orihuela, la procuración
de Orihuela, convertida después con Pedro IV en Gobernación de Orihuela. Se
constituía, por tanto, una demarcación político-administrativa, que si bien pasaba a pertenecer al reino de Valencia, lo hacía con un alto nivel de autonomía
de la capital del reino, ya que dispondría de su propio Gobernador General, su
propio Baile General, etc. Es decir, se sustentaba sobre una estructura administrativa regia, equiparable en importancia y competencias a la existencia en la
capital del reino, aunque con una esfera territorial de actuación más reducida.
La demarcación eclesiástica va a jugar también un papel determinante en la
construcción del discurso político, específico de la Gobernación de Orihuela.
Durante los años en que la villa de Orihuela perteneció al reino de Murcia, la
dependencia eclesiástica al Obispado de Cartagena-Murcia no planteaba ningún problema a los vecinos de la villa de Orihuela. Pero tras la sentencia de
Torrellas, la villa de Orihuela quedó de forma definitiva incorporada a la Corona de Aragón, mientras que el reino de Murcia quedaba también vinculado de
forma perpetua a la Corona de Castilla, pero no se producía una modificación
————
riego, las veredas, etc., que se mantenía igual que en la época de dominación musulmana. La
expresión «el tiempo de los moros» equivalía también a reconocer la validez sobre determinados
derechos sobre el agua. GLICK, Thomas F., Paisajes de conquista. Cambio cultural y geográfico en la
España medieval, Valencia, Universitat de València, 2007, pág. 177.
57
El decisivo privilegio de 1296 que permitía la extracción de trigo de Orihuela, libre de
impuestos y con destino a cualquier puerto de la Corona de Aragón entró en clara contradicción con
los privilegios que disfrutaba la ciudad de Valencia, como capital del reino de Valencia y que
afectaron a la villa de Orihuela a partir de su incorporación al reino valentino. Pese a ello, las
autoridades oriolanas defenderán con tesón la vigencia de este privilegio durante toda la Edad
Media, en una tenaz pugna mantenida entre las autoridades locales de Orihuela y sus homónimos
de Valencia. Sobre esta cuestión, vid. RUBIO VELA, Agustín, «Valencia y el control de la producción
cerealista del reino en la Baja Edad Media. Orígenes y planteamientos de un conflicto», Aragón en la
Edad Media. Demografía y Sociedad en la España bajomedieval. Seminario Historia Medieval, Zaragoza,
Universidad de Zaragoza, 2003, págs. 38-40.
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en la adscripción eclesiástica de las parroquias de las localidades que ahora conformarían la procuración de Orihuela. A partir de este momento, las tensiones
de las villas de la Gobernación de Orihuela con el obispado van a ser constantes y se van a convertir en uno de los referentes temáticos recurrentes en el
discurso político de los grupos dirigentes urbanos.
Estos tres principales argumentos, posición territorial fronteriza y necesidad
de un esfuerzo bélico continuo, peculiaridad geo-histórica como demarcación
territorial singular y la posición de secular enfrentamiento con el obispado58,
marcan el eje de un discurso político, en cuya armazón retórica se incorporarán
elementos como la feracidad productiva de su huerta.
Todas estas cuestiones confluyen en una estrategia que la oligarquía oriolana manejará entre la prudencia, la capacidad de negociación o pacto y la osadía
más descarnada, con un objetivo principal, conseguir las mayores ventajas económicas, políticas y sociales para los linajes dominantes y, por extensión, para
todos los vecinos del término. Para ello se reforzará la lealtad a la monarquía a
la Corona de Aragón, a todos los símbolos propios de la Corona, iconografía,
lengua, cultura, religiosidad, etc. Todo ello con una estimulación en paralelo y
una retroalimentación a través de la insistencia en el enfrentamiento con el
rival castellano, con la creación de un imaginario propio, asociado a contextos
bélicos fronteros, tensiones eclesiásticas, banderías nobiliarias, etc. Los rivales
serán los castellanos en general, los de la nación castellana y los murcianos en
particular, el Adelantado del reino de Murcia, la ciudad de Murcia, el propio
reino de Murcia y el Obispo de Murcia, en un discurso que se retroalimenta de
la elaboración que el «otro» hace a su vez de su propio discurso, al otro lado de
la frontera59.
El mensaje político se sustenta en el arte de la retórica60 que va a ser puesto
al servicio de la clase gobernante, servido con puño de hierro o guante de seda,
al socaire de las circunstancias y las necesidades de cada momento. Esta retórica y el ars dictandi lo van a aprender los notarios oriolanos a través de los modelos retóricos que van a encontrar en la documentación de cancillería recibida en
————
58
Podemos plantear una posible disfunción identitaria, frecuente en las ciudades italianas, que en
su identidad urbanística tenían en su catedral uno de los elementos identificativos del paisaje urbano,
dedicando dispendios del erario público en sus obras. CORRAO, «La difficile identità della città
siciliane», pág. 120. Este elemento identificado entre identidad urbana y catedral no estuvo presente
en ciudades como Orihuela, que carecían de catedral y que estaban vinculadas a una diócesis ubicada
en un reino extranjero. Siendo frecuentes las protestas del grupo dirigente por los impuestos que tenían
que pagar y que se destinaban a la reparación y mejora del edificio de la catedral ubicada en la ciudad
de Murcia. En este caso, el edificio catedralicio actuaba como resorte de rechazo, concentrando la
identificación edilicia religiosa, en la principal parroquia de la ciudad, que en Orihuela era la Parroquia
del Salvador, futura sede de la Catedral de Orihuela en el siglo XVI.
59
JIMÉNEZ ALCÁZAR, Juan Francisco, «El regno de Murçia que yo gané del rey de Aragón»,
monográfico Vivir en el Alicante Medieval, Canelobre, 52 (2007), págs. 176-191.
60
ARTIFONI, Enrico, «Retorica e organizzazione del linguaggio politico nel Duecento
italiano», en CAMMAROSANO, Le forma della propaganda politica, págs. 157-182.
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las oficinas del palacio municipal de Orihuela y de los que van a extraer con
rapidez los modelos y enseñanzas necesarias para sus propios escritos. Estos
documentos redactados por los notarios de la corte real de la cancillería de la
Corona de Aragón van a ser la fuente de inspiración para el desarrollo de la
lengua catalana en la Baja Edad Media, en todas sus vertientes, cancillería municipal, notariado urbano, literatura, etc. Era una koiné lingüística que, con una
grafía propia y utilizando un lenguaje retórico, político y literario común, facilitaba la integración ideológica e intelectual de las clases dirigentes urbanas del
sur del reino de Valencia en la Corona de Aragón.
Las oligarquías dirigentes van a reiterar de forma constante el papel «militar» fundamental que desempeñaban, recordando en todo momento los sacrificios realizados al servicio de la Corona de Aragón, como en un memorial de
1449 enviado al rey en el que las autoridades de Orihuela invocaban los esfuerzos y padecimientos soportados por sus antepasados para poder obtener los
privilegios reales, poniendo como ejemplo un relato épico situado en la guerra de
los dos Pedros, en el que narraban cómo de siete mil combatientes que se encontraban en la ciudad de Orihuela asediados durante gran tiempo, tanto por el rey
don Pedro de Castilla como por el infante de Granada, quedaron solo quinientos
supervivientes, en una situación de tan grave penuria que de pura hambre no
encontraron nada para comer ni bestias ni otras cosas, teniendo que comer carne
de hombre, actuación que consideraban inhumana, «per que nos lig del setge de
jherusalem a ença vasallas per senyor aver fet tant grans serveys e pesats tals
martiris e congoxes com los d´Oriola an fet per servey de la Corona d´Arago»61.
Este tipo de expresiones que, por otra parte, son frecuentes en la documentación
oriolana del siglo XV, muestra la necesidad de una afirmación ritual de su identidad colectiva, apelando a expedientes como la búsqueda de una herencia ancestral y la celebración y reivindicación de un pasado mítico en nombre de la historia de su ciudad, recurriendo como en el ejemplo anterior a grandes episodios de
la Historia, como el asedio de Jerusalén62. Es una referencia clara a la Historia
de Orihuela, escrita en el siglo XV, época en la que el estudio del pasado se
convirtió en un medio para expresar, canalizar y desarrollar el sentimiento de
conciencia nacional y la inquebrantable lealtad a la Corona de Aragón63.
————
61
AHO, Contestador, n.º 28, ff. 66v. (1449, mayo, 22).
Pedro IV utilizaba en sus discursos el ejemplo del asedio que sufrió Jerusalén, durante el
reinado del rey de Judá, Ezequías, que fue atacado por Senaquerib, rey de Asiria. Pedro IV
interpretaba la salvación de Jerusalén gracias a las disposiciones de su rey y a la gracia de Dios.
CAWSEY, Suzanne F., Reialesa i propaganda. L´eloqüència reial i la Corona d´Aragó, c. 1200-1450,
Valencia, Universitat de València, 2008, págs. 102-103. En el discurso de las autoridades oriolanas,
podemos interpretar este recuerdo al asedio de Jerusalén, como una alusión a las buenas
disposiciones, tanto de los gobernantes oriolanos como de los reyes de la Corona de Aragón.
63
Ernest Renan, en su definición de nación, decía «Una nación es, por tanto, una gran
comunidad solidaria, sostenida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y de los
sacrificios que aún se está dispuesto a hacer». El grupo dirigente de Orihuela utilizaba este criterio
62
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ATORGAT PER UTILITAT E BON STAMENT DE LA COSA PÚBLICA D’AQUEXA VILA
QUI ÉS SITUADA EN FRONTERA DE CASTELLA E DE MOROS. LA IDENTIDAD Y EL
DISCURSO SOBRE LA FRONTERA
En el sur del reino de Valencia en la Baja Edad Media, la frontera fue uno
de los elementos más característicos en la organización social del espacio, por el
peligro exterior de la amenaza granadina y la presión castellana. Además, para
las localidades con población mayoritaria cristiana, la inquietud que provocaba
la frontera interior por la presencia de las comunidades mudéjares en los señoríos de la Gobernación representaba un argumento ideológico de peso para
sustentar y reforzar la consolidación de oligarquías locales armadas y militarizadas64.
El desarrollo de la frontera medieval peninsular a partir del siglo XIII es la
consecuencia de la consolidación de dominios territoriales llevado a cabo por las
potencias implicadas, Corona de Castilla-León, Corona de Aragón y reino Nazarí de Granada. El establecimiento de una línea fronteriza suponía la aceptación y reconocimiento mutuo de cada una de las partes de dicho contorno fronterizo y el asumir un statu quo territorial a partir de un determinado momento.
Torres Delgado plantea el establecimiento de la frontera nazarí como fenómeno paralelo a la creación del Estado granadino y llevado a cabo desde
1246 hasta 1260, fecha en que, a su juicio, queda realmente establecida la
frontera del reino nazarí de Granada65. Acción que lleva pareja la creación de
una frontera similar en territorio castellano, a la vez que entre castellanos y
aragoneses se ha fijado desde el Tratado de Almizra una primera frontera. La
primera consecuencia es la creación de la frontera, que será estable pero no
inamovible. Torres Delgado, en esta línea, ha elaborado una interesante cronología que muestra la evolución de la frontera nazarí granadina desde su primera fase de establecimiento (1246-1260), hasta su desaparición en 149266.
La historiografía que se ha ocupado del estudio de las identidades nacionales, territoriales y fronterizas ha desdeñado o minusvalorado la posición de los
reinos medievales ante la toma de conciencia en cada una de estas cuestiones.
Se ha objetado que la identidad nacional surgió con claridad a partir del siglo
XIX, sobre la base de principios como la precisa y definida territorialidad y las
fronteras de una nación67, o a través de los postulados de Anderson, que afirmaba que gracias a los modernos y eficaces sistemas de comunicación, verbi————
para cimentar la unidad de la comunidad en el contexto de una comunidad más amplia, la Corona
de Aragón. Cit. en SCHULZE, Hagen, Estado y nación en Europa, Barcelona, Crítica, 1997, pág. 87.
64
El uso de armas se considera un elemento distintivo respecto al mundo rural y uno de los
signos distintivos de la libertad ciudadana. BORDONE, Uno stato d´animo, pág. 9.
65
TORRES DELGADO, Cristóbal, «El territorio y la economía», en Historia de España Menéndez
Pidal, Madrid, Espasa Calpe, tomo VIII, pág. 509.
66
TORRES DELGADO, «El territorio y la economía», págs. 509-511.
67
HERMET, Guy, Histoire des nations et du nationalisme en Europe, Paris, Seuil, 1996.
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gracia la producción impresa masiva, se facilitaba la homogeneización cultural
e ideológica de una nación68. Hermet argumenta que es difícil documentar la
conciencia colectiva de las poblaciones medievales, privadas de acceso a la escritura y prácticamente sin contacto los unos con los otros69. Estas aseveraciones
parten, una vez más, de un profundo desconocimiento de la documentación y
la sociedad medieval. Los archivos locales de los municipios europeos conservan
miles de testimonios que permiten reconstruir los sistemas identitarios de los
dirigentes urbanos de las villas y ciudades europeas al menos desde el siglo
XIII. Por otra parte, el pretendido analfabetismo de toda la sociedad medieval
debería empezar a ser cuestionado, ya que además de la gente que podía llegar
a leer, el resto de los habitantes de las ciudades eran informados de forma puntual de las disposiciones normativas o de otras noticias a través de la transmisión oral de la información. La supuesta falta de contacto de unos con otros es
otro tópico falso sobre la Edad Media. El apogeo del mundo urbano a partir del
siglo XI y el desarrollo de rutas de peregrinación como el camino de Santiago
convirtieron a los europeos en una sociedad viajera y comunicada. Los caballeros-guerreros, los comerciantes, los marinos, los artesanos o los mensajeros de las
ciudades se desplazaban de unos lugares a otros en el desempeño de su actividad
y se ponían en contacto con gentes que vivían en lugares alejados, con los que
intercambiaban conocimientos, ideas, tecnologías, etc.70. En este sentido, fue
decisiva la difusión del papel como material escriturario y el potente desarrollo
de la relación epistolar entre ciudadanos a nivel privado y entre los diversos centros de poder a nivel público. Como colofón a estas relaciones epistolares en los
siglos finales de la Edad Media se produjo el origen de las relaciones diplomáticas
entre los diferentes centros de poder, con el envío de sus mensajeros o embajadores que permitían poner en contacto ideas y corrientes de pensamiento entre
unas ciudades y otras, sin olvidar el papel de las cortes y parlamentos medievales,
que también favorecieron estos intensos contactos entre los representantes de las
oligarquías dirigentes de los centros urbanos europeos.
Creo que a finales de la Edad Media se forjaron de forma seminal los primeros conceptos sobre frontera y nación, pero ideas y términos que eran desarrollados por las clases dirigentes y que tenían una incidencia difícil de mensurar
entre el resto de las capas sociales y, siguiendo postulados como los de Anderson, la principal aportación del siglo XIX es la plena madurez y la consolidación de las ideas sobre nación, territorio o frontera entre las capas dirigentes y
————
68
ANDERSON, B., Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo,
México, Fondo de Cultura Económica, 2005.
69
HERMET, Histoire des nations, pág. 41.
70
En descargo de Hermet se puede alegar que el fenómeno de la transmisión de la información
en la Edad Media sigue siendo un tema poco investigado. Un congreso reciente se ha ocupado de esta
novedosa cuestión. BOUDREAU, Claude, FIANU, Kouky, GAUVARD, Claude y HÉBERT, M., Information
et société en Occident à la fin du Moyen âge, París, Publications de la Sorbonne, 2004.
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la posterior asimilación, con mayor o menor lentitud, por las masas populares,
de valores como nación, patria, etc.
Los procesos de construcción de identidades han sido más intensos y prolongados en el tiempo de lo que algunos historiadores han llegado a vislumbrar. Lo que en principio fue una conciencia de identidad que podía quedar
limitada a las fronteras de una ciudad, se extendió en adelante hacia la abstracción, a las fronteras de un Estado que, por otra parte, la mayoría de los habitantes no habían visto jamás71.
Para Rodríguez López, el término frontaria es utilizado de forma exclusiva
para designar los límites territoriales entre cristianos y musulmanes y nunca las
franjas limítrofes que separaban Castilla de los demás reinos cristianos72. Para
la mayoría de autores que se han ocupado de estudiar la frontera entre el reino
Nazarí de Granada y el reino de Castilla, el análisis de la frontera se circunscribe de forma exclusiva a dicha demarcación fronteriza73.
En el reino de Valencia, la Gobernación de Orihuela fue un espacio fronterizo o demarcación natural creada a partir de la firma del tratado de Torellas
en 1304. En este territorio, el término y el concepto frontera tienen igual aplicación para la frontera con los musulmanes como para la frontera con los cristianos del reino castellano de Murcia.
En un documento de Pedro IV dirigido a las autoridades de la villa de Orihuela concediendo un privilegio sobre la posesión de caballo armado de sus
habitantes, el monarca indica con precisión la posición de frontera de sus habitantes respecto a los enemigos musulmanes del reino nazarí de Granada y el
reino de Castilla. Este texto recoge una precisa definición de la frontera que
afectaba a la villa de Orihuela. La primera alude a los musulmanes del reino
nazarí de Granada y la segunda, a la frontera con el reino de Murcia perteneciente a la Corona de Castilla.
Com per algunes causes e rahons justes e com hauents memoria de molts e
diverses agradables serveys a nos feits per los habitants en la vila de Oriola com
encara esguardants que la dita vila es situada en frontera axi dels enemichs de la
fe xristiana ço es de la morisma de Granada com encara del reyalme de Castella e
que necessaria cosa a la poblaçio guarda e defensio de la dita vila e dels termens
de aquella que los habitants en aquella e en sos termens no solament sien per nos
e per lo dit nostre primogenit e per los oficials nostres e seus regits e tractats justament mas encara favorable e graciosa74.
————
71
MESSADIÉ, G., Historia del antisemitismo. Buenos Aires, Javier Vergara, 2001, pág. 221.
RODRÍGUEZ LÓPEZ, A., La consolidación territorial, pág. 259.
73
Criterio también recogido en un libro de reciente aparición. RODRÍGUEZ MOLINA, J., La
vida de moros y cristianos en la frontera, Alcalá, Alcalá la Real, 2007. El título en su expresión genérica
debería aludir a todas las fronteras que se desarrollaron en la península ibérica, incluidas las que
afectaron a territorios de la Corona de Aragón. El desarrollo del libro se centra de forma exclusiva y
muy especialmente en la frontera «entre Castilla y Granada» (Vid. Contraportada).
74
AMO, Libro becerro, f. 94 r-v. (1364, diciembre, 20).
72
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En un documento de 1382, se precisa la peculiar situación de frontera de la
villa de Orihuela: «Attressí como Oriola sie hedificada en loch de frontera de
moros, hoc encara en frontera de castellans més que altre loch alcú del regne e
senyoria del senyor rey d´Aragó»75.
En un privilegio de Juan II emitido más de cien años después del privilegio
de Pedro IV que recogía una precisa definición de la frontera de la Gobernación de Orihuela, se detalla una definición similar e incluso más explicita.
Nos encontramos en la recta final de la Edad Media en 1469. Han pasado
doscientos años desde que el territorio fue pacificado por Jaime I en la campaña que realizó en el reino de Murcia para sojuzgar la revuelta mudéjar que
había estallado en Andalucía y en el reino de Murcia. En algunos aspectos no
había cambiado casi nada y el statu quo se mantenía en la gobernación de Orihuela, con una frontera que desde las importantes modificaciones de 1304 con
el Tratado de Torrellas, seguía perfilando una situación de triple frontera para
la población cristiana de las localidades de realengo como la ciudad de Orihuela, con la numerosa población mudéjar que residía en los núcleos señoriales de
la propia Gobernación en zonas con gran densidad de población como el valle
de Elda, con la presión del cercano reino nazarí de Granada y con la frontera
directa en torno al río Segura con el reino castellano de Murcia.
Nós, don Joan, etc. Segons per part de vosaltres, amats e feels nostres los jurats e prohòmens de la nostra ciutat d'Oriola, nos és stat humilment significat, la
dita ciutat e governació d'Oriola que és dellà Saxona és en la frontera de Castella
e de Granada e poblada de molts lochs de mores e christians que són de senyoria
de barons e cavallers, de què s'esdevé molt sovint que en los límits de la dita governació entrent gents per fer dans als poblats en aquella molt poderosament76.
Unos pocos años antes, en febrero de 1460, la tensión entre las autoridades
de la ciudad de Orihuela, capital de la gobernación, era extrema ante la situación que se estaba viviendo en el cercano valle de Elda, con una elevada población mudéjar, ante la posibilidad de establecer una morería real en la villa cristiana de Monforte, lo que podía conllevar la despoblación y el abandono del
lugar de los cristianos y, a juicio de los regidores oriolanos, poner en peligro la
integridad física de la población cristiana de la Gobernación de Orihuela77. Así
lo exponían en el memorial que preparaban para a través de un mensajero
hacer llegar a Juan II sus temores.
————
75
FERRER I MALLOL, María Teresa, Organització i defensa d'un territori fronterer. La Governació
d'Oriola en el segle XIV, Barcelona, CSIC, 1990. Doc. 210 (1382, mayo, 12), pág. 516.
76
ARV, Real, reg. 291, ff. 135v-136r. (1469, junio, 12 ).
77
BARRIO BARRIO, Juan Antonio, «La difícil convivencia entre cristianos y musulmanes en un
territorio fronterizo. La gobernación de Orihuela en el siglo XV», Sharq Al-Andalus, 13 (1997),
págs. 9-26.
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Item informara la dita majestat e notificara aquella com la vall d´Elda segons sa majestat ha vist sia tota poblada de moros la qual per esser contigua ab
Regne de Castilla e quasi de Granada continuament en aquella venen adalids del
dit Regne de Granada los huns per pasar moros del dit Regne e altres per matar
robar e cativar xristians per los quals adalids es stat vist esser fets en la dita vlla
molts dans...per causa del loch de Monfort qui es poblat de xristians qui esta en
lo mig del dit vall qui ja en lo temps que aquesta terra fon recuperada e conquistada de moros se dona horde lo dit loch restas en la dita vall poblada de xristians
per ço que los moros del dit vall no poguesen cobrir o donar obra que moros de
Granada venguesen per fer los dits dans…78.
El texto refleja de forma elocuente una amenaza real, aunque a lo mejor algo exagerada por parte de las autoridades. Pero nos interesa resaltar de este
documento la expresión de una identidad y conciencia desarrollada por la oligarquía dirigente oriolana sobre la situación fronteriza de un territorio, la gobernación de Orihuela, y, sobre todo, de las ciudades, villas y lugares poblados
por cristianos que tenían que coexistir con señoríos con una elevada población
mudéjar. Todos estos diferentes aspectos confluyen en la elaboración de una
identidad colectiva, en la consolidación de una comunidad cristiana79, sobre las
bases de unos antepasados conquistadores que son glorificados por haber «recuperada e conquistada de moros… aquesta terra», y sobre la permanente existencia de una frontera que requiere de sucesivos esfuerzos bélicos por parte de
los individuos que sustentan y reafirman esta comunidad.
En el Cuatrocientos, los miembros de las oligarquías urbanas son los descendientes de los antiguos combatientes de la frontera, que mantienen en su
memoria las hazañas de sus antepasados y de ellos mismos contra los musulmanes granadinos y contra los castellanos, como se jactan de recordar en sus
peticiones de privilegios a la Corona.
Todo este programa de construcción de un aparato propagandístico para el
ejercicio del poder en el ámbito local y que llevaba implícito la elaboración de
un discurso político que reafirmaba la identidad de la urbe cristiana, era construido y reafirmado por la elite dirigente, que, tras la conquista cristiana, fue
elaborando una identidad que afirmaba y reiteraba su hegemonía, la necesidad
de sus servicios y la gratitud que debía emanar hacia estos linajes que eran los
detentadores de la memoria y la historia de la nueva comunidad cristiana y que
estaba integrada plenamente en la Corona de Aragón.
————
78
AHO, Contestador, n.º 31, ff. 29r-v. (1460, febrero, 25).
Sobre la elaboración y reforzamiento de una identidad cristiana en la Corona de Aragón, vid.
EVANGELISTI, P., «Christus est proximus noster. Costruzione dell´identità comunitaria e definizione
della infidelitates in Arnau de Vilanova e Ramon Llull», Studia Lulliana, 45-46 (2005-2006), págs.
39-70.
79
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DESFAVORINT ALS DE LA NAÇIÓ CATALANA.
TÓRICA
LA
NACIÓN Y LA MEMORIA HIS-
El tratado de Torrellas de 1304 y su corolario el acuerdo de Elche de 1305
van a tener como principales consecuencias la partición del reino de Murcia, el
retorno del reino de Murcia fragmentado a la Corona de Castilla y la incorporación de una parte del reino de Murcia al reino de Valencia.
Con ello se ponía fin, de forma definitiva, a la trayectoria del reino de Murcia en la Corona de Aragón, y era necesario reajustar la organización de los dos
territorios en los que había quedado partido el reino de Murcia. La capital del
reino, la ciudad de Murcia y las localidades que quedaron asignadas a la Corona castellano-leonesa tuvieron que retornar a los principios rectores anteriores a
1296 y que correspondían a lo promulgado durante los reinados de Fernando
III, Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV. En los territorios al norte del río
Segura y que siguieron perteneciendo a la Corona de Aragón, correspondía un
reajuste en otra dirección.
Esta nueva orientación, que ha sido calificada como de tercera vía80, forjó
una identidad política promovida desde Orihuela, que se alejaba de su pasado
murciano, pero sin integrarse de forma completa en su nueva adscripción valenciana, a la vez que preservando de su legado castellano, privilegios, mercedes, honores e incluso oficialías como el de sobrecequiero, que a su vez había
sido creada bajo el paradigma del legado islámico. El denodado esfuerzo que
realizaron los oriolanos entre 1304 y 1308 para poder disfrutar de un código
legislativo propio, diferente a los fueros de Valencia, denominado los fueros de
Orihuela, pero que se basaba en el primitivo proyecto legislativo de Jaime II de
impulsar un código jurídico para su reino de Murcia, los fueros de Murcia81, fue
infructuoso, ya que todas las villas de la Gobernación de Orihuela recibieron en
1308 los fueros del reino de Valencia como su principal ordenamiento jurídico.
A pesar de ello, la voluntad de independencia política de los oriolanos respecto
a la capital del reino, Valencia, se plasmó en una amplia serie de singularidades
legislativas, judiciales y políticas, que forjaron un discurso político y una identidad política, propia y específica, que había dejado de ser murciana, pero que
nunca llegó a ser del todo valenciana, aunque en lo genérico los oriolanos mostraron en su discurso político su plena adhesión, primero a la Corona de Aragón y después al reino de Valencia, dentro de una identidad más amplia que
fue denominada por los propios oriolanos de la nación catalana.
————
80
CABEZUELO PLIEGO, J.V., «La gobernación de Orihuela en el paso del dominio castellano al
catalano-aragonés», en MILLÁN, Fronteras e identidades en el sur valenciano, págs. 15-27.
81
ESTAL, J.M. del, «El fuero y las Constitutiones regni Murcie de Jaime II de Aragón (1296 y
1301). Edición y estudio histórico», Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 8 (199091), págs. 19-56.
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«PER SERVEY DE LA CORONA D´ARAGÓ». IDENTIDAD URBANA Y DISCURSO POLÍTICO...
459
Se ha asumido de forma tradicional la idea de que Estados y naciones tienen
un origen incierto, si bien está muy extendida la doctrina del conflicto82 como
elemento dinamizador y fortalecedor de identidades y conciencias específicas, en
el seno de una común y global, la cristiandad occidental. Durante los siglos XIV
y XV, los graves enfrentamientos bélicos entre estados condujeron a la construcción de un aparato propagandístico al servicio de las monarquías que demonizaba
al rival, los ingleses en la Guerra de los Cien Años, verbigracia, presentando a los
franceses como cobardes y afeminados a los ojos de los ingleses, construyendo
estereotipos nacionales muy negativos sobre los rivales. De esta forma, todo un
pueblo, visto por un extraño, era condenado a través de unas pocas palabras, de
dos o tres adjetivos peyorativos. Su misma identidad y sus características eran
reconocidas por otros a los que, a su vez, se les imponía otra identidad. La forma
en que una nación era vista por otra influía en la creación de un sentido de conciencia nacional83. En la península ibérica fue decisivo el conflicto que enfrentó a
castellanos frente a aragoneses en la guerra de los dos Pedros y que tuvo en la
provincia de Alicante uno de sus principales escenarios de combate. La guerra fue
uno de los catalizadores de la formación de identidades propias, urbanas o nacionales. Afrontar un peligro exterior aceleraba la cohesión alrededor de un territorio, de una lengua, de una religión84, en pocas palabras, de una civilización. La
existencia de símbolos nacionales servía para reforzar esta cohesión.
En este contexto internacional se impuso en la ciudad fronteriza de Orihuela la necesidad de elaborar un discurso político para utilizar frente a los rivales
exteriores y como factor de reafirmación de la identidad y los derechos de la
comunidad local. Es un rearme ideológico permanente que se alimenta de los
conflictos reiterados que mantienen las autoridades locales con el Obispo de
Cartagena y la vecina ciudad de Murcia. En la propaganda política utilizada
por los gobernantes oriolanos en su sempiterno enfrentamiento con el Obispado de Cartagena y con la ciudad de Murcia, se desplegaron estrategias cercanas
a las utilizadas por las grandes potencias políticas en los enfrentamientos bélicos. La propaganda anticastellana, la difamación del adversario y el envío de
embajadores85 son algunos de los gestos utilizados habitualmente por las autoridades oriolanas contra el Obispo o las autoridades civiles castellanas.
En las crónicas, profecías y canciones de carácter propagandístico escritas
por ingleses y franceses en el contexto de la Guerra de los Cien Años, con espí————
82
La guerra actuaba como elemento que incentivaba el desarrollo de la propaganda.
ARCHETTI, «Le forma della propaganda politica alla fine del Medioevo», Nuova Rivista Storica,
LXXX-3 (1996), pág. 682.
83
BEAUNE, C., Naissance de la nation France, París, Gallimard, 1985.
84
En una obra reciente, se defiende la relación entre religión y construcción de un sentimiento
nacional. HASTINGS, Adrian, The Construction of Nationhood. Ethnicity, Religion and Nationalism,
Cambridge, Cambridge University Press, 1997.
85
Eran estrategias habituales de legitimación en contextos de conflicto bélico o político.
ARCHETTI, Le forma della propaganda politica, pág. 683.
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ritu tanto laudatorio como difamatorio, se utilizaban simbolismos florales y
animales para personificar virtudes y defectos. Para definir y calificar a otras
naciones, los hombres del siglo XIV recurrían a flores en general y a la flor de
lis en particular, y a animales como leones, leopardos, lobos o águilas. El lobo
simbolizaba la crueldad, la injusticia y la ferocidad. Por ello las autoridades de
Orihuela escogieron a este animal como símbolo para difamar al Obispo de
Cartagena-Murcia al que definían en un memorial como un lobo rapaz. Refiriéndose al Obispo decían: «que ell mentia e que era lop rabat e altres coses per
les quals la desamistat es stada pus encarnada que no era»86. En realidad, en los
territorios europeos que compartían gentes de diferente etnia o lengua, los conflictos eclesiásticos eran uno de los motivos más recurrentes de enfrentamientos
y, en particular, todo lo referido a provisión de vacantes eclesiásticas87, pugnando cada grupo de presión por el nombramiento de alguien étnica o lingüísticamente cercano.
En este debate se forjó la utilización del término «nación», en concreto, el
término «nación catalana», utilizado en la primera mitad del siglo XV por las
autoridades locales de Orihuela y empleado como elemento excluyente, de consideración de lo propio y de diferenciación frente al enemigo, lo que refuerza
todavía más la entidad y el valor del concepto nacional, en el periodo previo a
la formación de los Estados Modernos88: «Item senyor que no solament per lo
dit bisbe que a present es. E encara per tots los passats qui continuament son
castellans... E han acostumat favorir als de naçio castellana desfavorint als de la
naçio catalana»89.
En este discurso propagandístico, la correspondencia de las autoridades locales con la Corona está jalonada de referencias a la feracidad de la huerta de
Orihuela, a su proverbial producción cerealista que motivaba la repoblación y
el crecimiento de la localidad, llegando a poner por escrito en una misiva de
1449 el adagio popular «ploga o no ploga blat a Oriola», recogido luego en
————
86
AHO, n.º 21 f. 133r. (1433, diciembre, 15).
En 1404 Enrique III ordenó que no fuese recibido como Arzobispo de Toledo don Pedro de
Luna, por su origen aragonés. Archivo de la Catedral de Toledo, A.8.I.1.1. (1404, febrero, 25).
Enrique III en su rechazo al nombramiento de don Pedro de Luna utilizaba un argumento que ya
había esgrimido en las Cortes de Madrid de 1396, en las que se había quejado del perjuicio que se
podía producir en los nombramientos que recaían en personas no naturales de los reinos. Esta
tensión no era nueva y expresaba la resistencia de los reyes castellanos al acceso a los beneficios
eclesiásticos de las diócesis del reino a los extranjeros. Estos planteamientos ya habían sido
manifestados durante el reinado de Enrique II en las Cortes de Burgos de 1377.
88
La minoría dirigente de Aragón consiguió imponer las bases del estado moderno, a través de
cuatro acciones sustentadas en: A) La fijación del espacio aragonés. B) Personalidad de las
instituciones propias. C) Definición de la nacionalidad y D) Impulsar un sentimiento colectivo.
SESMA MUÑOZ, J.A., «El sentimiento nacionalista en la Corona de Aragón y el nacimiento de la
España moderna», en RUCQUOI, A.(Ed.), Realidad e imágenes del poder, Valladolid, Ámbito, 1988,
págs 215-231.
89
AHO, n.º 21 f. 132r. (1433, diciembre, 15).
87
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castellano por Viciana en su Crónica del siglo XVI o por los viajeros extranjeros
que en el siglo XVIII visitaron Orihuela y repitieron elogios y dichos populares
que ya circulaban por escrito en el siglo XV.
E sian informats verídicament que la orta de la dita vila sia un de les principals membres d'aquella, la qual sosté la maior part de la dita vila e és causa de la
populació e augmentació d'aquella, e huy no sia cultivada ne conreada, segons
fahia en temps passat quant era pus poblada axí de xristians com de moros90.
En 1433 las autoridades de Orihuela consideraban una grave provocación
para los oriolanos el hecho de que todavía se encontraran en la Catedral de
Murcia los ingenios con que se derribaron los muros y las torres de Orihuela en
la guerra de los dos Pedros. Para los oriolanos que tenían que acudir a Murcia a
resolver cuestiones relacionadas con la jurisdicción del Obispo, les resultaba
una grave afrenta tener que contemplar dichos artilugios91.
Item lo dit bisbe ha introduyt hun dret appellat lo quint delmer de cascuna
parroquia de son bisbat lo qual fa exhigir e llevar de les parts d´Aragó per obrar
la seu en Castella qui es en la dita ciutat de Murcia e encara huy son los trabuchs
e engenys ab los quals lo rey don Pedro derroca los murs e torres de la dita vila
d’Oriola...
Era una historia de la ciudad y de las principales familias de la misma, reinventada y reinterpretada92, ajustando cada suceso histórico a su adecuada y
providencial trayectoria, como protagonistas de un recorrido singular, que iba
desde la conquista a los moros y la cristianización del espacio93, la resistencia a
————
90
ARV, Real, reg. 50, ff. 16v-17r. (1431, agosto, 1).
AHO, n.º 21 f. 117v. (1433, diciembre, 15).
92
Hemos encontrado un ejemplo notable de reelaboración de la memoria histórica de los
linajes de la ciudad en una obra manuscrita sobre la ciudad de Orihuela terminada de elaborar en
torno al año 1620. En esta primera crónica histórica sobre la ciudad de Orihuela, el notario
Almúnia fue anotando los hechos más relevantes de la ciudad desde 1265 hasta 1620, utilizando
como principal fuente de documentación las actas municipales que se conservaban en el archivo de
la ciudad. En una serie de referencias sobre la familia Villafranca en el siglo XV en el manuscrito, el
apellido aparece de forma intencionada, tachado o mal escrito. En anotación al margen leemos: «En
el borrado de este y todo los demás, dezía Villafranca, y por figurarse cavalleros antiguos, no
quieren que beran que eran ciudadanos, lo que debían tener a mucha onra. Y si estos libros no se
sacaran del archivo, nadie tendría atrebimiento de borrar nada». La obra ha sido publicada en fechas
recientes. MAS I MIRALLES. A., Antoni Almúnia: Libre de tots los actes, letres, privilegis y altres qualsevol
provisions del Consell d´Oriola, Valencia, Universitat de València, 2008, pág. 175. El texto refleja de
forma elocuente el giro histórico de la familia Villafranca. En el siglo XV la ciudadanía supondría
una gran honra para dicha familia. En el siglo XVII el pasado ciudadano de los antepasados del
linaje era un estigma que había que borrar de la Historia a toda costa.
93
Al analizar el impacto de la propaganda política es interesante conocer la incidencia en los
potenciales destinatarios. En el periodo que acaba en los años setenta del siglo XIX el impacto de
91
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JUAN ANTONIO BARRIO BARRIO
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los castellanos en la guerra de los dos Pedros, hasta la forja de una gran urbe,
que se había elevado al rango de ciudad en 143794 y que aspiraba a disponer de
un obispado propio, que enviaba a sus embajadores a los principales centros de
poder, incluido el Papado, mostrando el orgullo de la república.
Aninadvertentes grandia illa pergrataque servicia que fidelis villa nostra Oriole
dicti Regni Valentie nobis serenissimisque predecessoribus nostris diversimode diversisque temporibus florentis scilicet pacis et bellorum presertim in serenissimos
reges Castgelle gestorum sponte sua ac magna cum integrate prestitis, prestat ad
presents et prestatura sperantes dante domino meliora, sedulaque meditatione pensantes, quod omnia illa tria in se continent, ex quibus nulla quesita ope ipsa sibi
sufficit ad bene vivendum et ex quibus civitas constat, puta agrícolas, artífices, propulsatores belli, quos alii melites a malo arcendo, quia propulsando bellum, civibus
malum arcent; alii vero custodes appellaverunt, quod idem esse videtur, cum qui
malum arcet a civibus, nihil aliud faciat quam civitatem custodire et qui rem publicam custodit nil aliud hagat quam malum arcere a civibus...
Pro premissis igitur respectibus digne moti et aliter ad humiles supplicationes
suas, pro parte sua per Eximenum Petri, decretorum licenciatum et Jacobum de
Podio prepositum et Vicarium generalem et Guillermum de Vico, oratores suos...
Et quonian regnum nostrum nomen ac signum felix et faustum domus nostre Aragonum prout fidelis decet summa cum integrate atque constantia in corde
atque visceribus impressum semper gessit in ampliorem ipsius laudem et decorationem per nos heredes et successores nostros quoscunque, promittimus quod
dominum nostrum vel Sacrum Basiliense Concilium aut aliut eficacem operam
dabimus ut in dicta civitate Oriole Sedes et Ecclesia Cathedralis ordinetur cui
pressit, qui episcopatum habeat limitibus et redditibus prout episcopal congruhit
dignitati limittatum dotatumque95.
En esta historia reconstruida, los momentos decisivos para sus cúpulas dirigentes corresponden a los grandes episodios bélicos de la ciudad. La conquista
cristiana del territorio a los musulmanes y la forja de un nuevo espacio. La
amenaza latente, real o exagerada, de ataques procedentes desde al-Andalus a
las tierras valencianas permitía retroalimentar la llamada «neurosis» granadina
y con ello realzar el valor histórico de los conquistadores y de sus legítimos
descendientes y sucesores. Este pasado combativo contra «la fétida nación musulmana»96 fue utilizado por las elites dirigentes para justificar el origen hono————
las coronaciones reales en Gran Bretaña era mínimo. CANNADINE, D., «Contexto, representación y
significado del ritual: la monarquía británica y la “invención de la tradición”», en HOBSBAWN, E. y
RANGER, T., (eds.), La invención de la tradición, Barcelona, Crítica, 2002, págs. 116-118. La iconografía
propagandística de Orihuela estaban en su mayor parte ubicada en el interior de los templos cristianos,
por lo que no estaba proyectada ni dirigida para destinatarios judíos o musulmanes.
94
ESTAL, J.M., Orihuela. De Villa a Ciudad, Alicante, Ayuntamiento de Orihuela, 1996.
95
ESTAL, J.M., Orihuela. De Villa a Ciudad, págs. 118-121 (1437, septiembre, 11).
96
Jaime II autorizó la formación de una cofradía que tenía por objetivo la «destruccionem
sarracenorum fetide naciones». ACA, Reg. 322, fol. 1r. (1315, septiembre, 20). Creemos que está
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«PER SERVEY DE LA CORONA D´ARAGÓ». IDENTIDAD URBANA Y DISCURSO POLÍTICO...
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rable de su linaje, los servicios prestados a la cristiandad y a la Corona, y la
justificación y la necesidad del gobierno que ejercían
a honor... de la Sancta Trinitat e de la Verge gloriosa nostra dona sancta Maria e de tota la cort celestial e a impugnaçio e destruiment de la malvada secta de
Mahomet a suplicacio dels prohomens de la ciutat de Barcelona es ordenada la
confraria deius escrita97.
Otro gran hito recogido en la memoria histórica de las urbes del sur del reino
de Valencia fue la guerra con Castilla. Todos los enfrentamientos bélicos suscitados
en torno a la frontera con Castilla fueron utilizados como argumento recurrente de
orgullo y de lealtad y fidelidad renovada a la monarquía. Dos episodios destacan,
la guerra de los dos Pedros durante el reinado de Pedro IV el Ceremonioso y la
guerra de Castilla en 1429 durante el reinado de Alfonso V el Magnánimo.
Las ciudades del reino de Valencia, al construir su propia memoria98 histórica
con una fuerte impronta providencial, no dudaban en arrumbar, eliminar o destruir la historia de otros centros urbanos, practicando la damnatio memoriae más
despiadada. Así sucedió tras la guerra de los dos Pedros, momento decisivo en la
construcción de la identidad y la memoria histórica del reino de Valencia. Villas
con su propia historia e identidad como Guardamar, Murvedre o Monforte
perdían su condición de Universitas, su condición de municipio, su autonomía y
eran desposeídas de su título de villa para convertirse en calles de otros municipios,
Orihuela, Valencia y Alicante respectivamente. La villa de Guardamar no recuperó
su autonomía municipal hasta 1692. En los privilegios concedidos por Pedro IV a
la villa de Orihuela tras la guerra de los dos Pedros, además de la incorporación de
Guardamar al término municipal oriolano, confirmaba los primitivos privilegios de
Alfonso X en los que Orihuela recibía su alfoz o término municipal. En estos primeros privilegios aparecía el topónimo Almodovar como uno de los lugares del
alfoz oriolano. En el privilegio concedido por Pedro IV a la villa de Orihuela, por el
que confirmaba el término del municipio, Almodovar se transmutaba en Guardamar —«Almudavar qui nunc dicitur Guardamar»—, por la mano y gracia del
escribano redactor del privilegio y de un plumazo se borraba la Historia de
Guardamar99, que de esta forma quedaba incorporada al origen fundacional de
————
inspirada en los conceptos de identidad de una comunidad cristiana en el seno de la Corona de
Aragón y planteados por Arnau de Vilanova, que defendió una clara acción militar contra los
musulmanes a través de una «confratria ordinata per armata faciendi contra perfidos Sarracenos».
SANTI, F. Arnau de Vilanova. L´obra espiritual, Valencia, Diputación Provincial de Valencia, 1987,
págs. 232-233.
97
ACA, Reg. 322, fol. 1r. (1315, septiembre, 20).
98
La identidad, en este caso, forma parte del discurso de la memoria. KLEIN, Kerwin Lee, «On
the Emergence of Memory in Historical Discourse», Representations, California, University of
California Press, 69 (2000), pág. 143.
99
En este caso el papel de la escritura sirve de forma eficaz como dispositivo mnemónico,
como ayuda para la memoria. OLSON, El mundo sobre el papel, pág. 16.
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la villa de Orihuela como una de sus aldeas100. Toda posible historia medieval
propia de los guardamarencos desapareció de la memoria histórica, al no haber
conservado Guardamar su documentación de época medieval y, sobre todo, al
perder su independencia municipal a manos de la villa de Orihuela, que se
apropió de su historia y la agregó al acervo histórico de los orígenes de la capital de la Gobernación de Orihuela y de su gloriosa historia fundacional101.
La donación que hacía Pedro IV a la villa de Orihuela del lugar de Guardamar se justificaba como gratificación o recompensa por los extraordinarios
servicios prestados por la Universitas y los hombres probos en la defensa que
hicieron de la villa ante el ataque que sufrieron por las tropas castellanas en la
guerra de los dos Pedros. Guardamar, por contra, perdía su autonomía municipal por una supuesta traición, al rendir la villa sin oponer resistencia a las
tropas castellanas. Esta era la versión oficial de la reconstrucción de la memoria
histórica de Orihuela, ratificada años después por el cronista Bellot que en sus
Anales de Orihuela se hacía eco de esta versión, mientras que Zurita había defendido un largo asedio sobre las débiles defensas de la villa de Guardamar102.
Una ciudad, por tanto, Orihuela, que al construir su propia memoria histórica
necesita destruir la de otra villa, Guardamar, y reforzaba con ello su papel de
capitalidad y su hegemonía sobre el territorio de la Gobernación de Orihuela.
De los tres registros temporales de la memoria histórica, la más decisiva, la
perpetua, la imperecedera, se construía sobre la memoria fósil e intangible de
las costumbres, las leyendas y los privilegios y libertades de la ciudad103, recogidos en los textos sacros de la urbe, los libros de privilegios y otros códices,
que, tratados como auténticos tesoros, eran custodiados con celo en el archivo
municipal.
CONCLUSIONES
El desarrollo de un elaborado discurso político y una potente identidad urbana en una villa de tamaño medio con una fuerte impronta rural es un hecho
que debe ser considerado por la historiografía. Frente al papel desempeñado
por la realeza, el imperio o el papado, en la forja de modelos discursivos e identidades específicas, reivindicamos el papel protagonista de los centros urbanos.
————
100
AMO, Códice becerro. Libro de privilegios, ff. 61v-63r. (1365, septiembre, 24).
En realidad y como he demostrado, Guardamar fue una villa fundada por Alfonso X en torno
a 1271, que la dotó con el Fuero de Alicante y que fue incorporada como Universitas a la Corona de
Aragón por Jaime II en 1296, llegando a tener representación en las Cortes del reino, celebradas en
Valencia entre 1329 y 1330. BARRIO BARRIO, J.A., «La villa de Guardamar. 1271-1329», Alquibla, 6
(2000), págs. 375-401.
102
CABEZUELO PLIEGO J.V., La Guerra de los dos Pedros en las tierras alicantinas, Alicante,
Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1991.
103
GRAVA, «La mémoire, une base de l´organisation politique», págs. 79-80.
101
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El estudio de ambos paradigmas, discurso político e identidad urbana, requiere de nuevos enfoques. En este estudio hemos presentado como elementos
prioritarios de análisis la posición geo-histórica de un territorio, en este caso, su
ubicación periférica y fronteriza, su posición de capitalidad territorial y el conflicto eclesiástico-episcopal, amén del papel desempeñado por las confrontaciones bélicas en una zona en litigio entre dos grandes potencias europeas, que
nos muestran la necesidad de escudriñar y estudiar determinados espacios históricos, tanto en su singularidad y especificidad como en su correcta contextualización, con los fenómenos globales desarrollados en la cristiandad occidental.
Recibido: 25-06-2010.
Aceptado: 29-10-2010.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 437-466, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
HISPANIA. Revista Española de Historia, 2011, vol. LXXI,
núm. 238, mayo-agosto, págs. 469-592, ISSN: 0018-2141
BONAMENTE, Giorgio, CRACCO, Giorgio y ROSEN, Klaus (eds.): Costantino il
Grande tra medioevo ed età moderna. Annali dell´Istituto storico italogermanico in Trento. Quaderni: 75. Bolonia, Società ed. il Mulino, 2008, 405
págs., ISBN: 978-88-15-12499-9.
La obra editada corresponde a las actas de una reunión científica celebrada
con el mismo título, en italiano y en alemán, en Trento, en abril de 2004, dentro
del ámbito de la Fundación Bruno Kessler —Studi storici italo-germanici—, para
conmemorar el XVII centenario de la
elevación al trono de Constantino y, además, como prólogo de los actos del 2012,
que rememorarán su «conversión».
En la primera parte, Matthias Beecher («La Donazione di Costantino...»,
págs.15-50) hace una relectura muy
minuciosa de las fuentes históricas del
siglo VIII-IX para analizar la utilización que se hace de Constantino el
Grande, de la leyenda de la curación
del papa Silvestre I y, en especial, del
Constitutum Costantini por los diferentes
pontífices romanos y los soberanos
francos en aquel tracto histórico. Los
pontífices manejaron, con mayor o
menor convicción y eficacia, el «modelo de Constantino», para afirmar su
poder en Roma y consolidar las concesiones territoriales de los monarcasemperadores francos. Estos, Carlomagno y Lotario de manera especial,
trataron siempre de poner la oportuna
distancia frente a dicho modelo.
En la baja Edad Media, en pleno
proceso de consolidación de los poderes
estatales y en el contexto del enfrentamiento entre el papado y el Imperio,
la Donatio fue un arma dialéctica, esgrimida por los curiales y canonistas,
de un lado, y por los publicistas, de
otra parte, al servicio de los intereses
de la causa de los príncipes seculares.
Jürgen Miethke («La Donazione di
Costantino...», págs. 51-79), buen
conocedor de esta literatura jurídica y
coeditor de una obra de Lupolf von
Bebenburg (1339): Politische Scrifthen...
(MGH, Staatsschrifen des spáteren Mittelalters, 4), comienza su análisis por el
tratado de Juan Quidort (de París), De
regia poteste et papali, contextualizándola ampliamente con una revisión de
otros autores de los siglos XIII-XIV,
entre los que destaca Inocencio IV y
algún tratado menor de su entorno,
Bonifacio VIII, Gil de Roma, Juan de
Viterbo, el propio Dante en la Divina
Comedia, que se lamenta de las consecuencias del Constitutum («O navicella
mia (la Iglesia), com´mal se´cerca!»),
para finalizar formulando brevemente
las posiciones teóricas de Guillermo de
Ockham y Marsilio de Padua, estudiado
470
RESEÑAS
este último con mucha amplitud en
otro trabajo posterior: el cuarto.
El mito de Constatino también está
muy presente en la fantástica construcción política de la Roma bajo medieval
(1347), en la que Cola di Rienzo se
proclama «Candidatus Spiritus Sancti
miles, Nicolaus Severus et Clemens,
liberator Urbis, zelator Italiae, amator
orbis et Tribunus Augustus», con claras
pretensiones imperiales. En todos los
episodios que jalonan aquel sugestivo
hecho político-social, las referencias a
Constantino se convierten casi en un
lugar común. El articulista (Vincenzo
Aiello, «Il mito di Costantino...», págs.
81- 120) pone de relieve las dificultades
de encaje de los contenidos de la leyenda constantiniana con la ideología del
gran soñador y trata de esbozar una
explicación que pudiera justificar las
insistentes referencias de Cola. Después
de examinar y encontrar insuficientes
las diferentes explicaciones de los autores que se ocuparan de ello, relee con
cuidado la literatura de la época, tratando de aproximarse a la imagen que
tenían los romanos y el propio Cola, a
mediados del siglo XIV, de la figura de
Constantino trasmitida por el Actus
Sylvestri (la leyenda hagiográfica) y el
Constitutum, y concluye que para entonces la figura del primer emperador cristiano se encontraba ya notablemente
«deteriorada», por lo menos en lo relacionado con la Iglesia de Roma y el
papado. Teniendo en cuenta esta realidad, asevera, a nuestro juicio con toda
razón, que «el Constantino de Cola es,
sobre todo, el Constantino vencedor de
Majencio, el Constantino liberador de
Roma, el que había restituido (restitutor)
las prerrogativas del pueblo romano»
(pág. 118).
El último trabajo de este apartado está dedicado a la obra de Marsilio de Padua (G. Piaia, «Il ruolo dell´imperatore
Costantino in Marsilio da Padova», págs.
121- 130). El autor comienza su análisis
calificando de «mórbida» —débil o
blanda— la posición ideológica del Padovano sobre la Donatio, en relación con
la de otros juristas de su época, de clara
inspiración regalista. En su línea argumental, dicha Donatio ocupa un plano
completamente secundario a la hora de
explicar y combatir la supuesta primacía
de poder (plenitudo potestatis) de los obispos de Roma. Constantino habría concedido a la Iglesia romana, al papa Silvestre I y a sus sucesores en definitiva, la
autoridad sobre las otras iglesias, que era
reconocida ya por ellas, antes de su conversión, pero no la suprema potestad
sobre las provincias del Imperio. De ese
modo, con el recurso a la suprema potestad de los príncipes seculares, es como Marsilio veía garantizada la christina
respublica y su buen gobierno. Para G.
Piaia y según el diseño político del Defensor pacis, los verdaderos prototipos del
príncipe cristiano serán, en el futuro,
Enrique VIII y José II.
La segunda parte del libro, con
otros cuatro trabajos, tiene que ver con
los siglos del Humanismo. Riccardo
Fubini dedica el suyo al análisis de tratadistas del Trecento y del Quatrocento
(«Conciliarismo, regalismo, Impero...»,
págs. 133-158), subrayando la importancia del Cisma de Avignon con sus
correlatos: el conciliarismo y de la reforma de la Iglesia, vinculados inevitablemente a las discusiones del poder del
papado y de sus relaciones con los príncipes seculares y el Imperio. En este
contexto, la Donatio Costantini, «el emblema mismo del ius novum», fue anali-
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RESEÑAS
zada y juzgada negativamente desde la
perspectiva teológico-jurídica pero también histórica. La conocida crítica de
Lorenzo Valla (De falso credita et ementita
Constantini donatione) no fue, ni mucho
menos, la única, sino una más de las
que aparecen en los publicistas de aquellos años. Fubini comienza su exposición
sistemática con la «figura singularísima» del benedictino Pierre Bohier
(1310-c.1388), pieza clave en el cisma
de 1378, valedor de Clemente VII y
persona cercana al rey francés Carlos V
en calidad de capellán. Como estudioso
de la historia de la Iglesia, pudo valorar
el derecho y la vida de la Iglesia griega
que se regía por los cánones de los concilios antiguos, proponiendo una reforma sobre las mismas bases, en la que se
«redimensionaría drásticamente el papel
del pontífice romano». Para Bohier, el
cisma era un problema de la Iglesia
occidental y solo el concilio general
podría devolverle la unidad perdida. Sus
observaciones críticas a la Donatio figuran en las glosas al Liber Pontificalis
destinadas al soberano francés, concluyendo que la Donatio había tenido solo
beneficios patrimoniales para los obispos de Roma, pero en ningún modo les
habría aportado un dominio temporal,
ya que estos mantenían relaciones de
dependencia jurisdiccional respecto a los
príncipes. Seguirán la estela del benedictino Michele di Paolo Pelagalli (Liber
dialogorum, 1388), Francesco Zabarella y
Raffaele Folgosio. El articulista analizará
también otros autores del XV con posiciones críticas para la donación constantiniana, entre los que destacan Niccolò
Cusano (De concordantia catolica), Niccolò Tedeschi (el Panormitano) y Lorenzo Valla, como no podía ser de otra
manera.
471
Uno de los humanistas más conocidos que se ocupó de la Donatio fue Enea
Silvio Piccolomini (Pio II, 1458-1464).
Barbara Baldi analiza su Dialogus detenidamente y con claridad («La Donazione di Constantino del Dialogus...», págs.
159-180). Fue escrito en forma de carta
al cardenal Juan de Carbajal, en el ambiente sombrío que había provocado la
conquista de Constantinopla por los
turcos (1453). En este diálogo, el futuro
papa se preocupa muy poco de la validez
teológico-jurídica de la Donatio, que
considera falsa después de conocer las
críticas precedentes. Lo que verdaderamente le interesa a Enea es la naturaleza
del poder papal, defendiendo la legitimidad de la teocracia pontificia, siempre
que se ejerza de forma justa: «en cuanto
ejercicio cristiano del poder político como ministerio de Dios en función del
bien de los súbditos» (pág. 177).
