AÑO I. MADRID l 6 DE DICIEMBRE DE I888. NÚM. 51. PERIÓDICO ILUSTRADO CÓMICO Y HUMORÍSTICO. DIRECTOR UTERARIO 0 . CARLOS FRONTAURA. DIRECTOR ARTÍSTICO 0 . ALFREDO PEREA REDACCIÓN y ADMINISTRACIÓN. Cklle ()e Preciados, Dúm, 5, librería, Madrid.—Teléfono 684. Se publica los domingos. PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN. En toda España: Trimestre, 3 ptas; semestre, 5,50; año, lo, Extranjero y Ultramar; Año, 15. Número suelto, f S cents.—Atrasado, I S cents. NUESTRAS DONCELLAS.- {Dibujo de Huertas. -Señorito, ¿quiere usted jugar conmigo?... -¡Ya lo creo!... -A la lotería, digo. I-"-" LA RISA. CRÓNICA. tí m ¡Sr Caballeros, otra crisis. No crean ustedes que voy á tratar la cuestión política, no, por más que hoy cualquier Venancio, pongo, por caso, se mete en política y á nadie le choca. Hablo de la crisis bajo el punto de vista higiénico, porque estas crisis tan repetidas son un gran peligro para la salud pública, y aumentan, á la larga y á la corta, la mortalidad, especialmente en esta villa y corte, que es, como si dijéramos, el cerebro de España. Desde el sábado anterior hay muchas familias con el alma en un hilo; familias de funcionarios más ó menos retribuidos que no tienen más presente ni más porvenir que el producto neto de su culto, sin clero, á Santa Nómina bendita. Cada empleado, en Madrid y en provincias, tiene un protector, es decir, uno que le ha dado, ó ha hecho que le den, el empleo. Por sus méritos y por sus talentos aquí no se da empleo á nadie, como no se le tenga miedo, ó como no tenga él un personaje amigo á quien interese mucho la suerte de su protegido, ó de la mujer del protegido, que también se dan casos. El empleado está tranquilo en posesión de la breva con que le ha favorecido su protector, su prohombre, ó cosa así, de la política. En su casa se compran los garbanzos y el arroz por mayor; se paga á la criada, y el carnicero y el panadero y el carbonero cobran puntualmente. Hasta el odioso casero está bien pagado, aunque se le paga de mala gana, como es de razón, y los chicos van casi vestidos, y todos los meses se les echan tacones y medias suelas á los zapatos, y la señora tiene su sombrerillo, periódicamente refocmado, con sus flores y su pájaro verde... y él, el padre de familia, lo fuma de 35, y toma café diariamente, aunque su mujer le predica para que prescinda de este excitante de los nervios. Pues bitjn, el día menos pensado esta familia, relativamente feliz, se ve sorprendida con la noticia de la crisis. El prohombre protector está al caer, disiente de otros prohombres, y juzga llegado el momento de retirarse por el forro, digo, por el foro... Y ya tienen ustedes á las familias de los empleados que de él recibieron la credencial en una situación de intranquilidad y angustia que no se puede explicar. El padre, el usufructuario del empleo, parece un palomino atontado mientras no se resuelva la crisis... La mujer no se atreve á hablarle, porque el hombre le contesta con un bufido; los chicos, viendo á sus.padres tan mal humorados, se escaman y andan huidos, porque ya la madre les ha arrimado un torniscón, y el padre les ha ofrecido tirarlos por el balcón. i Y eoD qué enojo mira él empleado que está en tal situación al casero!... Quisiera que la tierra se tragara al casero, á la casera y á todos sus ascendientes y descendientes. Pues digo, si pudiera coger impunemente á los periodistas que escriben en El Impdrcial que su patrono debe salir del ministerio, los hacía harina. En fin, caballeros, que esto de las crisis tan repetidas hace criar muy mala sangre á muchos padres de familia, por lo cual digo yo que semejantes accidentes de la vida política tienen suma transcendencia para la conservación y mejoramiento de la especie humana. ¿Qué robustez ni qué vigor han de tener los hijos de matrimonios que, porefecto de las crisis políticas, viven en continuo sobresalto? Nuestros canijos sietemesinos de hoy, son aquellos engendrados en los años de la gloriosa revolución de Septiembre, cuando todo el mundo estaba que se le podía ahogar con un caballo, digo con un cabello. Espanta considerar qué cría saldrá de estos tiempos de crisis en los hogares de esos empleados, cuyo empleo dura tanto como la influencia de quien le sacó y se le dio. Yo que soy sensible por todo extremo, en cuanto leo ú oigo algo de crisis, pierdo también el reposo, porque me pongo á considerar la situación de los que sin comerlo ni beberlo, tienen que temer de la crisis, así como la de los que esperan de la crisis el término de sus ansias, y con esta esperanza suelen recibir un nuevo desengaño. ¿Y la perturbación que la crisis ocasiona en las relaciones sociales?... El otro día salí horrorizado de casa de don Toreuato Cañamones, empleado en Hacienda por influjo de Puigcerver. Estaba allí de visita doña P¿tra Caracoles, amiga de la infancia de la mujer de Cañamones, casada con un cesante qué no tiene más deseo en este mundo que la salida de Puigcerver. Sobre si era bueno que saliera éste ó no saliera, las dos mujeres emprendieron tal reyerta y se dijeron tales atrocidades, que faltó muy poco para que se agarraran y se azotaran, lo cual que hubiera sido cosa de ver, porque las dos son señoras de empuje, y muy guapas, ellas. ¡Una amistad tan tierna y tan sincera rota en un momento por efecto de la crisisi Ya no volverán á verse las dos amigas, y los dos maridos, que desde chicos se querían, se encontrarán en la calle y no se saludarán siquiera. ¿Que más? El mismo día del rompimiento de las dos mujeres, Cañamon.es pidió al marido de la otra que le devolviera tres duros que le dio hace diez años para una urgencia, lo cual que el deudor ni se ha dignado contestarle. Quedamos, pues, en que las crisis son una LA RISA. ran perturbación en los hogares paternos, un eligró para la salud pública, y un grave obstáculo ara el desarrollo de la especie humana en la P e ínsula é islas adyacentes. * * * Algunos suscriptores me han escrito, extrajndo que en L A RISA, en estas crónicas, se hable )co ó nada de teatros. Diré á ustedes. Hacer largos artículos de erica, no es propio de LA RISA, ni yo me atrevería tanto, porque los autores y