Antonio Machado Estudio biográfico-grafológico Un escrito pulcro, cuidado, con elegantes trazos de tinta negra sobre papel anaranjado, me regala los ecos de la historia de un hombre, hombre de Letras con mayúscula, poeta de paisajes y trovador de caminos. El papel amarillento rezuma el latido de batallas, el palpitar de dolores y amargura, de amor y de lucha. La tinta negra derrama voces de campos labrados, de trigales secos, de polvorientas encinas, enjuga lágrimas de olmos secos y canta canciones de álamos dorados, de floridos valles, con melodía de fondo de un viejo río... Ecos de Castilla en alma y recuerdo; Castilla miserable, guerrera y noble, latiendo en el corazón de un poeta sevillano. Recuerdos de un patio de Sevilla "Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero." Antonio machado nació en Sevilla, el 26 de julio de 1875, en una de las viviendas de las que hoy es el Palacio de las Dueñas, propiedad de la Duquesa de Alba. Allí vivió su infancia hasta que, con ocho años, tuvo que trasladarse con toda su familia a Madrid, al conseguir su abuelo una plaza como profesor en la Universidad Central de Madrid. Así, la adolescencia, la etapa de estudiante y la primera juventud del poeta, se fueron forjando en la capital y también en París, donde fue a vivir su hermano Manuel, con el que comenzó a colaborar en muchas composiciones literarias y dramáticas, mientras trabajaba como traductor en la editorial Garnier. Álamos del amor En 1907, Antonio aprueba las oposiciones a la cátedra de francés, y se traslada a vivir a Soria, donde ocupa una vacante de profesor en el Instituto. “Allá en el año 1907 fui destinado a Soria, un lugar rico en tradiciones poéticas, allí nace el Duero que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli se produjo el monumento literario del Poema del Cid. Por si ello fuera poco, guardo el recuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató. Y viví y sentí aquel ambiente con toda intensidad”. Antonio llega a Soria con 34 años, y se instala en la pensión de Isabel Cuevas y Ceferino Izquierdo, donde dedica su tiempo a la preparación de sus clases, a escribir y a disfrutar, en sus ratos libres, de la naturaleza vibrante de Soria, que le inspira y le alienta en su escogida soledad. Pero no tarda mucho en fijarse en Leonor, una de las hijas de los dueños de la pensión, que tenía tan sólo 14 años. Aficionada también a las letras y a la poesía, Leonor admiraba al que todos veían como un desaliñado y solitario profesor. El desaliñado profesor, entre tanto, la amaba en silencio. Por aquel entonces, la niña era pretendida por un joven barbero... Alguien me dijo en cierta ocasión “la pluma es el acero de los cobardes”. No cobarde sino tímido debía ser también el poeta a la hora de manifestar sus sentimientos, pero supo utilizar muy bien la pluma, su recurso infalible de escritor para conquistar el corazón de Leonor, dejando como olvidados unos versos para que ella los encontrara y leyera: “Ay, si la niña que yo quiero preferirá casarse con el mocito barbero” La boda se celebró el 30 de julio de 1909, cuando Leonor cumplió quince años, no sin críticas y abucheos a la gran diferencia de edad entre los contrayentes, y dando lugar aquel día, pese al amor entre ambos, a instantes que Machado confesó muchos años después como un “verdadero martirio”. “¡Álamos del amor, que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva!” Al olmo viejo Pero la felicidad duró poco tiempo, ya que durante su estancia en París, en 1911, Leonor enfermó de tuberculosis y los médicos recomendaron al matrimonio regresar a Soria, donde ella pudiera respirar aire puro. Inútil fue todo remedio, ya que la joven murió en agosto de 1912 después de casi un año rogando por un milagro. Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas, de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera” En su carta a Miguel de Unamuno, en 1923, Antonio confesaba “yo hubiera preferido morir mil veces a verla morir a ella, hubiera dado mil vidas por la suya”. Huyendo de recuerdos y lleno de dolor, Antonio se marcha a Baeza, junto a su madre, y se dedica a trabajar como profesor de gramática francesa en el instituto de bachillerato de la Universidad y, ese mismo año, publica su famosa obra “Campos de Castilla”. “Sobre el olivar, se vio a la lechuza volar y volar. A Santa María un ramito verde volando traía. ¡Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea!” Patio de la Universidad de Baeza. Foto: Sandra Cerro A ti, Guiomar, esta nostalgia mía En el año 1919, invitado a participar en las actividades de la recién inaugurada Universidad Popular, Antonio Machado se traslada a Segovia, donde trabaja dando clases en el Instituto. En una pensión humilde de la calle de Los Desamparados, y en una habitación por la que se cuenta que pagaba algo más de tres pesetas, el poeta pasaba sus días sumergido entre libros y papeles. Casa-Museo Antonio Machado (Segovia). Foto cedida por Turismo de Segovia “La dueña de la pensión -hasta 1973, cuando falleció- se enfadaba con Machado porque, cuando por la mañana iba a limpiar la habitación, encontraba la papelera llena de papeles. Por lo visto, pasaba la noche escribiendo y llenaba todo de borradores”. (Entrevista a César Gutierrez, guía de la Casa-Museo Antonio Machado, en Segovia, para el diario El País). Durante su estancia en Segovia, la creatividad de Machado se orientó más hacia las obras teatrales, y también hacia el arte del cortejo, ya que se enamoró de una dama casada, Pilar Valderrama. Ella aparece en sus poemas bajo el nombre secreto “Guiomar”, como secreto y furtivo fue también el amor platónico del poeta hacia ella. ”Por ti el mar ensaya olas y espumas, y el iris, sobre el monte, otros colores, y el faisán de la aurora canto y plumas, y el búho de Minerva ojos mayores. Por ti, ¡oh Guiomar!...” La muerte del niño herido En 