Por otra parte, se ocupan de la Donatio teólogos y canonistas españoles del
siglo XVI. Guido M. Capelli («Il dibattito sula Donazione di Costantino nella
Spagna imperiale», págs. 181- 208)
describe el ambiente intelectual de la
España de Carlos V y Felipe II, cuyo
epicentro fue, sin lugar a dudas, la Universidad de Salamanca. La hierocracia
pontificia y la teocracia imperial o real
eran dos tradiciones que se entrecruzaban en el universo político del Imperio
y las pretensiones primaciales de los
pontífices, sin olvidar las posiciones de
la reforma protestante y el desafío que
suponía Lutero y los pensadores luteranos para ese nuevo universo de la Cristiandad. La Donatio estuvo presente en
los tratadistas más importantes de
aquellas décadas, unos favorables al
soberano y otros como defensores del
derecho eclesiástico, pero lo importante
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RESEÑAS
de las diferentes utilizaciones que podían
hacerse de ella no eran tanto su validez
y sus contenidos teológico-jurídicos o
político-ideológicos, cuanto las especulaciones que se elaboraron a partir de la
misma: podría decirse que no tuvo rango de centralidad en aquel panorama
intelectual, sino un lugar que más bien
subsidiario. Miguel de Ulzurrun, en su
Catholicum opus de regimine mundi (1525:
«en una situación política incandescente, dos años antes del saco de Roma»),
no duda sobre la autenticidad histórica
de la Donatio, pero no tiene inconveniente en decidir la ilegitimidad de
aquella acción de Constantino porque
perjudicaba al propio emperador, a sus
sucesores y al pueblo en su conjunto. Si
el emperador es vicario de Cristo en las
cosas temporales, el papa en las espirituales. La correlación de ambos poderes,
según el autor navarro, se regularía a
partir de la metáfora evangélica de las
dos espadas y de la teoría de la «potestad indirecta», de fuerte raigambre
medieval, utilizando ambas imágenes
simbólicas para establecer, en última
instancia, la preeminencia del poder
imperial; de hecho, para la defensa de la
respublica cristiana, el papa puede ser
elegido por el propio emperador, y lo
mismo los obispos por sus reyes con la
debida autorización papal: posiciones
similares a las que asume Alfonso de
Valdés en el bellísimo Dialogo de Mercurio y Carón, auténtica obra maestra de la
propaganda imperial. También asume
la solución de la «potestas indirecta» el
canonista Martín de Azpilicueta (14921586). Diego de Covarrubias (15121577), discípulo de Azpilicueta, que
conoce bien las dificultades que contiene en sí misma la Donatio, se declara
favorable a su existencia histórica, ape-
lando a la «opinión común de la Iglesia», y admite, como su maestro, que el
gobierno eclesiástico en lo temporal
solo es posible a partir de la concesión
imperial. Domingo de Soto, integrante
influyente del entorno imperial, trata de
la Donatio en su De iustitia et iure (15531554), manifestando el descrédito que
le merece, pero los contenidos de esta
funcionan en su discurso para establecer
la supremacía del poder en los soberanos y sostener, al mismo tiempo, un
poder muy limitado en los eclesiásticos.
Finalmente, para Francisco de Vitoria,
«la Donación de Constantino es falsa
por razones textuales e históricas, sin
otro valor que el de servir para las sutilezas de las disquisiciones de los colegas» (pág.207).
El último trabajo sobre la utilización y la influencia de la Donatio en el
tracto histórico del Humanismo se refiere a documentación rusa (Maria Pliukhanova, «La Donazione di Costantino
in Russia tra XV a XVI secolo», págs.
209-232). El período establecido corresponde, como es bien sabido, a la
caída del reino de Novgorod y la consolidación y florecimiento del de Moscú.
Y la autora considera el Constitutum
Constantini «una obra, sin duda fundamental, para las letras y la ideología
rusas de los siglos XV y XVI».
En la tercera parte, con las «Interpretazioni», se afronta la problemática
relacionada con la vida y la obra de
Constantino, analizada en ambientes y
autores influidos por la Reforma protestante y preocupados, sobremanera, por
la problemática del poder: el poder
temporal de los obispos y el poder o
autoridad de los príncipes en materia
religiosa. El autor del primer trabajo,
Mario Turchetti («Costantino il Grande
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RESEÑAS
al tempo della Riforma...», págs. 235255), analiza con cierto detenimiento la
vida y la obra de François Baudin, un
importante historiador del Derecho del
siglo XVI, y en especial su Constantinus
Magnus (1557), elaborado en el contexto de la controversia de Calvino y Castellone sobre la tolerancia religiosa y de
la paz de Augusta (1555). El erudito
historiador, que crítica con dureza la
Donatio, participaba de las mismas ideas
sobre las competencias de los soberanos.
Turchetti redondea el significado de su
obra con algunas observaciones de Calvino y François Le Douaren sobre dicha
problemática.
En este mismo apartado, se incluye
el trabajo de Paolo Cozzo sobre la tradición constantinianea en Saboya («Costantino nella storiografia del ducato di
Savoia...», págs. 257-271). Al fin y al
cabo, Constantino Magno, el año 312,
de vuelta de la Galia, había vencido las
tropas de Majencio cerca de Rivoli, a las
puertas de Torino. Los autores reseñados, casi todos eclesiásticos, utilizan la
Donatio para presentar a un Constatino
aureolado con rasgos hagiográficos y,
sobre todo, como modelo del emperador cristiano, defensor de la Iglesia y
sometido al poder del papa. Solo el
duque Carlo Emanuele I, en una ingeniosa disquisición, tratará de compaginar el regalismo de los emperadores
romanos con la sacralidad. François
Paschoud, («Gibbon e Costantino»,
págs. 273-292), analiza la obra clásica
de E. Gibbon, Decline and Fall, de finales del siglo XVIII (1772-1778). El
autor de este breve artículo, teniendo
en cuenta muchas veces las aportaciones
de L-S. Le Nain de Tillemont, el sacerdote francés educado en Port Royal,
autor de la Histoire des Empereurs publi-
473
cada tres cuartos de siglo antes, subraya
las incoherencias estructurales de la
obra del «historiador inglés, protestante
y liberal» que separa «radicalmente en
su exposición la actividad política y
militar de Constantino de sus decisiones
en el campo religioso» (pág.279).
En la cuarta parte, los tres artículos
que la integran se refieren a las interpretaciones iconográficas de Constantino y de su obra. El primer trabajo se
debe a Arnaldo Marcone y trata de los
frescos constantinianos de la Iglesia
romana de los Cuatro Santos Coronados
en el monte Celio de Roma (s. XIII), en
concreto, en el oratorio de San Silvestre
(págs.295-318). Las utilizaciones políticas de la figura de Constantino tuvieron
un desarrollo importante a partir del
año 1000 sobre todo, en el contexto
histórico del universo político del emperador Otón III y Gerbert d´Aurillac, el
papa Silvestre II. Rolf Quednau, en un
trabajo amplio («Forme e funzioni della
memoria nelle testimonianze visive da
ponte Milvio a Mussolini», págs. 319386), con un magnífico aparato de ilustraciones, ofrece una dilatada serie de
testimonios, relacionados entre sí cronológicamente, que terminan con los líderes del fascismo influidos por veleidades
ideológicas imperialistas. La obra se
cierra con el estudio de la columna de
Igel, un monumento funerario, en las
afueras de Trier —la Augusta Treverorum—, que en el Medioevo se había
asociado ya a la familia de Constantino
(Lukas Clemens, «La memoria della
famiglia di Costantino nella sua residenza de Treveri», págs. 387- 405).
La obra, en su conjunto, tiene un
gran interés. Los participantes en el
simposio trentino (2004), al acercase a
Constantino desde perspectivas históri-
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RESEÑAS
cas diferentes y en ocasiones muy específicas, demuestran siempre un conocimiento riguroso de las fuentes utilizadas
de forma específica y de la bibliografía
más reciente sobre los diferentes problemas que abordan. Varios de ellos
avalan su aportación con monografías
mucho más amplias y complejas.
—————————————————–——
F. J. Fernández Conde
Universidad de Oviedo
jfconde1@telefonica.net
36.ª Semana de Estudios Medievales 2009, Estella (Navarra): Ricos y pobres: opulencia y desarraigo en el Occidente medieval. Pamplona, Gobierno de Navarra, 2010, 419 págs., ISBN: 978-84-235-3222-3.
Hace unas décadas, describir la sociedad medieval parecía relativamente
fácil: bastaba con invocar el mito de la
sociedad tripartita y encasillar a cada
grupo en un estamento con unos deberes y unos privilegios marcados por la
cuna. Sin embargo, las investigaciones
posteriores vinieron a demostrar la falsedad de una visión tan simple como
estática. Así, la XXXVI Semana de Estudios Medievales de Estella, que se desarrolló en el verano de 2009 y cuyas actas
aquí reseñamos, dedicada al tema Ricos
y pobres: opulencia y desarraigo en el Occidente medieval, supuso uno de los últimos e importantes eslabones de una
cadena de estudios y reuniones científicas que han ido subrayando la complejidad social de esta época, y la necesidad
de establecer unos parámetros para su
análisis que comprendieran tanto consideraciones económicas como otras de
tipo político, cultural o ideológico.
Con este espíritu, la Semana de Estella reunió a trece especialistas cuyas
ponencias conforman este volumen,
junto con una recopilación bibliográfica
sobre el tema a cargo de João Luiz de
Souza Medina. Sus nacionalidades (seis
italianos, seis españoles y un británico,
con la ausencia significativa de los franceses) son hasta cierto punto reveladoras de las escuelas que se hallan hoy en
día en la vanguardia del estudio de estas
cuestiones, a caballo entre lo social y lo
económico. Por otra parte, se ha intentado también recoger la amplia panoplia de fuentes susceptibles de aportar
nuevas visiones sobre las diferencias
sociales en la Edad Media, uniendo a las
ya clásicas de tipo contable y fiscal, por
ejemplo, la literatura, investigada por
Nicasio Salvador, o la iconografía, en
cuyo estudio está basada la aportación
de M.ª del Carmen Lacarra, y, en parte,
la de M. Giuseppina Muzzarelli.
El título de las jornadas, sin embargo, basado en la oposición de los dos
extremos del espectro social, se ve constantemente matizado cuando descendemos a los estudios concretos, porque
si lo primero que parece necesario es
definir los términos de «riqueza» y «pobreza», y comprender qué significaban
para nuestros antepasados medievales,
ello implica de forma ineludible la bús-
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RESEÑAS
queda de unos umbrales que separen
esos extremos de las clases «medias»
que se encuentran entre ellos, en las
cuales, seguramente, quedaba encuadrada la mayor parte de la población. Y
una de las conclusiones a las que llegan,
por distintas vías, la mayoría de los
autores, es que esos umbrales no pueden concebirse como una simple suma
de ingresos o rentas. Dinero y situación
social privilegiada no siempre coincidían
ni se consideraba cualquier riqueza
igualmente digna. No respetar la ética
mercantil o basar la fortuna en operaciones usurarias de poca monta, como
observan G. Pinto y G. Todeschini,
equivalía al descrédito social, y tampoco
la riqueza era muy útil si no iba acompañada de la construcción de unas sólidas redes sociales capaces de sostener a
largo plazo el estatus adquirido.
Porque, lejos de la imagen de una
sociedad fosilizada en la que cada uno
nacía y moría en un mismo escalón de
su rígida jerarquía, especialmente los
siglos finales de la Edad Media fueron
una época de creciente movilidad social,
sobre todo en el ámbito urbano. No por
casualidad se difundió tanto en la literatura como en las artes visuales del gótico el motivo de la «Rueda de la Fortuna», que hacía hincapié en la
transitoriedad de la condición humana,
en los procesos de ascenso y descenso
social que se producían con suficiente
frecuencia como para que moralistas
como san Vicente Ferrer alertaran sobre
aquellos que, de ser pobres, pasaban en
tres o cinco años a ser ricos, algo que el
dominico valenciano consideraba antinatural y peligroso. Más bien, como
apunta Paulino Iradiel, el ritmo de estos
ciclos del éxito social se medía por generaciones, en un proceso en el que el
475
ennoblecimiento de alguno de los
miembros del linaje no era más que
parte de una estrategia familiar en la
que alguna rama seguía con los negocios,
quizá otra se consagraba a la religión o a
profesiones liberales, y solo acaso una
tercera accedía a la aristocracia y a los
círculos del poder real, buscando sobre
todo los privilegios —fiscales, jurídicos,
etc.— del caballero.
No parece, por tanto, muy ajustado
intentar separar netamente la lógica
social de la burguesía y la nobleza, ni
explicar la evolución histórica de la
primera en los términos weberianos de
la «traición» a su propia clase. Son más
bien las circunstancias concretas de cada
región de Europa las que marcan la
relación entre los grupos dirigentes
tradicionales y los «nuevos ricos», recalcando o difuminando las diferencias
entre ellos. De esta manera, en el caso
italiano, por ejemplo, G. Nigro destaca
la tendencia al riesgo y a la inversión en
bienes muebles de alta calidad que presentaban las fortunas mercantiles emergentes en la Toscana, con Francesco di
Marco Datini como ejemplo más conspicuo. La inmovilización de capital mediante la compra de inmuebles tenía
aquí un alcance limitado, una vez se
conseguía el mínimo necesario para la
«honorabilidad», que solía constar de
un palacio urbano y una finca rústica o
villa. Sin embargo, como bien recuerda
G. Pinto, esas tendencias no cambian
cuando se accede a un título nobiliario,
ni ello supone un abandono radical de
la vida económica activa, y lo que se
observa más bien es un mismo «itinerario consumista» en las familias en auge,
pautado por la construcción de un palacio y una capilla, la compra de poderi
rurales y la demanda de vistosos objetos
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RESEÑAS
de lujo, origen de un consumismo avant
la lettre que está detrás del clímax artístico del Renacimiento.
Pero la célebre rueda no dejaba de
girar, y de la misma manera que podía
encumbrar a una familia era capaz de
llevarla rápidamente a la ruina. De ahí
la necesidad de consolidar lo ganado, de
crear reservas y establecer alianzas. Con
todo, la renovación constante de las
familias en el poder en todo Occidente
demuestra que el éxito solía ser algo
efímero, y la figura del «pobre vergonzante», que antes había vivido holgadamente y ahora siente vergüenza de
tener que mendigar, encarna mejor que
ninguna otra el peligro de desclasamiento que acechaba en la época. La
muerte prematura del cabeza de familia, una enfermedad prolongada, una
mala racha económica o una derrota
política, podían destruir rápidamente
una fortuna, aunque, desde luego, eran
más sensibles a los embates de las malas
coyunturas aquellos que ya habitualmente disponían de poco, o que dependían solo de sus manos para sobrevivir.
Lo vemos en el caso andaluz estudiado
por M. Borrero, que nos ofrece una
madura reflexión sobre los orígenes del
jornalerismo y la creación de un mercado de mano de obra agraria estable en
los últimos siglos medievales a partir de
aquellos campesinos que debían complementar los ingresos de sus pequeñas
explotaciones con trabajos por cuenta
ajena de lo más variado, protagonizados
por todos los miembros de la familia.
Por su parte, R. Córdoba de la Llave
nos guía en «la ruta hacia el abismo»
hasta mucho más abajo, a los grupos
marginados, a los que la sociedad les ha
negado una «utilidad», con todo lo que
ello conlleva de desprotección y recha-
zo. En esa caída libre pueden confluir
numerosos factores, desde la simple
falta de medios o la enfermedad, hasta
la propia mala conducta, dentro de los
cánones establecidos por la sociedad
«bienpensante», pero, como afirma este
autor, la del marginado no es una clase
inamovible, sino una «situación» social
a veces estructural, pero otra muchas
coyuntural y reversible.
Sin embargo, lo que no era ni mucho menos transitorio era la existencia
de un grupo nutrido de pobres «integrados» en la sociedad, cuyo principal
rasgo definitorio era su dependencia de
la compasión ajena. Realmente ni siquiera se pensó nunca en erradicar el
problema de la pobreza, considerada
más bien como algo natural y necesario
para el pueblo cristiano, ya que cumplía
una importante función a la hora de
abrir una puerta al cielo para los potentados, practicando la virtud de la caridad. Una caridad que estará, en los
siglos finales de la Edad Media, mucho
más organizada y será más eficiente que
antaño, poniéndose las bases, como
afirma Ch. Dyer, del welfare state posterior, sobre todo a partir de las cajas
comunes y de la ayuda familiar, del
apoyo, en definitiva, de los más cercanos, mientras que los ricos tendían a
focalizar sus ayudas a través de instituciones, como los hospitales.
Considerados como un capítulo importante de los orígenes del llamado
«Estado social», los hospitales se convirtieron, en palabras de G. Piccinni, en
auténticas «empresas de la caridad pública», y, como ella misma demuestra a
través del ejemplo del de Santa María
della Scala de Siena, fueron mucho más
que simples establecimientos asistenciales, ejerciendo en ocasiones como ver-
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daderas instituciones financieras que
recibían depósitos en metálico o en
inmuebles y los gestionaban para ofrecer a sus clientes beneficios y desgravaciones fiscales. No extraña, por eso
mismo, que hospitales como este estuvieran detrás de los primeros «montes
de piedad» laicos y públicos, otra creación bajomedieval orientada al mantenimiento de una cierta paz social que
analiza en este volumen M.G. Muzzarelli. Creados para conceder a los menesterosos créditos blandos, pero también
grano con el que soportar los períodos de
soldadura, su acción solidaria solo llegaba, no obstante, a aquellos «pobres menos pobres», a los que podían empeñar
alguna cosa o al menos estaban en disposición de devolver lo prestado, por lo que
la metáfora de la capa de san Martín se
materializa en las numerosas ropas dejadas en prenda por los necesitados a cambio de unas monedas. Por eso avanza en
paralelo, y en directa relación con estos
nuevos instrumentos de la caridad, una
idealización de la compasión de los ricos,
con la devoción, plasmada en imágenes,
no solo a san Martín, sino también a
otros santos limosneros, como san Lorenzo, o a la misma Virgen de la Misericordia, que envuelve con su manto a
toda la comunidad.
Esas representaciones pretendían
armonizar a la sociedad, amortizar las
tensiones sociales, tanto como reivindicar la bondad de los poderosos, que
477
reclamaban su derecho a acceder al
reino de los cielos. Porque, lejos de la
doctrina expresada en la parábola evangélica del camello y el ojo de la aguja,
las tres grandes religiones monoteístas
desarrollaron en la Edad Media complejas formulaciones que convertían la
riqueza en positiva desde el punto de
vista espiritual, como lo demuestran no
solo Nicasio Salvador y G. Todeschini
en el caso cristiano, sino también Maribel Fierro para el Islam y A. Toaff para
el Judaísmo. Eran más bien las penurias
las que originaban todos los males, e
incluso partidarios de la pobreza evangélica, como el franciscano san Bernardino de Siena, pusieron su oratoria al
servicio de esa aceptación de los beneficios espirituales que podía proporcionar
el dinero bien empleado.
En definitiva, el resultado tangible
de esta Semana de Estudios Medievales
de Estella es un volumen denso en el
que se enriquece considerablemente la
problemática del análisis social de los
siglos medievales, y cuyo principal mérito son los caminos que abre, las interrogantes que suscita sobre una sociedad
que cada vez percibimos como más
dinámica y multiforme, y a la que conviene acercarse siempre desprovisto de
prejuicios, de estereotipos adquiridos,
para así poder comenzar a desentrañar
los complejos mecanismos de un tiempo
que, en tantos aspectos, sigue siendo
básico para entender nuestro presente.
———————————————–——
Juan Vicente García Marsilla
Universitat de València
Juan.V.Garcia-Marsilla@uv.es
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RESEÑAS
MARCOS CASQUERO, M.A.: Roma como referencia del mundo medieval. León,
Universidad de León, 2010, 277 págs., ISBN: 978-84-97773-491-2.
La recién creada colección «Estudios
Medievales» del Área de Publicaciones
de la Universidad de León ofrece la
posibilidad de encontrar en este volumen reunidos diferentes artículos que
jalonan la trayectoria académica de
Manuel Antonio Marcos Casquero. Hay
en él obra inédita, pero también trabajos que fueron apareciendo a lo largo de
los años noventa del pasado siglo y durante los primeros de este, tanto en
publicaciones periódicas como en congresos. El denominador común de estos
estudios podría ser definido mediante el
sintagma «tradición clásica», entendiendo esta etiqueta como la búsqueda
de los motivos, temas y formas de la
antigüedad en su compleja adaptación a
la Edad Media e incluso al Renacimiento. El título del volumen, si bien parece
responder al artículo que lo abre, un
trabajo hasta ahora inédito de título
«Sentimientos culturales y morales del
mundo medieval ante la antigua Roma», recoge en buena medida el sentir
del resto de los trabajos. Roma es la
ciudad cuya visión por parte de poetas y
pensadores desde el mundo tardoantiguo
al renacentista es el objeto de estudio del
citado primer artículo, pero Roma es
también el Imperio romano y la metonimia que recoge la amplia y compleja
idea del legado de la antigüedad.
Como la prologuista atinadamente
observa (págs. 9-10), los nueve artículos
contenidos en el volumen pueden ser
agrupados, desde un punto de vista
temático, en tres bloques: «la grandeza
compartida y heredada», «la antigua
poesía lírica latina en el medievo occi-
dental», y «pervivencias paganas en el
occidente cristiano». El primero de estos
bloques incluye el citado artículo dedicado a la visión de la ciudad de Roma
en la poesía medieval y renacentista,
pero su núcleo temático lo constituyen
los trabajos dedicados a la materia troyana en la Edad Media. El segundo se
consagra al estudio de la lírica latina
medieval e incide en sus temas más
contrapuestos, la poesía goliárdica y la
poesía amatoria, mientras que el tercer
bloque está dedicado a la pervivencia de
supersticiones y formas de religiosidad
precristiana en la Edad Media. Creo que
cualquiera que conozca mínimamente la
rica actividad académica de Marcos
Casquero reconocerá en estos artículos
la plasmación de los grandes temas que
han ocupado su carrera y que se han
visto reflejados en traducciones pioneras
en lengua castellana. Recordemos simplemente que el autor de estos trabajos
ha sido también el traductor de Guido
delle Colonne (1993), de Dictis Cretense
(2003) y de una amplia antología de la
lírica latina medieval (1995-97), entre
otras obras. Por otra parte, datan de época reciente la publicación de un volumen
de ensayos sobre las supersticiones y
creencias paganas en el mundo antiguo o
incluso un estudio sobre el personaje de
Lilith. Quiero con ello poner de relieve el
carácter en buena medida sintético del
libro que estoy analizando, por cuanto
presenta trabajos que abarcan estos núcleos de interés que han caracterizado la
trayectoria intelectual del autor.
Los trabajos dedicados a la materia
de Troya en la Edad Media han sido
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
relativamente tempranos, pues datan de
los primeros noventa. Son, por lo tanto,
anteriores a una de las obras de referencia de este tema en el ámbito hispano,
el libro de Juan Casas Rigall, La materia
de Troya en las letras romances del siglo
XIII hispano (Santiago de Compostela,
1999). Preceden también en el tiempo
al nacimiento de la revista Troianalexandrina, publicada por Brepols pero
editada en Santiago de Compostela
desde 2001, que tiene como finalidad la
difusión de trabajos relacionados con la
pervivencia de la materia llamada clásica en la Edad Media. Los estudios que
Marcos Casquero dedica, por tanto, a la
metamorfosis de Dares y Dictis en el
medievo, gracias a Benoît de SainteMaure o a Guido delle Colonne, son en
buena medida pioneros y avanzan lo
que en estos momentos es una consolidada línea de investigación continuada
en trabajos y en proyectos que encabezan muy jóvenes investigadores. Cuestiones debatidas por él, como las fuentes y autoridades utilizadas por los
compiladores medievales, por ejemplo,
el mismo Guido o su casi contemporáneo Alfonso X el Sabio en la General
Estoria, han recibido después un tratamiento más pormenorizado que, entre
otras, ha llevado a identificar como una
de las grandes surtidoras de historias del
rey de Castilla a la famosa Histoire Ancienne jusqu’à César. También ha sido más
reciente la identificación de otra obra
tardoantigua, el Excidium Troie, como la
fuente de aspectos concretos de la General Estoria, y de pasajes de la Historia
Romanorum de su predecesor Rodrigo
Ximénez de Rada. Se ha seguido investigando, por lo tanto, en la línea trabajada
por Marcos Casquero, y mucho es lo que
queda aún por hacer, pero el gran méri-
479
to de los artículos que en este volumen
se compilan, y que, vistos desde la perspectiva actual, más evidente resulta, es
su incidencia en los temas realmente
importantes y significativos.
Llamo la atención a este respecto,
por ejemplo, sobre un pequeño debate
acerca de las llamadas fuentes de Guido
delle Colonne («El tema troyano en la
Edad Media. Guido delle Colonne,
¿traductor de Benoît de SainteMaure?»). En síntesis, Marcos Casquero
se pregunta si el juez de Messina ha sido
un fiel traductor y prosificador de Benoît, o tal vez ha añadido o modificado
material tomado de otras procedencias.
Marcos Casquero aventura la posibilidad, ciertamente interesante, de que
Guido haya utilizado las obras ovidianas, Metamorfosis y Heroidas; esto tiene
un especial relieve dada la probada utilización que de estos textos ha hecho
Alfonso X en la composición de la General Estoria. No podemos olvidar, a este
respecto, lo que el autor nos recuerda
(pág. 95), que Alfonso X muere el 4 de
abril de 1284 y que por ello no pudo
consultar la obra de Guido, «que no se
concluiría hasta noviembre de 1287».
Uno y otro autor medieval habrían
echado mano por separado de casi idénticos complementos literarios a un esqueleto textual basado en buena medida en Benoît de Sainte-Maure. Esta
indicación tiene relación, a mi modo de
ver, con otra que el autor hace en la
página 87, cuando señala que «Guido
delle Colonne no se limita a ofrecernos
una mera versión latina del Roman de
Troie. Si no podemos negar que se mantiene escrupulosamente fiel a la línea
argumental, no es menos cierto que con
gran frecuencia simplifica o selecciona,
racionaliza o discute, suprime u omite,
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RESEÑAS
al par que introduce abundantes elementos de su cosecha, como son los
frecuentes apóstrofes, reflexiones morales, digresiones poéticas o consideraciones eruditas o pseudoeruditas». Habría
que plantearse, y creo que por este camino es por donde van los estudios
actuales, hasta qué punto todas estas
modificaciones, presuntamente personales, de Guido, no tienen que ver con un
material preexistente, hecho de glosas y
comentarios, tanto a los textos antiguos,
como a las propias obras medievales. La
lectura de los manuscritos medievales
que transmiten textos antiguos, como
pueden ser los ovidianos, o los propios de
Dares y Dictis, con especial atención a
sus glosas y a los comentarios intercalados, podría arrojar mucha luz sobre esta
constatación de Marcos Casquero.
Dejando de lado el bloque dedicado
a la lírica medieval, el otro tema en el
que, por su singularidad e interés, me
gustaría centrarme es el que aglutina
los trabajos del tercer bloque. Los artículos titulados «Ecos de arcaicas cosmogonías acuáticas en el ocaso del
mundo medieval», y «El alimento de las
brujas medievales» nos llevan a otro
aspecto de la pervivencia de lo antiguo
en la Edad Media. Se trata de la vida de
los ritos paganos, tildados en el occidente cristianizado de prácticas supersticiosas. En el primero de estos dos trabajos, Marcos Casquero pasa revista a
cosmogonías de ámbito indoeuropeo
representadas por textos literarios arcaicos y nos intenta hacer ver de qué modo
irredento y bajo qué aparentes transformaciones, perviven en la Edad Media. En el segundo caso, de nuevo un
trabajo inédito pero relacionado con la
edición, a cargo del propio Marcos Casquero y de H. Riesco Alcárez de la obra
de Pedro de Valencia, El cuento de las
brujas (León, Universidad, 1996), aborda las cuestiones relativas a la brujería a
lo largo de su historia, con datos aportados tanto por los padres de la Iglesia y
otros autores de la tarda antigüedad,
como por actas inquisitoriales y tratados
médicos medievales. Ambos trabajos
tienen la virtud de hacernos ver la cara
oculta de la luna de la llamada tradición
clásica. Creo que de nuevo, en este caso,
Marcos Casquero irradia felices intuiciones. El estudio del comportamiento
de las formas antiguas, también tildadas de clásicas, en la Edad Media, ha
pasado buena parte del siglo XX encorsetado bajo reglas y apriorismos derivados de las formulaciones de estudiosos
tan influyentes como Erwin Panofsky y
su famoso principio de disyunción entre
significantes y significados. A veces da
la sensación de que ciertos aspectos que
ya han sido, o empiezan a ser, ampliamente desbrozados por lo que respecta
a los estudios sobre el mundo antiguo,
sobre todo en lo que se refiere a la religiosidad «popular» y a sus símbolos, no
tienen el menor eco cuando se estudia la
vertiente medieval de estos aspectos.
Parece como si la aún proclamada perfección e inmovilidad de lo antiguo,
contrapuesta además a la aún aceptada
oscuridad e imperfección de lo medieval, impidiera comprender la mayor
complejidad de la pervivencia de fenómenos de masas, como el propio hecho
religioso. Aun habiéndose aceptado
desde hace tiempo la dificultad con la
que el cristianismo se fue imponiendo
sobre el paganismo en la Europa occidental, el hecho de que hasta ahora ese
mismo paganismo no haya sido de todo
apreciado en sus verdaderas dimensiones, en su verdadera impregnación en
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muchas capas sociales, y en su verdadera esencia como creencia o conjunto de
creencias, ha llevado a que tampoco se
haya sabido valorar en su justa medida
cuánto ha permeado a las sociedades del
medievo. Considero que trabajos como los
de este bloque temático apuntan hacia
una interesante y productiva dimensión
que no debería ser olvidada al abordar
las ricas cuestiones que suscita centrar
nuestro punto de vista en la vida de lo
antiguo en el mundo medieval.
481
Como culminación de una carrera
académica en activo y como síntesis de
los intereses demostrados por el autor a
lo largo de ella, Roma como referencia del
mundo medieval es un libro que documenta, pero sobre todo sugiere. Creo
que puede valer la pena internarse por
las variadas sendas propuestas por el
autor, pues tengo la certeza de que
todas ellas confluyen en un más profundo y novedoso conocimiento del
mundo medieval.
———————————————————––—
Helena de Carlos
Universidade de Santiago de Compostela
helena.decarlos@usc.es
ALBEROLA, Armando y OLCINA, Jorge (eds.): Desastre natural, vida cotidiana y
religiosidad popular en la España moderna y contemporánea. Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2009, 470 págs., ISBN: 978-84-7908552-0.
Estamos ante una obra colectiva fruto del trabajo de un grupo de investigación interdisciplinar centrado en el estudio de los fenómenos climáticos y
naturales y su incidencia en la vida cotidiana de la sociedad hispánica moderna y
contemporánea. Desde la historia agraria, hace ya años, se habían realizado
aproximaciones históricas climáticas para
explicar las oscilaciones de la producción
agraria. En este sentido, hay que recordar a E. Le Roy Ladurie («Histoire et
climat», Annales, 1959). Pero en este y
otros valiosos estudios agrarios la historia
del clima se subordinaba a la historia
económica y social, mientras, desde los
años noventa, el clima, junto a otros
fenómenos naturales, tienden a ser centro de investigación ligado a las necesi-
dades presentes de prevención frente a
los impactos sociales de los fenómenos
de cambios naturales que se perciben
Este colectivo investigador, que trabaja en este sentido desde 2004, se ha
percatado de que los acontecimientos
meteorológicos extraordinarios conducen al uso de fuentes de distinto carácter y a terrenos diversos de investigación. Los trabajos reunidos en el presente
volumen reflejan el doble contenido
entre la geografía y la historia del equipo investigador.
Abre el volumen el trabajo de Armando Alberola de la Universidad de
Alicante, publicado en catalán, dedicado a registrar la existencia y contenido
de imágenes, manuscritos e impresos
relativos a las catástrofes naturales del
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siglo XVIII. Clero y administración son
cronistas cualificados de sucesos naturales. Detalles y comentarios nos ofrecen
datos sobre religiosidad y necesidades
sociales, sin abandonar la idea predominante de un castigo de Dios. Pero también existen mentes preclaras capaces de
proponer soluciones a los efectos de los
males correlativos de sequía e inundación. Los desastres climáticos dan lugar a
sermones y a la existencia de impresos
informativos. En definitiva, a la existencia de testimonios en letra impresa y
grabados realistas, testimonios escritos
que Alberola da a conocer en contenido
y representación gráfica de portadas,
páginas y grabados de diversos acontecimientos meteorológicos como la gran
crecida del Turia de 1776, la cual mereció la atención de Cavanillas. Alberola
pasa revista a las inundaciones de Sevilla (1783-1784), las avenidas del Ebro
(1787), del río Aragón (1787) y del Esgueva (1788). Explica aspectos de la
respuesta popular junto a la emergencia
de la erudición local de signo ilustrado
con soluciones técnicas. Del mismo modo, los terremotos dan lugar a muchas
manifestaciones populares y eruditas y
son el origen de debates filosóficos.
Alberola analiza en paralelo el de 1755
y el de Montesa de 1748. El desastre
natural incide en la mente humana con
efectos distintos, según su nivel cultural. El estudio de Alberola es una mina
de información impresa en relación a los
estragos naturales del siglo XVIII hispánico.
El trabajo de Maria Antonia Martí
Escayol de la Universidad Autónoma de
Barcelona, también escrito en catalán,
analiza la percepción del desastre y del
riesgo a través de dietarios de la Cataluña del siglo XVII que cubren diversos
medios físicos: la zona costera (Barcelona y el Maresme), el interior (Osona) y
la llanura pirenaica (Plana del Rosselló).
La autora analiza los dietarios como
«depósito colectivo del saber», observa
su carácter de instrumento de conocimiento, su valor descriptivo y explicativo y de memoria declarativa con perspectiva temporal. Los dietarios
permiten sedimentar el recuerdo, extraer consecuencias de la experiencia y
favorecer estrategias culturales de aplicación futura. Sin embargo, los efectos
del desastre varían según el contexto
político, organizativo, económico, cultural y demográfico de la sociedad. La
autora indaga la reacción psicológica, la
percepción de las causas, la reacción
activa, la percepción del riesgo, el sentimiento de vulnerabilidad, la capacidad
organizativa y la respuesta legislativa. Es
significativo observar el papel del empirismo agrícola en lo que llama «gestión
del riesgo». Los dietarios catalanes fruto
de una sociedad campesina relativamente estable son, según la autora, una
acumulación de conocimiento empírico y
pueden ser interpretados como un precedente del pensamiento económico del
siglo XVIII. La autora publica un anejo
que reúne la información climatológica
de los dietarios.
Maria de los Ángeles Pérez Samper,
de la Universidad de Barcelona, realiza
un estudio que busca la relación existente entre el desastre natural y sus
efectos negativos sobre los servicios, la
producción, la distribución y el consumo alimentario de la población. Analiza
episodios de inundaciones catastróficas
de Cataluña, Islas Baleares, Castilla y
Andalucía en diversos años de la primera mitad del siglo XVII (Cataluña,
1617; Mallorca, 1635; Andalucía o
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mejor dicho Sevilla, 1618 y 1626; y
Castilla, 1626 y 1636). Pérez Samper
basa su trabajo sobre todo en un manuscrito inédito del convento de Santa
Caterina de Barcelona que se conserva
en la biblioteca de la universidad de la
misma ciudad y que remite no solo a
sucesos de Cataluña sino también a
avenidas del Guadalquivir, el Tormes,
el Pisuerga y el Esgueva. El estudio
también tiene presente relaciones del
siglo XVII editadas en el siglo XIX (F.
de B. Palomo, Sevilla, 1878, reeditado
de nuevo en 2001) o editadas recientemente. La autora reproduce elocuentes
parágrafos sobre las consecuencias de
los estragos sobre Sevilla, en especial
sobre el barrio de Triana, sobre Salamanca o sobre Valladolid o poblaciones
menores y pone el acento en los efectos
de desestructuración de todo el proceso
productivo con sus secuelas. Los relatos
ponen en evidencia el sufrimiento de los
grupos socialmente más frágiles y los
extremos del hambre al lado de las ayudas eclesiásticas y de la actuación de los
gobiernos locales.
Gloria A. Franco Rubio, de la Universidad Complutense de Madrid, centra
su trabajo en verificar a través de manuscritos inéditos de las bibliotecas españolas, impresos coetáneos y bibliografía
especializada, la percepción del desastre,
entendido en sentido amplio (fluctuaciones climatológicas, terremotos, erupciones volcánicas, fenómenos celestes y sus
secuelas) sobre las sociedades europeas o
coloniales en los siglos XVI y XVIII.
Verifica el papel de los vaticinios y cómo
los Dies irae prevalecen en la mentalidad
colectiva. Tres ejes articulan el análisis de
la autora: la observación del sentimiento
de vulnerabilidad, las teorías interpretativas de la época y el peso ideológico de
483
la actuación eclesiástica con el respaldo
civil. Los escritos relacionados con el
famoso terremoto de 1755, los cuales,
como entre otros una carta del profesor
salmantino Tomás Moreno, no dudan
del carácter de «azote de (la) divina justicia», sirven a la autora de referencia central para situar con diversos textos el
sentimiento apocalíptico que despertaban estos hechos entre los coetáneos.
Con más espacio podríamos destacar
muchos de ellos. Al lado de la «maquinaria ideológica» de la iglesia, Franco
Rubio percibe la existencia de una élite
intelectual (P. Feijoo) y el progreso científico de la prensa.
Sigue el estudio de Mariano Barriendos, el cual quizá debería iniciar el
volumen por su carácter metodológico e
interpretativo entre la geografía y la
historia y un bagaje teórico-analítico
especializado. Barriendos se centra en el
análisis de un periodo climático (17601800) del Mediterráneo Occidental
desde la amplia escala temporal de unos
500 años (siglos XVI-XX). Con una
serie de índices, obtenidos de fuentes
documentales históricas (750 años de
índices hídricos de diversas poblaciones
catalanas) y fuentes instrumentales
antiguas (250 años de presión atmosférica de Europa Occidental para obtener
índices homologables de zonalidad),
observa la existencia de una anomalía
hidrometeorológica la cual el autor
bautiza, ya desde 1994, como Oscilación
Maldà, oscilación climática que se caracteriza por un incremento simultáneo de
sequía severa e inundaciones con daños
considerables. El estudio detallado de
esta oscilación concreta, la cual recibe su
nombre del Barón de Maldá, la grafomanía del cual ha dejado una valiosísima
información escrita, permite identificar
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anomalías (variaciones opuestas extremas) intraanuales e intraestacionales.
Barriendos indica el sentido de tales
esfuerzos de investigación para forjar
herramientas intelectuales un futuro
próximo. El trabajo va acompañado de
mapas, gráficos y cuadros complementarios.
Dentro de esta perspectiva presentista del análisis histórico de los factores
naturales se mueve el trabajo de Anna
Ribas Palom sobre las inundaciones de
Gerona, ciudad entre cuatro ríos, entre
1193, primera inundación documentada, y 2005. El trabajo destaca, según
criterios de área afectada, víctimas o
damnificados y pérdidas económicas,
doce episodios y los recientes planes de
la ciudad encaminados a combatir los
riesgos futuros. El seguimiento del proceso de ocupación humana de los espacios inundables de la ciudad permite a
la autora observar que hasta finales del
siglo XIII la ciudad evita las zonas de
riesgo pero a partir del siglo XIV se
observa la ocupación del areny (arenal) y
la progresiva integración de los ríos en
el entramado urbano, con lógicas consecuencias a pesar de las ordenanzas
urbanas. La etapa 1950-1980 fueron
años de ocupación irracional e indiscriminada altamente peligrosa con medidas insuficientes e ineficaces de desagüe.
Los planes hidráulicos de protección de
1971 (presas de laminación) no se han
llevado a cabo y la política se ha limitado a la reconstrucción después de los
estragos y a la prevención mediante la
regulación de los usos de los espacios
inundables. El trabajo está complementado con fotografías y cuadros sobre
inundaciones y caudales registrados.
Tomás Peris Albentosa conoce al
detalle la historia de la Ribera del
Xúquer del País Valenciano. Tras indicar las dificultades para distinguir entre
magia y religión y observar la presión
del concilio de Trento, realiza un seguimiento de los rituales protectores de
aquellas tierras en el Antiguo Régimen.
Entre otros, destacan los rituales para
proteger la hoja de moreras y la crianza
de los gusanos de seda, las rogativas pro
pluvia y pro serenitate y las plegarias sobre
riada y plagas. Pese a la importancia de
estas manifestaciones de «religiosidad
instrumental», Peris Albentosa reclama
precauciones metodológicas de todo
tipo, entre las que destacan la necesidad
de matizar el concepto «catástrofes naturales» ante el peso del factor antrópico,
de distinguir entre dramatismo y efectos
nocivos reales, la existencia de una inteligencia campesina que no se limita a las
rogativas sino que practica ingeniosas
estrategias paliativas y la tendencia de
los rituales a adquirir carácter rutinario.
Albentosa publica un cuadro de rogativas de Carcagente de 1651 a 1827 con la
identificación del motivo.
El trabajo de Pablo Giménez-Font
demuestra el papel determinante que
ejerce la acción antrópica sobre los ríos.
La acción humana sufre la geomorfología
pero también participa y actúa sobre la
morfogénesis fluvial. En algunos casos
puede ser prioritario el análisis del sistema fluvial como sistema histórico por
encima del sistema físico. El estudio
valora, pues, junto a la geografía física, la
utilidad de la cartografía histórica a través de ejemplos de nuestra península de
filiación mediterránea. El dinamismo
humano opera especialmente en los tramos de la cuenca y de la sedimentación.
La cartografía histórica del siglo XVIII
puede contribuir a la clarificación geomorfológica del curso de un río y de-
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mostrar la conflictividad que generan
los cambios en el sistema fluvial sobre
propiedades o límites municipales. En el
siglo XVIII e inicios del XIX actúa un
proyectismo hidráulico sólido, a veces sin
culminación por falta de fondos, al lado
de planes arbitristas con antecedentes
seculares y conviven cuerpos técnicos con
profesiones paragremiales. El autor da a
conocer personalidades y planes de ingeniería y analiza el caso de diversos ríos,
especialmente valencianos (evolución de
la confluencia Albaida-Júcar, Rambla de
Albanilla-Benferri y sistema de boqueras
y valle de Beneixama del Vinalopó).
Observa que meandros y desembocaduras fueron zonas especialmente intervenidas y ricas en cartografía histórica.
Destaca el proyectismo sobre el Ter,
sobre tramos del Segura y sobre el Turia y demuestra que fueron especialmente significativas las actuaciones de
integración de los ríos en la trama urbana de las ciudades y en relación con la
actividad portuaria. La conclusión es
que la cartografía histórica es un indicador de la percepción de la naturaleza
y del papel de las obras públicas en la
Edad Moderna. Publica diversas representaciones de cartografía histórica.
Cierra el volumen el trabajo de Jorge
Olcina Cantos sobre percepciones de los
cambios del clima a través de la historia.
Distingue entre teorías antiguas (desde
la mitología y la filosofía presocrática
hasta Humboldt) y teorías modernas. La
idea de la influencia humana es muy
temprana y suele contemplar una relación entre deforestación y escasez de
lluvia. Olcina sitúa a Cavanillas y diversas obras españolas de geólogos e ingenieros del siglo XIX entre los teóricos
antiguos, pero, de hecho, el siglo XIX
pone las bases epistemológicas de la
485
climatología moderna. En el siglo XX,
junto a los factores naturales (actividad
solar) cogen empuje las ideas del cambio
climático antrópico. Si la deforestación y
la agricultura habían jugado un papel
importante en la teoría, ahora lo juegan
la actividad industrial y el crecimiento
urbano, destacando la teoría de la «isla
del calor» de Gordon Manley (1958)
dentro de las ideas sobre climatología
urbana. Sin embargo, Olcina sitúa el
trabajo del sueco S. A. Arrhenius (1896)
como el estudio pionero de trascendencia actual (relación entre el cambio climático y el anhídrido carbónico) el cual
inicia los estudios sobre la relación entre
química atmosférica y alteraciones climáticas (efecto invernadero). El autor
informa sobre los actuales organismos
de la ciencia climatológica. Con precedentes, la Conferencia Mundial del
Clima ha sido un hito en las investigaciones con la creación del Programa
Mundial del clima (1978) y la aparición
de más iniciativas internacionales. Hoy
hay consenso en el incremento de temperatura pero prosiguen incertidumbres
en la actual hipótesis del cambio por
efecto invernadero.
Se trata de un atractivo y valioso
volumen colectivo interdisciplinar donde se percibe tanto el desastre natural
como el peso del factor humano, donde
religión y magia no se conciben, en
ningún caso, reñidas con la inteligencia
campesina. Se trata también de un volumen en el cual el análisis del pasado,
en términos potenciales de utilidad
futura, abre caminos frente a las amenazas de cambios climáticos y desafíos
naturales. Finalmente, estos estudios
históricos junto a la evolución científica
del pensamiento humano sobre climatología, desde los presocráticos hasta la
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declaración de la modificación de la
capa de ozono de 1975, permiten pen-
sar en un horizonte científico abierto y
útil para las generaciones futuras.
——————————————————–—–—
Eva Serra i Puig
Universitat de Barcelona
evaserra@ub.edu
MARCOS MARTÍN, Alberto (ed.): Agua y sociedad en la época moderna. Valladolid,
Universidad de Valladolid e Instituto Universitario de Historia Simancas, 2009,
305 págs., ISBN: 978-84-8448-502-5.
El Instituto Universitario de Historia Simancas de la Universidad de Valladolid ha organizado en repetidas ocasiones reuniones científicas para abordar el
estudio del agua, su utilización y significado en las sociedades del pasado. El
propio Instituto publicó el resultado de
la primera de tales reuniones celebrada
en 1997, siendo otros organismos, en
particular el Servicio de Publicaciones
de la Universidad de Valladolid, los que
se encargaron de dar a conocer los resultados de otros congresos y seminarios.
No es casual que esta temática esté tan
presente en las actividades del Instituto
Simancas ya que dos de sus equipos de
investigación han desarrollado diversos
proyectos sobre este particular. Precisamente es uno de ellos, el de los modernistas, el que está detrás del libro Agua y
sociedad en la época Moderna.
A través del estudio del papel del
agua en épocas pasadas es posible abordar muy diversas cuestiones que sacan a
la luz diferentes facetas de la vida de
aquellas sociedades. En este caso, el
centro de atención es la época Moderna,
particularmente del siglo XVIII, en el
marco espacial de la península ibérica.
Por lo que se refiere a sus objetivos, el
coordinador lo expresa muy bien en el
prólogo, abordar distintos campos que
ponen de manifiesto la versatilidad del
objeto estudiado para conocer cuestiones relacionadas con la producción y la
propiedad, la cultura, la técnica y el
mundo de lo simbólico y religioso, así
como el espacio de lo legal referido a la
regulación de su uso en determinadas
circunstancias y para diferentes actividades. Por eso, la lectura de los doce
estudios que recogen las páginas de este
libro aporta una visión compleja y poliédrica del agua, aunque, como enseguida veremos, se han privilegiado algunos espacios y temas.
En primer lugar, se plantea una
amplia visión de conjunto sobre una
buena parte de las cuestiones que es
posible observar a través del espejo del
agua. Y es un acierto empezar con consideraciones de carácter técnico, puesto
que dependiendo del nivel alcanzado en
este campo una sociedad podrá obtener
mayores o menores ventajas de las reservas hídricas disponibles. En este caso,
el responsable de tales páginas, García
Tapia, ofrece una breve síntesis de un
libro suyo anterior sobre los veintiún
libros de ingenios y máquinas de Juane-
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lo, atribuidos a Pedro Juan de Lastanosa;
presenta así los rasgos principales del
contenido de una obra que, por encargo
de Felipe II, redactó el citado Pedro
Juan, una aragonés humanista y científico, que se formó en Italia, donde actuó
en el campo de la ingeniería hidráulica.
Con esta contextualización de carácter técnico, los siguientes capítulos se
ocupan de otros aspectos que hacen
referencia al papel del agua en la época
moderna, aunque sin olvidar sus raíces
medievales, ya que en el tema que nos
ocupa es fundamental conocer la situación en periodos anteriores. Este es el
caso del análisis de su consideración
como bien privativo, que lleva a su autora, Eugenia Torijano, a realizar un
amplio recorrido cronológico, desde las
Partidas del Rey Sabio hasta el Código
Civil. Se trata de un tema de gran relevancia, que permite comprender su
utilización por parte de los agentes sociales, y también las bases de la conflictividad que su uso genera.
Precisamente los conflictos son estudiados por De la Fuente Baños, que
se centra en el análisis de aquellos que
enfrentan entre sí a los concejos, y también a sus vecinos, por el aprovechamiento de los recursos hídricos, sobre
todo de aquellos que se consideran integrados en el conjunto de bienes comunales. También en este caso la autora se remonta a la etapa medieval,
concretamente a las donaciones realizadas a partir del siglo XIII, para intentar
desvelar la complejidad del problema, y
encontrar las causas que expliquen el
inicio de algunas confrontaciones concretas. Respecto a las situaciones coyunturales analizadas, parece que son las
épocas de carestía aquellas en las que
surgen más rivalidades.
487
Y es que la escasez de agua es uno
de los graves problemas que la población ha de solucionar para garantizar su
subsistencia. Pero también el exceso
causa serios inconvenientes. Esta cuestión es abordada precisamente por Alberola Romá, que centra su atención en
el caso de Valencia en el siglo XVIII.
Épocas de sequía y lluvias torrenciales
causan grandes estragos de diversa naturaleza, agravados a veces por la imprudencia o el mal proceder de algunos
miembros de la sociedad, entre ellos
quienes transportaban madera por los
ríos, cuya conducta puede agrandar el
desastre, como sucedió en las graves
inundaciones que sufrió Valencia en el
otoño de 1776.
A veces frente a las inclemencias,
como ante las plagas o las inseguridades
se recurría a las rogativas. Nos adentramos así en un aspecto que afecta a la
cultura popular y las creencias. En este
campo el agua tiene una intensa presencia como lo demuestra Teófanes
Egido en el capítulo dedicado «a los
otros usos del agua», en el que se acerca
a una sociedad que se mueve en un
mundo de representaciones socializadas
en las que el agua resulta imprescindible. La que calma la sed del alma, la
que purifica, la que defiende del demonio, y también el agua bendita, cuya
presencia se va incrementando a la vez
que se reafirma su utilidad frente a los
luteranos que la rechazan.
La obra se ocupa igualmente de las
cuestiones relacionadas con la producción. En primer lugar, en el mundo
rural, concretamente el sistema agropecuario gallego, estudiado por Pegerto
Saavedra, que presenta las dos caras de
la abundancia de agua; de una parte,
perjudicial para el cereal, de ahí que a
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RESEÑAS
veces las rogativas pidan que cesen las
lluvias; de otra, favorecedora del avance
de los prados y del cultivo de la patata a
partir de la década de los sesenta del
siglo XVIII. Con todo en las zonas cerealeras también es necesaria para la
molturación, lo que explica el elevado
número de molinos. Estos ingenios así
como el regadío están en la base de la
conflictividad que se genera en torno a
la utilización de los recursos hídricos
disponibles. Con un régimen climático
y pluviométrico muy diferente, Murcia
resulta un destacado ámbito para el
estudio de la utilización del agua como
demuestra con su trabajo Guy Lemeunier. El desigual reparto de recursos
hídricos en el antiguo reino de Murcia
explica el diferente peso de la presencia
de molinos y ruedas elevadoras. Tanto
en uno como en otro caso aparece con
claridad la racionalidad del sistema, que
emplea el mecanismo adecuado para
cada situación concreta. Lo avala la
expansión del molino de cubo, ya conocido en siglos anteriores, pero que ahora
se extiende con más intensidad, permitiendo el establecimiento de molinos u
otros ingenios hidráulicos allí donde la
corriente es escasa y discontinua. Y
también las ruedas elevadoras que favorecen el regadío y el aprovechamiento
del agua extraída de la capa freática,
posibilitando la puesta en valor de un
medio físico que, en lo que se refiere a
la disponibilidad de agua, presenta serias dificultades. Este trabajo sirve de
puente entre la primera y la segunda
parte del libro, esta última fruto del
trabajo de investigación realizado por el
equipo de la Universidad de Valladolid.
En este caso nos encontramos con cinco
capítulos que tienen un nexo y una
temática común que da coherencia al
conjunto. La fuente es el Catastro del
marqués de la Ensenada, estudiado
desde el punto de vista de los usos del
agua. Para permitir la explotación común y conjunta del documento han
propiciado la elaboración de una base
de datos, flumen, adecuada a sus necesidades. Quien ha elaborado esa herramienta, Antonio Cabeza Rodríguez,
explica sus características, cómo se ha
realizado, y las posibilidades que ofrece.
A partir de ahí, los siguientes cuatro
capítulos muestran los resultados de la
investigación, que se centra en algunas
provincias y comarcas de «Castilla la
Vieja». En todos los casos se fija la atención en el poblamiento y la producción
desde el punto de vista de su relación
con los recursos hídricos y los ingenios
hidráulicos, particularmente molinos y
batanes, en la mayor parte de los casos
temporeros debido a que durante varios
meses al año falta el agua necesaria para
hacerlos funcionar. Se citan también
algunas otras instalaciones industriales
que precisan del agua, pero el núcleo
central del trabajo conjunto son indiscutiblemente las máquinas movidas por
la fuerza del agua, aprovechando los
ríos, arroyos y corrientes de menor
cuantía. En otro orden de cosas hay que
señalar que individualizan la propiedad
femenina de este tipo de ingenios, lo
que demuestra no solo la riqueza de la
fuente, sino también la gran cantidad
de facetas que ofrece el estudio de los
molinos, más allá de su tipología, tiempos de funcionamiento, rendimiento y
localización, aspectos que también son
estudiados. Rosa María González se
ocupa de la provincia de Ávila, donde
observa un claro predominio de los
molinos harineros, de los que son propietarios desde nobles a simples vecinos,
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
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pasando, claro está, por el clero. Pérez
Estévez se centra en la comarca de Sanabria, muy rica en agua, donde predominan las explotaciones agropecuarias de subsistencia, lo que explica la
gran cantidad de molinos censados,
muchos de los cuales son pequeños,
construidos y utilizados directamente
por sus propietarios. Las provincias de
Burgos y Salamanca son estudiadas por
García Fernández, que pone de manifiesto la trascendencia del agua como
motor de la economía castellana del
momento; pero también, observando la
realidad a escala menor, lo destacado de
la propiedad concejil y la importancia
de la explotación vecinal mediante el
sistema de turnos.
La provincia de Palencia es la zona
estudiada por el coordinador del libro e
investigador principal del proyecto,
Alberto Marcos Martín. Su análisis confirma las apreciaciones realizadas para
otras zonas, entre ellas, la mala relación
existente entre regadío y utilización de
la energía hidráulica, o la escasa capacidad de molturación de la mayor parte
489
de los ingenios. Además, el análisis de
las informaciones disponibles le permite
valorar la importancia relativa de los
molinos existentes, destacando el mayor
valor y rendimiento de aquellos que
están en manos de una minoría privilegiada, frente a la gran mayoría de pequeños molinos pertenecientes a propietarios de menor relevancia, estableciendo
así lazos de relación entre los ámbitos
económico y social.
En conclusión, nos encontramos ante un libro esclarecedor en el actual
panorama historiográfico, centrado en
un objeto de estudio de auténtica relevancia por su capacidad de información
sobre las sociedades del pasado. Esta
circunstancia, en mi opinión, queda
demostrada sobradamente a partir de la
lectura de los distintos capítulos de una
obra que, por un lado, presenta una
amplia muestra de temas que es posible
abordar desde esta perspectiva, y por
otro, se centra en una fuente y un territorio determinado para estudiar en profundidad un aspecto concreto del tema
del agua.