los actores gustan, es natural, de que se les aplauda, pero les enoja le se les censure. Si optaba por el primer extre0, seguramente que no tendrían nada que opoir, pero muchas veces me vería en el caso de no icir la verdad, y esto de mentir á sabiendas, no para conciencias tan estrechas como la mía. Si r el contrario, los tratara con gran severidad, poniendo todos los defectos de composición, de iguaje, de ejecución de las obras y sus intérpre!, sobre no reconocerme autores ni actores auridad para semejante empresa, me expondría á le se indispusieran conmigo amigos muy quelos á quienes en manera alguna quiero disstar. Así, en materia de teatros, me parece mi sisna el más cómodo para mí. Veo las comedias e se representan: si me hacen reir rae divierto, si me quieren hacer llorar no lo consiguen, rque estoy en el secreto, y sé que todo aquello e angustia á los espectadores sensibles, no ha iado nunca, y probablemente no puede pasar nás en ninguna parte. Si la obra que se estrena dinero, me alegro por la empresa y por el au, y si no lo da, lo siento; y en uno y en otro caso aun 10 la situación á que ha venido el teatro, y aparando los actores y los autores de ahora con de otro tiempo no muy remoto, no puedo m e i de hacer votos ardientes, propios de mi amor irte, porque la suerte nos depare poetas y cocos que eviten la total ruina que amenaza á la ena española, * * Furioso con la pérdida, se lanza íuera del cielo, y con tremenda ira diose a ver en qué parte de la tierra los brillantes luceros estarían. Como es listo San Pedro, se le ocurre venir a España, y á la corte misma y... empezó á recorrer calles y plazas y entro á ver una noche La gran vía. Cansado de no hallar lo que buscaba se puso un traje nuevo de levita ' al Gobierno civil encaminóse, y una audiencia pidió al duque de Frías. Pero, inútil afán, ni un sólo agente al rata de luceros conocía, y cansado San Pedro, decidióse á dejar sus estériles pesquisas. Una noche, volviendo hacia su casa, en la Puerta del Sol tomó el tranvía, y no pudo sentarse, porque á poco entró con su papá una señorita. Fijóse en ella, y se quedó turbado, pues los ojos brillantes de la niña eran los dos luceros que buscaba, fulgurando á través de sus pupilas. .* h" San Pedro se quedó un poco perplejo, dudando si llamar á un policía; pero luego, cediendo á los impulsos de su buen corazón, dejó á la niña. Salió de España y de la tierra, y luego, cuando al cielo llegó, todos querían saber por qué motivo, sin venganza, otra vez á la gloria se volvía. ;r Jíí Y queriendo sacar á los curiosos de tanta confusión, dijo en seguida: «Mejor que donde están, ni aun en el cielo los brillantes luceros estarían.» * Hoy, sin embargo, voy á hacer una excepción mi regla de conducta respecto de asuntos de itro, para decir que merecen ser vistas y aplaulas las obras dramáticas Pedro el Bastardo, de vestany y Velarde, y Gloria, de Leopoldo no. VENTURITA. A MALVINA. Una vez que San Pedro, vigilante, los espacios celestes recorría, se halló con que faltaban dos luceros, no menos claros que la luz del día. En aquella misión extraordinaria, el bueno de San Pedro vio á Malvina, y en sus ojos creyó ver los luceros que fulgor tan brillante despedían, Ya creo yo, mi amiga cariñosa, que de San Pedro el proceder se explica, pues yo también creí que eran ¡dos soles! esos tus ojos que radiantes brillan. Mas no soy como el santo, generoso, V al mirarlos, murmuro con envidia: ¡Quién pudiera ser dueño de esos ojos! ¡Quién pudiera ser dueño de Malvina! JOSÉ CÁNOVAS y VALLEJO. VI LA RISA. REFORMAS MILITARES. •y —¡Y haberme yo retirado de teniente! SANGRE CAZADORA. 3' m 1 íf^ Stf NOVELA (Conclusión). Don Antolin cazó cuatro años con su burra. En tiempo del ce/o, Gerineldo le hacía unos tollos dignos de un arcediano, colocando dentro dos enormes haces de aromático romero y tomillo, y una gran zalea. Le bajaba en brazos déla burra, y le dejaba sentado cómodamente. No hacía nunca los puestos de alba; pero no por eso dejaba de matar muchas perdices, gracias á las gargantas privilegiadas de Alejandro, Julio César, Napoleón y Churruca, nombres que había puesto á sus cuatro reclamos favoritos. A pesar de esto, el pobre don Antolin iba descomponiéndose de un modo rápido, y además del reuma, se manifestó en sus piernas una hidrope- sía con síntomas de invadir las regiones del estómago. Ya no cazaba con el cuerpo, sino con el alma. Disparaba tiros, más que con las manos, con la voluntad. En los días malos, cuando era de todo punto imposible salir de casa, tiraba desde la ven tana de su dormitorio á los gorriones, á los tordos, alas palomas, y algunas veces á las gallinas del corral. Jamás se había visto una afición tan bien sen tada, una sangre tan cazadora. Don Antolin comprendió que se moría pronto, y le dijo á Gerineldo: —Acércame una mesa, t intero y papel; voy á escribir mi testamento. Gerineldo obedeció haciendo pucheros, porque quería mucho á su amo. —Vete, quiero estar solo, necesito reconcentrar mi pensamiento y mi conciencia. Gerineldo salió llorando de la habitacién; per" se quedó junto á la puerta como el perro leal que espera que le llame su amo. Seis horas permaneció encerrado don Antoli»! unos ratos escribía, otros meditaba. LA RISA. A las cinco de la tarde, tiró del llamado7dM¡^ ampanilla, y entró Gerineldo. - A n d a , hijo mío, anda, y dile al maestro de ¡scuela que tengo precisión de hablarle. Poco después entraba el dómine del pueblo ion su evangélica sonrisa en los labios y su m u ¡riento sombrero en la mano. Don Antolín le hizo sentar á su lado, y despi[ió á Gerineldo. Cuando se quedaron solos, conenzó el siguiente diálogo: - S e ñ o r don A n g e l , - d i j o don Antolín,—todos abemos en el pueblo que usted es un hombre de (ien á carta cabal. —Muchas gracias. —Si hubiera justicia en el mundo, la Iglesia le monizaría á usted en vida. —Muchas gracias. —Parece imposible que con las abstinencias y icaseces que ha pasado usted no se haya muerto e hambre. —Dios aprieta y no ahoga. —En fin, vamos al grano. Usted tiene una hija amada Casta, tan honrada, tan económica, lan lodesla como su padre. —Muchas gracias. —La pobre no