1932, Machado regresa a Madrid para ocupar un puesto de profesor en el Instituto Calderón de la Barca, y aprovecha su tiempo libre para estudiar y licenciarse en Filosofía en la Universidad Central. La Guerra Civil llama a las puertas de España, y el poeta, junto con otros intelectuales del bando republicado se refugian en Valencia, donde vivió, en Rocafort, desde el inicio de la guerra en 1936 hasta 1938. En 1937, se publica su último libro: “La guerra”. Huyendo del avance de las tropas Nacionales, Machado, su familia, y el grupo de intelectuales, se trasladan primero a Barcelona, y llegando luego a cruzar la frontera francesa tras las duras penalidades de un éxodo que llevaría, inevitablemente, a enfermar al poeta. Instalado en el pequeño pueblo francés de Collioure y gravemente enfermo, Antonio Machado murió el 22 de febrero de 1939. “Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar” Antonio Machado. Estudio grafológico Poema de Antonio Machado. Biblioteca Nacional de España Mis ojos recorren, no sin cierta ternura, este papel amarillento, que rezuma el latido de batallas, el palpitar de dolores y amargura, de amor y de lucha... Entre murmullos, el deslizar de pasos lentos, silencio contenido, suave crujir de hojas antiguas y olor a madera, me encuentro en la Biblioteca como navegando en sueños por los poemas de Machado. Concretamente son cuatro, de distintas fechas, pero, aunque estudié también los otros tres, he querido elegir para plasmar aquí precisamente éste por su contenido emocional, por constituir un grito ahogado y por ser uno de los últimos que el poeta escribió, durante su estancia en Rocafort, su escondite de guerra. Me llama la atención cómo apenas difiere la elegante, pulcramente cuidada, y clara caligrafía del poeta, si se compara un poema escrito en 1901 con éste de 1938. El orden, la atención en el escrito y esa pluma que se intuye dedicada a la tarea que se ejecuta, nos descubre al poeta que se embebe de su creación y se empapa en ella, olvidando el mundo mientras escribe. En otros textos analizados, cartas por ejemplo, la espontaneidad se deja fluir más y deja ver al poeta social, entusiasta, tertuliano y amantes de los cafés en buena compañía a buena hora. Independencia, inhibición y prudencia saben mezclarse en buenas dosis con la mano amiga extrovertida, respetuosa y afable del poeta, que parece no querer dejar que su soledad y su nostalgia de tiempos pasados marchiten sus horas y añejen su vida. “No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada; yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas.” Poeta que no se oculta, transparente y franco, se da como es, sin pretensiones. Tal vez compensa la humildad con un cierto orgullo que clarea en sus mayúsculas sobrealzadas, como bastión ondeante y emblema de esperanzas, deseos de superación personal, y confianza en sí, entre los restos de un corazón roto a golpe de adversidades. “Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.” La creatividad es obvio que se posa sobre el espíritu sensible, emotivo, que pinta el escrito a palpito de corazonada, intuitivo, aún sabiendo compensar la intuición con grandes tintes de lógica en pensamiento, ideación e imaginación. Sensible, sí, pero sin llegar por ello a ser vulnerable, puesto que su sensibilidad se combina con una actitud vital de todoterreno, fuerte sin llegar a ser enérgica, firme en ideas y valores sin querer llegar a imponerlos. Pese al peso de las sombras y de los capítulos de historia gris que le tocó vivir, su personalidad es de natural optimista, mantiene el entusiasmo hasta los confines, y sabe ampararse en los suyos y en esa creación literaria que es para él su rincón más personal, su más íntimo resguardo. “Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente: -¡Cuán tarde ya para la dicha mía!Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: -Y todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día!” Es así como compensa sabiamente sus ideales, sus pasiones, y ese afán por crecer y superarse como persona, con un estado intimista de reflexión, prudencia, cierto recato e introspección, debiéndose a la tarea bien hecha, como si fuese ésta una prolongación de sí mismo, pero sin llegar a condicionar, con este freno, sus impulsos enteramente. “(...) Y cuando brote en mi corazón la primavera serás tú, vida mía, la inspiración de mi nuevo poema. Una canción de paz y amor al ritmo de la sangre que corre por las venas. Una canción de amor y paz. Tan solo de dulces cosas y palabras. Mientras, mientras, guarda la llave de oro de mis versos entre tus joyas. Guárdala y espera.” Y así es como se logra el equilibrio latente de deseos inquietos palpitando en la quietud del aparentemente desaliñado maestro, viejo y cansado, con la maleta llena de recuerdos, caminando, con su bastón y sombrero, como caminante por la vida, paso a paso, verso a verso, sin adelantar, sin precipitarse, volcando el alma al mar, más sin temor a ahogarse o a naufragar; porque la vida es sencilla y simple, y “todo pasa, y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar “... Caminante, no hay camino... ... se hace camino al andar. Sandra Mª Cerro Grafóloga y Perito calígrafo www.sandracerro.com Fuentes: Sonetos escritos en una noche de bombardeo en Rocafort (1938) Biblioteca Nacional de España La guerra: de mar a mar entre los dos la guerra (1901) Biblioteca Nacional de España Ayuntamiento de Soria. http://www.soria.es Antonio Machado en Soria. http://www.antoniomachadoensoria.com Red de Ciudades Machadianas. http://www.redciudadesmachadianas.org Machado, retorno a los campos de Castilla. El País, El viajero. http://www.elpais.com Machado, un poeta en Rocafort. http://machadoenrocafort.wordpress.com Antonio Machado y Baeza: Cien años de un encuentro. http://machadoenbaeza.es A media voz: Antonio Machado. http://amediavoz.com/machado.htm