——————————————————M.ª Isabel del Val Valdivieso
Universidad de Valladolid
delval@fyl.uva.es
YUN CASALILLA, Bartolomé (dir.): Las Redes del Imperio. Élites sociales en la
articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714. Madrid, Marcial Pons y
Universidad Pablo de Olavide, 2009, 382 págs., ISBN: 978-84-96467-85-9.
Esta obra colectiva reúne doce contribuciones precedidas de una introducción firmada por el director de la obra,
Bartolomé Yun, que también es coautor de uno de los capítulos. Se trata, por
tanto, de un tomo coral. Sin embargo,
—y ello debe colocarse en el haber del
coordinador del volumen−, a pesar de la
variedad de manos, el conjunto certifica
una unidad de planteamiento metodo-
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RESEÑAS
lógico y objetivos que lo convierte en
un tomo coherente. La armonía de las
aportaciones de los autores viene explicada en la «Introducción» de Yun, donde se presentan los presupuestos conceptuales, se razona la elección de los
diferentes temas de estudio y se adelantan las conclusiones que el lector puede
ampliar en cada capítulo. En cuanto al
marco conceptual e historiográfico, cabe
decir que el libro se sitúa en un territorio fronterizo entre la historia de los
imperios, de tanta actualidad en el
mundo académico anglosajón y camino
actual por el que transita la llamada
«historia atlántica», y la definición de la
Monarquía de España como agregación
de territorios —o «monarquía compuesta», término traducido del inglés
composite monarchy—. Es decir, el primer
punto de interés de la obra reside en
que arranca de una perspectiva bien
fundada para explicar la articulación de
la Monarquía de los Austrias españoles,
un reto para los modernistas cuando
tratamos de trasladar al público la
complejidad de este artefacto político,
económico, social y cultural de escala
mundial y tan prolongado en el tiempo.
Asimismo, queda claro que el objeto del
interés de los autores son las élites vinculadas a la Monarquía, tanto las que gobiernan en los reinos como las que sirven
directamente en el entorno cortesano, o
las que aprovechan las oportunidades de
muy diverso signo bajo el paraguas de
los Austrias. Tan amplia acepción del
término élites supone que no solo se
incluyan las noblezas —protagonistas de
la mayor parte de los estudios compilados, como no podía ser de otra manera—, sino también grandes financieros y
altos cuadros de la administración,
igualmente comprometidos en la articu-
lación del espacio y la gestión de los
recursos. En consecuencia, a partir de la
suma de estos elementos —el marco de
la Monarquía de España y sus élites—,
se propone un modelo explicativo basado
en la estructura en red, una figura que
está ganando adeptos entre los especialistas porque pone de relieve la circulación entre territorios diversos de personas, mercancías e ideas. Al insistir en la
robustez de los canales de comunicación
de tipo horizontal que se daban en el
seno de la Monarquía se apunta una
causa sólida que justificaría su perdurabilidad y, sobre todo, su capacidad para
resistir —para «conservarse», según se
decía en el siglo XVII— embates diversos y superar enormes dificultades de
partida, como eran las distancias y las
diferencias constitucionales entre los
territorios. De esta manera, los autores
del volumen permiten avanzar en algunos planteamientos y confirmar otros
que se están abriendo paso entre las
filas de la historiografía modernista de
hoy, los que insisten en los trasvases de
todo género entre los territorios.
Al considerar que la Monarquía de
España daba soporte a diversas redes
que vertebraban los reinos entre sí,
dentro de cada uno y todos con el trono, posibilitaban las circulaciones y
facilitaban intercambios de personas,
bienes e ideas, se insiste en la importancia de las transferencias —no solo cultural transfer— y la llamada «historia
trans-nacional», conceptos que han
adquirido gran protagonismo en la historiografía actual, pero que deben ser
matizados, como hace Bartolomé Yun,
cuando se aplican a la Edad Moderna y,
en particular, a los reinos de los Habsburgo españoles. Como bien dice Yun,
se trata «de mirar a la historia desde un
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punto de vista determinado que nos
realza dimensiones nuevas y algunas
veces aspectos también ya conocidos»
(pág. 17); es decir, tales categorías
abren perspectivas de análisis y de comprensión que, al insistir en lo relacional,
suponen más un punto de vista, y menos una metodología. Ahí es donde
confluyen los textos reunidos, en la
mirada que lanzan sobre las élites. Las
consecuencias de este punto de vista son
muchas, y van más allá de señalar el
hecho evidente de que las noblezas pasan de unas cortes virreinales a otras,
que las casas comerciales y financieras
hacen negocios de radio amplio o que
algunos letrados desarrollan sus carreras
en más de un reino. Al fijar la atención
sobre el tejido reticular que envolvía la
Monarquía se pone el foco en las funciones de mediación que desempeñaban
con eficacia estas élites y se supera el
modelo que identificaba un centro y
una extensa periferia, interpretación
rígida y vertical que la realidad, más
articulada y matizada, desmiente.
Vistas así las cosas, la Monarquía de
España se revela como un espacio que
tiende a facilitar la comunicación entre
determinados sectores, evidentemente
restringidos pero nutridos en términos
relativos, que encontraron oportunidades de prosperar en su seno y, a su vez,
coadyuvaron a la conservación del entramado político y económico que los
sustentaba. El carácter simbiótico de las
relaciones entre la Casa de Austria y sus
élites no es un mero pacto de coexistencia en busca del mutuo beneficio, sino
que arranca de la misma concepción del
poder elaborada en los círculos intelectuales de la Monarquía y se alimenta de
una alta capacidad de negociación, una
flexible adaptación a las realidades de
491
los reinos y la eficaz armonización de los
comportamientos familiares y de grupo
en escenarios políticos diferentes. De
esta manera, se pudieron hacer compatibles objetivos particulares con otros
más generales, por el consenso en torno
a la preservación de un marco político
compartido sobre una geografía intercontinental. Ahora bien, el predominio
del acuerdo no niega el disenso, el conflicto o la exclusión. Dinámicas inevitables al concurrir intereses y competir en
pos del triunfo en niveles donde la exclusividad era consustancial a las funciones más deseadas, la contraposición y
el enfrentamiento formaban parte del
funcionamiento ordinario del sistema.
Este último aspecto, el de las tensiones
y las pugnas, nos remite a otras dos
vertientes que también aparecen en los
capítulos del libro: la movilidad y los
procesos de toma de decisiones estratégicas. En definitiva, las élites se vieron
impelidas a elegir y afinar sus armas
para promocionarse y alcanzar sus objetivos sobre otros competidores.
El libro está articulado en cinco
partes que atienden a un criterio geográfico, pero no estricto, porque precisamente el rasgo que define todas las
aportaciones es la ruptura de las barreras territoriales y la movilidad, espacial
y social. Así, en la primera parte. Á.
Redondo y B. Yun explican cómo las
noblezas ibéricas redujeron las distancias entre Portugal, España e Italia, en
virtud de su circulación en los cargos de
gobierno virreinales y su introducción
en las altas instituciones del gobierno
central, y C. Sanz ejemplifica con los
Cortizos la trayectoria de las familias de
conversos portugueses que gracias a la
fortuna en los negocios y su inserción en
las finanzas de la Monarquía, en Castilla
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y en Italia, alcanza la nobleza. La segunda parte se centra en los comportamientos y la movilidad de las élites
italianas. G. Muto estudia la gran nobleza napolitana que, si bien se enganchó a las oportunidades que brindaba el
servicio a la corona, dentro y fuera de
Italia, y robusteció su dominio señorial
en el reino partenopeo, en cambio, no
fue capaz de ocupar en solitario la cúspide y tuvo que compartir el liderazgo y
la tarea de articular la política con el
patriciado de la ciudad de Nápoles, los
letrados de los grandes tribunales del
reino y los cuadros de la alta administración venidos desde Castilla. Manuel
Herrero dibuja la red Spínola y la promoción de los marqueses de los Balbases, caso muy revelador de la fusión de
lo financiero, lo diplomático, lo militar
y lo cortesano, anudadas todas estas
vertientes en torno a esta familia genovesa cuyo cosmopolitismo es, al mismo
tiempo, el medio y la consecuencia de la
extensión de intereses sobre todo el
espacio de la Monarquía y de su inserción en el proyecto de los Austrias. N.
Bazzano pone el acento en lo que denomina «pequeña» o «baja» diplomacia,
esto es, la actividad de representantes
de ciudades, casas nobles, órdenes religiosas, instituciones y corporaciones
diversas, con capacidad para establecer
su propia interlocución con sus iguales
y, sobre todo, con instancias superiores,
en particular el soberano. Esta posibilidad era una consecuencia de la misma
configuración corporativa de la Monarquía. Es la diplomacia de los agentes
mediadores la que centra el interés de
Bazzano y, en concreto, el caso de la
relación entre los príncipes de Éboli con
Marco Antonio Colonna, una comunicación política desde sus respectivos
espacios de influencia, la corte madrileña y la pontificia, respectivamente.
La parte tercera gira en torno a Portugal. M. da Cunha ha cruzado el estudio cuantitativo de los matrimonios entre familias nobles portuguesas y
castellanas entre 1580 y 1640 con el
análisis de la concesión de mercedes en
ese mismo periodo a la nobleza lusa. Con
ello explica por qué los titulados portugueses, cuando se produce la ruptura con
Madrid, siguen mayoritariamente leales
a Felipe IV. Por tanto, se evidencia que
la mezcla de la aristocracia lusitana con
la castellana, junto con un flujo constante de la gracia regia, conformaron una
estrategia capaz de resistir la fractura de
1640. A Terrasa pone a la familia Mascarenhas como ejemplo de la división
que la revuelta bragancista produjo en
muchas familias nobles, una escisión de
la parentela que puede interpretarse
también como una respuesta del linaje a
las contingencias de la guerra. La fidelidad a reyes enfrentados no era obstáculo para seguir desarrollando una política
de casa o linaje, que es la prioritaria
para la mentalidad aristocrática.
La parte cuarta, que reúne trabajos
sobre las élites austriacas y flamencas,
se abre con la contribución de B. M.
Lindorfer acerca del impacto que tuvieron los lazos de la nobleza austriaca con
la española en los procesos de transferencia cultural. Aquí la circulación no
depende tanto de enlaces matrimoniales
—son escasísimos— cuanto de canales
diplomáticos. La mediación de embajadores como F.B. Harrach facilitó una circulación entre cortes que tuvo, según la
autora, un peso nada desdeñable en la
formación del gusto de la aristocracia
vienesa. R. Fagel introduce el concepto de
«generación mixta» para abordar el estu-
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dio de los enlaces entre grandes comerciantes y nobles hispano-flamencos en el
marco de la Monarquía, y llega a la conclusión de que si bien no hubo por parte
de Carlos V interés por favorecer esa integración generacional, el estallido de la
revuelta activó unos contactos intensificados por el aumento de españoles destinados a los Países Bajos. Pero fue demasiado poco y demasiado tarde para que
se configurara una verdadera generación
mixta. Siguiendo esta estela de investigación, R. Vermeir analiza la situación
en la segunda mitad del siglo XVI y el
XVII. Los tres Felipes se preocuparon
poco por crear una élite nobiliaria mixta
en el contexto bélico. Hay claros síntomas de ello, como el cese después de
1559 de las convocatorias de los Capítulos Generales del Toisón de Oro, con lo
que la orden caballeresca perdió su sentido originario de confraternidad nobiliaria internacional; tampoco se hizo nada
para disipar la negativa o como mínimo
sospechosa imagen de la nobleza flamenca entre sus homólogos castellanos; en
medio de estas frías relaciones, única-
493
mente se detectan movimientos de nobles flamencos en busca de los honores
de Castilla —hábitos y encomiendas, e
incluso la grandeza— para reforzar la
posición de sus casas. La última parte
versa sobre las élites ultramarinas. O.J.
Trujillo mide el grado de integración de
los portugueses en las redes comerciales
bonaerenses desde la atalaya de 1640, y
deja claro que su inserción superó la
división bragancista y que, además, ese
tejido de intereses mercantiles en torno
al estuario de la Plata tampoco tuvo
problemas para abrirse pragmáticamente a nuevos agentes en la región como
los neerlandeses. L.M. Córdoba Ochoa,
por último, atiende a la formación de la
identidad de la élite indiana, compuesta
por soldados-encomenderos que mantienen una férrea vinculación al lejano
trono europeo a la vez que se reconocen
unos a otros en las virtudes guerreras y
en la superación de las dificultades del
medio que los circunda. Construyeron
así un sistema específico de valores y
lazos recíprocos sobre los que promocionarse y respaldarse.
—————————————————–—
Adolfo Carrasco Martínez
Universidad de Valladolid
carrasco@fyl.uva.es
REGUERA RODRÍGUEZ, Antonio T.: Los geógrafos del rey. León, Universidad de
León, 2010, 558 págs., ISBN: 978-84-9773-538-4.
La cartografía ibérica de la Edad
Moderna, vinculada a la cosmografía y
la navegación, se ha convertido en la
última década en uno de los temas más
atractivos para los historiadores, casi
siempre historiadores de la ciencia. Esta
nueva explosión viene precedida por el
interés que desde hace unos años despertaron los estudios relacionados con el
mundo atlántico y el Nuevo Mundo. En
este contexto, el mundo de los mapas ha
traspasado las fronteras de los estudios
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americanistas y de la historia de la cartografía tradicional, al menos desde el punto de vista de los académicos del otro lado
del «Mar Océano». Sin embargo, no ha
ocurrido lo mismo con la descripción
geográfica de la península ibérica, en
especial de Hispania. Al margen de las
valiosas contribuciones realizadas por
autores como Agustín Hernando, por
aquellos profesionales encargados de custodiar documentos cartográficos en instituciones como la Biblioteca Nacional de
Madrid o por investigadores que esporádicamente dan a conocer nuevos hallazgos, el mapa de España, por lo general, ha
generado menos entusiasmo que las pinturas del nuevo continente.
Atento a este descuido historiográfico, Antonio T. Reguera Rodríguez
contribuye con una aportación no solo
necesaria, sino también imprescindible
en el complejo marco de las relaciones
entre el conocimiento geográfico y el
poder político en el seno de la monarquía hispánica durante los siglos XVI y
XVII. Desde el renacer florentino de la
Geografía de Ptolomeo en los primeros
años del siglo XV y su introducción en
España casi un siglo más tarde, la cosmografía fue una ciencia al servicio de
los monarcas españoles, desde las pretensiones imperialistas de Carlos V hasta la fragmentación de poderes en
tiempos de Felipe IV. La imagen cartográfica de España estuvo siempre subordinada, según el autor, a las transformaciones políticas promovidas por
los diferentes gobiernos de los Austrias.
Y en la mayoría de los casos, estos gobiernos vieron en la descripción y representación del territorio el mejor aval
para legitimar su hegemonía política,
tanto dentro como fuera de los límites
físicos de la península.
Después de la publicación de numerosos trabajos que así lo revelan, no
cabe en nuestros días analizar el papel
que la cosmografía jugó en la Europa
moderna sin hacer siquiera mención al
redescubrimiento humanista de la Geografía de Ptolomeo. Antonio T. Reguera
va aún más lejos y nos ofrece, a modo
de introducción, una descripción detallada de las condiciones en las que se dio la
recuperación del manual cartográfico del
geógrafo alejandrino y cómo este penetró en la cultura geográfica de la España
del siglo XVI. Si entre los muchos secuaces europeos de Ptolomeo destacan Pierre d’Ailly, Nicolás Donis y Martin
Waldseemüller, el referente español fue
Antonio de Nebrija. Unos desde los
aspectos teóricos de las premisas ptolemaicas y otros desde el carácter visual de
la imagen de la oikoumene (mundo conocido o habitable), todo ellos contribuyeron al conocimiento y difusión del legado de Ptolomeo, no sin antes adaptar sus
enseñanzas a la nueva realidad geográfica que brindaban los exploradores españoles y portugueses. Solo a través de una
revisión crítica de los referentes clásicos
se podría resolver la gran pregunta de la
cartografía moderna: cómo representar
un cuerpo esférico sobre una superficie
plana. Cosmógrafos y eruditos como
Servet, Münster, Ortelius y Mercator
darían buena cuenta de ello.
En términos cosmográficos, España
fue, sin duda, ptolemaica. Así lo pone
de manifiesto el profesor Reguera cuando evalúa la incursión de la Geografía en
territorio español. Las cortes europeas
más ambiciosas pronto entendieron que
la red geométrica de meridianos y paralelos ofrecida por Ptolomeo mediante
sus proyecciones cartográficas resultarían
el remedio más eficaz no solo para do-
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minar y controlar el espacio, sino también un soporte sobre el que construir
una identidad territorial. En España
esta renovada simbiosis entre el arte de
hacer mapas y el arte de gobernar adoptó la forma de «un discurso que sostiene
que la unidad política de los reinos peninsulares debe tener su fundamento en
la idea de Hispania como realidad histórica, y en la nueva idea de España como
realidad geográfica» (pág. 97). Uno de
los primeros representantes de dicho
discurso fue el obispo Joan Margarit i
Pau, a la postre promotor de la primera
Hispaniae tabula nova. A partir de la
Geografía de Ptolomeo y de la nueva
imagen de España, con Nebrija en el
horizonte, se sucederán durante más de
una centuria una serie de proyectos
geográficos tan ambiciosos como malogrados.
Muchos de sus artífices, caso de
Fernando Colón, Martín Fernández de
Enciso, Pedro de Medina o Alonso de
Santa Cruz, entre otros, no solo se ocuparon de la cosmografía de Hispania,
sino que también estuvieron involucrados en la cosmografía indiana. En este
sentido, el capítulo tres del libro de
Reguera reivindica a veces sin pretenderlo la interdependencia de ambos
proyectos en términos geográficos, políticos e históricos, principalmente durante el reinado de Carlos V; la época de la
cosmografía con mayúsculas, de la cartografía universal, de las representaciones globales del imperio, de la visualización de la Monarquía Universal, en
definitiva. Si bien en esta primera mitad
de la centuria la cosmografía fue capaz
de reivindicar y mantener los derechos
territoriales del imperio Habsburgo, las
crónicas sobre las grandezas de España
—al igual que las relaciones de la con-
495
quista americana— justificaron y legitimaron la soberanía de Castilla a lo
largo y ancho del orbe. Historiadores
como Florián de Ocampo o, más tarde,
Ambrosio de Morales asumieron dicha
tarea; una labor que con la llegada de
Felipe II al poder se dirigió hacia la
proyección de una ideología cimentada
en la homogeneización territorial y la
unidad religiosa.
Durante la segunda mitad del siglo
XVI, la representación de lo universal y
los grandes frescos cosmográficos dejaron
paso a una etapa donde el esplendor de
Hispania pasaba por la medición de lo
particular. Las Relaciones Topográficas
—con Juan de Ovando y López de Velasco al frente—, las pinturas de ciudades o las vistas paisajísticas —elaboradas
por el artista flamenco Anton Van den
Wyngaerde— y el conocimiento matemático y geométrico enseñado en la
Academia de Matemáticas —y confiado
a Juan Bautista Labaña y Pedro Ambrosio de Ondériz, entre otros— vertebrarían a partir de ahora la estructura
básica del proyecto geográfico de Felipe
II. En este punto, Reguera establece
ciertos paralelismos entre la obra de
Juan Páez de Castro y el rumbo que
tomó la política geográfica del rey prudente. Felipe II asumió el legado cosmográfico de su padre e intentó, mediante la topografía, reparar las
debilidades técnicas de su desarrollo.
Para ello fue preciso no solo educar a los
príncipes, sino también a sus vasallos.
La geometría y, en general, las matemáticas aplicadas prestaron gustosas sus
servicios a los requerimientos prácticos,
utilitarios y pragmáticos del nuevo gobierno. Reputados autores como Juan
Pérez de Moya realizaron esfuerzos por
sistematizar el conocimiento de mayor
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utilidad: la medición de los territorios,
la estandarización de las distancias entre
puntos geográficos, el método de la
triangulación o el estudio geométrico de
superficies terrestres.
A pesar de las intenciones, muchos
de estos planes no cumplieron con los
objetivos y las expectativas generadas
años atrás. Ante la difícil situación política en la que se encontraba España a
finales del siglo XVI y comienzos del
siglo XVII —dada la ruptura y la relación de dependencia entre el trinomio
economía-guerra-conquistas—, la geografía, subordinada siempre a los caprichos del poder, dirigió sus quehaceres
hacia una cartografía regional que, por
otra parte, caracterizó buena parte del
Siglo de Oro. Como indica el título del
capítulo cinco —cuyos cinco primeros
epígrafes aparecen mal indexados a
causa de un error tipográfico— de la
obra reseñada, las partes toman las
riendas de la ordenación y visualización
del territorio, ya no tan preocupadas del
todo y de la cantidad, sino de los fragmentos, de la calidad de lo proyectado
y, en resumen, de los métodos corográficos de representación del espacio. Estas prácticas reflejaban el interés de las
jurisdicciones particulares por autodefinirse en términos políticos. Pasamos,
entonces, de la idea de una descripción
general de España a una descripción
fragmentaria. El todo deja paso a las
partes. Las transformaciones en el ámbito de la política tuvieron, por tanto,
su correlato en las prácticas cartográficas de la España moderna. «El siglo
(XVII se entiende) —afirma Reguera—
termina con el triunfo de la estrategia
de las partes» (pág. 514). En otras palabras, el principio del unus immotus
simbolizado a través del compás y que
de forma tan apropiada representa los
ideales de la monarquía española comienza a tambalearse, pues la corte como referente central e inmóvil desde
donde la corona ejerce su hegemonía
sobre la periferia deja de ser eficaz.
Acontecimientos como la bancarrota
económica, las rebeliones de Portugal y
Cataluña o la propia muerte de Felipe IV
no facilitaron el clima de contradicciones
y desequilibrios políticos que llevaron a
la crisis de la idea de totalidad.
Algunos efectos cartográficos de este
cambio de rumbo fueron los trabajos de
Labaña para el reino de Aragón, las observaciones geográficas de Andalucía y
Extremadura efectuadas por Gabriel de
Santans, las descripciones de las costas y
puertos de los reinos de España llevadas
a cabo por el ilustre Pedro Texeira o el
Cuaderno de discursos y mapas acerca del
litoral portugués realizado por el almirante Antonio da Cunha e Andrada —y
no José Antonio— en pleno contexto de
la crisis luso-española de 1640. A excepción del atlas de Texeira y del cuaderno
inédito de mapas de las costas de Portugal de Andrada —confeccionado en
un contexto bélico con intereses particulares—, durante la segunda mitad del
siglo XVII asistimos a una renovación
más acentuada si cabe de la representación cartográfica. Como consecuencia
de la segmentación del poder real y la
aparición de prácticas políticas locales
que Reguera llama neoforales y neofeudales, los mapas muestran términos
jurisdiccionales concretos, imágenes
corográficas de realidades territoriales
determinadas.
En Los geógrafos del rey, Reguera deja
constancia del lugar central que ocuparon los cosmógrafos y sus artífices en el
complejo entramado de la política exte-
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rior e interior de la monarquía hispánica
en general, y de la cultura cortesana en
particular. Ciencia y poder, geografía e
imperio conforman un binomio insalvable para comprender la emergencia,
desarrollo, transformación y ocaso de la
España moderna en sus diferentes formatos. Dada la situación privilegiada de
patronazgo que sufrió la geografía, al
menos en el seno de la Casa de Austria,
la renovación y adaptación de la cartografía a lo largo de doscientos años corresponde a las alteraciones que de forma
semejante se fueron produciendo en el
terreno del poder político. Tras el estudio de Reguera podemos anunciar que
este hecho resulta especialmente apreciable en la descripción de Hispania. Si
seguimos la estela, cabría afirmar que el
arte de levantar un mapa no solo actuó
como herramienta de visualización, sino
también como espejo de la realidad
política en la que se fraguó.
En definitiva, el libro de Antonio T.
Reguera puede ser calificado en su amplitud de riguroso, esclarecedor, original e, incluso, valiente, sin quedar por
ello expuesto a una crítica ferviente por
parte del lector especialista, más bien
497
todo lo contrario. Si bien podemos
apreciar algunas contrariedades cuando
menciona la hipotética relación entre la
proyección cartográfica y la perspectiva
lineal en la época del resurgir de Ptolomeo —tratada por Samuel Y. Edgerton años antes del citado trabajo de
Pierre Thuillier— o la aproximación un
tanto menesterosa del tratado de Andrada, encontramos páginas y reflexiones de notable factura. Entre estas destaca el audaz reconocimiento a Marino
de Tiro y la consecuente puesta en duda
de la integridad intelectual de Ptolomeo,
la sobresaliente cuota de protagonismo
otorgada a Fernando Colón en el programa de la Descripción de España, el tratamiento pormenorizado del controvertido Atlas de El Escorial, la recuperación
siempre obligada de la figura oscura de
Pedro de Esquivel, las aportaciones del
jesuita José Zaragoza o la reinterpretación de la autoría supuestamente compartida del denominado Atlas del Rey
Planeta. Estamos, por tanto, ante un
estudio que ofrece un amplio abanico de
posibilidades y que a medio y largo
plazo abrirá las puertas a futuras investigaciones.
————————————————–—— Antonio Sánchez Martínez
Universidad Carlos III de Madrid
antosanmar@gmail.com
SERRANO LARRÁYOZ, Fernando: La oscuridad de la luz, la dulzura de lo amargo.
Cerería y confitería en Navarra (siglos XVI-XX). Navarra, Universidad Pública de Navarra, 2006, 497 págs., ISBN: 84-9769-138-5.
En esta obra, Fernando Serrano Larráyoz nos presenta «una síntesis de
partida en la investigación sobre la or-
ganización del trabajo de los cereros,
confiteros y chocolateros navarros, sobre
sus relaciones sociolaborales y sobre su
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RESEÑAS
actividad propiamente artesanal durante los cinco últimos siglos». Como síntesis de partida la valoraremos aquí, adelantando que en esta obra se nos ofrece
una documentación importante en calidad y cantidad, relativa a los oficios
citados de las principales ciudades de
Navarra durante las Edades Moderna y
Contemporánea. En la etapa de la investigación en que se encuentra Serrano, el interés de su estudio radica precisamente en la búsqueda documental,
por lo que podemos afirmar que la labor de recuperación y transcripción de
documentos relativos al mundo del
trabajo artesanal precapitalista sigue
dando buenos frutos. Con todo, tal y
como afirma el mismo autor, «el presente estudio deberá completarse en un
futuro con otros trabajos que amplíen
algunas cuestiones que en esta monografía tan solo han sido apuntadas».
Reconozcamos desde el principio
que el trabajo precapitalista de la Edad
Moderna es un campo de estudio complicado. A deshacer esa complicación no
ha ayudado mucho la propia historiografía. A lo largo del siglo pasado predominó en España una corriente de
investigación que reducía el trabajo
artesano al ámbito corporativo y tenía
como alma mater el estudio de las ordenanzas gremiales, es decir, las normas
del trabajo que podemos denominar
cualificado. La mayor parte de estas
investigaciones permanecían encorsetadas en un ámbito local, muy preocupadas por establecer taxonomías que
hablaban de gremios, gremios mixtos,
gremios-cofradía, cofradías… La escasa
ambición teórica de estas obras acabó
por hacerlas reiterativas y muy centradas en sí mismas, incapaces de establecer comparaciones con lo sucedido en
otras áreas europeas. El año 1990 pareció abrir una cesura en las investigaciones españolas del trabajo precapitalista
moderno gracias a la publicación de
Viles y Mecánicos, el libro de Fernando
Díez sobre los oficios artesanos de Valencia en el siglo XVIII. Tras el pistoletazo de salida que supuso la obra de
Díez, parecía llegado el momento de
estudiar a los oficios en vez de a los
gremios, de analizar el trabajo en sí más
que sus normas. Al calor de la obra de
Díez, hubo una pequeña efervescencia
de estudios sobre el artesanado, que
tenían entre sus rasgos principales
haberse desprendido del lastre gremial
—aunque eran conscientes de su transcendencia— y su fuerte vocación de
interdisciplinariedad y comparación con
lo sucedido en los países de nuestro
entorno cercano.
Hay, por tanto, dos tradiciones en
el ámbito del trabajo artesanal precapitalista. Aquella que estudia los gremios
y otra que, sin dejar de lado esta realidad, se preocupa más por los oficios.
Una vez admitida esta diferencia entre
gremios y oficios, estamos en condiciones de contextualizar el significado de
los gremios como instituciones que
regularon la actividad industrial durante la Edad Media y la Edad Moderna.
Los gremios eran asociaciones de artesanos que contaban entre sus rasgos
básicos haber obtenido del poder político el privilegio (o monopolio) de practicar su oficio en una ciudad o región.
Este poder les dotó de capacidad para
controlar la cantidad y calidad de la
producción y sus precios, regular la
entrada al oficio, organizar el adiestramiento de los aprendices, mantener los
niveles de calidad en la fabricación y
garantizar la asistencia social a sus
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miembros. Las corporaciones de oficio
estaban organizadas jerárquicamente:
los maestros eran los únicos miembros
de pleno derecho y tenían como mano
de obra subalterna a un número variable de oficiales y aprendices. Estos rasgos se mantuvieron a lo largo de la
Edad Moderna, pero la cada vez mayor
penetración de las prácticas capitalistas
y, por ende, la debilidad de la función
económica de las corporaciones, obligan
a responder a una pregunta importante:
¿por qué los gremios persistieron durante tanto tiempo? En buena medida,
porque los gremios fueron una respuesta equilibrada entre los intereses de los
productores, consumidores y gobiernos.
Para los productores, los gremios aseguraban tanto un ingreso estable para sus
miembros («la lógica de la ganancia
estable» de Jan de Vries), como que
todos sus integrantes tuvieran iguales
posibilidades de alcanzar unos beneficios mínimos conformes con su rango y
su negocio («lógica de la desigualdad
limitada»). Para los consumidores, los
gremios garantizaban un suministro
regular, a unos precios asumibles y con
unas condiciones mínimas de calidad.
Para el estado, los gremios ejercían como agentes de encuadramiento social y
de recaudación fiscal, una fuente de
ingresos y apoyo político, en tanto garantizaban la paz social mediante un
abasto regular de los productos básicos.
De la lectura atenta del libro de Serrano Larráyoz se desprende que los
gremios de cereros y confiteros desempeñaron estos roles y tuvieron estos objetivos a lo largo de la Edad Moderna. En
Navarra —y también en Aragón y Castilla— muchas veces se solían presentar
como corporaciones unidas —la materia
prima era común— lo que explica que
499
en el libro de Serrano Larráyoz haya una
extensa introducción sobre los dos gremios y luego un estudio particular de
cada oficio. En la parte introductoria, se
nos presenta un análisis de la organización corporativa, en el que se mezclan
actividades y normas. El autor hace una
declaración de intenciones al comenzar
esta parte con el epígrafe «Aproximación al mundo del artesanado y del
trabajo en Navarra…». Y hace bien,
pues, como dijimos más arriba, Serrano
se encuentra en la etapa inicial de su
investigación. Ese rasgo es el responsable de que esta adolezca de la falta de
un sólido contexto histórico y teórico
que proporcione seguridad al lector en
las primeras páginas del libro. El autor
desconoce —o al menos no cita— obras
de referencia en el estudio de los gremios como las de Cerutti, Epstein, Kula, Lis y Soly, Poni, Sonenscher o de
Vries, y a nivel español, las de Bernal,
Collantes de Terán, Damián Arce, García Sanz, Iradiel, Monsalvo Antón, Torras o Zofío, amén de la ya citada de F.
Díez, por solo mencionar unas cuantas
de las más importantes aparecidas en
los últimos tiempos. Faltando la guía
historiográfica, el lector está huérfano
de referencias fiables, y aunque el autor
se empeñe en caracterizar los gremios y
las cofradías navarras, lo cierto es que el
énfasis en lo local y en el análisis repetitivo de las distintas ordenanzas, hacen
difícil la lectura de esta introducción.
Sin duda, la incorporación futura del
marco teórico proporcionado por la
historiografía citada hará ganar muchos
enteros a este estudio.
En el primer bloque del libro, la organización corporativa aparece descrita
a través de las ordenanzas de los oficios
de una amplia variedad de localidades
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RESEÑAS
navarras. La descripción abunda en datos
que muchas veces no son relevantes y se
pierde en vericuetos normativos que añaden poco a la problemática general del
trabajo artesano. A continuación el autor
examina el marco sociolaboral y religioso
del agremiado. Este es tal vez el punto
más desarrollado de esta parte, aunque
en lo relativo al marco sociolaboral, la
falta de solidez teórica impide al autor,
una vez más, analizar aspectos importantes del ordenamiento y la realidad laboral, como el intrusismo o los problemas
de la reproducción de los oficios (se dedica una parte al aprendizaje, pero desde
una perspectiva meramente voluntarista
como responder a la pregunta ¿hasta qué
punto los aprendices acudían al oficio por
propia voluntad e interesados verdaderamente por lo que iban a aprender, o
iban para ganarse la vida?). Por desgracia, el autor no analiza las causas de la
crisis gremial definitiva, aunque en su
propia documentación hay indicios que
apuntan a ellas y que grosso modo podemos diferenciar entre factores internos
(aparición de un proceso de diferenciación social y económica entre los maestros, y descontento entre los oficiales por
su incapacidad de acceder a maestros) y
externos (presión creciente del mercado e
introducción de la idea de competencia).
Algunos de estos problemas, como la
frustración de los oficiales por no poder
llegar a maestro, aparecen simplemente
apuntados en notas a pie de página y no
hay comentario alguno sobre las dificultades de los oficiales para pagar el coste
del examen o sobre la movilidad de los
trabajadores.
Los dos bloques restantes están dedicados a los oficios de cerero y confitero. Vaya por delante que son las partes
más sustanciosas de la obra, si bien el
autor no extrae todas las conclusiones
que le proporcionan los datos que maneja. En lo relativo a los cereros, comienza describiendo la legislación navarra sobre la apicultura de mediados del
siglo XVI y la regulación de la producción y venta de cera del siglo siguiente;
pasa después a describir las diferentes
fases de la producción y concluye con la
evolución de los usos de la cera durante
la Edad Moderna hasta mediados del
siglo XX. En cuanto al aspecto de la
legislación y regulación, el estudio de
Serrano adolece de la falta de una comparación con lo que estaba ocurriendo
en Castilla, donde sabemos que ya en
1492 los Reyes Católicos habían dado
unas normas generales sobre la producción, que fueron reforzadas con nuevas
reglas en 1500, tendentes a que las
candelas de sebo no pudiesen elaborarse
con sebo de bestias. Las Cortes de Madrid de 1586 insistían de nuevo en las
medidas de control, de manera que la
cera destinada a candelas debía ser
«limpia, colada y pura, y sin mezcla
alguna de resina, sebo, pez y trementina». Además, la cera debía ser siempre
del mismo color tanto por dentro como
por fuera.
En el ámbito del color destacan las
páginas que Serrano dedica al proceso
del blanqueo, pero a las que debería
acompañar un análisis detenido de dos
elementos claves de los cereros: la alta
calidad de los productos elaborados —se
hace necesaria una mayor investigación
de un instrumento clave como el «sello»
impuesto en las Cortes generales de
1632— y, fundamentalmente, la importante penetración en el seno del oficio
del capital mercantil y, como derivación, el demoledor efecto de esta
penetración en el ámbito de la preten-
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dida igualdad corporativa. En esta
línea, una mera reflexión sobre el oficio
revela que el pequeño número de maestros que lo integraba es un fiel reflejo de
que no todo el mundo podía ser cerero.
A la elevada cualificación exigida por su
corporación, se unía el alto capital necesario para hacer frente a los pedidos, así
como el capital fijo requerido para tener
tienda y obrador al mismo tiempo. Una
parte importante de la explicación de
cómo ciertos oficios sortearon la crisis del
siglo XVII reposa en la injerencia de los
mercaderes en los negocios artesanos. La
cerería es un ejemplo paradigmático. Ya
hablemos de Navarra o del resto del
país, lo cierto es que los cereros presentaban una estructura económica en la
que sobresalen las importantes acumulaciones de capital y, por ende, las grandes
diferencias entre los integrantes del oficio. Todo ello, síntoma de esa penetración del capital mercantil manifestada
en la apertura de obradores y tiendas de
cerería por mercaderes capitalistas que
accedían al oficio examinándose mediante medios poco convencionales para
los criterios gremiales. En Navarra esta
penetración se aprecia ya en casos precoces como el de Estella en 1559, las
prácticas reflejadas en las ordenanzas de
cereros de Pamplona de 1665 o el proyecto de ordenanzas de 1741. Pero hay
razones para pensar que una historia
comparada facilitaría una regla bastante
homogénea en torno al oficio. En Madrid, por poner un ejemplo que conozco
bien, en el siglo XVII estos capitalistas,
incluso extranjeros, se examinaban fuera de la ciudad —algo que también
sucede en Navarra—, y pese al veto del
gremio madrileño a homologar estos
títulos, «tratantes y regatones en cera»
colocaban a oficiales como titulares de
501
las «tiendas fingidas». Las quejas de los
maestros no impidieron que el Consejo
de Castilla aprobase dicha penetración,
de modo que las acumulaciones de capital que produjo tal medida se atisban en
1695 cuando varios de estos mercaderes
madrileños negociaban en Llodio la
importación de grandes cantidades de
cera de Dantzig. En Madrid, ya en el
siglo XVIII, el gremio de cereros significativamente pasaría a denominarse
«gremio de mercaderes de cera».
El bloque dedicado a los confiteros
es algo más largo y se divide en tres
apartados que abordan, primero, el
análisis de los aspectos socioeconómicos
de la confitería y, después, tanto el estudio de esta a través de las normas
gremiales como de los recetarios. El
ámbito socioeconómico se centra en un
rápido comentario sobre los factores
que influyeron en el comercio del azúcar y el cacao, para pasar a analizar el
significado social y cultural que el consumo de estos productos tuvo entre los
navarros de los siglos XVI al XIX. En
este punto, Serrano solo analiza el significado social de los productos citados
entre la clase dominante y, sobre todo,
lo que pensaba la Iglesia a través de los
tratados. Los dos puntos siguientes
sobre las normas gremiales y los recetarios los resuelve de manera descriptiva y
haciendo un abusivo uso de sangrados
que no ayudan mucho a la lectura del
texto. Sin duda, la parte de los recetarios es la que más domina el autor, lo
que se infiere de la labor de búsqueda
de documentos inéditos. Pero aquí
también hay dos puntos flojos: el primero, la excesiva repetición de recetas
no ayuda ni a reforzar las carencias teóricas del estudio ni a tender lazos con
investigaciones en curso; el segundo, la
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carencia de referencias pertinentes de
autores consagrados en la materia como
Montanari, Flandrin, Aymard, Camporesi o Sarti, o de simples historias divulgativas como la de Schivelbusch en la
que se dedican unas cuantas páginas al
chocolate. En lo tocante a España, ninguna referencia a estudios de especialistas como los de Allard, Bennasar y Goy,
Rucquoi, Menjot, García Monerris y
Peset. En este tramo del libro también
se echa en falta la aportación de las
leyes suntuarias en esta materia.
Recapitulemos. El autor abre la
obra con un objetivo impreciso —«dar
respuesta a algunas preguntas que me
he ido planteando en lo concerniente al
proceso evolutivo de este sector tan
concreto [el de la cerería y la confitería]
en épocas más recientes»—, tras el que,
al no explicitar cuáles son estas preguntas, solo cabe intuir que lo que se ofrecerá a continuación adolece de ambición
teórica. Es cierto que poco después aduce que no pretende realizar una «recopilación pintoresca de curiosidades, ni
tampoco ofrecer un extenso elenco de
recetas», pero la propia indefinición
introductoria hace que el lector camine
ya desorientado por el resto de las páginas del libro. Tal vez, el problema de
este es que su autor ha querido abarcar
mucho, desde el aspecto sociolaboral al
religioso, pasando por la elaboración
técnica de los productos, la alimentación, etc, pero ninguno de estos aspectos queda bien resuelto. Los pastelitos
de Pavía tienen una apariencia muy
atractiva que hace que cualquier persona —adicta o no al dulce— se relama al
verlos en el escaparate de una confitería.
Cuando uno hinca el diente al pastel
comienza el desencanto. En el interior
del dulce solo hay aire. Algo similar
ocurre con el libro de Serrano Larráyoz,
una obra de edición impecable, título
soberbio y apéndices modélicos. Poco
más. De momento, este adelanto de
investigación nos deja un sabor agridulce, aunque es posible intuir que en un
futuro próximo, con la información que
maneja el autor y un refuerzo tanto
teórico como de organización del libro,
del horno navarro saldrán no solo pasteles agradables a la vista sino también al
gusto de los golosos más exquisitos.
———————————————————–
José A. Nieto Sánchez
Universidad Pablo de Olavide
josenietosanchez@wanadoo.es
CRESPO SOLANA, Ana (coord.): Comunidades transnacionales. Colonias de mercaderes extranjeros en el mundo atlántico (1500-1830). Madrid, Ediciones
Doce Calles, 2010, 425 págs., ISBN: 978-84-9744-097-4.
La cuestión de la constitución y
formas de actuación de las colonias
mercantiles extranjeras en las ciudades,
y sobre todo en las ciudades portuarias,
de los diversos ámbitos geográficos, ha
venido concitando desde hace varias
décadas la atención de los especialistas
de la historia del comercio (y de la his-
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toria económica en general), y de la
historia social de la burguesía (y de la
historia social en general). Estos grupos
comerciales asentados en las plazas caracterizadas por su dedicación a los
intercambios (y muy especialmente a
los intercambios marítimos internacionales) o en las plazas convertidas en
grandes centros de transacciones de
mercancías o de valores (con ferias mercantiles y financieras) pero de procedencia foránea, fueron siempre un fenómeno que atrajo la atención de los expertos
por sus especiales connotaciones de
dinamismo económico, singularidad
organizativa e institucional, particular
relación con los poderes públicos y con
los gobiernos de los estados, dificultad
de arraigo o integración en los lugares
de acogida, frecuente conflictividad
social y, finalmente, capacidad de resistencia ante las circunstancias adversas
de esa implantación en un territorio
ajeno y en un escenario a menudo incluso hostil. Recientemente, este ramo de
la investigación se ha visto fortalecido
por la mayor dificultad de la identificación social de los grupos como fruto de
la mayor complejidad de la sociología
aplicada a la historia (que supone la
combinación de factores étnicos, clasistas, políticos, religiosos o culturales a la
hora de la definición de las colonias
mercantiles extranjeras), por la especial
atención dispensada a determinados
ámbitos que han podido funcionar como generadores de relaciones económicas o culturales con alto grado de
homogeneidad (como en el caso del
llamado sistema atlántico, objeto de
numerosos debates debidos a la imprecisión del concepto más allá de lo puramente geográfico y a su extrapolación
al servicio de poco recomendables op-
503
ciones políticas actuales), por la aparición de otros elementos conceptuales de
análisis (como el de redes, popularizado
tal vez hasta caer en el exceso y muchas
veces aplicado de forma vaga y devaluada) y, finalmente, por la aparición de
herramientas técnicas sofisticadas, como
son los sistemas de información geográfica, o del modelo de redes complejas,
que en última instancia sirve de lejana
inspiración al volumen aquí analizado,
como el proyecto que responde al engolado apelativo de Dinamic Complexity of
Cooperation-Based Self-Organizing Commercial Networks in the First Global Age,
de la European Science Foundation.
Dejando al margen estas nuevas rotulaciones para realidades ya conocidas,
la colección de artículos coordinada por
Ana Crespo Solana, sin duda, una de las
profesionales más activas y una de las
mejores conocedoras de este campo
específico de las diásporas mercantiles
(con sus similitudes y sus diferencias,
sus intereses particulares y sus necesidades de colaboración) se inscribe dentro
del proyecto «Naciones y Comunidades:
perspectivas comparadas en la Europa
Atlántica (1650-1830)», un programa
más delimitado pero no por ello menos
ambicioso a la hora de atender ese extenso mundo de las colonias de mercaderes y su multifuncionalidad en el
ámbito del Atlántico y en la época de
madurez e incipiente desestructuración
del Antiguo Régimen. Los trabajos aquí
incluidos amplían, sin embargo, la cronología (1500-1830) para dar cabida
también a las primeras colonias comerciales de los tiempos modernos, de modo que, utilizando las propias palabras
de la directora del volumen, el objeto
de análisis del colectivo aquí convocado
es el de analizar «estas comunidades
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mercantiles, definidas como microsociedades especializadas en torno al emergente mundo del comercio y las finanzas internacionales y, en muchos casos,
autodefinidas como “naciones” [que]
construyeron en primera persona el
complejo mundo atlántico». La extensa
y bien fundamentada introducción de
Ana Crespo, que, perfectamente actualizada en su bibliografía y en su conocimiento del estado de la cuestión, sirve
de marco teórico y conceptual al conjunto, es el pórtico para el despliegue de
una significativa serie de aportaciones
individuales por parte de un total de
dieciséis especialistas, que nos presentan
otros tantos casos de esas colonias mercantiles que sirvieron para configurar la
red de relaciones e intercambios establecida a lo largo de los tiempos modernos en el mundo atlántico. A partir
de aquí, por tanto, la recensión se ve
forzada a hacerse cargo de las diversas
conclusiones originales de cada uno de
los trabajos, aunque el todo se recoja
bajo el común denominador de unas
actitudes y comportamientos que presentan más semejanzas que diferencias,
y aunque cada una contribuya a su manera a perfilar esa World connected History propia de los tiempos modernos, de
esa historia universal cuya partida de
nacimiento puede fecharse en los años
finales del siglo XV.
Manuel Bustos, el máximo especialista en la historia moderna de Cádiz,
nos habla de la burguesía mercantil
especializada en la Carrera de Indias, en
el sector colonial del tráfico gaditano,
abordando la cuestión de la delimitación del grupo, tanto en su número
como en sus categorías, así como el caso
de las colonias regionales y extranjeras,
extendiéndose en las condiciones de
participación de estas últimas en el
comercio colonial a través del trámite
de las naturalizaciones, para acabar con
la discusión del concepto de red, «una
malla sutil, formada de polos diversos
interconectados entre sí a través de
flujos de diferentes direcciones […]
capaces de crear vínculos de carácter
clientelar y/o de fidelidad, de ámbito a
veces —cual es el caso de nuestros comerciantes— transnacional» (pág. 45).
Ana Crespo, la coordinadora del volumen, también presenta un trabajo monográfico sobre las redes de negociantes
flamencos entre 1690 y 1760. Aunque
el título del artículo parece contraponer
comunidad y familia a nación, la exposición lo desmiente convincentemente:
«Decir “Nación” era lo mismo que decir
microsociedad, o lo que es lo mismo,
una versión más o menos ampliada del
clan familiar. En realidad, los lazos familiares jugaron un papel muy importante» y máxime cuando «en el seno de
la colonia, al menos en la “Antigua y
Noble Nación Flamenca” se constataba
un fuerte carácter de confraternidad». Y
así, hasta llegar a la conclusión: los
siglos modernos exigieron la pertenencia a una nación para obtener riqueza y
nobleza, las palancas para la promoción
individual y grupal hasta que la desestructuración del Antiguo Régimen generara un nuevo sistema de comercio (y
de economía) internacional.
David Alonso vuelve a enfrentarse
con una temática clásica como es la de
los genoveses en España, tal vez porque,
como bien señala el autor, «Clío, siempre ambiciosa, no se conforma con lo
que ya se sabe, aunque esto último sea
mucho». Y de esta forma, si se tiene
inteligencia para plantearse nuevos
interrogantes (como es el caso), se pue-
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den aportar nuevos datos y nuevas
perspectivas para permitir una nueva
lectura, aquella que subraya la razón de
la facilidad siempre presente en la colaboración entre genoveses y españoles:
«quizás estos veían en ellos a servidores
católicos de un mismo rey». Catia Brilli
prolonga la precedente reflexión sobre
los genoveses, tratando de la colonia
establecida en Cádiz en el siglo XVIII.
La ciudad andaluza se convirtió en el
Setecientos en la meta privilegiada de
los mercaderes ligures, que renovaron
los términos de la antigua colaboración
(realizada preferentemente a través de
una institución consular al servicio de
los intereses privilegiados de los comerciantes más prominentes) por una
«nueva simbiosis» que privilegiaba el
método del avecindamiento y la naturalización más que el de la cohesión «nacional», hasta que la crisis del Antiguo
Régimen expulsó a la colonia genovesa
de una ciudad en decadencia y la llevó
al otro lado del Atlántico, al Río de la
Plata. Margrit Schulte Beerbühl plantea
una temática poco frecuente entre nosotros, el papel de los mercaderes hamburgueses instalados en Londres y sus
redes internacionales entre 1660 y
1815. Aparte de algún error puntual
(La Española no es Cuba), resulta muy
elocuente el análisis de su campo de
actuación comercial y de su red de relaciones mercantiles, así como su conclusión de la dialéctica originada por una
actuación que potenció el ascenso económico de Gran Bretaña, al mismo
tiempo que favorecía a los sectores exportadores de su país de origen. Al
margen, crea alguna confusión la utilización, a la hora de caracterizar estas
sociedades, del concepto de Merchant
Empires cuando, siguiendo a Stanley
505
Chapman, solo podríamos hablar propiamente de Internacional Houses, a fin
de reservar el primero de estos términos
al complejo imperial de Portugal o de
las compañías de Indias de Francia, de
Inglaterra o de los Países Bajos.
José Antonio Salas Ausens nos lleva
del gran comercio al pequeño comercio,
introduciéndonos en una temática de
extraordinario interés justamente por la
poca consideración de que ha gozado
por parte de los historiadores más
preocupados de los grandes flujos internacionales. Se trata de una ambiciosa
revisión (basada en una considerable
aportación documental de primera mano) del papel jugado por los pequeños
mercaderes extranjeros (franceses, italianos, malteses) en la configuración del
mercado interior en la España del siglo
XVIII. Solamente cabría señalar que las
tiendas, lejos de constituir formas arcaicas, son en muchos casos la garantía de
la continuidad del consumo en los pueblos o en las pequeñas ciudades, como
ya señalara Pierre Vilar en su clásico
estudio de la botiga en el siglo XVIII.
Vicente Montojo nos ofrece interesantes
datos sobre las comunidades de mercaderes procedentes de la Europa atlántica establecidas en el Levante español,
especialmente sobre los bretones de
Cartagena y los ingleses y holandeses de
Alicante. En su comercio abarcaron una
gama de productos más extensa de la
generalmente admitida y los primeros
fueron además los introductores de la
fabricación del jabón, que se convertiría
en un renglón característico de la industria regional. Manuel Hernández nos
habla de la presencia de los comerciantes extranjeros en el comercio canarioamericano entre 1765 y 1808. Su aportación principal es la que se centra en la
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actuación de los mercaderes flamencos
en La Laguna, así como en la numerosa
serie biográfica de algunos prominentes
representantes de estos intercambios.
Sin embargo, la secuencia de los hechos
resulta a veces confusa y, sobre todo, los
datos referidos al Libre Comercio o a la
acción de la Compañía Guipuzcoana de
Caracas no resultan nunca fidedignos y
en ocasiones erróneos y contradictorios.
Juan Ignacio Pulido hace una rigurosa
disección de la condición de los mercaderes portugueses en España, centrándose en las colonias de Madrid y de
diversas ciudades andaluzas y distribuyendo los ejemplos a lo largo de los
siglos XVII y XVIII. Su principal conclusión subraya el intenso proceso de
integración (arraigo en el lugar de acogida) y de asimilación (aculturación e
inserción en la comunidad autóctona),
mucho más profundo que en el caso de
otras colonias comerciales. Aunque los
mecanismos de los matrimonios mixtos
y de la reclamación de derechos para los
«jenízaros» o hijos nacidos de dichas
uniones fueron instrumentos que consolidaron esa tendencia, en un segundo
momento (que no se precisa suficientemente) operó el movimiento inverso de
afirmar la pertenencia a la comunidad
de origen a partir de la fundación de
cofradías y de la defensa de la nación
portuguesa presente en cada asentamiento. María Paz Aguiló se ocupa de
los comerciantes flamencos establecidos
en Sevilla y Cádiz y especializados en la
importación de objetos de arte desde los
Países Bajos, ofreciendo gran lujo de
detalles acerca de las compañías constituidas al efecto. Sin embargo, concede
aún más importancia al contenido material del tráfico: los retablos de viaje,
los cuadros de devoción, los tapices (y
los reposteros heráldicos), los escritorios
de lujo y las pinturas. El siglo XVIII
marca un cambio de tendencia en el
gusto, con la aparición de los charoles
(los objetos lacados) y los muebles de
fabricación inglesa. Clara Palmiste, por
su parte, analiza las redes mercantiles
(en Europa y en América) de los mercaderes de libros e impresores flamencos
instalados en Sevilla en los años 16801750. Dejando al margen algunas inexactitudes iniciales (el Palacio de San Telmo es en realidad la sede del Colegio
Seminario de pilotos para la Carrera de
Indias), el estudio se centra en la actividad de los agentes, en sus realizaciones
institucionales (la cofradía de San Juan
Evangelista) y, sobre todo, en dos familias, los Dherbe y los Leefdael, y sus
extensas redes de corresponsales y consignatarios, mucho más tupidas que las
que pudieron constituir sus colegas
españoles. Bernd Hausberger se enfrenta con nuevos testimonios y nuevas
ideas a una cuestión muy debatida: la
guerra entre los vascongados y los vicuñas en la ciudad de Potosí en la primera
mitad del siglo XVII. La nación vasca
reivindicó como señas de identidad (y
palancas para afirmar su posición preponderante y para intentar controlar el
cabildo) su limpieza de sangre y su
hidalguía universal, pero encontró la
resistencia del resto de la población. El
conflicto tuvo raíces étnicas y un componente de lucha de clases, pero sobre
todo enfrentó a grupos con intereses
diversos organizados según criterios
clientelistas. Klaus Weber, máximo
especialista en la actividad de los mercaderes alemanes en Cádiz, nos ofrece
una apretada panorámica de esta colonia extranjera entre 1680 y 1830, distinguiendo grupos y subgrupos, proce-
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dencias (muchas veces de las zonas rurales productoras de telas), ramos de su
comercio, grados de integración social y
cultural, etc., para mostrar al fin que la
crisis del Antiguo Régimen dejó en la
región gaditana solo a aquellos hombres
de negocios que dirigieron sus inversiones hacia la viticultura del marco de
Jerez y a los comerciantes bohemios
interesados en vender sus cristales en el
mercado interior español. Óscar Recio
Morales nos habla, por su parte, de la
comunidad irlandesa, que mantendría a
lo largo del siglo XVIII grandes niveles
de poder político y económico. Los eminent merchants irlandeses, fortalecidos
por la consideración de nación más favorecida, constituyeron una élite privilegiada, cosmopolita e ilustrada, que
tuvo en Andalucía y en las islas Canarias sus plataformas mercantiles más
relevantes. Finalmente, el autor destaca,
además de señalar muchas otras cuestiones que solo solucionarán estudios
más extensos, la deliberada ambigüedad
de estos comerciantes, que se beneficiaron alternativamente y a su conveniencia de la protección de Gran Bretaña o
de su condición de católicos al servicio
del rey de España.
Maurits Ebben presenta un caso
singular que se separa del resto de los
trabajos del volumen. Entre los miembros de la misión diplomática de las
Provincias Unidas enviada a Madrid en
1659, figuraba Lodewijck Huygens,
personaje que tuvo la feliz ocurrencia de
llevar un diario de su viaje por tierras
españolas. De sus páginas, editadas por
el autor del artículo, se desprende la
persistencia de la imagen negativa de
España entre los holandeses, Huygens
se ratificaba así en la justicia de la guerra mantenida durante ochenta años
507
contra la tiranía hispana y en defensa de
la patria, la libertad y la verdadera fe.
Arnaud Bartolomei, autor de una espléndida tesis sobre la colonia francesa
de Cádiz en el siglo XVIII, nos ofrece
aquí cuatro retratos de comerciantes
galos asentados en la ciudad, cuatro
casos de integración en su comunidad
de acogida. Los rasgos que se desprenden son la solidez del arraigo, la cohesión comunitaria y la modernidad de su
pensamiento liberal y secularizado,
como puede demostrar la inexistencia
de cualquier cofradía religiosa y la adhesión generalizada a la Revolución.