tiene nada que agradecer á la aturaleza; es muy fea. - J i , ji, ji. Y el dómine, al reírse, parecía que lloraba. —Además de fea,—añadió don Antolín,—es piida de viruelas, y tiene una debilidad de párpaos que la desfigura mucho; con todas esas dotes írsonales, y siendo pobre por añadidura, no es cil que se case. —No señor, no es muy fácil,—añadió el maes0 suspirando;—jamás hemos tenido esas absuris pretensiones; Casta ha cumplido treinta y latro años sin que nadie le diga por ahí te puras, —Pues bien, señor don Ángel, yo soy soltero, 5seo quince mil duros de renta al año, y tengo el honor de pedirle á usted por esposa á su hija Casta. El maestro de escuela sintió un frío marmóreo en la nuca que se fué extendiendo por la columna vertebral hasta el tendón de Aquiles. Quiso hablar, y su garganta sólo formuló un gruñido como el hombre á quien estrangulan. Se levantó de la silla y volvió á caer. —Comprendo el asombro de usted,—añadió don Antolín;—á mi edad y próximo á la. muerte el casarse parece una locura, pero yo necesito un heredero que me inspire confianza, y elijo á Casta; porque sé que después de mi muerte cumplirá al pié de la letra mi testamento. El dómine lloraba, porque las grandes emociones no son palabreras. Después de demostrar su gratitud y su admiración, salió de casa de su futuro yerno tropezando con las paredes y con la gente, llegó á la escuela y contó á su hija como pudo lo que sucedía. El semblante de la pobre Casta de amarillo se puso verde, la debilidad de sus párpados aumentó, y su rostro tomó el aspecto de una muerta. El cura párroco se encargó de disponerlo todo, y como el dinero es la varita mágica que va apartando las dificultades, antes de terminar el mes se casaron don Antolín y doña Casta. En el pueblo hubo una revolución sin barricadas: se comentó el extraordinario acontecimiento en todos los tonos; pero como doña Casta dio cinco duros de limosna á cada pobre y el maestro de escuela una gran merienda á todos sus discípulos, los novios fueron vitoreados en grado superlativo, los proletarios mantuvieron á raya á los burgueses y el alcalde, como medida de orden público, prohibió la cencerrada que se preparaba. Dos semanas después de este casamiento de guardarropía, terrtiinó la luna sin miel de doña Casta. Era una tarde desapacible del mes de Marzo; el cielo tenía un tono gris blanquecino que barruntaba nieve. Nuestro cazador se hallaba sentado en la butaca junto á la ventana con las piernas envueltas en una manta. La palidez mate de su demacrado semblante, la tristeza de sus ojos, la fatigosa respiración de sus pulmones, todo en él indicaba que su última hora no estaba lejos. Un pavo real se había subido sobre la albardilla del tejado, colocándose pico al aire. Sus graznidos discordes y estridentes indicaban su contento ante la perspectiva de la horrible noche de viento y helada que se preparaba. Don Antolín, con esa vaga mirada del moribundo, que parece buscar el más allá de la vida, vio al pavo real, y un pensamiento de cazador brotó en su débil cerebro. - G e r i n e l d o , - d i j o , - t r a e la escopeta. -_;Para qué, señor?-le preguntó su criado. - P a r a matar ese pavo; será mi último tiro. 'm ÍA-RÍS^.: Gerineldo miró á doña Casta, y ésta, que no tenía más voluntad que la de su marido, dijo; —Obedezca usted al señor. Gerineldo cogió una escopeta, la cargó con dos cartuchos de plomos zorreros y se la colocó á su amo en el hombro no con pocas dificultades. Don Aniolín hizo fuego, y el pobre pavo, dando aletazos y graznidos, rodó por el tejado. —iMuertol...—exclamó Gerineldo. —Sí... muerto, — repitió don Antolín entornando dulcemente los ojos.—jAhl iSi hubiera sido un faisáni... ¡Qué felicidadl... La escopeta se le desprendió de las manos, dobló la cabeza sobre el pecho y su garganta formuló un débil gemido. Don Antolín había dejado de existir. •y U\ íi.í —iQue Dios le reciba en su santa gracia,—exclamó doña Casta cayendo de rodillas. -^iPobre amo mío! Tú estabas de non en el mundo entre los cazadores,—añadió Gerineldo arrodillándose también.—Has muerto matando. Aquella misma noche, estando el cadáver de don Antolín de cuerpo presente y siguiendo religiosamente sus instrucciones, se abrió el testamento en presencia del cura, del alcalde, del médico, del boticario y ocho honrados vecinos pera darle más solemnidad al acto. El testamento, que por una rara casualidad cayó en nuestras manos, decía así, copiado al pié de la letra: «Hoy, día 4 de Marzo de 1880, yo, Antolín Perdiguero, católico apostólico romano, de edad de setenta años, casado, con el juicio sano y la voluntad libre, sin la menor violencia ni presión de ningún género, puesto el pensamiento en Dios y después de consultar á mi conciencia, escribo en este papel mi testamento de mi puño y letra, seguro que después de mi muerte lo cumplirán en todas sus partes aquellas personas á quienes corresponda el desempeño de tan sagrado encargo. nDejo mi cuerpo á la tierra y mi alma á Dios. «Nombro heredero universal de todo cuanto poseo á mi buena esposa doña Casta Paniagua de Perdiguero, á la cual encargo cumpla religiosamente al pié de la letra los legados que á continuación expreso: Primero. En recompensa de los buenos servicios que me ha prestado durante treinta y cuatro años mi criado y cazador Gerineldo Angosturas, le señalo una renta vitalicia de veinticuatro mil reales anuales, con el encargo y obligación de que el citado Gerineldo ha de mantener á su costa á mis tres peirros Sardina, Morchato y Piulf como asimismo los cuatro reclamos de perdiz y mi burra llamada doña Prudencia, hasta que estos animales dejen de existir po'r muerte natural. «Encargo asimismo á Gerineldo que tenga siempre un perro perdiguero llamado 7o//)i, diminutivo de mi nombre, para que cuando le llame se acuerde de su pobre amo. «Segundo. Todos los años, el 20 de Septiembre, día de San Eustaquio, patrón de los cazadores, se dirá una misa en la ermita de la Fuenle Seca; terminada la misa, los cazadores que concurran celebrarán un certamen de tiro, adjudicándose al mejor tirador un premio de cuatro mil reales. «Tercero. Asimismo se premiará con cuatro I mil reales al cazador que durante el año hiciera una carambola de pato y liebre, de jabalí y codorniz, de chocha y tórtola, al que matara una I pieza á vuelo sin salir los tacos dsl cañón de la*! escopeta, como lo hizo varias veces el famoso j Cagarnera en la Albufera de Valencia, ó el qw matara una liebre sin salir el tiro y con solo el rostillazo del pié de gato como lo hizo un_médico LA RISA. [e Madrid, con gran asombro de los compañeros [ue lo presenciaron. «Como todas estas casualidades no caben en a mente de los profanos, y las llaman con notoria njusticia mentiras de caladores, yo consigno lara cada una de ellas un premio de mil pesetas, r exijo se levante acta con los nombres de los léroes que las lleven á cabo. «Cuarto. Si mi esposa llegara á saber algún lía por los periódicos que un afortunado cazador, m héroe incomparable había recorrido el mundo ' muerto las diecisiete especies de perdices conoidas que existen, según afirman los sabios naturaistas Aristóteles, Plinio, Ateneo, Lesson, T e o rasto , Buffon , Lathans , Sounerat, Teuniok, íliano, Ewards, y otros muchos que se han icupado de la materia, y cuyas diecisiete especies on las blancas en Egipto, grises en Francia, lerdiz gigante en Grecia, encarnada en los Países }ajos, garganta bermeja en las ásperas costas de ^orousaudel, de vientre amarillo en el Senegal, orqueoladas y magapodas en los feraces bosques e Bengala, pardas en las Riberas del Senegal, i,y-nam-ham en las feraces selvas de Blanverem, ;ulares de once pulgadas de longitud en la India, culadas en Jaba, de Hey en Arabia, lerbas entre is nieves de Nepaul, bailarinas en América del íorte, y por último, aunque no para comer, por[ue tienen un gusto nauseabundo muy parecido il de los ajos podridos, la perdiz de la Forcida en 1 golfo de Corinto, que hace su nido en las m a íiimas costas de Cuyrha. Si este gigante de la enatoria apareciera un día, mis herederos m a u larán construir una escopeta de dos cañones, cu0 coste no ha de bajar de mil duros, y colocarán ina plancha de oro en la culata que diga: «A don ''ulano de Tal, el más intrépido de los ca:(adores, 1 hombre más notable del presente siglo, como ma prueba de homenaje y admiración le dedica sta escopeta desde el otro mundo, Antolin Perliguero: «Quinto. Se recompensará con cinco pesetas 1 que denuncie en nuestro término un nido de lerdiz, y pruebe que han salido los pollos, preentando las cascaras de los huevos. »Sexto. Prohibo á mis herederos terminanetnente que arrienden los pastos de mi monte ilegría, pues quiero que sea siempre un buen :riadero de caza. Se hará la saca de conejos todos os años durante los meses de Septiembre y Octubre bajo la dirección de Gerineldo y en la cantilad y número que él indique. * * # »Si hubiera necesidad de carbonear el monte, ie hará solo en su cuarta parte, y dejando pasar le un carboneo á otro tres años, para que de este modo quede siempre en tres partes del monte una vida forestal de tres, seis y nueve años. "Séptimo. Es mi voluntad que se me entierre con mi traje usual de cazador, colocando en mi ataúd la escopeta de un cañón del arcabucero Miguel Zelaya,que es con la que comencé á cazar sin olvidarse el frasco de pólvora valenciano y la¡ bolsas de perdigones que me regaló mi difunto padre, que en santa gloria se halle. »Esta es mi voluntad, que mis herederos cumplirán y harán cumplir á los suyos para que conste á los siglos venideros que hubo en el último tercio del siglo XIX un cazador de pura sangre llamado Antolin Perdiguero » Excusamos decir que doña Casta cumplió en todas sus partes la última voluntad de su querido esposo, pero no se presentó nadie á reclamar el premio consignado en las cláusulas tercera y cuarta de su testamento. Terminamos esta fisiología del cazador de pura sangre, diciendo que doña Casta se encontró entre los papeles del difunto la nota que á continuación copiamos, que no tiene igual en los fastos venatorios, y eleva hasta la epopeya á don Antolin Perdiguero. I': A LOS CAZADORES. Se os calumnia al decir que os arruináis por la escopeta. Yo he cazado 54 años día por día. En estos 54 años ha habido trece bisiestos, de manera que resultan 19.723 días, que á razón de treinta tiros diarios, arrojan la suma de 591.690 tiros. Suponiendo que se empleen en cada noventa tiros una libra de pólvora y una cuartilla de perdigones, resulta que yo he gastado 6.574 libras y cinco onzas de pólvora, y 41.087 libras de perdigones. Calculando aprovechados la mitad de estos tiros (y me quedo corto), resulta que he muerto 295.845 piezas, que tasadas las grandes con las pequeñas á razón de cuatro reales una, ascienden á la cantidad de un millón ciento ochenta y tres mil trescientos ochenta reales. Deduciendo el valor de la pólvora á razón de cinco reales libra, que importa treinta y dos mil ochocientos setenta reales, y el de los perdigones, que á real la libra asciende á cuarenta y un mil ochenta y siete, quedan como importe líquido en mi favor un millón, ciento nueve mil cuatrocientos veintitrés reales. Esa suma respetable es la que un servidor de ustedes, Antolin Perdiguero, se ganó honradamente con su escopeta en el transcurso de los 54 años que duraron sus batallas venatorias. Animo, pues, yá cazar, españoles; imitadme a mí v despreciad las calumnias y la maledicencia de los profanos; os está hablando la experiencia por mi boca; el negocio que hay que explotar en 1 ;f .. J--^' t ', LA RISA. 8 EN EL ESTUDIO.—I'DÍÍ'M/O de J. Gros.) r ,1 . ' '•« .'•:• ,< -jf^' Sí" ^% fe. i-Yit 8!f t' ^' I'" ' i *-íí^x' •I V ?1í , aü! // '// ; i.<í i:^ •h' •í —Créalo usted, señor, que se lo digo yo. Camisa, armadura, espadas... Todo es de los Comuneros... auténtico. LA RISA. ESCENAS FA-ULmES-imujode 1 0. Pli.