Ahora bien, como ya se puso de manifiestos en otros trabajos, el papel de la
colonia francesa, como el de las demás
comunidades mercantiles extranjeras,
declinó definitivamente con el final del
Antiguo Régimen.
Después de esta interesante travesía
por las rutas de las diásporas mercantiles de los tiempos modernos, el resultado ha sido el levantamiento de un mapa
(necesariamente incompleto) de las
diversas colonias activas en la España
atlántica (y, a veces, no solo atlántica)
en los tiempos modernos, con algunas
flechas lanzadas en otras direcciones,
como Inglaterra o la América española.
De esta panorámica surge un mundo
rico y apasionante que presenta una
serie de similitudes innegables, pero
también manifiestan sus singularidades
en todos los campos: conciencia de pertenencia a una «nación» frente a arraigo
e incluso asimilación a la ciudad de
acogida, preferencia por los lazos familiares en la organización de los intercambios frente a constitución de redes
comerciales complejas, especialización
de los tráficos frente a diversificación de
las actividades, articulación del comer-
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
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RESEÑAS
cio interior frente a dedicación exclusiva
al gran comercio marítimo internacional, solidaridad de grupo frente a conflictos de intereses, colaboración con
otros grupos u hostilidad declarada
entre las naciones y los naturales…
Otros tantos ejemplos que demuestran
la unidad temática de las colonias de
mercaderes extranjeros y la necesidad
de un gran esfuerzo colectivo para ob-
tener a partir de los casos particulares
conclusiones cada vez más generales e
integradas, dentro del marco de la sociedad «globalizada» de los tiempos
modernos, de la época de la primera
mundialización. El volumen coordinado
y estructurado por Ana Crespo es una
excelente muestra de un método que
sin duda ha de ofrecer excelentes frutos
en un futuro próximo.
————————————————————Marina Alfonso Mola
UNED
malfonso@geo.uned.es
GARCÍA GUERRA, Elena M. y DE LUCA, Giuseppe (a cura di): Il mercato del credito
in età moderna. Rete e operatori finanziari nello spazio europeo. Milán,
Franco Angeli, 2009, 307 págs., ISBN: 978-88-5682-357-8.
Durante los últimas décadas, dentro
de la historia económica moderna, se ha
producido un indudable desarrollo,
cuantitativo y cualitativo, de los estudios
dedicados a la fiscalidad, y, en particular,
de la Hacienda Real. Considero que, sin
embargo, el conocimiento del mundo
financiero y crediticio no ha experimentado, hasta ahora, semejante impulso.
Bien es cierto que existen y se han publicado obras de indudable valor y relevancia, desgranadas a lo largo de los últimos
años gracias a la paciente labor de algunos importantes especialistas (Bernal,
Carretero Zamora, Marcos Martín, Sanz
Ayán, Álvarez Nogal, etc.), pero hasta
ahora no podemos afirmar que en el
panorama historiográfico español hayan
surgido demasiados proyectos de investigación con continuidad en el tiempo.
Probablemente, dentro de unos años,
esta afirmación ya no será posible, pues,
como pone de relieve el presente libro,
poco a poco se están consolidando líneas
de investigación y metodologías consistentes. El punto de partida, tal y como
indican los propios autores en la introducción, ha sido el descubrimiento,
tardío pero firme, del crédito como una
categoría nodal en las estructuras económicas, sociales y culturales de la Edad
Moderna, superando así anquilosados
planteamientos economicistas que hasta
no hace mucho habían dominado la
historiografía con una visión anacrónica
de la materia. En efecto, uno de los
obstáculos con los que se ha encontrado
la historia económica de la Edad Moderna ha sido la aplicación retrospectiva
de conceptos y métodos propios del
análisis de las economías de mercado
postindustriales. Han entendido, así,
diversas corrientes historiográficas que
los siglos modernos no constituyeron
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RESEÑAS
más que un periodo de capitalismo
mercantil, previo al desarrollo de la
industrialización. Frente a esta percepción teleológica, poco a poco se abre
camino un estudio de las realidades
económicas modernas centrado en las
auténticas categorías sociales, jurídicas y
culturales de los siglos XV-XVIII.
De esta manera, el mundo del crédito ha comenzado a disfrutar de una
dimensión propia, como pone de manifiesto el volumen editado por Elena
María García Guerra y Giuseppe Di
Luca. A pesar de las dificultades documentales, pues los archivos privados son
escasos y la consulta de los protocolos
notariales presenta limitaciones, estamos comprobando la importancia determinante del crédito en el desarrollo
de las actividades económicas cotidianas. En una economía de base agraria y
con una circulación monetaria relativa
en las villas y ciudades, buena parte de
las transacciones se realizaban sin que
hubiera un pago en metálico, muchas
ventas concluían con una promesa verbal ante testigos, o con la redacción de
un sencillo documento. En el comercio
al por mayor predominaban las letras
de cambio y las compensaciones bancarias, en el comercio de distribución y al
por menor se utilizaban instrumentos
más sencillos, como cartas de reconocimiento y cartas de obligación. En todo
caso, el crédito adquiría su verdadera
dimensión como una constatación de
una confianza en la persona y la compañía, esto es, como una forma más de
relación personal basada en el conocimiento mutuo de los servicios y obligaciones que se prestaban. En este sentido,
el mercado del crédito se fundamentaba
en redes, circuitos, ferias, mercados
regionales, comarcales y locales, en las
509
que compañías y particulares negociaban y mercaban hasta llegar al consumidor.
Bajo estas premisas se desarrolla el
presente volumen, organizado en tres
secciones, correspondientes al seminario
internacional que tuvo lugar en Medina
del Campo en diciembre de 2007. La
primera, Crédito y actividad económica, es
la más consistente, donde encontramos,
a mi entender, las mejores aportaciones
de la obra con cinco artículos que se
ocupan de distintos ámbitos cronológicos, regionales y temáticos y que nos
ofrecen una excelente panorámica de
conjunto (las ferias de Medina del
Campo en la primera mitad del siglo
XVI, por Casado Alonso; el crédito en
la industria castellana, por Zofío Llorente; los censos agrarios en Almagro en el
siglo XVII, por Ortega Gómez y J.
López-Salazar; el crédito rural en la
Francia del XVIII, por G. Béaur; y las
formas crediticias en Val Padana, por
M. Cattini).
La segunda parte, Crédito público,
crédito privado, comprende cuatro trabajos de diversa temática y poca relación
entre sí. El primero, de dos reconocidos
especialistas en el tema (M. Carboni y
M. Fornasari), nos ofrece una solvente
síntesis sobre el crédito en Bolonia; el
segundo se ocupa de las relaciones crediticias entre el pintor-prestamista Gómez de la Hermosa y el artista italiano
Crescendi (por Juan Luis Blanco Mozo);
el tercero (por J. de Santiago), sobre la
situación monetaria en Madrid en los
años de las reformas de Carlos II; finalmente, destaca el de Marcos Marín
sobre la Junta de Provisiones de 1616.
Aquí es donde se percibe la enorme
vinculación entre el crédito generado
por la Real Hacienda y el crédito priva-
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RESEÑAS
do con toda su trascendencia, y donde
nos hubiera gustado encontrar más
trabajos sobre esta temática en la obra.
Como es sabido, desde la primera mitad
del siglo XVI, los negocios bancarios
alcanzaron una considerable expansión
en Castilla. Enraizado en la prosperidad
que vivía la economía castellana (aumento demográfico, expansión agraria,
desarrollo urbano), el florecimiento del
capital financiero estuvo también abonado por el tráfico mercantil indiano y
por la intensidad de los intercambios
comerciales que se realizaban con Italia,
Francia, Países Bajos e Inglaterra. Y
otro ingrediente había intervenido en la
agilización del manejo del dinero: en
efecto, desde la temprana Edad Moderna los monarcas efectuaron unos requerimientos hacendísticos que, además de
alteraciones de tipo fiscal, conllevaron
especialmente la propagación de las
actividades de giro y crédito.
La tercera parte, Intermediación e instrumentos de crédito, se compone de dos
breves pero sustanciosos trabajos de los
editores del libro sobre temas que dominan con maestría, tanto como las fuentes
que manejan (G. De Luca trata sobre el
mercado del crédito en Milán durante los
siglos XVI y XVII, y E. García Guerra,
sobre el oficio de corredor en el Madrid
de los Austria), y como colofón de la
obra, un texto ilustrativo de Sánchez del
Barrio sobre la exposición celebrada en la
villa medinense en el Museo de las Ferias, en coincidencia con dicho seminario.
En suma, un libro que, sin agotar el
tema, despunta en el panorama historiográfico, y que cualquier especialista o
profesor universitario deberá consultar y
recomendar.
——————————————————— Carlos de Carlos Morales
Universidad Autónoma de Madrid
carlos.carlos@uam.es
TAUSIET, María y AMELANG, James S. (eds.): Accidentes del alma. Las emociones
en la Edad Moderna. Madrid, Abada, 2009, 419 págs., ISBN: 978-84-9677555-8.
Una motivación recorre la espina
dorsal de esta miscelánea de estudios
dedicada a los, así llamados, «accidentes» del alma en la Edad Moderna: su
intento expreso para fundar una genealogía de nuestro propio presente que
hoy bulle bajo la presión de un «clima
afectivo» que parece colonizar todas las
manifestaciones de la «sociedad del
espectáculo». En efecto, los editores de
este conjunto de trabajos no ocultan, y
al contrario evidencian desde el principio que es un impulso de saber sobre lo
contemporáneo y su agenda de cuestiones aquello que fuerza y determina el
estudio de lo originario. El hecho es que
nuestra sociedad de hoy parece dominada por los afectos. Un tono pasional
se imprime sobre las acciones y orienta
hoy las conductas tornándolas plásticas
y sumamente expresivas. La razón instrumental y la lógica puramente finalis-
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ta, como ha observado Maffesoli («El
reinado de las apariencias»), cede hoy
en todos los frentes, mientras el magma
social se sumerge en una atmósfera
afectiva, sentimental. En consecuencia,
la pregunta por la arqueología de lo que
se presenta como un tono medioambiental gobernado por los afectos y las
emotividades de todo signo es pertinente, y enlaza en un único bucle —o,
mejor, «cinta de Moebius»— las representaciones del ayer con los aconteceres
de todo tipo del hoy.
En este libro esclarecedor, lo primero que destaca es el régimen positivo o
negativo dentro del cual las emociones
históricamente circulan, de ahí la evidencia de su antigua represión o, por el
contrario, de su muy actual exacerbación y paroxismo. Los vocabularios del
control son ampliamente recogidos en
estos textos analíticos, que exploran las
figuras arcaicamente ejemplares de la
contención y del ascetismo emocional,
que tratan de someter a un régimen de
disciplina médico-moral lo que parece
configurarse como un cuerpo presto
siempre a desbordarse en sus efectos y
expresiones exteriores. Asociadas a la
inmanencia de lo mundano, las pasiones
se convirtieron en «accidentes», cuya
turbulencia propia se trató de sujetar y
en no pocas ocasiones de extinguir, a
través, es evidente, de pasajes donde la
felicidad y el hedonismo no figuran en
el código ejemplarista que se persigue
entronizar por entonces.
Naturalmente, este libro importante y completo como es, no busca tan
solo un rastreo de las puras representaciones de los afectos anímicos, sino que
pretende su propio conocimiento y está
enfocado sobre todo a analizar los lugares donde este conocimiento se produjo
511
y, en realidad, se «fabricó». Los usufructuarios de tal saber sobre el alma fueron, no se puede dudar, todo tipo de
instituciones y sujetos que se vieron
comprometidos por la cuestión, empezando por los pastores de la comunidad
cristiana, siguiendo por sus productores
simbólicos, hasta quizá venir a terminar
en los propios amantes, entregados al
escrutinio minucioso y a la escopia del
alma del otro a través de su propio
cuerpo y de las señales producidas en él
por la incandescencia propia que acompaña a Eros en su despliegue. Las emociones, como observó Marx, siempre
tienen un fundamento de clase, pero se
diría también que cada grupo, y en cada
sector de lo social se residencian las
emociones y su expresión de manera
que es propia y particular.
Consciente de esta estructura sostenida por las variaciones y las diferencias,
este completo tratado de las pasiones
compilado por Tausiet y Amelang trata
de operar una nueva reordenación de las
mismas para el mejor entendimiento de
su funcionamiento, y ello en el contorno
de un espacio que fue decisivo para su
constitución como documentos de cultura, y no ya como meros movimientos
imprevisibles del animus. Y acaso solamente, juzgando esta pretensión, le
podamos reprochar al volumen un cierto olvido del dispositivo hermenéutico
psicoanalítico, pues esta disciplina o
saber ha devenido con el tiempo la teoría par excellence de lo afectivo. Sometidas a la razón histórica y a sus distintos
horizontes de recepción, los afectos
muestran sus hondas implicaciones con
los discursos constitutivos de aquella
determinada cosmovisión que abre el
mundo moderno. En realidad, este
principio reina por encima de la estruc-
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tura del libro y es la de que el compuesto psicosomático está profundamente
determinado por la historicidad concreta de cada coyuntura por la que atraviesa, y no tanto o en menor medida por
condicionantes fisiológicos predeterminados o de signo intemporal. Aquí, tal
existencia histórica y sus representaciones son analizadas desde una voluntad
de ordenación y estructura que nos
ofrece, al menos en el propio panorama
hispano, una primera sistematización de
tan confuso campo, en donde hasta
ahora solo un pequeño número de monografías se había atrevido a penetrar,
aunque siempre lo habían hecho de un
modo parcial.
Una voluntad enciclopédica (y como tal imposible de cumplir) preside la
recopilación de estos estudios que persigue la impronta dejada por las emociones en los distintos ámbitos donde estas
hoy se nos vuelven más presentes y
visibles: el plástico, el propiamente
discursivo, el fílmico, el teórico, el campo musical… Son de nuevo ciertas condiciones de presente las que han determinado no solamente la disposición del
material sino su propia elección misma,
y a estos efectos es muy notable en tal
volumen que en ningún caso se haya
querido dejar fuera a lo que hoy es el
dispositivo más universal en la construcción del imaginario afectivo: el cine.
El arsenal de herramientas conceptuales
y las disciplinas puestas en juego para
este trabajo de elucidación es muy
completo y va desde el uso que de la
iconología hace Roper con el objeto de
demostrar a través de imágenes la conexión de la idea de envidia con el grupo marginado de las brujas hasta el
análisis de un film histórico saturado de
referencias al problema. Las posiciones
discursivas presentes en el libro obedecen a muy distintas lógicas. Así por
ejemplo, Orbitg, especialista reconocida
en el tema de la arquitectura discursiva
que recibió y «construyo» en el XVI y
XVII el campo de la melancolía, se
aplica en gran parte de su estudio a
evidenciar el que toda la teoría «epocal»
sobre la «bilis negra» y sus efectos está
fundada en falsos presupuestos, y se
dejó animar en exceso por una imagología (la obstrucción, la contracción, el
velo negro, la asfixia, la pérdida de una
fuente de luz vital…) que en sus desvaríos fundados en los principios de la
analogía se aleja del referente de la realidad fisiológica a que está atenta a
describir. Un cuerpo fantasmático se
dibuja a través de estas exploraciones:
es aquel que perfilado en sus características principales emerge en el estudio de
Rublack, y que configura la imagen de
una totalidad regida por los flujos, por
las secreciones y las emanaciones, que
alcanzan una importancia mayor que el
propio estado sólido de los órganos que
las producen. Para ilustrarlo se acude a
expresivas referencias a la vida cotidiana, desde aquella que protagonizaron
los reyes, hasta las propias vidas humildes atrapadas en su imaginario de una
corporalidad que se deconstruye, arruinándose o que, al revés, alcanza un
drenaje purificador de lo infeccionado a
través del constante fluir de sus humores. Ello pertenece a una general cultura
de la comunicabilidad, de la extraversión, del volcar en el mundo los afectos
que gobiernan la intimidad haciendo
ostensión de los mismos. Hay una visualidad general de lo emotivo que
planea con sus efectos exagerados sobre
la época, y ello nos ayuda a entenderla
en sus dimensiones plásticas y también
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literarias. La apertura del corazón parece una condición «epocal», tanto en los
registros altos de la cultura como en
aquellas otras parcelas de la vida social
igualmente regidas por una superior
comunicabilidad de los afectos. La contención cortesana apenas podía por
entonces reprimir la evidencia de unas
corporalidades sumamente expresivas y,
en un punto, también «teatrales». En
todo caso, desde la educación humanista, como estudia Rublack, de lo que se
trataba era de dar dirección adecuada a
los necesarios sentimientos extraversivos. Y en términos ahora del clásico
estudio de Hirschman (Las pasiones y los
intereses: argumentos políticos en favor del
capitalismo previos a su triunfo) hacer confluir lentamente la «expresionalidad»
indomesticada en el cauce de un bien
común y en la salvaguarda del interés
propio. Una dirección que al tiempo
que ayude a construir interiormente al
sujeto en cuanto dotado de mecanismos
de voluntad y señorío sobre sus expresiones afectivas, también actúe de cobertura protectora, de velo de discreción y secreto de intimidad resguardada
para ese mismo individuo. El amor y la
amistad deberían pues ser regulados,
pero una vez comprobada la virtud de
las relaciones que establecen, entonces
habrían de brotar y fluir sin contención
alguna, pues en el agotarse de sí mismos estaba contenida y en juego la
propia verdad de su existencia.
En el ambiente general del libro
flota la sensación derivada de los estudios foucaultianos y también de la lectura atenta de la conceptualización que
Norbert Elias lleva a cabo sobre la etiología de las conductas en la sociedad
cortesana, de que, progresivamente, la
emocionalidad difusa ha sido sometida a
513
un proceso de «diafanización» analítica,
por un lado, y, por otro, alcanzada por
una progresiva disciplina del propio
individuo, que acompaña con ello el
avance del dispositivo regulador que
define el devenir del cuerpo social en su
conjunto. En efecto, todo se orienta
según el principio del autocontrol que
se va instalando paulatinamente en el
escenario social. La materia observada
alcanza a tener así un rango procesual,
nada escapa en ella a la evolución de la
historia. En este orden de cosas, parece
lógico que este libro aborde en numerosos capítulos lo que es la construcción
del ordenamiento coercitivo que cuaja
en diversos códigos sociales de comportamiento emocional, y que configura el
mundo de la cortesía moderna o, para
hablar con las propias fuentes, los «documentos de la buena crianza» (Francisco de Ledesma). El capítulo ideado por
Ampudia de Haro resulta ejemplar en
este sentido y sobresalientemente útil al
situarnos en un contexto puramente
hispano para tal cuestión, y donde se
puede alcanzar a evaluar el peso que la
paidética humanística de primera hora
—con Erasmo y el español Vives a la
cabeza— tiene en el desarrollo de una
lógica del equilibrio emocional y de la
contención de la expresión sensible.
Este primer momento calificado como
«cortesía moderna» alcanza pronto otro
estadio más complejo al que podemos
denominar plenamente barroco —y,
esta vez bajo la égida de Baltasar Gracián— se convierte en un código de
ética (y de etiqueta, también cortesana)
—una era de la prudencia— determinado profundamente por la necesidad
de proteger el núcleo frágil frente a lo
social exterior de la intimidad, y, también orientado hacia el ascenso, o por lo
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menos hacia la conservación del estatus
y acceso al privilegio. De aquí surge la
idea de una corte en cuanto «laboratorio» y centro de gestión de lo pasional,
donde se predica activamente un cierto
alejamiento de los sentimientos fuertes,
imponiendo una objetividad y abogando por una no-implicación sentimental
que deje la razón libre para operar según sus intereses y fines. En la estela
abierta por Elias (La sociedad cortesana),
el estudio de Ampudia de Haro diseña
la estructura global en que puede ser
situado el asunto de las emociones en
relación a un vasto y complejo espacio
social, mientras ofrece de ello una lectura totalizadora que pone orden en un
campo a menudo enfocado solo de manera sectorial.
Si hubiera que destacar una expresión emocional como aquella de presencia más impactante y significativa en las
representaciones que de la misma se
han hecho históricamente, esta sería sin
duda la de las lágrimas, asociadas de
antiguo al espacio religioso de la compunción y del dolor humano y, en todo
caso, siempre testimonios de una cierta
disposición metafísica del hombre en
cuanto ser sufriente arrojado al mundo.
Hasta tres capítulos de este libro están
dedicados al llanto que podemos calificar de «espiritual» y es importante destacar en lo que se refiere a lo que se
puede llamar «el llanto provocado» qué
espacios simbólicos y tiempos acotados
estaban configurados en la Era Moderna
para hacer desatar estos afectos y lograr
con ellos una suerte de ópera coral o
teatro del duelo y del dolor. Los historiadores de la expresión religiosa como
William Christian tienen aquí un extenso campo documental acerca de
estos modos del llorar, que las relacio-
nes recogen y que las memorias públicas y privadas atestiguan también, como prueba de un mundo todo él
dominado por el sentimiento de precariedad y de miedo. La incitación a una
suerte de «tristeza de masas» es entendida aquí como un proyecto de corporaciones asociadas a la Iglesia salida de
Trento, la cual improvisa los grandes
rituales barrocos del dolor y de la pena.
En un sentido más restrictivo, María
Tausiet analiza, en un capítulo destacado del libro que supone una revisión
muy completa de la cultura hispana de
las lágrimas, el llanto íntimo conocido
como «don de lágrimas», patrimonio
este de la órbita moral cristiana y
opuesto en todo al cultivo de la alegría
y a las expresiones de una felicidad que
se piensa inconsecuente con la verdad
del mundo. Los aspectos antropológicos
de ciertos rituales, en particular el del
lamento funeral, alcanzan también en
este libro un tratamiento específico en
el trabajo de Amelang, uno de los editores del volumen, que reúne una ingente bibliografía sobre un tema que,
pareciendo de índole menor, es sin embargo decisivo en los espacios políticos y
en general resulta trascendente para la
vida de la comunidad, que debe sortear
el peligro de desvertebración que toda
muerte y desaparición trae consigo, y
que lo hace, precisamente, a través de la
reglamentación ritual que pauta el dolor y escande los tiempos de su expresión, que en ningún caso deben alterar
el retorno a la normalidad del cuerpo
social. La escuela de Alcalá de historia
del escrito ha dejado también una impronta significativa en este libro, que
tiene la pretensión de abarcar un campo
expandido de la manifestación de los
afectos, y que en consecuencia no deja
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de explorar todos los espacios de interés
que hoy se ofrecen. El reflejo en los
escritos de la vida pulsional y, en particular, en las escrituras subalternas no
orientadas a la publicación, es importante, y la investigación en este punto se
presenta como situada en línea con una
pretensión de la hermenéutica postmoderna de desjerarquizar el universo de la
escritura y conceder una atención nueva
a lo hasta aquí ignorado o menospreciado, contribuyendo a reinstaurar el papel
de lo que Deleuze denominó en un libro
famoso «la escritura menor». En ese
caso, el registro por escrito de lo emocional constituye en sí mismo un espacio de exploraciones sugerentes que
hablan de la vida cotidiana del Antiguo
Régimen. A través de una variedad de
tipologías muy grande, Diego Navarro
establece las orientaciones generales a
que se somete esta escritura, concediéndole una especial relevancia al hecho de
que fue la mujer la que, en definitiva,
encontró en esta práctica un modo de
objetivarse a sí misma a través de un
instrumento que le permitía el autoanálisis de sus movimientos afectivos.
El registro del campo emocional
más veraz y elocuente es el que se llevó
a cabo en la pintura y escultura hispana
del Siglo de Oro. El capítulo de Javier
Portús dedicado a ello es importante
para establecer cuáles eran las verdaderas prioridades de los artistas a la hora
de representar las emociones con la
intención expresa de provocarlas también a resultas de una mimesis decorosa
y creíble. El artículo de Portús restaura
el papel que le debemos conceder a la
fisiognómica, en su día señalada por
Caro Baroja como un saber estructural
para la época. El trabajo del conservador del Prado pone de relieve que los
515
pintores preocupados por la tonalidad
expresiva de sus obras fueron más allá
de los gestos codificados y encontraron
en la luz, el movimiento, el color o la
textura pictórica los decisivos coadyuvantes para representar con precisión la
emoción. Y no es tampoco menor el
descubrir mediante este fino análisis el
hecho de que las representaciones de las
pasiones varían decididamente según el
estatus de los personajes efigiados, más
próximos los de menor rango social, más
hieráticos e inexpresivos los altos cortesanos y la realeza misma. Un conocimiento de las emociones más complejas
que solo el psicoanálisis (por ejemplo, el
Imagen y apariencia del cuerpo humano de
Schilder) ha encontrado inscritas en la
superficie del cuerpo hubiera dado a este
trabajo su más completa proyección, en
cuanto, evidentemente, los cuadros del
pasado se leen desde los aparatajes hermenéuticos de nuestro hoy, y entre ellos,
como hemos advertido más arriba, el
psicoanálisis es la ciencia moderna de los
afectos y la teoría más general con que
contamos sobre las pasiones. Hay por
último en este libro un registro novedoso, por cuanto integra la música como
gran campo donde un saber acerca del
arte de expresar y provocar los afectos
alcanza una singular importancia. Ciertamente, después del reciente libro de
Lucía Marroquín (Retórica de los afectos),
este universo hasta entonces silenciado
nos comienza a resultar más accesible y
dominable a través de sus claves conceptuales. Frente a un estricto estudio como
el citado, el contenido en este volumen
recopilatorio nos resulta un tanto errático en el registro de fuentes y, sobre
todo, muy impreciso a la hora de la
definición del arco temporal en el que
desea inscribirse, aunque siempre en
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todo caso es bienvenido un estudio precisamente vertido sobre el espacio tradicionalmente menos trabajado de la
cultura humanística en razón de la dificultad que tiene su abordaje. Para concluir, la editora-recopiladora incluye un
texto en el libro mediante el cual repone la importancia que en el mundo
moderno alcanza la recepción e interpretación de los pasados remotos, y
como ello tiene en el cine el media privilegiado ahora de acceso a lo histórico,
viéndose capacitado como está para
realizar una suerte de arqueología de los
afectos y una reproducción bidimensional, «imaginista» de los mismos a través
de lo que Deleuze llama la «imagentiempo». Con ello se cierra de la mejor
y más vinculante de las maneras posibles un libro que en realidad debe servir
de apertura a nuevas preguntas acerca
del estatuto y función que en las tradiciones de cultura han tenido secularmente los «accidentes del alma».
———————————————————
Fernando R. de la Flor
Universidad de Salamanca
frflor@usal.es
CARPIO ELÍAS, Juan: La explotación de la tierra en la Sevilla de los siglos XVI y
XVII. Sevilla, Diputación de Sevilla, 2010, 317 págs., ISBN: 978-84-7798-283-8.
Hoy en día la agricultura emplea
una parte pequeña de la población activa y genera una parte aun menor de la
renta nacional, por lo que ya no es la
fuente principal de la riqueza ni el fundamento de las jerarquías sociales como
lo fue en el pasado. En cuanto mercado
de bienes y servicios, el papel de la agricultura ha cambiado asimismo de forma
considerable porque, si bien en su entorno ha surgido una agroindustria que
provee de insumos que antaño fabricaban los mismos labradores, ya no adquiere como entonces la mayor parte de
las producciones textiles, que encontraban los mercados de ventas más importantes justamente entre la población de
propietarios, labradores y jornaleros que
vivían de los ingresos que la tierra les
proporcionaba en forma de renta, beneficios y salarios. Cuanto más productiva
era la tierra tanto mayor era el bienestar
social y tanto más importante la contribución de la agricultura al crecimiento
económico. Estas razones explican el
interés que los estudios agrarios siguen
despertando todavía entre los historiadores y que se dé la bienvenida a toda
obra que se propone hacer nuevas aportaciones que buscan mejorar nuestros
conocimientos de la historia económica
y social de la Edad Moderna.
Este atractivo es acaso mayor cuando se trata de estudiar la agricultura de
una región fértil y de larga ocupación
humana como es la Baja Andalucía, que
desde muy pronto ha contado con una
densa red urbana y un fácil acceso a los
mercados exteriores a través de los
puertos de la costa atlántica, como demuestran las páginas que le han dedicado autores de la talla de A.M. Bernal, A.
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RESEÑAS
Collantes de Terán, A. Domínguez Ortiz, R. Mata Olmo y otros en monografías
y obras de síntesis muy conocidas y ya
clásicas. Entre las épocas de mayor interés para el investigador están sin duda
los siglos XVI y XVII porque se antojan
decisivos en la evolución posterior debido
a las oportunidades de ganancia que
despertaban los mercados urbanos y de
ultramar en rápida expansión.
En este contexto debe situarse la
obra que ahora comentamos, fruto de la
tesis de doctorado que el autor defendió
en el año 2008 y que fue dirigida por
Mercedes Gamero Rojas, profesora de
Historia Moderna de la Universidad de
Sevilla. El objetivo del autor se fija en
«un aspecto significativo para su estudio
en profundidad», que no es otro que los
arrendamientos rústicos en Sevilla y su
tierra, que incluye las comarcas de la
Campiña, El Aljarafe y la Vega, entre
1570 y 1620. La importancia del tema
está fuera de toda duda en una región
donde la concentración de la propiedad
aconsejaba ceder la gestión a colonos
que la cultivaban de acuerdo con las
condiciones establecidas en los contratos de arrendamiento. La fuente que
utiliza casi en exclusiva es precisamente
un conjunto de escrituras de arrendamiento de tierra calma que proceden de
los protocolos y que han sido escogidas
mediante un muestreo que, a razón de
un año de cada diez, promete ser representativo de la realidad total.
El estudio de los contratos agrarios
se presta a enfoques diversos de carácter
jurídico y económico que son complementarios y entran en el campo de la
economía institucional, que estudia
cómo los derechos de propiedad y en
especial las reglas establecidas en virtud
de acuerdos contractuales entre el pro-
517
pietario y el colono, el principal y su
agente, condicionan el comportamiento
económico de ambos respecto a la inversión y el consumo y, por tanto, el
curso de la actividad económica en su
conjunto. El tema, insistimos, es de
gran importancia para comprender la
respuesta de propietarios y colonos a los
cambios de la demanda, como por
ejemplo en la Sevilla de la época que en
esta obra se estudia, la naturaleza y el
alcance de la inversión en la compra o
mejora de la calidad de la tierra, la evolución de los rendimientos y la producción agraria y hasta los cambios en las
posiciones sociales. Si la elección del
tema es legítima y muy pertinente, el
enfoque debería seguir la tradición de la
historia total a la que aspira el historiador que desea poner en juego todos los
fenómenos que confluyen y ayudan a
explicar un acontecimiento del pasado,
desde la legislación hasta la población
pasando por el papel de la expansión de
las ciudades y su intervención en la vida
económica de sus territorios.
Después de una breve introducción
en la que se echa en falta el habitual
capítulo de agradecimientos, la obra se
despliega en seis capítulos que reproducen los principales puntos que se recogen en una escritura de arrendamiento.
Así, el primero sobre «la agricultura» es
como un paseo por el entorno para situar en el parcelario de la época las
fincas que serán objeto de estudio. En el
capítulo siguiente, el objeto de estudio
cambia y ya no es la tierra, sino «los
grupos sociales» a los que pertenecen
las personas que suscriben las escrituras
de arrendamiento. Como no podía ser
menos, entre los propietarios predominan los miembros del clero, la nobleza y
las élites locales, así como un número
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RESEÑAS
significativo de comerciantes, cuya presencia se explica por las oportunidades
de ganancia que la tierra ofrecía a quienes dispusieran de capital para invertirlo. Y entre los arrendatarios destacan
labradores, más de la mitad, y hortelanos de las grandes poblaciones. La documentación notarial ha permitido al
autor detectar testimonios que revelan
prácticas de subarriendo de tres y hasta
cuatro niveles, hecho que encarecía el
arriendo en la medida en que aumentaba la ganancia del intermediario y que
el propietario toleraba teniendo en
cuenta el coste que habría supuesto la
administración directa de tantos contratos como colonos. Cabría preguntarse si
dicho coste constituye un elemento de
la ineficiencia que suele atribuirse a la
gran propiedad en régimen de arrendamiento frente a la pequeña propiedad
en cultivo directo.
A propósito de «la superficie», que
es el siguiente capítulo, surge el problema de la conversión de las unidades
de medida empleadas en diferentes
localidades y cultivos a un patrón común como es el sistema métrico decimal y que el autor podía haber resuelto
aplicando de modo sistemático las referencias históricas más próximas a la
época que estudia, que son las que ofrece el catastro de Ensenada, y para lo
que podía haber empleado a fondo la
monografía que cita de Amparo Ferrer
Rodríguez y Arturo González Arcas
(Las medidas de tierra en Andalucía según
las Respuestas Generales del Catastro de
Ensenada, Madrid, 1996), porque de
otro modo se corre el riesgo de generalizar a partir de unos casos particulares.
Por otra parte, como bien es sabido, la
superficie de las parcelas variaba considerablemente según se tratara de hazas
y cortijos, a cuya descripción se dedica
la mayor parte del capítulo. A este respecto, el autor plantea las diferencias
entre pequeña y gran propiedad como
una cuestión vinculada con la extensión
superficial de las parcelas, cuando en
realidad no dispone de todos los elementos necesarios para conocer la composición de los patrimonios a los que
pertenecen las fincas que estudia, única
forma de saber cuántas parcelas y de
qué tamaño constituían la propiedad y
si esta era grande, pequeña o mediana.
Aunque, en rigor, la diferencia vendría
dada por la capacidad del propietario
para vivir de la renta y en el caso de la
explotación, por la del labrador para
contratar mano de obra asalariada y
evitar a su familia el trabajo manual.
«La duración de los arrendamientos», a que se refiere el siguiente capítulo, era en general corta, de tres años o
menos, lo que se explica por dos razones: los tres años o múltiplos de tres
porque así lo imponía el régimen de
cultivo al tercio, y la corta duración por
la necesidad de evitar el riesgo de prescripción del derecho de propiedad en
una época en que no había registros
públicos. El propietario ganaba en seguridad pero también un ingreso mayor
gracias a la capacidad de adaptación a
las condiciones de la demanda. En cambio, el colono no recibía incentivos suficientes para introducir innovaciones
porque no disponía de tiempo suficiente
para amortizar la inversión, como señalaba Tomás de Mercado en la Suma de
tratos y contratos (Madrid, 1977, pág.
439), cuyas palabras al respecto el autor
cita muy atinadamente. Estas condiciones implicaban un riesgo cierto, por una
parte, de que la calidad de la tierra empeorara disminuyendo los rendimientos
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RESEÑAS
por unidad de superficie si la inversión
no era suficiente para seguir y mejorar
las prácticas agrícolas, y, por otra parte,
que el arrendatario demorase el pago de
la renta. En cambio, ambos peligros
podían ser minorados si el propietario
renovaba el arriendo al mismo colono,
si era un hombre de confianza, como
solía ocurrir en el caso de los cortijos.
De hecho, era habitual la presencia de
una, dos o muy pocas familias de labradores ricos en los pueblos y villas de
Andalucía que mantenían el cultivo de
grandes patrimonios de generación en
generación. Los riesgos eran seguramente menores cuando las fincas se arrendaban por la vida del colono, como era el
caso habitual del cabildo de la Iglesia de
Sevilla, aunque dicha estrategia no
habría evitado, en opinión del autor, los
males de la agricultura andaluza.
El cálculo de «la renta», tema del
siguiente capítulo, plantea los mayores
problemas a causa de la diversidad de
medios de pago, especie o dinero, la
extensión y características de las fincas,
y los cambios en el valor del dinero. El
autor procede por separado, estudiando
por una lado la renta en dinero y, por
otro, la renta en especie, aunque no
siempre es posible porque ambas incluyen a menudo el pago de gallinas y, de
cualquier modo, tampoco es inevitable,
porque gracias a la obra de Earl J.
Hamilton es posible reducir la información a un solo patrón monetario, en
plata o vellón. Por otra parte, el método
elegido para calcular la renta por unidad de superficie plantea un serio problema de representatividad. No está
claro que estén incluidos todos los conceptos y, de hecho, el mismo autor reconoce que «habría que revisar las rentas al alza, puesto que también incluyen
519
algunos pagos en especie» (pág.197).
Además, el autor ofrece medias que
incluyen fincas de naturaleza muy diferente en cada uno de los años de la
muestra. El autor señala algunas circunstancias que determinan el precio de
la tierra, pero no reconoce que al mezclar en cada muestra parcelas de características diferentes puede cuestionar la
representatividad de los datos que de
ellas se deducen y abrir una duda acerca
de lo que los datos quieren realmente
decir. En efecto, la localización respecto
al mercado urbano y las vías de comunicación, la calidad y extensión del suelo, si son explotaciones completas o
fincas aisladas, la duración del contrato,
el tipo de cultivo y si la finca está en
barbecho, la capacidad de negociación
de propietarios y arrendatarios en virtud de la distribución de la propiedad,
la densidad de población y el capital
vivo de los labradores, todas estas características hacen de cada parcela y contrato casos a veces únicos como no se
trate de la misma finca que es objeto de
contratos sucesivos a lo largo del tiempo. El procedimiento seguido por el
autor dificulta, como reconoce, extraer
conclusiones por la gran diferencia de
unos años a otros y, sobre todo, por las
distancias que hay en los precios entre
unas localidades y otras. Un procedimiento más seguro habría sido el tomar
la evolución de la renta de unas mismas
parcelas a lo largo del tiempo, sin cortes
temporales, y luego deducir la media
ponderada según la extensión de las fincas y proceder así en cada comarca. Es
cierto que la ingente masa documental
que contienen los protocolos notariales
dificulta, si acaso impide abordar esta
tarea, pero cabe preguntarse si no habría
sido posible consultar los archivos nobi-
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liarios para establecer al menos una comparación.
El resultado en el caso de los contratos de por vida señala un máximo en
el punto de partida situado en 1570 al
que sigue una caída y luego un estancamiento, pero la renta en especie de
hazas y cortijos, todo junto, sigue un
comportamiento errático con alzas y
bajas difíciles de explicar. La comparación con otras regiones no avala necesariamente la bondad de los resultados
obtenidos si las circunstancias son muy
diferentes. En cambio, habría sido del
todo apropiado establecer una comparación más detallada con los trabajos
sobre la Baja Andalucía que han realizado otros autores como Pierre Ponsot,
Antonio-Miguel Bernal y, más recientemente, Manuel González Mariscal.
Las condiciones de explotación son
las que revelan las escrituras de arrendamiento. De gran interés son las consideraciones acerca del uso de los pastizales por arrendatarios y propietarios,
eventualmente también grandes ganaderos, que algunos investigadores como
Emilio López Ontiveros y otros han
debatido en obras anteriores muy conocidas. A este respecto, tal vez la consulta de otros documentos como pleitos
sobre pastos entre particulares y comu-
nidades locales, ordenanzas concejiles o
expedientes de hacienda, que el autor
cita solo a propósito de unos planos
parcelarios, podrían tal vez proporcionar algunas pistas para enriquecer los
planteamientos y añadir nuevos testimonios con que aclarar este punto tan
importante sobre el alcance de los derechos de propiedad y la libertad de uso
de la tierra. Qué parte de la producción
suponía la renta es algo que el autor no
plantea porque la fuente que ha consultado no ofrece esta información, aunque
sobra decir que sería muy importante
saber si hubo cambios al respecto porque podrían determinar el beneficio del
colono, las pautas de gasto e inversión y
el devenir de la agricultura de la época.
La riqueza de análisis y detalles que
ofrece la obra no debería justificar la falta
de un capítulo de conclusiones que
siempre facilita la lectura, al tiempo que
expone brevemente y con claridad la
tesis del autor acerca de los problemas
históricos que ha estudiado, explica sus
causas y valora las implicaciones de la
obra en la investigación posterior. En
cualquier caso, no cabe duda de que a
propósito de los contratos agrarios y los
derechos de propiedad en la España del
Antiguo Régimen es mucho lo que afortunadamente todavía queda por hacer.
—————————————–——––———
Ramón Lanza García
Universidad Autónoma de Madrid
ramon.lanza@uam.es
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LORENZO CADARSO, Pedro Luis: Estudio diplomático de la evolución del expediente administrativo en la Edad Moderna. Cáceres, Universidad de Extremadura, 2009, 278 págs., ISBN: 97-884772390-48.
Con esta obra, el profesor Lorenzo
Cadalso continúa sus estudios sobre la
diplomática de la Época Moderna. Se
centra en esta ocasión en la evolución
del expediente administrativo tomando
como ejemplo o modelo los expedientes
del Consejo y Secretaría de Cámara
relativos al nombramiento de corregidor. De ahí que el conjunto de la obra
tenga dos vertientes: el análisis de la
institución del corregimiento, a la que
dedica dos breves capítulos, y el examen
del expediente de nombramiento de
corregidor, al que consagra prácticamente la totalidad del libro en cinco
capítulos. Comienza con una escueta
descripción de la realidad diplomática
de los expedientes de Cámara para descender al estudio concreto de nombramiento de corregidores desglosándolo
en las fases de su desarrollo (desde
1589), ejecución, tradición documental
y evolución de la provisión de nombramiento. La obra acaba con unos ejemplos entresacados del legajo 13594 de la
sección de Consejos del Archivo Histórico Nacional.
El autor parte de una premisa que,
a nuestro entender, explica y condiciona
toda la obra. En la página 70, en el
capítulo dedicado a la «evolución del
expediente de provisión de corregimientos», afirma: «En cualquier caso, esta
periodización (fases cronológicas de la
evolución del expediente de nombramiento de corregidores) no hace referencia a la evolución histórica de los
corregimientos, ni a los cambios legislativos, funcionales o políticos que sufrió
la institución como tal, sino específicamente a la evolución que siguió el procedimiento político-administrativo seguido para el nombramiento de los
corregidores en la Corte». Que se pueda
proceder de esta forma, —esto es, desligando totalmente las circunstancias
económicas, políticas, culturales, etc.,
de los aspectos administrativos—, no
equivale a legitimarla científicamente.
Si algo han enseñado los lejanos estudios de A. García Gallo, continuados
con la renovación de la historia administrativa por F. Tomás y Valiente y su
escuela de Salamanca representada por
B. González Alonso y S. de Dios, con la
aplicación a la diplomática por M. Gómez Gómez y M. Romero Tallafigo y a
la archivística por R. Conde y Delgado
de Molina, A. Torreblanca y M.J. Álvarez-Coca, por citar los autores más destacados, es que situación histórica y
administración caminan siempre unidas
y que los cambios operados en la primera repercuten y explican las novedades
de la segunda. Tal vez por esto se justifiquen las escasas páginas que el autor
concede a historiar el corregimiento y la
evolución de su marco legal, contradiciéndose un tanto al afirmar primero
que las ordenanzas de 1500 «supusieron
una clarificación y sistematización casi
definitivas sobre el status jurídico de los
corregidores hasta el siglo XIX» (pág.
23) y admitir líneas después «novedades
importantes» en el periodo borbónico.
Esta fijación en el mero trámite documental explica las fechas en las que se
centra la obra: 1589-1834. Ciertamente
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el autor tiene que admitir que antes de
fecha tan tardía (1589) existieron corregimientos y, por tanto, documentación
a cuyo través se proveían, periodo para
el que señala dos fases: de 1385 a 1480
la primera y reinado de los Reyes Católicos, y Carlos V la segunda. Para llenar
tal laguna cronológica, el autor no tiene
otra explicación que la ausencia de suficiente documentación administrativa
tanto en el Archivo General de Simancas como en el Archivo Histórico Nacional. ¿Es posible que el nombramiento de corregidores, «que era para la
monarquía una cuestión política prioritaria» (pág. 10), no haya dejado huella
documental, al menos desde los Reyes
Católicos, término a quo que Carlos V y
Felipe II fijan de forma expresa para
crear y formar el archivo de la monarquía hispánica en Simancas? Que el
resultado documental de tales nombramientos no se halle configurado de
una forma determinada en modo alguno significa que no existan. El limitadísimo angular bajo el que el autor contempla el procedimiento administrativo
le impide ver la realidad de su existencia. Todavía resulta más inexplicable su
posición al comprobar que el primer
ejemplo que propone de nombramiento
de corregidor en 1589 es una consulta
de Felipe II; en Simancas se guardan
miles de fechas anteriores. El comienzo
del estudio del expediente de nombramiento de corregidores en dicha fecha
no obedece a planteamiento histórico o
diplomático alguno sino a la casualidad
del hallazgo de un legajo en el Archivo
Histórico Nacional que comienza precisamente con la consulta antedicha. El
autor intenta justificar dicha fecha apelando a la creación del Consejo de la
Cámara un año antes (pág. 9). Un error
más derivado de su desinterés por la
auténtica historia administrativa, pues
en dicho año la Cámara era ya centenaria, según el estudio que S. de Dios
dedicó a este organismo. Posiblemente
el autor se refería a la instrucción de
1588 para su mejor funcionamiento.
El abandono del contexto histórico
y la atención al exclusivo carácter externo de la documentación lleva al autor a cometer diversos lapsus interpretativos. Señalaré algunos. La Cámara no
está constituida por oidores (pág. 16)
sino por consejeros. Esta confusión entre gobierno y justicia se advierte en
otros casos. Al estudiar en el primer
capítulo de los expedientes de la Cámara y tratar de definir el origen y evolución del expediente, se afirma que «el
expediente es una variante específica del
procedimiento judicial». La frase, muy
obscura, induce a creer que el expediente procede de la vía judicial. Con ocasión del nombramiento del corregidor
como juez de residencia (pág. 79), sostiene el autor que era tramitado por la
Sala de Gobierno del Consejo Real por
la vía de proceso o juicio, pero este procedimiento corresponde a la Sala de
Justicia de dicho organismo.
Por lo que respecta a los ejemplos de
expedientes, que ocupa el último capítulo
de la obra, solo apuntaré tres advertencias. La terminología empleada con frecuencia es confusa («Nota de oficio conteniendo copia en relación de una
petición», pág. 148). Lo que el autor califica de calderón o lazo es la rúbrica del
rey, que siempre aparece en el reverso de
la consulta ratificando o no la opinión del
Consejo. En el ejemplo n.º 6 la nota «A
consulta» no proviene de la Cámara (se
mandaría a sí misma) sino del secretario
con su correspondiente rúbrica.
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Las cuestiones archivísticas y diplomáticas no requieren menos esfuerzo de investigación y de conceptualización terminológica que las políticas,
económicas o culturales. Precisamente
porque el ámbito diplomático de la
Edad Moderna está siendo objeto de
análisis desde hace pocos años, y en los
523
que los trabajos de investigación del
profesor Lorenzo Cadarso no son desdeñables, se hace más necesario el estudio del contexto histórico en el que
surgen nuevos procedimientos administrativos y tipos documentales que
siempre tendrán que responder a situaciones históricas distintas.
—————————————–——–––— José Luis Rodríguez de Diego
Ex-director del Archivo General de Simancas
rodrichel1@hotmail.com
VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco: La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940. Madrid, Akal, 2009, 255 págs., ISBN: 978-84460-2734-8.
La noción de racismo en el sentido
amplio planteado por Michel Foucault a
lo largo de su curso Il faut défendre la
société, como administración y control de
la población en todos sus procesos vitales y como determinación y estigmatización de sectores anómalos dentro de
ella, permite comprender cualquier
práctica fundada en la defensa de la
pureza de sangre o de las costumbres
más allá de la confrontación a una nación o raza considerada extranjera. Es en
la propia endogénesis de una sociedad
donde se descubren otros mecanismos
para disponer de la vida del cuerpo civil
en un momento, la modernidad, en el
que el estado podría parecer desposeído
de semejante dominio. Francisco Vázquez García aplica esta interpretación al
caso español, donde generalmente se ha
restringido la lectura del fenómeno racista a la expulsión y persecución de judíos
y moriscos, en una interpretación que
solía anteponer razones étnicas y religio-
sas a cualquier razón estratégica de gobierno y desestimaba el vínculo que
podía hallarse entre ambas razones. Por
el contrario, el autor evita una separación anacrónica entre razón de estado,
intereses religiosos, y los distintos saberes y prácticas sobre el cuerpo y la vida.
Es pues una luz nueva la que arroja este
ensayo sobre el racismo en España que,
entre otros aspectos, permite recorrer el
complejo proceso de emergencia de
distintas políticas derivadas de aquellas
prácticas de control, como son la asunción de la familia como célula vital para
la pervivencia de la nación, el desarrollo
de una moral del trabajo que surgió
desde muy pronto en nuestro país, o la
legislación que afianza una imagen de
peligrosidad asociada al inmigrante.
Pero la relevancia de este estudio radica sobre todo en su análisis sobre las
propias condiciones de posibilidad de la
biopolítica en España, al ser su principal
objeto de investigación el nacimiento de
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RESEÑAS
la población desde las primeras formas de
administración de las gentes hasta el más
puro racismo de estado, el racismo biológico. Si bien Vázquez García ha trabajado principalmente los ámbitos de la
sexualidad española —con obras como
Sexo y razón. Una genealogía de la moral
sexual en España, siglos XVI-XX (con
Andrés Moreno Mengíbar, Madrid,
1997), y diversos trabajos sobre la prostitución, especialmente en Andalucía—,
centrar este nuevo estudio en el nacimiento de la población supone dotar a
sus obras anteriores y a cualquier ensayo
sobre biopolítica española de un marco
interpretativo más amplio, que permite
comprender lo que la población misma
significa, desde la sofisticación de un
experto en la metodología historiográfica
francesa heredera de la Escuela de los
Annales.
Dentro de una historia de largo recorrido que abarca desde los comienzos
del siglo XVII a los del XX, Vázquez
García rompe, sin embargo, con una
interpretación esencialista o transhistórica del poder y de la realidad en general,
situándose en la línea de trabajo de la
History of the Present Network —que
analiza (y casi se podría decir que da a
conocer en España) en Tras la Autoestima. Variaciones sobre el Yo expresivo en la
Modernidad tardía (San Sebastián,
2005)—, para profundizar en la pluralidad de modos de control determinados
por las distintas formas de gobierno.
Así, desde casos muy localizados se
dibujan en esta obra tres maneras principales de concebir el gobierno y de
hacer biopolítica a lo largo de los tres
siglos analizados: la política absolutista
que recorre los años 1600 hasta 1820,
un período más breve dominado por
una política liberal clásica (1820-1870),
y la política intervencionista que aparece entre los años 1870 y 1939.
Según Vázquez García, la población
nace al ser asumida como bien inmanente al reino. Con la inquietud por la
despoblación asociada al declive del
imperio en la primera mitad del siglo
XVII la población será entendida como
riqueza al servicio del engrandecimiento
de la corona. Este nuevo patrimonio
vendrá acompañado desde el comienzo
por la consideración de las poblaciones
ociosas como obstáculo para la prosperidad de la población, de la que se valorará tanto el número como la productividad. En este sentido, los moriscos, los
gitanos, la prostitución, y el tipo de
vida disipada que representan, serán
asumidos como trabas para esta productividad, tanto en el trabajo como en la
procreación y el aumento de la población. No se trata solo de una preocupación moral. El racismo nace, pues, unido a la necesidad de una población útil
y al peligro de las gentes ociosas, que
más tarde serán convertidas, con las
disciplinas penitenciarias y clínicas, en
sujetos patologizados.
La concepción liberal según la cual
los procesos biológicos, sociales y económicos aparecen como fenómenos independientes, que se han de regular
solos, sin intervención del estado, es
donde el catedrático de Cádiz halla la
clave de esta patologización del sujeto.
Las técnicas higienistas nacen precisamente con la idea liberal del pobre como
fruto de la inmoralidad de sus hábitos,
pues, en efecto, entre las normas de
higiene se incluían la laboriosidad y la
autodisciplina. En este sentido, quien
mejor va a controlar la realización de
estas normas será la familia, refugio privado desligado del dominio público
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estatal y de las antiguas formas de sociabilidad que regían la «casa», cuya red
de relaciones e interdependencias iba
más allá de los limitados lazos de consanguinidad.
La defensa de la familia como institución por parte de los higienistas estará asociada de este modo a la salud de la
nación, cuya regeneración no competía
únicamente a la moral y a los buenos
hábitos sino que también tenía que ver
con el cuerpo biológico de la nación.
Con las posteriores políticas intervencionistas derivadas de la consolidación
del movimiento obrero y el desarrollo
de la medicina social, la peligrosidad no
se hallará tanto en el pobre como en el
enfermo, el invertido o el delincuente
patologizado que analiza Foucault en
Vigilar y castigar, quien será entendido
como producto del ambiente mórbido
en el que se encontraban las clases bajas, pero a quien a su vez se atribuirán
temibles consecuencias en la herencia
biológica y en la conservación de la
nación. Es el momento en que se desarrollan las tecnologías eugenésicas.
Desde esta perspectiva, gitanos, moriscos, maquetos, sodomitas o mujeres
prostituidas comparten una naturaleza y
un destino bastante común a lo largo de
esta historia de la biopolítica: su peligrosidad en tanto que individuos que atentan
contra la sociedad, entendida esta como
525
orden disciplinario y como raza susceptible de degeneración. El interés por «defender la sociedad» seguirá la lógica racista de dar muerte civil o biológica —no
solo mediante el genocidio y la eugenesia,
o el exilio y la represión; también a través
de la asimilación— a este tipo de sujetos
considerados nocivos para el orden social.
Pero la peligrosidad y marginalidad de
tales individuos podrán ser transformadas
en utilidad pública, como en el caso de los
gitanos o de las mujeres prostituidas, al
poder ser convertidos en mano de obra
(trabajos forzados en arsenales y minas,
según la pragmática de 1749) o en desahogo higiénico, supuestamente necesario, de la sexualidad masculina (respecto a
la prostitución, el autor se centra sobre
todo en las razones políticas de las medidas de prohibición defendidas por religiosos y moralistas, y las de legalización esgrimidas por los higienistas), quedando
así en evidencia la capacidad de façonner les
gens detentada por las diversas políticas y
órdenes disciplinarios, el carácter productivo del poder, pero esta vez en su sentido
más fabril. Es quizá en este último aspecto donde se revela la profundidad de estudios como el de Vázquez García, al
ofrecer, no solo una historia del nacimiento de la biopolítica en España, sino las
claves para abordar una «ontología histórica
de nosotros mismos».
—————————————–——––—— Paola Martínez Pestana
IES Los Molinos (Cartagena, Murcia)
paolmp@yahoo.es
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RESEÑAS
ALLOZA APARICIO, Ángel y CÁRCELES DE GEA, Beatriz: Comercio y riqueza en el
siglo XVII. Estudios sobre cultura, política y pensamiento económico. Madrid, CSIC, 2009, 210 págs., ISBN: 978-84-00-08917-7.
Con una bibliografía ajustada y sin
los habituales excesos, aunque habría
sido conveniente segregar las obras coetáneas de la bibliografía moderna, este
libro aúna seis estudios sobre el comercio
durante el siglo XVII español, tanto
desde la perspectiva del pensamiento y la
teoría como desde su materialización en
decisiones de política económica. Como
se afirma en la introducción, la obra va
demostrando cómo política y teoría económica no estaban disociadas, como
alguna historiografía ha venido sosteniendo al contrastar las propuestas de los
arbitristas con la supuesta inacción gubernamental. Así, los autores vienen a
refrendar puntos de vista como el de
Jean Pierre Vilar, que hace años rehabilitó a los arbitristas —dejando aparte a
aquellos que armados de pluma e ignorancia sí merecían el sarcasmo del «diablo
cojuelo»—, o como el de Miguel Ángel
Echevarría al afirmar que el arbitrismo
fue el lado más innovador en la evolución
cultural de estas décadas. En este sentido,
en la obra se defiende la vigencia en España de un mercantilismo maduro y
parangonable al de otros países, con proyectos bien trasladados hasta su puesta
en marcha y capaces de sostener una
política económica bien definida.
Aunque no se pretende que estos
estudios compongan una argumentación general desde el principio hasta el
fin, tampoco constituyen una miscelánea y no les falta cierta unidad, lograda
mediante la ordenación cronológica y
cierta continuidad temática. Cada uno
de los autores se ha ocupado de varios
capítulos, aunque ello no se indique.