¡ / ' • , / , - '^> /' •'••-'., -M 'y- En crisis... -' - \ ;a ;j ^ ^ ' i • 1 1i 11 ¡1 1 LA RiSÁv 10 España es la caza , ninguno os dará mejores resultados. Hasta ahora se ha dicho «cazar es vicio,» pero yo os digo: «la caza es la fortuna, siempre que el cazador tenga cuidado de desviarse un poco de ia vereda que conduce á SAN BERNARDINO.» ENRIQUE PÉREZ ESCRICH. EL AMOR, NO MÁS ILUSIONES I rfr"- W--- m Yo no me he convencido todavía, y probablemente no me convenceré jamás, de la verdad, justicia, conveniencia y filosofía de ciertas creencias, expresadas por medio de ciertas frases consagradas por el tiempo, uso y abuso; y como el escritor concienzudo debe, sobreponiéndose á las vulgares preocupaciones, adelantarse á su época (lo cual en la actualidad sería muy conveniente, pues no hay trigo ni dinero), voy á dar un paso de gigante y á derribar los falsos ídolos adorados por una tradición rutinaria. He aquí algunas muestras de las susodichas frases con las que no estoy conforme: El libre albedrio, que sin la libre acción es igual á un perro embozalado que deseara comer. (Recomiendo á la Academia la palabra subrayada.) La vindicta pública que transforma á la sociedad. En un niño que despachurra á un moscón que le ha picado. El Dios de los ejércitos, que hace del Ser Supremo un capitán general. Y, finalmente, ésta que es peliaguda, y que, como dicen en la oratoria, será mi tema, por más que le amenice con otros excesos: El amor es una pasión noble y generosa, II ü' I Desde que Platón dijo que el amor era el ori~ gen del bien, de lo grande y de lo bello, indudablemente, porque, con referencia á la última cualidad, Platón no conoció á esas hijas del amor llamadas hospicianas, no ha habido poeta ni escritor psicológico que no se haya ocupado del amor en son de alabanza. Esto, aun cuando fuese verdadero, sería vulgar. Yo me declaro independiente, y pretendo dejar la verdad en su punto. Porque el amor que yo conozco, el amor del siglo XIX, me parece una pasión raquítica y egoista en sumo grado. El amor en el hombre es el abuso de la fuerza moral ó material. El amor en ambos sexos, especialmente en el femenino, es la primera página del libro de las ingratitudes. Oid este diálogo entre dos amantes: —No sé si tendré acabado el vestido para pasado mañana. — —¿Para qué le necesitas con tanta urgencia? —¡Tomal Para ir al baile de la señora de Torrelodones. —Mucho te preocupa esa fiesta. —Como que promete ser magnífica. —Pues, querida, no irás. —[Cómo que nol ¿Por qué? —Porque como ese interés es algo sospechoso, yo no quiero. —jPero, Arturol —¡Pero, hija! ¡Qué abnegación, qué generosidad, qué nobleza en la noble pasión del amor! III Oloe es hija, única, mimada desde la cuna, Cuando niña, su madre se embelesaba con ella, besando desde su rubio cabello hasta sus piececitos sonrosados. Una vez que Cloe estuvo enferma de alguna gravedad, por poco se muere su madre. Su padre hace diez y seis años que sólo trabaja por ella y para elía; quiere que su Cloe sea una joven comí//««/. Un día, Cloe, recién/?«es/a de largo, iba arrastrando por las calles una cola de media vara; un transeúnte de esos que no creen tener obligación de mirar constantemente al suelo, ni de hacer cuarteos, pisó á Cloe el vestido y se lo rasgó. ]Si hubierais visto entonces á su padre! Llamó grosero al transeúnte: éste, que era poco sufrido, le contestó yo no sé qué; hubo cachetina, y luego desafío, y después duelo, que terminó con una herida recibida por el padre de Cloe, que le puso á las puertas de la muerte. Cloe siguió creciendo, embelleciéndose, leyendo periódicos de modas, y destrozando cintas y pelendengues. Sus padres estaban chochos con ella; ella adornaba aquel dichoso hogar, y era como un rayo de sol primaveral para aquella casa. Si á Cloe se le hubiera antojado una estrella, los autores de sus días habrían escalado el cielo, trepando uno sobre otro, para alcanzársela. Pero á Cloe no se le antojó esto, sino asomarse una tarde al balcón al mismo tiempo que pasaba un joven con media melena y una gran sortija en el dedo meñique. LA RISA. El joven hizo yo no sé qué muecas á Cloe, y ésta se enamoró del joven; y como la pasión del amor es tan nobles generosa, se olvidó de la enfermedad de su madre, de la herida de su padre de diez y seis años de ternura y de desvelos, y se separó de ambos para seguir á aquel joven á quien dos meses antes no conocía. IV Cuando dos amantes se abisman en el pozoAirón del amor, se transforman en un ser que se adora á sí propio: especie de gemelo unido á sí mismo por medio de un egoísmo ciego y estúpido (permítaseme la frase). En el amor no existe la alegría generadora de la bondad, sino el éxtasis que excluye todo sentimiento comunicativo, bueno ó malo. Los amantes son como las linternas encendidas, pero cerradas. Víctor Hugo dice que el amor es un hombre y una mujer que se funden en un ángel. Yo sustituiría esta última palabra con la de topo, y aun me quedaría corto para expresar la ceguera m o ral de los enamorados. De todos modos, ese ángel del poeta debe ser un ángel inútil que no sirve para traer y llevar los recados de Dios, que es el empleo que le dan en el Catecismo. El amor es la antítesis de la bondad y de la utilidad social con referencia á nuestros semejantes. Un amante correspondido es un ser completamente nulo. En un derribo de una casa de París se encontró á un sapo vivo encerrado en el corazón de una piedra calcárea durante un sinnúmero de años; del mismo modo el amante se encierra en el corazón de su amada, aunque afortunadamente no por tanto tiempo, porque el amor se cura en breve por medio del sistema homeopático. Comprendo la utilidad del amor, porque éste á veces contribuye á la multiplicación; pero ni con este laudable fin le concedo los calificativos de grande y de generoso. En otros tiempos, y tratándose de razas aristocráticas, admito que en el amor se uniese al placer sensual la idea de transmitir una sangre generosa y fecunda para la humanidad; pero niego rotundamente que don Anastasio, droguero de la calle de Postas, se case con una tal doña Nemesia con otra mira más grande y transcendental que la de la propia conveniencia. Pero el autor de este artículo—dirá alguno de mis lectores—es un filósofo de callejuela. Ya sabemos que todas las pasiones humanastestán basadas en e l ^ o . Esto es cierto, y no pretendo decir nada nuevo, smo aclarar un poco las verdades inconcusas cambiando las fraseologías falsas. Si se me concede que el amor es una pasión tan ciega, tan estúpida cuando es extremada, y tan egoísta como todas las demás, rompo la pluma y no vuelvo á escribir de balde en toda mi vida. Según Esquilo, el amor entre los griegos era una enfermedad. En la época romana Ovidio le califica de arte. En la Edad Media servia de tema para que dos ó más individuos se rompiesen el alma, ó para que alguna marisabidilla como Estefanía de Gantelme discutiera en las Cortes de amor el ¿por qué palidece el amante á la vista del objeto amado? Posteriormente, en Versalles y en el Buen Retiro el amor fué la galantería; y en nuestros tiempos creo que el amor es la ocupación de los desocupados, y además un pretexto para escribir este artículo, del cual ruego al lector que se enamore. F, MORENO GODINO. «...Y EN EL PECADO FUÉ LA PENITENCIA» ^ 'íí^ Juana se acostó por estar sola, porque la verdad, que maldita la gana que tenía de dormir. A ser posible, aquella noche se la hubiese pasado por las calles, corriendo, saltando y contando á todo el mundo, aun cuando no fuese más que á los serenos, su buena suerte. Y ¡pequeña que había sido su suerte! No; no había sido muy grande, pero... ¡vamos! tampoco se podía quejar. Y luego, para ella que jamás había poseído nada,- para ella que tenía que mantener á su abuelila y á su hermanillo trabajando como un burro, treinta y dos mil reales eran una suma, un tesoro, un potosí, algo parecido á los millones de la gruta de Monte-Cristo. ¡Ah! Era para volverse loca. No, y ya lo estaba Sí; ¡no lo había de estar con lo que le sucedía! LA RISA. 12 i Ay Dios, y qué cosas pensaba hacer con aquel dinerillo! ¡Qué vestido más lindo se iba á comprar, qué mantón para su abuela y qué botinas para su hermanol ¡Pobre chiquillo, bien las necesitabal Hacía lo menos diez días, que materialmente andaba con los dedillos de fuera. ¡Cuánto no había sufrido su hermana no pudiendo comprarle unos tristes zapatos, y cómo se había reprochado mil veces haber gastado tres pesetas en aquel décimo! Pero ¡qué cosa era la suerte! A ella que nunca había jugado á la lotería caerle... ¡Había sido providencial! Que no se hubiese retrasado el lunes al salir del obrador; que no hubiese pasado por la calle del Carmen; que no hubiese cumplido aquel día diez y ocho años; que no cantase el ciego el número i8, y nada habría sucedido, nada, ni siquiera hubiera sospechado que andaba la fortuna persiguiéndola. * i '- * * No se lo había dicho á su abuela aúo, porque quería darle una sorpresa. ¡La pobre que gruñó tanto cuando supo que había jugado, no lo iba á querer creer hasta que viese los cuartos por sus propios ojos! Sería preciso obrar con cierto tiento, pues á su edad una emoción semejante podía costarle la vida... ¡Ya buscaría manera de que no le hiciese daño el alegrón! Lo importante era ir en seguida á cobrar, á tomar los monises, los mil quinientos y el pico de pesos. Estaba deseando que amaneciera para irse por ellos. ¡Oh virgen! ¿Y si se le perdía el dinero? ¿Y si la robaban en el camino? En verdad que ella iría de día; pero ¿no hay gentes para todo? No hacía tanto tiempo que habían robado á una joven, atontándola con cloroformo... Era preciso que la acompañase alguien, no su hermano ni su abuela, sino alguno que la pudiese defender... un hombre... pero ¿quién?¿Cuántos hombres conocía? ¡Qué bruta! ¿Y Pedro? ¡Quién mejor que su prometido, que su novio! Su novio... era la primera vez que se acordaba de él desde su repentino cambio de fortuna. ¡Qué raro! No haberse acordado, ella que parecía tenerle siempre ocupando todas las niñas de sus ojos y llenándole toda la memoria... no haberse acordado. ¡Parecía mentira! ¿Si no le querría tanto como se figuraba? ¿Si no sería amor lo que sentía por él? ¡Dios santo! ¿Sería una egoistona? ¿Nó le amaría ya porque era pobre? No podía ser aquello. ¡Por pobre! En resumidas cuentas, ella también lo era, porque los treinta y dos mil reales no constituían ningún caudal. Cierto, que con la dirección que pensaba darles... tomando una bonita tienda de modas... podía duplicarse en muy poco tiempo... ¡Bah! de todas maneras, no dejaría de quererlo. Era un buen muchacho, le había prometido ser su mujer, y lo que es como él no diese motivos, cumpliría su palabra. Ahora, si daba motivos sería otra cosa; una cosa* muy distinta. Entonces no podría echarle nada en cara; pero él no los daría, no; aquel pobre Pedro la amaba de veras, tenía por ella la afección de un perro, estaba segura que lo molería á palos y solo se volvería para besarle las manos... Pasó revista en su imaginación á todos los recuerdos que de él tenía; los primeros días de sus amores, á las burlas de sus amigas por lo desproporcionado de su estatura, á la tarde aquella en que se presentó de improviso á su abuela y le pidió en su rudo lenguaje permiso para visitarlas; llevó por último á su memoria aquella fisonomía y todo aquel ser grande, fuerte y bueno, compuesto de bruto y hombre, de piedra y ángel, y sacó en consecuencia, que rechazarle no habría sido una maldad, sino una infamia. En cuanto que él diese motivos á que él la faltase, era imposible. Con la vida que llevaba, ni tiempo para ello tenía. Tanto por la mañana como por la noche, desde hacía once meses, todos los días le veía durante las horas que tenía li- bres. Por la mañana, á eso de las siete, cuando apenas se hallaba levantada, tiraban de la campanilla. Ya se sabía, era él, que entraba dando grandes pisadas y llenándolo todo con el humo de la tagarnina, que parecía formar parte de su individuo. —¡Hola, Juana! Buenos días. ¿Y la abuela? ¿Y el muchacho? ¿Durmiendo? ¡Perezosos!... Mira: y sacaba del bolsillo alguna cosa; voy á ponerle al chico este^uguetillo debajo de la almohada. ¿Lo ves? ¿Te gusta? Vamos, trae acá, que esto es para LA RISA. los pequeños. iVeriga! y desaparecía con ello en el cuarto de Faquín, y á poco se oían sus gritos y sus risas y la voz del hermanillo, todavía soñoliento, todavía con los ojos cerrados, pero ya palpando con sus manos regordetas el juguete y diciéndole: Te quiero mucho, Pedro. ¿Cuándo me vas á traer un caballo mu grande, mu grande? * * * Aquella noche había sido la única que había faltado. Es verdad que la había escrito, disculpándose; pero ni siquiera recordaba su carta. Estaba tan fuera de sí que no