Por esa razón se hace difícil su valoración única y global y los estudios serán
repasados separadamente. Por ello
mismo la redacción resulta desigual en
unos y otros. En algunos, la lectura se
hace difícil a causa de su espesa redacción en la que el encadenado de reflexiones se suma al empleo de términos
en desuso. Más parece que algunas páginas están escritas, no para ser leídas,
sino dejando correr la pluma al hilo de
las elucubraciones de quien escribe. Sin
duda por mi corta capacidad, pero, a
veces, tras desentrañar trabajosamente
lo que parece que se quiere decir, el
resultado es una obviedad o una afirmación imposible de admitir. Por ejemplo,
se afirma insistentemente en el capítulo
quinto la existencia de comercio libre
—y no de sus excepcionales precursores— por el hecho de que algunos particulares solicitaran la supresión de determinadas trabas a sus ventas, o en el
sexto, haciendo referencia al comercio de
Indias, se habla de comercio privilegiado
y de libertad de comercio —términos
antitéticos— por el hecho de que, ante
la imposibilidad de acabar con el fraude,
se acabe consintiendo (pág. 183).
Mediante páginas de carácter muy
teórico, Beatriz Cárceles recoge en el
primer estudio sus reflexiones sobre el
comercio y el concepto de riqueza en el
siglo XVII, materia ya tratada por ella
misma en 2005. A partir de obras editadas, de manuscritos localizados en la
Biblioteca Nacional de España y de
otros documentos, la autora hace gala
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RESEÑAS
de profundidad reflexiva y vastísima
erudición en el empleo de la literatura
económica coetánea. Este es uno de los
capítulos de lectura difícil para estómagos poco habituados a tales alimentos
intelectuales. Tampoco es fácil estar de
acuerdo con la excesiva credibilidad
concedida a los autores utilizados, sobre
todo ante la afirmación de los propios
comerciantes de que su actividad y beneficio eran exclusivamente un servicio
al rey. De ahí, la autora deriva el carácter contractual de la relación entre monarca y agentes comerciales y que, como parte del contrato fiscal entre rey y
súbditos, resulte voluntaria la parte de
riqueza mercantil con la que sirven al
monarca. Esto lleva al debate sobre el
beneficio mercantil. En general, los
tratadistas, en tanto que el beneficio es
obtenido a cambio de satisfacer la necesidad de los demás, defienden la licitud
y justicia de la riqueza —como no podía ser menos en una sociedad muy
desequilibrada e ideologizada—. Unida
la riqueza a valores del comercio como
el trabajo y la abundancia, y considerada un bien del que derivan beneficios
prácticos, se llega a una conclusión capaz
de violentar las convicciones más profundas de los Austrias y de algunos de
sus historiadores: la visión de «la Monarquía como república temporal, con sus
necesidades materiales y valores temporales, sin que se dirigiera al bien espiritual» (pág.39). En definitiva, un estudio
que, a pesar de su oscuridad, ilumina el
concepto de riqueza en un siglo y en un
país en que la pobreza alcanzó niveles
espectaculares y que aparece en estos
autores despojada de todo valor espiritual y juzgada como un mal condenable.
Por lo demás, hay que reprochar a esta
reflexión alguna falta de sincronía y de
527
jerarquía en el empleo de las fuentes
puesto que se utilizan simultáneamente
escritos redactados en tiempos muy alejados y elaborados con intenciones muy
diversas.
El estudio dedicado por Ángel Alloza al análisis de la política económica
durante la década inicial de la Guerra de
los Treinta Años, para empezar, plantea
si la pérdida de peso de la Monarquía fue
debida a su escasa protección mercantilista en la guerra económica. El remedio
había de venir mediante el esfuerzo por
poner fin sobre todo a la importación de
manufacturas a cambio de plata y materias primas, problema en el que incidían
los escritos de arbitristas y otros expertos, escritos que el autor repasa cuidadosamente. Unos tan acertados en el diagnóstico como lejos de la solución, otros
más prácticos y realistas, todos venían a
coincidir en el discurso proteccionista. El
contrapunto lo representó Alberto Struzzi,
el parmesano naturalizado flamenco al
que Echevarría Bacigalupe ha estudiado
como precursor barroco del libre comercio. Tras ello, la atención es fijada en el
análisis de las medidas propuestas para
mejorar la posición española en el comercio exterior, que acaban por estar
presididas por el esfuerzo por combatir el
crecimiento holandés y su posición ganada durante la Tregua de los Doce
Años. Pero Alloza reconoce que los resultados prácticos fueron pocos y se limitaron a dos: el embargo general de bienes
de holandeses decretado en 1623 y la
prohibición de algunas mercancías inglesas y francesas. Es más, como ya observó
Antonio Domínguez Ortiz en 1963, la
medida se anuló pronto por miedo a la
disminución de rentas aduaneras y a la
respuesta de los mercantilismos rivales.
Así pues, el panorama se llena de som-
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RESEÑAS
bras en este esfuerzo, netamente mercantilista según Alloza. Pero, si hubo que
dar marcha atrás a las pocas medidas
adoptadas, el lector se preguntará si fracasó el intento de contraponer un mercantilismo español frente a otros mercantilismos o, simplemente, si las propuestas
de carácter mercantilista que llenaban
tantos escritos apenas fueron recogidas en
reales cédulas.
Resulta algo reiterativo el tercer estudio, debido también a Alloza y dedicado al Almirantazgo de los Países Septentrionales o de Sevilla, la compañía de
«guerra y trato» diseñada en 1624 para
encabezar la guerra comercial contra las
Provincias Unidas. Regido por negociantes alemanes y flamencos establecidos en
Sevilla, este Almirantazgo representó uno
de los esfuerzos más decididos por hacer
realidad algunas de las propuestas estudiadas en el capítulo anterior. Contaba
con todo a su favor para garantizar el
comercio con Flandes y el Báltico sin
tener que recurrir a los holandeses, la
vieja pretensión jamás conseguida. Según el autor, la empresa fue bien planteada, aunque algunos aspectos no fueron bien establecidos en sus ordenanzas.
De hecho, como muestran estas páginas,
tuvo más éxito en su función como compañía de guerra —a tenor del apresamiento de embarcaciones enemigas—
que en su vertiente de trato, aspecto en
donde encontró el talón de Aquiles que
le llevó a su temprano final. Señala el
autor de este ensayo tanto la resistencia
del comercio de Sevilla como la de los
propios interesados ante la obligación de
presentar fianzas para participar en la
Compañía y ante la contribución del 1%
del valor importado, algo que los situaba
en desventaja con respecto al resto de los
comerciantes dedicados al comercio del
Norte. Pero enfatiza el autor que los
problemas fueron mucho más complejos,
sin faltar los conflictos de competencias
con las autoridades locales de los puertos
ni los daños derivados de la crisis inflacionista de 1627. Es cierto que se añade
poco a lo que ya explicaran sobre el Almirantazgo I. de la Concha, A. Domínguez Ortiz y J.I. Israel, pero ahora se
aclaran perfectamente aspectos centrales
de su funcionamiento y quedan bien
resaltadas las dificultades para poder
prescindir del comercio con enemigos de
la Corona. En definitiva, un capítulo que
en conjunto apoya la conclusión del anterior ya que el Almirantazgo supuso la
materialización de un proyecto mercantilista, aunque apenas persistiera seis años
y no lograra su objetivo, resultado que
hará que el lector se vuelva a plantear
preguntas parecidas a las anteriores
sobre el mercantilismo español en el
siglo XVII.
En el cuarto estudio, cuyo título resulta equívoco —el comercio privilegiado del que aquí se habla tiene poco
que ver con el de las reales compañías
del siglo XVIII—, Ángel Alloza analiza
otra forma de intentar prescindir del
abastecimiento de mercancías necesarias
a través de enemigos. Se trata de la
concesión de licencias especiales, mediante asientos, gracias a las cuales se
permitía la importación de mercancías
prohibidas de rebeldes y de países enemigos. No era una práctica nueva; lo
nuevo, como insiste el autor, fue su
abuso durante estos años. La primera de
esta serie de licencias, prolongada hasta
1643, fue concedida en 1625 para la
importación de pertrechos navales y
militares en barcos holandeses y zelandeses pero cuyos dueños no fuesen súbditos enemigos. La carencia de tales
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pertrechos justificaba la excepcional
autorización. En otras ocasiones, se
alegó la falta de comercio. Así pues, y
siendo extranjeros y judíos portugueses
la mayoría de los beneficiarios, con estas
licencias especiales se legalizaba este
contrabando asumiéndolo como un mal
menor y hasta como una pieza útil en la
política exterior. Ahora bien, Alloza
afirma que las razones anteriores importaban menos que la necesidad de dinero
inmediato sin esperar el rendimiento
fiscal del comercio. Incluso a sabiendas
de que, bajo estas licencias, el asentista
iba a aprovechar para añadir muchas
más mercancías ilegales. Los diferentes
ejemplos muestran la finalidad hacendística y el contrabando añadido que se
propiciaba. Naturalmente, estas licencias suscitaron la oposición del Almirantazgo; pero se continuaron otorgando.
Es más, el rompimiento con Francia en
1635 añadió más propensión a concederlas, incluyendo ahora mercancías
francesas para reexportarlas a Indias,
abriendo con ello la vía también a tejidos y otras manufacturas. Convertidas
en práctica habitual, a finales de los
años treinta dentro del Consejo de
Hacienda se reavivó una vez más el
debate —ya analizado por el propio
autor en 2006— sobre la conveniencia
o no de imponer una política proteccionista y sobre el protagonismo de los
comerciantes extranjeros, incluidos los
judíos portugueses. El caso es que, a
pesar de ello y del resultado de las averiguaciones sobre el contrabando ordenadas por el Consejo —y sin considerar
que estas licencias constituían un pernicioso ejemplo en la lucha contra las
diversas formas y geografías del contrabando—, Felipe IV continuó expidiéndolas en busca del dinero pronto de los
529
asientos y ahora también para pagar
favores, como muestran los ejemplos
correspondientes a estos años. Solo a
finales de 1643 se comprendió que los
daños superaban a los beneficios y se
decidió su extinción. El lector quizás se
pregunte si la caída, en enero de ese
año, de Olivares —factótum de la Monarquía citado solo de pasada al tender
la mano a los negociantes portugueses— y la derrota de Rocroy, en mayo,
tuvieron que ver con la decisión de acabar con estas licencias.
La afirmación con la que Beatriz
Cárceles inicia el quinto estudio, dando
por sentada una «política proteccionista
implementada por el gobierno de la
Monarquía hispánica durante el siglo
XVII» (pág.153) resulta precipitada. Es
cierto que queda matizada por el reconocimiento de obstáculos importantes
—el contrabando y las licencias del
capítulo anterior—, pero se olvida que,
dentro del conjunto desigual que constituía la Monarquía, se practicaban
políticas económicas muy diversas en
unos y otros reinos, cada uno con su
sistema fiscal y aduanero y con niveles
de protección arancelaria muy diversos.
Baste comparar, por ejemplo, el proteccionismo aplicado en el Principado de
Cataluña con las políticas aduaneras
llevadas a cabo en la Corona de Castilla.
Es más, si se está haciendo referencia
solo a esta Corona, la afirmación queda
más lejos de la realidad, dadas las muchas fronteras castellanas en las que la
protección arancelaria era inexistente,
como en los puertos andaluces, cuyos
almojarifes mayores solían pactar los
derechos de introducción con las colonias extranjeras. Además, tal afirmación
contradice, no solo la conclusión más
sobresaliente de los estudios anteriores,
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es decir, el fracaso de los intentos de
imponer trabas proteccionistas, sino el
que será argumento principal de este
mismo capítulo. Pero, en realidad, ese
párrafo inicial resulta innecesario puesto
que en este estudio se da un giro completo hacia el interior, hacia el comercio
local. En este ámbito, la autora defiende
la vigencia de un comercio libre «reivindicado con vehemencia por pequeños comerciantes y productores del
interior de Castilla, quienes respaldados
por audiencias y chancillerías, lograron
en múltiples casos hacer prevalecer las
costumbres que amparaban la libertad
de comercio» (pág.153). A reseñar las
ocasiones en que se produjo ese amparo
en el siglo XVII está dedicado este estudio. Esos casos ejemplares aparecen
entreverados en el interior de las espesas
reflexiones con las que la autora sostiene su planteamiento. No todas esas
reflexiones pueden asumirse fácilmente.
Por ejemplo, al establecer las relaciones
entre el comercio y el derecho, se afirma
que éste «ni sometía, ni controlaba»
(pág.156); también que «la espontaneidad del desenvolvimiento natural del
comercio se verifica en el siglo XVII
gracias a la aprobación de un derecho
que no interviene siempre» (p.167), y
que «uno de los instrumentos más útiles
que proveía el derecho era la desobediencia jurídica» para convertir el conocido «obedézcase pero no se cumpla»—
traído desde los virreinatos indianos
hasta los mercados locales castellanos—
en principio jurídico (pág.168). Ya se
sabe que pragmáticas y reales cédulas se
incumplían con frecuencia y que, por
hablar de algo importante en el comercio local castellano, la tasa de granos se
vulneraba sistemáticamente; pero, ¿eso
quiere decir que el derecho reconocía
esas ilegalidades y que en el siglo XVII
el comercio interior castellano se desenvolvía con una absoluta libertad?
Se cierra la obra con el capítulo en
el que Cárceles de Gea estudia, como
parte de la lucha contra el fraude durante el reinado de Carlos II, una «visita», una inspección a los propios responsables de evitar el delito fiscal.
Aunque algo alambicado y con ritmo
desigual, un repaso a la legislación y
antecedentes de estas visitas sitúa bien
al lector ante el caso estudiado. La orden dada en 1666 de visitar a Juan
Muñoz de Dueñas, contador del Almojarifazgo de Sevilla, dio lugar en 1668 a
la acumulación de 25 acusaciones, desde las más genéricas —falta de celo y
de fidelidad—, hasta las más concretas
—consentir el contrabando de una considerable partida de tabaco—, pasando
por abuso de sus atribuciones, de favoritismo y corrupción al perseguir los
fraudes y contrabandos con la intención
de aprovecharlos en beneficio propio.
Finalmente, fue condenado en una fecha y a una pena que no se mencionan.
Lo que la fuente ha permitido conocer
son los términos en que Muñoz de
Dueñas negoció los pagos en que fue
«indultada» su condena. Pero la intención de la autora es sobre todo la de
reflexionar sobre los fundamentos en
derecho de la gestión de la hacienda real,
lo que hace a veces de forma peculiar y
sin que en esas reflexiones quede lugar
para al arrendamiento de las rentas reales o para el recudimiento fiscal. El
resultado no es muy claro, perjudicado
por la mucha reiteración —y hasta por la
que parece que es una desubicación de
algunos párrafos—, para acabar con una
conclusión poco inteligible. El párrafo
final, tras detectar la intención de esta-
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blecer eficacia administrativa mediante
la jurisdicción extraordinaria, afirma que
«se estableció una supervisión importante sobre el comercio privilegiado de Indias, pero manteniendo un eslabón moderado con el orden jurídico» (pág.195).
En definitiva, más allá de la falta
de claridad en algunos capítulos y de la
poca precisión en el uso de determinados conceptos —singularmente «comercio libre»— hay que reseñar las
propuestas discutibles que se acompañan de aquellas otras que, como conclusión de algunos de los estudios, parecen contradecir las hipótesis planteadas
en la «Introducción». Es de temer que,
531
si bien de forma más acusada en unos
capítulos que en otros, esta obra quizás
no consiga conectar suficientemente
con el lector. Pero, en conjunto, esta
serie de indagaciones sobre el comercio
y sobre algunos problemas de política
fiscal en el siglo XVII español permite
comprender mejor la teoría y la práctica de algunos aspectos de las políticas
económicas llevadas a cabo —de urgencia; erráticas, según algunos—, y
las que fueron intentadas en unas décadas extremadamente difíciles marcadas por la atonía económica, la guerra,
la asfixia financiera y la ineficacia fiscal
de la Monarquía.
—————————————–——––——
José María Oliva Melgar
Universidad de Huelva
melgar@uhu.es
DÍAZ ORDÓÑEZ, Manuel: Amarrados al negocio. Reformismo Borbónico y suministro de Jarcia para la Armada Real (1675-1751). Madrid, Ministerio de
Defensa, 2009, 716 págs., ISBN: 978-84-9781-512-3.
La revolución del aparejo en los
barcos de vela de la Edad Moderna
llegó de la mano del considerable desarrollo del velamen y de la jarcia, suponiendo ésta última el conjunto del cordaje del que hace uso un buque. En
palabras del autor, un navío del Setecientos se convirtió en una verdadera
maraña de cordajes que más parecían
componer una compleja telaraña que
una obra del hombre. Y es que la jarcia
empleada equivalía a una gran proporción del peso total de desplazamiento
del buque que, para hacernos una idea,
en el caso de un ejemplar de 64 cañones, representaba casi 90 toneladas de
cordaje manufacturado con un laborioso
proceso artesanal, y en términos de
longitud total de aquel material, unos
57 kilómetros de largo. La monografía
de Manuel Díaz Ordóñez nos abre una
excelente ventana al complejo mundo
del suministro, fabricación y dotación
de este estratégico material para los
buques de la Real Armada del siglo
XVIII. El páramo investigador en el
que se mueve este autor sorprende, por
cuanto la importancia del tema objeto
de estudio no es menor. Autores como
José Patricio Merino Navarro, José
Quintero González, Camil Busquets,
Antonio Meijide Pardo o Ramón María
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RESEÑAS
Serrera Contreras han abordado distintas problemáticas relacionadas con la
jarcia, sin embargo, el gran estudio
sobre la producción, fabricación y suministro de este material para consumo
de las dotaciones de la Real Armada
española en el siglo XVIII quedaba
pendiente hasta la presente publicación,
que ha podido satisfacer en una gran
parte dicha necesidad.
El período histórico escogido por el
autor se ciñe al último cuarto del siglo
XVII y a la primera mitad del siglo
XVIII, como fechas que se corresponden con el año en que comenzó a funcionar la factoría de jarcia de Sada
(1675), en La Coruña, y el año en que
inicia su actividad la primera Fábrica
Real de jarcia en el arsenal de Cartagena (1751). El marco cronológico referenciado da mucho de sí a la hora de
exponer la problemática y las políticas
gubernamentales adoptadas de cara a la
producción y suministro de esta fibra
vegetal para la Marina de Guerra. El
autor nos ofrece información básica en
relación con el ramo de la jarcia, aborda
las decisiones adoptadas para su producción, los materiales necesarios, las
herramientas, los individuos, o la propia
actividad industrial, sin olvidar cómo
funcionaban los sistemas de producción
tradicionales de esta fibra, la oferta y la
demanda en el mercado, para finalmente entrar a analizar de forma detallada
los contratos de asiento establecidos
entre la Corona y los particulares para
el suministro de jarcia a los buques de
la Real Armada.
Hasta el siglo XVIII tanto el esparto como el cáñamo fueron las fibras
preferentes en la manufactura de jarcia
para las embarcaciones europeas, y la
utilización de una u otra dependió más
de la facilidad de acceso a la propia
materia prima que a una concreta elección de los maestros cordoneros o sogueros dedicados a su transformación.
Sin embargo, el cáñamo se terminó
imponiendo en el mercado de la cabuyería europea a lo largo del Setecientos
debido a diversos factores, como la facilidad de manipulación de sus tallos, su
cómodo cultivo, que no exigía muchos
cuidados, la facilidad de su manufactura
gracias a una mayor ratio de producción
por planta, por disponer de una hebra
más homogénea que redundaba en un
mejor acabado de los productos, o de
una mayor resistencia a la humedad que
le proporcionaba más flexibilidad y
maniobrabilidad en los aparejos, y una
mejor resistencia al peso que el esparto.
Finalmente, dos factores se añadieron a
la supremacía conseguida por el cáñamo
sobre el esparto: su absorción de la
humedad le permitía aguantar una
impregnación de humedad cercana al
30% de su peso total, lo cual le convertía en un excelente aislante, y, además,
la capacidad de absorción de esta fibra
del denominado «sudor vegetal», es
decir, de la expulsión de los aceites y de
las savias contenidas dentro de su tallo,
hecho que disminuía los riesgos de los
malos olores desprendidos por los vegetales durante el proceso de desecación.
En España el cultivo del cáñamo se
fue introduciendo lentamente, predominando en la zona del Levante, desde
Cataluña hasta Castellón, y en algunas
cuencas fluviales andaluzas, principalmente en Granada. En el siglo XVIII la
nueva dinastía borbónica tomó interés
en el desarrollo de este cultivo y en el
fomento de la industria del cáñamo,
dado el enorme coste que implicaba la
provisión de jarcia para las armadas y
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embarcaciones militares peninsulares y
de ultramar. El incremento de la demanda de este material se debió, en
primer lugar, al crecimiento notable de
la estructura naval militar a lo largo del
siglo XVIII, pero tampoco se debe olvidar el aumento de la navegación mercantil y el desarrollo poblacional experimentado, que también redundó en un
incremento considerable de las necesidades cotidianas de ropa, calzado, construcción, pesca, etc. Las necesidades de
cáñamo se elevaron hasta tal punto que
el mercado nacional era incapaz de
abastecer la demanda. Sin embargo, las
distintas medidas adoptadas dentro del
marco de una política reformista consiguieron potenciar las economías productivas agrícolas españolas, sobre todo
en áreas como Navarra, Valencia o
Granada. Esta acción reformista favoreció el nacimiento de una demanda sostenida desde el ámbito civil por la marina mercante, y desde el militar por la
armada, motivando a los productores
nacionales a dedicar sus tierras al cultivo del cáñamo. A pesar de este esfuerzo
de previsión, potenciación y planificación de los cultivos, no se consiguió
prescindir de los cáñamos procedentes
del Báltico, que siguieron suministrándose a lo largo de toda la centuria dieciochesca. A la hora de abordar una de
las cuestiones principales de este libro
centrada en el debate sostenido por
instituciones, ministros, funcionarios e
intelectuales del Setecientos sobre si el
suministro de productos estratégicos
para la Monarquía debía hacerse a través de una administración directa del
estado o, por el contrario, mediante
contratas públicas conocidas como
asientos, el autor se entrega a un esfuerzo de contextualización de dicho deba-
533
te, exponiendo de forma previa la situación y la organización de la marina de
guerra española del siglo XVIII. A
nuestro entender tal propósito, si bien
no exento de mérito, resulta excesivo,
pues desvía un tanto la atención del
lector sobre la cuestión de fondo centrada en las ventajas y los inconvenientes de ambos sistemas, asiento o administración directa. Una vez abordado el
meollo del asunto, Díaz Ordóñez manifiesta que la tradición española a la hora
de satisfacer las necesidades de jarcia de
la Monarquía había girado desde el
siglo XV sobre el asiento o bien sobre la
compra directa de materiales en el sector civil. Llegado el siglo XVIII, el reformismo borbónico optó por inclinarse
hacia una administración directa de la
producción de cordaje naval, influido
por la reforma emprendida por Colbert
en la Francia del siglo XVII. Esta decisión constituía una medida más acorde
con la política centralizadora y de recuperación de protagonismo del rey. Sin
embargo, los secretarios de Marina José
Patiño y el marqués de la Ensenada
pronto entendieron que la realidad económica del país empujaba a supeditar la
implantación del sistema de administración directa a una mejora de las condiciones económicas y de crecimiento de
los arsenales, ya que el establecimiento
en aquellos años de las fábricas reales
hubiera supuesto un peso imposible de
sostener para las arcas públicas. Así
pues, se optó por retomar los asientos
con particulares para la compra de jarcia durante la primera mitad del XVIII,
pero con clausulados más favorables al
interés público, en detrimento de los
contratistas, a los que se limitaron las
facilidades concedidas tradicionalmente.
A pesar de estas restricciones, los con-
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tratistas nunca faltaron, y las posibilidades de enriquecimiento siguieron
estando presentes, mientras que, por
otra parte, la armada consiguió hacerse
con un suministro regular de jarcia.
El último gran bloque del presente
estudio se centra en la descripción y en
el estudio de los sucesivos asientos de
suministros de jarcias para la armada
entre los años 1675 y 1751. El autor
profundiza en los pormenores de cada
uno de ellos, en las figuras de los contratistas y en el interés perseguido por
las partes con la formalización de dichos
contratos. Las bases navales de Cádiz y
Cartagena solían ser abastecidas por el
mismo contratista, mientras que la de
Ferrol se mantenía independiente. El
estudio del contrato firmado por la
Compañía del Asiento de Jarcias, establecido para el período de 1741 a 1751,
recibe una especial atención, un contrato en el que los rendimientos obtenidos
al expirar su término aportaron jugosas
ganancias, y en el que sus titulares lograron otros tantos beneficios colaterales, como fueron la creación de una
tupida red de corresponsales y agentes
en las plazas de la Cataluña interior, del
resto de España y en el extranjero
(Holanda, Italia e Inglaterra), sin olvidar
un servicio de corresponsalía que le permitió la continuidad de la actividad en
otras iniciativas empresariales y, por
ende, el deseado acercamiento al tráfico
transatlántico y el comercio con América. Para finalizar, Manuel Díaz Ordóñez
emprende la valiente tarea de abordar un
cálculo estimatorio de la relación entre la
oferta y la demanda de jarcia por parte
de la marina de guerra española en el
período de 1730 a 1750, un terreno
resbaladizo dados los múltiples problemas inherentes a la ejecución de dicho
propósito. Calcular el consumo de jarcia
por parte de la Real Armada española
conlleva barajar un buen número de
parámetros. El carácter perecedero de
este material implica una especial dificultad a la hora de calcular la regularidad de
la actividad en general. Por un lado, está
el cálculo de la cabuyería necesaria para
el consumo de los buques que se iban
construyendo, así como de los repuestos
necesarios y, por otro, la estimación de
las necesidades inesperadas de jarcia,
dependiente de factores como el servicio
de mar o las campañas bélicas. El autor
ha tenido que disponer de cifras como el
número de buques existentes, clasificándolos en función de sus dimensiones,
desplazamiento y dotación artillera, elementos claves para el conocimiento de las
distintas demandas de jarcia de cada una
de las unidades. Asímismo, los cambios
en los sistemas de construcción naval
militar española también influyeron de
forma notable en la cantidad de jarcia
embarcada y, además, se hace necesario
el cálculo del número total de buques de
guerra construidos por la Real Armada
durante este período. Los problemas a los
que se ha tenido que enfrentar Díaz Ordóñez no han sido pocos: el conocimiento
de los buques construidos, alquilados,
comprados o apresados; las dificultades
de identificación de las unidades debido a
la utilización de varios nombres para su
designación, o el bautismo de distintos
vasos con el mismo nombre; y el seguimiento de la vida de cada buque y de las
modificaciones operadas en cada uno de
ellos. La conclusión final, después de la
valoración de todas estas consideraciones,
predica que se consiguió suministrar a la
armada el equivalente a un 87% de la
jarcia necesaria para el servicio de los
buques de guerra españoles. Se trata de
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una cifra nada despreciable, que permitió
un suministro regular a la industria naval
militar y potenció procesos como el cultivo, la producción y la manufactura de
esta fibra en España, así como el fomento
de negocios emprendidos por los sectores
privados implicados en las contrataciones
públicas.
Dos indicaciones restan por hacerse
en estos breves comentarios a la obra
Amarrados al negocio. La primera de ellas
echa de menos la prolongación cronológica de este estudio hasta completar, al
menos, la centuria dieciochesca (lo deseable sería su alargamiento hasta
1820, fecha en la que se cierra el ciclo
535
histórico), pues el esfuerzo de investigación realizado por Díaz Ordóñez y los
buenos resultados obtenidos lo colocan
en una posición privilegiada de riguroso
conocimiento de la cuestión nacional de
cara a rematar el estudio del resto del
período hasta finales de siglo. La segunda cuestión reside en la necesidad de
abordar un estudio de historia comparada
sobre el aprovisionamiento y consumo de
jarcia por parte de las principales marinas
de guerra dieciochescas (Inglaterra, Francia y España), un trabajo que nos proporcionaría una panorámica más amplia y
enriquecedora sobre este estratégico material en el siglo XVIII.
—————————————–——––—–—
Marta García Garralón
UNED
mesanamayor@yahoo.es
FRANCH, Ricardo (ed.): La sociedad valenciana tras la abolición de los Fueros.
Valencia, Institució Alfons el Magnànim-Diputació de València, 2009, 442 págs.,
ISBN: 978-84-7822-534-7.
«Este Reyno ha sido rebelde a su
Magestad (...) y assí no tiene más Privilegios ni Fueros que aquéllos que su
Magestad quisiere conceder en adelante». Así se expresaba el duque de Berwick, el vencedor de Almansa, ante los
electos de los Estamentos valencianos,
una vez rendida la capital del reino y a
la salida de un solemne Te Deum en
acción de gracias por la restauración del
gobierno borbónico. El fatídico decreto
de abolición de fueros y libertades valencianas no tardaría en llegar (29 de
junio 1707), siendo inútiles las súplicas
y reclamaciones ulteriores tanto de los
nuevos magistrados de la ciudad como
de algunos miembros de la nobleza y la
iglesia local. Dado que la reiterada solicitud de la «devolución» de los fueros
provinciales no tuvo éxito ni entonces ni
más adelante, aprovechando coyunturas
bélico-diplomáticas aparentemente más
favorables, la fractura histórica devino
tan perdurable como irreparable. De
«hito trascendental en la historia del
pueblo valenciano», la califica Ricardo
Franch, el editor —además de uno de
los autores— de esta notable miscelánea de estudios cuyo objetivo no es otro
que el de verificar el impacto de la abolición foral en la sociedad valenciana del
Setecientos.
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RESEÑAS
Desde luego, algo parecido podría
decirse de los otros reinos de la Corona
de Aragón, que también conocieron la
abrupta extinción de aquel sistema político, de índole pactista y federal, que
había garantizado hasta entonces —en
palabras del mismo editor— «la configuración de su identidad diferenciada»,
tanto en el seno de la Corona de Aragón como en el conjunto de la Monarquía hispánica (pág. 7). No resulta nada
sorprendente, pues, que la reducción de
los antiguos reinos a sendas provincias
«gobernada(s) por las instituciones delegadas del poder central» haya suscitado un debate no siempre pacífico ni
meramente académico. Tal como apunta uno de los colaboradores del volumen, R. Fernández, aun cuando exista
un cierto consenso historiográfico sobre
los hechos, «la trascendencia histórica
de los mismos está todavía sujeta a un
vivo debate entre historiadores y también entre políticos» (pág. 285). Así,
pues, ¿cuáles son los resultados de esta
nueva tentativa, ceñida o casi a la experiencia valenciana?
El libro objeto de esta reseña es el
resultado de un seminario de idéntico
título celebrado en la sede valenciana de
la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo a finales del año 2007. En él se
recogen un total de doce ponencias de
temática harto variada, pero que pueden agruparse en torno a algunos ejes
predominantes. Para empezar, sobre la
gestación (R. García Cárcel) e implantación del nuevo orden borbónico, ya
sea el entramado monárquico resultante
(P. Molas), el establecimiento de los
corregidores (E. Giménez) o la reforma
de las municipalidades (M.ª C. Irles). A
continuación, las resistencias ante el
nuevo orden (C. Pérez Aparicio); en
particular, por parte del clero (R.
Franch) y de la nobleza (J. A. Catalá).
Sin olvidar los vaivenes de la cultura,
que no pueden desgajarse ni de la resistencia ni de las vicisitudes políticas del
momento (A. Mestre). La «política económica» de los Borbones en el reino de
Valencia tiene una presencia mucho
menor en el conjunto, pero se examina
—por lo menos— desde el ángulo de la
manufactura textil y su evolución secular
(T. M. Hernández). Algo alejadas del
guión principal, otras dos contribuciones
se ocupan, respectivamente, del agro
valenciano y sus carestías seculares,
ahondadas por una climatología adversa
(A. Alberola); así como de la contribución valenciana al reformismo borbónico
hispánico, a través de la figura de Manuel Sisternes y su Idea de la Ley Agraria
Española (1786) (M. Ardit). Finalmente,
la historia comparada —una perspectiva
siempre instructiva—ofrece en este caso
un solo apartado o punto de comparación, la Cataluña borbónica, aun cuando se trate ciertamente de una aportación tan densa como prolija (un
centenar de páginas, es decir, en torno a
un 20% de la totalidad del volumen, a
cargo de R. Fernández). A la vista de un
índice semejante, puede decirse que se
trata de una aproximación deliberadamente plural —en el fondo y en la forma— al acontecimiento y a sus múltiples secuelas. Historiadores de distintas
sensibilidades —como suele decirse
ahora— abordan el asunto desde (casi)
todos los ángulos posibles: la cultura, la
economía, la política tout court o las
identidades colectivas en liza. Y lo
hacen, cabe señalar, con un comedimiento —e incluso un conocimiento de
causa— no demasiado habitual en la
materia, por lo menos a tenor de ciertos
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RESEÑAS
antecedentes bibliográficos, más proclives a las interpretaciones taxativas o de
rompe y rasga. Valga como botón de
muestra la tesis del «desescombro»
enunciada en su día por Vicens Vives: la
supresión de fueros y privilegios provinciales habría tenido unos indudables
(aunque impremeditados) efectos benéficos, especialmente en materia de crecimiento económico. Desde luego, los
tiempos son otros hoy en día. Y uno de
los méritos de esta miscelánea estriba en
hacerse eco de tales cambios de enfoque.
Así, nuestro juicio sobre las formas de
producción corporativas o tradicionales
es actualmente mucho menos severo; no
en vano, el «despegue industrial» de la
Cataluña del Setecientos se apoyó en los
gremios. Pero es que, a su vez, el denominado absolutismo —otro de los puntales de la narrativa tradicional del acontecimiento— ya no es tampoco lo que
era. Aunque en ocasiones la literatura
«revisionista» haya podido dorar excesivamente la píldora —u olvidado de contrastar los textos con la realidad de los
hechos—, no cabe duda de que los gobernantes del Setecientos —los borbónicos, pero también los otros— se veían
obligados a transigir de vez en cuando.
En el caso que nos ocupa, estos y otros
cambios de perspectiva se traducen en
una narrativa del acontecimiento mucho
menos rectilínea, bastante más apegada
a las fuentes y que no solo zanja viejas
disputas —como la supuesta correlación
entre cambio dinástico y modernización
económica— sino que también depara
nuevos interrogantes, algo no menos
interesante.
Del conjunto de contribuciones
particulares pueden entresacarse algunas cuestiones recurrentes. En primer
lugar, sobre la gestación e implantación
537
del nuevo orden borbónico, que no
siguió un guión prefijado de antemano.
R. García Cárcel lo expone con su claridad habitual: «El régimen borbónico se
elaboró sobre la marcha con mimbres
de muy diversas procedencias» (pág.
18). Hubo, además, una «pluralidad de
borbonismos», a saber: uno ideológico o
de «creyentes» (léase Macanaz); otro,
pragmático o de «flotantes» (Patiño); e
incluso una variante meramente «militar». Aunque, si de fueros se trata, la
línea principal de demarcación pasaría
más bien por un «borbonismo centralista ortodoxo» y otro «periférico», como
el que pudiera representar el cronista
valenciano José Manuel Miñana (pág.
19). Hubo, además, vacilaciones significativas, como se puede advertir en algunas consultas coetáneas del Consejo
de Aragón; una institución que, en
vísperas de su extinción, no contemplaba siquiera remotamente la supresión
del orden foral, aunque sí la introducción de algunas reformas del mismo y
favorables al monarca (págs. 63-64).
Por otra parte, una vez tomada la resolución, la implantación territorial de la
Nueva Planta borbónica no habría sido
menos aleatoria, pues, tal como ocurriera en el caso de los nuevos corregimientos, exhaustivamente estudiados por E.
Giménez, las consideraciones meramente
represivas —represalias contra los vencidos, ya fueran señores jurisdiccionales
austriacistas o poblaciones enteras, además de una secular aversión hacia los
«inquietos» valencianos—se antepusieron demasiado a menudo a cualquier
género de racionalidad política.
Las resistencias ante el nuevo orden
fueron más numerosas e incluso variadas de lo que puede sugerir, retrospectivamente, el carácter inexorable de los
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acontecimientos. Así, los primeros en
lamentar la pérdida de los fueros o en
pugnar por su inmediata reintegración,
fueron —tal como subraya C. Pérez
Aparicio— las nuevas autoridades borbónicas del municipio valenciano, secundadas por representantes del clero y
de la nobleza local. El enfrentamiento
entre austriacistas y borbónicos pudo
obedecer —en Valencia como en otras
partes—a razones diversas y algunas de
ellas, bastante nimias o estrictamente
locales antes que dinásticas o políticas,
pero lo que parece evidente es que unos
y otros compartían una misma veneración por los fueros patrios, así como por
aquel principio «nacionista» según el
cual «necesario es que las leyes sigan,
como el vestido, la forma del cuerpo» y
que, por tanto, «se diferencien en cada
Reyno y nación». De ahí, pues, los
(inútiles) lamentos de algunos conspicuos partidarios valencianos de Felipe
V: «desengáñese su Magestad, que si no
vuelve a estos Reynos de Valencia y
Aragón con sus Fueros y Leyes Patrias,
han de perecer estos sus vasallos, o se ha
de exponer a perder la Corona» (pág.
172). Como se sabe, no ocurrió ni lo
primero ni mucho menos lo último.
Pero los focos de oposición se multiplicaron en la inmediata postguerra, ya
fuera en forma de guerrillas o bandolerismo (partidas de migueletes, auspiciadas, al parecer, desde el exterior), ya
fuera como resistencia espontánea de
poblaciones enteras contra las contribuciones y los alojamientos militares. Con
todo, la oposición más tenaz provino de
unas clases privilegiadas —la iglesia, la
nobleza— que, pese a haber recuperado
sus privilegios estamentales, no encajaron nada bien las nuevas imposiciones
fiscales del papel sellado, el estanco del
tabaco, las alcabalas o el «equivalente»,
aunque en ningún caso se llegara al
rompimiento (tal como muestran, minuciosamente, los trabajos de R. Franch
y J. A. Catalá).
Siendo una «consecuencia fundamental» de la Nueva Planta —tal como se
dice en la introducción del volumen— la
extinción de aquel sistema político que
garantizaba la «identidad diferenciada»
del reino valenciano, resulta algo llamativa la escasa atención dedicada a esta vertiente del acontecimiento. Desde luego, la
excepción es la polifacética contribución
de R. García Cárcel. Su tesis es sugestiva:
así como hubo una pluralidad de borbonismos, hubo asimismo diversos proyectos
en pugna para «hacer españoles» a lo
largo de la centuria, unos enraizados en la
tradición («el viejo concepto barroco de
España como depósito de esencias nacionalcatólicas») y otros que apuntaban a
la modernidad (estatal, «pluricultural»).
Aun cuando pueda objetarse, quizás, el
uso —¿y abuso?— de un vocabulario
algo extemporáneo («Estado-nación borbónico», «nacional-catolicismo», «nacionalismo estatalista», etc.), para describir
fenómenos que encajarían mucho mejor
probablemente en un marco de referencia
dinástico, al fin y al cabo, otra modalidad
de «comunidad imaginada» —o no nacionalista—, «nacionalismo borbónico»,
¿no sería una contradicción de términos?
Admitido el carácter esencialmente gráfico de las denominaciones, la pregunta
sigue en el aire: a fines del Setecientos, los
valencianos, ¿se sentían más o menos
valencianos/españoles? Desde Cataluña,
R. Fernández se inclina por una catalanidad persistente pero compatible con «la
idea y el sentimiento de españolidad»
igualmente en auge: Cataluña era la patria y España, la nación (págs. 337-345).
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Por supuesto, las consecuencias del
acontecimiento no se agotan ahí. Pero,
¿cómo medir su verdadero impacto en
la vida cotidiana de la gente corriente?
La impresión, a tenor de esta nueva y
excelente panorámica sobre el caso valenciano, es que se conoce cada vez
mejor la Nueva Planta «desde arriba»
—por utilizar un vocabulario igualmente gráfico por encima de todo—
pero que «desde abajo» las lagunas son
aún considerables. Presión fiscal al
margen, cuyas repercusiones para una
mayoría de la población son fácilmente
imaginables, C. Pérez Aparicio deja
entrever otras posibilidades, por lo
menos cuando apunta que la abolición
539
del derecho civil valenciano trajo consigo una modificación de las estrategias
familiares y hereditarias tradicionales
(págs. 191-192). La memorialística
local y popular, aludida en algunas
contribuciones del volumen, puede
ofrecer —tal como ha ocurrido en el
caso catalán— otros resquicios. En una
perspectiva semejante, tampoco sería
ociosa una reconsideración —ausente
en esta miscelánea— sobre la legalidad
foral; no solo para evitar una percepción excesivamente jacobina de la
misma, tal como ha ocurrido demasiado a menudo, sino también para conocer mucho mejor el engarce entre sociedad, instituciones y fueros.
—————————————–——––———
Xavier Torres Sans
Universitat de Girona
xavier.torres@udg.edu
SOLBES FERRI, Sergio: Rentas reales y navíos de la permisión a Indias. Las reformas borbónicas en las Islas Canarias en el siglo XVIII. Las Palmas de Gran
Canaria, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2009, 327 págs., ISBN:
978-84-92777-50-1.
Este libro del profesor Sergio Solbes
Ferri continúa la línea emprendida en los
últimos años por el autor y por otros
investigadores de la Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria, como Santiago
de Luxán Meléndez, de abordar el estudio de las transformaciones en el ámbito
de las rentas reales en Canarias en el
siglo XVIII, con especial dedicación a la
del tabaco. El grueso de su investigación
se centra en la documentación proporcionada por la sección de Hacienda del
Archivo General de Simancas, aspecto en
la que estriba su principal virtud, y qui-
zás también su principal defecto. Al no
hacer catas en otras fuentes, incluidas las
hacendísticas de carácter local o las proporcionadas por cabildos o ayuntamientos insulares, no ha sido posible llevar a
cabo una evaluación de otro carácter de
la realidad de las estructuras socioeconómicas y mercantiles insulares anteriores a las reformas así como de los
planteamientos y respuestas de las instituciones y sectores sociales locales ante
tales transformaciones.
El estudio de las reformas borbónicas en las Islas Canarias en el siglo XVIII
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se divide en dos partes claramente diferenciadas, la primera centrada en un
estudio de la hacienda real en Canarias y
la incidencia en ella de las reformas de la
centuria ilustrada, y una segunda que
aborda un estudio cuantitativo de las
diferentes rentas reales. Nada objetamos
a los planteamientos de los que parte el
análisis de la hacienda real. Las reformas
se orientaron a cuatro aspectos principales: una mayor asunción del control de
las actividades mercantiles canarias y de
su fiscalización por parte del estado a
través del Reglamento de comercio de
1718, la administración directa de la
renta de tabaco frente al asiento anterior, la institucionalización de la Tesorería General de Canarias y la creación de
la Intendencia como pieza angular del
control regio del tráfico del archipiélago
con el exterior y, en particular, con
Indias. En líneas generales, estamos
plenamente de acuerdo con su análisis
del proceso de control del comercio por
parte del estado, que afectaba directamente a unos negocios hasta entonces
sumamente rentables para el conjunto
de las élites insulares y en especial para
su burguesía comercial: el ejercicio de la
intermediación en la introducción de
productos coloniales, en especial tabaco
y, en menor medida, de palo de Campeche y cacao, que eran reexportados a países europeos, en aquellos puertos indianos
con los que las Islas Canarias tenían permiso de comerciar, sobre todo en lo que
respecta a la introducción de mercancías
extranjeras y sus retorno. Pero pensamos
que sus implicaciones estaban en ambos
lados del Atlántico porque la ofensiva por
el control del tráfico canario-americano
no puede disgregarse del empuje mercantilista emprendido al mismo tiempo en
Cuba y Venezuela, y de la que tenían
plena conciencia en su tiempo hasta los
factores de la Compañía Guipuzcoana de
Caracas, como Bervegal, que en 1749
supieron ver con claridad las implicaciones existentes entre las rebeliones de los
vegueros en La Habana con los conflictos
derivados del asesinato del intendente
Ceballos en Santa Cruz de Tenerife. Ambos conflictos acaecieron en la misma
franja cronológica, mientras que los conflictos de San Felipe Yaracuy tuvieron
lugar en 1741 y el de Juan Francisco de
León de 1749. No en vano, como recoge
con precisión Sergio Solbes, Martín de
Loynaz es el mismo administrador de la
renta del tabaco de Canarias que asume
su control en Cuba y que plantea finalmente su reforma para todo el conjunto
del estado.
Sin duda alguna, la investigación de
Sergio Solbes alcanza mayor solidez en
sus planteamientos metodológicos sobre
las transformaciones acaecidas en las
reales rentas a partir del informe secreto
de Martín de Loynaz, de los efectos
derivados del asesinato del intendente
Ceballos y de la reasunción de sus funciones por parte del comandante general. Con fuentes de primera mano como
son las de la sección de Hacienda del
Archivo General de Simancas, analiza
pormenorizadamente las transformaciones institucionales acaecidas a raíz de
tales reformas en el terreno hacendístico
y mercantil, que tienen como objetivo
nítido la asunción del estanco del tabaco y el control de su tráfico por parte de
la Monarquía, poniendo fin o restringiendo en exclusiva al ámbito insular lo
que hasta entonces había sido el papel
de las islas como centro de intermediación del tabaco de Cuba, pero también
del venezolano de Barinas para su reexportación a plazas europeas. Lo mismo
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cabe decir de su rigurosa cuantificación
en la segunda parte de su obra de los
datos hacendísticos oficiales disponibles
tanto en lo referente a los ingresos y
gastos de la hacienda pública como de
los datos de salida y del tonelaje de los
navíos de la permisión a Indias. Los
planteamientos enunciados constituyen
su principal mérito y su mayor aportación a la historia económica del archipiélago canario, continuando eso sí la
labor emprendía por trabajos precedentes como los de Antonio M. Macías o
del anteriormente citado Santiago de
Luxán. Pero su principal problema es
una falta de contraste con otras fuentes
como los archivos particulares de comerciantes o con protocolos notariales,
541
porque tales fuentes son estrictamente
oficiales en una época en la que el contrabando y la intermediación era el gran
negocio de los navíos isleños y en el que
el arqueo de los barcos e incluso sus rutas y escalas eran igualmente falsificadas,
como se ha podido demostrar en trabajos
como los de Suárez Grimón y Pérez Mallaina. En definitiva, una obra rigurosa
que exprime de forma exhaustiva el caudal documental de la fuentes conservadas en el Archivo General de Simancas,
pero que tiene como limitación una falta
de contraste con las fuentes del Archivo
General de Indias, las fuentes de los
archivos de ámbito local o el uso de documentos privados de los protagonistas
del comercio.
—————————————–——––—
Manuel Hernández González
Universidad de La Laguna
mvhdez@gmail.com
LAMIKIZ, Xavier: Trade and trust in the Eighteenth-Century Atlantic World.
Spanish merchants and their overseas networks. Woodbridge, Suffolk, The
Royal Historical Society/The Boydell Press, 2010, 212 págs., ISBN: 978-086193-306-8.
Bajo este título se incluyen, por un
lado, una larga introducción teórica
donde se analizan conceptos hoy muy
debatidos (especialmente los de «confianza comercial», «mundo o sistema
atlántico» y «redes mercantiles») y, por
otro, dos estudios de casos, el primero
sobre el comercio de Bilbao en el Atlántico norte y el segundo sobre el comercio entre Cádiz y el virreinato de Perú,
todo ello en el marco cronológico del
siglo XVIII. Hay, por tanto, que empezar diciendo que el autor posee todas las
claves de la discusión gracias a un amplísimo abanico de lecturas, a una bibliografía extensa y bien trabajada, así
como, para los dos casos analizados, un
perfecto conocimiento del estado de la
cuestión, al que se suma una relevante
documentación inédita exhumada de
numerosos archivos, tanto españoles
(los generales de Simancas, Indias y el
Histórico Nacional, más los regionales
de Vizcaya y Álava), como peruanos
(Lima) e ingleses (The National Archives, British Library y otros, aunque me
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gustaría destacar la información obtenida de la High Court of Admiralty, que
ofrece uno de los documentos más ricos
y más utilizados a lo largo de la obra).
Los conceptos básicos en que se
asienta el libro siguen sometidos a debate y el autor aporta nuevos elementos
a la discusión. Para la relación entre
comercio y confianza (trade and trust), se
traen a colación las aportaciones de
Luuc Kooijmans, de Nuala Zahedieh y
de Peter Mathias, además de un trabajo
del propio autor («Un “cuento ruidoso”:
confidencialidad, reputación y confianza
en el comercio del siglo XVIII», 2007),
con lo que la fundamentación teórica
parece inatacable. Sin embargo, todos
los especialistas citados sólo hacen aportaciones puntuales para subrayar una
obviedad que los historiadores del comercio aprendemos pronto: que el comercio se basa en la confianza, antes y
después del siglo XVIII, tanto en Bilbao, Cádiz o Lima como en Novgorod,
Barcelona o Manila. Bastaría con leer
cualquier estudio clásico (yo propongo,
por elegir alguno realmente significativo, el prestigioso libro de Henri Lapeyre
sobre los Ruiz) para comprobar las extremadas precauciones adoptadas (en
este ejemplo, por los comerciantes de
Medina del Campo en el siglo XVI)
para conseguir corresponsales fiables en
todas las plazas, ya que en esa elección
se hallaba la raíz del éxito o el fracaso
del negocio. Pero es que además los
pilares de esa confianza son siempre los
mismos: la familia (kinship) y el origen
regional, muchas veces nucleado por la
organización de las «naciones», un término que entraña sobre todo esa solidaridad del paisanaje, sin que me sea dado
comprender el uso que el autor hace
aquí de los conceptos de «nacionalidad»
(nationality) y «etnicidad» (ethnicity)
como sumandos distintos, pues ninguno
de ellos tenía el contenido semántico
que en el día de hoy tratamos de conferirles. Si no, que se lo digan al cónsul de
la «nación catalana» de Cádiz en tiempos de Carlos II, que quería beneficiarse
de la cohesión del grupo regional, pero
al mismo tiempo dejar claro que sus
representados tenían todos los derechos
que correspondían a los comerciantes
«españoles» frente a los «extranjeros».
En fin, el propio autor es consciente de
que no puede llevar las cosas demasiado
lejos, cuando en las conclusiones admite
que «truth and reputation… still underpinned the civility of trade, as indeed they do today» (pág. 186). And always did, añadiría yo.
La discusión del «sistema atlántico»
sigue en boga, por lo que mis palabras
no son una crítica al libro, sino una
expresión de disconformidad con su
visión de un solo sistema atlántico frente a la posibilidad de varios sistemas
atlánticos. Para ello, ya he argumentado que los adalides de un único sistema
ponen el acento en las transferencias de
«valores» (como hace, por ejemplo,
Pieter Emmer), mientras que los historiadores de la economía ponen el acento
en las diferencias de los regímenes comerciales que unen a las metrópolis con
sus territorios ultramarinos (y para ello
da igual que la Carrera de Indias consienta más o menos la presencia de
mercaderes de otras nacionalidades).
Así, uno de los libros que el autor aporta en su favor (el de John Elliott, Imperios del mundo atlántico. España y Gran
Bretaña en América, 1492-1830, Madrid, 2006) cobra todo su valor precisamente por lo contrario, por marcar
claramente las diferencias entre ambas
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colonizaciones, al margen de la valoración de los resultados obtenidos, como
se pone de relieve en mi reseña publicada en Pedralbes. Revista d’Història Moderna, 27 (2007), págs. 317-326. Por
otra parte, el énfasis en el factor económico convierte inmediatamente en
preferible el concepto de mundialización, ya que la plata, el primer agente
de globalización de los tiempos modernos, circula en buena parte primero a
través del Atlántico pero para luego
emprender la ruta hacia el Indico y el
Pacífico, mientras que otra parte circula
directamente por la ruta transpacífica
que une Nueva España con las Filipinas. Finalmente, traer como ejemplo de
funcionamiento del sistema atlántico
precisamente el caso del Perú y, en esos
tiempos, el comercio a través del cabo
de Hornos, necesitaría al menos una
justificación, y ello sin hablar de las
rutas que unen a Cádiz con el Perú por
la ruta del cabo de Buena Esperanza y
tras las escalas en la India, en China y
en las Filipinas. En fin, seguiremos la
discusión.
Las principales aportaciones del libro
hacen referencia, pues, al estudio del
comercio de Bilbao en el Atlántico Norte
y, en segundo lugar, al estudio del comercio entre Cádiz y Perú, siempre a lo
largo del siglo XVIII. El caso de Bilbao
se beneficia de los dos libros anteriores de
Jean-Philippe Priotti para el siglo XVI y
de Aingeru Zabala para el propio siglo
XVIII. El tráfico se regulará mediante el
sistema de corresponsales sólo en la segunda mitad de la centuria, mientras que
la figura fundamental de todo el periodo
es la del patrón, ese personaje multifuncional que ejerce al mismo tiempo de
propietario del buque, de piloto o responsable de la navegación, de reclutador de
543
la tripulación, de sobrecargo vigilante de
las remesas, de mercader experto que
negocia las compraventas en cada uno de
los puertos en los que recala la nave. Una
excelente contribución, que ofrece un
contrapunto al famoso estudio de la
«barca» que en su día realizara Pierre
Vilar para la Cataluña del Setecientos.
Sobre el comercio entre Cádiz y Perú, el autor abandona la perspectiva
cuantitativa (bien difícil de determinar,
es cierto, como demuestran, entre otros,
los trabajos de John Fisher, Antonio
García-Baquero y Carmen Parrón), para
atender otras temáticas: las innovaciones impuestas por el reformismo, la
controversia entre los grandes consulados favorables al sistema tradicional de
flotas y los partidarios de un comercio
progresivamente liberalizado y el papel
de los agentes comerciales con el omnipresente leitmotiv de la confianza entre
los agentes comerciales. En este caso,
las novedades documentales se acumulan y nos permiten comprender mejor la
dinámica de los negocios entre la ciudad
gaditana (que sigue manteniendo más
de las tres cuartas partes del tráfico
colonial incluso después del establecimiento del libre comercio en 1778) y
los comerciantes instalados en Perú.
Así, son muchas las enseñanzas extraídas por el autor del informe de 1750
del mercader vasco Andrés de Loyo
(abogado del retorno al sistema de galeones tras el periodo de registros sueltos impuesto por la larga guerra con
Inglaterra), de las cartas intervenidas
por los ingleses tras la captura del San
Francisco Xavier y La Perla en 1779
(entre ellas las del mercader vasco Juan
de Eguino) y de la correspondencia
privada depositada en el Archivo General de Indias del también comerciante
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vasco de Cádiz Juan Vicente Marticorena, cuya figura (y la de sus hermanos)
ha sido analizada recientemente por
Victoria Martínez del Cerro. A partir de
aquí aparecen numerosas evidencias
sobre la importancia del marco legal,
sobre la significación del sistema de comunicación mercantil (avisos, correos
marítimos), sobre la dificultad para el
análisis de los lejanos mercados peruanos
desde Cádiz (que no permitió, por ejemplo, prever la crisis de saturación de
1787, estudiada por Luis Alonso y Josep
María Delgado), sobre la necesidad de
atender las necesidades de la clientela y
hasta las modas (aunque la referencia a
los textiles sea muy parca y falte la consulta del trabajo de James Thomson en
torno a las indianas), sobre la creciente
complejidad del papel del comerciante
en un tráfico cada vez menos encorsetado en las fórmulas tradicionales y sobre
el papel decisivo jugado por la confianza
entre los mercaderes para asegurar la
prosperidad de los negocios.
En suma, un libro que se mueve entre dos aguas, entre el Atlántico del
título y el Pacífico al que se asoma el
puerto del Callao, entre el comercio de
Bilbao con las plazas del mar del Norte
y el tráfico colonial de Cádiz con el
Perú, entre la historia económica (aunque sin querer abordar este campo a
fondo) y la historia de los agentes económicos. La coherencia y la unidad
vienen dadas por la discusión teórica
inicial acerca del sistema atlántico, por
el corte cronológico (el siglo XVIII,
aunque más bien la segunda mitad de
la centuria) y, especialmente, por el
acento puesto sobre los mecanismos de
actuación de los mercaderes, sobre las
alianzas basadas en los vínculos familiares y geográficos que generan la consabida confianza como clave de un comercio floreciente.
—————————————–——––—–—
Carlos Martínez Shaw
UNED
cmshaw@geo.uned.es
CEGLIA, Francesco Paolo de: I fari di Halle. Georg Ernst Stahl, Friedrich Hoffmann e la medicina europea del primo Settecento. Bolonia, Società editrice il
Mulino, 2009, 499 págs., ISBN: 978-88-15-13179-9.
Nos encontramos ante el estudio de
dos gigantes de la historia de la medicina, que debe ser bien venido por la
dificultad que la obra y el pensamiento
de ambos ofrecen. Personajes muy influyentes en la historia del saber médico, hay que alegrarse de que se aporten
novedades de gran interés sobre su vida
y su trabajo. Además, la presentación es
atractiva, trazando la vida y la obra de
ambos médicos con buen estilo. Las
rivalidades y peleas continuas entre los
dos profesores de Halle resultan de muy
interesante lectura. Se inicia así el libro
con la solemne inauguración de la universidad de Halle, fortaleza del pietismo. Allí Hoffmann es profesor primarius
de la facultad médica, enseñando medi-
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cina práctica, más medicina natural y
cartesianismo. Notable y poderoso médico, ocupa asientos en diversos puestos
universitarios y academias, que une a
una distinguida clientela. Puede estar
contento de la protección de Leibniz,
quien sin duda apreciaría los aspectos
filosóficos y científicos de su obra. Ha
estudiado medicina, física y química, y
conocido a Robert Boyle.
Parece que acepta el nombramiento
como profesor secundarius de Sthal a
pesar de las discordias presentes, que
anuncian las futuras. Los escasos alumnos que se sientan en sus aulas médicas
—como era habitual en las facultades
de medicina— se dividen en escuelas,
que aplauden a uno u otro. Los profesores no podían disputar entre sí por decisión de la universidad, pero la confrontación está en las obras, a veces
anónimas, o en los escritos y peleas de
seguidores. Se nos presenta la disputa
de dos médicos, con ideas clínicas y
fisiológicas distintas, incluso sobre la
naturaleza. Empiezan con discusiones
sobre el pulso, tema galénico de importancia. Las ideas de Stahl sobre la fiebre
son contestadas por Hoffmann al tratar
el calor natural y el preternatural. La
controversia se mantiene siguiendo la
herencia de Sydenham sobre el papel de
la fiebre curadora, como lucha de la
naturaleza contra las causas de enfermedad. El miedo a la autoridad interrumpe la pelea.
Se continúa esta cuando Sthal acusa
a otro profesor extraordinarius de la
muerte de una joven histérica —sobrina
de este— por el uso del oro fulminante,
al que se añade el antimonio utilizado
bajo influencia astral. Peleas familiares
se unen desde luego a las médicas. Más
tarde, tendrá Hoffmann problemas por
545
la muerte de un enfermo de la familia
real, a la que atiende. Supone este drama peleas entre médicos cortesanos y
rivales, apoyando Stahl en la lejanía.
Aquel vuelve a Halle y este es médico
real en Berlín y presidente del Collegium Medicum. Vuelve al interés por la
química y el alemán y por la medicina
pública, ordena así la farmacopea. Es
también llamado a Dinamarca y Rusia.
Aquel recibe honores internacionales,
publicando obras en alemán y latín.
Reflexiona sobre las diferencias entre su
sistema médico-mecánico y el médicoorgánico de su rival. En De differentia
doctrinae Stahliana a nostra, in pathologicis
et therapeuticis establece las diferencias
en patología y terapéutica. Tras la
muerte de Stahl logra curar a Federico
Guillermo de podagra y vuelve a morir
a Halle. Traza Franceso Paolo de Ceglia
la herencia en la historiografía de ambos
profesores de Halle. Es muy importante
la bibliografía reunida, con una amplísima información de la obra de los dos
autores, luego la posterior bibliografía
es dividida en anterior y posterior a
1800. También incluye índice de nombres de personas, así como algunas notables ilustraciones.
Al iniciarse el siglo XVIII, como
Pedro Laín nos enseñó, una pesada carga galénica gravita sobre la medicina
europea. La medicina hipocrática está
oscurecida por el prolongado triunfo de
los seguidores de Galeno, que había
complicado y dificultado el ya de por sí
complejo corpus galenicum. Aparecerán
anatomía y fisiología nuevas, filosofía y
ciencias modernas, una distinta aproximación al enfermo por Sydenham y las
doctrinas de los pensamientos iatromecánico e iatroquímico. En la obra de
Georg Ernst Stahl, nacido en 1659 y
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
gía moderna, o el apoyo en los vitalismos ilustrados es una historia apasio-
547
nante para quienes nos interesamos en
la cultura médica.
—————————————–——––—–———— José Luis Peset
CSIC
joseluis.peset@cchs.csic.es
MELÓN JIMÉNEZ, Miguel Ángel: Los tentáculos de la Hidra. Contrabando y militarización del orden público en España (1784-1800). Madrid, Sílex, 2009,
454 págs., ISBN: 978-84-7737-226-4.
Uno de los aspectos más olvidados en
la historiografía del siglo XVIII es el relativo al orden público, cuyas conexiones en
no pocos casos con los aspectos militares
son una realidad incuestionable, más que
nada porque el ejército era entonces el
principal instrumento estatal para mantener la seguridad y el control sobre la
población y el territorio, algo que la administración borbónica de la Ilustración
demostró sobradamente, pues no sólo
militarizó dimensiones y cargos administrativos, sino que también incrementó en
número desconocido hasta entonces las
instituciones dedicadas a mantener la
seguridad y el orden público.
En efecto, basta asomarse a las obras
del profesor E. Giménez López, por
ejemplo, para percatarse de la importancia de los militares en la administración
de los reinos de la corona de Aragón y,
por nuestra parte, hemos insistido con
reiteración en diferentes trabajos sobre la
«buena imagen» historiográfica del siglo
XVIII, particularmente del reinado de
Carlos III, que nos parece bastante
inexacta, pues nos habla de unos reyes
amantísimos de sus súbditos, que son
hijos modélicos respetuosos de sus soberanos, una imagen donde desentona la
traca de motines contra Esquilache en
1766, la única perturbación que trasciende realmente, porque la corona estaba interesada en ello. Sin embargo, esa
idílica situación contrasta con una cruda
realidad: el siglo XVIII es la etapa de la
historia española en la que más instituciones de seguridad se crean. Unas iniciativas que van encaminadas a combatir
el delito, controlar la población y el territorio y defender los intereses de la Real
Hacienda.
Pues bien, en este contexto es donde
hemos de situar la obra que nos ocupa,
que viene a darnos una valiosa información sobre una de las preocupaciones
más recurrentes de la administración
ilustrada, como fue evitar el contrabando
del tabaco, toda vez que su renta constituía un saneado ingreso real. Y la principal evidencia que se desprende de este
trabajo es que la fase final del siglo
XVIII constituye el marco cronológico
en que se desarrolla la persecución más
sistemática del contrabando, en la que la
corona utilizó el Resguardo de Rentas y
el ejército, cuyos componentes no consiguieron ningún reconocimiento ni ventajas profesionales en una empresa que
consideraban compleja y difícil, con escasas posibilidades de alcanzar su objetivo.
No en vano se referían al conjunto de
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RESEÑAS
delincuentes —la red de contrabandistas, bandoleros y sus compinches— que
se dedicaban al contrabando como los
«tentáculos de la Hidra», y desentrañar
esos tentáculos es el objetivo de este
libro, como el autor confiesa al decir que
«pretende definir el contexto menos
visible de los intercambios mercantiles
durante el siglo XVIII, así como la trastienda que convertían en miembros de
un mismo engranaje y en socios accidentales, si no habituales, a personajes marginales y a reputados comerciantes y
casas de comercio que, aparentemente,
nada tenían en común» (pág. 18).
El libro está distribuido en siete capítulos, a los que sigue una conclusión,
un selecto apéndice documental y una
relación de fuentes y bibliografía con un
glosario de términos. El primero de los
capítulos traza un preciso panorama del
contorno de la fiscalidad de la época,
donde se incluye una reconstrucción de
las aduanas existentes en 1739 y 1780,
con sendos mapas, en el que el de la
fecha más alta se elabora sobre una documentación inédita hasta el momento;
también nos ofrece unas serie de datos
relativos al valor de las rentas generales
por aduanas para el año 1780 (con un
monto total de 1.884.471.526 maravedíes) y por partidas desde 1785 a 1788,
cuyo valor líquido desciende de los
6.498.011.195 maravedíes en el primero
de esos años a 5.479.231.163, en el último de los citados, si bien no es un descenso lineal. En ese marco general, se
pormenoriza en la renta del tabaco, cuyo
análisis nos ofrecen los valores de 179091 por provincias, así como los géneros
del comercio, señalando el crecimiento
del comercio interior, pese a los obstáculos existentes, llevando los productos
textiles ingleses una clara ventaja en el
conjunto de las importaciones que se
realizaban en tiempos de paz. Igualmente, señala el autor que en 1779 la
renta del tabaco supera los 100 millones de maravedíes, pero luego va descendiendo hasta alcanzar los mínimos
en 1789 y 1790, una evolución relacionada con el valor de lo defraudado, que
en 1739 suponía el 1,68 % respecto al
valor de la renta, mientras que en 1785
y 1788 superaba ampliamente el 8%.
Ello explica el interés en neutralizar
el tráfico ilegal durante los reinados de
Carlos III y Carlos IV, cuyas medidas se
exponen en el capítulo segundo, terreno
en el que destaca Pedro López de Lerena, que se implica en la lucha contra el
contrabando a raíz de suceder en 1785
a Miguel de Múzquiz en la Secretaría de
Estado y del Despacho, tomando una
serie de iniciativas, que, al margen de la
consideración que puedan merecer,
evidencia la existencia de un plan
contra el fraude, sin que sus sucesores
estuvieran a la altura y cuya gestión
gubernamental tuvo como referente
unas comisiones de tipo fiscal y militar
«que se pusieron en funcionamiento
durante las dos últimas décadas del
siglo XVIII y que permiten alumbrar
todos los ángulos oscuros que amparaban y hacían posible el contrabando,
incluso en el interior del propio sistema» (pág. 59), extremo que se evidencia claramente en Cádiz, pues la corrupción de los funcionarios por aquellas
fechas era una gran preocupación para
el gobierno por la vinculación de la
plaza con el comercio americano y cuya
situación motiva el nombramiento de la
comisión depuradora de Francisco Pérez
de Mexía (1785), quien en su visita inspecciona la aduana y define las obligaciones del Resguardo, cuya tarea es una
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muestra de la lucha de la Hacienda
contra el fraude, como también lo son
las otras comisiones militares y fiscales
que actúan entre 1784 y 1800 en Andalucía, en Levante y Navarra, los espacios
que más atraen la preocupación gubernamental.
El capítulo tercero es un análisis del
contrabando, que se estudia en sí mismo y en relación con la delincuencia
existente a fines del siglo XVIII; también se analiza la legislación emitida
para perseguirlo, con especial incidencia
en la real instrucción de 29 de junio de
1784, que el autor considera «la piedra
angular sobre la que se levantó la persecución del contrabando a finales del
Antiguo Régimen» (pág. 126), opinión
que compartimos. Es más, desde su publicación e incluso con anterioridad, el
camino hacia la militarización del orden
público parecía trazado e irreversible.
Una orientación que se iría reafirmando
y consolidando en los años siguientes.
Precisamente los capítulos cuarto,
quinto y sexto muestran las dimensiones concretas de esa militarización en
relación con el contrabando, pues están
dedicados al estudio de las actuaciones
contra el fraude de las comisiones militares y las medidas de gracia aplicadas
por la Junta Suprema de Estado. En
efecto, el capítulo cuarto se ocupa de la
comisión de Juan de Ortiz que actúa en
Andalucía y Extremadura entre 1784 y
1789, poniendo de relieve los efectivos
empleados y su distribución (muy ilustrativo al respecto son los cuadros que
nos ofrece en las págs. 184 y 186), los
gastos originados (minuciosamente revisados) y la especial dinámica que se
genera entre los efectivos de la comisión
y las autoridades y los indultados, arrepentidos y reincidentes.
549
El capítulo quinto se ocupa de la
Junta Suprema de Estado y de las medidas que arbitra en relación con el contrabando, singularizando la instrucción
reservada de 1787 y los dictámenes de
1790, a los que hay que añadir las medidas de gracia y el indulto de 1791, cuya
eficacia está por determinar, pero hay
indicios claros que hacen pensar que no
serían muchos los contrabandistas que se
acogieron a él. El hecho de que ya hubiera indultos precedentes y posteriores
ratifica esta apreciación, por cuanto si
los indultos hubieran sido efectivos, no
habría sido necesario repetirlos.
En el capítulo sexto se estudia la
segunda fase de las comisiones militares
(1789-1800), en las que se advierten
notables diferencias entre ellas y cómo
la personalidad de su jefe resulta determinante en su desarrollo y actuaciones.
Unas comisiones que hubieron de capear el rechazo de los vecinos de las
zonas donde actuaban, pues las consideraban imposiciones que venían a alterar
«solidaridades ancestrales y amenazaban un oficio que sus titulares asumían
como tradicional» (pág. 259).
En 1789 y a propuesta del príncipe
de Castelfranco, entonces inspector
general de la Caballería, recibía Domingo Mariano Traggia (marqués de
Palacio, caballero de Santiago y coronel
del ejército) el nombramiento de gobernador militar y político de la villa de
Cervera del río Alhama y los pueblos de
su distrito. Era el inicio de sus funciones
en una «comisión particular de S{u}
M{ajestad}.», que se prolongaría hasta
1797. La descripción que hace de Cervera en un informe remitido a Madrid
es realmente depresiva y el primer problema con el que tendrá que enfrentarse
es el de los pasaportes, cuya racionaliza-
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RESEÑAS
ción y sistematización era de auténtica
urgencia; igualmente ha de procurar
acabar con la actividad de los contrabandistas de monedas, a cuya extracción se
dedicaban y eran nombrados como
«gentes del oro», una de las más significativas actuaciones que va a mostrar
tramas y conexiones increíbles… El autor señala como novedad de esta comisión el hecho de que, además de las medidas represoras, despliega un programa
de reformas, para cumplir el encargo
real, que no solo era combatir el contrabando de los cerveranos, de ganada fama
como contrabandistas, sino también
canalizarlos hacia la práctica de la industria y la agricultura. Su labor le deja un
cierto regusto de desagrado y frustración, por las promesas incumplidas,
deslealtades y falta de reconocimiento,
que incluso le lleva a tener que protagonizar una larga reclamación para que por
lo menos económicamente le reconocieran sus servicios y los gastos realizados
de su patrimonio en el destino que desempeñaba. El grado de brigadier le fue
concedido.
En Andalucía, la frontera portuguesa
y Extremadura actuará la comisión de
Pedro de Buck (coronel de Dragones),
nombrado en 1791 para imponer el respeto a la legalidad en esos territorios de
acuerdo con una especie de programa
trazado por las Secretarias de Hacienda,
Gracia y Justicia, y Guerra y Marina,
pues las tres estaban implicadas en el
desempeño de la misión, que concluiría
hacia 1794 y para la que no tiene medios
suficientes, pues a fines de 1791 ya está
pidiendo el aumento de las tropas bajo su
mando por «el desenfreno creciente de
los contrabandistas» (pág. 296).
En 1794 recibe el encargo de su segunda comisión el coronel Juan Ortiz y
Borja («Pocos personajes en la historia de
España… han conocido mejor y reflexionado más… sobre el contrabando», pág.
299). Un encargo que aborda «como un
contrato» que negocia con los responsables de Hacienda y aplica su experiencia
anterior para que no se repitieran los
fallos. Él se encargará de seleccionar a
los soldados que servirán a sus órdenes,
a los que distribuirá formando una cobertura territorial y cuyo número de
bajas en 1795 por diversos motivos, es
realmente alarmante y desde finales de
ese año, Ortiz y su comisión tienen que
enfrentarse con una serie de contrariedades que frustran las aspiraciones de su
jefe, algo que se percibe en sus últimos
escritos y en 1800, abandona cuestionado por todos.
Finalmente, el capítulo séptimo, se
centra específicamente en los «tentáculos de la Hidra», donde incluye la tipología de los reos por el delito de contrabando que elaboró Domingo de la
Torre y Mollinedo, oficial mayor de la
Contaduría del Cargo de la Superintendencia General de Juros y de la de
Montepío de Oficinas Reales. Es un
gráfico preludio de otros temas muy
coloristas, como las alusiones a la Andalucía romántica, en cuya imagen el contrabandista es uno de sus componentes,
realizando el autor una sugestiva descripción del bandolero/contrabandista y
su entorno, localizando una larga relación de los dedicados a esta actividad,
identificando sus nombres y apodos
(págs. 327-328). En el fondo, bandolero
o ladrón y contrabandista tienden a
identificarse por parte de quienes los
combaten como agentes del gobierno;
Ortiz es muy claro al respecto; en una
carta a Diego de Gardoqui escribe: «Es
lo mismo ser contrabandista que la-
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RESEÑAS
drón», y precisamente de la documentación generada por la comisión Ortiz y
la de Buck, el autor saca interesantes
datos que le permiten hacer mapas con
la localización de las aprehensiones que
realizan y cuadros sobre los embargos
efectuados entre 1785 y 1788, las capturas hechas entre 1791 y 1792 (247
hombres y 9 mujeres) y los lugares
donde se han producido. Pasa luego a
abordar el tratamiento que en el terreno
penal se le da al contrabando, siendo el
comisionado Antonio de Alarcón Lozano el que se responsabilice de la propuesta del destino que se debía dar a los
capturados por contrabando, donde el
servicio en el ejército o la marina gozaba de gran predicamento.
En esa misma línea de novedad y colorismo discurre la parte final de esta
obra, incluyendo algunas biografías típicas y «tópicas» de los dedicados a esta
551
actividad, que nos dan la dimensión más
próxima y humana de tales delincuentes,
tanto si actuaban solos o en cuadrilla y a
cuyo final en el patíbulo asistimos en
algunos casos, dando pábulo a la persistencia de muchos de los tópicos que
componen la imagen de la «España de la
pandereta».
Unas ajustadas consideraciones incluidas en la conclusión cierran este
libro, que desde nuestro punto de vista
es una valiosa y fundamental aportación
a una de las dimensiones delictivas más
importantes de la España Ilustrada,
como era el contrabando, estudiada
desde los «dos lados»: desde el gubernamental, con los procedimientos y
recursos que arbitra para neutralizar y
suprimir esa plaga para la Hacienda
Real y desde el lado del delincuente,
cuya vida y proceder llegamos a conocer
con detalle.
—————————————–——––——— Enrique Martínez Ruiz
Universidad Complutense de Madrid
enrimart@ghis.ucm.es
NUBOLA, Cecilia y WÜRGLER, Andreas (a cura di / hrsg.von): Ballare col nemico?
Reazioni all’espansione francese in Europa tra entusiasmo e resistenza
(1792-1815) / Mit dem Feind tanzen? Reaktionen auf die französische Expansion in Europa zwischen Begeisterung un Protest (1792-1815). Annali
dell’Istituto storico italo-germanico in Trento. Contributi, 23 / Jahrbuch des italianisch-deutschen historischen Instituts in Trient. Beitrage, 23. Atti di due convegni tenuti a Trento dal 24 al 25 genaio 2008 e a Lyon dal 27 al 30 agosto
2008. Bolonia y Berlín, Il Mulino y Duncker & Humboldt, 2010, 306 págs.,
ISBN: 978-88-15-13746-3 / ISBN: 978-3-428-13329-1.
Se publican en este volumen, tal
como se indica en su ficha bibliográfica,
las actas de dos congresos, celebrados
en enero y en agosto de 2008. El pri-
mero de ellos bajo el título «Far fronte
alla rivoluzione. Reazioni e risposte
all’espansione francese in Europa, 17921815» y el segundo, con el siguiente:
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RESEÑAS
«Dancing with the Enemy? Cultural
and Social Relations in Cities Occupied
by French Troops (1792-1815)». El
primer congreso presentaba el resultado, según se precisa en el prefacio del
libro, del proyecto de investigación
coordinado por C. Nubola y A. Würgler en torno a las «Formas de comunicación política en la Europa Moderna»;
y el segundo formaba parte del Noveno
Congreso Internacional de Historia
Urbana, organizado por la «European
Association for Urban History». El
resultado —el libro que presentamos—
es una obra de un destacable interés,
tanto para los especialistas en el período
tratado (desde la revolución francesa
hasta las guerras napoleónicas) como
para los estudiosos de la historia social y
cultural europea. En este sentido se
ofrece un amplio y complejo panorama
de las reacciones que generó la expansión francesa, así como un interesante
material para la historia comparada.
Han pasado ya cuarenta años desde
la celebración del congreso OccupantsOccupés, 1792-1815 —celebrado en
Bruselas en enero de 1968—, que supuso un hito importante en la renovación de la historiografía de la Revolución y de las guerras napoleónicas.
Baste recordar el todavía vigente trabajo de Pierre Vilar «Quelques aspects de
l’occupation et de la résistance en Espagne en 1794 et au temps de Napoléon» (editado en catalán en 1973 dentro
de Assaigs sobre la Catalunya del segle
XVIII). Tras un largo período en el que
la historiografía prestó escasa atención a
este tiempo, hizo falta la oportunidad
conmemorativa de los doscientos años
de la Revolución Francesa y del período
napoleónico para que se retomara aquella cantera historiográfica que, sobre
todo por lo que se refiere a la temática
napoleónica, nunca había dejado de
interesar a la publicística en general.
Tal como recuerda Andreas Würgler en
la introducción, ya en el año 2003 se
estimó que eran en torno a 220.000 las
obras publicadas que contenían en su
título la referencia al nombre de Napoleón.
La cuestión de la relación entre la
expansión y ocupación política y militar
francesa, y las reacciones y conductas
que suscitó, ha sido uno de los ámbitos
que recientemente ha despertado un
especial interés. Lo saben bien, por
ejemplo, quienes están atentos a los
estudios relativos a la península ibérica.
No hace mucho, por ejemplo, tuvo
lugar en Barcelona un congreso bajo un
enunciado muy parecido al del libro que
comentamos: Ocupació i resistència a la
Guerra del Francès (1808-1814), (congreso celebrado en octubre de 2005 y
cuyas actas fueron publicadas en 2007
por el Museu d’Historia de Catalunya).
Todo ello, pues, redobla entre nosotros
el interés del libro que editan Cecilia
Nubola y Andreas Würgler. Con los
trabajos que aquí se reúnen bajo la sugerente y acertada metáfora de su título
—¿Bailando con el enemigo?— no solo se
amplían los ámbitos temáticos y geográficos en estudio, sino que se posibilita y estimula, como ya he apuntado
previamente, el análisis comparado a
través de los contrastes y los elementos
comunes que se van mostrando.
Aunque de las quince colaboraciones que contiene el libro la mitad se
refieren a la reacción de la población en
diversas ciudades y territorios italianos,
en los textos restantes se presentan
estudios sobre las reacciones que la expansión francesa generó en Suiza, Ale-
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RESEÑAS
mania, Austria, Rusia, Portugal, Dinamarca y Países Bajos.
Analizando el caso de Milán, Laura
Gagliardi pone en evidencia que si bien
la entrada de los franceses pudo ser
vista como el inicio de una nueva era de
libertad y democracia, en realidad, la
ocupación militar que le siguió resultó
muy distinta de lo esperado, despertando unas actitudes mayoritariamente
contrarias a la presencia francesa. Según
el estudio de Vittorio Criscuolo, en la
sociedad milanesa se registraron muchas más resistencias que cambios; y en
ella hay que destacar que el contraste
entre las actitudes de las élites intelectuales y sociales y las adoptadas por las
clases populares —masivamente hostiles
contra los franceses—, acentuaron todavía más el abismo ya existente entre
ambos sectores sociales. Criscuolo plantea también en su estudio (aunque sin
profundizar demasiado) el debate entre
la idea de democracia representativa y la
de democracia directa, a través del derecho histórico de «petición» que era especialmente vivo en Milán.
Precisamente, Maria Formica analiza
a fondo, en su colaboración, este último
tipo de fuente documental para el caso de
la instauración de la República Romana
(1798-99). Con un renovado interés frente a los textos de las peticiones, de las
reclamaciones y de las proclamaciones en
los años de la Revolución, plantea de
manera sugerente el estudio de las diversas formas de interlocución directa de la
sociedad con el poder. La importancia de
la circulación de libros e impresos evidencia que Roma estaba inmersa en los circuitos culturales internacionales, lo cual
ayuda a entender que la implantación del
jacobinismo en la capital de la cristiandad
no deba considerarse como un fenómeno
553
de «importación», sino genuino. Roma
no fue, pues, en este sentido, «una excepción»; y tampoco lo fue por lo que respecta al movimiento insurreccional que
se vivió en aquellos años. Sin embargo
con la caída de la República se restableció
un «nuevo» orden que estaría marcado
por un movimiento general de retractaciones y de súplicas exculpatorias. Difícilmente puede pasar por alto el lector
español el interés que este estudio puede
sugerirle respecto del análisis del fenómeno afrancesado en España, así como
del comportamiento político que aquí se
vivió tras el restablecimiento del absolutismo fernandino.
En el Piamonte, a pesar de los «largos» quince años de administración
francesa, las cosas no fueron muy distintas que en los demás territorios italianos. Según subraya Gian Paolo Romagnani, la dificultad de llegar a un
consenso por parte del nuevo gobierno
fue una constante desde 1798 a 1814.
Por una parte, la hostilidad contra los
franceses fue rotundamente mayoritaria, como señalaba el general Jourdan;
y, por otra, los republicanos se hallaban
claramente divididos (especialmente
entre «autonomistas» y «anexionistas»);
de modo que, a pesar de la nueva situación, los nuevos gobernantes tuvieron
que recurrir al personal político y administrativo de antiguo régimen. Se materializó así un pacto que mantuvo la
jerarquía social del antiguo régimen y el
dominio de los terratenientes: colaboración, a cambio de concesiones y de la
recuperación de sus bienes.
Rabul Markovitz fija su atención en
una de las múltiples estrategias de la
política de aculturación francesa que se
planteó bajo el dominio napoleónico: la
que se pretendió llevar a cabo a través
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RESEÑAS
muerto en 1734, destaca entre muchos
otros su escrito Theoria medica vera.
Heredero de van Helmont, cultiva las
novedades químicas, y con su teoría del
flogisto construye una química racional y
mecánica, teniendo un fuerte vitalismo o
animismo como doctrina antropológica y
médica. El flogisto —sustancia de peso
negativo—explica la combustión y la
calcinación. El cuerpo humano tiene
física y química, pero es convertido en
organismo por el anima, unas veces
realidad inmaterial, otras finísima sustancia material. Como iatromecánico
los nervios actúan por oscilación de sus
partículas, como iatroquímico el calor
animal se debe al componente óleosulfúreo de la sangre. Siendo las enfermedades errores del alma o del cuerpo,
el alma sería causa de curación por la vis
medicatrix naturae.
Friedrich Hoffmann (1660-1742)
escribe entre otras muchas obras Medicina rationalis systematica. En su visión
entra la física y la química modernas,
entre Descartes y Boyle, también la
filosofía de Leibniz, o bien el éter en la
obra de Newton; conoce la nueva fisiología, así la circulación, la estequiología
fibrilar, sin olvidar la autopsia anatomopatológica y la exploración clínica.
Apoyada en la experiencia, la razón
anatómico-mecánica señala que la resistencia y la coherencia son propiedades
fundamentales de los cuerpos sólidos;
además, cuando son organismos se añade el tono de las fibras, la capacidad de
contracción y de relajación. Ese tono se
pone en funcionamiento por un principium movens que es el éter, un hipotético
cuerpo sutil difundido por el universo,
que lleva la vida al organismo a través
de la respiración y la circulación. Del
éter se forma en el cerebro el fluidum
nerveum, como principio de la sensibilidad y el movimiento. La patología es de
carácter tónico-mecánico para las partes
sólidas, con dos contraposiciones fisiopatológicas, atonía-hipertonía en motilidad y anestesia-dolor en sensibilidad.
Es de carácter mecánico-químico en las
partes líquidas, así estancamientos o
aceleraciones, perturbaciones ácidas,
acres o pútridas de los humores. Sigue
manteniendo las causas de enfermedad
galénicas externas, internas e inmediatas, siendo entusiasta de la autopsia.
Franceso Paolo de Ceglia traza la
importancia de la herencia de estos
gigantes de la historia de la medicina,
así en la farmacopea química. Las píldoras balsámicas de Stahl para serenar el
alma confrontada a la naturaleza, el
licor anodino de Hoffmann para vigorizar los espíritus que garantizan el funcionamiento de la máquina mecánicoorgánica, son símbolos de ambos sistemas. Sus sistemas terapéuticos fueron
seguidos mucho tiempo, pues no eran
contrarios a las prácticas heredadas y a
las que en el día se realizaban. De Stahl
quedaba la sangría que liberaba excesos,
de Hoffmann la dieta y también la balneoterapia, siendo considerado antecesor de la higiene. Pero su longevidad se
debe a la «filosofía» de sus sistemas. La
filosofía mecánico-orgánica de Hoffmann podía ser confutada por la fisiología experimental, mientras el animismo
no era «falsable» por los hechos experimentales. El ánima sigue las leyes naturales y actúa a través de las posibilidades físicas y químicas. Es la expresión de
una función informativa a la que otros
daban explicación por arqueos, fermentos, espíritus, sustancias etéreas, causas
ocultas... La confrontación de estos
sistemas con el nacimiento de la fisiolo-
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RESEÑAS
del teatro. En buena medida, resultó
una política fracasada, aunque de manera distinta en cada una de las dos
ciudades que se comparan en este artículo —las de Maguncia y Turín—. Con
ella se pretendía asimilar a los «ocupados» y, en cambio, lo que se consiguió
fue aislar a los «ocupantes». Pero eso no
impide destacar la importancia y tenacidad del imperialismo cultural francés
en el período napoleónico.
También a partir de fuentes parecidas —en este caso la redacción de «peticiones» formuladas por los habitantes
de Suiza en 1798— Danièle TosatoRigo lleva a cabo su estudio sobre las
nuevas formas de comunicación política. El caso de Frederic-Cesar de La
Harpe, entre otros, le sirve como ejemplo de la diversidad y ambigüedad de
los argumentos planteados, así como
para subrayar cómo dichas peticiones
expresaban un claro deseo de cambio
que estaban lejos de limitarse a una
simple reclamación del «modelo francés». Según Tosato-Rigo, el requerimiento de los patriotas constituyó un
movimiento revolucionario interno que
legitimaba la intervención francesa, y
no al revés. A través de su estudio aparecen múltiples y atractivos planteamientos que reclaman un análisis más
amplio y detallado.
Andreas Würgler, en su colaboración, aborda los modelos sociales, culturales y nacionales en las relaciones entre
ciudadanos e invasores en el Sur de Alemania y en Suiza, entre 1792 y 1815,
poniendo especialmente en cuestión el
planteamiento de la historiografía tradicional que las consideraba estrechamente
vinculadas a la cuestión nacional. Las
experiencias individuales y colectivas,
señala Würgler, fueron múltiples, diver-
sas y heterogéneas. En este punto, el análisis crítico de este autor pone en entredicho el propio proceso de memorialización
y conceptualización llevado a cabo por sus
protagonistas. De modo que, según él,
fuentes documentales como la correspondencia, las memorias, las autobiografías o
las súplicas y peticiones dirigidas a las
autoridades ponen de manifiesto que en
muchas ocasiones los miembros de las
élites locales temían mucho más a sus
propios campesinos que a las fuerzas militares francesas, con cuyos oficiales existían
a menudo lazos familiares, económicos y
culturales desde la época del ejército prerrevolucionario de la monarquía francesa.
En concordancia con los estudios ya
mencionados de Criscuolo, Formica,
Tosato-Rigo o Andreas Würgler,
Alexander Schlaak recurre como fuente
documental principal a los textos de
«quejas» y de «peticiones» que generaron
los «procesos burgueses» en Suabia. En
este caso, sin embargo, para llevar a cabo
un estudio sobre las revueltas que se
registraron en diversos lugares del Sacro
Imperio en la segunda mitad del siglo
XVIII. Según concluye Schlaak, la Revolución Francesa tuvo escasa influencia
en aquella conflictividad. Los agravios y
peticiones formuladas se enmarcan en la
larga tradición de los conflictos urbanos
y no cuestionaban el modelo constitucional urbano tradicional. Por su parte,
la burguesía urbana apenas recibió influencia, en aquel momento, de la
Revolución Francesa. En todo caso, los
argumentos que esta burguesía pudo
esgrimir en relación con la Revolución
Francesa no iban más allá de una estrategia calculada para reafirmar su propia
posición.
Los tres momentos de ocupación
francesa de Trento (de septiembre a
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noviembre de 1796, de enero a abril del
1797 y de enero a abril de 1801), fueron demasiado breves para dejar huella
en las condiciones políticas, sociales e
institucionales de un obispado milenario. Esta es una de las conclusiones del
estudio de Cecilia Nubola sobre este
territorio. Sin embargo, y a pesar de
que la guerra y la ocupación llevaran a
la hostilidad hacia los franceses por
parte de la mayoría de la población, en
Trento, se registró una gran diversidad
de conductas, todas ellas inspiradas
fundamentalmente por el pragmatismo
(ya fuera por oportunismo o por acomodación). Dicho pragmatismo se manifestaba, en gran medida, revestido de
contraposición ideológica. Así, frente a
la circulación de opúsculos defendiendo
públicamente las ideas de «libertad» y
de «igualdad», surgían con mayor fuerza y abundancia todavía las proclamaciones del partido filo-austríaco que
unificaba en torno a la divisa «religión,
patria y rey» la lucha de los fieles súbditos austriacos contra la «arrogancia
francesa». Pero a pesar de todo ello, la
conducta más extendida fue la de aquellos que procuraron mantenerse a la
expectativa de la evolución de los acontecimientos, intentado sobrellevar el
enorme peso económico, social y cultural que implicaba la ocupación y la guerra. Aunque las invasiones napoleónicas
desembocaron en Trento en un cambio
radical —el fin del principado episcopal—, esto fue obra de un acuerdo entre las grandes potencias, sin implicación de la población ni de los órganos
dirigentes de la ciudad. A fin de cuentas
los franceses habían sido vistos, dejando
aparte contadas excepciones, como invasores; como un ejército que depredaba y que destruía. Nuevamente nos
555
hallamos ante un artículo especialmente
rico en elementos susceptibles de un
análisis comparado con la realidad de la
ocupación napoleónica en España.
Martín P. Schennach analiza la dimensión política de la revuelta tirolesa
de 1809 contra Baviera y sus aliados
franceses. Para los tiroleses la unificación
del Tirol con el Imperio Austríaco era
contemplada como la única vía para
abolir la acumulación de agravios y quejas generados por la monarquía bávara.
Pero el autor revisa la tesis tradicional
que interpretaba dichos agravios y quejas
como un programa político. Para Schenach, lejos de definir los ítems de un
programa, dichas quejas deben ser interpretadas a través de su función comunicacional. Por su parte, la reacción de la
prensa bávara y francesa ante aquellas
quejas nos muestra cómo los aliados
trataron de utilizar la liquidación de las
quejas provocadas por los alojamientos,
en la etapa final de la revuelta, para intentar evitar un final sangriento.
Uno de los territorios objeto de
ocupaciones e invasiones diversas fue el
de la provincia de la Galitzia, que estudia Markian Prokovych centrándose
especialmente en la localidad de Lemberg. Ante la amenaza de germanización que había supuesto el dominio
austríaco desde las iniciativas reformistas de José II, la llegada de las tropas
napoleónicas en 1809 fue objeto de
grandes celebraciones de bienvenida.
Pero también hubo celebraciones cuando en el mismo año, rusos y austríacos
expulsaron a los franceses. La historiografía tradicional ha venido menospreciando las celebraciones por la restauración austríaca y ha centrado el análisis
en las motivaciones étnicas y nacionalistas para explicar la buena acogida dis-
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pensada a los polacos y franceses. Markian Prokovych subraya en su estudio el
paralelismo y la similitud entre las celebraciones por la llegada de los franceses
y las que generó la nueva ocupación por
parte de las tropas rusas y austríacas.
Considera que la razón del entusiasmo
en ambos casos fue muy parecida y que
respondía esencialmente a unos comportamientos colectivos más profundos:
los que enraizaban en una larga tradición histórico-cultural local de celebraciones en la calle, especialmente notable
en la localidad de Lemberg.
Una actitud mucho más homogénea fue la que se tuvo en la ciudad
portuguesa de Oporto. El estudio de
Martins Ribero muestra cómo la ocupación francesa de aquella localidad y
especialmente la imposición de los
alojamientos de oficiales desencadenaron una actitud de tensión y rechazo
desde el primer momento; siendo escasísimos, y en su mayor parte forzados,
los colaboradores que consiguieron
atraerse los franceses durante la ocupación de la ciudad, entre marzo y mayo
de 1809.
Ilustrando la metáfora del título del
libro, Ulrik Langen lleva a cabo un
sugerente análisis de la iniciativa de los
comisionados franceses presentes en la
ciudad de Copenhague de organizar un
baile para celebrar la recuperación de la
ciudad de Toulon, en 1794. En la capital danesa se mantenía un frágil equilibrio de neutralidad diplomática acompañado de frecuentes fricciones entre
partidarios y enemigos de la revolución;
de modo que la crisis desencadenada
por el «baile de Tolón» evidenció la
importancia de la guerra simbólica que
se venía llevando a cabo a través de
gestos, provocaciones y denuncias di-
plomáticas en torno a los acontecimientos revolucionarios de Francia.
Finalmente, en un balance global
sobre la ocupación francesa en los Países
Bajos y su transformación entre 1795 y
1813, Thomas Poell plantea en primer
lugar cómo influyó la Revolución Francesa y la ocupación territorial entre
1795 y 1798 en el desarrollo de la centralización de la esfera pública, y subraya el influjo de la Revolución Francesa
sobre los revolucionarios neerlandeses,
quienes desde 1795 emprendieron las
reformas del estado inspirándose tanto
en el modelo unitario de Francia como
en la voluntad de revitalización de la
prensa y de los clubs. De modo que el
colapso que registró la esfera pública a
partir de 1798 tan sólo puede atribuirse
parcialmente al autoritarismo francés,
ya que los propios revolucionarios neerlandeses fueron quienes de forma autoritaria jugaron un papel crucial en la
eliminación posterior de los clubs y en
la crisis de la prensa. En realidad, señala
Poell, las autoridades francesas tan sólo
adoptaron una actitud verdaderamente
represiva después de la anexión de los
Países Bajos al Imperio Francés, en
1810. Fue entonces cuando la prensa y
la esfera pública se movilizaron directamente contra la ocupación francesa.
Como puede observarse, el libro
que comentamos ofrece aportaciones de
gran interés, con una clara voluntad de
revisión y de estímulo a nuevas formas
de aproximación al estudio de la expansión y ocupación francesas en la época
revolucionaria y napoleónica. En él
destaca sobre todo el interés por todo
aquello que se relaciona con los ámbitos
de la comunicación, de la cultura política y de las actitudes y comportamientos
sociales, siguiendo un amplio abanico
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de fuentes documentales, que van desde
las hojas volantes, el teatro, las proclamas, las memorias y peticiones, hasta
los procesos, las crónicas o los periódicos... Además vale la pena señalar el
interés de algunas de las colaboraciones,
y por descontado de la presentación,
por ofrecer, aunque sea de forma indirecta, un interesante balance, especialmente de la historiografía germánica
relativa al período comprendido entre
1792-1815.
El sentido metafórico del título de
este volumen, ¿Bailando con el enemigo?,
ilustra muy bien la intención de fondo
de los responsables de la convocatoria
de los congresos cuyas actas se recogen
en esta obra. Las palabras de Andreas
Würgles en su presentación lo ilustran
perfectamente: «Bailar con alguien […]
significa tener una gran proximidad con
la pareja y el intento de armonizar los
movimientos de ambos, al menos durante cierto tiempo. Que el baile sea
seguido por los demás y que se les con-
557
tagie la armonía depende, entre otras
cosas, de que las parejas de baile sean
capaces de comunicarse entre ellas y,
claro está, de su capacidad y habilidad
en la danza; además, bailar juntos no
significa necesariamente bailar por parejas. Uno de los típicos símbolos revolucionarios, celebrado en todas partes
por los soldados, oficiales y comisionados franceses fue el árbol de la libertad,
en torno al cual, normalmente mientras
era erigido, la población de forma espontánea y las fuerzas de ocupación de
forma oficial, bailaban juntos y en grupo» (pág. 10). De modo que «¿bailar
con el enemigo?» es una pregunta que
trata de situar los matices de una situación abierta, en un marco que podría
ser la clave para el análisis de las relaciones sociales y culturales entre la población —especialmente urbana— y las
fuerzas de ocupación, durante las guerras de expansión de los períodos revolucionario y napoleónico (es decir, entre
1792 y 1815).
—————————————–——––———
Lluís Roura i Aulinas
Universitat Autònoma de Barcelona
lluis.roura@uab.cat
MARTÍNEZ GALLEGO, Francesc-Andreu: Esperit d’associació: cooperativisme i
mutualisme laics al País Valencià, 1834-1936. Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2010, 366 págs., ISBN: 978-84-370-7627-0.
El libro que se reseña aborda la historia del cooperativismo y mutualismo
valenciano desde los inicios del liberalismo hasta la Guerra Civil. Presenta
una mirada global y a la vez detallada
de su objeto. Global, porque aborda el
mutualismo «laico» en relación con el
mutualismo confesional —más conocido— y con el movimiento obrero, y
porque, aunque se centra en la experiencia valenciana, el análisis remite a
otros territorios españoles y a la propia
historia social de España con la que
constantemente se compara, se contras-
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ta y, en el fondo, se integra este estudio.
Detallada, porque refiere por partes y
minuciosamente el calidoscopio de asociaciones, analiza la fragmentación de
estrategias de estas entidades, su estabilidad/inestabilidad, la iteración y constancia del fenómeno, así como la varianza y modulación que presenta en la
cronología acotada (1834-1936).
El título Esperit d’associació hace referencia a este propósito. Si dijésemos
que es una historia del espíritu de asociación «laico» (este es el énfasis de la
obra), tendríamos —creo— resumida la
parte nuclear de su contenido. El lector
no quedará decepcionado si quiere
aprender cuanto se ha investigado y
cuantas preguntas históricas le caben a
las sociedades obreras o al mutualismo
(socorros asistenciales, seguros sanitarios,
cooperativas de consumo o de producción...). Pero no es solo un tema para la
erudición, o al menos no debería serlo.
El cooperativismo, en efecto, sus
remotos o recientes utópicos y sus alejadas o próximas experiencias, han cobrado gran vigor desde 1989 en el pensamiento progresista y en el socialismo.
Las cooperativas y mutuas o los cooperativistas y mutualistas son entidades e
individuos concretos que se organizan
libremente para influir, beneficiarse,
evitar ser perjudicados… Sus experiencia históricas son múltiples: ha habido
formas radicales (las comunas, por
ejemplo), formas moderadas (las cooperativas de trabajadores) o formas laxas
(asociaciones de productores independientes…) que son las que más se registran en la historia que cuenta este libro.
Pero en cualquiera de sus formas, el
cooperativismo combina valores sociales
clave —como son la igualdad, el autogobierno o la solidaridad— para pensar
en una sociedad reformada y nueva,
alejada del estatalismo que implosionó
en 1989 o del liberalismo sin control
que atenaza nuestras vidas. La existencia constante, cambiante y multiforme
de este «espíritu de asociación», desde
el siglo XIX hasta nuestros días, reta la
ortodoxia del capitalismo, nos invita a
reflexionar sobre la organización social,
no solo la del pasado sino la del presente y futuro inmediato, tareas a las que
debe servir la historia. Este libro, pues,
sirve a ese propósito. Quien lo leyere
descubrirá que es mucho más importante el cooperativismo de lo que solemos
entender, y que la historia social de los
trabajadores y sus conquistas no deberían
omitir esta experiencia.
Por el libro desfila un friso cambiante y multiforme —que se resiste a
toda clasificación— de entidades y asociaciones solidarias de los artesanos en
declive, de los trabajadores de talleres,
de obreros, jornaleros, campesinos, pescadores, estibadores, empleados del
comercio, «cosidores» (o modistas),
autónomos y pequeños y medios propietarios. Un friso que se enriquece al
plantearse una cuestión fundamental: la
importancia del movimiento cooperativo. El trabajo responde y documenta
este gran (y desconocido) tema y se
integra en la mejor historiografía de la
«solidaridad desde abajo». Da cuenta
del enorme peso que tuvo el movimiento cooperativo y mutualista (en 1904 se
contaban 171.800 asociados en sindicatos de clase y 351.600 en sociedades
mutualistas); de las conexiones y flujos
—con frecuencia son vasos comunicantes— entre los sindicatos de resistencia
y las sociedades mutualistas, pero también de las especificidades de estas, de
sus promotores diversos y de sus diferen-
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cias. También da cuenta de la tendencia
a la convergencia —por fin— entre sindicatos de clase y las sociedades mutuas
que se analizan. Se trata, pues, de una
experiencia de asociación relevante y
poco conocida de la historia social española, por más que tenga ya una bibliografía rica y especializada y no falten sus
oportunos debates.
Pero hemos dicho que el libro de
Martínez Gallego no solo hace un análisis global del mundo del asociacionismo
de los trabajadores entre 1834 y 1936,
sino además otro, en paralelo, detallado
y erudito, microscópico, donde aporta
una ingente información exhumada
durante años de laborioso rastreo y aún
más compleja reconstrucción —un auténtico puzzle- por archivos (diputación
de Valencia, delegación del gobierno,
ayuntamientos), bibliotecas y hemerotecas, donde busca boletines de asociaciones, cooperativas, mutuas de oficios de
ámbito local, provincial o interprovincial, que en muchas ocasiones son flor de
un día y otras tantas, de mayor duración.
Entiendo que el trabajo aporta una
doble mirada: por un lado, la perspectiva
social y antropológica característica y
predominante en la historia social, pero,
por otro —y debe resaltarse como valor
añadido del estudio— a la mirada macrohistórica, es decir, al análisis de las
causas y factores sociales del cooperativismo, penetra en la mirada microhistórica: la de las razones y motivaciones de
los agentes que se asocian, lo que no es
nada sencillo, pero aquí resulta posible
por la riqueza de la documentación que
hace servir. Causas y motivos, pues, se
entrelazan.
En efecto, mediante el estudio del
medio social, se nos permite entender la
historia del societarismo valenciano —y
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español— desde la rica y compleja
perspectiva del estudio de múltiples
asociaciones concretas que el autor
desmenuza y de las que da cuenta detallada de su historia: sus reglamentos,
sus promotores, sus asociados, sus realizaciones, sus dificultades, su evolución,
su ideario, la competencia con otras
sociedades que se organizan alternativamente o su sustitución por otras nuevas que emergen y enervan a las anteriores. No hay capítulo donde no se
analicen ejemplos de mutualidades,
cooperativas de productores o producción, sociedades cooperativas de crédito
concretas y específicas, con su historia
singular y a la vez sus rasgos sociales
compartidos. Cada uno de estos estudios de sociedades concretas y específicas que aparecen a lo largo del trabajo,
ilumina una pieza del friso y le permite
al lector acceder a las diferencias que
hay entre, por ejemplo, el mutualismo
defensivo de las viejas capas medias y el
mutualismo «adaptativo» de las nuevas
capas medias o el societarismo católico
y el laico, nudo de exploración principal
del trabajo. De impresión a impresión
es el lector al final quien construye la
historia del cooperativismo y del mutualismo español (o valenciano) desde
que se abolieron los gremios hasta que
estalló la Guerra Civil, con sus fases y
sus matices por épocas y oficios. En este
sentido, el libro ofrece al lector la posibilidad de que construya las diferencias
de formas y contenido del societarismo
a lo largo de las etapas (1839-68, 186875, 1875-87, 1887-1936), o las singularidades de las sociedades de los diferentes oficios (artesanos, actividades
agrarias o marineras, nuevas industrias
que trae el tiempo de la industrialización, asociaciones del sector servicios).
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Pero, como he dicho antes, hay otra
lectura, la microscópica, en la que Martínez Gallego exhuma los motivos tanto
de los agentes concretos que tienen la
iniciativa de promover asociaciones
laicas, como de los hombres y mujeres
copartícipes que convergen y se aglutinaban en estas entidades. Penetrar en
los motivos ayuda a entender las razones, las esperanzas, los deseos y anhelos
del asociacionismo laico (y, tal vez sin
que el autor lo pretenda, también del
asociacionismo confesional, porque una
de las trazas del libro es que sirve para
entender una taxonomía dual que recorre la historia española y el libro: las
asociaciones laicas versus las confesionales). El autor accede a los impulsos,
estímulos o motivos de sus agentes,
tanto para crear asociaciones como para
asociarse, a través del discurso de los
promotores, de las tradiciones y hermandades de oficios y trabajadores, de
las necesidades apremiantes y condicionadas por esta o aquella circunstancia
del trabajo o por la subsistencia o, en
fin, por la misma vida (mutuas para
pagarse enfermedades o el mismo entierro). Se rastrea, pues, lo que les impulsaba a asociarse, lo que esperaban de la
unión y que incluye desde beneficios
salariales, económicos, de vivienda, de
educación, de ocio... hasta alicientes,
como generar vínculos entre ellos: «Los
obreros manuales dedicados al trabajo
de aserradores y afiladores mecánicos,
se asociaron con el fin de mejorar su
condición de proletarios, de estrechar
relaciones entre sí y enderezar sus pasos por la senda del progreso... persuadidos que la unión es la fuerza y que el
progreso ha de ser su lema» (pág.
154). También accede a conocer los
motivos de los protagonistas del libro,
los trabajadores que se asocian, analizando lenguajes, símbolos y ritos sociales. Pero no es cuestión de alargar más
esta descripción.
Esta historia detallada tiene, además, otros dos atractivos. Su lectura
conviene a quien quiera aproximarse a
una historia social de los trabajadores y
trabajadoras, los protagonistas del trabajo, en cuyas páginas se hilan sus anhelos y sus combates, sus microexperiencias, desde la disolución de los
gremios a la Guerra Civil. Debería leer
este libro —es el segundo atractivo—
quien quiera y guste de una inmersión
en el País Valenciano, en su historia
social, en la vida de sus gentes trabajadoras y esforzadas y en sus pueblos, sus
industrias y sus cultivos agrarios: la
historia de unos personajes vívidos. En
este sentido, el trabajo es un barranco
de gentes populares que deambulan por
sus páginas de la primera a la última. Y
hasta casi se les puede oír.
—————————————–——––——–— Marc Baldó Lacomba
Universitat de València
Marc.Baldo@uv.es
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FAES DÍAZ, Enrique: Claudio López Bru, Marqués de Comillas. Madrid, Marcial
Pons, 2009, 413 págs., ISBN: 978-84-92820-06-1.
En el mundo de los historiadores,
escribir biografías se ha convertido no
solo en una tarea respetada entre la
profesión, sino en un ejercicio apasionante. Faltaban, y faltan aún, muchas
biografías de personajes cuyo perfil o
cuya actividad no solo daban cuenta del
tiempo en que vivieron, sino que fueron
claves en la conformación de aquella
realidad. Una de ellas era la del segundo marqués de Comillas, más conocido
que su padre Antonio López, el primer
marqués, pero falto a su vez, hasta ahora mismo, de un relato adecuado a las
exigencias básicas del género biográfico.
En el libro que edita Marcial Pons,
producto de la tesis doctoral de Enrique
Faes, están cubiertas esas exigencias:
rigor en la comprobación documental,
búsqueda de un eje interpretativo que
dé sentido a la vida historiada —en una
inevitable conexión simpática con sus
giros, escollos y elecciones—, y voluntad de estilo en la escritura. Todo ello
aparece en este texto, y de todo ello
disfruta el lector. No importa mucho
que «se hayan colado», como el mismo
autor advierte al principio, elementos
emotivos tomados de la hagiografía
preexistente (el marqués está hoy, recordémoslo ya, esperando en Roma para
ser canonizado); porque hay un equilibrio y una soltura en el relato que van
combinando, en las dosis precisas, la
información, muy rica, recogida en el
libro, y la valoración del personaje.
Si es cierto que el primer marqués
de Comillas, Antonio López y López de
Lamadrid (1817-1883), «pasó de la
nada al todo en cincuenta años», el hijo,
Claudio López Bru (1853-1925), nacería ya rico, heredero futuro de una inmensa fortuna que su padre había
hecho en las colonias, y que hoy conocemos muy exactamente, gracias a los
trabajos sobre todo de Martín Rodrigo.
La había acumulado en Cuba —y luego
en Filipinas y en el norte de África—,
bajo el amparo decidido del estado español y en directa conexión con la política. Claudio será a su vez objeto de una
cuidada educación humanística y religiosa, en su niñez y en su juventud, la
cual aprovechó muy bien, sensible e
inteligente como era (y como muestran
los fragmentos de cartas, a los amigos
muy especialmente, que copia en su
trabajo Enrique Faes). A los treinta años
de edad, Claudio se vio al frente de todo
de improviso, y entonces comenzó ya a
labrar su imagen de empresario modelo
—«modelo» más por su obra social que
por su eficiencia en los negocios—. Con
determinación inquebrantable, iba a
volcar su existencia completa en la lucha católica contra la laicización.
Casado con «una dama hermosa»
—como la maledicencia popular subrayaba—, María Gayón, pero sin hijos, de
austeridad personal notoria (son estupendas las anécdotas sobre el ahorro
extremo, que sin faltar en vida, se dispararían tras su muerte), y estricto
practicante católico (continuamente
pendiente además de suavizar los desafíos de la jerarquía española al Vaticano), Claudio López destacó en la España
de su tiempo como un actor imprescindible en toda escena, como una pieza
clave en aquel país que se abría al siglo
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XX en plena transformación, modernizándose sí, por descontado, pero con
enormes rémoras y graves conflictos.
Fue Claudio López respaldo infatigable de la monarquía borbónica (una
afección constante, devoción insoluble
que heredó de su padre), luchador combativo contra la difusión del socialismo
y los sindicatos de clase, líder indiscutido en el empeño de conciliar intereses
de patronos y obreros, obsesionado por
propiciar una recatolización del país,
que —al igual que veía en su contraria,
la laicización— suponía tarea a desempeñar por el proletariado (obviamente
con la dirección de los patronos y bajo
las directrices del episcopado). Activo
promotor de la consagración de España
al Corazón de Jesús y de la erección de
su imagen en el madrileño Cerro de los
Ángeles, limosnero perpetuo (polémico
y discutido, pero directamente accesible
y sistemático), el segundo marqués de
Comillas —un título que había concedido a su padre Alfonso XII— se convirtió, sin duda, en uno de los personajes decisivos y cruciales para entender la
España del primer cuarto del siglo XX.
El relato de la vida del marqués es,
por lo tanto, ya solo con enhebrar los
episodios más significativos y describir
sus momentos estelares, un ejercicio casi
nunca átono, pleno de interés forzosamente. Pero no constituía un ejercicio
fácil el combinar los datos objetivos con
el distanciamiento necesario, ni manejar
con brío fuentes diversas y textos muy
dispares, como se ha hecho aquí. El
autor de este libro, a pesar de esa dificultad, ha conseguido un fresco de gran
calidad. De su conjunto, extraeré algunos puntos.
Los negocios que Claudio heredó
del padre, especialmente la imponente
naviera Compañía Trasatlántica (antigua Antonio López), la empresa principal que había hecho la fortuna de aquel,
los acompañó pronto de otros varios en
los que puso particular empeño (el dique de Cádiz, las minas de Aller…) y en
los que aplicaría siempre su misma idea
de las relaciones laborales, basado en un
tipo de patronazgo ceñidamente próximo a la vida privada del trabajador, con
una vigilancia estrecha de sus costumbres morales: lucha contra el alcohol,
matrimonio católico y práctica religiosa,
imposición de ideas políticas conservadoras y prohibición de sindicación marxista. Esa obsesiva búsqueda del «obrero
modelo» la resume Faes así: «El patronazgo católico debía forjar hombres
nuevos, religiosos de corazón, sanos,
ahorradores, laboriosos, obedientes a la
Iglesia, dóciles al principio de autoridad
divina y, como una derivación de esto
último, monárquicos de pies a cabeza».