sabía lo que se hacía; solo podía acordarse de que le hablaba de una cosa que le interesaba mucho. ¿Qué sería? Algo grave desde luego, porque para que faltase él... ¡Qué idea! Si fuese que el tuno estuviera con otra... pero no podía ser. ¿No? ¿Y por qué no? ¡Lo que es los santitos!... Cualquier cosa hubiera dado Juana por saber aquel asunto interesante... jA qué impacientarse! Por la mañana lo sabría, y si él la engañaba, entonces... mejor. Pero no; vamos á ver: ¿decía entonces mejor con toda su alma? Se puso una mano sobre el pecho. ¿Si Pedro no la amase sufriría mucho? Se encogió de hombros. ¡Pues no le parecía que no! No le amaba ya, ¡bueno! es decir, no, al contrario; porque si se casaba con él sin amarle, ¡qué porvenir iba á ser el suyo! Porque eso sí; ella se casaría con él si él la quería. * * * Amaneció Dios, salió el sol, y uno de sus rayos, viejo fisgón, se metió por entre las rendijas de la ventana y se puso á mirar descaradamente el busto destapado de la joven. Tiraron de la campanilla, y Juana se despertó, se restregó los ojos y echó una mirada en derredor suyo. ¡Ay virgen, qué tarde!... Volvieron á llamar. —¡Ya van, ya van! Espérate, hombre. Se tiró de la cama al suelo y empezó á vestirse despacito, como sin gana. Se acordaba de todo lo que había pensado y de algo más, del sueño que había tenido; ¡un sueño muy raro! Ella regañaba con Pedro y se casaba con otro, con uno muy rico, muy rico, que le ponía coche. ¡Tonterías! Todo aquello eran sueños; gracias que no lo era lo del premio grande. Abrochándose una chaquetilla, fué á abrir al que esperaba. No se había engañado. Era él, su novio. Levantó el pestillo, tiró de la puerta y dio un paso atrás. ¡Qué cara de difunto traía! ¡Pobrecillo, quizá estuviese malo! —Pasa, pasa, Perico; siéntate. Pedro pasó; llevaba el cigarro, como siempre, en la boca; pero sin encender. Algo muy grave debía sucederle, para que así al gigante se le olvidase encender su tagarnina, Se sentó en una silla y dio un gran suspiro. Juana caminaba de . .„ , sorpresa en sorpresa. ¿Qué significaba aquello? ¿Qué le pasaba á su burro para suspirar? No pudo detener su curiosidad más tiempo, y la dio suelta. —¿Qué te pasa?—preguntó. Y, allí fué ella. El pobre hombre no encontraba conceptos para explicarse, y las palabras se le trabucaban lastimosamente; con todo, Juana le entendió. Su principal le había llamado el día anterior (por eso no había ido) y le había propuesto una cosa terrible; le iba á ceder su establecimiento. Una buena cosa, un gran negocio; pero con la condición de que se casara con su hija. Él había rehusado; se habían cambiado palabras gordas; se había excedido, y el otro le había arrojado de su casa. ¡No le importaba, Pedro solo se casaría con Juana! Ya encontraría trabajo, no tenía cuidado... Pero era una cosa triste después de tanto tiempo... Lo que más le había humillado había sido que el otro le despidiera con un «que lo pienses.» ¿Acaso las gentes honradas tienen más de una palabra? * * * Juana, mientras él estuvo hablando, permaneció silenciosa; en su imaginación se había presentado una idea que poco á poco se había hecho señora de su pensamiento; la de hacer el papel de víctima, y fingiendo sacrificarse, obligarle á que se casara y hallarse así libre de todo compromiso. Cuando él concluyó, estaba decidida. Tomó la palabra y le manifestó que no podía aceptar su sacrificio; que lo que él debía hacer, era casarse con la otra; que ella lo sentiría y lo lloraría mucho; pero que la certidumbre de haber labrado la felicidad del hombre á quien amaba, contrapesaría el dolor que ella misma se causase. Y... no dijo más; estúvose un rato mirándole muy fija esperando una contestación, y como Pedro (que mientras Juana hablaba, no había hecho otra cosa que examinarla con ojos inquietos, cual si la creyese loca) permaneciese mudo, sucedióse un intervalo de silencio que, si no por lo largo, por lo penoso, debió parecerle sin fin. Al cabo, llenóse el rostro del hombre con sus propias lágrimas, y de su pecho, cual del de un chicuelo, se escaparon ruidosos gemidos. —Juana... Juana... tú no me quieres,—prorrumpió,—tú no me has querido nunca. Todas tus palabras han sido siempre mentiras: todos tus hechos han sido igual que tus palabras. No; no quieras negármelo; si no, no me dirías eso, ni me propondrías cosa semejante. Sería preciso que estuvieses loca, y aun así no te lo perdonara... ¡Ay Juana, Juana! y sollozaba más fuertemente todavía, no me asesines más; di que todo ha sido una broma, que no me has dicho nada ó ha sido solo para probarme, dímelo... ¡por Dios! ¡Te lo suplico, te lo ruego!... ^v^ I LttX 14 i^l I \4 Pero ella no contestó; se mantenía firme, aunque se sintiera á veces flaquear como vencida por las lágrimas de aquel hombre tan bueno. Deseosa de que aquello terminase lo antes posible, á fin de que nadie se enterara, pues ya había oído en la alcoba de su abuela ruido, cual si la anciana quisiera levantarse, corrió á su cuarto y volvió al poco rato con una porción de papeles. —Toma,—le dijo con voz que en vano quería aparentar tranquila.—Este es tu retrato: guárdalo, no quiero que tu mujer tenga jamás celos de mí. Maquinalmente alargó él la mano, le tomó y se quedó contemplándole como si no tuviese conciencia de sus hechos. —Estas son tus cartas,—continuó ella mirán^ dolas con cierta lástima;-no te las doy, no quiero que nadie las posea; pero voy á prenderlas fuego aquí, á tu vista, Y como él no dijera una palabra, levantó la alambrera del brasero, las echó en él y encendió un fósforo para quemarlas. 