La idea se refuerza con las propias palabras del marqués, que de esta manera
daba instrucciones, en 1907, a aquellos
de sus subordinados que habían de contratar oficiales para la Trasatlántica:
«Antes de admitirlos hay que ver si
hacen profesión de fe monárquica, no
me basta con lo de que no tengan ideas
políticas» (pág. 241). A alguno de los
que se escaparon a ese control, o disimularon primero lo bastante como para
burlar a los empleadores, lo despediría
después, personalmente, el marqués.
Por lo demás, cada barco de la naviera no tardó en convertirse en una
especie de «parroquia flotante», como
destacaban entusiasmados aquellos que,
al morir López Bru, lo propusieron para
la canonización, impulsada por la Compañía de Jesús en reconocimiento al que
fuera uno de sus principales bienhecho-
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res. En 1912 Jacinto Benavente había
salido al paso de las críticas —que las
hubo y muchas, como también las
había habido contra el primer marqués—, objetando que las maledicencias se debían a que en sus barcos se oía
diariamente misa y se rezaban «la oración y el rosario» (pág. 255). Y es que
las Instrucciones generales de la Trasatlántica, en efecto, declaraban a cada barco de
esa naviera una parroquia, «que el prelado había confiado» a un capellán, encargado de mantener las buenas costumbres, de erradicar la blasfemia y de hacer
comulgar a la tripulación los domingos y
días festivos. «En su defecto, cualquier
jornada de la semana subsiguiente...».
Este, como otros tantos de los textos de primera mano que contiene la
biografía de Comillas por Enrique Faes,
procede de una escrupulosa consulta de
archivos que el autor ha sabido enhebrar con gran acierto y fluidez, así
como de una consulta bibliográfica que
es exhaustiva —especialmente en los
temas doctrinales y de orden social,
intrínsecamente combinados en este
caso, tanto en la realidad histórica como
en el análisis historiográfico—, aunque
a veces (muy pocas y en asuntos no
trascendentes para la argumentación),
se perciba la cita a través de terceros.
Por lo demás, solo habría que señalar como carencia relativa, a mi modo
de ver, el lugar subsidario, en general,
que en el relato se concede a las cuestiones económicas, posiblemente más
centrales en un perfil como es éste de lo
que Enrique Faes deja ver. Objeción
muy relativa ésta, sin embargo, que se
matizaría seguramente hasta desaparecer por completo si tenemos en cuenta,
como se debe, que el vector elegido por
el biógrafo aquí ha sido el de la dimen-
563
sión ideológica y doctrinal de su biografiado, sus creencias y su carácter, sus
actuaciones directamente dependientes
de ellos, disponiendo en torno de ese eje
la narración entera y ordenando in crescendo los capítulos. La clave de la articulación procede, a mi entender, de la
aquiescencia del autor ante las agudas
percepciones psicológicas que inspiran
algunos de los textos necrológicos a los
que me referiré más abajo. A mi entender también, Faes acierta en haber elegido este enfoque.
A mediados de abril de 1925 moriría el marqués en Madrid, dando lugar
a un duelo extraordinario, a un luto
comprensible si tenemos en cuenta su
proyección social, pero también a una
inmediata y notable agitación. Con su
desaparición todavía relativamente joven, Acción Católica se veía privada de
uno de sus impulsores más activos, inspirador él mismo de muchos de sus
logros sociales y doctrinales. La encarnizada pugna entre quienes creyeron que
López había sido un santo, el impagable
bastión defensivo ante la penetración
del comunismo—y en estos términos
llevaron a Roma su demanda de reconocimiento— y los que lo acusaron de
expoliador y usurero, vinieron a marcar
los años subsiguientes, y quedaría como
un telón de fondo solo en parte rasgado
por la Guerra Civil, que enseguida restableció el franquismo. El capítulo final
de su libro, epílogo del recorrido biográfico que ofrece Faes en sentido estricto, lo destina el autor a recomponer
la construcción de esa «imagen» heroica
y santa de Claudio López Bru hasta hoy
mismo, y a mi juicio reviste extraordinario interés.
Solo catorce días después de su
muerte, Claudio López contaba ya con
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RESEÑAS
su primera hagiografía póstuma. Se
debía al jesuita Miguel Cascón, perteneciente al Seminario Pontificio de Comillas, una de las obras más queridas del
marqués, que fue debida a su especial
empeño. A partir de ese primer documento, muchos aseguraron que «había
vivido como un santo». Las necrológicas
que inundaron la prensa, no unos días
sino durante meses, avalaban la imagen
de un «verdadero patriota», de un católico y monárquico de excepción. Tan
solo el periódico El Socialista se atrevió a
combatirlo, acusándole —como había
hecho ya con su padre desde los tiempos de las levas de soldados a Cuba, o
con él mismo cuando la guerra de Marruecos— de «plutócrata» y «reaccionario». Ahora además destacaban sus redactores lo que consideraban su
principal punto flaco, la «soberbia».
Algo después, Maximiliano Arboleya, el cura asturiano que se había distanciado de López por discrepar del
rumbo que debería imprimirse al sindicalismo católico (no tan paternalista,
más libre y menos ñoño), recordaba sus
diferencias con el marqués atribuyéndole haber sido «el valladar insuperable
contra el que se estrellaron lastimosamente todos los avances de la Democracia Cristiana entre nosotros» (pág.
370). La afirmación, así de tajante,
acompañaba a una semblanza del marqués que había escrito Severino Aznar
en la prensa asturiana, y en la que se
podía leer, además del balance positivo
de la vida y obra de Claudio López, su
opinión a propósito de su carácter, una
opinión fundamentada en sus propias
discrepancias sobre la acción social de la
Iglesia, su táctica y objetivos. Aznar
creía, y es muy posible que acertadamente, que su firmeza doctrinal, su
inquebrantable orientación en todo lo
que abordara, era un asunto de maneras
de ser, de personalidad (con sus luces y
sus sombras): «No era un empírico,
tenía ideas muy hechas, criterios muy
firmes. Esos criterios le imponían muy
graves obligaciones y le costaban grandes esfuerzos y mucho dinero. Su interés estaba en no tenerlos, en cambiar.
No cambió. Amarrar la vida a las
creencias, convertir la vida de teorema
en acción, equivocándose o no —eso
Dios lo sabe—, es de grandes caracteres. El marqués de Comillas, que parecía tan suave, tan flexible, tan tolerante,
tan dúctil, era espiritualmente una roca,
era un gran carácter». Él mismo lo
había «descubierto», demoledoramente
para su posición respecto al rumbo del
sindicalismo católico, más flexible,
cuando en presencia del obispo de Madrid-Alcalá, una tarde, López se había
negado a dar su brazo a torcer.
La rápida intervención de Pio XI, la
publicación de las hagiografías de Constantino Bayle (1928) y Sisinio Nevares
(1936), los seguidos intentos de los
seminaristas de Comillas por limpiar de
toda mancha la imagen del marqués,
constituyen en sí mismos aspectos interesantes que quizá hubieran podido
desarrollarse más a fondo aquí. No fue
hasta los primeros años del franquismo,
sin embargo, cuando llegó finalmente a
cuajar la iniciativa de beatificación,
impulsada por un cuarto jesuita,
Eduardo Fernández Regatillo, que convenció a Juan Claudio Güell, sobrino
nieto de López Bru y segundo conde de
Ruiseñada, para poner dinero en la operación, que comenzó con 5.000 pesetas
en efectivo y otras 50.000 en obligaciones del Ayuntamiento de Barcelona.
Cinco años después vendrían 73.000
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pesetas del mismo origen, según carta
de Regatillo (28 de abril de 1958) conservada en el Archivo Histórico de la
Universidad Pontificia de Comillas, la
cual recoge Faes en la página 374 de su
estudio.
Otros muchos detalles de este tipo,
propios del proceso de santificación, los
hallará el lector en el epílogo, sustancial
para entender los avatares de la utilización política de un caso que se había
convertido en cuestión de estado desde
que intervino directamente Franco junto
al Vaticano, en febrero de 1954 (y realmente lo era ya desde antes). Complicaciones subsiguientes aplazaron la apertura del proceso hasta 1967, cuando Pablo
VI la formalizó. Pero dos años después,
en un prólogo de Juan Velarde Fuertes a
uno de sus discípulos —Juan Muñoz—,
se pondría en entredicho la presunta
santidad del marqués, recordando el
economista que sus rentas venían de la
«depredación colonialista», criticando
cómo rompió los frentes sindicales en la
minería del carbón asturiana y opinando
que los ínfimos salarios que pagaba acer-
565
caban a sus trabajadores a la esclavitud.
Después del Concilio Vaticano II, las
cosas se complicaron aún más, como
objetaría a su vez el sacerdote Fernando
Urbina, que escribió a la Nunciatura
para advertir de que «una conciencia
social moderna» no podía contemplar
ya aquel concepto de santidad que supuestamente ejemplificaba López. Reabierto el proceso en 1985, aún no ha
llegado a su conclusión.
Del trabajo magnífico de reconstrucción que ha hecho Enrique Faes podría
pensarse que es, hasta hoy mismo, la
sombra del negrero que en efecto fue su
padre —ya no hay nada que especular,
pues la historiografía ha puesto sobre el
tapete la comprobación—, que es esa
tara de origen de fortuna la que estorba
e impide, tras la muerte, la santificación
de su hijo, el segundo marqués. Sombra
contra la que luchara quizá él mismo en
vida, inconsciente acaso del porqué, en
una ascesis obsesiva y arquetípica por
expandir la limpieza de costumbres y
conseguir, para sí mismo, la purificación.
—————————————–——––—— Elena Hernández Sandoica
Universidad Complutense de Madrid
elenahs@ghis.ucm.es
MENÉNDEZ ROBLES, María Luisa: El marqués de la Vega-Inclán y los orígenes del
turismo en España. Madrid, Ministerio de Industria, Turismo y Comercio,
2006, 629 págs., ISBN: 9788496275409; SUÁREZ BOTAS, Gracia, Hoteles de
viajeros en Asturias. Oviedo, KRK ediciones, Ayuntamiento de Gijón y Consejería de Cultura, Comunicación social y Turismo, 2006, 534 págs., ISBN: 97884-96476-87-5.
El fenómeno del turismo es, probablemente, uno de los aspectos más ca-
racterísticos del conjunto de cambios
que han permitido hablar de una nueva
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RESEÑAS
época de la historia a partir de mediados del siglo XVIII.
Las primeras huellas de ese fenómeno turístico tal vez deban remitirse
al concepto de viaje de conocimiento de
la realidad y pretensión reformista (Morales Moya) y en el que se forjó la idea
inglesa del «gran tour». La versión española de ese tipo de viajeros serían los
curiosos impertinentes de los que nos
habló Ian Robertson. Una huella que
habría de ser continuada por Ana Clara
Guerrero, que hizo una cuidada edición
de los viajeros británicos del siglo XVIII
(Cumberland, Swinburne, Townsend,
Beckford, Jardine y otros).
Ese tipo de viajes tendrían su continuidad en el siglo XIX (Chateaubriand,
Logfellow, David Roberts, Gautier,
Andersen, o Charles Davillier y Gustave
Doré), pero reproducían ya un modelo
que había empezado a agotarse como
consecuencia de los profundos cambios
que experimentaron los países europeos
y Estados Unidos en la primera mitad
del siglo XIX.
La revolución industrial y la aceleración del proceso de urbanización trajeron consigo una popularización del
ocio, que dejó de ser patrimonio exclusivo de las clases privilegiadas. Hubo
más tiempo para las relaciones sociales,
para las actividades recreativas y deportivas, para la propia educación y, por
supuesto, para los desplazamientos de
numerosas personas.
El acontecimiento que tal vez pueda simbolizar mejor estos cambios tal
vez sea la Gran Exposición que se celebró en Londres en 1851 entre mayo y
octubre, en el asombroso edificio del
Crystal Palace, construido en seis meses
por el arquitecto Joseph Paxton. Medio
millón de personas acudieron a la inau-
guración de lo que la propia reina Victoria calificaría en sus memorias como
«un festival de paz».
Pero la exposición no habría tenido
el enorme éxito que tuvo —seis millones de visitantes— si no se hubiera
beneficiado de los cambios decisivos que
se habían operado antes en el mundo de
los transportes y de las innovaciones
introducidas en lo referente a la organización de los viajes.
El establecimiento de las líneas ferroviarias, en los años treinta del siglo XIX,
hizo posible los viajes baratos y seguros, a
la vez que surgían empresas dedicadas a
la organización de viajes. La creada por
Thomas Cook, que fue la pionera, trasladó a casi doscientas mil personas a la
Gran Exposición de Londres. Más adelante, muchos de los viajeros que cruzaban Europa lo harían llevando bajo el
brazo las inconfundibles guías que Karl
Baedeker había popularizado desde mediados de los años cuarenta.
Se trataba ya de un fenómeno nuevo: el turismo. Cuando Julio Verne
publicó La vuelta al mundo en ochenta días
(1873) resultaba ya patente que el ferrocarril había hecho más pequeño el
mundo y que eran muchas las personas
dispuestas a no quedarse en su lugar
habitual de residencia, como había venido ocurriendo —bien es verdad que a
la fuerza, para la mayoría— durante
siglos.
La década final del siglo XIX es la
de la popularización de la bicicleta, con
una forma muy parecida a la que suele
tener hoy día, y no deja de ser llamativo
que, en el conocido dibujo que representa el asesinato de Cánovas en el balneario de Santa Águeda (agosto de
1897), aparece una bicicleta en segundo
plano. Es un signo evidente de moder-
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nidad y emancipación que no dejaría de
ser utilizado por las mujeres que reclamaban un mayor protagonismo social.
El último jalón en este camino lo
representaría, desde luego, el automóvil. El 1 de octubre de 1908 apareció el
primer vehículo del modelo T, que fabricaba Henry Ford, y los coches permitieron una movilidad impensable para
miles de ciudadanos. El antiguo y selecto viaje de conocimiento se había transformado en visitas masivas para conocer
otros lugares y disfrutar de sus recursos.
El fenómeno repercutiría muy
pronto en una sociedad española que,
después de los curiosos impertinentes
del siglo XVIII y de quienes persiguieron la España pintoresca y romántica a
lo largo del siglo XIX, exigía una modernización de sus estructuras en los
comienzos del XX. Fue entonces cuando se experimentó un fuerte impulso
tanto en la promoción de la actividad
turística como en dotar al país de una
infraestructura hotelera.
Esos son los objetos estudiados por
los dos libros que se traen ahora a revisión en estas páginas. Ambos proceden
de tesis doctorales leídas en universidades españolas y suponen aportaciones
de indudable calidad para el conocimiento de un fenómeno tan rico en
facetas como es el del turismo.
A don Benigno Vega Inclán (18581942), segundo marqués de Vega Inclán,
le correspondió el trabajo de la promoción
turística y María Luis Menéndez Robles le
ha dedicado un excelente libro —editado
con exquisito cuidado— en el que nos
presenta su biografía y sus numerosas
realizaciones en el campo de la promoción
turística y de protección del patrimonio
artístico. El volumen se abre con un inteligente y esclarecedor prólogo de Luis
567
Palacios Bañuelos.
De familia de militares de abolengo
liberal, firmemente comprometida con
la causa monárquica, el que sería segundo marqués de Vega Inclán hizo
estudios, por los años del Sexenio Democrático, en la Escuela de Bellas Artes
de Madrid, pero terminaría optando por
la carrera militar a la sombra de su padre. Con treinta y cinco años de edad
pasaría a la reserva, cuando era patente
que sus aficiones quedaban muy lejos.
Hombre culto y viajero, el mundo de
sus relaciones le afianzaría en la dedicación que marcaría su vida.
La más significada de ellas sería la
del conde de Benalúa, futuro duque de
San Pedro de Galatino, cuyas memorias
han sido editadas por Manuel Titos
(2007), después de haberle dedicado
una excelente biografía en 1999. Galatino sería su anfitrión en Granada y
coincidiría con él en diversas empresas
de carácter turístico.
La autora ha insistido en las relaciones de Vega Inclán con el mundo
institucionista, lo que no debe extrañar
si se tienen en cuenta los muchos puntos de coincidencia que tuvo con el
movimiento que inspiraba Francisco
Giner de los Ríos. El artículo que publicaría este en La Ilustración Artística en
torno al paisaje (1886) sería el previo
para la constitución de la Sociedad para
el Estudio del Guadarrama, mientras
que el interés del marqués de Vega Inclán por Toledo vendría a coincidir con
un escenario muy querido para el institucionismo. Recuérdese la presencia de la
familia Riaño en la vieja capital toledana
y la dedicación de Cossío a la figura de El
Greco.
Precisamente en aquella ciudad se
produjo una de las actuaciones más co-
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nocidas del marqués: la compra y habilitación de la Casa de El Greco en 1905.
El mismo año en el que Auguste Rodin
visitó la ciudad en compañía de Ignacio
Zuloaga. Un viaje que continuaría por
Córdoba —donde Zuloaga compró, con
la oposición del escultor francés, el Apocalipsis de El Greco— y Sevilla.
Se trataba, como decía Zulueta, en
acertada cita que recoge Menéndez
Robles, de un institucionista de «la
Institución difusa», la «Ecclesia dispersa» de quienes participaban de los ideales pedagógicos y reformadores que
alentaban la obra de Giner.
Los trabajos oficiales de Vega Inclán en favor del turismo se prolongarían desde 1911 hasta 1928, años en los
que estuvo al frente de la Comisaría
Regia para el Turismo. Durante esos
años el marqués estuvo presente en
muy variados empeños de recuperación
del patrimonio artístico y de divulgación de la vida española a cuantos quisieron conocer el país.
En esa tarea se convirtió en una figura de referencia para las grandes personalidades que participaron de esa fascinación por España que no había dejado
de existir durante todo el siglo XIX.
Richard L. Kagan ha difundido la idea
de la spanish craze en Estados Unidos
(When Spain fascinated América, 2010)
pero el atractivo del país fue compartido en muchas otras latitudes.
Personalidades como Juan Facundo
Riaño, Manuel B. Cossío, Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla y Josep Pijoan,
en España, serían los interlocutores de
otras figuras notables como Archer M.
Huntington, William Merritt Chase,
Alfred Morel-Fatio, que tanto contribuyeron al fortalecimiento del hispanismo
en el mundo.
En ese sentido, la obra de María
Luisa Menéndez Robles es una aportación de extraordinaria importancia para
el esclarecimiento de los orígenes del
turismo en España. Una actividad que
terminaría por ser determinante en los
años siguientes. La biografía, en este
caso, se convierte en el eficaz hilo conductor de una investigación de mucho
más largo alcance.
Todas las innovaciones que se produjeron en las actividades turísticas
necesitaron de una red hotelera que sólo
empezaría a modernizarse con el comienzo del siglo XX. Se ha dicho siempre que la boda de Alfonso XIII, el
último día de mayo de 1906, sirvió de
acicate para la construcción de hoteles
de calidad, pues los invitados de las
diversas casas reales pudieron comprobar la pobre dotación de Madrid en ese
aspecto. La inauguración del Hotel Ritz
en 1910 y la del Palace significarían un
cambio radical en el panorama hostelero madrileño.
En ese contexto se sitúa el trabajo
de Gracia Suárez Botas, en el que se
utilizan con excelente criterios técnicas
de investigación relacionadas con la
sociología y la geografía humana con
una fina sensibilidad en el campo de la
historia del arte, ya que fue en esta
disciplina donde se recibió inicialmente este trabajo como una tesis doctoral. La historia de la arquitectura, así
como la historia económica y social, se
encuentran felizmente imbricadas en
este trabajo. Aun con la referencia
inicial de Vidal de la Madrid y Jorge
Uría —los prologuistas del libro— a
la historia de las cosas banales, nos
encontramos con grandes empresas
hoteleras que constituyen una respuesta al notable esfuerzo moderniza-
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RESEÑAS
dor al que se asistió en Asturias desde
la segunda década del siglo XX.
Situado en el marco de la historia
de lo cotidiano, el libro de Suárez Botas
pone ante nuestra vista una imagen
tremendamente sugerente en la que se
asiste a la transformación de las viejas
fondas y posadas en los hoteles que
daban acogida a nuevas clases sociales y
a actividades económicas innovadoras.
Un papel especial, en este aspecto,
lo desempeñaron los nuevos turistas que
se generalizaron en la vida española
durante la tercera década del siglo XX.
Unos turistas que ya no están expuestos
a los azares e incomodidades que habían
caracterizado, durante siglos, los viajes
por la península. Núñez Florencio (Con
la salsa de su hambre…, 2004) nos ha
relatado el peculiar peso que la gastronomía tuvo en ese aspecto.
Los nuevos hoteles, sin embargo,
respondían al profundo sentido burgués
del confort que, junto con el optimismo, servía para describir el nuevo estilo
de esa clase social burguesa que parecía
triunfar definitivamente. «Nunca fue
Europa más fuerte, rica y hermosa;
nunca creyó sinceramente en un futuro
569
todavía mejor», dejó escrito Stefan
Zweig en sus memorias. En el caso asturiano, como en el resto de España,
Suárez Botas ha subrayado con acierto
la importancia de la influencia francesa,
tanto en los aspectos arquitectónicos
formales como en el funcionamiento de
esos hoteles de viajeros.
Desde iniciativas medio frustradas,
como el Gran Hotel de Avilés, hasta el
Hotel Covadonga de Oviedo o el Malet
gijonés se convierten en ámbitos en los
que cruzar perspectivas de investigación
que nos devuelven una imagen extraordinariamente rica de la vida asturiana
de la segunda mitad del siglo XIX y
primer cuarto del siglo XX.
Dos estudios, en definitiva, muy diferentes de concepción y factura, pero
que ponen de relieve la importancia de
ese especial tipo de movilidad social que
significó el turismo desde finales del
siglo XIX.
En un momento en el que han empezado a generalizarse en España los
estudios universitarios de Turismo, se
convierten en dos claros ejemplos de los
alicientes que tienen las reflexiones
sobre ese mundo. Sean bienvenidos.
—————————————–——––——–— Octavio Ruiz-Manjón
Universidad Complutense
ruizmanjon@gmail.com
ROSENBERG, Danielle: La España Contemporánea y la cuestión judía. Madrid,
Editorial Casa Sefarad- Israel /Marcial Pons Historia, 2010, 374 págs., ISBN:
978-84-92820-20-7.
La historia de los judíos en la España contemporánea, desde hace un
tiempo a esta parte, ha comenzado a ser
investigada con cierta profundidad.
Anteriormente, los estudios estaban
preferentemente orientados hacia la
Edad Media y la Moderna. Este libro se
puede insertar, pues, dentro de esta
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RESEÑAS
línea relativamente reciente que se inscribe ya dentro del campo de estudios
de la relación entre España y los judíos.
La cuestión fundamental sobre la que
gravita tiene varias vertientes: el reencuentro entre judíos y españoles, que
comienza ya en el siglo XIX, la segunda
República, la Guerra Civil, el Holocausto,
las relaciones con el estado de Israel y, por
último, la relación de las comunidades
judías asentadas en España con la sociedad y los distintos gobiernos españoles.
Los trabajos de Federico Isart, Antonio
Marquina, José Antonio Lisbona, Bernd
Rother, Álvarez Chillida y la reciente tesis
doctoral de Mónica Manrique han ido
desbrozando este territorio casi desconocido hasta hace relativamente poco tiempo.
Indudablemente cuando se aborda este tema complejo con tantas variables y
lastrado a veces por los intereses políticos e
ideológicos, especialmente en un país como
España, quedan muchos cabos sueltos.
El libro que comentamos del que es
autora Danielle Rosenberg, socióloga
del CNRS de París, nos muestra una
recopilación de los distintos trabajos
sobre La España contemporánea y la cuestión
judía. Hay que dejar bien sentado que no
se trata de una serie de trabajos puestos
uno detrás de otro en el que apenas se
aporta nada nuevo. Dividido en ocho
capítulos, no aborda el tema siguiendo
una evolución cronológica, que nos iría
marcando las continuas influencias a las
que se ven sometidas estas relaciones,
sino que las agrupa por cuestiones de
afinidad. Así, por ejemplo, el capítulo
segundo trata del descubrimiento de los
sefarditas por parte de los españoles y
viceversa para pasar en el tercero a otro
aspecto, como es el enfrentamiento político entre las dos Españas entre los años
1860-1939, en los cuales la cuestión
judía formó parte muy importante; dedicándole a la Guerra Civil poco más de
treinta páginas, que es justo cuando el
tema alcanza mayor intensidad en la
propaganda política de ambos bandos.
El capítulo cuarto lo dedica a la presencia física de los judíos en España, comenzando por el retorno y continuando con
el reasentamiento paulatino en las distintas etapas de la historia de España, hasta
la finalización de la Guerra Civil. El capítulo quinto aborda la cuestión judía en
España durante el régimen de Franco y
los tres capítulos restantes tratan temas
ya muy cercanos y polémicos como la
posición del gobierno de Franco ante el
Holocausto, la vida de los judíos en esta
época en España y las relaciones hispano-judías, en las cuales tiene mucha
importancia las especiales relaciones con
el estado de Israel.
La primera etapa es cuando los judíos y españoles se reencuentran por
primera vez en 1860 en Tetuán y esta
ciudad es tomada por las tropas de
O´Donnell, cuestión ya estudiada y
conocida, pero llama la atención que no
se menciona nunca cómo al abandonar
las tropas españolas la ciudad durante
una atroz epidemia, la protección humanitaria que los cónsules españoles dispensaron a los judíos sefarditas intentado
construir un hospital y donde destaca la
figura del médico Dr. Palma, hecho este
que arranca una manifestación pública
de gratitud de los sefarditas con la magnificación exterior de documentos por
ellos firmados con la intención de que
fueran públicos y enviados al gobierno
español y a la Aliance Israelite Universelle
en el año 1874.
Las relaciones con los sefarditas europeos son tratadas de una manera un
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RESEÑAS
tanto superficial, pues los contactos fueron mucho más intensos. Por ejemplo, a
partir de la Constitución de 1856 (la non
nata) las Cortes constituyentes supusieron una especie de reclamo para las comunidades judías de Alemania, sur de
Francia y Holanda que mantenían una
intensa relación con los políticos españoles, destacando la figura del rabino Philippson de Magdeburgo; y también ponen de manifiesto las distintas posturas e
intereses de las comunidades sefarditas
con respecto a España, como lo demuestra la mencionada tesis doctoral aún
inédita de Mónica Manrique utilizando
archivos de los consistorios israelitas de
Bayona y otras ciudades francesas, así
como de Holanda y Alemania y del
Congreso de los Diputados en España,
correspondencia totalmente inédita.
En los grandes debates políticos sobre el retorno de los judíos de estas
Cortes participaron personalidades tan
relevantes como Modesto Lafuente,
Corradi, Díaz Caneja, lo que muestra la
intensidad de la polémica en torno a la
cuestión judía y España. Pero donde la
cuestión alcanza su virtualidad mayor
es, sin duda, tras la Revolución de
1868, en las Cortes de 1869, en un
doble sentido: los debates en dichas
Cortes y la intensificación de los contactos con las comunidades judías europeas
donde destacan entre otros las figuras
del jefe de la comunidad sefardita en
Londres Haim Guedalla, del también
sefardita e influyente político británico
sir Moisés Montefiore, y otros destacados e influyentes sefarditas ya asentados
en Madrid, como fue el caso de Alidor
Lewy, que la investigación actual ya ha
puesto de manifiesto. Cito estas lagunas
porque, aunque sea este un libro un
tanto genérico y de visión panorámica,
571
dichas cuestiones son muy importantes
en esta relación.
En cuanto a los contactos con los judíos por los gobiernos de la Restauración
borbónica la autora hace a veces una traslación abreviada de textos de mi libro El
retorno de los Judíos, incluidas notas a pie de
págs. (págs. 47-50), no solo referidas a la
relación diplomática sino también a la
intensa campaña de opinión pública a
través de los distintos periódicos.
Quizás su empeño en dar una visión
panorámica de la cuestión le lleva a
obviar cuestiones muy importantes,
sobre todo referidas a la Segunda República y la Guerra Civil y utiliza solo la
publicística pero apenas los archivos.
En cuanto al primer aspecto, hay
que destacar la omisión de la intensa
relación del gobierno de la Republica
entre los años 1931-1933 con los sefarditas por la cuestión de la nacionalidad
en todo el mundo: Europa, Hispanoamérica, norte de África y Palestina, y las
dudas y titubeos de la República en este
asunto debido al temor a que España se
viera invadida de judíos. Los líderes republicanos magnificaron en sus declaraciones la idea de un retorno de los judíos
como arma política, pero a la hora de
repatriarlos a España se les ponían dificultades por los problemas que les podrían acarrear en el interior, establecieron filtros y solo permitían la entrada de
aquellos más destacados (casos de Einstein o Marc Chagall) que pudieran darles
un prestigio exterior. Se echa de menos
la mención a las disputas internas dentro
de los gobiernos republicanos en cuanto
a la defensa de las minorías judías en la
Sociedad de Naciones perseguidas por el
nazismo que, aunque Madariaga las
defendía y proponía a España como
campo de refugio, este les fue prohibido
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RESEÑAS
por el entonces ministro de Estado,
Claudio Sánchez Albornoz, al final de
1933.
Otro aspecto ignorado y de gran importancia es la entrada clandestina de
judíos a España a través de Francia, procedentes de Alemania, que utilizaban
como cobertura los congresos políticos y,
sobre todo, a través de las logias masónicas, así como la penetración de agentes
nazis controlando los movimientos de
estos judíos hoy ya documentados.
En cuanto al otro evento tan importante como fue la Guerra Civil, la información que emplea es también publicística y exenta de documentación. Trata muy
por encima la cuestión de los judíos del
norte de África, que colaboraron con
cantidades importantes para el alzamiento, algunos de motu propio y otros obligados. Todas las cantidades de dinero
entregadas eran publicadas día a día en la
prensa de la época del Marruecos español,
especialmente de Ceuta, Melilla, Tetuán y
Larache. Se alcanzaron cifras importantes
y a mayor abundamiento publicaron el 17
de julio de 1937 un documento de adhesión al bando nacional en el periódico
falangista Presente de Tánger con la firma
de más de cien judíos notables.
El resto de los judíos, tanto de Europa, EEUU e Hispanoamérica fueron
simpatizantes de la República, y siguieron el conflicto español con un gran
interés, tal y como se puede apreciar en
la prensa, y aportaron recursos humanos a las Brigadas Internacionales, como en este caso bien apunta la autora.
En la última parte del libro, se aborda
además la postura de la Falange, el régimen de Franco y su política ante el Holocausto tratando de engarzarlo dentro de
esta relación, y termina con el asentamiento de las comunidades judías en
España y la relación con los distintos gobiernos, como una descripción más ante el
reencuentro entre judíos y españoles.
El libro constituye un intento de
dar una visión panorámica de la cuestión judía en la España contemporánea.
Es evidente que no es un libro de investigación como tal, por algunas de las
razones ya apuntadas, pero tiene el
mérito de tratar de hacer una síntesis y
de dar una visión de la cuestión judía a
través de la convulsa y movida historia
de España en la época contemporánea.
—————————————–——––————— Isidro González
Instituto IB Galileo Galilei (Madrid)
isidrogon2011@hotmail.com
ACOSTA RAMÍREZ, Francisco, CRUZ ARTACHO, Salvador Manuel y GONZÁLEZ DE
MOLINA, Manuel: Socialismo y democracia en el campo (1880-1930). Los
orígenes de la FNTT. Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y
Marino, 2009, 496 págs., ISBN: 978-84-491-0970-6.
Estamos ante una obra colectiva y
de autoría compartida en la que se lleva
a cabo una doble tarea. Por un lado, un
análisis por primera vez integrado en su
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
contexto socioeconómico de los orígenes
del sindicalismo socialista en el campo.
Por otro, una revisión crítica de interpretaciones tradicionales vigentes en
esta materia, de los rasgos que caracterizaron la movilización del campesinado
en el marco del despliegue del capitalismo en el campo y de los factores que
la condicionaron. Es una completa síntesis, fundamentada tanto a partir de
estudios publicados, como también a
base de un amplio trabajo de investigación empírico sobre fuentes primarias.
Se supera aquí el positivismo ramplón, propio de los tradicionales estudios sobre el movimiento obrero, fruto
de una actitud cuasi militante y candorosamente salvífica, característica de los
años del franquismo. Ahora se aborda
con profesionalidad y rigor, de manera
desapasionada y ecuánime, un proceso
histórico que trasciende la anécdota
organizativa que tanto obsesionaba en
el pasado. En pleno siglo XXI, en estos
tiempos de desprestigio social del sindicalismo clásico, convertido en una anquilosada estructura rígidamente burocratizada, financiada con dinero público
y muy alejada de la realidad, no deja de
ser oportuna la atención prestada al
asunto, en suma, esta serena mirada
retrospectiva a los orígenes. No hay
nostalgia que impida el análisis profundo de situaciones forzosamente complejas, ni empacho a la hora de reconocer
con honestidad las limitaciones de muchos de los enfoques, ya superados por
el paso del tiempo.
Los autores son veteranos ruralistas,
conocen bien el funcionamiento de las
comunidades campesinas, lo que resulta
fundamental para el objeto de estudio,
ya que el mundo campesino es el eje del
trabajo. Por eso, la peripecia organizati-
573
va se integra en un marco socioeconómico
sólidamente presentado. Los autores valoran el protagonismo del socialismo en aras
de la aclimatación de fórmulas participativas en el mundo rural que llevarían a la
habituación de las prácticas democráticas.
Lo que algunos, en los últimos años del
franquismo, mencionaban con sorna al
analizar la fiebre asociativa de comienzos
del siglo XX resulta así solidamente revisitado, como por lo demás el propio título
muestra claramente.
Este volumen es el resultado de un
proyecto de investigación global sobre
la cuestión. Aunque ha sido el último
en aparecer, completa con otros dos la
trilogía sobre la FNTT y el sindicalismo
agrario en la España contemporánea
(Francisco Cobo Romero, Por la Reforma
Agraria hacía la Revolución. El sindicalismo agrario socialista durante la II República y la Guerra Civil, 1930-1939, Granada, 2007 y Antonio Herrera González
de Molina, La construcción de la democracia en el campo, 1975-1988. El sindicalismo agrario socialista en la transición española, Madrid, 2007).
La obra está minuciosamente documentada y bien editada. Con carácter
general reconocen los autores las dificultades estadísticas a las que hay que hacer
frente en este terreno. Como fuente
esencial aparece el periódico El Socialista,
que se utiliza exhaustivamente para conocer, tanto el discurso agrario y la actividad conflictiva, como la difusión societaria socialista. Al ser un enfoque
nacional, resulta imposible, por la dispersión de fuentes, otra estrategia. En
todo caso, los fondos de las fundaciones
Pablo Iglesias y Largo Caballero aportan su complemento imprescindible.
El libro aparece dividido en ocho
capítulos, en los que de manera temáti-
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RESEÑAS
ca y cronológica se pasa revista a los
tres grandes ejes que vertebran la obra.
Por un lado, las variables que caracterizaban el mundo rural en el medio siglo
que va de 1880, culminación de la Reforma Agraria Liberal, con su privatización masiva del suelo, a 1930, crisis de la
monarquía liberal y apertura a nuevas
fórmulas políticas más sensibles a los
intereses de las masas. En segundo lugar,
las manifestaciones de la conflictividad
en una sociedad rural plena de tensiones,
fruto de los desajustes introducidos por
el crecimiento económico. En último
lugar, el objetivo central, la presentación de la propuesta socialista para canalizar aquellas expresiones de malestar
y las fórmulas de encuadramiento del
campesinado utilizadas. Hay que recordar que estas no fueron las únicas que
se disputaban la clientela rural.
El primer bloque de análisis, al que
se dedica el capítulo con el que se abre
el volumen, trata sobre cómo ha variado la interpretación de la evolución de
la agricultura española en la etapa considerada. Los autores recurren a la bibliografía especializada y trazan un
panorama renovador, ya conocido, pero
nunca puesto en relación con la movilización obrera de forma tan precisa y
sistemática. Asumen los planteamientos
que se fueron abriendo paso en el ámbito académico en las últimas décadas del
siglo XX, que supusieron un cambio
radical con respecto a lo que se había
venido admitiendo hasta entonces. La
mística del fracaso nacional, de la excepcionalidad hispana, se modificó sustancialmente, de tal manera que lo que
antes era atraso ahora pasaba a ser desarrollo. Los trabajos del GEHR demostraron que en el primer tercio del siglo
XX se produjo un notable crecimiento
económico. Ni hubo inmovilismo ni
arcaísmo generalizado.
Los autores insisten en una idea clave, que la privatización masiva del suelo,
consecuencia de la Reforma Agraria Liberal del XIX, originó un fenómeno que
antes llamaban campesinización y ahora
propietarización, paralelo al que, por su
unilateralismo interpretativo, se convirtió
en un verdadero tópico, la proletarización. Como resultado se produjo un crecimiento del número de propietarios.
Este notable proceso de propietarización
tuvo sus consecuencias, aunque se hace
necesario tener en cuenta las desigualdades regionales. Se parte de una realidad innegable en la que todos coincidimos: la complejidad del campesinado.
Lo ocurrido en este terreno entre
1880 y 1930 muestra el despliegue del
capitalismo en el campo, con privatización de los recursos productivos, en
suma, el triunfo y protagonismo del
mercado. Se gestó un sistema agrario
paleotécnico en el que el proceso productivo era intensivo en mano de obra,
lo que propició las agrupaciones de
trabajadores, cuya actividad pública podía derivar en conflictos entre patronos y
obreros. Este dinamismo de la agricultura
española no significa que no hubiese
intensos desequilibrios en la distribución
de la renta. Agravados además por la
ausencia de determinadas actuaciones del
poder público, que hubiesen limado tensiones generadoras de una conflictividad
traumática en el siglo XX.
A fines del XIX, la crisis agrícola y
pecuaria tuvo unos graves efectos sobre
las explotaciones agropecuarias. La caída
de las rentas obligó a la búsqueda de
soluciones, como fueron el control de los
costes salariales, la limitación de la competencia y, en un plano más positivo, la
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especialización productiva allí donde las
ventajas comparativas de ciertos cultivos
podían augurar el éxito. El miedo a
competir forzó a recurrir al arancel que
no lastró la modernización. Porque el
notable crecimiento agrario entre 1891 y
1933 tuvo su base en la diversificación
de los fertilizantes y en el riego.
En el plano de las limitaciones de
aquel proceso, los autores citan la deficiente política agraria. El resultado final
sería el modesto crecimiento de la productividad y el lento proceso de expulsión de mano de obra del campo. Ahora
bien, el aumento del nivel de vida en el
campo entre 1890 y 1930 no afectó,
evidentemente, a todos por igual. Siguieron, pues, existiendo rigideces,
cuellos de botella, que estrangulaban el
panorama social. La importancia del
costo laboral en el cultivo del cereal
determinaba una dificultad insalvable,
no se podían subir los salarios sin deprimir los beneficios. En aquel contexto, se puso de manifiesto la rigidez de la
concepción socialista. El conflicto agricultor-jornalero por la cuantía del salario se percibía como expresión de la
lucha de clases en el campo.
Los socialistas aprovecharon la situación de malestar entre los asalariados
para influir en la vida pública, de acuerdo con la dialéctica poseedores-no poseedores, de tanta raigambre marxista.
Pero no prestaron atención a un hecho
capital: el peso mayoritario, en muchas
comunidades, de los pequeños propietarios. En el norte de la meseta (España
campesina) es donde había más campesinos modestos. Sus reivindicaciones eran
muy concretas, se movían en posiciones
reformistas, mejora de los precios, abaratamiento de los insumos, mejora de los
contratos y reducción de impuestos.
575
El segundo gran bloque de cuestiones que aborda el libro se refiere a las
características del conflicto en el mundo
rural. Idea central que los autores defienden como una de las tesis fundamentales del libro es la equivocada lectura obrerista que durante un tiempo
practicó el socialismo. Individualizan,
en este sentido, varias etapas. En la
primera, en la tarea de movilización,
resaltan la labor pionera del republicanismo, sobre todo en la zona mediterránea. Lentamente se fue produciendo
un trasvase del republicanismo al socialismo. Pero había más factores de dinamización organizativa. El catolicismo
agrario mostró ser un importante agente sindical, aprovechando la Ley de
Sindicatos Agrarios de 1906, que culminaría en la CONCA.
A partir de 1917-1923 se produjo
la consolidación del asociacionismo
obrero de clase en el contexto del aumento de la conflictividad. La elevada
inflación originó un deterioro de las
condiciones de vida y llevó a la movilización y al conflicto. La huelga se convirtió en protagonista de la actuación
campesina. El desarrollo de los acuerdos
en los conflictos, papel mediador con
patronos y autoridades, fue la característica en aquel momento.
El tercer bloque, al que se dedica la
mayoría de los capítulos, se centra en el
análisis de la propuesta socialista, que se
movió entre la ortodoxia y el pragmatismo. Se ofrece en esta obra una nueva
visión del escaso papel de los socialistas,
con escasos intelectuales en sus filas, en
el ámbito agrario en aquella larga etapa. Para un socialismo que se movía en
un burdo esquematismo marxista, la
cuestión agraria partía de una concepción residual de los campesinos. Se acep-
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taba de manera rígida el cumplimiento
inexorable de la ley de concentración de
la propiedad y con ello la proletarización
y desaparición del campesinado, clara
influencia de la obra de Kautsky. De
acuerdo con ello, había que desarrollar el
capitalismo como paso previo a la implantación del socialismo.
En aquel contexto histórico finisecular alcanzaban gran predicamento en
el ámbito intelectual los planteamientos
regeneracionistas. Su influencia se concretó en la idea de modernización. No
dejaba de ser algo contradictorio. La
solución regeneracionista del campo
pasaba por la generalización de la propiedad y la defensa de los arrendatarios.
En este discurso como gran obstáculo
aparecían los terratenientes. Coincidían
regeneracionismo y socialismo en la
crítica a lo que consideraban injusta
distribución de la propiedad de la tierra.
Era, en este esquema tan rudimentario,
la causa de los problemas, tanto de las
malas condiciones de vida del proletariado como del atraso agrario.
Sin embargo, se producía una radical discrepancia a la hora de interpretar
las causas del problema. Para el regeneracionismo, el latifundismo se había
originado con la Revolución Liberal y
para el socialismo, lo causó el feudalismo, que sobrevivió a un proceso no
completado. Esta discrepancia volvía a
aparecer en la interpretación del papel
de los comunales. Los socialistas no
entendían el conflicto de los comunales.
Tardaron en comprender la cuestión,
aunque luego defenderían que había
que entregarlos al proletariado rural. La
propuesta sindical socialista se vio perturbada por estas peculiares concepciones que explican su tardío desarrollo.
En definitiva, los prejuicios ideológicos
hicieron que solo se atendiera a las reclamaciones de parte del campesinado.
El Socialista recogía muy pocos conflictos agrarios y todos referentes a las
malas condiciones de vida del proletariado. La preocupación por la lucha de clases
determinó una obsesión por dos conceptos, el de concentración de la propiedad y
el de proletarización del campesinado. De
ahí se derivaba una fijación exclusiva por
Andalucía, donde se concentraban estos
problemas. En estos primeros momentos
se prestaba escasa atención a arrendatarios y aparceros.
La interpretación clásica del socialismo era que la huelga resultaba una
manifestación de la lucha de clases. Sin
embargo, las huelgas de 1901-1905
resultaron inesperadas. Muestra de la
escasa atención de los socialistas al tema
agrario y reflejo de la incomprensión de
lo que estaba sucediendo en el campo.
Por eso en sus primeros años de vida, la
UGT tuvo dificultades para extender la
organización por diferentes motivos:
dispersión espacial y diversidad estructural. Alguna pionera experiencia en el
medio agrario en el sur fracasó enseguida. A pesar de ello, en 1900 Pablo Iglesias llevó a cabo una campaña de difusión en el medio rural andaluz, donde
había una competencia anarquista.
Esta experiencia agraria de 1880 a
1905 puso de manifiesto las limitaciones del movimiento socialista en el
campo en un contexto caracterizado por
las reivindicaciones coyunturales, la
acusada localización espacial y la amplia
volubilidad ideológica. A partir de 1912
y, sobre todo, tras el estallido de la
Primera Guerra Mundial, se produjo la
recuperación. El aumento de afiliaciones
fue más por obra del partido que, en
1909, en su vía reformista, se había
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aliado con los republicanos y juntas
ambas fuerzas llevaron a cabo una campaña de propaganda en el mundo rural.
Era un momento de agotamiento del
sistema político en el que se produjo un
aumento de los conflictos sociales, especialmente de las huelgas, y una lenta
recuperación organizativa. Pero no se
logró articular una campaña de difusión
bien planificada y dominó la improvisación.
Se hacía necesario articular un programa agrario que superase los viejos
planteamientos ortodoxos. Y aquí se
reflejó de nuevo la influencia de Costa y
del regeneracionismo. La responsabilidad
del atraso se atribuía al terrateniente, lo
que potenció el mito del absentismo que
llevaría a disparatados planteamientos.
Fue preciso llegar a un compromiso entre marxismo y regeneracionismo (regeneracionismo socialista).
Comenzaron a influir los intelectuales y técnicos, que terminaron imponiendo sus concepciones. Para salir del
atraso era necesaria la defensa de la
pequeña propiedad. Con ello se potenció la crítica antilatifundista, muy asumida por los agrónomos, que atribuían
una gran responsabilidad a la Reforma
Agraria Liberal. Fue la causa de la ruina
del colectivismo, del desarrollo de la
concentración y de la creciente proletarización. La solución estaba, entonces,
en la fragmentación de la propiedad y
su distribución entre los campesinos
pobres. Se producía, en el fomento del
pequeño cultivo, una confluencia de la
preocupación ética (equidad) y económica (modernización). Tarea en la que
el papel central correspondía al estado.
La cuestión clave era la viabilidad técnica de la pequeña explotación de secano,
su protagonismo en la intensificación de
577
la producción agraria. Pascual Carrión
fue el gran defensor de esta opción
agronómica, de la que salió la obsesión
por el cultivo y el abandono de la idea de
colectivización. Pero había una profunda
contradicción entre socialistas y regeneracionistas. Estos criticaron los excesos
de la Revolución Liberal que destruyó los
comunales. En España, para ellos, no
hubo feudalismo. Aquellos, por el contrario, insistían en las insuficiencias de la
Revolución Liberal que había determinado una debilidad del capitalismo. La
presencia del feudalismo seguía siendo
asfixiante y así el latifundio no era una
gran explotación capitalista, sino un
resto feudal caracterizado por su explotación arcaica y deficiente.
El socialismo asumió la idea de que
la Revolución Democrática era una fase
necesaria en la transición del feudalismo
al capitalismo. Se generaría con el reparto de la propiedad, que posibilitaría
el avance del capitalismo en el campo.
Había, pues, coincidencia en los objetivos, pero no en las medidas. El punto
de discrepancia estaba en el papel de la
pequeña propiedad y del campesinado.
Para los socialistas ortodoxos el fraccionamiento de la pequeña propiedad estaba condenado al fracaso.
De acuerdo con los supuestos ideológicos del socialismo, eran partidarios
los mayoritarios de que las tierras expropiadas fuesen ocupadas por los sindicatos y explotadas colectivamente.
Paralelamente, se gestó una propuesta
procampesina, que implicaba atención a
los pequeños labradores, mediante reforma de los arrendamientos, mejora
del crédito rural y defensa de los bienes
concejiles. En suma, se produjo un intento de atracción de los arrendatarios y
pequeños campesinos para interesarlos
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RESEÑAS
en la construcción de la República Democrática.
Fernando de los Ríos realizó, en los
años previos a la II República, la más
importante expresión del pensamiento
socialista sobre la cuestión agraria. Hizo
una propuesta que después se plasmaría
en la Ley de Reforma Agraria de 1932.
Defendía la redistribución de la propiedad a partir de las tierras de la nobleza
y grandes latifundios (más de 2.000
hectáreas) y fincas arrendadas no cultivadas por sus propietarios (reflejo de la
obsesión por el absentismo).
Se conocieron diversos intentos
frustrados por concretar un programa
agrario. Sería la UGT en su XIII Congreso de septiembre de 1918 la que
primero lo aprobó. Poco después, el XI
Congreso del PSOE de noviembre de
1918 por fin concretó el suyo a partir
del proyecto de Fabra. Se produjo una
conciliación forzada de principios colectivistas e individualistas y se sintonizaba
con campesinos no jornaleros. La práctica se orientó a la organización y defensa
de las reivindicaciones de los trabajadores del campo. Terminaron los socialistas
asumiendo la idea de Reforma Agraria
desde una perspectiva obrerista: acceso a
la explotación colectiva de las tierras. En
la práctica, la acción sindical fomentó
movilizaciones poco rupturistas, más
proclives al acuerdo y la negociación con
la patronal. Se mostró una especial reticencia a la huelga general.
Entre 1916 y 1923, se produjo la
consolidación del asociacionismo campesino, surgiendo la Federación Agraria.
Durante la dictadura de Primo de Rivera
tuvo lugar un cambio de estrategia para
preservar el nivel de afiliación alcanzado.
Fue una fase a la defensiva. Ante el estancamiento con pérdida de afiliados
agrarios, se apostó por una estrategia
reformista y el fortalecimiento de un
modelo sindical de negociación. Por fin,
el 7 de abril de 1930 se creó la FNTT.
El definitiva, este amplio libro, muy
denso, recoge cosas que en buena medida ya se sabían, pero aporta la integración en una sólida interpretación global,
con recogida de las últimas aportaciones, de la trayectoria que conoció el
sindicalismo socialista en el campo, con
sus contradicciones y cambios de estrategia.
—————————————–——––—— Fernando Sánchez Marroyo
Universidad de Extremadura
fesanmar@unex.es
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RESEÑAS
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GRANJA, José Luis de la y PABLO, Santiago de (dirs.): Gerra Zibilak Euskadin izan
zuen bilakaerari buruzko iturri dokumentalen eta bibliografikoen gida
(1936-1939) / Guía de fuentes documentales y bibliográficas sobre la Guerra Civil en País Vasco (1936-1939). Vitoria-Gasteiz y Donostia-San Sebastián,
Eusko Jaurlaritza, Cultura Saila (Gobierno Vasco, Departamento de Cultura) y
Eusko Ikaskuntza (Sociedad de Estudios Vascos), 2009, 639 págs., ISBN: 97884-8419-197-1.
Es sobradamente conocido que la literatura de la Guerra Civil española es
la más abundante y prolífica sobre
cualquier otro acontecimiento histórico,
si exceptuamos quizás la Segunda Guerra Mundial. A lo largo del siglo XX,
desde que el reverendo C.J. Vilar publicase en 1938 su Biblioteca Fascista y
Antifascista, han ido apareciendo numerosas recopilaciones y corpus documentales. Quizás las más importantes son las de
García Durán (1985) o la de Ricardo de la
Cierva (1968). Desde el punto de vista
historiográfico podemos mencionar la
obra dirigida por Manuel Tuñón de Lara
Historiografía española contemporánea (1980)
o la publicada en 1996 por el CSIC, La
guerra civil española, dentro de la colección
Bibliografías de Historia de España.
Todas ellas, por un aspecto u otro,
han quedado ya superadas, y no solo
por el enorme número de publicaciones
posteriores, sino sobre todo, como manifiestan acertadamente tanto José Luis
de la Granja como Ángel Viñas en su
presentación de la obra que comentamos, por las posibilidades actuales de
recuperación de la información gracias a
la apertura de los archivos, y por las
ventajas que las nuevas tecnologías
ofrecen para la identificación y recopilación de los fondos archivísticos y documentales.
La Guía de fuentes documentales y bibliográficas sobre la Guerra Civil en el País
Vasco es un trabajo colectivo y presentado en una muy cuidada edición bilingüe
euskera-castellano. Este corpus documental abarca todo tipo de fuentes relativas a la Guerra Civil en el País Vasco:
fuentes de archivos y centros de documentación, publicaciones periódicas
vascas del período de la guerra, filmografía y documentales audiovisuales sobre el
tema y, de forma selectiva, bibliografía
de libros y revistas. Todo ello dentro del
ámbito cronológico del periodo de la
Guerra Civil y primer exilio y en los
límites geográficos de las provincias de
Álava, Guipúzcoa y Vizcaya.
Este importante trabajo de recopilación colectiva viene además avalado
por la experiencia de sus coordinadores,
los catedráticos de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco,
José Luis de la Granja y Santiago de
Pablo, que durante más de veinte años
han venido ocupándose, aparte de la
publicación de importantes estudios
historiográficos, de la recogida y presentación anual de las fuentes bibliográficas para la Historia Contemporánea del
País Vasco, tanto en la revista del Departamento Historia Contemporánea,
como en Vasconia, publicación editada
por Eusko Ikaskunza-Sociedad de Estudios Vascos.
La preocupación y el interés por los
estudios vascos, propiciado siempre por
esta última institución y el gobierno
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RESEÑAS
vasco, ha creado una escuela de larga
tradición bibliófila y documental, que
se inicia con Jon Bilbao y su monumental Eusko Bibliografía, hoy informatizada, y culmina en la importante labor
realizada por Irargi-Centro de Patrimonio Documental de Euskadi y su base
de datos Badator.
La primera parte del corpus que reseñamos es, sin duda, una recopilación
fundamental y definitiva de las fuentes
archivísticas sobre la Guerra Civil en el
País Vasco. Se recogen 328 archivos con
documentación sobre el tema, de los
que 202 pertenecen al ámbito territorial
histórico vasco, 38 al resto de comunidades autónomas, 59 a archivos y centros europeos, así como 59 latinoamericanos, estos últimos de interés sobre
todo para el exilio. Son archivos de la
administración (nacionales o estatales,
generales, provinciales y municipales o
departamentales), militares y eclesiásticos, de instituciones y asociaciones, de
centros artísticos o de enseñanza, públicos y privados.
La ficha de cada uno de ellos se estructura en tres apartados: 1) datos de
localización y consulta, 2) descripción
del contenido más o menos exhaustivo
en función de la importancia de los
fondos y 3) los instrumentos de descripción de los mismos: guías, catálogos,
inventarios, bases de datos y bibliografía de apoyo y consulta.
Dado el volumen y amplitud de este capítulo, los autores han optado por
elaborar de esta parte una edición «doble», incluyendo solo los más importantes en la obra impresa, e incorporando
al libro un DVD con la totalidad de
archivos y centros de documentación.
A continuación, se recogen 173 publicaciones periódicas vascas editadas
entre 1936 y 1939 en los territorios de
la comunidad autónoma y en lugares
del exilio. La localización y consulta de
las fuentes hemerográficas, tan importantes en la investigación de la historia
del siglo XX, ha sido siempre un aspecto deficitario, por lo que consideramos
de gran interés su compilación como
base de futuro para una gran hemeroteca digital.
Se incluye además la filmografía sobre la Guerra Civil, reseñando los documentales audiovisuales, películas de
ficción y videos producidos desde 1936
a 2007, así como información sobre los
centros documentales que conservan
dichos fondos. No menos importancia
tienen también las fuentes orales, poco
frecuentes recogidas en el siguiente
capítulo, tanto inéditas como publicadas, incluso estas poco frecuentes en
bibliografías al uso, de las que se nos
ofrece una importante selección. Así por
ejemplo, la recopilación de testimonios
orales sobre el bombardeo de Guernica
o sobre la represión franquista.
Como decíamos al comienzo de esta
reseña, es inmensa la historiografía publicada sobre la Guerra Civil, tanto en
monografías, compilaciones, ponencias
de congresos o artículos de revistas. Es
sobre todo en y a partir del cincuentenario cuando la producción se incrementa ostensiblemente, siendo además
el País Vasco, después de Cataluña, la
comunidad sobre la que más se ha investigado. Abordar una recopilación
exhaustiva y de variada tipología documental desde 1936 a la actualidad en
un repertorio impreso y cerrado no tiene demasiado sentido, cuando ya proliferan sistemas de información y bases
de datos de actualización periódica. Por
ello, los autores han optado, acertada-
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mente, por presentar una selección de
libros y folletos, nacionales e internacionales, publicados entre 1936 y 2007,
haciendo especial hincapié en las publicaciones de la época de la guerra y el
franquismo y, sobre todo, en las memorias de sus protagonistas. Interés especial tiene la incorporación de los folletos
de propaganda de ambos bandos. Del
periodo entre la Transición y la actualidad (1975-2007), se han seleccionado
principalmente recopilaciones impresas
de fuentes, títulos relevantes y obras
basadas en testimonios. En cuanto a
artículos de revistas, se ha optado por
incorporar únicamente números monográficos de revistas. No olvidemos el
gran número de artículos publicados en
los últimos años. Como ejemplo, solo la
base de datos ISOC-Historia del CSIC
ha recopilado desde 1975 hasta la ac-
581
tualidad más de 500 artículos procedentes de revistas españolas sobre el
tema de la guerra en el País Vasco.
La obra aporta además una cronología de la Guerra Civil, un estado de la
cuestión historiográfico y unos índices
de archivos y centros de documentación
incluidos en el DVD.
Esta obra de referencia, como manifiesta Ángel Viñas en el prólogo, «supone un avance espectacular en la identificación de los fondos documentales
relevantes en archivos peninsulares y
extranjeros», y sin duda es en este ámbito de las fuentes archivísticas una
obra única y modélica. Su buena estructura y facilidad de manejo la convierte
en una eficaz obra de consulta para los
actuales y futuros estudiosos de la Guerra Civil en el País Vasco.
—————————————–——––——————
Cruz Rubio
CSIC
mariacruz.rubio@cchs.csic.es
RODRIGO, Javier: Hasta la raíz. Violencia durante la guerra civil y la dictadura
franquista. Madrid, Alianza Editorial, 2009, 256 págs., ISBN: 978-84-2064893-4.
Es frecuente en los temarios y manuales universitarios, así como en las
clases, juntar la Segunda República y la
Guerra Civil y hacer un nuevo tema o
un capítulo distinto para el franquismo.
Así, república y guerra quedan engarzadas y formando una unidad narrativa,
mientras el franquismo se presenta en
otro proceso distinto (otra unidad de
acción y otro tiempo). Esta manera de
operar no es inocente y Rodrigo nos
muestra en este libro hasta qué punto
es, además de culturalmente deudora
del franquismo, inexacta para entender
la misma dictadura.
El objetivo del trabajo, en efecto, es
analizar la violencia política empleada
por la dictadura. Se trata de una buena
síntesis, perfectamente calculada como
acto de comunicación, donde no sólo
hay investigación del autor sobre muchos aspectos que se tratan, sino, sobre
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RESEÑAS
todo, hay mirada de conjunto y una
permanente invitación a la reflexión: el
libro le ofrece al lector una eficaz puesta
al día sobre el tema y le invita a proseguir pensándolo, lo que es útil para
especialistas, docentes y ciudadanos
interesados. El ensayo, que se abre con
un penetrante prólogo del escritor Isaac
Rosa, por otro lado, rompe con la simplificación, el maniqueísmo, las cifras de
muertos como arma arrojadiza, la mitificación y la propaganda; elude el «gran
relato» y penetra en las actitudes de las
personas (la cultura) y los nexos de estas
con el contexto. Y, como no podía ser
de otro modo, aunque el objetivo sea la
violencia política del franquismo y sus
raíces, tanto en la etapa de la guerra
como en los cuarenta años de dictadura,
también dibuja con detalle la violencia
durante la Guerra Civil en su conjunto,
aspecto este que, de paso, delata la falta
de monografías historiográficas sobre la
violencia revolucionaria. Pero vayamos
por partes. Tres son, a mi modo de ver,
los principales argumentos entrelazados
que aporta este estudio.
Sostiene el autor —y tal es la primera tesis— que «el franquismo echó
las bases de su larga duración en la
enorme inversión en violencia realizada
en la guerra y la posguerra, para después
ir administrando sus rentas» (pág. 163).
Conclusión dura, pero no menos certera.
La violencia política se nos muestra con
su inacabable rosario represivo. Por el
libro desfilan todos los recovecos de la
represión y violencia política que ha
exhumado y contrastado la mejor historiografía hasta el presente. Y en este
nudo de atropellos, sin duda, la furia que
se desplegó el verano del 36 (la que «a
sangre caliente» se desarrolló «por los
hunos y los hotros», que decía Unamu-
no) es pieza central y merece en el trabajo el análisis minucioso que le corresponde: las ejecuciones —extrasumariales o
extrajudiciales— de aquel verano, el
avance y terror de los golpistas («hay que
sembrar el terror», Mola dixit, cita en
pág. 63), las fosas y desaparecidos o el
asesinato de sacerdotes. A la ferocidad de
aquel verano siguió otra fase de violencia
política —desde finales de 1936 hasta el
final de la guerra— que también se estudia en sendas retaguardias: la violencia
gradualmente reglada y organizada que
de defensiva pasó a ofensiva y que procuraba paralizar al enemigo. «En ambas
retaguardias —escribe−, la violencia fue
la representación máxima del poder
político y del dominio sobre la vida y la
muerte, la profilaxis contra las “malas
hierbas” que había que arrancar “hasta
las últimas raíces”» (pág. 42). Añadamos, sin embargo, que esta violencia
fue «asimétrica»: la franquista fue mayor que la revolucionaria y la republicana en número de víctimas, en proporción a la población afectada y en
estrategias para moldear lealtades y
excluir disidencias. En fin, la tercera
etapa de la violencia política que el libro
aborda es la que se impuso a los vencidos: se trata de la coacción que siguió a
la «victoria» del 39, encargada de la
«pacificación» de España, que no propiamente de traerle la paz al país.
Arranca esta fase al finalizar la guerra,
pero su brazo llega mucho más lejos:
alcanzó primero a quienes frenaron el
golpe de Estado e hicieron la guerra y,
más tarde, enlazó con la nueva forma
violencia represiva del régimen (la del
TOP y los tribunales militares que funcionaron hasta 1975) articulada contra
una nueva oposición, emergente desde
los años cincuenta cuya característica
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
esencial era que no había hecho la guerra pero que disentía de la dictadura.
Lógicamente, en su estudio, Rodrigo añade a los «enterrados», los «desterrados» y los «aterrados», pues la violencia política y la represión alcanzaron
también a los vencidos que se exiliaron,
muchos de ellos atrapados muy pronto
por la guerra mundial (y hasta en
Mauthausen-Gusen), y a los que fueron
apresados, quedaron o permanecieron
en España o regresaron a ella y sobre
cuyas cabezas cayó el peso de las represalias. Se trata de los huidos y guerrilleros, los prisioneros de campos de concentración y cárceles, los trabajadores
forzados de batallones disciplinarios y
regiones devastadas, los redentores de
pena por el trabajo (que aportaron jugosos beneficios al Estado y a particulares). El arco represor que aquí se desmenuza se cierra con un elocuente
repaso a la depuración, la catolización
integrista de la moral y las costumbres,
la segregación de las mujeres, la irremisible pérdida de los derechos de los ciudadanos, la rapiña, el robo y la incautación (desarrollados por la ley de
responsabilidades políticas) que se impuso a los vencidos, la reserva de plazas
y empleos a los «adictos» (forjando con
ello sólidas raíces sociales a la «adhesión
inquebrantable»), y en definitiva, la
segregación de los «rojos»… Así se
logró crear e instaurar una sólida cultura de silencio y miedo —públicamente
recordada de manera perenne— llamada a tener una vida política más larga
que la de la dictadura: «Nada más fecundo que la sangre derramada», decía
el dictador (cita en pág. 199).
La segunda argumentación que el
libro aporta muestra que la violencia
política conforma el núcleo mismo del
583
régimen de Franco. La violencia y represión de la dictadura franquista, la de
la posguerra y la posterior, no puede
separarse, como demuestra el autor, de
la realizada en los años del conflicto
bélico. Tribunales militares y de orden
público, torturas en comisarías, juicios
sin garantías, cárceles y batallones de
trabajo forzado, sin que falten las ejecuciones (masivas inmediatamente después de la guerra y calculadas y no menos «pedagógicas» posteriormente) son
sus pruebas. El libro, en este sentido,
llega «hasta la raíz» del régimen y reta
todo empeño producido por los propios
ideólogos franquistas de dar una imagen ponderada, equitativa y benévola
de sí mismo. No fue un régimen moderado; fue una dictadura «que hizo gala
en tiempos de paz de una tasa de represión, coacción y sangre, dentro de sus
fronteras como ninguna otra dictadura
o democracia» (pág. 49); fue una tiranía
que invirtió mucha sangre y represión
entre 1936 y 1948 y luego, en fases que
detalla y analiza el trabajo (1948-63,
1963-67, 1967-75), administró las
rentas de este capital de violencia con
mano firme pero ya sin la necesidad de
alcanzar las desproporciones de sangre y
represión sin mesura que ejerciera contra
el disidente en sus doce primeros años
de vida, aunque no sin contundencia:
ahí está, para rubricar la dictadura, el
TOP y el carrerismo.
También, a la luz del trabajo, se
derrumba la interpretación moderada
—ofrecida en su día por el profesor
Linz y seguida por otros— que incidía,
por un lado, en los apoyos sociales que
tuvo la dictadura —nadie los niega— y
por otro, en la existencia de una mayoría
silenciosa, apolítica, apática, versátil y
crípticamente conformista. Esta homoge-
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neidad cultural, ese «franquismo sociológico» tan asumido y compartido por los
ciudadanos es lo que queda en entredicho.
La cultura del silencio, y en consecuencia
la docilidad de millones de ciudadanos,
se impuso a golpe de segregación, control de medios de comunicación y
escuelas, tribunales militares, a golpe de
TOP y hasta a golpe de garrote vil
cuando fue menester, y la represión de
la dictadura tuvo que ver con esa
homogeneidad cultural por más que el
país mutara de las hambres autárquicas
al desarrollismo, de los fascistas a los
tecnócratas. Al analizar el enorme monumento de la violencia política —no
menos grande, si se permite, que la
arquitectura del Valle de los Caídos—
se derrumban, uno a uno, no sólo los
más machacados mitos y tópicos que los
intelectuales del franquismo generaron
sobre la dictadura, sino también, una a
una, las interpretaciones más condescendientes de sociólogos, politólogos e
historiadores que sirvieron en los años
setenta y ochenta para «echar al olvido»
aquellos horrores y reabrir la convivencia que rubrica la Constitución de 1978.
La tercera aportación, en fin, es la
reflexión sobre la violencia política que
plantea Rodrigo, cuyo pulso recorre el
libro. La violencia política en caliente,
sin trámites judiciales, que se ejerció
durante el golpe y la revolución del
verano del 36; la violencia institucionalizada desde finales del 36 hasta el final
de la guerra a ambos lados de la trinchera, y la violencia que se impuso tras
la victoria de los franquistas sobre los
republicanos. Tres momentos diferentes
que requieren explicaciones matizadas y
que en el trabajo se perfilan. En el primer momento, el que más impacta
siempre, el golpe y la revolución se
iniciaron con el asesinato y el tiro en la
nuca. «El exterminio del contrario fue
masivo y pedagógico —escribe Javier
Rodrigo—, y tuvo un carácter nuevo:
no se eliminaba ni se juzgaba por motivos individuales, ligados a la actuación
concreta del “ajusticiado”… se eliminaba su identidad, en cuanto colectiva, se
acababa con la vida del otro por razones
supraindividuales» (pág. 33). La compasión se tomaba por cobardía y la misericordia por desafección. No se trata tanto de «espontaneidad» en aquella
violencia cuanto de «voluntad estratégica de aniquilamiento de la alteridad
política», dice (pág. 41). A partir de
noviembre de 1936, la violencia cambia
de forma, se institucionaliza, aunque
mantiene el fondo más nítidamente
«para dotar al estado insurrecto de una
estructura depuradora firme y de incontestable autoridad» (pág. 93). Si hubo
menos violencia que en el verano fue
porque la inversión principal de terror
ya estaba hecha.
Como se ve, las razones y motivos de
la violencia política se hilvanan. Había
en el verano del 36, por ejemplo, «voluntad estratégica» y algo más: erradicar
a los revolucionarios los unos, y a los
viejos poderes los otros, como acredita el
hecho del «asesinato metódico de sacerdotes [que] tuvo de ritual tanto como de
político: disolución instantánea de viejos
poderes y venganza contra quienes durante décadas se habían percibido como
impulsores, legitimadores e instigadores
de la “opresión”» (pág. 42). Acabar con
el enemigo «hasta la raíz» fue frase usada
a ambos lados de las trincheras. Se trataba de paralizar al contrario. Pero estas
argumentaciones son muy genéricas
todavía: no eluden la gran pregunta que
queda planteada: «¿Qué lleva a una
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persona a asesinar impunemente, a disparar cobardemente y a bocajarro sobre
un prisionero de guerra desarmado?»
(pág. 84). Causas (contexto, impunidad
ideológica, aceptación de la eliminación
del otro como cosa lícita…) y motivos
(miedo, inseguridad, revancha, «matar
antes que te maten»…), a partir de ahí,
se entrelazan para aquel verano en llamas y para todo el libro. Con todo, la
respuesta a esta pregunta capital —si se
quiere honda y matizada— tan compleja
como general y actual, no la puede aportar este libro que está atrapado en el
marco teórico en el que hoy se mueve la
historiografía (como la figura fractal del
copo de nieve de Koch que menciona,
pág. 80). Esta respuesta requiere un
marco teórico y conceptual que aún no
se ha establecido y donde cabe asignarle
585
—entiendo— un papel importante a la
interdisciplinaridad y dar entrada en
ella a la psicología social.
El libro de Javier Rodrigo, en resumen, es un viaje a las cloacas de la dictadura. Es también una historia dolorosa y por momentos desgarradora que
desvela la entraña de aquél régimen,
nos muestra la violencia política de
manera vívida y persuasiva, la contrasta
—en la limitada medida de lo posible— con la violencia política revolucionaria y aporta una mirada transparente libre y segura, bien documentada
y contrastada, que propone argumentos
para un debate racional, abierto, sereno
y sin prejuicios, en un país donde enterrar con dignidad a los muertos que
yacen en fosas clandestinas sigue siendo
—tristemente— un tabú.
—————————————–——––———
Marc Baldó Lacomba
Universitat de València
Marc.Baldo@uv.es
MINNEN, Cornelis A. van y HILTON, Sylvia L. (eds.): Political Repression in U.S.
History. Midelburg/Ámsterdam, Roosevelt Study Center/VU University Press,
2009, 242 págs., ISBN: 978-90-8659-319-4.
Junto a la democracia y la libertad, la
violencia es probablemente no solo uno
de los temas más estudiados en la historiografía y las ciencias sociales estadounidenses, sino también más presentes en los
medios de comunicación de masas, la
realidad cotidiana y el propio imaginario
colectivo estadounidense. Lo que quizás
es menos conocido es que esa Gunfighter
Nation, parafraseando a Richard Slotkin
(Richard Slotkin, Gunfighter Nation, Nueva
York, 1993), era especialmente violenta
tanto en la «frontera» contra los nativos
americanos, como en el sur y las principales ciudades del norte por la represión
política y social que grupos, individuos y
poderes públicos ejercían contra los
afroamericanos en el sur −antes y después
de la esclavitud− y contra el movimiento
obrero en las zonas industriales del país.
Como señalan los editores en la introducción, la represión política oscurece, pero no borra los logros de la democracia estadounidense, ni Estados Unidos
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es excepcional en este ámbito, pues la
represión política es un recurso del estado en todas las democracias liberales.
Sin embargo, lo que hace singular la
historia de la represión política en Estados Unidos es que esta se ejercía por
primera vez en un sistema político representativo cuya Constitución garantizaba desde 1791 los derechos individuales y la igualdad ante la ley, y desde
mediados del siglo XIX en una sociedad
abierta y un régimen político frágil,
como por naturaleza es la democracia,
que tenía que enfrentarse a los desafíos
internos y externos de una sociedad en
rapidísimo crecimiento. También era
singular la represión política que desde
finales de la Primera Guerra Mundial
podía ejercer un nuevo imperio cuyo
lema era la defensa y extensión de la
democracia y la libertad.
El presente libro recorre la historia
de la represión política desde las primeras leyes de excepción de 1798 en la
presidencia de John Adams, hasta la
Patriot Act de 2001 y 2006 y el endurecimiento de las leyes de inmigración
posteriores al atentado terrorista del 11
de septiembre de 2001. Fruto de uno
de los coloquios que periódicamente
organiza el Roosevelt Study Center de
Middelburg, uno de los mejores foros
para el debate de la historia de Estados
Unidos en Europa, y de la dedicación de
los organizadores del encuentro que,
como en anteriores ocasiones, se extiende a la edición de este libro. Sylvia Hilton (Universidad Complutense de Madrid) y Cornelis van Minnen (director
del Roosevelt Study Center, y profesor
de la Universidad de Gante) nos ofrecen
en su edición tanto una valiosa introducción, que inserta las distintas formas
de represión política analizadas en el
volumen en su contexto histórico y en
la discusión historiográfica general,
como una cuidada selección de trece
artículos —doce de ellos de historiadores europeos—, que, por su calidad e
interés, evita la desigualdad que suele
caracterizar a los libros colectivos, proporcionándonos así una visión de conjunto de la historia de la represión política en Estados Unidos.
A lo largo del libro constatamos
que al menos ha habido dos tipos de
represión política en Estados Unidos: la
que es consustancial a la naturaleza de
la república estadounidense y la que
responde a un peligro externo, que
amenaza la seguridad nacional y la unidad republicana. Como señala Thomas
Clark en su análisis de la obra de James
Fenimore Cooper, uno de los primeros
escritores forjadores de una «mitología
nacional», que en plena época de Jackson defendía tanto la pervivencia de la
esclavitud, como la exclusión política de
inmigrantes y negros libres para mantener la democracia y salvaguardar la
Unión, la exclusión política no estaba
en la leyes fundamentales de la república, pero sí en el espíritu del régimen
representativo desde el principio y también en su rápida transformación en una
democracia para los blancos. Aunque el
texto de Clark curiosamente no menciona el genocidio indio, la rápida expansión de la democracia exigía la desposesión india, dándose la paradoja de
que, como señala Michael Mann (El
Lado oscuro de la democracia, Valencia,
2009), los regímenes más representativos han sido responsables de un mayor
genocidio en el «nuevo mundo». Lo que
me parece peligroso de la aportación de
Clark es descontextualizar el pensamiento de Fenimore de la cambiante
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América jacksoniana, que alumbró también enormes avances cívicos como el
abolicionismo, y convertirlo en una tradición que llega hasta George W. Bush.
La esclavitud era la otra exclusión
política y cívica fundamental que requería una violencia institucional permanente. Legalmente se afianzó en el
sur conforme se desarrollaba el capitalismo y la democracia desde el primer
tercio del siglo XIX. Tras su abolición
en 1863, la efímera liberación del final
de la Guerra Civil y la Reconstrucción,
las leyes electorales y las leyes de segregación impidieron desde 1880 el disfrute
de la igualdad política y cívica a los
afroamericanos en los estados del sur,
mientras una represión política más moderna, amparada en los poderes públicos,
aplicaba la ley y utilizaba la violencia
sistemática contra ellos. Adam Fairclough y Mark Ellis nos hablan en sus
capítulos de este sur pos-Reconstrucción,
pero se centran en formas más sutiles de
intimidación y coerción: acabar con el
voto negro y el Partido Republicano
fabricando un discurso hegemónico hostil o intimidar a los liberales reformistas
blancos que buscaban el diálogo entre
razas. Si desde que acabó la Guerra Civil
el objetivo de la élite demócrata era recuperar su poder, subvirtiendo la Reconstrucción de un nuevo sur sin esclavitud, aniquilando violentamente el voto
negro y al Partido Republicano que lo
representaba, Fairclough sostiene que su
tergiversación de la realidad sudista —la
inminente amenaza de «una rebelión
armada de negros» y de unos libertos
que serán votantes «indolentes e ignorantes», susceptibles de corrupción— fue
estableciendo una historia de la Reconstrucción como régimen corrupto y vengativo respecto a los blancos, que per-
587
maneció como la versión oficial de aquel
periodo histórico hasta la década de
1950. Este discurso hegemónico contribuyó a que el sur fuera una región unipartido hasta la Ley de Derechos del
voto de 1965, donde un Partido Demócrata segregacionista y racista estableció
su modelo de democracia. Precisamente
Mark Ellis atribuye al consenso represivo y a la coerción social el retraso de los
liberales reformistas sudistas blancos en
hablar de derechos civiles y cuestionar
abiertamente la segregación social hasta
el New Deal.
También los inmigrantes no protestantes ni nórdicos, especialmente si
aparecían ligados a las primeras manifestaciones del radicalismo político y el
movimiento obrero, sufrieron una dura
represión política desde el final de la
Guerra Civil hasta la Primera Guerra
Mundial. Ejércitos privados, como la
agencia Pinkerton, autoridades estatales, la judicatura, en ocasiones el ejército y los poderes federales reprimieron
sistemáticamente las demandas principalmente laborales de una nueva clase
obrera inmigrante, que sin la defensa de
la ciudadanía se enfrentaba a durísimas
condiciones de trabajo cuando las grandes corporaciones estaban transformando
la economía estadounidense, el movimiento obrero internacional comenzaba
a organizarse en la I Internacional y la
sombra de la Comuna de París hacía
imaginar escenarios de revolución en
Estados Unidos provocados por radicales extranjeros. Los juicios sin garantías
y las posteriores ejecuciones de los Molly Maguire o los Mártires de Chicago
fueron hitos de esta represión que a
finales del siglo XIX tuvo ecos internacionales y empezó a identificar radicalismo con antiamericanismo.
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RESEÑAS
Con respecto a la represión política
que desde el poder federal defiende la
república ante una amenaza externa,
promulgando leyes excepcionales que
vulneran la Constitución para garantizar la seguridad y unidad nacional,
distintos artículos examinan los cuatro
momentos históricos principales en que
esto ha sucedido: la «quasi guerra» con
Francia en la presidencia de John
Adams, la primera «amenaza roja»,
gestada en la Primera Guerra Mundial
y que se extendió hasta el principio de
los años veinte, la fiebre antisindical y
anticomunista ligada a la guerra fría
entre 1946 y 1956, y el efecto de los
ataques terroristas del 11 de septiembre
de 2001 en el comienzo del siglo XXI.
En los años probablemente más difíciles de la república federal de Estados
Unidos, cuando una política exterior de
intensa rivalidad entre Francia y Gran
Bretaña amenazaba la independencia
del país, Serge Richard analiza en su
contribución, sin tener demasiado en
cuenta la fragilidad de la joven república, cómo el segundo presidente de Estados Unidos, el federalista John
Adams, promovió por temor a una guerra con Francia las primeras leyes que
en 1798 sospechaban de los extranjeros
—ley de naturalización—, pusieron en
cuestión la primera enmienda —leyes
de espionaje y sedición— y sirvieron
para censurar las opiniones y actividades políticas de Thomas Jefferson y sus
seguidores en el Partido Republicano.
En la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos ya no era una frágil república, sino una primera potencia económica mundial de cien millones de
habitantes, que se extendía hasta el
Pacífico y desde 1898 tenía una presencia exterior cada vez mayor con un nue-
vo tipo de imperialismo que, con la
promoción del liberalismo económico y
la democracia política, buscaba influir
económicamente sobre toda América y
el Pacífico. Sin embargo, era una potencia que no parecía interesada en jugar
un papel crucial en el orden internacional, ni menos intervenir militarmente
en un continente como Europa en el
que tenía pocos intereses y nunca había
sido el objetivo de su política exterior.
Por otro lado, su marina era la tercera
del mundo, pero apenas tenía un ejército potente y moderno y la mayoría de la
población era pacifista respecto al conflicto europeo.
Convencer y conformar a la opinión
pública y purgar a los disidentes fue
una tarea que por primera vez realizó la
administración federal. Daniella Rossini
analiza en su interesante artículo tanto
la tarea uniformadora y depuradora del
Committee on Public Information, comparando los modernos métodos del CPI,
con la burda y represiva censura de las
sociedades no democráticas de Europa,
como Italia. Estados Unidos, como una
sociedad de masas avanzadas, inundaba
de información centralizada a los medios de comunicación desde el CPI,
difundiendo a través de este tanto propaganda, como cierta censura. Por supuesto, esta información centralizada
fomentaba el anti-germanismo y la
intolerancia contra los disidentes, mientras enfatizaba el americanismo y su
papel crucial tanto en la política interior
de Estados Unidos, como en la construcción de un mundo democrático.
Muy interesante me parece el contraste
señalado por Rossini entre el intento de
crear una opinión pública conformista
desde el poder federal, frente a la opinión pública independiente, combativa
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y garante del estado de derecho del
periodo progresista.
En el mismo ámbito de la Primera
Guerra y posguerra mundial, durante la
administración Woodrow Wilson, Alex
Goodall, en uno de los artículos más
interesantes del libro, establece la relación —no siempre simétrica— entre
política exterior y represión interna.
Wilson fue el presidente que finalmente
dio un marco intelectual a la política
exterior de Estados Unidos, cuya misión
era extender la democracia a los pueblos
del mundo y, cuando la vieja diplomacia europea fracasó estrepitosamente al
estallar la Primera Guerra Mundial,
diseñó un nuevo orden mundial basado
en el internacionalismo liberal, que
garantizara la paz mundial. Con estas
ideas entraría finalmente Estados Unidos en la guerra en marzo de 1917, solo
unos meses antes de que en Rusia los
bolcheviques tomaran el poder en octubre, desafiando el nuevo orden internacional con el internacionalismo proletario. En esta complicada coyuntura
exterior, por primera vez el poder federal utilizó el esfuerzo bélico para —por
medio de leyes excepcionales y represión directa— acabar con todos los
radicales sospechosos de pacifismo y
simpatías con la revolución rusa —
Partido Socialista Americano, Industrial
Workers of the World—, mientras que en
política exterior se resistió a intervenir
contra el Gobierno bolchevique hasta el
invierno de 1918 —y lo haría más tímidamente que sus aliados—, una vez
firmada la paz de Brest Litovsk. En
1919 un Wilson que trataba de convencer a la opinión pública y al Congreso de la necesidad de entrar en la Sociedad de Naciones, exageró la amenaza
comunista interna derivada de la situa-
589
ción internacional, lo que permitiría la
primera «amenaza roja» de la historia
de Estados Unidos y la implacable represión de 1919. Finalmente, el legado
de Wilson eliminó cualquier diferencia
entre liberalismo externo y represión
interna, pues como concluye Goodall,
fue una política exterior que no reconoció al gobierno soviético hasta 1933, al
acusarle de promover la revolución en
Estados Unidos, y, por tanto, estableció
por primera vez una conexión entre
anti-radicalismo interno y externo, que
sembró el camino para el conservadurismo de los años veinte.
Quizás habría que tener en cuenta
para entender mejor la falta de resistencia frente a la represión interna, que esta
tuvo lugar en medio de los mayores
avances del reformismo progresista,
cuando la intervención del Estado en la
economía y la movilización bélica crearon una situación de pleno empleo que
elevó drásticamente los salarios, dio nuevas oportunidades a las minorías y un
enorme poder institucional y negociador
a los sindicatos moderados de la AFL.
También que Estados Unidos se convertía en potencia hegemónica justo cuando
el «internacionalismo proletario» amenazaba un nuevo orden internacional, que
en parte de Europa se sustentaba en
jóvenes democracias, muy frágiles.
Ellen Schrecker, experta en el macCarthismo y una de las historiadoras
más relevantes de la represión en la
historia de Estados Unidos, analiza a
través de la experiencia de un líder sindical comunista del medio-oeste el efecto individual de la aplicación de las
leyes de excepción aprobadas durante la
Segunda Guerra Mundial y la guerra
fría. Desde los reiterados ataques a la
actividad sindical y libertad personal de
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William Sentner durante los años treinta y cuarenta, hasta que fue condenado
a principios de los años cincuenta por
ser comunista y como tal amenazar con
derrocar violentamente al gobierno de
los Estados Unidos, en aplicación de la
Smith Act de 1940. La condena, basada
en pruebas «vagas e imprecisas», con
una ley que vulneraba la primera enmienda, fue revocada por el Tribunal
Supremo en 1958, cuando había pasado
la fiebre anticomunista que dominó la
historia estadounidense entre 1946 a
1956, el periodo más largo de represión
política. La autora concluye en su sugerente artículo, que en cualquier momento de «amenaza a la seguridad nacional» nuevas leyes federales han
suspendido la Constitución y permitido
reprimir a los disidentes, o cualquier ley
existente se ha podido utilizar de manera arbitraria, situación excepcional que
históricamente ha cedido al desaparecer
la amenaza externa. Pero la restitución
de derechos individuales, como el caso
que estudia, no impidió acabar con la
actividad política disidente o destruir
las vidas de los perseguidos.
También Melvyn Stokes se refiere a
este asunto en Hollywood desde una
nueva perspectiva. No como la forma
de domesticar a Hollywood por parte
del Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso, sino más bien como
el momento aprovechado por la élite de
los estudios para acabar con un potente
movimiento sindical, gestado en los
años treinta, fortalecido en la Segunda
Guerra Mundial y manifestado en la
inmediata posguerra. Finalmente M.ª
Luz Arroyo une guerra fría, represión y
política exterior al interpretar la decisión del diplomático Claude Bowers de
no publicar durante 14 años sus memo-
rias como embajador en España durante
la Segunda República y la Guerra Civil,
como producto de presiones personales
y políticas. Unas memorias que defendían la democracia republicana española
y acusaban a la política de apaciguamiento británica de haber abandonado
este régimen al fascismo, podían entre
1939-1945 enemistar a Estados Unidos
con sus principales aliados y amenazar
la preciada neutralidad de Franco. En
1945 era el Departamento de Estado el
que quería revisar las memorias de Bowers, y en 1947, cuando comenzaba la
Guerra Fría, tanto el lobby católico como el Senado, interesados en las bases
militares en España, estaban preparando el terreno para los pactos con el gobierno de Franco que culminarían en
1953.
Tras una introducción que analiza
las leyes migratorias que desde la década de 1980 tratan de revertir la llamada
Inmigration Friendly Act de 1965, que al
abolir las cuotas de origen favoreció la
emigración no europea y permitió el
reagrupamiento familiar, Catherine
Lejeune interpreta la legislación migratoria posterior al 11 de septiembre de
2001, como una forma de represión y
control social cuando la seguridad nacional está amenazada. Así, las disposiciones de la Patriot Act de 2001 y 2006
amplían la definición de quién es deportable y aumentan los poderes del fiscal
general para detener indefinidamente a
los no ciudadanos; el factor racial es
clave respecto al trato de la inmigración
mexicana; la frontera con México se
refuerza bajo la amenaza de terrorismo
y la nueva ley de inmigración en proyecto no protege los derechos fundamentales de los inmigrantes y los que
buscan asilo.
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
Incluso en momentos históricos
muy progresistas, como la Segunda
Guerra Mundial y los años sesenta y
primeros setenta del siglo XX, y respecto a la minoría que más avanzó, la minoría negra, Walter White señala que
hubo una autocensura en la dirección de
la NAACP con respecto a la discriminación de los afroamericanos en el ejército
mientras duró la guerra, tanto por ayudar a la victoria aliada, como por el
peligro racial que podría suponer una
victoria de Hitler. Mientras que Clive
Webb analiza cómo en 1972, para defenderse de la campaña al Senado del
supremacista racista de Georgia J.B.
Stoner, la NAACP y la Liga Judía Antidifamación revertieron su estrategia
de una interpretación amplia de la libertad de expresión de la primera enmienda, pidiendo sin éxito la intervención de los poderes federales para
reprimir el discurso de odio e incitación
a la violencia de Stoner. Por supuesto,
ambas reflexiones solo reflejan una relación muy indirecta con el tema central
de la represión política.
591
¿Por qué tan a menudo el miedo y
la amenaza a la seguridad nacional han
llevado a los gobiernos estadounidenses
a aprobar leyes excepcionales que amenazan la Constitución?, se pregunta en
el último artículo Ole O. Moen. No
comparto su visión europeísta y atemporal, que recurriendo a Alexis de Tocqueville, considera que la ausencia de
un genuino individualismo en Estados
Unidos y la «tiranía de la mayoría» son
responsables de los miedos recurrentes y
la falta de debate libre en la sociedad
estadounidense. Sí que me parece más
contextualizada la explicación basada en
la «arrogancia del poder» que Estados
Unidos ha exhibido desde la Segunda
Guerra Mundial, basándose en las palabras del senador William Fullbright en
1966, en plena guerra del Vietnam.
Pues es, en definitiva, en cada contexto
histórico concreto y en perspectiva
comparativa como puede explicarse la
historia de la represión política en Estados Unidos sin caer en otro tipo de
excepcionalidad, como logra con éxito
este libro colectivo.
—————————————–——––———–——
Aurora Bosch
Universitat de València
Aurora.Bosch@uv.es
Hispania, 2011, vol. LXXI, n.º 238, mayo-agosto, 469-592, ISSN: 0018-2141
NORMAS DE PUBLICACIÓN
1. TEXTOS
Artículos. El autor enviará el texto con una carta adjunta donde deberá constar de forma
explícita que se trata de un trabajo original, que ninguna de sus partes ha sido publicada anteriormente, que no ha sido publicado en otro idioma y que no se halla en fase de evaluación en
otras revistas o publicaciones. En esta carta incluirá también sus datos profesionales con centro
de trabajo, correo electrónico y una dirección postal.
Los textos se presentarán con notas a pie de página y sin bibliografía final. La extensión
del trabajo será de entre 10.000 y 12.000 palabras. Se acompañará de una primera página con
el título del artículo, un resumen con un máximo de 200 palabras y 6 palabras clave, todo ello
en español e inglés. El resumen describirá el objetivo del trabajo, fuentes, método, argumento
y conclusiones. La revista aconseja mantener este orden en el desarrollo del artículo.
Monográficos. La revista publica también estudios monográficos integrados por un mínimo de seis artículos y un máximo de ocho sobre un mismo tema. La propuesta de un monográfico la hará el coordinador del conjunto mediante una carta de no más de 100 palabras que
incluirá el título, los autores, los artículos de cada uno y una explicación sobre el interés del
monográfico. Éste se publicará con una breve introducción a cargo del coordinador. Estos artículos se regirán por las mismas normas que los demás de la revista en cuanto a extensión y
forma de evaluación. La eventual traducción al español o a otra lengua de un artículo del monográfico será responsabilidad de su autor o del coordinador del monográfico.
Estudios críticos. La revista entiende por estudio crítico aquellos artículos de carácter historiográfico que analizan al menos tres obras recientes sobre un mismo tema. En caso de abarcar un
número superior al indicado, la cronología del estudio no deberá superar los últimos veinte años.
El objetivo de estos trabajos no es ofrecer un panorama exhaustivo de títulos, sino analizar las
ideas más innovadoras surgidas en un determinado campo historiográfico. La extensión de estos
trabajos será de entre 5.000 y 10.000 palabras. El autor enviará a la revista la propuesta de su
estudio crítico con una breve carta en la que explicará el interés del tema elegido junto a las obras
objeto de su estudio. El Consejo de Redacción decidirá sobre su aceptación, tras la cual el autor
dispondrá de un máximo de cuatro meses para enviar el texto. La evaluación final del estudio
crítico correrá a cargo del Consejo de Redacción o de expertos externos a la revista.
Reseñas. Hispania encarga a reconocidos especialistas la crítica de cuantas obras considera
oportunas. En ningún caso se publicarán las reseñas que no hayan sido aprobadas previamente por
el Consejo de Redacción. La revista agradecerá propuestas de obras, bien mediante el envío del
ejemplar o facilitando sus datos editoriales. La extensión de una reseña no sobrepasará las 2.000
palabras, por lo que se insta a los autores a potenciar la crítica de la obra frente al resumen de su
contenido. Hispania se reserva el derecho a publicar las reseñas encargadas una vez recibidas.
2. IDIOMAS
Desde su fundación en 1940, la revista publica trabajos en las lenguas mayoritarias de su
ámbito científico. La publicación en otras lenguas será estudiada en cada caso por el Consejo de
Redacción. Esta política se aplica desde 2011 a todas las secciones de la revista.
3. ENVÍO DE TEXTOS
Los textos se enviarán por correo electrónico a hispania.cchs@cchs.csic.es. La revista dará
acuse de recibo al autor. Los envíos en papel y disquete se aceptarán sólo en caso excepcional.
4. NORMAS DE ESTILO
La revista se atiene a las normas aprobadas por la Asociación de Academias de la Lengua Española para todo lo referente a cuestiones gramaticales y ortográficas. Además, Hispania se reserva el
derecho a introducir correcciones de estilo en los textos para adecuarlos a sus normas de edición y al
carácter general de la revista. En caso de desacuerdo con el autor, prevalecerá el criterio de la revista.
Epígrafes. Cada parte en que se divida el texto llevará su epígrafe correspondiente en mayúsculas y negrita. Para las subdivisiones dentro de cada parte se usarán minúsculas y negrita.
En ningún caso los epígrafes vendrán numerados ni en arábigo ni en romano.
Citas de archivos. Los nombres completos de los archivos citados, junto a sus siglas correspondientes, se especificarán al comienzo del texto en una nota marcada con un asterisco (*)
situado al final del título del trabajo.
Referencias bibliográficas. Aparecerán únicamente en las notas a pie de página según
las normas siguientes:
a) Libro
Apellido/s del autor/es en mayúsculas, año de publicación de la obra, tomo o volumen si lo
hubiera y página/s:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
Si se citan varios libros en la misma nota, se separarán con un punto:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60. RUIZ MARTÍN, 1991: 188-189.
Si se citan varias obras del mismo autor publicadas en años diferentes, se separarán con un
punto y coma sin repetir el nombre del autor:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60; 1973, 44-46.
Si se citan varias obras del mismo autor publicadas en el mismo año, cada obra se diferenciará añadiendo al año de edición una letra del abecedario:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954a, vol. 1: 34-60; 1954b, 78-80.
b) Capítulo de libro:
Apellido/s del autor/es en mayúsculas, año de publicación de la obra, tomo o volumen si lo
hubiera y página/s:
GUINOT, 2004, vol. 2: 421-422.
c) Artículo:
Apellido/s del autor/es en mayúsculas, volumen de la revista y número si lo hubiera, lugar
y año de publicación entre paréntesis y página/s:
BRONFELD, 71/2 (Lexington, 2007): 465-498.
d) Documentos:
Nombre del documento en cursiva, siglas del archivo, fondo o sección, número de legajo o
libro y expediente o folio/s:
Consulta del Consejo de Estado, AHN, Estado, legajo 13156, exp. 21.
BIBLIOGRAFÍA FINAL
Al final del artículo, y por orden alfabético, se incluirá la lista completa de los autores citados. Aparecerán por el apellido/s en mayúsculas seguido del nombre en minúsculas (si una
obra pertenece a varios autores, se citarán separados por comas), título de la obra en cursiva,
ciudad de publicación, editorial y año, todo separado por comas.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1960.
En caso de incluir varias obras de un mismo autor, éste será citado por cada obra. Si las
obras han sido publicadas en distinto año, se ordenarán por orden cronológico; pero si han sido
publicadas en el mismo año, se pondrán por orden alfabético respecto de sus títulos y se añadirá una letra del abecedario al año de edición.
Distinto año:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1961.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973.
Mismo año:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna,
Madrid, CSIC, 1955a.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955b.
En caso de obras colectivas, primero aparecerán el autor y el trabajo citado en el artículo y,
a continuación, los datos de la obra colectiva:
GUINOT, Enric, «La implantació de la societat feudal al País Valencià del segle XIII: la
gènesi de les senyores i l´establiment de les terres», en Flocel SABATÉ y Jean FARRÉ
(coords.), El temps i l´espai del feudalisme, Lérida, Pagès, 2004; 421-442.
Los artículos se citarán del modo siguiente:
BRONFELD, Saul, «Fighting Outnumbered: The Impact of the Yom Kippur War on the
U.S. Army», The Journal of Military History, 71/2 (Lexington, 2007): 465-442.
Los libros, capítulos de libro y artículos electrónicos se citarán según estos ejemplos:
a) Libros
PUMARINO, Andrés, La propiedad intelectual en ambientes digitales educativos [en línea], Santiago de Chile, DuocUC, 2004 [consultado el 18 de octubre de 2005]. Disponible en:
http://biblioteca.duoc.cl.digital/aovalle/general/guias/computacion/_propiedadintelectual/
propiedad_intelectual.htlm
b) Capítulo de libro
ESTEVEZ, Raúl, ACUÑA IGLESIAS, Rodrigo, Evaluaciones por competencias laborales [en línea],
Santiago de Chile, DuoUC, 2005 [consultado el 11 de mayo de 2009]. Capítulo 2. Identificación de las tareas. Disponible en:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/338PTX410epcl2004.doc
c) Artículos
BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, «Aproximación a la historiografía sobre Don Juan de Austria», Tiempos Modernos, Revista electrónica de Historia Moderna [en línea]. 3 (2002) [consultado el 21 de febrero de 2008]. Disponible en:
http://tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/issue/view/6
Citas literales. Se pondrán entre comillas bajas cuando el texto esté escrito en español y
francés (« »). Para citas en inglés y otros idiomas se usarán comillas altas (“ ”). Si la cita supera
las dos líneas, se escribirá en texto sangrado y en cuerpo menor.
Gráficos, mapas, cuadros estadísticos, tablas y figuras. Incluirán una mención de las
fuentes utilizadas para su elaboración y del método empleado. Estarán convenientemente titulados y numerados, de modo que las referencias dirigidas a estos elementos en el texto se correspondan con estos números. Este sistema facilita alterar su colocación si así lo exige el ajuste
tipográfico. Las imágenes se enviarán preferentemente en formato TIFF o JPG (nunca en
WORD ni en PDF) y con una resolución de 300 ppp. Los mapas y gráficos deben ir en formato vectorial para poder editarlos sin merma de la calidad de la imagen.
5. PROCESO DE EVALUACIÓN
El método de evaluación de Hispania es el denominado de «doble ciego», que ayuda a preservar el anonimato tanto del autor del texto como de los evaluadores. El Consejo de Redacción
decidirá sobre la publicación del texto a la luz de los informes, que serán dos como mínimo. En
el caso de que un artículo no se adecue a la línea general de la revista, será devuelto a su autor
sin necesidad de evaluación. El secretario de la revista notificará al autor la decisión tomada
sobre su trabajo. En caso de aceptación, el secretario podrá adjuntar, además, la relación de
modificaciones sugeridas por los evaluadores. La decisión última de publicar un texto puede
estar condicionada a la introducción de estas modificaciones por parte del autor, que dispondrá
de un plazo de seis meses para volver a enviar su texto. Superado este plazo, el artículo repetirá
enteramente el proceso de evaluación. Tanto los artículos rechazados como los informes de los
evaluadores se conservarán en el archivo de la revista. Los autores que hayan publicado en
Hispania deberán esperar un mínimo de dos años para enviar un nuevo trabajo.
6. CORRECCIÓN DE PRUEBAS
Los autores recibirán las primeras pruebas para su corrección, que se limitará a los errores
gramaticales, ortográficos y tipográficos según las normas de la revista. No podrán introducirse
modificaciones que alteren de modo significativo el ajuste tipográfico. La corrección de las
segundas pruebas será responsabilidad del secretario y del director de la revista.
7. SEPARATAS
La revista entregará a los autores separatas de los textos publicados en el formato o formatos establecidos en cada momento por el Servicio de Publicaciones del CSIC.
8. DERECHOS DE AUTOR
Los textos publicados en Hispania, tanto en papel como en su versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En caso de que estos textos sean
reeditados, será obligatorio pedir el permiso correspondiente a la revista y citar su procedencia.
GUIDELINES FOR CONTRIBUTORS
1. TEXTS
Articles. The author is to send the text with a letter attached explicitly stating that it is
an original work, that no part of it has previously been published, that it has not been
published in any other language and that it is not in the evaluation phase for any other
journals or publications. This letter is also to include the author’s professional information such
as place of work, e-mail address and a mailing address.
The texts are to be presented with footnotes and without a final bibliography. The length of
the paper is to be between 10,000 and 12,000 words. It should be accompanied by a first page with
the title of the article, an abstract of no more than 200 words and 6 key words, all in both Spanish
and English. The abstract should describe the objectives, sources, methodology, argument and
conclusions of the paper. The journal recommends maintaining this order throughout the article.
Monographs. The journal also publishes monograph studies consisting of a minimum of six
articles and a maximum of eight on a single subject. The proposal for the monograph will be
made by the coordinator of the group by means of a letter of no more than 100 words that is to
include the title, the authors, each one’s articles and an explanation of the topic addressed in the
monograph. The monograph will be published with a short introduction by the coordinator.
These articles are to abide by the same rules as the others in the journal regarding length and
type of evaluation. The eventual translation to Spanish or any other language of an article from
the monograph will be the responsibility of its author or the coordinator of the monograph.
Critical studies. What the journal sees as a critical study is those articles of historiographical
character that analyze at least three recent papers on one subject. In the case that they cover a
higher number that the one specified, the chronology of the study should not exceed the last twenty
years. The objective of these works is not to offer and exhaustive view of titles, but to analyze the
most innovative ideas that emerge in a specified historiographical field. The length of these papers
should be between 5,000 and 10,000 words. The author is to send the proposal of his critical study
to the journal with a brief letter explaining the interest in the chosen subject along with the papers
that are the object of his study. The Board of Editors will decide on its acceptance, after which the
author will have a maximum of four months to send the text. Either the Board of Editors or experts
working outside of the journal will be in charge of the final evaluation of the critical study.
Reviews. Hispania commissions the review of any number of works they deem
appropriate to recognized specialists. Under no circumstances will any reviews that have not
been previously approved by the Board of Editors be published. The journal will welcome
submissions, either sent by mail or that provide editorial information. The length of a review
may be no longer tan 2,000 words, which is why authors are encouraged to foster criticism of
the work rather than summarizing its content. Hispania reserves the right to publish any
commissioned reviews once they have been received.
2. LANGUAGES
Since its foundation in 1940, the journal has been publishing works in the main languages
of its scientific field. Publication in other languages will be studied on a case-by-case basis by
the Board of Editors. This policy has been in place for all sections of the journal since 2011.
3. DELIVERY OF TEXTS
Texts are to be sent by e-mail to hispania.cchs@cchs.csic.es. The journal will provide
acknowledgement of receipt. Paper or CD submissions will only be accepted under exceptional
circumstances.
4. STYLE GUIDELINES
The journal follows the guidelines that have been approved by the Association of Spanish
Language Academies for all issues pertaining to grammar and spelling. Furthermore, Hispania
reserves the right to make style corrections in texts in order to adapt them to its editorial
guidelines and the general character of the journal. In the case of any disagreement with the
author, the journal’s criteria will prevail.
Epigraphs. Each part the text is divided into will have its corresponding capitalized, bold
epigraph. Lower-case bold is to be used for subdivisions within each part. Under no
circumstances will epigraphs be numbered in Arabic or Roman numerals.
Citation of sources. The complete names of any cited files, along with their
corresponding abbreviations, are to be specified at the beginning of the text in a note marked
with an asterisk (*) situated at the end of the title of the work.
Bibliographical references. They will only appear as footnotes following these guidelines:
a) Book:
The surname/s of the author/s capitalized, date of publication, volume or part, if appropriate, and page number/s:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60.
If several books are cited in the same footnote, separate them using a period:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60. RUIZ MARTÍN, 1991: 188-189.
If citing several works by the same author but with a different date of publication, separate them by using a semicolon without repeating the author’s name:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954, vol. 1: 34-60; 1973, 44-46.
If citing several works by the same author published within the same year, distinguish
each work by adding a letter of the alphabet to the year of publication:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1954a, vol. 1: 34-60; 1954b, 78-80.
b) Book chapter:
The surname/s of the author/s capitalized, date of publication, volume or part, if appropriate, and page number/s:
GUINOT, 2004, vol. 2: 421-422.
c) Journal articles:
The surname/s of the author/s capitalized, volume number and issue/part number, if appropriate, date of publication in parentheses and page number/s:
BRONFELD, 71/2 (Lexington, 2007): 465-498.
d) Documents:
Name of the document in italics, archive abbreviation, collection or section, file or book
number and record group or page/s:
Consulta del Consejo de Estado, AHN, Estado, legajo 13156, exp. 21.
FINAL BIBLIOGRAPHY
At the end of the article, and in alphabetical order, a complete list of all the authors cited
is to be included. Their surnames should be capitalized followed by their first names in lowercase (if a work belongs to several authors, separate each one by using a comma), title of work
in italics, place of publication, name of publisher and year of publication, all separated by
commas.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1960.
If several works by the same author are included, he/she is to be cited for each work. If the
works were published in different years they should be cited in chronological order; but if they
were published in the same year, they should be cited in alphabetical order by title adding a
letter of the alphabet to the year of publication.
Different year:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Política y hacienda de Felipe IV, Madrid, Pegaso, 1961.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Alteraciones andaluzas, Madrid, Narcea, 1973.
Same year:
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La clase social de los conversos en Castilla en la Edad Moderna,
Madrid, CSIC, 1955a.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, La sociedad española en el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1955b.
In the case of collective works, the author and the work cited in the text should appear
first, followed by the information regarding the collective work:
GUINOT, Enric, «La implantació de la societat feudal al País Valencià del segle XIII: la
gènesi de les senyores i l´establiment de les terres», en Flocel SABATÉ y Jean FARRÉ (coords.), El temps i l´espai del feudalisme, Lérida, Pagès, 2004; 421-442.
Articles should be cited the following way:
BRONFELD, Saul, «Fighting Outnumbered: The Impact of the Yom Kippur War on the
U.S. Army», The Journal of Military History, 71/2 (Lexington, 2007): 465-442.
Online books, chapters and articles should be cited following these examples:
a) Books:
PUMARINO, Andrés, La propiedad intelectual en ambientes digitales educativos [online], Santiago de Chile, DuocUC, 2004 [retrieved on October 18, 2005]. Available at:
http://biblioteca.duoc.cl.digital/aovalle/general/guias/computacion/_propiedadintelectual/
propiedad_intelectual.htlm
b) Book chapter:
ESTEVEZ, Raúl, ACUÑA IGLESIAS, Rodrigo, Evaluaciones por competencias laborales
[online], Santiago de Chile, DuoUC, 2005 [retrieved on May 11, 2009]. Chapter 2. Identificación de las tareas. Available at:
http://biblioteca.duoc.cl/bdigital/Libros_electronicos/338PTX410epcl2004.doc
c) Article:
BLANCO FERNÁNDEZ, Carlos, «Aproximación a la historiografía sobre Don Juan de Austria», Tiempos Modernos, Revista electrónica de Historia Moderna [online]. 3 (2002) [retrieved
on February 21, 2008]. Available at:
http://tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/issue/view/6
Literal quotes. If the text is written in Spanish or French, double angle quotes should be
used (« »). For citations in English and other languages, quotation marks should be used (“ ”).
If the quote exceeds two lines, the text should be indented and in a smaller font-size.
Graphs, maps, tables, statistical charts and figures. Mention of any sources used in
their creation, as well as the method that was employed, should be included. They are to be
conveniently titled and numbered, so that the references made to the elements in the text
correspond to these numbers. This system will make altering its placement easier if
typographic adjustments are needed. The images are to be sent preferably in TIFF or JPG
format (never WORD or PDF) and with a resolution of 300 dpi. Maps and graphs should be
in vector format so as not to alter the quality of the image when editing.
5. EVALUATION PROCESS
The evaluation method used by Hispania is called a “double blind”, which helps to
preserve the anonymity of both the author of the text and the evaluators. The Board of Editors
will decide whether the text is published upon viewing the reports, of which there will be at
least two. If an article does not suit the general style of the journal, it will be returned to the
author without requiring evaluation. The secretary of the journal will notify the author about
any decision made pertaining to his work. If it is accepted, the secretary may also attach any
modifications suggested by the evaluators. Any final decision made on publishing a text may
be conditioned by the inclusion of these modifications by the author, who will have six months
to send his text back. If this deadline is not met, the article will have to repeat the entire
evaluation process. Articles that have been rejected and the reports made by the evaluators
will be kept in the journal’s files. Authors that have published in Hispania must wait two years
in order to submit a new project.
6. PROOFREADING
The authors will receive the first proofs for correction, which will be limited to grammar,
spelling and typography mistakes following the rules of the journal. Corrections that
significantly alter any typographic adjustments will not be allowed. The journal director and
secretary will be in charge of correcting the second proofs.
7. OFFPRINTS
The journal will give the authors offprints of the published texts in the format or formats
that are established by the Publishing Division of the CSIC at any given time.
8. COPYRIGHT
Any texts that are published by Hispania, both on paper and electronically/digitally,
belong to the Spanish National Research Council (CSIC). In the event that these publications
are reproduced, permission from the journal and citation of all sources will be obligatory.
SUSCRIPCIÓN Y PEDIDOS
DATOS DEL PETICIONARIO:
Nombre y apellidos: _____________________________________________________________
Razón social: ________________________________ NIF/CIF: __________________________
Dirección: ______________________________ CP: __________________________________
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e-mail: ________________________________________Fecha de la solicitud: ___ /___ / ______
Suscripción:
Precios de suscripción año 2011:
Año completo:
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Extranjero: 115,06 euros
Números sueltos:
CANT.
REVISTA
Precios de números sueltos año 2011:
España:
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Extranjero: 48,73 euros (más gastos de envío)
Precios suscripción año 2011:
Año completo:
España:
64,67 euros
Extranjero: 109,58 euros
AÑO
VOL.
FASC.
Precios números sueltos año 2011:
España:
28,16 euros (más gastos de envío)
Extranjero: 46,41 euros (más gastos de envío)
A estos precios se les añadirá el 4% (18% en soporte electrónico) de IVA. Solamente para España
y países de la UE
Forma de Pago: Factura pro forma
Transferencia bancaria a la cuenta número: c/c 0049 5117 262 11010 5188
SWIFT/BIC CODE: BSCHESMM - IBAN NUMBER: ES83 0049 5117 2612 1010 5188
Cheque nominal al Departamento de Publicaciones del CSIC.
Tarjeta de crédito: Visa / Master Card / Eurocard / 4B
Número: _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
Fecha de caducidad: _ _ / _ _
Reembolso (solamente para números sueltos)
Distribución y venta: Departamento de Publicaciones del CSIC
C/ Vitruvio, 8
28006 - Madrid
Tel.: +34 915 612 833, +34 915 681 619/620/640
Fax: +34 915 629 634
E-mail: publ@csic.es
www. publicaciones.csic.es
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Volumen LXXI
Nº 238
mayo-agosto 2011
300 págs.
ISSN: 0018-2141
Volumen LXXI
SECCIÓN MONOGRÁFICA: La definición de la identidad urbana. Vocabulario
político y grupos sociales en Castilla y Aragón en la Baja Edad Media
JARA FUENTE, José Antonio: Introducción. Lenguaje y discurso: percepciones
identitarias y construcciones de identidad
MONSALVO ANTÓN, José María: Ideario sociopolítico y valores estamentales de los
pecheros abulenses y salmantinos (ss. XIII-XV) / Socio-political ideas and status
group values of the Pecheros of Avila and Salamanca (13th to 15th centuries)
OLIVA HERRER, Hipólito Rafael: La prisión del rey: voces subalternas e indicios de la
existencia de una identidad política en la Castilla del siglo XV / The Prison of the King.
Subaltern voices and signs of the existence of a political identity in15th century Castile
JARA FUENTE, José Antonio: Por el conosçimiento que de él se ha. Identificar,
designar, atribuir: la construcción de identidades (políticas) en Cuenca en el siglo XV /
Because of our knowledge about Him. To identify, designate, and attribute: the
construction of (political) identities in the city of Cuenca in the 15th century
VERDÉS PIJUAN, Pere: Atès que la utilitat de la universitat deu precehir lo singular:
discurso fiscal e identidad política en Cervera durante el S. XV / Since the interest of
the community is superior to that of the individuals: fiscal discourse and political
identity in 15th century Cervera
BARRIO BARRIO, Juan Antonio: Per Servey de la Corona d´Aragó. Identidad urbana y
discurso político en la frontera meridional del reino de Valencia: Orihuela en la Corona
de Aragón, ss. XIII-XV / To Serve the Crown of Aragon. Urban identity and political
discourse in the Kingdom of Valencia's south frontier: Orihuela in the Crown of
Aragon, 13th-15th centuries
RESEÑAS
Volumen LXXI | Nº 238 | 2011 | Madrid
Sumario
Nº 238
mayo-agosto 2011
Madrid (España)
ISSN: 0018-2141
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