1 ^ 14 fe: «i^t i* l\*-^tXt Y no hablo del genio ó.numen,'sino del ganio carácter. Conocí' un don Homobono que parecía una fiera. Al salir de su casa, todos los días deteníase por un instante en el umbral de la puerta, se atusaba bruscamente los bigotazos, que semejaban dos rabos de zorro, enterábase del estado atmosférico con mirada provocadora, cejijunto y huraño, y allí era de ver la serie de muecas que hacía. C Era un paquete muy voluminoso y se resistía á arder. No importa, ella echó tantas cerillas, que al fin las llamas, que habían principiado á roer los papeles como si no se atreviesen francamente con ellos, se pusieron á devorarlos. Las cartas entonces empezaron, á retorcerse, á convertirse en pavesas, y de repente Juana dio un grito, un grito tan grande, que le oyeron todos los vecinos, y el pobre Pedro tuvo que correr á sostenerla para que no rodase por los suelos. La miserable majar había visto destacarse entre los otros el papelillo dibujado de azul que la había hecho ser tan cruel y tan egoísta. El décimo, guardado y confundido con las cartas de Pedro, con ellas se había convertido en cenizas. J. FERNÁNDEZ AMADOR DE LOS RÍOS. EL GENIO. Por favor, no me hablen ustedes de genio, porque es cosa que no puedo resistir. Si había nubes balanceaba la cabeza con aire amenazador, cerraba los puños, mascullaba alguna atrocidad, y alejábase de su casa llevando tal expresión de ferocidad, que daba miedo. —¡Jesús, qué hombre!—solía exclamar la portera, que le temía más que al enemigo. Si el horizonte estaba limpio de nubes, don Homobono mostraba igual enojo, y cuantas personas le hallaban al paso apartábanse prudentemente para no tropezar con semejante basilisco. —¡Divertida debes de estar con ese ogro!—decían á la criada de don Homobono las domésticas de la vecindad. — ¡Ca!—contestaba ella.—Es su genio. — ¡Para el diablo que le sufra! Y sin embargo, la crispatura de puños, las miradas provocadoras, el aire matón, sus gruñidos y su iracundia era todo como una pompa de jabón. Como que en su casa ni le temía nadie, ni nadie le hacía caso siquiera. Al contrario; su suegra, que, mal comparada, parecía una pantera, le ponía á cada dos por tres como hoja de perejil, y su cónyuge—la de Homobono—le freía la sangre aturdiéndole con sus gritos y calificativos; y si sus niñas no se propasaban todavía, era por \e- i--'^ RíSA. mor á la mamá. ¡Hasta las maritorr; ., I- i; a;/; con insolencia, cuando no con lást- ; a. ' U«pariente de Homobono que vino á h¡; ' r i ' para pasar las tiestas de San Isidro y se 'v ^!p¡uo en casa del bigotudo, al notar sus mirad. g,los el primer día, cobróle miedo y ün í'ndÓ'e aparte, le preguntó si le enojaba su vi;-. —|No, hombre. no!-respondiülo HüT-o.,,- ^ ' la vez que se atusaba los 'vjpo. Je ;r,ri,j --.-.^ mi gsnio! ¡Yo soy así! ' '' " Pronto se convenció de que decm 11 v T ' I-I Homobono, pue.. al día siguiente su sueí,r^ le tí^ó una zarpadn. cae ¿i se dccuic- ' ', , . , ,,fuera. ' E! fbrasten-, sorprc^.c.. I ^ .. lo;, :; á¿ ia buena señora, mr.sn-ó ,i tx'.rañ.-^ ^ :-torr.^ bono. —¡Bah!—t.,..pr.ió vbtc • -N 'u-j caso ue '.ai^.s pequeneces. Mi i;ue¡;i.. ey s Pucr-.i del g'-'aio algo fuerte que 'a ion ina, ^si un ánt..- de iZ'nio es así, un poquito arrebatado; pero es buen. como el buen pan. —Sí; mas esas maneras... -¿Qué supone ello? Cada cual tiene su genio, y ye prefiero éstos á esos genios cortos, solapados... — ¡Bien, bien! Por mí... Antes de terminar la semana, el forastero cre•ó del caso tomar soleta, huyendo de las brust^uedades de aquellas furias, quienes, por cierto, parecían dos infelices. Con que fiémonos de apariencias y de genios. ¿Quién no conoce á Salustiana, la pitillera? Pues ésta, con todo su aquél y su ángel y demás, ••'•'• otro caso. Oíos. —Per^. iiO'"'o-c, ^¡ r^- I>ÜC.J .e dei •: —¡Es su gcipoí í^ero .1'- hay 4!. t;!v"'"e rio sus genii.lidtr'^es. ,,\,v,s si vicias' • ,'• eos que rae ha ptWu do, y fueru", en "s .•• t s ,.arte!... —¿Y ru... — jYa lo ves! Me he ~conv io á su ?cn.n nada; ¡tan crintí-,-n;! m Dos días despiii'í c\ loras ¡v unas comures,-!' vie ái i 1. ' cr IÜ iiono, á COI -1.-tU'Tcia u' ..u; •';'^osa - j l u pujcr ei. lina a;,'.:i! :: paesco, la pulvi.ii"i, - ¡Calla, nombie! ¡.-i >-s \. \' cemo d suyo n'.. se enc'i.Ttrn !iv:i. t.cra,' . , Ó i ü IMli Arranca el moño á la cigarrera de más empuje que pisa la fábrica, lo que no es inconveniente para que dé á cualquiera la camisa que lleva puesta, ella, se entiende. Pues no digamos de Berrinche, su apaño, y tal, que notorio es su genio violento. Da unajywriilá al lucero del alba, así en un pronto,y en seguida se olvida de todo, y hasta le paga, si á mano viene, cualquier cosa, una copa de Monóvar, pongo por orsequio. Y que si le quiere por algo la Salus, que de este modo nombra él á la pitillera, es por eso: por •^a genio. Oficial hay que tiene el corazón de oro y es iin bendito de Dios, lo que no obsta para que di,ida de arriba á abajo de un sablazo á cualquier .ndeviduo del escuadrón. Y que en esto del genio no hay enmienda, por quello de que genio y figura... Hay qaien se pirra por tratar con personas de ijL'nio vivo, signo infalible, según dicen, de buen íondo. Pero hay quienes opinan al contrario, y ,xO son pocos. Por las inmediaciones del Inglés suele hallarse con frecuencia un ejemplar de genio raro que en echando la vista encima á un conocido se le pega y le espeta este discurso, con ligeras variantes: —¡Hola! ¿Adonde se va?... Yo me estoy co- . -#1 b(i LA RISA. i6 EN AVILA.—ÍI)fí>«/o de Herenchum) 'i :«i. # «s«5H¡.^íT "^s Estuv '•í' 14 miendo aquí la figura. Hace una hora que aspe á uno... un conocido... ¡Déme usted un cigarro! y el tal no viene. Y como tengo este genio... ¡v • mos, que ya se me acaba la paciencia! ¡Déme u, ted lumbre!... Me dijo que no faltaría, y la ver dad, me extraña, porque conociendo mi genio Tenía que traerme un piquillo que me debe ¡nada! ¡un durol... ¡Como yo le pesque!... "S i propósito, déme usted, si lleva, un par de pesetas. ¡Yo soy así! En pagándome ése... ¡Bueno! Si no pueden ser dos, una... no importa. Me arreglar; cotio pueda. ¡Es mi genio tan tranco!... Tal miedo he tomado á los genios, que on oyendo hablar del asunto, digo «¡vuelvol» y salgo escapado para no volver más por el lugar O-' peligro. Belén. PASATIEMPOS INOCElíTBS. .,a o:,í rv'i'i de la TRiii.t "I Mtíííjc- '"HABADA SU pubikarn vróximc HOMÓNIM'} • Halla, -.na paUibr.i} ^ue esf^f^se: Un anuiiHl iahuídso. Una ccii.'elación. Vina figuia íieráldica, Un yegtcsl. Un individu M cierto emi'pc^- ml^m M iv^ARZAL Un reotii '-1. (I) 'i iem-otros sigí'f.^.^düa -n aitic j 'C no !t indican por n: ;oi o tanocidoB .fic'o y v.-u-sh. lia, PEDRO J, SOLAS. MADKín, isas, Imprente y librería de Mlcaal Gtíiiftíto, Ffscio-luB, J.